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¿Qué puede aportar la investigación del cerebro

al aprendizaje?
Según el autor la comunidad educativa debe mirar al cerebro para encontrar más y mejores
maneras de enseñar a pensar. Los estudios más recientes de las neurociencias que podrían
contribuir al desarrollo del aprendizaje y el conocimiento.

Por Facundo Manes*

https://facundomanes.com/2009/11/22/que-puede-aportar-la-investigacion-del-cerebro-al-
aprendizaje/

El ser humano es sinergia total de órganos y procesos. Estamos escritos en lenguaje biológico,
pero no estamos determinados por lo biológico y definitivamente podemos escribir nuestro
lugar en el mundo y nuestra vida. Una buena manera de ayudar a que esta difícil empresa sea
posible es que la educación sea de excelencia. Por eso la comunidad educativa debe mirar al
cerebro, para encontrar más y mejores maneras de enseñar a pensar. Sin embargo, durante
mucho tiempo el campo de la educación se ha negado a utilizar los conocimientos que hay sobre
el cerebro. Las neurociencias cognitivas podrían en lo teórico y deberían en la práctica, informar
sobre nuestras concepciones sobre el aprendizaje. Vemos esto como la suma de un nivel de
entendimiento del discurso educacional, hacia la creación holística de un marco de trabajo
multidisciplinario bio-psicosocial y no como una regresión a la concepción biodeterminante.

La investigación sobre el funcionamiento del cerebro humano ha incrementado el


entendimiento de algunos de los procesos cognitivos fundamentales para la educación tales
como: aprendizaje, memoria, lectoescritura, inteligencia, toma de decisiones y emoción. Por tal
motivo, es necesario que reflexionemos acerca de cómo estos descubrimientos de la
investigación en neurociencias cognitivas pueden tener implicancia en las prácticas
educacionales. La intersección de la biología y las ciencias cognitivas con la pedagogía se ha
convertido en un nuevo foco de interés para la educación.

Algunos de los más recientes hallazgos experimentales de las neurociencias cognitivas pueden
ser interpretados o generalizados para sugerir posibles consecuencias para el aprendizaje, el
desarrollo cognitivo y la pedagogía en escenarios educativos formales. De hecho, la metodología
utilizada en el campo de las neurociencias cognitivas nos ofrece grandes posibilidades para
desarrollar estrategias a implementar en el área de educación como por ejemplo el monitoreo
y la comparación de distintas modalidades de enseñanza en el aprendizaje.

Una contribución importante de las neurociencias a la comprensión del desarrollo humano ha


sido demostrar que la biología no es destino, y que es notable el papel que la experiencia tiene
sobre la formación de la mente. La neuroeducación, es un área interdisciplinaria embrionaria
que combina las neurociencias, la psicología y la educación para intentar crear mejores métodos
de enseñanza y programas de estudio. Este nuevo campo va tomando mayor relevancia debido
a que la neurociencia está obteniendo una comprensión más sofisticada sobre cómo la mente
de los jóvenes se desarrolla y aprende.

Las neurociencias están trabajando en condiciones específicas del desarrollo –tales como la
dislexia o el autismo– que pueden causar problemas de aprendizaje. Aunque este tipo de
investigación está orientada hacia el entendimiento de estas condiciones, los resultados suelen
tener consecuencias en el aprendizaje. Detectar problemas cognitivos al inicio de su
manifestación clínica podría ayudar a una intervención temprana. Trabajos recientes han
encontrado que los niños con dislexia sufren de dos problemas específicos: dificultad para
analizar y procesar el sonido, y para nombrar objetos en forma veloz. Abordar estos problemas
en forma específica y temprana en el desarrollo parece más eficaz que hacerlo más tarde, con
tratamientos más generales y menos individualizados. La intervención fonológica (modo en que
los sonidos funcionan en un nivel abstracto o mental) en los niños, antes de que tengan
problemas en la escuela, minimizaría el efecto de la dislexia en aquellos que potencialmente
podrían desarrollarla. Un claro ejemplo de este tipo de intervención temprana que demuestra
la intersección biología-educación es el caso de niños con problemas severos en el entorno
familiar, quienes muestran anormalidades en los niveles de cortisol (una hormona asociada al
estrés), mientras están en el nivel preescolar. Esto sugiere que se podría alentar a que estos
niños pasen más tiempo en el preescolar, dentro de un entorno más seguro.

El factor nutrición. Claro está, el entendimiento de las bases neurales que subyacen a estos
procesos relacionadas a la educación no puede ignorar un factor esencial: la imperiosa
necesidad de una alimentación saludable para el desarrollo normal del sistema nervioso central.
Tanto es así, que la asociación que existe entre la malnutrición en las edades tempranas y su
impacto en el intelecto a lo largo de la vida ha sido reconocida ya por décadas. Gran parte de las
investigaciones en este campo fueron llevadas a cabo en modelos animales, permitiendo así
generar sólidas conclusiones gracias al estricto control de variables que permite la
experimentación con animales. Ya en los años '60, Widdowson y McCance demostraron que
ratas nacidas en una camada de crías menos numerosa exploraban más el ambiente que
aquellas que nacían en camadas más numerosas. El hallazgo no era casual: menos cría implicaba
más disponibilidad de leche materna, y por lo tanto, un desarrollo potenciado del cerebro de
estos animales. Sucesivos experimentos mostraron luego que ratas que habían sufrido
desnutrición en sus primeros días de vida tenían una peor performance en pruebas de destreza
espacial y cognitiva que no sorprendentemente, estaba asociada a una disminución del número
de células en el cerebro.

El efecto deletéreo de la desnutrición parecería ser máximo cuando la carencia nutritiva se da


principalmente por una ingesta paupérrima de proteínas. Además de una descripción exhaustiva
de problemas conductuales y cognitivos tanto en animales como en humanos, se ha hallado un
número disminuido de neuronas en los cerebros de niños que habían muerto por desnutrición.
Más aún, se han descripto cambios a nivel químico en animales con una deficiencia de ingesta
de proteínas, en los cuales aumentaba el estado oxidativo de los lípidos y proteínas del cerebro,
asociado al envejecimiento y destrucción de células por alteración de la mielina, una vaina de
grasa que envuelve a los axones que comunican una neurona con otra y que son esenciales para
su función normal. Del mismo modo, ratas que no recibieron suficientes elementos nutritivos,
como hierro, presentaron cambios químicos como aumento de la oxidación de lípidos en el
cerebro y alteraciones en la mielina, cambios biológicos como tamaños cerebrales reducidos por
disminución del número de neuronas, y cambios cognitivos como déficits en pruebas de
memoria y conducta. Asimismo, la desnutrición y la malnutrición han sido asociadas a
alteraciones en la actividad de neurotransmisores, las sustancias químicas que median la
comunicación entre una neurona y otra.

Además de evaluar el efecto de la desnutrición en la educación, no debemos olvidar la relación


opuesta: el impacto de la educación en la nutrición. Un bajo nivel de educación tiene efectos
negativos sobre la salud. Es posible encontrar una estrecha correlación entre el grado de
alfabetización de las madres y la tasa de mortalidad materna, hecho independiente del grado
de cobertura sanitaria. Como contrapartida, el Banco Mundial y la comisión sobre
macroeconomía y salud de la OMS han advertido acerca del beneficio que la instrucción escolar
tiene sobre las mortalidades materna e infantil; resultados similares se han obtenido al
investigar las relaciones entre cáncer de mama y alfabetización de las mujeres. Las personas
mejor educadas son más sanas, viven más y padecen menor número de enfermedades. La falta
de educación se asocia por sí misma a más enfermedad, independientemente de la relación
positiva entre “expectativa de vida al nacer” y poder adquisitivo per capita. Es evidente que la
vida más sana de las personas con mayor nivel de educación está estrechamente ligada, entre
otros, a sus hábitos nutritivos.

Sólo en el contexto de niños bien alimentados, y por lo tanto, con un desarrollo acorde de su
sistema nervioso, es que podemos esbozar una estrategia de varios puntos para la incorporación
de la neurociencia y los principios generales de la psicología en las escuelas para fomentar el
aprendizaje. Dichas estrategias incluyen la conexión emocional de los niños, la creación de
entornos de aprendizaje enriquecidos, la enseñanza de cómo aplicar los conocimientos y evaluar
periódicamente los resultados del aprendizaje. Michael Posner, un profesor de psicología en la
Universidad de Oregón, sugiere que el estudio de las artes puede ser un medio eficaz para
mejorar la atención, que a su vez sería capaz de producir un impacto en la inteligencia general.
Un estudio de neuroimágenes que comparó niños jóvenes que tuvieron instrucción musical con
otros que no la tuvieron, demostró “profundas diferencias” en conexiones cerebrales
especificas. La investigación en neurociencias ha hecho importantes contribuciones a nuestra
comprensión del desarrollo cognitivo, demostrando que el cerebro es mucho más plástico en
todas las edades, y que la experiencia y el comportamiento pueden modular al cerebro. En otras
palabras, en lugar de mostrar que la biología es el destino, la investigación en neurociencias ha
estado a la vanguardia en demostrar el rol crítico de la experiencia en nuestra identidad.

Aportes recientes. Los estudios más recientes de las neurociencias que podrían contribuir al
desarrollo del área educativa son:

l Lenguaje. Las conexiones entre lenguaje y educación son incuestionables. Las neurociencias
están descifrando la manera en que los humanos desarrollamos y utilizamos el habla. Hay
investigaciones que toman como base a la genética que compartimos con los chimpancés: aún
cuando el 98,5% de nuestros genomas (todo el material genético contenido en las células de un
organismo en particular) son idénticos, lo cierto es que los humanos podemos hablar, a
diferencia de los chimpancés: parecería ser que nuestra capacidad lingüística se debe, en parte,
a genes (segmento corto de ADN, que le dice al cuerpo cómo producir una proteína específica)
expresados específicamente en el cerebro. Uno de estos genes es el FOXP2, que está involucrado
en la expresión de un severo desorden del desarrollo del habla y el lenguaje debido a una falta
de control de movimientos faciales y de la boca. Las neurociencias también han demostrado la
relación entre la afectación del input lingüístico (en pacientes sordos, por ejemplo) y la
consecuente afectación del lenguaje. Desde una visión más anatómico-funcional, una gran
cantidad de trabajos científicos han contribuido a localizar elementos básicos del lenguaje en
nuestro cerebro, tales como el procesamiento gramático en las regiones más frontales del
hemisferio izquierdo, o el procesamiento semántico y el aprendizaje activo de vocabulario en
las áreas más posteriores y laterales. Algunos estudios han investigado, incluso, el efecto de la
exposición tardía a idiomas de sintáctica irregular en la organización de redes lingüísticas en el
cerebro, así como la eficacia de procesamiento de lenguaje en pacientes ciegos. De este modo,
las neurociencias nos permitirán diseñar programas de aprendizaje de idiomas, tanto de
primeras como segundas lenguas, basadas en las propiedades funcionales de las áreas
cerebrales involucradas. Así, podremos maximizar la calidad y la eficiencia de los programas de
enseñanza de idiomas.
- Lectura. La lectura es la habilidad que hace posible el proceso escolar. Las neurociencias han
contribuido a comprender la importancia de una exposición temprana a la enseñanza de la
lectoescritura, demostrando incluso las grandes diferencias que existen en la organización
cerebral de personas adultas alfabetizadas y analfabetas. Dichas conclusiones se extraen de
estudios de neuroimágenes que miden las respuestas cerebrales ante la exposición de palabras,
tanto en adultos como niños. Dichos sondeos sugieren que los principales sistemas de lectura
de textos alfabéticos están lateralizados al hemisferio izquierdo. Además, los especialistas han
localizado otras áreas cerebrales que se relacionan con el aprendizaje, como la zona occipito-
parietal inferior para el procesamiento de propiedades visuales, forma de letras y ortografía, y
la zona temporo-occipital, que se asocia a habilidades de lectura, un área que usualmente tiene
activación disminuida en niños con dislexia. El campo de las neurociencias ha contribuido
también al entendimiento del procesamiento fonológico, lo cual resulta de gran importancia en
el área de la educación, especialmente en el tratamiento de niños disléxicos.

l Matemáticas. Desde el campo de las neurociencias también se logró delinear cuáles son las
estructuras que deben ser estimuladas para lograr una mejor incorporación de estrategias para
resolver problemas, no sólo en el contexto del aula, sino en la vida diaria. Esto se logró porque
las neurociencias cognitivas comenzaron a investigar más allá de los modelos cognitivos clásicos,
argumentando que hay más de un sistema neural para la representación de números. Varios
estudios afirman que las mismas áreas cerebrales están involucradas en la comparación de
cantidades, sin importar si se tratan de cifras numéricas, cantidad de objetos, etc. También se
ha identificado un sistema numérico de almacenamiento verbal, probablemente asociado al
almacenamiento de poesía y secuencias verbales, tales como los meses del año. Esto se debe a
que, matemáticamente requiere de un sistema de contabilidad para monitorear las secuencias,
y se cree que este sistema almacena “hechos numéricos” más que realizar cálculos. Las
neurociencias han explicado también el proceso por el cual los problemas aritméticos simples
que son aprendidos una y otra vez (por ejemplo, las tablas de multiplicación) logran almacenarse
como memoria declarativa, mientras que los cálculos más complejos requieren de las áreas
visuo-espaciales para su correcta ejecución. En un futuro habrá nuevas técnicas de aprendizaje
del cálculo, basadas en los conocimientos de la fisiología neural.

- Efectos directos de la experiencia. La estimulación temprana es una de las cuestiones más


debatidas en el ámbito de la educación. Aunque suele asumirse que las experiencias específicas
tienen un efecto en los niños, las neuroimágenes ofrecen formas de investigar esta asunción de
manera directa. La predicción obvia es que experiencias específicas tendrán efectos específicos,
aumentando la representación neural en áreas directamente relevantes a las habilidades
involucradas en dichas experiencias. Los neurocientíficos han estudiado a pianistas adultos
profesionales con resonancia magnética funcional, demostrando que tienen una corteza
auditiva incrementada, específicamente para tonos del piano. Más interesante aún, el
agrandamiento del área se correlacionaba con la edad de inicio del aprendizaje de los pianistas.
Estos procesos de reorganización neural como resultado de la exposición aumentada a tareas
determinadas también se ha observado en pacientes ciegos entrenados para leer Braille. En
estos pacientes, se observó mayor sensibilidad a la información táctil en los dedos índices
comparado a controles. Así, nuestro entendimiento sobre plasticidad cerebral puede ayudar a
desarrollar estrategias de enseñanza en el campo de la educación.

- Sueño y cognición. Una vieja pregunta es si podemos aprender algo mientras dormimos. La
idea de que el sueño cumpla un rol como función cognitiva propiamente dicha data de muchos
años. Estudios recientes explican que un estadio del sueño, el período de movimiento ocular
rápido (REM, por su sigla en inglés), no está simplemente asociado a la expresión de los sueños,
como ya se ha demostrado, sino que es importante en el aprendizaje y la consolidación de la
memoria. Algunas áreas del cerebro, específicamente la región occipital y la corteza premotora,
parecerían reactivarse durante el sueño, lo cual puede implicar una consolidación de las
conexiones neuronales establecidas durante el día en esta fase del ciclo del sueño. Si bien mucho
queda aún por recorrer para conocer en profundidad lo que sucede con nuestra cognición
mientras dormimos, las neurociencias podrían fomentar estrategias de consolidación del
aprendizaje a través del sueño.

Emoción y cognición. Hace ya tiempo que las neurociencias han establecido que un aprendizaje
eficiente no se logra bajo situación de estrés o miedo. El estrés puede ser tanto benigno como
dañino para el cuerpo, ya que las respuestas al estrés pueden proveer una motivación y atención
extra, necesarias para lidiar con una situación de emergencia; por el contrario, pero, al mismo
tiempo, el estrés crónico o exagerado puede tener un efecto significativo sobre el
funcionamiento fisiológico y cognitivo. El principal sistema emocional del cerebro es un grupo
de estructuras que están conectadas masivamente con la corteza frontal (dedicada, entre otras
funciones, a la resolución de problemas). Cuando un alumno se encuentra estresado, las
conexiones entre los centros emocionales y el lóbulo frontal, que es crítico para la toma de
decisiones y la planificación, pueden verse afectadas, lo que impacta de manera negativa en el
aprendizaje y afecta el juicio social, incluyendo la respuesta a la recompensa y el riesgo. El
bienestar físico y emocional está estrechamente vinculado con la capacidad de pensar y de
aprender de manera eficaz. Aunque las escuelas no pueden controlar todas las influencias que
inciden en los jóvenes, es innegable que un ambiente de seguridad y bienestar influye
positivamente en el aprendizaje. Dejar hablar a los estudiantes sobre sus sentimientos puede
ayudarlos a hacer frente a las situaciones de ira, miedo, y tensión que surgen en la vida cotidiana.

Formación de Sinapsis. La sinapsis son uniones especializadas mediante las cuales las células del
sistema nervioso se envían señales entre sí, y también a células no neuronales. En la infancia el
cerebro forma más cantidad de sinapsis, comparada con la edad adulta; además, el número de
sinapsis por unidad volumen de tejido (la densidad sináptica) en la capa cortical exterior del
cerebro cambia a lo largo de la vida, tanto en los monos como en las personas. Los seres
humanos recién nacidos tienen menor densidad sináptica que los adultos. Sin embargo, durante
los meses que siguen al nacimiento, el cerebro del bebé comienza a formar sinapsis en exceso
respecto de los niveles del adulto: ya a los cuatro años de edad, las densidades sinápticas llegan
a su pico en todas las áreas cerebrales, y están al menos un 50% por encima de los niveles
adultos. Durante la infancia, las densidades sinápticas son superiores a las de los adultos, y hacia
la pubertad ocurre un proceso de eliminación sináptica (también llamado poda sináptica) que
reduce el número de sinapsis.

El tiempo de este proceso varía en las distintas áreas del cerebro humano. En el área visual, la
densidad sináptica aumenta rápidamente a los 2 meses, alcanza su pico de los 8 a los 10 meses,
y luego disminuye a los niveles adultos alrededor de los 10 años. Sin embargo, en la corteza
frontal humana –involucrada en la atención, memoria de trabajo y planificación– este proceso
se inicia más tarde y dura más tiempo. En la corteza frontal, la densidad sináptica no se estabiliza
en los niveles de madurez hasta los 16 años. Por lo tanto, podemos pensar en densidades
sináptica en las primeras 2 décadas de vida como una U-invertida: baja al nacimiento, pico en la
infancia, y más baja en la adultez.

Más allá de lo que los educadores creen, las neurociencias saben poco aún sobre los beneficios
de este patrón. Esto se debe a que suelen citarse pocos ejemplos basados en aprendizaje de
animales cuyos resultados se extrapolan al comportamiento humano. Sobre la base de los
cambios motores, visuales, y mnésicos observados, los neurocientíficos concuerdan en que los
movimientos básicos, la visión, y las habilidades de memoria aparecen en su forma más primitiva
cuando las densidades sinápticas inician su rápido crecimiento. Por ejemplo, a los 8 meses,
cuando las sinapsis comienzan a crecer velozmente en las áreas frontales, los bebés primero
muestran habilidades para la memoria de trabajo de lugares y objetos. El rendimiento en estas
tareas mejora de manera constante durante los siguientes cuatro meses. Sin embargo, el
rendimiento en estas tareas de memoria no alcanza su pico sino hasta la pubertad, cuando las
densidades sinápticas han disminuido al nivel del adulto.

La Neurociencia sugiere que no hay relación directa entre las densidades sinápticas y la
inteligencia. Los aumentos en las densidades sinápticas se asocian con el desarrollo inicial de
habilidades y capacidades, pero estas continúan desarrollándose luego de que la densidad
sináptica disminuye a niveles adultos. Aunque temprano en la infancia tenemos la mayor
cantidad de sinapsis, la mayor parte del aprendizaje ocurre más tarde en la vida. Dada la
existencia del patrón de U-invertida y lo que observamos respecto de nuestro aprendizaje e
inteligencia a través de la vida, no tenemos razón para creer que cuantas más sinapsis tenemos,
más inteligentes somos. En resumen: ningún estudio científico apoya hasta la fecha la idea de
que cuanto más aprendizaje hay en la infancia, más sinapsis van a ser “salvadas”.

La educación se relaciona estrechamente a los tiempos del crecimiento. En ese desarrollo hay
momentos ideales para aprehender ciertas cosas. Un periodo crítico es un tiempo durante la
vida de un organismo en el que este es más sensible a influencias del ambiente o a la
estimulación, y por eso los períodos críticos podrían ser ventanas de oportunidad de
aprendizaje. Los neurocientíficos están comenzando a comprender por qué los períodos críticos
existen y por qué tienen un valor adaptativo para el organismo. Se cree que como resultado de
procesos evolutivos, algunos sistemas neurales muy sensibles, como la visión, dependen de la
presencia de estímulos del ambiente para sintonizar los circuitos neurales. Los períodos críticos
contribuirían al desarrollo de habilidades como la visión, la audición, y el lenguaje.

Los ambientes enriquecidos aumentan las conexiones sinápticas. Ratas jóvenes criadas en
ambientes complejos presentan un 25% más de sinapsis por neurona en las áreas visuales que
las ratas que se criaron estando aisladas. Años atrás, investigadores establecieron que el cerebro
de ratas adultas también forma nuevas sinapsis en respuesta a ambientes complejos.
Investigaciones acerca de ambientes complejos nos dicen que el cerebro se puede reorganizar
para aprender a lo largo de la vida.

Interrogantes a responder. Hay preguntas sobre la política educacional que probablemente


podría ser bueno realizarlas: por ejemplo: ¿cuál es la mejor edad para iniciar la educación
formal? Y sus corolarios: ¿cuál es la mejor edad para la educación temprana? ¿Cuáles son las
cosas que los padres pueden hacer en sus casas antes de que los niños ingresen a la escuela?
¿Existe un orden natural para el desarrollo del razonamiento verbal y no-verbal? ¿Existe una
edad crítica más allá de la cual no se puede alcanzar el alfabetismo y los conocimientos básicos
de aritmética? Estas preguntas son críticas para construir políticas educacionales. Después de
todo, las edades para comenzar la educación formal varían ampliamente en los países
occidentales, de los 3 a los 6 años. Otro interés importante para aquellos que se ocupan del
financiamiento de la educación (y obviamente, para los padres y profesores involucrados), es la
efectividad del alto costo de las intervenciones de rehabilitación o terapéuticas. Para aquellos
niños que sufren desventajas educacionales de algún tipo, por ejemplo, socio-económicas y/o
genéticas ¿qué tipo de intervenciones serían más efectivas? La psicología cognitiva está repleta
de modelos cognitivos y una tarea pendiente es decidir sobre la competencia de los modelos y
su veracidad en escenarios educacionales.

Algunas preguntas son eternas, y también cotidianas: ¿Por qué algunos niños aprenden más
fácilmente que otros? ¿Hay algún componente genético para la inteligencia? ¿Por qué parecería
que varones y mujeres piensan diferente? Las neurociencias cognitivas pueden contribuir en la
búsqueda de respuestas y los profesores no deben temer a los descubrimientos de las
neurociencias, ya que muchos de estos podrían respaldar la práctica de una enseñanza intuitiva
de alto nivel. Esta postura se respalda por un creciente interés público en los descubrimientos
de las neurociencias cognitivas. Por lo tanto urge que la comunidad educativa se una a la
comunidad neurocientífica en un dialogo.

En conclusión, la educación se podría beneficiar al adoptar las neurociencias cognitivas en vez


de ignorarlas. Es más, los pedagogos deberían contribuir activamente a la agenda de
exploraciones de futuras investigaciones sobre el cerebro. Por ejemplo, es prometedora la
nueva tecnología de neuroimágenes para examinar el procesamiento cerebral de matemática,
lectura, y otras tareas específicas al aprendizaje. La investigación en ciencias biomédicas y
conductuales debería enfatizar entre los psicólogos la necesidad de colaborar más
cercanamente con los educadores para estructurar estudios del cerebro que permitan aplicar
los nuevos conocimientos a la educación. Es en el encuentro entre disciplinas donde surge la
interacción que produce mejoras sensibles en nuestra capacidad de entender. Los neurólogos y
psicólogos cognitivos estamos listos para participar del debate de ideas y trabajar con nuestros
pares de otras disciplinas.

*Director de INECO y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Presidente del


Grupo de Investigación en Neurología Cognitiva de la Federación Mundial de Neurología.

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