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TRADICION AL RINCON QUITA CALZON - Ricardo Palma

El obispo Chávez de la Rosa era rector de un convento en Arequipa. Un día tubo que suplir a un
maestro ausente y se dedico a recordar algo de latín con los alumnos; propuso una pregunta:

¡quid est oratio!, pero ningún alumno le supo contestar. Molesto el cura ordenó a cada uno
que vaya ¡Al Rincón Quita Calzón!

Así ocurrió hasta que le pregunto al más pequeño de la clase. El niño se burló del cura
demorando una respuesta que no sabia.

El cura iracundo le ordeno también AL RINCÓN QUITA CALZÓN, pero como el niño se retiraba
refunfuñando algo entre dientes, el sacerdote insistió por el que murmuraba.

Entonces el niño le propuso una interrogante al maestro: ¿Cuantas Veces Se Repite En La Misa
El Dominues Vubis Cum?

Y por mas que el cura trató de recordar no pudo hacerlo; entonces el niño también lo envió a
el ¡al rincón quita calzón! La burla de los estudiantes fue total.

El cura no tubo más remedio que perdonar a todos el castigo propuesto y se retiro
completamente avergonzado.

Tiempo después el cura retorno a su natal España y se llevo al pequeño travieso como pupilo,
aya lo educo esmeradamente para que años después retornara al Perú convertido en un
intelectual erudito:

don Francisco Javier de Luna Pizarro, presidente de la primera


asamblea constituyente del Perú. TRADICION EL ALACRAN DE
FRAY GOMEZ - Ricardo Palma
Cuando yo era muchacho escuchaba a las viejas exclamar, cuando una alhaja era de mucho
precio:

—¡Esto vale tanto como el alacrán de fray Gómez!

Explicar este dicho de viejas es lo que me propongo con esta tradición.

Fray Gómez era un lego contemporáneo de San Francisco Solano que desempeñaba en el
convento de los padres seráficos en Lima,la función de refitolero del hospital de los devotos
frailes y a quien nunca se le conoció de otra manera que fray Gómez.
Fray Gómez hizo en Lima milagros en cantidades, como quien no quiere la cosa. Un día un
caballo desbocado arrojó a su jinete. El desgraciado quedó patitieso, arrojando sangre por la
nariz y la boca.

—Se descalabró —gritaba la gente, creyéndolo listo para la tumba.

Fray Gómez se acercó pausadamente al infeliz, le puso el cordón de su hábito en los labios, le
echó tres bendiciones y el descalabrado se levantó tan fresco como si no hubiera recibido
golpe alguno. Los fieles intentaron llevar en triunfo al lego pero el huyó a su celda. Aunque la
versión franciscana cuenta que fray Gómez escapó volando de la multitud. Yo no lo afirmo ni lo
niego, puede que sí y puede que no.

Ese mismo día estaba milagreo fray Gómez pues se encaminó a la enfermería y halló muy débil
a San Francisco Solano, víctima de una jaqueca.

—Haría bien en tomar algún alimento —le dijo fray Gómez

El santo se negó, pero ante las insistencias de fray Gómez le pidió algo que sabía imposible de
conseguir, por no ser la estación propicia:

—Pues mire, hermanito, solo comería con gusto un par de pejerreyes.

Fray Gómez metió la mano en el bolsillo y sacó dos pejerreyes, tan frescos como recién salidos
del mar. Los guisó y quedó San Francisco curado como por ensalmo.

Dejo en el tintero otros milagritos de nuestro lego, porque no me he propuesto relatar su vida
y milagros.

II

Estaba una mañana fray Gómez en su celda cuyo mobiliario eran cuatro sillones de vaqueta,
una mesa mugrienta y una tarima sin colchón, con una piedra en lugar de almohada, cuando
llamaron a su puerta con unos ligeros golpecitos y una voz quejumbrosa.

El recién llegado era un castellano agobiado por la pobreza pero con semblante de persona
honrada.

—Soy buhonero —le dijo el castellano—, tengo familia y mi negocio no prospera; parece que
Dios se ha olvidado de mí.
—No desespere hermano.

—El caso es que he tocado muchas puerta para pedir en préstamo un capital de quinientos
duros y nada he conseguido. Y en mis cavilaciones pensé pedírselo a usted, que así pobre
como es, encontrará una manera de sacarme del apuro.

—¿Cómo imagina, hijo mío, que en esta triste celda pueda tener esa cantidad?

—Tengo fe de que no me dejará ir desconsolado —respondió el castellano.

—La fe lo salvará, hermano. Espere un momento.

Y paseando los ojos por las desnudas paredes, vio un alacrán que caminaba por el marco de la
ventana. Fray Gómez arrancó una página de un libro viejo y cogió a la sabandija, la envolvió y
se la entregó al visitante.

—Tome, y procure devolverme esta alhajita en en seis meses.

El buhonero agradeció mucho y se encaminó de prisa a la tienda de un usurero. La joya era de


una delicadeza incomparable, un prendedor con figura de alacrán; el cuerpo, una esmeralda
engarzada sobre oro y la cabeza un grueso brillante con dos rubíes por ojos.

La empeñó por quinientos duros, aunque el usurero intentó convencerlo de que le venda la
joya.

Con ese capital le fue tan bien en su negocio que al cabo de seis meses pudo desempeñar la
alhaja y devolvérsela a fray Gómez. Este tomó el alacrán, lo puso en la ventana y dándole la
bendición le dijo:

—Animalito de Dios, sigue tu camino.

Y el alacrán echó a andar libremente por las paredes de la celda. Por Alvaro felipe.

Los mosquitos de Santa Rosa


Cruel enemigo es el zancudo o mosquito de trompetilla, cuando le viene en antojo revolotear
en torno de nuestra almohada, haciendo imposible el sueño con su incansable musiquería.
¿Qué reposo para leer ni para escribir tendrá un cristiano si en lo mejor de la lectura o cuando
se halla absorbido por los conceptos que del cerebro traslada al papel, se siente interrumpido
por el impertinente animalejo? No hay más que cerrar el libro o arrojar la pluma, y coger el
plumerillo o abanico para ahuyentar al mal criado.

Creo que una nube de zancados es capaz de acabar con la paciencia de un santo, aunque sea
más cachazudo que Job, y hacerlo renegar como un poseído.

Por eso mi paisana Santa Rosa, tan valiente para mortificarse y soportar dolores físicos, halló
que tormento superior a sus fuerzas morales era el de sufrir, sin refunfuño, las picadas y la
orquesta de los alados musiquines.

Y ahí va, a guisa de tradición, lo que sobre tema tal refiere uno de los biógrafos de la santa
limeña.

Sabido es que en la casa en que nació y murió la Rosa de Lima hubo un espacioso huerto, en el
cual edificó la santa una ermita u oratorio destinado al recogimiento y penitencia. Los
pequeños pantanos que las aguas de regadío forman, son criaderos de miriadas de mosquitos,
y como la santa no podía pedir a su Divino esposo que, en obsequio de ella, alterase las leyes
de la naturaleza, optó por parlamentar con los mosquitos. Así decía:

-Cuando me vine a habitar esta ermita, hicimos pleito homenaje los mosquitos y yo: yo, de que
no los molestaría, y ellos, de que no me picarían ni harían ruido.

Y el pacto se cumplió por ambas partes, como no se cumplen... ni los pactos politiqueros.

Aun cuando penetraban por la puerta y ventanilla de la ermita, los bullangueritos y lanceteros
guardaban compostura hasta que con el alba, al levantarse la santa, les decía:

-¡Ea, amiguitos, id a alabar a Dios!

—25→

Y empezaba un concierto de trompetillas, que sólo terminaba cuando Rosa les decía:
-Ya está bien, amiguitos: ahora vayan a buscar su alimento.

Y los obedientes sucsorios se esparcían por el huerto.

Ya al anochecer los convocaba, diciéndoles:

-Bueno será, amiguitos, alabar conmigo al Señor que los ha sustentado hoy.

Y repetíase el matinal concierto, hasta que la bienaventurada decía:

-A recogerse, amigos, formalitos y sin hacer bulla.

Eso se llama buena educación, y no la que da mi mujer a nuestros nenes, que se le


insubordinan y forman algazara cuando los manda a la cama.

No obstante, parece que alguna vez se olvidó la santa de dar orden de buen comportamiento a
sus súbditos; porque habiendo ido a visitarla en la ermita una beata llamada Catalina, los
mosquitos se cebaron en ella. La Catalina, que no aguantaba pulgas, dio una manotada y
aplastó un mosquito.

-¿Qué haces, hermana? -dijo la santa-. ¿Mis compañeros me matas de esa manera?

-Enemigos mortales que no compañeros, dijera yo -replicó la beata-. ¡Mira éste cómo se había
cebado en mi sangre, y lo gordo que se había puesto!

-Déjalos vivir, hermana: no me mates ninguno de estos pobrecitos, que te ofrezco no volverán
a picarte, sino que tendrán contigo la misma paz y amistad que conmigo tienen.

Y ello fue que, en lo sucesivo, no hubo zancudo que se le atreviera a Catalina.

También la santa en una ocasión supo valerse de sus amiguitos para castigar los remilgos de
Frasquita Montoya, beata de la Orden Tercera, que se resistía a acortarse a la ermita, por
miedo de que la picasen los jenjenes.
-Pues tres te han de picar ahora -le dijo Rosa-, uno en nombre del Padre, otro en nombre del
Hijo y otro en nombre del Espíritu Santo.

Y simultáneamente sintió la Montoya en el rostro el aguijón de tres mosquitos.

Y comprobando el dominio que tenía Rosa sobre los bichos y animales domésticos, refiere el
cronista Meléndez que la madre de nuestra santa criaba con mucho mimo un gallito que, por
lo extraño y hermoso de la pluma, era la delicia de la casa. Enfermó el animal y postrose de
manera que la dueña dijo:

-Si no mejora, habrá que matarlo para comerlo guisado.

—26→

Entonces Rosa cogió el ave enferma, y acariciándola, dijo:

-Pollito mío, canta de prisa; pues si no cantas te guisa.

Y el pollito sacudió las alas, encrespó la pluma, y muy regocijado soltó un

¡Quiquiriquí!

(¡Qué buen escape el que di!)

¡Quiquiricuando!

(Ya voy, que me están peinando).

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