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Contrabando, de la realidad a la literatura: una obra que no pierde

vigencia.

Mariel Iribe Zenil

Las dos de la mañana. Primero unos tiros aislados y luego una ráfaga de metralleta nos despierta

obligándonos a ponernos pecho tierra. Estamos desorientados. No sabemos de dónde vienen

los disparos. Lo único que sé es que al saltar de la cama me lastimé de nuevo la rodilla. Siento

un dolor intenso y al voltear al techo observo el resplandor de las armas de fuego. Cuando se

detiene la descarga se escuchan voces y risas muy cerca de nuestra ventana. Después varias

camionetas queman llanta y en cuestión de segundos desaparecen. Vuelve el silencio, pero no

por mucho tiempo. La misma escena de disparos y camionetas dando vueltas con corridos como

música de fondo, se repite una y otra vez hasta las seis de la mañana…

Dos días después de una experiencia como ésta, los únicos sentimientos posibles son el

miedo de que vuelva a suceder, la impotencia y la indignación ante un gobierno, en todos los

niveles, derrotado de antemano por el crimen y muchas veces su servicial cómplice. ¿Se puede

vivir con apatía ante una situación así? Desafortunadamente la mayor parte de la gente de este

país así lo hace. Pero, ¿cuál debe ser la postura de un escritor ante aquello de lo que es testigo?

Por supuesto, puede negarse a practicar un estilo realista y tratar estos temas de manera velada

o metafórica; o incluso puede optar por ignorar el problema y construir una obra intimista, sin

embargo —y sin ánimo de volver a esa sobada discusión sobre el deber social de los

intelectuales— creo que un escritor, sobre todo si va comenzando su proceso, debe ser
cuidadoso en la elección de sus temas y no preocuparse solamente por la forma, a qué puede

responder con mejor condición: ¿a sus impulsos internos o a los estímulos del exterior?

En lo personal, Hemingway, Kapuscinski y Capote fueron parte fundamental de mi

revolución interna por, precisamente, haber asumido una actitud crítica y estética ante la

violencia de la que fueron testigos. El primero, en Muerte en la tarde, habla así sobre sus primeros

intentos como escritor: “Me esforzaba para aprender el arte de escribir comenzando por las

cosas simples; y una de las cosas más simples y fundamentales de todas, es la muerte violenta”.

Desde una postura muy personal, pienso que el proceso creativo siempre parte de lo que

el escritor conoce. Ni Hemingway ni Kapuscinski pudieron huir de su fantasma: la guerra, y

escribieron sobre ella plasmando la realidad de una época, mientras que Capote logró ir más allá

de los límites del periodismo y la ficción para pintar un fresco del horror y la hipocresía del ser

humano y de su sociedad. ¿Es entonces la literatura una revolución alternativa? Es decir, ¿es una

manera de cambiar algo? Tomando en cuenta la acepción de la palabra revolución como el

cambio violento, rápido y profundo de las instituciones, creo que no. Por supuesto, la literatura

y todo aquello que compone la cultura son parte fundamental de la evolución de las sociedades

de todas las épocas, pero son sólo una parte de un necesariamente lento proceso histórico.

Sin embargo, sí considero que por medio de la literatura es factible lograr una transición,

quizá no en la realidad inmediata misma, sino en algunos individuos, que pueden aprender a

comprender de una forma distinta el mundo que los rodea. Por otra parte, no hay que perder de

vista que el objetivo directo de la literatura no es cambiar a la gente, caso contrario del

periodismo, disciplinas que, como la historia y los autores que he mencionado nos han enseñado,

se complementan y se necesitan, quizá, hoy más que nunca.


En mi caso, inmersa en una atmósfera de violencia en la que nadie está exento de salir

herido en uno de tantos enfrentamientos, la mayoría de las veces a la luz del día, el tema de la

violencia se antepone a otros que pudieran interesarme, no porque hablar de lo que sucede tenga

más valor literario, sino porque me afecta directa e indirectamente. Sin embargo, sabemos que

en la actualidad, y más aún en países como el nuestro, escribir sobre lo que sucede en las calles,

con mafias de todo tipo, es una cuestión delicada.

Según la Real Academia Española, el narcotráfico es “el comercio de drogas tóxicas en

grandes cantidades”; no obstante, más allá de una actividad que genera ganancias por 25 mil

millones de dólares al año en México (Orozco, 2009), también se ha convertido, además de toda

una forma de vida, en quizá la más importante materia prima para la novelística mexicana.

“Somos muchos y de muchos orígenes los que estamos trabajando una estética de la violencia;

de momento es una literatura muy fuerte y propositiva”, afirma Élmer Mendoza (2005). Y

aunque estoy completamente de acuerdo con tal aseveración, me atrevo a aventurar que de todas

estas propuestas, la de Rascón Banda en Contrabando perdurará como una de las que más se

aproximan a la realidad del narco y sus estragos en la sociedad mexicana.

Dramaturgo, novelista e incansable defensor de la cultura, Víctor Hugo Rascón Banda

nació en Santa Rosa de Lima de Uruáchic, Chihuahua, en 1948, y murió en la Ciudad de México

el 31 de julio de 2008. Entre sus obras destacan “Nolens Volens” (Premio Injuve 1974), “Los

ilegales” (1981), “Máscara contra cabellera”, “La Malinche”, “La mujer que cayó del cielo” (1999)

y la novela Contrabando, galardonada en 1991 con el Premio Juan Rulfo de Novela, aunque

permaneció inédita hasta después de su muerte.

Originario, pues, de un pueblo minero de la sierra de Chihuahua, Rascón Banda vivió en

carne propia las costumbres del narcotráfico y presenció los actos de violencia que, como una

reacción a la lucha de poderes, permean aún el paisaje de estos lugares arrinconados en las
montañas, lejos de la urbanidad y donde el hombre y la autoridad hacen justicia por su propia

mano. Debido a su propia experiencia biográfica, el dramaturgo no interpreta lo que le cuentan,

sino que su literatura surge de sus recuerdos con una fidelidad a la realidad que dota de

verosimilitud a sus ambientes violentos y perturbadores, al tiempo que retrata un paradójico

paisaje agradable y campirano. Así, no resulta extraño que se haya ficcionalizado a sí mismo en

esta novela.

Desde las primeras páginas de Contrabando, Rascón Banda nos sumerge a un mundo

donde impera la violencia, describiendo un enfrentamiento entre narcos que presenció justo al

llegar al aeropuerto de Chihuahua:

En la mañana, cuando bajé del avión en el aeropuerto, me estremeció el miedo sin razón. Sentí

la muerte cerca, aunque ahí no había nada extraño, salvo naves militares en el hangar de las

avionetas que vuelan a la sierra […] Se escucharon balazos y gritos y órdenes para que se

detuvieran. Los dos jóvenes acorralados se miraron entre sí, angustiados, e intentaron brincar el

mostrador donde se checan los boletos. Se oyeron más balazos y gritos de mujeres y niños. Rubén

brincó del mostrador y vino corriendo hacia donde yo estaba para tratar de salir al

estacionamiento y, justo frente a mí, cayó balaceado.

El personaje y narrador —que, por supuesto, es el propio autor— decidió alejarse de la ciudad

para encontrar la calma en su pueblo natal, Santa Rosa, donde escribiría un guión

cinematográfico. Sin embargo, al encontrarse con una serie de sucesos y personajes, no pudo

continuar el guión y a manera de diario empezó a escribir estas historias que redundaron en una

novela, como explica en el segundo capítulo, “Las razones del viaje”:


Vine a Santa Rosa por dos motivos. Pide vacaciones. Un mes acá se va volando. Podrás

descansar, dormir a gusto, sin los sobresaltos de México, esa ciudad terrible, y tendrás tiempo

para escribir, tranquilamente en la calma del pueblo, eso que me contaste que tienes que hacer,

pero que no te sale, me había escrito mi madre.

En este párrafo, además de revelar el porqué había regresado a Chihuahua, Rascón Banda hace

una comparación, con cierta ironía, sobre la forma en que su madre, una persona que vive día a

día la violencia del narcotráfico, ve a la ciudad de México como una ciudad terrible y peligrosa.

Por supuesto, las descripciones de su madre cuando se refiere a Santa Rosa como un lugar

tranquilo, sin los sobresaltos de una ciudad, terminan por confirmar que la violencia y la cultura

del narcotráfico están cada vez más inmersas en la forma de vida del mexicano del norte, tanto

que dichas cuestiones les parecen completamente normales.

Según Berger y Luckmann (2003) y Fernández (1994), la narcocultura es el resultado de

un largo proceso de acciones recíprocas, de hábitos recurrentes construidos por un conjunto de

actores del medio rural. La narcocultura, pues, no sólo involucra a los narcotraficantes, sino a

todos aquellos que viven, de una u otra forma, la marejada de hechos violentos, actitudes, formas

de pensar, de vestir y de actuar de toda una comunidad y que poco a poco se expande por el

país.

La narcocultura tiene un universo simbólico particular que se manifiesta prácticamente

en todos los elementos que componen a una cultura (Berger y Luckmann, 2003; Sánchez, 2007);

y lo más importante, se ha apoderado del imaginario colectivo de gran parte de la población rural

y citadina del norte de México. En Contrabando, Rascón Banda lo demuestra con la voz de cada

uno de sus personajes, sobre todo de mujeres que cuentan anécdotas que bien podrían parecer

ficción para alguien que vive en la ciudad de México (donde quizá no impera la cultura del

narcotráfico, pero sí otro tipo de violencia).


Un ejemplo es Jacinta I, Reina de las Fiestas del Tercer Centenario, quien confunde a

Rascón Banda con un investigador, pero conforme empiezan a platicar lo reconoce como uno

de los muchos que asistieron, seis años antes, a su coronación en el pueblo. Con este personaje

el novelista retrata la actitud de una joven que queda deslumbrada ante la aparición de su

“príncipe azul de la sierra”: un hombre con troca roja, que viste botas de piel de cocodrilo, usa

navaja y pistola y que, como toque final, toma Don Pedro de la botella. “Esa noche, bailando

una pieza, José Dolores me dijo la verdad, que antes del cómputo él había mandado comprar

todos mis votos […] ¿Por qué lo hiciste?, le pregunté. Me habló al oído despacito, y me mordió

la oreja. Porque quería que ganara la más bonita para bailar con ella y llevármela al monte”.

Jacinta I es el pretexto para darle vida a una de muchas jóvenes que buscan y disfrutan

de estar al lado de un hombre cuya vida corre peligro, aunque sepan que al final, tarde o

temprano, les llegará la muerte. Ella tiene un gusto muy desarrollado por la forma de vida del

hombre que aparenta tener el control en las situaciones más peligrosas, que es prófugo de la ley

y que por cuya vestimenta y actitud es llamado buchón.

Según Alejandro Almazán (2006), el término buchón se usa para designar a todas esas

personas, particularmente del norte de México, Chihuahua, Sonora y sobre todo en Sinaloa, cuyo

concepto de riqueza consiste en vivir en un exclusivo fraccionamiento, manejar una camioneta

todoterreno con neumáticos anchos y rines de aluminio, comer mariscos, carne asada, dar

propinas de cien dólares, beber Buchanan´s en las rocas, cambiar rutinariamente de celulares,

vestirse a la moda italiana, mirar televisión por cable, tener aire acondicionado, caballos pura

sangre bailadores, un rancho de veinte hectáreas, un jet, una bolsa Louis Vuitton de 400 dólares

(que usa como cangurera para guardar tres cosas imprescindibles: cocaína, un revólver y dinero,

mucho dinero) y acostarse con una mujer distinta cada día.


Pero a su vez, Jacinta siente nostalgia por los buenos tiempos, cuando José Dolores aún

no había desaparecido y llega a renegar de todo cuanto hace apenas unos años le había dado

tanta felicidad:

Esta que ve usted en persona es y no es la misma. Quien iba a imaginar que también este pueblo

cambiara tanto. ¿Se acuerda? El aroma de los azahares en la plaza, la gente en el baile, bailando

sin pistola y sin sombrero, los borrachos peleándose en el arroyo a mano limpia, no con armas.

Ahora dese una vuelta por la plaza, por la calle de en medio… Las tiendas cerradas, la gente

escondida, las trocas abandonadas en los caminos. En dónde están los hombres. Puras mujeres

enlutadas y niños huérfanos.

Además de Jacinta I, uno de los personajes femeninos que le impregnan más fuerza y carácter a

esta novela es Damiana Caraveo, una mujer acabada por los años y el sufrimiento y a la que sólo

la mantiene viva la esperanza de poder vengarse algún día de Julián, presidente municipal y primo

de Víctor Hugo Rascón Banda. Damiana es una mujer valiente, que hace todo por defender a su

familia en la matanza de Yepachi; pero llega tarde, presencia la balacera, es secuestrada y tiempo

después encarcelada injustamente por ser la supuesta cabecilla de una banda de narcos. En el

capítulo “La matanza de Yepachi”, Rascón Banda plasma una historia desgarradora en donde se

puede percibir el cansancio y la desesperanza de alguien cuya palabra no vale nada:

Me tapé la cabeza con las manos y me hice bolita en el piso. Se oían gritos, insultos y la voz del

comandante que daba órdenes. De la casa nos seguían disparando muy fuerte. De las ventanas,

de los balcones, del techo, de las puertas de abajo. Apenas se oían unos cuantos balazos de los

judiciales que les contestaban desde nuestras camionetas. Eso duró mucho rato. Donde estoy,
pensaba. Estoy atizando la estufa para hacer el almuerzo, porque ya va a llegar Rogelio. O estoy

muerta, echa bola en una fosa del camposanto. O estoy en el infierno y así pago mis pecados.

Este aliento se sostiene durante todo el libro y refleja la voz de una experiencia perturbadora.

Contrabando bien podría ser, por haberse basado en hechos reales, un trabajo periodístico,

aunque sus ricas descripciones y su natural pero elegante prosa no dejan duda que estamos frente

a una obra literaria. Además, para darle un giro a la forma de contar, Rascón Banda se vale de

diversos recursos narrativos: diálogos, técnicas de guión cinematográfico e incluso de hasta una

pieza teatral completa, lo cual resulta interesante, pues el escritor no se queda sólo en la forma

como una improvisación pomposa, sino que profundiza y da vida a personajes que nos resultan

entrañables. El capítulo “O tú o yo” está construido exclusivamente por un diálogo, que al final

termina siendo una grabación que acaba con balazos, ruidos de carros y al fondo trozos de

música norteña:

[…]

Fui un pendejo

Estamos platicando, nomás…

Platicando madres, cabrón…

Déjame explicarte.

Me grabaste todo.

De veras no.

Me vas a delatar.

No, lo juro.

Hijo de la chingada.

Guarda eso.
Guardo madre.

Te lo juro…

[…]

Ahora te chingas.

[…]

Por su parte “Guerrero Negro” es una pieza de teatro y “Triste recuerdo” asume las

características de un guión cinematográfico. Ignacio Trejo Fuentes (2009), escritor y crítico

literario, elogia el hecho de que a partir de estos encuentros Rascón Banda haya logrado

transformar, mediante diversos recursos literarios, hechos de la vida cotidiana en literatura. El

autor sabe que tiene en sus manos materiales de indudable importancia, más no se conforma con

aprovecharlos convencionalmente, sino que se preocupa por revestirlos de alientos estéticos que

consigue con singular eficacia.

El lenguaje es otra parte importante de este corpus. El tono utilizado se atiene

preferentemente a la “naturalidad” propia de los protagonistas, aunque muchas veces arriesga

con las metáforas de forma afortunada, “pule” frases e imágenes. Y es interesante advertir que,

en concordancia con el origen de la mayoría de los protagonistas, norteños ellos, abundan giros

que sonarán extraños a quien no conozca aquellas latitudes, palabras y términos que parecerán

provenientes de otra galaxia, o meras invenciones; pero quien haya escuchado a los

chihuahuenses, por ejemplo, no se sorprenderá, y al contrario apreciará la determinación del

autor de incorporarlos al corpus de la obra con tanta eficacia.

Gracias a lo autobiográfico (pero no sólo por eso, sino por su capacidad de insertar

diferentes técnicas narrativas y profundizar al mismo tiempo en la temática de la violencia y el

narcotráfico, por su prosa limpia y sencilla, por la naturalidad del lenguaje, entre muchas otras

cualidades), esta novela ubica a Rascón Banda (personaje de su obra) un escalón más arriba de
aquellos escritores que se basan en un hecho real, pero que después recurren a la ficción para no

verse envueltos en problemas. Por el contrario, a lo largo de su carrera como dramaturgo, Rascón

Banda enfrentó serios problemas, tanto con la ley como con los personajes que recreaba en sus

obras de teatro.

Uno de estos problemas fue enfrentar al asesino de los cuarenta, Goyo Cárdenas, quien

lo denunció por daños y perjuicios, daño moral y plagio. Rascón Banda escribió la obra de teatro

porque Vicente Leñero, quien a su vez lo recibió de manos del criminólogo que estudió el caso,

le regaló el expediente criminal. Leñero le comentó que Goyo Cárdenas había muerto, por lo

que Rascón Banda escribió la obra por invitación del Consejo Nacional para la Cultura y las

Artes para un festival. Y fue en la presentación cuando Cárdenas llegó con su familia, se sentó a

un lado de Vicente Leñero y al final amenazó al dramaturgo con demandarlo. Un año después

fue detenido. El juicio duró año y medio. Goyo Cárdenas salió de la cárcel treinta y siete años

después de los crímenes, pues se había hecho pasar por enfermo mental para no ser condenado

(Day, 2005).

Ese fue el asunto que llegó más lejos, pero también hay que mencionar que por el fuerte

contenido de sus obras, la mayoría basadas en hechos reales, se vio envuelto en casos de censura

por el gobierno de México. Así sucedió con “El baile de los montañeses”, cuando Óscar Ornelas,

gobernador de Chihuahua, impidió que se presentara comprando todas las localidades de la

taquilla. “La Malinche” tampoco se presentó y aunque no se dijo específicamente cuál era la

causa, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Bellas Artes, que

la producían, no quisieron continuar las presentaciones.

El pretexto era que no se podían cubrir los gastos de nómina (Day, 2005). En el caso de

“Por los caminos del sur”, obra en la que aparece como personaje Rubén Figueroa, gobernador

de Guerrero, Rascón Banda también fue demandado; sin embargo pudo contestar la demanda
gracias a que cada una de las palabras de la obra fueron sacadas de una grabación con

declaraciones que el gobernador dio al periódico Reforma (Day, 2005). Con la puesta en escena

de otras obras consiguió múltiples reclamos. Según el propio Rascón Banda:

En el caso de “Playa azul”, que es una historia real, que acontece en el hotel de ese lugar; bueno,

pues ahí algunos personajes me iban a reclamar, pero no jurídicamente, sino en forma privada…

En el caso de “Los ejecutivos”, por ejemplo, allí sí tuve que firmar con seudónimo. Ya lo puedo

decir… (Day, 2005)

Las anécdotas anteriores muestran a un escritor comprometido con la realidad de una sociedad

en decadencia; sobre todo a un escritor que nunca se dio por vencido, ya que al escribir

Contrabando, lo hizo bajo amenazas:

Tiene razón Damiana cuando dice que miras como narco o como judicial, que para el caso es lo

mismo. Y además vistes como ellos. No vale la pena que corras el riesgo. No quiero perder un

hijo. Ya te encomendé a Santa Rosa de Lima y te entregué a ella. Olvídate de lo que viste y

escuchaste acá. Haz de cuenta que fue una simple pesadilla. (Rascón Banda, 2008)

Como comenté más arriba, Rascón Banda no publicó inmediatamente esta novela. De hecho, le

prometió a su madre que no lo haría nunca. Montó “Guerrero negro” y fue hasta 2008, después

de su muerte, cuando Contrabando vio la luz en la editorial Planeta.

La narración de Rascón Banda resulta un viaje fascinante, pero a la vez conmovedor:

mujeres que han gozado la felicidad de sentirse poderosas al lado de un hombre que tiene todo

bajo control, pero que a la vez sufren y se lamentan el haber tomado ese camino; personajes que

viven sobre la tan delgada línea de la vida y la muerte; un paisaje de balas, pólvora y destrucción,
en contraste con la vida de un escritor perturbado por todas estas imágenes que lleva a cuestas

y que aplica la escritura como única forma de fuga. De ahí nacen una obra de teatro, un guión

cinematográfico para Tony Aguilar y Contrabando, testimonio de la forma de vida en la sierra

de Santa Rosa de Urúachic, Chihuahua, que quedará en la historia de la literatura del narcotráfico

como una de las que mejor retrata esta problemática social.

Encuentro de escritores, Monterrey Nuevo León, 2010.


BIBLIOGRAFÍA

ALMAZÁN, Alejandro (2006). “Buchones”, revista Emeequis, págs.. 45-53.

BERGER, Peter y Thomas Luckmann (2003). La construcción social de la realidad, Buenos

Aires, Amorrortu, decimoctava reimpresión.

DAY, Stuart (2005). “En sus propias palabras: Víctor Hugo Rascón Banda. El teatro de Rascón

Banda”, Voces en el umbral, págs.-

MENDOZA, Elmer (2005). “El narcotur, nueva atracción para los paseantes que visitan

Sinaloa”, La Jornada, México, 2 de mayo.

RASCÓN BANDA, Víctor Hugo (2008). Contrabando, Planeta, 211 págs.

SÁNCHEZ, Alan (2007). “La narcocultura en Sinaloa: los otros cultivos de la sierra”, La

Jornada, suplemento La Jornada del campo, México, núm. 3, 18 de diciembre de

2007

TREJO FUENTES, Ignacio (2009). “Víctor Hugo Rascón Banda: Contrabando”, Revista de la

Universidad de México, págs. 96-97.

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