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Universidad Pedagógica Nacional

Didáctica de la filosofía
Nick Brayan Villanueva Sosa
Cod: 2014232035

Proyecto de trabajo final


Ámbito: Ética (?)
Tema: Vida humana, Noción de vida.
Autor: Friedrich Nietzsche
Concepto(s): Me remitiré a lo propuesto por el filósofo Nietzsche, pues en últimas
en su filosofía se rescata la afirmación de la vida, de la vida terrenal, de la vida
corpórea. Se evidencia aquí el reconocimiento de las pasiones (amor, dolor, odio)
como impulsos vitales que afirman la vida del hombre, un hombre que a pesar del
carácter trágico de la existencia siempre tiene la posibilidad de crear y reinventarse
a sí mismo (quizá una aproximación al superhombre). En últimas, el principal
concepto a tratar es la noción de vida en Nietzsche, para lo cual resulta inevitable
aproximarse a la noción de muerte y quizá también a la de voluntad de poder.
Problema: Lo que se busca es poner en cuestión la noción que se tiene de la vida
(humana por supuesto) desde la perspectiva científica, específicamente desde la
biología en donde vivir se limita a nacer, reproducirse y morir. Ahora, cuando se
habla de vida resulta casi inevitable hablar de su contraparte, a saber, la muerte.
Ciertamente se tiende a pensar mundanamente que son polos opuestos y hay un
temor y un rechazo profundos por la muerte, al representar ésta el fin de la vida. Se
quiere a toda costa prolongar la vida y evitar la muerte y los dolores, más hasta qué
punto tiene sentido postergar una vida que en muchos casos no tiene sentido que
sea vivida. No cuando no se tiene la más mínima comprensión de lo que es la vida,
pues de ser así se sabría que la vida sólo es vida en tanto existe la muerte que más
que su fin es su reafirmación. Sin muerte no hay vida, pues a mi parecer una
característica de la vida es que tiene un límite, por lo cual algo así como la “vida
eterna” es para mí una contradicción en los términos. Culminaré esta reflexión con
una frase de Nietzsche:
“Claro que el que nunca vivió a tiempo, ¿cómo habría de morir a tiempo? ¡Que no
nazcan nunca! ¡He ahí lo que aconsejo a los superfluos!” (Nietzsche, 2005, p.62)
Pregunta(s): ¿Qué es la vida? ¿Qué sentido tiene estar vivos(as)? ¿Qué tan
importantes son las pasiones en la vida? ¿Qué es la muerte?
Destinatario: El cuento iría dirigido a estudiantes de grado once en un rango de
edad entre los 14 y los 16 años, quienes podrían ser considerados adolescentes.
He escogido este rango de edad ya que es en el aflore de la adolescencia en donde
empiezan a surgir en la mayoría de las personas, preguntas un tanto más complejas
sobre la vida y el sentido que esta puede tener para cada uno. Debido a los cambios
hormonales y otros aspectos, en la adolescencia tienden a surgir una serie de
confusiones que muchas veces llevan a cambios repentinos del estado de ánimo y
profundas depresiones. Por medio del cuento lo que quisiera es exponer que no
está mal sentir cierto tipo de emociones y que, en cambio, pueden servir de
herramientas para construirse una buena vida a sí mismos(a), para reafirmarla en
tanto vida terrenal.
Puesta escena: Por lo pronto, el medio por el cual he considerado oportuno
aproximar a los estudiantes a la noción nitzscheana de vida es el cuento. Por ello,
a continuación presentaré un adelanto u borrador del cuento que he elaborado hasta
el momento para el propósito planteado:

El umbral de la vida
Norma

Su nombre era Norma, una chica alegre, extrovertida y risueña, cualidades extrañas
en una joven de 15 años que apenas hacía un año había perdido a su madre a
causa de un cáncer de mama que no fue detectado a tiempo. Tras la pérdida, en
los primeros meses en su hogar se respiraba una profunda tristeza y el ambiente
era lúgubre como el de un cementerio. El padre, cuyo nombre es Antonio, solía
pasar noches enteras en la azotea fumando cigarrillos y tomando una que otra
cerveza. El hermano llamado Maicol, de 10 años de edad, tras llorar y hacer
preguntas a su papá del tipo “¿por qué a mamá?”, solía jugar en su cuarto con sus
juguetes hasta quedarse dormido en el suelo. Norma permanecía encerrada en su
habitación y salía apenas para confirmar que su padre estuviera en la azotea y para
acostar y arropar a su hermanito que se había quedado dormido en el suelo.
Pasaron los meses y poco a poco los ánimos en el hogar mejoraron, o por lo menos,
así lo demostraba Norma un año después.

En general, poco le llamaba la atención aquello que aprendía en el colegio, sin


embargo, había una asignatura a la cual ansiaba asistir y de la que disfrutaba las
dos horas que tenía a la semana. Esta clase era ética y valores, y era dictada por
un profesor que, más allá de sus conocimientos en ética, aparentaba saber bastante
sobre teología y filosofía. Sus clases eran muy divertidas para Norma, pues además
de los vastos conocimientos que demostraba tener su maestro, también tenía un
buen sentido del humor lo cual hacía de esas dos horas un escape a la monotonía
y el aburrimiento que solían acarrear el colegio.
Norma, tenía cierto interés en este maestro. Físicamente le parecía un hombre
atractivo, pero no era esto lo que le llamaba la atención de él. Tampoco eran sus
extensos conocimientos sobre diversas temáticas. Tampoco era su buen sentido
del humor. No, no era nada de esto, era algo que ella había tratado de ver algunas
veces cuando le miraba por la ventana del aula, ahí, sentado sólo en su escritorio,
con su mirada en cualquier parte. Era algo que ella trataba de buscar en sus ojos,
pues recordaba de su mamá aquel dicho de que los ojos eran las puertas del alma,
más era algo difícil de hacer porque él no solía sostener su mirada en alguien por
mucho tiempo. Era más una mirada temblorosa, como si estuviera buscando
fervientemente algo por todas partes, pero a la vez tratando de ocultar otra cosa.
La curiosidad le carcomía constantemente y en la soledad de su cuarto no hacía
más que pensar en qué podría ocultar un tipo con ése semblante, un tipo inteligente
que hacía surgir tantas risas en el aula. Motivada por estas cuestiones se decidió a
hablarle después de clase.
Nicolás

Nicolás era un profesor de 30 años de edad, habitualmente taciturno y solitario


aunque sus clases eran bastante animadas. Vivía solo desde hacía unos años en
un apartamento rentado y ocasionalmente iba a visitar a sus padres que no vivían
muy lejos. Tenía un hermano tres años menor que él pero muy poco se veían y
menos se comunicaban. Nicolás estudió filosofía y en cuanto obtuvo su maestría en
ética contemporánea se marchó de su casa, pues su anhelo siempre fue vivir solo.
Desde sus estudios universitarios empezó a sentir que perdía vitalidad, no
físicamente ya que poco solía enfermarse, pero sí espiritualmente. Era algo curioso
que esto le sucediera considerando lo que estaba estudiando, la filosofía académica
que poca atención le prestaba al campo de lo emocional y más bien tendía a
rechazarlo. Así, sus días empezaron a tornarse aburridos, monótonos y sin sentido
con apenas uno que otro momento de alegría efímera que lo motivaba a seguir.

En general se puede decir que su vida era sencilla, por lo menos hasta el punto en
que se puede considerar sencilla una vida, pues siempre hay adversidades. Se dirá
que unas más difíciles que otras, pero sólo aquel que las enfrenta puede juzgar el
nivel de dificultad de cada una. Así, Nicolás siguió su vida sin mayores
adversidades, por lo menos no las así consideradas por muchos. Tuvo la
oportunidad de estudiar aquello que quería, se enamoró un par de veces, perdió
aquello que amaba, falló, le fallaron pero no se arrepintió de nada. Aun así su vida
le resultaba demasiado banal, pues aunque pudiera respirar y caminar realmente
no se sentía vivo. Solía preguntarse: “¿Para qué vivo? ¿Por qué no acabo con esto
de una vez?” pero la respuesta siempre era la misma… “No habrá vida que terminar
si hace tiempo estoy muerto”. Pasaron así los años, mujeres que llegaron y se
fueron fugazmente, amistades que se conservaron y otras que se alejaron, pero el
problema de Nicolás seguía siendo el mismo ¡La muerte en vida!

Él mismo no quería acabar con su existencia, más era habitual que deseara de vez
en cuando terminarla con alguna causa de la que no fuera responsable, como por
ejemplo una enfermedad terminal, un accidente, etc. La música era un refugio en el
que solía esconderse en sus días más deprimentes, pero sólo era eso, un refugio
temporal, pues debía salir de él y cumplir con sus deberes. Se preguntaba
constantemente el por qué lo seguía haciendo, el por qué cumplir con sus
responsabilidades, por qué “vivir” una vida sin sentido alguno, pero al parecer tenía
una esperanza: la esperanza de que algo le hiciera sentir vivo de nuevo.
Norma y Nicolás

Al finalizar una típica clase de ética, Norma esperó a que sus compañeros(as)
salieran del salón y se acercó al escritorio de su maestro y le dijo:

-Profe yo quisiera preguntarle algo, pero espero no se enoje porque no tiene que
ver con la clase. Es una pregunta personal.

-Si me está bien que la responda lo haré, pero usted sabe señorita que nuestra
relación maestro alumna nos impide hablar de ciertos temas.
-Lo sé… pues profe la verdad es que desde hace un tiempo me mata la curiosidad
por saber algo… ¿Qué es eso que usted oculta? ¿Por qué nunca puede sostener la
mirada fija por mucho tiempo en alguien aún cuando conversa?

Estas preguntas sorprendieron demasiado a Nicolás, pues nunca antes alguien le


había preguntado algo parecido, ni aquellas mujeres con quiénes compartió varios
días de su vida, ni su familia, nadie. Ni siquiera él mismo había reparado en aquel
detalle, más cuando lo pensó por un instante se dio cuenta que era cierto y que
desde hacía mucho tiempo era incapaz de corresponder su mirada con la de alguien
más aunque fuesen los asuntos más serios. Él sabía muy bien lo que se ocultaba
tras su propia mirada, aquél dolor y aquella tristeza que le acompañaban día y
noche. Quizá era por ello que de manera inconsciente evitaba que los demás le
viesen fijamente por mucho tiempo, no quería que nadie supiera la agonía que lr
embargaba. Tras un largo silencio le respondió a Norma:
-¿Qué le ha hecho pensar que alguna pena me agobia?

-Es su mirada profesor, aunque trate de ocultarlo, en los fugaces momentos que la
he visto he podido identificar una profunda tristeza. Pero dígame ¿me equivoco en
lo que creo?
-No, no se equivoca. De hecho es la primera persona que lo nota y me sorprende
mucho dada su juventud, pero aquello que me agobia puede ser muy banal o bien
demasiado complejo para que usted lo pueda entender.

-pues profe, pude notarlo ya que es una mirada muy parecida a la que tenía mi
padre poco después de que mi madre muriera. Y creo que en ambos casos no
pierde nada con contarme, de verdad, yo también sé lo que es el dolor. Mi madre
murió de cáncer apenas hace un año y aún pienso en ella todos los días de mi vida.
-Lamento mucho su pérdida señorita Norma, pero ahora que sé eso confirmo que
mis problemas son minucias al lado de los suyos. Por eso prefiero no compartirlos,
y si me disculpa, ya es hora de que me vaya. Chao, que tenga buena tarde.

Tras la despedida, Norma quedó un poco desconcertada por no poder saber qué
era lo que su profesor ocultaba, pero a la vez se sintió bien por haber acertado en
su suposición. Ahora su anhelo era que su profesor favorito pudiese superar aquella
pena que le agobiaba. A su vez, de camino a casa Nicolás no pudo parar de pensar
en ello. Se sentía un poco avergonzado porque una adolescente pudiera haber
descubierto su tristeza, y por otra parte se sentía demasiado estúpido al sentirse
agobiado sin haber experimentado un dolor tan tremendo como el de perder a un
ser querido, como en el caso de Norma. Le sorprendía la vitalidad que emanaba de
aquella joven aún a pesar de su enorme pérdida y se preguntaba qué tan difícil
debió haber sido enfrentarse a ello. Mientras tanto él, un tipo de 30 años, sufría por
tener una vida sin mayores emociones.

Luego de este hecho las cosas no cambiaron mucho. Nicolás seguía dictando sus
clases como normalmente lo hacía y Norma seguía asistiendo a ellas con el
entusiasmo de siempre, aunque ahora se saludaran al verse y uno que otro
intercambio de palabras había entre ellos, aunque nada más allá de lo formal. Un
día, mientras calificaba unos trabajos en la sala de profesores, Nicolás sintió un
dolor intenso en la zona abdominal, pero como no era la primera vez que le ocurría
se tomó un analgésico y prosiguió con su trabajo. El dolor persistía y se hacía más
intenso hasta el punto en que ya no pudo soportar más, se excusó con el rector y
tomó un taxi directo al hospital. Tras una exhaustiva y tediosa espera, el médico
encargado procedió a leerle los resultados de los exámenes que le habían hecho.

-Señor, tome usted asiento. Lamento mucho tener que decirle esto pero me temo
que los resultados arrojaron que usted tiene cáncer de estómago y que este está
próximo a hacer metástasis por todo su cuerpo. Aún pueden realizársele una serie
de operaciones acompañadas por las debidas quimioterapias, pero la expectativa
de vida sigue siendo muy corta.
Pasaron algunos días y Nicolás volvió a su trabajo, diciendo a sus jefes y
compañeros que no había sido más que un malestar estomacal por el que debió
reposar unos días. Pensaba que la muerte les tocaba a todos alguna vez pero que
en este caso estaba muy próxima a él. A pesar de que la había deseado varias
veces, ahora sentía un temor tremendo por enfrentarla pues sabía que allí
culminaría la esperanza de vivir nuevamente. Se dio cuenta que había pasado gran
parte de su existencia esperando que algo le pasara y le hiciera sentir vivo de nuevo
¿pero qué había hecho él mismo para vivir nuevamente? No sabía con exactitud
cuánto tiempo le quedaba antes de que la muerte llegase por él pero se preguntó
¿Será demasiado tarde para vivir ahora que sé que moriré pronto?

Pasaron los días y Norma seguía asistiendo a las clases de Nicolás con gran
emoción y pudo notar que algo distinto había en la mirada del profesor, sus ojos
parecían brillar y ya miraba fijamente a todo el mundo. Un día, embargada de nuevo
por la curiosidad, se decidió a interrogar a su maestro como aquella vez, pero por
más que esperó, él no llegó a dictar la clase de aquél día ni la de los siguientes.
Bibliografía
● Nietzsche, Friedrich Wilhelm (2005). Así habló Zaratustra. Edición de José
Rafael Hernández Arias. Madrid: Valdemar.

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