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EL SEGUNDO ADÁN

«Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así
la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Ro. 5:12).

INTRODUCCIÓN: cuando Dios terminó la obra creativa del universo, pasando examen a todas
las cosas creadas, vio que «todo era bueno». El hombre constituía la obra cumbre de la
creación, el ser semejante a Dios: inteligente, dotado de voluntad propia, conciencia, espíritu.
Toda la creación ofrecía un bello espectáculo de armonía, equilibrio, obediencia a los
lineamientos de su Creador; pero aquel espectáculo de hermosura fue de pronto quebrantado
con la entrada del pecado al mundo.

1. El escenario del pecado: «El pecado entró en el mundo…». En el decurso de la historia


humana jamás ha habido un día más negro, más triste y amargo, que el día cuando el pecado
hizo su entrada en el mundo. Los ángeles del Cielo han de haber suspendido sus alabanzas, el
gozo ha de haberse convertido en tristeza, por cuanto el pecado había venido a mancillar la
perfecta y hermosa creación de Dios. Desde ese momento era necesario un Salvador. El
hombre jamás llegaría a liberarse del pecado; el mundo jamás volvería a quedar limpio y
armonioso. Desde entonces, el pecado principió una obra demoledora, desquiciante. El pecado
se fue multiplicando con rapidez sorprendente, como el germen mortífero más terrible que
haya conocido la humanidad. Frente al pecado no han valido las reformas sociales, la cultura,
la educación. El pecado sigue su ritmo de multiplicación asombrosa, de tal manera que cada
día el mundo se va despeñando hacia el abismo ignominioso del pecado en todos los órdenes
de la vida.

2. El vehículo del pecado: ¡«El pecado entró… por un hombre». El hombre fue el instrumento
idóneo para introducir el pecado. El hombre se prestó a los planes satánicos de corromper la
hermosa creación de Dios. Desde entonces se hacía necesario que otro hombre rescatara lo
que el primero había perdido; que otro hombre, situado en el pecaminoso ambiente del
mundo, fuera Reivindicador y Redentor del mismo hombre. Habiendo entrado el pecado por
un hombre…, pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Ninguno pudo ni podrá
quedar exento del pecado. En la soledad del anacoreta, allí hay pecado; en el interior del hogar
más respetable, allí entró el pecado; en la vida del hombre más piadoso, allí hizo morada el
pecado. El pecado no ha respetado al noble ni al plebeyo, al rico ni al pobre, al sabio ni al
ignorante. Todos por igual, «por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de
Dios» (Ro. 3:23), reafirmando una y otra vez que «no hay justo, ni aun uno» (Ro. 3:10).

3. Las consecuencias del pecado: «Por el pecado (entró) la muerte».

a) La muerte hizo presa del hombre: «El pecado reinó para muerte» (Ro. 5:21). No hubo poder
que pudiese librar de la muerte al hombre. Las consecuencias del pecado constituyen la parte
más horrible y sucia del mundo. La primera manifestación del pecado fue vergüenza y miedo.
Adán se escondió de la presencia de Dios y dijo: «Tuve miedo… y me escondí» (Gn. 3:10). El
pecado trajo una secuela de sufrimiento, de llanto, de degradación, de angustia. Los
cementerios son mudos testigos del resultado del pecado. La muerte física condujo a la
muerte espiritual. El pecado no se aniquila con la muerte del cuerpo, y sus efectos continúan
sobre el alma por toda la eternidad. Si acaso el hombre pudiera librarse del pecado al morir, no
tendría objeto alguno practicar la devoción, ni creer en Dios, sino entregarse a una vida de
desenfreno. El cáncer produce intensos sufrimientos físicos; pero cuando la persona muere, el
efecto del cáncer ya no le incomoda, porque la muerte se ha encargado de vencerlo. Sin
embargo, el pecado no se acaba con la muerte física.

b) «La muerte pasó a todos los hombres»: el hombre introdujo el pecado, el pecado acarreó la
muerte; la muerte conduce al infierno. El infierno es el postrer lugar a donde el pecado lleva al
hombre. El pecado seguirá dominando a la persona aun después de la muerte, de tal manera
que tiene poder para llevar al infierno. El pecado no tiene otra dirección a donde conducir al
hombre, ni otro resultado que el mismo infierno. Quien vive conscientemente en el pecado,
está a un paso del infierno. El hombre jamás podrá librarse por sí mismo del pecado y sus
consecuencias, por esta razón se hacía necesario un Segundo Adán.

4. Cristo es el segundo Adán: «Si por… uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida
por uno solo, Jesucristo» (Ro. 5:17). Cristo vino al mundo con la tarea de rescatar lo que el
primer Adán había perdido. Tuvo la misión de luchar cuerpo a cuerpo con el pecado, en el
escenario del pecado, con el mismo cuerpo que fue vehículo del pecado, para acabar una vez
por todas con las amargas consecuencias del pecado en el hombre. Estuvo sujeto a las mismas
flaquezas humanas, a las mismas tentaciones; pero se mantuvo firme ante los ataques del
pecado para reconquistar la vida que el primer Adán perdiera…

a) Cristo es la vida que se ofrece al hombre mediante la «abundancia de la gracia» (Ro. 5:17):
Cristo triunfó sobre la muerte, para darnos vida. Fue sepultado y resucitó glorioso, como el
Adán triunfante e invicto, para dar vida a un mundo azotado por la muerte física y espiritual.
«Por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por
la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida» (Ro. 5:18).

b) El Señor Jesucristo doblegó el pecado con todas sus consecuencias condenatorias para
impartir justicia eterna a cada creyente: la justicia de Dios se imparte al hombre a través de
Cristo Jesús. El hombre condenado por la justicia divina, ahora es rescatado de la sentencia
eterna mediante la justicia del Segundo Adán. «Así como por la desobediencia de un hombre
los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos
serán constituidos justos» (Ro. 5:19).

c) El pecado de Adán fue la desobediencia a la orden que Dios había dado: por tanto, se hacía
necesaria la obediencia de un Segundo Adán para corregir la primera falta. Cristo fue
«obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:8). «Cristo fue nacido de mujer y nacido
bajo la ley, para que (por su obediencia) redimiese a los que estaban bajo la ley» (Gá. 4:4, 5).
La perfecta obediencia de Cristo a la voluntad de Dios, ha traído como consecuencia directa el
ser justificados.
d) Y si el pecado se multiplicó y abundó en grado extremo, «sobreabundó la gracia» (Ro. 5:20).
En toda la historia de la humanidad hasta el fin del mundo la gracia será superior al pecado,
aun cuando éste se multiplicara mil veces más. Siempre habrá un caudal de gracia para
alcanzar al hombre más pecador. «Así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia
reina por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro» (Ro. 5:21).

CONCLUSIÓN: hermano, ya no tienes que hacer más, ni buscar más, que a Cristo, el Adán
triunfante, la esperanza gloriosa de tu salvación. Por el Segundo Adán el hombre tiene la
promesa de vida eterna. Acepta hoy a Cristo Jesús como tu Redentor depositando toda tu
confianza eternamente en él.

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