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EL NIÑO Y EL JUEGO

Planteamientos teóricos y aplicaciones pedagógicas


UNESCO, 1980.

Fredy Alonso Peña Suescún

Como se pone de manifiesto al inicio el texto propuesto por la UNESCO, “Todos los
niños del mundo juegan, y esta actividad es tan preponderante en su existencia que
se diría que es la razón de ser de la infancia” (UNESCO, 1980, pg 5). Sin embargo,
que la más evidente manifestación del juego se dé en la infancia de la especie
humana, no hace al juego ni exclusivo de tal género, ni lo convierte en una actividad
fútil o sin valía. Los animales, como han puesto de manifiesto trabajos como el de
Konrad Lorentz, utilizan el juego, o situaciones que nuestra especie identifica con la
acción de jugar, para prepararse en las actividades que constituirán parte esencial
de su supervivencia en la vida adulta. Por otra parte, teóricos como Johan Huizinga,
consideran al juego como “[…]el fundamento mismo de la cultura, en la medida en
que es el único comportamiento irreductible al instinto elemental de supervivencia”
(UNESCO, pg 6). El juego es, por tanto, un prolegómeno de la actividad social del
sujeto adulto.
Precisamente es en torno a la relación que propone Huizinga entre juego y sociedad
que gira el planteamiento teórico del texto de la UNESCO: la tesis fuerte que se
maneja es que el juego se configura como una superficie reflectiva sobre la que se
duplican las características y condiciones de las sociedades en las que se
manifiesta: “ Condicionado por los tipos de hábitat o de subsistencia, limitado o
estimulado por las instituciones familiares, políticas y religiosas, funcionando él
mismo como una verdadera institución, el juego infantil, con sus tradiciones y sus
reglas, constituye un auténtico espejo social” (UNESCO, pg 5). El juego se convierte
en una suerte de “simulacro” de la realidad, que sin embargo ni se agota en el sólo
hecho de imitar, ni se sedimenta en la acción de recrear la sociedad. Por el
contrario, el juego, desde el punto de vista sociológico, permite la asimilación de la
sociedad por parte de los individuos que empiezan a hacer parte de ella, pero
también la asimilación social del individuo por las instituciones a las cuales tendrá
que pertenecer en la edad adulta. Ahora, el carácter particular del juego permite no
sólo que el individuo en desarrollo recree la sociedad en la cual se está insertando,
sino que la transgreda y la re-cree.
Esta relación juego-sociedad no se manifiesta sólo en el carácter de re-creación o
de simulacro propio de la iniciación social. Es de vital importancia la manera en que
las estructuras y las condiciones sociales determinan los tipos de juegos y los
instrumentos a usar por parte del individuo que juega: “Presencia o ausencia precoz
de la madre, organización familiar, condiciones de vida y de hábitat, medio
ambiente, medios de subsistencia, influyen directamente sobre las prácticas lúdicas,
que no pueden desarrollarse cuando la situación del niño es demasiado
desfavorable” (UNESCO, pg 10). El tipo de sociedad a la que pertenece el sujeto
que juega tiene una marcada influencia en el modo en que ese sujeto juega,
determinando inclusive el tipo de instrumentos o de objetos que el sujeto hace parte
de sus juegos: en las sociedades industrializadas predominan los juguetes
fabricados en serie, estandarizados, masificados, detrás de los cuales no sólo se
esconde una perversa mercantilización de la actividad lúdica, sino una peligrosa
castración de la imaginación, la inventiva y la capacidad propositiva y de cambio
necesarias para el desarrollo social. Por otra parte, en las sociedades
“tradicionalistas” -eufemismo utilizado en el texto para llamar a las sociedades
tercermundistas- el juego se acerca a la lectura de Lorentz del comportamiento
animal: hay que permitir que el sujeto cree y construya con lo poco que tiene, pero
ese proceso de creación y construcción se debe convertir en un método rápido de
iniciación a la vida productiva del adulto: el adulto “[…]no está dispuesto a dejar
que el niño dedique demasiado tiempo a esas «futilidades» que podrían prolongar
una edad de la que hay que salir cuanto antes, ya que el pequeño […] tendrá que
madurar muy rápidamente para ocupar el lugar que le corresponde en la familia y
en la colectividad como miembro productivo con todos sus derechos y obligaciones”
(UNESCO, pgs 12-13).
El juego y la sociedad, tanto en su constitución misma como en la manera en que
se asimilan y se manifiestan, están tan íntimamente ligados, que es de vital
importancia que el juego ocupe un lugar principal en el desarrollo del individuo. Es
en este punto que la pedagogía debe mostrar toda su potencia transformadora para
hacer que el juego sea “[…] ante todo un excelente medio para conocer al niño,
tanto en el plano de la psicología individual como de los componentes culturales y
sociales” (UNESCO, pg 19). El maestro debe permitir que el juego penetre en el
aula, que se gane su espacio y le permita a los niños su desarrollo integral a través
de su función “autoeducativa”, teniendo cuidado de no intervenir en el juego como
adulto, para que éste no pierda su carácter infantil, ni de “caer en el otro extremo:
sentarse y mirar pasivamente cómo juegan los niños” (UNESCO, pg 19), porque de
esta manera estará promoviendo la lixiviación de una de las herramientas
pedagógicas más naturales que posee el sujeto humano: el arte de jugar.

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