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vértigo que le hizo caer al mar; descendía lento y tranquilo; el agua amortiguó
la playa, una chica ere acorralada por tres cangrejos enormes, decidido a
ayudarle, se zambulló y nadando alcanzó la costa. Empapado, desenfundando
escalando por las rocas, llegó a la cima. El mosquetero se deslizó por debajo
de la jaiba, enterrando la espada, un baño de sangre, la bestia caía muerta, con
el segundo le cortó los ojos al brincar sobre él, pero el tercero le sujetaba la
y la piel amarilla, rasgos orientales; se dejó conducir por ella. Una ciudad
entre muchas cavernas, que ocultaban una extensa vegetación, donde se
todas y lo depositaron en una choza, una tabla hacía de cama; las hembras le
Todo el día descansó, en la noche penetraron tres jovencitas y sin decir más, se
acostaron a su lado, no lo creía, eran más de veinte mujeres y seguro que todas
dormirían con él. Apretaba los senos amarillos a una, mientras lamía el sexo
de la otra, mientras la menor cogía con él; en el alba, desvelado, ojos ojerosos,
boca seca; entraron cinco y al verle débil; trajeron comida, mariscos, frutas y
agua; el confortable lecho duro era un deseo increíble. Mientras había sol
Una mañana del tercer mes llegaba al poblado una hembra mitad mujer, mitad
caballo. Espantadas corrían en diferentes direcciones, pero, no era ella la causa
se hundió en el agua junto al Caballero Rosa. Las féminas, junto con la recién
llegada, se fueron, lentamente; a mirar lo acontecido, las olas retumbaban en el
cuando alcanzó el tronco, halló su espada, subiendo, logró estar con sus
amantes. Sin cesar los gritos de ¡Vanam! Creían era un dios, sus anteriores
pues así las llamó, que debía partir junto con ella. Juntaron alimento y se lo
ofrecieron, frotándose el vientre y con mímica; enseñaron una semilla y la
pusieron en la tierra, después mostraron un otoño, señalándolo a él. Había
dejado encintado a las fértiles y del fruto, al nacer, tal vez habría niños y
permitirían multiplicar la raza; así no se extinguiría y lograrían sobrevivir. Lo
envolvía, cubría a los muertos y las provisiones, al pasar; Pierre, preso de una
sed, parecía delirar, Stella le dijo que tenía leche, podía tomarla para calmar su
cabellera azul igual a las rayas de su piel, ojos morados y patas briosas;
criaturas sin misericordia, tenían alas y lo único que difería, era que sus patas
eran garras filosas. Sacando el florete, se dispuso a combatir, las plumas
revoloteaban, con astucia y sagacidad, fue acabando con las arpías, las
sobrevivientes escaparon a su guarida. Stella se alzaba en dos patas de gozo,
sus enemigas, por vez primera, las habían derrotado; mas la alegría se le fue,
centaura reunía una cantidad enorme, les pidió algo para pegar y ellas le
trajeron brea; moldearon e inventaron unas alas enormes y ligeras, el
Caballero Rosa haría la prueba de una vez, amarrándose a las alas, corría con
descendían pero ya sin vida; el florete teñido de rojo, paró en la entrada del
cabellera roja, piel escamada y ojos grandes con pupilas fosforescentes. Una
besaban a cada rato para ofrecerle aire; a lo lejos el terrible Zortalius asomaba.
Nadando como sirena, el monstruo rugió, al hacer esto, se introdujo en su
arrastraba al estómago, antes de caer al ácido, hizo una marometa que cayó en
diversos agujeros y con la daga cortaba las venas y arterias unidas al músculo
mamó hasta llenarse. En el imperio del desierto, unas chicas semejantes a las
nórdicas, rubias, piel blanca y ojos azules. La princesa Juliette recibió al héroe
con fanfarrias y para deleitarse la pupila; ordenó a todas las mujeres y hasta
ella misma quitarse las ropas, el espectáculo lo impactó de tal manera que la
baba le escurría de la boca. Mencionaba que podría dormir y disfrutar con la
joven que él quisiera; sin excepción alguna. Un grito llamó su atención, un
elegida par coger con él. Por respeto prometieron no portar vestimenta alguna,
que impidiese mostrarle su cuerpo. En la noche, cinco, tiernas doncellas, le
cada una la tomó entre sus rodillas y les daba de nalgadas; feliz, cogía con
unos gritos de monos, saliendo a ver que los producía; las súbditas
Pierre, su presencia se llevaba a cabo, pero, a una orden del hombre mono, las
doncellas lo apresaron; una le susurró al oído, le decía una cláusula ante una
ley de los usos de reino; sí un oponente, aunque este preso, reta al monarca a
una lucha a muerte, sí este lo vence, será el nuevo sucesor. Gritando con
fuerza, hizo la petición de pelear ante el gorila; con rabia, aceptaba, con una
furia. El campo fue preparado, era una fosa, llena de un líquido espeso verde;
en el centro, un cuadrilátero, suspendido por una columna de roca. Los
Colares, con malicia, tiraron a una chica; al zambullirse, horribles gritos, un
colgado, seguía subiendo. Mas el mono, con una daga, bastó un tajo para
romper la reata. El Caballero Rosa Rosada se impulsó hacía arriba, con sus
dedos se asía a la esquina de la arena de combate; las jóvenes no lo creían, su
delgado. Los machos cabríos se reían, lanzó el mazo que esquivó el hombre;
quitó con maestría y gallardía; el tipo se dejó atrapar por el gorila, alzándolo
por lo alto, lo aventó con fuera. Utilizando el impulso, Pierre dio una curva
extraña, el cuerpo se metía entre las piernas del simio y al elevarse, se dejó
caer sobre el Rey Mono; perdió el equilibrio, dando lugar a que se hundiera en
cazaban a ciertos animales para comerlos, pero crudos; en los labios escurría
la sangre de sus víctimas. En mazmorras tenía encerrados a los hombres de la
superficie; eran antropófagas, comían carne humana pero masculina. Ellas
adoraban al dragón, el dios del fuego, era una terrible serpiente, que arrojaba
lumbre por el hocico. Al pasear solitario, una trampa de arena movediza lo
engullía; poco a poco fue succionado, pero al llegar al final; una cuenca
cavernosa lo recibía, descendía por la gruta ígnea; las paredes de roca eran
habitación. Las negras bailaban en círculos, una figura des serpiente, hecha de
a someterle, pero al pasar por la puerta no lo distinguían; bajó del techo y las
encerró. La noche absoluta, gemidos por doquier, un bramido heló su sangre; a
lo lejos, alcanzaba a descubrir una tea, una piedra de sacrificio, con una mujer
suerte, se atoraba en una grieta. Las carnívoras huían de un lado a otro, sin
saber que hacer; varías fueron arrasadas por el mar ígneo, la agonía de un
pueblo en extinción. El mosquetero trepaba por la liana, otros once seres iban
con él, los demás fallecieron por la lava. En al tierra arenosa, se formó un
muchos de ellos sin vida y otros agonizantes. Los seres humanos eran flacos,
raquíticos, piel verde y ojos blancos, estaban ciegos. Las malvadas féminas los
habían dejado sin el don de la vista: unas chicas cebras los esperaban, con
ellas estaba Stella. La alegría era tal que, festejaron con la princesa Juliette,
vino, comida y copular por tres días. El cuarto día fue sorprendente, una nube
par de alas de murciélago. Se les caía el pelo, calvas, las orejas se ponían
puntiagudas; colmillos de cinco centímetros, lengua de serpiente, ojos negros;
con tristeza y llanto le contestó que sus chicas eran más bonitas que ella. A su
lado, figurase la más fea de todas y por eso impidió que las ayudara. De
ojos amarillos. Eran los jueces del planeta, venían, dispuestos a castigar la
mal tenían la autorización de plasmar la ley a su justo valor. Con una tenaza ,
le quitaron el ojo izquierdo a la chica, el alarido alertó a Pierre, con horror
notaba la escena.. Un juez traía entre sus manos, una piedra cristalina, la
corriente, pues, había perdido su reino. En el rostro lucía el signo del infinito,
en el pecho le trazaron un pentagrama; la tuvo que cargar entre sus brazos, la
centaura le daba de sus mamas, leche para reanimarla. Al volver en sí, lloraba
su desgracia, pues, por una estupidez, perdió a sus súbditas. Rasgó su pañuelo
de seda y se lo puso como parche a la pobre, el plan era destruir a las
lanzándolos por los aires, quedando desechos. Cuerpos mutilados, regados por
esos seres malévolos. Esos entes, atacaban aldeas desprotegidas, acabando con
el rastro de vida humana, les temían y eran la peor clase de animal existente.
Los hombres osados yacieron bajo sus garras, los niños eran un suculento
alimento para los diablos. Necesitando de pareja para copular, convertían a las
féminas en súcubos, sedientas de sexo y placer; las fiestas negras celebradas,
rituales sangrientos en orgías. Levaban entre ellos a los bebés, recién nacidos;
la vulva mojada, enroscaba el vello pubico. Amasaba las tetas con encanto
juvenil, ambos gemían de gozo, estando calientes, decidieron apagar el fuego;
el falo penetraba la vagina, la bella se subía y bajaba por él; cerrando el ojo,
sintiéndose una hembra por completo; estar tuerta, a su parecer, no era ningún
motivo o causa para coger, los dos se acomodaron juntos, brindando calor
Las luces eran diversas formas e intensidad variable; dos criaturas horrorosas
arma, un hilo delgado, los enredó en los cuellos, que al jalar los decapitaba
totalmente. Entraron al recinto, estatuas abominables, tenebrosas y terroríficas;
dejaban de vivir. La tarea fue dura y pesada, con la ayuda de dos camaradas y
él, pudieron destruir al germen del mal. Transcurrido unas semanas, el
leyenda decía, que, el imperio de cristal estaba guarecido por ellos; ninguno
escurría por su piel, una respiración agitada, improvisó una camilla para
hasta el final, nadie les había derrotado. Candeloro, con la mirada fija, llegó a
una conclusión; dejaría a la princesa en cuidados del hechicero; antes, vencería
a los titanes. Osado, temerario, llegó a buscarles; lo vieron, gruñendo, lo
agua helada; Pierre fue arrastrado por la aberración, para su mala fortuna, se
congeló la superficie del lago. Atrapado, trataba de salir, el muro cristalino se
lugar, diciendo.
- Mago.
velludos, lo confundían con un dios, tal vez Rapa-Nuih, el ombligo del mundo.
- Changó.
El nombre les provocaba escalofríos, mareos y lagrimas; un encapotado con
capucha, volaba sobre ellos, los habitantes se hincaron a excepción del noble
al tocarlo, penetró en él. Un abismo negro, una nada absoluta, el silencio del
ruido y la muerte de la vida; hedor y la esperanza falleciente, en agonía. El
lujuria a la enferma, babeaba sobre los senos, tocaba los tersos muslos. Una
baño totalmente; una canoa navegaba a la deriva, trepándola, hallaba los restos
muerte roja, se llamaba así, por ser el mar, el cielo, las costas de arena del
suelo, varios cuerpos óseos, la riña estaba comenzando, entre ellos lo querían
someter, pero no se dejaba. Los huesos se fracturaban por los puñetazos
salvajes, cráneos agrietados, desprendidos de la columna vertebral. Todos se
Con sus manos, formando un pozo, sació su ansiedad, bebiendo durante cinco
esfera, la marea subía veloz; una montaña, trepando con cierta agilidad,
escalaba hasta el pico. Los esqueletos flotaban sobre el océano sanguíneo; casi
hallase un trono, un rey encadenado; las mandíbulas apretaban una bola roja,
del gusano verde y fuego negro. Accedió a rescatarlas pero con una condición,
cúrase a Juliette; fingiendo benevolencia dijo que sí, mandándolo por la puerta
indefensa, se dejó coger por el repulsivo ser. Satisfecho, asomó al caldero, una
visión extraña; el hechicero era muerto por el Caballero Rosa Rosada, pateó
con furia el metal. El mosquetero estaba en terrenos pantanosos, de hiedras,
setas y musgos, su alrededor era verde, el aire, los árboles, el agua. La niebla
pestilente, un hedor insoportable; olía a cuerpos descompuestos; había
almas perversas estaban prisioneras; héroes que alguna vez lo fueron, por
destruido por sus propias causas. Alaridos, chillidos, gritos que erizaban la
sin mirar el ángel de salvación, condenados por sus propios actos a sobrevivir;
llamas del Hades. Bolas de lumbre girando entre sí; iluminando apenas; la
esfera era de color negro y despedía fuego; tocarla, quemaba las manos, la
una noche, de luna llena, de París. Iba andando con paso lento, haciendo
intelecto; en esa onda, escuchó un disparo, se llevó las manos al pecho, herida
mortal, abría la boca para escupir sangre; tirado en el suelo, agonizante, pidió
las rosas, unas flores rosadas; al morir ella, el padre cruel, quemó los rosales
Gélidos. El poder le fluía por su interior, el despertar del alba, la furia de una
pero ningún hombre; todo era tranquilo. El aire raro, artificial; caminos que al
pararse uno lo movían en el rumbo que quisiese. Al tocarlo, una vibración
se introdujo en Pierre, una descarga electrizante; al rozar la hoja del libro, una
negro y lo blanco; Dios y Lucifer. El grito de las tinieblas, el llanto del níveo
espíritu; cual reflejo de una estrella fugaz. La miraba. Jeanette parecía afligida,
con unos ojos sin amor, acabada; avanzada unos años, un rostro envejecido; el
pelo con manchas blancas. El falso rey la mandaba después de dormir con ella,
a una casa de prostitución; cruel y tirano, tropas de asesinos, saqueaban los
humildes hogares. La ira invadía su pecho, Candeloro, semejaba una bomba a
dirigiéndose a una habitación; las camas eran suaves, la deposito con cuidado,
con sus dedos; el paladín se acostó junto, le chupó las tetas. Se entregaba con
asió el pie femenino, impregnó los labios viriles. Un gemido cálido, tibio, se
bañado en sangre, los Colares corrían asustados. Sin piedad, pereció una
especie por entero; el anochecer era mudo testigo, de la extinción de los
hombres cabríos; los simios no lo creían. Una alfombra de sus amigos,
suplicando por sus vidas; al perdonarlos, por ser misericordioso. Una muralla
de caras conocidas, la tropa guiada por Stella, mujeres centauros, los del norte,
las chicas primitivas, los acorralaron por los cuatro lados, cozes aventando a
siempre con los monos. El cielo se ponía negro, el viento arreciaba, truenos y
arrojándose en el centro del remolino. Se había hecho una puerta del tiempo, y
del espacio, el infinito era un lugar ilimitado y cerrado. Los cuerpos
músculos se contraían y los ojos estaban por salirse de las órbitas oculares. El
vacío crecía dentro de sí, la nada invadía el todo; casi, con rigidez absoluta.
Un lugar distante, en cualquier época, estruendos con destellos, hongos
fábrica, donde, salía humo constantemente; las nubes grises, la calaca apurada
en su trabajo, la svástica era la bandera de la destrucción y exterminio del
mundo. Soldados de piel blanca, pelo rubio, ojos azul celeste; con
pavor apretado dentro de sí. Tanques expulsando el golpe mortal; una linda
chica, quince años, tal vez catorce; desnutrida, semi desnuda, descalza. La
mirada temblorosa, brillaba por unas lágrimas derramadas, pedía auxilio; el
suplicó perdón. Una disculpa por ser la causante de la desgracia, así se sentía;
posó una mano en la cabeza femenina y la levantó. De repente, los ojos
saltones, boca tartamudeante, un hilo de sangre; una bala perdida le hería cruel
y fatal; el brazo de Candeloro se tiñó de rojo carmesí; viéndole cerrar los ojos,
para siempre. Una bruma abigarrada le cubrió, volvía al remolino, girando,
girando; los caminos diversos del tiempo y del espacio. Una tierra de gentes
arrepentidas, la razón, un meteorito en unas horas de colisión; huían
diversas flores y plantas. Las mujeres cogían con cualquiera, era tal la
regiones heladas ser varón; un humano con casco, cuernos a los lados; una
armadura negra, con una cruz blanca en el pecho; una figura de hábito,
fue de trueno.
- Tú, eres un elegido de Dios, igual que ellos.
mataban para sobrevivir; la ley del más fuerte imperaba como máxima regla.
El cuerpo celeste invadía la atmósfera terrícola, truenos y relámpagos, las
embate, por desgracia, sus habitantes no. De nuevo volvía al ojo de agua,
vagando por la fuga dimensional, hasta llegar a un extraño sitio; plantas
moradas, con flores negras; arboles rojos con copas azules, el agua verde,
piedras o algo similar les giraban por su cabeza, flotaban en el aire, su masa
exterminaste a una especie, pero, salvaste a una de ellas. Muy mal, pero se
pensaba que Candeloro, no era capaz de ser un buen guerrero, por su físico
flaco. Ellos sólo conocían como panacea, el metal, el noventa por ciento de sus
aparatos y herramientas tenían como principal constitución el acero. La tierra
hombre de acero, aplaudido por sus compañeros, gritando: Muerte. Sólo uno
de los dos participantes sobreviviría al enfrentamiento; en caso de estar vivo,
rostro, sin ocasionarle una lesión; Pierre esquivaba la maza del puño con
espinas de aluminio; una de las manos del semi hombre era un círculo con
dientes, girando sobre el eje central, un arpón le lanzaban. La punta del arma
le atravesaba la mano derecha, el hombre de la Rosa se quejaba, una lacerante
herida; como pudo, desenterró el arpón y se lo quitó de la palma; sabiendo que
por fuerza sería imposible vencerlo, la maña se hizo presente. Cercano a él,
dejó que le agarrara con una cadena, levantándolo por los aires y sacudiéndolo
al gran paladín de la justicia. El ente reía con ironía, el amo del mundo
proclamase; el mosquetero cayó brutal, el azotón le destrozaba la espalda,
desenfundó su espada, encajándola con el hilo de acero que le sujetó;
fallecido, para siempre. Los ojos negros de unos seres sin alma, deseando
montaña, era una presa que contenía ácido, los perseguidos se detuvieron,
sabían del líquido mortal. La multitud, de diez mil individuos, con terror;
Veía deshacerse las metálicas prótesis, quedando huesos o nada de ellos; feliz
una sustancia que modificaba los átomos y su forma de los vapores; el gas,
libre, al destaparlo; una apariencia de humo, ascendía al cielo, mezclándose
con los elementos químicos de las nubes; el rayo, agitando las masas
- Pierre Philippe Candeloro, eres, junto con Gato, Rasputín, Tigre, Love
de ellos está conmigo, dos con tu llegada, ustedes son la mano del
las cosas designadas. Revivirás para ser feliz, pero cuando junte a mis doce
miembros, ustedes juntos, pelearán en la lucha final, donde el que gane, será el
dejar tal y como esta o modificar a su gusto el plano sideral del universo.
- Los dejaré ir por ahora pero nos volveremos a encontrar, muy pronto.
La princesa lo agarró de la mano y los dos eran cubiertos de una magna luz
un delfín; reía divina, sólo el defecto del ojo contrastaba con la belleza. Él
quiso ir con ella, se contuvo, no quería lastimar los sentimientos de la
sus glúteos en las piernas; las mamas grandes y paradas, el cabello rosado; la
piel de la extraña presencia era de un tigre, rayas negras corrían por la
amarillas y la lengua áspera; las uñas eran largas, pero en lo demás, era igual a
felina; de rodillas, por un rato, se hincó, los dos juntaron sus manos, como
orando; cerraron los ojos y agacharon la cabeza. Al paso del tiempo, los
árboles fueron rodeados en parejas, un hombre leopardo y una mujer tigre, así
del lago y mostrando el trofeo adquirido, una perla dorada, zumbaba en forma
de música. Candeloro fue tirado por la multitud, nadie le hizo caso el mínimo
caso; la chica enseñaba su tesoro, los habitantes se postraron a los pies de ella,
Los más osados besaron los pies femeninos; desconcertada, se cubrió con
sus brazos el par de carnes lactantes. Desnuda, avanzaba con sigilo, temerosa
de que le hicieran daño; los maestros iluminados se hicieron presentes,
alrededor, el tigre era rodeado por llamas del infierno. La estrella de cinco
puntas era borrada, pero ocupaba otro lugar; el pentagrama, era tatuado en el
sexo, por el monte de Venus, pero oculto por el vello vaginal. En la espalda
gigantesca, donde el felino estaba alzando sobre las patas traseras y las de
adelante, dispuesto a darle un zarpazo. En las nalgas la cubrían la cara de una
de Bastet, kod kod, gato egipcio, puma, minina; en los muslos portaba el
dibujo de un ocelote y en el otro de un tigre blanco. Los símbolos de la
espalda se distribuyeron en los huecos dejados entre las siluetas felinas; en la
planta del pie tenía una rosa. Fue a un templo y miraba el interior, colgaban
pieles de animales, especialmente felinos; aunque faltaban unos trajes. La
una linda gatita paseaba por sus dominios; los siervos de su alrededor eran
empeine del pie. Susana se bañaba en una tina de porcelana, los cabellos
rubios enjabonados, los senos les restregaba con las manos, los pies apoyados
en el borde de la bañera; cerró los ojos y recordaba a su amado, unas lágrimas
rodaron por las blancas mejillas. Los dedos finos secaban las pupilas azules,
las rocas; el placer de sentir la vida recorrerla en las venas y hacer el amor con
la mujer que de chico se enamorara; la experiencia de volverse uno solo, ser
parte de cada uno, unir sus almas en una; acariciaba la piel femenina con
cercano al cielo. Terminaron de hacer el amor, apretó una mejilla con ternura,
mosquetero se paró del catre y la miró con un amor dulce, sentía el pecho
teñida de rojo; el rey apretó los dientes y con ira le pegó en el rostro,
insultándola, diciendo que era una prostituta. Mas al reconocer al hombre, se
puso blanco de miedo, se le trabó las mandíbulas, los ojos casi estallan de la
impresión; Candeloro fue a recoger del suelo a Jeanette y la cubrió con una
toalla; él asió la espada, dispuesto a eliminarle, pero la tropa real se interpuso.
parálisis total del cuerpo; volvían a surgir las flores, emblema de su madre,
paralizando a los soldados sin darles muerte alguna. La novia sacaba el traje
cubrió los ojos del héroe y ocasionó un destello de luz cegadora; aprovecharon
tapándose la nariz ambos; buscando a la alteza real, pero la chica dejaba ver su
la pareja justiciera, era tal el montón, que ella se despojó de la parte superior
del traje, mostrando los senos rosados y bien dotados. Con las bocas abiertas,
la ropa del traje botado. Alexander y Luis, el Rey Sol, temblaban de miedo,
pues, temían por sus vidas; Candeloro le quitaba las botas y besaba los pies,
masajeaba a la fémina, los párpados se movían con lentitud. Quiso hablar pero
le manaba sangre, los dientes brillaban, el hombre la tomó entre sus brazos y
la llevó a un lugar conocido por él. Vagaba triste, con la muchacha,
que viajara una vez con él. Dando su palabra, los dejó marchar,. Fueron al
las ramas les impedían liberarse de ellas. Alexander, el cardenal y el rey Luis
eran devorados por la criatura del mundo vegetal; los tragó de un solo bocado,
la morena no era pura, relincho y encabritado la lanzó por los aires, la pobre
cayó, quedando adolorida. La segunda, una pelirroja se subió pero sucedió lo
de padres rubios y ojos azules, nacida en París, Francia. Las otras se fueron
rumiando molestas, avergonzadas por no ser doncellas sino un cuarteto de
despreciadas cogían con los hombres del campo fructífero. La rubia, desnuda,
volaba feliz, sus senos se mecían, descendieron en una isla, ahí, el pegaso se
transformó en un apuesto hombre, fortachón y guapo; cabellos dorados, ojos
placer. El tipo la trata con paciencia y disfruta de las mieles de Eros; el paraíso
se abre a las puertas del cielo ahora y siempre. La orgía, del bosque, es
interrumpida por el abominable ser, que agarra a las ocho personas y las
Jeanette voltea a oír los gemidos, asombrada, descubre el horror del mito.
- Se liberó, Dios mío.
a ella y corren juntos en dirección a la zona lejana de París. Del cielo emerge
la caucásica, montada ene l unicornio alado, azuza al animal a seguir adelante,
trae en la mano una tea, vuela por encima del monstruo y le arroja en la boca
estado; pero, con Barbie como esposa; la otra rubia le da un codazo al francés
en el costado y éste planea hacer lo mismo; las parejas acuerdan celebrar las
bodas el día en que el pueblo eligiera al nuevo gobernante. Por todas las
coronarían como los futuros reyes del país galo. Felices, sonrieron. El día del
festejo se cumplió, Jeanette y Pierre Philippe Candeloro junto con Rouget de
tejido muy delicado, guantes hasta los brazos y zapatillas de cristal. El rostro
de piel blanca con los labios rojos, los párpados verdes y cejas de formación
circular, con un lunar en el cachete. El sacerdote los casó, los dos varones le
Barbie, les ponían la corona, ante el júbilo de los súbditos; tomando posesión
corría veloz, mojaba a los sirvientes con agua caliente. Muchas veces lo
regla; era de pelo rubio, ojos azules y una carita de inocente, a pesar de todo,
la gente le profesaba cariño y respeto. El niño era humilde, precoz, pero muy
hombres de provecho. Jeanette dejo a Pierre, pues, el esposo le era infiel con
por el parque, unas veces iban a pescar en la costa; pero, la mujer lo amaba, el
inconveniente era la flaqueza ante las perras ardientes. Por ese motivo
rehusaba volver a su lado, resignada, probó los brazos de otro, pero al terminar
de copular; se sintió tan mal, asqueada, sucia, como si fuese una vulgar
de las Carmelitas Descalzas pero antes, mando a Philippe junto con Pierre;
expresaba un amor a los demás. Hacía las tareas pesadas con cariño, era una
niños de la casa hogar; era muy dichosa, servidora del Omnipotente; pedía a
Pierre; una ocasión, el celoso novio al enterase que su amada durmió con él,
en una trampa lo hirió de gravedad, agonizaba. Por casualidad pasaba Jeanette
por esa zona, pidió la colaboración de los vecinos para llevarlo al convento y
curarle la llaga; desinteresada, lo cuidó como lo hace una hermana, el
resultado, una recuperación milagrosa; en el catre, Pierre, miraba como su ex
Cuando salió del hospital, rodaron dos lágrimas amargas, el corazón hecho
pedazos. Una linda provinciana le guiñaba el ojo; secó su rostro y fue con ella.
Fue a su habitación a darle gracias a Dios por pasar la difícil prueba, ahora
estaba segura a quien serviría. Philippe siguió los pasos de su padre, era buen
para acabar cogiendo en la cama con ellas. Los Candeloro eran hombres
valientes y temerarios, por eso los disculpaban los deslices y los hombres les
perdonaban que hubiesen copulado con esposas e hijas suyas. Los reyes se
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