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PETER GUARDINO

El nacionalismo: una microhistoria

En diciembre de 1838, en Tecpan, un pueblo costero aislado en el estado de Guerrero, varios residentes
asesinaron a dos extranjeros, uno alemán y otro inglés. Este incidente estuvo inspirado, irónicamente, por un
breve conflicto protagonizado por los gobiernos de México y Francia. Inmortalizado como “La guerra de los
pasteles”, ya que entre los asuntos en disputa estaba la compensación económica a ciudadanos franceses, que
incluía a un panadero cuya propiedad fue destruida por la violencia de la política mexicana.

A cientos de kilómetros de ahí, y a pesar de la poca importancia de la riña oficial, los habitantes de Tecpan
atacaron a dos extranjeros en nombre de México.

El incidente entero parece tragicómico. El elemento de la farsa, presente en un espectáculo en el que dos
gobiernos mandaron soldados a morir por una pastelería destruida, es magnificado por la violencia inflingida
a dos extranjeros que se encontraban lejos del centro de acción, y que no pertenecían a ninguno de los países
en guerra.

Sin embargo, los asesinatos de Tecpan son una continuación lógica del largo proceso por el cuál los nativos
del lugar, han ido gradualmente reinterpretando sus vidas y su relación con el otro para definirse como
mexicanos.

Este ensayo analiza la construcción del nacionalismo en la costa de Guerrero a lo largo de décadas. El
artículo sugiere cómo el análisis del nacionalismo puede ser mejorado si se enfoca sobre las figuras elegidas
por la gente al definir su nación. Además argumenta que el nacionalismo no siempre se basa en la
destrucción o el debilitamiento de otros proyectos de identidad. A menudo los nacionalismos son construidos
sobre los fundamentos de divisiones de clase, religiosas, raciales, de género, étnicas, entre otras. Todas estas
identidades son consciente y constantemente “fabricadas” a través de la lucha política. En todos los casos, la
gente enfatiza una particular forma de identidad usando a otras para reforzarla. Con la misma importancia,
ellos minimizan, inducen o niegan formas de identidad que amenazan la unidad perseguida. Las
particularidades de cada caso están socialmente fundadas y son históricamente específicas. Estas
consideraciones dejan ver mi decisión de presentar los puntos teóricos e interpretativos que quisiera hacer a
través del inusualmente denso y específico estudio de caso que sigue.

Los trabajos más frecuentemente citados sobre nacionalismo raramente enfatizan cómo esto puede estar
ligado con formas alternativas de identidad. 2 De manera importante, esto es menos cierto en estudios que
exploran el nacionalismo a través de casos específicos.

Florencia Mallon, por ejemplo, argumenta que el nacionalismo se ligó a la clase social en México durante el
siglo XIX en los años cincuenta y en Perú en los ochenta. 3 Dona Guy explora la complicada relación entre
el género y la identidad nacional en Argentina. 4 Peter Sahlins describe cómo los pobladores a lo largo de la
frontera entre Francia y España gradualmente llegaron a considerarse entre ellos como franceses-españoles
ya que sus comunidades apelaban a sus respectivos estados nacionales en disputas locales. 5 Nancy Fitch
analiza cómo el conservador nacionalismo anti-semitista de finales del siglo diecinueve, se mezcló con la
concepción popular de clase social y economica en Francia. 6 A pesar de estos discretos acercamientos, los
estudios sobre la relación entre nacionalismo y otros proyectos de identidad, son la excepción.

La definición de nación más comúnmente usada por académicos contemporáneos es la de Benedict


Anderson, que la define como “una comunidad política imaginaria e inherentemente limitada y soberana”. 7
Aún en esta sumamente austera y elegante definición, Anderson establece el importante punto de que las
naciones están limitadas porque, en sus palabras, hasta la nación más grande tiene un límite, sí elástico, pero
finito, más allá del cual yacen otras naciones. Ninguna nación se imagina a sí misma con las mismas
fronteras que la humanidad. 8 La limitada naturaleza de comunidades nacionales determina la existencia de
individuos y grupos que están afuera de estas comunidades, es decir, los extranjeros. El extranjero es una de
las muchas manifestaciones que los historiadores culturales han optado por llamar “el otro”. Para poder
entender las identidades nacionales y su interacción con otras formas de identidad, necesitamos
concentrarnos en las formas en las que algunos individuos y grupos llegan a ser identificados como
extranjeros fuera de su país. Tomando prestada la observación clave de E.P. Thompson acerca de la clase
social, las naciones son relaciones y no cosas. 9 Para comprennder por qué algunos habitantes de México
empezaron a asumir la identidad de “mexicano”, necesitamos entender por qué le asignaron a otros el rol de
“extranjeros”.

Este trabajo explora los orígenes del nacionalismo y su discurso en la Costa Grande de la región de Guerrero.
El artículo muestra cómo el nacionalismo en Guerrero estaba enraizado tanto en las condiciones
socioeconómicas de la región, como en distantes eventos políticos. Sobre todo, trata de demostrar cómo, en
sus distintas encarnaciones desde 1780 a 1840, el nacionalismo estuvo inextricablemente ligado con otras
formas de identidad. Espero hacer esto mostrando cómo el nacionalismo de los lugareños se constitutyó en
tres momentos distintos a comienzos del siglo XIX: la explosiva insurgencia de 1810; el movimiento para
expulsar a los españoles a finales de 1820; y los disturbios en contra de extranjeros residentes en 1838.

La guerra de Independencia en la costa de Guerrero

La llanura costera del Pacífico al oeste de Acapulco es conocida como la Costa Grande. Para finales del siglo
XVIII el algodón dominaba la economía de la región. 10 El algodón prosperó en el extremadamente caluroso
clima de la región y la dotó de la única cosecha cuyo relativamente alto valor en relación con su tamaño y
peso, permitió que se comercializara hacia las ciudades de la Meseta Central alrededor de las cuales estaba
centrada la economía de la Nueva España.

El cultivo del algodón requería de grandes cantidades de mano de obra, un bien escaso en la Costa Grande.
La mano de obra indígena, muy común en la Nueva España, era particularmente escasa en la costa. La
población indígena prehispánica disminuyó en forma dramática después de la Conquista. En el siglo XVIII
la gran mayoría de los habitantes eran mulatos, probablemente descendientes de esclavos traídos a la costa
en el siglo XVII para cuidar ganado. El negocio ganadero no prosperó en la costa y los mulatos parecen
haberse hecho libres por costumbre o por descuido en el siguiente siglo. 11

La mayoría de los mulatos cultivaban el algodón en tierras que rentaban a los terratenientes. Al mismo
tiempo que cientos de campesinos producían algodón, el mercado estaba altamente concentrado. Sólo
algunos comerciantes, en su mayoría emigrantes españoles, compraban la mayor parte de la cosecha cada
año. Les daban a los productores dinero y ropa por adelantado durante la temporada de siembra a cambio del
derecho para comprar la cosecha a precios bajos. Oficiales reales y sus enviados ayudaban a estos
comerciantes a cobrar deudas y a excluir a los competidores. 12

La única competencia para los poderosos y acaudalados comerciantes eran los muleros ambulantes que
traían la mercancía directamente de la cosecha del algodón. Por lo general estos vendedores, pagaban
mejores precios por lo que traían y también cobraban menos por sus productos. Sin embargo, el negocio se
fue haciendo cada vez más difícil, cuando los terratenientes cerraron los caminos que cruzaban sus
propiedades y los comerciantes reclutaron la ayuda de los oficiales reales para acosar a los vendedores. 13

Los empobrecidos campesinos tuvieron que enfrentar las sequías y tormentas, así como los altos precios que
tenían que pagar por los productos que compraban. Los productores también debían enfrentar a un enemigo
aún más insidioso, el volátil mercado. La demanda por la cosecha de algodón era rehén de eventos políticos
internacionales. Aunque el algodón puro era vendido a hiladores y tejedores dentro de la Nueva España para
la confección de ropa de algodón barata, el mercado de la ropa, y por lo tanto su material puro, no estaba
aislado de los mercados mundiales. Cuando España entró en guerra y el comercio trasatlántico fue
interrumpido, las importaciones textiles decayeron y la industria textilera mexicana prosperó. Esto
incrementó los precios pagados a los productores en la Costa Grande, particularmente durante la guerra de
España e Inglaterra entre los años de 1798 a 1801 y de 1804 a 1808. Y del otro lado, cuando la paz
prevalecía en el Atlántico, las telas extranjeras inundaban el mercado, reduciendo la demanda de algodón. 14

Los productores de algodón resentían a los ricos comerciantes y oficiales que les adelantaban ropa y
productos a cambio del derecho a comprar su cosecha. Los campesinos acusaban a los comerciantes de
cobrar precios excesivamente altos por los productos que distribuían y al mismo tiempo pagar precios muy
bajos por el algodón que recolectaban, culpando a las aparentemente arbitrarias fluctuaciones del mercado,
de la deslealtad de los comerciantes y oficiales que los conectaban. Los campesinos y muleros, a menudo
acusaban a estos comerciantes de usura y monopolio. 15 Como lo apunta Claude Morin, el sistema
personalizó las relaciones económicas que reflejaban el asimétrico orden político de la sociedad colonial,
dominado por los comerciantes y oficiales españoles. 16

Las quejas en contra de las prácticas de negocios de los emigrantes españoles no llevaron inevitablemente al
resentimiento nacional. La cultura política de la Colonia era lo suficientemente resistente para prevenir la
articulación de una oposición abierta. La imagen dominante de la sociedad era la de muchos grupos cuyos
miembros tenían distintos derechos y obligaciones. Estos grupos estaban unificados solamente en su
devoción a la iglesia católica y en su lealtad al rey. El rey mandaba sobre los múltiples grupos como
intérprete de la ley natural. Individuos y grupos podían oponerse a las decisiones del gobierno siempre y
cuando expresaran su oposición en forma de súplica a un rey naturalmente benévolo. Cualquier decisión de
gobierno que violentara los derechos del interés corporativo de grupos o individuos era asumido como el
resultado de errores o incluso de mala intención por parte de los asesores del rey. La oposición a determinada
política, ya sea expresada en la Corte o mediante acciones directas como disturbios, invariablemente
reafirmaban la lealtad al rey aún cuando estuviese atacando políticas coloniales. 17 En casos extremos,
incluso, los oponentes actuaban en nombre del rey en contra de su “mal gobierno”, tal como lo calificaban.

Este sistema político estaba minado a finales del siglo XVIII. Los reyes Borbones de España empezaron a
incrementar su poder, reduciendo los privilegios de algunos grupos corporativos. La monarquía adoptó un
encendido despotismo en el cual, poco a poco, fueron asumiendo el papel de promotores del bienestar
público en lugar de mantener el derecho natural. 18 Después, la gestación y desarrollo de la Revolución
Francesa redujo la flexibilidad y estabilidad de la cultura política en España. Esta corrosiva influencia no era
directa. Los ideales revolucionarios franceses no hicieron rápida incursión en España ni en la Nueva España.
En lugar de eso, la misma monarquía comenzó a instigar el nacionalismo español como un antídoto contra la
influencia francesa. También fueron definiendo a la oposición y a sus políticas como acciones
potencialmente subversivas hacia el Estado. 19

Sin embargo, el nacionalismo no se convirtió en una fuerza importante sino hasta 1808. El rey continuaba
como potente símbolo de unidad. Por otra parte, era más que un símbolo pasivo sujeto a la manipulación. El
monarca tenía control práctico de un aparato de estado que se extendía hasta los rincones más lejanos de sus
dominios. Podía proteger su prestigio de ser movilizado para legitimar la guerra civil en el imperio español.

En 1808 Napoleón Bonaparte encarceló al rey Carlos iv y a su hijo Fernando vii y los obligó a renunciar a
sus derechos al trono español. La resistencia popular contra los franceses explotó en España, y los consejos
de notables comenzaron a organizar esta resistencia, ostensiblemente en nombre de la monarquía.
Involuntariamente, Napoleón desató un conflicto político en América al quitar a la realeza de la escena;
permitió que grupos con muy distintos objetivos arguyeran que obraban en nombre de la monarquía.

Los escandalosos eventos en España dieron pie a una crisis en la Nueva España. Napoleón había quitado la
cabeza práctica y figurativa del sistema político. Ni el gobierno bonapartista de España ni las juntas que
estaban resistiendo, tenían una demanda clara hacia la autoridad real. En la Ciudad de México, ambiciosos
criollos (personas con antepasados españoles nacidos en el Nuevo Mundo) trataron de convencer al Virrey
que el mejor plan de acción era crear una junta en México para gobernar el virreinato autónomamente en
nombre del cautivo Fernando VII. El virrey comenzó a inclinarse en esta dirección, pero sus esfuerzos
fueron coartados cuando un grupo de comerciantes españoles destronó al virrey y encarceló a varios de los
criollos que presionaban por la autonomía.

El golpe aceleró el estallido de la guerra civil. Sus líderes intentaron mantener la posición privilegiada del
pequeño grupo de familias extremadamente ricas que formaban la clase dominante de la Colonia. Sin
embargo, en la práctica, el golpe perdió fuerza. Si un grupo de súbditos del rey, distinguidos únicamente por
su riqueza, podían remover a su representante designado y argumentar actuar en su nombre, ¿quién no
podría? El gobierno no era el resultado de la voluntad humana y la oposición a ella podría ser justificada
como un esfuerzo por restaurar la autoridad real. 20

La reacción en las costas de Guerrero no se hizo esperar. Después del golpe de 1808, Mariano Tabares, un
oficial menor en la ciudad de Acapulco organizó una conspiración en contra de los españoles, su objetivo
era: “coronar rey en la América una vez que no lo había en España, y darles muerte a los europeos tiranos y
apoderarse de sus haberes”. 21 Tabares comenzó a preparar un motín entre los mulatos militares acuartelados
en Acapulco y áreas circundantes de la Costa Grande, incluyendo a Tecpan. Los soldados se autonombraban
como “negros” y “criollos”, y sus enemigos eran los “gachupines” y “blancos”. Notablemente, aunque en la
Nueva España la palabra “criollo” usualmente solo se refería a los blancos; en este caso, tanto blancos como
negros se describían como criollos en lo que parece haber sido un intento de unión en contra de los
españoles. La rebelión fue traicionada y Tabares huyó. Era, sin embargo, un presagio de la tormenta que se
acercaba . 22

Cuando José María Morelos llegó a la Costa Grande a principios de noviembre de 1810, la respuesta a su
llamado a las armas fue abrumador. Para finales de mes ya había reclutado a trescientos hombres,
probablemente la mayoría de los hombres sanos y fuertes de la escuálida costa. Morelos conocía la costa,
donde trabajó como mulero y vendedor ambulante antes de estudiar para sacerdote. 23 Adaptó su mensaje
hacia las áreas en dónde los campesinos mulatos sufrían a manos de sacerdotes criollos y terratenientes
criollos y mestizos. Estos grupos encontraron su enemigo común en los comerciantes y oficiales europeos
que controlaban el comercio en la costa. Durante noviembre de 1810, Morelos fue de asentamiento en
asentamiento, arrestando a comerciantes y oficiales españoles.

En las costas de Guerrero, el reclutamiento para la insurgencia giraba en torno al odio a los españoles,
usualmente llamados “europeos” y gachupines. Ellos eran el principal blanco de la ira popular y de las
elaboradas proclamas publicadas por los líderes insurgentes, particularmente por el mismo Morelos. Para
percibir la manera en que Morelos y otros líderes insurgentes buscaron formular un nacionalismo mexicano
y popularizarlo entre sus seguidores, es necesario hacerse una idea de cómo veían al grupo contra el cual
definían su nación, o sea, los españoles.

Las raíces de la aversión popular hacia los españoles no están bien documentadas. Los interrogatorios a
insurgentes capturados eran muy breves particularmente prisioneros de origen humilde. El enorme éxito del
movimiento rebelde en la región se debió también a que pocos insurgentes fueron capturados en los primeros
cuatro años de la guerra. Sin embargo, la evidencia disponible sugiere que la política de los líderes hacia los
europeos y el sentimiento de la población costera era al menos congruente. Por ejemplo, doce españoles
fueron decapitados en Tecpan en 1811 bajo las órdenes de un líder criollo. Sin embargo, sus ejecuciones
fueron llevadas a cabo en público frente a una multitud enardecida la cual, en palabras de un sobreviviente:
“hasta el mujerío advertía una gran complacencia.” 24 Incluso la correspondencia que recibía Morelos
aplaudía la política de “cortar cabezas europeas.” 25 Morelos y otros líderes insurgentes tomaron medidas
muy salvajes y públicas en contra de los españoles que cayeron en sus manos. Los líderes insurgentes
encarcelaron a todos los españoles en las áreas bajo su control. Sus bienes fueron confiscados, y en su
encierro muchos fueron acosados por los pobladores locales. Eventualmente la mayoría fue muerta bajo
órdenes de Morelos, ya sea para prevenir su recaptura por las fuerzas reales o en represalia por las
ejecuciones de insurgentes capturados. 26

La condena de los líderes hacia los españoles era comprensible si se toma en cuenta tanto las condiciones
socioeconómicas de la gente en las regiones empobrecidas como la cultura política de la Nueva España
contra la cual los pobres ya habían emprendido protestas durante el periodo colonial. El desprecio de los
insurgentes hacia los españoles se basaba en tres puntos interrelacionados. Primero, los españoles eran vistos
como traidores al rey, una figura que en última instancia, representaba la justicia. 27 Segundo, los españoles
eran acusados de herejía. Tercero, eran acusados de usura y monopolio. Aunque en documentos insurgentes
también se hace referencia a españoles bloqueando a criollos el acceso a cargos civiles y religiosos, dichas
referencias no son tan comunes como los otros tres puntos arriba mencionados. Más importante aún, no
podían explicarse la popularidad de la insurgencia entre los mulatos pobres de la costa de Guerrero.

La primera preocupación de la insurgencia extrajo su fuerza de la cultura política de la Nueva España, en la


cual el monarca era la última fuente de justicia. Todas las peticiones se dirigían al presumiblemente
benevolente rey. En cualquier violación de la justicia o de la ley natural, se culpaba a los asesores del
monarca o al “gobierno”. Tanto los disturbios como las demandas fueron justificados de esta forma, y la
mayoría de las consignas de la gente en los disturbios eran variaciones de “¡Viva el Rey! ¡Muera el mal
gobierno.!” No es de extrañarse, como ya lo ha notado Eric Van Young, que el rey se convirtiera en el foco
de milenarias y mesiánicas creencias. 28

Van Young repetidamente ha hecho notar, la aparente contradicción de campesinos clamando que su lealtad
al rey Fernando VII, requería matar españoles. 29 Sin embargo, en 1810 ni los pobres, ni los líderes vieron
esto como incongruente. Creían que los españoles eran traidores al rey, en el mismo sentido que Napoleón al
entregar México a los franceses. De esta imagen de los españoles como traidores devinieron frecuentemente
creencias milenarias de los campesinos a principios de 1808. 30 Pero la imagen no estaba confinada a las
creencias milenarias de los campesinos. Era también un elemento básico lo que los líderes criollos como
Morelos tenían que decir, tanto a sus compañeros como a sus seguidores campesinos. Morelos y otros
insurgentes repetidamente clamaban que los españoles habían usurpado el poder en el golpe de 1808, para
preparar a México para la dominación Napoleónica. En ausencia del cautivo FernandoVII, los habitantes de
“América” tenían que proteger y preservar el orden. 31 En una sola proclama, Morelos hace esta demanda no
menos de cuatro veces. Notablemente, este documento no estaba dirigido a los criollos acaudalados. Donde
estaba escrito que los desertores de tropa del ejercito real debían entregar a alguno de sus pares, casi
seguramente, campesinos mulatos dedicados al algodón. 32

La imagen de una conspiración española para entregar a la Nueva España a los franceses era plausible y
poderosa en 1810. La mayoría de los oficiales virreinales que conservaron sus puestos después del golpe de
1808 tenían nexos con el favorito real Manuel Godoy, frecuentemente acusado de colaborar con los
franceses.

Más importante aún, en los 20 años previos, las autoridades de la Nueva España habían lanzado dos olas de
propaganda en contra de las herejías políticas y religiosas de los franceses. La primera ocurrió después de la
ejecución del rey francés a principios de 1790. 33 Aunque la retórica de la alianza entre España y Francia
bajó de tono avanzada la década, ésta fue revivida de forma aún más virulenta en 1808. En la segunda etapa,
la propaganda antifrancesa enfatizaba la necesidad de apoyar a Fernando VII y la de permanecer alertas en
contra de Napoleón, que buscaba el control de la Nueva España a través de un subterfugio, “como el ladrón
nocturno.” 34 La semejanza entre el discurso antifrancés y las proclamas antigachupines de la insurgencia es
impresionante.

De acuerdo con Van Young, una creencia milenaria, particularmente difundida era que Fernando VII habría
escapado del cautiverio francés y huido hacia la Nueva España, dónde apoyó la rebelión realizada en su
nombre. 35 Sin embargo, por extraño que parezca, no hay evidencia de una línea de creencias campesinas
milenarias separadas del conocimiento o preocupaciones de los líderes insurgentes criollos. A principios de
1811, Morelos le dijo a un posible recluta mulato que:

El rey Fernando, es cierto que estuvo preso en Francia, pero los ingleses lo quitaron y lo trajeron a este reino.
En tierra dentro está bien cubierto hasta que ganemos todo el reino, que luego que quitemos a los gachupines
ya está ganado, y entonces sale nuestro rey a gobernar y Nuestra Señora Guadalupe, que es tan milagrosa,
está en nuestra ayuda. 36

Morelos pudo no haber creído esta historia, pero ciertamente pensó en que sería plausible para su audiencia.

El segundo elemento del sentimiento antiespañol era religioso. Los insurgentes repetidamente señalaban a
los españoles como herejes. Aquí los insurgentes propiciaron la identificación de los gachupines con los
franceses, también vistos como herejes que atacarían a la religión católica si obtuviesen el control de la
Nueva España. Así, los franceses eran una amenaza para “la patria y el altar.” 37 Los líderes rebeldes
describieron a la insurgencia como una guerra santa en defensa de la religión y los privilegios del clero. Los
insurgentes acusaron a los españoles de destruir y profanar las iglesias. 38 Morelos continuamente clamaba
estar apoyando la ley cristiana, y utilizaba textos del viejo Testamento sobre la opresión y las rebeliones
judías, así como la imagen de la virgen de Guadalupe. 39 Los asuntos económicos constituían la tercera
causa del desprecio por los españoles. Algunas de las caracterizaciones más vividas que los insurgentes
hacían de los gachupines, tenían que ver con su avaricia y sus inescrupulosas prácticas de negocios. Estas
imágenes tenían particular resonancia en la Costa Grande y persistieron hasta la década de 1830 y más allá.
Notablemente no estaban separadas de la religión ya que estaban reforzadas por las prohibiciones católicas
de la usura. 40

Los líderes insurgentes acusaban a los gachupines de ser “monopolistas”. También describían a los españoles
de enriquecerse “extrayendo a guisa de sanguijuelas la sangre de los pobres con sus monopolios usuras y
estafas.” 41 Aquí la sangre es una metáfora del bienestar económico de la población, y los comerciantes
españoles eran retratados como parásitos. Una de las primeras proclamas de Morelos, excusaba a los
habitantes de la costa de Guerrero de pagar las deudas contraídas con los comerciantes españoles. En la
misma declaración abolió el tributo, la esclavitud y el sistema de castas. Los insurgentes después decretaron
elecciones locales de abogados para prevenir “todo monopolio.” 42

En la costa grande, Morelos y sus colegas se esforzaron para construir un nacionalismo que tuviera sentido
para los empobrecidos mulatos destinados a formar el grueso de sus fuerzas militares. En una de sus
primeras proclamas, Morelos abolió las distinciones de casta y declaró que todos los que no fueran españoles
serían en adelante conocidos como americanos. 43 Deliberadamente señalaba a los españoles como los
enemigos de todos los demás grupos en la costa. El proyecto nacionalista era unificador, pero como otros
intentos para promover la solidaridad, se basaba en la explícita exclusión del otro. Morelos se apoyó en las
identificaciones claves de los gachupines como traidores, herejes y usureros. Los insurgentes o americanos
estaban en implícito contraste, leales súbditos del rey cautivo, cristianos y hombres honestos.

La identidad nacional no estaba definida solamente por estar en contra del otro, además estaba ligada con
otras formas de identidad cultural, incluyendo la religión, la clase social, y la lealtad al rey como último
símbolo de justicia. La lealtad al rey era separable de la lealtad a España porque el rey no se consideraba
español. En el uso colonial el era tanto rey de la Nueva España o “América”como de España, lo que explica
la aceptación del rumor de que el rey voluntariamente se instaló en la Nueva España después de escapar de
las garras de Napoleón. La comunidad monárquica imaginada por los rebeldes, siguiendo la definición de
Anderson de “inherentemente limitada”, ya que no incluía ni a españoles ni a franceses. 44 Era imaginada
porque asumía la existencia de “americanos” anónimos que los rebeldes nunca conocieron, tal vez hasta
gente en lugares de la América española, más allá de las fronteras del virreinato de la Nueva España.

Dirigir la ira popular hacia los españoles y mantener la unidad entre las distintas clases y grupos étnicos de la
coalición era una constante preocupación de los líderes insurgentes. La clave consistía en controlar la
definición del enemigo. Un momento peligroso llegó en el verano de 1811, cuando Mariano Tabares, el líder
de la abortada conspiración de Acapulco de 1808, conspiró para tomar el control de la insurgencia en la
Costa Grande, al redefinir la categoría de gachupín e incluir a todos los blancos. Morelos detuvo la
conspiración, y sin embargo de ahí en adelante, las divisiones raciales desaparecieron del nacionalismo
construido en la Costa Grande. 45

No existe evidencia directa del porqué disminuyó la importancia dada a la raza, pero la estructura social
colonial de la costa sugiere algunas posibilidades. Ni los campesinos mulatos que formaban el grueso de las
fuerzas insurgentes, ni los vecinos y terratenientes más ricos y de piel más clara, tenían mucho que ganar al
enfatizar a la raza como categoría política.

Para los campesinos, el ser mulato, era probablemente asociado solamente con el aspecto negativo del
prejuicio, obstáculos para la promoción en el ejército colonial y el pago de tributo, requerido a los mulatos e
indígenas pero no a los blancos. En la costa, dónde las instituciones comunales eran débiles, ciertamente lo
mismo pudo haber sido efectivo para los indígenas. Los terratenientes tenían poco interés en preservar
categorías raciales, ya que los mulatos hacía tiempo eran campesinos libres y el mantenimiento de la raza
como una categoría oficial no era necesaria para obligarlos a trabajar. Generalmente, los campesinos e
indígenas de la costa de Guerrero no atacaban a los criollos que no se oponían militarmente a la insurgencia.
En la Costa Grande, las divisorias diferencias entre los grupos étnicos eran exitosamente superadas
enfatizando la unidad en contra de los extranjeros. En las negociaciones que terminaron la guerra casi diez
años después, los líderes rebeldes insistieron en dar plenos derechos ciudadanos a los mulatos así como a
blancos, mestizos e indígenas. 46

La guerra de Independencia de México duró más de diez años, durante los cuales la lealtad de los insurgentes
hacia Fernando vii se convirtió en una baja de la guerra y del velozmente cambiante sistema político
internacional. En 1812, los españoles liberales gobernando en nombre del cautivo Fernando VII,
establecieron una monarquía constitucional, y los rebeldes de la Nueva España respondieron al declarar la
independencia bajo una constitución republicana con autoridades electas, remplazando al rey como símbolo
de soberanía y justicia. 47

Fernando VII perdió definitivamente la imagen positiva que tenía en México cuando ganó el trono español
en 1815 después de la derrota de Napoleón. Reafirmó la absoluta naturaleza de su poder y redobló esfuerzos
militares para detener la rebelión. Pronto, los rebeldes aplicaron a Fernando VII, los niveles de tiranía y
despotismo que en un principio habían enfatizado para defender sus derechos en contra de Napoleón. 48

El apoyo que Morelos estableció para la insurgencia en la Costa Grande, se prolongó más allá de su captura
y ejecución en 1815. Los insurgentes gobernaron tranquilamente la Costa Grande desde finales de 1810 hasta
1814. Aún entonces, los comandantes reales hicieron notar que los habitantes continuaron la resistencia
porque abrazaron “la vida independiente y abandonada que les proporcionaba las banderas de la
insurrección.”49 Los oficiales reales repetidamente expresaron su frustración con la persistente oposición de
la gente de la costa. Los empobrecidos mulatos e indígenas cosechadores de algodón de la costa,
proporcionaron apoyo suficiente para permitir a los insurgentes continuar la guerrilla hasta 1821. 50 Las
raíces de este apoyo volverían a resurgir de nuevo a finales de la década de 1820, en el siguiente episodio
nacionalista de la costa.

Traducción de Omar López

Notas

1 Una versión de este texto fue presentado en el XVII Congreso de la Asociación de Estudios
Latinoamericanos en Los Angeles en septiembre 25 de1992. Agradezco a Richard Warren, Sylvia Arrorn,
Jaime Rodríguez y Virginia Guedea por los comentarios sobre él. También quisiera agradecer a Deborah
Cohen, Kristine Jones, Thomas Kselman, Florencia Mallon, Jane Walter, Daniel Nugent y a un anónimo
lector de jhs por sus comentarios sobre otros borradores del texto. Gran parte de la investigación para este
artículo fue financiada por una beca de la U.S. Department of Education Fulbright-Hays Fellowship y por
una beca del Social Science Research Council Fellowship.

2 Sin pretender haber leído todo lo que ha sido publicado en torno al nacionalismo publicado, la
observación anterior sería inconcebible después de leer a Benedict Anderson, Imagined
Communities:Reflections on the Origin and Spread of Nationalism , L:Verso, 1983; Anthony Smith, Theories
of Nationalism , New York, Holmes and Meier, 1983; John Breuilly, Nationalism and the State, Chicago,
University of Chicago Press, 1985; Partha Chatterjee, Nationalist Thought and the Colonial World: A
Derivative Discourse , Minneapolis, University of Minnesota Press, 1993; y Eric Hobsbawm, Nations and
Nationalism since 1780 , New York, cup , 1990.

3 Florencia Mallon, “Peasants and State Formation in Nineteenth-Century México: Morelos, 1848-1858,“ P
Power and S Theory , 7, 1988, and “Nationalist and Anti-State Coalitions in the War of the Pacific: Junin
and Cajamarca, 1879-1902, ” in Steve Stern (ed.), Resistance, Rebellion and Consciousness in the Andean
Peasant World , Madison , University of Wisconsin Press, 1987.

4 Donna Guy, Sex and Danger in Buenos Aires : Prostitution, Family, and Nation in Argentina , Lincoln ,
University of Nebraska Press, 1991.

5 Peter Sahlins, Boundaries: The Making of France and Spain in the Pyrenees , Berkeley , University of
California Press, 1989.

6 Nancy Fitch, “Mass Culture, Mass Parliamentary Politics, and Modern Anti-Semitism: The Dreyfus Affair
in Rural France ,” American H R, 97:1, 1992.

7 Anderson, Imagined Communities , p. 15.

8 Ibid ., p. 16.

9 E.P. Thompson, The Making of the English Working Class , New York , Vintage, 1964, p. 11.

10 Archivo General de la Nación, México, d.f ., (en adelante AGN ), Tierras, vol. 2828, exp. 3, fol. 2; AGN ,
Tabacos, vol. 410, exp. 8, fols. 101-l01v; AGN , Historia, vol.122, exp. 2, fol. 101; Claude Morin, Michoacán
en la Nueva España del siglo xviii , México, Fondo de Cultura Económica, 1979,pp. 24, 66-7, 120-1, 148.

11 AGN , Indios, vol. 69, exp. 359, fols. 273v-274; AGN , Indios, vol. 79, exp. 11, fols. 239-240; C. Morin,
Op. cit., pp. 24, 66-7 .

12 agn , Ex-indiferente de Alcabalas, Acapulco, caja 4, exp. 5, Atoyac 1805; AGN , Ex-indiferente de
Alcabalas, Acapulco, caja 3, exp. 8, 1799; AGN , Ex-indiferente de Alcabalas, Acapulco, caja 21, exp. 2;
AGN , Ex-indiferente de Alcabalas, Acapulco, caja 19, exp. 7; AGN , Consulado, vol. 195, exp. 1, fols. 6-12;
AGN , Consulado, vol. 195, exp. 2, fol. 65; AGN , Vínculos, 74, exp. 10, fols. 7-11v.; AGN , Real Hacienda,
Administración General de Alcabalas, caja 34, Tecpan, 1803; AGN , Real Hacienda, Administración
General de Alcabalas, vol. 25, San Luis 1799; AGN , Civil, vol. 93, exp. 4, fols. 450-61; C. Morin, Op. cit .,
pp. 123, 168, 172- 4.

13 C. Morin, Op. cit ., p. 174.

14 Guy Thomson, “Protectionism and Industrialization in Mexico, 1821-1854: The Case of Puebla,” en
Christopher Abel and Lewis Colin (Eds.), Latin America, Economic Imperialism and the State: The Political
Economy of the External Connection from Independence to the Present , London, Athione Press, 1985, pp.
129-130.

15 AGN , Tierras, vol. 2830, exp. 34; AGN , Ex-Indiferente de Alcabalas, Acapulco, caja 21, exp. 2; C.
Morin, Op. cit. , pp. 177-8.

16 C. Morin, Michoacán en la Nueva España , pp. 201-2. Ver también los comentarios de E. P. Thompson
sobre el siglo xviii inglés. Thompson, “The Moral Economy of the English Crowd in the Eighteenth
Century”, Past and Present 50 , 1971, pp. 134-5 y “The Moral Economy Reviewed”, in Customs in
Common: Studies in Traditional Popular Culture , New York , The New Press, 1992.

17 Colin MacLachlan, Spain's Empire in the New World , Berkeley, University of California Press, 1938, pp.
21-8.

18 MacLachlan, Op. cit. , pp. 76, 85-6, 101, 128.

19 Richard Herr, The Eighteenth Century Revolution in Spain , Princeton, Princeton University Press, 1958,
pp. 303-312, 335, ver también la circular reimpresa en Carlos Herrejón Peredo (Ed.), Morelos: Vida
preinsurgente y lecturas , Zamora, El Colegio de Michoacán, 1984, pp. 231-2.

20 Jaime Rodríguez, “From Royal Subject to Republican Citizen: The Role of the Autonomists in the
Independence of Mexico”, en Jaime Rodríguez, (ed.), The Independence of Mexico and the Origins of the
New Nation , Los Angeles, ucla Latin American Center, 1989, p. 29; Luis Villoro, El proceso ideológico de la
Revolución de Independencia , México, Universidad Nacional Autonoma de Mexico, 1967, pp. 54-55.

21 AGN , Historia, vol. 432, exp. 3, fol. 41.

22 AGN , Historia, vol. 432, fols. 41-81.

23 Wilbert Timmons, Morelos: sacerdote, soldado, estadista , Mexico, Fondo de Cultura Economica, 1983,
pp. 14-24; Herrejón Peredo, Morelos: Vida preinsurgente , pp. 28-29, 38.

24 agn , Infidencias, vol. 131, exp. 11, fol. 58.

25 AGN , Operaciones de Guerra, vol. 15, exp. 4, fol. 55 v.

26 agn , Infidencias, vol. 55, exp. 24, fols. 227 - 227v; AGN , Infidencias, vol. 133, fol. 3; AGN ,
Operaciones de Guerra, vol. 917, fol. 28; AGN , Operaciones de Guerra, vol. 919, fols. 3, 23; AGN,
Operaciones de Guerra, vol. 72, exp. 23, fols. 157-158.

27 Eric Van Young, “The Raw and the Cooked: Elite and Popular Ideology in Mexico , 1300-1821,” in
Szuchman, Mark, (Eds.), The Middle Period in Latin America , Boulder , Lynn Reiner, 1989, pp. 80, 83.

28 Van Young, “The Raw and the Cooked”, pp. 80, 83.

29 Van Young, “Quetzalcoatl, King Ferdinand, and Ignacio Allende Go to the Seashore; or Messianism and
Mystical Kingship in Mexico , 1800-1821,” in Rodríguez, The Independence of Mexico , pp. 110-111; Van
Young, “The Raw and the Cooked,” p. 80.

30 Van Young, “The Raw and the Cooked,” pp. 79-81; Van Young, “Quetzalcoatl, King Ferdinand, and
Ignacio Allende,” pp. 120- 121.

31 agn , Operaciones de Guerra, vol. 939, fols. 684-685; AGN , Operaciones de Guerra, vol. 15, exp. 4, fol.
61; AGN , Operaciones de Guerra, exp. 5, fols. pp. 15-16; Ernesto Lemoine, Morelos: su vida
revolucionaria a traves de sus escritos y otros testimonios de la época , México, Universidad Nacional
Autonoma de México, 1965, p. 191.

32 AGN , Infidencias, vol. 60, exp. 4, fols. pp. 181-184.

33 Hugh Hamill, The Hidalgo Revolt: Prelude to Mexican Independence , Gainesville, University of Florida
Press, 1966, p. 2; Herr, The Eighteenth Century Revolution, pp. 304-312, 335.

34 Hamill, The Hidalgo Revolt , pp. 14-15; Dorothy Tanck Estrada, La educación ilustrada (1786-1836):
Educacion primaria en la Ciudad de Mexico , México, El Colegio de México, 1977, p. 227. Esta cita
proviene de una circular mandada en Abril de 1810 to sacerdotes, incluyendo a Morelos, Herrejon Peredo,
Morelos: Vida preinsurgente, pp. 231-2.

35 Van Young, “Quetzalcoatl, King Ferdinand, and Ignacio Allende,” p. 110.

36 Lemoine, Morelos: su vida revolucionaria , p. 169.

37 Herrejón Peredo, Morelos: Vida preinsurgente , p. 231-2.

38 Lemoine, Morelos: su vida revolucionaria , p. 191; Carlos Herejón Peredo, (Ed.), Los procesos de
Morelos , Zamora, El Colegio de Michoacán, 1985, pp. 395-6.

39 Por ejemplo, ver Lemoine, Morelos: su vida revolucionaria , pp. 185-6; Herrejón Peredo, Morelos: Vida
preinsurgente , pp. 49, 74; Timmons, Morelos: sacerdote , p. 63; AGN , Operaciones de Guerra, vol. 83, fols.
295-6; AGN , Infidencias, vol. 133, fols. 85-86; AGN , Infidencias, vol. 24, exp. 3, fol. 120v; AGN ,
Infidencias, vol. 131, exp. 1, fols. 5-6.

40 Herrejón Peredo, Morelos: Vida preinsurgente, pp. 58-60; MacLachlan, Spain's Empire , p. 91.

41 agn , Infidencias, vol. 144, exp. 29, fol. 31; AGN , Operaciones de Guerra, vol. 939, fol. 684.

42 Lemoine, Morelos: su vida revolucionaria , p. 162; AGN ,Infidencias, vol. 144, exp. 47, fol. 60.

43 Lemoine, Morelos: su vida revolucionaria , p. 162.

44 Anderson, Imagined Communities , p. 15 .

45 Carlos Herrejón Peredo, (Ed.), Morelos: Documentos ineditos de vida revolucionaria , Zamora, El
Colegio de Michoacán, 1987, pp. 120-122, 151.

46 Cartas de los señores generales D. Agustin Iturbide y

Vicente Guerrero México: n.p., 1821, 1-6.

47 Ernesto Lemoine, Morelos y la Revolución de 1810 f Mexico, Gobierno del Estado de Michoacán, 1984,
pp. 286-288.

48 AGN , Operaciones de Guerra, vol. 89, fol. 224.

49 agn , Operaciones de Guerra, vol. 73, exp. 204.

50 agn , Operaciones de Guerra, vol. 86, fols. 347-350; AGN , Operaciones-de Guerra, vol. 466; AGN ,
Operaciones de Guerra, vol. 73, fols, 6-7; AGN , Operaciones de Guerra, vol. 77, fols. 106v, 276-7; AGN ,
Infidencias, vol. 144, exp. 89, fol. 205; exp. 92, fol. 212; AGN , Operaciones de Guerra, vol. 78, fols. 62-62v;
AGN , Operaciones de Guerra, Vol. 86, fols. 84-84v, 370-371; AGN , Operaciones de Guerra, vol. 939, fols,
271, 275-6, 574v; AGN , Operaciones de Guerra, vol. 924, exp. 12, fol. 14.

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