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Preparación que, para las clases que dicté, estuvo focalizada en lograr una
exposición que fuera lo más clara posible y que no significara una mera reproducción de
lo que ya estaba presente en el libro de texto manejado por los estudiantes. El intento
también por lograr algún tipo de contacto con los alumnos y que no deviniera en algo
excesivamente expositivo (cuestión en el fondo inevitable, por la característica de la
materia dictada). Allí, ciertas cuestiones sobre la materia dictada, IPC del CBC, marcaron
límites más precisos en torno aquello que podía ser realizado. Lo cual, desde cierta
perspectiva resulto una ventaja. No hube de preguntarme demasiado que técnicas de
conducción o que contenidos dictar. Estaba todo, por decirlo en forma llana, servido en
bandeja. Y lo señalo como una ventaja, pues siendo mi primera experiencia docente,
prefería moverme en un terreno conocido. Existió una menor diferencia entre aquello a
lo que estoy acostumbrado como estudiante de filosofía y aquello que yo iba a realizar
como docente. Pero esta misma ventaja, hizo que la experiencia probablemente haya
sido menos enriquecedora de cuanto pudo haber sido en un secundario y que, gran
parte de las reflexiones que surgieron durante la cursada, tuviera un impacto reducido
en mi práctica. Podría decir que, en mi tarea docente, intente reproducir las formas y
métodos que la gran parte de mis docentes de la UBA me enseñaron sin proponérselo.
Esto mismo significó que entre mis expectativas iniciales y mis logros exista un
cierto desbalance, pues parte de ellas estaban puestas en adentrarme en ese mundo
que es la escuela secundaria y ver cómo podría desempeñarme allí. Expectativa que, en
todo caso, dado que yo conscientemente elegí dictar la clase del CBC, corre por mi
propia cuenta no haber cumplido. De todos modos, el trabajo realizado durante la
cursada, me permite imaginar mi futura tarea en secundarios. Principalmente, porque
gran parte de mis inquietudes y dudas acerca de la enseñanza estaba en tener una idea
cabal de lo que significaba el preparado de una clase, unidad y programa y de tener que
estar frente a un curso dictando clase, cuestiones que pude trabajar durante ambos
cuatrimestres.
Vale la pena comenzar con alguna aclaración. Este trabajo tendrá una cuota
importante de precariedad. Las ínfimas experiencias docentes transitadas durante el
segundo cuatrimestre conllevan necesariamente a este trabajo a carecer de grado de
concreción que, con una trayectoria más contundente podría tener. A ello, se suma que
la experiencia no fue realizada en un terciario, ni en un secundario, sino en IPC de Puán,
con todas las diferencias que existen entre ambos tipos de cursadas. La materia, si bien
ligada a la filosofía, pertenece a una rama tan especifica que extrapolar, la importancia
de la enseñanza de la filosofía de las ciencias o futuros ‘cientistas sociales’, tal y como
eran la mayoría de mis alumnos, a la importancia de la enseñanza de filosofía a alumnos
de secundarios o terciarios, no resulta tan sencillo. No significa ello que no existan
puntos de coincidencia, pero incluso las coincidencias serán producto de mi
especulación. Con todo, este ensayo, individual en su redacción, tiene una dimensión
colectiva en la medida en que las experiencias de mis compañeros, que supieron muy
bien relatar durante la cursada, también han servido para tener un panorama del estado
de la educación pública secundaria y terciaria.
Estas últimas preguntas nos llevan a los análisis que la escuela reproductivista
realiza en torno a la escuela como un ‘aparato ideológico del estado’. Críticas que bien
pueden apuntar en dirección de la concepción Hegeliana del aprendizaje filosófico, pero
que también pueden ir en dirección al propio lugar que nosotros, como docentes
desempeñaremos allí. La escuela es, según estas perspectivas, no solo una instancia para
el desarrollo de capacidades intelectuales, sino también un aparato de reproducción
ideológica. Su función es, a través de una autoridad pedagógica, los maestros, reforzar
una arbitrariedad cultural, a la que se reconocerá como legítima; al par que se
deslegitima toda otra forma cultural no trasmitida (Cf. Palacios, p. 148)
La paradoja del docente de filosofía presenta dos aristas. Enseñar a pensar por
sí mismo, mediante la explicación del pensamiento de otros y desde un lugar
autoritativo que debe validar aquello que se supone aprendido. Llegado un punto, es
posible que toda la tarea docente se resuma en aprender lo que debía aprenderse y
enseñar lo que debía enseñarse. La institucionalización, fundada inevitablemente en
la repetición y la reproducción, presupone sedimentaciones y cristalizaciones de
contenidos que llevan en su seno el germen de la alienación. En ello, ningún docente
puede permanecer a salvo de recaer en formas de enseñanza alienantes. Pero,
podemos rescatar aquí el pensamiento de Castoriadis, para quién la tarea de
autonomizar el pensamiento de las instituciones, solo puede lograrse dentro del
mismo marco simbólico que busca romperse, en el momento en que algo instituyente
emerge dando un nuevo sentido a aquello que había sido instituido.
… hablar es una cuestión de identificación, de tomar una identidad existente, un lugar existente dentro del
orden existente. Pero, además, hablar puede ser un acto de subjetivación si no se trata de una identidad
que ya nos está esperando sino si nuestro hablar es suplementario a la distribución existente de lo sensible
e introduce un elemento que es heterogéneo (…) Es el tipo de discurso que produce las “nuevas inscripciones
de la igualdad” dentro del orden… (Biesta, 2011).
Cerletti, A. (2008). Repetición, novedad y sujeto en la educación. Buenos Aires: Del estante
editorial.