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[ABEJA BLANCA ZUMBAS]

Abeja blanca zumbas -ebria de miel- en mi alma


y te tuerces en lentas espirales de humo.

Soy el desesperado, la palabra sin ecos,


el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.

Última amarra, cruje en ti mi ansiedad última.


En mi tierra desierta eres la última rosa.

Ah silenciosa!

Cierra tus ojos profundos. Allí aletea la noche.


Ah desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.

Tienes ojos profundos donde la noche alea.


Frescos brazos de flor y regazo de rosa.

Se parecen tus senos a los caracoles blancos.


Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.

Ah silenciosa!

He aquí la soledad de donde estás ausente.


Llueve. El viento del mar caza errantes gaviotas.

El agua anda descalza por las calles mojadas.


De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.

Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi alma.


Revives en el tiempo, delgada y silenciosa.

Ah silenciosa!

Veinte poemas de amor…, Poema VIII


[PARA QUE TÚ ME OIGAS]

Para que tú me oigas


mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.

Collar, cascabel ebrio


para tus manos suaves como las uvas.

Y las miro lejanas mis palabras.


Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas.


Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi guarida oscura.


Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,


y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte


para que tú las oigas como quiero que me oigas.

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.


Huracanes de sueños aún a veces las tumban.

Escuchas otras voces en mi voz dolorida.


Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.


Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

Voy haciendo de todas un collar infinito


para tus blancas manos, suaves como las uvas.
Veinte poemas de amor…, Poema VIII
[JUEGAS TODOS LOS DÍAS CON LA LUZ DEL UNIVERSO]

Juegas todos los días con la luz del universo.


Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.
Eres más que esta blanca cabecita que aprieto
como un racimo entre mis manos cada día.

A nadie te pareces desde que yo te amo.


Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.
Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur?
Ah déjame recordarte cómo eras entonces, cuando aún no existías.

De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.


El cielo es una red cuajada de peces sombríos.
Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.
Se desviste la lluvia.

Pasan huyendo los pájaros.


El viento. El viento.
Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.
El temporal arremolina hojas oscuras
y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.

Tú estás aquí. Ah tú no huyes.


Tú me responderás hasta el último grito.
Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.
Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.

Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas,


y tienes hasta los senos perfumados.
Mientras el viento triste galopa matando mariposas
yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.

Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí,


a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.
Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos
y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.

Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.


Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.
Hasta te creo dueña del universo.
Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.

Quiero hacer contigo


lo que la primavera hace con los cerezos.

Veinte poemas de amor…, Poema VIII


CAMPOAMOR

Éste del cabello cano,


como la piel del armiño,
juntó su candor de niño
con su experiencia de anciano;
cuando se tiene en la mano
un libro de tal varón,
abeja es cada expresión
que, volando del papel,
deja en los labios la miel
y pica en el corazón.

Rubén Darío
POEMAS DE AMOR

Ese otro que también me habita,


acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de
ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio,
esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el inmotivad
amente alegre,
ese otro,
también te ama.

Darío Jaramillo Agudelo


RIMA II

Saeta que voladora


cruza, arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;

hoja que del árbol seca


arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá;

gigante ola que el viento


riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y se ignora
qué playa buscando va;

luz que en cercos temblorosos


brilla, próxima a expirar,
y que no se sabe de ellos
cuál el último será;

eso soy yo, que al acaso


cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni a dónde
mis pasos me llevarán.

Gustavo Adolfo Becquer


RIMA IX

Besa el aura que gime blandamente


las leves ondas que jugando riza;
el sol besa a la nube en occidente
y de púrpura y oro la matiza;
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar a otra llama se desliza;
y hasta el sauce, inclinándose a su peso,
al río que le besa, vuelve un beso.

Gustavo Adolfo Becquer


NO TE RINDAS

No te rindas, aún estás a tiempo


De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.

Mario Benedetti
TORMENTA

Un perro ladra en la tormenta


y su aullido me alcanza entre relámpagos
y al son de los postigos en la lluvia

yo sé lo qu convoca noche adentro


esa clamante voz en la casona
tal vez deshabitada

dice sumariamente el desconcierto


la soledad sin vueltas
un miedo irracional que no se aviene
a enmudecer en paz

y tanto lo comprendo
a oscuras / sin mi sombra
incrustado en mi pánico
pobre anfitrión sin huéspedes

que me pongo a ladrar en la tormenta.

Mario Benedetti
EL PÁJARO

Un silencio de aire, luz y cielo.


En el silencio transparente
el día reposaba:
la transparencia del espacio
era la transparencia del silencio.
La inmóvil luz del cielo sosegaba
el crecimiento de las yerbas.
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
bajo la luz idéntica, eran piedras.
El tiempo en el minuto se saciaba.
En la quietud absorta
se consumaba el mediodía.

Y un pájaro cantó, delgada flecha.


Pecho de plata herido vibró el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron...
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.

Octavio Paz

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