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«Darwin contraataca relata la apasionante historia de cómo el establecimiento darwinista ha concentrado todo

su poder para aplastar el temible desafío del Movimiento del Diseño Inteligente, y de cómo los rebeldes no solo
estamos sobreviviendo, sino cobrando mayores fuerzas en nuestras respuestas a sus ataques. Lo recomiendo
encarecidamente.»
Phillip E. Johnson, catedrático emérito de derecho, Universidad
de California, Berkeley; autor de Proceso a Darwin

«A la vez que lleva al lector más allá de los titulares, Thomas Woodward —el principal historiador del
Movimiento del Diseño Inteligente— analiza los acontecimientos cruciales de la última década.»
Michael J. Behe, departmento de biología, Universidad de Lehigh

«La controversia sobre el darwinismo y el Diseño Inteligente significa una revolución científica y social
principal. Todo aquel que quiera comprenderla debería leer este libro, a la vez oportuno y bien escrito.»
Jonathan Wells, author, The Politically Incorrect Guide to
Darwinism and Intelligent Design

«Mi amigo Tom Woodward es uno de los cronistas más eficaces y coherentes del Diseño Inteligente en
América en la actualidad. Esta excelente obra clarificará algo de la niebla de confusión extendida por los
darwinistas, y dará al lector una información sólida y útil con la que defender el Diseño Inteligente. Un recurso
de gran valor en uno de los debates de mayores consecuencias de nuestros tiempos.»
Chuck Colson, fundador y presidente, Prison Fellowship

«Lúcido, exhaustivo, y fresco como las primeras noticias de la mañana, Darwin contraataca examina el
lanzamiento del Movimiento del Diseño Inteligente y la respuesta que ha provocado. Woodward expone cómo
el DI plantea el desafío a la interpretación de una exhibición de inteligencia sin actividad inteligente, e invita a
una evaluación alternativa de los datos científicos. A la vez que proporciona un valioso recurso para el
observador experimentado, este libro será especialmente atrayente para los estudiantes y para los recién
llegados al debate que deseen una rápida puesta al día.»
Leo R. Zacharski, profesor de medicina, Dartmouth Medical School

«En su intento de devolver el fuego en el debate en contra del Designio Inteligente, los darwinistas están más
que nada disparando salvas. Tom Woodward hace una obra magistral en su disección de sus débiles argumentos
y en su exposición de cómo el establecimiento darwinista ha recurrido a una apariencia de prueba mediante
asertos autoconfiados, falacias genéticas y tácticas ad hóminem en lugar de confrontar de forma genuina los
argumentos y las pruebas que han presentado los teóricos del DI. Woodward predice con razón que al final estas
tácticas no prevalecerán.»
Stephen C. Meyer, director, Centro para la Ciencia y la Cultura – Instituto Discovery

«En Darwin contraataca, Tom Woodward relata la reciente historia de contienda enconada entre el DI y sus
antagonistas. Woodward es un participante directo que narra una absorbente historia que clarificará tanto la
naturaleza como el motivo del áspero debate actual acerca de esta cuestión.»
Kenneth Petzinger, profesor de física, College of William and Mary

«En Darwin contraataca, Woodward presenta un relato claro, fiel y fascinante del Diseño Inteligente, de su
historia, de los argumentos en su favor, de los contraargumentos de los darwinistas, y de las respuestas de los
teóricos del DI. Este es un libro importante para cualquiera que quiera una perspectiva clara del debate
DI/evolución.»
Russell W. Carlson, profesor de bioquímica y de biología molecular;
director técnico ejecutivo del Centro de Investigación de Hidratos
de Carbono Complejos, Universidad de Georgia

«Este es un libro importante. Nos pone al día sobre el último asalto en el continuo debate acerca de nuestros
orígenes, y nos ayuda a preparar el escenario para el próximo asalto. Mejor aún, deja claro a aquellos que
puedan no haber estado siguiendo los acontecimientos más recientes que el verdadero debate científico
comenzó bien, pero que se interrumpió pronto, y que en su mayor parte está sin resolver.»
David Keller, profesor de química, Universidad de Nuevo México

«El doctor Woodward ha hecho un favor tanto a los simpatizantes como a los detractores del movimiento del
DI. Aunque Tom es evidentemente un proponente del DI, mantiene la capacidad de dar un paso atrás y permitir
que los críticos anti-DI presenten sus argumentos. Esto va rápidamente seguido de las refutaciones de parte de
las figuras más destacadas del DI. También cubre todas las principales críticas: “El DI no es ciencia”, “el DI es
religioso”, “la complejidad irreducible ha quedado refutada”, e incluso la más fantasiosa: “el DI comportará el
final de la ciencia”. Nadie comprende mejor el movimiento del DI y a sus detractores que Tom Woodward.»
Ralph Seelke, profesor de biología y de ciencias de la tierra,
Universidad de Wisconsin-Superior

«Una brillante y exhaustiva secuela a Dudas sobre Darwin, donde, de la mano de uno de los más destacados
proponentes del Diseño Inteligente, se hace una crítica de los desafíos al DI desde 1996 hasta 2006, y donde se
documenta que la constante de dichas respuestas es que son sorprendentemente abundantes en retórica y faltas
de ciencia.
Walter Bradley, profesor distinguido de ingeniería
mecánica, Universidad de Baylor

«En Darwin contraataca, Tom Woodward ha rendido un inapreciable servicio a la comunidad del DI. El
progreso del movimiento del DI puede ser seguido con la mayor claridad gracias a los crecientes ataques
procedentes de la comunidad evolucionista. Los que están al margen de la contienda pueden sentirse tentados a
creer que el DI ha sido vencido y que está en retirada. La lúcida prosa y la detallada investigación de Woodward
demuestran precisamente lo contrario. ¡Lea este libro y entusiásmese!»
Raymond G. Bohlin, conferenciante sobre evolución,
presidente, Ministerios Probe
Contenido

Cubierta

Portada

Eologios

Prólogo

Prefacio

1. La irrupción del Designio: «¡Que se cae el cielo!»

2. La verdadera cuestión: La sinfonía macroevolutiva de la naturaleza

3. El Designio después de 1996: Avance bajo un fuego intenso

4. Más allá del Congreso de Yale: La guerra sobre el Designio se calienta

5. Bombas y cohetes a discreción: Michael Behe y la complejidad de la célula

6. Jonathan Wells y su obra Iconos de la evolución: La batalla sobre la desinformación


en los libros de texto

7. Los fósiles y la batalla sobre el Cámbrico: El iceberg y su reluciente punta


8. El recalcitrante misterio: ¿Cómo se originó la vida?

9. Evaluación de la cuestión acerca del origen de la vida: ¿Qué hemos aprendido?

10. La CSI y el filtro explicativo: La prueba de fuego de Dembski

11. Aliados inesperados: Cosmólogos y ateólogos

12. ¿Estamos en el punto de inflexión? Tesis, retrospecciones y planteamientos

Apéndice

Notas

Índice

Thomas Woodward

Créditos
Prólogo

Muy semejante a un espía de una novela de John Le Carré que hubiera estado presente
en cada uno de los cruciales acontecimientos de la Guerra Fría, Tom Woodward ha
estado constantemente presente en el escenario de la guerra cultural sobre el diseño
inteligente. Es un observador con un conocimiento privilegiado. Con su libro Dudas
sobre Darwin se estableció como el historiador del Movimiento del Diseño Inteligente.
Ahora, con Darwin contraataca, adopta el papel de un corresponsal de guerra de gran
talento, desplazándose arriba y abajo por las líneas del frente, siguiendo las corrientes
de una retórica intensa, y a menudo feroz, que unos darwinistas llenos de pánico
lanzan contra los teóricos del designio.
Mi primer encuentro con Tom fue en 1990 cuando yo era un becario posdoctoral en
informática en la Universidad de Princeton. Como graduado de Princeton, Tom
comenzó a trabajar estrechamente con un grupo de miembros de la facultad de
Princeton en 1988, con el objetivo de desarrollar una serie anual de conferencias en la
universidad acerca de una diversidad de temas académicos. Junto con estos profesores,
organizó conferencias dictadas por Alvin Plantinga en Princeton en el otoño de 1990.
Conocí a Tom en una de estas conferencias, y en los siguientes años experimentamos
«encuentros en entornos universitarios» en muchos otros lugares, especialmente con el
papel clave que él desempeñaba de reunir a académicos darwinistas y a teóricos del
designio en francos intercambios y crítica mutua.
Fue oportuno que nos conociésemos en una conferencia de Alvin Plantinga, porque
Plantinga es no solo uno de los filósofos más bien considerados de nuestra era, sino
que también es uno de los que ha escrito de forma comprensiva acerca del proyecto
intelectual del Diseño Inteligente. En este contexto, se le puede considerar como un
símbolo de la creciente pesadilla retórica a la que hacen frente los neodarwinistas en el
exaltado mundo de la universidad. Esta pesadilla no es simplemente el resultado de la
presión política que los darwinistas están experimentando. Más bien, se trata de que la
historia darwinista de la evolución en la que ellos fundan sus esperanzas se está
desmoronando.
Los argumentos en pro del designio se fundamentan en patrones empíricamente
identificables en el universo, los cuales demuestran que la inteligencia constituye un
aspecto esencial de la estructura causal conocida del universo (véase la premisa de lo
posible en los capítulos que siguen). En consecuencia, las inferencias de designio no se
pueden descartar a la ligera con meras bravatas, o con desdeñosos ataques personales,
o ni siquiera con invocaciones teológicas de «un diseño deficiente». De hecho, como
Woodward observa en este volumen, la contrarretórica de los defensores de Darwin
está dando bandazos hacia unas formas de tal estridencia y vitriolo que provoca más
curiosidad hacia las causas psicológicas de los estados emocionales de dichos
darwinistas que acerca de los «malvados motivos» de los defensores del DI. Los
historiadores de la ciencia nos ayudan generalmente a comprender esta clase de
subtexto personal del argumento científico, pero como historiador de la retórica,
Woodward ha hecho todavía más: ha explorado esta faceta del debate con un especial
cuidado, catalogando con un detalle vívido e inolvidable el laberinto donde la lógica y
la evidencia empírica confrontan a la emoción y la narrativa personal.
El anterior libro de Woodward —Dudas sobre Darwin— recibió grandes aplausos de
numerosos académicos en absoluto asociados con el Movimiento del DI (véase los
«aliados inesperados» en el capítulo 11 de este libro). Del mismo modo, en Darwin
contraataca, sus narraciones y percepciones como retórico de la ciencia resultarán
igualmente indispensables para los defensores de la ortodoxia darwinista y para
aquellos que la desafían. Mi predicción es que esto será especialmente cierto en su
análisis del debate que gira alrededor de Michael Behe y del flagelo (capítulo 5), así
como de su cobertura del empate sobre el origen de la vida (capítulos 8 y 9) y de los
explosivos que los ateólogos lanzan sobre su propio tejado (capítulo 11).
Se ha dicho que los movimientos culturales e intelectuales pasan por tres etapas:
primero, se les ridiculiza; luego, se les presenta una oposición violenta; y al final se les
acepta como una segunda naturaleza, de modo que la gente no puede ni imaginarse de
qué trataba toda la polémica. En este libro, Woodward expone cómo el movimiento del
DI ha entrado ahora en la segunda etapa, y luego hace una evaluación de cómo
estamos haciendo. La segunda etapa es la crítica. Es en esta etapa que se decide el
futuro de un movimiento; si posee el fondo para hacer frente a las fulminantes críticas
con que se enfrenta, o si morderá el polvo.
Woodward es optimista, igual que yo, acerca del resultado último de la controversia
sobre el DI, y él concluye su cuidadoso análisis con unas predicciones bastante osadas.
Si tiene razón, podremos esperar un tercer volumen de su autoría, que complete la
trilogía sobre el movimiento del DI que comenzó con Dudas sobre Darwin y que ahora
continúa con Darwin contraataca. Si tiene razón, este tercer volumen podría titularse
de forma apropiada como El triunfo del designio. Pero, por cuanto «Darwin» figura en
los títulos de los volúmenes anteriores de la trilogía, puede que desee titularlo algo así
como La decrépita idea de Darwin, o Darwinismo: Los años de decrepitud.
WILLIAM A. DEMBSKI
Prefacio

Perspectiva general
El uno de agosto de 2005, unos reporteros en la Casa Blanca preguntaron al
Presidente Bush por su opinión acerca de la nueva teoría del Diseño Inteligente que
había estado saliendo con creciente frecuencia en las noticias. Específicamente, ¿debía
enseñarse en las escuelas? El Presidente manifestó que le parecía una buena idea que
se expusiera a los estudiantes a las nuevas ideas. Sus breves comentarios, hechos sin
más dentro del contexto de una conversación sobre muchos temas con reporteros,
fueron aislados por la prensa y se hizo de ellos una noticia de grandes titulares. Time,
que había estado preparando un artículo sobre el Diseño Inteligente, se precipitó a
completar su investigación e hizo de dicho artículo su tema de portada la semana
siguiente.[1] A renglón seguido intervinieron autoridades de todos lados. Muchos se
lamentaban de la ignorancia científica del Presidente, mientras que otros aplaudían su
espíritu de fomento de la libertad de expresión. Los comentarios de Bush abrieron el
camino a una nueva discusión pública y a un debate en los medios acerca de los pros y
contras de enseñar el Diseño Inteligente en las aulas de las escuelas públicas.
En medio del fragor de este debate se había perdido de vista un hecho crucial. El
Instituto Discovery, la agencia central para la coordinación y financiación para la
investigación del Diseño Inteligente (abreviado DI), había apremiado a las escuelas a
no demandar la inserción del DI en el plan de enseñanza de las escuelas públicas,
porque la teoría se encuentra en su adolescencia, y cualquier «exigencia de enseñanza
del DI» trasforma inevitablemente la cuestión del designio en la naturaleza en una
polémica política. Más bien, los académicos de Discovery apremiaban a las escuelas a
renovar su enseñanza de la teoría dominante, la evolución darwinista, de manera que
deje de excluirse sistemáticamente la evidencia contraria a la misma. En otras palabras,
enseñen más acerca del darwinismo que nunca en el pasado: enseñen la teoría como
se hace actualmente, pero indiquen también dónde se enfrenta con líneas de evidencia
contradictorias.
El día después que los reporteros extrajesen aquellos breves comentarios del
Presidente y desencadenasen el frenesí de los medios de comunicación, uno de los
principales oponentes del DI, Paul Gross, apareció en el programa de televisión
O’Reilly Factor. En sus declaraciones, dijo que «el Diseño Inteligente es un complejo
y creciente cuerpo de acción y de literatura, mayormente de relaciones públicas, con el
propósito de enseñar, o al menos sugerir, que hay un enorme conjunto de evidencias
científicas que demuestran que la biología evolutiva estándar está en error, que lo que
se conoce como darwinismo se ha derrumbado. Todo esto es falso».[2]
Al mencionar el «enorme conjunto de evidencias científicas» que algunos perciben
que han llevado al derrumbamiento del darwinismo, Gross hace aflorar una cuestión
clave que genera diversas cuestiones: ¿Está caduco el darwinismo? ¿Está lentamente
descendiendo en espiral hacia un espectáculo sin precedentes de derrumbamiento
científico global? ¿Se han agrietado verdaderamente y derrumbado más allá de toda
reparación sus cimientos científicos y filosóficos, como lo exponen vigorosamente los
científicos que trabajan dentro del Movimiento del Diseño Inteligente? ¿Está
emergiendo un nuevo paradigma del Diseño Inteligente que retiene las ideas
darwinistas solo al modesto nivel de la microevolución—la variación de estructuras ya
existentes?
¿O acaso es todo al revés? ¿Acaso el darwinismo, sometido a poderosas críticas de
los teóricos del Diseño Inteligente, está surgiendo con más fuerza que nunca? A raíz
del bombardeo y ametrallamiento retórico que ha estado padeciendo el DI de parte de
científicos y de los medios de comunicación durante la década pasada, ¿es acaso el DI,
en lugar del darwinismo, el que se está hundiendo bajo el peso de la crítica científica y
de la «evidencia abrumadora» de la evolución darwinista?
Este doble estallido de preguntas capta el espíritu de un duro choque científico que
ha llegado al público en años recientes. Este conflicto es diferente del de versiones
anteriores del debate sin fin acerca de los orígenes. En este debate, el libro de Génesis
no es el tema de discusión.
Sé perfectamente que la resolución del Juez John E. Jones en la vista de Kitzmiller
contra la Junta Escolar de Dover en diciembre de 2005 declaraba que DI «no es
ciencia», sino más bien un derivado religioso del creacionismo bíblico. Esta polémica
sentencia, aplaudida por los darwinistas como su «regalo de Navidad de 2005», ha
comenzado a caer como un boomerang sobre el campo darwinista debido a los
notorios errores del Juez Jones acerca de los supuestos de hecho y a su silencio acerca
de los días de testimonio científico que atacaron de forma implacable el testimonio
anterior de los testigos darwinistas. La respuesta publicada por el biólogo Michael
Behe, de la Universidad de Lehigh, señaló ella sola veinte graves errores—y ello solo
en la sección de ciencia del dictamen del Juez Jones.[3]
Por mi parte, yo contemplo la resolución del caso Dover como un fascinante pie de
página en un debate acerca de los orígenes que ha quedado radicalmente transformado.
Ahora existe un enfoque preciso sobre un conjunto específico de descubrimientos
científicos que está impulsando al nuevo movimiento. Diciéndolo de forma sencilla,
algunos investigadores están argumentando que al irse desvelando nuevos niveles de
complejidad en los sistemas de la vida, estos sistemas hipercomplejos, de gran riqueza
en información, están estirando la fe en el modelo darwinista hasta más allá del punto
de rotura. Un resumen típico del DI en dos párrafos podría ser como sigue:
Las pruebas científicas exponen ahora una sorprendente gran limitación en la
capacidad de las mutaciones aleatorias para desarrollar nuevos genes funcionales.
[4] También, al ir aprendiendo más acerca de la molécula filiforme del ADN, que
en las células humanas tiene como 20.000 genes —ficheros digitales incrustados
en lo que viene a ser el disco duro de ADN de la célula— tanto más vemos que
esta información soportada por el ADN es estructuralmente idéntica a la
información ordinaria codificada en las comunicaciones humanas (libros, DVDs
digitalizados) y otros artificios del hombre. Para identificar qué clase de causa
«escribió los ficheros del ADN», podemos aplicar el potente planteamiento del
razonamiento que los científicos emplean actualmente, y que se designa como «la
inferencia a la mejor explicación». Por cuanto el ADN (con el ARN y las
proteínas) presenta una estructura matemática que se llama «complejidad
especificada» (incluso un gen exhibe una probabilidad asombrosamente pequeña,
en tanto que sus letras están precisamente especificadas), esto nos hace posible
plantear una cuestión clave. En el mundo real, el mundo del ensayo científico y de
la experiencia, ¿observamos alguna vez procesos naturales que produzcan esta
clase de complejidad? De hecho, nunca se ha constatado un ejemplo en el que la
naturaleza elaborase esta clase de complejidad. Sin embargo, en la estructura de
causa y efecto contemplada en nuestro mundo coetáneo, las causas inteligentes
producen fácilmente esta clase de complejidad especificada. De modo que la
inferencia al designio para el ADN se basa en nuestra experiencia de las
estructuras observadas del mundo real, no en algo imaginario.[5]
Se encuentra una evidencia igualmente convincente de designio en el flagelo
bacteriano, que posee un motor giratorio que impulsa a ciertas bacterias a través
del líquido como un submarino con un motor fuera borda. El flagelo, como lo han
expuesto los biólogos Michael Behe y Scott Minnich, presenta una complejidad
irreducible pareja a la de una máquina, lo que es un indicador empírico de
designio debido a que excluye una evolución por pasos secuenciales mediante
selección. Quitemos una pieza del flagelo, y su sistema giratorio no funcionará.
Las historias darwinistas de la evolución del flagelo son (en el mejor de los casos)
unas «historias especulativas» fragmentarias. Sus cuarenta piezas, todas ellas
proteínas con una conformación específica, son evidencia suficiente de una
inteligencia subyacente a la vida, y el flagelo es solo la punta del iceberg. La
célula está abarrotada de estos complejos sistemas con multiplicidad de piezas
que siguen desafiando a la explicación darwinista de un origen por pasos
secuenciales.
Naturalmente, si un darwinista ilustrado (familiarizado con el debate del DI) lee este
párrafo, seguramente objetará ruidosamente contra este punto: «¿Qué hay de la crítica
de Kenneth Miller contra la complejidad irreducible? ¿Cómo puede nadie aceptar este
patético “argumento de la incredulidad” del DI? ¿Cómo explican los teóricos del
Diseño Inteligente sistemas deficientemente diseñados como la columna vertebral
humana —o, especialmente, el ojo humano? ¿Cómo iba un creador sabio a producir
unos productos tan deficientes como estos?»
Sé que si yo estuviera en el puesto de los darwinistas, mi mente estaría bullendo con
pensamientos como estos. Mi bateria de respuestas imaginadas desvela la naturaleza
científica sumamente conflictiva de la épica contienda entre el DI y el darwinismo.
Estamos a años luz del choque estereotipado por la La herencia del viento entre la
religión dogmática y la ciencia ilustrada, aquella película que grabó una versión
totalmente ficticia del juicio de Scopes en nuestra conciencia. Ahora ya no se trata más
de William Jennings Bryan contra Clarence Darrow —ya no se trata más de religión
contra ciencia. En la actualidad es Michael Behe, de la Universidad de Lehigh, el
bioquímico proponente del DI, contra Kenneth Miller, de la Universidad Brown,
biólogo de la escuela del darwinismo. Ahora se trata del teórico del DI Scott Minnich,
profesor de microbiología en la Universidad de Idaho y que publica sus
investigaciones acerca del flagelo, enfrascado en una intensa polémica con Robert
Pennock, profesor darwinista de filosofía que enseña en la Universidad Estatal de
Michigan y que ha publicado críticas contra el DI. Guste o no guste, ya no se trata más
de ciencia contra religión; ahora se trata de ciencia contra ciencia.

¿Un fenómeno global?


Otra señal de que la controversia sobre el DI no es una repetición del juicio de
Scopes es el hecho patente de que este debate se está difundiendo rápidamente a nivel
global. Los diarios en Europa están informando acerca de los «peligrosos» nuevos
conceptos de DI que emanan de los Estados Unidos, y están advirtiendo a sus lectores
para que estén prevenidos frente a esta invasión. La penetración en Europa quedó
simbolizada por «Darwin y Designio: Un Desafío a la Ciencia del Siglo Veintiuno», un
congreso que se celebró en Praga, la capital de la República Checa, en octubre de
2005. Yo tuve el privilegio de asistir a esta reunión —el primer gran congreso sobre DI
que jamás se celebró en Europa. Reunió a setecientos participantes de dieciocho países
diferentes para oír a pioneros como Stephen Meyer, Jonathan Wells y Charles
Thaxton. Pero muchos comentaron acerca de la participación de oradores clave
procedentes de Europa: John Lennox, matemático de Green College, Universidad de
Oxford, que pronunció la conferencia de clausura; Dalibor Krupa, físico destacado de
la República Eslovaca; Cees Dekker, biofísico célebre, investigador pionero en
nanotecnología biológica en la Universidad de Delft, Holanda, y David Berlinski, un
filósofo de las matemáticas y de la ciencia, de París, cuya única religión es «pasárselo
bien en todo momento». Desde mi punto de vista, estos cuatro participantes europeos
pronunciaron unas ponencias que refutan plenamente la acusación de que el DI es
meramente «religión disfrazada de ciencia».
El congreso de Praga no solo tuvo un sabor intensamente científico; también tuvo un
sabor distintivamente europeo. De modo que lo que tenemos en la actualidad no es un
mero debate estadounidense, hundido en su propio medio de hipersensibilidad, que
supone que cada uno que plantea dudas acerca de la macroevolución tiene motivos
religiosos. Este nuevo debate ha saltado los límites internacionales; se ha vuelto global.
Es asimismo interdisciplinario, y es intensamente empírico y matemático, impulsado
por los más recientes descubrimientos acerca de la complejidad y riqueza
informacional de la naturaleza. Y surgen diversas preguntas al encontrarnos con este
fenómeno global del DI: ¿Qué solidez tienen los argumentos y las evidencias de cada
una de ambas partes? ¿Quiénes son los protagonistas clave en cada lado, y qué
progreso han realizado en este encarnizado enfrentamiento mutuo? ¿Cuáles son los
pasos o las etapas a través de los que se desarrolla el debate, y a dónde parece dirigirse
en el futuro?
Este libro constituye un intento de dar respuesta a estas y a otras preguntas. Invito al
lector a seguirme en mi exploración de la actual lucha entre estas dos perspectivas
científicas —el darwinismo (técnicamente designado neodarwinismo desde la década
de 1940)[6] y la teoría del Diseño Inteligente. Exploraré su contundente choque en la
década de 1990 y en la primera década del nuevo milenio. Esta saga —una compleja y
creciente lucha de persuasión científica— ha llegado a generar un elevado nivel de
interés entre los científicos y entre el gran público. Más allá de los planteamientos
fundamentales de hecho que se acaban de mencionar, todos queremos sondear
cuestiones de mayor profundidad. ¿A qué conclusiones últimas podemos llegar acerca
de nuestros orígenes, en base a la evidencia científica y en base a un sano
razonamiento científico? ¿Qué es la ciencia, y qué modos de razonamiento científico
tienen sentido?
En la elección del título Darwin contraataca, el énfasis no recae tanto sobre las
primeras etapas del surgimiento del DI como idea y movimiento, ni en las etapas
iniciales de la elaboración del argumento del DI. Esta fascinante historia se encuentra
en mi anterior libro, Dudas sobre Darwin, y en otros libros y artículos.[7] Este libro es
una secuela deliberada a mi obra anterior. Cuenta como Darwin, encarnado en sus
modernos herederos y defensores, ha contraatacado furiosamente ante los tempranos
avances realizados por el DI. Explora los multiplicados esfuerzos de parte de los
actuales darwinistas para «aplastar la rebelión» (para hacerme eco de las palabras del
emperador en las películas de La Guerra de las Galaxias). También resalta las
enérgicas respuestas y contracríticas procedentes de los teóricos del DI, al aprovechar
la oportunidad que les dan los ataques de los darwinistas para vindicar sus propios
argumentos.

Unas palabras a título personal


Me será necesario decir algunas palabras acerca de mi propia inclinación como
historiador del DI, desde mi campo de la «retórica de la ciencia».[8] Puedo
comprender a aquellos que han atacado el DI con ensañamiento. Mi primer encuentro
con alguien que pretendiese la existencia de «problemas científicos con la evolución»
fue una discusión emocionalmente intensa en una comida durante el otoño de mi
primer año en Princeton en 1968. Para poder describir mi actitud aquella noche, debo
explicar que en mi adolescencia había declinado en mi creencia en Dios a un vago
deísmo durante mi juventud, y a un endurecido agnosticismo al llegar a mi último año
de bachillerato. Seguía asistiendo a la iglesia con mi familia, pero esto significaba bien
poco para mí. Mi sucedáneo de Dios en aquel tiempo, algo en lo que podía confiar
plenamente, era la ciencia. Estaba chiflado por la astronomía (lo sigo estando), y había
escrito un trabajo de curso sobre el Big Bang que dejó maravillado a un profesor de
ciencias del instituto. Estaba entonces absolutamente convencido de que —tanto si
Dios existía como si era un mito— había una cosa innegablemente cierta: que nosotros
y todas las formas de vida habíamos evolucionado desde un antepasado común.
Estudiando biología de bachillerato, me cautivó el concepto de la selección natural,
que llegué a considerar como la ley de la naturaleza más importante jamás descubierta.
En ella se veía el inexorable poder creativo de la naturaleza al seleccionar
incesantemente mejores formas de vida. Cuando desperté a este poder creativo de la
selección natural, fue una revelación. Era entonces tan darwinista (y estaba tan
comprometido con el naturalismo científico) como Richard Dawkins, y no estaba
preparado para lo que oí mientras cenaba con mi amigo de Princeton John Donahue.
Me mencionó que estaba asistiendo a un estudio sobre orígenes, y agucé el oído al oír
evolución. Pregunté acerca de este estudio, creyendo que me gustaría asistir. John me
dijo que el profesor presentaba evidencia científica contra la evolución.
Estas palabras de Donahue suscitaron asombro e ira. «¿Evidencia contra la
evolución? ¡Si no hay!», protesté. «Todo el mundo sabe que toda la evidencia respalda
la evolución. ¿Quién está enseñando esta basura?»
Un poco desazonado, John me dijo que el estudio lo presentaba un graduado de
Princeton del curso de 1913. En el acto le dije que este caballero debió matricularse en
Princeton cuando Woodrow Wilson era presidente de la universidad. El problema de
este académico era sencillo: ¡no conocía la ciencia del siglo veinte! (Como dijo
Richard Dawkins: «Si te encuentras con alguien que afirma no creer en la evolución, o
es ignorante, o estúpido, o bien está loco»).[9]
Aquella noche decidí ir a conocer y a refutar con educación a aquel ignorante
académico. Me encontré con él en una conferencia pública en el campus de la
universidad. Entablamos una intensa discusión aquella noche durante tres horas y otra
vez en su apartamento al día siguiente. Quedamos en un callado empate, y esto llevó a
otras conversaciones con otros estudiantes y graduados de Princeton sobre el tema de
Dios y de los orígenes. Después de seis meses de estas discusiones, incluyendo una
serie de reuniones semanales con un joven graduado, llegué a una doble conclusión:
(1) Yo no me había movido un milímetro de mi creencia en la evolución, y, sin
embargo, (2) mi visión agnóstica del mundo se basaba más en rumores e ignorancia
que en una cuidadosa investigación de la evidencia relevante. Hacia finales de mayo de
1969 quedé persuadido de lo que C. S. Lewis designaba como «Cristianismo... y nada
más», pero mi creencia en la evolución se mantenía firme —de un modo muy parecido
a como la aceptación de la evolución por parte de Lewis se mantuvo sin sobresaltos
durante la mayor parte de su actividad docente en Oxford y Cambridge.[10] En
resumen, quedé firme en mis creencias científicas, sin moverme por nada que hubiera
oído.
Como teísta, dejé claro que seguía encontrando decisiva la evidencia de la evolución
darwinista. Durante algún tiempo, mi posición fue la de un darwinista cristiano
convencido. (De pasada, los evolucionistas no solamente toleran a los darwinistas
cristianos, ¡prácticamente los ponen por delante como sus mejores cartas en el debate
con el DI!)
Fue solo tras muchos meses (y años) de un renovado estudio de la evidencia, sin mi
previo prejuicio naturalista, que comencé a hacerme consciente de una anomalía aquí,
de una pregunta sin respuesta allá. Cuanto más profundamente sondeaba, tanto más iba
encontrando inverosimilitud sobre inverosimilitud en la historia de la macroevolución
impulsada por la sola naturaleza. Me sentí asombrado al constatar la gran debilidad de
la evidencia de los fósiles como apoyo de la macroevolución de los filos. Para cuando
me gradué en Princeton, estaba convencido de que la microevolución (la supervivencia
de los más aptos) era sólidamente factual, pero que la macroevolución (el origen de los
más aptos) estaba mucho menos establecida sobre un fundamento de hecho.
Durante aquellos años me persuadí no por argumentos religiosos, sino por datos
científicos. Esta misma pauta de persuasión se dio con Michael Behe, Phillip Johnson
y prácticamente todas las lumbreras destacadas del Movimiento del Diseño Inteligente.
Todos quedaron convencidos por argumentos científicos claros, basados en la
evidencia científica. Cuando el genetista agnóstico Michael Denton publicó su
decisivo libro de 1985, Evolución: Una teoría en crisis,[11] quedé más persuadido de
que la evolución por selección natural era verdaderamente un «paradigma en crisis», y
de que las causas no inteligentes que encontramos en la naturaleza pueden dar
pequeños retoques a estructuras ya existentes, pero no pueden generar los complejos
motores ni las inmensas bases de datos genéticas en la base de la vida celular.
Cuando el DI comenzó a surgir a mediados de la década de 1980 con los escritos de
Michael Denton y otros, pensé que finalmente había encontrado un hogar científico —
un planteamiento intelectualmente satisfactorio de los orígenes. Había diversos
factores que me atraían. El primero era el compromiso con las normas más exigentes
de calidad científica. Un segundo factor era el intento del DI de rebajar el tono de la
retórica —de evitar el modo prepotente de discurso. Un tercer factor era el concepto
central, que lógicamente separaba la inferencia al designio de la tarea separada de
identificar al diseñador. Aquí es como lo expliqué en un reciente debate con el
darwinista Michael Ruse: No hay ninguna etiqueta que diga «Hecho por Yahweh»
pegada al lado del motor giratorio bacteriano —el flagelo. A fin de descubrir qué o
quién es el diseñador, uno debe salir fuera de la estrecha disciplina de la biología. Es
necesario emprender un diálogo interdisciplinario con los campos de la filosofía, la
sociología, la historia, la antropología y la teología. El diseño inteligente mismo es, sin
embargo, una inferencia científica directa; no depende de ninguna premisa religiosa
para sus conclusiones. Como explicaré en las páginas que siguen, esta conclusión
parece convincente, a no ser que se establezca una regla que excluya la posibilidad del
designio de toda posible consideración. Si no existe tal regla que prohíba la
consideración del designio, permanece como opción válida. En este punto, lo que
importa es la evidencia y la lógica, no una filosofía privilegiada.
Reconozco, desde luego, que tengo una preferencia personal, como la tiene Richard
Dawkins y cualquiera que escriba sobre esta cuestión. Yo soy un teísta cristiano, y esto
es todo lo que importa con el fin de identificar mi propia preferencia. También estoy
convencido de que el naturalismo (la creencia de que «la naturaleza es todo lo que
existe») es una preferencia mucho más problemática que el teísmo. ¿Por qué?
Expresándolo de forma sucinta, la pregunta «¿Acaso nosotros y todas las formas de
vida surgieron mediante un largo proceso gradual impulsado por la naturaleza?» queda
rápidamente resuelta al nivel de la visión que uno tenga del mundo si simplemente se
acepta el catecismo fundamental del naturalismo, que dice: «La materia originó la
mente». Si fuese cierto que una inteligencia preexistente es inherentemente un mito y
que ni siquiera se puede considerar como una posible realidad, entonces el darwinismo
(o algo parecido al darwinismo) gana por defecto, por débil que sea la evidencia a su
favor. Por otra parte, si se aceptan las diversas perspectivas de «la mente primero»
(incluyendo el teísmo o el deísmo) como posibles marcos de trabajo para el
pensamiento, entonces la pregunta «¿Vinimos por evolución?» ya no puede resolverse
de forma simple al nivel de la visión que uno tenga del mundo. Al llegar a este punto,
uno debe ir más allá, y sumergirse en la evidencia misma. Y ahí es donde estamos
encaminados: ¿Adónde nos lleva la evidencia?

Una mar de gracias


Recuerdo aquí una frase encantadora que aprendí de mi querida maestra de español
en el instituto de bachillerato, Ruth Ferguson: «¡Una mar de gracias!», que para la
mente inglesa resulta sumamente gráfica. Mi deuda va más allá de una mar; querría
expresar un océano de gracias a aquellos que han hecho posible este libro. Ante todo a
mi esposa, Normandy, con su constante paciencia mientras me enterraba en vida en
libros o me agazapaba con mi ordenador portátil. En segundo lugar, a los científicos
del movimiento del DI que han compartido pensamientos y experiencias, incluyendo a
Michael Behe, Walter Bradley, William Dembski, Cees Dekker, Robert Disilvestro,
Robert Kaita, Dalibor Krupa, John Lennox, Jed Macosco, Stephen Meyer, Scott
Minnich, Glen Needham, Paul Nelson, Ed Peltzer, Jay Richards, Charles Thaxton,
Jonathan Wells y Mark Whalon. En tercer lugar, estoy también agradecido por las
interacciones con científicos fuera del movimiento del DI, especialmente a Richard
Sternberg, un científico evolucionista que ha sufrido enormemente por haber seguido
procedimientos normales para permitir la consideración de un artículo para su
publicación (véase el apartado en la pág. 36). He tratado de interaccionar con tantos
darwinistas como he podido. No daré sus nombres aquí, ¡podrían ser acusados de
ayudar a un enemigo ideológico! Pero estoy agradecido por la ayuda que me han
prestado. En cuarto lugar, doy las gracias a nuestros maravillosos amigos Ron y Janet
Vasquez, Loyd y Leslie Cunningham, Jerry y Ruth Swift, a la junta y a los amigos de
la Sociedad C. S. Lewis, y a otros que han ayudado silenciosamente desde el
anonimato con su aliento. Aprecio el constante ánimo y las útiles sugerencias de
Bradley Jones. Finalmente, doy las gracias a mi colega Rich Akin que me ayudó con
los primeros borradores, y a Chad Allen, mi fiel editor. «¡Una mar de gracias para
todos!»
Finalmente, dedico este libro a mis cuatro hijos —Daniel, Stephen, Joy y Karyn,
junto con sus cónyuges e hijos. Estos pertenecen a la generación emergente que tendrá
que confrontar la cuestión del darwinismo y del DI y que decidirá cuál de estos
modelos teóricos ha demostrado ser el paradigma explicativo más fructífero para el
futuro. Ojalá lleguen a amar la ciencia como la maravillosa aventura sin fronteras que
es. Que puedan llegar a pensar con claridad y a cuestionar sin pausa, hasta que
consigan respuestas que puedan resistir el examen más riguroso. Confiados en que así
lo harán, puedo prever que se avecinan los mejores días para la ciencia.
1
La irrupción del Designio
«¡Que se cae el cielo!»

Fue una ventana surrealista en el tiempo. Comenzando en agosto de 2004 y


extendiéndose durante más de un año hasta el otoño de 2005, la insidiosa amenaza se
difundía por el mundo. Mes tras mes se podía oír en los medios de comunicación
americanos el ritmo batiente de unas advertencias crecientemente estridentes. Los
editorialistas tronaban a través del país; se reñía a los periodistas por no informar
adecuadamente del peligro que se cernía en el horizonte. Se evocaban imágenes de un
inminente cataclismo.
Luego la editorial de la Universidad de Oxford se unió al coro, con la publicación de
dos libros que identificaba a las personas vinculadas a la nueva amenaza internacional.
La devastación cultural, sentenciaron los autores de Oxford Press, estaba ahora
surgiendo como una verdadera posibilidad en Occidente. No se trataba de una cuestión
menor —lo que estaba en juego no era nada menos que nuestros valores democráticos
heredados de la Ilustración. Los científicos y los ciudadanos ordinarios tenían que
despertar y combatir la amenaza; la salud misma de nuestra civilización moderna
estaba en peligro.[1]
Este escenario parece muy imaginativo —como una novela en la que se empieza con
rumores de horribles tramas terroristas contra ciudades principales, que al final quedan
al descubierto. Esto le recuerda a uno el bombo publicitario que se da a una película en
la que aparece un cometa o un asteroide en curso de colisión con el planeta Tierra.
Pero este año de alarma no fue una ficción. Fue dolorosamente real,[2] y cuando
estalló la furiosa controversia en agosto de 2005 —desencadenada por unas palabras
informales en la Casa Blanca— millones de estadounidenses sacudieron la cabeza con
incredulidad o enfurecidos, mientras eran objeto de titulares de las publicaciones
periódicas y de los programas de noticias de las grandes cadenas.[3]
Los que cargaban con la culpa por esta creciente crisis eran un grupo de agitadores,
la mayoría con doctorados. Este grupo disperso había crecido en años recientes para
formar una red de varios cientos de científicos y académicos de otros campos, muchos
de los cuales estaban trabajando discretamente en aulas y laboratorios científicos
universitarios. Aunque habían estado recibiendo el aliento de muchos en América y
por todo el mundo, se encontraron de repente como objetivo de dedos acusadores de
portavoces destacados del mundo académico y de los medios de comunicación. Es
innecesario mencionar que este grupo tenía un nombre: el Movimiento del Diseño
Inteligente.
Estos investigadores se sintieron atónitos al verse lanzados, junto con sus
heterodoxas hipótesis del diseño de ciertos factores del universo, bajo un feroz
escrutinio público. Este tema se trató en Larry King Live y en monográficos especiales
de televisión, y fue analizado en un artículo de fondo que fue tema de portada en la
revista Time, así como en un reportaje a doble página de USA Today. La teoría fue
apaleada de manera sustancial en cientos de artículos y editoriales repletos de
hostilidad y en una docena de libros críticos. La crítica misma de sus ideas era algo
que se esperaba, pero hubo diversos aspectos de este torrente de palabras que dejó
atónitos a los miembros del Movimiento del Diseño Inteligente. En primer lugar, el
alto nivel de menosprecio y hostilidad dirigido contra su punto de vista. En segundo
lugar, e igualmente pasmoso, la pauta de burda distorsión de su mensaje y de sus
motivos —donde lo peor de todo procedía de colegas académicos. Los defensores del
DI apenas podían creer sus mismos ojos al contemplar como sus críticas publicadas del
darwinismo eran retorcidas hasta quedar totalmente irreconocibles, una vez tras otra, y
luego descartadas de forma condescendiente como «acientíficas». Lo peor de todo es
que se encontraron bajo la acusación de estar difundiendo una peligrosa
desinformación y de hacer peligrar la salud de la ciencia e incluso de nuestra misma
civilización. Un redactor de la MSNBC, Ker Than, haciéndose eco de los temores del
historiador de la ciencia de Cornell, William Provine, dijo que si el DI penetra con
éxito en las escuelas y universidades, «comportará la muerte de la ciencia».[4] Los que
trabajaban bajo la bandera del Diseño Inteligente se encontraron arrojados
bruscamente al centro del escenario de la historia cultural y científica del nuevo siglo.
Pero no se les trataba como revolucionarios científicos ni como disidentes respetables,
sino como enemigos públicos.
Se plantearon pronto dos preguntas fundamentales durante el despertar de los
Estados Unidos a la controversia del Diseño Inteligente: (1) ¿Quiénes eran
exactamente estos polémicos intelectuales? y (2) ¿Qué los había llevado a poner en
duda la historia científica de la creación en la Tierra? Muchos de los líderes del DI
eran profesores numerarios, y varios de ellos eran considerados como pioneros o como
figuras líderes en sus respectivos campos de investigación.[5] Algunos de ellos
enseñaban ciencia o ingeniería en universidades privadas de élite como Princeton,
Yale, Oxford, Cambridge y Dartmouth, en tanto que otros desarrollaban sus
actividades en laboratorios de biología o química en grandes universidades estatales,
incluyendo la Universidad Estatal de Michigan, la Universidad de Wisconsin y la
Universidad de Nuevo México. Además, también había científicos extranjeros que
habían añadido su peso al DI, incluyendo Dalibor Krupa, físico y miembro de la
Academia Eslovaca de las Ciencias, y Lev Beloussov y Vladimir Voeikov, biólogos
rusos de la Universidad Estatal de Moscú. Beloussov, embriólogo, y Voeikov, profesor
de química bioorgánica, son ambos miembros de la Academia Rusa de Ciencias
Naturales.
Por lo que se refiere a los motivos de estos académicos, me centré en esta cuestión en
Dudas sobre Darwin (2003), donde se exploraba la historia temprana del Movimiento
del Diseño Inteligente desde los primeros balbuceos de la década de 1960 hasta
acontecimientos clave en el albor del siglo veintiuno. Una cosa quedaba clara del
examen de los hechos históricos. En contra de las afirmaciones tan extensamente
difundidas, el DI no fue impulsado desde un programa religioso cristiano
conservador. De hecho, el Comité Ad Hoc para los Orígenes (un precursor del DI),
lejos de ser un grupo de fundamentalistas, era un grupo muy heterogéneo que fue
convergiendo primero debido a su escepticismo tocante a la doctrina darwinista, pero
también por una insatisfacción general con el planteamiento del creacionismo
científico con su construcción de argumentos científicos para respaldar una lectura
literal del Génesis. La mayoría de los miembros del grupo Ad Hoc no eran literalistas
respecto al Génesis, y de hecho algunos de ellos eran abiertamente agnósticos.

Denton y sus sucesores


Lo que sí fue crucial en el nacimiento del Diseño Inteligente fue un par de bombas
conceptuales —dos libros clave que irrumpieron a la vista del público mediada la
década de 1980, y que detallaban la inverosimilitud de las historias evolucionistas del
origen. Estos libros comenzaron a edificar una estructura compartida de escepticismo
por todo el mundo. Galvanizaron a los precursores del DI y dieron forma al
movimiento que estaba surgiendo. El más explosivo de los dos fue Evolución: Una
teoría en crisis, un manifiesto de 360 páginas escrito por el biólogo molecular Michael
Denton. Cuando se publicó este libro, primero en Inglaterra (1985), y a continuación
en los Estados Unidos (1986), Denton era un genetista agnóstico, nacido y educado en
Inglaterra, pero trabajando entonces en un laboratorio clínico en Australia. Su libro
emprende la acumulación de suficientes datos en cada uno de los campos de la
biología como para aplastar la credibilidad de una evolución a gran escala. Esto es, a la
vez que mantiene la microevolución, Denton afirma que la macroevolución era un
proceso desde luego no bien comprendido, y que no hay evidencia que fuese impelido
por mutaciones y selección natural. A la vez que rechaza resueltamente cualquier
regreso a una cosmología basada en Génesis, acaba su libro con una sobrecogedora
valoración de la escasa evidencia de evolución: «La evolución darwinista no es ni más
ni menos que el mito cosmogónico del siglo veinte».[6] Sea cual sea la verdadera
explicación, dice Denton, desde luego, ahora no la tenemos. Tenemos que emprender
la tarea de descubrirla.
Fue la lectura del libro de Denton lo que demolió de forma instantánea las moderadas
creencias darwinistas de Michael Behe (biólogo de Lehigh) y de Phillip Johnson
(catedrático de leyes en la Universidad de California en Berkeley), por no hablar del
impacto que tuvo sobre muchos otros académicos que se unirían al Movimiento del
Diseño Inteligente. El punto de inflexión para ellos fue la lectura de Evolución: Una
teoría en crisis. Esto llevó directamente al lanzamiento de sus propios programas de
investigación sobre darwinismo. El examen de la evolución por parte de Johnson
comenzó durante su año sabático en Inglaterra en 1987, donde leyó simultáneamente la
impresionante crítica del darwinismo por parte Denton y su vigorosa defensa por parte
de Dawkins, El relojero ciego. Después de cuatro años de investigación y redacción, y
después de haber dado su borrador a docenas de biólogos y otros intelectuales para
obtener sus críticas, sus esfuerzos culminaron finalmente con Proceso a Darwin en
1991. Johnson añadió un epílogo en una edición revisada en 1993, para responder a
una andanada de críticas que había recibido de muchos lados, incluyendo un largo
ataque publicado por el evolucionista de Harvard, Stephen Jay Gould. Desde entonces
ha publicado otros cinco libros acerca del darwinismo o de su fundamentación en el
naturalismo.[7]
En 1996 Michael Behe prácticamente eclipsó a Johnson con su best-seller La caja
negra de Darwin, una investigación de muchas complejas máquinas moleculares que,
según él argumentaba, resistían a cualquier explicación verosímil respecto a cómo las
hubiera podido ensamblar la selección natural por pasos consecutivos siguiendo la
dinámica darwinista. Esta multitud de piezas de máquinas (diminutas proteínas con
una conformación precisa) eran todas necesarias para conseguir la función existente. Si
se elimina una de ellas, la función desaparece. Por ello, la historia de su producción
gradual a lo largo del tiempo parecía apoyarse sobre un salto de fe y no sobre unos
criterios científicos realistas. Para finales de la década de 1990 quedaba claro que la
obra de Behe, con su concepto de complejidad irreducible, había llegado a ser el
pivote del Movimiento del Diseño Inteligente.
Si bien el libro de Denton había sido el principal catalizador del primer escepticismo
del DI, había funcionado conjuntamente con otra bomba, El misterio del origen de la
vida.[8] El misterio proporcionaba una crítica a un buen nivel técnico de las teorías
entonces en boga de evolución química de la primera célula. Publicado en 1984,
examinaba (y ayudó a acelerar) el abandono de la hipótesis de un origen de la vida al
azar, que se contemplaba como un desarrollo que habría tenido lugar en una antigua
mixtura como de un caldo químico contenida en un estanque en evaporación o en un
medio oceánico. El misterio estaba en acusado contraste con cualquier presentación en
el género del creacionismo científico —hasta el punto de que dos evolucionistas bien
conocidos, el químico Robert Shapiro y el físico Robert Jastrow, contribuyeron con
comentarios elogiosos para la cubierta. James Jekel, profesor de la facultad de
medicina de la Universidad de Yale, dijo en la revista Yale Journal of Biology and
Medicine: «Este volumen, como un todo, es un golpe demoledor contra la
despreocupada aceptación de las actuales teorías de la abiogénesis [evolución
química]». Al cabo de pocos años de su publicación, dos de los tres autores de El
misterio —Walter Bradley y Charles Thaxton— junto con el escritor de su prólogo, el
ex evolucionista químico Dean Kenyon, estaban trabajando en equipo, construyendo
una alternativa científica al concepto predominante de que algún «proceso natural no
dirigido» había producido la vida.
Recapitulando, lo que unió al diverso grupo de defensores del Diseño Inteligente no
fue una campaña religiosa común, aunque la mayoría eran probablemente teístas
cristianos o judíos. Más bien, el núcleo esencial del DI ha estado constituido por un
profundo escepticismo compartido acerca de la creencia axiomática de la biología—
un escepticismo que fue aumentando año tras año al ir interaccionando con
evolucionistas. En una breve encuesta de líderes del DI en 2000, me sorprendió ver
como muchos afirmaban que después de su encuentro con los problemas de prueba que
presentaba la evolución (como se expone en los dos libros o posteriormente en las
críticas de Johnson), experimentaron una «conversión científica» y reconocieron que
las explicaciones darwinistas se habían hundido; sencillamente, ya no eran sostenibles.
Así, el Diseño Inteligente nació de una intensa discusión de los problemas empíricos
de la teoría científica actual. El centro de las primeras discusiones del Comité Ad Hoc
para los Orígenes giró pocas veces, por no decir que nunca, a las implicaciones
culturales de una visión darwinista del mundo. Las conversaciones giraban más bien
en torno de los datos empíricos, y, en segundo lugar, en torno a como formular nuevas
reglas de razonamiento que permitiesen una inferencia responsable y rigurosa al
designio.
Persuadir a los científicos a considerar la posibilidad de una causa inteligente era una
tarea fundamental —y sin embargo, después de que Phillip Johnson llegase a una
destacada posición en 1991, esto pasó a ser un proyecto estrechamente relacionado con
el Diseño Inteligente. Los teóricos del designio se enfrentaban con un importante
obstáculo frente a esta nueva ciencia «liberada» la filosofía dominante del naturalismo
(o materialismo), que presupone que solo se pueden considerar las fuerzas y entidades
materiales como causas posibles en la historia del origen del universo y de la vida.
Acerca de este extremo, el DI contemplaba a la ciencia como trágicamente
contaminada por un punto de vista distintivamente teológico: el naturalismo filosófico,
que garantizaba a los investigadores que la materia precedía a la mente en lugar de que
la mente precediera a la materia y a las disposiciones complejas y especificadas de la
material. Si alguien hubiera podido abrigar algunas dudas de que la ciencia darwinista
operaba verdaderamente sobre esta presuposición religiosa (la segura no involucración
de la mente en la creación o conformación de la materia), el genetista de Harvard,
Richard Lewontin, ayudó a hacer desvanecer estas dudas con su ensayo de 1997
reseñando el libro de Carl Sagan Demon-Haunted World [Un mundo abarrotado de
demonios]. Lewontin escribe apasionadamente acerca de «la lucha entre la ciencia y lo
sobrenatural», y cuando emplea la palabra ciencia, se refiere claramente a «ciencia de
la materia antes de la mente» o a una «ciencia materialista y naturalista». Dice
Lewontin: «Tomamos el partido de la ciencia a pesar del patente absurdo de algunas de
sus modelos, ... a pesar de la tolerancia de la comunidad científica por historias no
probadas del tipo de “érase una vez”, porque tenemos un compromiso previo, un
compromiso con el materialismo». Lewontin reconoce incluso que «estamos obligados
por nuestra adhesión previa a las causas materiales a crear un aparato de investigación
y un conjunto de conceptos que produzcan explicaciones materiales, no importa cuán
contrarias sean a la intuición». ¿Hay alguna excepción, algún posible límite a esta
mentalidad? Según Lewontin, no, en absoluto. De hecho, concluye esta sección
diciendo: «Además, este materialismo es absoluto, porque no podemos permitir un Pie
Divino en la puerta».[9]
Johnson y sus colegas argumentan que la declaración de Lewontin revela un dogma
filosófico —lo que yo califico de “catecismo incorporado”— que funciona como un
nuevo tipo de fe en un Génesis que simplemente decreta: «La materia fue anterior a la
mente». Si la ciencia darwinista se ha construido sobre este fundamento filosófico o
incluso teológico (como parece evidente), entonces este modelo merece el más
riguroso y escéptico de los escrutinios. Sin embargo, para los contrarios al DI, esta
actitud escéptica era en sí misma causa de una inmediata sospecha y alarma. Se creía
que las cuestiones de descendencia común y del mecanismo de la selección natural
habían quedado establecidas ya desde hacia mucho tiempo —¿por qué iba nadie a
arrojar dudas sobre unos hechos establecidos? ¿Y cómo puede ningún científico
prescindir del naturalismo: si nos deshacemos de él, ¿no se podría considerar cualquier
fenómeno potencialmente como «un acto de Dios»? Pero todavía más peligrosa en
opinión de estos críticos era la segunda etapa que emprendieron los teóricos del DI
después de 1996. Habían ido más allá de las dudas acerca de Darwin y del naturalismo.
Ahora decían que estaban desarrollando y poniendo a prueba una nueva teoría, de la
que decían que tenía una mayor verosimilitud en su explicación de la complejidad de
la vida. Esta teoría era sumamente polémica, naturalmente, siendo que o bien
comportaba uno de los avances más importantes en la historia de la ciencia, o una de
las peores traiciones que la ciencia jamás hubiera afrontado. Se trataba de una teoría
que no estaba simplemente abierta a la consideración de causas inteligentes —se
trataba de una teoría que establecía principios y procedimientos para una detección
fiable de designio en estructuras físicas. La obra del matemático William Dembski
estaba dedicada casi enteramente a la construcción de un nuevo sistema de detección,
un procedimiento lógico-estadístico elaborado con el propósito de detectar la
involucración de una inteligencia en cualquier objeto, fenómeno o acontecimiento
físico.
Los críticos del DI se estaban dejando oír más y más en una crítica punto por punto
de estas nuevas ideas, pero se burlaban de forma todavía más estridente ante la
declaración de los teóricos del designio de que el darwinismo estaba atrapado en una
crisis de paradigma, como Denton había dado a entender explícitamente en el título de
su libro y en el encabezamiento de su último capítulo: «La prioridad del paradigma».
El fallecido filósofo Thomas Kuhn usaba la frase «crisis de paradigma» para describir
una primera etapa conflictiva en una revolución científica genuina, lo que llevaba
finalmente a un «cambio de paradigma». Estas ideas quedaron expuestas en La
estructura de las revoluciones científicas (1962),[10] uno de los libros académicos más
influyentes del siglo veinte. Algunos teóricos del designio se apropiaron de las ideas de
Kuhn y declararon que estaban echando los cimientos para un nuevo paradigma
competidor en biología.
Para los críticos del DI, la apertura a causas inteligentes en combinación con el
ataque sobre el naturalismo era poco más que un subterfugio. Una causa inteligente
aparecía como un sustituto no demasiado sutil de Dios. Además, se mantenía que el
paradigma reinante, el neodarwinismo, estaba repleto de salud.[11] De hecho, se
consideraba que el paradigma existente estaba más fuerte que nunca, que estaba
apoyado por nuevas pruebas fósiles, de la biología molecular y de otros campos. A la
vista de estos adelantos, las maniobras del DI se consideraban como claramente
engañosas, como una astuta introducción de la religión dentro de la ciencia.
Sobre todo, la idea de que los teóricos del designio estuvieran en la punta de lanza de
un cambio de paradigma era exasperante para los darwinistas, y literalmente
insoportable. Era necesario poner fin a esta temible invasión retórica de su territorio.
Era necesario actuar de forma urgente —con una actuación retórica de fondo. Era ya
hora de despertar al establecimiento científico ante la verdadera amenaza contra «la
ciencia tal como la conocemos». Este llamamiento a las armas se pudo ir oyendo en un
crescendo gradual después de 1997, pero las trompetas sonaron intensamente en 2005
en una carta excepcional de Bruce Alberts, presidente de la Academia Nacional de las
Ciencias de los Estados Unidos dirigida a todos los miembros de la ANC,
advirtiéndolos del peligro que tenían encima: «Os escribo ahora debido a la creciente
amenaza contra la enseñanza de la ciencia por la inclusión de “alternativas” de base no
científica en cursos de ciencia por todo el país».[12]
Este programa de contrapersuasión lanzado por los críticos del DI estaba dirigido a
diversos grupos clave. En la cima estaban los profesores de biología de instituto y de
universidad, científicos de otros campos, y dirigentes de los medios de comunicación y
líderes políticos. Pero también se hizo una presentación contra el DI ideada para el
gran público educado de los Estados Unidos y de otros países, donde parecía estar
difundiéndose el virus. El objetivo era convencer a los que no estuviesen
familiarizados con el Diseño Inteligente que dicho movimiento estaba sencillamente
basado en una perspectiva religiosa, no en la ciencia, y que no debería considerarse
como una alternativa científica seria. Mucho más acalorada y efectista fue la
fantasiosa retórica de los críticos del DI. Se procedió a evocar una serie de pesadillas
en las que el DI amenazaba el futuro educativo y científico de las sociedades
modernas. Los retóricos tienen una designación para estas construcciones imaginarias,
mezclas de hecho y de fe: temas de fantasía. Normalmente, los temas de fantasía
funcionan como una amalgama de imágenes y conceptos; en el centro se entretejen
elementos de complot, generalmente incluyendo héroes y malos. En mi anterior obra
propuse temas proyectivos como un término más específico y preciso, por cuanto
dichas proyecciones no son fantasías en su integridad (ahora uso ambos términos de
forma indistinta).
Los sombríos temas proyectivos de los darwinistas (p. ej., «¡La ciencia morirá!») se
encuentran entre las respuestas más asombrosas y fascinantes al DI. Pero, más
comúnmente, la retórica lanzada contra el DI tomó la forma de citas jugosas y de
temas de conversación en entrevistas televisivas y en editoriales breves y columnas de
opinión. La idea clave en estos ataques contra el designio se manifestaba en una serie
de generalizaciones envenenadas:
No hay evidencia para los argumentos del DI.
La evidencia en favor de la evolución es abrumadora.
Los hallazgos más recientes están confirmando la teoría darwinista cada mes.
El DI no es susceptible de prueba.
O bien, el DI ha sido puesto a prueba, y ha fracasado estrepitosamente.
El DI es un engaño; sobrevive solo como movimiento político o religioso.
El DI es una pseudociencia; nunca publica ningún hallazgo en revistas con
revisión por pares.
Algunos de estos eslóganes comenzaron a perder fuerza, especialmente cuando
comenzaron a aparecer artículos apoyando el DI en revistas con revisión por pares en
2004. El más destacado entre una serie de tales artículos con revisión por pares fue el
ensayo-reseña de Stephen Meyer del 4 de agosto de 2005: «El Origen de la
Información Biológica y las Categorías Taxonómicas Superiores». Fue publicado en
una revista relacionada informalmente con el Instituto Smithsoniano, The Proceedings
of the Biological Society of Washington (vol. 117, n.º 2). (Para la cobertura que la
Radio Pública Nacional hizo del vil trato que el Instituto Smithsoniano dispensó al
director de la revista, véase el apartado bajo el encabezamiento «El Caso Sternberg» en
la página 36.)
Sin embargo, los críticos del DI fueron más allá de editoriales y ataques, y
confrontaron las cuestiones de las pruebas y de los argumentos científicos de una
manera más directa en artículos de fondo o incluso en reseñas de tamaño de libros.
Estos libros eran esporádicos a finales de la década de 1990, pero después del 2000
hubo un flujo constante, que se fue acelerando en crescendo durante 2004, cuando se
publicaron cuatro libros que condenaban el DI. El mensaje típico de la mayoría de los
ataques en forma de libro era simple: «Los argumentos de Michael Behe, William
Dembski y otros teóricos del DI se han derrumbado. Se han desmoronado bajo el peso
de las críticas y de las refutaciones de todos sus puntos fundamentales». Los autores
proclamaban hallazgos de la biología molecular que se consideraban como ensayos y
refutaciones de la complejidad irreducible. Michael Behe estaba constantemente en su
punto de mira, y los científicos argumentaban que sus complejas máquinas y sistemas
pueden evolucionar, y han evolucionado. Caso cerrado.
Behe y otros teóricos del DI no desaprovecharon la oportunidad de replicar a los
principales críticos —mediante publicaciones impresas, y por medio de Internet.
Ocasionalmente, como en el libro The Design Revolution [La revolución del designio]
de Dembski (2004), se lanzó una réplica en forma de libro a los críticos. Los teóricos
del designo razonaban que los ataques contra su trabajo, lejos de refutar sus
argumentos, en realidad fortalecían y vindicaban la causa del Diseño Inteligente.
Behe publicó diversos artículos y capítulos de libros en los que replicó, punto por
punto, a sus críticos, buscando transformar los ataques en una poderosa confirmación
de su propia teoría.[13] Quizá más que ningún otro, Jonathan Wells encontró las
«delirantes reseñas» de su obra (delirios negativos) como una sólida vindicación de su
Iconos de la evolución. La cambiante batalla de palabras, argumentos y pruebas que se
siguió librando con una creciente vehemencia después de 1997 fue el choque retórico
más espectacular que se dio en la guerra conceptual del siglo veinte entre el
darwinismo y el designio.
El Caso Sternberg
El 10 de diciembre de 2005, la presentadora de la Radio Pública Nacional de los Estados Unidos,
Barbara Hagerty, cubrió en su programa All Things Considered el escándalo que seguía en pie acerca de
Richard Sternberg, director de «una desconocida revista informalmente relacionada con el Instituto
Smithsoniano, donde también es investigador asociado». Ella observó que «[Sternberg] había publicado
en la revista un artículo revisado por pares cuyo autor era Stephen Meyer, un proponente del Diseño
Inteligente», y luego describió los motivos y la desgracia en que había caído Sternberg:
«¿Por qué publicarlo?», dice Sternberg. «Pues porque los biólogos evolutivos están pensando en estas
cosas. De modo que creí que al ponerlo sobre la mesa, podría haber una discusión razonada. Esto es lo
que yo creía, y me equivoqué de medio a medio.»
Al principio oyó murmullos de descontento, pero creyó que esto pasaría. Sternberg dice que sus
colegas y supervisores en el Smithsoniano estaban furiosos. Dice —y un informe independiente lo
respalda— que los colegas le acusaron de fraude, diciendo que no creían que el artículo de Meyer hubiera
realmente pasado la revisión por pares. Pero la había pasado.
Finalmente, Sternberg presentó una denuncia ante la Oficina de Defensa Especial de los Estados
Unidos, que protege a los empleados federales de represalias. La oficina inició una investigación.
Finalmente, no pudo ejercer acciones porque Sternberg no es empleado del Smithsoniano. Pero Sternberg
dice que antes de cerrar el caso, el defensor especial James McVay, lo llamó para ponerlo al día. «Según
me dijo, “la reacción del Instituto Smithsoniano ante tu publicación fue mucho peor de lo que te habías
imaginado”.»
McVay declinó ser entrevistado. Pero en una carta a Sternberg, escribió que los funcionarios del
Smithsoniano colaboraban con el Centro Nacional para la Educación Científica ... y que desarrollaron
«una estrategia para que te investigasen y desacreditasen». Las represalias se le aplicaron de muchas
formas, decía la carta. Le quitaron su llave maestra y le rehusaron acceso a materiales de investigación.
Difundieron rumores de que Sternberg no era un verdadero científico, aunque tiene dos doctorados en
biología —uno de la Universidad de Binghamton y otro de la Universidad Internacional de Florida. En
resumen, McVay se encontró con un ambiente laboral hostil de discriminación por motivos religiosos y
políticos.
Después de repetidas llamadas y de comunicaciones por correo electrónico con el Instituto
Smithsoniano, un portavoz dijo a la Radio Pública Nacional: «No tenemos nada que comentar, ni ahora ni
en el futuro».

Esta dura y furiosa campaña de ataques lanzada por los críticos del Diseño
Inteligente, con los vigorosos contraataques de los defensores del DI, es el centro de
atención de este libro. Quiero narrar la historia de este intenso período y, a lo largo de
ello, separar y seguir la batalla sobre cada uno de los argumentos principales. Algunos
son científicos, otros son filosóficos, y otros se dan a un nivel popular, en cuestiones
de cultura y educación. La clave para la comprensión de la acción retórica es
entresacar los hilos principales, entender los argumentos centrales, examinar
cuidadosamente las pruebas cruciales, pero no perderse en los detalles. Este es mi
objetivo.
En este estudio quiero seguir los choques acerca del DI después de 1997, cuando el
movimiento crecía y se difundía por el mundo universitario y se desarrollaba hasta
llegar a ser una cuestión cultural e intelectual crucial para el público general. Debido a
que ya he tratado en Dudas sobre Darwin acerca de las respuestas recibidas por la
crítica de Johnson, la atención en este libro se centrará en Michael Behe y William
Dembski, los teóricos principales de la «detección del diseño», y en Jonathan Wells, el
crítico de «las pruebas de darwinismo en los libros de texto» (como la historia de la
polilla del abedul y la comparación de embriones). Los capítulos 5, 6 y 10 se dedicarán
a la obra de dichos autores, a los ataques que recibieron, y a sus réplicas a sus
detractores. Los capítulos 8 y 9 considerarán algunas de las críticas más enérgicas
realizadas desde el DI a la actual ortodoxia de los libros de texto —la proliferación de
escenarios de evolución química (sobre el origen de la vida).
La evidencia de los fósiles —tanto en favor como en contra del darwinismo—
incluye un frente de batalla principal en la guerra de la retórica. El choque acerca de
los fósiles se tratará en el capítulo 7. Debido a que los argumentos paralelos hacia el
designio a partir del ajuste fino del universo siguieron jugando un papel importante y
creciente en el respaldo del argumento del diseño en biología, también dedicaré el
capítulo 11 a considerar la lucha sobre estos argumentos y a pruebas en física y
astronomía, junto con el curioso uso que se hace de argumentos teológicos para
apuntalar el darwinismo. Finalmente, en un capítulo de conclusiones, trataré de
comprender este momento en el tiempo y proyectar algunos cambios probables y
sendas a seguir en los años venideros.
Para seguir la historia de cómo el darwinismo contraatacó contra el DI y abrió una
nueva fase del debate, será prudente dedicar tres breves capítulos preliminares a una
perspectiva histórica de conjunto antes de pasar a los choques argumentales. Me
concentraré en primer lugar en el conflicto fundamental entre las dos teorías, con la
siguiente pregunta: ¿A qué se debe que las modestas afirmaciones del DI (en
comparación con las del creacionismo) generen una hostilidad tan intensa? ¿Qué es lo
que está realmente en juego, y cuál es exactamente la amenaza que se percibe desde el
designio? Luego, a lo largo de dos capítulos de exploración histórica sobre la década
de 1990 y acerca del período posterior al 2000, relataré la crónica de este apasionante
choque entre los teóricos del designio y los defensores de la ciudadela del darwinismo.
Pasamos a continuación a estas historias y preguntas preliminares.
2
La verdadera cuestión
La sinfonía macroevolutiva de la naturaleza

La controversia sobre el Diseño Inteligente nos plantea un enigma fundamental. Por


una parte, los teóricos del DI han planteado lo que parece ser unas tesis mínimas (en
comparación con las afirmaciones mucho más inclusivas de la ciencia creacionista, que
incluyen un diluvio global y una creación reciente). En esencia, el DI afirma
sencillamente que «ciertos rasgos del universo y de los seres vivos se explican mejor
mediante una causa inteligente, no mediante un proceso no dirigido como la selección
natural».[1] En cambio, para 2005 los conceptos fundamentales del DI y los profesores
que los articulaban eran crecientemente considerados —y denunciados— como una
nefasta amenaza para la ciencia, e incluso para la salud de las sociedades modernas.
¿Cómo podían estos argumentos mínimos llegar a ser el desencadenante de una alarma
tan sin precedentes en la historia de la ciencia?
Para solucionar este enigma, se debe comprender primero que estas tesis mínimas
eran consideradas como tácticamente mucho más peligrosas que el creacionismo
tradicional en tres maneras:
1. Parecía que tenían mayor probabilidad de penetrar en la ciencia, porque eran
promovidas por científicos con credenciales, muchos de ellos «intelectuales en
universidades prestigiosas».[2]
2. Las tesis mismas (sin indicación alguna de un Génesis literal) eran a menudo
vinculadas con aquellos campos de la ciencia ya ocupados en la detección de
inteligencia. Así, estas tesis comportaban una mayor amenaza de penetración.
3. A pesar del minimalismo y de la mayor capacidad de penetración del DI, se
consideraba que su amenaza no se limitaba al campo científico, sino también al
cultural. En otras palabras, era prácticamente tan peligroso para las culturas de
base científica como la versión creacionista abiertamente bíblica. Este peligro
cultural parecía patente, porque los objetivos del Diseño Inteligente —tal como
han recibido expresión por parte de su organismo oficial, el Instituto Discovery
— incluían el destronamiento de la filosofía materialista actualmente
dominante.[3]
No obstante, al comunicar el peligro global del DI al público, estos puntos tácticos no
siempre se podían presentar abiertamente. Si se expresaban en modo alguno, a menudo
se hacía por implicación, con una cuidada expresión, incluso de forma oblicua. El
principal peligro —en casi toda la retórica anti-DI después de 1996— se exponía como
una infiltración de «mala ciencia» que estaba avanzando relativamente sin estorbos. El
ataque del DI contra la evolución, aunque descrito como totalmente desatinado, estaba
sin embargo difundiéndose y ganando conversos. Esta tendencia no presagiaba nada
bueno; se la consideraba como una subversión de la ciencia, y esta percepción
alimentó un pánico cada vez más agudo.
Siguió de forma natural que la descripción negativa de la posición científica del DI
adoptase la forma de una dura polémica que no daba crédito al DI ni siquiera por
señalar problemas no resueltos en el darwinismo. Cosa típica (y realmente en su forma
suave) fue el comentario inicial de Michael Ruse en su artículo de 1998 en Free
Inquiry:
Para el científico activo, no solo para el biólogo, es sencillamente ridículo que
haya ninguna duda acerca del origen natural de los organismos a partir de formas
muy diferentes —y en último término a partir de materiales inorgánicos. Esto es
un hecho tan natural como que la tierra gira alrededor del sol o que el agua está
compuesta de oxígeno e hidrógeno. ...
Recientemente, los opositores han ganado más autoridad al aumentar sus filas
con personajes distinguidos y bien posicionados —no biólogos ocupados en los
problemas que interesan a los evolucionistas, sino procedentes de otras disciplinas
científicas. ... Examinaré propuestas que han presentado estos críticos como una
alternativa a la evolución mediante selección, en particular las pretensiones de la
supuesta nueva hipótesis acerca de la «complejidad irreducible», fenómeno que
exige la invocación de un Ser Supremo de alguna clase. Este es desde luego un
argumento muy viejo. Bien lejos de ser una alternativa genuina al evolucionismo,
no es ni necesario ni verosímil. En sus propios términos, está cargado de
problemas.[4]
Dejando de lado la burda distorsión del argumento de Behe (su pretendida
«invocación de un Ser Supremo» a partir de la complejidad irreducible)[5] y pasando
por alto la evidente incongruencia en el segundo párrafo de Ruse, que contradice su
comentario acerca de «científicos activos» en el primero, este ataque inicial era bien
típico de los ataques retóricos procedentes de los aliados darwinistas de Ruse: pintaban
el DI como un total fracaso —la argumentación era errónea, y su elemento científico
fundamental, los argumentos de Behe, carecían totalmente de mérito alguno. Los
contraargumentos de los críticos del DI que respaldaban estas acusaciones se
sostuvieron como los asertos más eficaces lanzados contra esta nueva amenaza.

El meollo de la cuestión
Según los críticos, ¿cuáles eran los fallos científicos cruciales del Diseño Inteligente?
La acusación contra el DI como «mala ciencia» dependía de cuánto espacio hubiera
disponible —si se trataba de una columna de un diario, de un artículo de fondo, o de
un libro. Con independencia de su extensión, casi siempre aparecía, expresa o
implicada, una acusación tersa y contundente. Los críticos decían que los teóricos del
diseño inteligente habían «rechazado la ciencia» o que «habían renunciado a la
ciencia», y ello de forma flagrante. Este tipo de discurso encerraba un universo
imaginario de historias de traición a la ciencia.
Como regla general, la construcción de estos escenarios de traición empleaba
diversos elementos. Primero, los teóricos del designio que afirmaban estar
investigando el origen de la complejidad eran acusados por sus adversarios de dar la
espalda al compromiso fundamental de la ciencia de un pensamiento claro y de una
investigación diligente. A Phillip Johnson, por ejemplo, se le acusaba constantemente
de que no comprendía «cómo opera la ciencia». Michael Behe, por su parte, fue
acusado una y otra vez de una «grandísima pereza» por su abandono de una búsqueda
de soluciones.[6] En segundo lugar, los teóricos del DI, según los críticos,
simplemente rehusaban seguir la evidencia empírica a donde les guiase. En concreto,
el nuevo movimiento estaba dando la espalda a una evidencia abrumadora que ha
demostrado a las claras que los seres de la tierra han cambiado con el paso del tiempo.
(La palabra abrumadora se blandía a menudo como un mazo verbal para realzar cuán
inexcusable era el error de los teóricos del DI). A menudo se añadía un tercer
argumento para agitar la especulación: Muchos biólogos evolutivos han manifestado
una fe religiosa y sin embargo han aceptado la evolución como el modo que Dios
escogió para crear. De modo que, ¿cuál es el problema con el DI? ¿Por qué esta gente
no puede deshacerse de sus obsesiones religiosas contra el descubrimiento científico
de la evolución? ¿Acaso no están actuando como extremistas religiosos, y en la
práctica deshaciéndose de su racionalidad, o al menos cegándose ante la evidencia,
para proteger un dogma sagrado? ¿Cómo pueden negar el cambio continuado de la
naturaleza que los está mirando a los ojos? El tema fundamental quedaba claro: se
habían deslizado actitudes anti-intelectuales que habían corrompido la capacidad
normal de razonar de estos académicos. ¡El DI constituía un rechazo de la ciencia, y
por ello se debía ahora rechazar su pseudociencia de estos académicos!
Estos pensamientos e imágenes subyacentes forman la materia de dramas
imaginativos, y también constituyen el desarrollo del subtexto oculto de mucha crítica
contra el DI. Pero estas fantasías y estas críticas, tejidas y vueltas a tejer con muchas
variaciones, han dejado de lado una gran parte de la historia del debate acerca del
designio en el mundo de lo viviente. Los dirigentes del DI, desde mediada la década de
1980 en adelante, dejaron claro que no rechazaban la teoría de Darwin en su totalidad.
Los argumentos de Denton contra el darwinismo estaban fundados en una cuidadosa
distinción entre la evolución a pequeña escala, o microevolución (totalmente
verosímil), y la macroevolución impulsada por selección natural (abrumadoramente
inverosímil, según argumentaba Denton). Cada investigador y autor del DI desde
Denton ha seguido la misma pauta argumental. Todos han reconocido la credibilidad
científica básica de los microcambios, o de las variaciones de menor entidad de las
estructuras ya existentes, lo que conducirá al origen de nuevas variedades o incluso de
especies hermanas. A este nivel también se pueden seguir las verdaderas operaciones
de la selección natural para eliminar a los genéticamente incompetentes. La selección
natural es algo real; se puede observar operando a este nivel.
De modo que nadie estaba negando el cambio a lo largo del tiempo, la más imprecisa
y débil definición de evolución, como tampoco había ninguna disputa sobre la
adaptación de especies a sus medios ni incluso a cambio en frecuencias de genes, otra
definición popular de evolución. Contemplar el mundo de lo viviente es ver cambio a
lo largo del tiempo. A las especies se las observa adaptándose incesantemente al
medio. Por ejemplo, las bacterias y los insectos desarrollan resistencia a ciertos
productos químicos. Así que, en cierto sentido, hay una evidencia abrumadora de
evolución —si uno se concentra en el fenómeno trivial de la microevolución. Pero ya
antes de Darwin se había desvanecido la oposición a la microevolución.[7] De modo
que permanece la cuestión fundamental: ¿Cómo puede la evidencia descubierta en
favor de esta clase limitada de evolución (variación de la forma existente, por la
aplicación de fuerzas naturales) llevar de forma automática a extender la línea de
puntos de forma indefinida hasta la producción (innovación) de clases totalmente
nuevas de órganos y organismos? ¿Es legítima una extrapolación así? La mayoría de
los teóricos del DI argumentaban que no lo es.
Una de las principales estrategias que se emplearon contra el DI —con una eficacia
limitada— fue amasar pruebas acerca de dichos cambios menores y luego tratarlos
como demostración de la capacidad de la naturaleza para desarrollar todo el árbol de la
vida. Un excelente ejemplo de esta estrategia tuvo lugar en noviembre de 2004, cuando
más y más estadounidenses llegaban a conocer las tesis del DI. La cubierta de aquel
mes de la revista National Geographic planteaba una sorprendente pregunta: «¿Estaba
Darwin equivocado?» La primera página del artículo repetía la pregunta, pero un
titular en la página siguiente gritaba con letras gigantes: «No.» El subtítulo añadía:
«Las pruebas a favor de la evolución son concluyentes». El autor del artículo, el
periodista independiente David Quammen, usa una estrategia doble. Primero, ignora
completamente a los que discrepan de Darwin y sus argumentos. De hecho, pretende
que el DI no existe. (Esta estrategia se advierte también en la obra final de Stephen Jay
Gould, La estructura de la teoría de la evolución).[8] La segunda estrategia de
Quammen para vindicar a Darwin es típica. Describe una amplia variedad de pruebas,
casi todas las cuales pueden quedar dentro de la categoría de «microevolución». Y sin
embargo estas pruebas, descritas como «concluyentes» y «convincentes», solo son
concluyentes y convincentes para quien no haga distinción entre la microevolución (la
variación de estructuras ya existentes) y la producción de innovaciones auténticas:
nuevos órganos, nuevos planes de organización corporal y nuevas máquinas
moleculares en la célula. Esta última clase de evolución —la macroevolución— es el
verdadero campo de batalla, pero el artículo de Quammen guarda generalmente
silencio acerca de los profundos interrogantes que se multiplican en este ámbito de la
evolución. De forma muy destacada, el supremo gran salto, que nunca se menciona en
el artículo de Quammen, es el supremo misterio: el origen de la vida. ¿Cómo pudieron
las primeras células vivas, que precisan de cientos de genes, surgir a partir de
sustancias químicas inertes, en ausencia de una dirección inteligente?[9]
Así que el argumento central del DI y la esencia del peligro que percibían los críticos
era la insistencia en distinguir entre microevolución y macroevolución, y, en segundo
lugar, la insistencia también en la implacable exigencia de pruebas convincentes de
una macroevolución impulsada por medios naturales. Aunque el consenso oficial en
biología es que todos los cambios fundamentales fueron originados constantemente por
las leyes de la naturaleza, el DI argumentaba que simplemente no hay justificación
para extender los muy pequeños retoques observados de componentes orgánicos hasta
auténticas innovaciones de nuevas estructuras completas.

La naturaleza en operación
Entrando más a fondo en el pensamiento darwinista, vemos que el único actor en la
macroevolución, según la biología ortodoxa, es la naturaleza misma, a la que se
atribuye el asombroso poder de imitar a la inteligencia. De modo que los darwinistas
contemplaban todas las multiplicadas formas de vida actuales como los eslabones
restantes en una red mayormente extinta de cadenas naturales ininterrumpidas. Para
cambiar de metáfora, el director de esta sinfonía de la vida fue la interacción de la ley
científica y del azar; ninguna inteligencia real marcó nunca una diferencia detectable.
En este punto, hemos descendido hasta la roca basal del darwinismo. El compositor,
que juega el papel de la inteligencia creativa en este drama, es la selección natural. La
selección —nos dicen—, es el motor de la macroevolución; se ha demostrado que
tiene un poder creativo increíble, reformateando de forma incesante la vida de una a
otra forma y escribiendo megabytes de «código informático» del ADN —las decenas
de millares de ficheros genéticos en el disco duro de la célula. Desde un caldo químico
hasta las palpitantes bacterias, a los veloces peces, a los reptiles que se deslizan, a los
monos que bostezan y al hombre que teoriza —todo este drama de amplios horizontes
en la sinfonía de la vida fue desarrollado por un magistral compositor que actúa
también como director con la batuta en la mano. El nombre del compositor (para usar
la designación de Darwin para la selección) es «la supervivencia de los más aptos».
Esta teoría mecanística de la macroevolución por medio de la selección natural —«la
historia del génesis» del darwinismo— fue atacada de forma intensa e implacable
desde todos los ángulos por teóricos del designio; era el talón de Aquiles de la
evolución biológica. Algunos teóricos, Michael Behe como caso más destacado, ni
siquiera descartan el árbol de la vida de Darwin —la descendencia común de todos los
seres vivos.[10] Lo que Behe niega en La caja negra de Darwin es que los motores
moleculares de la vida y otros sistemas de complejidad prodigiosa fuesen ensamblados
por la selección natural o por cualquier otra causa no inteligente perteneciente a la
naturaleza. Lo que Behe afirma es que no hay ninguna buena razón científica, a este
nivel de biología, para negar la inferencia de que estas máquinas fueron de hecho
diseñadas por un agente inteligente. La ciencia debería poder absorber esta sacudida, a
pesar de cuales puedan ser sus implicaciones metafísicas.[11]
El peligro fundamental percibido que emana de los teóricos del DI en esta coyuntura
(aunque no siempre se ha expresado abiertamente) fue la proposición de volver a
introducir las causas inteligentes en la panoplia de explicaciones científicas. Esta idea
constituía una desviación profundamente radical respecto a la convención científica. El
DI estaba repudiando públicamente una doctrina que había dominado en la biología
durante un siglo y medio —desde la publicación por Darwin de El origen de las
especies en 1859. Esta doctrina, que pretende que solo las fuerzas materiales fueron
responsables del surgimiento de la asombrosa diversidad y complejidad de la vida, se
adoptó simplemente como un hecho desde finales del siglo diecinueve. La exclusión de
otras causas posibles, como la inteligencia o siquiera la idea filosófica de la teleología
(que las cosas existan con un fin) se consideró como una sana limpieza para el bien de
la pureza de la ciencia. «¡De buena nos hemos librado!» vino a ser la respuesta casi
universal (aunque dicha en murmullos) de los darwinistas.
Esta crucial regla de razonamiento darwinista —la exclusión imperativa de un
designio real o de la teleología como punto de partida de la investigación científica—
había recibido un nombre: naturalismo metodológico. Esta regla y su filosofía
subyacente se convirtieron en un campo de batalla cuando Phillip Johnson escribió
Proceso a Darwin.[12] Los herejes del DI habían analizado y rechazado esta regla,
preguntando qué base había para restringir las posibles causas que se pudieran
considerar para cualquier fenómeno físico determinado. Al rechazar la regla
naturalista, los teóricos del DI traspasaron la línea de lo aceptable dentro del
paradigma dominante. Y han estado pagando caro este gesto desde la década de 1990
en adelante —a causa de una creciente y estridente campaña anti-DI, que constituye el
tema principal de este libro.

¿Argumentos consonantes desde fuera del DI?


A pesar del frente unido público de todos los evolucionistas para hacer frente y
oponerse al DI, el profundo cuestionamiento de la macroevolución impulsada por
mutaciones y selección natural encontró de hecho un eco en algunos investigadores
punteros —especialmente los pertenecientes al campo que explora cómo surgieron
nuevas estructuras corporales. Para estos investigadores en evolución eran evidentes
ciertas grietas crecientes en la envejecida pared de la teoría darwinista que
inevitablemente se estaban haciendo cada vez más visibles con la entrada del nuevo
milenio. Una de las señales públicas más importantes de que estos problemas tenían
una existencia real y que se estaba trabajando sobre ellos con gran intensidad fue una
trascendental reunión de un grupo de investigadores pertenecientes a un campo de
estudio de gran actualidad llamado «biología evolutiva del desarrollo» («evo/devo»
para abreviar). La reunión, que se celebró en 1999 cerca de Viena, Austria, buscaba
una explicación más verosímil y exhaustiva de «la originación de la forma
organísmica». Esta frase, cuidadosamente escogida, y que significa esencialmente lo
que este capítulo ha estado designando como macroevolución, vino a ser el título de un
libro de importancia capital, Origination of Organismal Form [Originación de la forma
organísmica] que fue resultado del congreso, y que en adelante se citará como OOF.
Fue publicado en 2003 por la editorial MIT Press bajo la dirección conjunta del
zoólogo austríaco Gerd Muller y del biólogo celular estadounidense Stuart Newman,
ambos pioneros de la biología teórica.
Su punto de vista queda claro a partir del capítulo de introducción, y también surge
en muchos otros de los capítulos contribuidos por parte de más de veinte
investigadores diferentes. Este punto de vista radical se puede resumir en una sola
frase: la actual teoría centrada en el gen sólo puede explicar de manera fiable la
diversificación de estructuras o formas corporales una vez estas formas ya han surgido;
no puede explicar el surgimiento (u origen) de dichas formas en primer lugar.
Naturalmente, existe una diferencia crucial entre el planteamiento del DI y el de los
investigadores que se reunieron en los alrededores de Viena. Los contribuidores a
OOF suponen que la respuesta a la pregunta: «¿Qué impulsó la macroevolución de
nuevas formas corporales?» será una nueva teoría natural, probablemente más
compleja. Suponen que la nueva teoría que ellos buscan será un sistema de
explicaciones que involucrará la ley o leyes de la ciencia, operando a lo largo del
tiempo, con la interacción del azar y de la necesidad. Es de suponer que para la
mayoría de los autores de OOF, la teoría del designio adolecería de una rendición
prematura ante el problema de la macroevolución. Para muchos de estos autores es
probable que el DI sea también considerado como una simple propuesta de una
respuesta no científica, por cuanto sale del ámbito de la ley y del azar y apunta a
causas inteligentes.[13]
No obstante, a pesar de esta diferencia trascendental, hay un cierto terreno común
lleno de significado, y uno puede contemplar al equipo de investigadores que produjo
OOF como trabajando en paralelo con el DI, atacando los mismos enormes problemas,
aunque empleando diferentes planteamientos y presuposiciones directrices. Uno casi
puede imaginar a Michael Denton sonriendo y sacudiendo la cabeza afirmativamente
ante este vigoroso nuevo proyecto, porque estaba vindicando, al menos hasta cierto
punto, uno de los principales argumentos que él y el DI habían estado proponiendo
durante dos décadas: la actual teoría neodarwinista del origen de nuevas estructuras
corporales, que supuestamente tuvo lugar por la recombinación al azar de fragmentos
de ADN durante largas eras, ya no es una teoría convincente, o ni siquiera verosímil.
Para validar este paralelismo radical entre OOF y DI, permítaseme citar del capítulo de
introducción:
Estos acontecimientos [el dominio de la genética evolucionista y la arrolladora
insistencia en el gen] han ido alejando más y más el campo del segundo tema
inicial: la originación de la forma y estructura organísmicas. La cuestión del por
qué y cómo ciertas formas aparecen en la evolución organísmica aborda no
aquello que se está manteniendo (y variando cuantitativamente) sino más bien
aquello que se está generando en un sentido cualitativo. Esta cuestión causal
relativa a los mecanismos específicos de generación que subyacen al origen y a la
innovación de rasgos fenotípicos [es decir, corporales] se expresa probablemente
mejor con el término originación. ...
Que esta cuestión causal haya desaparecido en gran parte de la biología
evolutiva queda en parte oculto por la semántica de la genética moderna, que
pretende proporcionar respuestas a la cuestión de la causalidad, pero estas
respuestas resultan en gran parte restringidas a las causas próximas de generación
de forma local en el desarrollo del individuo. Sin embargo, no se deberían
confundir los mecanismos moleculares que producen la forma biológica en los
embriones modernos con las causas que llevaron a la aparición de estas formas al
principio.[14]
Los autores siguen analizando el misterio de la macroevolución, y observan que
aunque la selección natural es una fuerza que juega un cierto papel en la evolución de
nuevas estructuras y morfologías, la aparición de nuevos elementos específicos de la
construcción corporal «no se debe aceptar como causada por selección natural; la
selección solo puede operar sobre aquello que ya existe». El paralelismo con la crítica
procedente del DI es obvia. Se está cuestionando abiertamente el poder omnímodo de
la selección en la construcción de nuevas estructuras en la naturaleza.[15]
En un memorable y revelador párrafo, los redactores describen la macroevolución de
nuevas estructuras corporales como un «aspecto relativamente descuidado» de los
estudios evolutivos, y la dejación «de incorporar este aspecto representa uno de los
mayores vacíos en la teoría canónica de la evolución». Y de hecho, unas cuantas
páginas más adelante explican que el paradigma neodarwinista «evita totalmente la
originación de los rasgos fenotípicos y de la forma organísmica. En otras palabras, el
neodarwinismo no tiene teoría de lo generativo. Como consecuencia, la actual teoría
evolucionista puede predecir lo que se mantendrá, pero no lo que aparecerá».[16]
¿Y qué, entonces?
De modo que el cuestionamiento radical por parte del DI de las explicaciones
macroevolutivas de libro de texto, que se enfrenta con la acerba oposición de los
evolucionistas siempre que se expresan estas dudas, parece ser en realidad una línea de
cuestionamiento eminentemente válida, si uno presta atención a los académicos que
redactaron sus pensamientos preliminares en OOF. Estos biólogos teóricos contemplan
el mismo problema sobre el que se había centrado el DI. Sus respuestas provisionales
son profundamente diferentes de las que propone la teoría del designio, pero una cosa
queda clara: Gracias a la sincera evaluación por parte de OOF de un manifiesto
misterio, es imposible negar la realidad de los vacíos explicativos en el darwinismo. El
DI está en realidad señalando a un gigantesco problema irresuelto en el paradigma
reinante.
Después de esta clarificación de las cuestiones fundamentales de la controversia,
sigamos ahora los contornos de este conflicto en constante expansión, comenzando a
mediados de la década de 1990 cuando los darwinistas estaban todavía sintiendo las
ondas de choque de los dos primeros libros de Phillip Johnson: Proceso a Darwin y La
razón en la balanza.
3
El Designio después de 1996
Avance bajo un fuego intenso

En Dudas sobre Darwin conté la historia de un furioso debate improvisado que surgió
entre Stephen Jay Gould y Phillip Johnson delante de otros diez académicos que se
habían encontrado para una reunión de una semana en Boston para considerar «el
problema de la evolución y de la creación en las escuelas públicas».[1] En el contexto
de aquel combate al estilo Jedi con sables luminosos verbales crepitando, introduje el
papel de apoyo de un espectador —un evolucionista simpatizante que jugó un papel
principal como crítico amistoso y comprobador de datos para Phillip Johnson. Me
refiero al destacado paleontólogo David Raup, de la Universidad de Chicago, que
garantizó la precisión de los escritos científicos de Johnson ante la reunión de Boston.
En otoño de 2000, Raup me dijo que el trabajo de Johnson «es académicamente muy
bueno, y, naturalmente, esto se ha negado en amplios sectores. No se le puede acusar
de nada; realizó su tarea cuidadosamente y comprende el 99 por ciento de la biología
evolutiva».[2]
Los tres protagonistas clave en esta historia —Johnson, Gould y Raup— simbolizan
tres tipos clave de actores científicos en el drama en el que entramos: el Asediado
Hereje del DI, el Celoso Inquisidor y el Valiente Indagador. Necesariamente, este
capítulo destacará a los dos primeros tipos de actores, por cuanto son los protagonistas
más enérgicos y visibles a ambos lados de la línea de enfrentamiento. Al mismo
tiempo, no deseo pasar por alto ni minimizar el importante papel de los Valientes
Indagadores, a los que describo como evolucionistas de miras amplias que (1) son
plenamente conscientes de los problemas, de las anomalías e incluso de las grietas en
los fundamentos del actual paradigma darwinista, y (2) están interesados en introducir
ideas heréticas como las del Diseño Inteligente en la discusión para ver si se consigue
algún avance mediante las mismas.
Debo mantener reserva respecto a los detalles, pero se me ha autorizado a dar un
esbozo de un sorprendente almuerzo de trabajo que tuvo lugar recientemente en una de
las universidades más prestigiosas del mundo, donde un célebre físico que se había
vuelto profundamente escéptico acerca del darwinismo se encontró para almorzar con
un biólogo evolutivo pionero al que había llegado a conocer. Un objetivo principal del
físico era encontrar un terreno común y llegar a un entendimiento mutuo. En tonos
apacibles, estos dos científicos encontraron rápidamente un área científica donde
ambos estaban de acuerdo: una inteligencia que plasma un designio es una explicación
tan buena como otra para el origen de la primera célula, dado nuestro actual estado de
conocimientos. En otras palabras, se mostraron de acuerdo en que la evolución
química había resultado ser un campo cuyo principal logro había sido el de revelar la
enorme magnitud del misterio al que se hacía frente. Luego, el físico expuso su
evaluación de su lectura de la obra final de 1400 páginas de Gould, La estructura de la
teoría de la evolución. El biólogo escuchó con atención mientras el físico compartía
sus observaciones y detallaba por qué sus dudas solo aumentaron al leer a Gould. El
almuerzo acabó con una nota positiva, sin palabras duras ni indigestión. El hereje del
DI (el físico) no fue calificado como tal por su compañero de diálogo, el Valiente
Indagador (el biólogo). Debido al compromiso de ambos profesores de buscar
explicaciones científicamente verosímiles en un diálogo abierto y respetuoso, se
consiguió un avance en la comprensión mutua.
Abrigo la esperanza de que estos encuentros serenos y racionales llegarán a ser la
verdadera ola del futuro. Tristemente, las voces más destacadas que se han levantado
en medio de los biólogos de la corriente dominante no han sido las de los Valientes
Indagadores sino la de los Celosos Inquisidores. La primera fase de la caza de brujas
contra el DI comenzó cuando los dos primeros libros de Phillip Johnson, Proceso a
Darwin y La razón en la balanza, comenzaron a incidir en la conciencia de los campus
universitarios y del público americano durante el período de 1991-1995. Los escritos
de Johnson, así como sus frecuentes conferencias en los campus universitarios fueron
probablemente la mayor causa de inquietud para el establecimiento biológico durante
este período, pero había muchos antagonistas que estaban trabajando duro a mediados
de los 90 para desvirtuar sus argumentos.
Al mismo tiempo, los defensores de Darwin no podían ignorar tan a la ligera al
bioquímico Michael Behe y su libro La caja negra de Darwin, especialmente cuando
la importancia central de Behe y sus nuevas ideas comenzaron a penetrar en los
Estados Unidos y todo el mundo en 1996. En tanto que la obra de Johnson raras veces
atrajo la atención de los grandes medios de comunicación, la de Behe sí que lo hizo —
repetidas veces y a los más altos niveles. La atención prestada a Behe fue más intensa
que nunca casi una década después cuando se dedicaron siete párrafos a su obra y a su
punto de vista en el reportaje de portada de Time en agosto de 2005.
Retrospectivamente, la ascensión de Behe puede considerarse como el primer gran
avance del DI después de la inicial corriente de entusiasmo ante las críticas publicadas
por Michael Denton y Phillip Johnson. Este nuevo período comienza en las
postrimerías de la primavera de 1996 cuando la editorial de Behe, Free Press, se
preparó para lanzar su primera impresión de 10.000 copias de La caja negra de
Darwin.

El contexto general
Para enmarcar la acción en este período, me detendré para describir la perspectiva
general. La dinámica histórica que siguió al lanzamiento del libro de Behe a finales de
julio de 1996 se podría comparar con el avance coordinado de un ejército ascendiendo
por un terreno montañoso para tomar una fortaleza estratégica. Aquí la fortaleza
representa la supuesta verosimilitud de una macroevolución impulsada por medios
naturales y el consiguiente monopolio del darwinismo como el único punto de vista
aceptado en el mundo académico. Con la llegada de Behe a la escena (y
posteriormente con las publicaciones de Jonathan Wells, Stephen Meyer y William
Dembski), el DI había comenzado de repente a usar un nuevo y más potente conjunto
de armas que le ayudaba a moverse más rápidamente hacia la fortaleza. Con cada
avance, aproximándose más a su objetivo, los defensores dentro de la fortaleza fueron
movilizados una y otra vez. Esta tarea de movilización tuvo lugar principalmente bajo
la dirección de Eugenie Scott, directora del Centro Nacional para la Educación
Científica (National Center for Science Education en inglés, NCSE) en Berkeley,
California. El NCSE se dedicaba a la vigilancia de toda clase de movimientos
creacionistas hacia el terreno educativo, para poder enfrentarse a los mismos y
detenerlos.
Los defensores lanzaron andanada tras andanada de artillería, usando sus propios
obuses y cohetes con los potentes explosivos de la retórica científica. Abrigaban la
esperanza de que podrían detener el avance e incluso repeler totalmente el ataque. Así,
en este enfrentamiento metafórico, cada avance principal se dio cuando los argumentos
del DI en favor del designio se hicieron públicamente visibles mediante su difusión en
los medios de comunicación, o cuando salieron a la luz pruebas hostiles u otros
problemas para el darwinismo. Cada nuevo libro de DI contribuía a este avance, como
también los ocasionales simposios o conferencias en campus universitarios. Con el
lanzamiento de intensas andanadas sobre el DI, el avance quedaba algo dificultado, y
esto tenía lugar cuando se anunciaban descubrimientos respaldando el darwinismo o
cuando los contrarios lanzaban sus propios contraataques mediante artículos, libros y
presentaciones públicas. Durante el resto de este capítulo rastrearé las principales
etapas del avance del DI a través de un intenso fuego, centrándome en los
movimientos clave de cada lado.
Primero nos volvemos a Michael Behe, que realizó una serie de avances de
comunicación muy importantes que se iniciaron con un estallido el 4 de agosto de
1996, cuando el New York Times publicó una reseña sorprendentemente positiva de
James Shreeve del libro de Behe. Shreeve elogió a Behe como escritor, tomó nota de
su interesante reto a la ortodoxia darwinista, aunque al final se mostró partidario del
darwinismo con una respuesta del tipo «no renunciemos todavía a Darwin». Shreeve
expresaba su esperanza de que los científicos de la generación de nuestros nietos
podrían dilucidar las etapas naturales por las que evolucionaron las complejas
máquinas naturales. Esta línea argumental se convirtió en una de las réplicas más
comunes a Behe —insinuando (o declarando abiertamente) que su libro era resultado
de una actitud perezosa, y de un abandono prematuro del problema.[3]
Al cabo de menos de tres meses, el New York Times invitó a Behe a publicar un
resumen de su argumento en un artículo de opinión, «Darwin bajo el microscopio» (20
de octubre de 1996). Su columna se publicó en parte debido a que al director de las
columnas de opinión le había gustado el libro de Behe, y también porque el aparente
respaldo del Papa a la evolución había hecho grandes titulares en las primeras páginas
de los diarios de todo el mundo, incluyendo el Times pocos días antes, el 26 de
octubre. (Posteriormente resultó que se habían distorsionado sus comentarios.)[4] El
director creyó que Behe, como católico romano, podría aportar una nueva e interesante
perspectiva acerca de la evolución. En otras dos ocasiones en los siguientes años,[5]
Behe escribió artículos de opinión para el New York Times y fue presentado de forma
positiva en reportajes, aun a pesar de que el Times dejó claro desde un punto de vista
editorial que se rechazaba el Diseño Inteligente como un desafío legítimo al
darwinismo.[6] Ello no obstante, el Times tomó una decisión trascendental cada vez
que permitió a Behe delinear sus ideas acerca de la complejidad irreducible de la
célula, y explicar por qué esta prueba de designio era inequívoca.
Muy pronto se llegó a reconocer que la obra de Behe elevaba el nivel de amenaza
contra el darwinismo de forma considerable, porque estaba escribiendo desde su
propio campo (la biología molecular) y estaba formulando lo que parecía ser un
argumento verdaderamente científico para la detección del designio. Sus motivos eran
algo menos susceptibles de ataque que los de Johnson. En el caso de Behe no se había
dado una conversión religiosa en su madurez, sino solo científica. De hecho, trató de
sacar partido de esto, recordando sin cesar al público que había sido la evidencia
empírica, no sus creencias religiosas de toda su vida como católico, lo que le había
llamado la atención y le había impulsado como catedrático de biología de Lehigh a
dudar de la historia darwinista de la creación. Explicaba que eran las múltiples líneas
de datos anómalos, tal como las había expuesto Denton y posteriormente Johnson, las
que le llevaron a investigar la biología evolutiva y la evidencia en la nanotecnología de
la célula que daban indicación de designio.[7]
La caja negra de Darwin concentró rápidamente el control de la conversación acerca
de la credibilidad de la macroevolución, al centrar la atención en las realidades a nivel
molecular donde la selección natural parecía, al menos a primera vista, absolutamente
incapaz de una previsión y planificación como las que se necesitan para la elaboración
y el montaje de los muchos componentes de los diminutos sistemas intracelulares.
Cuando Behe introdujo el concepto de complejidad irreducible y otras frases e ideas
provocativas en el debate académico, movilizó a muchos de los destacados defensores
de Darwin de todo el mundo a una precipitada defensa de la fortaleza darwinista contra
el avance del pelotón encabezado por Behe. Extremadamente desasosegados por el
nivel de atención que los medios de comunicación habían concedido a Behe, estos
defensores abrieron diversos sitios web consagrados a la crítica de sus ideas. Algunos
atacaron la calidad de su investigación, y Behe respondió punto por punto a los
primeros ataques. Aparecieron docenas de reseñas críticas. No pasó mucho tiempo
hasta que salieron objeciones directas de las ideas de Behe, inicialmente en forma de
artículos y ensayos en revistas, donde se sostenía que los mediocres esfuerzos de Behe
se habían «hundido» (esta parecía ser la palabra preferida en los ataques contra Behe).

Disparos de grueso calibre


El año 1999 puede ser considerado como un punto de inflexión —fue el año en que
comenzó una contraofensiva darwinista de gran importancia. Abriendo el fuego,
aparecieron dos libros que se centraban intensamente, por no decir que
exclusivamente, en la amenaza del Diseño Inteligente. Uno de ellos era del catedrático
de biología en la Universidad Brown, Kenneth Miller, una figura carismática que se
convirtió en el implacable antagonista de Behe en los años siguientes. El libro de
Miller, Finding Darwin’s God [En busca del Dios de Darwin],[8] devino un pilar
defensivo contra el DI. Su título recoge el hecho de que Miller, el barbado coautor de
un texto de biología que se emplea en institutos de enseñanza secundaria en los
Estados Unidos, era también un correligionario católico romano de Michael Behe. Así
Miller empleó un planteamiento híbrido, alegando que hacía frente a dos abusos. En
primer lugar, todos los creacionistas (incluyendo en ello a Behe y en general al DI) se
fundamentaban en argumentos débiles y por ello usaban la ciencia de forma ilegítima
para llegar a Dios.[9] En segundo lugar, en un capítulo clave que se hacía eco de lo
que los teóricos del DI habían estado diciendo constantemente, Miller regañaba a sus
colegas que se manifestaban como ateos dogmáticos y estridentes, como Richard
Dawkins, por la enérgica afirmación que presentaban de las implicaciones ateas de la
evolución.
Kenneth Miller se enfrentó en debates con Behe en diversas ocasiones, incluyendo
un debate entre cuatro en el Museo Americano de Historia Natural, en la ciudad de
Nueva York. Este singular acontecimiento de dos horas, moderado por Eugenie Scott,
enfrentó a Behe con Miller (y a Dembski con Robert Pennock, a quien conoceremos en
breve). Los partidarios del designio contemplaron el resultado de este debate con gran
entusiasmo. Consideraron como prueba de su avance que los argumentos de Miller no
habían progresado desde los anteriores encuentros, y que Behe había mantenido bien
su posición.
Era evidente que Miller era el retórico más refinado y firme en el redil darwinista de
entre todos los que estaban dispuestos a hablar públicamente contra el DI. Hablaba con
bravuconería, y exhibía una dinámica e inamovible confianza en su propia posición.
Nunca perdió la oportunidad de resumir una línea de prueba, para luego blandir su
mazo, anunciando (por ejemplo) el «hundimiento» de la posición del DI. Un destello
típico de la bravuconería de Miller se ve en «The Flagellum Unspun» (El flagelo
desmadejado), incluido en Debating Design (El debate acerca del designio): «La gran
ironía de la creciente aceptación del flagelo como un icono del movimiento
antievolucionista es que la investigación ha echado por tierra su posición como
ejemplo de complejidad irreducible casi desde el mismo momento en que fue
proclamado».[10] En el capítulo 5 se enunciarán los argumentos de Miller y se
analizarán para ver si Behe ha conseguido dar la vuelta a la tortilla a Miller.
De las dos bombas anti-DI de 1999, la de mayor calibre (casi cuatrocientas páginas
con tipo pequeño) fue la obra de Robert Pennock The Tower of Babel [La Torre de
Babel]. En esta obra acuñó una astuta nueva etiqueta: «Creacionismo de Diseño
Inteligente» (en inglés «Intelligent Design Creationism», o «IDC» —obsérvese la
importancia táctica de la adición por parte de Pennock de la «palabra C»), e incluyó a
los proponentes del IDC en el conjunto global de todos los creacionistas. Un
perceptivo comentario se centraba en cómo el DI ha creado un nuevo «segundo frente»
en el esfuerzo por penetrar las universidades. (Pennock dice que el primer frente es el
adoctrinamiento de los estudiantes de institutos de enseñanza media por parte de
iglesias conservadoras, antes que entren en la universidad.) Este segundo frente es
que muchos de los nuevos creacionistas, en contraste a sus predecesores que
operaban desde ministerios privados, han adquirido posiciones en institutos
superiores y universidades y están dirigiendo el ataque desde el interior. Operan
en paralelo con grupos estudiantiles cristianos en los campus para celebrar
conferencias creacionistas, y hacen arreglos para que las facultades patrocinen a
oradores antievolucionistas. Sus credenciales y vinculaciones académicas les
abren la entrada a foros públicos más amplios, de modo que, por ejemplo, se
puede ahora encontrar algunos de sus libros publicados por editoriales académicas
en lugar de solo por pequeñas editoriales cristianas. Consideran con razón este
movimiento de introducción en la educación superior como una indicación de que
su movimiento ha adquirido un nuevo impulso. El creacionismo está listo para
irrumpir en la normalidad.[11]
Pennock dedicó una parte considerable de su libro a un ataque punto por punto contra
Phillip Johnson.[12] También criticó a Behe y a Dembski. Es de notar que este libro
fue el primer intento importante desde el bando del darwinismo ortodoxo para
identificar a todos los principales participantes y argumentos en el Diseño Inteligente y
en tratar de impugnar cada argumento principal del DI.
Pennock, un hombre alto, de cabello desordenado, profesor de filosofía en la
Universidad de Texas cuando comenzó su investigación, enseñó durante un breve
tiempo en el Instituto Superior de New Jersey, y posteriormente se estableció en la
Universidad Estatal de Michigan. Había estado siguiendo el Movimiento del Diseño
Inteligente prácticamente desde su mismo lanzamiento público. Yo mismo he
disfrutado de algunas conversaciones con Pennock —la última cuando asistió a un
debate sobre Diseño Inteligente que se concertó entre el profesor de informática
Donald Weinshank y yo mismo en la Universidad Estatal de Michigan. Descubrí que
Pennock tenía unos modales afables en el diálogo, pero ha resultado ser implacable
como antagonista del Movimiento del Diseño Inteligente. No se puede minimizar la
importancia de Pennock como crítico del DI; ha jugado un papel protagonista en la
organización de respuestas al DI, y dio un testimonio clave en el juicio de Dover en
otoño de 2005.
Pennock adquirió notoriedad también como director de una enorme y polémica
recopilación con encuadernación en rústica, publicada por la editorial MIT Press en
2001 con una caprichosa cubierta de color amarillo brillante en la que aparecían dos
conejos. Este volumen, Intelligent Design Creationism and Its Critics, dos veces más
voluminoso que su propio libro anterior (800 páginas), es una rareza en la historia de
los ataques contra el DI. Primero, aunque parece a primera vista presentar ambos lados
de la controversia de forma adecuada, contiene un tratamiento escandalosamente
desequilibrado del DI, permitiéndose menos de una tercera parte del espacio a los
teóricos del DI. Consideremos también otro factor de desequilibrio: en dos ocasiones
en el libro, un teórico del DI expresa sus ideas, o su crítica del darwinismo, y luego no
uno, sino tres respondedores aportan sus réplicas. En el fútbol americano hay un
nombre para esto: «Amontonamiento». Pennock, en congruencia con este raro
desequilibrio, estructura cada una de las nueve subsecciones del libro, excepto una, de
modo que la última palabra la tiene un crítico del DI. Otra manera en la que «el gran
libro amarillo» de Pennock se hizo notorio es por su uso de algunos artículos de DI
publicados sin pedir permiso al autor o sin ni siquiera notificar a los autores acerca del
plan de usar obras previamente publicadas.
Pennock estableció en sus dos libros una estrategia básica para la retórica anti-DI.
Sostenía que el Diseño Inteligente es simplemente una versión disfrazada y
ligeramente sofisticada del creacionismo bíblico.[13] Se afirmaba que el DI se
distinguía solo en puntos intrascendentes de las viejas ideas del «creacionismo
científico» —esto es, en el uso de datos científicos como soporte para los relatos
bíblicos de Génesis. Este intento de vincular los dos movimientos se ve a lo largo de
Tower of Babel. Su subtítulo, no excesivamente sutil, es La evidencia contra el nuevo
creacionismo. Sin excepción alguna, los defensores del darwinismo buscaron la
ventaja retórica de esta táctica de asociación; imprimieron en el DI la marca de su
odiado y temido primo —el creacionismo científico. Naturalmente, los teóricos del
designio rechazaron esta asociación como totalmente carente de fundamento. Esta
táctica fue calificada de «retórica vacía y manipuladora», porque la teoría del DI no
depende de ninguna premisa bíblica o religiosa.[14]
Antes de pasar a la siguiente fase de la batalla, mencionaré otro libro anti-DI de una
menor importancia, publicado en 2000, justo después de las obras de Kenneth Miller y
Pennock: The Triumph of Evolution and the Failure of Creationism [El triunfo de la
evolución y el fracaso del creacionismo], de Niles Eldredge, el asociado de Stephen
Jay Gould en el desarrollo del modelo del equilibro puntuado de la evolución. Este
libro, de estilo conversacional, es hasta cierto punto un reciclaje de material usado en
su anterior obra, The Monkey Business [El asunto del mono] (1982). Pero en su nuevo
libro Eldredge ha añadido algunos capítulos acerca de los más recientes y más
peligrosos creacionistas del Diseño Inteligente. Este libro adolece de errores de bulto y
de distorsiones acerca de la posición del DI. Por ejemplo, dice que los creacionistas
odian la evolución y se oponen a ella movidos «por su creencia de que la evolución es
inherentemente malvada». (Hay pruebas abundantes, más allá de la historia de Behe,
de que el DI está motivado principalmente por un desprecio intelectual ante los débiles
argumentos que se presentan en pro de la macroevolución, no por temor ni alarma
sobre su «naturaleza malvada». Incluso aquellos creacionistas relativamente menos
cultivados están mucho más motivados por un puro escepticismo intelectual de lo que
los darwinistas querrían admitir.) En segundo lugar, Eldredge comete un error enorme
cuando declara que la mayoría de los creacionistas «están motivados primordialmente
en tratar que la evolución no se enseñe en las escuelas públicas de los Estados
Unidos».[15] Esto es tan evidentemente falso, va tan directamente contra los datos,
que uno se pregunta por qué un editor (o el mismo Kenneth Miller, que contribuyó una
nota de aprobación incondicional) no lo advirtió. Ninguna organización creacionista
importante ha abogado por tal cosa en la historia reciente, e incluso las encuestas
refutan esta estrafalaria afirmación.
Entretanto, el bacteriólogo británico Alan Linton reseñaba el libro de Eldredge con
respeto pero con grandes reservas en el suplemento de Times Higher Education. Bajo
el título «Scant Search for the Maker» [Escasa búsqueda del Hacedor], Linton concluía
con una vibrante vindicación de los argumentos de Behe: «La complejidad bioquímica
de las cascadas de enzimas que se necesitan para realizar una sola función en las
células es pasmosa, y para que se pueda seleccionar una estructura o una función, tiene
que ser funcionalmente completa. [En el libro se cita la síntesis de aminoácidos a partir
de componentes químicos más simples], pero esta síntesis no es nada en comparación
con la complejidad de una sola enzima proteínica, por no hablar de una serie de
enzimas sumamente especializadas que funcionen en una secuencia en cascada. Unos
sistemas complejos irreducibles así no tienen valor selectivo a no ser que estén
completos». Acompañado a estas declaraciones, que de hecho repudian todo lo que ha
escrito Eldredge acerca de Behe, Linton va mucho más allá y disiente de la pretensión
de la macroevolución, basándose en datos de su propio campo de la bacteriología:
A pesar de los comentarios conciliadores en el último capítulo, el título del libro
es esencialmente emocional y provocador. Por cuanto la mayoría de teorías, si
resultan falsas, son rechazadas por los científicos, Eldredge pretende que, después
de 150 años, la ciencia no ha podido refutar la teoría de la evolución y que, por
ello mismo, «la evolución ha triunfado». En otras palabras, la teoría de la
evolución descansa sobre el hecho de que la ciencia no ha demostrado que sea
falsa. Sin embargo, cree que la teoría es susceptible de ensayo científico.
Pero, ¿dónde está la evidencia experimental? No existe ninguna en la literatura
que afirme que se haya constatado la evolución de una especie a otra. Las
bacterias, la forma más simple de vida autónoma, son ideales para esta clase de
estudio, con tiempos de generación de 20 a 30 minutos, y con poblaciones que se
consiguen después de 18 horas. Pero a lo largo de 150 años de ciencia
bacteriológica, no hay evidencia de que ninguna especie de bacteria se haya
transformado en otra a pesar de que las poblaciones han sido expuestas a potentes
mutágenos químicos y físicos, y a que, de forma singular, las bacterias poseen
plásmidos extracromosómicos transmisibles. Por cuanto no hay evidencia de
cambio de especie entre las formas más simples de vida unicelular, no es
sorprendente que no haya evidencia de evolución de las células procariotas a las
eucariotas, y mucho menos por toda la serie de organismos celulares más
elevados.[16]
El sorprendente radicalismo de la respuesta de Linton tendrá su eco más adelante en
este libro cuando conozcamos al biólogo estadounidense Ralph Seelke y oigamos lo
que él tiene que decir acerca de las lecciones que se aprenden con las bacterias.
A la entrada del Milenio: Una nueva proliferación de designio
Al comenzar el nuevo milenio, había diversas razones para la esperanza en el
Movimiento del DI, aunque se cernían nubes de tormenta sobre el horizonte. El
potente y renovado ímpetu que había recibido el DI de parte de Michael Behe había
sido reforzado con otros dos adelantos: Primero, parecían estar emergiendo los perfiles
de los fundamentos de un nuevo paradigma en tres nuevas importantes obras de
William Dembski, publicadas entre 1998 y 1999.[17] Como elemento fundamental de
los tres libros, y para la sensación de aliento que procedía de su obra, se levantaba la
creación por parte de Dembski del «Filtro Explicativo», un procedimiento lógico y
estadístico mediante el que se podría determinar si un objeto, un acontecimiento o un
sistema habían sido realmente diseñados por una inteligencia. El hecho de que el filtro
fuese cauteloso (solo se llegaba a inferir inteligencia después que se hubieran excluido
los procesos regidos por ley o por azar) y que proporcionase una inferencia escueta
—«diseño por una inteligencia»— daba un nuevo impulso al concepto del DI de que se
puede conseguir una detección positiva de designio aparte de ninguna vinculación
necesaria con la teología. Naturalmente, la obra de Dembski tuvo que enfrentarse de
inmediato con diversas críticas por parte de más y más darwinistas, algunos de los
cuales conoceremos en el capítulo 10. Estas críticas procedían tanto de académicos con
credenciales como también de una hueste más numerosa de entusiastas darwinistas
radicados en la Internet —el mismo grupo general que se había lanzado a criticar la
obra de Behe. A pesar de las dificultades a las que Dembski tuvo que hacer frente
(como sus conflictos en el Centro Polanyi en la Universidad Baylor),[18] se dio en
general una sensación de aliento en el seno del Movimiento del Diseño Inteligente,
acrecentado además por la publicación por parte de Dembski de otro libro sobre sus
argumentos matemáticos en pro del designio, No Free Lunch [No hay nada gratis].[19]
El segundo gran motivo para el aliento en el albor del nuevo milenio fue el libro
Iconos de la evolución, de Jonathan Wells, un nuevo doctor en biología celular y del
desarrollo de la Universidad de Berkeley. Su libro resultó en un fuerte aprieto para las
«pruebas» darwinistas de la macroevolución y del preludio de la evolución química.
Cada uno de los diez iconos seleccionados (imágenes o diagramas que aparecen de
forma destacada en los textos de biología de institutos de enseñanza secundaria, con
los que se quiere ilustrar la realidad de la evolución) resultó estar repleto de
desinformación, de declaraciones engañosas, de omisiones e incluso rozando el fraude.
Este libro, y la tormenta de críticas que desató, es el tema del capítulo 6.
El tercer y último impulso significativo que recibió el DI en este punto de inflexión
del nuevo milenio fue la sensación de ímpetu cobrado con el inicio de conferencias por
todo el país que presentaban el DI en campus universitarios e incluso el lanzamiento de
una red de clubs universitarios —Clubs IDEA (siglas del inglés Intelligent Design and
Evolution Awareness Clubs, o Clubs para la discusión del Diseño Inteligente y de la
Evolución). El primer IDEA lo fundó Casey Luskin en la Universidad de California en
San Diego. Para el 2005 se habían establecido secciones del club en docenas de otros
campus, y esto se consideró como un acontecimiento tan alarmante que incluso la
revista Nature, la revista científica más prestigiosa del mundo, presentó el fenómeno
IDEA en un artículo con titular en cubierta en el número del 28 de abril de 2005. El
artículo, de Geoff Brumfiel, se titulaba: «¿Quién abriga designios para las mentes de
vuestros estudiantes?»
La proliferación de los clubes de orientación DI era un proyecto a largo plazo, pero
también hubo diversas conferencias más multitudinarias cuyos efectos sería difícil de
calcular. En Dudas sobre Darwin me referí a «La naturaleza de la naturaleza», el
Congreso de Baylor en la primavera de 2000, organizado por William Dembski y en el
que participaron varios científicos de renombre mundial. Pero para este mismo tiempo
se celebraron otros congresos que tuvieron una relevancia histórica. Uno fue el titulado
como «El Diseño Inteligente y sus Críticos», organizado en la Escuela Superior
Concordia en Wisconsin por un filósofo natural de Gran Bretaña, Angus Menuge. Este
congreso tuvo gran importancia a largo plazo porque producto del mismo fue un libro
sumamente trascendental, publicado por la editorial Cambridge University Press,
Debating Design (El debate acerca del designio), cuya recopilación fue dirigida
conjuntamente por Michael Ruse y William Dembski. El papel de Menuge como
organizador fue reconocido al dársele un capítulo introductorio, una brillante breve
historia del Movimiento del Diseño Inteligente.
El otro congreso, celebrado en la Universidad de Yale en noviembre de 2000, fue
considerado por muchos como otro punto de inflexión no solo para la difusión pública,
sino también para la credibilidad académica del DI como un programa joven pero
legítimo de la ciencia. Este congreso, en el que hablaron los principales dirigentes del
DI, dejó reverberaciones por una sorprendente nueva tesis presentada por Guillermo
González, un joven investigador de la NASA que enseñaba en la Universidad de
Washington. En un nuevo giro del concepto del ajuste fino, que había sido objeto de
debate por parte de los físicos desde los años ochenta, explicó que el planeta Tierra no
solo parece diseñado y finamente ajustado para la vida, sino que también parece estar
finamente ajustado para beneficio de la medición e investigación científica. Esta
novedosa idea impactó a los asistentes al congreso debido a las implicaciones y
posibilidades. Fue otro indicador del impulso científico del designio, pero de la cima
del monte descendían nubes de tormenta. ¿O acaso era el humo de las nuevas y
poderosas piezas de artillería subidas a las almenas de la fortaleza? Pasaremos ahora a
las andanadas de este nuevo contraataque.
4
Más allá del Congreso de Yale
La guerra sobre el Designio se calienta

¡Toque de alarma general!


El Movimiento del Diseño Inteligente encontró un firme aliento en el Congreso del
Designio en Yale en noviembre de 2000, con seis sesiones vespertinas en un auditorio
enmaderado repleto de público en la Facultad de Leyes de Yale, junto con la
curiosidad de un grupo de manifestantes que protestaban y entregaban panfletos
contrarios al diseño inteligente a los que entraban en el auditorio para oír el discurso
inaugural de Phillip Johnson. He mencionado el inesperado acontecimiento adicional
del congreso—un taller con el astrónomo Guillermo González, que presentó la tesis de
que el ajuste fino del universo y del planeta Tierra parece calibrado no solo para que
florezca la vida, sino también para proporcionar condiciones ideales para la
investigación científica. Con todo, en tanto que el simbolismo del Congreso del
Designio de Yale fue enormemente positivo para los teóricos y amigos del Diseño
Inteligente, para los críticos del DI esta reunión fue otra señal de una situación en
constante deterioro.
Detengámonos un momento en este punto. Para los darwinistas era absolutamente
espantoso —prácticamente inconcebible— que después de tanta diligencia en el
esfuerzo educativo en favor del evolucionismo a todos los niveles de la educación
científica, los nuevos argumentos en pro del DI, especialmente los de Michael Behe,
fuesen aceptados por decenas de millares de americanos educados, incluyendo cientos
de profesores universitarios, y que se estuviesen volviendo en contra de la ortodoxia
darwinista como armas mortíferas. Esto les sobrecogía profundamente; constituía un
sabotaje intelectual, y demandaba la respuesta más enérgica posible. Desde el punto de
vista de aquellos, como Carl Sagan, para quienes la filosofía materialista era una
piedra fundamental de la racionalidad,[1] este desarrollo de los acontecimientos se veía
como uno de los más alarmantes hundimientos de la razón humana que uno pudiera
imaginar.
Desde este punto de vista si jamás ha existido una idea científica digna de ser
defendida, esta es la teoría de la evolución de Charles Darwin, un brillante
descubrimiento científico que en el año 2000, en el albor de un nuevo milenio, estaba
«establecido como un hecho de una manera arrolladora».[2] Es cierto que había
trastornado muchos esquemas culturales cuando estalló en la Inglaterra victoriana
como la bomba científica del siglo diecinueve. Sin embargo, decían los darwinistas en
todas partes, lo importante era que la teoría había quedado vindicada una y otra vez por
pruebas sobre pruebas. Se consideraba que tenía una capacidad incalculable de
iluminar a la humanidad. Había conformado, reorganizado e iluminado prácticamente
todos los aspectos de la ciencia y de la cultura occidental. Había devorado muchas
teorías, ideas y creencias anticuadas, y había operado así como el «ácido universal» de
nuestra civilización moderna, como había alardeado el filósofo Daniel Dennett.[3]
Según sus defensores, el darwinismo era sencillamente indispensable para tener una
clara comprensión del mundo a nuestro alrededor. Más aun, había llegado a ser el
principio organizador central de la biología. Se citaba con frecuencia al fallecido
genetista estadounidense Theodosious Dobzhansky en relación con esto: «Nada en la
biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución».[4] De modo que descartar el
evolucionismo darwinista equivalía a mutilar la biología; ¡un cambio de dirección
como este nos privaría del conocimiento más importante y seguro que habíamos
llegado a adquirir!

Una nueva campaña y un lema omnipresente


La evolución se consideraba como «la posición vital que debía defenderse a
ultranza», y por ello los adversarios de la teoría del diseño habían sido crecientemente
movilizados a finales de la década de 1990 debido a los ataques padecidos por su
valioso conocimiento fundamental, que ellos consideraban absolutamente
inexpugnable. Sin embargo, los primeros libros de Kenneth Miller, Robert Pennock y
Niles Eldredge, y los incansables esfuerzos de Eugenie Scott y de la oficina de la
NCSE en Berkeley no parecían haber retardado significativamente el avance del DI.
De modo que, al comienzo de este nuevo siglo, se fue preparando un nuevo
contraataque. Si el lector quiere penetrar en las mentes de los líderes darwinistas
durante este tiempo para comprender las percepciones, emociones y reacciones
retóricas que se están dando actualmente, recomiendo una rápida lectura de la
introducción del libro de Barbara Forrest y de Paul Gross, Creationism’s Trojan Horse
[El caballo de Troya del creacionismo]. Sin embargo, debo hacer una advertencia: el
lector debe estar prevenido ante la andanada de acerba hostilidad y de distorsión
sistemática. En diversas lecturas de este capítulo he contado, personalmente, como
cincuenta y dos tergiversaciones o errores directos en un espacio de solo nueve páginas
de crispada retórica.[5] Lo más significativo en esta quema del DI es la sensación de
peligro, y el terror resultante, que los darwinistas comprometidos parecen sentir que se
remueve en su estómago. ¡Se tenía que emprender acción, y con toda urgencia!
Mediada la década, en 2004-2006, se aceleraron muchas facetas de este contraataque,
con las máquinas a toda presión.
Uno de los aspectos más públicos en este contraataque fue que portavoces de la
ciencia convencional, a menudo incluyendo organizaciones científicas nacionales en su
integridad, como la Sociedad Americana de Astronomía, comenzaron a emitir
declaraciones (generalmente mediante la adopción de resoluciones en consejos
directivos) en las que se aseveraba que el Diseño Inteligente es religión, y no ciencia.
Cuando el 24 de febrero de 2006 participé en un minidebate en la cadena CNBC con el
profesor Brian Alters, adversario del DI, éste presentó el rechazo oficial del DI por
parte de la Academia Nacional de las Ciencias y de la Asociación Americana para el
Progreso de la Ciencia como puntos decisivos. En ocasiones, dichas resoluciones
exponían que el DI significaba un peligro para la educación científica y para el futuro
del puesto de los Estados Unidos en el mundo como líder en la investigación científica.
[6] Estos juicios los presentaban los defensores del darwinismo en declaraciones
públicas, de palabra y mediante la página impresa, advirtiendo (una y otra vez) que el
DI es religión, no ciencia. Esta declaración forjada como un puñal retórico con el que
pinchar y deshinchar la creciente credibilidad del DI, la repitieron una y otra vez los
adversarios del DI como el tema primordial de conversación durante todo este período.
Era el más común de los eslóganes, si bien el menos matizado, en contra del designio.
Esta incesante negación de la naturaleza científica del DI fue descrita a la perfección
en un artículo del abogado y escritor independiente Dan Peterson, precisamente
cuando las vehementes denuncias contra el DI habían llegado a un pico de
exacerbación en el otoño de 2005. Peterson preparó el escenario con la observación de
que a pesar de «los esfuerzos de los adversarios del DI para presentarlos como
“creacionistas”, sus argumentos no se basan en premisas religiosas ni en la autoridad
de las Escrituras, y el DI no trata de determinar la identidad del diseñador. La
inferencia de que la vida es el producto de una causa inteligente en lugar de ser
resultado de fuerzas materiales carentes de inteligencia puede desde luego tener
implicaciones religiosas. Pero los argumentos que proponen los teóricos del diseño
inteligente se fundamentan en principios neutros, y en hechos extraídos de las
matemáticas, de la teoría de la información, de la bioquímica, de la física, de la
astrofísica, y de otras disciplinas». De modo que, ¿por qué este nuevo punto de vista ha
de alterar a los darwinistas hasta el punto de generar el ametrallamiento retórico del
DI? Peterson da una inteligente evaluación de la respuesta:
Si uno pregunta a los críticos del DI por la razón de su oposición, le responderán
a tenor de lo que sigue. Dice la presidente de maestros de Dover, Sandy Bowser:
«El diseño inteligente no es ciencia». Según un titular en un artículo de primera
página del Washington Post, el diseño inteligente «no es ciencia». El adversario
del DI y catedrático de física y astronomía Lawrence Krauss explica por su parte
que el DI no debería formar parte de un plan de estudios porque «no es ciencia».
En un artículo de la revista Wired que lanza descrédito contra el DI, el
microbiólogo Carl Woese contribuye el argumento de que el diseño inteligente
«no es ciencia». Robert Pennock, un profesor de filosofía que ha sido un crítico
activo del diseño inteligente, se extiende algo más, y dice que el DI «no cae
dentro del ámbito de la ciencia». El abogado que ha presentado la demanda contra
la junta educativa de Dover sostiene que el DI «no es ciencia en absoluto». La
Federación Americana de Maestros añade como gran ayuda que «el diseño
inteligente no tiene cabida en las aulas de ciencia porque no es ciencia». La
Asociación Nacional de Profesores de Ciencias arroja algo más de luz,
proponiendo el punto de vista de que «el diseño inteligente no es ciencia».[7]
Más adelante pasaré a explicar cómo los teóricos del DI trataron de refutar esta
constante acusación. Lo que es destacable aquí es que la etiqueta de «religión, no
ciencia», que se había usado esporádicamente en la década de 1990, se convirtió en
una contundente primera andanada en casi cada uno de los choques retóricos entre los
dos lados. A menudo iba estrechamente vinculada con la acusación de que muchos
partidarios de la teoría del DI eran personas conocidas como «religiosas» o, usando
una retórica más venenosa, «fundamentalistas».[8] Las vinculaciones y afiliaciones
religiosas de los teóricos y proponentes del DI constituyen una cuestión central en el
libro de Forrest y Gross. Michael Behe comenzó diciendo en sus conferencias
públicas: «Dicen los darwinistas que no se debe creer lo que digo porque se me ha
visto entrando y saliendo de iglesias». Naturalmente, Behe recuerda luego a sus
oyentes que sus maestros católicos le habían asegurado siempre que Dios había usado
la evolución y que, al contrario, había sido la evidencia científica y los argumentos
expuestos por Denton y otros los que le llevaron a la hipótesis del designio.[9]
Otra cuestión relacionada con el grito de «ciencia, no religión» es mucho más
filosófica: ¿Cómo debemos definir qué es ciencia? Si la investigación realizada por
unos científicos los lleva a la conclusión de que muchos rasgos de los organismos
debieron ser diseñados por un agente inteligente, ¿acaso este concepto deviene en el
acto una conclusión religiosa? ¿Acaso estos científicos se han excluido de repente del
ámbito de la ciencia? Para ilustrar el enfrentamiento acerca de esta cuestión,
rememoraré un vívido momento en un programa de una televisión local. Fui invitado
en septiembre de 2005 a participar en Su Turno, un programa de debates de actualidad
en Tampa, Florida, para debatir el gran auge del DI. La directora del programa, Kathy
Fountain, pidió a los tres invitados que se pronunciasen acerca de qué debían enseñar
las escuelas públicas acerca de los orígenes. Eddie Tabash, un abogado anti-DI de
California, dijo una y otra vez: «El DI no se debería mencionar en las escuelas porque
es solo teología; no es ciencia». Después de una pausa, yo respondí en antena, y dije
que Tabash lo entendía totalmente al revés. Los científicos pro-DI nunca prejuzgan
cuando se trata de detectar designio. Nunca suponen el designio; el designio ha de ser
detectado de forma positiva, mediante el análisis de la evidencia y la superación de
unas pruebas rigurosas. El darwinismo es diferente. Es profundamente teológico en sus
reglas básicas de operación, por cuanto establece una verdad segura —un axioma que
equivale a un rígido catecismo religioso. Y es este catecismo el que sirve de punto de
partida. El catecismo darwinista afirma que cuando investiguemos sistemas complejos
de la vida, uno puede tener la certidumbre de que la evidencia científica y la lógica
nunca pueden llevarle a concluir que hubo una causa inteligente detrás de la vida. ¡Así,
la investigación comienza con una presuposición dogmática e inamovible de que todos
los aspectos de la naturaleza carecen totalmente de designio!
Si hubiera tenido más tiempo en aquel programa, hubiera llevado el argumento un
paso más adelante, para señalar cuál era la polémica central: ¿Cómo deberíamos
definir «ciencia»? Por lo general, la ciencia se ha definido —en línea con la regla
darwinista de «no designio»— como la investigación en pos de «causas naturales» de
todos los fenómenos (el DI modificaría la frase como «causas reales»). A causa de esta
trascendental decisión filosófica, con el uso de la frase «causas naturales», el debate
queda realmente decidido antes que se pueda aportar la primera prueba. En otras
palabras, la cuestión se resuelve sencillamente al nivel de qué definición se escoge
para ciencia. Aquel que disponga del poder para definir la ciencia establece los
términos que decidirán el resultado de la controversia.
Los teóricos del designio señalan que la definición de ciencia no es una cuestión que
se pueda decidir mediante los instrumentos de la ciencia; se trata más bien de una
cuestión difícil que los filósofos han debatido durante muchas décadas y siguen
debatiendo en la actualidad. Yo mismo traté acerca de este problema con cierto detalle
en el último capítulo de Dudas sobre Darwin, y esta cuestión crucial es un tema
principal de los escritos de Phillip Johnson. Dembski escribió sobre este mismo
problema en El debate acerca del designio, recordando al lector que «la ciencia no
puede, por una decisión a priori, excluir posibilidades lógicas. La biología evolutiva, al
limitarse exclusivamente a mecanismos materiales, ha resuelto por anticipado la
cuestión de cuáles explicaciones biológicas son verdaderas, aparte de toda
consideración de la evidencia empírica. Esto es filosofía de sillón».[10] El hecho de
que la teoría del DI hubiera rechazado y descartado la tendenciosa definición
naturalista de la ciencia, que excluye de entrada la posibilidad de un verdadero
designio, era probablemente la razón más difundida para lanzar sobre el DI el estigma
de «religión, no ciencia».

Denuncias, libros y fantasías


Un segundo aspecto de la campaña anti-DI con posterioridad al 2000 fue una serie de
declaraciones y de discursos procedentes de dirigentes educativos y de intelectuales
conocidos (a menudo en forma de columnas y editoriales de gran difusión), que tenían
el sentido de denuncias públicas y de llamamiento a la movilización. Por ejemplo, en
el otoño de 2005 los presidentes de la Universidad de Cornell y de la Universidad de
Idaho lanzaron ataques públicos contra el DI. El presidente de Cornell, Hunter
Rawlings III, convocó a su cuerpo docente a ayudar a detener el avance del
movimiento y a comenzar a reeducar a América acerca de estas cuestiones. Rawlings
no hizo secreto alguno de la alarma que sentía ante el crecimiento de aquella
tendencia: «Esta cuestión se ha hecho tan urgente que me parece imprescindible hacer
de la misma el tema central de mi Discurso sobre el Estado de la Universidad». Como
era de esperar, en su declaración Rawlings aseveró que el DI «no es válido como
ciencia». Apoyándose en un ataque recientemente publicado por Allen Orr, afirmó que
el DI «no tiene la capacidad para desarrollar nuevo conocimiento mediante la puesta a
prueba de hipótesis, modificación de la teoría original basándose en resultados
experimentales, y nuevos ensayos con experimentos más refinados que producen
todavía más refinamientos y conocimientos».[11]
Cada una de las alegaciones de Rawlings recibió una réplica inmediata por parte de
profesores en el movimiento del DI, pero justo cuando se estaba disipando la polvareda
de este bombardeo, se publicó un segundo pronunciamiento presidencial: el edicto del
presidente de la Universidad de Idaho, Timothy White. White simplemente trató de
impedir toda discusión de perspectivas no evolucionistas en las clases de ciencias: «En
la Universidad de Idaho, la enseñanza de perspectivas que difieran de la evolución se
puede dar en currículos aprobados por el cuerpo docente en cursos de religión,
sociología, filosofía, ciencias políticas o similares. Sin embargo, la enseñanza de estos
puntos de vista es inapropiada en nuestros cursos o currículos de ciencias de la vida, de
la tierra y de física».
Debido a que ahora estoy solo dando una rápida reseña, debo posponer para más
adelante la réplica íntegra del Diseño Inteligente a estas acusaciones. Sí que observaré
que casi cada uno de estos ataques públicos generó una firme defensa y contraataques
de parte de los teóricos del designio, generalmente publicados en el plazo de una
semana o dos en el sitio web de Discovery.org, en ARN.org, o en alguno de los blogs
del DI. Las andanadas públicas procedentes de educadores sirvieron principalmente
como símbolos espectaculares; tuvieron un valor persuasivo relativamente pequeño.
En el caso de la declaración del presidente de la Universidad de Idaho, sonó como una
prohibición de temas educativos. Fue mayormente contraproducente, al sonar como
una torpe limitación de la libertad de palabra. Lo que los darwinistas veían como una
necesidad urgente era una refutación punto por punto de todos los argumentos
fundamentales del designio. Así, uno de los esfuerzos más importantes y concertados
que se realizaron para detener el avance del DI después del 2000 fue la publicación de
enérgicas críticas del DI en revistas académicas y populares. También, durante el
período de 2001-2006 aparecieron con creciente frecuencia nuevas críticas en forma de
libros. Aparte de su contenido científico, estos libros y artículos incluían a menudo
consideraciones de orden filosófico y análisis culturales de los proponentes del
designio y de sus motivos. Más adelante trataré de los argumentos de estos libros.
Primero me será necesario describir el escenario de la contienda en el que se lanzaban
estos misiles retóricos, que ponen en evidencia el asombroso poder de una imaginación
atenazada por el temor en el contexto de los ataques retóricos contra el DI.
Se debe recordar que según el DI iba cobrando auge durante los años posteriores al
2000, iba produciendo una constante intensificación en la irritación, el menosprecio y
el temor que se concentraban contra los proponentes del designio y contra sus
argumentos. En medio de todo esto, surgió un extraño fenómeno. Surgió un paisaje
mental espeluznante, poblado de pesadillas, de aciagas predicciones y de alarmantes
advertencias. Los autores de los dos ataques de la editorial Oxford Press contra el DI
(que se menciona en el capítulo 1) fueron los pioneros, dejándose llevar por una orgía
de fantasías de temor. Por ejemplo, Niall Shanks, profesor de filosofía en la
Universidad Estatal del Tennessee Oriental, en su libro de 2004, God, the Devil, and
Darwin [Dios, el Diablo, y Darwin], estimula una actitud de hostilidad desde el
comienzo de su libro empleando repetidas veces su epíteto favorito para los
creacionistas: «extremistas». Luego trata de envenenar retóricamente la teoría del
designio amontonando las palabras magia y ciencia sobrenatural sobre las ideas y la
teoría del DI. Su objetivo queda claro: infamar totalmente la teoría del designio como
peligrosamente extremista, absolutamente irracional y totalmente religiosa. En la
transmisión de estas imágenes, no caben los matices. Dos veces en el libro de Shank, al
final del prefacio y en las tres primeras páginas de su conclusión, las páginas
prácticamente estallan con docenas de estos términos hostiles y estigmatizadores.[12]
Pero, yendo mucho más allá de un mero bombardeo de términos contra el DI, Shanks
pinta la peor de las pesadillas al comienzo de su prefacio: «Se está librando
actualmente en los Estados Unidos una guerra cultural, lanzada por extremistas
religiosos que esperan volver atrás las agujas del reloj de la ciencia a los tiempos
medievales. ... [Este] es un importante fragmento de un rechazo mucho más difundido
de los ideales seculares, racionales y democráticos de la Ilustración sobre los que se
fundaron los Estados Unidos. El arma principal en esta guerra es una versión de la
ciencia creacionista conocida como la teoría del Diseño Inteligente.» Pocos párrafos
más adelante, Shanks desarrolla su lóbrego escenario y predice adonde se dirige la
«estrategia de la cuña» del DI. Primero contempla «el diseño inteligente enseñado
junto con las ciencias naturales». A continuación, una transformación del sistema
educativo lo hará más abierto al «objetivo de instrucción religiosa» del DI. Luego el
apocalipsis de Shanks asciende hasta su horrendo apogeo: «En el extremo grueso de la
cuña se agazapa el espectro de una teocracia cristiana fundamentalista».[13] En pocas
palabras, ¡los fundamentalistas forzarán la instrucción religiosa en las escuelas
públicas y luego intentarán hacerse con el control político del país!
Cuando me enteré de la mera existencia de un guión argumental tan disparatado
contra el designio, que se daba como la descripción de los objetivos del DI, y los
peligros que de todo ello resultaban para los Estados Unidos, encontré difícil creerlo.
El escenario descrito por Shanks parecía ir más allá de lo absurdo. Me pregunté: ¿Lo
dice en serio, o está solo dejándose llevar por una fantasía apocalíptica para
impresionar a sus seguidores? (Shanks ha sido duramente criticado por académicos
fuera del DI. El filósofo Neil Manson comentó acerca de la «retórica pomposa» del
libro, añadiendo que «la actitud de menosprecio que exhibe Shanks es alarmante», y
que en particular hay un «non sequitur pasmoso». El filósofo Del Ratzsch observó los
repetidos «clamores de que el cielo está cayendo», y dijo que la aprobación de la
editorial de Oxford es extraordinaria, dado el intenso uso que hace Shanks de ataques
personales contra académicos del DI. Véase el apéndice para un extracto clave de la
larga y mordiente reseña de Ratzsch.[14])
Más adelante descubrí que Shanks no estaba solo en esta fantasía; otros estaban
repitiendo y adornando la misma pesadilla. Por ejemplo, el titular de un artículo en la
web en octubre de 2005, por el físico Marshall Berman, publicado por la Sociedad
Física Americana, vociferaba: «El Diseño Inteligente: El Nuevo Creacionismo
Amenaza a Toda la Ciencia y a Toda la Sociedad». Pero este título estridente era solo
la punta del iceberg cargado de fantasías de Berman. Narraba sus propias luchas contra
el DI en Nuevo México. Después de explicar el progreso en detener los avances del DI
en su estado, culminaba con una fogosa conclusión, advirtiendo en contra de los
peligros del DI para la ciencia y «quizá para la misma democracia secular». Decía que
los teóricos del designio eran culpables de influir en políticos con poco conocimiento
de ciencia, y luego hacía un llamamiento a la acción: «Los científicos deben implicarse
más en política si quieren detener este asalto. ¡La sustitución de la sana ciencia e
ingeniería por la pseudociencia, la polémica, la fe ciega y las ilusiones no os salvará
cuando comience a caer el telón de “las Segundas Edades Oscuras”!»[15]
Una fantasía semejante aparecía en el otro libro de la editorial de Oxford que se
publicó al mismo tiempo que la crítica de Shanks, y que se captaba en su título:
Creationism’s Trojan Horse: The Wedge of Intelligent Design [El caballo de Troya del
creacionismo: La cuña del Diseño Inteligente]. Barbara Forrest y Paul Gross, los
coautores del libro, de cuya introducción saturada de errores y de una frenética retórica
ya he tratado más arriba, urdieron el escenario conocido de un grupo envolvente de
fundamentalistas decidido a irrumpir en la fortaleza del mundo académico, y que en
último término conspira para sustituir una democracia liberal y racional por un estado
teocrático. Cuando mi amigo Joe, un profesor jubilado de instituto de enseñanza
media, acabó de leer el primer capítulo de este libro, me dijo, bromeando: «¡Vaya,
Tom, quizá con tu relación con el Movimiento del Diseño Inteligente puedes conseguir
un ministerio o una embajada en la futura teocracia!».
Las fantasías del libro en cuestión, que dan gran resonancia a lo que Shanks había
dicho, apenas si merecerían mención aparte de su valor para entretener al lector en el
campo del surrealismo. Sin embargo, se trata de las imágenes introductorias con lo que
se quiere presentar como un sobrio análisis de la historia del DI, de sus planteamientos
científicos y de sus objetivos culturales. Además, estas múltiples fantasías del temor
pasaron, todas ellas, por el proceso de la revisión por pares de la editorial de la
Universidad de Oxford. Es pasmoso que los revisores de Oxford diesen luz verde a
temas de fantasía tan exageradamente hiperbólicos, tan repletos de veneno y de
distorsión de la verdad que harían ruborizar a un escritor de arengas políticas. Estas
fantasías acerca de los peligros del DI, emanando de unos académicos tan sobrios y
generalmente creíbles, confirma lo que Phillip Johnson comenzó a observar hace años:
conforme el Diseño Inteligente va aproximándose más a sus objetivos, muchos
darwinistas reaccionan con «pánico metafísico».

La cuña y el centro del paradigma


Los temores darwinistas iban a menudo vinculados de forma explícita a ciertos
objetivos públicos que estaban relacionados con la analogía de la cuña del Diseño
Inteligente, tema frecuentemente tratado. Esta era la base para la fantasía de temores de
Shanks, y también el objeto de sospecha y de duras críticas de parte de Forrest y de
Gross. De hecho, la idea de una cuña formaba el armazón de su crítica, como se ve en
su subtítulo, La cuña del Diseño Inteligente. Sin embargo, desde el momento en que
fue desarrollada por Phillip Johnson, el principal líder del DI en la década de 1990,
nunca constituyó un concepto secreto. Incluso formó una parte considerable de su libro
publicado en 1999, que se titulaba The Wedge of Truth [La cuña de la verdad]. Parece
que habiéndose olvidado de este aspecto abierto y público de la cuña, muchos críticos
del DI, con Barbara Forrest a la cabeza, han hecho un drama con un «Documento de la
Cuña» filtrado (que fue hecho público en la Internet por críticos del DI a partir de
1999) que enumeraba objetivos para el siguiente período de cinco años en una
campaña de captación de fondos para el Instituto Discovery. Lo que se consideraba
siniestro en este documento «filtrado» (del que Discovery ha afirmado en más de una
ocasión que es desde luego genuino) era un conjunto de puntos clave, dos de los cuales
se consideraban como escandalosos. Esto alimentó la acusación de los pretendidos
planes del DI para una teocracia. Aquí doy entrecomillados los extractos originales de
la cuña, seguidas en cada caso por los comentarios hechos públicos por Discovery.
«La proposición de que los seres humanos están creados a imagen de Dios es uno
de los principios fundamentales sobre los que está edificada la civilización
occidental. Su influencia puede detectarse en la mayor parte de los mayores
logros de Occidente, por no decir que en todos, incluyendo la democracia
representativa, los derechos humanos, la libertad de empresa, y el desarrollo de
las artes y de las ciencias.»
Desde una perspectiva histórica, esta declaración resulta cierta. La idea de que
los seres humanos están creados a imagen de Dios ha tenido unas consecuencias
culturales poderosamente positivas. Solo un miembro de un grupo con un nombre
como «Asociación Humanista Secular de Nueva Orleans» [Barbara Forrest]
podría encontrar aquí algo contra lo que objetar. (Incidentalmente, ¿no es cosa
extraña que se acuse a un grupo [Discovery] de promover la «teocracia» en un
contexto en el que dicho grupo hace un elogio a «la democracia representativa» y
«los derechos humanos»?)
«El Centro del Instituto Discovery ... no busca otra cosa que el derrumbe del
materialismo y de sus legados culturales.» Quiere «invertir el agobiante dominio
del punto de vista materialista, y sustituirlo con una ciencia consonante con
convicciones cristianas y teístas».
Lo admitimos. Queremos poner fin al abuso de la ciencia por parte de
darwinistas como Richard Dawkins y E. O. Wilson, que intentan usar la ciencia
para desacreditar la religión, y queremos proporcionar apoyo a los científicos y
filósofos que creen que la verdadera ciencia es en realidad «consonante ... con las
convicciones teístas». Se debe observar, sin embargo, que «Consonante con»
significa «en armonía con». No significa «lo mismo que». Recientes
descubrimientos de la física, de la cosmología, de la bioquímica y de ciencias
relacionadas pueden conducir a una nueva armonía entre ciencia y religión. Pero
esto no quiere decir que religión y ciencia sean lo mismo. Nosotros, desde luego,
no afirmamos tal cosa.[16]
Para demostrar de manera concluyente que la acusación de «planear una teocracia»
carecía de sentido, el Instituto Discovery consideró apropiado publicar un documento
titulado «El Instituto Discovery y la “teocracia”». Menciona en el mismo que la
dirección y los miembros de Discovery tienen unas perspectivas muy diversas: judíos,
católicos romanos, agnósticos y protestantes convencionales. En sus siete puntos, el
documento demuestra que la acusación de teocracia carece de fundamento. Estos
ataques son «calumnias» y «ataques personales» que «demuestran la quiebra de la
propia posición de los darwinistas».[17]
Por cuanto la imagen y la idea de una cuña de DI ha llegado a ser un punto clave de
la controversia, deberíamos mencionar que diversos escritos de Johnson[18] usan la
cuña como una metáfora favorita. La cuña es una herramienta necesaria para abrir un
gran leño que cierra el paso a la comprensión de la realidad científica. El leño significa
las fabulosas pretensiones darwinistas y su fundamento materialista. ¿Cómo quitarlo
del paso? Clavando una cuña en una grieta y partiendo el leño de modo que pueda ser
sacado del paso. En este caso, la grieta es la separación existente entre la evidencia de
la biología, por una parte, que se considera como un poderoso indicador de un
diseñador, y por la otra parte la perspectiva filosófica del naturalismo, por la que uno
da por supuesto que nunca hubo una inteligencia involucrada en el origen de la vida ni
en el surgimiento de su complejidad y diversidad. Johnson describe su papel (como
intelectual crítico público) como «el filo cortante de la cuña» —ayudando a legitimar
la discusión, y abriendo el camino a académicos más jóvenes.
El leño podría en un sentido representar más que solo un conjunto de teorías
científicas o siquiera su filosofía subyacente (el materialismo o el naturalismo). Se
podría considerar como representativo del amplio sistema de pensamiento, práctica y
doctrina muy desarrollada que hemos venido en designar como «el paradigma
darwinista». En Dudas sobre Darwin recalqué la visión retórica del DI de privar al
darwinismo de su condición de paradigma dominante, usando el concepto de
paradigma de Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas.[19] En el
libro de Kuhn, un paradigma es un concepto central, pero no se define de forma
precisa. Un paradigma incluye (1) un conjunto de prácticas de investigación de una
comunidad científica, ancladas en (2) conceptos y orientaciones compartidos por una
gran cantidad de personas en aquella comunidad. Dentro de un paradigma pueden
surgir fogosas discusiones, choques emocionales, pero todos los miembros trabajan
juntos hacia la misma clase de objetivos, y comparten presuposiciones clave que guían
la investigación. En otras palabras, un paradigma puede ser contemplado como un
amplio concepto que es aceptado voluntariamente por una red de investigadores y que
posibilita a la red una cierta unificación y paz interior acerca de adonde se dirige.
Si el Diseño Inteligente entra en escena y procede, como una de sus metas, a partir en
dos el paradigma, para dar la oportunidad para poner a prueba un nuevo y competidor
paradigma del diseño, esto constituye desde luego un enorme proyecto.
(Naturalmente, no se trata de una situación de todo o nada; es concebible que pueda
persistir durante un tiempo una situación científica en la que estén presentes
«paradigmas en competencia».) Los críticos tienden a considerar este desafío de
paradigmas como el gran sueño imposible del DI, pero Michael Denton, el padre
intelectual del Diseño Inteligente, estaba claramente apuntando en esta dirección, al
referirse a una «crisis de paradigma» en sentido kuhniano, cuando escogió el título
Evolución: Una teoría en crisis. En su último capítulo, «La prioridad del paradigma»,
hizo una afirmación radical: «No existe ninguna evidencia en absoluto de que el
“árbol de la vida” diese realmente origen a su multitud de ramas de diferentes formas
de vida mediante el mecanismo de mutación y selección, y por ello el darwinismo
habita en la esfera de la mitología científica. En realidad, el único adhesivo que
mantiene el darwinismo en pie es el poder social del paradigma en sí.»[20]
Al iniciarse la primera década del siglo veintiuno, la mayoría de los miembros del
Movimiento del Designio contemplaban la tesis de Denton como crecientemente
vindicada por cada línea de prueba científica y social. Ya estaban considerando su
trabajo como el de echar los cimientos de un nuevo paradigma en biología. Este
discurso del paradigma aparece, por ejemplo, al comienzo del libro de William
Dembski publicado en 2004, The Design Revolution [La revolución del designio], que
describe como «un manual para la sustitución de un paradigma anticuado (el
neodarwinismo) con un paradigma nuevo (el Diseño Inteligente)».[21]
Es de destacar que la imagen global expuesta por los científicos y portavoces del DI
era un radical rechazo de la pretensión que se presentaba en los medios de
comunicación y en los libros de texto usados en las escuelas y en las universidades de
que el darwinismo estaba «más saludable que nunca». Para los teóricos del designio, el
paradigma reinante era frágil e insensible frente a las convincentes críticas que se
planteaban desde el DI. De hecho, la ortodoxia darwinista estaba parapetándose y en
general respondiendo con una estrategia de cero concesiones. Esta estrategia se reducía
a unas consignas estrictas: nunca reconocer ningún mérito científico en absoluto a
nada en el trabajo de los teóricos del DI. Esta consigna captura el espíritu de
prácticamente todos los principales libros que atacan el DI, tanto antes como después
del punto de inflexión del año 2000, especialmente los dos libros de la editorial Oxford
University Press que ya se han mencionado más arriba, junto con el grueso libro de
Mark Perakh Unintelligent Design [Diseño no inteligente], (libro que, por cierto, ataca
no solo a los teóricos del DI sino también a popularizadores como Fred Heeren e
incluso a proponentes del Código de la Biblia). El cuarto libro anti-DI, Why Intelligent
Design Fails [Por qué fracasa el Diseño Inteligente], es una colección de críticas
recopiladas por Matt Young y Taner Edis.[22] (Aunque adopta la postura de cero
concesiones, como los demás, el libro de Young y Edis es el más sereno, cuidadoso y
respetuoso de los cuatro libros. Desde luego merece que se le reconozcan estas
cualidades.) Muchos de los argumentos específicos de estos libros aparecerán en los
capítulos que siguen, pero su esencia guerrera ha quedado ya retratada en este capítulo.
Y para que el lector no llegue a suponer que la intensidad del debate acerca del DI y el
darwinismo ha bajado de tono después del intenso período de 2004-2005, incluyo un
apartado titulado como «Las Ofensivas de Abril» para dar una imagen de la intensidad
de la controversia en un solo mes: abril de 2006.
Las Ofensivas de Abril
El mes de abril de 2006 contempló un frenético bombardeo de artículos, libros y respuestas en blogs a
lo largo de las líneas del frente DI-Darwin. Los proponentes del DI celebraron la publicación de
Traipsing into Evolution [Trajinando con la evolución],[23] un libro en el que se criticaba la resolución
judicial en el caso de Dover, junto con la edición de décimo aniversario de La caja negra de Darwin, con
un potente nuevo capítulo como epílogo. En dicho epílogo, Michael Behe sostiene que su argumento se
ha hecho significativamente más fuerte mediante nuevos descubrimientos, y expone detalladamente por
qué los principales argumentos en contra de la complejidad irreducible caen por tierra.
Formando parte de todo este torbellino de noticias, se lanzó a bombo y platillo la noticia del
descubrimiento de un extraño pez de apariencia de lagartija llamado Tiktaalik roseae[24] —reivindicado
como «un eslabón espectacular» entre los peces y los animales terrestres. Recibió la designación de
«pezópodo» porque por sus características parecía ayudar a cubrir el enorme vacío entre peces y
tetrápodos terrestres. Los teóricos del DI hicieron ver su extraño carácter de «mosaico» —muchos rasgos
tipo pez o tetrápodo parecen totalmente formados en uno u otro sentido en lugar de parcialmente
desarrollados como si fuesen estructuras en transición.
Mientras, «después de varios años de pretender que no existe ningún debate acerca de la teoría del
Diseño Inteligente (DI)», tres investigadores publicaron un estudio en el número de Science del 7 de abril
de 2006,[25] afirmando haber demostrado cómo pudo haber surgido un sistema de complejidad
irreducible por medio de unos pocos cambios mutacionales. «Con esto se prosigue en la venerable
tradición darwinista de hacer grandiosas afirmaciones basadas en resultados irrisorios», dice Behe. «No
hay nada en este artículo que un proponente del DI pudiera considerar como más allá de las capacidades
de la mutación al azar y de la selección natural. En otras palabras, tenemos un hombre de paja.» Behe
explica que los autores

redefinen a su manera la «complejidad irreducible» para minimizarla al máximo. Yo, desde luego, no
clasificaría el sistema que ellos presentan como nada cercano a la complejidad irreducible (CI). Los
sistemas de CI ... contienen múltiples factores proteínicos activos. Su «sistema», en cambio, consiste en
una sola proteína y su ligando. Aunque en la naturaleza el receptor y el ligando forman parte de un
sistema mayor que tiene una función biológica, la pieza de este sistema mayor que ellos separan no hace
nada por sí misma. En otras palabras, los componentes aislados con los que ellos trabajan no presentan
una complejidad irreducible.

Stephen Meyer añade: «Si esto es lo mejor que puede hacer el establecimiento darwinista después de
diez años de intentos de refutar la teoría de Behe de diseño inteligente, realmente la teoría neodarwinista
se encuentra en estado lastimoso. La realidad es que el argumento de Behe sale muy fortalecido con cada
intento sucesivo de ponerlo a prueba mediante una refutación experimental».[26]

Los nuevos cursos intensivos de DI


Los cuatro libros anteriormente mencionados que trataban de aplastar el DI fueron
lanzados desde la fortaleza en una andanada cerrada durante 2004 —algo así como
cuatro bombas revienta-búnkers martilleando unas posiciones subterráneas
inexpugnables. Durante los cinco años que culminaron con el crucial período de 2004-
2005, los teóricos del designio estuvieron activos escribiendo y publicando sus propios
libros rompedores de búnkers. De hecho, una de las principales tendencias retóricas
que hizo posible que el DI avanzase a través de un intenso fuego fue la enorme
cantidad de libros que surgieron de los teóricos del DI. Sin contar con mi historia
solidaria, escrita originalmente como una disertación doctoral de la retórica de la
ciencia en la Universidad de Florida del Sur, se publicaron unos diecisiete libros y tres
videos educativos durante este breve período, mayormente o totalmente partidarios de
la teoría del designio. Cuatro de estas veinte publicaciones tienen un papel especial:
actúan como cursos intensivos. Estas cuatro obras son, primero, la obra con revisión
por pares Darwinism, Design, and Public Education [Darwinismo, Designio y
Educación Pública], publicada por la editorial Michigan State University Press, edición
dirigida por el teórico del DI Stephen Meyer y el retórico de la ciencia (y académico
darwinista) John A. Campbell.[27] Este volumen, un grueso libro en rústica de 540
páginas, incluye una sorprendente variedad de puntos de vista de toda la gama
académica, y sirve como curso intensivo acerca de cuándo, cómo y por qué la
educación pública se puede beneficiar de las percepciones que proporcionan los
teóricos del designio y sus críticas de la teoría darwinista.
En rápida sucesión, otros dos libros útiles como cursos intensivos vieron la luz
durante 2004. El primero, una mezcla ecléctica, procedía de la editorial Cambridge
University Press, Debating Design, con Michael Ruse y William Dembski como
codirectores. Con su inclusión de veinte expertos de todas las principales perspectivas
(pro y contra), constituía un instructivo caleidoscopio de opiniones académicas acerca
de esta cuestión, y sirvió para legitimar todo el debate. El segundo es The Design
Revolution [La revolución del designio] de William Dembski. En cuarenta y cuatro
breves capítulos, abordaba prácticamente todas las principales cuestiones planteadas
(hostiles o no) lanzadas al DI en su breve historia. Su importancia y contundencia
intelectual como respuesta a los darwinistas impactó sobre Ronald Numbers, de la
Universidad de Wisconsin, la principal autoridad mundial para la historia del
creacionismo. Numbers, que no es teísta, escribió una obra histórica muy prestigiosa,
producto de una meticulosa investigación, The Creationists.[28] Tuvo parte en la
evaluación de mi propia historia del DI y en recomendarla para su publicación. En el
caso de Dembski, fue un paso más allá, y proporcionó una recomendación: «Durante la
última década, más o menos, el “diseño inteligente” ha desencadenado una tormenta de
polémica. ¿Se trata solo de otra forma de creacionismo disfrazado, como alegan sus
críticos, o se trata de un nuevo paradigma científico, como mantienen sus proponentes?
Este enérgico catecismo, escrito por el teórico líder del movimiento, ofrece tanto a los
creyentes como a los escépticos (y yo me cuento entre estos últimos) una introducción
acreditada, aunque unilateral, acerca de la razón de todo este alboroto».
Finalmente, otro curso intensivo de gran trascendencia no lo proporcionó un libro ni
un congreso, sino más bien un par de DVDs de una hora de duración cada uno, La
clave del misterio de la vida, y El planeta privilegiado.[29] Estos dos documentales,
producidos en 2002 y 2004, tienen la calidad de un especial de National Geographic.
Eran de tal calidad que veinticinco emisoras del Sistema Público de Radiotelevisión
(PBS) a lo largo y ancho de los Estados Unidos comenzaron a difundir el primero en
cuanto estuvo disponible. Ambos videos, producidos por Illustra Media, gozan de
reconocimiento por su calidad cinematográfica y por su precisión en la exposición de
la controversia desde el lado del DI. El segundo video procede de la investigación de
Guillermo González y Jay Richards, a la que me he referido antes, y que apareció
pocos meses después de la publicación de su libro en 2004, titulado también El planeta
privilegiado.[30] El documental en video presenta los argumentos y las evidencias
más sobresalientes del libro. Por cuanto la hipótesis del planeta privilegiado es
pertinente para el debate sobre el ajuste fino, volveré a referirme a esto en el capítulo
11.
El principal empuje del Movimiento del Diseño Inteligente se ha dado en biología,
no en astronomía o en física. Por ello, el primer video, La clave del misterio de la vida
(designado en adelante como La clave), tiene una importancia trascendental. Con su
empleo del arte retórico de una atenuación respetuosa y con el principio de «mostrar es
mejor que argumentar», La clave se ha traducido a once lenguas extranjeras,
incluyendo el ruso, chino, japonés, castellano, catalán, alemán, búlgaro y checo. Por su
efecto de persuasión, La clave ha eclipsado todos los otros cursos intensivos sobre el
DI u otros instrumentos retóricos. Con su empleo de una hora de tiempo de guión con
una cobertura máxima, La clave parece adoptar el ritmo de un juego de fútbol
americano con su división en cuatro cuartos de tiempo. El primer cuarto, que explora
el viaje de Darwin en la década de 1830 e incluye filmaciones de los pinzones de
Darwin en las Islas Galápagos, da un conciso repaso a la teoría darwinista. Pone
énfasis en discriminar dónde la selección natural funciona bien (variaciones cíclicas, o
microevolución) y donde no lo hace (la construcción de nuevos planes y tipos
corporales). El siguiente cuarto se dedica a un detenido examen general de la obra de
Michael Behe y de su concepto de complejidad irreducible —incluyendo las respuestas
darwinistas a su libro, La caja negra de Darwin, y las respuestas del DI a estas críticas.
El tercer cuarto se centra en el misterio del origen de la vida y narra la historia de Dean
Kenyon, un biólogo de la Universidad Estatal de San Francisco que en 1969 fue
coautor de Biochemical Predestination [Predestinación bioquímica], un libro
proevolucionista sobre el tema del origen de la vida, y que cambió de opinión pocos
años después. La magia de los efectos especiales lleva al espectador a un encuentro
con el ADN enrollado en el núcleo de la célula e incluso exhibe el ribosoma, la
maquinaria de montaje, ensamblando proteínas.[31] El último cuarto expone el trabajo
de Stephen Meyer sobre el contenido de información (la complejidad especificada) del
ADN y también presenta la lógica de Dembski mediante la que puede llegar a la
conclusión de que algún objeto o sistema determinado haya sido realmente objeto de
un diseño inteligente. En la conclusión de cinco minutos, casi todos los científicos que
han sido entrevistados antes en el video regresan para un comentario final. Allí
explican por qué el designio vuelve a estar en la mesa de la ciencia.
A lo largo de mis entrevistas con muchos espectadores de La clave a lo largo de los
últimos años, encuentro una pauta común. El punto considerado como más interesante
es el de los efectos especiales en 3D de la imagen en movimiento del flagelo
bacteriano, con sus cuarenta componentes proteínicos, todos los cuales son necesarios
para su funcionamiento. La obra de Michael Behe ha adquirido un cierto simbolismo
ineludible en estas nanomáquinas celulares. Naturalmente, Behe, más que cualquier
otro teórico del designio, ha sido objeto de los más intensos ataques de parte de los
críticos del Designio. Así, es lógico pasar ahora a Behe y a su «caja negra de Darwin»
—la extraordinaria célula viviente dentro de la cual el profesor de Lehigh nos ha
ayudado a penetrar con una renovada perspectiva.
5
Bombas y cohetes a discreción
Michael Behe y la complejidad de la célula

El papel fundamental de Michael Behe en el debate sobre el Diseño Inteligente arranca


de su libro, La caja negra de Darwin, que hizo que el argumento científico del
designio irrumpiera desde las sombras a las candilejas de la luz pública en 1996. Su
liderazgo se ha centrado desde entonces en la defensa de la complejidad irreducible y
en la tarea continuada de desarrollar y difundir la teoría del DI. En esta labor, Behe ha
manifestado una animada y singular personalidad pública. Sus escritos sobre el Diseño
Inteligente (columnas en los diarios, artículos en revistas, capítulos en libros, y
ensayos en la web) han demostrado un agudo intelecto que se expresa con estilo de
redacción vívido y claro impregnado con generosas dosis de humor. Aunque la
cantidad de sus escritos no se puede comparar con los de Phillip Johnson o William
Dembski, su calidad desde luego es equiparable. El ingenio, la claridad y la
contundencia de su prosa han puesto a Behe a la par de ellos, y este factor ha hecho
mucho por recomendar el DI como una posición verosímil, tanto ante los colegas
académicos como ante el público educado.
También ha sido un factor vital para el papel de líder de Behe en el DI su buena
disposición para interaccionar —en conferencias y en la página impresa— con sus
críticos más destacados. El contenido y estilo de sus respuestas se puede resumir como
educadamente agresivo. Ha escrito respuestas detalladas a muchos críticos, y ha
incluido sus críticas en sus presentaciones gráficas en sus conferencias universitarias.
Su conferencia en la que analiza las críticas más enérgicas constituye evidencia de que
los críticos han hecho un gran favor al DI. La tesis de su conferencia (y la tesis de este
capítulo) es muy audaz: El argumento de la complejidad irreducible se levanta más
fuerte que nunca después de disiparse el humo de las críticas; los fulminantes ataques
sobre el mismo no han hecho otra cosa que vindicarlo como un convincente
argumento en favor del designio. Naturalmente, los darwinistas niegan esto con
vehemencia, como veremos en breve.
Los escritos y las conferencias de Behe reflejan solo una faceta de su escala de
valores como el científico del DI más visible que defiende públicamente la tesis del
designio. Su personalidad es atrayente y compleja —una combinación de dos
componentes. Por una parte es un verdadero bioquímico puro y duro (su obra pionera
sobre el Z-ADN le hizo ganar un gran prestigio entre los genetistas moleculares).[1]
También es en parte «un tipo ordinario», generalmente vestido más bien como un
cazador de ciervos en Missouri que un bioquímico en un laboratorio de ADN en una
universidad de tecnología puntera. Lee Strobel, un periodista de leyes educado en
Yale, y autor sobre temas de DI, escribió así acerca de su encuentro con Behe al entrar
en su oficina en la Universidad de Lehigh:
Llamé a la puerta de una oficina de apariencia ordinaria, y me vi cordialmente
saludado por Behe, vestido con pantalones vaqueros y una camisa de leñador.
Tiene una personalidad entusiasta, enérgica y atractiva, con una sonrisa fácil y un
chispeante sentido del humor. Parece estar siempre en movimiento; incluso
cuando estaba subido a su silla giratoria, se balanceaba continua y suavemente.
Enjuto y fuerte, se le empieza a notar la calva, va adornado de barba y gafas
redondas, y manifiesta unos modos suaves y modestos que tienden a tranquilizar a
los visitantes. Behe atribuye estas maneras fáciles al hecho de ser padre de ocho
hijos (en este momento ya está en nueve), que le impiden que se tome demasiado
en serio. Lanzó una carcajada cuando le pregunté si tenía algún hobby.
«Principalmente, el de llevar en auto a los críos adonde tienen que ir», respondió.
[2]
Con su esposa Celeste enseñando a bastantes de estos nueve con la modalidad de la
escuela en casa, la familia Behe está ciertamente extendida, pero según el oponente
darwinista Michael Ruse, esto es prometedor para el futuro del DI. Le dijo, bromeando
con él: «Incluso si no llegáis a vencernos con vuestros argumentos, ¡es muy probable
que acabéis ganando por sobrepoblación!»[3]
Pero ya tenemos suficiente de generalidades y de anécdotas divertidas. En mi
anterior cita de Strobel no estoy tratando de recalcar el aspecto personal, como
tampoco es la intención de Strobel. En realidad, mucha parte de su excelente capítulo
acerca de Behe tiene que ver con el fuego de francotiradores que se lanza desde
diversos ángulos contra sus argumentos. Los defensores de la fortaleza de la
credibilidad pública del darwinismo han estado más concentrados con Michael Behe
que con ningún otro biólogo del DI —y esto con gran diferencia. El crítico Niall
Shanks pone a Behe en su punto de mira en su capítulo «El argumento bioquímico en
pro del Diseño Inteligente». Al mismo comienzo de su ataque, reconoce que
La caja negra de Darwin: El desafío bioquímico a la evolución (1996) ... es sin
duda alguna el más influyente de los libros escritos recientemente para apoyar el
diseño inteligente. A primera vista, es un intento de articular un argumento de
fuertes principios a partir del estudio de la naturaleza para ir a la conclusión de
que la naturaleza tiene características que demandan un diseño inteligente. El
argumento deriva de una larga línea argumental ... que culminó en la versión que
hace Paley del argumento del designio. En el borde afilado de la cuña, mucha
parte del movimiento del diseño inteligente se puede considerar como pies de
página a la obra de Behe.[4]
Más adelante, Shanks añade: «Los argumentos de Behe son el eje del movimiento del
diseño inteligente».[5]
La obra de Behe es considerada como una seria amenaza entre los darwinistas, pero
es prácticamente empleada por el Instituto Discovery como el fundamento para definir
el DI: el Diseño Inteligente es la teoría que «sostiene que ciertas características del
universo tienen su mejor explicación mediante una causa inteligente, no por un
proceso carente de dirección como el de la selección natural».[6] «Características del
universo» puede evocar los argumentos del ajuste fino que desarrollan Guillermo
González y Jay Richard en el libro The Privileged Planet, pero con el énfasis del DI en
biología, la frase «características ... de los seres vivos» evoca ciertamente la imagen de
las máquinas de complejidad irreducible tanto como cualquier otra cosa.
De modo que el papel central de Behe relativo al DI se reconoce desde todos lados, y
el nivel de atención de los medios de comunicación sobre su obra ha sido enorme. Lo
pongo de esta manera: las aguas de un sofisticado escepticismo acerca del darwinismo
habían estado creciendo durante muchos años, pero cuando Behe publicó La caja
negra de Darwin en 1996, la presa se quebró. Hemos mencionado ya a Behe en
diversas ocasiones en los capítulos preliminares, de modo que su teoría solo precisa
aquí de una breve presentación. Sin embargo, debido a nuestro tema —el
«contraataque» de Darwin mediante sus tenaces defensores actuales— comenzamos
esta presentación dirigiendo la atención a «la apuesta de Darwin», que se cierne sobre
el núcleo de la controversia. Luego visitaremos tres campos de batalla, observando los
cohetes de las críticas y los escudos defensivos de Behe (auxiliado por Dembski).
Finalmente descenderemos a las entrañas de la complejidad celular y sondearemos la
arquitectura preprogramada de las proteínas individuales. A este nivel nos
encontramos con un misterio que generalmente se pasa por alto pero que sigue en pie,
y que hace que el argumento de la complejidad irreducible sea mucho más poderoso de
lo que muchos comentaristas son conscientes.

De vuelta al comienzo: La apuesta de Darwin


Una gran frustración con que se encuentran los defensores del darwinismo que se
enfrentan con Behe es el uso que hace de un criterio decisivo que el mismo Darwin
propuso en El origen (ahora famoso gracias a Behe y a otros).[7] Decía Darwin: «Si
pudiera demostrarse que ha existido un órgano complejo que no pudo haber sido
formado por numerosas y ligeras modificaciones sucesivas, mi teoría fracasaría por
completo».[8] Darwin escribía esto en su sexto capítulo, «Dificultades de la Teoría», al
abordar el problema que él designa como «Órganos de perfección y complicación
extremas». Aunque pudiera parecer que Darwin estaba haciendo una apuesta amistosa
al estilo de un caballero, o quizá planteando una predicción confiada basado en su
teoría (y una forma de refutarla), a mí me parece que hizo uso de estas palabras más
bien a modo de un inteligente instrumento retórico. Lo que él hace aquí es referirse a
lo que considera como una posibilidad extremadamente remota, siendo que la
evidencia disponible en su época distaba mucho de ello. En realidad, inmediatamente
después de esta famosa cita dice que «no puedo encontrar ninguno de tales casos» en
los que un órgano no se pudiera formar por pequeños cambios sucesivos, usando su
imaginación y los datos que tenía a su disposición. Toda esta sección del capítulo 6
está repleta de especulaciones acerca de «grados intermedios o de transición» para la
formación, por ejemplo, de ojos y pulmones, y de órganos eléctricos de peces a partir
de estructuras anteriores más primitivas.
Aunque Darwin se daba cuenta de la gravedad de estos problemas, argumentaba que
su teoría podía realmente liberar de sus dudas al lector dubitativo. Uno puede imaginar
a la selección natural construyendo órganos complejos si se observa en la naturaleza
órganos de grados intermedios —como una diversidad de ojos más simples, o
cualquiera de las otras series de grados intermedios que se mencionan en este capítulo.
Solo cuatro páginas después de la cita acerca del eventual fracaso de la teoría, Darwin
comenta acerca de toda esta cuestión del desarrollo de nuevas estructuras complejas
por pequeños pasos sucesivos. Forma una parte vital de su argumento. Ruego la
paciencia del lector al entrar en este pequeño segmento de El origen, para poder sentir
toda la fuerza de su alegato. Así razona él en pro de la superioridad de considerar a la
selección natural como el agente que elaboró estos órganos, y no un creador:
Aun cuando en muchos casos es sumamente difícil conjeturar por cuáles
transiciones pudo haber alcanzado un órgano su estado actual; con todo,
considerando que es muy pequeña la proporción entre las formas vivientes y
conocidas y las formas extinguidas y desconocidas, me he asombrado de lo raro
que es el poder citar un órgano para el que no se conozca algún grado de
transición. La verdad de esta observación viene ciertamente indicada por la
antigua regla de la historia natural de que Natura non facit saltum [La naturaleza
no hace saltos]. Encontramos esta afirmación en los escritos de casi todos los
naturalistas con experiencia; ... la naturaleza es pródiga en cuanto a variedad, pero
parca en cuanto a innovaciones. ¿Por qué basándonos en la teoría de la Creación,
tendría que ser ello así? Suponiendo que todas las partes y órganos de tantos seres
independientes hayan sido creados separadamente para su propio lugar en la
naturaleza ¿por qué han de estar con tanta frecuencia enlazados entre sí por series
de gradaciones? ¿Por qué la naturaleza no había de saltar de una estructura a otra
estructura? Basándonos en la teoría de la selección natural, podemos comprender
claramente por qué no podía hacerlo; porque la selección natural solamente puede
actuar sacando ventaja de pequeñas variaciones sucesivas; jamás puede dar un
salto, sino que debe avanzar con los pasos más lentos y breves.[9]
De modo que Darwin afirma que después de todo su teoría es verosímil, incluso
contra un supuesto objetor que cuestionase: «¿Cómo evolucionó el ojo?» Darwin viene
a replicar: «Si la creación fuese la teoría correcta, entonces ¿por qué iba el creador a
producir tantas formas intermedias de ojos más simples en el reino animal, que
descienden por toda la serie hasta un punto sensible a la luz? ¿Está tratando de
engañarnos? ¿Acaso esta evidencia no sugiere con gran fuerza que la selección natural,
incesantemente activa en la movilización de nuevos componentes orgánicos para la
constante mejora de un ejemplar en su lucha por la supervivencia, ha ido produciendo
ojos cada vez más sofisticados al ir ascendiendo por el árbol de la vida?»
Poner palabras en boca de Darwin puede ser algo arriesgado, pero me parece que he
expresado con precisión tanto su juicio (su sutil pathos) como la esencia de su logos, o
idea clave argumental, como se ve en este célebre capítulo. Puedo comprender a
Darwin hasta cierto punto. Él sabía que tenía una potente idea en sus manos —un
concepto sencillo que parecía tener un potencial sin límites para explicar todo lo que
vemos en el mundo de la naturaleza. Sin embargo, sabía también que los órganos
complejos, como el ojo, resultaban (para los observadores más inteligentes) un aspecto
de la naturaleza de difícil explicación sobre la base de su teoría, y se esforzó con sus
mejores esfuerzos de retórica para demostrar cómo se puede imaginar (al menos)
cómo la selección natural imitaría la obra de un creador.
Una rápida reminiscencia personal demuestra que los darwinistas contemporáneos
razonan igual que lo hacía Darwin. Una vez pregunté al célebre biólogo de Princeton,
John Tyler, cómo explicaría él la macroevolución de unos órganos tan complejos.
Como respuesta me remitió al libro de George Gaylord Simpson, El sentido de la
evolución. La respuesta de Simpson —la contemplación de una sugerente secuencia o
gradación de diferentes ojos, de simples a complejos, no había avanzado mucho sobre
la de Darwin. ¿Sabemos realmente que la selección natural pueda conseguir las
drásticas transformaciones morfológicas entre estos diferentes tipos de ojos, con toda
la construcción y organización de complejas nuevas proteínas? Esta historia del tipo
«érase una vez» de Bonner-Simpson no me impresionó en absoluto.

Se acepta la apuesta
Hablar acerca de un imaginado desarrollo gradual de la complejidad al nivel de un
órgano es una cosa; considerar este desarrollo en todas sus diminutas etapas en el
interior de la célula, a nivel molecular, es otra cosa muy distinta. En cierto sentido, es
fácil para la imaginación humana recorrer la senda imaginada de un punto sensible a la
luz, luego a un ojo primitivo «ahuecado», luego a un ojo simple fijo con una lente, y
finalmente todo el recorrido hasta un ojo vertebrado. La mente humana tiene una
capacidad bien reconocida de comparar imágenes y patrones semejantes y de realizar
una transformación (morphing) que cubra la discontinuidad de uno a otro extremo,
siguiendo una pretendida senda evolutiva. (Los programas informáticos de morphing
dan ahora una expresión visible a esta constante capacidad humana.) Mi propia teoría
es que esta capacidad de morphing de la mente humana subyace a mucho de la
confianza en estos escenarios de macroevolución tal como se contemplan en la
secuencia del ojo de Darwin y de Simpson. Pero, ¿qué del morphing a lo largo de una
serie de pasos de simple a complejo en la senda de una evolución de aparatos
moleculares en el interior de la célula? ¿Acaso se puede también visualizar de manera
verosímil la formación de estos nanoórganos «por numerosas y ligeras modificaciones
sucesivas»?[10]
Es precisamente aquí que Behe inauguró un nuevo campo de ensayos para la apuesta
de Darwin. Behe expresó su intención, al usar el criterio enunciado por Darwin, de
prestar atención al mundo liliputiense de los sistemas celulares compuestos de
proteínas con sus interacciones. En La caja negra de Darwin Behe expone con un
detalle tremendamente complicado los resultados de décadas de investigación
realizada por los biólogos moleculares. Estas diminutas piezas de maquinaria
molecular que funcionan conjuntamente de una manera maravillosamente integrada se
exploran en cada uno de los siete sistemas seleccionados. (Behe dice que la célula está
abarrotada de estos sistemas.) Un comentario que se oye con frecuencia, incluso en
reseñas hostiles, es que Behe ha realizado un trabajo impresionante al describir la
extremada complejidad de estos sistemas de partes múltiples (de múltiples proteínas).
Al comienzo de un prolongado ataque contra Behe en Unintelligent Design, Mark
Perakh dice: «Todos estos sistemas [la coagulación de la sangre, el cilio, etc.] parecen
verdaderos milagros, y es divertido leer la excelente descripción que hace Behe de
estas combinaciones extremadamente complejas de proteínas, cada una de ella
dedicada a una función específica. La complejidad de los sistemas bioquímicos ha
quedado expuesta por Behe de forma espectacular.»[11]
Aquí es donde Behe recoge el guante del desafío de Darwin (¿puede X formarse de
forma verosímil por numerosas y ligeras modificaciones sucesivas?) y lo aplica a las
mencionadas máquinas y sistemas celulares. Behe expone que la teoría de Darwin
tiene que someterse a su prueba última aquí en los aparatos moleculares. Los
resultados de la prueba ya los tenemos, y la selección natural ha fracasado
espectacularmente como explicación digna de crédito de los conjuntos proteínicos que
encontramos operando en las rutinas cotidianas de una célula. Debido a su
dependencia de un conjunto específico preceptivo de proteínas para poder mantener la
función, estos sistemas son irreduciblemente complejos. Quitemos una proteína del
sistema, y deja de funcionar. El concepto de que evolucionaron por pequeños pasos
moleculares parece abrumadoramente inverosímil, al menos en términos de la
selección natural, que no puede prever y seleccionar para un objetivo distante. Estas
entidades irreducibles, según todas las apariencias, fueron diseñadas, no aparecieron
por evolución.
Naturalmente, los darwinistas argumentarán que sí existen algunas formas
intermedias de estos sistemas, al menos en dos casos —el flagelo y la cascada de la
coagulación sanguínea. Abordaremos ambos casos en breve, pero recordemos la
pregunta de Darwin: «Suponiendo que todas las partes y órganos de tantos seres
independientes hayan sido creados separadamente para su propio lugar en la naturaleza
¿por qué han de estar con tanta frecuencia enlazados entre sí por series de
gradaciones?»[12] Desafortunadamente para Darwin, las «series de gradaciones» que
se han seguido en la naturaleza para algunos órganos simplemente no existen en la
célula. No existen series de gradaciones de formas más simples de máquinas
moleculares. Además, dice Behe, si se explora la literatura sobre evolución y biología
molecular en busca de escenarios detallados y susceptibles de prueba en cuanto a cómo
surgió cualquiera de estos sistemas, se encuentra lo que él describe como «un silencio
ensordecedor». Nadie en el mundo de la ciencia tiene ni idea de cómo estos sistemas
pudieron evolucionar, por secuencias moleculares graduales. Esta investigación última
de Behe actúa como colofón de su argumento.
Esta, naturalmente, es la esencia del argumento de Behe, aunque él lo desarrolla con
mucho mayor detalle en su libro. Incluye también discusiones paralelas acerca del
misterio del origen de la vida (que abordaremos en los capítulos 8 y 9) y sondea las
ideas de Stuart Kauffman sobre autoorganización. Es evidente que La caja negra de
Darwin debería ser lectura obligatoria tanto para los partidarios como para los
adversarios del DI, para posibilitarles una buena comprensión de la esencia de la teoría
y para comprender por qué el DI ha resultado convincente para muchos
norteamericanos educados no comprometidos filosóficamente con el naturalismo, y
que se han tomado el tiempo para leer el libro de Behe.
Los críticos darwinistas han lanzado sucesivos ataques contra los argumentos de
Behe. Algunos han adoptado la forma de reseñas hostiles de su libro —ha habido más
de cien reseñas del libro publicadas desde 1996; alrededor de la mitad eran algo
hostiles o peor. Otras críticas aparecieron como artículos en revistas o capítulos de
libros, como en los cuatro libros rompe-búnkers lanzados contra el DI en 2004. Estos
contraargumentos se reducen a media docena de tipos, tres de los cuales tendré tiempo
de perfilar a continuación, junto con las réplicas de Behe. Debería señalar que Behe ha
sido contundente en sus respuestas y crecientemente optimista al hacer frente a estas
duras críticas. Él preveía que sus argumentos atraerían un fuego muy encarnizado, y en
sus respuestas ha señalado repetidas veces que los investigadores darwinistas siguen
sin saber en absoluto —en términos de escenarios susceptibles de prueba— cómo
surgieron los sistemas de complejidad irreducible.[13]

¿Analogías defectuosas?
Un planteamiento principal para tratar de bloquear la conclusión del designio a partir
de la complejidad irreducible (CI) de máquinas en el interior de la célula es atacar la
analogía de Behe de la trampa para ratones como «mala» (o «defectuosa»), a la vez
que se presenta en su lugar una «buena» analogía darwinista que promete exponer
como la CI puede verdaderamente surgir de la naturaleza. No dedicaré mucho tiempo a
esta cuestión, porque las analogías son sencillamente esto, instrumentos ilustrativos.
La capacidad argumental de cada lado, en favor o en contra del argumento de la CI, no
reside en último término en la capacidad de los paralelismos físicos que se puedan
establecer. Sin embargo, la discusión es suficientemente importante para que
consideremos la acusación de la «analogía defectuosa».
Cuando tuvo lugar el debate de Firing Line en diciembre de 1997 en la Universidad
de Seton Hall, que se difundió por emisoras del Sistema Público de Difusión por todos
los Estados Unidos, participaron en el mismo cuatro participantes en cada lado del
debate acerca del DI. Uno de los más interesantes emparejamientos fue una
conversación de diez minutos entre Behe y Kenneth Miller. El lector recordará el libro
de Miller, Finding Darwin’s God [En busca del Dios de Darwin], una de las más
destacadas obras anti-DI que se mencionan en el capítulo 3. Una de las declaraciones
de Miller fue que la analogía de la trampa para ratones fallaba, y que por ello el
argumento de Behe cojeaba. Eliminemos el gatillo, retorzamos un poco la palanca de
sujeción, y se puede situar cuidadosamente su extremo debajo del muelle, listo para
que se dispare. Miller incluso realizó una demostración de su trampa para ratones
modificada (para perplejidad del moderador Michael Kinsley, que pidió una
explicación de lo que estaba pasando). Miller dice que debido a que la ilustración de
Behe falla (la trampa puede funcionar con menos de cinco piezas), su teoría carece de
fundamento.[14]
Behe rechazó inmediatamente el argumento de Miller, observando que la
modificación exigía una manipulación inteligente de las piezas, de modo que el muelle
servía ahora para una nueva y segunda función como gatillo. Behe mencionó otra
afirmación que había llegado a sus oídos —que la trampa para ratones fallaba porque
se podía eliminar la base y unir los otros cuatro componentes a un suelo. Esta absurda
refutación fue despachada en pocas palabras, observando Behe que el suelo está ahora
funcionando como base. Se sigue precisando de cinco piezas.[15]
Estas críticas de la trampa para ratones han proliferado desde este debate. El más
activo en esta línea fue el biólogo John McDonald de la Universidad de Delaware.
McDonald es conocido por su página web donde aparecen diversas trampas para
ratones más simples: Una sola pieza (él mismo admite que no funciona bien), dos
piezas, tres piezas y cuatro piezas.[16] Después de revisar sus trampas para ratones en
años recientes (como respuesta a críticas de teóricos del DI), volvió a subir sus figuras
tipo cómic de modo que ahora pasan por trece etapas de evolución, desde una pieza
hecha de un lazo de alambre hasta llegar a la moderna trampa de cepo. Sin embargo,
siguen sin poder pasar por transiciones graduales de una a otra sin una manipulación y
reelaboración significativas. Además, McDonald sabe bien que los componentes
biológicos en las células vivas reales, de las que las piezas de la trampa para ratones
sirven como ilustraciones, son proteínas con unas conformaciones específicas que
dependen de unas instrucciones digitales codificadas minuciosamente en el ADN. No
hay referencia en el argumento de la trampa para ratones de McDonald al hecho de que
las proteínas son piezas con una conformación específica y de gran improbabilidad.
Las proteínas no son como trozos de alambre o terrones de fango. No pueden ser
modificadas ligeramente aquí y allá doblándolas, retorciéndolas y moldeándolas. En
resumen, para cualquiera que no esté filosóficamente comprometido con la respuesta
darwinista, el modelo evolutivo de las trampas que presenta McDonald parece un
ejercicio de irrelevancia.
Sin embargo, en la página web de Kenneth Miller en la que se critica la trampa para
ratones de Behe, él dice que el hecho de que se precise de intervención inteligente para
ir de una trampa para ratones a otra no viene al caso. El problema para Behe, dice
Miller, es que se pueden cazar ratones (aunque de forma ineficiente) con menos de
cinco piezas. Además, los precursores de la trampa para ratones se pueden usar con
otros fines. A veces Miller lleva una aguja de corbata hecha con una diminuta base, y
con un muelle y una barra. Dice Miller: «Demostrando como demuestro que se puede
usar parte de una trampa para ratones para un fin distinto, se demuestra por analogía
que es también posible usar parte de un sistema bioquímico para un fin distinto. Este es
el peligro fatal de la analogía de la trampa para ratones para el argumento de Behe, y
se ha convertido en una trampa de la que no se puede escapar».[17]
La respuesta de Behe es que no hay ningún fatal peligro del que tener que escapar.
Manifiesta que nunca ha negado que subsistemas de una máquina de complejidad
irreducible pudieran servir para otra función. El problema reside en aquello que pueda
impulsar la transición de un sistema a otro —un escenario verosímil, susceptible de
prueba, para pasar del sistema más simple al más complejo. Toda la idea de
precursores funcionales comporta la idea de dispositivos que operen para realizar la
misma función, o incluso diferentes funciones, siguiendo una serie de gradaciones que
tengan significado evolutivo al ser impulsadas por la selección natural. Esto es lo que,
dice Behe, jamás se ha demostrado en la literatura dedicada a criticar el DI o la trampa
para ratones durante todos los años transcurridos desde la publicación de La caja
negra de Darwin.
En Debating Design (El debate acerca del designio), el simposio sobre DI publicado
por Cambridge University Press en 2004, Behe y Miller vuelven a enfrentarse,
contribuyendo un capítulo cada uno. Dice Behe: «Pero esto es precisamente lo que [la
serie de McDonald] no demuestra —si por “precursor” Miller se refiere a “precursor
darwiniano”. Al contrario, la serie de trampas para ratones de McDonald demuestra
que incluso si uno descubre un sistema más simple para realizar alguna función, esto
no da base a nadie para creer que se podría producir un sistema más complejo para
realizar la misma función mediante un proceso darwinista que comenzase a partir del
sistema más simple. Más bien, la dificultad de hacer esto en el caso de una simple
trampa para ratones nos da una razón convincente para creer que no se puede hacer en
el caso de máquinas moleculares complejas».[18] Mientras tanto, otros académicos
como William Lane Craig cuestionan la pertinencia de esta clase de ataque en su
totalidad, diciendo que no tiene relevancia para evaluar la CI como indicador de
designio.[19] Algunos darwinistas han replicado con analogías propias (como arcos de
piedra) para luchar contra la analogía de Behe.[20]

Prórrogas de curso, y gestos hacia lo desconocido


Una segunda forma principal en que los darwinistas atacan es en el área de las
prórrogas de tiempo e imaginación científica. Ya he dicho antes que el darwinismo
recibe un resonante «cero» de parte de Behe como explicación verosímil de las
máquinas moleculares que exhiben CI en el interior de la célula. Muchos darwinistas
impugnan enérgicamente esta nota. Sostienen que la nota de curso para la selección
natural, cuando se trata de la complejidad celular, no es un «cero» sino más bien «I»,
para «incompleto». Así, los darwinistas vienen a decir: «Sólo necesitamos una
prórroga, si no le importa. La ciencia puede no tener todavía una explicación detallada
para los sistemas moleculares que describe Behe, pero hay todas las razones para creer
que en las próximas décadas encontraremos los pasos por los que se ensamblaron estos
sistemas. Abandonar esta investigación en este punto sería extremadamente
prematuro».[21] Este argumento adopta diversas formas, una de las cuales es esta
acusación: «El Diseño Inteligente es solo una manifestación de incredulidad personal.
Ellos, personalmente, no pueden ver cómo pudo haber sucedido, de modo que echan
las manos al aire, dicen que no pueden ver cómo hubiera podido suceder, y arrojan la
toalla». De hecho, la insistente respuesta a Behe de parte del renombrado biólogo de
Oxford Richard Dawkins sigue esta línea. Dawkins acusa a Behe de ser sencillamente
un gandul; debería meterse en su laboratorio e investigar duro para encontrar los pasos
mediante los que se ensamblaron los dispositivos irreduciblemente complejos de las
células.[22]
El argumento de que los teóricos del DI no pueden imaginar personalmente cómo
surgieron las máquinas moleculares, y que se trata sencillamente del fracaso de su
propia imaginación científica, provocó esta ácida respuesta de William Dembski:
Miller [en una forma anterior de su capítulo acerca del flagelo en Debating
Design (El debate acerca del designio)] dice que el problema de los
antievolucionistas como Michael Behe y yo mismo es un fallo de imaginación —
que personalmente no podemos «imaginar cómo los mecanismos evolutivos
hubieran podido producir una determinada especie, o un órgano o una estructura».
Luego hace hincapié en que estas pretensiones son «personales», limitándose a
señalar las limitaciones de aquellos que las expresan. Hablemos con franqueza. El
problema no es que nosotros en la comunidad del diseño inteligente ... seamos
incapaces de imaginar cómo surgieron estos sistemas. El problema es que Ken
Miller y la comunidad de biólogos como un todo no han determinado cómo
surgieron estos sistemas. No es una cuestión de incredulidad personal, sino del
fracaso global de toda una disciplina (y aquí la disciplina es la biología) y de una
flagrante incompetencia teórica (donde la teoría aquí es la de Darwin).[23]
En realidad, Behe —ocupado con sus importantes proyectos de investigación del
ADN— ha acogido con gusto toda continuación de la investigación en los pros y
contras de la teoría de la CI, intentando refutar su principal argumento proporcionando
escenarios susceptibles de ensayo (y que pasan la prueba) acerca de cómo los motores
y sistemas subcelulares pudieron haber evolucionado. Y desde luego el proceso de
investigación de estos sistemas sigue en marcha, como veremos más adelante.
A veces, la defensa del «dadnos más tiempo» va junto con la afirmación de que hay
tantas maneras interesantes de generar nuevas secuencias y configuraciones en los
sistemas biológicos que quizá una de estas novedosas ideas muy generales pudiera
resultar correcta. El crítico del DI Mark Merakh intentó hacer descarrillar a Behe
proponiendo cuatro de estos escenarios «de planteamiento novedoso», todos los cuales
me parecieron unos vigorosos gestos carentes de significado. (Nota: Ahora entramos
en un terreno de mayores dificultades conceptuales. Si el lector lo desea, puede pasar
por alto lo que resta de esta sección.) Por ejemplo, Perakh supone que una típica
proteína de coagulación sanguínea, que puede tener cien aminoácidos, tendría una
probabilidad en 8,03 x 1059 (un 8 seguido de 59 ceros) para su formación. Esto, admite
él, es demasiado remoto. Sin embargo, especula que quizá los cien aminoácidos se
pueden considerar como disposiciones de diez «ladrillos» con diez aminoácidos cada
uno. Ahora las probabilidades son mucho mejores: sólo hay 543.800 posibles maneras
de combinar los ladrillos. Debido a que las probabilidades son mucho mejores, dice
Perakh, ¡la proteína se podría ensamblar por azar! No obstante, hay diversos
problemas, de los que Perakh no hace ni siquiera mención. Por ejemplo, donde hay
evidencia (1) de que los aminoácidos se dispongan jamás en ladrillos intercambiables
de este tipo, (2) que exista un mecanismo para barajar los ladrillos de forma
indiscriminada a gran velocidad, o (3) que estas disposiciones ladrillo a ladrillo sean
más probables (sobre una base unitaria) para servir como proteínas idealmente
conformadas que el inmenso océano de secuencias concomitante que queda fuera de
los patrones de los ladrillos.
Naturalmente, no hay prueba alguna de estos tres extremos. La idea de Perakh no se
tiene en pie. Sus otras tres ideas hipotéticas carecen igualmente de verosimilitud como
pasos en un camino a la consecución de secuencias proteínicas útiles, por no hablar de
un entero sistema de múltiples proteínas.
Al final de esta discusión, Perakh dice: «Incluso si las opciones (1) a (4) pueden
quedar descartadas por cualquier razón, ¿qué de algunos mecanismos (5), (6), etc., que
todavía no se nos han ocurrido? Suponer que todo en la naturaleza sucede solo
siguiendo mecanismos conocidos limitaría de forma indebida el camino a la
elucidación científica de lo que se desconoce».[24] En otras palabras, se nos dice que
hay muchos nuevos e interesantes planteamientos teóricos, y por cuanto puede que
exista una cantidad indefinidamente grande de otros planteamientos o ideas para la
investigación que todavía no se nos han ocurrido, ¿por qué no hacer el intento y
acceder a fondos destinados a la investigación para explorar estas posibilidades?
Así superficialmente, el argumento parece verosímil. Desafortunadamente, cuando se
examinan los detalles de las ideas de Perakh, uno se siente profundamente defraudado.
Él mismo parece darse cuenta de esto, e inmediatamente añade este comentario de
pasada:
Puedo anticipar un común ... contraargumento a los conceptos que se acaban de
presentar —una declaración de que estos escenarios son «historias imaginativas»
que no demuestran nada, porque no existe ninguna evidencia empírica de que
hayan tenido lugar de forma real. Desde luego, todos estos escenarios son
especulativos. Sin embargo, demuestran una cosa —que las declaraciones de los
creacionistas acerca de la pretendida imposibilidad de la evolución debido a la
probabilidad extremadamente ínfima de sus pasos individuales carecen de validez
por cuanto solo consideran la combinación muy improbable de acontecimientos
aleatorios como si estas cadenas de acontecimientos puramente aleatorios fuesen
la única posibilidad. De hecho, la naturaleza tiene en su arsenal una multitud de
otras posibilidades ignoradas por el escenario creacionista. A no ser que se
demuestre la imposibilidad de todas estas opciones (y no es así ni de lejos), las
pretensiones creacionistas permanecen como mucho más especulativas que las
que se enuncian más arriba o que muchos otros escenarios «naturales» que ni
siquiera se nos han ocurrido hasta ahora.[25]
A este tipo de respuesta entusiasta en el sentido de que «¡A fin de cuentas, la
naturaleza puede hacer cualquier cosa!» se puede replicar de diversas maneras. Una de
ellas es señalar que el supuesto «arsenal» repleto de «una multitud de posibilidades
explicativas» es una nebulosa promesa, no una lista sólida y concreta. Sus palabras
aquí son solo una retórica totalmente vacía. ¿Dónde presenta Perakh una lista aunque
modesta de potenciales explicaciones con fundamento empírico acerca del origen de la
compleja maquinaria de la célula? En ninguna parte de su capítulo, en ninguna parte de
su libro, ni tampoco en ningún otro libro que yo conozca.
Una segunda réplica reside en sencillamente observar (siguiendo a William
Dembski) que la teoría del designio emprende la «inducción eliminadora» —una frase
que puede compararse con el famoso dicho de Sherlock Holmes: «Cuando se ha
eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que sea, tiene que ser la verdad».
[26] Es decir, todos los rasgos del mundo se pueden explicar por ley científica
(necesidad), por azar, o por designio. No hay otras opciones. Los elementos
explicativos se pueden mezclar, en los que la ley y el azar puedan operar
conjuntamente (como un huracán, cuya dinámica obedece a las leyes de la física, pero
cuyo camino es impredecible debido a factores aleatorios). Incluso cuando se usa el
diseño como explicación acerca de cómo aparecen las palabras «Tom ama a
Normandy» en la playa de Clearwater, las partículas de arena están obedeciendo las
leyes de la física y de la química, pero dichas leyes no son suficientes por sí mismas
para dar cuenta del mensaje. Del mismo modo en la teoría del designio, si la ley, o el
azar, o incluso la combinación de ambas, aparecen en nuestro análisis como
abrumadoramente incapaces como explicación, tenemos que acudir a la restante
inducción adecuada: El objeto de nuestro análisis fue diseñado por una inteligencia.
Sin embargo, la defensa de Perakh es pedir que pongamos la esperanza en
mecanismos que no se nos han ocurrido ya o en su «arsenal de explicaciones» —que
parece inexistente porque como mucho es una promesa. Consideremos de nuevo sus
palabras con mucha atención: «A no ser que se demuestre la imposibilidad de todas
estas opciones (y no es así ni de lejos), las pretensiones creacionistas [su término
estigmatizador para desacreditar el DI] permanecen como mucho más especulativas
que las que se enuncian más arriba o que muchos otros escenarios «naturales» que ni
siquiera se nos han ocurrido hasta ahora». ¿Cómo puede Perakh decir que la inferencia
del designio que hace el DI es «mucho más especulativa» que unas vagas hipótesis
señaladas con un mero gesto, hasta ahora sin formular siquiera, basadas
exclusivamente en el azar y la ley natural? A no ser que nos pueda convencer de que
posee «un conducto metafísico privado que lleva a la realidad última»[27] que le da la
certidumbre con un cien por ciento de seguridad de que su visión naturalista del mundo
es la correcta y que no existe ninguna mente aparte de la materia, ¿cómo puede valorar
como peor la inferencia del designio en la escala especulativa que sus propios
(desconocidos) mecanismos especulativos? Parece que aquí ha surgido y se ha
impuesto sigilosamente una variedad preferida de la metafísica. Se trata sencillamente
de que una prometedora idea explicativa (el designio) ha sufrido sencillamente el veto
de la filosofía favorecida por Perakh.
La declaración de Dembski sobre esta operación por eliminación tipo Sherlock
Holmes contiene un punto adicional: la presencia de una «premisa de lo posible». Esta
idea dice: «Todos conocemos bastante bien la estructura del universo físico,
especialmente su estructura de causa-efecto, así como que se sabe que ciertas clases
de complejidad surgen fácilmente desde la inteligencia, a la vez que estas mismas
clases de complejidad nunca se ven surgiendo de la naturaleza bruta.» Se debe
recordar que aquí la «complejidad especificada» es el término que engloba diversas
clases de complejidad (incluyendo la que aparece en el ADN y en las proteínas), y la
complejidad irreducible de Behe cabe dentro de este ámbito. Dice Dembski:
Esta es la razón de que una actividad inteligente con la capacidad causal de
producir sistemas que exhiben complejidad especificada es una premisa tan
importante en las inducciones por eliminación que intentan inferir el designio en
biología. Pasemos incluso a dar un nombre a esta premisa: la premisa de lo
posible (porque sabemos que los diseñadores «pueden hacerlo», es decir, pueden
generar complejidad especificada). Precisamente porque la actividad inteligente
está correlacionada de manera fiable con la complejidad especificada, no hay
necesidad de dar el mismo peso a cada hipótesis naturalista concebible ni
perdernos en un laberinto interminable de mal cocidas y fantasiosas historias
darwinistas, que constituyen meros gestos retóricos, ninguna de las cuales ha
dado jamás ninguna prueba de elucidar realmente los sistemas biológicos que
exhiben complejidad especificada. En otras palabras, la premisa de lo posible
hace que la inducción por eliminación sea aquí una inducción local que puede
inferir designio de manera legítima.[28]
Dembski admite en el siguiente párrafo que «las inducciones por eliminación, lo
mismo que todas las inducciones y desde luego lo mismo que todas las proposiciones
científicas, son falibles». Pero esto no conlleva ni por un segundo que debamos
desechar el poderoso papel de estas inducciones. Él dice que «necesitan que se les
reconozca un lugar en la ciencia. Rechazárselo, como la biología evolutiva hace
tácitamente al rechazar la complejidad especificada como criterio para la detección del
designio, no protege a la ciencia de influencias infamantes, sino que socava el proceso
mismo de la investigación científica».[29]

El flagelo y la coagulación sanguínea: ¿un término medio?


La tercera principal táctica para luchar contra el argumento de la complejidad
irreducible que consideraremos aquí es la que se ve en el más famoso de los campos de
batalla de la CI. Aquí el conflicto se da acerca de ciertos sistemas de complejidad
irreducible que Kenneth Miller declara enérgicamente que han evolucionado, o que
desde luego pueden surgir de evolución. Behe ha publicado artículos y capítulos de
libros donde razona con la misma energía que los argumentos de Miller se desmoronan
cuando se examinan de cerca. Un aspecto irónico de la pretensión de Miller de haber
refutado el argumento de Behe una y otra vez es que ha dicho en repetidas ocasiones
que la teoría del Diseño Inteligente no es ciencia: no es susceptible de refutación. E
inmediatamente, a renglón seguido, ¡afirma haber refutado la teoría de Behe de la
complejidad irreducible! Otra acusación común contra el DI es que no hace
predicciones. Esto es una falacia. Lo más importante aquí es que todo el argumento de
Behe es esencialmente una predicción clara y audaz: Los darwinistas no podrán ni
comenzar a presentar escenarios verosímiles y susceptibles de prueba para ningunos
de los sistemas celulares de complejidad irreducible. Este es el centro de la polémica
más intensa.
Un argumento que no tenemos tiempo de examinar con detalle involucra el trabajo
de un biólogo llamado Barry Hall, que consiguió sustituir una unidad genética, el
«operón lac», con otra unidad que ya existía en otro lugar del genoma de la bacteria.
Miller anunció que este sistema posee CI y que se ha podido evolucionar justo en el
laboratorio. A continuación doy un extracto del artículo de Behe en el que replica a
Miller. El lector no debe preocuparse si no alcanza a los detalles al no haber leído el
artículo citado. Lo que sí se puede captar claramente es la intensidad de la discusión.
Behe dice:
Miller termina la sección con su típico estilo categórico: «No cabe duda alguna —
la evolución de sistemas bioquímicos, incluso de los sistemas complejos de partes
múltiples, se puede explicar en términos de evolución. Behe está equivocado»
(Miller, Finding Darwin´s God [En busca del Dios de Darwin], p. 147.
Estoy en pleno desacuerdo. Dejando a un lado la cuestión todavía nada clara de
las mutaciones de adaptación, el trabajo admirablemente minucioso de Hall
involucró una serie de micromutaciones cosidas entre sí puntada por puntada por
una intervención inteligente. Lo que demostró fue que la actividad de una enzima
eliminada se podría restaurar solo mediante mutaciones dirigidas a conseguir una
segunda proteína homóloga con un centro activo casi idéntico, y ello solo si el
segundo represor ya ligaba la lactosa; y solo si el sistema quedaba artificialmente
apoyado con la inclusión de IPTG; y solo si se permitía al sistema el uso de una
permeasa preexistente. Estos resultados son precisamente lo que uno espera de la
complejidad irreducible que demanda intervención inteligente, y de las
capacidades limitadas de los procesos darwinistas.[30]
Este mismo nivel de interacción intensa impregna casi todos los intercambios entre
Behe y Miller y entre Behe y otro adversario, el pionero en la investigación de la
coagulación sanguínea, Russell Doolittle. El espacio nos permite dos ejemplos de este
choque: la coagulación sanguínea, que se presenta a grandes rasgos a continuación, y
el flagelo, sobre el que me extenderé.
La formación de un coágulo sanguíneo es maravillosa por su complejidad. Parece
complicada hasta lo inconcebible, porque una secuencia de veinte diferentes proteínas
se van disparando en cascada como dominós que van cayendo sucesivamente, hasta
que finalmente se consigue la red de fibrina para la formación del coágulo mismo.
Behe argumenta que esta cascada irreduciblemente compleja no pudo evolucionar,
porque no se consigue un coágulo excepto si están presentes los veinte pasos.
Sencillamente, no pudo haber evolucionado a pasos. De las respuestas darwinistas a
Behe acerca de esta cuestión, la más famosa es un artículo de Doolittle, cuyos
excelentes conocimientos de bioquímica jugaron un papel destacado en la dilucidación
de la vía de la coagulación. En un artículo en Boston Review en 1997, Doolittle dijo
que Behe estaba equivocado respecto a la cascada. No era irreduciblemente compleja.
Un investigador llamado Bugge había «desprendido» una proteína de la coagulación
sanguínea, la protrombina, y los ratones padecían porque no se podían eliminar los
coágulos. Desprendieron otra proteína, la fibrina, en un grupo distinto, y los ratones
padecían porque los coágulos no se llegaban a formar. Luego, en un tercer
experimento eliminaron ambas, dijo Doolittle, cruzando las dos líneas deficientes: «¿Y
qué creéis que sucedió cuando se cruzaron estas dos líneas de ratones? Para todos los
fines prácticos, los ratones que carecían de ambos genes eran normales. En contra de
las pretensiones acerca de complejidad irreducible, no se precisa de todo el conjunto de
proteínas. La música y la armonía pueden surgir de una orquesta más pequeña. Nadie
duda de que los ratones privados de estos dos genes se encontrarían con dificultades en
el medio, ¡pero el mero hecho de que aparecen como normales en condiciones de
laboratorio constituye un notable ejemplo del escenario invertido del paso a paso entre
punto y contrapunto!»[31] Behe observa, al considerar las críticas de la teoría de la CI,
que los inmensos problemas de los ratones carentes de ambas proteínas son los mismos
que para los ratones con la sola ausencia de fibrina —¡los coágulos no se pueden
formar en absoluto! De modo que la «orquesta más pequeña» está paralizada; Behe
parece haber quedado totalmente vindicado. Como resultado, la cita que hace Doolittle
del estudio de Bugge se vuelve en contra de su mismo argumento.
El último ataque contra Behe es el más encarnizado de todos: es acerca del flagelo
bacteriano. Este microscópico motor fuera borda, a veces designado como «la mascota
del DI», se hizo famoso mediante el documental La clave del misterio de la vida (en
adelante, La clave), donde casi quince minutos de razonamientos de Behe sobre la
complejidad irreducible se centran en el flagelo, con la ayuda de unas deslumbrantes
animaciones gráficas mediante ordenador de esta organela girando a alta velocidad.
Los científicos que intervienen explican la dificultad de obtener mediante procesos
evolutivos un diminuto motor giratorio con cojinetes, hélice, eje motor, junta universal
y diversas clases de estructuras anulares. La clave añade dos observaciones
suplementarias:
1. Un investigador del flagelo, el biólogo Scott Minnich, de la Universidad de
Idaho, señala otro nivel de complejidad que no había sido expuesto por Behe
(Behe se centraba mayormente en las proteínas estructurales). Minnich, un
biólogo líder en el campo del DI, dice que muchas proteínas flagelares
controlan el proceso de construcción, activando y desactivando las fases de
construcción en los momentos precisos, para lograr la construcción en la
secuencia apropiada. La complejidad de este proceso iguala o supera a la
complejidad física del flagelo mismo, y la verosimilitud de un desarrollo de
todo este conjunto de controles por pequeños pasos se deshace prácticamente en
la nada.
2. Aparece la explicación del contraargumento que se suele presentar de la
«coopción» (o también llamado «cooptación»). En el caso del flagelo, con
cuarenta proteínas, este argumento observa que en el centro del sistema flagelar
hay una bomba inyectora de aguja —un conjunto formado por diez proteínas
que en ocasiones aparece sola, atravesando la pared celular. En ciertas bacterias
(p. ej., la bacteria de la peste bubónica célebre por la Muerte Negra), este
subconjunto inyecta toxinas en células huésped. Se considera que esta bomba
inyectora, que recibe el nombre de «Sistema Secretor Tipo Tres» (SSTT),
evolucionó primero, y que luego evolucionó al ir «cooptando» o tomando
prestado de otras proteínas para conseguir un nuevo uso. Finalmente, después
de la adición de otros treinta componentes proteínicos, evolucionó el flagelo.
En el video La clave Scott Minnich aparece en su laboratorio de microbiología
mientras evalúa pausadamente el escenario darwinista del SSTT. Sí, dice él, hay una
remota posibilidad de que el inyector del SSTT apareciese primero, y afirma que sus
diez proteínas parecen estar en paralelo con o ajustarse a las proteínas centrales del
flagelo. Pero aquí es donde uno choca con un enorme problema. ¿Dónde encontró la
célula las otras treinta proteínas, más o menos, que se precisan para ir adaptando paso
a paso a partir del SSTT toda la senda hasta un flagelo con motor giratorio? Uno llega
al punto en que se está tomando de ninguna parte, y la verosimilitud del escenario se
desvanece rápidamente.
Desde la filmación de La clave (en 2000-2001), Minnich ha realizado extensas
investigaciones, y ha publicado sus descubrimientos en revistas con revisión por pares,
[32] exponiendo que el flagelo parece haber precedido históricamente a los SSTT.
Esto se debe a que los SSTT se encuentran en bacterias gramnegativas que parecen
haber aparecido en una era posterior, cuando habían ya aparecido unas células de tipo
más avanzado llamadas eucariotas. Estas bacterias gramnegativas con inyectores
SSTT no actúan contra otras procariotas —formas de vida bacterianas. En esencia, la
mejor evidencia actual indica que el flagelo hubiera degenerado para formar un
diminuto subsistema, la bomba inyectora del SSTT.
Muchos observadores de las batallas sobre la teoría de Behe creen que Kenneth
Miller actuó de forma prematura al declarar a gritos su victoria, con su insistencia en
que era verosímil que el flagelo pudo haber evolucionado procedente del SSTT, siendo
que la evidencia indica que el SSTT fue resultado de una regresión. La política de
Miller de gestos displicentes (con su argumento de que el SSTT condujo directamente
al flagelo) siempre ha dependido de las otras treinta proteínas —que debieron entrar
flotando desde el medio celular. Pero, ¿de qué fuente? ¿Acaso están brotando
fácilmente a diario mediante procesos celulares, en una maravillosa diversidad, listas
para ser movilizadas para añadir a las diez proteínas del SSTT hasta el conjunto de
cuarenta del flagelo? Sería prudente aquí examinar las proteínas más de cerca y
abordar el misterio de su origen.
Un buen resumen de los problemas de la hipótesis del SSTT lo expuso William
Dembski, con sus palabras: «En el mejor de los casos, el SSTT representa un posible
paso en la evolución indirecta darwinista del flagelo bacteriano. Pero esto seguiría sin
dar una solución a la evolución de dicho flagelo bacteriano. Lo que se precisa es de
una vía evolutiva completa, y no meramente de un posible oasis a lo largo del camino.
Decir lo contrario equivale a decir que podemos ir a pie desde Los Ángeles hasta
Tokio porque hemos descubierto las Islas Hawai. La biología evolutiva necesita
mejores argumentos».

El misterio que persiste: El origen de las proteínas


A lo largo de este capítulo casi hemos olvidado quiénes son las discretas estrellas
moleculares del espectáculo —las olvidadas heroínas en nuestra tarea de dilucidar
cómo surgieron los sistemas complejos. ¿Y quiénes son estas estrellas? Me refiero con
ello a los componentes unitarios de las máquinas y sistemas de las células, a las
proteínas. Cuando se procede a la construcción de un motor flagelar, la célula necesita
cuarenta proteínas distintas, cada una de ellas diferente en su codificación de base
química y en su asombrosa estructura plegada en 3D. Pasemos a examinar la maravilla
de estas extraordinarias piezas funcionales. Mi propósito es explicar por qué cada una
de ellas es un increíble microuniverso de complejidad. La existencia de cualquier
proteína, por sí sola, es abrumadoramente inverosímil en base a cualquier teoría
naturalista. Cada proteína, de hecho, constituye un contraataque a Darwin y vindica a
Behe contra sus críticos.
Cada molécula proteínica es una cadena de unidades menores, las letras químicas
conocidas como aminoácidos. Estas pequeñas moléculas, generalmente compuestas de
unas dos docenas de átomos (algunos menos en algunas de ellas), aparecen en veinte
variedades diferentes en las proteínas (se han sintetizado muchas otras, pero no se usan
en proteínas). Los libros de textos de biología comparan estos veinte aminoácidos
diferentes con las veintinueve letras del alfabeto castellano. Como he dicho, son
encadenadas en secuencias en el seno de las células para formar largas cadenas de
proteínas, a menudo con una longitud de varios cientos de unidades, que se pliegan
rápidamente para dar una estructura final con una forma singular para cada proteína.
Sin proteínas, no tendríamos un cuerpo funcional. ¡Las proteínas proporcionan lo
necesario para casi todas las estructuras y la mayor parte de las funciones químicas de
todos los seres vivos! Son los materiales de la vida.
En un seminario sobre DI en París intenté modelar la estructura de las proteínas.
Llevé bolsas de borlas decorativas de diversos colores brillantes (los colores
representaban los veinte aminoácidos). Un sastre cercano a nuestro hotel cosió las
borlas formando una larga cadena. La cadena de borlas sirvió como un rudimentario
modelo para enseñar cómo son las proteínas. Expliqué que las verdaderas proteínas
son mucho más largas que mi penoso modelo —son palabras químicas increíblemente
largas que, después de su ensamblaje, comienzan a plegarse sobre sí mismas en el
medio acuoso de la célula.[33] Al ir doblándose y plegándose, la cadena llega
finalmente a su forma plegada definitiva —una forma preprogramada en 3D. No se
puede conseguir una proteína plegada a no ser que se disponga de una secuencia
especificada de aminoácidos individuales. Muchos puntos de la cadena pueden ser
sumamente exigentes. Para ilustrar estas posiciones exigentes, encuentro que solo un
aminoácido funciona en ciertas posiciones: dos, quince, treinta y seis, setenta y
ochenta y uno de mi cadena de proteína. En otras posiciones hay más flexibilidad. Por
ejemplo, en la posición cincuenta en la cadena podríamos constatar que cinco de entre
los veinte funcionarán bien.
En todo caso, las veinte diferentes proteínas de la cascada de la coagulación
sanguínea, o las cuarenta proteínas en el flagelo bacteriano, están todas ellas formadas
del mismo modo, como una cadena plegada de generalmente al menos cien
aminoácidos —y a veces de hasta mil o más— que están ordenados en una secuencia
cuidadosa. Cada proteína es una cadena específicamente secuenciada que se parece a
una gigantesca palabra química, porque incluso las proteínas cortas (con pocas e
infrecuentes excepciones) tienen una longitud de al menos cien aminoácidos. Una de
las proteínas de las que dependo para teclear este capítulo es el colágeno, la principal
proteína estructural con la que están construidos y soportados una cantidad asombrosa
de tejidos y estructuras de mi cuerpo. Nuestros tejidos de la piel abundan en colágeno.
Esta proteína da solidez y a la vez flexibilidad a las yemas de mis dedos, con los que
pulso el teclado del ordenador para escribir este texto. Incluso los huesos y los dientes
de los que dependemos están elaborados con la ayuda de una matriz de colágeno. A su
vez, el colágeno depende de una precisa secuencia de aminoácidos para posibilitar la
producción de su haz en forma de triple hélice, con la ayuda de la vitamina C.
Naturalmente, esta es solo una proteína entre miles de diferentes proteínas de las que
dependemos, incluyendo las especiales proteínas conocidas como enzimas, que
realizan el truco de acelerar las reacciones químicas. Sin enzimas, estaríamos muertos.
En la exploración que hace Michael Behe de los veinte pasos de la cascada de la
coagulación sanguínea, o de los pasos múltiples de la cascada de la visión, cada uno de
estos pasos depende de una proteína singularmente programada y plegada.
Observemos que las formas y los contornos superficiales precisos de las proteínas son
de naturaleza crítica para la función porque operan juntas en una secuencia
mutuamente regulada. En la cascada de la visión, disparan aquellas señales eléctricas
(a través de millones de células bastones y conos en mi retina cada segundo) que
resultan en que puedo ver aparecer las palabras de este texto en la pantalla de mi
ordenador, y que permiten que el lector pueda leer las palabras de esta página.
Podría examinar docenas de otros complejos sistemas, pero creo que he demostrado
mi argumento. La cuestión fundamental al abordar la complejidad irreducible es esta:
¿cómo surgió una proteína plegada determinada en el momento adecuado, con la
forma idónea, a partir de un proceso de barajado al azar, para ser añadida a un sistema
en desarrollo? Es desde luego verosímil (como nos lo cuentan los biólogos en su
historia de la creación de las proteínas) que se duplicase y formase una copia adicional
de un gen para una proteína, lista para que las mutaciones operasen sobre él, pero esto
es solo el punto de partida. ¿Cuál es la probabilidad de que a esta copia no necesaria
del gen se le fuesen barajando las letras hasta que pudiese producir con éxito otra
proteína plegada relevante? Respuesta: Los darwinistas no tienen ni idea. Ningún
bioquímico tiene la respuesta a esto. Las únicas estimaciones que tenemos son
tremendamente remotas, de modo que esta no es un área alentadora para el
darwinismo, por decirlo en tono menor. Los defensores de una evolución naturalista
tienen la esperanza de que la distancia mutacional desde una proteína funcional hasta
otra proteína plegada de forma operativa es bastante corta —digamos que unos pocos
pasos mutacionales (dos, tres o cuatro) conseguirán hacer el truco. Pero una reciente
investigación realizada por el teórico del DI y bioquímico Doug Axe[34] parece llevar
a una conclusión totalmente opuesta. Estas proteínas plegadas no presentan la
apariencia de pequeñas islas de un archipiélago, que permitan un corto salto de una isla
de funcionalidad a la siguiente. Más bien, las proteínas están tan aisladas entre sí en
sus secuencias que se han comparado con islas a años luz de distancia entre ellas en el
«espacio de fase» matemático multidimensional, que modela el espacio que tendrían
que cubrir las proteínas para ser mutadas y metamorfoseadas con éxito. Como
resultado de estos descubrimientos, la decimonónica teoría darwinista de los orígenes
parece haber quedado obsoleta ante la investigación realizada en el siglo veintiuno
sobre la abrumadora complejidad de las proteínas individuales.
La cuestión se reduce a esto: ¿Qué confianza tenemos acerca de que la célula pueda
producir unas nuevas proteínas estructuralmente relevantes para que un motor en
desarrollo las coopte y pliegue en su contorno mecánico? ¿Existe una fuente de
suministro fiable? Para hablar llanamente, no existe ninguna base empírica para poder
esperar tal suministro. No obstante, los darwinistas nunca parecen dudar del constante
suministro de proteínas novedosas. Este fácil suministro se da por supuesto; es algo
dado, una cómoda presuposición. Los teóricos del DI no solo se muestran reacios a
suponer la aparición mágica de treinta nuevas proteínas (para impulsar la evolución de
un inyector SSTT hasta que llegue a formar un flagelo). El DI encuentra totalmente
inverosímil incluso el surgimiento de una sola nueva proteína operativa —que
cualquier proteína particularmente útil y conformada de forma precisa llegue a existir
por azar. En el Simposio de 1992 sobre Darwinismo, Behe abordó la improbabilidad
de derivar siquiera una proteína con una forma apropiada y por ello con una función
potencial. ¡La probabilidad es de una en 1078! La despreocupada respuesta al artículo
de Behe la proporcionó una bióloga de Princeton, Leslie Johnson. Ella vino a decir:
«¡Ningún problema! Yo invento comidas a diario en mi cocina —nuevas
combinaciones de fajitas, un nuevo combinado llamado “cerveza de jengibre”, y
muchas otras cosas más. ¡Las proteínas son solo nuevas combinaciones de materiales
preexistentes!» Esta respuesta no solo carece de rigor, sino que parece
asombrosamente (y reveladoramente) irrelevante.[35] El motor flagelar precisa no de
una sino de cuarenta de estas producciones tan sumamente inverosímiles en ausencia
de designio.
Kenneth Miller prácticamente esquiva esta cuestión; escribe como si las nuevas
proteínas estuviesen surgiendo a diestra y a siniestra por toda la célula —una feliz y
generosa cascada de nuevas cadenas plegadas en las formas necesarias. Es como si el
mundo molecular de una célula fuese una grande y maravillosa máquina creadora de
proteínas nuevas, como un surtidor del que salta un constante chorro de proteínas con
novedosos pliegues —muy a la manera en que uno ve las palomitas de maíz
apareciendo con chasquidos y saltando dentro de la cobertura de plexiglás en la
cafetería de un cine. Cuando se le confronta con la inverosimilitud de la evolución de
siquiera una sola proteína novedosa para ningún sistema de complejidad irreducible, el
argumento de Miller de la coopción es como la imagen de un mochilero con zapatillas
de tenis esforzándose por ascender por una pared vertical de un acantilado de 100
kilómetros de altura. Ahora añadamos cuarenta más de estos acantilados —uno encima
del otro—, y tendremos una pared vertical de cuatro mil kilómetros. Cualquier
supuesto que contemple a la célula como un maravilloso surtidor de proteínas procede
de una imaginación facilona, no de un criterio científico riguroso.
De este modo hemos descendido hasta un nivel más fundamental, donde
encontramos la complejidad irreducible de las combinaciones de letras que programan
la forma precisa de una sola proteína plegada. Si los procesos impulsados por las
fuerzas naturales no pueden formar nuevas proteínas operativas relevantes a partir de
las incesantes actividades de la vida de la célula, entonces nunca podrá iniciarse la
evolución de un sistema de complejidad irreducible, y mucho menos completarse. Las
heroínas moleculares a este nivel nos dan una gran lección a todos.
6
Jonathan Wells y su obra Iconos de la evolución
La batalla sobre la desinformación en los libros de texto

Las pruebas se vuelven agrias, muy agrias


Uno de los principales propósitos de este libro es explorar y comprender la profunda
crisis de credibilidad en que ha caído la grandiosa teoría de Darwin de «descendencia
con modificación» —un proceso totalmente impulsado por fuerzas naturales. Esta
crisis gira en último término alrededor de unas pocas cuestiones cruciales, como esta:
¿cómo podemos nosotros, los miembros educados del público —las grandes
multitudes de no científicos— llegar a saber de cierto que la naturaleza, por sí misma,
ha producido la maravillosa variedad y complejidad de seres vivos extendidos por
nuestro luminoso mundo? O, de forma más resumida: ¿cómo sabemos que la teoría
darwinista de la evolución es cierta? Cuando Jonathan Wells publicó su obra Iconos de
la evolución en 1999, quería con ello explicar y analizar diez de las principales pruebas
que aparecen en los libros de texto, incluyendo las observaciones sobre las polillas
moteadas, o polillas del abedul, que supuestamente daban respuesta a estas cuestiones
clave y constituían pruebas convincentes. Estos diez escaparates de evidencia
probatoria reciben el nombre de «iconos» porque aparecen como imágenes, diagramas
u otras ilustraciones en los libros de texto de biología ricamente ilustrados que se usan
en las clases biología de los institutos de enseñanza media y de universidad.
Iconos de la evolución expone que cada uno de estos diez iconos está plagado de
problemas —y que su presentación en los libros de texto está plagada de
desinformación. Estas dulces pruebas se han agriado, y sin embargo no se da
indicación alguna de ello a los estudiantes. Lo que se les sirve, en su lugar, es una
distorsión de las pruebas en favor de la evolución. Iconos de la evolución ha desatado
una encarnizada polémica por todos los Estados Unidos y más allá. Ha conmocionado
a lectores de todas las profesiones y condiciones sociales. Muchos que han leído el
libro se han sentido escandalizados y traicionados por el fracaso de la ciencia en esta
área tan fundamental. Cosa de gran importancia para la educación en los Estados
Unidos, el libro de Wells sirvió para desencadenar un proceso de reevaluación que
condujo a cambios en las políticas de juntas educativas escolares en varios estados.
Tres años después de la publicación del libro Coldwater Media publicó Iconos de la
evolución, un documental de una hora de duración que extendió mucho el alcance del
libro. El video añade un hilo argumental que no aparece en el libro de Wells: la
historia de la persecución sufrida por Roger DeHart, un profesor de biología en la
Universidad Estatal de Washington. ¡Cosa increíble, bajo la presión de Eugenie Scott,
del NCSE y de la ACLU, el director de DeHart le ordenó que dejase de introducir
materiales suplementarios de prestigiosas revistas con revisión por pares acerca de
problemas relativos a algunos de los iconos![1]
El video Iconos de la evolución ha funcionado bien junto con el libro de Wells; el
impacto del libro fue probablemente multiplicado por cuatro o más con las
exhibiciones del video Iconos de la evolución. Juntos, han dejado una huella profunda
y permanente en el debate acerca de los orígenes. Una de las principales historias de
éxito del DI en un avance concreto (si bien intermitente) en la escena pública lo
encontramos precisamente aquí, en los ecos que resuenan y en la reforma inducida por
Jonathan Wells.
Sin embargo, el lanzamiento de Iconos no dejó de tener un gran coste. Wells padeció
algunas de las acusaciones más maliciosas y flagrantemente falsas que haya afrontado
ningún académico del campo del DI, algunas de las cuales todavía no han sido
retiradas hasta la fecha (a principios de 2006), aunque los responsables de las mismas
han recibido documentación clara acerca de sus distorsiones desde hace ya varios años.
Como dice Wells:
Parece que soy culpable del único pecado imperdonable en la biología moderna:
soy un crítico declarado de la evolución darwinista. En Iconos observé que las
«pruebas» mejor conocidas de la teoría de Darwin habían sido o bien exageradas,
o distorsionadas o incluso inventadas. Argumenté que una teoría que distorsiona
las pruebas de forma sistemática no es una buena ciencia empírica —que quizá ni
siquiera tiene nada de ciencia. De hecho, el darwinismo tiene todos los rasgos de
una religión secular. Sus sacerdotes perdonan una multitud de pecados de sus
postulantes —la manipulación de datos, la exageración de los resultados, la
presentación de suposiciones como si fuesen conclusiones— pero nunca el
pecado de incredulidad.[2]
Los intentos por empañar la reputación de Wells como biólogo y crítico competente
del neodarwinismo son numerosos, y algunos son descarados. Una reseña de Iconos en
The Quarterly Review of Biology acusaba a Wells de no haber realizado experimentos
y de no haber publicado ninguna investigación con revisión por pares durante su
trabajo posdoctoral en Berkeley.[3] La directora de Wells, la bioquímica de Berkeley
Carolyn Larabell, escribió una carta en términos enérgicos al editor de la reseña. En
ella, Larabell atacó duramente ambas acusaciones. Decía en la carta:
Estas dos afirmaciones son falsas. El doctor Wells y yo realizamos numerosos
experimentos juntos en mi laboratorio en Berkeley mientras él era un becario
posdoctoral. Dicha investigación dio como resultado dos artículos con revisión
por pares a los que contribuimos como coautores. Algo de nuestro trabajo ha
aparecido incluso en un libro de texto de biología del desarrollo. [Aparecen
referencias en la carta.]
Me sorprende que The Quarterly Review of Biology publique algo con tan poca
consideración hacia la veracidad y hacia el decoro profesional. Las falsedades de
Padian y Gishlick perjudican injustamente no solo la reputación del doctor Wells,
sino también —de forma indirecta— las reputaciones de aquellos que han
trabajado con él. Me parece que se debe publicar una retractación.[4]
La revista respondió que no tiene la política de publicar retractaciones.
Desearía exponer con mayor detalle otras despreciables tácticas usadas contra Wells,
pero no tengo espacio, y esto distraería de las cuestiones científicas, que son
primordiales. Remito al lector al comentario de lectura obligatoria «Critics Rave over
Icons of Evolution [Los críticos desvarían acerca de Iconos de la evolución]»,
disponible en www.Discovery.org. En el presente capítulo (1) explicaré el proyecto de
conjunto de Wells, y haré una breve reseña de sus críticas de diez iconos, y (2)
seleccionaré un icono para un examen más detenido, para ver cómo se ha desarrollado
la controversia desde 1999. Finalmente, (3) analizaré a fondo una fascinante respuesta
de Eugenie Scott a Wells, que pone de manifiesto hasta qué punto la mente darwinista
está plagada de suposiciones.
Será útil dar una lista de todas las diez «pruebas de evolución» en cuestión, y que
forman los capítulos de Iconos de la Evolución. Siguen los diez puntos clave, tal como
los resumen dos de los más enérgicos adversarios de Wells, Barbara Forrest y Paul
Gross, en su mordaz libro Creationism´s Trojan Horse [El Caballo de Troya del
Creacionismo]. Estos diez puntos constituían —al menos por su tono— una refrescante
ventana de calma emocional dentro de su caudal de retórica despectiva.[5]
1er Icono: La abiogénesis —el surgimiento de la vida desde lo inerte—, la síntesis
de compuestos orgánicos (biológicamente relevantes), de los componentes de la
vida, a partir de moléculas simples, inertes, en el famoso experimento de
[Stanley] Miller-Urey de 1953. Este experimento no funciona, dice Wells, si se
realiza de forma apropiada; por ello, es erróneo acerca del origen de la vida y no
constituye un apoyo para el darwinismo. Enseñar acerca del mismo constituye un
fraude.
En conjunto, es una descripción bastante precisa. Sin embargo, la última frase:
«Enseñar acerca del mismo constituye un fraude» constituye una sutil distorsión. Al
contrario, Wells deja claro que quiere que los profesores lo enseñen al máximo, si tan
solo lo sitúan en su contexto histórico de preguntas y problemas planteados una y otra
vez por los científicos desde 1953. Además, nunca aparece la palabra fraude en su
capítulo acerca de Stanley Miller y Harold Urey, ni tampoco introduce este tema más
adelante cuando se trata acerca de «posibles fraudes».[6] Así, este comentario de
Forrest y Gross es una distorsión de los comentarios de Wells. En el apéndice de
Iconos de la evolución, donde se califican los libros de texto de biología, se insiste en
que los libros de texto, al tratar acerca del experimento de Miller-Urey, deberían
clarificar que dicho experimento «es probablemente irrelevante respecto al origen de la
vida porque no simulaba las condiciones en la tierra primitiva». Wells dará una nota de
«sobresaliente» si un libro de texto «menciona la controversia sobre el oxígeno en la
atmósfera primitiva, e incluye una extensa consideración de los demás problemas a
que se enfrenta la investigación sobre el origen de la vida, reconociendo que siguen
siendo insolubles».[7] ¿Es este un criterio irrazonable? A la luz de los complejos
problemas en esta área, uno supondría que esta sinceridad es sumamente deseable. El
icono del aparato de Miller-Urey y todo el campo del origen de la vida —también
conocido como abiogénesis o evolución química— volverá a tratarse en los capítulos 8
y 9.
2º Icono: El «árbol de la vida» (de Darwin), es decir, la evidencia de una
descendencia múltiple y ramificada con modificación de las especies coetáneas y
más recientes de animales a partir de una cantidad inferior de antecesores
comunes en el pasado. Wells niega que haya ninguna evidencia para esto,
descartando con ello toda la filogenia molecular, e insistiendo en que no hay
fundamento alguno para suponer la existencia de antecesores de la fauna de la
«explosión» del Cámbrico.
Una vez más, aunque la descripción de Forrest y Gross es generalmente válida, en
este punto distorsionan sutilmente a Wells. En realidad Wells deja bien claro que este
campo está repleto de evidencias, pero que se trata de evidencias desconcertantes, en
conflicto, y que han engendrado una confusión generalizada, llevando a «diagramas
ramificados» que se parecen mucho más a enredados «matorrales». Dice Wells: «Las
incongruencias entre árboles basados en moléculas diferentes, y los estrafalarios
árboles que resultan de algunos análisis moleculares, han hundido a la filogenia
molecular en una crisis».[8]
3er Icono: Las «homologías» estructurales, por ejemplo, las estrechas semejanzas
entre todos los huesos de las extremidades de los vertebrados, o entre las
estructuras y las composiciones aminoácidas de las proteínas con funciones
relacionadas procedentes de grupos taxonómicos muy separados. Estas
semejanzas, que generalmente se consideran como pruebas de descendencia desde
antecesores comunes, no son esto en absoluto, dice Wells. Su planteamiento
convierte el uso (universal) de la homología en las ciencias evolutivas en nada
más que un argumento circular.
Los autores lo han resumido bien; tiene el mérito de ser preciso y directo.
4º Icono: Los dibujos de Haeckel de los embriones de vertebrados. Estos, según
dice Wells, fueron manipulados fraudulentamente. Además, los evolucionistas lo
saben y lo han sabido durante largo tiempo. Pero hasta muy recientemente no han
dicho nada para proteger estos dibujos como «prueba» clave del darwinismo. Los
dibujos de Haeckel se siguen reproduciendo en libros de texto.
Este es un buen resumen de la exposición que hace Wells; una vez más se debe
elogiar a los autores por su precisión. Más adelante trataré acerca de este icono con
más detalle.
5º Icono: Archaeopteryx. Esta forma fósil se cita comúnmente como prueba de
evolución, como «eslabón perdido» entre los dinosaurios y las aves modernas.
Pero Wells sostiene que no es un eslabón perdido; no es un antecesor de las aves
vivientes, y por ello no es prueba de evolución.
Una vez más, aquí no hay ningún problema.
6º Icono: El célebre caso de la polilla moteada, o del abedul. Este famoso ejemplo
de la selección darwinista operando con efectos poderosos en la naturaleza, a lo
largo de unos breves períodos de tiempo, es un fraude, dice Wells, porque, entre
otras razones, las fotografías de polillas reposando sobre los troncos de los
árboles, que se usan en muchos libros de texto, son un montaje (las polillas se
pegaron sobre los troncos). De modo que el fenómeno por el que son famosas
estas polillas (el melanismo industrial, la coloración protectora) no constituye un
apoyo a la idea darwinista de la selección natural.
Podría buscar los tres pies al gato a este resumen, pero en conjunto los autores han
dado un resumen correcto. Están en una buena racha —¡cuatro puntos seguidos sin
ninguna distorsión grave!
7º Icono: Los pinzones de Darwin —aquí tenemos otro célebre caso muy citado
de selección natural rápida en el ámbito natural. No es así, mantiene Wells, por
diversas razones, siendo la más destacada que los cambios de morfología del pico
en la población no fueron resultado de macroevolución.
Aquí tenemos un resumen razonablemente correcto, pero está redactado de una
forma un tanto extraña. Sería mucho más claro decir sencillamente: los cambios en los
picos de los pinzones no representan un caso de macroevolución; son un ejemplo de
microevolución —variación cíclica en el retoque de estructuras ya existentes— lo que
nunca ha sido puesto en duda por los teóricos del DI.
8º Icono: Moscas del vinagre con cuatro alas. Dice Wells: el caso de una mosca
con cuatro alas que aparece espontáneamente en una especie de insectos de dos
alas (las moscas son «dípteros»: dos alas), no es, como se afirma en algunos
libros, evidencia de un mecanismo neodarwinista de evolución.
¡Bien hecho!
9º Icono: Los caballos fósiles y la direccionalidad en la evolución. Casi todo lo
que se dice y enseña (ilustrado en libros de texto) sobre el linaje evolutivo de los
caballos, un caso paradigmático, está equivocado, dice Wells, porque los
evolucionistas tienen unas rígidas ideas materialistas preconcebidas acerca de
fenómenos como la direccionalidad y el propósito.
Es un poco desconcertante que esta descripción deje de lado el tema más importante
de este capítulo aparte de la evolución del caballo: el supuesto poder creador de la
selección natural. Quizá los autores quieran mantener la aguzada crítica que hace
Wells de la selección natural fuera de la pantalla del radar. En contra de la impresión
que se da aquí, Wells en realidad aplaude el cambio de una descripción ortogenética —
evolución en línea recta— del linaje de los caballos a otra más ramificada. Lo que se
cuestiona es la base científica de este cambio.
10º Icono: La evolución de los homínidos y los humanos. La distancia entre los
simios antropoides y los humanos no está realmente cubierta, dice Wells, por las
muchas secuencias fósiles de homínidos que se presentan en la actualidad como el
linaje humano, porque, entre otras razones, hubo una vez un fraude en este asunto
(«el hombre de Piltdown»). Los expertos no se dieron cuenta de esto durante
largo tiempo; además, existen actualmente constantes desacuerdos entre ellos
acerca de qué especie fósil, entre las docenas que se conocen en la actualidad, son
antecesoras de otras y acerca de cuál es el significado de las secuencias fósiles. En
otras palabras, la paleoantropología es indigna de confianza por lo que se refiere a
la antigüedad humana.
Esta descripción es razonablemente exacta. Sin embargo, la exposición acerca de
Piltdown no es tan simplista como lo quieren hacer ver: «hubo una vez un fraude en
este asunto»— ni tampoco es tan destacada. En un capítulo con sesenta párrafos, solo
cinco de ellos tratan el tema de Piltdown.

Los embriones de Ernst Haeckel en el centro de atención


Dejamos ahora el inventario general de los iconos y concentrémonos en uno de los
más polémicos: los dibujos realizados por Ernst Haeckel de ocho especies —todas de
vertebrados— pasando por tres etapas del desarrollo embrionario. Este es el cuarto
icono de la lista de Wells. Este icono tiene resonancias personales para mí y para mi
difunto padre[9] porque la famosa presentación gráfica de los embriones tuvo un papel
crucial en la consolidación de mis creencias evolucionistas durante mi época de
instituto de enseñanza secundaria. Mi padre me los enseñó cuando yo comencé a
estudiar biología en 1965. Nunca me olvidaré de cuando me enseñó aquellos
impresionantes dibujos, que exhibían las estructuras semejantes —incluyendo colas y
«bolsas branquiales» —presentes en los embriones humanos, de gallina, cerdo, tortuga
y pez. Estos embriones fueron publicados en su libro de texto de evolución orgánica de
Princeton de finales de la década de 1920. Para aquel entonces yo estaba muy
convencido tanto de la evolución como del poder de su motor, la selección natural.
Para mí, los embriones se convirtieron en el argumento irrebatible y la confirmación
definitiva. Pensé: «¡Vaya—la prueba concluyente!» Le pedí a mi padre que me dejase
llevar su libro a Doc Wynkoop, mi profesor de biología, que estaba en aquel momento
dando las clases de evolución. Doc se sintió complacido de que yo le llevase la prueba
adicional, y mostramos los dibujos a toda la clase. Bien poco sabía yo que estos
dibujos estaban manipulados —y ello hasta el punto de que en su tiempo Haeckel fue
acusado de fraude. De hecho, «las acusaciones de fraude fueron frecuentes a lo largo
de su vida».[10]
La importancia de la evidencia embriológica como apoyo decisivo para la teoría
general de Darwin queda bien reflejada por Wells en su respuesta a los críticos:
Consciente como era Darwin de los problemas con el registro fósil, creía que la
mejor evidencia para su teoría procedía de la embriología. Creía que los
embriones de los vertebrados en sus primeras etapas «son muy semejantes, pero
pasan a ser, cuando se desarrollan del todo, muy diferentes». Concluía él que esto
era no solo prueba de descendencia común —era «de lejos por sí misma la más
poderosa clase de hechos en favor de» su teoría. En la década de 1860, el
darwinista alemán Ernst Haeckel realizó unos dibujos de embriones vertebrados
para ilustrar estos «hechos». Sin embargo (y como observaron sus coetáneos),
Haeckel falseó sus dibujos. Los embriones vertebrados comienzan en realidad con
apariencias muy diferentes, luego convergen algo en apariencia hacia el punto
medio de su desarrollo antes de volver a hacerse más diferentes como adultos.
Haeckel presentó falsamente el punto medio de desarrollo como si fuese la
primera etapa, y luego dibujó falsamente los embriones en este punto para
hacerlos mucho más parecidos de lo que realmente son.[11]
Si uno consulta al libro mismo de Wells, Iconos de la evolución, los problemas con
estos dibujos de embriones no son de poca monta; son muchos y graves. Para empezar,
Haeckel usó solo cinco de las siete clases de vertebrados en sus dibujos, y cuatro de
ellos (la mitad del total de ocho) son de una clase —¡mamíferos! Para un anfibio tipo,
empleó una salamandra en lugar de una rana, porque el embrión de esta última se
parece mucho menos a los demás embriones durante su desarrollo. En otras palabras,
seleccionó la evidencia que más le convenía. Es muy importante saber que ya en fecha
tan temprana como la década de 1890, hace más de cien años, los biólogos sabían «que
Haeckel falseó sus dibujos; los embriones vertebrados nunca se parecen tanto como él
quiso hacerlo ver ... Aunque uno pudiera nunca llegar a saberlo mediante el estudio de
libros de texto de biología, la “más poderosa prueba solitaria” de Darwin es un
ejemplo clásico de cómo se puede retorcer un hecho para forzarlo a demostrar una
teoría».[12]
Tanto si se considera o no a Haeckel como «culpable de fraude ... no cabe duda de
que sus dibujos dan una falsa imagen de los embriones vertebrados», dice Wells, que
añade posteriormente que cuando «se contemplan los embriones de Haeckel al lado de
embriones reales, no cabe duda alguna de que distorsionó sus dibujos de manera
deliberada para ajustarlos a su teoría».[13]
Es cosa a destacar que este incumplimiento del empirismo ha sido confirmado por un
embriólogo británico llamado Michael Richardson, que publicó un nuevo estudio en
1995 que reexaminaba los dibujos de Haeckel. Richardson concluía que estas
«famosas imágenes son inexactas y dan una perspectiva engañosa del desarrollo
embrionario». A esto siguió en 1997 un estudio de Richardson y de un equipo
internacional de expertos que compararon los dibujos de los embriones con fotografías
reales de embriones de todas las siete clases de vertebrados. De nuevo los resultados
concordaban con que «los dibujos de Haeckel falsean la verdad».[14] Dice Wells: «En
el número de marzo de 2000 de Natural History, Stephen Jay Gould observaba que
Haeckel “exageró las semejanzas mediante idealizaciones y omisiones”, y concluía
que sus dibujos se caracterizan por “inexactitudes y falsificaciones descaradas”».
Wells añade que cuando Science entrevistó a Richardson alrededor de las fechas en
que su investigación veía la luz pública, le comentó abiertamente al redactor: «Parece
que esto resultará ser una de las más famosas falsificaciones de la biología».[15]
Para comprender la gran importancia que tuvo este caso de falsificación en términos
de un argumento fundamental para la evolución, devolvamos el reloj a finales del siglo
diecinueve. Encontramos entonces una deliciosa ironía en las evidencias
embriológicas. El padre de la moderna embriología durante el siglo diecinueve, Karl
Ernst von Baer, permaneció opuesto a la teoría de Darwin hasta su muerte,[16] pero
Darwin siguió citando la evidencia de la embriología, publicada por von Baer, como
respaldo para su teoría. A pesar de los problemas con los embriones de Haeckel, hacia
las primeras décadas del siglo veinte, cuando mi padre estaba oyendo acerca de esta
evidencia en Princeton, la famosa formulación de Haeckel se había endurecido en
forma del dogma designado como la «ley biogenética», hecha célebre por su cápsula
verbal de resonancias poéticas: «La ontogenia recapitula la filogenia». Traducido al
lenguaje común, esto significa que las etapas de desarrollo de un embrión (ontogenia)
repiten y resumen los hitos principales (recapitulan) de las etapas de la historia
evolutiva de aquel ser (filogenia). Por ejemplo, se pensaba que los embriones de
Haeckel exhibían «hendiduras branquiales» o «arcos branquiales» en embriones
humanos o en otros embriones de mamíferos. (Recuerdo a mi padre señalándome esto
lleno de entusiasmo.) La cola de un embrión humano se parece, en los dibujos, a la
estructura de la cola de otros embriones. De modo que se suponía que los humanos
pasaban por etapas evolutivas clave durante su desarrollo. Desafortunadamente para
Darwin, para Haeckel y para la ley biogenética, resulta que las hendiduras branquiales
ni son branquias, ni hendiduras. Estas estructuras reciben ahora la designación de
bolsas faríngeas (o pliegues faríngeos), y en los seres humanos nunca se desarrollan en
tejido pulmonar, sino en glándulas, en componentes del oído interno, y en otras
estructuras.
Hacia la década de 1960, la ley biogenética fue echada a la papelera de la historia
biológica. Oí al célebre antropólogo Ashley Montagu admitir esto en un debate
grabado en 1980 en el campus de Princeton.[17] Desafortunadamente, esta ley pervive
actualmente, a la manera de un zombi, en forma diluida,[18] pero Wells razona que la
evidencia más demoledora, que destruye de forma práctica la teoría en su integridad,
es que se omiten totalmente las etapas tempranas del desarrollo embrionario. ¡Y sin
embargo es aquí, en las etapas más tempranas, segmentación, gastrulación, y más allá,
en las que la teoría darwinista sugeriría que las estructuras deberían estar más
conservadas y ser más semejantes, donde encontramos las mayores diferencias y
disparidades estructurales entre los embriones! En resumen, la evidencia del desarrollo
de los embriones lanza una enorme llave de tuercas en los engranajes de la
macroevolución darwinista. Se puede decir de forma concluyente que no es aquel tipo
de prueba concluyente que merezca ser «presentada ante la clase» como hicimos Doc
Wynkoop y yo en 1965.

Los darwinistas lanzan un contraataque contra Wells


Este capítulo podría fácilmente llegar a triplicarse en tamaño si me dedicase a reseñar
la gran cantidad de literatura que lanzó un contraataque contra Wells acerca de cada
uno de los iconos, intentando presentarlo como «ignorante, estúpido, o malvado».[19]
Por cuanto me estoy limitando solo al icono de los embriones de Haeckel, citaré con
frecuencia la enérgica respuesta de Wells a uno de los principales críticos que atacaron
su planteamiento acerca de los embriones. Este comentarista, Jerry Coyne, es uno de
los más destacados críticos publicados del Diseño Inteligente, y publicó su reseña en
Nature, la revista de ciencia de más prestigio del mundo. Coyne dedicó un espacio
considerable a atacar a Wells (atribuyéndole motivos solapados y relacionándolo con
el creacionismo en general) en lugar de examinar el contenido de su libro. Wells
observa que el ataque de Coyne contra su planteamiento de la embriología es «un gesto
atrevido de su parte, porque yo soy un embriólogo especializado en vertebrados y él es
un genetista especializado en la mosca del vinagre».[20]
Coyne comienza repitiendo el uso de los libros de texto de los embriones como
evidencia en favor de la evolución: «Tal como Darwin descubrió, algunos aspectos del
desarrollo de los vertebrados, espe-cialmente rasgos transitorios, proporcionan una
clara prueba de una descendencia común y de evolución. Los embriones de diferentes
vertebrados tienden a parecerse en las etapas tempranas, pero divergen al proceder el
desarrollo, y las especies más estrechamente relacionadas divergen en menor amplitud.
Esta conclusión está respaldada por 150 años de investigación». Luego Coyne procede
a reprender a Wells por su esfuerzo «para refutar esta montaña de trabajo».[21]
La respuesta de Wells es directa y demoledora.[22] Merece ser reproducida
íntegramente:
Evidentemente, me sentiría agradecido a Coyne por corregirme acerca de esto —
si tuviera razón en lo que dice. Pero su afirmación de que los embriones
vertebrados tienen su mayor semejanza en sus etapas tempranas es un craso error.
Tal como escribió el zoólogo Adam Sedgwick ya en 1894, esta afirmación «no
está de acuerdo con las realidades del desarrollo». Comparando un perro marino
con una gallina, Sedgwick escribió: «No hay ninguna etapa del desarrollo en la
que el ojo sin asistencia dejaría de distinguir entre ambos con facilidad». Luego
Sedgwick continuaba diciendo que «no es necesario recalcar más estas diferencias
embrionarias», porque «todos los embriólogos saben que existen y podrían
presentar innumerables ejemplos de las mismas. Solo me será necesario decir
acerca de las mismas que cada especie es diferente y distinguible respecto a sus
aliadas a partir de las etapas más tempranas y a lo largo de todo el desarrollo»
(énfasis en el original de Sedgwick).[23]
Muchos otros embriólogos vertebrados han observado lo mismo. En 1976, el
embriólogo William Ballard de Dartmouth College escribió que es «solo
mediante trucos semánticos y con una selección subjetiva de la evidencia», y
«distorsionando los hechos de la naturaleza», que nadie puede llegar a argumentar
que en sus etapas más tempranas los embriones de los vertebrados «son más
parecidos que sus formas adultas». Y en 1987 el embriólogo canadiense Richard
Elinson escribió que los patrones del desarrollo temprano en ranas, gallinas y
ratones son «radicalmente diferentes».[24]
De modo que «la montaña de trabajo» que invoca Coyne en realidad sirve para
enterrar su pretensión. Pero esto no parece inquietarlo, porque ... reconoce que los
embriones vertebrados no tienen su mayor parecido en sus etapas más tempranas.
«Wells observa también que los embriones vertebrados más tempranos (meras
bolas de células) son a menudo menos parecidos entre sí que en etapas posteriores
cuando poseen rasgos más complejos». Lo mismo que otros biólogos evolutivos,
Coyne sostiene que la desemejanza de los embriones vertebrados en su fase más
temprana se puede explicar a la luz de la teoría de Darwin, porque «las etapas más
tempranas de los embriones vertebrados exhiben adaptación» a las condiciones de
su existencia. Coyne llega a considerar esto como evidencia en favor de su teoría:
«Wells no alcanza a ver, una y otra vez, el valor probatorio de fenómenos [es
decir, las diferencias en los embriones tempranos] que se pueden comprender solo
como resultado de un proceso histórico».[25]
La pasión y la ironía que aparecen en la pauta del doble lenguaje darwinista, la
situación en la que se gana tanto si la moneda da cara o cruz, en la que tanto las
diferencias tempranas como las semejanzas selectivas posteriores operan para ventaja
de la teoría dominante, quedan descritas con un apropiado sarcasmo:
De modo que, a ver si esto lo veo claro. Una de las pruebas más poderosas en
favor de la teoría de Darwin es que los embriones vertebrados tienen su mayor
parecido en sus etapas tempranas —excepto que no es así. Pero si simplemente
interpretamos las diferencias entre los embriones a la luz de la teoría de Darwin,
entonces tienen «valor probatorio».
¡Ah, ahora se me ha hecho la luz! La teoría de Darwin gana con independencia
de lo que muestre la evidencia. Aparentemente, se trata sencillamente de que
ignoraba como funciona la biología evolutiva.[26]
Los otros ataques publicados por los darwinistas contra los otros nueve iconos de
Wells tienen un sabor muy parecido. O bien Wells no tiene la información correcta
sobre los datos (y en cada caso él corrige a los atacantes acerca de la distorsión que
ellos hacen de los hechos), o bien su lógica básica de valoración está sesgada. Invito al
lector a leer la réplica «Critics Rave [Los críticos desvarían]» de Wells en el sitio web
del Instituto Discovery. Resulta la discusión más exhaustiva y a fondo publicada por
ningún teórico del DI en respuesta a las publicaciones de sus críticos. Sólo desearía
que fuese posible otra vuelta —los críticos replican a «Critics Rave», y Wells responde
a su réplica. Pero es ya hora de pasar a la situación en la que Eugenie Scott explica por
qué todo el planteamiento de Wells es simplemente un desatino.

Eugenie Scott contraataca


Eugenie Scott es directora del Centro Nacional para la Educación Científica, de
modo que su trabajo se parece al de Max Mayfield, el director del Centro Nacional de
Huracanes. Scott sigue todas las tormentas (o indicadores tempranos de potenciales
tormentas) de controversias antidarwinistas en las escuelas, universidades e
instituciones gubernamentales de los Estados Unidos. Su propósito es no solo el de
advertir a los partidarios de la evolución acerca de estas amenazas, sino tratar de
bloquearlas y frustrarlas cada vez que se manifiesten. De modo que Scott intenta hacer
lo que Mayfield no puede. Coordina las acciones para detener y ahogar las tormentas
de escepticismo.
Cuando apareció Iconos de la evolución, Scott pronunció una conferencia acerca de
la amenaza del DI en la Universidad de California en San Diego. Casey Luskin, un
fundador del Club IDEA en aquel campus, asistió a la charla de Scott y la oyó
describir Iconos de la evolución como «una dolorosa patada en el trasero» para los
Darwinistas. Ya cité este comentario en el capítulo 1 de Dudas sobre Darwin, y es
apropiado mencionarlo otra vez como trasfondo. Comenzaré con las palabras de
apertura de Scott, donde compara la evolución con otras ramas de la ciencia moderna
como la física atómica. Scott comienza:
Si alguien fuese a presentar la acusación de que los libros de texto presentan la
teoría atómica usando pruebas erróneas, engañosas e incluso fraudulentas, y que
por ello deberíamos poner en duda si la materia está compuesta de átomos, habría
un sobresalto general —al menos contra el acusador. Si alguien dijese además que
estos distinguidos físicos participan descaradamente en este fraude para conseguir
que siga entrando el dinero para las investigaciones, o para promocionar una
agenda filosófica materialista, los científicos se enfurecerían ante el intento de
manchar la reputación de unos académicos respetados. Y si la misma persona
propusiera que los ciudadanos deberían inducir a las juntas escolares locales a
insertar una nota de advertencia acerca de la teoría atómica en los libros de texto
de ciencias, desalentar al Congreso de financiar la investigación en la teoría
atómica, y presionar a las legislaturas estatales para que restrinjan su enseñanza,
es dudoso que estas exhortaciones recibiesen mucha atención.
Esta sería la suerte que tendría el llamamiento a la movilización que hace
Jonathan Wells en Iconos de la Evolución, si en el anterior escenario no se tratase
de la evolución biológica en lugar de la teoría atómica. ... A diferencia de la teoría
atómica, la evolución tiene unas evidentes implicaciones teológicas, y por ello ha
sido blanco de una oposición organizada, aunque la inferencia de la descendencia
común de los seres vivos sea un concepto tan fundamental para la biología como
los átomos para la física.[27]
Mediante esta introducción a su crítica, Scott parece sugerir que el lector debería
considerar que el libro de Wells está rozando la locura. Este argumento funciona solo
hasta el punto en que el lector dé por supuesto que la crítica que hace Wells de los
iconos sea al menos algo equivalente o conceptualmente paralelo a la loca crítica de la
teoría atómica. Ella deja claro que a su modo de pensar la única verdadera diferencia
es que la teoría atómica carece de implicaciones teológicas, mientras que la evolución
darwinista comporta unas implicaciones teológicas profundas. Es evidente que para
que esta analogía pueda funcionar en la mente de Scott —y en la mente de sus lectores
— uno debe considerar que los fundamentos probatorios inherentes son igualmente
sólidos en las dos teorías. También se debe aceptar la suposición de que el poder
explicativo es igualmente convincente al comparar ambas teorías. La única distinción
sería las «implicaciones teológicas», y solo éstas las distinguen.
Sin embargo esta suposición esencial de Scott (y de sus lectores) es precisamente el
punto de debate; aquí se encuentra la esencia de la crítica que hace Iconos de la
evolución. Wells no se limita a decir que existan problemas acerca de cómo se
presentan los iconos. Más bien, plantea la pregunta de si los iconos, cuando se
contemplan de una forma apropiada a la luz de la evidencia, dan ningún respaldo de
hecho para todo el poder creativo de la selección natural misma o siquiera para el árbol
de la vida (la doctrina de la descendencia común).
En cierto pasaje de su crítica, Scott implica que el contenido de Iconos de la
evolución puede ser técnicamente correcto, pero que el efecto global del libro es
sencillamente el de inducir al lector a error: «Wells presenta una perspectiva
sistemáticamente engañosa de la evolución. Las oraciones individuales en Iconos de la
evolución son generalmente correctas desde un punto de vista técnico, pero están
astutamente encadenadas para apartar al lector de la senda de la verdadera biología
evolutiva a un matorral de malos entendidos».[28]
Parece que el peor de los matorrales a los que conduce Wells al lector es el designado
como «la explosión del Cámbrico», que se considera brevemente en el capítulo 3 —
acerca del icono llamado «El árbol de la vida según Darwin». Scott se queja así:
La explosión del Cámbrico se presenta como un supuesto «grave desafío a la
evolución darwinista» porque «los filos y las clases aparecen justo al mismo
comienzo». Wells está en un error al pretender que la aparición en el Cámbrico de
los principales planes corporales pone supuestamente a los paleontólogos en un
dilema; en realidad, lo consideran sencillamente como un fenómeno que espera
explicación. No explicado no es lo mismo que inexplicable. Más engañoso de
cara a los no científicos es la implicación de que la mayoría de los filos y de las
clases aparecen en el Cámbrico, lo que no resulta cierto ni acerca de los animales
ni de las plantas. Wells descuida mencionar que los insectos, los anfibios, los
reptiles, las aves y los mamíferos son todos post-cámbricos (e incluso los «peces»
del Cámbrico son problemáticos).[29]
Wells replicó a la puñalada de Scott acerca del Cámbrico: «Nunca he siquiera
implicado que la explosión del Cámbrico incluyera a las plantas; desde luego, no existe
nada que pueda designarse como un filo de plantas (los principales grupos de plantas
reciben la designación de “divisiones”). Ni tampoco impliqué jamás que apareciesen
«insectos, anfibios, reptiles, aves y mamíferos» en la explosión del Cámbrico —
aunque los filos a los que pertenecen estos organismos (artrópodos y cordados) sí
aparecieron repentinamente en el Cámbrico. De modo que Scott está criticando algo
que yo jamás he expuesto. No me puede criticar por cosas que he escrito, de modo que
trata de criticarme por cosas que no he escrito».[30]
Es cosa muy apropiada que este capítulo acabe mencionando la evidencia fósil que se
presenta como respaldo a la macroevolución —lo que constituye el tema de nuestro
siguiente capítulo. Muchos evolucionistas afirman que la prueba más directa del árbol
de la vida es la pauta que ofrecen los huesos, caparazones, dientes y otras trazas de
vida antigua que quedaron incrustadas o impresionadas en las rocas. ¿Es esta una
evidencia concluyente de macroevolución? Echemos un vistazo.
7
Los fósiles y la batalla sobre el Cámbrico
El iceberg y su reluciente punta

¿Acaso la evidencia fósil en conjunto respalda la historia darwinista de la


macroevolución? ¿Cómo afrontan los darwinistas los infames vacíos en el registró
fósil, en los que las formas de transición son notoriamente escasas (o inexistentes)?[1]
Y el punto más crítico de todos: ¿Cuáles son exactamente los vacíos más importantes?
¿Han ido quedando progresivamente rellenados a lo largo del tiempo, o han
persistido a lo largo de las décadas transcurridas desde Darwin? Los evolucionistas y
los teóricos del DI, con pocas excepciones, proporcionan unas respuestas encontradas
a estas preguntas. Además, este conjunto de cuestiones científicas se encuentra en el
centro mismo de la batalla acerca de la teoría del designio y el darwinismo. Aunque
este capítulo no podrá comenzar a agotar este tema tan vasto y apasionante, podemos
al menos arrojar luz sobre la estructura del actual debate acerca de unas antiguas rocas,
que gira en torno a si los fósiles constituyen un gran punto favorable —o
incómodamente desfavorable— para la teoría darwinista.
Mientras sobrevolábamos los principales campos de batalla donde las denuncias
contra Jonathan Wells están reformulando el actual debate, aplacé la cuestión de los
fósiles para su propio capítulo. Quizá este planteamiento tocante a los fósiles pueda
deberse a mi propia y permanente fascinación por el tema. Durante los últimos años,
mi esposa y yo hemos tenido el placer de visitar dos de las mejores colecciones de
fósiles del mundo: el Museo Americano de Historia Natural en la ciudad de Nueva
York, y el inolvidable Museo Británico de Londres. Pasamos un día entero en cada uno
de ellos, y, por previo acuerdo, mi esposa emprendió su exploración intensiva de todas
las principales galerías mientras que yo me entretenía admirando las asombrosas
exposiciones de dinosaurios. Quizá sea por el niño que llevo dentro, pero nunca me
canso de contemplar los huesos, los dientes, las conchas y otras partes duras de
animales largamente extintos que se movían pesadamente (o que volaban velozmente)
sobre las marismas y las llanuras de una edad remota.
Con bastante frecuencia, cuando me invitan a una universidad para dar una
conferencia sobre la controversia científica acerca del darwinismo, exhibo mi gota
genuina de ámbar con un insecto en su interior (comprado cuando vivíamos en la
República Dominicana), un espléndido cráneo de un tipo extinto de mamífero llamado
un oreodonto (un mamífero extinto que tenía una cierta apariencia cameliforme), y un
espectacular trilobites de Marruecos con unas atrayentes antenas curvadas.
Generalmente comienzo con una presentación PowerPoint que explora la evidencia de
los fósiles. Mi razón es sencilla: los fósiles constituyen una ventana especial hacia el
pasado que les da un papel más importante como criterio para someter a prueba la
teoría de Darwin. Por encima de todo, hago hincapié en el animado debate acerca de la
explosión cámbrica —la repentina irrupción de una increíble variedad de complejos
animales en el registro fósil hace unos 530 millones de años. El nombre de
«explosión» se emplea de forma extensa en la literatura de la paleontología profesional
para describir esta espectacular irrupción de los fósiles (aunque un experto destacado,
Simon Conway-Morris, prefiera poner el término «explosión» entre comillas).[2] Este
destacable y desconcertante fenómeno en las profundidades de las rocas antiguas de la
Tierra es una saga tan trascendental para este debate que debe contarse aquí,
íntegramente con sus recientes giros y novedades.

Un breve esbozo: Un iceberg problemático y el hallazgo de un tesoro


Antes de dar principio a la historia acerca del Cámbrico, comencemos con unos
sucintos esbozos de las posiciones en drástica contradicción acerca de la cuestión
general de los fósiles en el Cámbrico. Luego extenderé los puntos de vista de ambos
lados, exponiendo cómo se erigen sus argumentos clave. Finalmente, llevaré al lector
por un breve «Recorrido Mágico» por la historia de la controversia desatada alrededor
de los descubrimientos del Cámbrico.
De forma resumida, desde el punto de vista de los teóricos del designio, la explosión
cámbrica constituye la punta del iceberg de los problemas del darwinismo con los
fósiles. En otras palabras, el problema de la extrema escasez (o de la total ausencia) de
transiciones se considera como el iceberg, y el Cámbrico es sencillamente la muestra
más extrema y pasmosa de toda esta pauta general. Además de ser la punta del iceberg
de los dolores de cabeza de los darwinistas, a los fósiles del Cámbrico se los considera
como la respuesta crucial a las dos preguntas que he puesto en itálicas en el párrafo
inicial: (1) ¿Cuáles son exactamente los vacíos más importantes? Respuesta: los que
aparecen en la explosión cámbrica, donde encontramos no meramente vacíos entre
formas ligeramente diferentes, sino abismos fósiles entre diferentes filos que aparecen
de forma repentina en las rocas. (2) Estos vacíos, ¿se están rellenando, o persisten?
Respuesta: los vacíos del Cámbrico persisten, como un desafío abierto y pertinaz que
se ha hecho legendario. Aun peor, estos abismos no solo persisten; están aumentando
de forma creciente en número gracias a los descubrimientos en recientes décadas de
nuevos e insólitos seres. Para los fines estratégicos del DI, que demandan concentrar el
fuego de la crítica sobre el punto más crucial y vulnerable del bando opuesto, se ha
concentrado más investigación y publicación sobre esta reluciente punta del iceberg
que sobre el resto de los vacíos de fósiles.
Por otra parte, la mayoría de evolucionistas consideran la paleontología y su rico
fruto (incontables millones de especímenes rocosos de alrededor de todo el mundo,
que registran más de 200.000 especies de la vida en el pasado) como una bonanza,
como el hallazgo de un fabuloso tesoro que da apoyo a su perspectiva general de cómo
se desarrolló la vida. Por encima de todo, los darwinistas destacan que este hallazgo de
fósiles ha seguido una innegable progresión de las especies —por ejemplo, las
bacterias aparecen antes que los animales complejos. Cuando aparece la vida
multicelular en el Precámbrico y se arraiga bien en el Cámbrico, todavía no aparecen
peces óseos en esta etapa —como la lubina, la perca, el bacalao o la trucha. En el
Cámbrico encontramos solo unos pocos cordados muy primitivos (casi irreconocibles),
que como mucho parecen ser protopeces. Luego, posteriormente, en estratos
geológicamente más elevados, aparecen los peces óseos más familiares, seguidos en
sucesión por los anfibios, luego los reptiles, luego los mamíferos y las aves, y
finalmente los simios, que conducen hacia el hombre. Por cierto, la mayoría de los
teóricos del DI aceptan la datación convencional de las eras geológicas, de modo que
este concepto de sucesión fósil no es para ellos una cuestión de disputa. Lo que sí es
cuestión discutida por la mayor parte de los científicos del bando del DI es si una
nueva forma surgió de animales anteriores —o si fue antecesor de grupos posteriores
—, y si estos cambios se debieron a procesos naturales.
Desde la perspectiva darwinista, se admite que el misterio del Cámbrico es (como
mucho) un espinoso problema a resolver —y que será resuelto en su momento. Para
los darwinistas no es una derrota. Por encima de todo, la estrategia darwinista dicta que
no se debería permitir que el misterio del Cámbrico domine la conversación. Por ello,
casi nunca se menciona en presentaciones tocantes al respaldo fósil para la evolución.
(Retóricamente, esto es del mayor sentido común: ¿a qué fin mencionar un evidente
misterio cuando se quiere convencer al público? Por encima de todo, ¡mantenerse en la
ofensiva! ¡No pasar a la defensiva a no ser que se haga imprescindible!)

Una explicación del punto muerto acerca de los fósiles: El DI toma la palabra
Al ir desgranando la situación acerca de los dos lados de la cuestión, volveré a
comenzar desde el lado del Diseño Inteligente. La mejor manera de captar la
perspectiva del DI acerca de los fósiles es volver a los fundamentos y volver a
enfatizar las dos grandes pautas ahora visibles en el registro del pasado sepultado en
rocas sedimentarias. Estas pautas universalmente reconocidas de los datos fósiles
fueron hechas célebres por Stephen Jay Gould y sus colegas con su desarrollo de una
teoría llamada «equilibrio puntuado». Dichas pautas son: (1) la aparición repentina de
nuevas formas, que aparecen en escena en un estallido sin antecesores identificables, lo
que va seguido de (2) una estasis, que es una persistencia de forma o de estabilidad
estructural (una especie de «resistencia a la evolución»).
Para quienes no estén familiarizados con la teoría de Gould, el equilibrio puntuado
sostiene que la mayoría de los seres vivientes no evolucionaron de una manera regular
y continua hacia nuevas formas, como si uno estuviese desplazándose por una rampa,
sino que evolucionaron más bien como a saltos de escalones. La estabilidad de la
forma (estasis) se representa con el plano de un escalón, y el surgimiento abrupto de
una nueva especie —la parte vertical del escalón— tiene lugar de forma muy rápida.
Debido a la rapidez de este cuasi-salto, y debido a que el cambio tiene lugar en un
grupo muy pequeño y reproductivamente aislado, la fosilización de una de las formas
de transición sería necesariamente un acontecimiento muy infrecuente. Esta era la
manera en que Gould explicaba la extrema rareza de los intermedios de transición. (Al
describir el surgimiento de una nueva especie como «rápido», Gould se refería a
rapidez geológica: quizá miles de años —un abrir y cerrar de ojos en comparación con
los millones de años de duración de la forma estable, sin cambios, durante los períodos
de estasis.)
Los teóricos del designio presentan ciertos argumentos clave a partir de la pauta de
una aparición repentina seguida de estasis: En primer lugar, esta clase de pauta parece
estar en desacuerdo flagrante con la imagen que tenemos del neodarwinismo estándar,
que preserva el escenario de pequeños pasos graduales que Darwin expresó tan bien,
llevando a un universo viviente de formas de vida que van pasando por un cambio
inexorable y continuo: «Puede decirse que la selección natural está escudriñando cada
día y a todas horas, por todo el mundo, las más insignificantes variaciones; rechazando
aquellas que son malas, conservando y acumulando aquellas que son buenas;
trabajando silenciosa e insensiblemente siempre y dondequiera que se presente la
oportunidad, en el perfeccionamiento de cada ser orgánico».[3] Esta imagen de un
cambio continuo parece estar en profundo desacuerdo con la pauta de escalones del
equilibrio puntuado. (De hecho, Darwin dejó claro que en su teoría la naturaleza nunca
podía realizar un salto repentino a una nueva forma, un acontecimiento a veces
designado como «saltación». En sus escritos, Gould discurre acerca de esta gran
obsesión de Darwin y parece haber estado empeñado durante toda su vida en
«reformar a Darwin» y extender la teoría original a fin de que pueda aceptar
efectivamente algún papel para modestos saltos repentinos a lo largo del camino.)
En segundo lugar, Darwin comprendía la objeción a su teoría desde la perspectiva de
la falta de transiciones tanto en el mundo de lo viviente como en el registro fósil, y se
aferraba enérgicamente a un concepto para explicar este fenómeno. Su clave para
explicar esta situación era sencillo: el «constante exterminio de intermedios» por parte
de las nuevas y más perfectas formas de vida. En las discusiones modernas esto recibe
a veces la designación de «sustitución competitiva». Sin embargo, según el
paleontólogo David Raup, la inmensa mayoría de las extinciones tienen lugar en
mortandades en masa desencadenadas por cataclismos de alcance global, y desde luego
no son causadas por una sustitución competitiva. Además, este modo de sustitución
implica un escenario típico en el cual, por ejemplo, un protomurciélago primitivo,
simbolizado como «A», pierde en la competencia y es sustituido por el
protomurciélago más evolucionado «B», que a su vez resulta reemplazado por el «C»,
y así hasta que alcanzamos el «Z» —el murciélago verdaderamente actual. Pero, una
vez más, esto no es lo que aparece en el registro fósil. Es cosa bien sabida que los
murciélagos más antiguos parecen ser en todos los sentidos murciélagos «Z» (de
apariencia totalmente moderna) y que entre los fósiles no podemos descubrir ninguna
progresión significativa ni hasta este punto ni a partir del mismo (solo encontramos
variación a partir de entonces). Una vez más, el escenario de la sustitución competitiva
no parece ajustarse bien con la universalidad de la aparición repentina y de la estasis.
[4]
Tercero, y de la mayor importancia: incluso en el escenario de la evolución según
Gould sería de esperar la existencia de intermedios (que se podrían encontrar
ocasionalmente) hasta cierto punto, al menos al cruzar los espacios morfológicos más
extensos. Por ejemplo: una bacteria no se aísla en un rincón de una gran población de
bacterias, y después, con el transcurso de unos cuantos miles de años de afortunadas
macromutaciones, evoluciona el plan corporal y la biblioteca genética para construir
un animal complejo —como un trilobites o una medusa. Un salto morfológico tan
drástico es evidentemente absurdo. De modo que deberíamos todavía esperar
transiciones intermedias aquí y allá en el registro fósil donde las discontinuidades son
abismales, y cuando es mayor la distancia que se cubre para cambiar la morfología (el
plan corporal) de una clase de animal a otro, tantas más formas intermedias serían de
esperar. Aquí es exactamente donde la explicación darwinista parece desmoronarse. En
el video documental Iconos de la evolución, que se corresponde con su libro del
mismo título, Jonathan Wells explica esto de una forma bastante sencilla con una
ilustración: «Si se piensa en el árbol ramificado de Darwin, con un antecesor común
aquí abajo [al pie del árbol] y las diferentes formas modernas de animales aquí arriba
[en los extremos de las ramas], tendríamos una forma para empezar, que iría
divergiendo gradualmente en formas ligeramente diferentes, y más y más diferentes,
hasta que se conseguirían todas las diferencias fundamentales que vemos en la
actualidad. El problema con la explosión cámbrica es que todas estas principales
diferencias aparecen juntas simultáneamente sin evidencia fósil de que descendiesen
de este antecesor común».[5]
Allí donde los evolucionistas ven la repentina aparición de animales con las mayores
diferencias estructurales concebibles, como la enorme diferencia entre los trilobites (de
los artrópodos) y las estrellas de mar (equinodermos), tendrían que suponer que estas
dos formas habían descendido de algún otro filo o filos ancestrales en rocas más
profundas. Pero hay bien poco que encontrar por lo que se refiere a antecesores. Los
candidatos, en rocas subyacentes, son meras formas de vida unicelulares o esponjas (en
China se han encontrado recientemente embriones de esponjas en rocas
inmediatamente por debajo del Cámbrico), o los animales de forma de pluma de la
fauna ediacarana (que por lo general son considerados como vías muertas, no como
antecesores). La ruta de escape evolucionista más extendida, que dice que los
antecesores eran seres de cuerpos blandos y que no se podían fosilizar, ha quedado
firmemente bloqueada por los nuevos hallazgos de embriones de esponja, muy
blandos, hermosamente fosilizados en los sedimentos del Precámbrico en China.
Naturalmente, la expectativa normal es que para cubrir estas gigantescas
discontinuidades estructurales deberíamos encontrar más transiciones intermedias en
las situaciones normales de discontinuidad. Pero no encontramos ninguna en absoluto.
Resumiendo: los mayores cambios en la estructura corporal involucrarían el mayor
número de formas intermedias, y por ello, cuanto más grande el espacio entre dos
planes corporales, tantas más transiciones deberíamos encontrar entre los fósiles. Pero
lo que vemos en el Cámbrico es precisamente lo contrario. Precisamente allí donde
necesitamos más transiciones para apuntalar la teoría de Darwin (entre los filos), no
encontramos ninguna. ¿Persisten estos vacíos a lo largo del tiempo? Los teóricos del
DI dicen: «Desde luego». Y esta es la razón por la que resaltan el misterio del
Cámbrico, que sigue empeorando con el paso del tiempo.

Los animadores darwinistas


Sin embargo, en los libros de texto de biología se presenta la macroteoría como si la
prueba fósil estuviera en una forma excelente. En estos libros, tanto a nivel de instituto
como de universidad, los autores exhiben de manera destacada el árbol de la vida (el
icono darwinista más común de la descendencia con modificación según Darwin, en el
que aparecen todos los organismos procedentes de una forma original primitiva de vida
unicelular). En estos libros no se describe el árbol de la vida como una teoría, sino
como un hecho. Jonathan Wells expone que este «hecho» de un solo árbol con un
tronco común es desde luego objeto de polémica, incluso fuera de los círculos del
Diseño Inteligente.[6] Y, cosa nada sorprendente, raras veces se menciona la explosión
cámbrica, excepto en alguna referencia de pasada que no da indicación alguna acerca
de este persistente misterio.[7]
Como ejemplo del tono prepotente en el tratamiento darwinista de los fósiles en la
actualidad, me concentraré en un adalid de la macroevolución, que publicó un artículo
en el número especial anti-DI de Natural History de noviembre de 2005. El autor, el
geólogo Donald Prothero de Occidental College, se mostraba positivo, incluso
entusiasta, acerca de la evidencia de los fósiles, y comunicaba su peleón mensaje con
el título: «Los Fósiles dicen Sí». Tras admitir la debilidad del respaldo fósil con la que
se debatía Darwin en su época, Prothero se regocija de que «la evidencia en apoyo de
la evolución ha seguido acumulándose, en particular durante las últimas décadas».[8]
Su artículo de cinco páginas es muy inteligente desde una perspectiva retórica. Es tan
eficaz como sea posible serlo para salir lo más bien parado de una mala situación con
los fósiles. Está repleto de recreaciones artísticas de animales extintos que se exhiben
como formas de transición junto con una galería fotográfica de cráneos que vinculan a
los homínidos primitivos con el hombre moderno. En el texto, Prothero argumenta que
se están llenando los vacíos fósiles clave, y describe diversos nuevos hallazgos desde
1983 de especies de transición que refuerzan el escenario de que las ballenas y los
delfines evolucionaron a partir de antiguos mamíferos terrestres. También pregona las
pretendidas formas de transición fósiles entre dinosaurios y aves, entre reptiles y
mamíferos y entre primitivos homínidos y nuestra propia especie, Homo sapiens.
Como era de esperar, entre los vacíos que se están llenando no se mencionan para nada
los abismos del Cámbrico.
Así, como ya hemos visto antes, cada uno de ambos bandos en esta controversia ha
emprendido generalmente la ofensiva, señalando los datos fósiles que vindican su
punto de vista. Es como si los dos bandos no estuvieran interaccionando directamente
acerca de las mismas cuestiones, pero hay un tema acerca del que ambos lados hacen
comentarios (y donde los darwinistas lo hacen a la defensiva): la explosión cámbrica.
Este es un tema demasiado extraordinario y gigantesco para poderlo eludir. Ahora es el
momento de ahondar en esta asombrosa historia.

Un recorrido mágico por la historia del Cámbrico


Nadie ha hecho más para abrir los misterios de la explosión cámbrica al
conocimiento público (y para tratar de resolverlos rápidamente con su teoría del
equilibrio puntuado) que Stephen Jay Gould. Para ayudarnos a sentir la maravilla de la
más masiva de todas las apariciones repentinas en la historia de la Tierra, y para captar
el extremo entusiasmo que evoca este acontecimiento, dejaré que el mismo Gould
describa este fenómeno. Recomiendo vivamente su libro sobre este tema, La vida
maravillosa, un relato de los descubrimientos en Canadá que sacudieron el mundo,
junto con el libro de Conway-Morris de 1998, The Crucible of Creation [El crisol de la
Creación].[9] Pero aquí citaré a Gould en un artículo en Natural History:
Los mares cámbricos estaban repletos de vida, ahora preservada en un abundante
registro fósil. Pero cuando los geólogos ... estudiaron las rocas de los tiempos
anteriores, del Precámbrico, no encontraron nada orgánico —ni una traza de nada
que fuese potencialmente antecesor del heterogéneo conjunto de trilobites,
moluscos, braquiópodos y otras criaturas en los estratos del Cámbrico. Esta
transición geológicamente abrupta desde la nada a una rica fauna que incluye
representantes de casi cada uno de los filos modernos ha sido designada, con una
metáfora bien escogida, como la «Explosión Cámbrica».[10]
Más arriba he enfatizado que este repentino estreno de la riqueza de la fauna
cámbrica no tenía una vinculación discernible con ninguna vida anterior. Esto suscita
una cuestión: ¿Hubo alguna vida en las rocas por debajo de los estratos cámbricos?
Durante más de cien años (desde la época de Darwin hasta poco antes de 1960), los
paleontólogos creían que las rocas del Precámbrico carecían totalmente de fósiles —
como una hoja de papel en blanco. Sin embargo, especialmente desde la década de
1960, los científicos han llegado a ver que las rocas del Precámbrico contienen unas
pocas trazas dispersas de vida —mayormente microfósiles unicelulares, como
bacterias y algas verdeazuladas. También se ha observado y catalogado un raro
conjunto de seres carente de relación, designado como la fauna ediacarana (en la era
vendiana). La mayoría aparecieron a 30 millones de años de la era cámbrica, y muchos
de ellos se parecen vagamente a plumas arraigadas en el lecho marino. Un extraño ser,
el Tribrachidium, se parece a un disco volador con una extraña decoración que
recuerda a una esvástica (con solo tres brazos en lugar de cuatro). Sin embargo, como
los animales ediacaranos no se consideran como antecesores de los cámbricos, y por
cuanto evidentemente las bacterias no evolucionan de repente para formar seres
complejos como la estrella de mar, los descubrimientos del Precámbrico sólo han
servido para exacerbar el misterio de la explosión de la vida en el Cámbrico.
Esta extraordinaria explosión de fósiles en el mismo basamento del registro fósil ha
sido conocida desde largo tiempo, e incluso se discutía acerca de ella en tiempos de
Darwin. De hecho, esta repentina aparición de las formas fundamentales de vida en los
estratos rocosos más profundos, sin ninguna traza de un origen a partir de progenitores
anteriores, desconcertó enormemente a Darwin. Para su crédito, incluso admitió en El
origen de las especies (1859) que «es ésta quizá la objeción más grave y clara que
pueda presentarse contra mi teoría».[11]

La Pizarra Burgess: Descubrimiento y redescubrimiento


Ahora avancemos la moviola rápidamente hacia las vísperas de la Primera Guerra
Mundial. Un célebre paleontólogo estadounidense, Charles Walcott, tropezó con un
yacimiento fosilífero de enorme valor en las alturas de las Montañas Rocosas en 1909.
Durante siete años, excavando verano tras verano en una formación del Cámbrico
conocida como la Pizarra Burgess en la Columbia Británica, desenterró algunos de los
especímenes más hermosamente conservados que jamás se hubiesen visto de aquella
era. Estos valiosísimos fósiles pasaron pronto a la posesión del Museo Smithsoniano
en Washington, D.C. Esta preciosa carga fue depositada a buen recaudo, y luego quedó
en gran medida olvidada durante cincuenta años.
En la década de 1970, un trío de científicos británicos[12] radicados en la
Universidad de Cambridge comenzó a estudiar los fósiles de la Pizarra Burgess, que
nunca habían sido analizados con atención. Comenzaron a desempolvar y a escudriñar
cada una de las insólitas criaturas de aquella colección. Muy pronto se encontraron
desconcertados ante unas inesperadas estructuras corporales y se quedaron atónitos al
descubrir que varias docenas de estos animales constituían descubrimientos
fundamentales —verdaderas rarezas desconocidas hasta entonces en la explosión
cámbrica. De hecho, muchos fósiles de la formación Burgess no pertenecen a ninguna
categoría conocida de seres vivos. Un destacado ejemplo es el pequeño y feo monstruo
llamado Opabinia. Tenía un cuerpo de forma aerodinámica, y la cola de un Piper Cub,
una cabeza con cinco ojos salientes, y proyectándose adelante tenía una estructura
probóscide parecida a una manguera, con un extremo de sujeción en su extremo. Hasta
este momento este era un ser desconocido en la explosión cámbrica, ya rica de por sí.
Podría dar una larga lista y descripciones de muchas otras criaturas del Cámbrico que
surgieron de los valiosos hallazgos de Walcott, como tres favoritos personales míos —
la Wiwaxia, la Marella, y la Naraoia— pero aquí debo recapitular. Con el cuidadoso
estudio y la minuciosa reclasificación de las extrañas criaturas de la Pizarra Burgess en
las décadas de 1970 y 1980, la explosión cámbrica se amplió de repente. Un artículo
de portada de la revista Time acerca de los descubrimientos del Cámbrico, publicado
en diciembre de 1995, le dio un título adecuado: «El Big Bang de la Biología». Por
cuanto muchas de estas criaturas no parecían pertenecer a ningún filo o clase hasta
entonces conocidos, la gran disparidad —la extremada diferencia en el plan corporal
respecto de otros animales del Cámbrico— es lo que sorprendió a los paleontólogos.
Gould observó en La vida maravillosa que la difundida idea que aparece en los libros
de texto acerca de que la evolución iba produciendo «un cono de diversidad creciente»
en las formas básicas de vida a lo largo de las eras quedó repentinamente trastocada.
Es decir, la base del cono (que representa el momento de mayor diversidad) se
encuentra en el fondo del registro fósil, en la Era Cámbrica, no en el presente. Después
de esto, no emergen entre los animales ningunos nuevos planes corporales;
simplemente, se extinguen con el tiempo.[13] Los expertos paleontólogos de
Cambridge habían dejado atónitos al mundo de la ciencia, pero al ir culminando su
trabajo en la década de 1980, no podían soñar que iba a estallar una serie aun mayor de
sorpresas relativas al Cámbrico —al otro lado del mundo, en el sur de China.

Estallido de monstruos chinos sobre el escenario de los fósiles


El doctor Jun-Yuan Chen es un paleontólogo alto y delgado que enseña en el
prestigioso Instituto de Geología de Nanking, en China. A mediados de la década de
1980, uno de sus antiguos estudiantes mostró a su profesor un fósil cámbrico
hermosamente conservado que había excavado en el sur de China, cerca de la frontera
con Vietnam. Este fósil le llamó la atención, y el doctor Chen pidió al estudiante que le
enseñase dónde lo había encontrado. El estudiante llevó al doctor Chen a un lugar
cerca de la aldea de Chengjiang. Esta aldea es una de muchas en el paisaje ondulante
de la provincia de Yunnan, salpicada de colinas y lagos.
Chen y sus colegas comenzaron inmediatamente a excavar esta área y quedaron
asombrados ante los valiosos hallazgos que estaban sacando a la luz. A principios de la
década de 1990 se habían extraído miles de preciosos especímenes cámbricos del fino
esquisto amarillo, que había preservado incluso a los animales blandos y delicados del
Cámbrico con un detalle exquisito. El estudiante había guiado al doctor Chen al mayor
botín fósil del Cámbrico de todos los tiempos —incluso eclipsando a los asombrosos
fósiles de la Pizarra Burgess.
Durante los últimos veinte años, al irse extendiendo las excavaciones en Chengjiang
a más y más lugares, los fósiles del Cámbrico exhumados hasta ahora han comenzado
(una vez más) a sacudir el mundo de la paleontología. De estos yacimientos fósiles de
Chengjiang en China han ido saliendo a la luz recientes descubrimientos —entre ellos
algunas de las más insólitas nuevas especies nunca descubiertas. La más extraña y
temible de todas las nuevas especies del Cámbrico era el Anomalocaris. Este animal de
pesadilla tenía un gran cuerpo principal con una forma parecida a la de un platillo
volante, con una gran cola ahusada flanqueada de lóbulos natatorios. De la parte
superior de la cabeza cerca de la parte frontal sobresalían un par de grandes ojos
situados en unos tallos, y proyectándose delante hacia fuera aparecían un par de brazos
prensores, vagamente semejantes a camarones gigantes, que llevaban la presa atrapada
a la boca.
Cuando el doctor Chen vino a Florida en 1999, tuve el privilegio de acompañarlo
durante una semana mientras visitaba colegios superiores y universidades, y de ver
personalmente los espectaculares fósiles de Chengjiang que trajo consigo. Recuerdo de
forma especial el diminuto fósil amarillento, de unos 10 centímetros de longitud, en el
que se podía ver con un detalle espectacular todo el cuerpo de un Anomalocaris. Le
pregunté si se trataba de un espécimen adulto. El doctor Chen se rió y dijo: «Oh, no,
este es un bebé. ¡Hemos descubierto algunos de seis pies [1,80 m] de longitud! Parece
que este temible animal era el rey de los mares cámbricos, porque casi todos los demás
seres descubiertos en los diversos yacimientos cámbricos en todo el mundo tienen
menos de quince centímetros de longitud. Me sentí interiormente satisfecho de que
este monstruo de los mares hubiera quedado extinto.

En suma, ¿qué importancia tiene todo esto?


Los descubrimientos fósiles en Canadá y China constituyen, juntos, uno de los
grandes episodios modernos de la paleontología, y esta historia se sigue
desenvolviendo mientras usted lee estas palabras. Cada año se están extrayendo nuevos
especímenes fósiles jamás vistos antes, de yacimientos cercanos a Chengjiang. En cada
caso, las nuevas formas animales del Cámbrico aparecen repentinamente, sin
indicación de transición desde ninguna otra forma, ni coetánea ni anterior en las rocas,
y después de su aparición permanecen constantes —manifiestan estasis— hasta que se
extinguen y desaparecen del registro fósil en yacimientos superiores. De modo que
volvemos a encontrar aquí la pauta que he reseñado anteriormente, excepto que en el
Cámbrico queda ampliada y elevada a una mayor escala. Son tantos los filos y tantas
las clases que aparecen repentinamente que parece como una ráfaga de una gigantesca
ametralladora. Este creciente misterio es la parte más manifiesta del iceberg darwinista
de los enigmas fósiles.
Por esto, dicen los teóricos del designio, las pretensiones de veracidad del
darwinismo afrontan unos duros interrogantes que surgen de los datos del Cámbrico;
aquí tenemos un poderoso criterio para ponerlas a prueba. Es aquí donde los
paleontólogos chinos han realizado algunas interesantes contribuciones para la causa
del DI. Por ejemplo, el doctor Chen dice en el video Iconos de la evolución: «El
darwinismo puede estarnos dando solo una parte de la historia de la evolución».
Mientras visitaba las universidades de Florida, oí al doctor Chen repetir una y otra vez,
cerca del final de sus conferencias: «El darwinismo ya no puede explicar más la
explosión del Cámbrico. Necesitamos una nueva teoría».

Los darwinistas contraatacan


Los animales del Cámbrico son desde luego muy especiales, y su repentina aparición
sigue siendo muy perturbadora para cualquier escenario darwinista de un desarrollo
impulsado por fuerzas naturales. Los darwinistas oscilan aquí entre dos formas acerca
de cómo responder a esta pesadilla científica. Una de ellas es ofrecer posibles
explicaciones o contrapruebas que amortigüen la explosión, o que sugieran un período
de «mecha larga» de desarrollo antes del Cámbrico, en oposición a la impresión
aparente de «mecha corta» que se obtiene de la evidencia fósil.
Una segunda forma de responder a los misterios del Cámbrico es ignorar el problema
y destacar lo positivo —las discontinuidades en las que aparentemente las formas de
transición comienzan a caer en su sitio de forma idónea. Antes he mencionado el
entusiasta artículo de Donald Prothero, «The Fossils Say Yes [Los fósiles dicen Sí]»
—un breve pero hábil artículo que pinta un escenario en el que se presenta la evidencia
de los fósiles como ahora volviéndose favorable a la macroevolución. Pero Prothero no
es el único escritor que presenta a los fósiles como un argumento en favor de Darwin;
el tenaz adversario del DI, Kenneth Miller, secunda esta moción a cada oportunidad. El
lector recordará a Kenneth Miller como el biólogo que perfeccionó la técnica de la
maza verbal. Lo que hace es vincular sus argumentos con palabras que golpean y
atizan los argumentos de sus opositores partidarios del DI. Su libro de 1999, Finding
Darwin’s God [En busca del Dios de Darwin] (que se describe en el capítulo 3),
entrelaza hábilmente golpes verbales con sus fragmentos escogidos de la evidencia
fósil. El resultado es un aluvión de ferocidad retórica pensada para confortar a los
creyentes darwinistas y desalentar a los escépticos. Por ejemplo, replicando a las
revelaciones que hace Phillip Johnson de una endeble evidencia fósil en el caso de los
vertebrados, Miller se concentra en un extraño y crucial pez que los evolucionistas han
sugerido como una buena forma intermedia: el pez ripidistio. Se enfrenta con el
argumento de Johnson, que fundamentalmente decía: A pesar de sus extrañas aletas
lobulares, este pez no da en realidad ninguna indicación de cómo pudo llegar a
transformarse en un anfibio tetrápodo que reptó del mar a tierra. Johnson dice que a
falta de dicha prueba, podemos descartar su potencial papel ancestral apuntando a
animales terrestres de cuatro patas, los tetrápodos.
Kenneth Miller trata a continuación de barrer a Johnson del escenario con la
afirmación de que los argumentos de Johnson han quedado vencidos por nuevas
pruebas. Señalaba a un extremo de la rama ancestral de peces a anfibios, donde se
había encontrado un anfibio asombrosamente ictíneo (Acanthostega gunnari) que
ajustaba admirablemente. Luego, pasando al extremo de los peces de esta misma rama,
destaca un pez que posee una «aleta con dedos, ocho en número, precisamente como
los dedos de los tetrápodos más antiguos». Estos ejemplos parecen verdaderamente
interesantes (aunque distan de ser convincentes), y, con una retórica científicamente
más cauta, servirían sencillamente como materia para la reflexión —un posible apoyo
subsidiario para la teoría darwinista. Pero en manos de Miller estos ejemplos se
transforman en mortíferos dardos contra el DI. Para captar el sentido del ataque
combinado de Miller (piezas probatorias de poca monta con generosas dosis de
retórica de golpes de mazo), será bueno citar sus frases clave y poner en itálicas
algunos de los golpes de mazo:
Cuando hacemos esto [esto es: comprobar si las objeciones están ancladas en
realidades], las objeciones de Johnson se derrumban. Su afirmación de un
mecanismo ausente se refuta con facilidad, su esperanzada tergiversación del
equilibrio puntuado se deshace bajo un cuidadoso escrutinio, y su aserto de que el
registro fósil no da apoyo a la evolución es erróneo. ... Dos importantes hallazgos
fósiles, uno a cada lado de la transición de pez a anfibio, han aplastado su
argumento. ... Cada objeción de Johnson ha recibido respuesta. Se han
encontrado los fósiles precisamente en el lugar correcto, exactamente en el
tiempo apropiado, con exactamente las características idóneas para documentar
la evolución.[14]
La argumentación de Miller es técnicamente impresionante. Ha logrado perfeccionar
un tipo potente y emocionalmente enérgico de logos que sirve para potenciar al
máximo unas pruebas endebles (como lo haría un abogado defensor). Pero tengo
constantemente la impresión, cuando encuentro tales extensiones de retórica de maza,
de que queda sacrificada la credibilidad académica de su argumento. ¿Dónde aparecen
las cuidadosas explicaciones de los mecanismos naturales de la máxima importancia
que llevaron a cabo de manera verosímil estas asombrosas transiciones? No aparece
ninguna.
¿Dónde aparecen las indicaciones, bien de estudios en el mundo natural, bien de
ensayos de laboratorio, que prueben que los animales posean este grado de plasticidad
de forma? Kenneth Miller no presenta ninguna clase de pruebas. Como norma, parece
preferir dar por supuesto, a lo largo de todo su libro, que la naturaleza está escribiendo
de manera fiable nueva información genética, lista para ser usada para servir a las
necesidades de sistemas complejos y de nuevos planes corporales, que están siendo
vueltos a conformar. Esta superficial suposición de que el nuevo ADN sencillamente
va apareciendo en los seres vivos —así, de forma natural, mediante selección natural—
es, desde mi punto de vista (y desde el punto de vista del Movimiento del DI), el talón
de Aquiles fatal del darwinismo. Es precisamente el punto débil en la controversia del
Cámbrico que afrontó Stephen Meyer cuando escribió el artículo con revisión por
pares publicado en Proceedings of the Biological Society of Washington [Actas de la
Sociedad Biológica de Washington] en 2004. Es, en cierto sentido, la pregunta
fundamental que se plantea acerca del origen mismo de la vida. El ADN —su origen y
diversificación— es la más fundamental de todas las cuestiones —es la madre de todos
los planteamientos biológicos. Y es esta cuestión la que vamos a considerar a
continuación.
8
El recalcitrante misterio
¿Cómo se originó la vida?

En mis tiempos de estudiante de instituto creciendo en una población rural cerca de


Colombus, Ohio,[1] mis hermanos y yo celebrábamos fielmente un ritual nocturno
cada viernes. Después de llegar a casa de un partido de fútbol o de baloncesto,
poníamos la televisión a las 11 de la noche para contemplar en un canal local Chiller
Theater, un programa semanal doble que se especializaba en géneros de terror y de
ciencia ficción. Algunas de las películas más memorables, aparte de mis favoritas, El
planeta prohibido y La casa en la montaña embrujada, fueron las de Drácula y
Frankenstein. Nunca olvidaré la primera vez que vi el original (y quizá la mejor de las
versiones) de estas películas, la producción de Frankenstein de los estudios Universal
en 1931, con Boris Karloff en el papel de monstruo de Frankenstein. Cualquiera que
haya visto esta versión, o una de sus adaptaciones posteriores, tendrá seguramente
impresa en su memoria la imagen del rayo de la tempestad infundiendo energía vital en
el cuerpo inerte del monstruo.
En la película de 1931, después que el decisivo rayo ha infundido vida en el
monstruo, Frankenstein, un científico obsesionado con la idea de crear vida, proclama
de forma triunfal: «¡Ahora ya sé qué es ser Dios!» Este acto de blasfemia no solo lo
excluye de su familia, de sus amigos y de su prometida (en el guión), sino que llevó
realmente a diversos censores cinematográficos en diversos lugares de Estados Unidos
a eliminar esta línea de la película cuando comenzó a aparecer en salas de cine en
1931. Ahora bien, uno puede preguntarse, ¿qué tiene que ver todo este preámbulo con
el origen de la vida en la tierra?

El gran logro de Stanley Miller


La infusión de vida en el monstruo de Frankenstein se ha comparado con la imagen
científica de un rayo que inicia la vida celular, un poderoso icono que ha quedado
grabado en la conciencia de millones de estudiantes de biología en todo el mundo al
contemplar en los libros de texto el aparato de chispas de Stanley Miller. A la sazón
estudiante graduado de química en la Universidad de Chicago, a finales de 1952 Miller
emprendió la tarea, bajo la dirección y el aliento del premio Nobel Harold Urey, de
confirmar experimentalmente una teoría acerca del origen de la vida propuesta en la
década de 1920 por dos científicos: Aleksandr Oparin en Rusia y J. B. S. Haldane en
Inglaterra. En contraste con Frankenstein, la sacudida eléctrica en el seno de unos
gases simples en un recipiente de vidrio no tenía el propósito de hacerle posible saber
cómo se siente al ser Dios. El propósito era confirmar que la naturaleza tenía la materia
prima y la capacidad (como sugerían Oparin y Haldane) de imitar a Dios —creando los
elementos constitutivos de la vida mediante sus propios procesos naturales. Stanley
Miller y Harold Urey eran pioneros en un campo que ahora coordina el trabajo de
varios cientos de científicos que trabajan en química abiótica —un campo que también
recibe las designaciones de «abiogénesis», «evolución prebiótica» o «evolución
química» (por mi parte, prefiero esta última designación). Algunos investigadores son
químicos o bioquímicos; otros proceden de campos de estudio como la geología, la
astronomía y la biofísica. Los investigadores se mantienen en contacto mutuo mediante
una red informal conocida como la ISSOL —siglas en inglés de la Sociedad
Internacional para el Estudio del Origen de la Vida, que patrocina un boletín y una
revista y que celebra un congreso general cada tres años.[2]
Además del objetivo común de su estudio, los investigadores en el campo de la
evolución química comparten un potente trasfondo filosófico: comienzan con la
suposición de que la naturaleza tiene que haber producido la vida por sí misma. No se
admite ninguna otra opción sobre la mesa. La diversidad de posibles explicaciones
queda limitada a ley científica o al azar (o a alguna combinación de ambas cosas). Los
científicos que trabajan en esta tradición naturalista, que se ha endurecido como
hormigón desde Darwin, sencillamente quieren encontrar el camino más probable, o al
menos uno o más caminos verosímiles, que la naturaleza hubiera podido usar. Phillip
Johnson y los teóricos del DI han expuesto en repetidas ocasiones que, desde esta
manera de pensar, uno nunca pregunta primero si la naturaleza hubiera podido
producir la vida sin la asistencia de la inteligencia. Se da por supuesto que la
naturaleza lo hizo. Más bien, la pregunta clave es: «¿Cómo lo hizo la naturaleza?» Las
críticas a la evolución química desde el DI plantean preguntas acerca de esta
suposición fundamental.
Los científicos que inspiraron a Stanley Miller —Oparin y Haldane— estaban
edificando sobre esta base al proponer que una mezcla de vapor de agua, amoníaco y
otros gases simples, energizada por luz ultravioleta u otras fuentes de energía, podría
producir las estructuras básicas de la vida. Esta es la idea que Miller emprendió poner
a prueba.[3] Para montar un experimento de simulación, Miller unió tubos de vidrio
para formar un circuito cerrado y luego introdujo en este circuito una mezcla de
hidrógeno, metano, amoníaco y vapor de agua, precisamente los gases que Oparin
había propuesto como la materia prima de la vida. Estos se calentaban en un punto del
circuito y se hacían circular continuamente. Se añadió una simulación de relámpagos
por medio de un balón introducido en el circuito, dentro del que había dos electrodos.
Cada pocos segundos se hacía saltar una chispa entre los dos electrodos —de uno a
otro electrodo a través del flujo caliente de gases. Después de días de hacer dar vueltas
a los gases y de sacudirlos con las descargas simuladoras de relámpagos, la mezcla dio
a luz. Stanley Miller pudo sacar del agua (ahora de un rojo oscuro) unas importantes
muestras en las que detectó diversas de las pequeñas moléculas, aminoácidos, que se
encadenan en las células vivas para formar proteínas. Los resultados quedaron claros
hacia finales de las vacaciones de navidad de 1952 en la Universidad de Chicago.
Miller recibió su mejor regalo aquellas vacaciones: aminoácidos —generados por
chispas de electricidad. ¿Por qué tanto entusiasmo acerca de unos aminoácidos? De
los darwinistas se elevó prácticamente una versión naturalista del «Coro del Aleluya»
en 1953 cuando se publicaron los resultados de Stanley Miller, porque se sabía que los
aminoácidos eran los componentes fundamentales de las proteínas. Debido a que la
vida es impensable sin proteínas (véase al final del capítulo 5), la investigación de
Miller acerca de los caminos por los que se decía que la naturaleza había producido los
veinte componentes de las proteínas sin dirección inteligente recibió la consideración
de un gigantesco salto adelante. Su idea era que con un medio adecuado —por
ejemplo, en un estanque en evaporación— estos aminoácidos podían luego
encadenarse por sí mismos para formar una proteína, que podría combinar con otras
moléculas orgánicas y llegar finalmente a quedar encapsulada como una célula.[4] Esta
imagen de un charco de caldo químico enriquecido con estas cadenas de proteínas que
iban creciendo naturalmente dio pronto lugar a la frase «sopa prebiótica» como el
escenario para la evolución química como la propuesta por Miller.
Lo cierto es que el experimento original de Stanley Miller no afrontó el origen del
ADN y del ARN, las otras dos moléculas vitales portadoras de información, con sus
diversos componentes individuales. En su defensa, deberíamos recordar que la
estructura del ADN solo se desentrañó en 1953 —el mismo año en el que se
comunicaron los resultados de Miller. Tampoco investigó el origen de la membrana
lípida —la pared celular tan vital para la vida, incluso en las humildes bacterias. De
modo que el experimento de Miller no abordó todas las partes de la célula. Fue solo un
inicio que solo abordó los precursores de las proteínas. Sin embargo, se levanta por
méritos propios como un acontecimiento significativo en la historia de la ciencia, y es
por ello que él y Urey se hicieron justamente célebres para la generación de científicos
y estudiantes en la década de 1950 y en las que fueron siguiendo.

Urey-Miller — una perspectiva histórica


Durante más de cincuenta años, Stanley Miller ha seguido realizando investigaciones
acerca de la misma clase de problemas —la producción de los componentes biológicos
mediante procedimientos que se consideran verosímiles para la historia más temprana
de la Tierra. Al irse acumulando evidencias que arrojaban dudas acerca de su
atmósfera favorecida —la mezcla original de gases sin oxígeno libre y con abundante
hidrógeno— ajustó sus experimentos y descubrió que los resultados obtenidos eran
mucho menos impresionantes.[5]
También se pusieron de manifiesto otros problemas, como la incapacidad del
experimento de las chispas para producir versiones puramente levógiras de los
aminoácidos necesarias para las proteínas.[6] En estos experimentos se produce de
forma natural, con una sola excepción,[7] cada uno de los aminoácidos usados para la
construcción de proteínas en dos formas diferentes, la una la imagen de la otra en el
espejo —una forma dextrógira y otra forma levógira. De nuevo, estas son imágenes en
el espejo de la otra, de una manera muy semejante a como un guante de la mano
derecha es la imagen en el espejo del de la mano izquierda. Aquí tenemos un extraño
hecho: Las proteínas usan solo componentes del tipo «mano izquierda», también
conocidos como «levógiros», o «L-aminoácidos», mientras que los productos del
experimento de la cámara de chispas de Miller eran una mezcla de mano izquierda y
derecha (esta mezcla recibe el nombre de «racémica»). Los experimentos con
descargas de chispas y parecidos producen siempre una mezcla de aproximadamente
50-50 de ambos L-aminoácidos y también de la variedad de la mano derecha, o D-
aminoácidos (D significa «dextrógiros», referido a la forma de mano derecha).
Este problema de una mezcla levógira y dextrógira, con ambos D- y L-aminoácidos
en la solución, se hizo crecientemente evidente y parecía resistir a todos los intentos
por resolverlo, incluso tras décadas de intensa investigación. Por ejemplo, se ha
constatado que para la formación de cadenas cortas de proteinoides conocidas como
«polipéptidos», ningún L-aminoácido tiene una preferencia por enlazar con otro de
tipo L. En otras palabras, los enlaces L-con-D (izquierdos con derechos) son
químicamente tan probables como los enlaces L-con-L. Sin un mecanismo conocido en
un medio de un estanque que pueda distinguir y rechazar los aminoácidos dextrógiros
y retener solo los de mano izquierda, ¿cómo se podría jamás haber conseguido obtener
una verdadera proteína con aminoácidos levógiros, para empezar? Este problema sigue
bloqueando todo el campo de la evolución química hasta el día de hoy.[8]
Fueron tantos los problemas que surgieron tocante a la hipótesis de la sopa prebiótica
(otros quedarán patentes más adelante) que la importancia del trabajo temprano de
Stanley Miller fue desvaneciéndose. Además, el sentido de la prioridad de la
investigación fue llevando a otros investigadores a concentrar sus esfuerzos en otras
áreas. Aunque agradecidos por el papel de Miller como quien había abierto la puerta
experimental de su campo de estudio, muchos nuevos investigadores se concentraron
en las etapas posteriores, que son mucho más difíciles para todos los escenarios del
origen de la vida. Su pregunta era: ¿Cómo podemos explicar el montaje progresivo de
los componentes simples para formar las primeras cadenas de información (de ADN,
ARN y proteínas) y luego finalmente en un sistema funcional reproductivo y catalítico,
hasta el punto de que pudieran iniciarse los verdaderos procesos de la vida?
Una vez estos procesos evolutivos incompletamente detallados han formado un
replicador primitivo, que también pueda realizar la tarea de procesar energía
tomándola de su medio, hemos llegado esencialmente a lo que se conoce como el
«protobionte»,[9] que podría ser verdaderamente descrito como vivo. En este punto
final (un poco más primitivo que las antiguas bacterias), el protobionte queda listo para
que la selección natural actúe sobre él, lo que abre las puertas a la evolución
darwinista. Sin embargo, poder llegar al protobionte a partir de un estanque
enriquecido con aminoácidos y otros componentes químicos exige incontables pasos
difíciles e improbables a través de un vasto y tenebroso vacío.
Al pasar al centro de nuestras consideraciones acerca de la evolución química,
reconozco el reto de escribir acerca de este campo, dada la inmensidad (y la dificultad
técnica) del material publicado acerca de la evolución química. Este ha sido durante
largo tiempo un campo de estudio en el que me he concentrado, pero he visto la
necesidad de ahondar más en la literatura para escribir acerca del origen de la vida. He
devorado artículos y he leído importantes libros nuevos. Cuanto más he leído, tanto
más he sentido la enormidad del desafío. Este material apenas si se podría cubrir bien
con todo un libro, ¡cuánto menos en dos capítulos! De modo que procederé
describiendo las intensas discusiones y los profundos desacuerdos entre el DI y las
figuras líderes en el campo de la evolución química. El Movimiento del Designio
considera este tema como un gran punto positivo —un área de prueba que está
aportando un peso progresivamente mayor en favor del Diseño Inteligente. En cambio,
los darwinistas se encuentran en una posición sumamente incómoda y están actuando
más y más a la defensiva al ir aprendiendo más los científicos acerca de este enigma
tan complejo. Los evolucionistas pintan la escena más favorable posible de un campo
que parece estancado o en un punto muerto.
El resto de nuestra investigación procederá en tres pasos. En primer lugar realizaré
una exploración a gran velocidad de los altibajos de este campo desde Stanley Miller
—los descubrimientos y retrocesos relevantes, las nuevas ideas y los análisis críticos
de las mismas. Esto nos llevará el resto de este capítulo. En segundo lugar, en el
capítulo 9, abordaré nuevos descubrimientos acerca del ADN mínimo para una célula
y perfilaré importantes momentos «¡ajá!» de dos investigadores. En tercer lugar,
concluiré describiendo tres respuestas a la pregunta: «Después de todos estos años,
¿estamos progresando satisfactoriamente en la resolución de este misterio, y qué
estamos aprendiendo acerca de la vida?»

La crítica global planteada en El misterio


En 1984, una tríada de científicos publicó una crítica cortés pero científicamente
implacable de todo el campo de la evolución química: The Mystery of Life’s Origin [El
misterio del origen de la vida] (en adelante El misterio).[10] La cubierta del libro
exhibía dos entusiastas recomendaciones de dos científicos (el químico de la
Universidad de Nueva York, Robert Shapiro, y el físico de Dartmouth, Robert
Jastrow), que habían escrito sobre el tema del origen de la vida desde una perspectiva
naturalista pero que sin embargo consideraban El misterio como una llamada muy
necesaria a la realidad. Los tres autores de El misterio eran Walter Bradley, científico
de materiales, Roger Olsen, geoquímico, y Charles Thaxton, químico e historiador de
la ciencia. Dos de ellos, Bradley y Thaxton, fueron explorando enérgicamente este
campo en los años siguientes, y surgieron como arquitectos intelectuales líderes del
Diseño Inteligente a partir de mediados de la década de 1980 y en adelante. Así, el
dilema de la evolución química fue un lado del doble vientre que dio a luz el DI (el
otro lado fue la obra de Michael Denton Evolución: Una teoría en crisis). Por cuanto
El misterio por sí mismo constituye un informe polifacético del campo de la evolución
química en 1984, tiene sentido comenzar nuestra gira con seis puntos culminantes de
esta crítica global de la evolución prebiótica.[11]
• Prólogo al libro del biólogo Dean Kenyon. Esto fue sorprendente para algunos
porque Kenyon, profesor en la Universidad Estatal de San Francisco, era
coautor de uno de los primeros textos fundamentales sobre evolución química,
Biochemical Predestination [Predestinación bioquímica].[12] Aquí en El
misterio hizo público su apartamiento hacia el escepticismo respecto a su teoría
a la luz de adicional investigación y reflexión.
• La verosimilitud de los escenarios acerca de una formación aleatoria del ADN y
del ARN recibió una contundente crítica. Debido a que el ADN depende de
proteínas para su funcionamiento, y sin embargo las proteínas dependen del
ADN (y del ARN) para su propio montaje, nos encontramos aquí con el
planteamiento fundamental de la gallina y del huevo acerca de cuál fue primero.
Se observaba en El misterio que así como las proteínas dependen de
aminoácidos exclusivamente levógiros para su construcción, así también el
ADN y el ARN precisan de azúcares ribosa o desoxirribosa dextrógiros. Los
investigadores realizaron experimentos intentando enlazar los componentes del
ADN (azúcares, fosfatos y las cuatro bases químicas – las cuatro letras). El
resultado fue unas cortas cadenas con una mala conformación. Esto constituía
una pesadilla para el ADN: para adoptar su hermosa forma en doble hélice, los
componentes deben enlazarse de una forma delicadamente precisa. Como era de
esperar, este resultado nunca se consiguió en las burdas condiciones de un
medio crudo y carente de estructura de un estanque. La naturaleza estaba
demostrando su incapacidad de enlazar siquiera cortos segmentos de la escalera
del ADN.
• «El mito de la sopa prebiótica» —capítulo que recibió elogios de investigadores
líderes— detallaba la constante amenaza de la ruina o terminación química de
cualquier cadena en crecimiento. Estos inevitables fallos químicos se llaman
«reacciones cruzadas de interferencia». Estas destructoras reacciones son
prácticamente inevitables en un estanque, lago u océano donde se dice que los
componentes se estaban enlazando. Por ejemplo, si se comenzaban a formar una
cadena de proteína o una escalera de ADN, la una o la otra enlazarían
inevitablemente con moléculas químicas como aldehídos que actúan para
terminar la cadena, cerrando el extremo de la cadena e impidiendo el
crecimiento. Las cadenas moleculares en crecimiento se enfrentarían con
enormes improbabilidades para evitar estas reacciones de terminación con las
moléculas en solución en cualquier sopa prebiótica.
• Se encontró una increíble cantidad de aminoácidos extraños no proteínicos
(aparte de los veinte conocidos) en las mezclas químicas producidas en los
experimentos. Estos aminoácidos inútiles se unirían inevitablemente a una
cadena en crecimiento, pero arruinarían dicha cadena en el momento en que se
uniesen a la misma. No parecía haber ningún mecanismo para excluir y
mantener apartados estos aminoácidos extraños.
• La evidencia geológica parecía enfrentarse a la atmósfera del tipo postulado
por Miller. La presencia de óxidos en las profundidades del registro rocoso de
la Tierra sugiere la presencia temprana del oxígeno en la tierra, y mediante
mecanismos naturales se hubiera generado oxígeno a partir del agua
atmosférica.[13] En cambio, no había evidencia en ningunas rocas antiguas de
rastro alguno de una sopa prebiótica.
• Tres capítulos acerca de la «barrera termodinámica» contra la formación de
vida a partir de una mezcla cruda de moléculas orgánicas constituían la sección
más avanzada de El misterio, pero esta parte consiguió unas altas calificaciones
de parte de muchos críticos.
El misterio señalaba que la formación de ADN o de proteínas se puede comparar con
la formación de palabras a partir de piezas de Scrabble echadas sobre una mesa. Las
letras estarán en un estado desorganizado, desordenado —lo que se conoce como un
estado de «entropía elevada». Para disminuir la entropía (disminuir el desorden)
ordenando con cuidado las piezas de Scrabble para formar palabras específicas con
significado no es suficiente con que introduzcamos energía. Sencillamente, el flujo de
energía no servirá de nada, porque la energía bruta no posee ninguna capacidad
organizadora. Para conseguir la información necesaria tenemos que configurar las
letras; es necesario especificar la secuencia específica. Una energía bruta, sin
dirección, no puede configurar las letras. Esto se aplica igualmente a las piezas de
Scrabble sobre una mesa o a los aminoácidos disueltos en el estanque.[14] Para
realizar este trabajo de configuración se precisa de dos cosas de la que carecen los
evolucionistas químicos:
1. Se precisa de un mecanismo que convierta el flujo de energía cruda en formas
útiles de energía. Por ejemplo, un huerto puede captar la luz bruta del sol y
aprovecharla para producir maíz y tomates, y estas moléculas ricas en energía
las consumen hambrientos jugadores de Scrabble, y luego sus músculos
transforman la bioenergía en energía cinética muscular al mover las piezas de
Scrabble.
2. Se precisa también de un proyecto para organizar las letras en pautas
apropiadas, específicas. Se implica un agente inteligente, sugería El misterio,
pero los autores solo mencionaron esta posibilidad en su epílogo filosófico
junto con otras alternativas al planteamiento convencional.[15]
Con esto finalizo mi breve bosquejo de varios puntos culminantes de El misterio. El
argumento en favor del diseño inteligente de la primera célula, que fue solo insinuado
en los capítulos acerca de la termodinámica y en el epílogo, ha sido desarrollado de
forma mucho más exhaustiva en las dos décadas transcurridas desde la publicación de
El misterio, principalmente por Stephen Meyer. Él ha articulado el papel
absolutamente importante de la estructura empírica observada de nuestro mundo —que
la complejidad informacional se observa surgiendo de forma habitual y exclusiva por
la actividad de agentes inteligentes. Este concepto —las estructuras uniformes de causa
y efecto de nuestro cosmos— proporciona una clave para lo que se conoce como «la
inferencia a la mejor explicación», que conduce al investigador a la conclusión del
designio.

Esperanza durante los años noventa: Nuevos mundos y una proliferación de ideas
El misterio generó un modesto efecto de reacción en cadena entre los científicos en
general, y especialmente en el campo de la evolución química. En la revista Yale
Journal of Biology and Medicine, el profesor de medicina James Jekel escribió: «Este
volumen como un todo es demoledor para la aceptación relajada de las actuales teorías
de la abiogénesis». Klaus Dose, un investigador pionero prebiótico, se refirió de forma
favorable a El misterio en un artículo reseña de 1988, y recapituló así la situación:
«Más de 30 años de experimentación acerca del origen de la vida en los campos de la
evolución química y molecular han llevado a una mejor percepción de la inmensidad
del problema del origen de la vida sobre la tierra, en lugar de a su solución. Por el
presente, todas las discusiones acerca de teorías y experimentos principales en este
campo están o bien en un punto muerto o han llevado a una confesión de ignorancia».
[16]
Paralizado y bloqueado serían dos palabras que en 1988 describían la sensación
desasosegante respecto a la elucidación del camino seguido desde moléculas sin vida
hasta la célula viva. Sin embargo, parecieron avivarse las esperanzas a finales de la
década de 1980, precisamente cuando Dose estaba recapitulando esta sombría
situación. Se entrevieron nuevos mundos teóricos, especialmente el mundo del ARN.
Esta visión se basaba en la nueva idea de «el ARN primero», que resultó de la
investigación de dos científicos que compartieron el Premio Nobel de química en
1989: Sidney Altman de la Universidad de Yale y Thomas Cech de la Universidad de
Colorado. En la década de 1980 descubrieron que a veces el ARN puede imitar ciertas
proteínas, señalando a una posible salida de la cuestión de la gallina y del huevo
(¿quién fue primero, las proteínas o el ADN?) De forma efectiva, dijeron: «Ninguno de
los dos fue primero: ¡el primero fue el ARN!» La clave de esta idea es su
descubrimiento de que algunas moléculas de ARN pueden actuar como enzimas,
acelerando algunas reacciones químicas de forma parecida a como las enzimas actuales
(proteínas especializadas) lo hacen constantemente en nuestras células. Así, se puede
ver a las moléculas de ARN realizando una doble tarea: almacenan información (como
el ADN) y sin embargo, de manera sorprendente, a veces catalizan reacciones
químicas. ¡Se puede tener lo mejor de ambos mundos en una sola molécula! Así, el
ARN pasó de la noche a la mañana de ser una molécula relegada y en las sombras a la
situación de nueva estrella de los estudios del origen de la vida.
Pero entonces surgió un nuevo conjunto de preguntas: ¿De dónde procedían las
secuencias informacionales en la hipotética protovida del ARN? (Esta era una pregunta
clave planteada una y otra vez por figuras pioneras en la química abiótica.) ¿Cómo se
secuestraron los cruciales azúcares exclusivamente dextrógiros y se enlazaron a esta
molécula a partir de una mezcla caldosa que contendría azúcares tanto levógiros como
dextrógiros? ¿Hay alguna evidencia de que el ARN se pueda copiar a sí mismo? Las
respuestas a estas preguntas no han sido esperanzadoras. Robert Shapiro, un no teísta
que aplaudió El misterio en su comentario elogioso en la contracubierta, y que luego
escribió su propia y célebre reseña de la evolución química,[17] recapituló la grave
situación del escenario del ARN en 2000: «Sin embargo, existe una grave dificultad
con la idea del ARN, o de cualquier otro replicador, en el comienzo de la vida. Los
replicadores existentes pueden servir como plantillas para la síntesis de copias
adicionales de sí mismos, pero este mecanismo no puede usarse para la preparación de
la primera de todas estas moléculas, que tiene que surgir espontáneamente de en medio
de una mezcla desorganizada. La formación de una [cadena ARN o equivalente]
portadora de información mediante una síntesis química carente de dirección parece
muy improbable».[18] ¡Estamos de vuelta al problema de configurar las primeras
letras del Scrabble químico!
A pesar de estas críticas, los evolucionistas químicos trabajaron con el mundo del
ARN como la mejor idea para los primeros pasos antes de la aparición del ADN y de
las proteínas. Sin embargo, más allá del bombo publicitario dado al mundo del ARN
desde 1990 hasta el presente, se propusieron una diversidad de propuestas hasta causar
vértigo. Daré solo media docena de las mismas para que el lector pueda tener una idea
de la intensa actividad que se dio durante este período:
• Christian de Duve, premio Nobel en biología celular, irrumpió en este campo.
Lanzó su segunda carrera de investigación centrándose en la evolución química
después de jubilarse de la Universidad Rockefeller en 1988.[19] Su obra
culminó con Vital Dust [Polvo vital], una exploración del origen de la vida. Se
le conoce por haber interaccionado de forma agradable con diversos
investigadores del campo del DI a finales de 1990 y más allá, interviniendo
incluso en un congreso convocado por William Dembski. De Duve propuso un
precursor del mundo del ARN, conocido como «el mundo de los tioésteres».
[20]
• Comunicado: El mundo del sulfuro de hierro. Este modelo lo propuso el
abogado y químico Gunter Wächtershäuser (pronunciado «vokter-zoy-ser»),
que contempló el comienzo de la vida con la ayuda de pirita del hierro —
conocida como «el oro de los tontos». Según este punto de vista, el lugar ideal
para la acumulación crítica de los primitivos compuestos prebióticos sobre el
oro de los tontos fue en respiraderos de los fondos oceánicos, donde unas
reacciones concretas tendrían probabilidad de producir las piritas de hierro.[21]
• Graham Cairns-Smith propuso una idea chocante. Sugirió que la vida comenzó
como una entidad de base mineral, una especie de «vida en cristal de arcilla», y
que luego, después de un largo tiempo, tuvo lugar una transición brusca cuando
el mundo mineral dio paso a un suceso bioquímico. Esto se designa como la
«invasión genética».[22] Además de la idea radical de Cairns-Smith, los
minerales en general recibieron tal consideración como una estructura que
prometía ayudar como matronas en el origen de la vida que un texto de
evolución química tiene un capítulo subtitulado «Los minerales en su función
como andamiaje, adsorbentes, catalizadores y portadores de información». Una
idea popular fue que una arcilla especial llamada montmorillonita habría
servido como una plantilla sobre la que unas unidades químicas de información
primitivas podrían haberse enlazado en formaciones organizadas.
• ¿La evolución química en el espacio exterior? El interés en este novedoso
aspecto de los estudios de evolución prebiótica experimentó un impulso en la
década de 1990, especialmente centrado en Marte y en las lunas de Júpiter y de
Saturno. Esta concentración en el espacio exterior, alentada por subvenciones
procedentes del programa de exobiología de la NASA, prestó también atención
a la idea de la entrada en la Tierra de bloques de vida a bordo de meteoritos y
cometas. El interés acerca del concepto de la panspermia (esporas de vida
flotando hacia la tierra procedentes de otros lugares) e incluso acerca de la
panspermia dirigida (formas simples de vida enviadas a la tierra en una nave
espacial) pareció crecer y decrecer periódicamente. Estas ideas más bien de
ciencia-ficción de que la vida derivase o fuese enviada desde algún otro lugar
en el cosmos, aunque se consideraron generalmente como indignas de una seria
consideración antes de 1980, fueron popularizadas hasta cierto punto cuando
Francis Crick coqueteó con esta idea en Life Itself.[23] La publicación de estas
especulaciones indica que la evolución química sobre la tierra ha llegado a ser
considerada por algunos investigadores como algo sumamente inverosímil.
• ¡Mirad! Bacterias insólitas. Surgió una oleada de emoción ante el hallazgo de
unas insólitas clases de microorganismos, llamados «arquea», descubiertos por
Carl Woese y otros. Estos microorganismos, también conocidos como
«extremófilos», parecían tener en común una atracción hacia medios rigurosos,
como presiones extremadas, calores o fríos increíbles, y de acidez o alcalinidad
normalmente letales. Desconocidos antes de la década de 1970, fueron
rápidamente saludados como los probables supervivientes de entre las formas
de vida más primitivas, cuando la Tierra habría experimentado unas
condiciones mucho más duras. Sus secuencias de ADN eran sorprendentemente
diferentes de las que aparecían en las bacterias normales.
• ¿Cuánto tiempo para la evolución? Finalmente, la cantidad de tiempo que se
había considerado como necesaria para que la evolución química llegase a su
meta fue quedando más y más limitada, hasta que la ventana de oportunidad
quedó reducida a un lapso de tiempo extraordinariamente pequeño. (¡Algunos
propusieron que pudo haber sucedido en tan poco tiempo como en unas meras
decenas o centenas de años intercalados entre demoledores impactos de
asteroides sobre la primitiva superficie de la tierra, entonces en condiciones
infernales!) William Schopf, pionero en estos estudios, dijo que parece que
aparecen restos fosilizados de bacterias bastante sofisticadas en rocas datadas de
3,5 mil millones de años. Estudios adicionales en rocas más antiguas que 3,8
mil millones de años revelan trazas indicadoras de isótopos de carbono, lo que
indica una probable actividad biológica. Si se aceptan estas fechas como
correctas para seguir el argumento, y suponiendo que hace 4 mil millones de
años el planeta fuese un lugar demasiado abrasador, fundido y hostil para que la
vida pudiese sobrevivir, los teóricos del DI señalaban que la extensa «ventana
para la evolución química» había quedado reducida a una fracción muy exigua
del tiempo disponible que se había supuesto al principio.
Para resumir, el campo de la evolución química en la década de 1990 estaba
borboteando con nuevas ideas, extraños descubrimientos y —cosa muy significativa—
se estaba dando un encogimiento de la ventana de tiempo en el que se pudo producir
toda la intrincada complejidad y la información bioquímica de una célula solitaria a
partir de moléculas simples. No escaseaban las historias fantasiosas. Los precursores
químicos simplemente aparecían de repente, o se calentaban, o se adsorbían sobre
superficies arcillosas, o surgían en un estanque mediante radiaciones, o bien al lado de
respiraderos que borboteaban en los fondos oceánicos, o bien en los fríos confines del
espacio exterior. Este campo de pensamiento no parecía carecer de pintorescos lugares
para la evolución de la vida. Pero de lo que sí parecía carecer desesperadamente —y
esto se fue haciendo más evidente e innegable con el paso del tiempo— era de un
mecanismo verosímil para encadenar las vitales cadenas del ADN, ARN y proteínas, y
luego organizar las unas y las otras para poder formar la primera célula viva.
Además, esta cuestión en sí misma dependía aún de otra: ¿Hasta qué grado de
simplicidad se puede llegar y sin embargo tener todavía una célula funcional? Esta es
la pregunta clave que tuvo que esperar a las técnicas de secuenciado del genoma que se
desarrollaron a finales de la década de 1990, y este será el argumento del siguiente
capítulo.
9
Evaluación de la cuestión acerca del origen de la vida
¿Qué hemos aprendido?

En agosto de 2005 presidí un congreso titulado «Una disensión singular: Científicos


que encuentran dudoso el darwinismo». Esta reunión de tres días, celebrada en un
enorme centro de convenciones en Greenville, Carolina del Sur, se centró en muchos
campos científicos en los que la evidencia empírica favorecía una explicación basada
en un diseño inteligente en contraste al darwinismo. Cundía el entusiasmo en las
reuniones porque solo tres días antes de la conferencia inaugural del jueves por la
noche, el Presidente Bush había lanzado a los medios de comunicación a un frenesí al
decir que opinaba que era una buena idea que a los estudiantes se les presentase la
teoría del DI. Timothy Chu, escritor científico de la revista Time, cubrió nuestro evento
y circuló entre los oradores, incluyendo tres superestrellas del DI: Michael Behe, Paul
Nelson y Jonathan Wells. Así, no fue una sorpresa que varias de las citas clave en el
artículo de cubierta de Time a la semana siguiente procediesen de nuestros oradores en
dicho congreso.
A finales de primavera, cuando leí la lista de oradores, me sorprendió que la mitad
fuesen nombres nuevos. La mayoría eran científicos que enseñaban en prestigiosas
instituciones privadas o en grandes universidades estatales. Estos nuevos nombres eran
un claro avance; significaba la entrada de sangre nueva, que biólogos y químicos en las
universidades estaban realizando investigaciones sobre la tesis del designio y que
estaban compartiendo sus hallazgos. Fue una fiesta científica que ofreció una buena
introducción al aspecto investigador del DI. Los oradores expusieron por qué estaban
más y más convencidos del designio al ir progresando en su trabajo en las trincheras de
la investigación experimental.
De ocho magníficas presentaciones, dos de ellas abordaron escenarios evolucionistas
para llegar a la primera célula —la del oceanógrafo Edward Peltzer y la de David
Keller, un bioquímico de la Universidad de Nuevo México. Un punto crucial fue el
abordado por David Keller y sus colegas: ¿Cuán compleja es la célula viva en su
mínima expresión? ¿Qué clase de vacío de información biológica estamos
contemplando entre (a) el hipotético mundo antecesor del ARN (por ejemplo, una
simple cadena replicadora de ARN, equivalente a un gen de ADN), y por la otra parte
(b) la célula viva más simple? Para responder a esta pregunta, los científicos deben
determinar cuál es la mínima cantidad de información genética en el umbral en el que
una entidad pueda justo funcionar y reproducirse —y que pueda así merecer la
designación de célula.
Hace años un célebre evolucionista me dijo que una célula podría probablemente
funcionar con solo cuarenta genes —con cada gen compuesto por desde trescientas a
varios miles de letras. Resulta que este profesor no se aproximó ni de lejos; su
suposición fue muy de lejos a la baja. A finales de los años noventa, los científicos
habían contestado a esta tremenda pregunta usando una diversidad de técnicas,
incluyendo nuevos métodos de secuenciado hechos famosos por el Proyecto del
Genoma Humano.[1] Comenzaron a publicarse estimaciones para el umbral mínimo de
información para operar la bacteria independiente más simple. Por «independiente»,
los científicos se refieren a una célula que pueda subsistir por sí misma, sin ser mimada
y alimentada solícitamente por otras células o tejidos asociados a la misma. Aunque la
humilde E. coli (una especie de bacteria que navega en nuestro intestino) posee una
cantidad asombrosa de genes —4.288—, los científicos siguieron el rastro de algunas
bacterias minimizadas que pueden sobrevivir en solitario con un conjunto mucho
menor, en el margen de 1500 a 1900 genes.[2]
Pero, ¿es este el límite inferior? Los científicos no estaban seguros. Fueron
presionando, explorando las bibliotecas genómicas de los organismos más simples del
planeta Tierra, especialmente las de los microbios parásitos como el Mycoplasma
genitalium. Estos seres, con un número total de genes de entre 470 a 863, dependen de
un suministro constante de materiales cruciales (azúcares, ácidos grasos, aminoácidos)
procedentes del huésped del que dependen. Estos no son microbios robustos e
independientes. No son Rambos genéticos. Al contrario, son tan endebles y tan
carentes de ADN que prácticamente «gorronean junto a la piscina de un tío rico» (el
organismo huésped), y se alimentan constantemente de bandejas de alimentos servidos
por camareros que los atienden para mantenerlos vivos.[3] En años recientes se han
publicado diversas estimaciones del conjunto genético mínimo de estos holgazanes
organismos, que desde luego constituyen un límite inferior cierto para cualquier
entidad unicelular viva independiente. A veces la estimación era de alrededor de 400
genes (el parásito extremo Buchnera, por ejemplo, necesitaba un conjunto mínimo de
396 genes); de otros se estimó que podrían sobrevivir con un conjunto de genes algo
menor. Un estudio acerca de un Mycoplasma «determinó que la cantidad mínima de
genes caería entre 265 y 350», mientras que otro estudio sobre una bacteria (Bacillus
subtilis) «estimaba que la cantidad mínima del conjunto de genes estaría entre 254 y
450». La estimación más baja que se publicó fue de 246, de modo que se puede decir
con bastante seguridad que no puede existir ningún organismo con menos de 250
genes. Aunque este parece ser el límite inferior posible, es más bien dudoso que el
conjunto genético más pequeño para la vida pudiera ser tan bajo. En realidad, cuando
se sepa la verdad de forma definitiva, es posible que las necesidades genéticas de las
células independientes se encuentren más cerca del nivel más elevado (1500-1900
genes) que se conoce realmente para el caso de bacterias independientes sumamente
simples (no apáticas, no parásitas).[4]
A los congresistas en Greenville se les recordó que para conseguir una célula
funcional, no solo necesitamos el conjunto de ADN en su sitio. Las células necesitan
también los materiales de todo el espacio interior cuidadosamente ordenado en sus
posiciones tridimensionales, donde no puede faltar la importantísima máquina del
ribosoma que lee las recetas inscritas en el ARN y que luego ensambla las proteínas
correctas. Además, se debe encontrar una explicación para la pared celular. La
conclusión extraída por Edward Peltzer, David Keller y otros era que los
investigadores en evolución química han realizado unos avances sumamente
interesantes explicando cómo pudieron haberse sintetizado los primeros componentes
básicos (aminoácidos, azúcares, etcétera). (Ambos resaltaron la inverosimilitud de una
atmósfera exenta de oxígeno como la empleada por Stanley Miller y otros. Los
rendimientos de componentes básicos usando atmósferas verosímiles resultaban
mucho menos impresionantes.)[5]
Las etapas posteriores de la evolución química (enlazando el ADN, el ARN y las
proteínas para formar cadenas con significado para la replicación y el metabolismo; el
desarrollo de la pared celular) son una cuestión enteramente diferente. Después de
cincuenta años de estudio, la investigación en evolución química ha avanzado poco o
nada para elucidar estas etapas posteriores. La formación de enjambres de moléculas
repletas de información parece más y más misteriosa, dado nuestro creciente
conocimiento de los problemas implicados en la misma. La investigación acerca del
mundo del ARN, que ha sido objeto de una cantidad abrumadora de trabajos recientes,
parece devolver resultados más desalentadores con cada año que pasa (Keller explicó
muchos problemas). En su estado actual, argumentaron que la química abiótica carece
absolutamente de cualquier escenario verosímil para la recopilación de la increíble
cantidad de información genética —que ahora se sabe que es un conjunto mínimo de
250 genes, pero más probablemente superior a 1.000 genes— necesaria para el
funcionamiento de la más simple y débil célula concebible. Y no parece haber ningún
otro escenario verosímil cerniéndose sobre el horizonte.

Instantes «¡Ajá!» prebióticos


Mientras escuchaba atentamente las dos conferencias, me maravillaba de cuánto se
había llegado a aprender acerca de las cuestiones pertinentes al origen de la vida desde
el experimento de Stanley Miller. También me preguntaba: ¿Están abriéndose los
investigadores en este campo a la mera consideración de un papel de la actividad
inteligente en el origen de la vida? ¿O se sigue aceptando sin ningún género de dudas
la suposición fundamental del paradigma naturalista —«sabemos que lo hizo la
naturaleza, ... ¡y punto!»? Parece que a la luz de los nuevos estudios acerca del
«conjunto genético mínimo», la tensión entre la realidad científica y las suposiciones
del paradigma debe estar aproximándose al punto de rotura. Uno creería que mentes
inquietas podrían jugar con la posibilidad teórica de una causa inteligente. De hecho,
hay dos ejemplos destacados de científicos que abrigaron estos pensamientos
heréticos.

Caso n.º 1: Dean Kenyon


El video La clave del misterio de la vida (en adelante La clave), que he reseñado en
el capítulo 4 y he mencionado en otros lugares, tiene una sección de quince minutos
que presenta una animación en video sumamente bien realizada del ADN, ARN y
proteínas en acción. Estas animaciones gráficas van entrelazadas con una concisa
narración del cambio de opinión del investigador en evolución prebiótica Dean
Kenyon, profesor de biología en la Universidad Estatal de San Francisco. Di una breve
explicación de su cambio de opinión en el capítulo 8, al citar su prólogo a El misterio
del origen de la vida.
Esta historia está bien narrada en el video; aquí me limitaré a mencionar algunos
puntos destacados que resaltan el motivo empírico que llevó a Kenyon a repensar su
punto de vista. La evidencia demuestra que estuvo dispuesto a reconsiderar su teoría
solo a la luz de la totalidad de la evidencia bioquímica que estaba explorando, y solo
después de haber estudiado una crítica científica que había sido publicada.
Originalmente, Kenyon creía que las afinidades naturales de los enlaces de los
aminoácidos explicarían el surgimiento de ciertos tipos preordenados de cadenas, que
contendrían modelos ideales de aminoácidos predestinados por la química. De esta
idea clave surgió el título del libro de Kenyon: Biochemical Predestination
[Predestinación bioquímica]. Su libro dice: «La vida pudo haber estado
bioquímicamente predestinada debido a las propiedades de atracción existentes entre
sus componentes químicos —en particular entre los aminoácidos en las proteínas».[6]
Sin embargo, al cabo de pocos años de su publicación Kenyon encontró una crítica
publicada de su posición que le proporcionó uno de sus estudiantes. Durante las
vacaciones de verano leyó e intentó refutar este contraargumento. Al final descubrió
que no podía, y comenzó a replantearse su propia opinión. Una por una, las
alternativas parecían quedar bloqueadas. El mero azar, como descubrió Kenyon, nunca
podría recopilar la cantidad de información necesaria para codificar todas las proteínas
de un ser vivo unicelular. La selección natural tampoco podía parecer de ayuda, porque
el proceso de replicación (necesario para la selección) dependía al parecer de la
presencia del material genético en el ADN, y sin embargo era el origen del ADN lo
que se debía explicar. La predestinación bioquímica parecía también impotente. Los
mensajes codificados de la vida no parecen explicables, a fin de cuentas, como
resultado de fuerzas regidas por una ley, incluso operando con procesos de
recombinación al azar. La ley natural y el azar, incluso operando conjuntamente,
parecían incapaces de producir las secuencias de información de tipo digital en el ADN
y en las proteínas. En una entrevista que aparece en el video La clave, Kenyon
recuerda este intenso período de reflexión:
Es un enorme problema cómo se hubieran podido reunir, en un diminuto volumen
submicroscópico del océano primitivo, todos los cientos de diferentes
componentes moleculares que se necesitarían para establecer un ciclo de
autorreplicación. Y así fue como mis dudas acerca de si los aminoácidos podrían
ordenarse a sí mismos en secuencias biológicas con significado, sin la presencia
de un material genético preexistente, llegaron, para mí, a un punto intelectual
decisivo hacia el final de la década de 1970.[7]
Kenyon se sintió también impresionado por los resultados experimentales que estaba
consiguiendo. «Cuanto más progresaba en mis propios estudios (incluyendo un
período en el Centro de Investigaciones Ames de la NASA), tanto más evidente se
hacía que había múltiples dificultades con la explicación de la evolución química. Y el
posterior trabajo experimental dejó en evidencia que los aminoácidos no tienen la
capacidad de ordenarse a sí mismos para formar ningunas secuencias biológicas con
significado.» La clave del abandono por parte de Kenyon de los escenarios naturalistas
del origen de la vida parece haber sido el hecho de centrarse en el origen del material
genético en el ADN. «Si se podía llegar al origen de los mensajes, de los mensajes
codificados dentro de la maquinaria viviente [de una célula], entonces uno estaría en
algo intelectualmente mucho más satisfactorio que esta teoría de evolución química».
[8] Lo que hizo que la tesis del Diseño Inteligente fuese enormemente atrayente para
Kenyon como científico es que se ajustaba bien con la pauta universal de causa y
efecto que vemos en nuestra experiencia del universo, esto es, que la observación
universal es que las concentraciones densas de información digital siempre surgen de
agentes inteligentes y nunca surgen de procesos naturales o no inteligentes como el
azar o la ley natural.
Uno de los instantes más impactantes del documental La clave tiene lugar cuando se
exhibe el ADN abriéndose para dejar formar el ARN, que luego sale del núcleo y se
introduce en la «máquina de lectura» —un ribosoma. A continuación esta máquina lee
secuencialmente el ARN como instrucciones de encadenado de una proteína en
crecimiento. Al final de esta secuencia de dos minutos, Kenyon expresa su asombro
ante el nivel de tecnología que se hace patente, junto con sus implicaciones: «Uno se
queda totalmente abrumado al percibir a esta escala de tamaño un aparato tan
finamente ajustado, un dispositivo que lleva la impronta de un diseño y producción
inteligentes. Y tenemos los detalles de un inmenso y complejo ámbito molecular de
procesado de información genética. Y es precisamente en este nuevo campo de la
genética molecular que vemos la evidencia más poderosa de designio en la tierra.»[9]
Está claro que la propia epifanía intelectual de Kenyon comenzó con un intento sincero
de refutar un argumento científico contra su punto de vista, y llegó a su culminación al
ponderar la causa más probable para el sistema de procesado de información de la
célula.

Caso n.º 2: Paul Davies


Si yo tuviera que escoger un libro de compra obligada para cada estudiante acerca de
la evolución química, habría prácticamente un empate entre dos de ellos: el impactante
libro de Fazale Rana y Hugh Ross, Origins of Life [El origen de la vida] (2004) viene
en primer lugar por muy poco, con el más antiguo pero elocuente libro de Paul Davies
(1999) El quinto milagro en un cercano segundo puesto. Lo singular acerca de Davies
es su asombrosa epifanía que, a la vez que diferente de la de Kenyon, comparte
diversas preocupaciones motivadoras y algunas provechosas implicaciones.
Davies es un físico matemático australiano con una prodigiosa producción de libros a
lo largo de las últimas décadas, dedicados a explicar el turbador ajuste fino del cosmos.
Sin embargo, no forma parte del Movimiento del Diseño Inteligente. En sus libros
parece favorecer una conclusión deísta que podría extraerse del estudio de la
cosmología y de la física del ajuste fino, pero se muestra reacio a sugerir una
inteligencia plena que pueda intervenir en el cosmos en la actualidad. Acerca de esto,
Phillip Johnson describió una tensa interacción de la que fue testigo en un congreso
científico, entre Davies y Christian de Duve, cuando ambos discutían acerca de los
extremos que Davies expone en El quinto milagro. Para resumir, Davies estuvo
haciendo ciertos comentarios en su conferencia que parecían coquetear con el designio
en el origen de la vida. Durante el almuerzo, Johnson observó cómo de Duve sometía a
un interrogatorio a Davies, lo que suscitó un desmentido de su parte acerca de tal
herejía. El peligro había pasado, y de Duve pareció quedar satisfecho, convencido de
que las insinuaciones de Davies de pensamientos oscuros e irracionales habían
quedado aplastadas.[10]
Davies parece mantenerse adherido a la regla no escrita de la ciencia naturalista: «La
ley o el azar o la combinación de ambos son los únicos tipos permisibles de
explicación. La actividad inteligente, al menos dentro del cosmos, es impermisible
como explicación, por cuanto nos lleva fuera de la ciencia». Este supuesto de base (ya
criticado anteriormente) queda claro en El quinto milagro: «De todas las estructuras
complejas producidas por la biología terrestre, ninguna es más importante que el
cerebro, el más complejo de todos los órganos. ¿Son los cerebros solo accidentes
aleatorios de la evolución, o son los inevitables productos derivados en un proceso de
complejización que sigue unas leyes?»[11] Para Davies, todo en el universo es
susceptible de explicación por ley natural o azar. (En este punto, veo a C. S. Lewis
enarcando una ceja y preguntando: «¿Incluye esto las propias especulaciones y
conclusiones de Davies?»)[12]
Por otra parte, Davies deja claro a lo largo del libro (véase especialmente en las págs.
93-98) que las leyes naturales ordinarias y bien conocidas simplemente no realizarán la
tarea —no pueden— de encadenar en la célula las secuencias informacionales
imprescindibles para el origen de la vida. Decir que Davies «lo entiende» —que
percibe el problema de la información en el contexto del origen de la vida— es
quedarse muy corto. En su último capítulo, «¿Un universo amistoso para la vida?», su
profundo malestar y su sutil protesta contra el pensamiento predominante en el campo
del origen de la vida llega a su apogeo. Refiriéndose a especulaciones acerca de uno de
los satélites de Júpiter, Europa, dice allí que puede ser
que la vida sí resida realmente debajo de la piel helada de Europa, bien por la
razón relativamente trivial de que viajó allí desde la Tierra en un meteorito, bien
por la razón mucho más profunda de que la vida es inevitable si se dan las
condiciones correctas. Según la escuela determinista de biología, que parece
dictar la opinión dominante en la NASA y que es compartida por la mayoría de
los comentaristas de los medios de comunicación, la vida se formará
automáticamente en cualquier ambiente similar a la Tierra. Tómese una medida
de agua, añádanse aminoácidos y unas pocas sustancias más, cuézase a fuego
lento durante algunos millones de años, y, ¡abracadabra!, sale vida. Este tema
popular es ásperamente criticado por la escuela opositora, que resalta la terrible
complejidad molecular de incluso el ser vivo más sencillo. Para los defensores de
la última postura, la extraordinaria complejidad de la vida revela una insólita
concatenación de sucesos única en el cosmos. Ninguna cantidad de agua, dicen
ellos, incluso si está sazonada con sustancias químicas fantásticas, llegará a
hacerse viva en su momento. Por lo tanto, la vida terrestre debe ser fruto de una
carambola de improbabilidad astronómica.[13]
Es evidente que Davies está burlándose de la superficialidad de la NASA y de los
comentaristas de los medios de comunicación. Aprecia en todo su valor la
improbabilidad de poder llegar a la complejidad celular. Pero parece encontrarse entre
una espada científica y una pared. ¿Cuál es la preocupación fundamental de Davies al
tratar de decidir hacia qué polo dirigirse? Parece en algunos otros lugares que se siente
atraído por la famosa «teoría de la complejidad» de Stuart Kauffman, pero incluso en
el caso de Kauffman, permanece inflexible acerca de que falta algo:
Kauffman no afirma que exista un plano preexistente de la vida, sino sólo una
propensión para que surja una complejidad organizada en condiciones adecuadas.
Así que la vida quizá no sea una sorpresa después de todo: ... Según la teoría de
Kauffman, no hay un objetivo final específico codificado en los principios de
autoorganización, ... sino sólo una tendencia general hacia el tipo de estados
complejos que es probable que lleven a la vida.
Por atractivos que puedan ser estos argumentos, nos siguen dejando con el
misterio del origen de la información biológica. ... Si las leyes normales de la
física no pueden proporcionar información, y si descartamos los milagros,
entonces, ¿cómo puede ser la vida predeterminada e inevitable en lugar de ser un
accidente insólito? ¿Cómo es posible generar a la vez complejidad aleatoria y
especificidad de una manera sujeta a leyes?[14]
De modo que Davies parece llegar justo hasta el borde de una clara panorámica del
dilema de ley frente a azar, y sin embargo excluye claramente la inteligencia
implicándola en la palabra alarmista milagros. En este último capítulo, por una parte se
encoge de hombros acerca de la elección entre ley y el accidente portentoso (al final,
uno se siente suspendido entre ambos polos). Pero, en contraste a esto, uno puede ver
su preferencia: unas nuevas leyes naturales de complejización desconocidas
actualmente que puedan imitar la inteligencia.
Mi opinión es que las leyes de la complejidad emergentes ofrecen una esperanza
razonable para una mejor comprensión, no solo de la biogénesis, sino también de
la evolución biológica. Estas leyes podrían diferir de las leyes familiares de la
física en un aspecto importante y fundamental. Mientras que las leyes de la física
meramente barajan información, una ley de complejidad podría crear realmente
información, o al menos extraerla del ambiente y grabarla en una estructura
material. ... Mi propuesta equivale a aceptar que la información es una magnitud
física genuina que puede ser manejada por «fuerzas informacionales», de la
misma forma que la materia puede ser movida por fuerzas físicas.[15]
Resumiendo, Davies ve claramente el mismo profundo problema tocante a la
información que Kenyon vio, pero elude el tabú científico de la «actividad inteligente»
con una hábil finta: subsume la función de la selección inteligente en una «ley
informacional» todavía por descubrir. El enigma del origen de la información llevó a
Davies no al Diseño Inteligente como tal, sino a una idea paralela, mucho más mansa e
infinitamente más aceptable para sus colegas científicos.

Tres perspectivas del progreso (o de la falta del mismo)


Lo que se dice al público (y en especial lo que se enseña a los estudiantes de
ciencias) acerca de la evolución química gira en torno a las respuestas que damos a dos
preguntas clave: ¿Está bien controlada la cuestión del origen de la vida, o está este
campo en un punto muerto y bloqueado? ¿Qué hemos aprendido de todo este esfuerzo
científico? Las respuestas a estas preguntas dependen de quién está hablando. Aquí
veo tres tipos de respuestas:

1. Los evasores del estancamiento


Una minoría de darwinistas buscarán evadir el oprobio del estancamiento de la
evolución química declarando: «Este campo no tiene nada que ver con la evolución
biológica por selección natural». Naturalmente, esto es verdad, pero una respuesta así
también parece intrascendente a la vista del proyecto naturalista global: explicar el
origen de estructuras físicas del universo que parecen diseñadas excluyendo la acción
de la inteligencia. Stephen Jay Gould parece jugar el papel de evasor en una singular
nota al pie en su último libro: La estructura de la teoría de la evolución.[16] Gould
enumera los puntos de un silogismo creacionista (que comprende tres premisas y una
conclusión), y luego muestra su acuerdo con las premisas dos y tres: «(2) los
evolucionistas no pueden resolver esta cuestión [el origen último de la vida —
enunciada en la premisa primera]; (3) la cuestión es inherentemente religiosa». ¿Que
Gould está de acuerdo con dichas premisas? Quizá el lector se sienta tan atónito como
yo. Gould luego amplía su comentario en esta nota al pie, diciendo que él y sus colegas
evolucionistas «no estudian por ello mismo la cuestión de los orígenes últimos ni
consideran que esta cuestión forme parte en absoluto de la investigación científica».
Incluso cita al mismo Darwin para defender su forma de pensar. A veces, estos
evasores darwinistas, después de desvincularse de la cuestión del origen de la vida,
pueden llegar a añadir una nota de cauto optimismo, algo así como: «Sin embargo,
estamos realizando un progreso razonablemente bueno en la evolución química, ya que
se está trabajado sobre tantas ideas interesantes».[17]

2. Los tenazmente decididos


Muchos comentaristas científicos de inclinación naturalista dirán sencillamente que
los teóricos de la evolución química están trabajando tan duro como pueden
enfrentándose a un gigantesco problema, que dista de haber sido solucionado, pero
para el que (se mantienen confiados) podrá encontrarse finalmente una solución. Esto
queda bien representado en un grueso y singular libro del evolucionista químico israelí
Noam Lahav, titulado Biogenesis: Theories of Life’s Origin. No pude resistirme a
comprar este libro después de oír al autor anti-DI Niall Shanks remitir a sus lectores al
mismo. La presentación del mismo Shanks acerca del origen de la vida en God, the
Devil, and Darwin [Dios, el Diablo, y Darwin], me impactó como científicamente
débil, y pensé que Lahav, su autoridad favorita, podría presentar un argumento más
convincente acerca de que la ciencia esté aproximándose a una solución en los estudios
de la evolución química. Y pude constatar por qué Shanks recomienda a Lahav; su
obra está escrita de forma brillante, muy bien referenciada y fascinante de principio a
fin. Sin embargo, el propio epílogo de Lahav resume de forma adecuada el
desalentador estado de la cuestión:
Tras haber hecho un largo y tortuoso viaje en busca del origen de la vida, algunos
lectores podrán sentirse desencantados. La alarmante cantidad de especulaciones,
modelos, teorías y controversias en relación con cada aspecto del origen de la
vida parece indicar que esta disciplina científica se encuentra en una situación
casi imposible. En cambio, otros pueden encontrar consuelo en el significativo
progreso ya realizado y en el conocimiento acumulado en este campo
interdisciplinario. ... Sin embargo, ninguna de las teorías propuestas hasta ahora
abarca todos los aspectos de la emergencia de las funciones centrales de las
células existentes de modo que cubra «el espacio entre la vida y la materia
inanimada» (Arrhenius et al., 1997). Además, por cuanto algunas de estas teorías
difieren tanto entre sí, cubrir este espacio parece difícil, quizá incluso imposible
en el presente. ¿Podemos observar algún comienzo de direcciones esperanzadoras
que nos pudieran llevar al comienzo de una nueva era en el estudio del origen de
la vida?[18]
En el siguiente párrafo añade que «cada investigador se concentra en el potencial de
su propia escuela para conseguir un progreso significativo o incluso un avance crucial
de cierta clase para la comprensión del origen de la vida. Sin embargo, es difícil, y
probablemente imposible, señalar cuáles de las actuales escuelas de pensamiento o de
sus combinaciones tienen el potencial para servir de base para el siguiente
paradigma.»[19]
Desearía animar al lector a volver a leer estas extraordinarias citas que acabo de dar,
y a reflexionar acerca de lo que Lahav está diciendo. Este sincero y humilde epílogo es
tan intelectualmente alentador que debería ser de lectura obligada en cada clase de
instituto o universidad al estudiar la evolución química. Observemos que él pregunta si
hay «algún comienzo de direcciones esperanzadoras que nos pudieran llevar al
comienzo de una nueva era» —a un nuevo paradigma— en el campo en el que él es
una autoridad. En la estela de su melancólico anhelo por una nueva era y un nuevo
paradigma, Lahav ofrece una sugerencia. Si los datos científicos en un futuro cercano
nos llevan a una nueva certidumbre acerca de cuánto tiempo hubo disponible para la
evolución de la primera célula viva, entonces podríamos tener una base para escoger
un planteamiento sobre otros. Pero Lahav observa que «incluso si tuviera lugar un
cambio de paradigma en el estudio del origen de la vida y se llegasen a sintetizar
entidades químicas “vivas” de compuestos inorgánicos en nuestros laboratorios,
deberíamos reconocer nuestra propia limitación en el desciframiento de la transición
desde lo inanimado a lo animado».[20] Esta bienvenida humildad acerca de las
perspectivas de la teoría de la evolución química ha llegado a desbordar
ocasionalmente (como en el caso de Davies) hasta el borde del reconocimiento del
papel de la inteligencia.

3. Los detectives del designio


La tercera clase de respuesta a «¿Cómo van las cosas en la evolución prebiótica?»
procede de teóricos del designio que han investigado y escrito acerca del tema. Los
mismos explican con todo detalle los problemas empíricos y las barreras que se han
descubierto a lo largo de los años y señalan que este aumento de conocimiento es un
enorme punto positivo para la ciencia; es precisamente este nuevo conocimiento el que
sigue añadiendo mayor peso a la conclusión de que la vida tuvo que ser diseñada por
una inteligencia. En otras palabras, la inferencia al designio sería mucho más
provisional si no hubiésemos dedicado tantos esfuerzos a comprobar hasta el último
rincón del inmenso problema del origen de la vida. Concluir que la vida es producto
del designio es sencillamente seguir la evidencia.
Este punto de vista quedó ilustrado en fechas muy recientes mediante el artículo de
Walter Bradley «Información, entropía, y el origen de la vida», en Debating Design
[Debatiendo acerca del Designio]. Las secciones iniciales del artículo de Bradley,
«Cuantificación de la información en los biopolímeros», y «La segunda ley de la
termodinámica y el origen de la vida», son más bien técnicas y con un aparato
matemático intimidatorio para los no científicos, pero su última sección, «Crítica de
diversos escenarios sobre el origen de la vida», es clara y directa. Ahí es donde explora
teorías competidoras y valora propuestas como el escenario de Eigen de un ARN
simple autorreplicante, los modelos de autoorganización de Kauffman y Prigogine, y
los modelos de «metabolismo primero» de Wicken, Fox y Dyson, que se apoyan en
unas afinidades preferentes entre aminoácidos. En este último caso, Bradley se
extiende acerca de los problemas inherentes con cada planteamiento, y cita su propia
investigación de laboratorio, que refutó la hipótesis de las afinidades preferentes.[21]
Bradley concluye con una cita recapituladora procedente de una reseña científica de
Nicholas Wade en el diario New York Times: «La química de la primera vida es una
pesadilla a explicar. Nadie ha desarrollado todavía una explicación que exponga cómo
se hubieran podido construir a sí mismas las primeras moléculas de la vida —que se
piensa que fueron de ARN— a partir de moléculas inorgánicas que hubieran podido
subsistir en la Tierra primitiva. El encadenamiento espontáneo de una pequeña
molécula de ARN en la Tierra primitiva “hubiera sido casi un milagro”, declararon de
manera muy útil dos expertos en la materia el año pasado».[22]
Bradley evaluó la situación en 2004 como una en la que el origen de la vida
evidenciaba ser el caso principal de complejidad irreducible. Así, cuanto más llegamos
a saber acerca de información y de entropía, y cuanto más consideramos cada una de
las soluciones teóricas alternativas para el origen de la vida, tanto más confiados
estamos en que la naturaleza, sin asistencia de inteligencia, es simplemente incapaz de
ensamblar por sí misma un sistema vivo, autorreproductor. Esta realidad es la inversa
a la situación del «Dios de los vacíos», en la que algún vacío de desconocimiento
científico tienta a un teísta a usar a Dios como explicación. La conclusión del Diseño
Inteligente en este campo, dice Bradley, no está alimentada por vacíos de
conocimiento científico, sino por el crecimiento de dicho conocimiento.
Saliendo del laberinto...
Para resumir, en recientes años el campo de la evolución química ha estado
experimentando una sensación de atolladero, lo que ha llevado a algunos
investigadores a preguntarse en voz alta si este campo de estudio llegará jamás a una
solución satisfactoria. El tono de frustración que hemos oído de parte de teóricos, así
como la sensación de anhelo por un nuevo paradigma no es cosa infrecuente en este
campo; a veces los resultados de las investigaciones se comunican con claras
expresiones de desaliento. Lo mismo que Bradley, considero este estancamiento como
un producto sumamente sano del crecimiento de la ciencia. Lleva a algunos científicos
a abrirse a nuevas ideas radicales de causalidad natural (p. ej., las leyes de creación de
información propuestas por Davies), pero puede también llevar a una profunda
reevaluación del planteamiento dominante en este campo (como en el caso de
Kenyon), así como a la de sus tan protegidas presuposiciones acerca de la realidad
última.
Una vívida metáfora subterránea me persigue y obsesiona.[23] Me imagino a
científicos que trabajan en el campo de la evolución química como exploradores que
procuran denodadamente (y sin éxito) abrirse camino para salir de un enorme laberinto
subterráneo. Los que gobiernan el comité de mapas del laberinto —filósofos
naturalistas— están seguros de que la única salida es por un sistema principal de
túneles —designado en sus mapas como «el sistema de túneles de causa natural», del
que se levantan a diario mapas de sus ramificaciones de todas clases y tamaños, al ir
penetrando los exploradores por este sistema. Cuando los científicos desplegados en
estos túneles vuelven con sus datos, los dibujantes de los mapas describen cada
ensanchamiento y construcción, cada retorcido pozo sin salida. En su búsqueda de la
salida están constantemente aprendiendo más, pero algunos del comité han comenzado
a preguntarse si realmente están haciendo un verdadero progreso para alcanzar el
objetivo. El mapa está ya casi completo ahora, y se está instalando un callado
desaliento. Raras veces expresan sus dudas sobre si están trabajando en el sistema
correcto de túneles del laberinto —después de todo, ¿cuál es la alternativa? Oh, sí,
saben del otro túnel principal rotulado como «causa inteligente», pero, ¿de qué ayuda
podría servir? ¡No, esto es religión; no es ciencia!
Este «sistema de túneles de causa natural» se está manifestando de manera creciente
como un gigantesco e intrincado complejo de galerías ciegas cuando se trata del origen
de nueva información genética. En sus vanos esfuerzos por encontrar una manera en
que la naturaleza no inteligente pueda construir una célula viva desde cero por medio
de una multitud de pasos intermedios, estos investigadores científicos de túneles están
sencillamente levantando el mapa, mes tras mes y con mayor detalle, de los detallados
contornos de un gran complejo de galerías sin salida.
¿Podría darse el caso de que algunos investigadores lanzaran en cierto momento una
mirada al otro sistema principal de túneles, que conduce en una dirección diferente, el
tan denostado túnel rotulado como «causa inteligente»? Dean Kenyon lo hizo; Paul
Davies parece que contempló atentamente su entrada y se echó atrás. El premio Nobel
Richard Smalley, pocos meses antes de morir a los sesenta y dos años, en noviembre
de 2005, afirmó que, después de reexaminar la evidencia, la vida tenía que haber sido
en verdad creada por una inteligencia. Había entrado en el túnel.[24]
Otros científicos, insatisfechos con las respuestas actuales, pero predispuestos
filosóficamente contra el designio, le han prestado poca atención, pero esto puede estar
cambiando. Se está extendiendo la idea no solo de que la evolución química es un
camino bloqueado, sino también que ahora existe un concepto cuidadosamente
definido y matemáticamente coherente de información en biología —la Información
Compleja Especificada (CSI, de sus siglas del inglés «Complex Specified
Information»)— y que es objeto de enérgico debate. Además, más y más científicos
están llegando a saber que los principales desarrolladores de la teoría de la CSI
(William Dembski y Stephen Meyer) han establecido un sistema basado en unos
rigurosos principios que se apoya en el análisis estadístico y en una comprobación
minuciosa de la evidencia, y no en corazonadas o saltos intuitivos. Esta nueva teoría
está ya tentando a más y más científicos a echar una mirada al otro y prohibido sistema
de túneles del laberinto.
10
La CSI y el filtro explicativo
La prueba de fuego de Dembski

«Gort, Klaatu barada nikto!» Los aficionados a las trivialidades atesoran estas
palabras, pronunciadas por la actriz Patricia Neal a un enorme robot de plata llamado
Gort en el clásico de ciencia ficción de 1951, Ultimátum a la Tierra [The Day the
Earth Stood Still].[1] El argumento de la película gira en torno a Klaatu (interpretado
por el actor británico Michael Rennie), un emisario galáctico que posa su platillo
volante bajo la sombra del Monumento de Washington para presentar un ultimátum a
las naciones de la Tierra: Aprended a vivir en paz o seréis destruidos por constituir un
peligro para otros planetas. Klaatu va acompañado de Gort, el robot cuyo temible láser,
que surge de una ranura en su cabeza, vaporiza un carro de combate cuando un soldado
nervioso dispara y hiere a Klaatu. Después de recibir cuidados en un hospital, Klaatu
escapa de las manos de las autoridades que le habían detenido y se transforma en el
«Sr. Carpenter», un huésped de una casa donde también habita una joven viuda, la Sra.
Benson (interpretada por Patricia Neal).
Ahorraré al lector los detalles de la trama y pasaré a la escena de la persecución,
donde Klaatu, presintiendo su inminente captura, implora a la Sra. Benson que
memorice estas extrañas palabras. Dice que si le sucede cualquier cosa, que ella vaya y
pronuncie estas palabras a Gort, que está inmovilizado fuera de la nave espacial.
Detengámonos ahora para hacer dos preguntas: (1) ¿Cómo sabemos que esta críptica
frase contiene verdadera información, en contraste con un mero parloteo sin sentido?
(2) ¿Podemos saber qué significa el mensaje? Para ver que la frase no es un parloteo
vacío (una mezcolanza de sonidos carentes de sentido), todo lo que tenemos que hacer
es mostrar que es probablemente un conjunto significativo de palabras en el contexto
de la acción de la película. Pero al decir que es «significativo» se suscita de forma
simple la pregunta más específica: ¿qué es precisamente lo que significan estas
palabras? Solo podemos suponerlo. Funciona como una orden para activar a Gort, de
modo que quizá sea una orden simple: «¡Sal a rescatar a Klaatu!» Pero en el cerebro
computerizado de Gort podría significar mucho más, como «Klatu dice que inicies la
acción de emergencia XV-6», donde XV-6 es un conjunto de instrucciones
preprogramadas para desarrollarse de manera lógica, incluyendo: (1) localizar a
Klaatu, (2) destruir amenazas y barreras por el camino, y (3) realizar todas las
decisiones de seguimiento para ayudar a Klaatu. (Si el lector ha visto la película, sabrá
por qué estoy diciendo todo esto.) Lo fundamental es la respuesta de Gort: desde
luego, esta orden lo activa, y esta es la evidencia más clara de que la frase es
ciertamente portadora de significado.
¿Ayuda el análisis léxico a identificar el significado? Aparte de «Gort», el mensaje
está típicamente escrito con tres palabras con un total de diecisiete letras, con una sola
de las mismas con un significado conocido. Las otras dos palabras son desconocidas;
parece que hemos llegado a un punto muerto. Todo lo que podemos decir es esto: el
significado proporcionado por las tres palabras, usando diecisiete letras, parece ser una
orden dispuesta para activar a Gort en favor de Klaatu. Pero en todo caso no tenemos
que saber el significado exacto de «Klaatu barada nikto» para detectar la presencia de
verdadera información —una secuencia de símbolos portadores de significado y que
exhibe las dos cualidades cruciales de complejidad y especificación. Esta cadena de
símbolos se caracteriza en primer lugar como compleja —exhibe una pauta con una
cantidad de componentes constitutivos que no se siguen repitiendo de una manera
uniforme, en contraste a los átomos de sodio y cloro en un cristal de sal. En segundo
lugar, está especificada —cada símbolo en la cadena está estipulado, o escogido, hasta
cierto punto. La cadena no puede tolerar sustituciones aleatorias de símbolos verbales
(mutaciones verbales), si se quiere mantener el significado. Por esta razón Klaatu hizo
que la Sra. Benson repitiese la frase durante la escena de la persecución hasta que la
tuvo memorizada de forma exacta con cada vocal y consonante en su lugar. De modo
que la significativa frase de Klaatu exhibe complejidad especificada. Desde luego,
contiene información.
¿Qué tiene que ver todo esto con el darwinismo y la lucha acerca del Diseño
Inteligente? Prácticamente, todo, porque la complejidad especificada es definida por
los teóricos del DI como el indicador universal fiable (criterio) de una causa inteligente
que ha dejado su impronta. Allí donde se encuentren segmentos de información
compleja con una gran especificación encontramos las huellas de la inteligencia.
Observemos el paralelo de la película con la biología: la frase de tres palabras de
Klaatu, con sus diecisiete letras, es estructuralmente idéntica al sistema de lenguaje del
ADN y de las proteínas. Una de las proteínas más cortas, el citocromo C, tiene cien
aminoácidos, esencialmente cien letras bioquímicas encadenadas juntas para formar
una larga palabra proteínica. Pero la secuencia aminoácida es resultado de la
traducción del gen del citocromo C —un código funcional con una secuencia ADN-
ARN de algo más de trescientas letras genéticas dispuestas en cien codones (palabras
de tres letras usadas por el ADN y el ARN). El paralelo del ADN-ARN con las
oraciones humanas (o robóticas) queda realzado por la presencia de palabras especiales
en los dos extremos de las secuencias del gen, el codón de inicio y el codón de paro.
Estas palabras genéticas especiales funcionan como la letra mayúscula y el punto que
marcan el comienzo y el fin de una oración.[2]
La inferencia desde la información a la inteligencia está además fundamentada sobre
un corolario vital, aunque a menudo pasado por alto, y que es la principal
reivindicación empírica del DI respecto a la información: Hemos aprendido que las
células pueden intercambiar información alrededor y recombinar los genes en el
interior del genoma. Pero la observación y experimentación científicas no han
desvelado que la naturaleza posea la capacidad de componer información genética
especificada en cantidades significativas.[3] Así como «Klaatu barada nikto» surgió
de la inteligencia y se comunicó a un sistema cuasi-inteligente programado desde la
inteligencia (el avanzado cerebro computerizado de Gort), así el DI argumenta que
podemos llegar a la conclusión de que los segmentos de información compleja
especificada en el ADN, ARN o proteínas que se encuentran en cada planta o animal
tienen que proceder de un verdadero diseño realizado por alguna inteligencia. Esta
conclusión tiene una solidez intelectual absoluta, a no ser que llegue un día futuro en el
que descubramos por investigación experimental que existen causas naturales que en
verdad puedan crear la complejidad especificada. Uno podría incluso decir que la
inferencia al designio a partir de la complejidad especificada es la cuestión esencial
que se está debatiendo encarnizadamente. Es el DI en pocas palabras, y sus
conclusiones difieren tan radicalmente como nadie pueda imaginar de las de la teoría
darwinista.

Medición de la información en el ADN


Al plantear el desafío de explicar el origen de la información biológica, Stephen
Meyer y los demás teóricos del DI han centrado su enfoque en el contenido de
información del ADN con su alfabeto de cuatro letras, compuesto de cuatro ácidos
nucleicos: A (adenina), T (timina), C (citosina) y G (guanina). (El ARN usa un
conjunto similar de letras, pero con un cambio: el uracilo, o U, toma el puesto de la T.)
Con el uso de estos singulares conjuntos de cuatro letras, que constituyen palabras de
tres letras (los codones mencionados anteriormente), la célula tiene la capacidad de
almacenar y copiar miles de complejos ficheros especificados de información genética
dentro de su «disco duro» (el genoma). Ya hemos visto que la cantidad mínima de
complejidad especificada de una bacteria teórica supersimple parece oscilar alrededor
de 250 genes. (Recordemos que esta es una estimación extremadamente prudente. El
límite inferior podría ser realmente cuatro veces superior o más.) Digamos que cada
gen tiene una media de 500 pares de letras de ADN. Esto asciende a un total de
125.000 letras, dispuestas apropiadamente en ficheros digitales biológicos. Pero un
estudio reciente de Eugene Koonin sugiere que el total de letras (bases) genéticas en la
bacteria más simple concebible se encuentra probablemente en el margen de 318.000 a
562.000 letras.[4]
Tomaré así el límite inferior de Koonin, y procederemos a comparar esta masa de
información con el texto del presente libro que el lector tiene en sus manos. Al escribir
cada capítulo, usaba la función de contaje de palabras para ver la extensión de dicho
capítulo. Mi límite autoimpuesto era de 6.000 palabras por capítulo, lo que en
promedio asciende a unas 30.000 letras [el autor se refiere a su original inglés —N. del
T.]. Usando esto como guía, la biblioteca genética típica de Koonin para la bacteria
más simple tendría al menos tantas letras especificadas como diez de los capítulos más
largos de este libro juntos —en otras palabras, ¡tendría una extensión como la de este
libro, o más! Tengo la impresión de que la mayoría de los americanos instruidos no
saben que los genomas de incluso las formas de vida más limitadas posibles han de
estar repletos de unas cantidades tan asombrosas de un ADN complejo y especificado.
Los animales superiores, con sus 20.000 genes arrollados en el núcleo de la célula,
ascenderían a un total cincuenta veces (y hasta cien veces) superior de información —
quizá hasta cien libros o más.[5] Esta fenomenal realidad informacional —las
inmensas bases de datos de materia informacional en el ADN, ARN y proteínas—
constituye el segundo mayor motor de la teoría del DI además del argumento de la
complejidad irreducible de Michael Behe. Estas realidades informacionales (sea en
libros de autoría humana, sea en genomas de ADN) han recibido un nombre especial:
CSI (Complex Specified Information, o Información Compleja Especificada, ICE).

La CSI (o ICE) y el filtro explicativo


¡No confundamos esta CSI con la popular serie televisiva del mismo nombre! En la
nomenclatura del Diseño Inteligente, CSI significa «Complex Specified Information»,
o Información Compleja Especificada (ICE), un concepto crucial para el sistema de
detección del designio del DI. A veces, estas pautas informacionales se designan
simplemente como «complejidad especificada». Los dos términos son prácticamente
equivalentes. Este concepto fue desarrollado principalmente por William Dembski y
Stephen Meyer durante el período de 1992-1996.
¿Cómo se consigue realizar el paso lógico desde la ICE (o complejidad especificada)
hasta la causa inteligente responsable de su producción? Dembski ha abierto un
camino clave al vincular la ICE con otra idea crucial, el «filtro explicativo». El filtro,
que ha recibido mucha atención y crítica de parte de los adversarios del DI, sostiene
que cualquier acontecimiento u objeto natural se puede analizar mediante una serie de
tests estadísticos o probabilísticos, para ver si puede haber sido causado por una ley
natural o por azar. (La estadística y la probabilística son las disciplinas de Dembski;
uno de sus dos doctorados lo ha recibido en matemáticas.) Finalmente, si fallan ambos
criterios de ley y azar, se aplica el último test (o «test de especificación») para ver si el
acontecimiento u objeto se pueden atribuir a designio. Más todavía que la ICE, el filtro
explicativo ha pasado a ser una dura zona de combate. Ha corrido más tinta, tanto
impresa como metafórica en la Internet, por lo que respecta a Dembski y a su filtro,
que acerca de cualquier otro tema del DI, con la excepción de Michael Behe. Las
cuatro principales bombas anti-DI de 2004 —los libros revienta-búnkers mencionados
en el capítulo 4— iban dirigidas tanto contra la obra de Dembski como contra la de
Behe. Todos los cuatro libros asaltaron los documentos de Dembski de forma extensa,
pero el récord mundial va a Mark Perakh, cuyo libro Unintelligent Design [Diseño no
inteligente] dedica su primer capítulo entero, con una cantidad increíble de noventa y
dos páginas, a enfrentarse al matemático del DI. (Esto es, la cuarta parte de un libro de
415 páginas con catorce capítulos, que apuntan a catorce objetivos escogidos.)
La tentación para cualquiera que se dedique a resumir este extenso debate sería la de
sencillamente citar algunas críticas clave procedentes de la literatura anti-DI, luego
pegar largos extractos del libro fundamental de Dembski, The Design Revolution [La
revolución del designio], y dejarlo correr. La revolución del designio es un libro de
suprema importancia en el debate público acerca del DI. Responde con vigor a más de
cuarenta planteamientos —muchos de los cuales son torpedos lanzados con la
intención de destruir el DI. Me resistiré a citar excesivamente de La revolución del
designio, pero se recomienda al lector que consiga su propia copia del libro y la lea
conjuntamente con este capítulo para poder comprender la enérgica respuesta del DI en
este frente de batalla.[6]
Este capítulo se concentrará en los choques acerca de la CSI (o ICE), y especialmente
acerca del filtro explicativo. Para preparar la escena, haré un rápido repaso de los
antecedentes históricos del concepto del filtro —cómo se desarrolló y cómo funciona
en su forma más moderna. Luego exploraremos dos de las más enérgicas críticas del
filtro y de los argumentos de Dembski en general.[7] Junto con los ataques expondré
las réplicas de Dembski, y, como conclusión del capítulo, observaremos en La
revolución del designio algunas de las más enérgicas críticas hasta la fecha contra el
paradigma darwinista.

La historia del filtro


Detrás de cualquier gran idea o descubrimiento científico subyace una fascinante
historia humana. Esto es cierto de William Dembski y su filtro explicativo. Dediqué la
mayor parte del capítulo 9 de Dudas sobre Darwin a contar los antecedentes de
Dembski: su instrucción académica, que le llevó a obtener dos doctorados; la
publicación de su célebre libro revisado por pares, The Design Inference [La inferencia
del designio], por parte de la editorial Cambridge University Press; el argumento
esencial de su filtro explicativo; y los altibajos de su carrera como profesor
investigador en la Universidad Baylor.[8] Aquí pasaré por alto prácticamente todo este
detalle y me concentraré en el filtro explicativo reviviendo una intensa conversación
que disfruté con Dembski cuando nuestros caminos se cruzaron en el aeropuerto de
Seattle en agosto de 1993. Para entonces éramos amigos, ya que nos habíamos
conocido en un congreso filosófico en la Universidad de Princeton en 1990, y
habíamos participado juntos en simposios académicos desde entonces.[9] Nuestra
charla tuvo lugar mientras yo conducía un auto alquilado y nos dirigíamos a una
reunión del Comité Ah Hoc para los Orígenes —un foro para escépticos de la biología
darwinista que fue precursor del Movimiento del Diseño Inteligente. No estoy seguro
de que él recuerde aquella conversación, pero para mí fue inolvidable. Después de la
normal conversación en tono menor, Bill me mencionó de pasada el filtro explicativo
que había estado germinando en su mente. Yo no tenía ni la menor idea de un concepto
así, y le pedí que me lo explicase.
Naturalmente, no tomé ningunas notas, porque estaba conduciendo, pero he repetido
mentalmente esta conversación muchas veces y creo que la tengo prácticamente
memorizada en su esencia. Dembski me explicó que si uno quería saber, con rigor
lógico y matemático, si el fenómeno X —algún objeto o acontecimiento sospechoso—
ha sido producido por Diseño Inteligente, se puede someter a una batería de tres filtros.
Primero, uno pregunta si X tiene una elevada probabilidad, como la que se podría
producir de manera muy simple por la acción de una o más leyes de la naturaleza. Si se
descubre que X tiene una alta probabilidad (como en el caso de una bola que se deja
caer repetidamente y siempre se precipita hacia el suelo, con una probabilidad cercana
al 100 por ciento), entonces se puede considerar como plenamente explicada por ley o
necesidad (en el caso de la bola, por la gravedad). Sin embargo, si X queda sin
explicación, debido a que no tenga una alta probabilidad, entonces X pasa al siguiente
filtro. Luego se plantea si tiene una probabilidad media o moderada, donde se podría
explicar fácilmente X por azar. Un ejemplo de ello es echar una moneda al aire;
conseguir cara se puede explicar por azar, porque tiene una probabilidad media de una
de entre dos, o un cincuenta por ciento. (Más adelante, este nivel de azar se designó
como «probabilidad intermedia»).
El segundo filtro, o el filtro del azar, puede incluso atrapar acontecimientos de una
probabilidad moderadamente baja, y, para ilustrar esto, saltaré del auto de alquiler a las
noches de póquer (centradas en un enorme jarro lleno de centavos) que Ron y Janet
celebran con sus amigos Jason y Lori. Parece que Ron suele ganar, de modo que
imaginemos que Ron recibe una mano (literalmente) perfecta: una escalera real de
picas. La probabilidad de esta mano es de 1 en 2.598.960, lo que es una probabilidad
terriblemente baja, pero no tan baja que haga absolutamente inverosímil que alguien
tenga la enorme suerte de conseguir esta mano. De hecho, si se sirven 2.600.000 de
manos de póquer en los Estados Unidos durante este año (y la cantidad puede que sea
varias veces superior), es muy probable que alguien en algún lugar estará celebrando
esta mano perfecta tan esquiva, porque ha habido tantos intentos. (La cantidad de
intentos para alcanzar un acontecimiento hasta cierto grado improbable queda incluida
de manera específica en el razonamiento de Dembski. Recibe la designación de
«recurso probabilístico» de un tipo «replicativo», y es solo hasta este extremo que me
parece que debería introducirme en las cuestiones técnicas.[10])
Si sometemos al filtro la gozosa victoria de Ron con una escalera real de picas, pasa
a través del primer filtro (no ha quedado atrapado como un acontecimiento de alta
probabilidad o debido a la acción de una ley), pero queda atrapado por el segundo
filtro al tener una probabilidad de meramente una en 2,5 x 106 —con lo que resulta de
una probabilidad moderadamente baja. En otras palabras, la mano de Ron se puede
explicar por casualidad. Nadie ha hecho trampa que sepamos; no ha sido por designio.
Imaginemos ahora un escenario (hay que admitir que extremado), una maratón de
póquer hasta altas horas de la madrugada, en la que se dan un total de veinticinco
manos, y para pasmo constante del grupo (y con unas sospechas crecientemente
justificadas) Ron recibe una segunda escalera real de picas, luego una tercera, y así a
través de la noche en cada mano, a pesar de los mejores esfuerzos por barajar las cartas
con todo cuidado entre las manos. Ahora bien, la probabilidad de todo este imaginado
acontecimiento es extremadamente pequeña —¡muy por debajo de una en 10150!
¿Cómo analizamos este nuevo hipotético resultado mediante el filtro?
Es hora de volver ahora a la conversación sostenida con Dembski en el auto,
mientras circulábamos por Seattle. Me explicó que si el fenómeno X no resulta
atrapado por el primer filtro (elevada probabilidad) ni por el segundo filtro (una
probabilidad de media a moderadamente baja), entonces es, por definición, un
«acontecimiento de muy baja probabilidad», y se remite entonces a un tercer y
definitivo filtro para examinar la posibilidad de que fuera por designio. Pero antes de
aplicar este tercer filtro tenemos que detenernos y preguntar: ¿Cuán baja ha de ser la
probabilidad para ser muy baja? En otras palabras, ¿a qué muy bajo nivel de
probabilidad se pasa del segundo filtro al último? Personalmente, yo sospecharía
«diseño inteligente» (una interferencia ingeniosa) en un juego de póquer si hubiera
sencillamente dos escaleras reales seguidas (con una probabilidad de alrededor de 1 en
6 x 1012), y ya no hablemos de veinticinco manos consecutivas de las mismas. Pero,
dado un universo tan enorme, con tanta materia que barajar y con tanto tiempo para
probar, Dembski decidió ser cauteloso al máximo. Él ha establecido el nivel para una
probabilidad muy baja como el de un acontecimiento pasmosamente excepcional:
¡cualquier cosa por debajo de uno en 10150! Esta cifra tiene un nombre: el «límite
universal de probabilidad» del filtro explicativo. (Un matemático francés del siglo
veinte, Emil Borel, había establecido uno en 1050 como su «límite universal de
probabilidad»; otros han sugerido cifras algo superiores a las de Borel.[11]) Se
precisaría de unas veinticinco manos perfectas de póquer para llegar al límite universal
de probabilidad de Dembski, pero se precisaría solo de ocho manos perfectas
consecutivas para llegar al límite de Borel. Como he indicado anteriormente, el «limite
universal de probabilidad para el póquer» de Woodward será probablemente de dos
manos, ¡tres como máximo!
Técnicamente hablando, cualquier acontecimiento u objeto complejos tienden a ser
sumamente remotos en su probabilidad, así que, ¿cómo nos guardamos de calificar
como «debido a designio» un resultado meramente aleatorio y carente de significado,
como el resultado de echar al aire una moneda mil veces? El resultado obtenido de
echar monedas al aire mil veces tendría una probabilidad (de una en 10300)[12] muy
por debajo del límite extremadamente bajo de probabilidad de Dembski, pero
evidentemente no está guiado de forma inteligente. La respuesta la encontramos en el
tercer y último filtro, que no he dado todavía en la explicación. En la conclusión de su
explicación acerca de los tres filtros mientras viajábamos en aquel auto de alquiler,
expuso que si X no es un acontecimiento de alta probabilidad ni de probabilidad media
o moderada, pasa a un tercer filtro, que pregunta si X se conforma a algún ideal
aportado de manera independiente o a un modelo especificado. Este recibe el nombre
de «filtro de especificación».
Quizá un ejemplo servirá para delinear claramente este extremo, pero debo pasar del
póquer a «sutiles mensajes en la cocina». Las letras que se derraman de una caja caída
de cereales de letras sobre nuestra mesa de desayuno formarán interesantes formas,
pero no será de esperar que caigan de modo que digan: «TOM SACA LA BASURA».
En tal caso, interpretaré de modo natural estas quince letras así alineadas como un
creativo recordatorio de mi mujer y no las ignoraré como si se tratase de un accidente
insólito, un azar. Es en este patrón especificado —tanto en mensajes con cereales,
escaleras reales repetidas, o secuencias de ADN tan vitales para la vida— que se hace
sentir el poder fundamental del filtro. Así, hay algo a la vez «muy improbable» (que ha
pasado a través de los dos primeros filtros) y «especificado» (que ha pasado a través
del último filtro), entonces sabemos, de forma muy simple y directa, que alguna
inteligencia lo ha diseñado o conformado. No ha sucedido por causalidad, por pura
suerte.
Recapitulando, Dembski y Meyer, junto con los teóricos del DI en general, son del
parecer que la ciencia posee ahora un eficaz instrumento basado en principios sólidos
—el filtro explicativo—, con el que detectar la acción de causas inteligentes para
producir diseños en sistemas físicos. Cuando se alimenta un conjunto de secuencias de
genes o un pequeño grupo de secuencias (aminoácidas) de proteínas a través del filtro
explicativo, queda confirmado inmediatamente que se trata del producto del designio,
y no de la ley natural ni del azar (esto es, de causas naturales). En su libro No Free
Lunch [No hay nada gratis] (2002) Dembski incluso examinó el flagelo bacteriano y
cuantificó su estructura de tal manera que podía analizarse mediante el filtro
explicativo. El resultado no constituye ninguna sorpresa. El flagelo, debido a la
rigurosa especificación para su funcionamiento en sus cuarenta proteínas
constituyentes, junto con su probabilidad extremadamente baja (calculada como de 1
entre 101170, mucho más allá del límite de probabilidad de Dembski), fue fácil y
terminantemente atribuido al designio por parte del filtro. ¡La probabilidad de que este
flagelo hubiera ocurrido por una afortunada selección de letras biológicas para
constituir las cuarenta proteínas equivale a la probabilidad de obtener 190 escaleras
reales consecutivas![13]
El filtro explicativo ha sido ligeramente modificado durante los últimos doce años,
pero la idea fundamental permanece; es solo la terminología lo que ha cambiado o se
ha ajustado. Por ejemplo, el filtro en su forma más actual, tal como ha quedado
publicado en The Design Revolution,[14] permanece sin cambios en su esencia.
Sencillamente, ahora emplea tres «nodos de decisión»:
1. Contingencia — si X no es contingente, esto es, si X no es «incierta», entonces
se debe a ley, y queda aquí como plenamente explicada. Si es contingente o
incierta, pasa al siguiente nodo.
2. Complejidad — si X no es sumamente compleja, en otras palabras, si tiene una
probabilidad de ocurrir mayor que 10150, se detiene aquí y se atribuye al azar. Si
la probabilidad es tan diminuta y remota que va más allá de esta probabilidad,
pasa al siguiente nodo.
3. Especificación — si X, de la que ahora se sabe que es sumamente compleja e
increíblemente improbable, resulta especificada, esto es, que se conforma a una
pauta dada independiente, en tal caso se atribuye al designio. Si no, entonces
una vez más puede explicarse por azar.
De modo que la forma más nueva del filtro no es en realidad esencialmente diferente
de la descripción que tuve la fortuna de oír mientras viajábamos en 1993 en aquel auto
de alquiler. Algunos críticos darwinistas han querido aprovechar los cambios que
Dembski ha realizado en el filtro, como si se tratase de que no puede acabarse de
decidir, o que trata de resolver problemas. Esta es una falsa acusación. Cualquier
buena idea científica pasará por un constante proceso de pequeños retoques y mejoras.
La belleza retórica del filtro es polifacética. En primer lugar, se trata de un método
cauto, que no salta demasiado rápidamente a la conclusión del designio. Segundo, es
también riguroso —llega a la conclusión solo después de un metódico análisis
estadístico de las probabilidades. Tercero, comporta también que la idea clave de la
teoría del Diseño Inteligente es religiosamente neutra, en el sentido de que señala a
«una inteligencia» en general y no a la identidad específica de ningún agente o agentes
responsables. Cuarto, es un método intensamente confirmado para empezar, por cuanto
está arraigado en la realidad de la verificación empírica o inductiva. Dembski observa
que nunca produce falsos resultados:
La justificación de esta afirmación [acerca de la fiabilidad del criterio] es una
generalización inductiva directa: en cada caso en que exista complejidad
especificada y donde se conozca la historia causal subyacente (esto es, cuando no
estamos solo tratando con evidencias circunstanciales, sino que, por así decirlo, la
cámara filmadora está en marcha y cualquier agente inteligente sería atrapado con
las manos en la masa), resulta que el designio también se encuentra presente. ...
Esta es una declaración audaz y fundamental, de modo que la volveré a enunciar:
Allí donde es posible la corroboración empírica directa, el designio está
verdaderamente presente siempre que está presente la complejidad especificada.
[15]
De modo que si el aspecto empírico negativo del DI se ve en el trabajo de Jonathan
Wells, con su profunda crítica de las «pruebas» de una macroevolución impulsada por
fuerzas naturales, el aspecto empírico positivo se encuentra en gran medida en la ICE y
en el filtro explicativo.

Los darwinistas contraatacan contra Dembski y el filtro


Es de esperar que cualquier idea científica nueva y controvertida, como el filtro
explicativo, sea sometido al más riguroso escrutinio y análisis posibles por parte de sus
oponentes. Esto es lo que ha sucedido, y estas duras críticas son desde luego una parte
necesaria (aunque dolorosa) del avance de los conceptos del DI hacia la gran corriente
de la ciencia. Por lo que se refiere a nuestro tema relacionado de la ICE (o CSI), parece
que no se ha lanzado un ataque global equivalente. Se hacen algunas críticas del
concepto de la ICE (o complejidad especificada), tan ampliamente utilizado por los
teóricos del designio, pero las críticas son mucho más templadas. Esto puede reflejar el
hecho de que la ICE funciona más como un concepto fundamental, descriptivo,
empleado incluso por destacados científicos no pertenecientes al campo del DI,[16] y
no implica de una manera tan evidente, por sí mismo, la conclusión del designio.
Las enérgicas críticas de nuevos conceptos y metodologías de la ciencia son cosa
normal y útil. Lo que es menos común (y menos apropiado) es que los oponentes de
una nueva idea científica ataquen a la persona que está desarrollando la nueva idea.
Esto último es precisamente lo que ha sucedido en el caso de William Dembski. Quizá
debido a la percepción de amenaza de parte de sus ideas, la estrategia de ataque entre
los darwinistas contra Dembski se ha transformado en algo feo y personal, con un
salpimentado de escarnio y menosprecio. Los oponentes darwinistas acusan
frecuentemente a Dembski (a modo de ejemplo) de una extremada autoconfianza que
llega a la arrogancia acerca de la importancia de sus propias ideas.[17] Acusan
constantemente a Dembski del uso de tediosos (y excesivos) «formalismos
matemáticos», o de «matematismo como instrumento de embellecimiento»[18] para
impresionar en exceso a los lectores legos con su erudición académica. A mí, estas
críticas me parecen absurdas, injustas y totalmente irrelevantes. Como mucho, indican
el nivel de desesperación de los darwinistas al arrojar todo lo que tienen contra
Dembski. Pero, con todo, mi propósito en esta reseña de las críticas es apartarme de la
táctica de los ataques personales, y concentrarme en las objeciones materiales.

El problema de las causas mixtas


Una de las quejas más comunes contra el filtro explicativo es la alegación de que se
centra erróneamente en una causa singular para el análisis a la vez, cuando en casi cada
caso que se pueda imaginar puede haber más de una causa implicada simultáneamente.
Perakh lo expone así: «La delimitación categórica que hace Demski entre ley, azar y
designio como las tres causas independientes tampoco parece ser realista, porque
ignora múltiples situaciones en las que dos de estas causas o todas tres pueden estar en
juego a la vez».[19] Varios otros críticos se hacen eco de esto, especialmente Michael
Ruse.[20] Lo esencial es que cuando un acontecimiento tiene lugar por mero azar
(como un solo tiro de una moneda al aire o la escalera real única de Ron), sigue
comportando las regularidades de la naturaleza, como la sustancia física de las
monedas y de las cartas, la ley de la gravedad, que regula las monedas o las tarjetas
cuando vuelan por el aire, etcétera. Lo mismo sucede cuando se determina que un
objeto ha sido diseñado; sigue participando, hasta cierto punto, de ley y de azar. Para
clarificar este punto, sigamos escuchando a Perakh:
Consideremos el ejemplo que da Dembski de una competición de tiro al arco. Si
un arquero dispara una flecha y da en la diana, esto es, según Dembski, un suceso
especificado que tiene que ser ciertamente atribuido al designio. En el sistema de
Dembski, el designio excluye a la vez el azar y la ley. ¿Podemos realmente
excluir la ley como antecedente causal del suceso en cuestión? Yo propongo que
el éxito del arquero fue resultado no solo del designio, sino una combinación de
designio y de ley. Lo cierto es que la destreza del arquero se manifiesta solo
asegurando una cierta velocidad de la flecha en el momento en que salta del arco.
Este valor de la velocidad se debe al designio. Sin embargo, tan pronto como la
flecha se ha separado del arco, su vuelo posterior va regido por las leyes de la
mecánica. El suceso especificado —la diana perfecta— se ha debido
simultáneamente al designio y a la ley. La flecha no hubiera hecho diana si faltase
cualquiera de estos dos antecedentes causales. En este caso, el designio opera a
través de la ley y sería imposible sin ley.[21]
A primera vista, Perakh y sus acompañantes críticos parecen haber identificado un
fallo fundamental en el filtro. Pero, ¿es así? Cuando leí por primera vez la objeción de
Perakh referida a la «causa mixta», consideré que se trataba esencialmente de una
estratagema. Recordemos el ejemplo anterior de una caja de cereales desparramada, y
que los cereales en forma de letras sobre la mesa daban un mensaje de parte de mi
mujer. Nadie en el mundo en su sano juicio y con conocimientos científicos negaría
por un momento que las piezas de cereales azucarados, con formas de letras del
alfabeto latino, estuviesen obedeciendo las leyes de la física y química en su
constitución interna, así como en sus movimientos cuando se derramaron, y que luego
fueron dispuestas en un orden preciso por una mano cariñosa. De modo que el
funcionamiento de todas las leyes físicas normales era el trasfondo dado —un sustrato
supuesto de todo el sistema que se está investigando. No tuve que examinar la
estructura química de los azúcares y de los hidratos de carbono complejos en las piezas
de cereales para luego exclamar: «¡Ahí lo tengo! ¡Han sido las leyes químicas de las
moléculas alimenticias que operando al azar han producido el mensaje!» Esta sería una
conclusión absurda. Es cierto que las leyes de la física y de la química han estado en
operación junto con el designio en el mensaje comunicado por las piezas de cereales,
pero las leyes por sí mismas no son la explicación crucial que da satisfacción a la
situación hallada; su papel es relativamente trivial, y no son suficientes por sí mismas
como explicación convincente.
Del mismo modo, un químico y un físico pueden trabajar en equipo y estudiar el
funcionamiento físico preciso de un anuncio de neón. Pueden explicar de manera
exhaustiva cómo funcionan los circuitos eléctricos y por qué el neón resplandece con
su luz rojiza, obedeciendo a las leyes de la naturaleza. Pero toda su investigación no
podrá explicar el origen de las formas «Beba Coca-Cola» en las que están retorcidos
los tubos de neón. La ley física (o el azar) nunca explicarán adecuadamente el mensaje
escrito de la luz de neón.[22] Este fue el mismo argumento fundamental expuesto por
el filósofo británico de la ciencia de origen húngaro, Michael Polanyi, especialmente
en su artículo de 1967, «La vida trasciende a la física y la química», así como en otras
publicaciones, comenzando en época tan temprana como a finales de la década de
1950. Polanyi estableció un «método para establecer contingencia mediante grados de
libertad en la década de 1960, e hizo uso de este método para razonar la
irreductibilidad de la biología a la física y a la química».[23] Poco antes de su muerte,
Polanyi había comenzado a sondear en especial el misterio de la información en el
ADN, y estaba convencido de que el conocimiento de las leyes físicas que gobiernan el
ADN como sustancia no explicarán adecuadamente el origen del mensaje codificado
mismo.[24]
Dembski mismo echa por tierra la objeción de las causas mixtas. En The Design
Revolution [La revolución del designio], cita primero la objeción que Michael Ruse
plantea al filtro. Ruse se centra en Ronald Fisher, uno de los fundadores de la síntesis
neodarwinista en el período anterior a 1950. Ruse dice que el mismo Fisher creía que
«las mutaciones venían individualmente por azar, pero que colectivamente son
gobernadas por leyes (e indudablemente están gobernadas por las leyes de la física y
de la química en su producción) y que por esto pueden proporcionar la materia prima
útil para la selección (ley) que produce orden de en medio del desorden (azar)». Como
un extra adicional, Fisher «¡sostenía que todo estaba planeado por su Dios
anglicano!»[25] Ruse afirma que al menos dos de las causas, y quizá todas tres, están
irremediablemente mezcladas. Dembski contesta:
Ruse está en un error cuando piensa que el filtro explicativo separa la necesidad,
el azar y el designio en tres categorías mutuamente exclusivas y exhaustivas. El
filtro modela nuestra práctica ordinaria de atribuir estos modos de explicación.
Naturalmente que las tres causas pueden concurrir. Pero generalmente predomina
uno de estos modos de explicación. El viejo automóvil lleno de herrumbre en la
entrada de tu casa, ¿está diseñado? La herrumbre y la apariencia ruinosa del
automóvil se deben al azar y a la necesidad (la acción de los elementos, la
gravedad y una multitud de otras fuerzas naturales sin dirección intencionada).
Pero tu automóvil también exhibe designio, lo que es generalmente el tema de
interés. Lo que es más, cuando uno se concentra en aspectos apropiados del
automóvil, el filtro detecta este designio. En último término, lo que posibilita al
filtro detectar el designio es la complejidad especificada. El filtro explicativo
proporciona una manera accesible para establecer la complejidad especificada.
Por esta razón, la única manera de refutar el filtro explicativo es demostrar que la
complejidad especificada es un criterio inadecuado para detectar el designio.[26]

El peligro de los falsos positivos


Dembski razona que en último término la fuerza y la eficacia del filtro explicativo
quedan establecidas al comprobarlo para ver si funciona. El filtro es robusto porque
funciona —de forma repetida, fiable, una y otra vez cuando se comprueba frente a los
hechos de la naturaleza. En resumen, no se le conoce ningún fallo. Esta es una
afirmación atrevida, pero un registro de éxitos al 100 por ciento es un prerrequisito
muy importante para cualquier teoría que quiera llegar a ser un instrumento fiable en el
trabajo analítico de la ciencia. Me he referido antes a este punto fuerte del filtro, pero
Dembski vuelve a este tema:
Al eliminar con ello todos los mecanismos materiales, no decimos que un
fenómeno sea inherentemente inexplicable. Lo que estamos realmente diciendo es
que los mecanismos materiales no lo explican, pero que el designio sí. Esta
conclusión del designio no deriva de una imaginación calenturienta, sino
sencillamente de seguir la lógica de la inducción a donde nos guía: En los casos
en los que se conoce la historia causal subyacente, la complejidad especificada
no aparece sin designio. Por tanto, la complejidad especificada proporciona un
respaldo inductivo no meramente a la imposibilidad de explicación en términos
de mecanismos materiales, sino también para la capacidad explicativa en términos
de designio.[27]
En otras palabras, los patrones de causa y efecto del universo son unánimes. No está
registrado ningún caso, en ninguna parte ni en ningún tiempo, en el que una historia
causal plenamente conocida de una complejidad especificada fuese atribuida a una
explicación natural. Esto es importante por diversas razones. Primero, confirma la
legitimidad del filtro, porque este procedimiento es de nueva formulación y necesita un
respaldo confirmatorio para persuadir a los dubitativos. Un respaldo universal
procedente de los estudios de casos empíricos conocidos sirve de ayuda para conseguir
un fuerte apoyo entre los científicos. Segundo, este fundamento inductivo de
certidumbre acerca del filtro (que no descansa en especulaciones, sino en la estructura
de causa-efecto del universo) es una eficaz réplica a la acusación de estar recurriendo
al «Dios de los Vacíos» (DDLV). Los argumentos basados en el DDLV se usan para
acusar a los teóricos del designio de introducir a Dios de manera innecesaria en un
punto pequeño y temporalmente pendiente de resolución dentro de un tapiz por otra
parte perfectamente conocido de relaciones de causa y efecto. Las ráfagas de DDLV
son intensas, por ejemplo, en el despreciativo rechazo por parte de Neil deGrasse
Tyson del DI en Natural History.[28] Como respuesta a Tyson y a otros críticos que
hacen acusaciones de DDLV, el DI dice: «No, esta no es una empresa de llenar vacíos.
Al contrario, estamos infiriendo la misma clase de relación de causa y efecto que se
observa por inducción, miles de veces al día, sin ninguna excepción conocida en todo
el universo observable».
Aquí es precisamente donde los críticos del DI intentan depositar sus mayores cargas
de explosivos. Si pudiesen demostrar uno o mejor varios falsos positivos producidos
por el filtro explicativo, entonces la idea se convertiría en una curiosidad inútil y
carente de sentido. Si se pueden exponer unos falsos positivos que se mantengan, el
filtro se hunde. Primero tenemos que preguntarnos: ¿Qué es un falso positivo? Y
también, ¿qué es un falso negativo? Primero eliminemos del camino a los falsos
negativos.

Los falsos negativos: No constituyen ningún problema


Los falsos negativos no constituyen un problema para el filtro; tanto los darwinistas
como los teóricos del DI saben que son de esperar. Un falso negativo es un falso «no»
a la pregunta clave: ¿Ha sido por designio? La inteligencia puede imitar procesos
naturales, de modo que a veces no se detecta la acción inteligente; se desliza a través
de la red. Un ejemplo sería el escenario en el que Ron tuvo tres escaleras reales
seguidas. Cualquier observador hubiera abrigado fuertes sospechas de intervención
inteligente detrás de aquellas tres espectaculares manos de Ron. Supongamos, en
sintonía con mis sospechas, que alguien ha manipulado las cartas. ¡Sería por designio!
Pero debido a su gran cautela, el filtro de Dembski no lo detectaría todavía, porque la
probabilidad matemática no alcanza el límite universal de probabilidad, que es una
posibilidad entre 10150. Hubo designio, pero el filtro no declaró «designio» debido a su
naturaleza sumamente cautelosa.
De forma alternativa, imaginemos que cuando Ron consiguió su primera escalera
real, los cuatro interrumpen la partida para celebrarlo. Mientras que están conversando
animadamente y bebiendo té helado a grandes sorbos, Jason echa un vistazo a la
siguiente baraja (ya mezclada) de cartas. ¡Para su horror y recelo, ve que Ron va a
conseguir otra escalera real en la segunda mano! Sospechando trampa, Jason vuelve a
barajar las cartas con disimulo a fin de que Ron reciba una mano nada impresionante, y
que parezca proceder del azar. De modo que la siguiente mano —de apariencia bien
ordinaria— fue diseñada por Jason, pero nadie lo sospecha, y ninguna aplicación del
filtro lo podría detectar. En ambos ejemplos extraídos del póquer, el punto clave a
comprender es que este fenómeno de los falsos negativos no constituye un peligro para
el filtro; es algo totalmente de esperar.

Falsos positivos: Caso 1


Los falsos positivos constituyen otro universo totalmente diferente. La idea de que
surja un falso positivo del filtro es que se dé un «sí» falso a la pregunta acerca de si
algo ha llegado a ser verdaderamente por designio. Si X pasa por todo el filtro y resulta
ser de una increíble complejidad (irremediablemente improbable) y además altamente
especificado, entonces se le impondrá la etiqueta de «designio». Pero, ¿qué sucede si a
fin de cuentas resulta que X no ha llegado a ser por designio? Varios de los críticos de
Dembski anuncian estos falsos positivos y afirman que el filtro está refutado. Dembski
afirma que cada uno de estos ejemplos no es un falso positivo y que por ello los
argumentos de los darwinistas caen por tierra. ¿Quién tiene la razón?
Nos concentraremos en dos supuestos falsos positivos que se han presentado como
casos que refutan el filtro. El primero se llama la «serie de Fibonacci» —una serie
especial de números por la que algunas plantas espacian sus hojas en una rama.
Darwinistas como Gert Korthof argumentan que la producción diaria de números de
Fibonacci, en el espaciado de hojas de ciertas especies, representa un acontecimiento
por designio. Solo un ordenador puede imitar una producción tipo Fibonacci, usando
una fórmula matemática. Por cuanto vemos este suceso complejo y especificado
aconteciendo una y otra vez bajo la observación del botánico, sin intervención
inteligente, es como si la serie de Fibonacci surgiera del filtro de Dembski con la
etiqueta de «designio», solo para verse luego que todo ha sucedido sin inteligencia.
La respuesta de Dembski es simple. Decir (como dice Korthof) que la disposición de
hojas siguiendo el modelo de Fibonacci se debe a un «proceso perfectamente natural»
es arrojar confusión sobre el término natural. La pregunta clave es: ¿Cuál es el
acontecimiento de interés que se está detectando como causado por designio? ¿Dónde
se implica la inteligencia? ¿Acaso en el funcionamiento cotidiano del sistema de
espaciamiento de hojas de dinámica de Fibonacci, programado en el interior
bioquímico de una planta? ¿O no es más bien el acontecimiento de interés «el
acontecimiento estructurante que dio origen al principio a los sistemas biológicos de
modo que produjesen secuencias de Fibonacci»? Incluso si concedemos con gran
generosidad que quizá el software en la célula que puede producir las pautas de hojas
en la serie de Fibonacci pudiera ser bastante simple y que pudiera surgir por causas
naturales, el software solamente funciona dentro del vasto y complejísimo sistema de
hardware de la célula preexistente de la planta. Dembski añade que «la célula
funcional más simple es pasmosamente compleja, exhibiendo capa sobre capa de
complejidad especificada y por ello designio».[29] De modo que lo que sucede es que
se confunde la operación natural de un dispositivo con su propio origen por designio.
Esta confusión, dice Dembski, está sumamente extendida en la literatura que critica al
DI.
Falsos positivos: Caso 2
El otro falso positivo principal que se menciona en varios libros (especialmente en
los que está implicado Niall Shanks) es el fenómeno conocido como las celdas de
Bénard, que son un sistema a semejanza de un panal de celdas hexagonales de agua en
movimiento, que se producen cuando se encierra una película de agua delgada como
una oblea entre dos placas de vidrio y se aplica calor a la placa inferior. El sistema
típico de agua en movimiento en forma de panal se origina espontáneamente, y sin
embargo las celdas pueden variar algo; hay un elevado grado de flexibilidad y de
variabilidad —de ahí una verdadera complejidad, más allá del límite universal de
probabilidad de Dembski. Se dice que estas celdas de flujo circulante se pueden
detectar sobre la superficie del sol. La amenaza clave para el filtro de Dembski, según
Shanks, es que las celdas de Bénard, «que se forman mediante unos mecanismos
ciegos, naturales, manifiestan una información compleja especificada». Más adelante,
repite la afirmación de que las celdas de Bénard «manifiestan ICE y surgen de causas
naturales carentes de inteligencia».[30] Por cuanto cualquier entidad con una verdadera
designación como ICE sería a la vez (1) compleja, tras haber pasado a través de los dos
filtros, y (2) especificada, tras haber pasado con éxito a través del tercer y último filtro,
la implicación es que las celdas de Bénard han recibido de cierto la etiqueta de
«designio» al salir del triple filtro. Por cuanto estas células surgen de forma natural en
su medio acuoso aplanado entre placas de vidrio, y no por inteligencia alguna, se
afirma que el filtro nos ha inducido a error.
En primer lugar, una reacción personal, y luego un comentario procedente de una
interacción publicada. Cuando leí el capítulo del que cito en el libro de Shanks, pensé:
«Un argumento endeble —¿qué posible relevancia o paralelismo tienen estas celdas de
agua arremolinada con las secuencias informacionales digitales especificadas en el
ADN o las proteínas?» Me hizo recordar lo que había oído hace años, cuando los
primeros investigadores en el DI comenzaron a formular el argumento de la
información. Algunos defensores de la evolución prebiótica señalaron a las formas de
torbellinos jabonosos que se forman espontáneamente cuando se saca el tapón de la
bañera. Las malas noticias para los investigadores en el campo del origen de la vida es
que estas formas de torbellinos presentan ciertamente un orden, pero orden tiene poco
que ver con información. Lo cierto es que el orden o el método en algunos sentidos es
casi lo opuesto a la información porque el orden involucra unas simples estructuras
maestras, o regularidad, o periodicidad, como en el caso de un cristal de sal. En
cambio, la información en la célula es prácticamente lo opuesto; es profundamente
aperiódica: no contiene ninguna pauta simple repetitiva. Así que, cuando leí acerca de
las celdas de Bénard, pensé: «¡Los remolinos jabonosos en la bañera contraatacan, solo
que ahora sin jabón y encerrados entre placas de vidrio!»
Estas celdas parecen huérfanas de los verdaderos indicadores de información
compleja, y además es cosa cierta que no están «especificadas de forma
independiente» como si para alguna función definida. Por ello, no hay manera en que
se puedan clasificar como ICE. En todo caso, el filtro las atrapa en el primer o segundo
nivel; se pueden explicar como pautas simples, impulsadas por procesos regidos por
ley (el montaje, si se realiza correctamente, produce en cada caso el mismo patrón
básico), aunque manifiesten ligeras variaciones debidas a las variables (aquí el factor
es el azar) del medio externo. No parece que puedan seguir en absoluto hasta el último
filtro. Sin embargo, si Shanks insiste en empujar la cuestión hasta el nivel molecular
—en ir a los billones de moléculas de agua moviéndose en sus singulares torbellinos,
de modo que pueda mostrar que los movimientos colectivos de estas moléculas son lo
suficientemente complejos como para ir mucho más allá del límite de improbabilidad
de Dembski por la improbabilidad de su sistema, entonces digo: «Perfectamente,
vayamos a este nivel. Y tan pronto como llegamos allí, las encantadoras celdas de
Bénard son rápidamente echadas a un lado a este nivel, al bote analítico etiquetado
como azar, debido a que fallan la prueba de la especificación». En otras palabras, no
pueden pasar de ningún modo a través del filtro final y ser designadas de manera
legítima como ICE.
Cornelius Hunter, un biofísico que reseñó Why Intelligent Design Fails [Por qué
fracasa el Diseño Inteligente], incluye un comentario acerca de las celdas de Bénard
que cita Shanks: «Muchas de las críticas, sin embargo, no parecen afectar
negativamente al DI. Niall Shanks e Istan Karsai argumentan que la complejidad
puede surgir de mecanismos puramente locales. Pero ... las celdas de Bénard ... exigen
un aparato inventado».[31] En otras palabras, con la estructura constrictiva
proporcionada por las dos placas de vidrio, un estrecho espacio perfectamente lleno de
agua entre ellas, y una fuente térmica perfectamente regulada, aplicada de manera
uniforme, ¿qué tiene que ver este medio artificial con los avatares de los medios
naturales en acción, que conforman las cosas al azar? ¿Acaso no es posible que el
orden limitado (no informacional) que aparece en los torbellinos sea un resultado
predecible de condiciones estructuradas sumamente constrictivas, inteligentes (esto es,
no naturales) proporcionadas por los experimentadores? Estoy de acuerdo con Hunter
respecto a que estos ejemplos no afectan a las cuestiones pertinentes a la ICE y al filtro
explicativo. Los dos pretendidos «falsos positivos» se desvanecen al contemplarlos de
cerca. El filtro queda vindicado de nuevo.

Final con puntilla


Al abandonar el todavía humeante campo de batalla alrededor de William Dembski,
será prudente contemplar la panorámica general de lo que hemos aprendido acerca del
universo mediante la discusión acerca de la ICE y del filtro. Uno de sus más poderosos
capítulos en The Design Revolution (y hay muchos)[32] se llama «Información ex
nihilo». Dembski sitúa un epígrafe al comienzo de este capítulo: «¿Es la naturaleza
completa en el sentido de poseer todas las capacidades necesarias para la producción
de las estructuras ricas en información que observamos en el mundo, y especialmente
en el ámbito biológico?» ¿O hay acaso aspectos informacionales del mundo que la
naturaleza por sí sola no puede proporcionar, sino que demandan la conducción de una
inteligencia?» Para responder a estas preguntas, Dembski se retrotrae al ígneo e
hipercomprimido punto de quarks que existió inmediatamente después del Big Bang, y
pregunta si «todas las posibilidades para las formas complejas de vida como nosotros
mismos estaban ya presentes en cierto sentido en aquel instante primordial del
tiempo». Muchos suponen que la respuesta es «sí», pero la primitiva historia del
universo «sigue sin desvelarnos cómo llegamos a ser ni tampoco si la naturaleza tiene
suficientes capacidades creativas para producirnos aparte de un designio».[33] Un
filósofo líder, Holmes Rolston, el filósofo del medio ambiente en la Universidad
Estatal de Colorado y galardonado con el Premio Templeton, dice en Genes, Genesis
and God [Genes, Génesis y Dios], que no hay ningún sentido en el que los seres
humanos ni ninguna otra clase de criatura estén latentes en organismos unicelulares.
Dice Rolston que la afirmación de que la vida esté de alguna manera acechando en las
sustancias químicas o de que las formas complejas de vida estén acechando en
sistemas biológicos simples es «un acto de fe».[34]
Sin embargo, dice Dembski, la vida surgió de «un estéril, candente y tempestuoso
caldero» de la Tierra primitiva. Pero, ¿cómo sucedió esto? ¿Cuál fue la causa? Él dice:
«Ahora bien, podemos conjeturar que las ciegas fuerzas de la naturaleza, por sí
mismas, llevaron a esto. Pero si fue así, ¿cómo podemos saberlo? Y si no, ¿cómo
podemos determinarlo? Según la teoría del diseño inteligente, la complejidad
específica que se exhibe en las formas de vida demuestra de manera convincente que
las ciegas fuerzas naturales no pudieron haber producido por ellas mismas estas
formas, sino que su emergencia también exigió la contribución de una inteligencia que
la diseñase».[35] Al llegar a este punto, Dembski está preparado para introducir un
nuevo giro en un viejo tema —la creación de la nada. Con ello no contempla el
universo mismo procedente de la nada, sino más bien sondea la fuente de información
—para ver si también procede de la nada:
Los diseños que encontramos en la naturaleza demuestran por ello que la
naturaleza es incompleta. En otras palabras, la naturaleza exhibe un designio que
no se puede explicar por medio de la naturaleza misma. Además, por cuanto el
designio en la naturaleza se identifica mediante la complejidad especificada, y por
cuanto la complejidad especificada es una forma de información, y por cuanto
esta forma de información queda fuera de la capacidad de la naturaleza, sigue de
ello que la complejidad especificada y el designio que comporta es información
ex nihilo. Esto es, se trata de información que no puede derivarse de fuerzas
naturales que actúen sobre materia preexistente. Desde luego, la atribución de la
complejidad específica en los sistemas biológicos a las fuerzas naturales equivale
a decir que las piezas de Scrabble tienen la capacidad de encadenarse a sí mismas
para dar oraciones con significado. El absurdo es igualmente palpable en ambos
casos. Solamente que en biología evolutiva este absurdo se ha repetido tantas
veces que hemos dejado de reconocerlo como tal.
En la concepción de Dembski, «ex nihilo» no significa «de la nada» en un sentido
absoluto, sino más bien «de nada en la naturaleza misma». En el resto de dicho
capítulo, Dembski razona (y yo concuerdo con él) que el contraste apropiado, contra lo
que asevera Niall Shanks, no es entre causas naturales y causas «sobrenaturales
milagrosas», sino entre causas naturales y causas inteligentes. Cuando actuamos, como
humanos, realizando cosas que la naturaleza no puede hacer, no quebrantamos las
leyes de la naturaleza; sencillamente actuamos como agentes inteligentes, tomando
decisiones, produciendo pequeñas montañas de complejidad especificada cada día. De
modo que la ley natural no queda quebrantada en todo ello. Sin embargo, aunque el
Diseño Inteligente no comporta ninguna contradicción de las leyes naturales, «sí que
demuestra una limitación fundamental de las leyes naturales, esto es, que son
incompletas».
El resultado de la discusión desarrollada por Dembski se da en su provocadora
conclusión: «El diseño inteligente considera la inteligencia como un rasgo irreducible
de la realidad. Por consiguiente, considera cualquier intento de subsumir la acción
inteligente dentro de las causas naturales como algo fundamentalmente erróneo y
considera a las leyes naturales que caracterizan las causas naturales como
fundamentalmente incompletas».
En cierto sentido, la investigación científica de la ICE y del filtro explicativo es la
ciencia supremamente peligrosa de la actualidad —peligrosa para tradiciones
largamente abrazadas acerca de cómo investigar nuestro mundo en todos sus niveles.
Y lo es porque amenaza con reformular y reorganizar la jerarquía durante largo tiempo
sustentada entre la ciencia natural y el estudio de otras (o más amplias) realidades,
incluyendo el método científico, la filosofía e incluso la teología, como veremos a
continuación.
11
Aliados inesperados
Cosmólogos y ateólogos

¡Aliados inesperados! Este tema me trae al recuerdo un intelectual incorregible,


impredecible, prácticamente indescriptible —un azote implacable del darwinismo—
que irrumpió en la escena de manera totalmente inesperada durante el verano de 1996.
Su repentino debut tuvo lugar con la publicación de «The Deniable Darwin» [El
rebatible Darwin] en Commentary.[1] Me refiero al intelectual judío no religioso
David Berlinski, que recibió su doctorado en filosofía en Princeton y que tiene
renombre internacional como historiador de las matemáticas y de la física. Este
pensador cosmopolita y dotado artífice de la palabra no concuerda precisamente con el
perfil que dibuja Barbara Forrest de sus pretendidos teócratas del DI. Su religión, dijo
una vez bromeando, se resume en «pasárselo bien siempre». Su ensayo en
Commentary, que provocó un alud de indignadas cartas al director, incluyendo alaridos
de dolor de varios de los más destacados darwinistas de todo el mundo, razonaba que
la teoría de la macroevolución carecía hasta tal punto de rigor matemático que apenas
si merecía ser considerada como una teoría científica.
Dos meses después, debido a la magnitud de la reacción, salió un número especial
con el doble alud de cartas (positivas y negativas), y permitió a Berlinski explicar de
forma detallada por qué estas respuestas tendían a confirmar su tesis en lugar de
debilitarla. En la década transcurrida desde entonces, y con referencia al programa de
investigación del DI, ha escrito en ocasiones como colaborador con teóricos del
designio en su búsqueda en pos de una mayor precisión matemática. En otras
ocasiones ha escrito ensayos donde se ha revestido del manto de crítico amistoso,
hurgando y aguijoneando en áreas potencialmente débiles. En cada caso, este
inesperado aliado ha añadido un sabor específicamente francés al discurso del DI
(reside en París) y ha ayudado en gran manera al desarrollo del paradigma del DI.[2]
Un segundo tipo de extraño aliado me ayudó en mi propia redacción y publicación de
Dudas sobre Darwin. Como lo escribí originalmente como tesis doctoral y más
adelante circulé copias entre críticos académicos, abrigaba la suposición de que mi
historia del DI, reescrita desde una perspectiva favorable, sería recibida de forma agria
y con acerbas críticas por parte de los académicos con una inclinación atea o agnóstica.
Esto resultó falso en muchas ocasiones. Seis académicos clave que no creían en Dios
me ayudaron en la investigación, la revisión, el respaldo y la publicación de mi libro.
(Dos de ellos, el sociólogo Steve Fuller, y el profesor emérito del MIT Murray Eden,
proporcionaron palabras encomiásticas para la contraportada.[3]) Estos seis colegas no
teístas del mundo académico, incluyendo tanto los científicos naturales como los
científicos sociales, vinieron a ser al final unos inesperados aliados —unos vitales
protagonistas de la función en la historia de que mi libro viera la luz del día.
También debo mencionar un trío secreto de aliados inesperados: los tres evaluadores
confidenciales del artículo de Stephen Meyer publicado en Proceedings of the
Biological Society of Washington (agosto de 2004). Según el director de la revista,
Richard Sternberg, estos biólogos acreditados propusieron numerosas sugerencias para
cambios o clarificaciones en el manuscrito. Y de manera crucial, aunque no estaban de
acuerdo con el fondo de la posición de Meyer, los tres opinaron que el artículo de
Meyer estaba muy bien redactado y argumentado, que presentaba un punto de vista
legítimo, y que por ello aquel ensayo era merecedor de publicación, porque este campo
de estudio tiene una gran necesidad de nuevas ideas. La furia que se desencadenó en el
Smithsoniano después de la publicación de este artículo es un exponente permanente
del valor de estos evaluadores paritarios (todavía confidenciales hasta el día de hoy)
que, como aliados de un diálogo abierto, dieron luz verde para la publicación.

Aparecen extraños aliados


Estos tres ejemplos iniciales nos recuerdan que los científicos y otros profesores de
universidad también han pasado a ser protagonistas de la función, y aliados aunque
muy inesperados, en el debate acerca del Diseño Inteligente. Ambos lados de la
polémica se han visto reforzados en sus argumentos con contribuciones de esta clase
de investigadores. Desde el punto de vista de los que consideran el Diseño Inteligente
como «creacionismo maquillado», cualquier soporte científico de esta clase para el DI
puede parecer no solo inesperado, sino además frustrante e incluso mortificante. Sin
embargo, la difusión de estos respaldos científicos y de esta ayuda para la
investigación del DI debilitan la pretensión de que el DI es «religión, y no ciencia».
En cambio, no deja de ser sorprendente, por no decir que pasmoso, ver a los
darwinistas recibir un amplio apoyo religioso de diversas formas procedente de (1)
teólogos, (2) líderes eclesiásticos, (3) académicos que se manifiestan como cristianos
evangélicos, y (4) ateólogos. El cuarto tipo de adepto religioso, los ateólogos, son
académicos que esgrimen argumentos teológicos contra el DI, a la vez que los
presentan como argumentos científicos o lógicos. Los adeptos ateólogos son los otros
aliados inesperados que consideraremos en este capítulo. (Nos encontraremos con
algunos adeptos teólogos y evangélicos de Darwin en el capítulo 12.) Este espectáculo
del respaldo religioso o teológico para el evolucionismo no es cosa nueva. Destacados
dignatarios eclesiásticos de la época de Darwin se subieron con entusiasmo a su carro.
Incluso académicos presbiterianos conservadores como James McCosh y B. B.
Warfield jugaron un importante papel al desactivar la temprana oposición a la
evolución y al facilitar su aceptación en la Universidad de Princeton y en el Seminario
Teológico de Princeton a finales del siglo diecinueve. Esta tendencia sigue hasta el
presente, con la implicación de Langdon Gilkey y otros teólogos como partidarios
clave del evolucionismo (y adversarios del creacionismo) durante la década de 1980 y
más allá.[4]
Del otro lado aparece el espectáculo del respaldo o de la cooperación de que goza el
Movimiento del Designio procedente de una amplia gama de científicos, matemáticos
y filósofos —incluso con la inclusión de biólogos y paleontólogos evolucionistas,
como veremos. Muchos investigadores que no pertenecen al DI han ayudado en el
fortalecimiento de los argumentos del designio y en la vindicación de su precisión
científica.[5] En Dudas sobre Darwin referí cómo dos científicos clave hicieron más
que meramente mostrar respeto hacia Phillip Johnson mientras él estaba investigando
el darwinismo durante los años 1987–1991. Le fueron de ayuda mediante discusiones,
lecturas de los borradores de su libro, y ofreciendo sugerencias para mejoras.
Mostraron su aprecio por su punto de vista cuidadosamente reflexionado, a la vez que
declinaban abrazar su tesis. Estos dos científicos que ayudaron a Johnson son el ya
fallecido conservador del Museo Británico Colin Patterson y el influyente
paleontólogo David Raup.[6]
Sería inducir a error dar la impresión de que Raup y Patterson fueron los únicos
revisores y participantes del diálogo con quienes trabajó Johnson mientras escribía su
crítica del darwinismo. Docenas de otros científicos fuera del círculo de Johnson
tuvieron un papel crucial en la conformación de su trabajo. De hecho, a lo largo de las
últimas dos décadas Johnson tuvo el cuidado de enviar borradores de su trabajo a
cientos de críticos científicos fuera del grupo del DI, incluido el mismo Gould. Este
diligente y humilde hábito intelectual de buscar reacciones de los críticos más
enérgicos posibles vindica plenamente la integridad intelectual de Johnson en contra
de la repetida acusación de que era «un intruso metiendo su acientífica nariz en cosas
de las que nada sabe». Incluso los profesores científicos de Berkeley que leyeron el
primer borrador del libro de Johnson sobre darwinismo y que luego acudieron para
considerarlo en el coloquio en su facultad en septiembre de 1988 participaron de
manera significativa en poner en marcha las primeras discusiones acerca del DI (véase
el capítulo 4 de Dudas sobre Darwin para este revelador encuentro). ¡En este sentido,
el número de los inesperados aliados académicos de Johnson está en los centenares![7]
A lo largo del siglo veintiuno, la cortesía entre los científicos con referencia al DI ha
disminuido un tanto. Al calentarse el debate hubo líderes darwinistas que trazaron la
línea en la arena, insistiendo en una política «sin cuartel», y recurrieron al escarnio y a
la tergiversación en lugar de una interacción académica.[8] De modo que el espíritu
más bien grato que se respiraba a finales de la década de 1980 y durante la de 1990 se
encuentra ahora parcialmente empañado, a la vez que algunos científicos que estaban
antes dedicados a una discusión relajada acerca del DI se han retraído ahora y guardan
silencio. Pero esta tensión puede estar disipándose, y existen algunas cruciales
excepciones a esta dinámica.

Física y Cosmología
No se puede leer acerca del Movimiento del Diseño Inteligente sin cruzarse pronto
con aliados inesperados en forma de físicos y cosmólogos que proporcionan pruebas y
argumentos para el designio procedentes de sus respectivas disciplinas. En Dudas
sobre Darwin me concentré casi exclusivamente en el espacio interior de la biología, y
solo mencioné de pasada la dimensión de la teoría del DI tocante al espacio exterior.
Tenía buenas razones para ello.[9] Al habernos adentrado ya de lleno en el siglo
veintiuno, ha quedado claro que las consideraciones acerca del DI se vinculan con
regularidad con el estudio de las mismas estructuras fundamentales de la realidad física
y de la historia del universo, que llevan a cabo principalmente los astrónomos y los
físicos. Los adversarios del DI ven la importancia de esta cuestión, y sus críticas
recientes han abordado la cosmología hasta cierto grado. La obra de Mark Perakh
Unintelligent Design [Diseño no inteligente] incluye un capítulo acerca de Hugh Ross,
otro sobre Fred Heeren, y otro sobre el físico israelí Gerald Schroeder. Considerados
juntos, dedica unas setenta y cinco páginas (una tercera parte que dedica a temas
científicos) a estos tres científicos que usan primordialmente evidencias cosmológicas
o físicas para indicar un diseñador inteligente. Este patrón se refleja en el libro de Niall
Shanks God, the Devil, and Darwin [Dios, el Diablo, y Darwin], así como en Why
Intelligent Design Fails [Por qué fracasa el Diseño Inteligente], recopilado por Matt
Young y Taner Edis. En ambos libros se dedica un capítulo a atacar el argumento en
pro del designio en cosmología.[10] ¡Es evidente que esto forma una parte
significativa de la controversia! Esta discusión gira como un elegante sistema de
estrellas binarias: los dos fulgurantes temas que giran el uno en torno al otro son el Big
Bang y el ajuste fino del universo.

El Big Bang —¿amigo del DI?


El desarrollo del Big Bang como una hipótesis para el origen del universo se puede
remontar a sus más antiguas indicaciones teóricas a principios del siglo veinte, pero
transcurrieron algunas décadas hasta que el científico ruso-americano George Gamow
(se pronuncia «Gamoff» escogió el término Big Bang, o gran explosión. (Un
adversario de la hipótesis, Fred Hoyle, usó este término en 1946, como una frase
despreciativa.) Así, la historia registra que Gamow, ayudado por algunos otros
científicos, escribió las primeras descripciones y predicciones teóricas del Big Bang en
1948.
Aunque de las ecuaciones de la relatividad general de Einstein en 1917 se entreveían
unas reverberaciones de esta teoría, la primera evidencia experimental apareció en
1914, cuando Vesto Slipher anunció que había detectado el movimiento de alrededor
de una docena de galaxias alejándose de nosotros. Esta dinámica de galaxias que se
alejaban quedó confirmada por otros astrónomos, y especialmente por Edwin Hubble,
cuyo descubrimiento a finales de la década de 1920 de la expansión del universo se
considera actualmente como uno de los modernos puntos de inflexión de la
astronomía. Estas revolucionarias nuevas ideas fueron recogidas a principio de la
década de 1930 por el matemático y sacerdote católico George Lemaître, un conocido
de Einstein. El concepto de Lemaître de «fuegos de artificio estallando de un átomo
primordial» fue la más temprana teoría del Big Bang antes que recibiese esta
designación.[11] En la década de 1950 y de 1960 había una teoría rival de los orígenes,
la Teoría del Estado Estacionario, que mantenía la esperanza de un universo
eternamente antiguo. Pero entonces llegó un descubrimiento crucial mediada la década
de 1960, cuando Arno Penzias y Robert Wilson, que trabajaban con un primitivo
radiotelescopio, detectaron las primeras indicaciones de la radiación cósmica de
microondas o radiación cosmológica de fondo. Esta radiación que impregna al
universo se interpretó como una radiación fósil del Big Bang —el resplandor
remanente de la expansión cósmica inicial. Después del descubrimiento de Penzias-
Wilson, la comunidad científica aceptó rápidamente el Big Bang, pero no sin protestas
desde ciertos sectores.

¡Controversia, controversia!
El Big Bang tuvo un extraño papel respecto al DI, casi como un precursor. Veinte
años antes de la forja del DI en los fuegos críticos de Michael Denton, la idea de
evidencia en la naturaleza que apuntase más allá de ella misma estaba ya borbotando a
la superficie en la teoría que Gamow había designado como el Big Bang. Para cuando
se estaba formulando el DI a finales de la década de 1980, el Big Bang se estaba
citando como muy pertinente para la teoría del designio en dos maneras. Primero, los
teóricos del DI señalaban que el Big Bang era una teoría con implicaciones religiosas,
pero que estas implicaciones no habían impedido que la teoría recibiese un trato
imparcial. Lo que importaba era si estaba respaldada por pruebas legítimas, no de si
tenía implicaciones religiosas. De la misma manera, la teoría del DI puede tener
implicaciones religiosas, pero esto no debería descalificarla de manera automática.
Segundo, el Big Bang es una de las primeras teorías científicas modernas que ha
proporcionado importantes indicaciones científicas de un verdadero diseño del
universo. El escenario del Big Bang propone un acontecimiento de creación básico
que suscita de natural la cuestión de su propia causa. ¿Qué o quién desencadenó la
explosión? Como mínimo parece sugerir un diseñador como una posible explicación,
aunque no necesariamente demanda un diseñador personal.
La controversia nunca ha dejado de estar totalmente presente en la teoría del Big
Bang. La idea de una expansión continua del cosmos, y el punto de partida que está
implícito y al que señalaba, se encontraron al principio frente a la oposición del mismo
Einstein, aunque para la década de 1930 se había reconciliado con la idea. El Big Bang
pareció quedar confirmado por diversas mediciones de la radiación de microondas del
fondo cosmológico (CMB) a lo largo de los últimos quince años. Las mediciones
actuales indican que el universo no es eterno ni infinito; más bien, surgió a la
existencia hace unos 13,8 mil millones de años. En años recientes, varios
investigadores han declarado que la teoría está vindicada de forma aplastante por todas
las mediciones u observaciones concebibles. La inmensa mayoría de los escritos y de
las conferencias sobre este tema, de parte de astrónomos y otros, proclaman el éxito
del Big Bang con un tono supremamente confiado.[12]
Sin embargo, una pequeña pero ruidosa minoría de científicos cree que el Big Bang
no se puede sostener. Una reciente historia de la teoría escrita por Simon Singh
menciona el saludable papel de estos críticos, muchos de los cuales sostienen un
«modelo de Estado Cuasi-Estacionario». Singh añade: «Los cosmólogos que persisten
en respaldar este punto de vista minoritario se sienten extremadamente orgullosos de
su papel en desafiar la ortodoxia del Big Bang. Desde luego, Fred Hoyle, que murió en
2001, se fue a su tumba con la firme creencia de que el modelo del Estado Cuasi-
Estacionario era el correcto y que el modelo del Big Bang estaba equivocado».[13]
Mediante la publicación de una carta abierta en la revista New Scientist (de 22 de mayo
de 2004), treinta y cuatro científicos —muchos de ellos no teístas— firmaron una
declaración aseverando que la teoría está afectada negativamente por tres nuevos
factores teóricos: la materia oscura, la energía oscura y la hipótesis de Alan Guth de
«la inflación cósmica».[14] A pesar de estos puntos de disensión, probablemente más
de un 90 por ciento de los científicos partidarios del DI aceptan el escenario del Big
Bang. Sin embargo, lo que importa aquí no es la creencia que se pueda tener, sino las
implicaciones pro-DI que surgen de la teoría.

El extraño caso de Robert Jastrow


Un físico renombrado por zambullirse en las implicaciones de esta teoría es el
científico espacial agnóstico Robert Jastrow. Sus comentarios acerca del Big Bang en
su obra clásica God and the Astronomers [Dios y los astrónomos] son la plataforma
para nuestra discusión. Jastrow detalla «la enorme magnitud del problema» que el Big
Bang presentaba a la ciencia. «La ciencia ha demostrado que el Universo estalló al ser
en un momento determinado. ¿Fue creado el Universo de la nada, o fue plasmado en
base a materiales preexistentes?» Ahora viene la respuesta clave de Jastrow a la
enorme magnitud del problema: «Y la ciencia no puede responder a estas preguntas,
porque, según los astrónomos, en los primeros momentos de su existencia el Universo
estaba comprimido en un grado extraordinario, y consumido por el calor de un fuego
más allá de toda imaginación humana». Jastrow explica que «la sacudida de aquel
instante debe haber destruido todo rastro de prueba que pudiera haber dado cualquier
indicación de la causa de la gran explosión». En otras palabras, la ciencia se encuentra
como mínimo algo bloqueada en este punto, y este es «un giro de los acontecimientos
sumamente extraño, inesperado por parte de todos, excepción hecha de los teólogos».
[15]
Las implicaciones teístas (o deístas) del Big Bang son bien sabidas, y han sido
indicadas en publicaciones de docenas de científicos, Michael Behe incluido.[16]
Jastrow es famoso por haber abordado abiertamente la posibilidad de un origen
inteligente del cosmos. Él pregunta si el Big Bang ha llevado a la ciencia a la puerta de
un diseñador, y cierra su libro con estas palabras que se han hecho célebres: «Para el
científico que ha vivido por su fe en el poder de la razón, la historia acaba como una
pesadilla. Ha escalado las montañas de la ignorancia; está a punto de conquistar la
cumbre más alta; cuando se iza sobre la última peña, se encuentra que le dan la
bienvenida un grupo de teólogos que han estado aposentados allá durante siglos».[17]
Se podría suponer que Jastrow lanza la toalla aquí y dice: «¡De acuerdo, de acuerdo!,
¡el universo fue creado —procedió de una inteligencia preexistente!» Pero no es así.
Menos citada pero igualmente reveladora de la mentalidad de Jastrow es una
declaración al comienzo de su libro. Allí dice: «Cuando un científico escribe acerca de
Dios, sus colegas suponen o bien que chochea o que se ha perdido la chaveta. En mi
caso, se debería comprender desde el principio que soy agnóstico tocante a cuestiones
religiosas. Mi punto de vista sobre esta cuestión es próximo al de Darwin, que escribió
así: “Mi teología está en total confusión. No puedo contemplar el universo como
resultado de un puro azar, pero no veo prueba de un diseño benéfico en los detalles”».
[18]
De modo que, por su propia descripción, Jastrow está sentado sobre la valla de la
indefinición. Dice que no ha abrazado la creencia teísta, pero parece sentir el tirón
desde ambos lados. De un lado siente el tirón hacia la posibilidad sugerida de una
mente trascendente detrás del universo —quizá el mismo ser al que los «teólogos en la
cumbre» se han referido durante siglos.[19] Del otro lado siente el tirón de su
compromiso con un planteamiento naturalista en la investigación de las propiedades
físicas del universo, basado en su manera de pensar acerca de cómo funciona la
ciencia. El inquebrantable compromiso de Jastrow con el naturalismo metodológico
persistió y se manifestó en la grabación de una breve entrevista en video en 2003, que
se encuentra en la sección de extras del documental El planeta privilegiado de 2004.
Su tensión sale a la superficie de una manera conmovedora cuando reconoce que su
compromiso con un marco conceptual naturalista parece entrar en conflicto con
indicaciones de designio que se hacen obvias en las evidencias observables.
Lo extraño aquí es que la comunidad científica ha exhibido una bondadosa tolerancia
hacia la especulación de Jastrow relativa a que el Big Bang contiene indicaciones de
teísmo. ¿Por qué un trato tan suave para Jastrow, especialmente a la vista de que los
teóricos del DI que se refieren al ADN y a las nanomáquinas celulares como
indicadores empíricos de designio se los trata como peligrosos ideólogos acientíficos?
La clave parece estar en que el posible (¿sospechado?) diseñador de Jastrow opera
fuera del actual continuo espacio-temporal. Su hipotética deidad aparece como solo
lanzando el universo —como meramente estableciéndolo. No hay sugerencia de que
nunca interfiera en las operaciones cotidianas del universo después que inicia su
expansión, para conformar la materia en ADN o en complejidad celular.

¿Un universo finamente ajustado?


La implicación de un diseñador a partir del Big Bang es uno de los polos de nuestro
debate cosmológico. El otro polo es el conjunto de constantes y cantidades físicas que
constituyen lo que comúnmente se designa como el ajuste fino del universo. A veces
se introduce el término principio antrópico como un cuasi-sinónimo para el ajuste
fino. Antrópico procede de la palabra griega anthropos, que significa «hombre», y así
se dice que el universo posee cualidades que lo constituyen en un hábitat hospitalario
para las formas de vida basadas en el carbono, especialmente los humanos. Sin estas
condiciones de ajuste fino la humanidad no podría existir físicamente. Es un error
pensar que las coincidencias antrópicas demuestran por sí mismas el papel de un
diseñador externo (preexistente) al cosmos. La idea original del principio antrópico tal
como la desarrollaron John Barrow y Frank Tipler en su investigación pionera, The
Anthropic Cosmological Principle, no fue empleada como argumento en pro de un
diseñador inteligente. De hecho, el filósofo William Lane Craig razona que este grueso
libro sobre ajuste fino tenía en realidad el propósito de poner fin al argumento
teleológico en pro del designio.[20]
Para abordar el ajuste fino, comencemos con las cuestiones fundamentales. Cuando
llegamos al universo finamente ajustado (en adelante UFA), uno sale del ámbito
teórico del Big Bang (una «hipótesis sumamente verosímil» que es aceptada por la
mayoría de los científicos, pero no por la totalidad) y se pasa a un nuevo ámbito de
sorprendentes realidades científicas. Aquí nadie niega los pasmosos datos que se han
ido acumulando. Este joven campo de estudio puede remontarse a una conferencia de
Brandon Carter en 1974, y cada año desde entonces parece que estamos enterándonos
de más ejemplos, de más casos específicos del UFA. Muchos científicos y periodistas
de la ciencia han publicado listados de factores o de constantes que presentan un ajuste
fino; no es infrecuente encontrar listas con más de cien factores. De modo que los
hechos están ahí —a plena vista. La única controversia está en la interpretación del
descubrimiento del UFA. Primero, revisemos algunas constantes y cantidades
calibradas del cosmos; luego procederemos hacia el campo de batalla de las
interpretaciones.
Los científicos que escriben acerca del ajuste fino comienzan generalmente con dos
conjuntos de constantes y de ajustes en la naturaleza: la masa precisa de las partículas
subatómicas y las fuerzas calibradas de las cuatro interacciones o fuerzas de la
naturaleza (la gravedad, el electromagnetismo, la interacción fuerte, y la interacción
débil). Por ejemplo, si estas interacciones se modulasen en la más pequeña fracción de
un porcentaje en mayor o menor intensidad, surgirían resultados desagradables de las
hipotéticas ecuaciones, entre los cuales que las estrellas no podrían arder de manera
constante o durante un largo tiempo, no se daría el origen por fusión a elementos más
pesados, y se haría prácticamente imposible el florecimiento de la vida biológica más
elevada. A partir de estas sublimes alturas y de estos aspectos técnicos del ajuste fino
—de la materia, energía y de las fuerzas de la naturaleza— se puede descender a las
tierras bajas y a lugares comunes de las cuestiones locales del ajuste fino relativas a la
atmósfera de la Tierra, o incluso a la situación orbital de nuestro planeta. Nos
encontramos precisamente en medio de lo que los astrónomos llaman la «zona Ricitos
de Oro» —un espacio matemático alrededor del sol que no es demasiado caliente (no
está demasiado cerca del sol, como Venus) ni demasiado frío (demasiado lejos del sol,
como Marte), sino precisamente en el lugar justo. En El planeta privilegiado (en el
video, pero mucho más en el libro), Guillermo González y Jay Richards explican
muchos otros parámetros del sistema del universo y de la Tierra: la clase adecuada de
estrella como lo es el sol, la posición en la zona habitable de la galaxia, una tectónica
de placas ideal, agua en abundancia, posición y tamaño de la luna, y muchos más
factores.[21]
Un ejemplo especialmente espectacular del ajuste fino es la velocidad
cuidadosamente equilibrada de la expansión cósmica a lo largo de lo que se estima
como 13,8 mil millones de años. Esta velocidad de expansión tenía que ser a la vez no
demasiado rápida (una expansión demasiado rápida impediría la formación de las
galaxias) ni demasiado lenta (una expansión demasiado lenta llevaría al universo a
derrumbarse sobre sí mismo en un abrasador espasmo de agonía poco después de la
explosión). ¿Existe algún amplio margen, una zona de velocidad de seguridad, entre
los dos abismos de demasiado rápido o demasiado lento? Lo pasmoso es que casi no
hay un espacio medio de consideración. En lugar de un estrecho margen con un
precipicio a cada lado, se trata de un largo filo de navaja. ¿Con cuánto esmero está
ajustada la velocidad de expansión? Un astrofísico de Berkeley aseveró que la
expansión está finamente ajustada en sesenta decimales, añadiendo que este nivel de
ajuste fino es «una locura».[22] Algunos científicos han dicho que la velocidad de
expansión, a la vista del factor recientemente añadido de energía oscura, parece haber
colocado el nivel de ajuste fino para la velocidad de expansión del universo en un
margen mucho más afinado de lo que se creía antes: ¡una parte en 10120! Este es un
nivel de precisión que lo deja a uno absolutamente estupefacto. Es un billón de
billones de billones de billones de billones de veces «más loco que una locura».[23]
Existe una gran cantidad de libros que exploran el descubrimiento del ajuste fino y
sus diversas interpretaciones, tanto las que lo atribuyen a un diseñador inteligente
(incluyendo teóricos neoplatónicos o deístas del designio) como aquellos de una
naturaleza más materialista o incluso panteísta; se pueden consultar literalmente
docenas de excelentes libros. El lector pudiera querer comenzar con el perdurable
clásico de John Leslie, Universes.[24]

Los significados del ajuste fino


El ajuste fino parece ser algo polivalente, un fenómeno proclive a interpretaciones
enormemente divergentes. Los científicos afiliados al DI (o que lo respaldan) observan
como la creciente lista de factores de ajuste fino exhibe una probabilidad
excesivamente remota para haber aparecido por suerte. Por cuanto no existe ninguna
ley conocida que determine estos factores, la única alternativa es la elección deliberada
de estas cualidades y cantidades —un diseño deliberado. Oponiéndose a esta
conclusión encontramos a muchos científicos que se adhieren al naturalismo. Éstos
tienden a justificar estos factores y cantidades en el UFA como afortunados pero
intrascendentes. Algunos dicen que el UFA es «físicamente inevitable» (las cualidades
y cantidades cósmicas no hubieran podido ser de otra manera —sencillamente, el
universo tenía que ser así). Un buen ejemplo de este punto de vista es el que se refleja
en un párrafo de la discusión que se da del principio antrópico en la Wikipedia en línea
(de la versión en inglés):
Stephen Hawking sugiere que nuestro universo es mucho menos «especial» de lo
que pretenden los proponentes del principio antrópico. Según Hawking, hay un
98% de probabilidades que salga un universo como el nuestro de un Big Bang.
Además, usando la función de onda básica del universo como fundamento, las
ecuaciones de Hawking indican que dicho universo puede venir a la existencia sin
relación con nada anterior, lo que significa que pudo haber salido de la nada. Pero
con fecha de 2004, estas publicaciones y las teorías en las mismas siguen siendo
objeto de debate científico, y en el pasado el mismo Hawking ha preguntado:
«¿Qué es lo que infunde fuego a las ecuaciones y plasma un universo para que
ellas lo describan? ... ¿Por qué el universo se da en absoluto la molestia de
existir?» (Hawking 1988).[25]
La segunda forma principal de dar cuenta del UFA es que quizá nos encontremos en
el universo superlativamente ajustado que explotó a la existencia entre muchos otros.
En otras palabras, quizá nuestro cosmos resultó construido de una manera
increíblemente hermosa, por azar, entre muchos jillones de universos paralelos que
existen aparte del nuestro. Esta teórica población de universos se designa a veces
como el Multiverso. Ya en época tan temprana como 1989, esta idea era una manera
favorita de esquivar las implicaciones religiosas del UFA cuando John Leslie escribió
Universes. Para 1997, cuando apareció el libro de Timothy Ferris The Whole Shebang
[Todo el tinglado],[26] más y más investigadores estaban abrazando este punto de
vista. Los que no han ido siguiendo este campo de la ciencia se sienten a veces
pasmados al oír que muchos científicos proponen con toda seriedad que todo nuestro
vasto universo es solo uno entre miríadas (quizá incontables billones) de otros
universos, flotando dentro de algún ámbito hiperdimensional, una especie de
hiperespacio-hiperuniverso. La imaginería visual relacionada con este concepto es a
menudo bien notable y puede incluso comportar relaciones de madre-hija entre
diferentes universos. Imaginemos por ejemplo un universo bebé brotando (o
borboteando) desde un universo más maduro.
Si hay billones y billones de universos en este múltiple hiperespacio, entonces, según
el escenario naturalista, llegará el momento en que uno de estos universos surja con
todos los factores y las constantes que se precisan para permitir que florezca la vida
basada en el carbono. Este universo sería como el poseedor del billete ganador de una
megalotería, mientras que los otros universos (al menos una inmensa mayoría) serían
universos «perdedores». Algunos hubieran tenido un conjunto tan incapaz de factores
físicos que se desmoronarían y morirían poco después de su nacimiento. Otros podrían
poseer factores que les permitirían expandirse y permanecer, pero que nunca
producirían nada más interesante que gas hidrógeno.
¿Hay alguna evidencia de la existencia de otros universos como los mencionados?
Los científicos han admitido que los observadores serían probablemente incapaces,
incluso en principio, de detectar otro universo. Desde luego no tenemos prueba alguna
por ahora de su existencia. Sin embargo, son sumamente populares como ácido
explicativo para disolver la perturbadora inferencia del designio. Los teóricos del DI (y
otros críticos del Multiverso) han observado que incluso para conseguir la generación
de un «universo bebé» que salga de un universo madre y comience a expandirse, este
raro acontecimiento hipotético exigiría por sí mismo que se diese un conjunto increíble
de factores finamente ajustados. De modo que (para acuñar un nuevo acrónimo)
incluso la sala cósmica de partos exigiría un PPFA —un Proceso de Parto Finamente
Ajustado, ¡que sería por sí mismo evidencia de un diseñador! Se puede decir con toda
justificación que esta desenfrenada población de universos se acepta en el sistema de
creencias solo por fe. El Multiverso se propone por tanto solo como una hipótesis
añadida ad hoc para ayudar a confrontar el misterio del UFA. Parece que el principio
científico de la parsimonia, conocido como navaja de Ockham, actuaría para cancelar o
adelgazar esta hinchada ontología,[27] este conjunto desenfrenado de universos
paralelos no observables. Los naturalistas replican: «Al contrario, el diseñador no
corpóreo inferido por el DI es el que viola la navaja de Ockham. ¡Es este diseñador
hipotético de elevada complejidad el que debe eliminarse con la navaja!» De modo que
parece que hemos llegado otra vez a un punto muerto argumental. ¿Es así?

La tesis de González-Richards
Este punto muerto, digo yo, ha sido recientemente roto mediante un libro del que
hemos hablado antes: El planeta privilegiado. Esta obra de Guillermo González y Jay
Richards apareció a la vez como libro y en un video documental de una hora que
recapitulaba los principales puntos del libro. Tanto el libro como el video ofrecen una
importante información sobre esta cuestión.
El planeta privilegiado abrió un nuevo camino, poniendo en duda el Principio
Copernicano y el Principio de Mediocridad, con los que se implica que no hay nada de
especial respecto a nuestra Tierra o su lugar en el cosmos. Esta nueva línea de
investigación se concentró en el ajuste fino como una línea de prueba que no solo se
relacionaba con la capacidad del universo para sustentar la vida de base de carbono,
sino que, igualmente y aún más importante, como una pauta que sustentaba y
posibilitaba que tuviesen lugar las mediciones y los descubrimientos científicos sobre
este planeta donde existe la vida inteligente. En resumen, el universo y especialmente
nuestro planeta están finamente ajustados no solo para la vida, sino también para la
ciencia.
Será bueno ampliar este tema. La mayoría de las personas que han contemplado la
naturaleza a lo largo de los siglos han observado dos cualidades positivas, ambas
relacionadas con los aspectos placenteros de la naturaleza: (1) la simple hermosura y
grandeza visual de la naturaleza (por ejemplo, las plumas de un pavo real o las puestas
de sol en Florida con sus matices de anaranjados y azulados coloreando gloriosamente
la escena sobre el Golfo de México), o (2) la cómoda naturaleza multiforme de nuestro
globo como hábitat adecuado para nosotros los humanos, y para las especies animales
y vegetales que nos acompañan. Pero prácticamente nadie, antes que irrumpiera en
escena la tesis de González y Richards, observó (3) el maravilloso aspecto funcional de
la naturaleza al permitirnos unas condiciones ideales para atisbar, para descubrir, para
medir y para examinar la naturaleza misma. Brevemente, el diseño de la naturaleza
para la ciencia misma ha permanecido generalmente ignorado y sin tratar hasta muy
recientemente.
En un cierto punto del video El planeta privilegiado, esta nueva dimensión se vuelve
visualmente impactante. Una secuencia de efectos especiales en 3D lleva al espectador
a remontar el vuelo hacia el interior hostil de los brazos de nuestra galaxia, saturados
de estrellas, donde supernovas y nebulosas no solo constituirían un peligro, sino que
también limitarían enormemente la visibilidad. ¡No es un buen lugar para el sistema
solar, si uno quiere estudiar astronomía! Luego, en la siguiente secuencia la misma
plataforma en que se encuentra el espectador se precipita hacia la caverna
relativamente abierta y vasta de espacio poco poblado entre los brazos de nuestra
galaxia, donde se encuentra la Tierra y su sistema solar. Ahí nos encontramos
literalmente suspendidos en un emplazamiento ideal —a la vez un lugar seguro e ideal
para observar tanto el universo como nuestra propia galaxia. ¡Para la astronomía, es
una situación inmejorable!
Muchos otros factores llamaron la atención de los coautores de El planeta
privilegiado, pero es el momento de dejar los detalles para ir al tema general. Si el
ajuste fino fuese solo un acontecimiento al azar (bien en un universo, bien en este
universo de entre billones de otros universos defectuosos y aburridos), esto podría
explicar el ajuste fino que llevó al surgimiento de la vida inteligente. Pero la ley o el
azar no explicarían el ajuste fino suplementario, gratuito, innecesario para la
supervivencia, que tiene como objeto posibilitar el descubrimiento científico. Esta
nueva y más asombrosa dimensión del ajuste fino sugiere un intelecto, un maestro
diseñador que está interesado en más que en el mero florecimiento de la vida. Este
diseñador parece haber planeado y ordenado la naturaleza y la Tierra para hacer
posible la empresa científica.
Aquí, parece, es donde empiezan a padecer problemas las explicaciones de azar o de
determinismo por ley para el ajuste fino. No es que no haya objeciones que el filósofo
naturalista no pueda presentar. De hecho, González y Richards responden a catorce de
estas objeciones en su penúltimo capítulo. Se invita al lector a revisar estas objeciones
y las réplicas dadas por los autores para que pueda ver de qué forma tan exhaustiva se
han tratado. Para emplear una analogía de béisbol, El planeta privilegiado es la bola
curva del as científico —una astuta bajante deslizante que se lanza rebasando a los
adversarios del DI. ¡En junio de 2004, González y Richards se sintieron asombrados al
abrir Nature, la revista de ciencias más prestigiosa del mundo, y encontrar una reseña
respetuosa y algo positiva de su libro! Incluso Simon Conway Morris, de la
Universidad de Cambridge, el respetado investigador pionero de los fósiles de la
Pizarra Cámbrica Burgess de los que hemos tratado en el capítulo 7, dejó sentir su
influencia en favor de esta audaz tesis: «En un libro magníficamente extenso y audaz,
Guillermo González y Jay Richards subrayan los argumentos de que el viejo tópico
que no se está mejor que en casa es sorprendentemente cierto de la Tierra. Y no solo
esto, sino que si el método científico iba a surgir en ninguna parte, la Tierra es como lo
más apropiado que se puede tener. González y Richards han echado el guante. Que
comience el debate; es una cuestión que nos importa a todos».[28]

Los ateólogos al rescate


Si los teóricos del DI han recibido inesperadas ayudas de hallazgos de la física y de
la cosmología, entonces la otra gran sorpresa de este capítulo es que la causa del
darwinismo ha recibido un constante flujo de apoyo de teólogos y ateólogos. Describo
a este grupo como aquellos académicos que presentan argumentos teológicos contra el
designio como si fuesen argumentos científicos decisivos. En esta sección voy a
concentrarme con los ateólogos; en el siguiente capítulo prestaremos atención a los
teólogos.

El extraño caso de Richard Dawkins


Richard Dawkins es la figura más firme y más publicada que a la vez defiende el
darwinismo y ataca el teísmo tradicional. Se hizo célebre por primera vez a mediados
de la década de 1980 con El gen egoísta y El relojero ciego. Este último título ayudó al
lanzamiento del DI cuando Phillip Johnson lo leyó a la vez que la crítica de Denton del
darwinismo. A lo largo de la década de 1990, después que Johnson publicase Proceso
a Darwin y posteriormente Behe comenzase a causar impacto, Dawkins no dijo
prácticamente nada acerca del Diseño Inteligente. Sin embargo, esto cambió después
de 2000, cuando escribió diversos artículos cortos contra el DI, en los que se unió al
coro de inventores de fantasías. Por ejemplo, en un pendenciero prólogo escrito para
Niall Shanks, Dawkins dice: «La “teoría” del diseño inteligente es un disparate
pernicioso que debe ser neutralizado antes que se haga un daño irreparable a la
educación americana». Se encuentra en el coro de los que dicen amén a las más
extremas fantasías de temor de Shanks contra el DI: «Por unas extrañas razones
históricas, la evolución se ha convertido en un campo de batalla en el que las fuerzas
de la ilustración se enfrentan contra los tenebrosos poderes de la ignorancia y de la
regresión». ¡Pues vaya —poderes tenebrosos! Más importante y sustancial que la
incriminación retórica por parte de Dawkins de los teóricos del DI como maleantes es
su repetición de su favorito «argumento contundente» contra el designio. Este
argumento no es nuevo. En El relojero ciego, Dawkins formuló el mismo argumento
teológico contra cualquier concepto de creación. Aquí lo volvemos a tener, en el
prólogo al libro de Shanks:
El darwinismo y el designio son ambos, a primera vista, explicaciones posibles
para la complejidad especificada. Pero el designio queda mortalmente herido por
la regresión infinita. El darwinismo sale indemne. Los diseñadores han de ser
estadísticamente improbables como sus creaciones, y por ello no pueden
proporcionar una explicación final. La complejidad especificada es el fenómeno
que estamos tratando de explicar. Es evidentemente vano intentar explicarla
sencillamente especificando una complejidad todavía mayor. El darwinismo la
explica realmente en términos de algo más simple —que a su vez se explica en
términos de algo todavía más simple, y así hasta llegar a la simplicidad
primordial. El designio puede ser una explicación temporalmente correcta para
alguna manifestación particular de complejidad especificada como un automóvil
o una máquina de lavar. Pero nunca puede ser la explicación final. Solo la
selección natural darwinista ... es siquiera un candidato como explicación última.
[29]
¿Cómo debemos abordar este argumento aparentemente sencillo y lógico? Parece
estar repitiendo un argumento que ya aparece antes en El relojero ciego —
básicamente, «¿Quién ha hecho al diseñador?»— y sencillamente lo reformula,
anunciando que «la improbabilidad estadística de un diseñador» constituye un
problema fatal. Pero lo cierto es que Dawkins, un hombre muy inteligente y un escritor
excepcional, debería darse cuenta de que aquí entra en un argumento circular flagrante.
Sencillamente da por supuesto —sin ningún argumento con una base real o prueba
filosófica— que no puede jamás existir ninguna inteligencia que sea un ser necesario
(no causado). Esto constituye una aseveración religiosa o metafísica, equivalente a
aseverar que la visión naturalista del mundo es el único planteamiento racional para la
investigación científica. En otras palabras, decir que un diseñador no diseñado es
sencillamente imposible es resolver la cuestión científica del DI sobre el más endeble
de los fundamentos: un presupuesto filosófico sesgado y no puesto a prueba. Dawkins
no presenta un argumento empírico contra el DI, aunque al escribir este prólogo,
respalda lo que Shanks ha escrito. Lo más significativo es que su propia arremetida
contra el DI se reduce a una desnuda afirmación. ¡El arzobispo ha hablado: la ciencia,
por su propia naturaleza, debe ser la búsqueda de causas siempre más simples de los
fenómenos del universo! Los teóricos del designio replican de dos maneras:
1. ¿Hay acaso alguna buena razón para suponer de principio que no podría existir
un ser sumamente inteligente y poderoso aparte del continuo espacio-temporal?
El problema de una regresión eterna, con la pregunta de «¿quién hizo al
diseñador, y luego, quién hizo al diseñador de aquel diseñador?», se desvanece
simplemente en el momento en que reconocemos la posibilidad de un diseñador
no diseñado o incausado. Si el diseñador es (por ejemplo) Dios, y si se define a
Dios como un ser incausado que trasciende al tiempo y al espacio, entonces
decir que tal cosa es «imposible» es simplemente decir a gritos: «¡El DI es una
bobada porque no creo en Dios!» Uno puede desde luego decir tal cosa,
expresando con ello una opinión, pero nadie con conocimiento de ciencia y de
lógica consideraría esto como un argumento científico. Así, la táctica de
Dawkins se reduce a anunciar que su perspectiva de la realidad servirá ahora
para definir la tarea de la ciencia, y así limitará las opciones explicativas
disponibles. ¿Cuánta sensibilidad hay aquí respecto de las indicaciones que
puedan dar las pruebas empíricas? O, cosa todavía más crucial, ¿dónde aparece
la prueba empírica —o la lógica rigurosa— sobre las que fundamentar una
declaración tan audaz? Evidentemente, no hay ni la una ni la otra.
2. Los teóricos del designio desafían el concepto de un patrón de causa y efecto
de menos-evolucionando-a-más como la «regla científica». Esta es
sencillamente una declaración ad hoc y sin un respaldo empírico congruente.
Dawkins admite que existen ejemplos de lo más produciendo lo menos —y que
esta es una dinámica normal de la causalidad del universo. Pero al final parece
poner el máximo peso de confianza en la capacidad de la selección natural. ¡Y
esto a pesar de que se trata precisamente de la parte empíricamente más vacía
del escenario darwinista! El DI razona que, en realidad, no hay buenas pruebas
empíricas de que menos produzca más en ningún grado significativo. En último
análisis, es asombroso el poco peso que tiene todo el argumento
pretendidamente contundente de Dawkins; su argumento es más ligero que un
globo de helio.

Acusaciones de diseño incompetente


Un segundo argumento, mucho más frecuente contra el DI de parte de los ateólogos,
es apuntar a problemas en la naturaleza que indicarían que ningún diseñador
inteligente ha creado las complejidades de la naturaleza o sigue controlando los
asuntos de la naturaleza. A menudo esto adopta la forma de una lista de ejemplos de
malignidad y de desperdicio en la naturaleza. Debido al poco espacio disponible,
pasaré por alto el argumento de malignidad y desperdicio.[30] Más famosos en el
contexto del DI son los pretendidos casos de diseño incompetente en biología, que un
diseñador genial (Dios) nunca hubiera tolerado. Se enumera algún defecto en X (p. ej.,
en un sistema molecular o en un órgano); luego se afirma que cualquier diseñador con
una mentalidad de orden nunca hubiera producido X. También designado como «el
argumento del diseño subóptimo», equivale a una declaración teológica de que «Dios
no lo hubiera hecho de esta manera».
Este tipo de argumento no tiene nada de nuevo. Es uno de los argumentos clave en
los que insiste Darwin en su propio proyecto retórico, en su propósito de derribar la
hipótesis del designio que dominaba la biología en su tiempo. Observaba
incesantemente las crueldades, el desperdicio, y otras singularidades e imperfecciones
de la naturaleza. Incluso antes de publicar El origen de las especies, esto era una
tendencia intelectual popular entre los científicos y el común de la gente por igual. El
teórico del DI y biofísico Cornelius Hunter ha escrito extensamente en Darwin’s God
[El Dios de Darwin] sobre el intenso uso de este argumento teológico. Hunter
argumenta que ha habido una asombrosa «insistencia en Dios» en los escritos
darwinistas desde la época de Darwin.[31]
El ejemplo más famoso de un diseño incompetente es las retinas invertidas de los
vertebrados. Todas las clases de vertebrados tienen las células de la retina (bastones y
conos) conectadas a la inversa de modo que los extremos están frente a la parte
posterior del globo ocular y las fibras nerviosas penetran en los fluidos del ojo y
descienden en masa a través del famoso punto ciego. El punto ciego, se nos dice, es un
rasgo de diseño incompetente que amenaza a la supervivencia de sus poseedores. Peor
aún, las células de la retina no cumplen las reglas de diseño que imponen ciertos
darwinistas. ¿Por qué no ponerlas frente a la luz, como en los ojos del pulpo? Así, se
afirma que la conclusión de un diseño incompetente demuestra la inexistencia de un
designio; este torpe plan es precisamente lo que la ciega selección natural dejaría tras
sí. Por ello, ¡las células de la retina, el globo ocular, el nervio óptico y todo el resto del
sistema de visión (incluyendo los centros del cerebro que decodifican las señales) no
pueden haberse originado por designio!
Esta actitud quisquillosa me parece un argumento superficialmente ingenioso, pero
cuanto más reflexiona uno sobre ello, tanto más débil parece el argumento en sus
distintos niveles. En primer lugar, ¿por qué se supone que este diseño (las células
conectadas mirando hacia atrás) es defectuoso? En recientes años diversos biólogos
han sugerido excelentes razones para ver que esta estructura es inmensamente superior.
[32] En segundo lugar, las acusaciones de un «diseño defectuoso» no eliminan la
inferencia del designio, sino que se limitan a criticar el diseño obtenido como inferior.
Mi primer automóvil, un Toyota Corolla coupé modelo 1970, era un maravilloso
vehículo, desde luego diseñado por ingenieros inteligentes, pero podía hacer toda una
diversidad de cosas que no me gustaban. Pero incluso diez horas de buscarle defectos
no hubieran llevado a la conclusión de que no era un producto de un diseño inteligente.
Lo que casi siempre se pasa por alto (o se deja sin mencionar de forma deliberada) es
que cualquier caso de diseño se encuentra con un amplio abanico de restricciones
prácticas. El Corolla se hubiera podido producir para que durase cien años, pero esto
hubiera añadido a su coste de forma considerable. Se hubiera podido añadir a su
potencia y velocidad, pero se habría sacrificado la economía de carburante. Como
pregunta Dembski: «¿Hay acaso una razón mínimamente válida para insistir en que los
teóricos del designio deben demostrar un diseño óptimo en la naturaleza? Los críticos
del diseño inteligente (p. ej., el difunto Stephen Jay Gould) sugieren con frecuencia
que cualquier pretendido diseñador cósmico solo diseñaría de forma óptima. Pero esta
es una declaración teológica, no científica».[33]
De modo que la acusación de diseño incompetente (o la insistencia en un diseño
óptimo) se basa en conceptos acerca de Dios, no en ningún defecto de la inferencia del
designio. Cualquier acción específica de diseño en el mundo real (incluyendo las
retinas) supone una decisión compleja que realiza transacciones entre diversas
restricciones. William Dembski hace trizas este tipo de argumento en su libro The
Design Revolution [La revolución del designio]:
Ahora bien, mi argumento aquí no es que el ojo humano no pueda ser mejorado o
que sea óptimo en algún sentido definitivo. Mi argumento, más bien, es que el
mero hecho de llamar la atención a la retina invertida no es una razón para pensar
que los ojos con esta estructura sean subóptimos. En realidad, no hay propuestas
concretas sobre la mesa acerca de cómo se pudiera mejorar el ojo humano que
además garantice que no haya pérdidas de velocidad, sensibilidad y resolución.
Aquí nos encontramos además con una ironía que vale la pena observar; este
mismo sistema visual que se supone que está tan mal diseñado y que ningún
diseñador que se respetase a sí mismo hubiera construido es sin embargo
suficientemente bueno para decirnos que el ojo es inferior. Estudiamos el ojo por
medio del ojo. Y sin embargo la información que nos da el ojo se supone que nos
demuestra que el ojo es de baja calidad. Este es uno de los muchos casos en
biología evolutiva en los que los científicos muerden la mano que les alimenta.
[34]
La desestimación del designio sobre la base de un diseño incompetente alcanza un
extremo desorbitado en un cáustico ensayo del astrónomo Neil deGrasse Tyson en el
número de noviembre de 2005 de Natural History. En mi crítica no desmereceré los
destacados logros de Tyson como astrónomo, astrofísico y escritor científico
extraordinariamente dotado. Sus extensos escritos han llevado a sus lectores a una
vívida y emocionante exploración de los secretos del universo. Ha conseguido abrir la
astrofísica para el lego instruido con una claridad y capacidad nada comunes. Pero en
su ensayo «The Perimeter of Ignorance [El perímetro de la ignorancia]», Tyson
desciende tristemente a una versión extrema —que se aproxima a la parodia— de una
ateología de lo más simplista.
Tyson comienza su ensayo con una exploración a toda velocidad de los
descubrimientos de Newton, Laplace, Galileo y otros, haciendo resaltar nuestra
progresiva liberación del dominio de la religión sobre la ciencia. Luego asesta un golpe
a la idea de un diseñador mediante una rapsodia verbal sobre el mal que existe en la
naturaleza. Nos encontramos con terribles peligros tanto en el ámbito terrestre (p. ej.,
osos, aludes de nieve, virus) como en el celeste (p. ej., «explosiones de estrellas
supermasivas»). Dice que «la evidencia apunta a la realidad de que ocupamos no un
universo mecánico con un buen funcionamiento, sino un zoológico destructivo,
violento y hostil».[35] Cuando poco después de esto Tyson añade que «el universo
quiere matarnos a todos nosotros», su mensaje parece claro, aunque no lo deja
explícito: solamente un imbécil contemplaría una escena así y diría que ha sido
diseñada por un diseñador inteligente (bueno). Con el ademán plenamente ostentoso y
la sutileza de un ateo de aldea, Tyson descarta miles de años de profunda sabiduría de
filósofos y teólogos que han escrito acerca de las causas y de las consecuencias del mal
natural. Además, es inevitable que el lector bien informado pregunte a Tyson: «¿Y qué
hay de las docenas de factores protectores en el sistema solar que nos han escudado
maravillosamente de tales peligros, como el hecho de la situación de nuestro sistema
entre dos brazos galácticos, y el papel de los grandes planetas exteriores y de nuestra
gran luna, que actúan como aspiradoras para atrapar cometas y meteoritos invasores?»
Se pasan por alto docenas de estos factores positivos; se acentúa lo negativo; se
descarta la discusión intelectual equilibrada. La función y el tono del argumento de
Tyson es parecido al de un astuto abogado de parte que intenta arrastrar al jurado, no al
de un investigador cuidadoso y reflexivo de la naturaleza.
Tras haber lanzado sus insinuaciones en contra del designio usando el mal en la
naturaleza, Tyson se saca los guantes, pero en ello se hiere a sí mismo con su
metralleta fuera de control. En mis casi veinte años de examinar ataques contra la
teoría del DI (comenzando con reseñas publicadas sobre el libro de Denton Evolution:
A Theory in Crisis), nunca he experimentado lo que sucedió mientras leía las dos
últimas secciones del ensayo de Tyson. En medio de mi lectura, comencé literalmente
a reírme de sus argumentos. No podía dejar de sacudir la cabeza ante sus acusaciones
de diseño inepto que quería hacer pasar como argumentos científicos. Me preguntaba
con asombro: «¿Está esto sacado de una comedia televisiva, haciendo una parodia de
los argumentos del diseño incompetente?» Evidentemente, no lo era. Pero voy a citar
una parte de la lista que da Tyson de qué es lo que está mal con el diseño de los
humanos; insisto en que esto no es un invento mío:
1. No somos criaturas acuáticas, lo que nos pone en riesgo de ahogarnos.
2. Tenemos apéndices inútiles como la uña del meñique del pie y un apéndice.
3. Las rodillas y la espina dorsal están mal diseñadas.
4. A diferencia de los automóviles, no tenemos «indicadores biológicos»
(equivalentes a las luces en el tablero de mandos) para advertirnos de peligros
como una hipertensión arterial.
5. Nuestros ojos son unos pobres sensores para la astrofísica —no tenemos
detección de ultravioletas ni infrarrojos— ¡ni de radar «para identificar
detectores de radar de la policía»!
6. A diferencia de las aves, que navegan mediante la presencia de magnetita
incorporada en sus cabezas, no vamos dotados de unos dispositivos tan útiles, y
por ello necesitamos mapas para poder orientarnos en una ciudad desconocida.
7. No tenemos branquias [véase punto 1], y deberíamos tener más de dos brazos
para tener más productividad.
La incursión de Tyson en el absurdo gira de repente a una declaración llena de
pasión: «Estúpido diseño ... puede que no sea por defecto de la naturaleza, pero está
presente en todas partes. Y sin embargo a la gente parece gustarle pensar que nuestros
cuerpos, nuestras mentes, e incluso nuestro universo, representan la cima de la forma y
de la razón. Quizá esta manera de pensar sea un buen antidepresivo. Pero no es ciencia
—ni ahora, ni en el pasado, ni nunca lo será».[36]
Tyson presenta su lista como una relación de lo que él designa como cosas «burdas,
bobas, faltas de sentido práctico o inviables» que «reflejan la ausencia de inteligencia»,
[37] pero esta lista lo que manifiesta de una forma deslumbrante es la ausencia de una
retórica inteligente. Como intento de persuadir en serio, es contraproducente. Es
posible que el Club de los Ateólogos disfrute con el ensayo de Tyson como una arenga
llena de calor. Sin embargo, es posible que tenga el efecto opuesto en los que buscan
razones serias para rechazar el Diseño Inteligente. Un filósofo conocido que enseña en
una institución superior privada de elite y que no es miembro del Movimiento del DI
me comunicó su reflexión acerca de cuán extraño le había parecido el ensayo de
Tyson. Preguntaba él: «¿Qué está sucediendo en el mundo de la ciencia cuando esta
clase de discurso puede publicarse como si fuese un argumento serio en una revista de
ciencia de ámbito nacional?»
Aunque ateólogos como Tyson presten sus esfuerzos retóricos a defender el
darwinismo haciendo catálogos de diseños incompetentes, los agujeros intelectuales en
este ataque de diversión se hacen evidentes. ¿Resultará que estos académicos ayudarán
sin quererlo el avance del Diseño Inteligente? Sospecho que ya lo están haciendo.
Ahora que hemos recorrido el exótico terreno de los aliados inesperados en los
campos de la cosmología y de la ateología, debemos dirigirnos otra vez a las llanuras
de amplios horizontes de indagación y plantear de nuevo nuestra pregunta
fundamental: ¿ha conseguido la guerra retórica contra el DI detener el avance de los
renegados, o ha acelerado la disolución del paradigma darwinista? Esta es la pregunta
final y vital que debemos abordar en nuestro último capítulo.
12
¿Estamos en el punto de inflexión?
Tesis, retrospecciones y planteamientos

Cuando servía como oficial en el departamento de inteligencia fotográfica de la Fuerza


Aérea de los Estados Unidos a principios de la década de 1970, una de mis misiones
era supervisar la redacción de informes BDA —por las siglas en inglés de los
resúmenes electrónicos de Evaluación de Daños de Bombardeo— después de
inspeccionar fotografías aéreas de blancos. Ahora que hemos concluido nuestra visión
global de la extendida lucha científica acerca del origen de la asombrosa complejidad
de la naturaleza, ha llegado el momento en que se hace necesario un resumen BDA. Es
necesario evaluar como está la situación tras una década en la que el darwinismo ha
estado lanzando contraataques contra el Diseño Inteligente —con una creciente
intensidad a finales de la década de 1990, y luego escalando hasta el encarnizamiento
después de 2004.
Hemos visto como llovían oleadas y oleadas de bombas y cohetes de retórica sobre
los conceptos y argumentos del DI, pero los teóricos del designio no estuvieron
pasivos y callados. Sus propios cohetes de contracríticas golpearon repetidas veces los
puntos más débiles de la teoría darwinista, con un énfasis en dos cuestiones cruciales:
(1) ¿Existe alguna evidencia empírica de que el mecanismo de mutación-selección,
pregonado como el «generador de complejidad», puede crear nuevos planes corporales
y nuevos ficheros de información genética? (2) La filosofía naturalista, que excluye las
«causas inteligentes» de los recursos explicativos de los científicos, ¿debería
considerarse como un supuesto necesario para la buena ciencia? Los líderes del DI
consideraban estos dos componentes como los puntales que sostenían la totalidad del
paradigma darwinista. Tan pronto quedase patente que estas ideas gozaban solo de
apoyo ideológico con poco o ningún respaldo de pruebas, el paradigma dominante
quedaría fatalmente debilitado y su desmoronamiento sería inevitable. Así, a la luz de
este marco más amplio, este capítulo irá más allá de un resumen BDA, y evaluará el
«Estado del Paradigma». La discusión que seguirá culminará en un informe compuesto
de tres tesis. Luego pasaré a compartir algunas recientes experiencias que han
fortalecido mi confianza en las proyecciones, y finalmente someteré estas tesis a
prueba mediante unas preguntas clave que sacarán a la superficie las objeciones
finales.

Una mirada atrás, una mirada al futuro


Durante nuestro recorrido hemos observado diversos campos de batalla. Primero
hemos examinado la descarga de críticas del DI durante el período que comienza en
1996 (tocante a La caja negra de Darwin e Iconos de la evolución), y hemos resaltado
los posteriores cursos intensivos inspirados en el DI (libros con revisión por pares
como Debating Design de la editorial Cambridge University Press). También hemos
observado la importancia estratégica del video televisado desde emisoras del sistema
público de radiotelevisión estadounidense PBS, La clave del misterio de la vida.
Hemos visto y examinado episodios de los duros contraataques de los evolucionistas
contra Michael Behe, Jonathan Wells, William Dembski, Stephen Meyer y otros
científicos incómodos. Durante un par de capítulos hemos hecho una gira por el
laberinto de las investigaciones acerca del origen de la vida que han resultado tan
defraudadoras para los científicos materialistas. Hemos seguido las escaramuzas acerca
del registro fósil y de la explosión cámbrica, y hemos repasado las pruebas que
sugieren designio en la cosmología y en la física.
En el curso de nuestros reportajes bélicos nos hemos encontrado con algunos de los
defensores más destacados del darwinismo, incluyendo Kenneth Miller, Robert
Pennock y los tres autores de los ataques de la editorial Oxford Press contra el DI.[1]
Pudimos sentir las sacudidas de la tierra al caer cuatro bombas revienta-búnker sobre
las fortificaciones del DI, horadando sus cráteres retóricos en 2004. Nos quedamos
atónitos ante los temas de fantasía llenos de pánico de los darwinistas, con sus
acusaciones contra los científicos del DI de abrir el camino a la teocracia. Percibimos
la vehemencia y la pasión al llover los obuses de los ateólogos contra la teoría del
designio, con una descripción del universo como un asesino maligno y maníaco, y
presentando las pretendidas «burdas características» de nuestros cuerpos como «diseño
incompetente».
También hemos observado la misma intensidad y decisión del fuego devuelto por el
DI, donde los teóricos del designio han aprovechado cada ataque para poner al
descubierto nuevas debilidades en las pruebas propuestas por el darwinismo y
exponiendo que lo que subyace a la inferencia del designio no son vacíos de
conocimiento ni un argumento del «Dios de los vacíos»; es precisamente lo contrario:
se infiere el designio a la luz del constante crecimiento y acumulación de nuevas
pruebas. Los defensores del DI expusieron el uso rutinario por parte de los darwinistas
de falacias lógicas, e incluso de argumentos teológicos, en sus ataques contra el
designio. Behe, especialmente, dirigió la carga al denunciar los cuentos fantasiosos que
se presentaban como respuestas científicamente rigurosas contra sus propios
argumentos acerca de la complejidad irreducible.
Está claro que se han causado daños significativos a ambos lados de la línea de
batalla. Esto hace que la evaluación sea especialmente dificultosa. Para delimitar el
análisis, recordemos la imagen de una fortaleza estratégicamente situada, que se usa en
el capítulo 3 para representar la supuesta verosimilitud de una macroevolución
impulsada por medios naturales. Esta fortaleza, defendida por impresionantes murallas
y poderosas armas, fue el objetivo de la campaña de persuasión del DI. En términos de
esta metáfora, una cuestión principal es si se han podido neutralizar las principales
cargas explosivas darwinistas, o incluso que hayan actuado contrariamente a lo
esperado, provocando daños por fuego amigo en su propio campo. Es preciso ver si se
han abierto boquetes en algunas de las murallas de esta fortaleza. Y, en último término,
debemos descender al planteamiento más fundamental: ¿existen algunos indicadores
claros de que está a la vista alguna clase de giro de paradigma —al nivel del concepto
de la macroevolución—, bien (1) apartándose del neodarwinismo hacia alguna otra
teoría naturalista (como la insinuada por Gerd Muller y Stuart Newman en Origination
of Organismal Form [Originación de la forma organísmica]), o (2) apartándose del
darwinismo hacia un paradigma mixto de Diseño Inteligente combinado con
microevolución darwinista?
De forma alternativa, uno puede darle la vuelta a mis preguntas clave y reformularlas
con un espíritu agresivo y de «triunfo sobre el DI», como podría hacerlo Kenneth
Miller: La fortaleza de la verdad darwinista nunca ha estado amenazada. ¿Y por qué
iba nadie a prestar atención en serio al DI ahora que sus argumentos han quedado a
descubierto y demolidos? ¿Hasta cuándo podrá el DI encubrir su sensación de
desorganización, ahora que han salido a la luz unas sensacionales pruebas fósiles de
la macroevolución, y ahora que tenemos unos dorados ejemplos de sistemas de
complejidad irreducibles que están evolucionando en nuestras mismas cápsulas de
Petri? Puede ser que el DI no haya quedado totalmente aplastado, pero el fracaso de
la teoría del designio en su intento de captar el apoyo de una cantidad significativa de
biólogos evolutivos o incluso de biólogos en general, demuestra que hay poco mérito
científico en toda esta agitación. El peligro ha pasado.

El punto de inflexión y las tesis


Al formular la retórica tan intensa aquí desde la perspectiva de Miller, intento
capturar el espíritu drásticamente antagonista que ha venido a dominar la escena. Pero
a pesar de esta hostilidad verbal que se vierte a diario, estoy convencido de que hemos
llegado al punto de inflexión histórico en el que el darwinismo ha entrado en un
período de acelerada hemorragia en su percepción pública como una teoría verosímil.
En años venideros los graduados superiores y universitarios por todo el mundo
comenzarán a dudar, en mucho mayor número que en cualquier momento de la historia
del último siglo y medio, que las fantásticas pretensiones del darwinismo acerca de las
capacidades de la naturaleza para la construcción de complejidad se apoyen en una
sana evidencia y en unas comprobaciones minuciosas. Esta percepción tocante a dónde
estamos en la historia y a dónde se dirige se expresará en términos de una tesis en tres
puntos. Hacer una previsión de futuro es algo más bien arriesgado, pero esta triple tesis
intenta hacer un bosquejo del camino que parece estar abriéndose de manera
inexorable:
1. Ha llegado la crisis del paradigma. La crisis kuhniana del darwinismo que se
destaca de forma tan simbólica en la obra de Michael Denton Evolution: A Theory in
Crisis ya no se cierne sobre el horizonte, sino que ha llegado a dominar con fuerza en
la escena actual. Es ahora una realidad histórica cruda, prácticamente innegable.
Aunque la maquinaria de relaciones públicas de la macroevolución proclame: «Todo
está bien, los argumentos de los intrusos están hechos jirones», este tema de fantasía
está sumamente alejado de la realidad científica. Bien al contrario, la realidad es que se
han abierto brechas en murallas cruciales del envejecido paradigma, y se están
hendiendo aún más por nuevos datos mientras estoy escribiendo este capítulo (ver más
abajo).
2. El neodarwinismo ha ganado algo de tiempo pero pronto será sustituido por dos o
más competidores. Aquí me aventuro a un resumen de evaluación de daños y a una
predicción paradigmática. El encarnizado asalto darwinista contra el DI ha hecho más
lenta la aceptación de algunos argumentos clave del designio, ha conseguido algún
respaldo significativo en los medios de comunicación (incluso entre los columnistas
conservadores George Will y Charles Krauthammer),[2] y ha ganado algunas victorias
políticas inmediatas (como la resolución de Dover en diciembre de 2005). Sin
embargo, las prácticas retóricas gravemente erróneas de los darwinistas han
comenzado a mostrarse como contraproducentes. Recuerdo especialmente el
predominio de argumentos como los de un diseño incompetente y otros, de carácter
teológico, el extenso uso de «cuentos fantasiosos», y el uso de ataques ad hóminem, de
la falacia genética y de la falacia del «envenenamiento de las fuentes», en los ataques
contra el DI.[3] En ocasiones, esta «retórica contraproducente» llegaba a producir
vergüenza ajena, como lo observaron académicos ajenos al DI como los filósofos Del
Ratzsch y Neil Manson (véase capítulo 4). Ratzsch realizó una larga autopsia del libro
de Niall Shank God, the Devil and Darwin [Dios, el Diablo y Darwin], y expuso una
pasmosa serie de errores, tergiversaciones, calumnias y defectos de razonamiento. Este
es uno de los muchos casos en los que una frenética retórica anti-DI explotó en la falda
del darwinismo. Véase el apéndice para un extracto de la reseña de Ratzsch, «How Not
to Critique ID Theory [Cómo no criticar la teoría del DI]». Estos hábitos retóricos han
sido útiles para destacar la debilidad del actual paradigma. Igualmente importante, la
complejidad irreducible de la célula —el principal argumento del DI— está resultando
tremendamente resistente a cualquier explicación de raíz natural. Es sumamente tozuda
—no cede ni un ápice a los esfuerzos de explicación desde el darwinismo, a pesar de
los enormes esfuerzos de relaciones públicas de Kenneth Miller por dar la impresión
contraria.[4] El libro de Franklin Harold, The Way of the Cell [El funcionamiento de la
célula], expresa el típico lamento acerca de este inflexible problema: «Deberíamos
descartar, como asunto de principio, el diseño inteligente como sustituto del diálogo
del azar y de la necesidad; pero debemos reconocer que no existen actualmente
explicaciones darwinistas detalladas de la evolución de ningún sistema bioquímico,
sino solo una diversidad de quiméricas especulaciones».[5]
A la vista de estas tendencias en la retórica y en la investigación, en combinación con
la acelerada expansión internacional del DI, su penetración en las revistas con revisión
por pares, y el decaimiento de la credibilidad de la macroevolución dirigida por fuerzas
naturales, la actual decadencia del neodarwinismo seguirá su progresión, y bien
pudiera ser que se acelere a una implosión catastrófica dentro de diez años. Con el
tiempo (para el 2025 como mucho), el envejecido paradigma cederá su predominio al
menos a dos competidores. El primer competidor, o, más probablemente, los primeros
competidores, serán los nuevos (pero mucho menos definidos) paradigmas naturalistas
—quizá alguno de ellos incluya ideas de Stuart Kauffman, pero lo más probable es que
haya alguno que se desarrolle en torno al trabajo de los nuevos académicos de biología
del desarrollo evolutivo (evo/devo) como Muller y Newman y otros contribuidores a
Origination of Organismal Form [Originación de la forma organísmica]. El segundo
tipo de competidor será un paradigma mixto en el que el DI quede plenamente
integrado con la microevolución darwinista. (Algunos en el seno de este paradigma del
DI —como Behe— seguirán trabajando de acuerdo con la hipótesis de la descendencia
común, y otros seguirán realizando investigación para demostrar empíricamente el
argumento contra la descendencia común.) Tanto el nuevo paradigma naturalista como
los paradigmas orientados al DI competirán por la aceptación científica de una forma
viva y sana, y esta dinámica poliparadigmática de investigación puede llegar a durar
varios años.
3. Razones del inevitable declive del darwinismo. Como ya he sugerido más arriba, el
actual paradigma de la biología no sobrevivirá mucho más tiempo. Desde mi punto de
vista, desde luego partidista, simplemente no puede sobrevivir porque está herido de
muerte debido a dos afirmaciones que realiza y que son sumamente inverosímiles.
Primero, atribuye a la selección natural de mutaciones al azar (y a otros mecanismos
carentes de inteligencia) un espectáculo pasmoso de la naturaleza —la escritura
coordinada de 20.000 ficheros digitales en los discos duros del ADN de las especies
superiores. Segundo, presenta la selección como el escultor de nuevos cuerpos y de
otras estructuras orgánicas de las plantas y de los animales. Puede que algunos
biólogos digan que este es solo un problema simple (la producción de nueva
morfología mediante nuevo material genético). Pero recientes críticas de parte de
investigadores de diversos campos demuestran que el problema que se consideraba
único está ahora separado en dos misterios separados. Es preciso explicar este
«problema solitario dividido en dos», comenzando desde el lado del nuevo ADN.
Como hemos visto antes, una mera célula primitiva exigiría más de 300.000 bits de
información codificados en su orden correcto; hemos dicho que esto sería equivalente
a todas las palabras y letras en este libro. Comparemos esta cantidad con un artrópodo
corriente de nuestros días, la mosca del vinagre Drosophila melanogaster, que posee
unos 180 millones de pares de bases en su ADN, que está apretadamente arrollado y
abrigado en su núcleo.[6] Esto es equivalente (en contenido de información) a unos
600 libros con la extensión de este mismo. Si la aparición del contenido de un solo
libro de información (el mínimo para una célula apenas funcional) por procesos no
inteligentes se considera como extremadamente inverosímil (véase capítulos 8 y 9),
entonces, ¡cuánto más será esto así en el caso de enteras bibliotecas de libros como las
que poseen los artrópodos y otros filos que aparecen repentinamente en el Cámbrico!
El origen de densas cantidades de información genética que surgen de mutaciones
servidas por una naturaleza carente de inteligencia parece una tarea mucho más allá de
lo portentoso, a no ser que haya buena evidencia de que siquiera un solo gen haya
sido elaborado nunca por el poder de la selección. Lamentablemente para el
neodarwinismo, hay bien poca prueba experimental de que la naturaleza haya
elaborado ni siquiera un nuevo gen genuino, y mucho menos los miles de genes que
hubieran sido necesarios para hacer surgir los complejos filos que saturan el Cámbrico.
¿Cómo se puede sustentar científicamente esta afirmación mía, aparentemente una
contradicción radical de la ortodoxia actual? ¿Acaso no se enfrenta esto radicalmente a
todo lo que se nos ha dicho en nuestras clases de biología?
Asombrosamente, sobre la base de experimentos actuales con bacterias, parece que la
capacidad de la selección queda limitada cuando se precisa de dos o más mutaciones
para que el organismo obtenga un beneficio. Incluso cuando se da un margen de miles
de generaciones a las bacterias para evolucionar, son incapaces de ello cuando la
evolución precisa de dos pasos. ¿Se necesitan tres mutaciones? Los datos dicen:
imposible. El descubrimiento de que el requisito de dos mutaciones simultáneas es una
barrera a la evolución salió a la luz en el Forum de «Uncommon Dissent [Una
discrepancia singular]» en una fascinante conferencia del biólogo Ralph Seelke, donde
presentó sus propios datos experimentales de experimentos con bacterias que llevan a
esta conclusión.[7] El límite que propone Seelke a las mutaciones en un sistema
singular —«dos como mucho cuando ambas son imprescindibles»— presenta
consecuencias prácticas. Existe una cierta evidencia de que se pueden alterar unas
secuencias determinadas de genes mediante una o unas pocas mutaciones para llegar a
una nueva función de aquel gen (véase la literatura sobre la evolución del enzima
conocido como nylonasa). Pero la codificación de nuevas secuencias de genes vez tras
vez para sustentar un sistema multiproteínico parece quedar mucho más allá del
alcance del azar. Si el surgimiento (para dar un ejemplo) de un sistema de cinco genes,
que codifica para cinco proteínas coordinadas, parece prácticamente imposible si se
restringe a causas no inteligentes, ¿qué sucede con los 20.000 genes coordinados en los
genomas de los mamíferos? Gracias al trabajo teórico de Stephen Meyer, se demuestra
el gran respeto del DI hacia la convención de uniformidad de causa y efecto en la
ciencia (el presente es la clave del pasado), y se señala que solo tenemos la experiencia
del surgimiento de tales cantidades de información coordinada como procedentes de la
inteligencia. La idea alternativa —la explicación del origen de unos genomas
constituidos por 20.000 ficheros mediante azar y necesidad— no descansa en pruebas
convincentes en el mundo real. Descansa primordialmente sobre una confianza general
que deriva de una perspectiva naturalista de la realidad.
Ahora pasemos al segundo aspecto de este «problema solitario dividido en dos».
Incluso si, en contra de lo acabado de expresar, se llegase a explicar el origen de nuevo
ADN, esto no significa sin embargo que se pueda haber explicado adecuadamente la
llegada de nuevas estructuras o de nuevas formas corporales. Esta percepción puede
ser ofensiva para los defensores del paradigma dominante, que supone simplemente
que la selección natural de nuevos genes dio origen a nueva morfología. Sin embargo,
la tendencia creciente es a considerar el surgimiento de nuevo ADN y el surgimiento
de nuevas estructuras corporales como cuestiones distintas. Por ejemplo, los
académicos que contribuyeron a la obra Origination of Organismal Form [Originación
de la forma organísmica], en adelante OOF) disocian claramente el origen de nuevas
secuencias de ADN de la originación de planes corporales. En nuestra nueva era,
crecientemente influida por esta perspectiva del OOF, más y más biólogos de todas las
tendencias están rechazando la pretensión central de que la selección natural actuando
sobre variaciones genéticas al azar tiene la capacidad de generar unas nuevas formas
corporales.
Como resultado de este segundo problema de la morfología (además del «problema
del origen del ADN» mediante la selección natural), el actual paradigma parece
encontrarse con un doble obstáculo. Como lo han expuesto Muller y Newman en OOF,
la selección natural de las mutaciones genéticas puede desde luego conseguir la
variación de una forma existente, y esto se designa comúnmente como microevolución.
Ahí es donde el darwinismo parece funcionar razonablemente bien; la ciencia
darwinista es aquí sólida. Pero el clásico paradigma centrado en el gen, dicen los
editores del OOF, «no posee una teoría de la generación»;[8] es decir, fracasa en su
intento de arrojar luz sobre la macroevolución de nuevas estructuras corporales.
Algunos podrán insistir en la pretensión de que la biología sin macroevolución
darwinista es como una clase de lengua sin verbos o como la física estelar sin
gravedad. A menudo se invocan las palabras de Dobzhansky ya mencionadas en el
capítulo 4: «Nada en la biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución». Sin
embargo, y en relación con pretensiones como la de Dobzhansky, Phillip Skell,
catedrático emérito en la Penn State University y miembro de la Academia Nacional
de Ciencias de los Estados Unidos, desconcertó a muchos con su artículo de opinión en
The Scientist (29 de agosto de 2005). Skell expuso su tesis en dos párrafos clave:
La teoría evolucionista de Darwin ofrece una explicación general de la historia de
la vida, desde los más primitivos organismos microscópicos hace miles de
millones de años hasta todas las plantas y animales que nos rodean en la
actualidad. Sin embargo, gran parte de las pruebas que pudieran haber establecido
la teoría sobre un fundamento empírico inquebrantable permanecen perdidas en el
remoto pasado. Por ejemplo, Darwin abrigaba la esperanza de que descubriríamos
formas de transición precursoras para las formas animales que aparecen
bruscamente en los estratos del Cámbrico. Desde entonces hemos descubierto
muchos fósiles antiguos —incluso seres de cuerpos blandos exquisitamente
conservados—, pero ninguno de ellos son antecesores creíbles de los animales del
Cámbrico.
A pesar de esta y otras dificultades, la forma moderna de la teoría de Darwin ha
sido elevada a su elevada posición actual porque se dice que es la piedra angular
de la moderna biología experimental. Pero, ¿es cierta esta afirmación? Como
escribió en 2000 el director de la revista BioEssays, A. S. Wilkins, «Aunque la
gran mayoría de biólogos probablemente estarán de acuerdo con el lema de
Theodosius Dobzhansky de que «Nada en la biología tiene sentido excepto a la
luz de la evolución», la mayoría puede realizar sus investigaciones con toda
tranquilidad sin ninguna referencia concreta a las ideas evolucionistas». Y añadía:
«La evolución parece ser la idea unificadora indispensable, y ser, a la vez,
sumamente superflua».
Skell ha comunicado los resultados de su encuesta informal realizada sobre setenta
eminentes investigadores que exploran la biología del mundo de lo viviente. En la
misma preguntaba «si hubieran hecho su trabajo de manera diferente si hubiesen
creído que la teoría de Darwin estaba equivocada. La respuesta fue siempre la misma:
No». Y luego añade: «Lo que se desprende claramente de mis conversaciones con
investigadores punteros es que la moderna biología experimental consigue su eficacia
de la disponibilidad de nuevos instrumentos y metodologías, no de una inmersión en la
biología histórica». (Para una información adicional acerca de la controversia suscitada
por Skell y su interacción con cartas críticas al director, véase el apartado en esta
misma página.)
Philip Skell y la revista The Scientist
Diversos científicos enviaron cartas, manifestando que Skell había ignorado aspectos de la utilidad de
la teoría evolucionista. Se permitió que Philip Skell respondiera a sus críticos:

Mi ensayo relativo al darwinismo y a la moderna biología experimental ha dado origen a una viva
discusión, pero las respuestas siguen sin proporcionar pruebas de que la teoría evolucionista sea la piedra
angular de la biología experimental. La fisiología comparada y la genómica comparada han sido desde
luego campos productivos, pero la biología comparada comenzó antes de Darwin y no debe nada a su
teoría. Antes de la publicación de El origen de las especies, la biología comparada se concentraba en la
morfología porque la fisiología y la bioquímica se encontraban entonces en su infancia, y la genómica
estaba en el futuro; pero la extensión de un planteamiento comparativo a estas subdisciplinas dependió
del desarrollo de nuevas metodologías e instrumentos, no de una teoría evolucionista ni de una inmersión
en la biología histórica.
Una de las cartas menciona la evolución molecular dirigida como una técnica para descubrir
anticuerpos, enzimas y fármacos. Al igual que la biología comparada, esto ha sido ciertamente
productivo, pero no es una aplicación de la evolución darwinista —es el moderno equivalente molecular
de la crianza clásica. Mucho antes de Darwin, los criadores usaban la selección artificial para producir
líneas mejoradas de cosechas y razas de ganado. Darwin extrapoló esto en su intento de explicar el origen
de nuevas especies, pero no inventó el proceso mismo de selección artificial.
Es de destacar que ninguno de mis críticos ha detallado ningún ejemplo donde la Gran Teoría
Paradigmática de Darwin haya guiado a los investigadores a sus metas. De hecho, la mayoría de las
innovaciones no son conducidas por grandes paradigmas, sino por hipótesis mucho más modestas,
susceptibles de prueba. Reconociendo esto, ni las escuelas de medicina ni las firmas farmacéuticas
mantienen divisiones de ciencia evolutiva. Los fabulosos progresos en biología experimental a lo largo
del siglo pasado han dependido fundamentalmente de la introducción de nuevas metodologías e
instrumentación, no de una inmersión intensiva en biología histórica ni en la teoría de Darwin, que
intentó encontrar el hilo histórico de un exiguo registro.
La evolución no es una característica observable de los organismos vivos. Lo que estudian los
modernos biólogos experimentales son los mecanismos mediante los que los organismos vivos mantienen
su estabilidad, sin evolucionar. Los organismos oscilan alrededor de un estado medio; si se desvían
significativamente de dicho estado, mueren. Se ha investigado acerca de estos mecanismos de estabilidad,
no una investigación guiada por la teoría de Darwin, y ello ha producido los principales frutos de la
biología y medicina modernas. De modo que vuelvo a preguntar: ¿Por qué invocamos a Darwin?[9]

Esto concluye mis tres tesis. Mi creciente confianza en las tesis se arraiga no solo en
la evidencia que he delineado aquí, ni siquiera en los dos años de investigación acerca
de los ataques y contraataques a lo largo de las líneas del frente de este debate. Lo que
ha remachado mi confianza es un rico caleidoscopio de experiencias que viví durante
diversos acontecimientos que tuvieron lugar en los meses justo anteriores a la
publicación de este libro. Uno de estos acontecimientos fue el primer congreso
europeo acerca del DI el 22 y 23 de octubre de 2005, que se celebró en Praga, en la
República Checa, y el otro acontecimiento fue un «debate» televisado acerca del DI.
Cada uno de estos acontecimientos me convenció, por diferentes razones, de que el DI
está mucho más cercano a su objetivo retórico de lo que yo era consciente, y de que la
defensa racional del darwinismo se había debilitado mucho más allá de lo que yo
pensaba. Recobremos estos momentos.

Epifanías que indican el tambaleo del paradigma


No hace mucho tiempo me encontré en una discusión televisada acerca del DI con el
presidente de una facultad al que llamaré «doctor Smith». Había leído el durísimo
ataque público del doctor Smith contra el DI, que había sido publicado pocas semanas
antes de la emisión del programa. Haciéndose eco de lo que había escrito, Smith dijo
que su facultad consideraría enseñar acerca del DI en clases de filosofía o de religión,
pero nunca en clases de ciencia, porque «el DI es fe, no ciencia».
Pasando a la ofensiva, expliqué la evidencia en pro del designio procedente de la
pasmosa complejidad del motor flagelar y de otros sistemas complejos, y expuse otra
diversidad de argumentos científicos para derrotar la tesis del doctor Smith de que el
DI es «fe, no ciencia». La epifanía, sin embargo, tuvo lugar no en antena, sino fuera de
antena —entre dos segmentos. Me incliné hacia el presidente de la facultad y le
expresé mi interés por saber la investigación que había hecho acerca del DI, antes de
escribir su ataque contra el DI. (Su artículo, aunque lleno de pasión y con una retórica
habilidosa, reflejaba un penoso desconocimiento de los hechos más fundamentales del
debate acerca del DI). «¿Cuántos libros ha leído usted de nuestro lado —del campo del
DI?», le pregunté, añadiendo: «Supongo que habrá usted leído La caja negra de
Darwin, nuestro libro más importante?»
Su respuesta fue breve y veraz: «En realidad no he leído ningún libro acerca del
tema. He leído unos pocos ensayos». En cierto modo, su respuesta no me sorprendió,
pero no dejó de impactarme. «¡Qué poco académico —pensé para mis adentros—, que
el presidente de una facultad escriba un ataque vehemente y global contra el DI sin
haber estudiado el tema de forma seria!» Desde entonces, he preguntado a periodistas,
científicos y a audiencias enteras esta misma pregunta: ¿Están haciendo sus deberes
los adversarios del DI? ¿Quién se está preocupando de leer las obras principales de
ambos lados? ¿Es que hemos entrado en una era de un desbocado antiintelectualismo
en las universidades y en los medios de comunicación?
La expansión internacional del DI: El 22 de octubre de 2005 más de setecientos
congresistas de dieciocho países se concentraron en la gloriosa ciudad de Praga, en la
República Checa, para asistir al primer gran congreso sobre Diseño Inteligente jamás
celebrado en Europa. Dos momentos «¡ajá!» quedaron grabados como con fuego en mi
mente aquel sábado. Uno fue cuando Stephen Meyer dio una conferencia sobre la
repentina irrupción de ADN que acompañó a la explosión de los fósiles del Cámbrico
con una aparición de tantos filos complejos sobre la Tierra. En paralelo con la
información en su notorio artículo con revisión por pares que había sido publicado, fue
probablemente la conferencia sobre el DI más interesante que jamás he oído. Las
principales explicaciones naturalistas para esta repentina irrupción de ADN fueron
expuestas una por una y quedó claro que fracasaban en su intento de dar cuenta de los
nuevos genes necesarios para la morfología del Cámbrico. Se trataba de una poderosa
línea argumental, de hecho abrumadoramente convincente. Sentado en la parte
delantera, pude echar una discreta mirada hacia el repleto auditorio, y contemplar el
mar de setecientos rostros ponderando intensamente el argumento de Meyer en pro del
designio. Podía imaginarme, como ondas concéntricas extendiéndose desde una piedra
lanzada en un estanque, como esta conferencia se extendería por los países de Europa,
iniciando una conversación europea acerca del misterio del ADN del Cámbrico.
Otro momento “¡ajá!” llegó más adelante aquel día durante una serie de charlas
finales de oradores europeos. Una presentación fascinante fue una respuesta que dio
Cees (pronunciado «keis») Dekker, biofísico holandés y pionero en el campo de la
nanotecnología, un brillante joven científico de la Universidad de Delft. La
investigación de Dekker ha aparecido varias veces en la cubierta de la revista científica
líder Nature. Aunque no está personalmente realizando investigaciones de laboratorio
sobre el DI, explicó por qué su actividad estaba en estrecha correspondencia con la de
los teóricos del designio y por qué, en su opinión, los argumentos y las pruebas de la
teoría del Diseño Inteligente tenían un peso significativo y ofrecían una gran promesa.
Expuso por qué estas investigaciones eran especialmente necesarias a la luz de las
graves dificultades que habían salido a luz en los años desde que Michael Denton
preguntó hasta cuándo podría mantenerse en pie el paradigma darwinista. Dekker, en
una sesión de panelistas el domingo, añadió que los principales puntos de Denton en
Evolution: A Theory in Crisis, nunca han recibido una respuesta adecuada de parte de
los darwinistas. Apremió a la audiencia a leer a Denton como una de las obras más
prioritarias para cualquiera que explore el DI.

Repreguntas
Ahora que he compartido experiencias que refuerzan la confianza en mis tesis, es el
momento de someterlas a una sesión final de repreguntas.
1. ¿No es el Diseño Inteligente una línea inverosímil de pensamiento e innecesaria
desde un punto de vista religioso a la luz del hecho claro de que muchos cristianos que
son científicos, filósofos e incluso teólogos han hablado de manera convincente en
favor de la evolución darwinista como algo que está bien respaldado por las pruebas,
y como «el humilde método divino» de creación? Los que hacen esta clase de pregunta
citan con frecuencia a John Haught, el teólogo católico en la Universidad de
Georgetown que ha escrito acerca de la manifestación de humildad y de amor de parte
de Dios al obrar a lo largo de vastas eras de tiempo para crear las formas de vida.
Haught sostiene que el Dios que conocemos en la Biblia tiene un carácter por el que no
se impondría sobre la naturaleza para obligar a la materia molecular a hacer algo que
normalmente no haría por sí misma. Otros citan a Francis Collins, el evangélico
genetista y director del Proyecto del Genoma Humano, que ha dado su respaldo a la
macroevolución como buena ciencia.
Aun otros han citado, como líder de los «Evangélicos contra el DI», al físico
(emérito) de Calvin College Howard Van Till, que sostiene que Dios ha dotado
ricamente a la creación con las leyes y sustancias para producir la diversidad de vida.
(Esto último llegó a conocerse como el «Principio Robusto de Economía Formativa»,
o PREF – RFEP en sus siglas inglesas). Desde principios de la década de 1990, Van
Till se ha manifestado como sumamente crítico de Phillip Johnson y del DI. Dice que
el DI empaña la gloria de Dios en la creación al decir que él priva a la creación de
ciertos dones, y que por ello debe intervenir repetidas veces, insertando información y
manipulando los sistemas materiales para crear nueva complejidad. Incluso se presenta
como parte de este grupo a John Polkinghorne, el célebre físico teórico convertido en
clérigo en la Universidad de Oxford, el cual se manifiesta plenamente satisfecho con el
universo finamente ajustado como evidencia de la mano creadora de Dios pero que
rechaza firmemente dar su respaldo al concepto del DI en el que Dios interviene desde
la creación del universo. Se sabe de diversas instituciones superiores de enseñanza
protestantes que tienen profesores de biología rotundamente opuestos al DI como
prometedor marco teórico. ¿Son estos ejemplos, y muchos otros que se podrían añadir,
una evidencia eficaz contra el DI?
Me parece que la primera observación que se debe hacer aquí (y es una observación
que hacen muchos teóricos del DI) es que todos estos argumentos son de naturaleza
esencialmente teológica, o, en algunos casos, simplemente reiteran las defensas
científicas estándar del darwinismo sin abordar con rigor los argumentos basados en la
complejidad genética o los sistemas de complejidad irreducible. Es evidente que desde
una perspectiva teológica no hay nada (aparte de una insistencia en una lectura literal
del tiempo en Génesis y otros pasajes bíblicos) que impida al Creador emplear causas
secundarias. De hecho, cuando David dice en el Salmo 139:14-15: «Asombrosa y
maravillosamente he sido formado» y que en su desarrollo «fui ... entretejido
maestramente» como un fino tapiz, es evidente que el cuerpo de David estaba siendo
producido por medio de la replicación normal del ADN y todos los demás procesos
bioquímicamente comprensibles de crecimiento biológico desde el zigoto hasta el
adulto.
Las ideas publicadas de Van Till (que recientemente ha anunciado su entrada en la
teología del proceso) y de Haught y Polkinghorne se expresan desde una presuposición
cristiana de que Dios es en último término responsable del universo, de la vida y de la
humanidad. Constituyen una fascinante lectura y funcionan como conceptos
hipotéticos de cómo y por qué en teoría Dios hubiera operado mediante causas
secundarias (como en el Salmo 139) para llevar a cabo sus propósitos creadores. Sin
embargo, la cuestión no es: «¿Se puede armonizar este marco darwinista con un marco
cristiano (general)?» Es evidente que puede hacerse y se ha hecho, como se hace
aparente de diversas publicaciones teológicas protestantes y muchas encíclicas papales
y otras declaraciones del Vaticano. La cuestión, desde una perspectiva cristiana, es más
bien: «Dado el propósito de parte de Dios de crear, ¿por qué debería yo percibir de la
evidencia disponible que Dios empleó realmente el azar y la necesidad (la descripción
científica de «la dotación creacional» o del PREF de la creación) para producir
sistemas de elevada complejidad y los 20.000 genes incorporados en los genomas de
los animales superiores?» En otras palabras, es en la evidencia científica, y no en el
ámbito de las posibilidades teológicas, donde los cristianos deberían poner a prueba la
validez de los argumentos científicos.
2. ¿No ha caído por tierra el argumento de Behe, especialmente desde la resolución
judicial de Dover?—¿Y no ha demostrado aquella resolución, de una vez por todas,
que el DI es «religión, no ciencia»? Esto refleja el espíritu de la triunfal retórica de
Kenneth Miller por la que pretende haber vencido al principal científico del DI con su
libro Finding Darwin’s God [En busca del Dios de Darwin], cuyos argumentos son
trasladados con ligeros cambios y adiciones a su testimonio en el juicio de Dover en
septiembre y octubre de 2005. Las cuestiones que se suscitan de la resolución de
Dover podrían llenar otro capítulo entero, pero remito al lector a la consideración
detallada de la resolución del juez John E. Jones en el nuevo libro Traipsing into
Evolution [Trajinando con la evolución] y a las diversas críticas e interacciones que
aparecen en el sitio web de Discovery.org. Una cosa que no ha escapado a la atención
de los observadores imparciales es que el juicio adoptó —en su integridad— cada uno
de los argumentos científicos propuestos por los testigos de la Unión Americana de
Libertades Civiles y del Centro Nacional para la Educación Científica (como Pennock,
Miller, Forrest, Gross y otros), a la vez que rechazó con actitud impaciente las
impugnaciones de estos argumentos científicos presentadas por Michael Behe o Scott
Minnich, y pasó por alto incluso el testimonio de un testigo no teísta como Steve
Fuller, que testificó que el DI es «ciencia, no religión».
En el Apéndice A de Traipsing into Evolution [Trajinando con la evolución]
(publicado en marzo de 2006 por el Instituto Discovery) aparece una detallada réplica
de Michael Behe al dictamen del tribunal. Apremio al lector a que se tome tiempo para
leer este escrito, «De si el Diseño Inteligente es ciencia», la réplica punto por punto de
Behe a las alegaciones por parte del Juez Jones en contra de la condición científica del
DI. La réplica de Behe aborda veinte diferentes puntos en solo una sección (la sección
científica), y emprende refutar la posición del tribunal en cada uno de estos veinte
puntos. Lo mismo que las otras críticas publicadas por el Instituto Discovery, expone
el efecto desorbitado de la resolución de Dover —un intento anunciado de prevenir
adicionales acciones legales en otros lugares de los Estados Unidos de América, pero,
en realidad, Behe va más allá de esto, y demuestra los errores en los supuestos de
hecho incorporados en la resolución del tribunal. Por ejemplo, el tribunal sentencia que
el DI «infringe las reglas fundamentales de la ciencia de siglos de antigüedad
invocando y permitiendo las causas sobrenaturales». Behe replica: «No hace tal cosa.
El dictamen del tribunal ignora, tanto aquí como en otros pasajes, la distinción entre
las consecuencias de una teoría y la teoría misma. Como testifiqué en su momento,
cuando se propuso la teoría del Big Bang por primera vez, esto dio a muchos
científicos la impresión de que apuntaba a una causa sobrenatural. Sin embargo se trata
evidentemente de una teoría científica, porque se basa enteramente en datos físicos y
en inferencias lógicas. Lo mismo sucede con el diseño inteligente».
Behe resume los pasos en falso del tribunal en su conclusión de su réplica de catorce
páginas al tribunal:
El razonamiento del tribunal en la sección E-4 está fundamentado en: una
perspectiva estrecha de la ciencia; la conflación del diseño inteligente con el
creacionismo; una incapacidad para distinguir entre las consecuencias de una
teoría y la teoría misma; una incapacidad para diferenciar entre evolución y
darwinismo; y un argumento de tipo diversivo contra el DI. El tribunal ha
aceptado las excusas más tendenciosas y trasnochadas del darwinismo con todo
favor y ha descartado con gesto impaciente argumentos para el designio con
fundamentación de hecho. ...
Todo esto es de lamentar, pero en último término no afecta a las realidades de la
biología, que no son vulnerables ante estos errores. Al día siguiente del dictamen
del juez, el 21 de diciembre de 2005, como antes, la célula sigue en operación
gracias a unas maquinarias pasmosamente complejas y funcionales que en
cualquier otro contexto se reconocerían en el acto como fruto de un plan
deliberado. El 21 de diciembre de 2005, como antes, no existen explicaciones
para la maquinaria molecular de la vida en ausencia de designio, solo
especulaciones imaginativas y cuentos fantasiosos.[10]
En otras palabras, la resolución del tribunal no puede transformar las anomalías
científicas del actual paradigma en puntos fuertes del darwinismo —las anomalías
siguen siendo anomalías.
La vindicación final de los argumentos científicos se consolidará (es mi predicción)
en las próximas décadas. Mientras, para poder percibir por qué la confianza del propio
Behe en su teoría se ha ido fortaleciendo durante sus primeros diez años, se debería
ponderar cuidadosamente su nuevo Epílogo, «Diez años después», en la edición del
décimo aniversario de La caja negra de Darwin (2006). Este capítulo debería ser de
lectura obligatoria para cada ciudadano instruido del planeta Tierra.
3. ¿No es acaso cierto que el DI trata en último término de cuestiones morales —de
Dios y de las cuestiones sociales en el enfrentamiento entre «estados conservadores y
estados liberales»— y no en absoluto acerca de cuestiones científicas? Suscito esta
cuestión porque se plantea una y otra vez, no solo en los medios de comunicación, sino
que me la hacen cuando hablo ante el público universitario. Esta fue una pregunta que
me hizo un profesor durante el tiempo de coloquio después de mi conferencia en la
primavera de 2005 en la Universidad de Syracuse, «¿Hay Evidencia de Designio?»
Observé al profesor que ningún líder del DI fue influido por su perspectiva religiosa o
experiencia de conversión para abrazar el DI. Más bien, en caso tras caso, los hechos
muestran de forma abrumadora que fue cuando encontraron poderosas críticas
empíricas del darwinismo que comenzaron a cambiar de forma de pensar.
Esta es esencialmente la misma pregunta que hizo Michael Ruse durante nuestro
debate en 2006 ante un auditorio abarrotado en el Valencia Community College en
Orlando. Me sentí atónito que Ruse hiciera esta pregunta sobre «motivación religiosa»,
porque vino después de un preámbulo de veinticinco minutos en el que él no había
presentado prácticamente ninguna prueba científica que respaldase el paradigma
darwinista. (Había dedicado doce minutos a narrar la vida de Darwin y a mostrar
diapositivas donde se exponía la microevolución de pinzones y tortugas en las Islas
Galápagos. Presentó brevemente el Archaeopteryx como forma de transición entre
reptiles y aves, y luego pasó los restantes doce minutos hablando acerca de religión
bíblica y mencionando declaraciones absurdas de Pat Robertson acerca de la
resolución de Dover.) Cuando Ruse me preguntó: «¿Todo esto tiene relación con la
cuestión del matrimonio homosexual, no?», le di y di al público básicamente la misma
respuesta que había dado en Syracuse: la evidencia histórica documenta una y otra vez
que los teóricos del DI adoptan sus puntos de vista por los datos, no por un dogma.
Está claro que en este magno debate están en juego cuestiones religiosas, pero esto es
tan cierto del lado de Darwin como del lado del DI. Muchos académicos activos en la
comunidad del DI han señalado un factor clave: puede que el darwinismo no conlleve
el ateísmo, pero parece cierto que, hasta cierto punto, el ateísmo conlleva el
darwinismo. De modo que, para el ateo, el cuestionamiento del darwinismo sobre una
base científica conlleva un inmenso impacto en las creencias y presuposiciones
incorporadas en su propia visión del mundo. Esta es una dinámica realidad del debate
entre el DI y el darwinismo que con frecuencia se pasa por alto. Es evidente también
que los teóricos del DI tienen que trabajar más en explicar la interfaz entre la pregunta
de «¿Existe un verdadero designio en la naturaleza?» y la pregunta que lógicamente
sigue: «¿Quién o qué es el diseñador?» Yo tengo un gran interés en explorar la
dinámica lógica y la naturaleza interdisciplinaria de esta vital pregunta.
Evidentemente, los que están interesados en el DI tienen un profundo interés en
conocer la respuesta a esta pregunta: ¿Hay algunos métodos basados en principios
rigurosos para pasar de la desnuda inferencia del designio a sondear la naturaleza e
identidad del agente del designio que hagan honor a la evidencia empírica, a la lógica y
que respeten el discurso racional y plural? Creo que los hay, y queda mucho trabajo
por realizar en esta área.
4. ¿No es el DI una traición a todo lo que hemos ganado con la revolución
darwinista, que ha liberado a la ciencia de las cadenas de la ideología sectaria?
Darwin fue la figura clave en la historia universal que consolidó la transición a una
concepción plenamente naturalista de la ciencia. Ahora el DI está cuestionando este
supuesto fundamental de la ciencia y así se manifiesta como profundamente no
darwinista o antidarwinista desde una perspectiva filosófica. Pero hay otro sentido en
el que el DI está manteniendo el legado positivo de Darwin—el legado de la ciencia
como argumento en oposición a la ciencia como verdades aprendidas de memoria o
como dogma o por una exposición a evidencias seleccionadas. Esta última frase, con
sus tres elementos, constituye para mí y para los teóricos del DI el epítome del
autodestructivo programa educativo de la enseñanza darwinista en la actualidad. Estoy
convencido de que Darwin se sentiría horrorizado y profundamente desalentado por la
subversión de su legado intelectual. A fin de cuentas, él abrió una nueva fase de
argumentación valiente y de base empírica en la ciencia. A este respecto, para gran
sorpresa (o conmoción) de nuestra parte, el espíritu de Darwin de defender una idea
científica mediante la presentación de un largo argumento, que queda encarnado en la
retórica del Diseño Inteligente —está ahora volviéndose contra sus propios herederos,
los actuales darwinistas del siglo veintiuno. El decía, en el comienzo de su obra El
origen de las especies, «... [M]e doy cuenta perfectamente de que en este volumen
apenas se discute un solo punto sobre el cual no puedan aducirse hechos que a menudo
parezcan conducir a conclusiones diametralmente opuestas a aquellas a las cuales yo
he llegado. Un resultado imparcial sólo puede obtenerse declarando cabalmente y
sopesando los hechos y los argumentos en los dos lados de la cuestión; y esto es
imposible hacerlo aquí».[11]
Si el DI ha servido tan solo una función intelectual, educativa o científica en nuestro
tiempo, ha sido el de despertar a la elite científica —y a la industria de la educación
científica en general— al hecho del decaimiento y del inminente derrumbe de la
credibilidad pública de la macroevolución impulsada por medios naturales. ¿Se debe
esta creciente duda acaso a la ignorancia, o a dogmas religiosos, o a inquietudes
morales, o a tenebrosos motivos teocráticos? Estas acusaciones las repiten casi a diario
aquellos que anhelan desesperadamente detener el auge del Diseño Inteligente. Pero,
¿sustenta la evidencia histórica esta tergiversación de la motivación del DI?
Evidentemente, abrumadoramente, no es así. Hasta allí donde los líderes gestores de la
ciencia darwinista se dedican a difundir (o tolerar) estas tergiversaciones, están
sencillamente acelerando el hundimiento de su propio paradigma. Hay consecuencias
para un falseamiento tan flagrante de la verdad y de la realidad empírica. Lo que
propone el DI —tanto en el ámbito intelectual de las universidades públicas como en
las escuelas públicas— es que se permita el aireamiento de los problemas empíricos
del darwinismo. Con ello están llevando a cabo el programa al que alienta el mismo
Darwin en la cita que se acaba de extractar de su Origen de las especies. Además, con
la forja de un nuevo paradigma que pueda poner a prueba los fenómenos atribuibles a
la interacción de ley y azar y que pueda poner a prueba aquellos que solo se puedan
atribuir al designio, están realizando la misma clase de audaz proyecto que el mismo
Darwin inició.
Pero, cosa todavía más importante, Darwin contemplaba la ciencia como un
argumento dialéctico humano, y expuso en su libro un largo argumento en favor de su
teoría. Hizo frente a los problemas y a las objeciones presentadas a su teoría de una
forma franca, valiente y directa, con algunos destellos asombrosamente creativos de
genialidad retórica. Esto lo aprendí de mi mentor en retórica de la ciencia, John Angus
Campbell, que no solo es un retórico de la ciencia de nombradía mundial, sino también
un experto igualmente célebre sobre Darwin. Campbell, que es conocido por fomentar
el diálogo y la interacción constructiva entre los ámbitos del darwinismo y del DI, nos
ha enseñado que el mismo Darwin, en su profundo e inquebrantable compromiso con
la correcta retórica científica, se sentiría complacido en ver que el DI entablaba un
debate con su punto de vista. Él daría prioridad a un diálogo enérgico y honorable,
como lo han estado haciendo siempre algunos darwinistas líderes, Michael Ruse
incluido.
¿Cambiaría Darwin de manera de pensar a la luz de los últimos treinta años de crítica
empírica desde que Denton, Johnson y otros lanzaron el DI, y luego Behe, Wells,
Meyer y Dembski lo llevaron al siguiente nivel? Me parece que Darwin se lo
repensaría mucho en este punto de la historia, a la luz de la complejidad de las
nanomaravillas descubiertas dentro de las células vivas, junto con sus enormes
bibliotecas de ficheros digitalizados. Me parece que se sentiría fascinado por los
recientes descubrimientos del microbiólogo Ralph Seelke, con su descubrimiento de
«no más que dos» como límite de mutaciones en la naturaleza. Creo que asistiría a
cada seminario de OOF al que pudiera ir. Pero lo importante no es a qué conclusión
llegaría Darwin, sino lo que diría a los darwinistas actuales que tergiversan
maliciosamente el DI, que inventan extravagantes y espantosas pesadillas acerca de
científicos abriendo el camino a una teocracia, y que anuncian que el DI amenaza con
«arruinar» el futuro de la ciencia. Creo que Darwin tomaría aparte a sus defensores de
estos tiempos y les reprendería seriamente. Los amonestaría para que dejasen de
distorsionar, para que acabasen su política de cero concesiones, y para que dejasen de
censurar a los profesores que exponen problemas acerca de sus iconos apoyados en
literatura con revisión por pares.
En Dudas sobre Darwin, observé que el protagonista fundamental, en realidad el
decisivo, en el drama de Darwin contra el designio, es la naturaleza misma. Es terca, es
recalcitrante; no puede dejar de ser lo que es. Y ahora nos está hablando claramente
con asombrosos mensajes de maravillas inesperadas en la raíz misma de la vida
biológica. Si hay una lección que Darwin, el meticuloso empirista, nos dejaría en el
punto culminante de nuestro actual drama, es el de tener cuidado en no amortiguar ni
mitificar la naturaleza, ni cambiar su descripción a «algo diferente de lo que realmente
es». Si ignoramos esta lección, arrostraremos un peligro intolerable. En la advertencia
de Darwin acerca de la naturaleza encontramos la acción última del contraataque de
Darwin —donde su ataque se dirige a cualquier dogma que se pueda pronunciar o
pontificar sobre la realidad de la naturaleza antes que suba al estrado de los testigos. La
naturaleza está hablando ahora, su testimonio es insólito e inesperado, y es necesario
que le prestemos atención.
Apéndice

Lo que sigue son unos extractos de la sección introductoria de la reseña bibliográfica


escrita por Del Ratzsch. La reseña completa, de casi ocho mil palabras en el original
inglés, está disponible en www.arsdisputandi.org/publish/articles/000191/article.pdf.

Cómo no criticar la teoría del Diseño Inteligente


Una reseña del libro de Niall Shanks God, the Devil, and Darwin [Dios, el Diablo, y
Darwin], por Del Ratzsch

1 Introducción
[1] ... [A]unque he sostenido en algún otro lugar que algunos de los argumentos que
dan algunos de los proponentes del DI son correctos, me he manifestado de forma
crítica acerca de otros aspectos de los puntos de vista del DI. ... Al tener este interés,
daría la bienvenida a una evaluación y crítica global y competente del DI. La
estructura, el catálogo de temas abordados, y el sello editorial de la Oxford University
Press sugieren inicialmente que el libro de Niall Shanks God, the Devil, and Darwin,
puede ser exactamente este libro. ...
[4] El libro tiene sus aspectos positivos. Diversas partes del tratamiento de la teoría
evolucionista y de la termodinámica son secciones agradables y de amplio calado que
pueden resultar útiles para algunos. ...
[5] Sin embargo, y desafortunadamente, este libro presenta graves fallos en cuestiones
vitales. Shanks tiene un programa ideológico sustancial (cosa nada sorprendente, dado
que el «Prólogo» está escrito por Richard Dawkins, cuyo emocionalismo antirreligioso
se vuelve aún más estridente). En su ferviente anhelo de denigrar todo aquello que esté
asociado con el DI, Shanks hincha la retórica, tergiversa la historia, enturbia
importantes distinciones y retuerce gravemente los puntos de vista de diversos
proponentes del DI. Y a lo largo del camino va gritando repetidas veces que el cielo se
cae. (Por ejemplo, aunque diversos críticos argumentan que el DI es una amenaza para
la ciencia, para la educación, para los valores de la Ilustración, etc., si no fuese por
Shanks no es probable que muchos de nosotros pudiésemos llegar a saber que el
pretendido progenitor del DI —el creacionismo— es una amenaza incluso para la
OTAN (“Introducción”), o que el DI es en parte realmente una tapadera para impulsar
la oposición extremista al suicidio asistido [p. 230].) ...
[6] Globalmente, este libro servirá más como estorbo que como contribución a una
discusión/evaluación/crítica certeras del Diseño Inteligente. Consiguientemente, me
concentraré en lo que considero que son algunos de los principales problemas del libro.
Si el DI y el movimiento del DI tienen graves defectos (y aquí no voy a negar esto),
entonces deberían desde luego exponerse de forma rigurosa y enérgica. Pero una
exposición verdadera —o cualquier clase de discusión productiva— no será
normalmente la consecuencia inmediata de la clase de inexactitudes, declaraciones
sesgadas y calumnias que desafortunadamente saturan este libro.

2 Una historia del DI: distorsionando el pasado


[7] Los críticos hostiles al Diseño Inteligente ennegrecen de manera rutinaria el DI
con el pincel del creacionismo (el término favorito actual de los críticos del DI es
«Creacionismo de Diseño Inteligente»), y aunque es de origen polémico y en cierto
sentido engañoso, el uso de este término es comprensible, debido a que un número
significativo de creacionistas legos se han apropiado con entusiasmo del DI para sus
propios esfuerzos. Sin embargo, el término es engañoso porque las figuras clave en el
nacimiento y temprano desarrollo del actual movimiento del DI no habían tenido
ninguna conexión previa ni con el creacionismo ni con los creacionistas. Entre estas
figuras clave sin tales vínculos están personas como Phillip Johnson y el bioquímico
Michael Behe. ... Por otra parte, diversas figuras dominantes en el campo creacionista
han criticado acerbamente el DI. Entre ellos figura Henry Morris. ...
[8] Sin embargo, Shanks asevera simplemente —sin proporcionar ninguna prueba
material— que el DI fue «engendrado» por el movimiento creacionista [p. 6], el cual
«dio origen a la moderna teoría del diseño inteligente». [p. 7] Además pretende que
«[la m]oderna ciencia biológica creacionista ... proced[ió] con pocos cambios de las
posturas articuladas por Paley» [p. 35], y se refiere a «los teólogos naturales antiguos
de los que ellos [los modernos creacionistas] descienden» [pp. 48-49]. En este último
contexto, vale la pena observar que (a no ser que me haya perdido algo) en su historia
definitiva del movimiento creacionista (The Creationists, University of California,
1993), Ronald Numbers ni siquiera menciona a William Paley, ni los Tratados de
Bridgewater, ni el movimiento de la teología natural, ni otras cosas que, si Shanks
estuviese en lo cierto, formarían las raíces mismas del creacionismo. Numbers remonta
el origen del creacionismo coetáneo a la obra de George McCready Price, y en el
capítulo dedicado a Price todo el concepto de designio se menciona solo una vez de
pasada, y el argumento del designio no se menciona en absoluto. ... Thomas
Woodward ... argumenta que el libro de 1986 Evolution: A Theory in Crisis, del
bioquímico australiano Michael Denton, fue el desencadenante inicial tanto para
Johnson como para Behe, y dice que «fue Denton, más que ninguna otra persona,
quien propició el nacimiento de [la tesis de]l Designio» (Dudas sobre Darwin ... p.
32). Denton, que se ha identificado generalmente como agnóstico durante toda su vida
adulta, no es un creacionista bajo ninguna definición.

3 Ataques ad hóminem, distorsión y tergiversación


[10] La intensidad y la clase de retórica ad hóminem e insultante en este volumen son
realmente extraordinarias para un libro procedente de la editorial Oxford University
Press. Nos enteramos de que los proponentes del DI quieren arruinar la ciencia, cerrar
mentes, que se dedican a engañar, que mienten, que están realmente dedicados a la
tarea de conseguir poder político con propósitos represivos y extremistas, etc. A
menudo desciende a un terreno específicamente personal. Por ejemplo, Shanks dice
que Phillip Johnson le hace pensar en aquellos que «merodean por los alrededores de
las escuelas pasando drogas blandas para que sus víctimas busquen luego las drogas
más duras» [p. 12].
[11] Los intentos de denigrar descienden a menudo a la tergiversación. Doy a
continuación varios ejemplos. (Debo recurrir a la indulgencia del lector por
extenderme —creo que el problema expuesto es lo suficiente grave y está lo
suficientemente extendido como para justificar una multiplicidad de ejemplos
detallados. ...)
[12] A. William Dembski. (Ejemplo 1) Shanks dice sarcásticamente que Dembski (en la
p. 169 de su obra No Free Lunch [No hay nada gratis], Rowman and Littlefield, 2002)
«pretende con modestia haber descubierto una cuarta ley de la termodinámica». La
cuarta ley propuesta por Dembski es «algo que él designa como la Ley de la
Conservación de la Información» [p. 123]. Pero 40 páginas antes del pasaje citado en
No Free Lunch, Dembski dice: «Este es un ejemplo de lo que Peter Medawar designa
[en un libro publicado en 1984] la Ley de la Conservación de la Información». [No
Free Lunch, p. 129]
[13] Diez páginas antes del pasaje que cita Shanks, Dembski dice: «... así, la Ley de
Medawar de la Conservación de la Información se puede formular como sigue ...» [No
Free Lunch, p. 159]
[14] Tal como lo observa Dembski, ya había discusión acerca de una posible «Cuarta
Ley» en época tan temprana como la década de 1970 [No Free Lunch, p. 167].
Dembski se limitaba a sugerir que el principio de Medawar —y que él atribuye
repetidas veces de forma explícita a Medawar— es la ley que otros habían estado
buscando antes. Esto difícilmente concuerda con la calumniosa (y repetida) acusación
de Shanks.
[15] (Hay otra rareza en el tratamiento que dispensa Shanks a la obra de Dembski que
vale la pena observar. A pesar de que se supone que está presentando un estudio
erudito acerca del DI, Shanks ni tan solo menciona el primer libro académico de
Dembski dentro del ámbito del DI acerca de la información compleja especificada
(The Design Inference [La inferencia del designio], Cambridge University Press),
publicada seis años antes del libro de Shanks. Es digno de mención que un libro
subtitulado «Una crítica de la teoría del Diseño Inteligente» pase totalmente por alto el
manifiesto teórico del movimiento del designio. Bien al contrario, mucho de lo que se
cita en las consideraciones de Shanks sobre Dembski procede de divulgaciones
populares (p. ej., un artículo con el subtítulo «Iniciación a la Detección del Diseño
Inteligente» en una colección de una conocida editorial cristiana, y otro libro publicado
por otra editorial cristiana). Lo acabado de decir, al igual que la «historia» anterior, es
uno de muchos ejemplos que hacen evidente que Shanks no ha hecho sus deberes.)
Nota: Esta reseña prosigue en la misma vena de dura crítica a lo largo de otros setenta párrafos numerados.
Notas

Prefacio
[1] El artículo de portada, «Evolution Wars [Las guerras de la evolución]», se publicó en el número del 15 de agosto de 2005 de la
revista Time. Estuve conversando con un periodista de Time que participaba en la redacción de este reportaje, un joven graduado de
Princeton que se llamaba Timothy Chu. Estaba cubriendo para la revista Time el congreso del DI en Greenville, Carolina del Sur,
que yo estaba presidiendo el 5-6 de agosto de 2005.
[2] La cita de Paul Gross está tomada de los comentarios transcritos que se descargaron a principios de septiembre de 2005 del sitio
web de The O’Reilly Factor bajo Radio & TV/The O’Reilly Factor Archive, y se verificaron en el mismo sitio web el 22 de enero
de 2006. Véase http://www.billoreilly.com/show?action=viewTVShow&showID=390#3. Las itálicas se añaden para dar énfasis.
[3] Para material adicional acerca del juicio de Dover y las respuestas desde el DI a la polémica resolución del Juez Jones, se puede
consultar Discovery.org y examinar los vínculos a artículos y al comentario acerca de la resolución de Dover en la página web
«Darwin Strikes Back». Uno de los más importantes es el análisis de parte de Michael Behe de fecha de 3 de febrero de 2006,
«Whether Intelligent Design Is Science [De si el Diseño Inteligente es ciencia]», donde presenta veinte críticas fundamentales de la
sección E-4 (la sección científica) del dictamen de Dover.
[4] Aquí hago referencia a la investigación de Ralph Seelke, en la Universidad de Wisconsin (Superior), donde su trabajo con
bacterias ha revelado la existencia de un límite de «una mutación; dos como mucho» sobre lo que se puede conseguir para producir
nuevos genes funcionales. Véase capítulo 12 para una consideración adicional de su trabajo.
[5] Este párrafo, después de la oración inicial, usa la forma de argumento desarrollada por el filósofo de la ciencia Stephen Meyer, del
Instituto Discovery.
[6] El darwinismo se designa a menudo como «neodarwinismo» para establecer la distinción respecto a la idea original de la selección
natural operando sobre variaciones aleatorias —una idea que se centra más en la variación normal entre la descendencia que en el
surgimiento de una genuina novedad genética, que necesita que se dé el acontecimiento de una mutación genética. Darwin sabía
bien poco de genética mendeliana (¡poseía una copia de la obra de Mendel, pero sus páginas estaban sin cortar!). La síntesis
neodarwinista, que desarrolló el modelo de las mutaciones genéticas cribadas mediante la selección natural, se comenzó a
desarrollar alrededor de la década de 1920, y quedó completa para finales de 1940. En este libro uso el término «darwinismo» como
sinónimo de «neodarwinismo». Esta es una práctica normal.
[7] Mi anterior libro, una historia retórica del Diseño Inteligente, incluía predecesores del DI en la década de 1960 y 1970, pero
exploraba principalmente el nacimiento y la adolescencia del DI desde la década de 1980 hasta el año 2002. Véase el capítulo de
Angus Menuge en Debating Design: From Darwin to DNA [El debate del designio: de Darwin al ADN], recopilación de William
A. Dembski y Michael Ruse (Nueva York: Cambridge University Press, 2004) y otros dos excelentes tratamientos del tema a nivel
de libro: Denyse O’Leary, By Design or By Chance? [¿Por designio o por azar?] (Minneapolis: Augsburg Books, 2004), y Larry
Witham, By Design: Science and the Search for God (San Francisco: Encounter Books, 2003).
[8] Para un curso intensivo sobre este campo, se puede leer mi apéndice: «The Rhetoric of Science and Intelligent Design [La retórica
de la ciencia y el Diseño Inteligente]», en Thomas Woodward, Doubts about Darwin [Dudas sobre Darwin] (Grand Rapids: Baker,
2003), 227-248.
[9] Dawkins añade: «O malvado —pero preferiría no considerar tal posibilidad». Más recientemente, Dawkins ha reafirmado este
aserto, pero ha añadido otro término a su lista de explicaciones: lavado de cerebro.
[10] Para un revelador bosquejo histórico del aparente cambio que lo llevó a ser un escéptico de la macroevolución para finales de la
década de 1950, véase el artículo «C. S. Lewis on Evolution: The Correspondence with Bernard Acworth [C. S. Lewis sobre la
evolución: La correspondencia con Bernard Acworth]», de Gary Ferngren y Ronald Numbers, en línea en www.apologetics.org.
[11] Michael Denton, Evolution: A Theory in Crisis [La evolución: Una teoría en crisis] (Bethesda, MD: Adler and Adler, 1986).

Capítulo 1
[1] La reprimenda a los periodistas tuvo lugar en el número de septiembre de 2005 de Columbia Journalism Review, en el artículo de
portada «Undoing Darwin» [Arruinando a Darwin], de Chris Mooney y Matthew Nisbet. El editor Evan Cornog, vicedecano del
Departamento de Graduados de Periodismo de la Universidad de Columbia, escribió un artículo enérgicamente contrario al DI en su
columna del 21 de agosto de 2005 en Media Nation. El pretendido peligro para nuestra civilización y sus valores de la Ilustración
aparece de manera destacada en la literatura anti-DI, pero domina capítulos clave de los dos libros publicados por la editorial
Oxford University Press: Niall Shanks, God, the Devil, and Darwin: A Critique of Intelligent Design Theory [Dios, el Diablo, y
Darwin: Una crítica de la teoría del diseño inteligente] (Oxford, Inglaterra; Nueva York: Oxford University Press, 2004), y Barbara
Forrest y Paul Gross, Creationism’s Trojan Horse: The Wedge of Intelligent Design (Oxford, Inglaterra; Nueva York: Oxford
University Press, 2004).
[2] La palabra que uso aquí, dolorosamente, está cuidadosamente escogida. La percepción del peligro intrínseco que plantea el DI, y la
exposición pública de los errores del darwinismo, es una experiencia dolorosa para los darwinistas. Del mismo modo, a los
partidarios del DI les duele la consiguiente retórica anti-DI (a veces áspera, despectiva y distorsionada).
[3] La frase «titulares de las publicaciones periódicas» se refiere al reportaje de portada de Time del 15 de agosto, después que el
Presidente Bush comentase acerca del DI durante la reunión del 1 de agosto, y a los artículos de primera página del 14-16 de agosto
sobre el DI en el New York Times. «Programas de noticias de grandes cadenas» se refiere a muchos programas noticieros que
dedicaron tiempo a este tema, incluyendo doble cobertura (dos veces en un solo mes) en O’Reilly Factor, un programa especial de
ABC Nightline, y una tarde en Larry King Live.
[4] Véase Ker Than, «Why Scientists Dismiss “Intelligent Design” [Por qué los científicos descartan el “Diseño Inteligente”]»,
publicado en LiveScience.com, y colgado en MSNBC.com el 23 de septiembre de 2005.
[5] El doctor Fritz Schaeffer, el fundador pionero de todo un campo de la química, la química cuántica computacional (antes en la U.
C. Berkeley, y ahora en la Universidad de Georgia); el doctor Cees Dekker de la Universidad de Delft, pionero en la nanotecnología
biológica; el doctor Fred Sigworth, experto internacionalmente reconocido en fisiología, y que enseña en Yale; el doctor Andrew
Bocarsly, un químico investigador pionero en Princeton conocido por su trabajo en materiales inorgánicos que se pueden usar en la
conversión de luz solar en corriente eléctrica. Esta lista se podría extender mucho.
[6] Denton, Evolution, 358.
[7] Los libros de Phillip Johnson, todos ellos publicados por InterVarsity (Downers Grove, IL), son: Darwin on Trial (ed. rev., 1993,
publicada en castellano como Proceso a Darwin, Grand Rapids: Portavoz, 1995), Reason in the Balance [La razón en la balanza]
(1995), Defeating Darwinism by Opening Minds [Venciendo el darwinismo mediante la apertura de las mentes] (1997), Objections
Sustained [Objeciones en pie] (1998), The Wedge of Truth [La cuña de la verdad] (1999), y The Right Questions [Preguntas
relevantes] (2002). A fecha de principios de 2006 siguen disponibles, excepto Objections Sustained.
[8] Charles B. Thaxton, Walter L. Bradley, y Roger L. Olsen, The Mystery of Life’s Origin: Reassessing Current Theories [El misterio
del origen de la vida: Una reevaluación de las actuales teorías] (Nueva York: Philosophical Library, 1984).
[9] Richard Lewontin, «Billions and Billions of Demons», en New York Review of Books, 9 de enero de 1997, itálicas añadidas.
[10] Thomas Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions (Chicago: University of Chicago Press, 1962). Hay edición en castellano,
La estructura de las revoluciones científicas (Fondo de Cultura Económica, México, Madrid, Buenos Aires, 1971).
[11] El neodarwinismo se consolidó en la década de 1940 cuando se integraron las mutaciones genéticas como la materia prima de la
evolución, en lugar de la variación natural. Esencialmente, sostiene «la descendencia con modificación de todos los seres vivos por
la selección natural de las mutaciones aleatorias y otros mecanismos naturales».
[12] Carta de Bruce Alberts a los miembros de la ANC (NAS en sus siglas inglesas), abril de 2005.
[13] Véase en especial Michael Behe, «Irreducible Complexity: Obstacle to Darwinian Evolution [La complejidad irreducible: Barrera
a la evolución darwinista]», en Debating Design: From Darwin to DNA [El debate del designio: de Darwin al ADN], recopilado por
William A. Dembski y Michael Ruse (Nueva York: Cambridge University Press, 2004).

Capítulo 2
[1] «Top Questions and Answers on Intelligent Design [Principales preguntas y respuestas sobre el Diseño Inteligente]», 9 de
septiembre de 2005 (accedido el 6 de octubre de 2005), Discovery.org. Ésta es probablemente la definición más sencilla y oficial
que se pueda encontrar (por cuanto está publicada por el Instituto Discovery).
[2] Así se expresa en la solapa del libro de Niall Shanks God, the Devil, and Darwin [Dios, el Diablo, y Darwin]. La «nefasta
amenaza» que se menciona en este capítulo queda reflejada en la misma solapa: «Aunque se ha propuesto el DI como alternativa
científica a la biología evolutiva, Shanks sostiene que el DI es en realidad “el viejo vino creacionista en nuevas botellas con
etiquetas de diseño” y que además constituye una nefasta amenaza para los valores científicos y democráticos que son nuestro
legado cultural e intelectual desde la Ilustración».
[3] En el capítulo 4 presento una extensa discusión del tema del objetivo propuesto del Instituto Discovery de poner fin a la
hegemonía de la filosofía del naturalismo. Si es necesario, el lector puede pasar directamente a dicha discusión para extenderse
acerca de la simple mención que se hace aquí.
[4] Michael Ruse, «Answering the Creationists: Where They Go Wrong and What They’re Afraid Of [Respuesta a los creacionistas:
Dónde se equivocan y de qué tienen miedo]», en Free Inquiry (1998).
[5] Behe ha puesto en claro que a partir de la evidencia bioquímica no puede deducirse un «Ser Supremo». Ruse lo sabe. Es
desconcertante que se exponga a ser criticado por tergiversar unos hechos que conoce.
[6] Phillip Johnson ha dicho con frecuencia que ésta era una de las tácticas más frecuentes a que se recurría contra su propio
escepticismo, especialmente en sus interacciones con Eugenie Scott y otro personal del Centro Nacional para la Educación
Científica. La acusación contra Behe —una grandísima pereza— se prodigó con la misma abundancia, pero es de destacar en la
reacción de Richard Dawkins (este fue el comentario que hizo Dawkins en una sesión de preguntas y respuestas en Berkeley a la
que asistió Phillip Johnson en 1997).
[7] Véase Nancy Pearcey, «¡Habéis perdido, buena gente!» en Mere Creation [Creación... y nada más], ed. William A. Dembski
(Downers Grove, IL: InterVarsity, 1998).
[8] Stephen Jay Gould, The Structure of Evolutionary Theory (Cambridge, MA: Belknap Press, 2002). [Hay traducción al castellano:
La estructura de la teoría de la evolución (Tusquets Editores, Barcelona 2004).] Este libro de 1.400 páginas lo completó Gould
pocos meses antes de su fallecimiento en mayo de 2002. Ni una línea del libro menciona el movimiento del DI ni a ninguno de sus
teóricos, aunque Gould conocía bien el daño que el DI había ya hecho a la credibilidad pública de una macroevolución impulsada
por fuerzas naturales.
[9] El único lugar en el que parece que Quammen se adentra en la macroevolución es en su discusión de la obra de Gingerich sobre
fósiles intermedios conducentes a las primeras ballenas. Sobre la cuestión de la complejidad mínima, véase el capítulo 9, donde las
estimaciones recientes del conjunto genético mínimo para la célula más simple se encuentra entre 250 a 1000 genes o más.
[10] Véase Michael Behe, Darwin’s Black Box (Nueva York: Free Press, 1996), capítulo 1. Hay traducción al castellano, La caja
negra de Darwin (Santiago de Chile, Barcelona: Andrés Bello, 2000).
[11] Behe dice, tanto en su libro como en sus conferencias públicas, que la teoría del Big Bang tenía unas evidentes implicaciones
religiosas, pero que esto no impidió que se la tomase en serio, y que finalmente fuese aceptada por la comunidad científica.
[12] El concepto del naturalismo como el fundamento absolutamente crucial de la confianza darwinista queda expuesto en Phillip
Johnson, Darwin on Trial, ed. rev. (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1993), publicada en castellano bajo el título de Proceso a
Darwin (Grand Rapids: Portavoz, 1995). Pero no fue hasta su segundo libro, Reason in the Balance [La razón en la balanza] que
Johnson clarificó la diferencia entre el naturalismo metafísico (una visión del mundo) y el naturalismo metodológico (una directriz
aplicada a la investigación científica). Véase el apéndice de Johnson en Reason in the Balance.
[13] Esta evaluación se basa en una entrevista telefónica con uno de los veinte autores del libro, el nombre del cual he aceptado
mantener confidencial.
[14] Gerd B. Muller y Stuart A. Newman, eds., Origination of Organismal Form: Beyond the Gene in Developmental and
Evolutionary Biology (Originación de la forma organísmica: Más allá del gen en la biología del desarrollo y evolutiva) (Cambridge,
MA: MIT Press, 2003), 3.
[15] Ibid.
[16] Ibid., 4, 7, itálicas añadidas.

Capítulo 3
[1] Véase Woodward, Doubts about Darwin [Dudas sobre Darwin], capítulo 4, donde relato la historia de esta reunión de diciembre
de 1989 en el Centro Campion en el distrito occidental de Boston.
[2] Ibid., 83. Yo y todos los estudiosos de los orígenes tenemos una eterna deuda de gratitud hacia el doctor Raup por su valerosa
decisión de permitir la publicación de estos comentarios.
[3] Véase ibid., 27, donde me extiendo sobre algunos de los puntos de esta reseña y sobre su importancia retórica.
[4] Para una clarificación de esta tergiversación periodística de los comentarios del Papa, véase el texto de la traducción inglesa de la
comunicación a la Academia Pontificia, extractado del número del 30 de octubre de 1996 de la edición inglesa de L’Osservatore
Romano. Aparece en docenas de sitios web en Internet (p. ej., www.newadvent.org/library/docs_jp02tc.htm).
[5] Véase Michael Behe, «Teach Evolution—and Ask Hard Questions [Enseñad evolución... y haced preguntas acertadas]», New York
Times, 17 de agosto de 1999, y Michael Behe, «Design for Living [Designio para vivir]», New York Times, 7 de febrero de 2005.
[6] Para una cobertura positiva en el New York Times, véase Laurie Goodstein, «New Light for Creationism», New York Times, 21 de
diciembre de 1997, y el artículo sobre DI de James Glanz del 8 de abril de 2001. Los editoriales del Times sobre el DI fueron
siempre negativos, y a veces cáusticos. Véase, por ejemplo «Intelligent Design Derailed [El descarrilamiento del Diseño
Inteligente]», New York Times, 22 de diciembre de 2005.
[7] Véase La clave del misterio de la vida (que se puede conseguir a través de www.illustramedia.com), un documental sobre el DI
donde Behe clarifica esto, como lo hace en muchos de sus escritos. En mis discusiones acerca de Behe en Dudas sobre Darwin,
especialmente en los capítulos 1, 7 y 8, expongo el papel esencial que desempeñó Denton (así como también Johnson) en el
desencadenamiento de su escepticismo acerca de la macroevolución naturalista.
[8] Kenneth R. Miller, Finding Darwin’s God [En busca del Dios de Darwin] (Nueva York: Cliff Street Books, 1999).
[9] Naturalmente, Behe dijo que la evidencia por sí misma guardaba silencio acerca de la identidad específica o de la naturaleza de la
inteligencia —aunque Behe dijo que creía personalmente que el diseñador era Dios.
[10] Véase Dembski y Ruse, eds., Debating Design [El debate del designio], 88, itálicas añadidas.
[11] Robert Pennock, Tower of Babel (Cambridge, MA: MIT Press, 1999), 37.
[12] Para un análisis de la crítica que Pennock hace de Phillip Johnson, véase «Pennock vs. Johnson» en la página de «Darwin Strikes
Back» en Discovery.org/CSC.
[13] Leonard Krishtalka, un paleontólogo de Kansas, calificó al DI de «creacionismo en un esmoquin barato». Esta frase alcanzó gran
popularidad y pronto comenzó a circular como un eslogan de campaña. Véase los párrafos finales en el reportaje sobre el debate
acerca de la junta escolar en Kansas, de Pete Slevin, «Teachers, Scientists Vow to Fight Challenge to Evolution [Maestros y
científicos se comprometen a luchar contra el desafío a la evolución]», Washington Post, 5 de mayo de 2005, A3.
[14] Todos los teóricos del DI se manifestaron enérgicamente sobre este extremo, pero el más vehemente de todos ha sido Michael
Behe en sus muchos comentarios publicados. Es difícil encontrar algún escrito de Behe en el que no confronte y desmonte la
etiqueta de creacionista.
[15] Niles Eldredge, The Triumph of Evolution and the Failure of Creationism [El triunfo de la evolución y el fracaso del
creacionismo] (Nueva York: W. H. Freeman, 2000), 11. Véase también Niles Eldredge, The Monkey Business: A Scientist Looks at
Creationism [La cuestión del mono: Un científico examina el creacionismo] (Nueva York: Washington Square Press, 1982).
[16] Alan Linton, «Scant Search for the Maker [Una escasa búsqueda del Hacedor]», Times Higher Education Supplement, 20 de abril
de 2001, 29.
[17] Uno fue un volumen que recopiló y al que contribuyó, Mere Creation [¡Creación... y nada más!], basado en artículos presentados
al congreso del mismo nombre que se celebró en noviembre de de 1996 en la Universidad Biola. En 1998 había publicado un libro
con revisión por pares, muy técnico, The Design Inference [La inferencia del Designio], a través de la editorial Cambridge
University Press. Un año después, en 1999, Dembski añadió Intelligent Design: The Bridge from Science to Theology, publicado en
castellano como El Diseño Inteligente: Un puente entre la ciencia y la teología.
[18] Para detalles acerca de esto mismo, véase Woodward, Doubts about Darwin [Dudas sobre Darwin], capítulo 9.
[19] William A. Dembski, No Free Lunch: Why Specified Complexity Cannot Be Purchased Without Intelligence [No hay nada gratis:
Por qué la complejidad especificada no se puede comprar sin inteligencia] (Lanham, MD: Rowman and Littlefield, 2002).
Capítulo 4
[1] En unos cuantos correos electrónicos enviados entre 1994-1996, Phillip Johnson describió su interacción con Carl Sagan. Durante
su intensa interacción con Johnson a lo largo de una comida, Sagan dijo que la racionalidad de un cristiano (que mantiene que Dios
podría actuar en el universo) es defectuosa, mientras que una racionalidad fundamentada sobre el naturalismo era una forma
superior y más sana de razón.
[2] La «vindicación» darwinista mediante la acumulación de «pruebas abrumadoras» se basaba en el empañamiento de la distinción
entre microevolución y macroevolución. Los teóricos del DI consideran ilegítima esta extrapolación de micro a macro. Además, no
aparecen pruebas de la capacidad de la mutación con selección natural para impulsar tales cambios, ni para crear nueva información
genética.
[3] Daniel Dennett, Darwin’s Dangerous Idea: Evolution and the Meanings of Life [La peligrosa idea de Darwin: Evolución y los
significados de la vida] (Nueva York: Simon & Schuster, 1995). Dennett dijo que la idea de Darwin es un «ácido universal» (el
encabezamiento de las últimas páginas de su libro). Dice: «La idea de Darwin es un disolvente universal con capacidad para
penetrar en lo más hondo de todo alrededor. ... Algunos de los detalles tradicionales perecen, y algunas de estas pérdidas son de
lamentar, pero, respecto al resto de ellos, ¡de buena nos hemos librado!» Está clarísimo por el contenido del libro que cualquier
concepto de una inteligencia trascendente que hubiera tenido un papel detectable en la creación de la vida y de la humanidad es una
de aquellas ideas de las que Dennett dice: «¡de buena nos hemos librado!»
[4] Theodosius Dobzhansky, «Nothing in Biology Makes Sense Except in the Light of Evolution», American Biology Teacher 35
(marzo de 1973):125-29.
[5] Forrest and Gross, Creationism’s Trojan Horse [El caballo de Troya del creacionismo]. Véase mi enumeración de estas
distorsiones y mi respuesta a las mismas en el artículo que puede accederse desde la página web de Darwin Strikes Back en
Discovery.org/CSC.
[6] Una muestra de las mismas, que se enumeran en www.NCSEweb.org con fecha del 10 de diciembre de 2005, son resoluciones de
la Sociedad de Biofísica, la Asociación Americana de Profesores Universitarios, y de la Sociedad Química Americana. También la
Sociedad Astronómica Americana aprobó una resolución afirmando la evolución y denunciando el DI, después de una resolución
conjunta similar de la Sociedad Americana de Agronomía, de la Sociedad de Ciencias de Cultivos y de la Sociedad Americana de
Edafología.
[7] Dan Peterson, «What’s the Big Deal About Intelligent Design? [¿A qué todo este escándalo acerca del Diseño Inteligente?]» The
American Spectator (diciembre 2005/enero 2006), al que se puede acceder en http://www.spectator.org/dsp_article.asp?
art_id=9185. Peterson había escrito anteriormente un magistral artículo sobre el DI en esta misma publicación en el número de julio
de 2005.
[8] En mi propio encuentro televisado con dos críticos del DI en el programa de mediodía de Kathy Fountain en My Turn en Tampa en
septiembre de 2005, Eddie Tabash describió a Dembski como «un fundamentalista». En el acto lo contradije como falso.
[9] He oído alrededor de diez de las conferencias de Behe en diferentes congresos, y después de 1998 casi siempre ha incluido este
tema de «el motivo religioso».
[10] Dembski y Ruse, eds., Debating Design [El debate del designio], 329.
[11] El presidente interino de Cornell, Hunter Rawlings III, usó el artículo de H. Allen Orr en el que se atacaba al DI, en el número de
30 de mayo de 2005 del New Yorker, como una de sus fuentes fundamentales cuando pronunció su discurso sobre «El estado de la
universidad» contra el DI el 21 de octubre de 2005. Todo el texto, que he leído y estudiado atentamente, se publicó al siguiente día
en la publicación Ithaca Journal. Mientras tanto, el presidente de la Universidad de Idaho, Timothy P. White, emitió su declaración
en noviembre de 2005, según la información en «ARN-Announce» nº 50 del 1 de diciembre de 2005, publicada por Access
Research Network, ARN.org. El microbiólogo teórico del DI Scott Minnich, enseña en la Universidad de Idaho; es posible que sus
puntos de vista motivasen este edicto.
[12] Shanks, God, the Devil, and Darwin [Dios, el Diablo, y Darwin]. Shanks emplea el término extremistas (y el término afín
extremo) once veces en su breve prefacio, y en el primer capítulo es su término favorito para designar a los creacionistas en general.
Especialmente resaltable es la cantidad de veces (como en la página xi, cosa sumamente importante) en que se refiere con este
término a los «creacionistas del DI». En las páginas 224-226 se usa el término sobrenatural o algún afín catorce veces. Lo mismo
sucede en las páginas 15-18, donde el término sobrenatural aparece doce veces.
[13] Ibid., xi. Las primeras itálicas son mías; las segundas itálicas están en el original.
[14] Véase la reseña de Del Ratzsch, «How Not to Critique Intelligent Design Theory [Cómo no criticar la teoría del Diseño
Inteligente]», en el número de 2005 de la revista en línea Ars Disputandi. A esta reseña, reimpresa en parte en el apéndice, se puede
acceder en www.arsdisputandi.org/publish/articles/000191/article.pdf. La reseña de Neil Manson del libro de Shanks se publicó el 9
de mayo de 2004 en la revista en línea Notre Dame Philosophy Reviews. Se accede a la misma en http://ndpr.nd.edu/review.cfm?
id=1437.
[15] Accedido en octubre de 2005, el artículo se encontró en APS News Online en la página web dedicada a la columna regular «The
Back Page», www.aps.org/apsnews.
[16] Estos extractos y comentarios se han extraído de un Truth Sheet 03-05 (revisado 7/05), titulado: «The “Wedge Document”—How
Darwinist Paranoia Fueled an Urban Legend [El “Documento de la Cuña”—Cómo la paranoia darwinista alimentó una leyenda
urbana].” El mismo, junto con el documento mucho más extenso «The “Wedge Document”: “So What”? [El “Documento de la
Cuña”: “¿Cuál es el problema?”]» se descargaron ambos del sitio web del Centro para la Ciencia y la Cultura (un departamento de
Discovery.org) el 13 de diciembre de 2005.
[17] Todas las citas proceden del documento Truth Sheet 05-01, titulado «Discovery Institute and “Theocracy” [El Instituto Discovery
y “Teocracia”]», descargado el 13 de diciembre de 2005.
[18] Véase no solo The Wedge of Truth [La cuña de la verdad] sino también Defeating Darwinism by Opening Minds [Venciendo el
darwinismo mediante la apertura de las mentes] y el primer capítulo, escrito por Johnson, en Signs of Intelligence: Understanding
Intelligent Design [Indicaciones de inteligencia: Hacia la comprensión del Diseño Inteligente], ed. William A. Dembski y James M.
Kushiner (Grand Rapids: Brazos Press, 2001).
[19] Kuhn, La Estructura de las Revoluciones Científicas.
[20] Las palabras itálicas son mi intento de resumir el sentido de este crucial capítulo en el libro de Denton Evolution.
[21] William A. Dembski, The Design Revolution: Answering the Toughest Questions about Intelligent Design [La revolución del
designio: Respuesta a las preguntas más incisivas sobre el Diseño Inteligente] (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2004), 21.
[22] Mark Perakh, Unintelligent Design [Diseño no inteligente] (Amherst, NY: Prometheus Books, 2004); Matt Young y Taner Edis,
eds., Why Intelligent Design Fails: A Scientific Critique of the New Creationism [¿Por qué fracasa el diseño inteligente? Una crítica
científica del nuevo creacionismo] (New Brunswick, NJ: Rutgers University Press, 2004).
[23] Traipsing into Evolution [Trajinando con la evolución] fue publicado por Discovery Institute Press y escrito por David K.
DeWolf, profesor de leyes en la Universidad Gonzaga, el doctor John G. West, profesor adjunto y decano del departamento de
ciencias políticas en la Seattle Pacific University, Casey Luskin, abogado y director del programa para relaciones públicas y asuntos
legales del Instituto Discovery, y el doctor Jonathan Witt, redactor y residente mayor en el Instituto Discovery.
[24] Véase Edward B. Daeschler, Neil H. Shubin, y Farish A. Jenkins Jr., «A Devonian Tetrapodlike Fish and the Evolution of the
Tetrapod Body Plan [Un pez tetrapoide y la evolución del plan corporal tetrápodo]», Nature (6 de abril de 2006); y Neil H. Shubin,
Edward B. Daeschler, y Farish A. Jenkins Jr., «The Pectoral Fin of Tiktaalik Roseae and the Origin of the Tetrapod Limb [La aleta
pectoral de Tiktaalik Roseae y el origen de las extremidades de los tetrápodos]», Nature (6 de abril de 2006).
[25] Esta cita procede de discovery.org/csc, en «Irreducible Complexity Stands Up to Biologist’s Research Efforts [La Complejidad
Irreducible resiste los esfuerzos de los biólogos investigadores]», por personal del Instituto Discovery, publicado en Internet el 6 de
abril de 2006. El artículo en Science fue escrito por Jamie Bridgham, Sean Carroll y Joe Thornton.
[26] Las citas de Behe y Meyer proceden del mismo artículo citado («Irreducible Complexity Stands Up»), que asimismo incluye
algunas citas del artículo de Michael Behe publicado el 6 de abril de 2006 en idthefuture.com, titulado «The Lamest Attempt Yet to
Answer the Challenge Irreducible Complexity Poses for Darwinian Evolution [El más penoso intento hasta la fecha de replicar al
reto que la complejidad irreducible plantea a la evolución darwinista]».
[27] John A. Campbell y Stephen C. Meyer, eds., Darwinism, Design, and Public Education [Darwinismo, Designio y Educación
Pública] (East Lansing, MI: Michigan State University Press, 2003).
[28] Ronald Numbers, The Creationists (Berkeley: University of California Press, 1993).
[29] La clave del misterio de la vida, 2005, Illustra Media (versión inglesa, 2002) y The Privileged Planet, Illustra Media 2004 (El
planeta privilegiado, no disponible todavía en castellano). Los DVDs se pueden adquirir en www.illustramedia.com.
[30] Guillermo Gonzalez y Jay Richards, The Privileged Planet: How Our Place in the Cosmos Is Designed for Discovery [El planeta
privilegiado: Cómo nuestro puesto en el cosmos está planeado para los descubrimientos] (Washington, DC: Regnery Publishing,
2004).
[31] Entrevistas personales por teléfono y personalmente con el artista gráfico Tim Doherty, octubre-diciembre de 2002 y enero de
2003.

Capítulo 5
[1] Véase, por ejemplo, el comentario apreciativo de David Ussery acerca de la investigación de Behe sobre el Z-ADN en Young y
Edis, eds., Why Intelligent Design Fails [Por qué fracasa el Diseño Inteligente], 48.
[2] Lee Strobel, The Case for a Creator [El caso del Creador] (Grand Rapids: Zondervan, 2004), 195.
[3] Este fue el comentario realizado en un banquete de Festschrift en honor de Phillip Johnson en la Universidad Biola en Los Angeles
en April de 2004.
[4] Shanks, God, the Devil, and Darwin, 160, itálicas añadidas. En la última línea acerca del papel de Behe en el DI, Shanks puede
haber tenido la intención de compararlo con el papel de Platón en la filosofía europea. A. N. Whitehead dijo que la tradición
filosófica europea «se compone de una serie de notas al pie a Platón». Esto se encuentra en Alfred North Whitehead, Process and
Reality: An Essay in Cosmology [Proceso y realidad: Un ensayo sobre cosmología] (Nueva York: Free Press, 1979), 39.
[5] Shanks, God, the Devil, and Darwin, 164.
[6] «Top Questions», accedido el 29 de diciembre de 2005, Discovery.org/CSC.
[7] La célebre cita de Darwin, «Si pudiera demostrarse ...», la han usado también Michael Denton en su obra Evolution: A Theory in
Crisis [Evolución: Una teoría en crisis], y Phillip Johnson en Darwin on Trial [Proceso a Darwin].
[8] Behe, Darwin’s Black Box [La caja negra de Darwin], 39, con la referencia de Behe a Charles Darwin, Origin of Species
(Washington Square, NY: Nueva York University Press, 1988), 154. La cita en la traducción española está extractada de Charles
Darwin, El origen de las especies (Barcelona: Editorial Zeus, 1970), 183.
[9] Darwin, El origen de las especies, Zeus, 186.
[10] Ibid., 183.
[11] Perakh, Unintelligent Design, 118-19.
[12] Darwin, El origen de las especies, Zeus, 186.
[13] Para extenderse en el tema de este capítulo, se invita al lector a visitar Discovery.org y a acceder al ensayo «Irreducible
Complexity on Trial, 1996-2006» a través de la página web de «Darwin Strikes Back». También se puede consultar en ARN.org,
donde aparecen siete artículos que desarrollan y aplican los argumentos de Behe, y once extensos ensayos, donde se responde a los
críticos a lo largo de los años.
[14] Para aquellos que oigan por primera vez acerca de la complejidad irreducible: La ratonera es un modelo de CI porque no hubiera
podido haber evolucionado paso a paso. No se pueden atrapar ratones a no ser que todas las piezas estén en su sitio y bien
coordinadas: la base, la barra en forma de U, el muelle, la palanca de retención, y el sensible gatillo. Si eliminamos una de las
piezas, es imposible atrapar ratones, lo que demuestra que la ratonera exhibe CI.
[15] Véase la respuesta de Behe a Keith Robison en «Behe Responds to Postings in Talk Origins Newsgroup [Behe responde a
contribuciones en el grupo Talk Origins Newsgroup]», accedido el 10 de enero de 2006, en http://arn.org/docs/behe/mb_toresp.htm.
[16] Véase http://udel.edu/~mcdonald/mousetrap.html.
[17] Véase www.millerandlevine.com/km/evol/DI/Mousetrap.html.
[18] Dembski y Ruse, eds., Debating Design, 366.
[19] El teórico del DI William Lane Craig asistió a una reunión nacional de filósofos y oyó aceptaciones rotundas de esta crítica de la
analogía de Behe como refutación. Se quedó atónito al ver que unos filósofos con una mente preclara quedasen tan confundidos. Es
una vulneración de la lógica decir que un defecto en una analogía docente indique el desmoronamiento de un argumento. Craig dijo
que cualquier científico podría tener una teoría robusta y sin embargo usar analogías defectuosas para capturar la realidad física.
Desacreditar una analogía en ningún modo desacredita la teoría. William Lane Craig, Trinity College, Trinity, Florida, abril de
2002.
[20] Los darwinistas pretenden que la CI puede evolucionar, ilustrándolo con una analogía de un arco de piedra. Si vemos un arco de
piedra, con bloques que descansan el uno sobre el otro, deducimos que se precisó de un equipamiento para sostener los bloques,
esperando que se ponga en su lugar la clave del arco. Algunos (incluyendo Michael Ruse, «Where the Creationists Go Wrong [En
qué se equivocan los creacionistas]», Free Inquiry, 1998) dicen que se podría tener un montículo de tierra sobre el que los bloques
vinieron a depositarse, alineados de un lado al otro. ¡Si el agua arrastraba el montículo de tierra, quedaría un arco complejo! La
pieza adicional (un montículo) facilitó la unión de los bloques, pero fue eliminada después que los bloques se pusieran en su sitio.
Un sistema celular con CI podría evolucionar de la misma manera, con piezas o etapas adicionales que se han perdido por el
camino. Ruse usó esta analogía en nuestro debate en enero de 2006.
Esta analogía presenta muchos fallos: (1) La disposición anterior a la final (antes de la extracción de la tierra) es más compleja que la
final. ¿Qué proceso darwinista llevó a esta mayor complejidad? (2) En la analogía de «el arco sobre el montículo», la
conglomeración no tiene ninguna función útil; su complejidad carece de una explicación darwinista creíble de haber sido fomentada
por una funcionalidad. (3) ¿Qué es lo que alineó y ajustó físicamente los bloques? (4) Aun más importante, la crudeza de la
analogía (también inherente en la ratonera) es que las piezas individuales (los bloques, el montículo de tierra) apenas si hacen
justicia a la forma precisa y a la increíble improbabilidad de siquiera el origen de una sola proteína por un proceso al azar. La clave
reside en la forma precisamente específica; tiene que operar de forma concertada con otras proteínas. Las piedras del arco son cosas
burdas en comparación con las proteínas. Digamos que quizá un arco pudiera formarse de esta manera de higos a brevas. Pero,
¿cuáles son las probabilidades de que cualquier proteína determinada, en el conjunto de cuarenta de ellas en el flagelo, se formen
mediante procesos aleatorios en una célula viva? Analogías como la del arco son ejercicios vanos.
[21] Casi todos los primeros ensayos de Behe en respuesta a sus críticos expresaban abiertamente que los bioquímicos que habían
revisado su libro admitieron casi universalmente que los caminos a la CI eran desconocidos, pero que tenían la esperanza de que se
descubrirían algún día. Véanse los once ensayos enumerados en la página web de Behe en ARN.org.
[22] Cuando Dawkins visitó una librería en Berkeley, California, durante el curso 1996-1997, para publicitar su libro Climbing Mount
Improbable [en castellano Escalando el monte improbable], Phillip Johnson se sentó en la primera fila en su conferencia. Durante el
período de preguntas, Johnson preguntó a Dawkins su opinión sobre Behe, y entonces Dawkins hizo la acusación de «gandul». Esto
se basa en correos electrónicos y conversaciones personales alrededor de aquel tiempo. Otros testigos presenciales le han oído decir
lo mismo.
[23] Se accedió a esta cita el 17 de mayo de 2006 en el enlace www.iscid.org/papers/Dembski_StillSpinning_030403.pdf, y se
encuentra en la página 1 del documento PDF.
[24] Perakh, Unintelligent Design, 117.
[25] Ibid., 118, itálicas añadidas.
[26] Citado por Dembski, «Eliminative Induction [Inducción eliminatoria]», en The Design Revolution, 220.
[27] Estoy en deuda con John Warwick Montgomery por esta expresión, que empleó este término en una discusión que fue recogida
en transcripción y que constituye el apéndice de su breve clásico, History and Christianity [Historia y Cristianismo] (Downers
Grove, IL: InterVarsity, 1967).
[28] Dembski, The Design Revolution, 221.
[29] Ibid.
[30] «A True Acid Test: Response to Ken Miller [Una verdadera prueba ácida: Respuesta a Ken Miller]», publicado en Internet el 31
de julio de 2000, Discovery.org. http://www.discovery.org/scripts/viewDB/index.php?command=view&id=441.
[31] Russ Doolittle, «Delicate Balance [Un delicado equilibrio]», Boston Review, febrero/marzo de 1997.
[32] Para una versión actualizada de este artículo, véase Scott Minnich, «Genetic Analysis of Coordinate Flagellar and Type III
Regulatory Circuits in Pathogenic Bacteria», capítulo 13 en Darwin’s Nemesis, ed. William Dembski (Downers Grove, IL:
InterVarsity, 2006).
[33] Estos procesos de pliegue, que llevan a una compleja conformación en 3D, comportan en algunos casos el auxilio de unas
máquinas especiales en forma de barril, donde unas chaperoninas, unas proteínas coadyuvantes especiales, ayudan al pliegue.
[34] Véase una descripción de las investigaciones más recientes de Doug Axe en el artículo con revisión por pares sobre la explosión
de información en el Cámbrico de Stephen Meyer, «The Origin of Biological Information and the Higher Taxonomic Categories»,
Proceedings of the Biological Society of Washington 117, no. 2 (4 de agosto de 2004): 213-39. A este artículo se puede acceder en
su traducción al castellano (El Origen de la Información Biológica y las Categorías Taxonómicas Superiores) en
http://www.ciencia-alternativa.org/articulos.htm y pulsando en el enlace con dicho título.
[35] Véase el capítulo de Michael Behe en Darwinism: Science or Philosophy? [Darwinismo: ¿Ciencia o Filosofía?], editores Jon
Buell y Virginia Hearn (Richardson, TX: Foundation for Thought and Ethics, 1993).

Capítulo 6
[1] En «Critics Rave over Icons of Evolution: A Response to Published Reviews», www.discovery.org, 12 de junio de 2002, Jonathan
Wells dice: «Un ejemplo flagrante de censura darwinista tuvo lugar en 2000 y 2001 en Burlington, Washington. El profesor de
biología de instituto Roger DeHart intentó suplementar su texto de biología con artículos críticos acerca de los embriones de
Haeckel y de las polillas moteadas del abedul con artículos científicos procedentes de publicaciones tan estándares como The
American Biology Teacher, Natural History, The Scientist, y Nature. La Unión Americana para las Libertades Civiles amenazó
veladamente con emprender acciones legales, y el Centro Nacional para la Educación Científica, un grupo de presión darwinista
con el que están afiliados críticos como Scott, Padian y Gishlick, insistieron en que DeHart debía enseñar solo darwinismo
ortodoxo. Rindiéndose ante la intimidación, el superintendente del distrito escolar de DeHart le prohibió distribuir dichos artículos
—¡o siquiera hablar de los mismos! Posteriormente, DeHart fue excluido de su posición de profesor de biología» (Este episodio
está totalmente documentado en el video Iconos de la evolución).
[2] Wells, «Critics Rave over Icons of Evolution», 1.
[3] Kevin Padian y Allan Gishlick, «The Talented Mr. Wells», The Quarterly Review of Biology (marzo de 2002).
[4] La carta de Larabell, citada en «Critics Rave over Icons of Evolution».
[5] Las citas tocantes a todos los diez iconos están sacadas de Forrest y Gross, Creationism’s Trojan Horse, 99-100.
[6] Véase Jonathan Wells, Icons of Evolution: Science or Myth? Why Much of What We Teach about Evolution Is Wrong [Los iconos
de la evolución: ¿Ciencia o mito?—Por qué mucho de lo que enseñamos acerca de la evolución no es cierto] (Washington, DC:
Regnery Publishing, 2000), 231-35, para su discusión acerca de posible fraude en los libros de texto de biología.
[7] Ibid., 251.
[8] Ibid., 51.
[9] Mi padre, William W. Woodward, estudió evolución en Princeton, donde obtuvo su Licenciatura en Letras en 1928. Su creencia en
la macroevolución se desvaneció cerca del final de su vida. Antes de su muerte en 1992 era un creciente seguidor de Phillip
Johnson; lo conoció personalmente en una cena y disfrutó oyéndolo en el programa de William F. Buckley, Firing Line, en 1991.
[10] Wells, Icons of Evolution, 91.
[11] Wells, «Critics Rave over Icons of Evolution». Su nota final da este conjunto de datos de referencia: Charles Darwin, El origen de
las especies, capítulo 14; El linaje del hombre, capítulo 1. La cita donde Darwin afirma que la embriología es «con mucho la más
poderosa» prueba es de una carta del 10 de septiembre de 1860 a Asa Gray, en Francis Darwin, ed., The Life and Letters of Charles
Darwin [La vida y las cartas de Charles Darwin], vol. 2 (Nueva York: D. Appleton, 1896), 131; esta carta la cita Ernst Mayr en The
Growth of Biological Thought [El desarrollo del pensamiento biológico] (Cambridge: Harvard University Press, 1982), 470, y
Stephen Jay Gould, Ontogeny and Phylogeny [Ontogenia y Filogenia] (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1977), 70.
[12] Los datos que se citan aquí, junto con la cita de Wells, proceden de Wells, Icons of Evolution, 82-83.
[13] Ibid., 91.
[14] Ibid. es la fuente de ambas citas. En la primera cita de Richardson, las palabras son del mismo Richardson; la segunda cita es el
resumen que Wells hace de los resultados.
[15] Ibid., 92.
[16] Wells escribe: «Aunque von Baer aceptaba la posibilidad de una transformación limitada de las especies a niveles inferiores de la
jerarquía biológica, no veía prueba alguna de las transformaciones a gran escala propuestas por Darwin. Por ejemplo, von Baer no
creía que las diversas clases de vertebrados descendiesen de un antecesor común». Ibid., 85.
[17] Tengo esta cinta en mi posesión. El debate, ante más de mil asistentes, tuvo lugar en Dillon Gymnasium, Universidad de
Princeton, Princeton, NJ, en abril de 1980.
[18] Véase la sección titulada «Resurrecting Recapitulation [Resucitando la Recapitulación]», en Wells, Icons of Evolution, 88-90.
[19] Wells desarrolla su bosquejo en base al consejo de Dawkins: «Se puede decir con total certidumbre que si te encuentras con
alguien que afirma no creer en la evolución, esta persona es ignorante, estúpida, o bien está loca (o bien es malvada, pero preferiría
no considerar esta posibilidad)». Véase Richard Dawkins, «Put Your Money on Evolution [Invierta en la Evolución]», New York
Times, 9 de abril de 9, 1989, sección 7, 35.
[20] Wells, «Critics Rave over Icons of Evolution».
[21] Jerry Coyne, «Creationism by Stealth [El creacionismo furtivo]», Nature 410 (12 de abril de 2001): 745-46. Esta cita procede de
la p. 745.
[22] Los siguientes párrafos de la cita proceden todos de Wells, «Critics Rave over Icons of Evolution.”
[23] La fuente de información que proporciona Wells en «Critics Rave over Icons of Evolution» es Adam Sedgwick, «On the Law of
Development Commonly Known as Von Baer’s Law; and on the Significance of Ancestral Rudiments in Embryonic Development
[Sobre la ley de desarrollo conocida comúnmente como la Ley de Von Baer; y sobre el significado de rudimentos ancestrales en el
desarrollo embrionario]», Quarterly Journal of Microscopical Science 36 (1894): 35-52.
[24] La fuente de información que proporciona Wells en «Critics Rave over Icons of Evolution» es William W. Ballard, «Problems of
Gastrulation: Real and Verbal [Problemas de la gastrulación: Reales y verbales]», BioScience 26 (1976): 36-39, 38; Richard P.
Elinson, «Change in Developmental Patterns: Embryos of Amphibians with Large Eggs [Cambio en patrones de desarrollo:
Embriones de anfibios con huevos grandes]», en R. A. Raff y E. C. Raff, eds., Development as an Evolutionary Process [El
desarrollo como proceso evolutivo], vol. 8 (Nueva York: Alan R. Liss, 1987), 1-21, cita de la p. 3. Véase también Jonathan Wells,
«Haeckel’s Embryos and Evolution: Setting the Record Straight [Los embriones de Haeckel y la evolución: Poniendo las cosas en
claro]», The American Biology Teacher 61 (1999): 345-49.
[25] La fuente de información que proporciona Wells en «Critics Rave over Icons of Evolution» es Coyne, «Creationism by Stealth
[El creacionismo furtivo]» 745.
[26] Wells, «Critics Rave over Icons of Evolution.»
[27] La cita de la reseña de Scott está sacada de Wells, «Critics Rave over Icons of Evolution». La reseña original es «Fatally Flawed
Iconoclasm [Iconoclastia totalmente fracasada]», Science 292 (22 de junio de 2001): 2257-58.
[28] Eugenie C. Scott, «Fatally Flawed Iconoclasm». Science 292 (22 de junio de 2001): 2257-58.
[29] Wells, «Critics Rave over Icons of Evolution».
[30] Ibid.

Capítulo 7
[1] «Inexistentes» podría reformularse como «prácticamente inexistentes». A niveles taxonómicos más elevados (reinos, filos y
clases), el término «prácticamente» se debería omitir totalmente.
[2] Véase el capítulo de Simon Conway-Morris acerca del Cámbrico en Muller y Newman, eds., Origination of Organismal Form.
[3] Del capítulo 4, «Selección Natural», en Darwin, El origen de las especies, Ed. Zeus, 93.
[4] Véase el comentario de Darwin, ibid., 193: «Hemos visto que las especies en un período dado ... no están enlazadas por una
multitud de gradaciones intermedias ... en parte porque el mismo proceso de la selección natural casi implica la continua
suplantación y extinción de las gradaciones precedentes e intermedias». David Raup me dijo en el otoño de 2000 que la opinión de
Darwin acerca de la sustitución competitiva era sencillamente errónea.
[5] Del video Iconos de la evolución, disponible en www.coldwatermedia.com.
[6] Véase Wells, Icons of Evolution, 57, donde trata acerca de las polémicas ideas de Harry Whittington y Malcolm Gordon. Los dos
tenían dudas acerca del punto de vista monofilético (un solo tronco para el árbol de la vida).
[7] En el video Iconos de la evolución, el profesor de instituto de biología Roger DeHart explica que en su libro de texto de biología
hay una mención acerca del Cámbrico que tan solo menciona la explosión y luego prosigue afirmando alegremente que el árbol de
la vida (y los acontecimientos de la evolución impulsados por la selección natural) son realidades.
[8] Donald Prothero, «Los fósiles dicen Sí», Natural History (noviembre de 2005): 52-56. El título del artículo de Prothero está
posiblemente inspirado por el título original de un popular libro creacionista de Duane Gish, Evolution: The Fossils Say No!
[Evolución: ¡Los fósiles dicen No!].
[9] Stephen Jay Gould, La vida maravillosa—Burgess Shale y la naturaleza de la historia (Barcelona: Editorial Crítica, 1991/1999);
Simon Conway-Morris, The Crucible of Creation: The Burgess Shale and the Rise of Animals [El crisol de la Creación—La Pizarra
Burgess y el surgimiento de los animales] (Nueva York: Oxford University Press, 1998). También recomiendo el destacable ensayo
de la interacción (una conversación registrada por escrito) entre Conway-Morris y Gould después que Conway-Morris publicó
Crucible of Creation en 1998. Titulado «Showdown on the Burgess Shale [Confrontación acerca de la Pizarra Burgess]», está
disponible en www.stephenjaygould.org/library/naturalhistory_cambrian.html. Es de lectura obligatoria para todo aquel que ahonde
en la controversia acerca del Cámbrico.
[10] Stephen Jay Gould, «Treasures in a Taxonomic Wastebasket [Tesoros en una papelera taxonómica]», Natural History, diciembre
de 1985.
[11] Darwin, El origen de las especies, Ed. Zeus, 306.
[12] El profesor decano de Cambridge Harry Whittington realizó el trabajo inicial, y sus dos estudiantes doctorandos, Derek Briggs y
Simon Conway-Morris, siguieron y pudieron realizar algunos de los descubrimientos más espectaculares.
[13] Naturalmente, los planes corporales de las plantas terrestres aparecen posteriormente, y diversas diminutas formas de vida,
principalmente tipos de vida parásitos, no son evidentes en el Cámbrico en esta época.
[14] Miller, Finding Darwin’s God, 124-125.

Capítulo 8
[1] En caso de que algunos ohianos sientan curiosidad, la pequeña población rural era Canal Winchester.
[2] Véase ISSOL.org, donde se publican resúmenes de las reuniones trienales de la ISSOL.
[3] Oparin tenía el conjunto de cuatro gases que Stanley Miller usó, incluyendo otros dos más que no se mencionaban aquí: metano e
hidrógeno. Haldane sugirió el dióxido carbónico como fuente de carbono (en lugar de metano). Para una útil comparación de
ambos, véase www.daviddarling.info/encyclopedia/O/OparinHaldane.html; esta fue mi fuente de información.
[4] Esta formulación adolece de una vaguedad que los científicos ridiculizan como meros gestos. Pero a veces estas generalidades
vagas son sencillamente inevitables en las primeras etapas de estructuración de una nueva teoría.
[5] Un informe en el congreso de 1999 de la ISSOL decía que, casi con toda certidumbre, la tierra primitiva tuvo una atmósfera
compuesta de agua, dióxido de carbono y gas nitrógeno. Este hallazgo consiguiente a la investigación fue sumamente
decepcionante. Este informe es de Fazale Rana y Hugh Ross, «An Inside Report on ISSOL ’99: Life from the Heavens? Not This
Way ... [Un informe interior sobre ISSOL ’99: Vida procedente del cielo? No de esta manera ...]», Reasons.org, accedido el 29 de
diciembre de 2005.
[6] El clásico de A. E. Wilder-Smith, The Natural Sciences Know Nothing of Evolution [Las ciencias naturales no saben nada de
evolución], es una magnífica introducción al tema de la quiralidad de las proteínas.
[7] Uno de los aminoácidos, la glicina, no es estereoespecífico; no presenta variedades de mano derecha y de mano izquierda.
[8] Este problema lo menciona Paul Davies, The Fifth Miracle: The Search for the Origin and Meaning of Life (Nueva York: Simon
and Schuster, 1999), publicado en castellano como El quinto milagro: En busca de los orígenes de la vida (Barcelona: Crítica,
2000); pone en claro que no parece haber ninguna solución a la vista. Esto es típico; así sucede con cada otro libro que he
consultado, incluyendo el de Lahav (véase la siguiente nota).
[9] Noam Lahav comenta acerca del «protobionte»: «Pero pasemos primero al protobionte —la hipotética criatura que está al borde
del ámbito de la biología actual— y usémoslo como punto de partida en nuestro viaje de extrapolación regresiva hacia el mismo
comienzo de la biología» Noam Lahav, Biogenesis: Theories of Life’s Origin [Biogénesis—Teorías del Origen de la Vida] (Nueva
York: Oxford University Press, 1999), 143.
[10] Charles B. Thaxton, Walter L. Bradley y Roger L. Olsen, The Mystery of Life’s Origin: Reassessing Current Theories [El
misterio del origen de la vida: Examen de las teorías actuales] (Nueva York: Philosophical Library, 1984).
[11] Véase Woodward, Doubts about Darwin [Dudas sobre Darwin], 85-91, sobre Thaxton y el impacto de El misterio, incluyendo un
muestreo de las activas reacciones que recibió de parte de científicos, incluyendo la del biofísico de Yale Harold Morowitz, que
escribió una reseña en sentido positivo.
[12] Dean Kenyon y Gary Steinman, Biochemical Predestination (Nueva York: McGraw-Hill, 1969).
[13] El mecanismo primordial, la «fotodisociación», era prácticamente inevitable: las moléculas de agua (H2O) en las capas altas de
la atmósfera, expuestas a la radiación ultravioleta, hubieran desprendido el hidrógeno, separándose el oxígeno, que se hubiera
difundido por la atmósfera de la tierra.
[14] La discriminación entre las diferentes clases de trabajo entrópico (químico, térmico y de configuración), pasó a formar parte del
progreso del argumento en pro del designio en el campo de la evolución química, y vino a formar parte fundamental de la estructura
intelectual del Movimiento del DI.
[15] Las otras cinco ideas además de la abiogénesis naturalista son: (1) nuevas leyes naturales, (2) la panspermia, (3) la panspermia
dirigida, (4) un creador dentro del cosmos, (5) un creador externo al cosmos.
[16] James Jekel, reseña de The Mystery of Life’s Origin, Yale Journal of Biology and Medicine (diciembre de 1984); Klaus Dose,
«The Origin of Life: More Questions Than Answers [El origen de la vida: Más preguntas que respuestas]», Interdisciplinary
Science Reviews, vol. 13, no. 4, 348.
[17] Robert Shapiro, Origins: A Skeptic’s Guide to the Creation of Life on Earth (Nueva York: Bantam Paperback, 1986). Este es uno
de los mejores libros jamás escritos sobre la evolución química, y los magníficos apoyos publicados en la sobrecubierta que pudo
recoger hablan por sí mismos y son la base de mi descripción del libro como «célebre».
[18] Robert Shapiro, «A Replicator Was Not Involved in the Origin of Life [No hubo ningún replicador implicado en el origen de la
vida]», en IUBMB Life (Una revista de la Unión Internacional de Bioquímica y de Biología Molecular) 49 (2000): 173-175; citado
en el capítulo de Walter Bradley, «Information, Entropy, and the Origin of Life [Información, entropía y el origen de la vida]», en
Debating Design, ed. Dembski y Ruse (Cambridge University Press, 2004), 346.
[19] Véase la propia página autobiográfica de De Duve en la siguiente página en la Internet:
nobelprize.org/medicine/laureates/1974/duveautobio.html. He extraído mucho de mi material de esta página web, a la que accedí el
28 de diciembre de 2005. Su papel como participante en discusiones tipo DI se cuenta en el capítulo de Phillip Johnson, «The
Information Quandary [El Dilema de la Información]», en The Wedge of Truth, y en mi narración acerca del congreso sobre «La
Naturaleza de la Naturaleza» organizado por Dembski en la Universidad Baylor, que se ha considerado en el capítulo 9 de
Woodward, Doubts about Darwin [Dudas sobre Darwin].
[20] Los tioésteres son metabolitos ricos en energía, y para un buen resumen de esta fase teórica, véase Lahav, Biogenesis, 262-63.
[21] Véase Fazale Rana y Hugh Ross, Origins of Life: Biblical and Evolutionary Models Face Off [El origen de la vida: Los modelos
bíblico y evolucionista frente a frente] (Colorado Springs: NavPress, 2004), 52. Este punto de vista es tan importante para Lahav
que la obra de Wächtershäuser se cita en un total de alrededor de cincuenta diferentes páginas en un texto de trescientas páginas —
¡una de cada seis páginas considera esta teoría!
[22] A. G. Cairns-Smith es muy bien conocido por su libro Seven Clues to the Origin of Life: A Scientific Detective Story (Nueva
York: Cambridge University Press, 1985), publicado en castellano como Siete pistas sobre el origen de la vida (Madrid: Alianza
Editorial, 1985), pero anteriormente había publicado Genetic Takeover and the Mineral Origins of Life [Invasión genética y el
origen mineral de la vida] (Nueva York: Cambridge University Press, 1982). Wikipedia tiene un excelente y útil resumen de su
teoría de la arcilla en http://en.wikipedia.org/wiki/Graham_Cairns-Smith.
[23] Francis Crick, Life Itself: Its Origin and Nature [La vida misma: Su origen y naturaleza] (Nueva York: Simon and Schuster,
1981). En Mystery of Life’s Origin, Bradley, Olsen, y Thaxton examinaron la panspermia en su epílogo. Paul Davies, en su
importante libro El quinto milagro, dedica todo un capítulo (13 páginas en la edición española) a esta idea.

Capítulo 9
[1] Véase el resumen sumamente valioso acerca de este extremo en el capítulo 12 de Rana y Ross, Origins of Life.
[2] Estos hechos, aunque presentados por oradores en el Congreso de Greenville, se derivan aquí de Rana y Ross, Origins of Life. La
cifra para la E. coli aparece en la página 165 y la cifra para la célula independiente (1500-1900) aparece en la p. 162.
[3] Para esta vívida descripción de esta vida parásita, estoy en deuda con las descripciones facilitadas por diversos oradores en el
fórum sobre DI «Uncommon Dissent [Una discrepancia singular]» en Greenville, Carolina del Sur, en agosto de 2005.
[4] Véase Rana y Ross, Origins of Life, 163, y las fuentes a que ellos hacen referencia en las notas al pie que se citan para el capítulo
12 (especialmente las notas al pie 11 a 14).
[5] Edward Peltzer, en especial, dio algún crédito a los investigadores por unos discretos resultados en esta etapa.
[6] Kenyon y Steinman, Biochemical Predestination.
[7] Unlocking the Mystery of Life, Illustra Media, 2002. La versión en castellano, La clave del misterio de la vida, Illustra Media,
2005. El DVD puede adquirirse a través de www.illustramedia.com
[8] Ibid.
[9] Ibid.
[10] Véase «The Information Quandary [El dilema de la información]» en Johnson, The Wedge of Truth [La cuña de la verdad].
[11] Davies, El quinto milagro, p. 221 en la traducción al castellano.
[12] Para ampliar este análisis crítico del dilema en que se encuentra el naturalismo en su intento de encontrar una explicación, véanse
los primeros capítulos de C. S. Lewis, Los milagros (Madrid: Encuentro, 1992 —traducción de la edición inglesa publicada en
1947).
[13] Davies, El quinto milagro, 200-201.
[14] Ibid., 210.
[15] Ibid., 211-212, itálicas añadidas.
[16] Gould, Structure of Evolutionary Theory [Existe traducción al castellano, La estructura de la teoría de la evolución (Barcelona:
Tusquets Editores, 2004)]. Véase la nota al pie en la página 101 (del original inglés), en la que Gould desarrolla el silogismo
creacionista.
[17] Esta estrategia de evasión, con un comentario final de afirmación de progreso, parece ser el planteamiento adoptado en Forrest y
Gross, Creationism’s Trojan Horse, 99-103.
[18] Lahav, Biogenesis, 303. Su nota hace referencia a Arrhenius et al., «Entropy and Charge in Molecular Evolution—the Case of
Phosphate [Entropía y carga en la evolución molecular—el caso del fosfato]», Journal of Theoretical Biology 187 (1997): 503-33.
[19] Lahav, Biogenesis, 303-4, itálicas añadidas.
[20] Ibid.
[21] Walter Bradley, «Information, Entropy, and the Origin of Life [Información, entropía, y el origen de la vida]», en Debating
Design [El debate del designio], ed. Dembski y Ruse, 347-48.
[22] Ibid.
[23] En Doubts about Darwin [Dudas sobre Darwin], describí la crítica escéptica que hace Denton de la macroevolución como esta
misma situación imaginaria de un científico que busca la salida de un laberinto subterráneo. Véase Woodward, Doubts about
Darwin [Dudas sobre Darwin], 256, n. 18.
[24] Véase «Science vs. Religion, to Science vs. Science [De ciencia contra religión, a ciencia contra ciencia]», Montana News
Association, http://www.montanasnews.com/article.php?molde=view&id=2677, acceso realizado el 16 de marzo de 2006.

Capítulo 10
[1] Ultimátum a la Tierra (1951) fue dirigida por Robert Wise (conocido también por Sonrisas y lágrimas, Star Trek: La película, y
docenas de otras producciones). El breve resumen del guión que sigue está adaptado de www.imdb.com/title/tt0043456 —el sitio
web de IMDb (que afirma ser la base de datos de películas más grande del mundo), accedido el 30 de diciembre de 2005.
[2] Naturalmente, para aquellos que insistan en la precisión, estoy dejando de lado los codones de comienzo y fin al comienzo y al fin
de los otros cien codones, de modo que, técnicamente, hay al menos 102 codones en la cadena entera.
[3] Los trabajos de Ralph Seelke en la Universidad de Wisconsin se han concentrado en esta cuestión. Parece que la selección natural
se enfrenta con un límite de tres mutaciones para la formación de nuevas secuencias de ADN con sentido. Véase capítulo 12 para
detalles.
[4] Véase el famoso artículo-reseña de Stephen Meyer, «The Origin of Biological Information and the Higher Taxonomic Categories
[El origen de información biológica y las categorías taxonómicas más elevadas]». Este artículo se puede conseguir en línea en
Discovery.org. Meyer hace referencia a E. Koonin, «How Many Genes Can Make a Cell? [¿Cuántos genes pueden construir una
célula?]» Annual Review of Genomics and Human Genetics 1 (2000): 99-116.
[5] Naturalmente no estoy siquiera contando las regiones que no codifican, lo que en el pasado se ha designado como «ADN basura»,
en los eucariotas superiores. Recientes investigaciones parecen indicar que este «ADN basura» no es tan basura, después de todo, y
que puede tener diversos propósitos que no se habían contemplado antes.
[6] William A. Dembski, The Design Revolution: Answering the Toughest Questions about Intelligent Design [La revolución del
designio: Respuesta a las preguntas más incisivas sobre el Diseño Inteligente] (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2004).
[7] Podría escribir literalmente más de cien páginas sobre esta cuestión y aburrir al lector hasta las lágrimas, si tuviera que relatar todo
el bombardeo que Dembski ha sufrido. Véase la enumeración en «Ataques contra Dembski» en la página web de Discovery.org
para Darwin Strikes Back para resúmenes de otros ataques estratégicos contra Dembski y el filtro, con las respuestas desde el
campo del DI.
[8] Véase especialmente Woodward, Doubts about Darwin, 171-82.
[9] Dembski acudió a una conferencia del filósofo Alvin Plantinga, Whig-Clio Hall, Princeton University, en octubre de 1990. En
aquel tiempo Dembski estaba realizando investigaciones posdoctorales en Princeton.
[10] Véase Dembski, The Design Revolution, 82-83.
[11] Véase ibid., 84-86. Dembski comenta que diversos límites universales de probabilidad sugeridos (en publicaciones) se
encontraban entre 1 en 10 94 a 1 en 10120. La cifra de Dembski es la más cauta de todas las que aparecen en la literatura.
[12] Véase ibid., 76.
[13] Véase la discusión de este tema de la aplicación del filtro al flagelo en «The Flagellum Unspun [El flagelo desmadejado]», de
Kenneth Miller, en Debating Design, ed. Dembski y Ruse.
[14] Dembski, The Design Revolution, 88.
[15] Ibid., 95-96.
[16] En ibid., capítulo 10, p. 81, Dembski cita a Leslie Orgel como el primero en usar este término en su libro The Origins of Life:
Molecules and Natural Selection (Nueva York: Wiley, 1973) [Hay edición española, Los orígenes de la vida: Moléculas y selección
natural (Madrid: Alianza Editorial, 1973)]. También cita el uso que hace Paul Davies de esta expresión en su libro El quinto
milagro, al que he hecho referencia en el capítulo anterior.
[17] Esta estrategia del ataque personal es típica en las reseñas acerca de Dembski desde el campo contrario al DI. Véase Forrest y
Gross, Creationism’s Trojan Horse, 118: «La implicación, naturalmente, es que solamente él ha triunfado ante el reto inmemorial
planteado a la lógica, a las matemáticas, a la ciencia natural, a la metafísica y a la filosofía moral, el reto que ha eludido a todos
hasta ahora: establecer la veracidad de que la vida ha sido diseñada con un pleno propósito por parte de un agente
incomprensiblemente inteligente externo a la naturaleza». Después de una mera enumeración de los argumentos centrales de
Dembski, los autores afirman, con bien poca caridad y justificación: «Esta no es la voz de un modesto académico joven».
[18] Las citas son de ibid., 123, y Perakh, Unintelligent Design, 26-28.
[19] Perakh, Unintelligent Design, 104.
[20] Véase la discusión de Dembski en The Design Revolution, 93.
[21] Perakh, Unintelligent Design.
[22] Estoy en deuda con el difunto Donald Mackay por esta ilustración, aunque yo la esté empleando de forma diferente. Donald
Mackay, The Clockwork Image (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1974). En castellano se puede consultar el artículo del mismo
autor, «El hombre como mecanismo», en la recopilación Fe cristiana y ciencia mecanicista, ensayos editados por D. M. Mackay
(Buenos Aires: Certeza, 1968).
[23] Esta cita es de Dembski, The Design Revolution, 98.
[24] Véase Michael Polanyi, «Life Transcending Physics and Chemistry [La vida trasciende a la física y a la química]», Chemical and
Engineering News (21 de agosto de 1967).
[25] Dembski, The Design Revolution, 93. En el contexto, Dembski cita la fuente de Ruse (sin número de página) como: Can a
Darwinian Be a Christian? The Relationship between Science and Religion [¿Puede un darwinista ser cristiano? La relación entre la
ciencia y la religión] (Nueva York: Cambridge University Press, 2001).
[26] Citado de Dembski, The Design Revolution, 93, itálicas añadidas.
[27] Ibid., 99, itálicas añadidas.
[28] Neil deGrasse Tyson, «The Perimeter of Ignorance [El perímetro de la ignorancia]», Natural History (noviembre de 2005). Tyson
volverá a aparecer en el siguiente capítulo como un ateólogo animador de los darwinistas.
[29] Las diversas citas son todas de Dembski, The Design Revolution, 90.
[30] Shanks, God, the Devil, and Darwin, 127, 129 (véase 125-29). Véase también Young y Edis, eds., Why Intelligent Design Fails,
91-95.
[31] Cornelius Hunter, «Can Science Refute Design? A Book Review of Why Intelligent Design Fails [¿Puede la ciencia refutar el
designio? Reseña del libro Por qué fracasa el Diseño Inteligente]», Origins no. 58 (21 de junio de 2005): 37.
[32] Dembski, The Design Revolution. Propongo los siguientes capítulos como especialmente interactivos con el darwinismo: capítulo
19, «Information Ex Nihilo [Información surgida de La Nada]»; capítulos 25-26, «The Supernatural [Lo sobrenatural]» y
«Embodied and Unembodied Designers [Diseñadores corpóreos e incorpóreos]»; capítulo 30, «The Argument from Ignorance [El
argumento de la ignorancia]»; y capítulo 36, «The Only Game in Town [La única partida en el vecindario]».
[33] Ibid., 145.
[34] Holmes Rolston III, Genes, Genesis and God: Values and Their Origins in Natural and Human History [Genes, Génesis y Dios:
Los valores y sus orígenes en la historia natural y humana] (Nueva York: Cambridge University Press, 1999), citado en Dembski,
The Design Revolution, 146.
[35] Todas las citas e información en este párrafo y las que siguen en este capítulo están extraídas de Dembski, The Design
Revolution, 146-48.

Capítulo 11
[1] David Berlinski, «The Deniable Darwin [El rebatible Darwin]», Commentary 101, no. 6 (junio de 1996).
[2] Acerca de la diversidad de intereses y obras escritas de Berlinski, véase la lista de sus escritos en el sitio web de Discovery.org.
[3] Los otros cuatro fueron el paleontólogo David Raup, que me ayudó enormemente en mi investigación acerca de Phillip Johnson; el
historiador de la ciencia Ron Numbers, que revisó el manuscrito y me apremió a que lo publicase a través de una editorial
comercial; y dos de los cuatro miembros de mi comité de redacción de la tesis que tuvieron un papel crucial, y que dijeron que
habían disfrutado de mi trabajo, sin alinearse con el DI en ningún sentido ideológico.
[4] Un ejemplo clave de un teólogo alineándose con la evolución y contra el DI sería John Haught, un teólogo en la Universidad de
Georgetown. John Haught escribió un fascinante capítulo, «Darwin, el Designio y la Divina Providencia» en Debating Design, eds.
Dembski y Ruse. El libro más conocido entre los recientes de John Haught es God After Darwin: A Theology of Evolution (Boulder,
CO: Westview Press, 2000), sobre el que Michael Behe escribió una reseña con un tono relativamente positivo y apreciativo.
Véase: www.arn.org/docs/behe/mb_godafterdarwinreview.htm.
[5] La integridad de los argumentos del designio depende, hasta cierto punto, de la exactitud acerca de los datos. Al menos desde el
punto de vista de la precisión científica, numerosos corresponsales de los teóricos del designio han ayudado enormemente como
comprobadores de datos. Otros han ido mucho más allá de la comprobación de los datos y han interaccionado extensamente con
Dembski y otros teóricos, sometiendo a crítica sus argumentos con buena disposición, lo que ha llevado progresivamente a una
mayor claridad y solidez de dichos argumentos. Prácticamente todos estos críticos amistosos se mantienen, por razones evidentes,
bajo una estricta confidencialidad.
[6] Woodward, Doubts about Darwin [Dudas sobre Darwin], 73-74, 82-83, 260 n. 46. David Raup se menciona también en el capítulo
3 de este libro.
[7] Dos de los profesores de Berkeley que asistieron mantuvieron una cordial y activa correspondencia con Johnson después de este
encuentro. Llegaron a ser unos partícipes muy corteses en discusiones en las primeras etapas del DI, si no «ayudadores» como tales.
[8] Dentro de esta clase han destacado Niall Shanks, God, the Devil, and Darwin [Dios, el Diablo y Darwin], y Barbara Forrest y Paul
Gross, Creationism’s Trojan Horse [El caballo de Troya del creacionismo]. Muchas de las tergiversaciones de Shanks son
examinadas bajo el cortante bisturí de la crítica de Del Ratzsch, «How Not to Critique Intelligent Design Theory [Cómo no criticar
la teoría del Diseño Inteligente]», en la revista en la web Ars Disputandi, vol. 5 (2005). Véase el apéndice para un extracto clave de
esta reseña.
[9] Doy aquí tres razones para la poca mención de la física y cosmología en Dudas sobre Darwin: En primer lugar, me encontré con
ciertas rigurosas limitaciones de espacio, y tenía que cubrir las principales figuras del DI antes de pasar a figuras secundarias.
Segundo, en el DI siempre ha habido un gran énfasis en la biología —en la debilidad empírica existente en la biología evolutiva y
en la teoría del origen de la vida. Mi historia refleja este énfasis. Una tercera razón es que los primeros libros que trataban acerca
del descubrimiento del ajuste fino del universo no se publicaron hasta la década de 1980, de modo que este aspecto del diseño
cosmológico estaba emprendiendo sus primeros y vacilantes pasos para el tiempo en que el DI ya había surgido en la década de
1980.
[10] En Young y Edis, eds., Why Intelligent Design Fails [¿Por qué fracasa el Diseño Inteligente?], el físico Victor Stenger aborda el
tema en su capítulo, «Is the Universe Fine-Tuned for Us? [¿Está el universo finamente ajustado para nosotros?]»
[11] Estos hechos básicos están tomados del libro de Robert Jastrow, God and the Astronomers [Dios y los astrónomos], 2a ed.
(Nueva York: W. W. Norton, 1992), capítulo 2, 17-25.
[12] Cualquiera de los escritos acerca del Big Bang por Hugh Ross, presidente de Razones para Creer, tiene este tono. Esto es cierto
tanto si se trata de un libro, de un artículo en la Internet o en boletines.
[13] De Simon Singh, Big Bang: The Origin of the Universe [Big Bang: El origen del Universo] (Nueva York: Fourth Estate, 2004),
483.
[14] Según Singh, esta expansión de la época de la inflación se completó en el primer lapso de 10 -35 segundos —esto es, la primera
cienmillonésima de una billonésima de una billonésima de segundo, en notación española (un billón = un millón de millones). Ibid.,
477-78 n. 8.
[15] Jastrow, God and the Astronomers, 2nd ed., 106.
[16] Véase Behe, Darwin’s Black Box, 244-45 de la edición en inglés (en castellano, La caja negra de Darwin). Behe también ha
expuesto esto en incontables ocasiones en conferencias y otras oportunidades.
[17] Jastrow, God and the Astronomers, 2nd ed., 107.
[18] Ibid., 9.
[19] Jastrow sugiere una apertura teórica al teísmo por su nota de respaldo en la contracubierta de The Mystery of Life’s Origin [El
misterio del origen de la vida], de Thaxton, Bradley y Olsen, que se ha tratado en el capítulo 8.
[20] John Barrow y Frank Tipler, The Anthropic Cosmological Principle [El Principio Antrópico de la Cosmología] (Nueva York:
Oxford University Press, 1986). William Lane Craig, «Barrow and Tipler on the Anthropic Principle vs. Divine Design [Barrow y
Tippler sobre el Principio Antrópico contra el Diseño Divino]», publicado en la oficina virtual de Craig en Leaderu.com:
www.leaderu.com/offices/billcraig/docs/barrow.html, accedido el 25 de enero de 2006.
[21] Gonzalez y Richards, The Privileged Planet [El planeta privilegiado].
[22] La fuente para esta cita es el astrofísico Marc Davis, en su entrevista en video en Evidence for God, un documental producido por
Fred Heeren, DayStar Publications, 1997.
[23] Basado en diversas entrevistas con Hugh Ross, el astrofísico que fundó Razones para Creer. Estas entrevistas se realizaron a
principios de junio y finales de julio de 2005.
[24] El UFA es explorado por el filósofo John Leslie en Universes (Nueva York: Routledge, 1989).
[25] Esto procede de la página de Wikipedia en inglés sobre el «Principio antrópico [Anthropic principle]» tal como estaba cuando se
accedió en enero de 2006. (Cuando se volvió a acceder a la página otra vez en junio de 2006, la redacción había cambiado en algo.)
La referencia de 1988 es al libro de Hawking A Brief History of Time (NY: Bantam Books), publicada en castellano como Historia
del tiempo (Barcelona: Editorial Crítica, 1989).
[26] Timothy Ferris, The Whole Shebang: A State-of-the-Universe(s) Report [Todo el tinglado: Informe sobre el estado del Universo]
(Nueva York: Simon and Schuster, 1997).
[27] La frase «hinchada ontología» es de William Dembski, en un correo electrónico de noviembre de 2000, donde resumía su
conversación con un cosmólogo de Yale que asistió al Congreso de Yale sobre el Designio. El profesor asistió a la conferencia
pronunciada por William Lane Craig sobre designio en el universo y defendió el Multiverso después en una discusión con los
teóricos del DI.
[28] Simon Conway-Morris, citado por Douglas A. Vakoch, en Nature 429, no. 6994 (24 de junio de 2004):808.
[29] Richard Dawkins, en Shanks, God, the Devil, and Darwin, viii-ix.
[30] Véase Woodward, Doubts about Darwin [Dudas sobre Darwin], 136-41, donde abordo el argumento que hace David Hull sobre
malignidad y despercidio.
[31] Cornelius Hunter, Darwin’s God: Evolution and the Problem of Evil [El Dios de Darwin: Evolución y el problema del mal]
(Grand Rapids: Brazos Press, 2001).
[32] Véase, por ejemplo el capítulo «On the Design of the Vertebrate Retina [Del diseño de la retina de los vertebrados]», de George
Ayoub, en Darwinism Under the Microscope [El darwinismo bajo el microscopio], ed. Thomas Woodward y James Gills (Lake
Mary, FL: Strang, 2002).
[33] Dembski, The Design Revolution, 58.
[34]Ibid.
[35] Neil deGrasse Tyson, «The Perimeter of Ignorance [El perímetro de la ignorancia]», Natural History (noviembre de 2005). Entre
los peligros celestes, además de agujeros negros hambrientos de materia y de galaxias en colisión, su pesadilla incluye «la galería
de tiro, llena de asteroides y cometas terroristas que chocan con planetas de vez en cuando».
[36] Ibid.
[37] Ibid.

Capítulo 12
[1] Véase Niall Shanks, God, the Devil, and Darwin [Dios, el Diablo y Darwin], y Barbara Forrest y Paul Gross, Creationism’s Trojan
Horse [El caballo de Troya del creacionismo]. Ambos títulos fueron publicados en 2004 por Oxford University Press.
[2] Véase la columna de Charles Krauthammer «Phony Theory, False Conflict [Falsa teoría, falso conflicto]» del Washington Post del
18 de noviembre de 2005. Véase también la columna de George Will «Grand Old Spenders [Grandes Derrochadores]» en el mismo
diario, el día anterior (17 de noviembre de 2005), así como su columna «Evolution Debate Will Not End [El debate sobre la
evolución nunca acabará]» en el número de 4 de julio de 2005 de Newsweek.
[3] Este ataque ad hominem (contra el hombre) está relacionado con la falacia genética, en la que se ataca una teoría por algún aspecto
negativo de cómo se aprendió o desarrolló una creencia. Ambas falacias están relacionadas a su vez con «el envenenamiento de las
fuentes»—como se ve en Wikipedia.org/wiki/Poisoning_the_well: «El envenamiento de las fuentes es una falacia lógica donde se
presenta una información adversa acerca de alguien ante una audiencia a modo preventivo, con la intención de desacreditar o
ridiculizar todo lo que alguien está a punto de decir. El envenenamiento de las fuentes es un caso especial del argumentum ad
hominem».
[4] En el capítulo 10 de Woodward, Doubts about Darwin [Dudas sobre Darwin], «la recalcitrante naturaleza» es el jugador crucial en
el drama de los orígenes.
[5] Franklin Harold, The Way of the Cell: Molecules, Organisms, and the Order of Life [El funcionamiento de la célula: Moléculas,
organismos y el orden de la vida] (Nueva York: Oxford University Press, 2001).
[6] Véase Meyer, «The Origin of Biological Information and the Higher Taxonomic Categories», 217, también publicado en
castellano como El origen de la información biológica y las categorías taxonómicas superiores [http://www.ciencia-
alternativa.org/articulos.htm]. Meyer hace referencia a Gerhart y Kirschner, «Cells, Embryos, and Evolution [Células, Embriones, y
Evolución]», Blackwell Science (Londres, 1997): 121, y a M. D. Adams, M.D., «The Genome Sequence of Drosophila
Melanogaster [La secuencia del genoma de la Drosophila Melanogaster]», Science 287 (2000): 2185-95.
[7] Para consultar su conferencia, véase Ralph Seelke, «What Can Evolution Really Do? How Microbes Can Help Us Find the
Answer [¿Qué es lo que la evolución puede hacer realmente? Cómo los microbios pueden ayudarnos a encontrar la respuesta]», en
el Uncommon Dissent Forum [Una discrepancia singular], agosto de 2005, Greenville, Carolina del Sur. Se pueden conseguir
copias a través de Lewis Young, Piedmonttravel.com. La investigación de Seelke en la Universidad de Wisconsin-Superior refuta la
acusación de que los académicos adscritos al DI no hacen investigación experimental. Véase también el artículo de Doug Axe,
«Estimating the Prevalence of Protein Sequences Adopting Functional Enzyme Folds [Estimación del Predominio de las Secuencias
de Proteínas que Adoptan Pliegues Enzimáticos Funcionales]», Journal of Molecular Biology 341, no. 5, 1295-1315.
[8] Muller y Newman, eds., Origination of Organismal Form [Originación de la forma organísmica], 7.
[9] Philip Skell, «Why Do We Invoke Darwin? [¿Por qué invocamos a Darwin?]», The Scientist, August 29, 2005, p. 10.
[10] La información en este párrafo y en el anterior está tomada de Michael Behe, “Whether Intelligent Design Is Science [De si el
Diseño Inteligente es Ciencia]», 3 de febrero de 2006, www.discovery.org. Esto se incorporó posteriormente como apéndice a
Traipsing into Evolution [Trajinando con la evolución].
[11] Darwin, El origen de las especies (Barcelona: Ed. Zeus, 1970), 18, itálicas añadidas.
Índice

abiogénesis. Véase también sopa prebiótica, hipótesis de la química abiótica.


abismos del Cámbrico
Abril, las Ofensivas de
Academia Eslovaca de las Ciencias
Academia Nacional de las Ciencias [National Academy of Sciences]
Academia Rusa de Ciencias Naturales
Acanthostega gunnari
ácidos grasos
ácidos nucleicos
ad hóminem, ataques
adaptación
adenina
ADN basura
ADN
evidencia
escalera
molécula
origen del
recombinación de
secuencia
afinidades preferentes, hipótesis de las
ajuste fino
proceso de parto (PPFA)
universo (FTU)
Alberts, Bruce
aldehídos
All Things Considered
Alters, Brian
Altman, Sidney
American Biology Teacher, The
aminoácidos dextrógiros
aminoácidos levógiros
aminoácidos
cadena de
secuencia de
síntesis de
análisis estadístico
analogía de la ratonera
anfibios
Anomalocaris
anticuerpos
antropología
año de alarma
aperiódico
apuesta de Darwin, la
árbol de la vida
Archaeopteryx
arcilla, vida en cristales de
argumento dialéctico humano
ARN
arquea, bacterias
artrópodos
Asediado Hereje del DI
Asociación Americana de Profesores Universitarios
Asociación Americana para el Avance de la Ciencia
Asociación Nacional de Profesores de Ciencias [National Science Teachers Association]
astronomía
ateólogos
atmósfera primitiva
autorreplicación, ciclo de. Véase ciclo de autorreplicación
aves, transiciones en las
Axe, Doug
azar. Véase también probabilidad
hipotesis
necesidad y
azúcares

Bacillus subtilis
bacterias
gramnegativas
independientes
bacteriología
Baer, Karl Ernst von
Ballard, William
ballena
«barrera termodinámica»
Barrow, John
Baylor, Universidad
Behe, Michael
árbol de la vida en
argumentos de
contribuciones de
críticas de
interacción con darwinistas
Beloussov, Lev
Bénard, celdas de
Berlinski, David
Berman, Marshall
Big Bang, teoría del
Biochemical Predestination [Predestinación bioquímica] (Kenyon/Steinman)
biofísica
Biogenesis: Theories of Life’s Origin [Biogénesis: Teorías del origen de la vida] (Lahav)
biología comparada
biología evolutiva
biología
celular
conflicto de paradigmas en
educación
evolutiva
molecular
«Biology’s Big Bang [El Big Bang de la Biología]» (Time)
Blind Watchmaker, The [El relojero ciego] (Dawkins)
Bocarsly, Andrew
Bonner, John Tyler
Borel, Emil
Boston Review
Bowser, Sandy
Bradley, Walter
braquiópodos
Brumfiel, Geoff
Bryan, William Jennings
Buchnera, genoma
Bugge, T. H.
Burgess, capas de Pizarra, Columbia Británica
Bush, George W.
caballos fósiles
Cairns-Smith, Graham
caja negra de Darwin, La (Behe)
cambio, orgánico
Cámbrico
explosión del
misterio del
Cambridge University
Campbell, John Angus
capas sedimentarias
Carter, Brandon
«causa mixta», objeción
Cech, Thomas
Celoso Inquisidor
célula eucariota
célula procariota
celular(es)
biología
cambio
estructura
máquinas
Centro Nacional para la Educación Científica [National Center for Science Education (NCSE)]
Chen, Jun-Yuan
Chengjiang, China, yacimientos fósiles
China, roca precámbrica
Chu, Timothy
CI. Véase complejidad irreducible
ciclo de autorreplicación
ciencia
ciencias políticas
cilio
citocromo C
citosina
clase
coagulación sanguínea, cascada de la
codones de inicio/paro
codones
colágeno, matriz de
Collins, Francis
coloración protectora
Comité Ad Hoc para los Orígenes
Commentary
complejidad especificada Véase también Información Compleja Especificada; detección del designio
complejidad irreducible. Véase también complejidad especificada
argumentos en contra de la
celular
código genético
flagelo, el y la
complejidad mínima
complejidad
irreducible
nodo
sistema
Concordia College, Mequon, Wisconsin
confusión
Congreso de «Uncommon Dissent» [Una discrepancia singular], Greenville, Carolina del Sur
Congreso de Praga. Véase «Darwin and Design [Darwin y el Designio]», Congreso de Praga
Congreso del Designio en Yale. Véase Yale, Congreso del Designio en.
cono de diversidad creciente
contingencia, nodo de
Conway-Morris, Simon
coopción
cooptación, Véase coopción
Copernicano, Principio
cordados
Cornell University
cosmología
Coyne, Jerry
Craig, William Lane
creación ex nihilo
creacionismo
creacionismo bíblico. Véase creacionismo
creacionismo científico. Véase creacionismo
creacionistas
etiqueta
silogismo
Creationism’s Trojan Horse [El caballo de Troya del creacionismo] (Forrest/Gross)
Creationists, The [Los creacionistas] (Numbers)
Crick, Francis
Critics Rave over Icons of Evolution [Los críticos desvarían acerca de Iconos de la evolución] (Wells)
Crucible of Creation, The [El crisol de la Creación] (Conway-Morris)
cuña
analogía
«documento de la»

Darrow, Clarence
Dartmouth University
«Darwin and Design [Darwin y el Designio]», Congreso de Praga
«Darwin bajo el microscopio» (Behe)
Darwin, Charles. Véase también darwinismo; neodarwinismo
Darwin’s God [El Dios de Darwin] (Hunter)
Darwinism, Design, and Public Education [Darwinismo, designio y educación pública] (Meyer/Campbell)
darwinismo
Davies, Paul
Dawkins, Richard
de Duve, Christian, 171, 182
Debating Design [El debate del Designio] (Ruse/Dembski)
decisión, nodos de, Véase nodos de decisión
DeHart, Roger
deísmo
Dekker, Cees
delfines
Dembski, William A.
argumentos
contribuciones of
críticas contra
Demon-Haunted World [Un mundo abarrotado de demonios] (Sagan)
«Deniable Darwin, The [El rebatible Darwin]» (Berlinski)
Dennett, Daniel
Denton, Michael
desarrollo de «mecha corta»
desarrollo de «mecha larga»
desarrollo por pequeños pasos
descarga eléctrica en la formación de la vida
descendencia común
descendencia con modificación
Design Inference, The [La inferencia del designio] (Dembski)
Design Revolution, The (Dembski)
designio
designio, detección del
paradigma
desoxirribosa, azúcares
detección del designio, Véase designio, detección del
detección
DeWolf, David K.
dextrógiros, aminoácidos. Véase aminoácidos dextrógiros
DI. Véase diseño inteligente
diálogo racional
diluvio, global
dinosaurios
«Dios de los vacíos»
dióxido de carbono
direccionalidad en evolución
Discovery, Instituto, Véase Instituto Discovery
diseño deficiente. Véase diseño incompetente, acusaciones de
diseño incompetente, acusaciones de
«Diseño Inteligente y sus críticos», Congreso de
diseño inteligente
diseño óptimo
diversidad
Dobzhansky, Theodosius
Donahue, John
Doolittle, Russell
Dose, Klaus
Doubts about Darwin [Dudas sobre Darwin] (Woodward)
Dover, resolución. Véase Kitzmiller contra la Junta Escolar de Dover
Drosophila melanogaster
Dudas sobre Darwin, Véase Doubts about Darwin
Dyson, Freeman

Eden, Murray
ediacarana, fauna
ediacaranos, animales
Edis, Taner
educación
Eigen, Manfred
Einstein, Albert
«El Diseño Inteligente: El nuevo creacionismo amenaza a toda la ciencia y a toda la sociedad [Intelligent Design: The New
Creationism Threatens All of Science and Society]» (Berman)
El sentido de la evolución (Simpson)
Eldredge, Niles
Elinson, Richard
embriología
embriones
energía, mecanismo de conversión de
enlace químico
entropía de configuración
entropía térmica
entropía
envenenamiento de las fuentes
enzimas
equilibrio puntuado, modelo del
equinodermos
era vendiana
especificación, filtro de. Véase filtro de especificación.
esponja
«¿Estaba Darwin equivocado?» (Quammen)
estabilidad de forma. Véase estasis
Estado Cuasi-Estacionario, Teoría del. Véase también Estado Estacionario, Teoría del
Estado Estacionario, Teoría del. Véase también Estado Cuasi-Estacionario, Teoría del
estasis
estrategia de cero concesiones
estrategia, el Movimiento del Diseño Inteligente
estrella de mar
estructura de causa-efecto
estructura de la teoría de la evolución, La (Gould)
estructura de las revoluciones científicas, La (Kuhn)
estructuras existentes. Véase microevolución
estructuras, origen de las
etapas de movimiento
evangélicos contra el DI
Evidence against the New Creationism, The [Evidencia contra el nuevo creacionismo]
evidencia
del DI
fósil
para la macroevolución
evo/devo. Véase biología evolutiva del desarrollo
evolución. Véase darwinismo; macroevolución; microevolución; neodarwinismo
Evolution: A Theory in Crisis [Evolución: Una teoría en crisis] (Denton)
ex nihilo, creación, Véase creación ex nihilo
exobiología
experimento de Miller-Urey, Véase Miller-Urey, experimento de
explosión cámbrica
exterminio de los intermedios
extremista, etiqueta de
extremófilos, bacterias

Facultad de Leyes de Yale


falacia genética
fantasía, temas de. Véase temas proyectivos
Federación Americana de Maestros
fenotipo, originación del
Ferris, Timothy
Fibonacci, serie de
fibrina
filo
filogenia
filtro de especificacion
filtro explicativo
Finding Darwin’s God [En busca del Dios de Darwin] (Miller)
Fisher, Ronald
física
«Flagellum Unspun, The [El flagelo desmadejado]»
flagelo bacteriano
formas de transición
formas intermedias
Forrest, Barbara
fosfatos
fósil
radiación
sucesión
«Fósiles dicen Sí, Los» (Prothero)
fotodisociación
Fountain, Kathy
Fox, Sidney
Free Inquiry (revista)
Fuller, Steve
fundamentalista, etiqueta de

Galápagos, Islas
Gamow, George
gases
gastrulación
gen egoísta, El (Dawkins)
Genes, Genesis, and God [Genes, Génesis y Dios] (Rolston)
Génesis, el libro de
genética mendeliana
genética. Véase también genoma; Genoma Humano, proyecto del; mutación
genome. Véase también Proyecto del Genoma Humano
geología
Gilkey, Langdon
Gishlick, Alan
glicina
God and the Astronomers [Dios y los astrónomos] (Jastrow)
God, the Devil, and Darwin [Dios, el Diablo y Darwin] (Shanks)
Gonzalez, Guillermo
Gordon, Malcolm
Gould, Stephen Jay
gramnegativas, bacterias
Gran Teoría Paradigmática
Gross, Paul
guanina
«Guerras de la evolución, Las» (Chu)
Guth, Alan

Haeckel, Ernst
Hagerty, Barbara
Haldane, J. B. S.
Hall, Barry
Harold, Franklin
Haught, John
Hawking, Stephen
Heeren, Fred
hidrógeno
hipercomplejidad. Véase complejidad, sistema de
«historia del génesis» darwinista
homínidos, evolución de los
homologías estructurales
Hoyle, Fred
Hubble, Edwin
humanoides
Hunter, Cornelius

Iconos de la evolución, Véase Icons of Evolution


Icons of Evolution [Iconos de la evolución] - libro - (Wells)
Icons of Evolution [Iconos de la evolución] - video - (Coldwater Media)
IDEA, Clubes
Ilustración
imagen de Dios
imaginación, fracaso de la
incredulidad, argumento de la
independiente
bacteria
especificación
inducción eliminadora
inferencia al designio
inferencia del «Ser Supremo»
inflación cósmica, hipótesis de la
inflación, época de la
información compleja especificada
información
especificada
leyes de la creación de
Inherit the Wind [La herencia del viento]
inicio/paro, codones de
innovación. Véase macroevolución
insectos, cambio en los
Instituto Discovery
Instituto Smithsoniano. Véase Smithsoniano, Instituto.
Intelligent Design Creationism and Its Critics [El creacionismo del Diseño Inteligente y sus críticos] (Pennock)
intermedias, formas, Véase formas intermedias

Jastrow, Robert
Jekel, James
Johnson, Phillip
crítica del darwinismo
debate con Gould
en el Congreso de Yale
escritos de
Jones, John E.
Juan Pablo II
Júpiter, lunas de
Kauffman, Stuart
Keller, David
Kenyon, Dean
Kinsley, Michael
Kitzmiller contra la Junta Escolar de Dover
Koonin, Eugene
Korthof, Gert
Krauss, Lawrence
Krauthammer, Charles
Krishtalka, Leonard
Krupa, Dalibor
Kuhn, Thomas

La clave del misterio de la vida (Illustra Media)


La herencia del viento
La razón en la balanza, Véase Reason in the Balance
Lahav, Noam
Larabell, Carolyn
Larry King Live
Lemaitre, George
Lennox, John
Leslie, John
levógiros, aminoácidos. Véase aminoácidos levógiros
Lewis, C. S.
Lewontin, Richard
ley
biogenética
informacional
natural
libertad de expresión, cuestiones de
libros de texto
Life Itself [La vida misma] (Crick)
«Life Transcending Physics and Chemistry [La vida, trascendente a la física y a la química]», (Polanyi)
Linton, Alan
Luskin, Casey

macroevolución. Véase también microevolución;


neodarwinismo
mamíferos
Manson, Neil
Marte
matemáticas
materialismo/naturalismo
filosófico
metodológico
razón y
visión del mundo del
McCosh, James
McDonald, John
McVay, James
Meaning of Evolution, The [El sentido de la evolución] (Simpson)
mecanismos evolutivos
«mecha corta», desarrollo
«mecha larga», desarrollo
Medawar, Peter
melanismo industrial
membrana lípida
Menuge, Angus
metano
Meyer, Stephen
Michigan, Universidad Estatal de
microbiología
microevolución. Véase también macroevolución
Miller, Kenneth
Miller, Stanley
Miller-Urey, experimento de
Minnich, Scott
misterio del origen de la vida, El, Véase Mystery of Life’s Origin, The
mitología del darwinismo, la
molecular(es)
biología
genética
sistemas
moluscos
Monkey Business, The [La cuestión del mono] (Eldredge)
Montagu
morfología
mosca del azúcar, del vinagre
Moscú, Universidad Estatal de
motor fueraborda, analogía
Muller, Gerd
multiproteínico, sistema. Véase también proteína
Multiverso
mundo de los tioésteres, el
Museo Americano de Historia Natural
mutación
aleatoria
bacteriana
mecanismo de selección
pasos de
My Turn [Mi turno]
Mycoplasma genitalium
Mystery of Life’s Origin, The [El misterio del origen de la vida] (Bradley/Olsen/Thaxton)

nanotecnología
NASA
NASA-Ames Research Center
National Geographic
Natural History, revista
natural
historia
selección
«sistema de túneles de causa »
naturaleza
leyes de la
proceso impulsado por la
naturalismo. Véase materialismo/naturalismo
Nature, revista
«Nature of Nature, The [La naturaleza de la naturaleza]», congreso en Balyor sobre
navaja de Ockham, la
nebulosa
necesidad como mecanismo, la
Nelson, Paul
neodarwinismo
darwinismo y
paradigma de
New Mexico
«New Orleans Secular Humanist Association»
New Scientist
New York Times
Newman, Stuart
nitrógeno
No Free Lunch [No hay nada gratis] (Dembski)
nodos de decisión
nuevas estructuras corporales, desarrollo de
Numbers, Ronald
nylonasa
O’Reilly Factor
Ockham, la navaja de
Oficina de Defensa Especial, EE. UU.
ojos, desarrollo de los
Olsen, Roger
«ontogenia recapitula la filogenia, la»
ontología, hinchada
Opabinia
Oparin
operón lac
órganos
«Órganos de perfección y complicación extremas»
«Origen de la Información Biológica y las Categorías Taxonómicas Superiores, El», (Meyer)
origen de las especies, El (Darwin)
orígenes, opciones acerca de los
Originación de la forma organísmica, Véase Origination of Organismal Form
Origination of Organismal Form (Originación de la forma organísmica) (Muller/Newman)
Origins of Life [El origen de la vida] (Rana/Ross)
Orr, H. Allen
ortogenética, descripción
ortoxodia darwinista
oscura
energía
materia
Oxford University Press
Oxford, Universidad de
óxidos
oxígeno

Padian, Kevin
paleoantropología
Paley, William
panspermia dirigida
panspermia
paradigma darwinista
paradigma mixto,
paradigma
crisis de
darwinista
del designio
mixto
París, seminario de
patrones en el universo
Patterson, Colin
Peltzer, Edward
Pennock, Robert
Penzias, Arno
Perakh, Mark
peste bubónica, bacteria de la
Peterson, Dan
pez
«pezópodo»
Piltdown, hombre de
pinzones de Darwin
pirita de hierro
plan corporal. Véase morfología
Plantinga, Alvin
Plantinga, conferencias de
plásmidos
plasticidad de forma
Platón
plegamiento, procesos de
pliegues faríngeos
Polanyi, Centro
Polanyi, Michael
polilla moteada, o del abedul
polipéptidos
Polkinghorne, John
«posición vital a defender a ultranza»
Precámbrico, período
prejuicio
presuposiciones
Prigogine
primates
Princeton, Seminario Teológico de
Princeton, Universidad de
principio antrópico de la cosmología, El (Barrow/Tipler)
principio organizador de la biología
Principio Robusto de Economía Formativa (PREF)
Privileged Planet, The [El planeta privilegiado] - libro - (Gonzalez/Richards)
Privileged Planet, The [El planeta privilegiado] - video - (Illustra Media)
probabilidad
filtro
límites
probabilística, recursos, Véase recursos probabilísticos
Proceedings of the Biological Society of Washington (Meyer)
Proceso a Darwin (Johnson)
proceso, teología del, Véase teología del proceso
procesos no dirigidos
prórrogas
proteína plegada
proteína
coágulo sanguíneo enzima
plegamiento de la
proteínas estructurales
Prothero, Donald
protobionte
protrombina
Provine, William
proyectivos, temas
Proyecto del Genoma Humano
pseudociencia, argumento de
Public Broadcasting System [Sistema Público de Radiotelevisión] (PBS)
punto muerto, origen de la vida

Quammen, David
quark
Quarterly Review of Biology, The
química
entropía
evolución. Véase abiogénesis
quinto milagro, El (Davies)

radiación cósmica de microondas, o radiación cosmológica de fondo (CMB)


Radio Pública Nacional [National Public Radio]
Rana, Fazale
ratonera, analogía de la, Véase analogía de la ratonera
Ratzsch, Del
Raup, David
Rawlings, Hunter III
reacciones cruzadas de interferencia
Reason in the Balance [La razón en la balanza] (Johnson)
recapitulación
recursos probabilísticos
refutación, criterio de la
reino
religión
ciencia como
implicaciones del DI para la
no ciencia, argumento de
replicación
reptiles
retórica científica
«Review of Niall Shanks, God, The Devil, and Darwin, A [Reseña de Niall Shanks, Dios, el Diablo, y Darwin]»
revistas, con revisión por pares
revolución científica
ribosoma
Richards, Jay
Richardson, Michael
ripidistio, pez
Robertson, Pat
Rolston, Holmes
Ross, Hugh
Ruse, Michael

Sagan, Carl
saltación
Saturno, lunas de
«Scant Search for the Maker [Una escasa búsqueda del Hacedor]», (Linton)
Schaeffer, Fritz
Schopf, William
Schroeder, Gerald
Science (revista)
Scientist, The, (revista)
Scopes, juicio de
Scott, Eugenie
secuencias informacionales
Sedgwick, Adam
Seelke, Ralph
segmentación
Selfish Gene, The [El gen egoísta] (Dawkins)
ser necesario
«Ser Supremo», inferencia del
Seton Hall University
Shanks, Niall
Shapiro, Robert
Shreeve, James
Sigworth, Fred
«silencio ensordecedor»
simios
Simpson, George Gaylord
Singh, Simon
síntesis neodarwinista
sistema giratorio
sistema multiproteínico, Vease multiproteínico, sistema
Sistema Secretor del Tipo Tres
sistemas, argumentos acerca de los
Skell, Philip
Smalley, Richard
Smithsoniano, Instituto
Sociedad Americana de Agronomía
Sociedad Americana de Astronomía
Sociedad Americana de Ciencias de Cultivos
Sociedad Americana de Edafología
Sociedad Americana de Física
Sociedad de Biofísica
Sociedad Internacional para el Estudio del Origen de la Vida [International Society for the Study of the Origin of Life] (ISSOL)
Sociedad Química Americana
sociología
sopa prebiótica, hipótesis de la. Véase también abiogénesis
«Sternberg, El Caso»
Sternberg, Richard
Strobel, Lee
Structure of Evolutionary Theory, The [La estructura de la teoría de la evolución] (Gould)
Structure of Scientific Revolutions, The [La estructura de las revoluciones científicas] (Kuhn)
subsistemas, funciones de los
sucesión de los fósiles
sulfuro de hierro, el mundo del
supernova
supervivencia de los más aptos
sustitución competitiva

Tabash, Eddie
taxonomía
teísmo
teleología, exclusión de
temas proyectivos, Véase proyetivos, temas
teocracia
teología del proceso
termodinámica, barrera
tetrápodos
Than, Ker
Thaxton, Charles
Tiktaalik Roseae,
Time (revista)
Times Higher Education Supplement [Suplemento de Educación Superior de Times]
timina
tioésteres, el mundo de los
Tipler, Frank
tortugas, Galápagos
Tower of Babel, The [La Torre de Babel] (Pennock)
traición a la ciencia
Traipsing into Evolution [Trajinando con la evolución] (DeWolf/West/Luskin)
transformación limitada
Tribrachidium
trilobites
triple filtro explicativo
triple mutación, el límite de la
Triumph of Evolution, and the Failure of Creationism, The [El triunfo de la evolución, y el fracaso del creacionismo] (Eldredge)
Tyson, Neil deGrasse

Unintelligent Design [Diseño no inteligente] (Perakh)


Unión Americana para las Libertades Civiles (American Civil Liberties Union ACLU)
universal
ácido de la civilización
límite de probabilidad
Universes (Leslie)
Universidad de California San Diego
Universidad de Idaho
Universidad de Nuevo México
Universidad de Wisconsin
Universidad de Yale
Universidad del Sur de Florida
universo en expansión
Urey Harold C.
USA Today

vacíos de formas de transición


Valiente Indagador
valores democráticos, amenaza contra los
Van Till, Howard
variación aleatoria. Véase mutación aleatoria
variación de formas ya existentes. Véase microevolución
ventana de tiempo de la evolución química
Venus
vida maravillosa, La (Gould)
Viena, Austria, congreso
visión del mundo
Vital Dust [Polvo vital] (de Duve)
Voeikov, Vladimir

Wächtershäuser, Gunter
Wade, Nicholas
Walcott, Charles
Warfield, B. B.
Washington Post
Way of the Cell, The [El funcionamiento de la célula] (Harold)
Wedge of Truth, The [La cuña de la verdad] (Johnson)
Weinshank, Donald
Wells, Jonathan
West, John G.
«Whether Intelligent Design Is Science [De si el Diseño Inteligente es ciencia]» (Behe)
White, Timothy
Whitehead, A. N.
Whittington, Harry
«Who Has Designs on Your Students’ Minds? [¿Quién abriga designios para las mentes de vuestros estudiantes?]» (Brumfiel)
Whole Shebang, The [Todo el tinglado] (Ferris)
Why Intelligent Design Fails [Por qué fracasa el Diseño Inteligente] (Young/Edis)
Wicken, Jeffrey
Wilkins, A. S.
Will, George
Wilson, E. O.
Wilson, Robert
Wired (revista)
Witt, Jonathan
Woese, Carl
Woodward, Thomas

Yale Journal of Biology and Medicine


Yale, Congreso del Designio en
Young, Matt

Z-ADN
«Zona rizitos de oro»
Thomas Woodward (Ph.D., Universidad de Florida del Sur) es profesor en la Escuela
Superior Trinity de Florida, donde enseña historia de la ciencia, filosofía,
comunicación y teología sistemática. Es fundador y director de la Sociedad C. S.
Lewis y pronuncia conferencias en universidades sobre temas científicos, apologéticos
y religiosos. Autor del libro galardonado Dudas sobre Darwin, Woodward es un ávido
astrónomo y ha publicado artículos en Christianity Today y otras publicaciones
periódicas. Vive en Dunedin, Florida.
La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar productos de calidad —con integridad y excelencia—, desde una perspectiva
bíblica y confiable, que animen a las personas a conocer y servir a Jesucristo.

Título del original: Darwin Strikes Back, © 2006 por Thomas Woodward y publicado por Baker Books, una división de Baker Publishing
Group, Grand Rapids, Michigan 49506–6287. Todos los derechos reservados.

Edición en castellano: Darwin contraataca, © 2007 por Thomas Woodward y publicado por Editorial Portavoz, filial de Kregel Publications,
Grand Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación podrá reproducirse de cualquier forma sin permiso escrito previo de los editores, con la excepción de citas
breves en revistas o reseñas.
Traducción del inglés: Santiago Escuain
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la Versión Moderna, revisión de 1923.
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ISBN 978-0-8254-6545-1
1 2 3 4 5 edición / año 11 10 09 08 07

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