No hay duda, de que la educación ejerce un papel predominante en la
configuración de la estructura social y que la movilidad social, naturalmente ascendente, es buena para todos, observando esfuerzos en el día a día de los habitantes de este país para ascender en la estructura social y mejorar así su calidad de vida. Y es que en nuestra naturaleza está intentar ser más que los demás, ese es sin duda un motor para muchos: ser el mejor alumno, el docente más admirado, el escritor de más prestigio o ser quien figure más arriba en las mejores listas de los rankings globales. Esas distinciones atraviesan la sociedad en todos los lugares y tamaños. Encontrando en la educación, un medio vital para ascender, mantenerse o descender en esta escala. Es debido a ello que observamos en nuestro país cambios y variaciones importantes en las llamadas franjas intermedias de la movilidad social, encontrando, para aquellos defensores de las posturas meritocráticas; cabe mencionar a Sorokin, quien sitúa a la educación como uno de los factores más influyentes en la movilidad social y consecuentemente con un gran potencial para que individuos y grupos sociales puedan cruzar fronteras de clase, bienestar, jerarquías, estatus, etc.
Dicho esto, vemos que la educación si establece cambios en la sociedad y
que, a pesar de que, en nuestro país, la educación ha cambiado en el transcurso del último siglo, las desigualdades al acceso aún persisten tal y como lo afirman Javier Escobal, Jaime Saavedra y Máximo Torero, viéndose reflejadas en el medio urbano y especialmente en el ámbito rural. Más aún, estos autores también afirman la importancia de la educación para evitar una situación de pobreza, siendo esta probablemente uno de los motivos por los cuales la desigualdad de los ingresos se fue reduciendo durante la segunda parte del siglo veinte. Tal hallazgo es confirmado por un estudio posterior de Herrera, quien sostiene que la educación es un poderoso antídoto contra la pobreza. Así, alcanzar el nivel secundario implicaría una reducción de 10% en la tasa de pobreza de la población, mientras que acceder al nivel superior implicaría una reducción aún mayor .En esa misma línea, Pasquier señala que, a pesar de que la expansión educativa redujo las desigualdades educativas generales, existen poblaciones que se beneficiaron menos de la misma; entre ellas, la población indígena y si simplificamos aún más podemos observar dentro de esta población grandes diferencias de género en el acceso a ella. Se tienen, por consiguiente, tres hechos importantes relacionados con la desigualdad educativa: el primero es un proceso de expansión de la educación, que ha llevado a su masificación en el nivel primario y, el segundo es el reconocimiento del valor credencial que tiene la escuela a partir de la idea del mito educativo, y el tercero, que la educación ha tenido efectos positivos, pero limitados, sobre los patrones de desigualdad en el Perú. En nuestro país no se han llegado a solucionar las desigualdades en el acceso educativo por diferentes razones, mencionaremos a continuación algunas de estas: En primer lugar, requieren de continuidad en el tiempo. La mejora en el acceso a la educación tiene que ser una política de Estado y debería ser seguida por el gobierno de turno. El Acuerdo Nacional aboga en este sentido, pero debería haber un pacto político serio para pensar en 20 años de plazo para alcanzar las metas propuestas. Para este fin, se requiere de voluntad política de los próximos gobiernos para respetar este acuerdo. En segundo lugar, se requiere de una burocracia muy técnica y muy ética capaz de llevar a cabo las metas de manera autónoma y sin interferencias políticas. En tercer lugar, se requiere de más recursos presupuestales, el Perú debería llegar al 6% del PBI en gasto e inversión en educación, sólo así se podrá completar la infraestructura, pagar mejor a los maestros de calidad y tener una buena burocracia. Si el problema del acceso educativo en nuestro país se llegara a solucionar tendríamos una sociedad más competitiva, eficiente y preparada para los retos que se afrontarán en el siglo XXI.
Se supone, entonces, que la educación es una mercancía que produce
individuos con una ventaja competitiva para la lucha por las mejores posiciones ejerciendo así un cambio positivo en la calidad de vida de los ciudadanos en nuestro país.