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Didáctica de la filosofía
Nick Brayan Villanueva Sosa
Cod: 2014232035
El umbral de la vida
Norma
Su nombre era Norma, una chica alegre, extrovertida y risueña, cualidades extrañas
en una joven de 15 años que apenas hacía un año había perdido a su madre a
causa de un cáncer de mama que no fue detectado a tiempo. Tras la pérdida, en
los primeros meses en su hogar se respiraba una profunda tristeza y el ambiente
era lúgubre como el de un cementerio. El padre, cuyo nombre es Antonio, solía
pasar noches enteras en la azotea fumando cigarrillos y tomando una que otra
cerveza. El hermano llamado Maicol, de 10 años de edad, tras llorar y hacer
preguntas a su papá del tipo “¿por qué a mamá?”, solía jugar en su cuarto con sus
juguetes hasta quedarse dormido en el suelo. Norma permanecía encerrada en su
habitación y salía apenas para confirmar que su padre estuviera en la azotea y para
acostar y arropar a su hermanito que se había quedado dormido en el suelo.
Pasaron los meses y poco a poco los ánimos en el hogar mejoraron, o por lo menos,
así lo demostraba Norma un año después.
En general se puede decir que su vida era sencilla, por lo menos hasta el punto en
que se puede considerar sencilla una vida, pues siempre hay adversidades. Se dirá
que unas más difíciles que otras, pero sólo aquel que las enfrenta puede juzgar el
nivel de dificultad de cada una. Así, Nicolás siguió su vida sin mayores
adversidades, por lo menos no las así consideradas por muchos. Tuvo la
oportunidad de estudiar aquello que quería, se enamoró un par de veces, perdió
aquello que amaba, falló, le fallaron pero no se arrepintió de nada. Aun así su vida
le resultaba demasiado banal, pues aunque pudiera respirar y caminar realmente
no se sentía vivo. Solía preguntarse: “¿Para qué vivo? ¿Por qué no acabo con esto
de una vez?” pero la respuesta siempre era la misma… “No habrá vida que terminar
si hace tiempo estoy muerto”. Pasaron así los años, mujeres que llegaron y se
fueron fugazmente, amistades que se conservaron y otras que se alejaron, pero el
problema de Nicolás seguía siendo el mismo ¡La muerte en vida!
Él mismo no quería acabar con su existencia, más era habitual que deseara de vez
en cuando terminarla con alguna causa de la que no fuera responsable, como por
ejemplo una enfermedad terminal, un accidente, etc. La música era un refugio en el
que solía esconderse en sus días más deprimentes, pero sólo era eso, un refugio
temporal, pues debía salir de él y cumplir con sus deberes. Se preguntaba
constantemente el por qué lo seguía haciendo, el por qué cumplir con sus
responsabilidades, por qué “vivir” una vida sin sentido alguno, pero al parecer tenía
una esperanza: la esperanza de que algo le hiciera sentir vivo de nuevo.
Norma y Nicolás
Al finalizar una típica clase de ética, Norma esperó a que sus compañeros(as)
salieran del salón y se acercó al escritorio de su maestro y le dijo:
-Profe yo quisiera preguntarle algo, pero espero no se enoje porque no tiene que
ver con la clase. Es una pregunta personal.
-Si me está bien que la responda lo haré, pero usted sabe señorita que nuestra
relación maestro alumna nos impide hablar de ciertos temas.
-Lo sé… pues profe la verdad es que desde hace un tiempo me mata la curiosidad
por saber algo… ¿Qué es eso que usted oculta? ¿Por qué nunca puede sostener la
mirada fija por mucho tiempo en alguien aún cuando conversa?
-Es su mirada profesor, aunque trate de ocultarlo, en los fugaces momentos que la
he visto he podido identificar una profunda tristeza. Pero dígame ¿me equivoco en
lo que creo?
-No, no se equivoca. De hecho es la primera persona que lo nota y me sorprende
mucho dada su juventud, pero aquello que me agobia puede ser muy banal o bien
demasiado complejo para que usted lo pueda entender.
-pues profe, pude notarlo ya que es una mirada muy parecida a la que tenía mi
padre poco después de que mi madre muriera. Y creo que en ambos casos no
pierde nada con contarme, de verdad, yo también sé lo que es el dolor. Mi madre
murió de cáncer apenas hace un año y aún pienso en ella todos los días de mi vida.
-Lamento mucho su pérdida señorita Norma, pero ahora que sé eso confirmo que
mis problemas son minucias al lado de los suyos. Por eso prefiero no compartirlos,
y si me disculpa, ya es hora de que me vaya. Chao, que tenga buena tarde.
Tras la despedida, Norma quedó un poco desconcertada por no poder saber qué
era lo que su profesor ocultaba, pero a la vez se sintió bien por haber acertado en
su suposición. Ahora su anhelo era que su profesor favorito pudiese superar aquella
pena que le agobiaba. A su vez, de camino a casa Nicolás no pudo parar de pensar
en ello. Se sentía un poco avergonzado porque una adolescente pudiera haber
descubierto su tristeza, y por otra parte se sentía demasiado estúpido al sentirse
agobiado sin haber experimentado un dolor tan tremendo como el de perder a un
ser querido, como en el caso de Norma. Le sorprendía la vitalidad que emanaba de
aquella joven aún a pesar de su enorme pérdida y se preguntaba qué tan difícil
debió haber sido enfrentarse a ello. Mientras tanto él, un tipo de 30 años, sufría por
tener una vida sin mayores emociones.
Luego de este hecho las cosas no cambiaron mucho. Nicolás seguía dictando sus
clases como normalmente lo hacía y Norma seguía asistiendo a ellas con el
entusiasmo de siempre, aunque ahora se saludaran al verse y uno que otro
intercambio de palabras había entre ellos, aunque nada más allá de lo formal. Un
día, mientras calificaba unos trabajos en la sala de profesores, Nicolás sintió un
dolor intenso en la zona abdominal, pero como no era la primera vez que le ocurría
se tomó un analgésico y prosiguió con su trabajo. El dolor persistía y se hacía más
intenso hasta el punto en que ya no pudo soportar más, se excusó con el rector y
tomó un taxi directo al hospital. Tras una exhaustiva y tediosa espera, el médico
encargado procedió a leerle los resultados de los exámenes que le habían hecho.
-Señor, tome usted asiento. Lamento mucho tener que decirle esto pero me temo
que los resultados arrojaron que usted tiene cáncer de estómago y que este está
próximo a hacer metástasis por todo su cuerpo. Aún pueden realizársele una serie
de operaciones acompañadas por las debidas quimioterapias, pero la expectativa
de vida sigue siendo muy corta.
Pasaron algunos días y Nicolás volvió a su trabajo, diciendo a sus jefes y
compañeros que no había sido más que un malestar estomacal por el que debió
reposar unos días. Pensaba que la muerte les tocaba a todos alguna vez pero que
en este caso estaba muy próxima a él. A pesar de que la había deseado varias
veces, ahora sentía un temor tremendo por enfrentarla pues sabía que allí
culminaría la esperanza de vivir nuevamente. Se dio cuenta que había pasado gran
parte de su existencia esperando que algo le pasara y le hiciera sentir vivo de nuevo
¿pero qué había hecho él mismo para vivir nuevamente? No sabía con exactitud
cuánto tiempo le quedaba antes de que la muerte llegase por él pero se preguntó
¿Será demasiado tarde para vivir ahora que sé que moriré pronto?
Pasaron los días y Norma seguía asistiendo a las clases de Nicolás con gran
emoción y pudo notar que algo distinto había en la mirada del profesor, sus ojos
parecían brillar y ya miraba fijamente a todo el mundo. Un día, embargada de nuevo
por la curiosidad, se decidió a interrogar a su maestro como aquella vez, pero por
más que esperó, él no llegó a dictar la clase de aquél día ni la de los siguientes.
Bibliografía
● Nietzsche, Friedrich Wilhelm (2005). Así habló Zaratustra. Edición de José
Rafael Hernández Arias. Madrid: Valdemar.