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Desde el escenario por Abel Velázquez parte 4 de 5

=Desde el escenario=
Desde el escenario

Cuéntame, las que te duelen las que siempre dolerán, las dueñas de esta voz y el mar...
Alejandro Filio

Virginia estaba parada detrás de la barra. Había pasado realmente poco tiempo desde la última vez
que hablamos y a decir verdad no encontramos, ninguno de los dos, nada amable que decirnos. Los
mismos miedos, las mismas detenciones absurdas que nos separaban una y otra vez. En el frente de la
mesa, estaba Rosy. Mirando a la inmensidad, como no tomando importancia a lo que ocurría alrededor.
Además de ella, el resto de los asistentes al primero de mis cumpleaños. El mundo que a partir de esa
noche no volvió a ser el mismo.

Esa vez la escuché llegar. Supe que se iba a quedar a dormir en mi casa y los nervios me tomaron por
asalto. No supe que hacer, es la verdad. Me temblaban las piernas mientas cantaba. Entré en la oficina de
Alicia y me encontré con muchas rosas en una especie de pecera. Me les quedé viendo como paralizado
por la imagen y tomé dos para regalarle una y entregar otra como pretexto. Así lo hice sólo que la que no
le regalé y que había calculado para mi hermana, tuve que entregarla a otra amiga a quien no deseaba
darle la flor porque yo sentía que podía prestarse a malas interpretaciones. En fin. Rosy permaneció
callada, no dijo una palabra. Ahora sé que aún guarda el tallo de rosa de aquella larguísima primera flor
que le regalé y que careció totalmente de romanticismo. Ya en el camino de regreso a casa no sabía si
hablar, si callarme, si escapar, si hacerme el culto, el bobo, el inocente. En fin no tenía idea de nada. Ella
subió las escaleras con mi hermana y se durmieron casi de inmediato, yo me quedé frente a la
computadora tratando de imaginar a través de la pantalla lo que estaría soñando y la manera de meterme
en su sueño a través de las letras. Ese día me concentré tratando de develar lo que le pasaba a mi
atormentado y torpe corazón tan malacostumbrado a equivocarse pero no hallé absolutamente nada que
me confirmara que Rosy pudiera ser la mujer que había estado esperando. Ni siquiera la profundidad de
sus hermosos ojos michoacanos o su extraña capacidad para decirlo todo con una sonrisa y detrás de la
misma invitar al descubrimiento. Había algo perfectamente extraño que ese día en lo particular no me
dejó dormir. Rosy estaba entrando por mis ojos a través de las letras y de la capacidad de hablar entre las
palabras, diciendo más con los silencios y los puntos suspensivos que con las alegorías y las metáforas.
Esa madrugada la verdad es que me pareció tan lejana de mí que por increíble que parezca deseé con
toda el alma que fuera ella quien se quedara a vivir para siempre en mí y le escribí un correo largo,
pidiéndole que me dejara entrever sus sueños, no que me los explicara ni que me involucrara en ellos, le
dije que pensaba en ella mientras escribía, que era la causa de que yo no pudiera conciliar el sueño o tal
vez debí decir la causa de mi ensoñación de esa vez.

Como fuera, el recuerdo de esa extraña noche comenzó a perseguirme y de pronto recordé aquel absurdo
correo que mando Julieta, Rosy tiene nombre de flor. No, relájate. No puede ser ella porque Julieta no
pudo saber que... además todo mundo tiene una conocida con nombre de flor. Claro eso era, la razón por
sobre la fe. Eterna confrontación eglógica.

El día siguiente a aquella extraña noche, tuve la segunda de mis fiestas de cumpleaños de la cual salí
vivo de milagro. Entre tanta celebración ya se me empezaba a perder la brújula con respecto a mi
historia romántica, se me olvidaba y peor se me confundía el deseo de averiguar lo que estaba
ocurriendo con Rosy y conmigo. Pero la duda seguía en el espacio, flotando como sobre una reducida
escarcha alrededor de mis pies en un lago de hielo quebradizo, estaba seguro de que si me equivocaba
acabaría enamorado de Rosy por las razones incorrectas, mismas que habían perseguido a mis ilusorios
romances anteriores. Estaba seguro de que si me adelantaba un solo paso en dirección equivocada, Rosy
escaparía de mí tal y como lo habían hecho ya Virginia y Julieta.

Mi hermana, mientras tanto, me animaba a que le hablara diciéndome que había dejado una buena
impresión y que continuara con la estrategia mientras ella me concertaba los foros para que pudiera
verla.

Llegó la tercera de mis fiestas y con ella la celebración creativa y el canto hasta entrada la madrugada
en mi lugar de trabajo. Cerca de las tres de la mañana, llegó Rosy con una mirada de miedo hasta donde
me encontraba ya festejando entre tequilas y canciones. Tenía miedo, miedo a dejar ver algo en sus ojos,
se acercó y me abrazó para felicitarme y casi sin palabras me entregó un rollo de papeles amarrados por
un mecatito, a manera de regalo de cumpleaños, inmediatamente pensé en más poemas. Aquí cabe
aclarar que ya antes me había prestado un compendio de escritos muy extraño. Eran poemas y no. Cada
página era todo un caso muy raro de introspección, como un desahogo sin orden ni formalidad
gramatical que no se podía comprender desde el punto de vista común del lector. Vamos no había forma
de decir si eran buenos o malos; bueno, malos no eran, pero ciertamente su descripción estaba más bien
en el punto de la rareza, era raro que un escritor vaciara parte de sí mismo sobre el objetivo de la
incomprensión y el desorden mental. Tal vez Yeats en una etapa muy corta, Paul Eluard y algún otro
manifestante futurólogo, pero la verdad es que los primeros poemas me sonaron tan encriptados que tuve
miedo de imaginar, de pensar para qué habían sido escritos, para quién habían sido escritos. El velo de
misterio que seguía acompañando a Rosy después de esa primera entrega de poemas, pensé se había
transformado en un duelo intelectual frontal y directo del que alguno de los dos iba a salir herido pero
que en definitiva, valía la pena jugar.

Regresando a la noche del tercero de mis cumpleaños, ahí estábamos uno frente a otro esperando que el
otro dijera lo que el uno esperaba y no nos decíamos nada, ella con una evidente mirada de pánico, no de
miedo y yo con una seguridad fingida que me temblaba horrores en la mano que se escondía en mi
pantalón. Pensé verdaderamente que el destino la había llevado a esa hora hasta mí de la nada, con un
montón de poemas bajo el brazo. Después me confesó que la verdad era que una de sus amigas no podía
resistir un minuto más fuera de un baño y eso la obligó a llegar a la peña a hacer acto de aparición. De
cualquier manera su presencia resultaba mágica de por sí. Yo la invité a quedarse hasta más allá de la
madrugada pero no quiso. Aunque lo pensó. El gesto de tomar en cuenta la posibilidad de quedarse, que
se dibujó en su rostro pálido, de pronto se volvió un oasis de promesas de sueños para esa noche o lo que
quedaba de ella y a pesar de que ese día no hubo sonrisa alguna que se dibujara en su rostro, no hubo
necesidad de pedirla, el milagro comenzaba a gestarse.

Se despidió a lo lejos de mi compadre que desde el escenario la miraba extrañado y salió de la noche tal
como entró, como una extraña aparición.

No todo podía ser felicidad y misterio. Esa misma velada y ya al calor de las copas o más bien con las
copas encima. Mi compadre hizo su aparición como un espectro de la destrucción. No es que no estime
ni que lo considere como un mal amigo, es solo que a veces mi compadre exagera su posición natural de
soberbia para proyectarse a sí mismo una seguridad que no tiene y que nadie le cree. Es como si se
quisiera enfrascar en una permanente competencia, en una apuesta interminable que de antemano sabe
que no puede ganar, pero le queda en el fondo de sí la satisfacción de haber enlodado un poco cualquier
traza de felicidad pura que pueda haber en el mundo. Luego de perder, mi compadre normalmente se
hace el gracioso y se coloca a la defensiva haciendo francamente el ridículo con argumentos tan
machistas y falsos que difícilmente se le podían creer a Pedro Infante, así que siendo objetivos, pues a él
ni que decir.

Esa madrugada en particular había un cierto aire hostil en el ambiente, yo sabía que uno de los motores
de la vida particular de mi amigo, era la envidia y no quería enfrascarme en una discusión que
polemizara ningún punto. No en mi cumpleaños, no después de haberla visto y haber recibido sus
escritos, sus letras, no esa vez. En uno de esos raros momentos "duramente humanos", mi compadre me
dijo: "usted sabe que si no lo quisiera tanto como lo quiero, lo tendría que odiar con toda mi alma".
Solamente sonreí. Era la primera vez que se descaraba con un comentario destructivo y mala leche. Era
el preludio a la puñalada, como el ruido que hacen los alacranes al pasear el aguijón por la coraza antes
de clavarse en la piel de sus víctimas. Mi sonrisa completó la falsedad de la escena y enfrascados en una
vacuidad que espantaba ambos nos miramos como si estuviera por comenzar una competencia, como lo
hacíamos cuando niños, con un gesto amenazante, esperando el primer movimiento del contrario.
- Bueno, ¿qué te traes?
- ¿De qué? - Pregunté con vacilación.
- Con Rosy, no te hagas buey.
- Nada
- Entonces ¿a qué vino?
- A traerme mi regalo
- Mire compadre, usted sabe que entre usted y yo nunca ha habido problema por las viejas.
- Yo lo sé compadre
- Así que mire, no me gustaría que se llevara una decepción
- ¿Por qué compadre?
- Pues no vaya a ser que se enamore a lo pendejo, mejor dígame de una vez. ¿Con quien va usted?
- Con nadie compadre, usted sabe que yo soy medio joto.
- No, la neta. Usted dígame si a Rosy o a Virginia, pero dígame ahorita.
- Pues no sé compadre ¿qué quiere que le diga?
- Pues que a Virginia. Aunque igual a las dos se las va a llevar la chingada conmigo, pero quiero
respetarle la mano compadre, para que no luego haya malos entendidos.
- No pues no sé compadre.
- Mire, con Rosy ni le mueva, porque se va a topar con pared.
- ¿Por qué compadre, usted anda firme?
- Compadre. Yo fui creado por Dios para dar placer. ¿Cómo me puedo negar a esa difícil tarea y más
cuando la niña lo pide a gritos?

No sé muy bien que pasó por mi cabeza en ese instante, sólo sé que no le tiré los dientes falsos por
considerar que estaba muy borracho y que en esas circunstancias, como dice mi abuelo, ni matarlo vale
la pena. No dije nada, desvié la conversación hacia otro punto y él se dio cuenta perfectamente de que yo
no quería hablar del asunto, aunque el alcohol le impidió dilucidar si fue por haber declarado entendido
su punto de vista.

Al día siguiente, en mi cuarta fiesta de cumpleaños, la verdad es que sentía el peso de la conversación
del día anterior sobre mis espaldas. Lamentablemente la historia no había sido muy benévola que
digamos conmigo en los enfrentamientos que había tenido oportunidad de librar contra mi compadre.
Incluso muchas veces tuve que aparentar que no me importaba perder, bueno ahora que lo pienso la
verdad es que no me importaba o de lo contrario habría hecho algo, pero bueno me daba el sentimiento
de inferioridad cada vez que él se contraponía entre una mujer y yo, porque ciertamente me las había
ganado de todas todas, sin pelearle mucho es cierto y siempre con relaciones más bien de medio pelo
pero a fin de cuentas me había ganado siempre, ¿por qué dudar entonces de que me estuviera mintiendo
con respecto a Rosy? En la última de mis fiestas platiqué un momento con Rosy, sobre literatura, sus
poemas y mis cuentos y la verdad es que sentí una libertad de hablar inmensa. De pronto me vi viajando
de Sor Juana a Sabines, de Santa Teresa a Withman, de Gingsberg a Zorrilla y de Borges, ¡ah! Siempre
Borges a mis propias historias. Yo creo que hasta yo me aturdí con la plática y no supe si fueron las
horas escasas de sueño o bien los ojos enormes de Rosy que no me perdían detalle, que no me dejaban
escapar lo que me envolvió lentamente en una borrachera plácida y silente que me llevé conmigo hasta
cerca de las tres de la mañana, cuando mi cuerpo no pudo más y cayó abatido en uno de los sillones de la
sala.

Esa noche tuve un sueño, aunque no se lo conté a nadie para, como dijera mi madre, no se fuera a salar.
Me soñé a mí mismo frente a Rosy, en la misma posición que esa tarde guardaran nuestros cuerpos
frente a frente en un sillón de la casa. Me soñé de pronto besándola mientras detrás de nosotros, como en
un blue screen de cine, las figuras se detenían mientras yo la besaba, recuerdo que cuando me desperté
incluso tenía en los labios un sabor a dulce, a recuerdo de la primaria donde estudié y donde tambien
todas las tardes al salir me atiborraba de dulces, chicles, polvitos y demás cosas que comía camino a la
casa. No sé bien como describir la sensación, pero ciertamente era muy placentera. Sin embargo aún la
nube negra del comentario de mi compadre aún se cernía sobre mis oídos como un campanazo que me
devolvió a la realidad, a la cruda y a la tristeza de siempre.

Volví a encontrarme con Rosy la semana siguiente, la misma que Virginia me escribió para decirme que
había llegado a la conclusión de que no estaba segura de estar enamorada de Roberto, la misma que
había escogido para no pensar en mujeres. Me encontré con Rosy y la verdad es que no me gustó lo que
vi, mi compadre abusando de su antigüedad como amigo, hizo gala de tácticas de aperre para hacerse el
interesante y alejarla de mí, sabiendo que yo mientras él estuviera con ella no iba a aproximarme ni un
solo centímetro. Mi hermana me regañó hasta donde el vocabulario escatológico lo permite, me insultó y
después me dijo algo que jamás supe como interpretarlo: "Tu compadre esta hociconeando a lo puro
buey, no tiene ni un solo chance". La miré extrañado y la verdad es que tanta seguridad en sus palabras
no hizo otra cosa que abrumarme, no supe como reaccionar. Debido a mi confusión emocional, causada
sin lugar a dudas por el correo de Virginia, opté por dejar pasar la noche. Esa vez, al igual que la semana
anterior, mi hermana me había adelantado que Rosy se iba a quedar en casa y por lo tanto a lo mejor ahí
en el pleno de la madrugada, tendría la oportunidad de hablar con ella. Una vez más me equivoqué, mi
compadre la convenció de llevarla con él o bueno de llevarla a su casa y con todo el background de una
vida de conocernos, yo sabía lo que eso implicaba. Ni siquiera era miedo, era como una predisposición
personal que hacía innegable la posibilidad de que después de esa noche Rosy cayera en sus brazos y le
creyera lo que las anteriores mujeres que habíamos disputado le creyeron a él y yo no les dije, para mí en
ese instante la historia se repetía y el pasado por completo no nos había enseñado absolutamente nada a
ninguno de los dos, yo seguía mi racha de fracasos y él ponía en alto el nombre del machismo. La
depresión me atacó de una manera grave, al punto de enfermarme de la garganta con una fiebre que yo
creo, era más por la tristeza que por la falta de vitamina C.

Me encontré con Rosy una vez más el sábado de esa misma semana, fue a la peña, al cumpleaños de mi
jefa. La verdad era que no quería mirarla como lo que pudo y no fue, así que preferí no pensar en las
posibilidades. "Todo pasó en mi mente", me dije mientras cantaba y también mientras cantaba recuerdo
haber dicho a mitad de una de las rolas, "yo les voy a contar lo que pasó con el ángel o bien lo que va a
pasar, no lo sé aún". No creo haber pensado bien la frase, fue algo que se me salió, tal vez porque mi
compadre aún no llegaba. Cuando llegó la historia fue la misma del día anterior, por lo que me subí a
cantar en vez de pensar en hacer labor de convencimiento con la niña Rosy, estaba muy deprimido.
Canté mientras el otro buscaba hablarle al oído a la mujer que me gustaba. En ese instante lo supe, sentí
por primera vez en toda mi vida unos celos horribles, catastróficos, destructivos. Unos celos
shakesperianos, otélicos, capaces de envenenar el alma. Unos celos que no había experimentado nunca,
unos celos ciegos y locos que se me arremolinaban en las manos y en las venas de las manos queriendo
aventar la guitarra sobre la cabeza de mi mejor amigo. Yo sabía que nunca habíamos tenido un pleito por
una mujer, pero tambien estaba cierto de que ninguna de las mujeres anteriores había sido la definitiva,
la esperada, la de mi vida. ¿ Y Rosy podría serlo? ¿Cómo iba yo a saber? Pero la posibilidad era a favor,
sus ojos no eran una falacia, estaban presentes en mis sueños y ahí en mis pensamientos en ese momento
y en todos los momentos. Repasé desde el escenario las historias de mis canciones y mis cuentos y tomé
las palabras de mi hermana y las incontables veces que habló de Rosy frente a mí sin que yo lo supiera.
Pasaron de golpe también sus poemas ¿por qué mi compadre no los tiene? Pensé. ¿Por qué me tengo que
frenar ante la posibilidad de amar por primera vez verdaderamente?

Durante las despedidas de rigor ya en el franco amanecer, supliqué a quien me escuchara que ella no se
fuera con mi compadre, que no cayera en el juego. De pronto sentí que una soledad como la suya era
frágil. Necesitaba de amor y no iba a detenerse a preguntar las currículas de los candidatos. Su capacidad
de dar y sentir amor, estaba más allá de la comprensión humana y en sus ojos descubrí a todos mis
personajes fantásticos. A todas esas mujeres que conformaban mi mujer perfecta. A todas las
idealizaciones románticas y melosas que había construido a partir de las películas, las novelas, las obras
de teatro, etc. La vi mientras mi compadre la abrazaba y la apretaba entre sus brazos, no queriendo que
escapara o bien sabiendo que era la última vez que la tocaba porque esa mujer no era ni de él ni de nadie,
pero menos aún de él y su absurda idea de copar el mundo con galanterías baratas y sórdidas más de un
pachuco que de un conquistador de principios de siglo. La abrazó y ella se soltó, en ese instante y en los
veinte metros que nos separaban del auto, frente a mi desfiló un interminable mosaico de instantes que
no había vivido con ella, bueno a decir verdad ni con ella ni con nadie, pero que deseaba
enfermizamente comenzar desde ese amanecer. Recuerdo que camino al auto casi estuvimos juntos cerca
de dos segundos y mi mano por acción propia pensó en la suya, queriendo acercarse. Como si supiera
que mis manos y las de esa mujer estaban hechas a la medida para no separarse y entonces todo me dio
vueltas como en medio de un remolino cansado y gigantesco en el que mis ideas se revolvían con los
deseos y no podía identificar a ciencia cierta cual era cual.

Al llegar a la casa todas mis dudas habían desaparecido. Estaba cierto de haberme enamorado de una
desconocida, una mujer sin pasado para mí pero en quien apostaba todo mi futuro a ciegas
completamente. Una mujer de quien ya llevaba el sabor cosido a los labios sin haberlos tocado nunca y
que me hacía dudar de las bases fundamentales de mi hermetismo. Un mujer capaz de competir con mi
soledad y vencerla. Una mujer extraña que se abría paso en mis tragedias y comenzaba a demostrarme
que mi corazón no estaba ni cansado ni oxidado ni nada por el estilo, sino que en realidad estaba ávido
de amarla, de perderse en el horizonte de sus pestañas largas de sus manos lánguidas y blancas. Esa
mujer estaba volviéndome contra mi historia y se avecinaba como la luna de mi ventanal, como las
estrellas, como la tristeza, como todas esas extrañas visitas que me acompañaban cuando mentía una
canción y la pensaba para alguien sin rostro, para unos oídos y no unos ojos, para una boca pequeña,
para unas manos frías. No había lugar a dudas, estaba perdida, total y completamente enamorado de ella
y algo dentro de mis temores habituales me decía que esta vez si no la iba a dejar escapar.

Abel Velasquez Nardo “El Mago”

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