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Por
Padre Lucas Prados
-
21/03/2018
San Pedro, en los discursos recogidos en el libro de los Hechos, y San Juan, en
sus escritos, declaran que los fieles deben mantenerse firmes en el principio de
la fe y de la predicación cristiana: “Lo que habéis oído al principio debe
permanecer en vosotros” (1 Jn 2:24). Permanecer firmes en lo que era desde el
principio y en lo que ha sido transmitido por el testimonio de los Apóstoles, es
elemento esencial para que la comunidad tenga y mantenga comunión con el
Apóstol y, mediante el Apóstol, con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn 1:3).
2.2.- El paso de la Tradición a la generación postapostólica
El Concilio de Trento hizo frente a todo ello y reafirmó los principios que la Iglesia
había vivido siempre. El resultado fue el decreto De canonicis
Scripturispromulgado en la sesión 4ª (1546). Su intención era:
“…conservar la pureza del Evangelio, que prometido por los Profetas, predicado
más tarde por Cristo el Hijo de Dios, el cual encomendó a sus Apóstoles
predicarlo a toda criatura, como fuente de toda verdad salvífica y de toda
disciplina de costumbres. Esta verdad salvífica y disciplina de costumbres están
contenidas en los Libros santos y en las tradiciones no escritas, que recibidas
por los Apóstoles de labios de Cristo o transmitidas por los mismos Apóstoles,
bajo la inspiración del Espíritu Santo, llegaron hasta nosotros como si pasaran
de mano en mano. Por eso el Concilio con igual afecto de piedad e igual
reverencia recibe y venera a todos los libros… y también las tradiciones
mismas que pertenecen a la fe y a las costumbres, corno oralmente
dictadas por Cristo o por el Espíritu Santo y conservadas en continua
sucesión en la Iglesia Católica” (DS 1501).
“En su sentido estricto y formal, dice Pérez de Ayala, la palabra tradición significa
la verdad conservada y retransmitida de corazón a corazón por los antepasados
a sus descendientes de viva voz”.
Una verdad fundamental muy comentada por la teología de esta época es, en
efecto, la de la identidad de la Iglesia actual con la Iglesia del tiempo de los
Apóstoles: la Iglesia es siempre la misma porque su doctrina concuerda con la
de la Iglesia original de los Apóstoles, que a su vez recibieron la doctrina de
Cristo, y Cristo de Dios. Y además porque no sólo los Apóstoles sino la Iglesia
en toda su historia cuenta con la asistencia del Espíritu Santo. Si el Espíritu Santo
habla por la Escritura, lo hace también por las tradiciones y por la Iglesia misma.
Como consecuencia de todo ello, explican que la Tradición tiene el mismo valor
que la Escritura, ya que ambas son Palabra de Dios. No se puede, pues, limitar
nuestra fe a la Escritura de modo que sólo se reciba lo escrito, ya que la Tradición
y la Escritura son palabra del Espíritu Santo. Una y otra tienen un origen común,
una y otra se encuentran dentro de la Iglesia, una y otra tienen su primer principio
en Cristo y en el Espíritu Santo; y por lo mismo, una y otra tienen la misma
autoridad.
Siendo la Tradición por naturaleza algo vital, hay que admitir en ella
un desarrollo homogéneo correspondiente a su propia naturaleza. El
crecimiento radica en la comprensión de las cosas y de las palabras
transmitidas. No se trata lógicamente de un aumento cuantitativo, sino del
progreso interno propio de toda realidad viva que va caminando hacia la plenitud
de la verdad. La garantía de la verdad de este desarrollo radica en la asistencia
del Espíritu Santo, el cual vivifica toda la vida de la Iglesia y conduce hacia la
verdad completa a todos y a cada uno bajo la guía y enseñanza de los sucesores
de los Apóstoles (DV, 8).
3.2.- Los Santos Padres: Entre los teólogos católicos actuales se conocen
comúnmente con el nombre de “Padre” a aquellos escritores eclesiásticos que
reúnen las cuatro notas distintivas siguientes: 1) doctrina ortodoxa, 2) santidad
de vida, 3) antigüedad y 4) aprobación de la Iglesia. Aquellos autores
antiguos a los que no les cuadra alguna de estas notas reciben el nombre de
escritores eclesiásticos, p.ej., Tertuliano y Orígenes.
3.3.- El sentir unánime de los fieles: Se trata de un don de Dios que afecta a
la realidad subjetiva de la fe y que da a toda la Iglesia la seguridad de una fe
indefectible.
Toda esta acción la realiza el Pueblo de Dios con dos condicionantes: la acción
asistencial del Espíritu Santo y la subordinación al Magisterio. El Espíritu
Santo está presente en toda la Iglesia y la instruye en todo (1 Jn 2,20. 27); y así
el Concilio Vaticano II declara que si los fieles no pueden engañarse en su
creencia cuando manifiestan un asentimiento universal en las cosas de fe y
costumbres, ello es debido a la unción del Espíritu Santo (LG, 12). Aun cuando
se trate de un don del Espíritu Santo concedido a todo el pueblo, no queda
desvinculado de la autoridad docente de la Iglesia, a la que corresponde
proponer autoritativamente la palabra de Dios (LG, 12 y 25). De esa forma
“prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y
en la profesión de la fe recibida” (DV, 10).
Las doxologías y los símbolos usados en el culto han sido siempre lugares
destacados en los que se reflejaba la verdad de la fe, ya sea afirmándose contra
los ataques, ya sea consignando los avances conseguidos. Por otra parte, nadie
puede negar cuán preciosas enseñanzas se derivan de la praxis litúrgica, p.ej.,
en la veneración de las imágenes y en la administración concreta de los
sacramentos. La disciplina penitencial está llena de informaciones sobre la
teología de este sacramento. Por eso Pío XII pudo llamar a la Liturgia “el espejo
fiel de la doctrina transmitida por los antiguos”.
La razón por la cual la Liturgia constituye un criterio de Tradición es porque ella
es la voz de la Iglesia que expresa su fe, la canta, la practica en una
celebración viviente. La Liturgia, igualmente, es una acción sagrada, una
acción que incorpora una convicción, la expresa, y, por lo mismo, la desarrolla.
La Liturgia se desarrolla a partir de un fondo común que se remonta hasta los
Apóstoles. Los mismos ritos y fórmulas, aunque nazcan de una iniciativa
particular, para que penetren en la Liturgia han de ser aceptados por la Iglesia y
aprobados por la autoridad guardiana de la Tradición apostólica.