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2 de septiembre de 2018
El término “crítico” alude al objetivo de habilitar a las personas para una creciente
autodeterminación, codeterminación y solidaridad en todas las dimensiones de la
vida, y a la vez toma en cuenta que la realidad de las instituciones educativas no
corresponde a menudo a tal objetivo. En consecuencia, es necesario estudiar las
manifestaciones y causas de los obstáculos que se oponen a la enseñanza y al
aprendizaje en lo que concierne al desarrollo de esas capacidades ya mencionadas,
y las posibilidades de realizar, determinar, proyectar y experimentar tales procesos
y capacidades, a saber:
Cuesta no concibe esta didáctica crítica como una acción individual desregulada
ni como un movimiento de renovación de la pedagogía que está disponible, sino
que la defiende como una actividad teórico-práctica de carácter colectivo que se
efectúa en la intersección de los campos de fuerza derivados de las políticas
culturales. De acuerdo con esta pedagogía, la Historia debe enseñarse no de una
manera “tecnicista, idealista y academicista”, sino como una herramienta que nos
faculte “para pensar, desear y actuar de otra manera”.
Para Delgado, la interacción de las personas del presente con los protagonistas
de los sucesos pasados ha de fundarse en el pensamiento crítico y una actitud
tolerante, responsable y comprometida. Para lograr esto, son necesarios
numerosos procesos cognitivos, entre ellos: utilización de la imaginación histórica,
identificación de procesos de cambio y continuidad y de las relaciones causa-efecto,
formulación de hipótesis, análisis y síntesis.
Veamos lo que dicen algunos autores al respecto. López menciona que “el hecho
histórico también se reconstruye conforme van surgiendo nuevos elementos de
análisis y nuevas fuentes documentales que aportan datos importantes”, y éstos
pueden modificar la valoración del suceso. Según Arranz, “un historiador serio y
riguroso podrá replantearse […] datos y documentos”: la perspectiva será nueva,
pero nunca concluyente. Anadón, por su parte, expresa que el conocimiento
histórico se forja desde el presente, por lo que nuestra sensibilidad al analizar el
pasado se verá condicionada por los intereses de la realidad actual. En
consecuencia, el conocimiento histórico es relativo y provisional.
Por otra parte, Febvre recalca que, aunque la Historia se hace con documentos
escritos, igualmente puede y debe realizarse sin ellos, si no existen. El historiador
debe recurrir a su ingenio y utilizar los recursos que estén a su alcance: palabras,
signos, exámenes de piedras hechos por geólogos… en fin, todo lo que siendo del
hombre depende de él y expresa su presencia, su actividad y su forma de ser.
Una vez que se han identificado las características del objeto de estudio de la
Historia, el tiempo y el hombre, hay que añadir otros dos elementos: el cambio y el
problema. Los fundadores de Annales, cuyo rasgo principal –de acuerdo con
Fontana– es el carácter crítico de la mayor parte de su obra, iniciaron una práctica
cuya primera tarea consistía en dirigir y formular preguntas y en abrir un cuestionario
a la realidad, no sólo para descubrirla, sino para crearla. Febvre menciona que el
comienzo y el final de la Historia se encuentran, precisamente, en plantear
problemas y plantear hipótesis.
Pasamara menciona que el uso político de la Historia alcanzó las mayores alturas
en el siglo XIX, cuando los estados-nacionales y algunos sectores sociales se
esforzaron por legitimarse o por buscar y consolidar su identidad. Sobejano coincide
con este enfoque y afirma que la Historia como disciplina escolar estuvo sometida
a finalidades educativas contradictorias, según conviniera a los intereses políticos
hegemónicos.
Más tarde, una vez que la Historia fue considerada una ciencia positiva, el
problema correspondió a la didáctica, la divulgación y la educación en valores. Esto
constituiría, en palabras de Altamira, “el saber histórico de la masa, como parte de
una ciencia colectiva y de lo que llamamos opinión pública”.
Por otro lado, la Historia hace comentarios sobre valores y actitudes y, al hacerlo,
porta un mensaje, que puede ser claro o inequívoco (una valoración categórica
sobre un hecho) o, en contraste, estar oculto (una afirmación teórica). El hecho de
que la Historia ofrezca la posibilidad de reflexionar sobre los valores y actitudes de
la sociedad, ocasiona que el estudio de la Historia sea vulnerable a los intereses
políticos.
La idea del poder que tiene la Historia sobre las sociedades, ciertamente, está
generalizada. Ya lo dijo George Orwell en 1984: “El que controla el pasado controla
el futuro; y el que controla el presente controla el pasado”. Para Feliu, saber emplear
y aprender a conocer la Historia es, según este razonamiento, un poder replicable
a cada una de las sociedades de la vida cotidiana, ya sean individuales o colectivas.
Referencia