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Bolivia en la

encrucijada
40 Ensayos para repensar la política
Bolivia
en la

encrucijada

40 Ensayos para repensar la política

Franco Gamboa

La Paz, 2019
Editorial:
Signo Ensayo

Diseño y Diagramación:
Vicente Foronda Pati

Imagen de cubierta:
pawelkuczynski50, obra de Pawel Kuczynski

Derecho de la presente edición, marzo de 2019


© Franco Gamboa, 2019

Primera edición: marzo de 2019


1.000 ejemplares en tapa rustica

Edición:
ISBN: 978-99974-62-98-5

Imprenta:
Impreso en Bolivia
ÍNDICE
PRÓLOGO 
ix
Introducción: ejercitando el criterio y la palabra a
través del ensayo  29
LA DEMOCRACIA:SUS LABERINTOS Y SUS AMENAZAS 
35
I Orígenes de la construcción democrática en
Bolivia: Los partidos políticos y su búsqueda
hegemónica inconclusa  37

II La derrota de Evo Morales en el referéndum del 21


de febrero de 2016  78
III Después de Evo Morales ¿qué?: prospectivas para la
democracia en Bolivia  82
IV La Constituyente en Bolivia diez años después (2007-
2017): Se cambió de élite política, pero no de Estado  101
V Las ambiguas nubes de polvo de Carlos Mesa  109
VI Incertidumbres e inestabilidad del
sistema democrático  114
VII Grandes decepciones  117
VIII La política del agua: entre la fragmentación y la
insostenibilidad 132
IX ¿Puede una sociedad perder su futuro?  139
X Los rumbos contradictorios de la izquierda
pequeñoburguesa en Bolivia  144
XI La derecha en Bolivia: pálida imagen  166
XII Condepa en la historia democrática  169
XIII Reformar el Estado: agenda del Leviatán  172
XIV Jóvenes y política: el voto a los 16 sería absurdo  175
XV Juventud y frivolidad: del racismo a la
despolitización 178
XVI Facebook o el chiste como rebelión  186
XVII La impunidad del poder: los juicios de
responsabilidades en Bolivia  189
XVIII La democracia en peligro: Problemas de
desinstitucionalización en las Fuerzas
Armadas de Bolivia  202

XIX Nicaragua y la degradación sandinista  209


INDIANISMO, MESTIZAJE, TOLERANCIA Y
CONTEMPORANEIDAD 
215
I Colonialismo interno: entre la visión crítica y el
fatalismo político  217
II Indianismo, descolonización y democracia  236
III El indianismo patafísico de Fausto Reinaga  239
IV Descolonización y
despatriarcalización: sólo un sueño  241
V Indígenas urbanos: ¿nueva identidad, contradicción o
asimilación globalizada?  244
VI Mundo andino, utopías regresivas y lógica dual  248
VII Del fin de las identidades colectivas al
redescubrimiento del ser  251
VIII Mestizaje y globalización, o cómo se expresa el
cosmopolitismo en Bolivia  254
IX Consulta previa y reformas del Estado:
Tema pendiente para el movimiento indígena
en América Latina  268

283
EDUCACIÓN Y APUESTAS DE FUTURO 
I Al toro por las astas: Los desafíos del docente
excelente frente a los problemas de la
educación superior  285

II Haciendo volar la imaginación: El reto de la


implementación y las incertidumbres sobre un nuevo
paradigma pedagógico en Bolivia  298

III Transformación de la educación: la verdadera


apuesta de futuro  337
TEORÍA, POLÍTICA Y PENSAMIENTO ABIERTO 
343
I Pensar y seguir creyendo: Una interpretación sobre
la política de la biblia  345
II La crítica como pasión: La filosofía política de H.C.F.
Masilla y los horizontes del escepticismo  376
III El decisionismo como soberanía y liderazgo: un
regreso a Carl Schmitt  413
IV Gramsci, a 81 años de su muerte: la hegemonía como
arena de lo político  420
V Metodología para el análisis político: Un
enfoque a partir de problemas, mecanismos e
inferencias causales  439

VIII Pedofilia, iglesia y perdón de los pecados  495


IX ¿Puede la Sociología transformar algo? No  498
X El escepticismo sobre las ciencias en el siglo XXI  504
XI La libre decisión del suicidio como acto político  506
PRÓLOGO
Mi estimado colega Jesús Franco Gamboa Rocabado me ha pedido
que escriba el prólogo de la publicación que el lector tiene entre sus
manos. Agradezco su amabilidad porque inclusive antes de leer la pre-
sente compilación, los antecedentes intelectuales que anuncian al autor, ix
crean expectativas justificadas.
En las dos décadas que conozco a Franco he podido apreciar su des-
tacada formación, la calidad indiscutible de su producción intelectual
y las variaciones de su estilo forjado con continuidad. La formación
del autor de la presente compilación incluye sus estudios de postgrado
en Duke University –una de las mejores universidades estadouniden-
ses– y en la London School of Economics and Political Sciences –centro
de educación superior en Europa con reconocido prestigio interna-
cional–. Respecto de su producción intelectual, hasta la fecha Franco
ha escrito de modo individual o compartido, una decena y media de
libros y alrededor de un centenar y medio de artículos y ensayos de
relevancia y valor, incluidos los textos breves de su blog personal (http://
franco-gamboa.blogspot.com) y los artículos periodísticos publicados
en columnas de opinión.
La compilación que el lector tiene entre sus manos, así como los
demás textos de Franco, sean libros, ensayos o artículos, permite
apreciar la calidad académica y literaria del autor, siendo no sólo con-
tribuciones intelectuales a la ciencia política y a otras disciplinas –útiles
para precisar contenidos relevantes y comprender y discutir distintos
problemas candentes– sino productos que motivan el regodeo intelec-
tual por sus expresiones, metáforas y trabajo literario. En la presente
compilación se advierte tanto una cantidad grande de conceptos expues-
tos y aplicados críticamente, como el posicionamiento agudo del autor
gracias a su penetración incisiva y escéptica al núcleo de varias pro-
blemáticas complejas, argumentada con auténticas contribuciones a la
reflexión política y cultural.
x Debido a la extensión restringida del prólogo solicitado por Franco,
no me es posible comentar independientemente cada uno de los cua-
renta textos de la compilación Bolivia y los signos de nuestro tiempo. Esta
es la razón por la que mis opiniones y valoración de los mismos las
efectúo en conjunto; es decir, expresando juicios de valor por grupos,
aunque en varios casos señalo algún aspecto sobresaliente de cierto
texto individualizado.
En primer lugar, el lector descubrirá en los cuarenta textos, formatos
y temáticas muy distintas que el autor ha agrupado en cuatro secciones.
Respecto de los formatos de los textos, se advierte que hay quince que
apenas superan la extensión de una cuartilla, mientras que el más largo
se explaya en treinta cuartillas. En cada una de las cuatro secciones,
hay al menos un texto largo y exhaustivamente trabajado, destacando
en la última sección cuatro textos largos con una extensión entre diez
y treinta cuartillas.
La diferencia de extensión de los textos permite comprender tam-
bién la variación de su estructura. Es comprensible que en los textos
que ocupan apenas poco más de una cuartilla, el autor haya estado
imposibilitado de incluir subtítulo alguno, como tampoco un acápite
de referencias bibliográficas. Es más, por el estilo y la brevedad –a veces
la extensión apenas alcanza a media decena de párrafos– no es posible
considerarlos como “ensayos”, siendo pertinente que formen parte del
blog personal del autor, o que se hubiesen publicado como columnas de
opinión en medios escritos de amplia difusión. Me cabe, por lo demás,
hacer las siguientes puntualizaciones respecto del formato de los textos.
Sólo una decena tiene referencias bibliográficas, sea como una agre-
gación de fuentes al final del ensayo, sea como notas de pie de página
refrendando las citas, o sea siguiendo el formato de “lista bibliográfica”. xi
Sin embargo, en mi opinión, que alrededor del 80% de los textos no
tenga tales referencias es una prerrogativa académica legítima que el
autor adopta, como también es permisible y aceptable que los pocos tex-
tos que contienen referencias bibliográficas tengan diferentes formatos.
Tal ausencia y diferencias son comprensibles y no obnubilan la sólida
formación teórica del autor que se hace evidente en el contenido de
cada texto, extendiendo en la mayoría de los casos, solidez acadé-
mica y verosimilitud de las apreciaciones y juicios de valor, sin que sea
imprescindible hacer referencia a las ideas o citas de otros autores. Así,
es absolutamente legítimo que Franco exprese sus opiniones, su visión,
sus interpretaciones y especialmente sus críticas a la realidad política y
social boliviana actual, sin que para tal propósito tenga que incluir citas
con referencias, definiciones transcritas ni textos de autores nacionales
o extranjeros que gocen de reconocida trayectoria y valor intelectual.
Dado que diez textos tienen una extensión entre tres y cuatro cuarti-
llas, y sólo quince se extienden de siete a treinta cuartillas, es pertinente
considerar que solamente estos últimos (poco menos del 40%) sean
propiamente ensayos. De estos, como se ha indicado, alrededor de diez
incluyen referencias bibliográficas. Cuatro cuentan 20 cuartillas apro-
ximadamente y otro texto ronda las 30. Así, menos de media decena
de ensayos tiene entre cuatro y cinco subtítulos, aunque la mayor can-
tidad es de 12 subtítulos en el texto más largo. Considero que estas
puntualizaciones son útiles para advertir al lector de las diferencias de
diseño: la compilación que tiene entre sus manos es tan diversa que no
le debe extrañar que encontrará en ella, tanto ensayos teóricos encomia-
bles y explicitaciones metodológicas, trabajados con esmero, reflexivos
xii y sopesados críticamente; como un conjunto grande de elaboraciones
ligeras; es decir, artículos cortos que expresan analíticamente una posi-
ción o una idea concisa, enfática y elocuente. Es particularmente en
estos artículos que se advierte el despliegue del estilo consciente del
autor construido desde sus primeras publicaciones.
La primera sección de la compilación Bolivia y los signos de nuestro
tiempo titula “La democracia: Sus laberintos y sus amenazas”. Está for-
mada por 20 textos de los que seis son propiamente ensayos. El más largo
es el primero en el que Franco critica con especial acritud el periodo
neoliberal caracterizado por la democracia pactada, el libre mercado
y la pretensión hegemónica de los partidos de derecha. Resulta intere-
sante el análisis que deja entrever la búsqueda de hegemonía en nuestro
país, exenta de discusión y consenso respecto de un proyecto político
de transformación del Estado a mediano y largo plazo; y determinada
por cómo un partido político impone su visión o cómo –en el periodo
de 1985 a 2005– varios partidos procuraron apenas maximizar sus cuo-
tas de poder para beneficio clientelar, sin cambiar el centralismo ni las
viejas prácticas caudillistas. Así, la discusión de hegemonía en demo-
cracia descalificaría los proyectos autoritarios y totalitarios, poniendo
al descubierto las inconsistencias y las paradojas de los proyectos hege-
mónicos deliberantes y legitimadores.
Respecto de la cultura política, Franco hace referencia al estilo de
gobierno en el periodo neoliberal y también insiste en la importancia
de desplegar una educación alternativa, aunque la viabilidad de sus
expectativas es insuficiente y poco verosímil. Con pertinencia y énfasis
señala, por ejemplo, que al Movimiento de la Izquierda Revolucionaria
le caracterizó la “ambición por el dinero, el prestigio y el placer desen-
frenado por el poder”. Dice también que los partidos políticos deberían xiii
renovar sus líderes e implementar prácticas democráticas internas; aun-
que prescinde de analizar que esto sería efecto de un modo radicalmente
diferente de concebir y realizar la práctica política de la sociedad civil,
dirigiendo la influencia del pueblo sobre la sociedad política, de modo
que quede exento de la manipulación mediática y se convierta en deten-
tor de una conciencia propia que ejerza libertad mínima.
Sería erróneo concebir, además, que el único riesgo potencial gravi-
tante sobre la democracia fuese el peligro de una dictadura militar o
de una situación de violencia interna extrema. Tal argumento no jus-
tifica en modo alguno que el ejercicio personalista y vertical del poder
ejecutivo sin independencia ni contrapesos que lo regulen, desvirtúe
el contenido y sentido de la democracia. En tal dirección se sitúan los
análisis de Franco Gamboa sobre el desempeño del Movimiento Al
Socialismo en el gobierno, con rasgos perversos adicionales como el
egocentrismo autoritario y la notoria desinstitucionalización democrá-
tica que precipitaría la anomia generalizada.
En esta sección Franco analiza más de tres décadas y media de
vida democrática en Bolivia, en las que la corrupción y la impunidad
se habrían intensificado exponencialmente, llegando al extremo, por
ejemplo, de los desfalcos del Fondo Indígena. En lo referido a la impu-
nidad, es sugestivo su ensayo sobre la historia política de Bolivia. Sin
embargo, pese a la recurrencia histórica de la impunidad en los más
altos niveles políticos, según el patrón de conducta y de gestión de
campesinos empoderados, cabe cuestionarse en qué sentido sería con-
gruente defender una ciudadanía de carácter indígena y multicultural.
Por otra parte, la transgresión y la burla de los principios democrá-
xiv ticos con la habilitación ilegal e ilegítima de la cuarta elección de Evo
Morales como candidato a la Presidencia de Bolivia, posibilitada gra-
cias a la hegemonía cínica sobre los poderes del Estado y los medios
de comunicación, son anunciadas por Franco como los antecedentes
de una democracia aparente. Se trata del vaticinio de un sistema de
partido único que impondría y perpetuaría el autoritarismo de corte
estalinista en un contexto de inviabilidad y fracaso de la gestión pública.
Tal sería la responsabilidad, no únicamente del actual partido gober-
nante y de sus dirigentes, sino de cocaleros, mineros y varios sectores
gremiales y empresariales.
Aunque sean “políticamente correctos”, no dejan de ser ingenuos,
los deseos que en última instancia, favorecen el continuismo del MAS
aunque refieran objetivos políticos encomiables por sí mismos. En este
sentido, decir que la población boliviana no desearía ver ningún ros-
tro de los viejos dirigentes de la oposición en las próximas elecciones,
parece precipitar la coyuntura inmediata a un callejón sin salida coin-
cidente con la consigna oficialista que enuncia: “¿quién si no Evo?”.
Lo propio cabría anotar respecto de que el nuevo líder del país deberá
ser “transgresor” y audaz para confluir la democracia, la economía y
el nacionalismo. De esta manera, aunque sea encomiable apostar por
la modernización del Estado, es necesario comprender también que el
contexto desde el que ésta se realizaría, es un propósito en sí: se trata
de un efecto de acción política que como objetivo, se daría en el futuro
a partir de las acciones previas desde ahora –incluidas las tareas de la
oposición– tendientes a superar la grave situación política y la extensión
y profundidad del Estado anómico, carente de una institucionaliza-
ción democrática mínima.
Entre los artículos de esta sección se encuentran varios con diver- xv
sas adjetivaciones. Franco, por ejemplo, dice que Carlos Mesa Gisbert
sería un líder pusilánime, “sin convicciones éticas y con lealtades a
medias”. Aparte de que estos adjetivos –rebosantes también en otros
textos como el que dedica al análisis de la derecha en Bolivia– sean
académicamente inadmisibles, es posible aseverar que sutilmente sean
útiles a la estrategia actual del MAS de descalificar a la oposición y a
uno de sus principales contendientes.
Por otra parte, la acre crítica a la Central Obrera Boliviana pone al
descubierto el real legado del MAS a la historia del país: haber destruido
la principal entidad históricamente contestaría al gobierno y que fue
bastión en la defensa de los derechos de los trabajadores, convirtién-
dola en un reducto de dirigentes venales, arribistas, cínicos y traidores
a toda expectativa de cambio estructural. Similar valor tiene la crítica
de Franco a la promulgación de la ley que reconoce el trabajo infantil
desde los diez años y a cómo muestra que al actual partido gobernante
le corresponde el mérito de haber inducido a la población a tener que
soportar que las mentiras sean el sustrato fundamental e imprescin-
dible –hoy más que antes en el mundo postmoderno– del quehacer
político. Finalmente, es valiente la verbalización de Franco del actual
gobierno de Nicaragua como autoritario, pese a ser recurrente el apoyo
del gobierno boliviano.
La segunda sección del libro a disposición del lector titula “India-
nismo, mestizaje, tolerancia y contemporaneidad”. Está formada por
nueve textos de los que como en la sección anterior, el primero es el
más extenso, contándose solamente tres ensayos. En este apartado se
advierten posiciones notoriamente enfáticas y radicales del autor, tanto
xvi en los ensayos como en los seis artículos que tienen una extensión de
poco más de una cuartilla cada uno.
En la segunda sección de su compilación Franco cuestiona
profundamente la ideología del colonialismo interno y de la “des-pa-
triarcalización”. Señala que autores como Fausto Reinaga y Silvia Rivera
recientemente, habrían promovido una lógica dual y maniquea carente
de viabilidad política. Naturalmente, sus referencias teóricas incluyen
otros autores, en tanto que respecto de los indicados considera que sus
ideas apenas exaltarían el odio indio reprimido, articulando concep-
ciones inútiles para la actualidad política e ideológica de nuestro país.
Además, mostrarían –particularmente en el caso de Fausto Reinaga–
una tendencia similar a la de la “patafísica”, esto es, el movimiento
francés del siglo XX que realzaría las soluciones imaginarias y las leyes
absurdas que regularían las excepciones-.
Del discurso de Silvia Rivera, Franco afirma que es conveniente
de-construirlo mostrando sus debilidades y riesgos. Haciendo gala de
adjetivos no apropiados académicamente, el autor piensa que se debería
poner en evidencia cómo Rivera sería dogmática, excluyente, anticien-
tífica, ideologizada e intolerante. Duda de que la metodología, por
ejemplo, del Taller de Historia Oral Andina ofrezca contenidos teóri-
cos relevantes para la investigación, de manera que la sistematización
de pautas utópicas para orientar la historia política del país, remarcaría
contenidos anti-democráticos. Así, los trabajos de Rivera motivarían la
revancha histórica y empoderarían a los indios otorgándoles una visión
simplista que los idealizaría, en oposición al mundo q’ara y mestizo
vituperado en todo sentido.
Franco repudia el racismo de Reinaga, identificándolo como contra- xvii
rio a la igualdad y sujeto a la suposición política de que en la historia
sólo se daría la relación de suma cero. Critica que Reinaga haya apo-
yado al dictador militar Luis García Mesa y que suponga –apenas
por mero revanchismo– una idealizada e inexistente superioridad del
indio. También el autor considera que el Estado plurinacional de la
actual coyuntura referiría contenidos de igualdad retóricamente, escon-
diendo su apoyo al desarrollismo benefactor de élites mestizas desde
arriba hacia abajo. Es decir, según Franco Gamboa, pese a su discurso,
el actual régimen habría profundizado el colonialismo interno y la
llamada “patriarcalización” de la sociedad, en detrimento de las rei-
vindicaciones de los indios y de las mujeres.
Finalmente, en esta sección Franco afirma que en el futuro relativa-
mente próximo, los indígenas urbanos dejarán de ser indios, perdiendo
su identidad. Asimismo, pronostica que perecerán las ideologías
regresivas que apuestan por el retorno a un pasado hipostasiado, ideal
e inexistente, pletórico de contenidos manipulados y falaces sobre el
poder de los indios. Se trataría apenas del despliegue de una cortina
de humo para intensificar la discriminación en contra de la conviven-
cia pacífica y democrática. Frente a tal discurso, Franco relieva que en
la actual globalización agresiva, ineludible, capitalista y postindustrial
del siglo XXI, solo serían viables las visiones que integren proyectos
con contenido trans y multicultural, plural y cosmopolita, de modo
que relieven solamente la identidad individual en detrimento de las
identidades colectivas caracterizadas como un mito. El corolario de
esta sección enfatiza la inviabilidad de la consulta previa a los pueblos
indígenas, vista como un fracaso.
xviii La tercera sección de la compilación es “Educación y apuestas de
futuro”. En esta se halla la menor cantidad de textos –apenas tres– de
los que uno con 20 páginas, aparece como el ensayo más notorio. Este
y el texto de siete páginas contienen apartados de bibliografía y hacen
un tratamiento detenido –anunciado en la primera sección– de la edu-
cación como temática fundamental de carácter político y cultural. Sin
embargo, de modo curioso, pese a la crítica de Franco Gamboa en la
anterior sección a la “des-patriarcalización”, en esta la reivindica como
una política de Estado que debería aplicarse en ámbitos educativos.
La educación es analizada en general, aunque el primer ensayo se
focaliza en la educación superior. Pese a que no aparece explícita, se
advierte que Franco visualiza la incongruencia teórica y política –esta
última en lo referido a la gestión pública– de articular la equidad con
la calidad. Es decir, el énfasis en la equidad educativa de la Ley 70 –que
retóricamente fue concebida como revolucionaria siendo promulgada
en diciembre de 2010– generó una nivelación académica abajo, con
perversos efectos en la calidad de la primera función del Estado. Por
otra parte, el énfasis en la calidad educativa de la Ley 1565, promulgada
en enero de 1995 y hoy supuestamente “superada”, no se habría reali-
zado a plenitud pese a sus formulaciones teóricas, entre otras razones,
porque la exigencia de alcanzar competencias determinadas implicó,
supuestamente, efectos de inequidad y discriminación.
El autor apuesta por el enfoque de la “calidad total” y lo concibe
como la mejor opción para crear, al parecer, un nuevo paradigma educa-
tivo. El baluarte de la educación radicaría en el “éxito” que promoviese,
permitiendo competencia en el mercado laboral y cambiando las estruc-
turas culturales. Que Franco diga que la educación en Bolivia carece de
calidad es ininteligible; puesto que, por ejemplo, aceptando su crítica xix
a la formación memorística –con el supuesto de que sería generalizada-
inclusive los estudiantes repetitivos incapaces de establecer nuevas
relaciones, expresarían cierta calidad exigua, por poner el caso, en el
desarrollo de la inteligencia. También resulta ambiguo que el autor
abogue –al parecer, con independencia de la Ley 1565– tanto por una
educación unitaria que tenga alcance nacional –respecto del diseño
curricular– como que relieve al mismo tiempo, la aplicación de varios
enfoques locales y regionales con improntas culturalistas.
Con todo, sobre la calidad total, son sugestivas sus anotaciones que
señalan siete pautas de parámetros de competencia mundial, evitando
que la educación sea el ámbito de mentiras colectivas ampliamente
compartidas y reproducidas en la comunidad respectiva: se trata de la
visión del sistema, el liderazgo docente, la gestión del talento, la gestión
curricular, la gestión de los recursos, las alianzas estratégicas y la eva-
luación de los resultados.
Es encomiable también que el autor recomiende que la educación
secundaria en Bolivia sea parte de sistemas de medición de la calidad
–como el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes
(PISA), aplicado cada tres años a jóvenes de 15 y 16 años– y también
que exista mayor participación de los actores de la comunidad edu-
cativa en la formación de los niños y jóvenes. Que el Estado tenga en
cuenta como una prioridad la atención a talentos especiales y que la
secundaria reglada se forje asumiendo como central la formación axio-
lógica orientada a los valores de la solidaridad social, la cooperación y la
conservación del medio ambiente es, asimismo, ampliamente aceptado.
xx Lo propio sucede respecto de la defensa de la educación laica por prin-
cipio, la tolerancia religiosa y la búsqueda de mecanismos de equidad
respecto de la igualdad de oportunidades para mujeres e indígenas y,
en el mundo rural comparado con el urbano, que alcance altos están-
dares de calidad. Asimismo, es imprescindible valorar la sugerencia de
Franco Gamboa respecto a que la educación sea bilingüe, es decir, que
se oriente a que los productos del sistema de primaria y de secundaria
muestren plena competencia comunicativa en inglés.
Sin embargo, es discutible que para Franco las reformas educativas
tanto de 1995 como de 2010, hayan tenido similar e insuficiente con-
tenido; asumiendo, por ejemplo, que la acción sindical del gremio del
magisterio haya desplegado igual oposición. Sobre esto, el autor olvida
que la Ley 70 contiene la visión fundamental y los planteamientos cen-
trales del sindicalismo campesino, formulados desde 2004. También es
polémico que en el ámbito superior público, el autor crea que las tres
misiones universitarias –docencia, investigación e interacción social–
no se realicen o se desplieguen de modo tan exiguo que se constituyan
en un despropósito. Por último, que se evalúe el esfuerzo y no las apti-
tudes resulta riesgoso y ambiguo si no se especifica el nivel educativo
de aplicación de dicho criterio.
En lo concerniente a la educación superior, Franco Gamboa enfa-
tiza varias críticas: las universidades bolivianas, en general, tendrían
docentes que no motivarían la creatividad de los estudiantes; serían
escasamente tolerantes y no se actualizarían para una formación idó-
nea orientada a las competencias profesionales. Contrariamente a los
datos disponibles, el autor asume que la investigación científica en
Bolivia y en la región latinoamericana, no estaría auspiciada significa-
tivamente por las universidades públicas sino por organizaciones no xxi
gubernamentales dirigidas por élites deplorables, de modo que sus pro-
ductos carecerían de utilidad y aplicación social. Declarativamente, el
autor enfatiza que la formación en el tercer y cuarto nivel –tanto en
las facultades que llama “sociales” como “exactas”– debería ser tole-
rante, creativa, crítica, científica y excelente. Concluye por último, sin
suficiente argumentación, que sería un imperativo “rescatar” la edu-
cación liberadora.
Finalmente, la cuarta sección de Bolivia y los signos de nuestro tiempo
es “Teoría, política y pensamiento abierto”. Aquí se encuentran cua-
tro artículos breves, tres recensiones y dos ensayos de valor teórico y
metodológico redactados en una considerable extensión. En suma, los
nueve textos abarcan cerca del 40% de la compilación entera. El más
largo se halla en esta sección: es un ensayo de treinta páginas y doce
subtítulos, incluidas la introducción, las conclusiones y la bibliografía.
Antes, también están tres textos, respectivamente, de 15, 20 y 10 pági-
nas. Los demás tienen entre dos y cuatro cuartillas.
El ensayo más extenso de Franco es una presentación de temas meto-
dológicos, útiles para orientar la investigación en ciencias políticas. Con
base en distintas fuentes específicas sobre el tema, el autor expone siete
fases en el proceso de creación de conocimiento científico que sea rele-
vante en la disciplina. Las etapas son las que se señalan a continuación:
definición del problema, elaboración de la información mediante la
construcción de los datos, formulación de hipótesis alternativas, defi-
nición de criterios de verificación, análisis del alcance de los resultados,
validación y definición del producto y, finalmente, redacción del texto.
Son particularmente importantes las puntualizaciones sobre la dife-
xxii renciación entre el problema teórico de investigación que define el
sentido de la contribución científica, respecto de los problemas sociales
y políticos que se presentarían en cualquier agregado humano. Tam-
bién cabe destacar el énfasis de Franco en considerar el valor relativo
de los resultados, asumiendo que apenas son posibles y provisionales
soluciones. En otros textos de esta misma sección, el autor muestra,
asimismo, la conveniencia de mantener un mesurado escepticismo
respecto de cualquier tesis científica, estando consciente de que se arti-
cula necesariamente en un diagrama de poder determinado y de que
su valor siempre es relativo.
Sin embargo, que la investigación en ciencias políticas no se reduzca
a la mera descripción de los acontecimientos, que los ejecutores estén
conscientes de que su labor se despliega en un contexto de intereses
con pautas epistemológicas consolidadas, que el valor de su trabajo no
se reduzca a referir teorías en boga y que las recomendaciones a las que
pueda arribar deben mostrar utilidad y viabilidad –aunque su valor
no se da porque se las aplique en los escenarios que corresponde– son
afirmaciones significativamente relevantes del ensayo.
Otras puntualizaciones del autor respecto del valor y los proble-
mas que surgen al definir los casos de estudio en ciencias políticas,
son meritorias en su texto; como también lo son sus asertos respecto
de los enfoques cualitativos y cuantitativos –en general, penosamente,
estos últimos poco frecuentes–. Cabe señalar, por otra parte, algunos
temas discutibles; por ejemplo, al parecer por su propia experiencia,
Franco piensa que las consultorías que las Organizaciones No Guber-
namentales auspician, serían los principales productos intelectuales
en ciencias políticas; que los conceptos por sí mismos no permitirían
observar ningún fenómeno de la realidad y que las fuentes históricas xxiii
serían imprescindibles para efectuar cualquier estudio comparativo.
En la última sección, el autor ha incluido tres textos breves sobre las
siguientes temáticas: la teoría actual de la ciencia, la epistemología de
la sociología y el suicidio como una decisión política.
Los artículos epistemológicos destacan debido a que refieren la nece-
sidad de orientar el quehacer profesional en las disciplinas sociales y
políticas hacia ámbitos de constante e incisiva crítica. De esta manera,
las entidades de educación superior deberían enfrentar las debilidades
metodológicas de quienes serán en el futuro próximo, los profesiona-
les que generen opinión y conocimiento, constituyendo modelos de
desempeño.
Respecto de la sociología, Franco Gamboa señala la importancia
de que produzca contenidos útiles; asimismo, critica la deficiente
formación de los titulados y su notoria y escasa capacidad analítica,
identificando la sobrecarga ideológica que la Carrera de Sociología de
la Universidad Mayor de San Andrés impondría, asumiendo que los
futuros profesionales deberían constituirse en militantes revoluciona-
rios. Al respecto, según la opinión del autor, sería imprescindible que
la formación en la mencionada disciplina ofrezca competencias para
desempeñar actividades que contribuyan a la sociedad, por ejemplo,
para enfrentar los problemas actuales de la desigualdad y la pobreza en
el mundo; desplegando con experticia y alto nivel, diagnósticos y prog-
nosis profesionales. De esta manera, el sociólogo motivaría desempeños
que sean un ejemplo de transformación política y cultural, con inde-
pendencia de la acción mesiánica según supuestas utopías liberadoras.
El artículo que concibe al suicidio como un acto político incluye
xxiv interesantes aseveraciones del autor. Cabe, por ejemplo, referir el efecto
de parálisis social que el suicidio motivaría, cómo se daría el descon-
cierto institucional y religioso, y cómo se precipitarían justificaciones,
explicaciones y hasta teorías de la más diversa procedencia, énfasis y
contenido, en las que aparecerían referencias a la depresión, la libertad,
la desesperanza, la rebeldía o la cobardía.
Tres recensiones de esta sección conciernen a autores que desarro-
llaron teorías filosófico-políticas. Honrando a nuestro país, aparece
Hugo Celso Felipe Mansilla Ferret, a quien Franco Gamboa dedica 20
cuartillas. Los otros dos pensadores que sustentan posiciones contra-
rias son Carl Schmitt y Antonio Gramsci. De HCF Mansilla, Franco
destaca con justicia y pertinencia, su capacidad de comprensión crítica
del presente desplegando una visión escéptica respecto de los meta-re-
latos que anuncian mundos utópicos de cambio revolucionario y que,
en definitiva, apenas serían coartadas para encubrir los más abomina-
bles apetitos humanos.
En alrededor de sesenta libros y durante más de cinco décadas, el
filósofo argentino-boliviano habría remarcado las inconsistencias de la
razón occidental que nos conducirían al colapso ecológico, la explota-
ción ilimitada del hombre por el hombre y al individualismo posesivo:
rasgos que destruirían cualquier posibilidad de un orden social via-
ble. Alternativamente a los efectos perversos de la razón instrumental,
Mansilla apostaría por la profilaxis de la tradición, esto es la revalora-
ción de los contenidos que limiten los excesos descritos y encaucen a
la humanidad por senderos de mesura moral, crecimiento individual
personal con autenticidad, conservación del medio ambiente y coo-
peración solidaria entre los seres humanos. Tal es la apuesta por el xxv
bien colectivo; sin embargo, no implicaría una apuesta por un nuevo
meta-relato, sino, apenas, la explicitación del sentido común de manera
razonable y humilde.
Franco destaca el carácter escéptico de la filosofía de Mansilla,
valorándola como un antídoto contra toda manipulación de los discur-
sos utópicos de tono dogmático con alusiones a valores incuestionables.
Mansilla mostraría, por ejemplo, cómo los populismos actuales se con-
virtieron en coartadas socialistas para redituar el centralismo estatal, el
neo-patrimonialismo, el machismo, el irracionalismo y las tendencias
antidemocráticas, enemigas del pensamiento crítico. Así, el pensa-
dor boliviano descubriría que las variantes postmodernas en política
fácilmente se convierten en cortinas de humo para esconder la holga-
zanería intelectual, el conformismo y la ausencia de responsabilidad,
mostrando concepciones de carácter relativista que validarían modelos
morales, teóricos y políticos permisivos de cualquier posición o con-
tenido. Además, Mansilla criticaría las variantes del indianismo con
sólidos argumentos, reivindicando por ejemplo, una actitud rebelde
ante cualquier discurso, remarcando la paz en la temporalidad y la
falibilidad humana, y apostando por el amor a la vida.
Otros contenidos valorados por Franco que destaca como temas
críticos en la obra de Mansilla se refieren a cómo el filósofo boliviano
concibe la labor y sentido de las universidades de países en desarrollo:
estériles, en general, para la producción de conocimiento científico
que sea útil y relevante, advirtiéndose penosamente su subordinación
a las metrópolis.
Aunque Franco Gamboa no lo dice, la filosofía política de Man-
xxvi silla se opone a las ideas de Carl Schmitt –claramente respecto del
“decisionismo”– y de Antonio Gramsci, más en cuanto tales autores
sustentarían teóricamente la práctica política del actual régimen de
gobierno en Bolivia. En el caso de Schmitt, es imposible que Mansi-
lla acepte que su teoría valide post festum, el ejercicio autoritario del
líder, la imposición de la obediencia y que conciba la soberanía como
una atribución eminentemente del Estado, dependiente de las deci-
siones incuestionables, valientes y radicales de quien detente el poder
en momentos críticos. Tales argumentos justifican los desmanes del
desgobierno actual en nuestro país.
Respecto de Antonio Gramsci, sus ideas sobre la hegemonía irían
también a contrahílo de las concepciones de Mansilla, siendo un
adecuado pretexto para destruir la división de poderes, hacer que des-
aparezcan los contrapesos y realizar cínicamente cualquier apología del
centralismo autoritario; tales, los rasgos de ejercicio del Movimiento
Al Socialismo. Por lo demás, resulta comprensible que, probablemente
por su formación sociológica, Franco reivindique a Gramsci como un
“maestro” que le haya permitido comprender que a los sujetos débiles
y dominados sólo les cabría acatar la autoridad del más fuerte, habida
cuenta de que cualquier negociación es temporal y que a largo plazo,
prevalecería el poder hegemónico con coerción y consenso, ejercido
por el “Príncipe moderno”.
El primer texto de esta sección trata sobre la Biblia. En lo que res-
pecta a las ideas de Niklas Luhmann que realiza una interpretación
del sentido político de la Biblia en general, el ensayo como recensión
tiene valor; aunque, muchas expresiones son discutibles y cuestionables.
Personalmente, por ejemplo, no conozco ningún estudio semiótico,
antropológico o etno-histórico que asevere la identidad masculina de xxvii
Wiracocha; al contrario, de modo amplio y extendido se lo interpreta
como un dios andrógino, esto se verifica en una amplia bibliogra-
fía especializada de la que el ensayo lamentablemente, no refiere una
sola fuente.
Por otra parte, en lo que concierne a las exégesis bíblicas, creo que es
pertinente efectuar estudios teológicos focalizados porque, además, no
es adecuado que las discusiones al respecto, enuncien generalidades sin
distinguir los distintos grupos de libros de la Biblia. Otras expresiones
inéditas de Franco, susceptibles a disenso o crítica, son las siguientes: la
religión es la filosofía de la cultura; en la sociedad moderna y en la post-
moderna no habría algo que quede fuera de la religiosidad; la religión
tendría creencias de un ser supremo improbado posiblemente absurdo.
Similar carácter polémico, anfibológico e ininteligible tienen las ideas
que aseveran que los ritos andinos rendirían pleitesía a la mitología;
que la fe estaría conectada simultáneamente a la razón científica y que
expresaría pugnas ideológicas en torno a las incertidumbres sobre Dios
y la cultura o que las experiencias religiosas deberían ser asumidas con
un sentido de trascendentalismo.
En suma, considerando las cuatro secciones resumidas en los párra-
fos precedentes, se ve el esfuerzo del autor como una tarea encomiable,
muestra su trabajo continuo comprometido, intelectualmente honesto,
reflexivo, crítico, audaz y políticamente valiente –rasgos de la presente
compilación que la convierten en un texto apto para un público amplio–
texto completado con posiciones y valores teóricos y metodológicos
útiles para quienes se ocupan del trabajo académico de las ciencias polí-
ticas y sociales. Por lo demás, es natural que el contenido polémico de
xxviii las ideas expuestas por Franco Gamboa, como toda concepción en un
contexto de libertad de pensamiento, sea criticable, rebatible y sujeto
a disenso y contra-argumentación. Labor siempre posible y pendiente.
En fin, siendo prologuista de la compilación, recomiendo la lectura
de Bolivia y los signos de nuestro tiempo, tanto a estudiantes, docentes,
académicos e intelectuales vinculados con el quehacer de la Carrera
de Ciencia Política y Gestión Pública de la Universidad Mayor de San
Andrés –donde el autor ha sido invitado varias veces para la docen-
cia– como al público en general, interesado en comprender, pensar y
discutir los tópicos políticos candentes, así como los contenidos teóri-
cos y de pensamiento relevantes en nuestro tiempo y contexto.

La Paz, febrero de 2019


Blithz Y. Lozada Pereira, Ph. D.
Docente investigador emérito de la UMSA
Introducción:
ejercitando el
criterio y la palabra 29

a través del ensayo


Es un grato placer presentar esta colección de ensayos. El ensayo es
un género flexible y, sobre todo, amable por la armonía que tiene con
la libre expresión del pensamiento. Durante el ejercicio del criterio, la
plena libertad para transmitir cualquier análisis crítico, encuentra en
el ensayo a uno de sus mejores vehículos porque los esfuerzos verti-
dos en la reflexión invitan a la posibilidad de articular la investigación
científica con el liderazgo ante la opinión pública. Es por medio del
ensayo que la Ciencia Política puede difundirse de una manera más
expresiva, utilizando un lenguaje claro y directo.
En el siglo XXI, las Ciencias Sociales en general continúan atrave-
sando por un momento de incertidumbre. Están en duda la efectividad
científica de sus planteamientos y, específicamente, sus métodos de
investigación porque éstos se rebelan como débiles expresiones para cul-
tivar la objetividad científica. Lo mismo sucede con la Ciencia Política,
que en la actualidad es presa de mucho conflicto ideológico y deva-
luación teórica, en una época donde dominan las campañas políticas
y las redes sociales que idealizan las mentiras para movilizar y trans-
mitir análisis falseados.
El ensayo, sin embargo, transmite las ideas de una forma, simultá-
neamente fuerte y con cierto rigor teórico. De hecho, el ensayo es el
mejor escenario para el ejercicio de la duda y la discrepancia, debido
a que los diferentes perfiles teóricos en la Ciencia Política coinciden
con la exposición sistemática del ensayo como género abierto al análi-
sis multidimensional. Por esta razón, se cumple también una premisa
muy importante de la vida: todo es contradicción pero, al mismo
tiempo, el choque entre un polo positivo y otro negativo, tranquila-
mente puede desembocar en una síntesis, una especie de oposición
complementaria que facilita el fluir del pensamiento a través del exa-
men de la realidad política.
Los cuarenta ensayos que ahora se presentan en este libro son el
resultado de diez años de trabajo en la búsqueda de explicaciones cohe-
rentes sobre el sistema político en Bolivia. Las múltiples facetas de la
democracia y algunos acalorados debates sobre el fenómeno Evo Mora-
les, los escenarios políticos que se abrieron desde su elección en el año
2005, así como el análisis de los resultados del Referéndum del 21 de
febrero de 2016 y sus repercusiones son parte de este libro.
Los debates en torno a la reelección de Evo generan cansancio y
molestia, dejando un sabor amargo que, en gran medida, no es agra-
dable, ni para la teoría, ni para la acción política. Es por este motivo
que el ensayo de análisis político es la mejor alternativa para esclarecer
la complejidad de una realidad siempre esquiva, así como el antídoto
para no dejarse aplastar por el desánimo respecto a los métodos cientí-
ficos de comprobación de hipótesis, precisamente cuando surgen altas
expectativas de objetividad. El ensayo es un formato compatible con
la objetividad, en la medida en que el lenguaje claro demanda una
enorme fidelidad con el análisis ecuánime de los fenómenos políticos.
De cualquier manera, la Ciencia Política nunca podría ser abso-
lutamente objetiva, en el sentido neopositivista o racionalista, pues
sencillamente tropieza con una situación que es parte de nuestro 31
entorno vital: los actores políticos, los liderazgos y la dinámica de inte-
reses de clase y luchas elitistas que hacen que los paradigmas teóricos
sean siempre insuficientes y muy rudimentarios para comprender la
subjetividad de la cultura política, las obsesiones del poder y las contra-
dicciones de una sociedad como la boliviana, intensamente influenciada
por la desigualdad y la traición de los principios y las ideologías. Así
es el análisis político: un ir y venir que deberá ser aprovechado como
viene por teorías deficientes y por el ensayo, como la manera de expre-
sarse para comunicar la reflexión politológica.
El motivo por el que aceptamos con agrado publicar este libro, radica
en una idea sencilla: queremos vivir para contarla, expresarnos, pen-
sar, opinar, acertar o equivocarnos. Sin duda, vivir por medio de la
palabra y ejercitar el criterio a través del ensayo. Nuestras posiciones
teóricas e ideológicas con seguridad son diametralmente opuestas a las
de cualquier lector. Pero está demás considerar si tenemos la razón o
no porque lo más importante descansa en la libertad de expresión. El
ensayo siempre invita a expresarnos, moviendo las cuerdas de nuestra
voluntad y causando plena satisfacción porque este género de análisis
es versátil y enormemente retador para condensar las habilidades del
lenguaje. Con el ensayo, estamos obligados a pensar de manera directa
y con tenacidad para cultivar un espacio que no da lugar a la abun-
dancia de demostraciones y evidencias. Tenemos que ser concretos y
adiestrar los criterios con una alta dosis de responsabilidad y efectividad.
Otra satisfacción viene justamente a consecuencia de nuestra irre-
verencia con la teoría política formal y los métodos de investigación
empíricos. El ensayo tiene un valor enorme: el respeto por la multidis-
32 ciplinariedad, junto con el reconocimiento de nuestra existencia frágil
contradictoria, inacabada e ideológicamente endeble. Como hombres
y mujeres, somos también un ensayo, amasado por varias contradic-
ciones. Pues bien, estamos aquí con la palabra: un instrumento que
esperamos siempre dominar y comprender. Esta es nuestra única arma
que, junto con la argumentación, ayudan en la difícil tarea de explicar
la realidad a nosotros mismos. Los ensayos que siguen nunca tendrán
el objetivo de señalar el camino correcto. ¿Cuál es, dónde está? ¿Qué
significa tener la verdad? ¿Por qué deberíamos enseñar la ruta acertada
cuando nuestra pequeñez existencial obliga a mirarnos como polvo? Por
lo tanto, estos cuarenta ensayos tratarán siempre de expresar hipótesis,
suposiciones que tranquilamente serán refutadas por la realidad y por
el peso definitivo de aquello que no sabemos cómo es. Nos aproxima-
mos y descubrimos que nuestra ignorancia es la única certeza.
El análisis político parece habernos llevado a reflexionar sobre
los contenidos del diario vivir. De nuestro paso momentáneo en un
remolino existencial que todavía tratamos de asir, nos gustaría dejar
constancia o testimonio por medio del ejercicio del criterio, enten-
dido como una lucha constante con dimensiones que nunca soñamos
acariciar. A través de estos ensayos nos revelamos a nosotros mismos
porque no somos otra cosa, no tenemos otra identidad que nuestra
propia palabra. Agradezco mucho, por lo tanto, a nuestros editores el
permitirnos abrir un espacio donde caminamos por rumbos plagados
de diferencias y enriquecidos por incertidumbres que harán más gus-
toso este perecedero existir.

33
LA DEMOCRACIA:
SUS LABERINTOS Y
SUS AMENAZAS
I
Orígenes de la construcción democrática
en Bolivia: Los partidos políticos y su
búsqueda hegemónica inconclusa

Introducción
Este ensayo reflexiona sobre algunos problemas del desenvolvimiento
democrático en Bolivia, que ya llegó a ser un periodo de 36 años
(1982-2018). Específicamente, analiza el papel desempeñado por los 37
partidos como actores centrales del sistema político, quienes buscaron
desarrollar formas hegemónicas en el periodo de sus raíces tempranas
entre 1985 y 1994. La construcción hegemónica intentó ser impul-
sada cuando los partidos políticos se convirtieron en las estructuras
de mediación por excelencia entre la sociedad civil y el Estado en Boli-
via. Es más, la democracia boliviana ingresó en lo que se denomina
el umbral de regularidad del periodo 1985-1994 con elecciones pre-
sidenciales y municipales frecuentes y consistentes. Sin embargo, esta
característica de desarrollo político trató de comprenderse por medio
de las teorías de la gobernabilidad y estabilidad políticas de la demo-
cracia representativa, en lugar de complementarse el análisis con la
aparición de formas hegemónicas que fueron marginando otros tipos
de representación y participación.
Sugerimos abordar el desarrollo de la democracia desde la perspec-
tiva de la hegemonía, examinando el sistema de partidos y los procesos
de legitimación y consenso que aquellos promovieron. El súbito poder
que adquirieron los partidos desde las elecciones de 1985, no sólo realzó
su papel en el sistema electoral, sino que inauguró un nuevo tipo de
prácticas políticas hegemónicas que fueron más allá de las teorías de
la gobernabilidad. En concreto, se forzó una visión según la cual, toda
praxis política debía quedar en los marcos de un conjunto de políticos,
supuestamente, profesionales, tecnócratas y circuitos de élites dirigentes
que despreciaban cualquier posibilidad de participación de la sociedad
civil. De hecho, el concepto de sociedad civil fue considerado como
un espacio homogéneo y abstracto, dejando al margen las capacida-
des de acción política de las clases sociales, los movimientos indígenas
y otros actores que podían ser identificados como defensores de una
democracia directa.
Ahora bien, el análisis de posibles formas de hegemonía nos introduce
en otro nivel de complejidad pues, “(…) como en todas las situacio-
nes políticas y sociales, los resultados obtenidos no son ciertamente la
realización directa, por transcripción, de las estrategias de los actores
y son más bien el ‘efecto de composición’ de la acción y efectos cru-
zados y sobre-determinados de los ‘intereses’ y sus estrategias, que en
muchos casos son incompatibles o no fácilmente negociables (...)”1. El
estudio de los pactos de gobernabilidad que buscaron solidificar la
persistencia estable de nuestra democracia, podría comprenderse de
manera más clara al analizar la construcción hegemónica que se trató
1 Lazarte, Jorge. “¿Hay una lógica en la política?”; en: Bolivia: certezas e incertidumbres de la demo-
cracia, La Paz: Los Amigos del Libro-ILDIS, La Paz, 1992, p. 51.
de lograr como efecto de la influencia del sistema de partidos con
representación parlamentaria por encima de la sociedad civil; es decir,
a partir del intento por instaurar un conjunto de partidos oligopólicos.
El ingreso al Parlamento con sus listas de diputados y senadores,
para después conformar gobiernos, dio a los partidos una notoriedad
muy grande frente a la cual, probablemente, no estaban preparados
debido a que los líderes partidarios reprodujeron de inmediato una
cultura política antidemocrática y fuertemente retórica para defender
la gobernabilidad que, en el fondo, representó la excusa para instau-
rar una hegemonía cimentada en el monopolio de la representación,
aunque carente de debates ideológicos y planteamientos programáti-
cos. La búsqueda hegemónica, sin embargo, fue una tarea inconclusa
y llena de contradicciones. 39

La gobernabilidad como un juego


privilegiado de los partidos
Al realizarse un diagnóstico bibliográfico sobre la historia del sistema
democrático en Bolivia, puede detectarse la existencia de pocos estu-
dios respecto de la hegemonía y su arquitectura en el sistema político.
Si bien se analizaron los cambios en los parámetros de la acción polí-
tica y la dinámica del nuevo orden político que adquirió especiales
connotaciones desde 1985, se advierte una ausencia con relación al
tratamiento detallado en la acción de los partidos políticos y la cons-
trucción de nuevos códigos de hegemonía para dominar en el sistema
democrático.2
2 Los estudios más sobresalientes pueden reunirse en los siguientes trabajos de investigación, amplia-
mente difundidos: Lazarte, Jorge. Bolivia: certezas e incertidumbres de la democracia en Bolivia, tres
Los cambios suscitados desde el final del gobierno de la Unidad
Democrática y Popular (1985), otorgaron a los partidos una centrali-
dad y peso enormes. De hecho, se pensó que solamente ellos podían
dar un nuevo rumbo para salir de cualquier tipo de crisis económica,
social y política. La contradicción más clara, sin embargo, estuvo en
la historia misma de los partidos, puesto que en las elecciones de 1979
y 1980, casi todos quebraron el sistema político e inviabilizaron la
elección del presidente porque siempre manifestaron un culto al cau-
dillismo, indisciplina y dobles estándares en sus posiciones ideológicas.
Los partidos políticos actuaron de modo pragmático para aprovechar
la decadencia de las dictaduras y reclamar para sí un dudoso derecho
de propiedad sobre el nuevo tipo de juego democrático.
40 La intolerancia, el complot y la confabulación, revelaron que los
partidos eran tan dañinos como las consecuencias nocivas de la dicta-
dura. Como bien afirmó el politólogo Eduardo Gamarra, “las disputas
por la distribución de puestos y cargos (patronaje político) fue un pro-
blema aún más agudo. Partidos en el Congreso demandaban puestos a

volúmenes; Movimiento obrero y procesos políticos en Bolivia (historia de la COB 1952-1982), La


Paz: ILDIS, 1988; Mayorga, René Antonio. ¿De la anomia política al orden democrático?, La Paz:
CEBEM, 1991; Mayorga, René Antonio (comp.). América Latina, democracia y gobernabilidad,
Caracas: CEBEM, ILDIS, Nueva Sociedad, 1992, cuya primera parte está íntegramente dedi-
cada a analizar el caso boliviano; Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (ILDIS)
(editor). Nuevos actores políticos, La Paz: ILDIS, 1993; Mayorga, René A (comp.). Democracia a
la deriva, La Paz: CERES, 1987; Mayorga, Fernando. Discurso y política en Bolivia, Cochabamba:
ILDIS-FACES, 1993; Castedo, Eliana y Mansilla, H.C.F. Economía informal y desarrollo sociopolí-
tico en Bolivia, La Paz: CEBEM, 1992; Laserna, Roberto. Productores de democracia, Cochabamba:
FACES-CERES, 1992; Romero Ballivián, Salvador. Geografía electoral de Bolivia. Así votan los
bolivianos, La Paz: CEBEM, ILIDS, 1993; San Martín Arzabe, Hugo. Sistemas electorales. Adap-
tación del doble vota alemán al caso boliviano, La Paz: Fundación Milenio, 1993. Para el ámbito
internacional, consultar las reflexiones democráticas iniciales en los años 80 en: Cueva, Agustín.
Las democracias restringidas en América Latina, Lima: DESCO, 1989. DESCO. América Latina
80: democracia y movimiento popular, Lima: DESCO, 1981.
cambio de apoyo legislativo, sin embargo, por el tamaño reducido de
las fuentes de patronaje, hasta los miembros del partido en función de
gobierno eran excluidos de los beneficios patrimoniales. El resultado fue
un asalto inmediato sobre el poder ejecutivo. En el Congreso Nacio-
nal, los partidos políticos y las facciones inmovilizaron la actuación
del ejecutivo por medio de investigaciones, ‘golpes constitucionales’, y
otros aspectos similares. El primer ‘golpe constitucional’ se produjo en
noviembre de 1979 cuando una conspiración entre militares y miem-
bros del Congreso derrocó al gobierno interino de Walter Guevara
Arce. Variaciones de este esquema fueron comunes entre 1982 y 1985
(…)”3. La erupción de los partidos en los comienzos de la era demo-
crática, no significó un cambio real en la cultura política autoritaria,
sino sólo la posibilidad de reacomodarse como opciones de poder des- 41
pués de la dictadura.
A partir de las presidenciales de 1985, llamó la atención el tipo de
relaciones que se establecieron en las pugnas políticas y las confronta-
ciones electorales del sistema de partidos, cuyas tendencias parecían
pasar de un sistema multipartidista polarizado hacia uno moderado4,
en el cual brotaban progresivas restricciones, pretendiéndose institucio-
nalizar un monopolio entre los partidos más sólidos en aquella época y
con mayor peso electoral, como fue el caso del Movimiento Naciona-
lista Revolucionario (MNR), Acción Democrática Nacionalista (ADN),
el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Unidad Cívica

3 Gamarra, Eduardo. “Presidencialismo híbrido y democratización”; en Mayorga, René Antonio


(coord.) Democracia y gobernabilidad. América Latina, Nueva Sociedad, Caracas: CEBEM, ILDIS,
1992, p. 24.
4 Cfr. Sartori, Giovanni. Partidos y sistemas de partidos, Madrid: Alianza Universidad, 1988.
Solidaridad (UCS), Movimiento Bolivia Libre (MBL), Movimiento
Revolucionario Túpac Katari de Liberación (MRTKL), Conciencia
de Patria (Condepa).
El sistema de partidos tendió hacia la formación de partidos oligo-
pólicos5 dentro del juego del poder, desterrando toda alternativa de
discusión ideológica para representar a las clases obreras, grupos étni-
cos y masas populares. La reacción oligopólica (autopercibirse como
la élite privilegiada de unos pocos llamados a ejercer la praxis política),
surgió cuando se utilizó como argumento a la gobernabilidad, que fue
entendida únicamente como la ingeniería de partidos y dirigentes, apa-
rentemente más funcionales y profesionales para definir la estabilidad
democrática. Llamó la atención que luego de la dictadura de Banzer y
42 Juan Pereda Asbún, la reorganización de los partidos fuera un hecho
ampliamente celebrado como una señal plenamente democrática; pero
cuando las elecciones empezaron a encasillarse dentro del discurso de
la gobernabilidad, se hizo mofa de la cantidad de partidos que existían,
partidos en los que únicamente cabía un líder y sus seguidores dentro
de un “taxi”, llegando a crear inclusive partidos fantasmas6.
El multipartidismo fue cuestionado para después tratar de cerrar las
puertas y concentrar todo alrededor de un grupo oligopólico, supues-
tamente más representativo, aspecto que fue muy arbitrario. En todo
caso, la capacidad de representar políticamente que tenían los partidos,
estaba relacionada con estrategias populistas, faccionalismo, excesivo

5 El término “partidos oligopólicos” es utilizado por Luis Tapia en su artículo: “Dimensiones de la


elección política y dinámica de partidos”, en: TEMAS SOCIALES, REVISTA DE SOCIOLO-
GÍA, UMSA, No. 15, 1991.
6 Ver: Rivadeneira Prada, Raúl. “Partidos políticos, partidos taxi y partidos fantasma”, en NUEVA
SOCIEDAD, No. 74, Caracas, septiembre-octubre, 1984.
sectarismo, patronazgo y un excesivo culto a la maniobra que eran
capaces de hacer los principales dirigentes partidarios, en función de
las tretas para llegar a un gobierno a como dé lugar.
Ya sea por la memoria colectiva de lo que simbolizó la hiperinfla-
ción y el desastre socio-político del gobierno de Hernán Siles Zuazo
(1982-1985), como debido a la desconfianza en las alternativas revo-
lucionarias o utópicas del movimiento popular, todos los medios de
comunicación y los sectores que formaban la opinión pública, deci-
dieron apoyar al sistema de partidos como aquellas estructuras útiles
para darle un nuevo impulso a la naciente democracia. Sin embargo, se
observó también que “la restitución de procesos de elección de gober-
nantes se ha visto acompañada, en los últimos años, de una serie de
reformas a la normatividad que los rige, restringiéndose la legalidad 43
de algunas formas de representación de la sociedad civil y su presen-
cia legítima en las instancias de discusión y decisión gubernamental,
favoreciéndose la concentración forzada de la representación en pocos
sujetos representativos que harían más eficaz la función de gobierno
en términos de racionalidad formal y de eliminación de contradiccio-
nes y diferencias significativas en el ámbito estatal”7.
Surgió, entonces, una conducta intransigente manifestada por los
partidos, en términos de la no aceptación de otras formas de repre-
sentación política, predominando cierto carácter de discriminación
sistemática de los movimientos sindicales y las organizaciones populares,
junto con la poderosa influencia de los medios masivos de comunica-
ción social que internalizaron en la conciencia cotidiana un modelo

7 Tapia, Luis, ob. cit., p. 50.


de democracia donde los partidos eran los únicos sujetos protagónicos
del sistema democrático, porque en sus manos debía8 estar la respon-
sabilidad de la modernización y consolidación de dicho sistema. Este
escenario dibujó un panorama especial donde las formas hegemónicas
pasaban por la construcción de élites políticas que, sobre todo, perte-
necían a los partidos más importantes. La dinámica de élites encajaba
muy bien con la tradición caudillista de los partidos, es decir, solamente
un pequeño grupo buscaba moverse para atrapar la mejor porción del
poder que pudiera, razón por la cual los dirigentes nunca iban a per-
mitir que se desarrollará una institucionalidad democratizadora dentro
de los partidos, ni nuevos ni tradicionales.
En consecuencia, las formas de hegemonía y consenso como resul-
44 tado de la importancia de los partidos políticos oligopólicos dentro
de la democracia representativa, impulsaron una estrategia que, bási-
camente se enraizaba al interior del Parlamento. Los partidos eran el
instrumento operativo en el sistema político boliviano y, al mismo
tiempo, dibujaban las fronteras de aquello que se convirtió en la diná-
mica del poder: participar en elecciones, ofrecer programas de gobierno
superficiales, más publicitarios y no ideológicos, así como delimitar sus
acciones que se colocaban por encima de la voluntad popular porque
los partidos se veían a sí mismos como los protagonistas de más valor
y con mayor vocación de poder9.

8 En la mayor parte de los medios de comunicación se criticaba a los partidos políticos el no asumir
una actitud más responsable con la democracia, resaltando, al mismo tiempo, una serie de afir-
maciones desiderativas, acerca de lo que deben ser las funciones del sistema de partidos.
9 Las relaciones entre la política y la hegemonía están muy bien expuestas en el sugerente artículo
de: Laclau, Ernesto. “Notas acerca de la forma hegemónica de la política”; en: Labastida, Julio
(coord.) Hegemonía y alternativas políticas de América Latina, México: Siglo XXI, 1985.
Las acciones de los partidos se orientaron, fundamentalmente, hacia
la organización de gobiernos con los pactos de gobernabilidad para
beneficiar solamente a ciertos grupos de interés, sin tratar de demo-
cratizar el acceso a la toma de decisiones y utilizando el discurso de
la democracia, únicamente como pretexto para promover conduc-
tas y visiones donde los jefes de partido, construían una democracia
restringida y autoritaria en los hechos, además de manifestar un dis-
curso solamente declarativo en cuanto a la transformación productiva,
económica y estatal que brindara al sistema democrático una mayor
sostenibilidad.
El sistema de partidos jamás tuvo un papel central en la identifi-
cación de políticas económicas adecuadas para un relanzamiento de
las estructuras productivas y competitivas. Todo lo contrario, muchos 45
parlamentarios optaron por la defensa miope de intereses gremiales y
por copiar las fórmulas de los organismos multilaterales de desarro-
llo en materia de reformas y ajustes estructurales en la economía. La
ciudadanía, en contrapartida, vio que los pactos de gobernabilidad no
respetaban el principio de la soberanía del pueblo y asumió que los
partidos funcionaban, una vez más, como oligarquías antidemocráti-
cas. Los partidos no eran las viejas estructuras de expresión clasista,
revolucionaria ni utópica, sino organizaciones más maleables que con
dificultades promovían una discusión programática. Sus ideologías
eran una mezcla variable y ubicua de múltiples fragmentos, en la era
de la publicidad a través de la televisión.
Democracia de representación delegada
y búsqueda hegemónica
Los contenidos que asumió la construcción hegemónica en las formas
de interacción política que se establecieron a partir de 1985 entre el
Estado, el sistema de partidos y la sociedad civil, se condensan en lo que
se denomina una democracia de representación delegada y arbitraria10.
Ésta debe ser entendida como un tipo de régimen donde los parti-
dos políticos más representativos utilizaron el voto ciudadano como
un cheque en blanco para luego tomar decisiones totalmente alejadas
de los intereses del país y el Estado. Como diputados o senadores, la
gran mayoría de los partidos buscaron beneficios personalistas y pres-
tigio individual. Esto dio lugar a un fenómeno nada nuevo pero muy
46 influyente: los partidos eran máquinas institucionales para canalizar
ambiciones personales por medio de ideologías improvisadas y retó-
ricas discursivas, expresadas a través de los medios de comunicación,
sin poder transformar efectivamente la sociedad y la realidad más pro-
funda de las estructuras estatales.
Como miembros de diferentes gobiernos, los partidos utilizaron al
Estado como un trofeo político para hacer negocios, degenerando en
una distorsión permanente de las políticas y la gestión pública transpa-
rente. De hecho, entre 1985 y 1990 no hubo ningún criterio normativo
para ejercer una gestión pública racional. Recién con la implantación
de la Ley de Administración y Control Gubernamentales 1178 (julio

10 Este concepto y fenómeno de abuso arbitrario de los partidos, se inspira en lo que Guillermo
O’Donnell denominó como democracia delegativa. Ver: O’Donnell, Guillermo. “¿Democracia
delegativa?”, en: Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización, Buenos
Aires: Paidós, 1997, pp. 287-304.
de 1990) se normaron los procedimientos para las contrataciones esta-
tales y la administración más ordenada de los recursos públicos. Si
bien existía la Contraloría General de la República, los mecanismos
de control estaban subordinados al prejuicio político de los que “man-
dan”, es decir, de los partidos y líderes cuya concepción del poder en
bloque, hacía que la gestión de los gobiernos obedezca únicamente a
la imposición de decisiones restringidas a las principales autoridades
que gozaban de mucho dominio y poca transparencia. Los resultados
lamentables de esta democracia de representación delegada se resumen
en dos factores: corrupción y estatalidad débil. Tales formas de inte-
racción ligadas a un Estado ineficiente, se desenvolvieron al interior
de una sociedad que había escogido como régimen de gobierno a la
democracia representativa. Incluso hoy en día, la Ley 1178 es cons- 47
tantemente manipulada, según el cálculo político de los partidos que
tiene un control decisivo al interior de un gobierno.
Los conceptos como “pactos de gobernabilidad” y “estabilidad demo-
crática”, no solamente fueron internalizados por los intelectuales, sino
también por los políticos de turno. Es así que después de las elecciones
presidenciales de 1989, volvieron a instaurarse otros acuerdos simila-
res al Pacto por la Democracia de 1985, esta vez entre ADN y el MIR,
quienes dieron lugar al Acuerdo Patriótico, para continuar en 1993 con
el pacto por la gobernabilidad entre el MNR-MRTKL-MBL-UCS. En
mi criterio, la lógica de los pactos señala una tendencia única: acuerdos
de gobernabilidad neo-oligárquicos11 y una enorme influencia cliente-

11 Cfr. Lozada, Blithz y Saavedra, Marco Antonio. Democracia, pactos y élites. Genealogía de la gober-
nabilidad en el neoliberalismo, La Paz: Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), 1998. Ver
también: Mayorga, René. “La gobernabilidad: nueva problemática de la democracia”, en: Mayorga,
lar al interior del aparato estatal, como los rasgos más sobresalientes de
las formas de hegemonía a cargo de los partidos políticos que, curio-
samente, en las teorías de la gobernabilidad eran considerados como
lo más saludable para la democracia boliviana.
Es por esta razón que el concepto y los alcances de la gobernabili-
dad nunca tuvieron un efecto práctico para reducir la ineficiencia en
la gestión pública o para mejorar la toma de decisiones en función de
una administración más transparente. El sorpresivo pacto entre el ex
dictador Banzer y Jaime Paz que lo acusó de ser asesino, para luego
abrazarse en un acuerdo que olvidaba la represión al MIR en los años
70, mostraba cómo ya no importaban ni la ideología, ni la institucio-
nalidad partidaria, sino únicamente la búsqueda hegemónica con el
48 fin de desarticular la representación soberana del voto popular.
Las teorías de la gobernabilidad no pudieron ser utilizadas para
pensar, por lo menos, una política efectiva de control de la corrupción
porque una de sus consecuencias pragmáticas se desvió solamente a
la conformación de gobiernos a través de acuerdos entre los partidos,
haciendo la vista gorda cuando emergían serios problemas de abuso de
autoridad, desinstitucionalización y manipulación de los poderes del
Estado para beneficiar a la clientela partidaria. Los partidos pensaron
que la mejor forma hegemónica de la praxis política era el fomento
del clientelismo estatal y la prebenda como carta de negociación para
aumentar la interpelación directa hacia diversos sectores sociales.

René. ¿De la anomia política al orden democrático?, ob. cit.; además, Lazarte, Jorge. “El nuevo
orden político” y “Cambios en los parámetros de la acción política” de su Bolivia: certezas e incer-
tidumbres..., ob. cit., vol. I.
Algunos cambios en la reestructuración del poder ejecutivo como
la reducción del número de ministerios y viceministerios, reformas en
materia constitucional para incluir diputados uninominales o refor-
mar el poder judicial, junto con las discusiones en torno a la puesta en
marcha de la Ley de Participación Popular (1993) en Bolivia, posibili-
taron el estímulo de una cultura política democrática que, sin embargo,
chocó con la conducta displicente de los partidos12. Ningún partido
tuvo una propuesta seria de desburocratización estatal y sus apuestas
tan solo se dirigieron a ver la posibilidad de ingresar al Congreso para
definir la elección del presidente, gracias a los pactos de gobernabili-
dad, con la esperanza de tener un espacio de supervivencia dentro del
Estado, pero no así en la formación de lealtades con las bases y clivajes
sociales. El objetivo era controlar instituciones públicas y así tener un 49
acceso directo a los réditos inmediatos de la representación. Las masas
populares habían votado por los partidos y, al mismo tiempo, se habían
alejado de cualquier incidencia efectiva en las políticas públicas y las
instituciones más estratégicas.

12 La cultura política puede ser entendida como “las orientaciones específicamente políticas en relación
al sistema político y sus distintas partes, y a actitudes relacionadas con el rol del yo en el sistema
(...); en cualquier sistema político hay un reino subjetivo ordenado de la política que da sentido a
las decisiones políticas, disciplina a las instituciones y significación social a los actos individuales”.
La cultura política democrática mostraría al gobierno democrático como el régimen que posee
“un equilibrio adecuado entre el poder gubernamental y la sensibilidad del gobierno a los deseos y
aspiraciones de los ciudadanos. Esto supone que el gobierno debe tener la capacidad de maniobra
al aplicar sus decisiones, pero al mismo tiempo estas decisiones deben adoptarse, cuando menos,
a la luz de los deseos y aspiraciones conocidas de los ciudadanos”; en: Dowse, Robert y Hughes,
John. Sociología política, Madrid: Alianza Universidad, 1982, pp. 283-297. Los partidos en Boli-
via, desde muy temprano en 1985 siempre pensaron que podían burlar la fuerza de control del
voto soberano y colocarse por encima de la voluntad popular para actuar con discrecionalidad,
sobre todo cuando usufructuaban las instituciones del Estado.
Al mismo tiempo, los partidos políticos atravesaron por un proceso
de constante deslegitimación ante los ojos de la sociedad civil, lo cual
provocó también que determinadas instituciones democráticas como el
Parlamento, caigan presas de la desconfianza y la crítica mordaz porque
los partidos con representación parlamentaria no demostraron efectos
contundentes en cuanto a la articulación y combinación de intereses
verdaderamente honestos al interior del sistema político13.
Aún a pesar de que los partidos y el Congreso nacional se encuentran
hasta el día de hoy fuertemente desprestigiados, se construyeron los
códigos hegemónicos asentados en el fortalecimiento de la mediación
entre el Estado y la sociedad civil. De acuerdo con algunas encuestas
de opinión política, los partidos políticos todavía eran considerados
50 por la población como instituciones imprescindibles14 para la democra-
cia en Bolivia. Esta percepción estuvo influenciada, sobre todo, por los
medios de comunicación que vendieron la idea de partido como ins-
trumento natural para la estabilidad económico-política. A su vez, los
partidos que impulsaron los pactos de gobernabilidad, vendieron muy
bien otra idea a los medios de comunicación a través de publicidad y
beneficios económicos para interpelar a la población con el discurso de

13 Por sistema político se entiende el conjunto de relaciones permanentes, al interior de las cuales se
producen decisiones vinculantes para toda la sociedad; es decir, es el espacio de donde emanan
valores normativos impregnados de autoridad y obligatoriedad. Aquí, el tema central radica en la
búsqueda hegemónica como requisito político para definir claramente la dominación. Cfr. Sartori,
Giovanni. La política, lógica y método en las ciencias sociales, México: Fondo de Cultura Económica,
1982, y también Easton, David. Esquema para el análisis político, Buenos Aires: Amorrortu, 1970.
14 Cfr. Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (ILDIS). Encuesta de coyuntura nacional,
informe final, La Paz, 25 de mayo de 1992, trabajo realizado por la empresa Encuestas y Estudios
y ejecutada en las ciudades de La Paz y El Alto.
una democracia moderna, ligada siempre a los partidos fuertes como
actores privilegiados en el manejo del poder.
¿Cuáles fueron, entonces, las formas de construcción de la hege-
monía política en el período 1985-1994, fruto de la influencia que
poseían los partidos oligopólicos como el MNR, ADN, MIR y Con-
depa? La construcción hegemónica a través de determinadas actitudes
partidarias, tuvo un hito histórico como el Pacto por la Democracia
de septiembre de 1985. A partir de esta fecha, los partidos que incluso
estuvieron vinculados a las dictaduras de Banzer (1971-1978) y Gar-
cía Meza (1980-1981), se convirtieron en los principales referentes del
sistema democrático, aunque no tardaron en mostrar conductas nega-
tivas, sobre todo en lo referido al patronaje como si fuera un fin en sí
mismo, junto al desestabilizador problema del narcotráfico que afectó, 51
por igual, a todos los partidos en cada gobierno desde 1982.
Si se hiciera un profundo análisis sobre la penetración del narcotrá-
fico en las esferas gubernamentales, aparecerían preocupantes datos
como la curiosa influencia casi mítica de Roberto Suárez Gómez, apo-
dado el rey de la cocaína que, supuestamente, hasta ofreció pagar la
deuda externa en 1982 durante la crisis económica y la hiperinflación
del gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP). A la fecha
se sabe claramente que Suárez Gómez financió el golpe de Estado de
Luis García Meza el 17 de julio de 198015.
En el gobierno del Pacto por la Democracia, volvió a aparecer en
la escena política con el escándalo de los narco-vídeos donde Suárez
Gómez estaba disfrutando de relaciones muy cercanas con políticos
15 Cfr. Levy, Ayda. El rey de la cocaína: Mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer
narcoestado, Madrid: Mondadori-Debate, 2012.
representativos de la época como los diputados de ADN, Alfredo Arce
Carpio y Mario Vargas Salinas. Para agravar más la situación, el asesi-
nato del científico Noel Kempff Mercado en 1986 desató el escándalo
de la fábrica de cocaína más grande en América Latina, Huanchaca,
que involucraba a varios jerarcas de la administración de Paz Estens-
soro e inclusive a estrategas del gobierno de los Estados Unidos.
Ya en la época del Acuerdo Patriótico, nuevamente saltaron a la pales-
tra política los narco-vínculos que conectaban al narcotraficante Isaac
“Oso” Chavarría, militante del MIR, con el ex presidente Jaime Paz
Zamora. De hecho, éste fue casi obligado a renunciar a la vida política
al finalizar su gobierno en 1993, precisamente debido a los narco-vín-
culos. El nuevo gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997),
52 tampoco se salvó de los problemas cuando en 1995 apareció el caso
del “narco-avión”, al despegar del aeropuerto de El Alto, un carguero
con veinte toneladas de cocaína. El avión fue detenido en Perú y se
hizo casi imposible explicar cómo el gobierno no podía, o no quería,
luchar con esta gangrena del narcotráfico y sus poderosos vínculos con
la política boliviana.
Los instrumentos funcionales de la construcción hegemónica y el
consenso que se difundió en la sociedad, inaugurando un proceso de
relativa estabilidad democrática desde 1985 hasta, prácticamente el
año 2002, fueron los medios de comunicación, los intelectuales opor-
tunistas de las organizaciones no gubernamentales que enajenaron el
discurso de la modernización económica y gobernable neoliberal como
si fuera la fórmula mágica para el progreso, y los organismos de coo-
peración internacional como el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD). Todas estas influencias de dominación consensual buscaban
imponer, sutilmente, los ajustes de economía de mercado que desesta-
bilizaron la democracia, sobre todo cuando apuntalaron las políticas
de privatización de las empresas estatales.
Al explicar los mecanismos a través de los cuales se puso en prác-
tica la hegemonía política y el consenso que ejercieron los partidos
políticos en la competencia política16 por mantenerse en el poder, se
encuentra lo siguiente:

a) El sistema de partidos colocó en un mismo plano estratégico a la


democracia de representación delegada, las reformas de economía de
mercado y la acción representativa de los partidos, que despresti-
giaron otras alternativas para el ejercicio de la participación como 53
los sindicatos o los movimientos sociales.
b) El código ideológico principal articulaba la idea de modernización
que estaba relacionada con la occidentalización de la cultura junto
con la economía de mercado, además de destacar que los pactos
gobernables llevados a cabo por los partidos, no eran sino evidentes
para una democracia más efectiva. De aquí que cuanto mayor fue
la intensidad del discurso sobre la supuesta modernización, mayores
también fueron las posibilidades de reclamos y exigencias múltiples
de representación que venían de la sociedad civil. Frente a esto, las
formas hegemónicas de los partidos pusieron en práctica soluciones

16 Cuando me refiero a la competencia política, quiero resaltar aquella característica de los políticos
y sus partidos, según la cual éstos pretenden ganar protagonismo ante cualquier acto que favo-
rezca la visión de una democracia dominada por élites, entrando abiertamente en un proceso de
competitividad por ganar sitiales notorios y expectantes dentro de la política.
políticas restrictivas y autoritarias, generando un divorcio entre las
élites partidarias y varios grupos clasistas y étnicos del país.
c) El llamado periodo neoliberal fue difundido como una oferta de
bonanza, donde el Estado estaba desprestigiado y era mucho mejor
dejar que los rumbos del desarrollo sean guiados por el sector pri-
vado y, sobre todo, por el individualismo posesivo, en lugar de las
visiones revolucionarias, desacreditadas debido a la desaparición de la
Unión Soviética y la idea del socialismo en el mundo postindustrial.
d) Más que una equivocación estratégica al dejar todo en manos del
mercado, sobre todo los servicios de salud, educación y la explotación
de los recursos estratégicos como el petróleo y los minerales, el pro-
blema apareció en torno a la promesa incumplida del neoliberalismo:
54 el desarrollo era igual a los ajustes de mercado; la participación y las
funciones del Estado eran igual a daño económico e ineficiencia y,
en consecuencia, las promesas de la igualdad y prosperidad iban a
venir por medio de una simbiosis entre la democracia de los parti-
dos y la economía de la globalización. Esto, sin lugar a dudas, fue
una proposición que terminó por fracasar en Bolivia.
e) Así, la democracia de representación delegada podía hacer lo que creía
conveniente porque después del voto ciudadano, las decisiones toma-
das por las oligarquías partidarias eran lo más trascendental.

Por lo tanto, los pactos políticos17 favorecieron la gobernabilidad


como el eje de auto-reproducción en el poder, donde la forma partido

17 La crítica de los pactos políticos y sus insuficiencias, está tratada de una manera novedosa por:
Rabotnikof, Nora. “El retorno de la filosofía política: notas sobre el clima teórico de una década”;
en: REVISTA MEXICANA DE SOCIOLOGIA, año LIV, No. 4, octubre-diciembre de 1992.
monopolizó la interacción política entre el sistema político y la sociedad
civil, a partir de búsquedas hegemónicas relacionadas con la moderni-
zación política, que era el discurso de las élites dirigentes. Los partidos
no se propusieron consolidar la democracia, en términos de una reno-
vación para transformar las instituciones del Estado con el propósito
de lograr una gestión pública, orientada a resultados eficientes y sóli-
dos para conducir el desarrollo con equidad. Los partidos creyeron ser
los únicos llamados a construir la democracia, poniéndose por encima
de todo. Esto sucedió claramente en las elecciones de 1989 donde el
partido que obtuvo el tercer lugar en los resultados electorales, tomó
el poder al ser elegido en el Parlamento el MIR y Jaime Paz como
presidente.
El código hegemónico de comunicación en aquel entonces, transmi- 55
tió la idea de que si la Constitución permitía que los tres candidatos más
votados ingresaran al Congreso en su carrera a la Presidencia, aunque
nadie haya alcanzado la mayoría absoluta en las urnas, era explicable
que para evitar dejar en vilo al país, las élites eligieran al tercero. Era
legal y satisfacía la expectativa de gobernabilidad. En los hechos, lo más
importante era ser gobierno y beneficiarse con los espacios de poder,
haciendo un uso arbitrario de la democracia de representación delegada.
Los partidos habían sido delegados por el voto para decidir, aparen-
temente, lo más conveniente para el país. En este caso, los medios de
comunicación y algunos intelectuales que elogiaban los pactos políti-
cos como si fuera una innovación para la gobernabilidad, convencieron

En este ensayo, la autora considera que los pactos de gobernabilidad sufren grandes problemas
debido a su carácter estrictamente contractualista, es decir es solamente una formalidad porque,
probablemente se desprecia a los mecanismos de control democrático que vienen de la sociedad civil.
a la población sobre las bondades de una lógica elitista, en lugar de
buscar resultados como la democracia directa o la legitimidad preemi-
nente del voto universal en las urnas, considerados como una ilusión
perfeccionista18.
La nueva construcción hegemónica fue conectando la ideología neo-
liberal modernizadora, el sistema de partidos, los procesos de consenso
y los pactos como instrumentos para el afianzamiento de la legitimi-
dad y el funcionamiento institucional del sistema político19. El arsenal
conceptual que es necesario incorporar, podría partir de la concepción
gramsciana sobre el significado de la hegemonía 20. Las conductas par-
tidarias instauraron cierta unidad ideológica en la sociedad boliviana,
que no consistió en la imposición de una ideología dominante de clase
56 social sino, más bien, en la venta de un convencimiento pragmático: la
representación democrática debía ser liderada por los partidos porque
éstos eran, inclusive, mejores que el propio Estado. Los partidos trata-
ron de involucrar al Estado con el fin del proceso revolucionario de1952,

18 Cfr. Olvera, Alberto y Avritzer, Leonardo. “El concepto de sociedad civil en el estudio de la transición
democrática”; en: REVISTA MEXICANA DE SOCIOLOGÍA, año LIV, No. 4, octubre-diciem-
bre de 1992.
19 Cfr. Mayorga, René A. “Gobernabilidad: la nueva problemática de la democracia”, ob. cit. Con-
sultar también: Mayorga, René Antonio. Desmontaje de la democracia. Crítica de las propuestas de
reforma política del Diálogo Nacional 2000 y las tendencias antisistémicas, La Paz: CEBEM, 2001.
20 Para conceptualizar la hegemonía, emplearé la definición gramsciana, según la cual toda hegemonía
es “la capacidad de una clase social para articular a sus intereses los de otros grupos sociales a tra-
vés de la lucha ideológica, que es un proceso de constante desarticulación-rearticulación tratando
de establecer la unidad de los objetivos económicos, políticos e intelectuales, ubicando todos los
problemas respecto a los cuales se libra la lucha, en un nivel universal, no corporativo; así se esta-
blece la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados”; en:
Mouffe, Chantal. “Hegemonía e ideología en Gramsci”, REVISTA AUTODETERMINACION,
No.1, 1986, p. 32 y ss. Además, ver también: Bucci-Glucksmann, Christine. Gramsci y el Estado.
(Hacia una teoría materialista de la filosofía), Siglo XXI, México, 1987, y Laclau, Ernesto y Mou-
ffe, Chantal. Hegemonía y estrategia socialista, México: Siglo XXI, 1988.
el cual se había agotado junto con el modelo estatal de intervención
en la economía y la sociedad. Si el Estado estaba desinstitucionalizado
y quebrado, entonces los partidos iban a transformarlo en un recurso
manejable.
El sentido gramsciano apunta a que la sociedad civil no sea sino
la base ética del Estado o la ideología en sí misma. Con los partidos
oligopólicos, se buscó demostrar que ni la sociedad boliviana, ni el
mundo podrían sobrevivir sin el liberalismo económico como el cen-
tro de las acciones partidarias. Así, la nueva base moral de la política
era el impulso de los ajustes estructurales y el fortalecimiento del sec-
tor privado como el pivote de la sociedad civil, en reemplazo de otros
actores como los sindicatos y la Central Obrera Boliviana (COB). De
esta manera no había ninguna posibilidad de acción de parte de algún 57
sector de la sociedad civil porque la praxis política era la prerrogativa
de las élites políticas y económicas. Esta era una nueva orientación que
incluía la imposibilidad de ir más allá del mercado y la necesidad de
aceptar todo tipo de políticas para ir en contra del estatismo. Los ele-
mentos ideológicos descansarían en un principio que estaría siempre
suministrado por las élites dominantes: los partidos políticos como
ejes de las coaliciones gubernamentales.
El principio hegemónico21 era la democracia representativa que, con
el tiempo, se transformaría en la democracia de representación delegada,
gobernable y neo-oligárquica. Para dicho principio, toda consecución
democrática debería estar solamente en manos de los partidos políticos;

21 Cfr. Mouffe, Chantal, ob. cit. La hegemonía es, en el fondo, una estrategia inherente a la praxis
de la dominación y, como tal, es la fuente para una acumulación de mayor poder.
es decir, en los ámbitos del sistema político, única y estrictamente. Los
partidos serían quienes profundizarían la democracia en Bolivia por-
que ese sería su destino. La política era una libertad que se desenvolvía
en el seno de la democracia representativa, lejos de la sociedad civil y
sobre la base de pugnas de poder reglamentadas con normas precisas.
En consecuencia, toda decisión se restringiría sólo a la acción de
los partidos políticos dominantes. Al menos eso parecían expresar los
discursos cuando se hablaba de la supuesta eficacia de tecnócratas en
el Estado para asegurar un plan económico y un tipo de dominación
que permita la estabilidad, evitando conflictos violentos. Sin embargo,
la modernización estatal no representó una variable determinante para
las élites, al igual que las insuficiencias de los planes económicos para
58 la capitalización de las empresas estatales propuestos con mayor fuerza
por el gobierno de Sánchez de Lozada desde 1993. Las élites oligár-
quicas de los partidos asumieron de forma acrítica la privatización de
la economía y construyeron discursos exitistas al tratar de dirigir su
hegemonía 22. Se iba a privatizar o capitalizar las empresas estratégi-
cas, sin tener un nuevo tipo de estructura institucional que permita al
Estado enfrentar nuevos retos. El viejo Estado iba a ser profundamente
afectado, junto con la acción de un conjunto de élites partidarias de
orientación irracional y ensimismadas en sus ventajas.
Por otro lado, surgieron problemas como los de representación y
representatividad de los partidos políticos. Pero “(…) en nombre de

22 La legitimidad hegemónica es “aquel atributo del poder que se expresa en la existencia de una parte
relevante de la población de un grado de consenso tal que asegure la obediencia sin que sea nece-
sario, sino en casos marginales, recurrir a la fuerza”; en: Bobbio, Norberto (coord.). Diccionario
de política, México: Siglo XXI, 1988.
los procedimientos democráticos se piensa en realidad en la reducción
de la deliberación y del espacio público mediante la privatización de
temas de la sociedad en los dominios exclusivos de los saberes técnicos,
en la confianza del juego de cintura del representante frente a las res-
tricciones de los sistemas en que vivimos, en la asociación sistemática
de la ocupación popular con la posible desestabilización política. En
el fondo, se supone que los representantes deben representar algo que
ya está definido, como si fuera un dato preexistente al mismo ejercicio
de la representación, un dato natural, un a priori sólo alterable en la
próxima campaña electoral”23.
Las teorías de la gobernabilidad y la democracia pactada, pensaron
que su modelo institucional para lograr acuerdos políticos iba a conver-
tirse en una visión estructural para la durabilidad democrática pero, en 59
el fondo, dichas teorías fueron únicamente circunstanciales. Los pactos
de gobernabilidad sirvieron para elegir presidentes y asegurar alian-
zas parlamentarias que después se desactivaban, sobre todo al persistir
un divorcio entre los partidos y la sociedad civil. Los problemas de la
representación política en Bolivia nunca terminaron de resolverse sino
que permanecieron como una debilidad muy profunda, además de ser
opacados por la ocurrencia momentánea de la democracia pactada.
No por nada se observaban casi a diario una serie de comportamien-
tos intolerantes que mostraban los partidos políticos, cuando se hablaba
sobre mayor participación popular en las decisiones políticas, el peso
que pudieran tener los Comités Cívicos, o el recurso de los plebiscitos
y referéndums para la reforma de la Constitución Política del Estado
23 Landi, Oscar. “La trama cultural de la política”, en: http://www.flacsoandes.edu.ec/biblio/catalog/
resGet.php?resId=13812, acceso del 16 de abril de 2018.
(CPE). Recuérdese, por ejemplo, las severas críticas del ex presidente de
la Cámara de Diputados, Guillermo Bedregal del MNR hacia la ges-
tión de Hernán Siles durante la UDP, afirmando que dicho gobierno
cometió el terrible error de permitir una hiper-democracia.
Aunque el primer gobierno de Sánchez de Lozada (1993-1997) envió
al Congreso la Ley de Participación Popular para democratizar los
recursos y las decisiones de los gobiernos municipales, quedó pen-
diente la posibilidad de llevar a cabo una descentralización política
en las estructuras estatales. “Todo aparato estatal debe desarrollar un
poder de cohesión antes que su poder de coacción”, solía decir Gramsci.
Por esta razón, la principal estrategia de cohesión para la democracia
de los pactos se cimentó sobre el obsolescencia de las ideas del socia-
60 lismo, la desconfianza respecto a las políticas sociales redistributivas y
la acusación de inutilidad en todo esfuerzo por pensar que el Estado
pudiera liderar un proceso nuevo de productividad e inserción eficaz
en la economía global del capitalismo post-industrial.
Las nuevas formas de hegemonía partidaria también permitieron ver
la crisis o un desgaste de las viejas formas hegemónicas. Los códigos de
hegemonía anteriores al desenvolvimiento de la democracia represen-
tativa en Bolivia, estaban casi agotados como la influencia del modelo
estatal populista que nació a partir de la Revolución Nacional de 1952,
la ilusión de ofertar una revolución armada de corte comunista y las
alternativas más equitativas en las políticas sociales, relacionadas con
el Estado de Bienestar (Welfare State). Las críticas de los partidos hacia
la visión estatista del bienestar, dio lugar a que la sociedad sospeche de
la capacidad del Estado para otorgar equidad con eficiencia. Despres-
tigiar al Estado de Bienestar fue parte de los ataques contra las raíces
objetivas de la revolución de 1952 o los intentos socialistas, debido a
la desaparición del comunismo a escala universal en 1991.
La forma orgánica del Estado Benefactor era una dimensión holista
y abarcadora de todo tipo de demandas sociales en la época de la revo-
lución nacional. En estas condiciones, la estructura monoproductora de
minerales y la dependencia de un tipo de capitalismo extractivo, hizo
que en Bolivia el Estado adquiriera una fuerza inusitada, mientras que
el sistema político estuviera dominado por la fuerza del movimiento
obrero, minero y toda forma de organización sindical articulada en la
COB. Como partido, el MNR de los años 50 era líder indiscutible de
un sistema no competitivo que degeneró en el interregno dictatorial
desde el golpe de Estado de René Barrientos en 1964, hasta Hugo Ban-
zer en 1978. Las viejas formas hegemónicas de la revolución nacional 61
reprodujeron a su interior la imagen de un Estado benefactor, identi-
ficado como una fuerza providencial que lo brindaba todo, logrando
la lealtad de amplios sectores por su acción económica y social, incen-
tivando también la participación de las masas y transformándose en el
principal agente regulador de la acumulación capitalista 24.
Sin embargo, poco a poco el Estado dejó de ser el centro de la praxis
política debido a la ideología neoliberal del Estado mínimo. Entre 1985
y 1994, las nuevas formas de hegemonía y legitimación descansaron
en el emerger de la forma partido como el principal factor de sociali-
zación política y expresión para la realización del poder. A partir de
entonces, se trata de reestructurar el Estado del 52, instaurándose una
nueva tendencia cuyos principales elementos son: a) el fortalecimiento
24 Ver también, entre otros, Poulantzas, Nicos (comp.). La crisis del Estado, Barcelona: Alianza Uni-
versidad, 1976.
del sistema de partidos; b) la recuperación del poder para clientelizar
el Estado mediante un orden político que reconozca solamente a los
partidos como los únicos actores políticos, evitando así las situaciones
en las que el Estado esté permanentemente asediado por la sociedad
civil, lo cual daba como resultado la inestabilidad política de una socie-
dad autoritaria que estuvo presente en el país entre 1964 y 1982; y,
finalmente, c) la estructuración de un orden normativo formal para el
funcionamiento de la democracia, es decir, reglas de juego para fomen-
tar la alternabilidad del poder con elecciones periódicas, sumadas a la
consolidación de consensos entre élites políticas y económicas25.
Estas son las características que muestran cómo se fue cerrando el
mercado de alternativas políticas, en el cual los partidos lograron lle-
62 varse la mejor tajada. Todo esto trae aparejada la desestructuración de
las viejas identidades colectivas, las mismas que, en su disolución, per-
mitirían el nacimiento del ciudadano anónimo como nueva identidad
y como sujeto de interpelación para privilegiar la lógica de un ciuda-
dano igual a un voto26. Los mecanismos acerca de cómo se convierte el
ciudadano en un nuevo sujeto de interpelación, descansan en el relevo
de las creencias colectivas incubadas al calor del Estado del 52, dán-
dose lugar a la presencia de nuevas emisiones discursivas e ideológicas

25 Cfr. Lazarte, Jorge. “Nuevos parámetros de acción de la política boliviana”, “La nueva gramática
política”, “Cultura política e inestabilidad democrática” y “La democracia es certeza en las nor-
mas e incertidumbre en los resultados”; en: Lazarte, Jorge. Bolivia: certezas e incertidumbres de la
democracia, La Paz: Los Amigos del Libro-ILDIS, 1993. Para pensar de manera global en el caso
latinoamericano, ver: Alcántara, Manuel. “¿Democracias inciertas o democracias consolidadas en
América Latina?”; en: REVISTA MEXICANA DE SOCIOLOGÍA, año LIV, No. 1, enero-marzo
de 1992.
26 Cfr. O’Donnell, Guillermo. “Apuntes para una teoría del Estado”; en: REVISTA MEXICANA DE
SOCIOLOGÍA, Vol. 40, No. 4, Estado y Clases Sociales en América Latina (2), octubre-diciem-
bre, 1978, pp. 1157-1199.
que surgen a partir de la identidad entre democracia representativa y
partido político.
Las formas de hegemonía del sistema de partidos se fueron expre-
sando a partir de la internalización en la conciencia cotidiana de la
identidad entre democracia igual a partido político, o de su expresión
contraria: la ausencia de democracia sería igual a la ausencia de partidos.
La articulación de una opinión pública a partir de los medios masi-
vos de comunicación defendió a los partidos como los protagonistas
esenciales del sistema político, preparando a la sociedad civil como el
molde receptor del consenso oligopólico. Esto ocurrió, sobre todo, desde
la televisión, donde también empezaban a emerger los líderes de opi-
nión mediáticos como Carlos D. Mesa Gisbert, Eduardo Pérez Iribarne,
María René Duchén, Juan Carlos Arana o Jaime Iturri Salmón, influ- 63
yentes presentadores de noticias que fueron moldeando la aparente
fortaleza ideológica de los partidos, justamente a partir de la debilidad
de la vieja polarización ideológica tradicional entre izquierda y derecha.
Otro aspecto importante de las fallas de funcionamiento político en
los orígenes de la democracia en Bolivia, fueron los conflictos entre el
Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Las pugnas Ejecutivo-Legislativo
no significan otra cosa que la manifestación de posibilidades “prácticas”,
aprovechadas, tanto por los presidentes como por los legisladores para
hacer más eficaces y racionales sus funciones. Sin embargo, la lucha
institucional de los poderes del Estado permite apreciar también las
diferencias entre el poder para definir e influir en la agenda de políticas
públicas, frente al poder de aprobar decretos presidenciales, dos aspec-
tos de una dinámica política de “oportunidades” donde los órganos
legislativos no actúan haciéndose doblegar por el Ejecutivo, sino que
tratan de adaptarse al juego de equilibrios relativos, moviéndose entre
acciones proactivas y reactivas.
Este vaivén proactivo-reactivo en Bolivia, tuvo que ver con el fun-
cionamiento específico de las instituciones como el sistema electoral, el
sistema de partidos y el conjunto de incentivos para generar coalicio-
nes, consensos, así como el reconocimiento de no poseer información
completa sobre aspectos específicos de una política pública, mitigar
los impactos que tienen los presidentes para dañar al Legislativo, o
simplemente echar mano de la mayoría parlamentaria en función de
reproducir el poder desde el gobierno, que es lo que caracteriza al sis-
tema presidencial en el país.
Los conflictos, delegación, usurpación y discrecionalidad en las rela-
64 ciones entre los poderes Ejecutivo y Legislativo en el periodo 1985-1994,
marcaron las pautas para discutir cómo identificar y medir la calidad de
una democracia. Esto implicaba el análisis de las condiciones electora-
les que tiene la sociedad para cambiar gobiernos que no han cumplido
con sus promesas, o no pudieron implementar buenas políticas para
resolver problemas concretos. La calidad de la democracia en Bolivia
tiende a ser mala, regular o deficiente, al observarse con mayor deta-
lle el proceso de toma de decisiones y las relaciones de poder entre los
presidentes, sus burocracias y los parlamentarios.
Tanto el Poder Ejecutivo como el Congreso bolivianos, trataron
de imponer visiones unilaterales, fracasando en la fundación de una
hegemonía concertada. La gran mayoría de las veces, el Congreso se
desprestigió al no haber el suficiente debate y mostrar solamente una
capacidad para aprobar leyes por conveniencia coyuntural o por ganar
incentivos políticos de corto plazo, como por ejemplo, la satisfacción de
los jefes de partido de las coaliciones de gobierno. Entretanto, el Poder
Ejecutivo actuó con una vocación autoritaria, forzando los decretos
presidenciales y al vaivén de las presiones populistas para un beneficio
también inmediatista, sin políticas de Estado que posean la solidez
de la concertación con la sociedad civil y la previsión hegemónica del
consenso duradero.
El choque de poderes entre 1985 y 1994 ayudó a pensar por qué
los gobiernos aprobaban leyes demasiado vagas, con mucho detalle
inútil para complicar la implementación de una política pública, o de
qué manera las legislaturas de los gobiernos de la democracia pactada,
delegaban más poder a las agencias ejecutivas, que también trabajaban
con arbitrariedad, sin coordinación eficiente, generando estructuras de
gobierno divididas, donde los legisladores endosaban mayor confianza 65
hacia algunos burócratas muy influyentes o hacia comisiones especia-
les que intentaban actuar de forma más independiente en cualquier
conflicto entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo. Un caso patético
de esta naturaleza fue la capitalización de las empresas estatales que
fue encomendada a burócratas inescrupulosos, frente a las dudas y las
pugnas entre los ex Presidentes como Jaime Paz y Gonzalo Sánchez
de Lozada que tuvieron una concepción sesgada e incompleta de las
políticas de privatización, reforma estatal y capitalización de beneficios
sin tener un Estado fortalecido.
Tanto los presidentes como los congresales del periodo de la demo-
cracia pactada en Bolivia, calcularon un conjunto de “impactos
diferentes”, según los resultados finales de una política o agenda de
gobierno incompleta o contradictoria. Las disputas entre la Constitu-
ción, una ley, decreto y estatuto legislativo fueron asumidas como un
“costo de oportunidad” para obtener una hegemonía de los partidos
que dominaban las coaliciones de gobierno, o intentaban un control
más riguroso sobre las políticas públicas. Todo degeneró en una especie
de laberinto que respondía, tanto a la administración del poder por el
poder, como a la toma deficiente de decisiones, donde ciertas institu-
ciones se subordinaron o autonomizaron unas de otras al interior de
un Estado donde los partidos de los gobiernos de coalición trataban
de beneficiarse con la explotación de cargos y salarios.
El antagonismo entre la discreción de las burocracias dominantes
que desafían la autoridad política, y la obediencia disciplinada ante
las instrucciones del Poder Ejecutivo, depende de los contextos ins-
titucionales como la solidez de los pactos políticos para estructurar
66 gobiernos, o el poder hegemónico de un presidente que posee grandes
márgenes de acción y maniobra decisoria. La discrecionalidad de los
presidentes para imponer decretos, o los bloqueos del parlamento para
afectar al Poder Ejecutivo en el periodo 1985-1994, fueron dos caras
de la misa moneda: todos se comportaron como actores irracionales,
sin proyecto hegemónico de largo aliento, tratando de influir de una
manera inorgánica en el proceso de formulación e implementación de
diversas políticas públicas, afectando simultáneamente la transparen-
cia, rendición de cuentas y una respuesta ineficaz de las instituciones
que implementaban las decisiones. Todos los gobiernos de coalición,
siempre estuvieron desarticulados, sin coherencia programática para
ejecutar una sola visión de gobierno y naufragando al final, al no impo-
ner un proyecto hegemónico.
Conclusiones
Las pretensiones hegemónicas duraron muy poco y todo empezó a
deteriorarse de manera impresionante. Los pactos de gobernabilidad
dejaron de ser una opción de poder en el ascenso a la presidencia den-
tro del sistema político. Su posicionamiento a la cabeza del Estado
durante el periodo neoliberal (1985-2005), estuvo fuertemente marcado
por tres influencias decisivas: la primera tiene que ver con la articula-
ción política de coaliciones de gobierno entre el MNR, ADN, MBL,
MIR, UCS, Condepa y Nueva Fuerza Republicana (NFR) a partir de
1996. Supuestamente, esto garantizaba las exigencias de gobernabili-
dad para afianzar la elección de presidentes y otorgar así estabilidad
al sistema democrático representativo. Sin embargo, estas coaliciones
nunca lograron un consenso político acerca de planes de gobierno 67
serios. Tampoco tuvieron visiones de reforma estatal a largo plazo y
solamente se dedicaron a reclamar cuotas de poder clientelar para los
partidos que pensaban en construir una hegemonía al margen de las
demandas de una democracia más inclusiva.
La segunda influencia fue la percepción y diagnóstico equivocado
que hizo la democracia pactada sobre las condiciones de la economía
de mercado, endiosando irreflexivamente las políticas de privatización
de empresas y servicios públicos. Las diferentes versiones de la derecha
reeditaron un viejo estilo caudillista e ingenuo: descartar de golpe otras
formas institucionales de la democracia como el referéndum, las asam-
bleas constituyentes y el control social en presupuestos participativos,
descalificando las ideologías indianistas y todo tipo de concepciones
que legitimen de mejor manera la toma decisiones gubernamentales.
Las estrategias hegemónicas de los partidos dominantes fueron elitistas
en exceso, prebendales con sus correligionarios y poco consecuentes
con la modernización de sus partidos que siguieron siendo máquinas
para canalizar intereses personales.
El tercer aspecto que marcó buena parte de las gestiones guberna-
mentales de la derecha: las administraciones de Víctor Paz Estenssoro
(1985-1989), Jaime Paz Zamora (1989-1993), Gonzalo Sánchez de
Lozada (1993-1997, 2002-2003), Hugo Banzer (1997-2001), Jorge Qui-
roga (2001-2002) y Carlos Mesa (2003-2005), fue su estilo de liderazgo:
no convertir sus estrategias presidenciales en mecanismos que sean más
receptivos hacia el carácter multicultural e indígena de la ciudadanía
democrática. Estos gobiernos representaron a una ideología conserva-
dora en el momento de imponer diferentes políticas públicas, fueron
68 extremistas en la privatización y poco flexibles para reformar las insti-
tuciones democráticas con capacidad de gestión sin caer en atolladeros
autoritarios
El discurso político del modelo institucional de la democracia pac-
tada cayó en el desprestigio porque las grandes masas del país creyeron
que el paradigma neoliberal nos entregó al endeudamiento, al estan-
camiento productivo, la estigmatización de ser un país indígena sin
posibilidades de modernización homogénea y la burocratización de
un Estado centralista que nunca se reconciliaba con la diversidad del
pueblo. El modelo, identificado en gran medida con la derecha, per-
dió iniciativas hegemónicas y se negó sistemáticamente a incorporar
en sus visiones de futuro a los valores de igualdad de oportunidades,
dignidad, equidad, institucionalidad e interculturalidad.
En todas las coaliciones de la gobernabilidad neoliberal reinó un
ambiente de pugnas internas por fracciones de poder. El modelo de
los pactos políticos exageró la evaluación del país para llamar la aten-
ción popular y aparecer como los superiores que estaban destinados a
dominar el Estado porque tenían mejores instrumentos y conocimien-
tos. Todo fue una quimera. Los pactos nunca fueron una fuerza unida
y bien articulada. La democracia pactada no pudo controlar a sus socios
políticos en función de compromisos futuros y lealtades legítimamente
democráticas. Las coaliciones fueron débiles para estructurar un solo
plan de gobierno debido a la ausencia de mecanismos de coordinación
política. Cada partido era una isla que buscaba sacar provecho inme-
diato y unilateral.
El modelo de la gobernabilidad careció de una capacidad de control
racional y estratégico del Estado. Aplicaron algunas directrices de la
economía de mercado junto con un conjunto de objetivos gubernamen- 69
tales extremadamente generales y ambiguos. La democracia pactada
tiene una profunda crisis de credibilidad ideológica, abandonó la inno-
vación y la renovación de líderes, dejando de transmitir una imagen
de dirección al no presentar metas y propuestas precisas de consolida-
ción democrática. Lo que queda es únicamente una lista de intenciones
sobre reformismo democrático y retóricas que apelan a la igualdad y
lucha contra la pobreza que ya no responden a las demandas de una
sociedad hastiada con los rostros de Jaime Paz Zamora, Jorge Quiroga,
Samuel Doria Medina y Sánchez de Lozada.
Asimismo, es un hecho que los partidos políticos perdieron el mono-
polio de la representación y canalización de las demandas sociales y
políticas en toda América Latina, apareciendo nuevos espacios que
privilegian más lo regional y local que el Estado Nacional. A su vez,
en todo el mundo existe un proceso de transformación de lo que es la
polis; es decir, aquel lugar donde se toman las decisiones respecto a la
marcha de una sociedad. Hoy día aspiramos a reconstruir la política
pero, al mismo tiempo, tratamos de fijarle barreras para evitar que ésta
se involucre con todo y atropelle con corrupción.
La política necesita contrapesos. El poder no puede hacer lo que
quiera y los políticos tampoco pueden tratar los ámbitos públicos como
si fueran privados. Esta necesidad de limitar el poder de los políticos
promovió la eliminación del monopolio de la representación a través
de los partidos. Sin embargo, esta reforma de los partidos trae el sur-
gimiento de espacios también autoritarios de ejercicio del poder. Así
nacen algunos líderes mesiánicos en los ámbitos locales y tótems imba-
tibles en las regiones con tradición caudillista que pueden ser un revés
70 para la administración del aparato público.
Esto fue igualmente visible en el caso peruano y brasileño donde
todo terminó mal, precisamente por la irrupción de outsiders: gente
que ingresa a la política pero que viene fuera de ésta, personas que tie-
nen éxito en el mundo de los medios de comunicación, los negocios o
los sindicatos, pero en el ámbito del sistema político sucumben ante
la corrupción, como el caso Fernando Collor de Melho (presidente de
Brasil 1990-1992) o las acciones dictatoriales de Alberto Fujimori (pre-
sidente de Perú 1990-2000). La crisis del sistema político en Bolivia y
la incapacidad de renovación democrática en el liderazgo de derecha e
izquierda, expresan diferentes formas huecas que no pueden transfor-
mar el ámbito de lo político.
Allí donde el sistema de representación pierde legitimidad, es muy
probable que los liderazgos carismáticos y personalistas que vienen
de otras dimensiones –no de la política– ocupen el espacio político.
La gravedad actual de la crisis hace que la sociedad civil rechace del
mismo modo a los outsiders, los cuales podrían tender a desaparecer,
por lo menos en teoría, en cuanto el sistema de partidos y el sistema
político de representación formal vuelvan a ser legítimos. Es decir, que
los partidos discutan aquellas cosas que tiene que discutir pues no van
a desterrar los liderazgos autoritarios de corte mesiánico por arte de
magia. Ahora bien, tampoco se trata de eliminar a los outsiders, sino de
evitar que invadan el terreno de la política, así como se trata de que la
política no invada el ámbito de la vida privada de cualquier ciudadano.
Los outsiders deben comprender que su legitimidad, cultivada en un
escenario fuera de la política, no es trasladable al ejercicio del poder
y la administración estatal. Allí donde brota una crisis del sistema de
partidos, la gente usa o promueve líderes carismáticos para el ámbito 71
que requieren pero, generalmente, no convierte su apoyo en votos y,
por lo tanto, la participación de las múltiples agrupaciones ciudadanas
constituye una superficie deleznable porque en lugar de representar los
intereses colectivos y nacionales, podrían copar espacios para la satis-
facción de gustos restringidos, haciéndonos tropezar con el sentido
trágico de la política.
La política como tragedia significa que hoy no se puede reconstituir
la idea de polis, Estado y sistema de partidos, desvaneciéndose las posi-
bilidades de recuperar las formas de consolidación democrática porque
grandes segmentos de la ciudadanía parecen buscar a la política sola-
mente para ganar dinero, insertarse de mejor manera en el mercado
y consumir; es decir, estamos en un ciclo histórico donde se desva-
lorizó la política, degeneraron las acciones colectivas y el sistema de
representación se convirtió en un negocio que degradó a la autoridad.
La política es ahora una actividad mediocre, anti-cívica y, finalmente,
trágica que muestra la destrucción del honor para no comprometerse
con los intereses de lo público y una auténtica sociedad democrática.
Discutir las implicaciones y vigencia de la hegemonía en los siste-
mas democráticos es fundamental. Una vez más, Antonio Gramsci se
convierte en el autor marxista que consideraba la hegemonía como la
creación de una síntesis muy elevada de dirección y predominio ideo-
lógico; es decir, una fusión de objetivos e intereses de las clases aliadas
y dominadas con los intereses de la clase dominante. La hegemonía
hace que todos sus factores ideológicos y de poder, se articulen en una
voluntad colectiva, convirtiéndose en el nuevo protagonista, con la
fuerza de aplicar transformaciones y ejecutar la revolución, mientras
72 dura el “proceso envolvente” de la hegemonía.
La hegemonía en los sistemas democráticos es un reto, tanto estra-
tégico como gerencial para deliberar, convencer, aplacar conflictos
desestabilizadores y refundar la autoridad estatal controlando todo tipo
de cambios. Para la hegemonía, el Estado podría ser entendido desde
el punto de vista cibernético; en decir, el proyecto hegemónico equi-
vale a saber modelar y dirigir el Estado como un verdadero “cerebro
para la sociedad”. El problema radica en la existencia, de forma explí-
cita o implícita, de un choque entre varios proyectos hegemónicos; es
decir, de actores, partidos y movimientos sociales que se expresan, de
manera pluralista, en las democracias competitivas.
Es importante desentrañar cuáles son los principios articuladores
de cualquier proyecto hegemónico, sean éstos autoritarios, donde se
trata de imponer cualquier orientación por la fuerza; totalitarios, que
aplican la violencia y el genocidio; deliberantes, en los cuales resalta el
combate de argumentos; y legitimadores, que utilizan recursos tecno-
lógicos donde dominan los medios de comunicación, la propaganda
y el pragmatismo para convencer a la opinión pública por medio de
ficciones discursivas momentáneas.
Toda hegemonía, debido a su raíz política de conducción estraté-
gica y guía estatal que une coerción y consenso, debe establecer una
verdadera renovación intelectual, simbólica y propositiva, cuyo fin es
convertirse en nuevas opciones de vida y tareas políticas con visiones
universalistas al interior de la sociedad civil.
En la actualidad, una hegemonía es la capacidad para imaginar ideas,
llevarlas a la práctica, generar consentimientos, persuadir, negociar y
lograr que las clases dominantes y dominadas confíen mutuamente
en un trayecto de beneficios colectivos. La hegemonía valora mucho 73
a las “ideas”, pues toda lucha ideológica entra en su pleno contenido
por medio del debate de diversas proposiciones.
Sin embargo, la hegemonía también implica cierta lógica militar
para destruir las viejas formas de dominación porque los nuevos prin-
cipios unificadores tratan de llegar a ser otra brújula que reorienta a las
viejas conductas, creencias y concepciones éticas: la hegemonía tiene
contenidos democráticos pero también autoritarios. ¿Será el régimen
democrático, en el fondo, una mezcla entre tolerancia y lucha a muerte
por obtener una nueva matriz cultural y estatal? La democracia exige
que toda idea sea discutida, cuestionada y relativizada, favoreciendo
diferentes estructuras de significados y legitimación. Al mismo tiempo,
la democracia busca ser un orden social fuerte que sobreviva a los con-
flictos disgregadores.
Los conflictos giran en torno a las intenciones que tienen los proyec-
tos hegemónicos para convertirse en un poder constituido, controlar el
Estado y generar nuevos aparatos de hegemonía. Éstos son una madeja
institucional que contribuye al sistema político para asegurar la domi-
nación-dirección, tratando de estrechar los lazos entre la sociedad civil
y sociedad política.
La importancia de las ideas y las estrategias para constituir un orden
con autoridad que no dude en utilizar la violencia cuando así se necesite,
tendrían que reflejarse también en una robusta metamorfosis intelectual
y moral. Por último, hegemonía y democracia parecen ser compatibles
con aquellas revoluciones simbólico-políticas que requieren grandes
reformas educativas, culturales, mentales, institucionales y militares.
74 De otro modo, las ilusiones hegemónicas se congelan en la violencia e
imposiciones instrumentales sin sentido. El sistema de partidos políticos
en Bolivia nunca estuvo a la altura de las exigencias de la consolida-
ción democrática y tampoco pudo construir un proyecto hegemónico
que implemente una estructura de dominación durable. Los partidos
se deslegitimaron y en algunos casos estuvieron a punto de destruirse.
Así, la democracia boliviana debe, necesariamente, reorientarse hacia la
imprescindible renovación y democratización de los partidos. De otro
modo, es altamente probable que regresen las dictaduras o se fortalez-
can las características autoritarias en el manejo del poder, aspecto que
también desinstitucionalizará y liquidará las posibilidades de subsis-
tencia de la democracia en el largo plazo.
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II
La derrota de Evo Morales en el
referéndum del 21 de febrero de 2016

Los intentos por legitimar una cuarta reelección presidencial para Evo
Morales, motivaron la organización de un Referendo Constitucional
el 21 de febrero de 2016. Morales fue vencido rotundamente por-
que la población se declaró en contra de la modificación del artículo
168 de la Constitución que prohíbe una nueva postulación del presi-
78 dente. La victoria del No a la reelección sirvió para poner un freno a
las aspiraciones políticas de una búsqueda hegemónica que puede ser
caracterizada como autoritarismo competitivo, lo cual significa apoyar
la realización de elecciones, consultas ciudadanas y utilizar diferentes
mecanismos democráticos para aparentar el fortalecimiento de la sobe-
ranía del pueblo. Sin embargo, el objetivo principal es la imposición de
una sola opción: la permanencia del MAS y Evo Morales en el poder.
El autoritarismo competitivo es una nueva estrategia antidemocrática
en la toma de decisiones donde trata de visualizarse una imposición
hegemónica que refuerce el caudillismo y el presidencialismo, abier-
tamente en contra de un sistema democrático de balances de poder y
pluralismo representativo. Alrededor de ciento cuarenta mil votos de
diferencia entre la opción ganadora del No sobre el Sí para modificar
la Constitución Política del Estado, cortaron la reelección del binomio
Evo Morales-Álvaro García Linera. Por lo tanto, estuvo claro que el
No permitió recuperar un compromiso democrático que Bolivia tiene,
precisamente para limitar la concentración del poder alrededor de una
sola persona y, si existe la posibilidad de que el MAS permanezca por
un largo tiempo en el sistema político, deberá ser con la existencia de
liderazgos y proyectos alternativos sin el caudillismo de Evo Morales.
El discurso dominante alrededor de Evo Morales, el poder indígena
y los movimientos sociales se han agotado. Hacia adelante, probable-
mente queda una visión de país donde se consolide la concepción de un
Estado Plurinacional, pero al mismo tiempo una nueva caracterización
que lleve a Bolivia hacia la unidad, mayor cohesión y convergencia. El
liderazgo de Evo Morales sigue siendo muy fuerte pero en el referén-
dum del 21 de febrero Morales polarizó demasiado y trató de dividir
drásticamente al país. Después de la derrota, los nuevos liderazgos que 79
se desarrollen al interior del MAS tendrían que hacer lo contrario, es
decir, convocar a la unidad y la posibilidad de una mayor integración
nacional. Junto con el deseo de proteger la estabilidad económica y
política, se encuentran las perspectivas de subsistencia democrática
más allá de un caudillo.
El triunfo del No, también fue otro freno para aquellos líderes de la
oposición llamados “tradicionales” porque ninguno de los opositores
pudo atribuirse victoria alguna. Diferentes encuestas de opinión polí-
tica demostraron que los liderazgos de Samuel Doria Medina, Jorge
Quiroga o Rubén Costas, siguen siendo vistos como parte del pasado
neoliberal y, en consecuencia, son resistidos por la población como alter-
nativa de cambio. Son liderazgos que pertenecen al pasado de los pactos
de gobernabilidad y está claro que no podrían competir con el MAS
para volver al poder porque tampoco ofrecen otro tipo de proyecto de
país. Los resultados del referendo deberán servir para que la oposición
repiense sus liderazgos nacionales y plantee proyectos alternativos para
enfrentar las elecciones presidenciales del año 2019.
La derrota de Morales también fue el fracaso de Álvaro García. Con
la nueva Constitución de 2009, el papel político en la toma de deci-
siones y el rol estratégico del Vicepresidente se acrecentó. Éste influye
en la política exterior y en las proyecciones hegemónicas del gobierno.
Sin embargo, Álvaro García demostró ser una personalidad fuerte-
mente antidemocrática. Debido al apretado margen de victoria entre
el No y el Sí a la reelección, García trató de confundir a la población
llamando a los resultados “empate técnico”, acusando a la oposición y
80 grandes sectores de utilizar el matonaje político. Su desesperación fue
muy clara pero no logró desvirtuar los resultados. Al final reconoció la
derrota pero no fue capaz de renunciar a su espíritu antidemocrático.
García Linera mintió a todo el país al decir que tenía un título uni-
versitario y le fue muy difícil explicar que no era licenciado en ninguna
carrera. Pudo decir la verdad desde un principio pero la retahíla de
mentiras sobre el ejercicio de la cátedra universitaria sin título antes
de ser Vicepresidente, le afectó bastante y restó credibilidad a sus pers-
pectivas concentradas en reemplazar, eventualmente, al liderazgo de
Evo Morales.
Actualmente, es muy temprano para imaginar a los liderazgos
sucesores de Evo y García Linera, pero es tiempo de pensar que la
representación política no deba sustentarse en sectores corporativos
como el movimiento cocalero, las cooperativas mineras o los sectores
sindicales campesinos, porque estos grupos de interés mostraron poca
solvencia para darle calidad a la gestión gubernamental. Los grupos
corporativos que apoyaron a Evo Morales con el pretexto de encarnar a
los movimientos sociales, se embarrancaron hacia la corrupción como
lo sucedido en el Fondo Indígena y, por estas razones, una renovación
de liderazgos es fundamental para llegar incluso a todos los círculos
del Poder Ejecutivo. Morales todavía se resiste a cambiar a varios de
sus ministros de Estado que, abiertamente, han destruido los mínimos
principios de gestión pública responsable.
Los movimientos sociales ya no son la base del proceso de cambio.
Éstos fueron sobredimensionados como una fuerza transformadora de
izquierda indianista. El ciego clientelismo, la prebenda y la compra
de dirigentes, funcionaron de manera más eficaz que una verdadera
convicción para obedecer a los movimientos sociales que no influyen 81
verdaderamente en la toma de decisiones del Estado, ni en las políticas
públicas. Solamente algunos dirigentes sindicales se beneficiaron con
recursos públicos en forma oscura e ilegal, desprestigiando a los movi-
mientos sociales y al discurso grandilocuente que enaltecía al poder y
la refundación de un Estado indígena. La rearticulación de los movi-
mientos sociales en función de otro proyecto político, dependerá de
los liderazgos de oposición y de las dinámicas políticas que son impre-
decibles como la debacle de Morales en el referendo del 21 de febrero.
Las federaciones cocaleras del Trópico de Cochabamba, organiza-
ciones sindicales de plena economía de mercado vinculadas al circuito
coca-cocaína de Bolivia, continúan presionando para forzar la reelec-
ción de Evo Morales. Saben que se oponen ilegalmente a los resultados
de un referendo democrático pero no les importa. Si Morales uti-
liza instrumentalmente a estos sindicatos y otros para burlarse de los
resultados del 21 de febrero, habrá iniciado un proceso de desestabi-
lización solamente por egocentrismo, favoreciendo la construcción de
una autoimagen autoritaria y errática que legitimará los peores temo-
res del país: Bolivia como víctima de un retroceso donde el Estado se
va convirtiendo en una mafia organizada. Su defensa de los pueblos
indígenas, del Estado Plurinacional y la democracia como revolución
cultural, sólo habrá sido una pose que la historia registrará como el
peor engaño en contra las expectativas de los que más sufren.

82 III
Después de Evo Morales ¿qué?: prospectivas
para la democracia en Bolivia

Introducción
Alrededor de toda América Latina resurge una vez más la preocupación
en torno a qué tipo de democracias han ido evolucionando los últimos
treinta y cinco años. ¿Con calidad, sin calidad, con posibilidades de
satisfacción plena en todos los ámbitos de la vida diaria? ¿Se trata de
una consolidación, fortalecimiento, debilitamiento, retroceso o imposi-
bilidad de tener un conjunto de democracias legítimas? ¿Los gobiernos
elegidos son poliarquías, es decir, intentos democratizadores vinculados
a instituciones débiles, caudillismos fuertes y culturas políticas autorita-
rias, pero con elecciones presidenciales de carácter únicamente formal?
Estas preguntas plantean diversas respuestas aunque confirman que
la gran mayoría de nuestros gobiernos democráticos están lejos de
impulsar una institucionalidad democrática duradera; es decir, lejos
de tener aparatos estatales eficientes, abiertos al escrutinio público, y
capaces de ser catalizadores del bienestar social. Así, destacan nega-
tivamente los callejones sin salida como la grave descomposición de
Venezuela con Nicolás Maduro, la dictadura velada de Daniel Ortega
en Nicaragua y las tentaciones neo-estalinistas de Evo Morales en Boli-
via, victorioso en las elecciones de 2005 y con ambiciones de re-lección
indefinida en 2018.
La discusión política sobre qué sucedería en Bolivia después de que 83
Evo Morales deje, eventualmente, el poder junto con el Movimiento
Al Socialismo (MAS), despierta la imaginación y la necesidad de llevar
adelante una prospectiva política necesaria. Su gobierno (enero 2006-
2018) estuvo signado por una constante campaña electoral, sin políticas
públicas definidas y ligado excesivamente al clientelismo con nuevos
grupos corporativos de poder como los campesinos cocaleros, mineros
cooperativistas y empresarios que buscaron contratos estatales sin nin-
guna responsabilidad democrática. A esto se suma una política exterior
sin rumbo, improvisada y sometida al influjo de actores muy poderosos
como China, que vendió a Bolivia una deuda externa de más de 5 mil
millones de dólares o la manipulación geo-estratégica de Irán, Rusia
y Cuba, países que encandilaron la ideología errática de Evo Morales,
quien solamente es capaz de repetir eslóganes anti-imperialistas, sin
ninguna evaluación clara de sus convicciones en el debate democrá-
tico de largo plazo.
Es fundamental sintetizar las lecciones ideológicas que resaltan en el
sistema político boliviano durante estos treinta y seis años de democra-
cia (1982-2018), reflexionando en torno a los aspectos más importantes
del debate político. Es ineludible encontrar cuáles son los aspectos prin-
cipales de dicho debate que podrían ser utilizados para reorientar los
liderazgos alternativos al de Evo Morales, a objeto de tener un plan-
teamiento fuerte respecto a cuáles serían las estrategias electorales, de
movilización y un mejor posicionamiento político respecto al conjunto
del sistema de partidos que debe reconstruirse para enfrentar las ten-
dencias estalinistas del MAS.
84 El gran daño a la democracia y a la sociedad boliviana, fue vender
un discurso de revolución e inclusión indígena cuando, en los hechos,
solamente se conformó una nueva élite de clase media que aprovechó
las influencias del poder estatal para enriquecerse a gran escala. El
caso más patético fue el Fondo Indígena, administrado y estructurado
por dirigentes indígenas urbanos y campesinos ambiciosos que logra-
ron desviar a cuentas personales, cerca de 35 millones de dólares por
medio de proyectos fantasmas y una actitud arrogante. La ex ministra
de Desarrollo Rural, actualmente procesada por corrupción, Nemecia
Achacollo, afirmó tajante que “ese dinero era de los indígenas y tenían
todo el derecho a comérselo, si así lo querían”. Los proyectos de desa-
rrollo en el gobierno de Evo Morales, fueron vistos por la nueva élite
morena y de raíz indígena, como una oportunidad para apropiarse
de fondos estatales, aprovechándose de su estancia en el poder. No
hubo una verdadera preocupación para transformar las instituciones
estatales, ni la gestión pública porque predominó la exuberancia ideo-
lógica, despreciándose todo aquello que pudiera identificarse con el
Estado democrático moderno.
Fue muy notorio que los sectores indianistas del MAS plantearan la
“descolonización del Estado” que, en el fondo, se convirtió únicamente
en la excusa para alterar las normativas y romper los criterios mínimos
de una gestión pública racional. En su lugar surgió con fuerza la impo-
sición de visiones unilaterales, el autoritarismo y la actitud exitista de
creer que el MAS, los dirigentes indianistas y el mismo Evo “jamás”
se equivocaban porque el error solamente podía venir de la derecha y
el capitalismo, pero no de los revolucionarios. Así reprodujeron una
conducta estalinista sutil pero destructiva como una serie de hechos de
corrupción que decepcionó rápidamente a los sectores más optimistas 85
de la izquierda boliviana.
Este ensayo destaca algunos problemas de la democracia y las encru-
cijadas, muchas veces irresueltas, en las que se encuentra el sistema
político en Bolivia. ¿Cómo será posible reconstruir o descartar al Estado
Plurinacional actualmente vigente? El corazón del régimen democrático
representativo, por el momento todavía no ha sufrido grandes cambios,
aunque se insista en una transición hacia una democracia étnica, directa
o participativa. Si bien se aprobó una nueva Constitución Política en
el año 2009, ésta continúa siendo en varios acápites un conjunto de
planteamientos retóricos que nunca se cumplieron en la realidad, sobre
todo por la existencia de una crisis institucional.
La re-elección a como dé lugar
El principal artículo constitucional que fue desacatado, es el referido al
tiempo de duración para los mandatos presidenciales. En el año 2007,
durante la Asamblea Constituyente, se propuso la reelección indefinida.
Posteriormente, Evo Morales se echó para atrás el año 2009 cuando
negoció con la oposición la aprobación final del texto constitucional.
En el año 2014 afirmó abiertamente que no cambiaría la Constitución
para ser reelegido pero incumplió su compromiso. Volvió a insistir y
llevó adelante el referéndum del 21 de febrero de 2016 donde perdió
su propuesta reeleccionista. Al año siguiente, 2017, llamó a la consulta
el “referéndum de la mentira” y sus asesores en el Poder Ejecutivo obli-
garon al Tribunal Constitucional para que se apruebe una resolución,
86 autorizando su reelección con carácter indefinido. Evo Morales forzó
el sistema político para orientarlo hacia un rumbo autoritario porque,
según él, la democracia es inviable sin su presidencia que también trata
de instaurar un sistema electoral de partido único.
Bolivia es un grave ejemplo de Estado anómico, intentos naciona-
lizadores para centralizar las decisiones económicas y políticas, así
como representa un tipo de democracia inestable, fuertemente incli-
nada hacia el regreso de la dictadura. El Estado pierde cada año 600
millones de dólares en la venta de combustible subvencionado que se
vende a 3 bolivianos por litro dentro del mercado interno. Luego, fruto
del contrabando que involucra a altos funcionarios estatales y milita-
res, el mismo litro de gasolina es contrabandeado a 7 ó 10 bolivianos
en Perú, Brasil y Argentina. La nacionalización de los hidrocarburos
fue una mentira gigantesca que atrajo millones para solventar diferen-
tes bonos con carácter populista, así como para seguir dependiendo
de la tecnología y la capacidad de inversión y exploración de las trans-
nacionales ligadas a Repsol, Petrobras o Total. Por costos recuperables
(costos de explotación de las empresas petroleras bajo los contratos de
riesgo compartido), el Estado boliviano ha llegado a pagar a las trans-
nacionales entre 200 y más de mil millones de dólares en el periodo
2006-2014.
En el ámbito estratégico de los hidrocarburos, Evo Morales prefi-
rió seguir con la lógica prebendal en Yacimientos Petrolíferos Fiscales
Bolivianos (YPFB), donde se cambió cada año, a lo largo de diez, a
todos los presidentes de esta corporación, cada uno más incompetente
que el otro. La estructura clientelar es tan fuerte que Morales dejó que
otra élite se haga cargo de millonarias pérdidas y millonarias estafas.
Los diez presidentes de YPFB han estado involucrados en escándalos 87
públicos de corrupción, tráfico de influencias y abusos de poder. La
anomia estatal es una estructura inveterada que Morales no pudo cam-
biar debido a su ignorancia. En el fondo, Evo es solamente una imagen
electoral sometida a una campaña permanente a través del canal tele-
visivo Bolivia TV y una red de televisoras donde se invierte cada año
cerca de 6 millones de dólares en publicidad política.
El MAS no reestructuró el aparato estatal, ni lo preparó para una
transformación profunda que responda a las principales exigencias de
la Constitución. Se observa claramente que el sistema democrático pre-
senta una obsolescencia institucional que se manifiesta en la desigualdad
e ineficiencia constante, donde los funcionarios de alto rango y los téc-
nicos responsables del diseño e implementación de las políticas públicas,
carecen de una carrera como funcionarios públicos.
Nadie tiene estabilidad laboral y mucho menos tienen profesiona-
lismo. Los servidores públicos más antiguos, sobrevivieron porque
dan entre 500 y mil dólares de su sueldo a los recaudadores políticos,
además de hacer la vista gorda y cocinar estadísticas cuando así se les
ordena. La última movilización de funcionarios para el “banderazo” y
la campaña de recuperación marítima del 10 de marzo de 2018, reu-
nió a miles sin ganas porque fueron obligados a blandir una tela de
195 kilómetros, en medio de una carretera inhóspita en el altiplano.
Quienes no asistieron fueron pasibles de un descuento del dos por
ciento de su salario.
Lo contrario a la obsolescencia es la modernización institucional que
equivale a la identificación de reglas de conducta claras, la capacidad
88 de instalar unidades de análisis estratégico en cada ministerio y la posi-
bilidad de desburocratizar las estructuras institucionales para facilitar
la toma de decisiones pero utilizando la ley, con el fin de evitar que la
arbitrariedad se propague, así como las amenazas de corrupción debido
al uso indebido del dinero estatal.
Los mensajes ideológicos en este ámbito deben ser precisos: se
requiere instituciones fuertes, con capacidad de previsión y respuesta
para resolver problemas del desarrollo concretos, sin utilizar la pola-
rización ideológica de izquierda y derecha que perjudique la toma de
decisiones, pues éstas deben ser sencillamente oportunas, con cono-
cimiento y respetuosas del conocimiento para que éste prevalezca
por encima del excesivo clientelismo. Evo Morales, en doce años de
gobierno, tiene las burocracias más pesadas de América Latina y vive
de irradiar discursos inútiles como la “descolonización estatal”, un
mensaje que siempre terminó en la nada. El Estado no llega a las
poblaciones rurales dispersas, es doblegado por el crimen organizado
y el contrabando, además de tener uno de los peores sistemas de edu-
cación y salud en el mundo.
Por lo tanto, en Bolivia es primordial proteger el concepto y la prác-
tica de la democracia representativa porque ésta continúa siendo el eje
del sistema político, incluso pensando en que la democracia comuni-
taria y directa desde los sectores más desposeídos y populares es una
enorme demanda sustentada en las bases de la sociedad civil. El hecho
es que todos los sectores sociales siempre buscan mejorar la represen-
tatividad de la democracia y del sistema político. Evo Morales intentó
destruir a los partidos políticos para favorecer una acción corporati-
vista. Bolivia no es una democracia multiétnica ni indígena, sino una
democracia corporativa con capacidad de veto e influencia directa por 89
parte de los allegados al presidente, como los productores de hoja de
coca y aquellos que han comprado esferas de poder gracias a sus apor-
tes a las campañas electorales.
Si bien en Bolivia la democracia participativa se amplió a más
espacios, como las Gobernaciones y los Gobiernos Municipales, la
democracia participativa muchas veces no funciona porque es presa
fácil del corporativismo. Esto quiere decir que algunos grupos de interés
bien organizados y con dinero, dominan para el logro de sus demandas
restringidas sin tener una visión nacional y, sobre todo, sin solidaridad
para dar beneficios a las mayorías más necesitadas. La organización
de diferentes referéndums como el revocatorio de mandato, los refe-
réndums de consulta sobre las autonomías y el referéndum del 21 de
febrero de 2016 donde se cerró las puertas para reelección de Evo
Morales, muestran que estos mecanismos de democracia directa no
son fáciles de operar.
De cualquier manera, debe insistirse en la necesidad de impedir la
reelección indefinida de Morales en lugar de romper, de hecho, con el
sistema democrático porque otro de los perjuicios causados por Evo a
la democracia, radica en la movilización de miles de campesinos e indí-
genas pobres, controlados con prebendas y la promesa de una Bolivia
que sería capaz de parecerse a Suiza, sobre todo por los, aproximada-
mente, 20 mil millones de dólares a los que tuvo acceso cuando los
precios de los hidrocarburos y minerales estaban a buen precio entre
2006 y 2014. Sin embargo, ninguno de los indígenas tiene capacidad
de decisión política porque el gobierno está monopolizado por una clase
90 media profesional insaciable de poder, dinero y llena de autoritarismo.
Para complicar la situación, toda consulta ciudadana, ya sea por
medio de referendos y otros instrumentos, muchas veces no fue vin-
culante. Evo Morales se negó a aceptar los resultados del referéndum
del 21 de febrero de 2016 que le dijo no a la reelección presidencial.
Tampoco reconoció la consulta en el territorio indígena protegido Isi-
boro Sécure (TIPNIS), donde prefirió seguir con la construcción de
una carretera, antes que compensar a los indígenas amazónicos que
buscan proteger la naturaleza y mejorar sus condiciones de vida. El
MAS y Evo optaron por favorecer la carretera, las empresas construc-
toras y las previsiones de largo plazo para la economía de la coca que
ganará mucho más, en lugar de los derechos indígenas y el derecho a
sobrevivir de la Madre Tierra.
La democracia representativa es un complemento directo, necesario
y viable junto con la democracia participativa y anti-elitista. Solamente
un juego abierto entre partidos políticos representativos podría recons-
truir la dinámica de los referéndums como instrumentos de decisión
política ligados a la voluntad popular. Los liderazgos alternativos a
Morales deben reivindicar la fortaleza de la democracia representativa
que muchas veces está sometida a enormes vulneraciones.
En términos ideológicos, es importante denunciar las vulneraciones
a la representación política, sobre todo identificando los corporativis-
mos nocivos que desacreditan a la democracia y evitan que los partidos
políticos funcionen de manera más dinámica para mostrar que la repre-
sentación siempre sea de carácter nacional y en beneficio de los intereses
de toda Bolivia o de las grandes mayorías, antes de sucumbir a la pre-
sión de intereses egoístas de cualquier corporativismo, ya sea sindical,
gremial o de algunas élites influyentes. En este caso, la élite sindical 91
de los productores de hoja de coca ha resultado ser altamente amena-
zante, antidemocrática y violenta.
El vicepresidente, Álvaro García Linera, es quien reitera constante-
mente que es un comunista de primer orden, una persona que jamás se
vio, ni se verá como funcionario público, sino como un revolucionario
marxista. Esta demagogia ideológica es la que erosiona la posibilidad
de entender el Estado como un escenario de cambio institucional y
servicio al bien común. En Bolivia, la ideología revolucionaria mues-
tra la existencia de un Estado sin gestión pública y esto es lo que explica
el fracaso rotundo de Evo Morales como presidente, aún a pesar de la
legitimidad social que lo llevó al poder hace doce años.
La crisis de Estado: el principal problema
El Ministerio de la Presidencia se convirtió en un escenario millona-
rio para distorsionar la democracia participativa, con la movilización
constante de adeptos sindicales y una discreta manipulación de contra-
tos con empresas chinas. El escándalo de la ex concubina de Morales,
Gabriela Zapata fue claro en exponer cómo el Ministerio, por un lado,
manipuló a campesinos, trabajadores y cocaleros, pero por otro lado
avaló el nombramiento de Zapata como gerente de la empresa china
CAMC, cuyos contratos con el Estado llegaron a 500 millones de
dólares. El show mediático fue tan intenso que el mismo Evo fue extor-
sionado por Zapata con un supuesto hijo para abrir, inevitablemente,
un proceso donde el tráfico de influencias y el enriquecimiento ilícito
92 implicaban al presidente y varios ministros.
El control del corporativismo no es fácil pues es una realidad polí-
tica que tampoco podría ser vencida de inmediato. El corporativismo
influye políticamente, ejerce presiones sistemáticas y tiene un poder
financiero en las campañas electorales. Evo Morales se benefició direc-
tamente de estas presiones en las presidenciales de 2009 y 2014. Sin
embargo, esto no significa que otro tipo de líderes democráticos no
tengan la posibilidad de superar varios problemas y negociar con el
corporativismo. En consecuencia, sería preferible que Bolivia obtenga
acuerdos de alcance medio con diferentes sectores corporativos sobre
aspectos concretos respecto al pago de impuestos, respeto del medio
ambiente y compromisos ecológicos. Esto es vital para controlar rigu-
rosamente a la minería cooperativista. Con los cocaleros, es importante
negociar temas de seguridad ciudadana, reducción del crimen orga-
nizado vinculado a los narcóticos y la trata de personas, junto con la
elaboración de una estrategia boliviana de posible legalización de las
drogas y acciones informativas para discutir con mayor profundidad
la problemática del narcotráfico y sus preocupantes ramificaciones en
las altas esferas del Estado.
Los desafíos de un nuevo líder demócrata radican en la posibilidad
de realizar una propuesta modernizante para la reforma del Estado,
junto con el reforzamiento de planteamientos con alto contenido social.
Bolivia necesita una reforma educativa más profunda y abierta a las
influencias de la globalización. Requiere una inversión de, por lo menos,
mil millones de dólares para construir hospitales y dotarse de tecno-
logía médica en sus nueve departamentos del país, y necesita también
una nueva estructura universitaria para implantar una revolución cien-
tífico-técnica e intelectual, acorde con la economía de la información y 93
el conocimiento del siglo XXI. En el aspecto político-ideológico, esto
exige que las alternativas a Evo Morales siempre se presenten ante los
medios de comunicación y la opinión pública como partidos polí-
ticos modernos y pragmáticos, cuya ventaja comparativa respecto al
MAS consistiría en sus habilidades para negociar y pactar en torno a
lo siguiente:

a) Una agenda electoral con el objetivo de difundir de manera más


dominante la estrategia de un país de productores que transforme el
patrón de la estructura productiva, sobre la base de una propuesta
económica menos paternalista y más afincada en una transforma-
ción educativa y de renovación universitaria, es decir, hacer énfasis
en una economía basada en los conocimientos.
b) Proyectos de gobernabilidad para garantizar la estabilidad del sistema
político. La tolerancia y la libertad de expresión es lo fundamental.
Evo Morales implantó desde 2011, una estrategia para amedrentar
a los medios de comunicación independientes y comprar la opinión
por medio de publicidad estatal. Esto también lo convierte en un
aprendiz de estalinismo, donde el MAS como partido hegemónico
siempre tiene la razón y aquel que se atreve a cuestionarlo, sufrirá
el escarnio del despido, la persecución y el espionaje para ser extor-
sionado emocional o laboralmente.
c) Soluciones y políticas públicas rescatables propuestas por el mismo
MAS pero explicitando que Evo Morales ha fracasado frente a los
corporativismos que vienen de los campesinos cocaleros, de los mine-
94 ros cooperativistas y de otros grupos gremiales o empresariales que
pretenden burlarse de la democracia representativa. Actualmente, lo
más rescatable de las políticas sociales es el pago de la Renta Digni-
dad para la tercera edad, el bono de permanencia escolar, la reforma
educativa Avelino Siñani-Elizardo Pérez, aunque sin los sesgos india-
nistas, y el régimen de autonomías o gobernaciones para garantizar
la estructura descentralizada del Estado.
d) Es fundamental mostrar que todavía es posible impulsar las deci-
siones de un líder que antepone los intereses de la Nación boliviana,
por encima de previsiones personalistas. Un nuevo líder democrático
debe reforzar su imagen como un reformador audaz, negociador y
con espíritu globalizado, con alto sentido de responsabilidad social
y capaz de articular coyunturas políticas que exijan la consolidación
de un centro político sin polarización. Esto beneficia un liderazgo
político que renuncia a sus ambiciones personales para transmitir
un tipo de liderazgo de mediación, consenso y construcción de esce-
narios de equilibrio, sin exclusiones.
e) Es imprescindible pactar un plan definitivo para superar la obsoles-
cencia institucional, especialmente en la Policía boliviana y todo el
Poder Judicial, dos ámbitos donde impera la impunidad y se repro-
duce la inseguridad ciudadana que daña el sistema democrático y
el Estado de Derecho. En los doce años de Evo Morales, la Policía
y el Ministerio Público son las instituciones que más violaron los
derechos humanos en Bolivia, debido a la extorsión y un sistema de
justicia basado en el dinero del más fuerte. Otro daño profundo que
Morales le hizo a la democracia, fue usurpar desde el Poder Ejecu-
tivo, las funciones de un Poder Judicial corrupto y acostumbrado
a chicanear. Desde el año 2009, el MAS inició un procedimiento 95
denominado judicialización de la política, donde persiguió con juicios
a varios ciudadanos, sobre todo con un caso denominado “terro-
rismo”, cuando se trataba solamente de otra estrategia estalinista
para descabezar violentamente a toda oposición política.
f) Las alternativas a Evo Morales y el MAS tienen que ser vistas como
nuevos liderazgos estratégicos de modernidad democrática. Esto
quiere decir que una nueva opción no se arriesgue a ser una oposi-
ción violenta contra el MAS, ni tampoco se convierta en una fuerza
de oposición desleal al sistema democrático para forzar su quiebra.
La capacidad de ser un líder estratégico se expresa en saber cómo
jugar sus posibilidades para acceder al poder político sin desespe-
ración y sabiendo cómo cuidarse las espaldas frente al avance de
amenazas dictatoriales.
En Bolivia, es fundamental trabajar en un liderazgo que renuncie a
sus comodidades, que fácilmente obtenga conocimiento y pueda reo-
rientar las decepciones que causó Evo Morales, aunque dentro de los
marcos difíciles de una estructura estatal que deje de intervenir en gran-
des sectores de la economía. En la actualidad, casi todas las empresas
estatales muestran señales de quiebra como la empresa de tecnología
de ensamblaje de computadoras Quipus, la empresa de papel Papelbol,
la de cartón Cartonbol, de lácteos, Lacteosbol, la Agencia Boliviana
Espacial, la planta de urea de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivia-
nos (YPFB) y de minerales Comibol. Se pensó que la nacionalización
y la dinámica planificada de una nostalgia comunista para controlar
los medios de producción, llevarían al régimen de Morales hacia una
96 revolución nacional y luego continental. Nada de esto dio resultados
satisfactorios. Todo fue un sueño y una pretenciosidad sencillamente
descomunal. Lo único que hizo el régimen fue aumentar los volúme-
nes de gasto fiscal para estimular la demanda interna.
La lista de quiebras se conectó con otro hecho insólito: el desfalco
de cinco millones de dólares en septiembre de 2017, donde un fun-
cionario de bajo rango en el Banco Unión, cuyo socio mayoritario es
el Estado, sacaba directamente de las bóvedas del banco el dinero en
bolsas de nylon sin control alguno. Este hecho fue tan patético que
todo el directorio renunció silenciosamente. El principal implicado,
un tipo de 29 años, vio que ingresaba al banco dinero a borbotones.
Armó una treta con conexiones internas y tomó la decisión de robar a
manos llenas porque, según él, “no robaba a los ahorristas, sino a los
que tenían de sobra”.
El lavado de dinero agrava todavía más la situación del Estado anó-
mico en Bolivia y, por lo tanto, la estabilidad macroeconómica es
momentánea y frágil, así como es terrible la descomposición en el
funcionamiento de impuestos nacionales, la manipulación de la inde-
pendencia del Banco Central de Bolivia, y de la Aduana que espantan
cualquier posibilidad de inversión extranjera directa.
Las claves ideológicas de un líder nacional alternativo a Evo, deben
expresarse en su habilidad para pactar con otros partidos de oposición
y con los actores sociales. Acercarse al pueblo sin tácticas clientelares
de corto plazo es imprescindible, salir a buscarlo y ser parte de los
estratos populares, interactuando con la gente y su vivencia cotidiana,
debe replantear la necesidad de pensar la equidad como el eje de una
agenda democrática para el bienestar social. El MAS y Evo Morales 97
acrecentaron la desigualdad donde hay ciudadanos que logran ingresos
de 400 dólares mensuales frente a empresarios privados y funciona-
rios políticos de élite que se llevan entre 5 y 10 mil dólares de sueldo.

Conclusiones
Evo Morales puede ser vencido si se presenta o surge un partido político
que pueda explotar los criterios de gobernabilidad política y demo-
crática, entendida como aquel sistema basado en el criterio de orden
político. Una de las paradojas de la democracia boliviana consiste en
aquel vaivén que va de la superación de todo tipo de exclusiones, hacia
la aceptación de presiones, demandas y conflictos que son sumamente
desestabilizadores con tendencia a la destrucción del mismo sistema
democrático.
El mensaje ideológico que debe asumir un nuevo líder, gira en torno
a la necesidad de construir y proteger el orden político, imaginando
formas de control de la ingobernabilidad y proponiendo la negociación
para desbaratar los conflictos más perjudiciales que, con el pretexto
de la participación democrática, buscan diseminar la anomia política.
Aquí destacan los campesinos cocaleros vinculados con la economía
del circuito coca-cocaína y aquellos dirigentes indígenas que sucum-
bieron ante la corrupción como el caso del Fondo Indígena.
El nuevo líder tiene que considerar la construcción de un centro
equilibrador sobre la base del impulso de la modernidad política como
criterio ideológico para rescatar la democracia representativa, pero
desde una identidad liberal democrática. Construir un sistema político
98 que domestique los problemas de ingobernabilidad, pero no desde un
modelo retórico, sino asumiendo algunos riesgos sobre cómo mane-
jar la presión de los intereses y actores corporativos, cómo gobernarlos,
cómo actuar dentro de un sistema político que sobrevive a pesar de
la influencia de los actores corporativistas, puesto que éstos no van a
desaparecer.
El liderazgo de oposición tiene que agregar un perfil de mayor agre-
sividad a su fuerza de atracción social, que combine con una imagen
que sabe cómo poner en práctica una serie de planteamientos. Boli-
via requiere de un hombre de acción y experiencia pero también más
transgresor, por la audacia para pensar un centro articulador que salva-
guarde el orden democrático. El camino hacia el centro del escenario
ideológico no es una estrategia en sí, sino la posibilidad de pensar en
un escenario político donde el líder de la democracia representativa
recuperada, se presente como el partido que articula un triángulo de
pactos con tres puntas: democracia, economía eficiente inserta en la
globalización y nacionalismo, evitando toda polarización que acaba
con cualquier posibilidad de desarrollo. En un escenario de centro,
el Estado Plurinacional puede ser complementado con la necesaria
modernización institucional. La noción de gobernabilidad democrá-
tica basada en pactos con los actores de hoy sin revanchismos, implica
que una nueva opción democrática tome el liderazgo en tres niveles:

a) Primero, la nueva alternativa podría ser vista claramente como un


partido que destaca por ser una alternativa política con una estrategia
de alianzas específica, cuyo objetivo sea convertirse en el contrapeso
que grandes sectores de la población están esperando ver frente al
régimen de Evo Morales. 99
b) Segundo, la política de pactos debe ir más allá de las fuerzas aliadas
y contemplar, inclusive, acuerdos con los adversarios, por ejemplo
con las tendencias más moderadas y rescatables del propio MAS,
en una primera instancia.
c) Tercero, el nuevo liderazgo tendría que relacionarse con diferentes
movimientos sociales y grupos corporativos, incorporándolos en
un mapa de acuerdos con las fuerzas sociales que se han empode-
rado y, en la actualidad, son un obstáculo para la reconstitución de
los partidos políticos. La estrategia de alianzas exige que un líder
alternativo imagine un modus vivendi con los movimientos sociales
corporativistas, pero al margen de prebendas nocivas para recons-
truir la institucionalidad del Estado.
La alternativa a Evo Morales necesita tender puentes y no pensar
ingenuamente que se va a reemplazar la Bolivia pre-moderna por otra
impecablemente pos-moderna. Esto también sería parte de un esce-
nario político que reconozca lo viable en el país, es decir, armar una
visión con la pre-modernidad y la defensa del orden democrático que
implique su modernización en los espacios que son susceptibles a esta
influencia. Encontrar la utilidad política y plantear una serie de fusio-
nes o transformaciones progresivas, exige priorizar los puntos más
importantes para contribuir a la transformación del presente, en fun-
ción de una necesaria renovación ideológica. La izquierda extremista
e indianista en Bolivia han fracasado pero, probablemente, la demo-
cracia representativa siga viva aunque a la cabeza de otro líder, capaz
100 de pelear a muerte por un nuevo rumbo.
Finalmente, la conmemoración de los dos años que pasaron desde el
21 de febrero de 2016, cuando en el referéndum se dijo no a la re-elec-
ción de Evo, mostró que en las principales capitales de todo el país, la
sociedad salió masivamente a las calles para exigir que su voto sea res-
petado. Morales menospreció estas marchas y bloqueos, reprimió las
manifestaciones y volvió a plantear que nadie puede violar su derecho
humano a ser elegido. Sin embargo, el Tribunal Constitucional que
aprobó la re-elección de Evo, dejó claro que el MAS está dispuesto a
idear las más absurdas posiciones para forzar la re-elección indefinida.
La suerte está echada y si Evo no da su brazo a torcer, el país puede
caer en una escalada de violencia con consecuencias indeseables. Evo
Morales es absolutamente reemplazable porque así está definido en la
Constitución y en las raíces del sistema democrático.
IV
La Constituyente en Bolivia diez años
después (2007-2017): Se cambió de
élite política, pero no de Estado

Entre el 6 de agosto de 2006 y el 6 de agosto de 2017 se realizó la


Asamblea Constituyente en Bolivia. La expectativa fue muy grande y
el proceso político desembocó en un nuevo texto constitucional que
fue sometido a un referéndum, aprobándose la nueva Constitución
en febrero de 2009. Este documento debió ser fruto de la Asamblea 101
Constituyente que desarrolló su trabajo en medio de recurrentes con-
flictos. Transcurridos diez años después del histórico evento se pueden
evaluar sus resultados como un proceso débil lleno de insuficiencias.
En un comienzo, las deliberaciones tenían la misión de transfor-
mar el Estado en su conjunto. Sin embargo, esto no fue así porque la
experiencia constituyente boliviana mostró que el esfuerzo por redac-
tar una Constitución en medio de intensos conflictos de clase, étnicos,
territoriales y partidarios, dio lugar a negociaciones políticas entre éli-
tes con el fin de mantener la estabilidad política y la gobernabilidad.
Las posibilidades de alcanzar una democracia directa junto con una
refundación estatal fueron imposibles.
El mejor aporte de la Constituyente es el capítulo de derechos. Esto
si comparamos la evolución del sistema democrático como un modelo
de Estado, un modelo de sociedad y un sistema de vida que en 36 años
de democracia en Bolivia (1982-2018) trató de generar una estructura
institucional más allá del autoritarismo. Los derechos son lo más impor-
tante que debe regir en cualquier sociedad democrática. Por ejemplo, si
no se hubiera enriquecido el capítulo de derechos en la Constitución,
en Bolivia no podría existir la Ley de Género donde se reconoce con
plena legitimidad el hecho de que las personas puedan optar por su
identidad sexual. Esta es una contribución de avanzada. Otro ejem-
plo es el derecho a acceder a los servicios básicos como el derecho al
agua, aunque su implementación sea otra cosa y la ciudad de La Paz,
sede de gobierno, haya soportado una grave crisis de desabastecimiento
entre octubre y diciembre de 2016. De cualquier manera, el capítulo
de derechos es muy positivo.
102 El resto de los capítulos se quedó como un catálogo increíble de
buenas intenciones. Es un conjunto de cláusulas y ambiciones para
transformar el Estado republicano y convertirlo en el llamado Estado
Plurinacional. Conjunto que se quedó achatado e imposibilitado de
implementarse. Específicamente, lo que se refiere a una profunda
reestructuración estatal en materia de funciones, competencias y orga-
nización, no logró efectivizarse con la nueva Constitución porque su
contenido no coincide con la existencia de un Estado fuerte.
El Estado Plurinacional se caracteriza simplemente por ser un cambio
de nombre. Bolivia es un Estado débil que no puede luchar contra el
narcotráfico, ni contra el contrabando, o contra el crimen organizado
pues está asediado constantemente por la corrupción. Es un Estado
indefenso en materia de políticas frente al cambio climático e inerme
cuando se trata del diseño de políticas serias para erradicar la pobreza
o mejorar la estructura del sistema de salud. En doce años de gobierno
de Evo Morales (2006-2018) y tras manejar más de 200 mil millones
de dólares, la pobreza pudo haberse erradicado pero hoy tenemos resul-
tados bastante insatisfactorios. China en veinte años (1980-2000) sacó
de la pobreza a 200 millones de personas bajo una economía de libre
mercado. Hay sobrada experiencia e información que habrían permi-
tido lograr que más del 90 por ciento de la población boliviana viva
tranquilamente por encima de la línea de la pobreza.
La reestructuración estatal de la Constitución no pudo aplicarse.
De hecho, la crisis de la justicia es tan profunda que se requiere una
transformación desde las instituciones académicas, los medios de comu-
nicación y desde diversas organizaciones de protección de los derechos
humanos. En el año 2016 se realizó una cumbre nacional de justicia.
Sin embargo, las exigencias, cláusulas y los puntos neurálgicos para 103
una reforma del Poder Judicial ya estaban establecidos en la Constitu-
ción nueva. O el gobierno se olvidó, o creyó que la Constitución era
insuficiente y se insistió en una reforma judicial que tampoco coin-
cidía con la institucionalidad que estuvo prevista en los debates de la
Asamblea Constituyente.
Otro aspecto está ligado al fenómeno del poder indígena. El india-
nismo y su posibilidad de transformar la democracia representativa
en una democracia intercultural, o en un Estado indígena que está
reconocido en la Constitución, hoy no tiene lugar en la realidad boli-
viana. El Estado boliviano del siglo XXI, en el periodo 2008-2018, es
un Estado desinstitucionalizado, acosado por tremendos problemas
de ineficiencia y corrupción. La crisis en el abastecimiento elemen-
tal del agua en la sede de gobierno del año 2016 mostró a un Estado
incompetente para proveer los servicios básicos. Por lo tanto, no es un
Estado ni indígena ni republicano. A diez años después de la Consti-
tuyente, a doce años del ejercicio del poder bajo un solo partido y un
solo presidente, Evo Morales, queda claro que el Estado sigue siendo
neoliberal, patrimonialista y clientelar.
Utilizando cifras oficiales del propio Gobierno, se comprueba que
la economía del Estado boliviano es una economía de mercado plena.
Tiene un sistema financiero muy fuerte, un volumen de inversión
pública que se canalizó a través del Estado y fortaleció el mercado
interno. En estos términos no se hizo sino reconocer la fuerza del mer-
cado como eje del desarrollo. La Constituyente no logró nada en contra
del Estado neoliberal que, supuestamente, quería desbaratar.
Lo que sí existe es un espíritu declarativo de corte comunitario e
104 indianista, pero de eso no se implementó nada. En Bolivia, el Estado
reconoce al mercado y al desarrollo capitalista como uno de los moto-
res fundamentales, debido a la fuerza de los hechos en la realidad. Sin
embargo, democrática e institucionalmente, el Estado boliviano sigue
siendo frágil porque está afectado con la falta de transparencia y la
penetración de grupos corporativos en el gobierno. Este no es un fenó-
meno nuevo, sino que ya había penetrado también al anterior Estado
neoliberal republicano (1982-2005). En la lógica actual aún predomina
la prebenda y se rompe la institucionalidad estatal que debe prevale-
cer por encima de todo. Es más importante la defensa de los intereses
públicos y la sociedad como conglomerado democrático, con el fin de
combatir los intereses personalistas, corporativos o restringidos de las
conductas patrimonialistas.
En el presente Estado Plurinacional, los actuales gobernantes son la
expresión de una clase política nueva, altamente eficiente en la forma
de administrar la correlación de fuerzas para permanecer controlando
el gobierno sin contrapesos ni transparencia; es decir, controlar el nudo
de la praxis política que es mantenerse en el poder. Nadie hace política
sólo por beneficencia o simbolismo, la hace porque quiere conservar
el poder. Así se generó una nueva clase política que responde a ciertos
intereses de los movimientos sociales, que es contraria retóricamente a
la economía de mercado y fuertemente crítica hacia los partidos neo-
liberales tradicionales. La nueva élite política fue muy eficiente en la
manipulación del poder con el fin de perpetuarse en el gobierno, aban-
donando la Constitución para beneficio de inventario.
Vale la pena destacar que el gobierno y sus operadores tuvieron alta
eficacia al lograr que se apruebe la Constitución en el referéndum del
año 2009, un texto que en los hechos no fue escrito en la Asamblea. Las 105
actuales élites gubernamentales también fueron eficaces para concertar
varias cláusulas constitucionales con las élites de la derecha autono-
mista el año 2008, restando capacidad política a la instauración de un
Estado de orientación más indígena. La derecha buscaba consolidar una
estructura estatal descentralizada que viabilice las autonomías depar-
tamentales y lo consiguió. La Constitución, entonces, representa un
ordenamiento que mezcla la ideología indianista, expectativas socia-
listas y el credo de la democracia liberal al mismo tiempo. Es por esto
que todo el texto es brillantemente declarativo y alejado de la realidad
política. Cambiamos de élite política pero no de Estado.
Quizás las raíces del fracaso en la construcción de un nuevo Estado
se plantaron durante la Asamblea Constituyente que naufragó tem-
pranamente. Fueron cinco las razones del fracaso. Primero, una falta
de convencimiento ideológico y democrático de los 255 asambleístas
quienes nunca creyeron que en sus manos estaba la transformación del
país. Llegaron a la capital Sucre, cargados de incertidumbre, temero-
sos, con criterios políticos tradicionales y sin ideas innovadoras. Nunca
estuvieron convencidos de los grandes cambios que pudieron haber
aportado. Casi nadie valoró aquella oportunidad histórica.
El segundo factor del descalabro fue una polarización prematura
entre la oposición de la autonomía territorial que representaba la dere-
cha y los constituyentes del Movimiento Al Socialismo (MAS). Unos
expresaron posturas intolerantes que bloquearon las posibilidades de
entendimiento democrático, mientras que otros constituyentes sólo
esperaban las órdenes de la Presidencia y la Vicepresidencia.
La tercera causa fue no haber dejado trabajar con calma a las 21
106 comisiones. Hubo demasiada gente tratando de “ayudar” pero en vez de
eso perturbó el ambiente de trabajo serio y sistemático. La abundancia
de Organizaciones No Gubernamentales, organismos internacionales,
visitantes externos y curiosos, trastornó y confundió a la Constituyente.
El papel de varias ONG que querían lograr dinero a costa de la Asam-
blea o acomodar dinero para, supuestamente, “socorrer”, fue terrible y
enormemente perjudicial. Todos querían mover un avispero. No deja-
ron que los diputados constituyentes piensen con calma, negocien y
dialoguen independientemente. Hubo demasiada intromisión de todo
el mundo sin apoyar un trabajo más responsable con el país.
El cuarto factor fue la incapacidad técnica de las comisiones, tanto
de la oposición como del oficialismo. La fragmentación entre asambleís-
tas de izquierda, derecha y centro, hizo imposible que puedan procesar
la enorme cantidad de información que se recopiló en los talleres de
consulta. Por último, el quinto factor de fracaso fue una estrategia de
la derecha autonomista: venderle a los habitantes de la ciudad de Sucre
la idea de la “capitalidad plena”. Con esto desestabilizaron la Consti-
tuyente. Los sucrenses se compraron la causa, encendieron Sucre con
violencia y quisieron prenderle fuego al país. Al final, lo único que
consiguieron fue destruir la Asamblea Constituyente porque, diez
años después, no lograron nada sólido en torno a la falaz demanda de
recuperar la capitalidad plena.
En el plano de las soluciones alternativas, el Congreso debió haber
otorgado a la Asamblea, de antemano, un marco institucionalizado de
trabajo, por ejemplo, un reglamento de debates y la identificación de
un conjunto de comisiones más limitado junto con tareas concretas y
viables. La Constituyente tardó tres meses en organizarse y estableció
nada menos que 21 comisiones de trabajo. Algo exagerado y sin nin- 107
gún criterio técnico útil, estratégico o gerencial. Todo pareció hacerse
sin criterio técnico ni metódico.
Faltó también una directiva eficiente. La directiva de la Constitu-
yente no estuvo a la altura del desafío histórico. Le faltó un líder con
capacidad profesional, con más habilidad propositiva y una visión
política de largo plazo para mirar una Bolivia pacíficamente transfor-
mada. En general, los diputados constituyentes pasaron desapercibidos
y frustrados sin haber podido escribir la Constitución. Hoy día no se
los recuerda, ni son protagonistas en los grandes retos que enfrenta el
país como la despolitización del Poder Judicial o el control y castigo
de la corrupción. La gran mayoría desapareció del mapa político sin
pena ni gloria.
Todo hubiera funcionado mucho mejor si se hubiese otorgado a los
asambleístas una mayor autonomía para la toma de decisiones. Era
necesaria una concertación política para que el MAS, Evo Morales y la
derecha autonomista no interfieran desde afuera en la discusión y redac-
ción del texto constitucional. Sin embargo, también hubo excepciones
muy dignas. Diputados constituyentes que se esmeraron por aportar y
estudiar. Entre ellos fue destacable el trabajo de Loyola Guzmán, cons-
tituyente del MAS en aquel entonces. Su trabajo ideológico, imparcial
y humano fue muy digno. Demostró una conducta serena y nada
conflictiva que prefería negociar en armonía con criterios tolerantes.
Desafortunadamente en el MAS no le dieron un espacio de liderazgo.
En síntesis, debió respetarse la autonomía de los constituyentes, pero
las influencias políticas que venían por fuera de la Asamblea, termi-
naron por incomodar la concentración, desbaratar acuerdos, impulsar
108 la intolerancia, el dogmatismo secante y el intento por cortar las alas
de toda propuesta para refundar un Estado que tampoco estuvo a la
altura de una transformación histórica.
La Constitución boliviana es un testimonio de cómo en la democracia
de masas contemporánea, y en medio de una crisis de gobernabili-
dad, es imposible escribir un pacto político fundacional por medio de
instituciones de democracia directa. La efectividad de todo esfuerzo
constitucional, pasa por tener un Estado que sea fuerte de antemano
y por tener una cultura política de plena tolerancia democrática. Sin
estos requisitos elementales, todo es un conjunto retórico que oculta los
viejos patrones estatales, reproduciéndose un absolutismo destructivo.
V
Las ambiguas nubes de
polvo de Carlos Mesa

La re-elección de Evo Morales enciende muchas discusiones. ¿Real-


mente se está enfocando claramente el problema? Los resultados del
Referéndum de 2016 fueron contundentes: la población decidió no
modificar la Constitución. Por lo tanto, no sería posible la cuarta postu-
lación de Evo Morales en las elecciones del año 2020. Sin embargo, una
pregunta tan simple que polariza la consulta entre “está” o “no está de 109
acuerdo” (la opción del No logró 51%, frente a un Sí de 48,7%), expresa
que el apoyo electoral a favor de Evo no desaparecerá de inmediato.
Las elecciones presidenciales, sin embargo, no son tan cerradas. Con
una serie de candidatos, el voto se fragmenta y dispersa la voluntad de
los ciudadanos. Además, según las encuestas de intención de voto, Evo
Morales sigue encabezando las lealtades electorales porque los demás
líderes tienen una seria debilidad: carecen de unidad y de programa
político con opciones ideológicas y ofertas concretas para revertir la
fuerza que aún posee Evo. Los medios de comunicación, casi unáni-
memente, consideran al Presidente como la figura central del sistema
político. No hay una encuesta de opinión que prescinda de Evo Mora-
les. Esto derrumba, indirectamente, la victoria del No. Parece increíble
pero estamos ante la hiper-normalización de la política.
El concepto de hiper-normalización pertenece a Alexei Yurchak y
se refleja dramáticamente en su libro “Everything was Forever, Until
it was No More: The Last Soviet Generation” (2015). En los últimos
años de la sociedad soviética, la gente no quería reconocer la implo-
sión del sistema y odiaba pensar que podía caer en cualquier momento.
El comunismo se esfumó y las ilusiones por una sociedad superior al
capitalismo, sencillamente resultaron ser una pantomima peligrosa que
hipnotizó a millones para luego desaparecer como una mentira en la
que nadie creía. Este es el reino de la política: la falsedad “normali-
zada” que se acrecienta cuando no es posible ofrecer otra alternativa.
Asimismo, la hiper-normalización es una forma en la que los líderes
políticos no tienen el control de varias situaciones, aún a pesar de creer
110 que sería posible doblegar a la realidad con sus discursos e ideologías.
El Partido Comunista de la Unión Soviética pesaba hasta el último
momento que retomaría el control del país pero no era así. Perdieron
el poder y se consideraba normal seguir hablando del comunismo, aun
cuando éste no significaba absolutamente nada.
Lo contradictorio o inaceptable desde el punto de vista racional y
ético, es aceptado sin reticencias debido a la hiper-normalización que
la gente asume, al no percibir otras formas más valiosas para cam-
biar. El discurso súper inflado, la narración de la realidad como una
épica, el hablar de forma exuberante para distorsionar el contexto real
o construir un mundo inverosímil, también caracteriza a los periodis-
tas y a los vendedores de humo. En Bolivia, la prensa está inserta en
un mundo hiper-normalizado y es aquí donde se hace un gran nego-
cio y donde Carlos Mesa representa una figura notoria, tanto de los
liderazgos mediáticos, como de la cultura autoritaria que prefiere una
imagen virtual dentro de los medios de comunicación, aparentemente
impoluta y, al mismo tiempo, egoísta. Aquí la hiper-normalización se
levanta como escenario de descontrol y es por esto que muchos optan
solamente por hablar y desfigurar la realidad, antes que intentar cam-
biarla o dirigirla.
En medio de una serie de incertidumbres sobre cuáles serían los lide-
razgos alternativos en el debate sobre la re-elección, Carlos D. Mesa no
es una alternativa frente a Evo Morales, aunque critique con vehemencia
su pretensión de mantenerse en el poder. Mesa encarna una persona-
lidad ambigua. Es portavoz de Evo en el tema marítimo desde el año
2013, tiene un salario y le debe subordinación dentro de una jerarquía
reconocida en la Constitución. El Presidente es la cabeza del Estado y
del Poder Ejecutivo, mientras que Mesa es un funcionario de menor 111
rango que está supeditado a las directrices de las autoridades políticas
que definen por dónde ir en las decisiones estatales. Sin embargo, se
da el lujo de cuestionar la re-elección con energía, mostrándose como
abanderado de la democracia. Esta ambigüedad tiene una sola direc-
ción: confundir a la sociedad porque, supuestamente, Mesa estaría por
encima de las contradicciones.
¿Dónde salta la hiper-normalización? Aparece en el momento en que
Mesa todavía simboliza la defensa ideológica y mediática más fiel del
neoliberalismo entre 1989 y 2005, año de su caída como presidente
accidental. Con esto su ambigüedad crece mucho más. Fue gonista
convencido y sembró un camino exitoso como influyente periodista.
Mesa es un líder pusilánime, sin partido político, sin convicciones éti-
cas y con lealtades a medias, pues abandonó a Sánchez de Lozada en
los momentos más difíciles, postergando incluso la convocatoria a las
elecciones presidenciales después de la crisis de octubre de 2003. El
17 de octubre dijo ante el Congreso que organizaría las elecciones en
tres meses pero pudo más su egolatría para tratar de permanecer en el
poder hasta el año 2005. Fue el único presidente de América Latina
que también se dio el lujo de renunciar tres veces y hoy trata de sacar
la cabeza como opción al MAS pero no es así.
Evo no desaparecerá de la escena, sencillamente porque la oposición
no tiene otra alternativa de liderazgo con articulación nacional. Mesa
repudia la probabilidad de tener un desenlace hiper-normalizado: la
cuarta elección de Evo. Pero tampoco está en entredicho la continui-
dad de una economía de mercado, bastante estable en comparación con
el pasado 1985-2005. La violación a los derechos humanos, el cliente-
112 lismo, corrupción e incumplimiento de deberes que acosa al gobierno
actual, también fue una marca hiper-normalizada de otros regímenes.
Mesa critica, se aleja y se acerca como su última alabanza a Evo por su
discurso frente a las Naciones Unidas el 5 de junio de 2017. Debe deci-
dirse porque podría ser un excelente candidato hiper-normalizado a la
vicepresidencia junto a Evo. La sociedad escogerá: seguir la hiper-nor-
malización o cambiar de rumbo.
Las indecisiones críticas de Mesa solamente hacen daño sin aportar
soluciones. En el fondo, Carlos Mesa sabe muy bien que si se lanza
como candidato a la presidencia y eventualmente gana, tendría que
enfrentar serios conflictos en la lucha por reconstruir la sociedad y lo
que queda del Estado. Por esto, prefiere que otro experimente la derrota
y el trago amargo de la ingobernabilidad. Después de esto, él se pre-
sentaría como salvador para retomar el orden. Obviamente, siempre
y cuando un gobierno de transición después de Evo Morales sufra la
parte más difícil. Esta ambición, también ambigua, lo coloca como
un líder mediático que puede hacer más con la palabra, la ficción y la
televisión, antes de esforzarse por ofrecer un liderazgo político con la
capacidad para cambiar la realidad.
Finalmente, la última hazaña hiper-normalizada fue no presentarse
en la Corte de Florida para declarar en contra del expresidente Goni
Sánchez de Lozada por los delitos de lesa humanidad cometidos en
octubre de 2003. Su testimonio era fundamental. Carlos Mesa y el
debate sobre la re-elección, constituyen más una nube de polvo, antes
que argumentos y actitudes éticas para beneficiar a la democracia. Mesa
es totalmente anti-ético, hábil falseador de la realidad y sería un grave
error suponer que él pudiera convertirse en una alternativa para des-
baratar al MAS. En todo caso, sus columnas y apariciones mediáticas 113
continúan siendo el ejemplo vivo de la exuberancia discursiva. Es la
hiper-normalización que, por último, debemos derrotar para descubrir
la verdad, sacudir el polvo de nuestros zapatos y reinventar una demo-
cracia ética, dialogada, reflexiva y racional, para lo cual Carlos Mesa
solamente es una vacía cámara de resonancia.
VI
Incertidumbres e inestabilidad
del sistema democrático

Llegó la hora de evaluar con sinceridad el sistema político democrá-


tico. Primero para exorcizar las hipocresías de aquellos que callaron
para apoyar proyectos autoritarios y, segundo, para clarificar los rum-
bos de la recuperación institucional después de cierta bulla indianista
que se transformó en pretexto para hacer mal las cosas y destruir las
114 posibilidades de una reforma estatal moderna.
Evaluar la democracia en Bolivia implica una tarea titánica, no sólo
por la cantidad de datos históricos que demanda esta labor, sino tam-
bién por la naturaleza difícil para caracterizar los logros, deficiencias y
debilidades. Bolivia tuvo una travesía muy particular, especialmente
desde las históricas elecciones presidenciales del año 2005, cuando la
democracia salió a flote, refutando las previsiones fatalistas que ron-
daban aquel entonces. Contradiciendo las posiciones apocalípticas, se
puede afirmar que Bolivia nunca estuvo al borde de una guerra civil,
ni tampoco frente a conflictos interétnicos violentos desde la renuncia
de Sánchez de Lozada en octubre de 2003.
Al explicar el porqué del péndulo entre la renuncia de Sánchez de
Lozada y el advenimiento de Evo Morales, con datos objetivos pode-
mos aseverar que la gobernabilidad democrática permitió la expresión
de los movimientos sociales y otras fuerzas de oposición antisistémicas
que al conquistar el poder, reprodujeron patrones de comportamiento
conservador y por demás desleales con la democracia: polarización que
dividió al país entre izquierda y derecha, nacionalización y economía
de mercado, políticas sociales y propuestas rentistas improductivas, así
como el choque entre la institucionalidad moderna occidental e ima-
ginarios utópicos que no sirven para solucionar problemas complejos,
como todas las concepciones indianistas.
La evaluación del sistema democrático tendría que concentrarse
en el periodo que va del año 2005 al presente 2018. Las elecciones
presidenciales que dieron el triunfo a Evo Morales, también estuvie-
ron acompañadas de las elecciones prefecturales (hoy Gobernaciones),
momento en el cual surgieron con particular influencia las deman-
das autonómicas. Desde entonces, Bolivia fue sacudida por presiones 115
enraizadas en intensas movilizaciones indígenas, sindicales, corpora-
tivas, municipales y cívicas que planteaban un típico debate en torno
a dónde reside, finalmente, la “soberanía” de una democracia.
Los conflictos sobre las fuentes de la soberanía representan uno de
los ejes en el ejercicio del poder político. Si la “soberanía es el ejercicio
de la voluntad general”, entonces cualquier sistema democrático nunca
podría separarse de las tensiones generadas por una soberanía popular
que es inalienable, y donde el poder puede ser delegado y transmitido
a un conjunto de representantes, pero nunca la voluntad del pueblo
soberano. Aquí, el poder no permanece como un monopolio de la
representación –sea de los partidos o de algunas instituciones demo-
cráticas– porque es mucho más determinante la fuerza de la soberanía
que radica en la voluntad general. Ésta sólo se representaría a sí misma
y, por lo tanto, sería el núcleo de visiones opuestas y múltiples contra-
dicciones de la democracia en Bolivia.
El sistema democrático evidencia un enorme deterioro, tanto ins-
titucional como ideológico, que va empeorando con modificaciones
forzadas a la Constitución y los intentos para extender el periodo del
mandato presidencial. La reelección trae distorsiones a la estructura de
representación y bloquea las posibilidades de introducir varios límites
en el ejercicio del poder.
El imponer la reelección de Evo Morales hará que grandes segmen-
tos de la sociedad se decepcionen todavía más con el desempeño de la
democracia, especialmente en cuanto a la administración económica
eficiente y al alivio de la pobreza y la desigualdad. Bolivia aún vive
116 una serie de conflictos que expresan una constante rivalidad entre las
visiones de una democracia representativa (que planteaba un tipo de
integración sistémica con la economía de mercado y la administración a
cargo de los partidos políticos), frente a otras concepciones que defien-
den la integración política multicultural, con alternativas de decisión
sobre la base de instituciones de democracia directa cuyos resultados
también son inciertos y probablemente destructivos. Pero desde todo
punto de vista, una reelección constante del presidente, termina des-
truyendo cualquier opción de estabilidad y consolidación democrática.
VII
Grandes decepciones

Analizar doce años de gobierno de Evo Morales y el Movimiento al


Socialismo (MAS) (2006-2018) siempre exige la evaluación de dife-
rentes aspectos. Primero para comparar los objetivos iniciales con los
cuales comenzó su gestión presidencial en el año 2006 y, en segundo
lugar, para analizar si es posible una reorientación de varias acciones
en caso de existir obstáculos o enfrentar simples decepciones que nos
sorprendieron después de un tiempo porque no podíamos haber ima- 117
ginado una serie de circunstancias azarosas.
La decepción política más grande por la magnitud de los hechos de
corrupción en el año 2015 fue, sin lugar a dudas, lo sucedido con el
Fondo Indígena. Francamente dilapidaron el dinero, no solamente en
medio de una absoluta falta de transparencia e hipocresía, sino que la
información que va saliendo a luz muestra que todos los miembros del
directorio de dicho fondo sabían de antemano que estaban violando las
mínimas normas estatales de control financiero. Al mismo tiempo, la
presidenta del Fondo, Nemecia Achacollo y los principales dirigentes
indígenas y campesinos, habían contratado diferentes “técnicos” para
que formularan proyectos, a sabiendas que no tenían la intención de
implementarlos, puesto que habían tramado justificar algunos presu-
puestos y luego cobrar los montos.
Desde un principio, muchos proyectos no gozaban de la solvencia
técnica o los estudios de factibilidad, pero se imaginaron una forma
que pudiera, formalmente, iniciar el trámite para conseguir el dinero,
aunque posteriormente estaban pensando en cobrar jugosos dividendos
que, aparentemente, no iban a ser monitoreados debido a la influencia
política de Achacollo y el peso político que representan algunas deci-
siones estratégicas para el acceso a recursos inmediatos y cuantiosos. Es
esto lo que nos obliga a una crítica y evaluación rigurosa de este hecho
de corrupción, que no es nuevo en la historia de Bolivia pero revela
una mentalidad perteneciente a los dirigentes campesinos e indígenas
donde se traicionó de manera flagrante los anhelos de desarrollo de
cientos de comunidades que habían puesto sus sueños en las posibi-
118 lidades de tener proyectos sólidos junto con dirigentes que provienen
directamente de los pueblos indígenas, sindicatos campesinos y orga-
nizaciones políticas que habían enarbolado el discurso del proceso
de cambio, justamente en nombre de los pueblos indígenas, siempre
pobres, marginados y despreciados.
La realidad fue una sola, como una sola es la decepción lacerante:
los representantes indígenas y campesinos son capaces de cometer los
peores delitos, colocándose a la altura de cualquier otro segmento de
las élites blancas y traidoras de oportunidades, tal y como ha sucedido
en Bolivia desde la época colonial. Al parecer, lo único importante es
favorecerse en términos personales, considerando que la llegada al poder
es como tener acceso a un billete de lotería para sacar el máximo de
tajada o beneficios, privilegiando todo tipo de intereses privados, antes
de pensar que sea el Estado boliviano quien deba fortalecerse y con-
seguir que el desarrollo realmente pueda llegar a los más necesitados.
Tanto criticaron las políticas de privatización y tanto atacaron a las
viejas élites neoliberales de asaltar al país que cuando los dirigentes
indígenas llegaron a pisar una porción del poder estatal para obte-
ner buenos billetes, terminaron por violar de una manera inigualable
cualquier otro pacto de transformación para beneficiar a los pueblos
indígenas. Se dice que la ignorancia estúpida llegó a tal extremo, que
la ex ministra Achacollo habría afirmado una célebre frase: “por qué
nos tienen que observar si teníamos derecho a comer ese dinero que
era nuestro”. En caso de ser verdad esta odiosa declaración, entonces
estamos frente a gente de poca valía, simples pillos que cuando vieron
la ocasión, juzgaron correcto echar mano de fondos públicos a los cua-
les los consideraron un nuevo tipo de propiedad privada: aprovechar la
circunstancia, comerse la plata y mandar al diablo el profesionalismo, 119
o la conciencia bien lograda para plantar en el espíritu la semilla sólida
de la confianza, pensado en los demás, en aquellos que esperan tener
una representación que piense en los otros y deje de lado toda ambi-
ción egoísta.
El daño ya está hecho, pero también la verdad va apareciendo. El
discurso efusivo y exuberante para cambiar de nombre al Estado y
plantear la nueva época plurinacional, no fue más que una tremenda
decepción donde la hez no podía apestar peor. Entonces, lo que corres-
ponde es sacudirse la basura y sacarse el polvo de los zapatos porque
nada positivo puede esperarse de ciertos dirigentes. El caso del Fondo
Indígena fue la apuesta que echó a la agua cualquier otro logro de doce
años de gobierno donde los más bandidos tomaron el poder y se bene-
ficiaron cínicamente.
La Central Obrera Boliviana (COB): vanidad de
vanidades y escenario de intereses personalistas
Otra gran decepción fue la degradación de la vieja COB. Dentro de
la historia política de América Latina, la implementación del Decreto
Supremo de ajuste estructural 21060 en Bolivia, significó una profunda
reconfiguración estatal y económica, desbaratándose por completo todo
un modelo de Estado que había nacido en 1952. Así llegó la era de la
economía de mercado que, simultáneamente, destruyó las capacidades
organizacionales y políticas del movimiento obrero. La discusión his-
tórico-política en Bolivia nos exige reflexionar, por lo tanto, sobre el
destino histórico que atravesó la COB, como aquel instrumento polí-
tico sindical que en algún momento fue capaz de modelar por cerca de
120 cuarenta años la trayectoria de la clase obrera. Hoy día es una organi-
zación que reproduce el personalismo, presenta demandas únicamente
salariales y se alía con el poder oficial, a cambio de puestos guberna-
mentales, archivando para siempre su pasado revolucionario. En la COB
todo es banalidad para alcanzar logros insignificantes de corto plazo.
En el recorrido histórico, es importante recordar el rechazo que hizo
el ampliado de la COB al informe de la comisión en 1996, cuando se
investigaban denuncias de corrupción sindical. La investigación fue
promovida por el ex Secretario Ejecutivo, Edgar Ramírez. Las denun-
cias de corrupción, no solamente causaron estupor y malestar en el
movimiento sindical, sino que dieron a conocer cuan banales eran (y
son) las prácticas políticas de aquella institución que todavía se enor-
gullecía ser el alma ética y revolucionaria de la sociedad civil.
Todos los esfuerzos de la comisión investigadora, integrada por his-
tóricos dirigentes, no sólo lanzaron disparos al aire, sino que se vieron
atrapados en una tormenta donde ya nada tenían que hacer las posi-
ciones ideológicas. Por el contrario, los viejos y recalcitrantes discursos
quedaron sepultados para siempre, pues el ampliado del 20 de noviem-
bre del 97 desnudó íntegramente la lógica de intereses puros con los que
siempre convivió la COB: pugnas entre facciones, privilegios velados
y prerrogativas políticas de altos burócratas sindicales para conseguir
beneficios personales.
Lo demás: marchas y protestas para, supuestamente, defender los
intereses del pueblo o edificar una ambigua democracia popular, demos-
traron ser, no otra cosa que simples estrategias de simulación. A la
pregunta sobre si es posible que la COB sea capaz de volver a fortalecer
su capacidad política, reorganizarse y emprender un proceso de acción
para reconquistar el privilegiado sitial de poder que demostraba hasta 121
hace 18 años, debe responderse que, definitivamente, la COB tendrá
que contentarse con ser un museo político, cargado de medallas hono-
ríficas por sus luchas políticas durante las décadas del 50 al 70. Por lo
demás, queda muy poco de rescatable.
Digámoslo de una vez: la COB no será nunca más aquella vieja
fuerza político-sindical que nació victoriosa al calor de la revolución
de 1952 imponiendo y ejerciendo el poder obrero, como no lo hizo
ninguna otra fuerza laboral o movimiento social en América Latina,
entre 1952 y 1956. La historia nacional está sellada profundamente por
las jornadas de intenso debate ideológico sobre la viabilidad del socia-
lismo en Bolivia y por la patria potestad de la centralidad minera; sin
embargo, este caudal histórico ya no puede ofrecer ninguna opción
de futuro para el movimiento obrero, pues actualmente se ha llegado
a un punto donde sólo interesa aprovechar oportunidades personalis-
tas en función de un pragmatismo constantemente temeroso de verse
descubierto.
Con el rechazo que se hizo al informe sobre corrupción sindical,
no obstante que muchos casos fueron comprobados fehacientemente,
está claro que los dirigentes y el accionar institucional de la COB han
perdido hasta el valor para reconocer sus propios errores. La COB está
enormemente dividida, agotada en sus proposiciones políticas y, lo que
es peor, perdió su propia capacidad para regenerarse desde adentro, con-
gelándose en un pasado como si se tratara de encontrar soluciones con
sólo mirar los álbumes de fotografías colores sepia, o abandonarse en
el silencio como el mejor lugar para no afrontar la verdad. Las decla-
122 raciones de una buena parte de los dirigentes después del ampliado,
mostraban una curiosa mezcla de desconcierto y resquemores para
asumir las consecuencias de lo ocurrido.
La crisis política, ideológica y organizacional de la COB podría verse
a través de cuatro puntadas. La primera se relaciona con el impacto que
han tenido los ajustes estructurales en Bolivia, sobre todo por la fuerza
arrasadora de la economía de mercado y sus efectos en la destrucción
del viejo Estado Benefactor nacionalista que provenía del 52. El cierre
de los centros mineros, la quiebra económica de la Comibol y las pug-
nas de intereses faccionalistas al interior de la Federación Sindical de
Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) no supieron hacer frente, ni
propositiva ni críticamente, al empuje neoconservador de las políticas
económicas desde la puesta en marcha del Decreto Supremo 21060.
Los ajustes estructurales en materia económica reordenaron la estruc-
tura de clases en el país, provocando que el proletariado aglutinado
en la COB deje de ser la garantía ideológica del movimiento sindical
y se empiece a dividir en un mosaico de fragmentos, interpelados más
por las exigencias de sobrevivencia en la vida cotidiana, antes que por
la acción política de una clase obrera en busca de transformaciones
revolucionarias.
La segunda puntada marca los problemas organizacionales del apa-
rato sindical, pues es palmaria la incapacidad para responder a los
cambios en la estructura productiva del país como resultado de los pro-
cesos de capitalización y privatización; en consecuencia, es inviable la
renovación de la COB porque ha demostrado no poder acomodarse a
las nuevas circunstancias: seguridad laboral en función de la competi-
tividad del mercado y ductilidad para negociar demandas y estrategias
sin considerar al Estado como el único o el interlocutor preponderante 123
para ganar beneficios corporativos.
Los errores de la COB son estratégicos y de orientaciones ideológi-
cas que expresan una inadaptación casi total para comprender y actuar
de acuerdo con nuevas situaciones; René Antonio Mayorga, politólogo,
afirmaba que “la historia no se repite; sin embargo, los dirigentes sindi-
cales siempre actuaron como si se pudiera repetir la batalla del 52, los
actores se movieron como si los escenarios fueran los mismos; enton-
ces, la crisis de la COB clausura toda una época”.
La tercera puntada tiene que ver con los efectos que la democra-
cia tuvo en la COB. Uno de los errores, ya repetidos muchas veces,
fue la cerrazón ideológica del sindicalismo cobista -sobre todo de la
FSTMB- para negar la democracia como régimen político. Uno de los
más importantes dirigentes de la COB, Filemón Escóbar, aseguraba que
la crisis cobista se identifica con las tesis políticas que organizaciones
como el Partido Comunista de Bolivia (PCB) o el Partido Obrero
Revolucionario (POR) impusieron como barniz en la organización
sindical, el barniz ahora se estaría cayendo a pedazos pero no los acto-
res de la COB. Escóbar se equivocó, pues las tesis políticas de la COB
que se relacionan directamente con la construcción del socialismo en
Bolivia, la dictadura del proletariado y lo más destacable de las pro-
posiciones marxistas revolucionarias, definieron la identidad política
del ente sindical desde su fundación, más allá del PC u otro partido
que siempre tuvieron poco peso respecto al accionar del movimiento
obrero y sindical que se concentraba en la COB.
El discurso político y la ideología que en él se transmite cumplen
una poderosa función sociológica: provocar, orientar, explicar y jus-
124 tificar la acción política. La ideología y las tesis políticas socialistas
se materializaron en los hechos y en la voluntad que los actores de la
COB expresaron a lo largo de su historia; no fueron simple barniz,
sino la esencia misma de su identidad como movimiento social. Otra
cosa es que aquellas tesis y aquella ideología no pudieran convertirse
en hegemónicas, ejecutando una auténtica revolución comunista en
el país. Por lo demás, su discurso tremendista no contribuyó en nada
al debate democrático de los 80 y 90.
Lo preocupante frente a esta situación es cómo los dirigentes y el
movimiento obrero son incapaces de proyectar una sociedad democrá-
tica hacia el futuro contando con la participación y el aporte de la COB;
descartan sin más la democracia, calificándola todavía de ilusión bur-
guesa, sin ponerse a pensar que atraparse en el pasado, recordando las
jornadas doradas del co-gobierno al estilo de 1953, atrapan la voluntad
en una esquizofrenia que no puede vincular el pasado con el presente y,
mucho menos, aprender de las malas experiencias para proyectarse al
futuro. La COB sufre porque no puede imaginarse a sí misma como
una institución y un movimiento que se involucre con el futuro, sea
éste de la democracia, sociedad, cultura, etc.
La esquizofrenia política de la COB carece de una experiencia de
continuidad para cooperar con las exigencias de nuestra democracia
representativa. En unos casos, se abandona a vivir en un presente cuyo
eje gira en torno a la oposición por la oposición; en otros, los diversos
momentos de su pasado tienen escasa conexión con un futuro concebi-
ble en el horizonte. Por lo tanto, dicho comportamiento esquizofrénico
no sólo ha caído en el encierro de no saber quién es en el actual desa-
rrollo de la democracia, el liberalismo económico, la multiculturalidad
y el papel del sistema de partidos como los principales dinamizadores 125
en la toma de decisiones, sino que tampoco hace nada, porque para
ello tendría que tener proyectos o propuestas y eso implica compro-
meterse con una cierta continuidad de la democracia, asumiendo sus
imperfecciones e insuficiencias pero, al mismo tiempo, reconociendo
su desarrollo y sus aportes.
Asimismo, conviene reconocer el carácter secundario y dependiente
del movimiento obrero en estos 36 años de democracia (1982-2018). La
defensa económica y la gestión de sus demandas desde 1985 no encon-
traron en general expresiones autónomas como movimiento social, sino
que fueron incorporadas más bien a acciones y a iniciativas políticas
surgidas en la estructura institucional de la democracia o en el cóm-
puto global del sistema político.
Esto apunta hacia la cuarta puntada: la COB no irá más allá de su
encierro en el pasado ideológico y clasista minero para hacer suyos otros
programas, asumir otras organizaciones como las feministas, étnicas,
ecologistas o generacionales; la COB tampoco está en condiciones de
romperse las vestiduras y promover una coalición de fines con otros
grupos organizados de la sociedad civil; es improcedente la posibilidad
de que nazca una nueva dinámica para la rearticulación de inéditos
grupos y movimientos sociales en la COB, pues no existen condicio-
nes para alcanzar un nuevo compromiso con la sociedad y con otros
grupos que podrían articularse a la COB.
Los sucesos del 20 de noviembre de 1997 en el ampliado fueron el
principio del fin. Permitieron constatar que la COB no puede ventilar
sus recovecos facilitando encontrar personas nuevas e incluir otras pers-
pectivas políticas que, por poco que funcionen, por lo menos harían
126 de la COB una organización más interesante. Tampoco se pudo lograr
una renovación moral que permita ajustar cuentas dentro de su propia
casa; el haber tratado de opacar muchos casos de corrupción, confirmó
una vez más lo que diversos investigadores ya expresaron en relación a
la descomposición del movimiento sindical: no existe correspondencia
entre las orientaciones e intenciones de los trabajadores y los propósitos
ocultos de las cúpulas sindicales y políticas. Hoy día, la COB es un ente
de reivindicación salarial y se contenta fácilmente con acercarse al poder
para conseguir beneficios de muy corto plazo: autos, oficinas, pago de
luz, franquicias gratuitas y fuentes de trabajo para algunos dirigentes.
Dentro de la COB, los discursos presuntuosos que culpan al neolibe-
ralismo de todos los males, no son más que actitudes utilitaristas para
aprovecharse de las ventajas que ofrece el fuero sindical, pues detrás
de la arrogancia ideológica enaltecida por una gran parte de burócra-
tas sindicales, la COB disimula aquello que, tristemente, expresa el
Eclesiastés: “vanidad de vanidades, todo es vanidad. Generación va y
generación viene; ¿qué es lo que fue?, lo mismo que será. ¿Qué es lo que
ha sido hecho?, lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol”.
En el siglo XXI, la COB no quiere dejar para nada su gran tajada al
interior del directorio de la Caja Nacional de Salud. La COB se pre-
ocupa sólo por controlar privilegios burocráticos y sabe muy poco, o
nada, sobre la modernización de la atención de salud, la optimización
tecnológica en el montaje de los hospitales con atención de calidad y
es incapaz de impulsar la investigación científica para responder a las
crecientes demandas de la población que reclama un sistema de seguro
médico altamente eficiente. La COB se congeló en sus sueños utópicos
del comunismo, discurso político que se convirtió en una interpelación
vacía, con la única capacidad de conformar a su séquito de dirigentes, 127
carentes de cualquier tipo de formación profesional.

YPFB abandonó la transparencia


El caso de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) es tam-
bién una mega decepción, tanto por la terrible corrupción que impera
en la empresa estatal, como por la ineficacia institucional. Todos los
presidentes de YPFB cayeron en el descrédito, los escándalos por inefi-
ciencia y sufrido en carne propia el escarnio debido a la corrupción.
Casi nadie recuerda a Jorge Alvarado, Juan Carlos Ortiz o Guillermo
Aruquipa. Pero sí están vivas las huellas de Santos Ramírez que per-
manece en la cárcel por el caso Catler Uniservice, o el fugaz paso de
Manuel Morales Olivera quien figura en la historia como uno de los
ejecutivos más ineptos debido a que carecer por completo de forma-
ción académica o técnica. Carlos Villegas también estuvo ensombrecido
por denuncias de corrupción. Finalmente, Guillermo Achá renunció
o, más bien, fue despedido por el caso de los taladros con sobreprecio.
Nunca nadie supo de dónde salió Achá, un oscuro funcionario que
jamás brilló por nada y ahora reluce con serias acusaciones de daño
económico al Estado.
Los problemas sobre explotación, nacionalización y la Ley de Hidro-
carburos no solamente son técnicos, económicos o tributarios, sino
también problemas de acceso a la información, transparencia y control
de la corrupción. Desde la histórica nacionalización el primero de mayo
del año 2006, YPFB no impulsó ninguna política de transparencia, ni
tampoco promovió algún debate nacional sobre sus relaciones políti-
cas con Petrobras, los planes de inversiones para la explotación de gas
128 natural y cuál sería el papel, si es que existe alguno, para el escrutinio
público. ¿Dónde está el control social que tanto hace falta?
La transparencia en el sector hidrocarburífero servirá para aumentar
la legitimidad de YPFB y de todo el aparato estatal, contribuyendo a
una mejor eficacia estatal sobre la base de estrategias de fiscalización.
Su actual Dirección de Transparencia Corporativa es, sencillamente,
un fracaso. En Bolivia se conoce muy poco sobre cómo las mismas
transnacionales petroleras están dispuestas a dar datos y cifras para
recuperar el aprecio de los países donde aquéllas operan. Para renovar
YPFB, los principales problemas y áreas de preocupación deben orde-
narse en tres áreas de trabajo.
Primero, YPFB debe exigir a todas sus gerencias, acciones concretas
para mostrar información, de tal manera que se genere una verdadera
credibilidad sobre las ganancias y el destino de los recursos para el
beneficio de la sociedad civil, sobre todo en materia de lucha contra la
pobreza y democratización de la riqueza.
Segundo, los problemas para implementar la iniciativa de transpa-
rencia, por lo general se concentran en cómo organizar y diseminar la
información provechosa, pero para que sea utilizada por la sociedad
civil con el objetivo de materializar un control responsable, sin trivia-
lizar nada o exagerar demasiadas expectativas.
Tercero, los desafíos inmediatos de la transparencia también se rela-
cionan con el papel de los periodistas y los medios de comunicación.
Cómo lograr que éstos no encierren cualquier política de transparencia
en la camisa de fuerza del espectáculo, distorsionando cualquier hecho.
La transparencia sobre las ganancias producidas, debe ser vista como
una “estrategia omnicomprensiva” en la cual se difunda información 129
sobre los beneficios que recibe YPFB, el futuro de otras concesiones y las
estrategias para capturar inversión extranjera. Cómo son utilizados los
recursos de YPFB para escapar de la pobreza, cuál es la sostenibilidad
de las ganancias en el largo plazo y cómo tender puentes de comunica-
ción permanentes entre el Estado, YPFB, las empresas transnacionales
y la sociedad civil boliviana, con el objetivo de cultivar relaciones de
confianza. Cómo y por qué elige a los presidentes que aparecen de la
noche a la mañana.
El gobierno debería publicar de manera sistemática y de inmediato,
una historia de los estados financieros, el volumen de explotación, los
problemas institucionales a resolver y el destino de las inversiones o
uso social de las ganancias de YPFB (2006-2018) para una Bolivia sin
pobreza y con tendencias a una distribución igualitaria de la riqueza.
Sin embargo, es como pedir peras al olmo; es decir, esperar casi nada
porque la decepción histórica de YPFB desciende al estatus de otra his-
toria enterrada en la ineficacia y la traición ancestral a los proyectos del
desarrollo en desmedro de las grandes mayorías.
Finalmente, la última desazón se relaciona con la planta de urea
construida por YPFB en la localidad de Bulo Bulo, Cochabamba. Con
mucha expectativa se invirtieron 960 millones de dólares en la planta
cuyo objetivo fue vender un fertilizante químico de origen orgánico
(urea nitrogenada) que genere importantes ventajas económicas. Los
impactos probables en el largo plazo iban a concentrarse en una pro-
ducción agrícola que se beneficiara enormemente porque la fertilidad
de cualquier suelo es clave para el crecimiento de las plantas, además
de impactar positivamente en la productividad y calidad de los alimen-
130 tos. El nitrógeno forma parte de cada célula viva, razón por la que es
esencial en los vegetales. Generalmente, las plantas requieren grandes
cantidades de nitrógeno para crecer normalmente y la urea provee todas
las facilidades para una producción sana y ecológica.
La historia negra surgió cuando la flamante planta de urea dejó de
funcionar tres veces, tanto a finales de 2017, como a comienzos de 2018.
Además, se identificó una fuga contaminante de amoniaco que empezó
a afectar las condiciones de vida en los alrededores de Bulo Bulo. Ni
el Ministro de Hidrocarburos, ni el nuevo presidente de YPFB, Oscar
Barriga, explicaron claramente las deficiencias. Sin embargo, también se
evidenció que la productividad de la planta de urea llegaba únicamente
al 20 por ciento de su capacidad. Actualmente, no puede competir en
el mercado internacional y los principales gerentes de YPFB carecen
de experiencia para tomar decisiones que prevean cualquier imprevisto
en función del costo-beneficio de las inversiones.
El mayor problema de las decisiones gubernamentales en materia
económica radica en sus visiones megalómanas. Se vio a YPFB como
a una corporación de gran magnitud pero los casos de corrupción y la
poca eficiencia estructural dieron lugar a una serie de dudas: ¿se hacen
millonarias inversiones con objetivos de desarrollo claros, sustentados y
con un compromiso de alcance nacional para beneficiar a los sectores
más necesitados del país, o simplemente se olfatea una oportunidad de
negocio para aprovecharse en lo personal y acceder a un fácil dinero
público? Lo cierto es que se pensó en producir la urea como fertili-
zante para una óptima producción agrícola, cuando también sabemos
que Bolivia importa el 70 por ciento de sus alimentos porque no tiene
una capacidad evidente para cumplir con su seguridad alimentaria.
El aparatoso discurso de soberanía alimentaria dio pábulo al sueño de 131
la producción de urea y a la industrialización estratégica. Los resultados
son pobres, llenos de irregularidades y YPFB no es, ni por aproxima-
ción, una corporación competitiva ni respetable en el mercado mundial.
VIII
La política del agua: entre la
fragmentación y la insostenibilidad

Bolivia debe despertar a la realidad. El desabastecimiento de agua en


la ciudad de La Paz en noviembre de 2016, reveló una profunda ino-
perancia estatal y absoluta irresponsabilidad. La débil institucionalidad
dentro del Estado hace que la formulación, implementación y segui-
miento de las políticas públicas sobre el agua estén constantemente
132 sometidas a la fragmentación sectorial, al exceso de normativas que
no pueden imponer autoridad y a la inexistencia de coordinación entre
los ministerios responsables para la entrega de servicios. Habiendo una
Ley del Agua desde el año 2000 (Ley 2066), todo degeneró en una
lógica donde muchos grupos corporativos se aprovecharon para tomar
el control de las decisiones, al margen del Estado.
Se llegó al extremo de esperar la lluvia para llenar las represas, lo cual
deja claramente establecido que la Guerra del Agua en Cochabamba en
el año 2000, abrió el escenario para evitar que el sector privado se haga
cargo de los servicios de agua potable y alcantarillado. Sin embargo,
luego de dieciocho años (2000-2018) es posible afirmar que hubiera
sido mejor implementar una fórmula de privatización para hacer del
servicio una oferta más eficiente y previsora, junto con la regulación
estatal a cargo de especialistas y no dejar todo al azar o bajo la admi-
nistración de sindicatos y dirigentes vecinales que, bajo el pretexto de
luchar contra la privatización, causaron un daño tan grande que la cri-
sis del agua corre el riesgo de no poder solucionarse sobre la base de
equilibrios económicos y sostenibles.
La problemática del agua se caracteriza por cuatro dificultades: pri-
mero, la ausencia de un escenario institucional y normativo unificado
para el abordaje integral de los recursos hídricos. Segundo, la contami-
nación de las cuencas por parte de actividades mineras pone en riesgo
el uso para consumo humano, así como para el riego o piscicultura.
Tercero, surgen problemas de gestión pública metropolitana en todas
las ciudades-capital de Bolivia en torno a la disponibilidad de fuentes
de agua suficientes en caudal y en calidad para asegurar el abasteci-
miento como un indicador de buenas condiciones de vida. Cuarto,
grandes conflictos emergen entre las comunidades campesinas usua- 133
rias de una misma fuente de agua para riego.
El Programa Nacional de Cuencas (PNC) no garantiza la preser-
vación de las cuencas mediante acciones de agricultura sostenible y
control de suelos. Las limitaciones a las actividades económicas que
esto significa para los pobladores de las cuencas altas y las obligaciones
ambientales que les reporta no son debidamente compensadas, por lo
que no existen los adecuados incentivos para lograr un proceso soste-
nible de gestión integral de las cuencas.
En saneamiento básico, los grupos con mayores dificultades en el
acceso al agua se encuentran en la población rural dispersa y la pobla-
ción urbano-marginal. Ambos sectores requieren, tanto de un esfuerzo
en materia de inversión como de una estrategia de desarrollo comu-
nitario que permita la sostenibilidad de los servicios existentes. La
inversión estatal para estos dos sectores no es equitativa y tampoco
están asegurados los recursos correspondientes para lograr un óptimo
impacto en la cobertura y en la calidad de vida de las poblaciones vul-
nerables. En materia de riego, la problemática principal se encuentra
en Cochabamba que tiene el 36% de la superficie nacional con riego.
Esto corresponde, además, a la zona de mayor disputa por los usos
alternativos de agua.
Además, los problemas del agua están influenciados por cuatro fac-
tores políticos: 1) una gran movilización de actores sociales cuyo foco
de reivindicaciones considera al agua como un derecho humano; 2) los
conflictos desde la guerra del agua en Cochabamba el año 2000, presen-
tan un escenario de gestión política fragmentado donde las decisiones
del Estado no son respetadas; por lo tanto, varios grupos de interés
134 están afincados en visiones unilaterales sin mostrar una voluntad para
consolidar las capacidades estatales en la gestión integral de los recur-
sos hídricos; 3) el tercer factor se centra en las fuentes del agua: quién
controla y tiene los derechos de propiedad, así como la capacidad polí-
tica para determinar el manejo del poder y la preservación del agua en
sus fuentes; 4) el gobierno actual (MAS, 2006-2018) tiene una visión
demasiado centralista en la prestación de servicios públicos, generando
consecuencias negativas al entregar el manejo excesivamente politizado
y electoralizado de las Empresas Público Sociales de Agua Potable y
Saneamiento (EPSAS), a grupos sindicales que no tienen ninguna
capacidad gerencial, profesional o política para prevenir problemas
de largo plazo.
Los conflictos en torno al agua muestran dos frentes: a) los actores
corporativo-sociales; b) los actores institucionales. En primer lugar, los
actores corporativo-sociales han logrado influir en el Ministerio de
Medio Ambiente y Agua con demandas y reivindicaciones de carácter
político muy fuertes pero sin establecer un proceso eficaz en materia
de gestión pública, debido a sus divisiones internas y a la inestabili-
dad normativa que reina en dicho ministerio. Estos actores impulsan
diferentes propuestas para no pagar por el agua, las cuales son presen-
tadas de manera permanente por varios grupos afiliados al Movimiento
Social del Agua y algunas organizaciones no gubernamentales orienta-
das hacia posturas anti-globalización, exigiendo la intervención estatal
directa para la subvención de los servicios pero también exigiendo que
el agua como derecho humano esté por encima de cualquier valoración
económica o principio de utilidad.
En segundo lugar, los actores institucionales tienen un perfil de
economía de mercado respecto a la proyección de las políticas públi- 135
cas sobre el agua, son más reacios al control social reclamado por las
organizaciones sociales, estando atrapados en el análisis de costo-be-
neficio y posibilidades financieras sostenibles.
Este escenario impide un modelo de gestión del agua asentado en
equilibrios. Los actores han reemplazado sus objetivos de desarrollo
sostenible por posiciones políticas y beneficios inmediatos que dificul-
tan el logro de acuerdos negociados para beneficiar a la mayor parte
de los ciudadanos. Alcanzar el equilibrio en la problemática del agua
se presenta como una misión imprescindible, dada la polarización de
los actores en los conflictos. Sin embargo, no es posible apostar por
un sistema de equilibrios de poder, sino que se hace indispensable una
estructura institucional de carácter nacional, legitimada y con la auto-
ridad respetada; es decir, se necesita un Estado fuerte para gestionar
los múltiples usos del agua.
Los conflictos en el Plan Nacional de Cuencas están aferrados a
proyectos particularistas y no hay capacidad de previsión. La gestión
del agua está asociada con la lógica del aprovechamiento de las cuen-
cas, aprovechamiento que depende de una capacidad de concertación
entre todos los actores involucrados, pero el Plan de Cuencas nunca se
convirtió en una estructura institucional generadora de políticas públi-
cas para la gestión integral, sino que generó un conjunto de proyectos
particulares para la priorización de cuencas específicas. Esta falta de
previsión es la causa de la crisis del agua en todo el país. En Bolivia
existe una marcada dispersión en la institucionalidad para la gestión
eficiente de las cuencas. Esto significa que no hay una sola autoridad
reconocida y fuerte en el ámbito nacional, lo cual da lugar a la inexis-
136 tencia de normas claras sobre el manejo de cuencas.
La defensa del agua gratis para todos está concentrada en el valor
humano de este recurso escaso, antes que en su valor económico. Sin
embargo, los grupos bien organizados como las asociaciones de regan-
tes en la ciudad de Cochabamba, por ejemplo, explotan los contenidos
ideológicos para beneficio corporativo y rechazan todo intento de par-
ticipación del sector privado, aunque en medio del caos, regantes y
otros negociantes han privatizado el agua en la práctica de pequeños
escenarios, aprovechándose de las necesidades de la gente.
Es indispensable pensar la gestión integral de las políticas del agua.
Esto requiere considerar dos estrategias: a) integralidad a partir de los
componentes de un Plan de Manejo de Cuencas; y b) integralidad
en la visión ética de servicio que deben tener los actores corporativos
e institucionales para la gestión de las cuencas. Nada de esto existe y
el largo plazo amenaza con agravar constantemente la crisis del agua.
Toda estrategia de fortalecimiento para el sector de agua y sanea-
miento debe necesariamente priorizar el fortalecimiento de las
capacidades institucionales del Estado boliviano. Aquí se entiende a la
capacidad estatal como la habilidad para desempeñar tareas apropia-
das con efectividad, eficiencia y sustentabilidad pero con una meta
específica: la capacidad transformativa del Estado, lo cual incorpora
además otra habilidad para adaptarse a los shock, presiones externas
y administración democrática de los conflictos de todo tipo. El resul-
tado final es tener fortalecidas las capacidades estatales en el sector del
agua propone el siguiente trayecto de oportunidades en la formulación
de una estrategia:

Tabla 1: Trayecto para una estrategia de gestión integral del agua 137
Arrow-Alt-Right Arrow-Alt-Right Arrow-Alt-Right Arrow-Alt-Right Arrow-Alt-Right Arrow-Alt-Right
Coordinación Flexibilidad Innovación Calidad Sostenibilidad Evaluabilidad
Capacidad para
fortalecer los
Capa-
criterios de Capacidad
cidad
Capaci- continuidad, de moni-
para
dad para Capacidad consistencia y toreo y
proveer
ejecutar de adapta- administración seguimiento
los ser-
Capacidad de acciones ción a las de recursos en perma-
vicios
negociación e inver- culturas forma trans- nente con
sobre la
permanente. siones informales parente, desde el objetivo
base de
social- que Boli- las comunida- de evaluar
indica-
mente via tiene. des de base, siempre con
dores
aceptadas. los actores de criterios de
de alta
la sociedad objetividad.
calidad.
civil y los pue-
blos indígenas.
Fuente: Elaboración propia.
Las principales lecciones que se extraen de los conflictos en el sector
del agua en Bolivia, exigen que las formas de intervención para solu-
cionar y negociar salidas en los conflictos públicos tomando en cuenta
la necesidad de coordinar e integrar armónicamente leyes y regulacio-
nes para ordenar las posiciones, a objeto de que todos los actores en
conflicto se beneficien y cedan un poco para ganar una cultura polí-
tica democrática evitando resultados destructivos. El objetivo final de
una gestión pacífica y eficiente de los conflictos en la problemática del
agua es derrotar la cultura del desastre que tiende a invadir las actitu-
des de diferentes actores en confrontación.
La resolución de los conflictos públicos es una tarea de construcción
colectiva donde siempre debe tenderse hacia la negociación de solu-
138 ciones viables, garantizando los siguientes la inclusión social de todo
tipo de grupos vulnerables e identificando escenarios sostenibles para
resolver de manera duradera cualquier confrontación.
Asimismo, es fundamental hacer el esfuerzo de pensar qué tipo de
intereses nacionales y globales de toda la sociedad se afectarían por
insistir en proteger intereses particularistas a como dé lugar. En este
caso, un análisis de los intereses nacionales debería prevalecer para
flexibilizar posiciones que en el largo plazo evitaría destruir nuestra
convivencia como nación.
Por último, debe tenderse a que las soluciones negociadas apun-
ten simultáneamente a consolidar las estructuras institucionales del
Estado boliviano para que en el futuro los conflictos del agua puedan
ser resueltos de manera pacífica, estable y legitimada por todos los
actores involucrados.
Toda estrategia de fortalecimiento de las capacidades institucionales
del Estado boliviano debe entenderse como la habilidad para desempe-
ñar tareas apropiadas con efectividad, eficiencia y sustentabilidad pero
con una meta específica: la capacidad transformativa del Estado, lo
cual incorpora además la necesidad de adaptarse a las presiones exter-
nas y a la administración democrática de los conflictos, con la finalidad
decisiva de evitar el desabastecimiento del agua.

IX
139
¿Puede una sociedad perder su futuro?

El futuro, normalmente, se entiende como aquello ubicado a la vuelta


de la esquina y capaz de sobrevenir en el tiempo pero nadie sabe exac-
tamente qué es. Se puede intuir, a partir de algunos datos, o inclusive
pronosticar sobre la base de mucha información y el comportamiento
repetido de ciertos fenómenos. ¿Podemos predecir el futuro de la socie-
dad mirando a nuestros niños, niñas y adolescentes? Por supuesto,
porque son ellos una especie origen y, al mismo tiempo, fin último si
queremos analizar algunas oportunidades.
La sociedad boliviana está plagada de jóvenes, niños, niñas y ado-
lescentes que llegan a, aproximadamente, cuatro millones de personas.
Somos uno de los países más jóvenes del mundo y de América Latina.
Por esto mismo, no se pueden postergar ninguno de sus derechos,
garantías y libertades ya que el Estado será capaz de reproducir sus
propias condiciones materiales si protege a sus recursos humanos en la
familia, escuela, espacios laborales de diversa índole y especialmente
en las calles donde la seguridad ciudadana deba evitar cualquier clase
de vejámenes para aquellos niños que trabajan.
Los costos sociales de una serie de decisiones políticas aplicadas al
desarrollo, provocan resultados no deseados o contrarios a las ventajas
que uno podría imaginar. Cuando se aplica una política que muestra
errores y reproduce la desigualdad y la pobreza, son los niños, niñas
y adolescentes quienes sufren los principales golpes. Familias íntegras
son forzadas a retirar a sus hijos de la escuela o utilizar las aceras para
140 que los niños y niñas trabajen todo el día, destinando pocas horas al
estudio y capacitación.
Como sociedad, cuando tardamos mucho en abrir escenarios de
oportunidades para los niños, niñas y adolescentes en la educación,
arte, deportes y recreación, entonces se promueve una lenta agonía de
las prioridades de un país. En Bolivia, los niños, niñas y adolescentes
deben ser el interés superior para el Estado, pues solamente así esta-
remos mirando con responsabilidad el presente que administra las
necesidades inmediatas de las familias bolivianas, así como el futuro
que determina nuevos aportes de aquellos niños, niñas y adolescentes
cuando se conviertan en ciudadanos profesionales, más productivos
y reproductores de innovadoras opciones para la democracia y el pro-
greso material.
Si Bolivia visualiza claramente a los niños como legítimos actores del
desarrollo económico, cultural, social y político, entonces se percibirá
con mayor nitidez que sus derechos, garantías, deberes y prioridades es
el interés superior para el Estado. Este principio tendrá correlación con
otros postulados internacionales pero, sin duda, será la mejor prueba
de que el país está dando plena cabida a los niños con el propósito fun-
damental de evitar que nuestra sociedad pierda su futuro.
Sin embargo, sucede una absurda contradicción. El Código del Niño,
Niña y Adolescentes, promulgado por el gobierno de Evo Morales el
17 de julio de 2014, permite, de manera insólita, el trabajo infantil
desde los diez años y ordena a los empleadores a reconocer los derechos
laborales desde los catorce. La nueva ley que autoriza a los menores de
diez años a realizar actividades laborales en Bolivia incentiva el trabajo
infantil hasta un punto de lenta autodestrucción, especialmente en las
áreas rurales donde el control del Estado es escaso. 141
Varias instituciones como UNICEF y la Defensoría del Pueblo hicie-
ron los esfuerzos para evitar que se legalice el trabajo infantil en las
condiciones que se redactó la normativa, cuando éste era sometido a
consultas institucionales. Pero todo cayó en un saco roto e incompren-
sible cuando, abiertamente, el trabajo infantil está sometido a miles
de peligros. Si bien la realidad social boliviana ha obligado a miles de
niños a trabajar para apoyar a sus familias, ahora con la ley, estas mis-
mas familias tendrán un incentivo para enviar a sus hijos al mercado
laboral. Así, la sociedad va perdiendo su futuro en un abrir y cerrar
de ojos porque sus niños son empujados a los avatares de un mercado
laboral, tristemente desigual y lleno de explotación.
La normativa establece que la jornada laboral para los pequeños tra-
bajadores, comprendidos entre catorce y diecisiete años, será de seis
horas, de manera que tengan tiempo para su formación. Una concesión
que nunca se cumplirá en la práctica. En el caso de los más pequeños
(comprendidos entre los diez y trece años), sólo podrán realizar labores
con autorización de la Defensorías de la Niñez y por “cuenta propia”.
Esto también será inviable, sobre todo en aquellas familias pobres y
numerosas que clausurarán la permanencia en la escuela de sus hijos,
obligados, por las condiciones duras de sobrevivencia, a trabajar como
cualquier adulto.
Equiparar los derechos de los niños con el mundo adulto trae conse-
cuencias sociales y psicológicas pues los jóvenes obreros saltarán etapas
clave de su formación, corriendo el riesgo de convertirse en una gene-
ración de adultos tempranos. En este marco desolador, también es
lamentable que se haya reducido la edad de imputabilidad penal de
142 los menores, de dieciséis a catorce años, sin haber establecido una polí-
tica pública que permita la prevención de la delincuencia juvenil y la
reducción de la pobreza.
Al mismo tiempo, Bolivia ratificó un convenio de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) que fija la edad laboral mínima en
catorce años, entre otras normativas internacionales que, de todas for-
mas, obligan a erradicar las peores formas de explotación, entre ellas la
zafra y la minería. Según la OIT, en América Latina y el Caribe existen
13 millones de niños que forman parte del mercado laboral. En Boli-
via sumaron 850.000 pequeños trabajadores en el año 2008, una cifra
que al ser actualizada, con seguridad mostrará constantes incrementos.
El gobierno boliviano de izquierda (2005-2017), contradictoriamente,
se transformó en un tipo de estructura política que, en los hechos,
reforzó el fetichismo de la mercancía; es decir, impulsó un tipo de
economía capitalista postmoderna donde continúan desapareciendo
las relaciones sociales y predominan únicamente las cosas materiales,
los productos hechos por mano de obra infantil barata, el dinero, la
ganancia, la avaricia y la violencia desde muy temprana edad. En estas
circunstancias, parece normal que los niños trabajen cuando, en el
fondo, el trabajo infantil es una expresión de deshumanización donde
es más importante trabajar cuanto antes y como sea, antes que reco-
nocer el valor de la educación y las formas de trabajo intelectual para
imaginar un futuro mejor en la sociedad de la información y del cono-
cimiento en el siglo XXI.
La norma provocará una seria disyuntiva en las organizaciones inter-
nacionales, porque el instrumento legal también establece algunas
previsiones en materia de protección y garantías en favor de la infancia
como la facilitación de la adopción. El nuevo código debió consignar 143
mayores medidas de protección por parte del Estado con el incremento
de los bonos que promuevan la formación escolar. De alguna forma
debe garantizarse la existencia de recursos que el gobierno entrega cada
año a los estudiantes para respaldar su permanencia en las escuelas.
Hasta el momento, la aplicación del nuevo Código Niña, Niño,
Adolescente ha sido sutilmente cruel. Las alcaldías, responsables de las
Defensorías de la Niñez, no cuentan con los recursos humanos y téc-
nicos suficientes para controlar los altos niveles de expoliación infantil.
La norma le va quitando a la sociedad su único futuro: sus recursos
humanos, abriendo el escenario para la reproducción de nuevas for-
mas de pobreza.
X
Los rumbos contradictorios de la
izquierda pequeñoburguesa en Bolivia

Introducción
Con su libro Perestroika (publicado por primera vez en español el año
1987), Mijail Gorbachov desató una tormenta de cambios históricos
irreversibles. La Unión Soviética (URSS) no fue la misma, ni Europa
144 del Este ni la izquierda latinoamericana. Como en Rumania, también
en Bolivia ¡la mentira se vino abajo!; consigna que no solamente fue
gritada al unísono en la plaza Timisoara después del derrocamiento
del dictador y genocida Nicolás Ceasescu, sino que también señalaba
la inviabilidad de toda utopía marxista: una sociedad sin clases socia-
les, sin Estado y, sobre todo, sin mercado. El haber pensado en algún
momento que el socialismo podía prescindir del mercado fue un tre-
mendo error que condujo al hundimiento de la URSS.
Bolivia, también vio caer todo emblema izquierdista, no como
producto de masacres, sino fruto de la implantación del régimen
democrático y del mercado mundial. Muchos comunistas radicales
que proclamaron la guerra popular o la democracia como autodeter-
minación de masas, no tardaron en lucir un puesto burocrático en
los gobiernos del Acuerdo Patriótico (1989-1993), del Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR) (1993-1997), y posteriormente
compartieron, muy cómodos, posiciones con Banzer después de haberlo
combatido como dictador entre 1971 y 1979. Hoy día, la izquierda
comparte posiciones con el ambiguo movimiento antiglobalización,
con una serie de corrientes indianistas y con los organismos de coope-
ración, que pagan buenos salarios para lavar la cara en la impía cruzada
contra la pobreza.
La izquierda boliviana siempre obedeció ciegamente todo postulado
enlatado que enviaban los marxistas europeos. Asimismo, se auto-asig-
naba un lugar privilegiado para dirigir la revolución que jamás llegó;
es decir, no surgió una revolución violenta como campaña militar para
destruir física e ideológicamente a la burguesía como clase, o a las éli-
tes dominantes que tienen el poder económico. Este criterio radical de
autenticidad revolucionaria reprodujo posiciones aristocráticas en las 145
diferentes fracciones de izquierda; es decir, cada fragmento creía ser el
mejor en relación con los otros, pagando, además, un alto precio por
su cohesión: la rigidez en la distinción dogmática de sus postulados
ideológicos y una intransigencia en las negociaciones, supuestamente
para no tranzar nunca con los representantes del capitalismo.
La izquierda no se dio cuenta que toda pureza teme la contami-
nación. Sin embargo, cuanto mayor es la consistencia ideológica de
un grupo político, más tiende a la demonización y a la destrucción
del adversario. El juego de suma cero, la conspiración y la destruc-
ción de las reglas del juego, siempre fueron los identificadores de los
revolucionarios de izquierda que jamás comprendieron la democracia
institucional y moderna.
Dos tendencias: la comunista y la trotzkysta, fueron lo más notorio
de la izquierda en Bolivia. Versiones más recatadas y, en cierto sentido,
vergonzantes del marxismo, representaban el Partido Socialista Uno
(PS-1) y las proclamadas fuerzas de izquierda nacional como el Movi-
miento de la Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Movimiento Bolivia
Libre (MBL). Las estrategias de la izquierda tenía, en el fondo, sólo
dos alternativas políticas: insistir en la transformación violenta de la
sociedad o asumir posturas pragmáticas que les permitiera ubicarse en
puestos de poder, pactando con partidos grandes. El objetivo era ganar
algo, ya que sus ideas cortas no podían interpelar con un programa
válido para la realidad, ni tampoco convencer a los pobres. Esta fue la
misma lógica del Movimiento Sin Miedo (MSM), un fragmento opor-
tunista del MBL, que era una especie de partido local de izquierda en
la ciudad de La Paz, hasta desaparecer el año 2014.
146 Este ensayo trata de mostrar que los partidos como el MIR, el MBL y
el MSM, fueron organizaciones carentes de autenticidad revolucionaria
y se identificaron con las posiciones de un tipo de izquierda “tradicio-
nal”, únicamente porque buscaban llegar al poder como objetivo en
sí mismo y como conducta pragmática que abandonó toda aspiración
utópica y el núcleo teórico del marxismo-leninismo.

¿Qué fue de la autenticidad revolucionaria?


La izquierda boliviana tuvo un desempeño mediocre e inclusive decep-
cionante a lo largo de su historia reciente. Desde el año 1982, los
partidos de izquierda estuvieron signados por la completa inoperancia
en el campo de las propuestas para las políticas públicas. Destacaron
únicamente por su habilidad para estimular el caos con el pretexto
del impulso revolucionario, terminando en una anarquía irremediable
durante el gobierno de la Unidad Democrática Popular (UDP), que
en el año 1985 recortó en un año el periodo presidencial del ex presi-
dente Hernán Siles Zuazo. Su fracaso descomunal arrinconó por un
buen tiempo a las fuerzas de izquierda en la esquina de las amenazas
indeseables, al mismo tiempo que fueron identificadas como incapa-
ces y hábiles sólo para la verborragia.
Los fantasmas de la UDP persiguieron por un buen tiempo al
Movimiento Bolivia Libre (MBL), partido que nunca representó una
verdadera opción de poder desde la izquierda de clase media profesio-
nal, debido a que sus estrategias se inclinaron hacia la concertación
con los sectores de derecha ligados a la economía de mercado. Desde
su fundación a finales de la década de los años ochenta del siglo XX,
hasta su desaparición luego de aliarse con el Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR) de Sánchez de Lozada, el MBL actuó cons- 147
tantemente con una lógica tímida en lo ideológico y pragmática en la
relación con otros partidos que poseían reales opciones para llegar al
gobierno.
En las elecciones presidenciales de 1997 intentó presentarse con una
transfiguración totalmente radical. No sólo cambió su candidato cau-
dillista a la presidencia, incorporando a Miguel Urioste en reemplazo
de la figura arzobispal, confesional y supuestamente incorruptible de
Antonio Araníbar, sino que todo su perfil político dejó atrás aquel
credo ideológico que emanaba del marxismo, las interpretaciones de
izquierda y el purismo ético. A finales de los años noventa, después de
su primera experiencia en función de gobierno como parte de la coa-
lición MNR-Movimiento Revolucionario Tupac Katari de Liberación
(MRTKL)-Unidad Cívica Solidaridad (UCS), buscaba la promoción
de nuevas imágenes, echando mano del marketing político para con-
vencer a la sociedad de una propuesta que no tuvo solidez técnica.
La inscripción oficial de sus candidatos a la presidencia, vicepresiden-
cia, senaturías y diputaciones plurinominales, así como uninominales
presentó, de cualquier manera, importantes aportes. En 1997, fue
el único partido que logró cumplir con el cupo necesario de muje-
res candidatas, presentando también una apreciable participación de
fichas jóvenes que tuvieron su primera experiencia como postulantes
a diputaciones.
La mayor parte de sus candidatos, entre ellos: Pastor Velásquez, Juan
del Granado, Ronald Méndez, Erwin Saucedo, José Urañavi, Fausto
Ardaya, Franz Barrios, Guido Chumiray, César Camargo, y el mismo
148 Miguel Urioste, se caracterizaron más por ser dirigentes denunciadores
y confrontadores, antes que líderes seductores con fuerte convocatoria
regional o nacional. Sus candidatos no fueron de mayorías, aunque
esperaban doblar, según declaraciones de Araníbar, el 5,3 por ciento
alcanzado en las presidenciales de 1993. El MBL jamás logró alcanzar
ni el 6% de una elección presidencial y esta tendencia se reprodujo en
otros partidos similares sustentados en las clases medias urbanas. Las
propuestas de campaña y el discurso político estuvieron concentrados
en análisis coyunturales, ubicuos para sacar ventaja de acusaciones en
contra de otros partidos dominantes y el MBL se auto-promocionó
como un ilusorio reservorio moral dentro de la praxis política.
En un informe de 1994 donde se evaluaba el primer año de la coali-
ción de gobierno MNR-MRTKL-UCS-MBL, Miguel Urioste afirmaba
que su partido inició la gestión gubernamental debilitado por una falta
de convicción plena en la aventura de ser gobierno y acomplejado por
una visión empapada de limpidez ética e ideológica. Urioste afirmaba
que la identidad del MBL, un año después de ejercer el poder, era otra.
El MBL quería el poder pero también le tenía miedo al poder. Tenía
miedo a cambiar o perder su propia identidad. Lo que no dijo fue que la
identidad del MBL ya había cambiado desde el momento en que talla-
ron un fino acuerdo con Gonzalo Sánchez de Lozada en julio de 1993.
Estas dudas se asomaron a las ventanas de otros partidos de izquierda
que transitaron hacia su reubicación en el escenario político. El MBL
sabía que, para bien o para mal, la palabra socialismo ya no impulsaba
el corazón de los mejores hombres y mujeres de nuestro siglo y que los
conceptos de revolución difícilmente generarían mejores instituciones
que las instauradas por la democracia representativa. El MBL pasó de
la retórica por la revolución hacia el discurso ético de lucha contra la 149
corrupción, carentes ya de todo basamento doctrinario y de toda expli-
cación clasista o utópica de la política.
Si el MBL comenzó tímidamente a encarar el poder, en 1997 sabía
que podía ejercerlo y que los resultados políticamente prudentes estaban
por encima de cualquier ideología o actitud principista. Súbitamente,
Urioste ya no continuó con el juicio de responsabilidades al ex ministro
de educación, Hedim Céspedes; el desempeño de Juan del Granado
a la cabeza de la Comisión de Derechos Humanos en la Cámara de
Diputados fue relativamente eficiente, pero el MBL se alineó junto a
otros partidos para dejar en un agujero negro las aristas más punzantes
del caso denominado narco-avión que partió sin restricciones del aero-
puerto de El Alto con varias toneladas de cocaína en 1997. La imagen
del canciller de Sánchez de Lozada, Antonio Araníbar, ya no se ras-
gaba las vestiduras cuando se hablaba de la presencia estadounidense
en la orientación de la lucha contra el narcotráfico. El MBL se convir-
tió en un partido de izquierda pequeño burguesa atrápalo todo (catch
all party) común y silvestre, inyectado, como todos, con una fuerte
cantidad de realismo político.
El MBL estaba seguro de caminar al lado de la razón, la ética inma-
culada o la oposición testimonial mientras no era gobierno, difundiendo
masivamente el eslogan “somos trigo limpio” pero de improviso se per-
cató de que debía dejarse llevar por la fuerza centrípeta que magnetizó
a otras fuerzas políticas: ganar elecciones, estar presto a poner en mar-
cha cualquier alianza que brinde expectables posiciones de poder, y no
criticar demasiado cuando se habla de gobernabilidad y modernización
económica bajo el mandato de imperativos internacionales.
150 Para el MBL, una campaña presidencial era, en rigor, publicidad,
no para vender programas ideológicos, sino candidatos y figuras, y
eso es lo que tenía que mostrar, aunque sin éxito. Los partidos de
izquierda anclados en la representación de clase media citadina no pue-
den engrandecerse y tomar el poder de manera victoriosa en los procesos
democráticos. El MBL puso en acción una serie de imágenes drama-
túrgicas ante los medios de comunicación, donde su discurso político
presentó un contenido débil o repetitivo, porque en el juego multicolor
de las elecciones donde juegan los partidos atrápalo todo, lo que cuenta
es la manera de decir, la capacidad de resultar ambiguo, en la medida
en que se trata de hacer creer y seducir, antes que explicar y proponer.
La izquierda del MBL trató de seducir con una imagen de trigo limpio,
sin mancha pero no logró plantear un programa de gobierno alterna-
tivo, transformador y con claras utopías políticas renovadas.
El binomio presidencial de 1997 Miguel Urioste-Marcial Fabricano,
optó por la vía fácil de una fuerza política de izquierda tradicional que
lo acogía todo, desvinculada de cualquier dogma, y perfilándose a subir
al carro alegórico de la demagogia contestataria y las estrategias ins-
trumentales para convertir sus viejas ilusiones en cómputos electorales
que les facilite ser una opción de poder. Sin embargo, incluso en este
realismo pragmático fracasaron, pues el MBL debió haberse dejado
absorber por el MNR de Sánchez de Lozada para sobrevivir.
La sociedad lo juzgó como un partido oportunista y sin decisión para
actuar con identidad propia. En el gobierno de Sánchez de Lozada y
su posterior actuación, el MBL fue un furgón de cola y sus principales
dirigentes buscaron únicamente puestos de influencia para favorecerse
a sí mismos. Después de las derrotas electorales como partido indepen- 151
diente, desaparecieron con la arrogancia de una izquierda que, en el
fondo, nunca fue revolucionaria sino todo lo contrario: conservadora,
tradicional y atrapa cargos para una élite privilegiada.
Otro caso dramático de fracaso ideológico y político se encarna en
el MIR. La ambición por el dinero, prestigio y el placer desenfrenado
por el poder, suele llevar a los hombres a ejecutar los menesteres más
viles. A veces, por eso es que para trepar se adopta la misma postura
que para arrastrarse. Este temor de dejarse arrastrar por las banalidades
del poder por el poder es parte de la sabiduría hebrea y judía, sospe-
chosa de todo lo que serpentea, como lo hizo la serpiente con Adán,
para finalmente empujarlo a la desgracia, al pecado, al fango.
Dios toma su venganza y castiga a la víbora por tentar a Adán y
la castiga por eso, maldiciéndole mientras la llama del tiempo siga
ardiendo. Los partidos políticos tienen mucho de los hábitos de una
serpiente: reptan hacia el pecado del poder a como dé lugar, el cual
acaba convirtiéndose en su propia desgracia, en su propia defunción
política. De tan ciegos por tanto poder, cualquier día caen en un tro-
piezo para acabar mordiéndose la lengua y tragarse su propio veneno:
la ambición por el dinero, el placer desenfrenado por el poder. Este
fue el dramático destino del MIR que tenía mucho de serpiente, de
esa mirada que hipnotiza, de esa voz que narcotiza. El MIR quiso
convertirse en una cobra electoral. Su votación llegaba a cerca de 300
mil votos que habían confiado en la promesa de una nueva izquierda
nacional y en una real “revolución del comportamiento”, el eslogan del
líder Jaime Paz Zamora. Eslogan vacío y contradictorio en sí mismo
porque el MIR se hundió en la deshonra.
152 En 1989 el MIR tomó el gobierno y hoy día ha muerto por completo.
El régimen de Paz Zamora, cuyo rostro chamuscado por las negras
jornadas de la dictadura, no le sirvió de mucho para reconquistar a la
sociedad boliviana y manejar eficazmente el aparato estatal, pues no
brilló nunca por acciones magnificentes que convirtieran su repentino
salto al poder en orgullo nacional. El MIR en su gestión gubernamen-
tal perdió el magnetismo de la cobra, quedándose solamente con los
colmillos y el veneno. Además, pasado el tiempo, el MIR se quedó
irremediablemente solo. El MIR fue un partido que, al igual que la
serpiente, quedó maldecido por Dios.
Los pecados del MIR van desde la relación que mantuvo el ex Minis-
tro del Interior, Guillermo Capobianco, con el narcotráfico; luego el
tráfico internacional de armas realizado a nombre de Bolivia y desti-
nado a la guerra civil en la ex Yugoeslavia. A esto se suma la estafa de
más de medio millón de dólares en el Fondo de Desarrollo Campesino
que involucró al diputado e hombre de confianza de Jaime Paz, Hugo
Lozano. La propia bancada parlamentaria del MIR lo aisló en la
Cámara de Diputados donde se escondió bajo el manto de la inmuni-
dad para evitar un juicio de responsabilidades.
Un punto álgido en las graves equivocaciones del MIR se encuentra
cuando el subjefe del MIR, Oscar Eid, pagó como buen samaritano, los
gastos médicos del narcotraficante, Issac “Oso” Chavarría, hasta llegar
a una curiosa celebración de cumpleaños, donde comparten un buen
momento, Jaime Paz y otro narcotraficante que cayó preso, Carmelo
“Meco” Domínguez. El MIR se olvidó de la ética revolucionaria, pero
la ética no se olvida de los partidos. Éstos reptan como las serpientes,
pero no todas las sociedades sucumben como Adán ante la tentación.
En ese momento, los que sucumben son los partidos como el MIR. 153
Por estas razones, nunca podremos comprender hasta qué punto es
posible mentir y distorsionar las explicaciones sobre nuestra realidad
política, cuando uno está obsesionado por el poder y los diferentes
mecanismos para alcanzarlo. En muchos casos no basta el olfato estra-
tégico para tomar una decisión, sino despojarse de todo escrúpulo
hasta llegar al extremo de engañarse a uno mismo, intoxicarse con jus-
tificaciones que rebasen todo límite moral y reivindicar un realismo
descarnado donde el mal pueda fácilmente disfrazarse de bien, así como
el bien pueda también enajenarse hasta su descomposición. Así, ya no
importa el horizonte de servicio público o el compromiso con nuestra
sociedad para aportar a la solución de problemas, al menos esta es la
triste lección que se aprende de Oscar Eid, fundador y pieza clave del
Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), una vez que la Corte
Suprema de Justicia lo encontrara culpable por el delito de encubri-
miento al narcotráfico en el año 2000.
La culpabilidad de Eid es el selló de un fracaso más para la izquierda,
en este caso, socialdemócrata. El MIR nació en los años setenta del
siglo XX y quiso arrogarse la representación de una juventud transfor-
mista después de la Revolución de abril de 1952. Sólo fueron espejismos
porque el MIR tampoco mostró claros resultados, ni revolucionarios,
ni ético-políticos, desapareciendo como un partido repudiado por la
sociedad en las elecciones de 2005.
“Fueron errores y no delitos”, lamentable frase que Jaime Paz Zamora
pronunció cuando anunciaba su retiro de la política en 1994, una
vez que el vendaval de lodo y agua turbia amenazaba con sepultarlo
154 por las acusaciones de haber recibido dinero del narcotráfico para su
campaña electoral de 1989. Aquel año 1994 Eid también declaraba
sucesivas contradicciones ante una comisión del Congreso tratando
de explicar por qué pagó una cuenta de hospital perteneciente al nar-
cotraficante “Oso” Chavarría. Seis años más tarde, la verdad salió a
flote con el veredicto de la Corte Suprema: Oscar Eid y una parte del
MIR, sí encubrieron a peces gordos del narcotráfico aunque algunos
insistieron con terquedad irrisoria que existía una “sentencia sin delito”,
afirmación desbaratada por las investigaciones judiciales donde se tes-
timoniaba que hubo reales delitos y no errores.
Más allá de que Oscar Eid no pudiera ejercer ninguna función
pública de alto rango o candidatear en elecciones, su sentencia consti-
tuyó el testamento traicionado de aquella generación cuya influencia
política de izquierda en Bolivia fue estéril: Eid y Paz Zamora fueron los
líderes más importantes de una generación de políticos nacidos en la
década del setenta en plena dictadura de Bánzer. El viejo MIR surgió al
calor de la Asamblea Popular en junio de 1971, proclamando una línea
ideológica marxista, adoptando posturas radicales de corte armado por
sus contactos con el entonces Ejército de Liberación Nacional (ELN) y
expresando que la contradicción principal en Bolivia “opera entre las
clases explotadas de la nación dependiente y el imperialismo”, decla-
ración hueca que jamás tuvo sentido estratégico, ni tampoco expresó
con honestidad las verdaderas intenciones del MIR.
Se inventó el famoso entronque histórico para explicar la articu-
lación entre los principios revolucionarios de 1952 y el nacimiento
hegemónico de una nueva izquierda nacional, expresada en el lide-
razgo de Paz Zamora. Empero, el MIR rápidamente cambió su piel
ideológica pasando del tono armado hacia una social-democracia que 155
le permita llegar al poder con astucia en las negociaciones políticas,
menospreciando cualquier compromiso ideológico pues el entronque
quedó sin efecto cuando Paz Zamora llegó a la Vicepresidencia junto
a Hernán Siles Suazo en 1982, a quien dejó solo en medio del caos
político-económico que destruyó a la entonces Unidad Democrática
y Popular (UDP).
El MIR entró y salió del gobierno de la UDP en dos oportunida-
des sin importarle los perversos efectos de semejante irresponsabilidad
durante los momentos de inestabilidad y riesgo de retroceso autorita-
rio en los albores del sistema democrático (1982-1985). Aquella época
todavía existían el Bloque Social Revolucionario y el Frente de Masas
Obrero, cuotas de compromiso populista dentro del partido que rápida-
mente se desvanecieron cuando el MIR se convirtió en Nueva Mayoría:
la incorporación de importantes empresarios privados que quebraron el
entronque histórico con una mezcla de liberalismo económico, demo-
cracia representativa, privilegios de elite y ambiciones incontrolables
de legar al poder, rompiendo toda identidad utópica que podía definir
a la izquierda nacionalista.
En 1984 el ex presidente Siles fue secuestrado por unas horas, mien-
tras que misteriosamente Paz Zamora se encontraba en Europa, lo cual
provocó una crisis constitucional ante la incertidumbre por el rapto de
Siles. En aquel entonces, Eid, como siempre, trató de justificar la actitud
desleal del MIR pero un año más tarde, en 1985, el MIR abandonaba
definitivamente a Siles exigiendo el recorte de su mandato por un año
y condicionando todo apoyo a favor de la oposición Acción Democrá-
tica Nacionalista (ADN)-MNR, solamente para convertir a Jaime Paz
156 en candidato presidencial en 1985. Eid y Jaime Paz constituyeron una
dupla cuya nulidad moral está por demás comprobada, pues estaban
dispuestos a comerciar con la credulidad popular hasta conseguir lo
que deseaban. Jamás aportaron nada a la historia de reformas o revolu-
ciones del país, sino un arsenal de doctrina socialdemócrata inservible
y operaciones políticas favorables a una cúpula inconsecuente.
La hazaña de Oscar Eid fue convertir en presidente a Paz Zamora
en 1989, aun a pesar de que su candidatura obtuviera un pobre tercer
lugar. Desde aquel momento no se dijo nada sobre los viejos postula-
dos para transformar la sociedad boliviana. Paz Zamora prosiguió con
el Decreto Supremo 21060 durante su gobierno y nos recordó que el
no poder hacer nada es lo más apropiado para aplastar toda utopía de
izquierda revolucionaria en el sentido tradicional: romper con las insti-
tuciones imperantes para instaurar un nuevo tipo de régimen político.
El MIR podía aliarse con cualquier cosa mientras los electores estén
atareados en buscar consuelo sin tener tiempo ni ganas para sopesar
la historia y las acciones de los partidos o las posiciones de izquierda.
Como explicaría el filósofo rumano Ciorán, todos, finalmente, se
resignan a las durezas o a las estupideces de las mentiras políticas;
añoran ilusiones, sin saber que la esperanza es una virtud de los escla-
vos. Entretanto, Oscar Eid permaneció agazapado detrás del partido,
burlándose del pasado y siempre dispuesto a traicionar el testamento
de una generación que no temía mostrar que la política era el arte de
aprovecharse de los hombres, haciéndoles creer que se los sirve.

Las distorsiones históricas de Jaime Paz


No es posible dejar pasar una serie de afirmaciones falsas del expresi-
dente Jaime Paz Zamora expresadas en un artículo realmente insólito 157
y desinformado (Página Siete, 4/6/17), donde compara la elección de
Emmanuel Macron como presidente de Francia (2017) y el pacto de
gobernabilidad de 1989, cuando su partido, el extinto Movimiento
de la Izquierda Revolucionaria (MIR), se alió sorpresivamente con el
exdictador Hugo Banzer, quien entonces lideraba la también extinta
Acción Democrática Nacionalista (ADN), el ala más conservadora de
la derecha, profundamente ineficaz al carecer de un perfil ideológico
definido en comparación con otras fuerzas de derecha en las Améri-
cas. Ambas agrupaciones representaban una opción política por demás
oportunista que desprestigió la columna vertebral de un sistema polí-
tico sustentado en aquel entonces en los pactos de gobernabilidad.
El Acuerdo Patriótico (AP) formó parte de las coaliciones de gober-
nabilidad que estuvieron en el centro de la definición del poder, pero
con una aclaración: el MIR era un partido con una bajísima legitimidad,
tanto política como electoral, pues obtuvo solamente el 21,8% de los
votos en las elecciones de 1989, algo más de 300.000 sufragios. Ocupó,
por lo tanto, el tercer lugar; mientras que Macron ha concentrado una
enorme popularidad tanto en las urnas como en un prestigio bien
ganado ante la opinión pública y los medios de comunicación. Lo
más trascendental: en Francia se llevó a cabo la segunda vuelta electo-
ral entre los dos contendientes más votados, precisamente para lograr
que sea la soberanía del voto popular la que, finalmente, reconozca la
victoria del presidente.
En Bolivia (1985-2005) nunca hubo una segunda vuelta, porque la
Constitución otorgaba al Parlamento la potestad de elegir al presidente
dentro de los tres candidatos más votados. Esta salida institucional
158 viabilizaba la gobernabilidad para tener un nuevo jefe de Estado, pero
sin la debida legitimidad ciudadana. Los pactos de gobernabilidad fue-
ron aplaudidos como una solución estratégica y alternativa a las urnas
cuando ningún candidato lograba el 51% de la votación. Esto se veía
muy bien en la teoría, pero en la práctica las coaliciones de gobierno se
transformaron en máquinas burocráticas para generar nuevas oligar-
quías, las cuales se ocupaban de alimentar el patrimonialismo estatal.
Sin embargo, ya que Jaime Paz insistió en comparar a Bolivia con
Francia, un balotaje habría impedido que éste llegue a la presidencia en
1989 y, probablemente, que Gonzalo Sánchez de Lozada ganase nue-
vamente las elecciones. No se sabe a ciencia cierta, pero justamente la
segunda vuelta electoral define políticamente y de manera soberana la
titularidad del poder. Un pacto de gobernabilidad para acumular fuerza
en caso de no tener el respaldo popular deja mucho espacio para que
las élites políticas hagan maniobras llenas de absoluta arbitrariedad. En
1989 se anularon ilegalmente muchas mesas y se usurpó la represen-
tación parlamentaria de diputados como Roger Cortez y Víctor Hugo
Cárdenas. Paz Zamora nunca representó a la autoridad presidencial
legítima y democrática, sino solamente a un conjunto de cálculos per-
sonalistas y a la viveza criolla entre estrategas hábiles para ambicionar el
poder, pero nunca para tener una visión clara de transformación estatal.
Esta diferencia es crucial: ser presidente en un proceso democrático
abierto, constitucional y competitivo marca una enorme distancia
entre Macron y Paz Zamora. Además, el mandatario francés nunca
se ha identificado ni con la izquierda socialista tradicional ni con el
republicanismo o la derecha. Si bien su gobierno de coalición toma en
cuenta a destacados líderes políticos y figuras de la sociedad civil, éstos
tienen también un reconocimiento pleno dentro del Parlamento fran- 159
cés, que puede otorgar un voto de censura y terminar con el gobierno
de Macron. Hay contrapesos democráticos.
Nada es dejado al azar o al abuso. Paz Zamora llegó al poder gracias
al abuso de confianza que le permitió la Constitución. Su gobierno
fue un ejemplo de democracia delegativa: ser tercero y ejercer la pre-
sidencia para hacer lo que uno quiera con gente poco eficiente y muy
corrupta, hasta caer en el escándalo de los narcovínculos. Fueron erro-
res, no delitos, dijo, sin poder borrar una discreta apología del delito.
Errores de interpretación que molestarían a Macron, quien no tiene
nada que ver con Paz Zamora.

Paz en Colombia: ¿qué fue del sueño armado?


Los acuerdos de paz en Colombia han impactado en la izquierda de
toda América Latina y, en Bolivia, también influyeron, demostrando
a la izquierda pequeño burguesa que los himnos de guerrilla jamás
tuvieron un sentido honesto. Sucedió lo contrario, pues la defensa de
los movimientos armados representó simplemente un discurso encen-
dido sin consideraciones efectivas sobre cómo lograr resultados para
alcanzar una sociedad más humana. Por lo tanto, toda esperanza por
alcanzar la paz, llena de alegría y deslumbra cualquier voluntad para
mirarnos una vez más como seres humanos. Uno al lado de los otros,
respetándonos y dándonos siempre una oportunidad para abrazarnos,
saludarnos como amigos y pensar que podremos contar con alguien
cuando así lo necesitemos. La paz es un aire fresco de tranquilidad que
nos hace vivir plenamente y, por esto, los históricos acuerdos de paz
firmados en Colombia el 26 de septiembre de 2016, no solamente pusie-
160 ron fin a un largo camino sangriento que duró cincuenta años, sino
que hoy día obligan a pensar en lo inútil, demasiado costoso y nihilista
que resulta ser la organización de grupos armados para tomar el poder.
Quizás lo más relevante para evaluar un acuerdo de paz sea el análi-
sis de los alcances huecos que implica la lucha armada. ¿Cómo aprecian
la paz aquellos que decían jugarse todo con el fin de transformar el
mundo? Resulta irónico, casi absurdo, por no decir simplemente necio,
escuchar los aplausos de varios ex militantes de la izquierda marxista
revolucionaria que gritaban eufóricos para colocarse a favor de los
acuerdos de paz, cuando en sus épocas universitarias y adolescentes,
se embriagaban con las estrategias del foco guerrillero, obnubilados
por la figura del Che que todavía cuelga como una insignia o marca
registrada en sus oficinas, supuestamente para rendir culto a un héroe
rebelde. El Che jamás habría apoyado la paz en Colombia. Es para
morir de risa. Hoy día como ayer, aquellos que defendieron la lucha
armada, jamás pensaron en el costo humano y vacío al que conducen
los experimentos de un conflicto armado.
También están aquellos hombrecillos de convicciones débiles, medio-
cres o seguidores de ovejas. Si el viento soplaba hacia la izquierda y se
podía ganar alguna ventajilla sin estar plenamente esclarecido sobre
mayores esfuerzos, aplaudían también la propuesta de impulsar la revo-
lución violenta, aunque se hubieran orinado de pánico en sus pantalones
al ver un agota de su propia sangre. ¿Qué pueden decir con argumen-
tos claros, ideas sensatas y conducta ética los revolucionarios de papel,
a sus hijos en este siglo XXI sobre el papel de la lucha armada? Qui-
zás junto a unas cervezas, buena comida, un cigarro y la tranquilidad
del hogar, podrían expresar que “no vale la pena”. Todo fue sólo pose
o impulsividad irresponsable pero con consecuencias nefastas. 161
Desde el entrenamiento militar, la disciplina corporal para aguantar
una campaña militar, hasta la necesaria transformación de la concien-
cia que se anime a matar, asesinar e inmolarse por razones tácticas o
ideológicas que liquiden al enemigo, el tipo de persona que enaltece la
lucha armada es un ser subnormal. Declarar la guerra, sabiendo que
todo engloba un sacrificio de dudosa recompensa espiritual o ética, es
una decisión delincuencial. En algún momento, un conjunto de recom-
pensas materiales atrajeron al grupo armado pero no satisficieron el
aliciente inicial que, aparentemente, era el fundamento de la revolución:
la transformación social, económica, cultural y política que otorgue
una verdadera emancipación.
La guerra es un campo de batalla donde se vive o muere. ¿Realmente
un ser humano que se precie de tal puede ver en las armas, la violen-
cia y la sangre, una ventana hacia diferentes formas de liberación? De
ninguna manera. Las armas son instrumentos de mal agüero cuando
son utilizadas a tontas y a locas. Por lo tanto, la guerra o revolución
armada es un asunto tenebroso y da miedo pensar que haya hombres
y mujeres que puedan apoyarla sin reflexionar sobre el sufrimiento, la
muerte, la extorsión, las heridas del alma, los lisiados, la venganza y,
en fin, un abanico de sinsentidos que jamás justificarán el logro de
resultados positivos.
La lucha armada degenerará siempre en delincuencia y traición
de los principios o valores revolucionarios, puesto que el instinto de
autodestrucción y supervivencia en cualquier empeño violento, hará
que predomine la fiereza. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC) financiaron su larga lucha insulsa con el narcotrá-
162 fico, el secuestro, los crímenes de lesa humanidad que cometieron y,
por último, se quedaron en la puerta del baño: no tomaron el poder
porque sencillamente no podrían conducir un Estado donde se requiere
una legitimidad popular que no descansa en las armas.
Los acuerdos de paz enseñan que todo revolucionario es un ser
contradictorio y deshonesto. Un ser muy elemental que debería aver-
gonzarse por no haber muerto glorificado al buscar el comunismo y,
asimismo, tendría que abochornarse al contentarse con pegar la ima-
gen del Che en una época donde su propia hipocresía ideológica le hace
ver que la lucha armada fue un completo despropósito.

Conclusiones: la desaparición del MSM es


la debilidad de la izquierda tradicional
Cuando muere un partido político por lo general nadie comete un
suicidio. Sin embargo, la desaparición de una agrupación política
constituye una mala noticia para cualquier sistema democrático y, al
mismo tiempo, representa una llamada de atención para todos aquellos
que suponen que la organización para actuar en las lides políticas es
una tarea noble o un desafío para el liderazgo. Bolivia está cambiando
enormemente en diferentes aspectos pero lo que se resiste a cambiar es
el sistema de partidos. Éste se encuentra en una decadencia definitiva,
tanto en la conformación de frentes electorales, como en el ámbito de
su institucionalidad interna.
Un caso lamentable es la desaparición del Movimiento Sin Miedo
(MSM). Este partido no tuvo una consistencia ideológica que sustente
efectivamente una nueva propuesta de izquierda transformadora. Si
bien expresó sus principales críticas en contra de la economía de mer-
cado y las consecuencias negativas de lo que el MSM calificó como 163
una “partidocracia irresponsable” en el sistema democrático, tampoco
mostró un liderazgo que lo identifique con una perspectiva política
novedosa junto a una sólida legitimidad con bases sociales poli-clasistas.
Existieron tres grandes tendencias históricas al interior del MSM
que caracterizaron su funcionamiento interno y posterior fracaso en
las elecciones presidenciales de 2014, que desembocó en su desvaneci-
miento. Primero: un constante pragmatismo electoral de corto plazo,
asociado a visiones ideológicas o políticas dicotómicas simplistas: noso-
tros versus la partidocracia excluyente y corrupta; la ética del nuevo
movimiento en contra del neoliberalismo empobrecedor y antidemo-
crático. Sin embargo, en la ideología del MSM está diluida la diferencia
cualitativa de interpelación de izquierda, pues dejó de plantearse otro
tipo de utopías de cambio social y revolución política.
El discurso del MSM se quedó únicamente con las denuncias, aunque
esto le sirvió bastante para generar un buen impacto en las campañas
municipales, donde se reprochaba la inestabilidad, descomposición e
ineficiencia en la Alcaldía. Este discurso fue explotado en el momento
de preservar un buen caudal electoral dentro del poder local de La Paz.
Segundo: en la administración municipal (2000-2016), el MSM
llevó adelante un profesionalismo tecnocrático carente de orientación
y formación política, pues se buscaban resultados inmediatos, según
los parámetros burocráticos y formales que eran el alimento preferido
para algunos decisores políticos, quienes intentan promocionar sus
carreras personales y una buena imagen ante los medios de comuni-
cación. El propósito principal era hacer obras a como dé lugar. Este
164 rasgo, se encuentra inclusive en Juan del Granado, un líder que con-
fiaba mucho, no tanto en las posiciones ideológicas, sino en la eficacia
práctica y en los efectos impresionables que podían transmitirse por
la televisión. De esta manera, se postergaron constantemente las nece-
sidades de una mejor organización partidaria, junto a una capacidad
institucional para romper el cerco electoral que se había construido en
torno al municipio paceño.
Tercero: el desgaste de energías dentro de la burocracia municipal
se unió a una confusión en el plano de las ideas de transformación
socio-política después de la crisis nacional de octubre de 2003 con el
derrumbe del expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Las estrategias
del MSM siguieron pragmáticamente la coyuntura nacional inestable
y de ahí sus dudas iniciales en apoyar un “frente de alcaldes” para las
presidenciales de 2005. Cuando esta posibilidad no prosperó, el MSM
recién apuntó hacia otro rumbo, dejándose absorber finalmente dentro
del MAS entre 2006 y 2010.
La ideología de izquierda fue un fenómeno aparente y sirvió para
consolidar históricamente a un caudillo como Juan del Granado que
apostó siempre a su visión personalista, tanto en las estrategias polí-
ticas como en el decisionismo. La élite dirigente estaba consciente de
que las bases sociales del MSM eran leales mientras se administraba
la alcaldía paceña con superficiales criterios de gerencia moderna, pero
sin ideología y con un énfasis políticamente clientelar.
El MSM fue un partido altamente caudillista, institucional sólo en
lo formal, cuya militancia se recluyó en la alcaldía, lugar donde sufrió
una metástasis al ser incapaz de incorporar nueva gente. Desapareció
sin pena ni gloria porque nunca tuvo una estrategia de poder y expan- 165
sión nacional con la posibilidad de ir más allá de un gobierno municipal
que les otorgó influencia, dinero, prestigio, pero únicamente en térmi-
nos paceños. No tuvo una identidad definida y un mensaje claro para
las presidenciales de 2014. La estrategia electoral no supo qué espacio
quería disputarle al Movimiento Al Socialismo (MAS), de manera que
el esfuerzo por mostrar al MSM como la izquierda democrática frente
al autoritarismo de Evo Morales fue totalmente estéril.
Hoy día la izquierda pequeñoburguesa es altamente ubicua, busca
los privilegios del poder sin defender las ideologías de la izquierda tra-
dicional o el marxismo. Los nuevos jóvenes de izquierda en el siglo
XXI son demagogos oportunistas que están muy lejos de los esfuerzos
revolucionarios que brillaron desde la Revolución Rusa de Octubre de
1917. El final de la Guerra Fría y la muerte de la Unión Soviética, trajo
consigo un montón de poses de izquierda que representan únicamente
un conjunto de ilusiones vacías para cambiar el orden capitalista. Todos
están felices con un poco de dinero, coca colas y champaña al brindar
por sus egoísmos personalistas.

XI
La derecha en Bolivia: pálida imagen

166 ¿Qué significa ser de derecha, en caso de que todavía exista la posibili-
dad de alinear a las ideologías en torno a una polarización tradicional
entre izquierda y derecha? La derecha, en este caso, implica la defensa
sin concesiones de las políticas de mercado, la fuerza política de la
empresa privada y el hecho de favorecer a la democracia representativa,
sobre todo asentada en una concepción elitista de la toma de decisio-
nes que busca marginar las consultas populares y todo aquello que
tiene que ver con el populismo paternalista; es decir, negar que sea el
Estado el supremo proveedor de todo tipo de prestaciones sociales y el
actor central en la búsqueda del desarrollo.
En Bolivia también se tuvo una participación importante de la dere-
cha que, históricamente, tomó el poder de manera pragmática entre
1985, hasta su vergonzosa caída en octubre de 2003. Por esto, han
transcurrido once años desde que la derecha dejó de ser una opción
viable en el ascenso a la presidencia dentro del sistema político. Su
posicionamiento a la cabeza del Estado durante el llamado “periodo
neoliberal (1985-2005)” estuvo fuertemente marcado por tres influen-
cias decisivas: la primera tiene que ver con la articulación política
de coaliciones de gobierno entre el MNR, NFR, ADN, MBL, MIR,
UCS y Condepa. Supuestamente, esto garantizaba las exigencias de
gobernabilidad para afianzar la elección de presidentes y otorgar así
estabilidad al sistema democrático representativo. Sin embargo, estas
coaliciones nunca lograron un consenso político acerca de planes de
gobierno serios. Tampoco tuvieron visiones de reforma estatal a largo
plazo y solamente se dedicaron a reclamar cuotas de poder clientelar
para los partidos que pensaban en construir una hegemonía al margen
de las demandas de una democracia más inclusiva.
La segunda influencia fue la percepción y diagnóstico equivocado 167
que hizo la derecha sobre las condiciones de la economía de mercado,
endiosando irreflexivamente las políticas de privatización de empresas y
servicios públicos. Las diferentes versiones de la derecha reeditaron un
viejo estilo caudillista e ingenuo: descartar, de golpe y sopetón, otras
formas institucionales de la democracia como el referéndum, las asam-
bleas constituyentes y el control social en presupuestos participativos,
descalificando las ideologías indianistas y todo tipo de concepciones
que legitimen de mejor manera la toma decisiones gubernamentales.
La derecha fue elitista en exceso, prebendal con sus correligionarios y
poco consecuente con la modernización de sus partidos que siguieron
siendo máquinas para canalizar intereses personales.
El tercer aspecto que marcó buena parte de las gestiones guberna-
mentales de la derecha: las administraciones de Víctor Paz Estenssoro
(1985-1989), Jaime Paz Zamora (1989-1993), Gonzalo Sánchez de
Lozada (1993-1997, 2002-2003), Hugo Banzer (1997-2001), Jorge Qui-
roga (2001-2002) y Carlos Mesa (2003-2005), fue su estilo de liderazgo:
no convertir sus estrategias presidenciales en mecanismos que sean más
receptivos hacia el carácter multicultural e indígena de la ciudadanía
democrática. Estos gobiernos representaron a una ideología conserva-
dora en el momento de imponer diferentes políticas públicas, fueron
extremistas en la privatización y poco flexibles para reformar las insti-
tuciones democráticas con capacidad de gestión sin caer en atolladeros
autoritarios
El discurso político de la derecha se hundió en el desprestigio por-
que las grandes masas del país creyeron que el modelo neoliberal nos
entregó al endeudamiento, al estancamiento productivo, a la estigma-
168 tización de ser un país indígena sin posibilidades de modernización
homogénea y a la burocratización de un Estado centralista que nunca
se reconciliaba con la diversidad del pueblo. La derecha perdió ini-
ciativas hegemónicas y se negó sistemáticamente a incorporar en sus
visiones de futuro a los valores de igualdad de oportunidades, digni-
dad, equidad, institucionalidad e interculturalidad.
En todas las coaliciones de la gobernabilidad neoliberal reinó un
ambiente de pugnas internas por fracciones de poder. La derecha exa-
geró la evaluación del país para llamar la atención popular y aparecer
como los superiores que estaban destinados a dominar el Estado por-
que tenían mejores instrumentos y conocimientos. Todo representó
una quimera. Nunca fueron una fuerza unida y bien articulada. La
derecha no pudo controlar a sus socios políticos en función de compro-
misos futuros y lealtades legítimamente democráticas. Las coaliciones
fueron débiles para estructurar un solo plan de gobierno debido a la
ausencia de mecanismos de coordinación política. Cada partido era
una isla que buscaba sacar provecho inmediato y unilateral.
A la derecha le faltó una capacidad de control racional y estratégico
del Estado. Aplicaron algunas directrices de la economía de mercado
junto con objetivos gubernamentales extremadamente generales y ambi-
guos. La derecha tiene una profunda crisis de credibilidad ideológica,
abandonó la innovación y la renovación de líderes, dejando de trans-
mitir una imagen de dirección al no presentar metas y propuestas
precisas de consolidación democrática. Lo que queda es únicamente
una lista de intenciones sobre reformismo democrático y retóricas que
apelan a la igualdad y lucha contra la pobreza que ya no responden a
las demandas de una sociedad hastiada con las caras de Paz Zamora,
Tuto Quiroga, Doria Medina y Sánchez de Lozada. La derecha está 169
ante su peor crisis de identidad política e ideológica.

XII
Condepa en la historia democrática

Todavía hoy causa estupor la súbita muerte del líder de Conciencia


de Patria (Condepa), Carlos Palenque, el 8 de marzo de 1997. El fére-
tro fue acompañado hasta sus últimos momentos por un contingente
humano masivo que impresionó a todo el país. La desesperación y
profunda tristeza de sus seguidores se confundía con la incertidumbre
del núcleo histórico del partido. Tanto la dirigencia como los humil-
des devotos del compadre Palenque solamente atinaban a expresar una
sola pregunta: ¿qué seguridad tiene, y cuál será la viabilidad política de
Condepa y del movimiento social que sustentaba al partido? ¿Cómo
podrá responderse, de ahora en adelante, a los miedos sociales y polí-
ticos que reventaron como las esquirlas de una granada, después de
la desaparición del caudillo que expresaba tantos símbolos y conden-
saba tanto poder?
Tal como ocurrió con la muerte del empresario cervecero, Max
Fernández, jefe de Unidad Cívica Solidaridad (UCS) en 1995, las espe-
culaciones de los demás partidos sobre la extinción de Condepa no se
170 hicieron esperar. En diferentes momentos de análisis político, algunos
dirigentes de ADN, MIR, MNR o MBL dieron su extrema unción en
las conversaciones off the record con los periodistas, como si de repente
se hubieran convertido en sacerdotes. Muerto Palenque todos intenta-
rían canalizar el voto populista hacia los partidos con opciones de poder.
La ausencia de Palenque en el escenario democrático destruía las
ambiciones de Condepa y marcaba una nueva era en las estrategias de
hacer política: emocionar a las masas, bajar a su altura y ofrecerles de
todo por medio de la omnipotencia televisiva. Condepa y Palenque
inauguraron la era del liderazgo mediático y del populismo publicita-
rio que identificó a aymaras, quechuas y cholos con la representación
política.
Muchos políticos consideraban la muerte de Palenque como un
hito histórico, no sólo por la disolución de su partido, sino porque
los partidos neoliberales tenían una oportunidad única para acoger
a los votantes condepistas. El reto en las elecciones presidenciales era
el siguiente: ¿de qué manera podían apropiarse de las bases de Con-
depa y UCS? Por supuesto, era necesario pensar también en cómo
habría que controlar los medios de comunicación como RTP que, de
repente, estaba a la deriva. Después del Compadre, los partidos neo-
liberales debían analizar minuciosamente las mejores estrategias para
reconstruir sus relaciones con el populismo de Condepa que bien podía
cautivarse o perderse. El populismo palenquista comprobaba que las
masas eran como niños y ahora éstos buscaban una protección pater-
nalista y necesaria.
Sin Max Fernández y sin Carlos Palenque, el panorama democrá-
tico pudo haberse convertido en una cruzada redentorista que buscara
santas alianzas con un pueblo descarriado. Pero ocurrió todo lo con- 171
trario. Constituyó un espejismo para los partidos neoliberales pensar
que podían ganar fácilmente las adhesiones de Condepa. El nacimiento
de este partido echó mano del liderazgo de Carlos Palenque cinglado
en una trayectoria de casi quince años, al cabo de los cuales se cons-
truyó una identificación profunda y directa entre el líder y sus bases.
Condepa utilizó un discurso cargado de símbolos culturales andinos
y religiosos en los que se expresaba un enfrentamiento con la cultura
q’ara y los políticos blancoides de corte urbano, occidental y tradicio-
nal. La conducción estratégica e instrumental de la simbología andina
y los contenidos étnicos se combinaron con el Sistema de Radio y
Televisión Popular (RTP). Dicho discurso fue exagerado y adquirió
rasgos específicos en boca y manos de Palenque. Su estilo y efectivi-
dad nunca pudo ser exportado hacia otros partidos como si se tratara
de una destreza comercial.
El condepismo expresaba una relación de mutuo condicionamiento
entre los códigos andinos de una cultura chola y el líder mediático
que hablaba del Pachacuti: el vuelco, la transformación y venganza de
los colonizados modernos. El palenquismo no puede ser reeditado ni
calcado. El énfasis y la intensidad del populismo del compadre sucum-
bieron con él.
La muerte de Palenque no significó que los demás partidos tuvieran
acceso inmediato a la fuerza populista o que impulsen nuevos códigos,
trasladando las identidades de las masas cholas de Condepa hacia una
nueva identificación con el MNR, ADN, MIR o MBL. Todos estos
partidos desaparecieron, pero el populismo y el liderazgo mediático
que legó Palenque, continúa moviéndose como un fantasma atractivo
172 y codiciado para manipular a gil y mil.

XIII
Reformar el Estado: agenda del Leviatán

Las reformas al Estado constituyen una tarea siempre riesgosa y al


mismo tiempo fundamental, no solamente para orientar las políti-
cas públicas, sino para reconciliar permanentemente la comunicación
entre la sociedad civil y la legitimidad de las estructuras estatales. La
agenda de reformas estatales, junto con sus construcciones conceptuales,
adquirió un especial énfasis en la década de los años noventa. En aquel
entonces, se hablaba de generar las mejores condiciones institucionales
para la gobernabilidad y las transformaciones económicas en el marco
de la economía de mercado.
Fue aquí donde surgió una burda desorientación porque se asumió
que el núcleo de las reformas del Estado giraba en torno a la reducción
de su participación en la economía y la desburocratización. Si bien estos
retos eran importantes, todo se desvió para privilegiar la gobernabilidad
como equilibrios políticos en los regímenes que detentaban el poder,
relegándose la reforma estatal, negándose su fortalecimiento político
y afectándose mucho más su débil autoridad y capacidad institucional.
Las reformas del Estado durante la implementación de las políticas
de mercado, contrariamente debilitaron las instituciones estatales, pro- 173
moviéndose los arreglos estratégicos del sistema de partidos políticos,
los procesos electorales, las coaliciones gubernamentales y la integración
de los actores marginales: indígenas, mujeres, pobres y algunos movi-
mientos sociales. La integración, supuestamente, democratizaría más el
sistema, siempre y cuando todos se adapten a la economía de mercado.
Esto fue una falacia porque la integración representó, en muchos
casos, desmovilización de la oposición y la gobernabilidad se transformó
en una lógica de élites y oligarquías competitivas para conquistar el
poder. El Estado no superó su debilidad como autoridad soberana y
cuando las reformas de mercado no generaron los ingresos y los éxitos
esperados, todo se derrumbó sin que el Estado pueda controlar las crisis.
Hoy, la agenda de las reformas estatales se debate entre el replantea-
miento de la gobernabilidad, y la identificación de nuevas propuestas
para reconstruir las capacidades del Estado como escenario de lucha
de clases, integración de actores sociales y complemento para el desa-
rrollo de la sociedad civil.
Las reformas del Estado requieren que éste sea más él mismo, es decir,
un “Leviatán” de verdad. Ahora bien, es aquí donde se perdió la brú-
jula. Muchos temen que al fortalecerse el Leviatán, rebrote la violencia
y la democracia se destruya. Sin embargo, los regímenes democráti-
cos están siendo erosionados, precisamente porque el Estado funciona
mal. La agenda de reformas necesariamente debe devolver al Estado
sus derechos como autoridad legítima y, sin duda, el Leviatán tiene
que consolidarse, por la razón o por la fuerza. Desde el siglo XVII,
cuando Thomas Hobbes publicó El Leviatán en 1651, debemos enten-
der que el poder del Estado representa una necesidad imprescindible,
174 tanto para el funcionamiento institucional de la burocracia, como para
estar convencidos de que el Estado constituye el cerebro de la sociedad.
Asimismo, debemos analizar con mucho cuidado cómo manejar los
instrumentos característicos de la gestión pública, dentro de una cohe-
rente “gestión estatal”. Esto es totalmente diferente. La gestión estatal
se conecta con una comprensión sobre las deficiencias del Estado que
se remiten a su origen histórico. Gestionar el Estado (Leviatán) signi-
fica comprender que las transformaciones en la gestión pública pueden
no tener ningún impacto de largo plazo, así como si se logra un cam-
bio substancial en la gestión estatal, históricamente el conjunto de la
sociedad avanza y efectiviza el éxito de la gestión pública.
La gestión pública es más coyuntural, episódica políticamente, efi-
ciente en la planificación y el control de situaciones concretas para el
Estado; empero, la gestión estatal es mucho más estratégica, profunda
en el largo plazo, y más difícil en cuanto a la posibilidad de sugerir
reajustes estructurales que ejerzan un impacto verdaderamente dura-
dero en la misma sociedad civil.

XIV
Jóvenes y política: el voto a
los 16 sería absurdo

La juventud de hoy en Bolivia y probablemente en muchos lugares 175


de América Latina es un conjunto amorfo de actitudes despolitizadas,
irreverentes e irresponsables en grado extremo. No les interesa la polí-
tica como posibilidad de compromiso con la comunidad. Asimismo,
la democracia representa un escenario de incertidumbres dolorosas,
donde los jóvenes prefieren pasar de largo cuando observan diferen-
tes formas de sufrimiento colectivo porque, simplemente, buscan sus
satisfacciones individuales. Esto hace que la juventud sea más oportu-
nista y cínica sin prejuicios.
Los jóvenes desideologizados y hábiles para acomodarse por necesi-
dad frente a las inseguridades actuales nos obligan a pensar que sería
un grave error fomentar el voto a los 16 años. Los planteamientos de
esta absurda posición quieren hacer ver que la mayoría de edad puede
ser adquirida por todos los jóvenes, prácticamente en la adolescencia,
considerada como una edad de oro, un periodo de carisma bonachón,
casi impoluto y lleno de ímpetu imaginativo. Nada más alejado de la
realidad. Miles de adolescentes constituyen los grupos más maleables,
sin convicciones firmes y sometidos a los vaivenes de la precariedad
laboral, la baja calidad educativa y la mirada miope que solamente
gusta de aprovechar el momento. Todo joven, mucho más aquellos de
16 abriles, es un sujeto encerrado en el instante sin previsión; acostum-
brado a los gustos líquidos y cambiantes sin ningún tipo de solidez.
Es una equivocación promover el derecho de ser electores a los 16.
Dios nos libre. La difícil construcción democrática no puede estar some-
tida al espíritu aventurero de chiquilines que están más interpelados
por las terquedades del placer antes que por una búsqueda existencial
con identidad madura y definida. Algunos consideran que la mayoría
176 de edad debe partir de la capacidad de obrar como un adulto a partir
de los 18 años, lo cual permite que los jóvenes sean titulares de dere-
chos y obligaciones, así como realizar legalmente actos jurídicos.
Sin embargo, otorgar el derecho de elegir a nuestros gobernantes
desde los 16 es apostar por la inestabilidad y la manipulación constante
de conciencias impetuosas, sin un sentido mínimo de proporciones. La
gran mayoría de los jóvenes se caracterizan por cometer todo tipo de
excesos, sobre todo en el consumo temprano de alcohol, drogas blan-
das y la práctica de relaciones sexuales, cuya consigna parece ser: mejor
chupo mi propio placer cuanto antes, en lugar de abrir otras experien-
cias como el sacrificio y la paciencia. Precipitarse por los rumbos del
exceso jamás permitirá que los jóvenes participen positivamente en
los procesos políticos y las consultas populares, como por ejemplo un
referéndum.
La mayoría de edad comprende responsabilidades de orden civil,
familiar y patrimonial que requieren un elevado nivel de madurez, lo
cual se aprende con vivencias sujetas al esfuerzo personal. Pero los jóve-
nes quieren todo lo mejor o lo peor sin sudar mucho y, por lo tanto,
es poco confiable suponer que el peso de cualquier responsabilidad
pueda dar tranquilamente la carta de ciudadanía cuando los niños
lleguen a los 16 años.
Los más optimistas piensan ingenuamente que la capacidad de votar
a los 16 parece obedecer a ciertas realidades porque muchos adoles-
centes y jóvenes trabajan, haciéndose cargo del sostenimiento de sus
familias. El hecho de trabajar desde temprana edad no los convierte en
titulares de deberes y responsabilidades políticas, porque ganar dinero
no provoca un acelerado proceso de maduración para su personalidad. 177
Todo lo contrario, existen serios indicios donde el salvaje mercado
laboral somete a los jóvenes, mujeres y niños a múltiples formas de
explotación, lo cual refuerza sus actitudes cínicas que podrían desenca-
denar protestas y mucho resentimiento. Sin embargo, simultáneamente
podría sobrevenir una enorme dosis de caos junto con la desideologiza-
ción, por el simple hecho de predominar un hedonismo juvenil que se
deja encandilar por la sociedad de consumo y la violencia de toda índole.
En el derecho internacional comparado, Brasil, Cuba, Nicaragua
y Venezuela ya aplican el voto a los 16 años porque los partidos, de
dientes para afuera, estimularon un supuesto papel protagónico para
que la juventud destaque políticamente. Será por esto que la violencia
y la destrucción de cualquier posibilidad democrática están atormen-
tando a aquellos países. El voto a los 16 años nunca será confiable. Y
los jóvenes, hoy más que hace 20 años, se venden al mejor postor que
alimente sus excesos.

XV
Juventud y frivolidad: del racismo
a la despolitización

178 Bolivia sigue siendo un país racista pero esta característica no es lo


que más resalta, sino la persistente incapacidad para impulsar el cam-
bio, con el fin de dejar atrás las peores prácticas que nos anulan como
país y sociedad. El racismo se expresa en todo ámbito. De los sectores
de clase media hacia los migrantes indígenas, de éstos hacia las clases
altas y el ambiente socio-cultural desata múltiples conflictos que ter-
minan en variados resentimientos. Por esto todavía está firme en la
memoria el llamado Viernes Cacería de Carroña del año 1998. Parece el
título de una película o un documental del National Geographic pero,
en realidad, fue la expresión más viva de la despolitización juvenil y la
irresponsabilidad frívola de las nuevas generaciones antidemocráticas.
El verbo cazar puede utilizarse para describir una acción humana o
animal. La carroña, a su vez, caracteriza a las aves de rapiña, extraños
seres que se alimentan de restos putrefactos. Sin embargo, la Cacería
de Carroña bautizó, en mayo de 1998, a una competencia organizada
por jóvenes de uno de los colegios más caros y selectos del país: Calvert
(American Cooperative School). En la “cacería” se cometieron abusos
apedreando discotecas, casas, causando violencia y escándalos. Todo
con el fin de ganar puntajes en una competencia sin sentido. En el iti-
nerario delincuencial del concurso, figuraba inclusive la profanación
de tumbas, el maltrato de animales, propinar golpizas a cholitas, poli-
cías e inclusive violar a muchachas vírgenes.
¿Cuál fue la carroña en este caso? ¿Las víctimas de aquellos jóvenes
ensoberbecidos, o estos mismos se convirtieron en bestias al provocar
semejantes acciones? Los hijitos de papá, bien vestidos y en automóvi-
les costosos, dieron a entender que podían sumergirse en la animalidad
para nutrirse de algo maloliente: el delito. La democracia y el respeto
de un sistema de derechos, no existían para este tipo de jóvenes, sino 179
que únicamente destacaban sus vicios egoístas, aunque revelando tam-
bién un enorme espíritu despolitizado. La despolitización en Bolivia es
una característica especial: negar la democracia, la política y cualquier
alternativa de cambio social, debido al predominio del individualismo,
junto con la lógica de élites sectarias, sin ningún tipo de compromisos
con la patria, la Nación o las instituciones.
La policía detuvo, en aquel entonces, a una pandilla de clase alta:
hijos de gerentes de bancos, altos jefes militares, empresarios de
conocidas importadoras de vehículos y miembros de representacio-
nes diplomáticas como la Embajada de Estados Unidos. El debate en
torno a aquéllos delitos sacudió la opinión pública, quien abiertamente
repudió los hechos, motivando también diversas reflexiones sobre la
juventud boliviana: sus gustos, tendencias, concepciones e identidad
que, básicamente, giran en torno a las conductas sin ideología y sin
valores porque los jóvenes están más subordinados a convicciones líqui-
das que cambian constantemente, despreciando todo ámbito público
y sentido de comunidad.
Uno es producto de su entorno social. Las clases sociales se sostienen
de aquello que ya está previamente reforzado en la estructura social.
Los jóvenes reproducen los patrones de su clase o estrato, utilizando
instrumentalmente aquello que ya estaba establecido con anterioridad:
privilegios para unos, restricciones y pobreza para otros. En Bolivia,
para nadie es una sorpresa saber que los ajustes estructurales experimen-
tados desde 1985, provocaron niveles de desempleo masivo, austeridad
fiscal, contracción de los ingresos familiares, desigualdad económica,
pobreza acentuada con niveles de miseria en las áreas rurales del sur de
180 Bolivia. Pero sobre todo, las condiciones de la economía de mercado
fomentaron el impulso del empresariado privado que se convirtió en
un actor central del desarrollo, por lo menos en teoría, suprimiendo la
vieja intervención estatal en la economía. Los hijos de las clases altas
se desarrollaron y continúan desarrollándose gracias al mercado, al
desperdicio y el acicate del dinero. Por esto constituyen, precisamente,
un actor juvenil sin otra perspectiva que beneficiarse de lo material y
el consumo irrefrenable.
La clase alta no sólo tiene a su favor condiciones políticas y eco-
nómicas internas de superioridad, sino también externas: patrones
neoliberales de acción y un mercado mundial que contribuye a imponer
sus reglas de juego desde las estructuras institucionales de los orga-
nismos internacionales de dominación global. Los grandes bloques
económicos en diferentes continentes son el más poderoso aliciente para
los empresarios arriesgados, debido a las inigualables oportunidades
de inversión transnacional. Sin embargo, el riesgo y la posibilidad de
tener mucho dinero, también se ligan a los prejuicios que la gente joven
disemina sobre la política, una función y actividad considerada inútil
y, a lo mucho, una opción para beneficiarse en lo personal sin ningún
criterio para construir una comunidad cohesionada. El daño más pro-
fundo infligido por la economía de mercado fue haber transformado
todo esfuerzo en una lucha encarnizada donde los fundamentos de la
vida siempre son transables por dinero.
Muchos empresarios bolivianos se benefician de la economía de
mercado y, actualmente en el siglo XXI, casi todos los sectores de la
banca privada influyen enormemente en los diferentes gobiernos por
ser receptores de créditos, concesiones estatales y debido al poder que
detentan cuando transmiten la idea donde la riqueza se transforma en 181
el espíritu absoluto de nuestra época.
Otros, aun cuando no posean una empresa o intereses económicos,
son parte de la élite política. Con cargos ministeriales, diplomáticos y
parlamentarios se convierten en otro estrato aventajado. Los hijos de
las élites económicas y políticas convergen en una inmunidad no sólo
social, sino también institucional, al aprovecharse de sus privilegios
para pasar por alto las normas. Esta conducta destruye la relación de
los jóvenes con la política porque convierte al mundo en un escena-
rio donde manda el capital y la democracia es sólo una imagen formal
carente de contenido.
Muchas prerrogativas que la clase alta consigue permiten también
que sus hijos jóvenes tengan asegurado cierto futuro. Si bien muchos
prefieren estudiar una carrera universitaria en Bolivia o el extranjero,
saben que un título profesional no es prerrequisito para su cómoda
instalación en el mercado de trabajo. Simplemente esperan heredar los
cargos ejecutivos en las empresas de sus padres, aprovechar las relaciones
políticas y vincularse con embajadores o funcionarios internacionales
para ascender socialmente la escalera de trepadores y arribistas que
marca, como un distintivo, el rostro de la juventud de clase alta.
Su conducta está teñida de arribismo, irresponsabilidad con la socie-
dad y opulencia. El atuendo o los bienes materiales son mucho más
importantes junto con una sólida chequera para impresionar. No se
esfuerzan para nada porque esperan que todo les llegue de la manera
más fácil. Las fiestas y reuniones en grupo, como en cualquier otro
estrato social juvenil, también son el medio ambiente de la juventud
acomodada. Sin embargo, es aquí donde radica un rasgo específico:
182 sus privilegios se confunden con la despolitización, pues creen tener
licencia para cometer cualquier fechoría sin conexión alguna con una
responsabilidad social. La imagen de patria o Nación, actualmente se
ha evaporado en la gente joven y mucho más en las clases altas.
En sus actitudes destaca la superficialidad: imitar modas y estilos de
vida europeos o norteamericanos. Las ventajas económicas que poseen,
permite practicar este estilo de vida. Sin embargo, detrás del tótem
de un auto último modelo y junto a la billetera bien llena, se esconde
una conducta que reniega del orden social, despreciando a los demás.
La discriminación no solamente apareció cuando la policía trató con
guante blanco los delitos, a diferencia de la represión violenta hacia
pandillas de la ciudad de El Alto o las laderas de La Paz, sino en el
momento mismo de los hechos.
Aquellos mozalbetes elegantones buscaban ganar puntos golpeando
y asustando a seres humanos que, según ellos, representaban carroña.
Se habló de violaciones perpetradas a cholitas. El objetivo era iniciar
sexualmente a algunos jóvenes quienes, asimismo, filmarían su odioso
acto. A pesar de no haber pruebas al respecto, si el río suena es porque
piedras trae. ¿Es mentira que algunos adolescentes, e incluso adul-
tos, abusan de algunas cholitas púberes que trabajan como empleadas
domésticas?
Muchos padres de los jóvenes acusados intentaron defenderse con
argumentos de tolerancia liberal y pidiendo disculpas públicamente.
Discúlpenlos, son muchachos que sólo trataban de experimentar nue-
vas emociones. Esto fue un pretexto pues nadie reconoció que todos
aquellos jóvenes debieron haberse responsabilizado por sus acciones ya
que se daban cuenta muy bien de lo que hacían.
La libertad individual y la capacidad de elegir que todas las personas 183
tienen para hacer cualquier cosa, está íntimamente relacionada con la
capacidad de responsabilizarse por las consecuencias de los actos. Esta
es una ética de la responsabilidad que señala, al mismo tiempo, los lími-
tes que deben colocarse al poder, económico o político, junto con la
necesidad de cumplir con la normatividad para regular cualquier con-
ducta, sea de las clases altas, medias o bajas. Esta ética es una actitud
política pero si los jóvenes exacerban su búsqueda de placer y egoísmo
individualista, entonces la despolitización hace su ingreso borrando
las perspectivas de cualquier ética responsable.
Aminorar la gravedad de los delitos cometidos y esconder nombres,
como hicieron los padres cuando el escándalo se hizo público aquel año
1998, fue simplemente una forma de evadir responsabilidades. Primó
bastante la influencia de importantes funcionarios de Estado y emba-
jadas para amenazar a la misma policía. Algunos miembros de ésta
quisieron, asimismo, extorsionar tratando de obtener alguna ventaja
de la clase alta y, súbitamente, todo el problema se nubló de corrup-
ción, manipulación y un tráfico absurdo de privilegios.
Costosos viajes, discotecas, piscinas atemperadas, partido de fútbol
en un club privado y un buen masaje. Así siguieron su camino los jóve-
nes de élite que cometieron dichos delitos. La gran lección aprendida
por todo el país después de aquel estúpido Viernes Cacería de Carroña
fue la siguiente: madurar significa corromperse. Los adultos quieren
que los adolescentes maduren al precio de corromperse y de participar
en la podredumbre del mundo adulto: extorsión, manoseo de la ley y
gozo ciego de altas influencias. A esto se agrega la despolitización que
desbarata la convivencia democrática.
184 Los padres de aquellos chicos del colegio Calvert fueron, en el fondo,
quienes parodiaron, solemne e inconscientemente, la vida de sus hijos
adolescentes. En realidad, las grandes personalidades políticas, diplo-
máticas, empresariales y militares, se congelaron para siempre en la
tentación de disponer de personas y eternizar la discriminación. Como
los adultos no podrían hacer un concurso al igual que sus hijos para
comprobar su superioridad, entonces fueron los adolescentes quienes
inventaron el mundo de la élite.
Nadie es inocente. Toda la juventud realmente crea la realidad, la
introducen en el mundo adulto y cuando los jóvenes se convierten en
adultos, solamente viven esa pálida copia de su imaginación juvenil,
recordando su irresponsabilidad que, probablemente, se transformará
en prejuicio reforzado y en actitud antidemocrática para perpetuar
el racismo.
Esto nos conduce a una importante situación: muchos de los proble-
mas del crimen de cuello blanco y de la relajación de la moral pública,
del vicio a alto precio y del desvanecimiento de la integridad personal,
son problemas de inmoralidad estructural que conducen al fin de la
comunidad política y la permanente despolitización.
Con la llegada de Evo Morales y el MAS al poder, las cosas no cam-
biaron un ápice. Las clases altas mantuvieron sus ventajas económicas
y políticas, mientras que la izquierda hizo todo lo posible por acceder
a los beneficios de la modernidad consumista. Los hijos del proceso
de cambio se enguerrillan por ingresar, no sólo al colegio Calvert sino
al conjunto de las estructuras de privilegio socio-económico. La más
clara muestra es cómo Evo Morales nunca utilizó, ni utilizará, los ser-
vicios públicos de salud. Prefiere ser atendido en el ámbito privado o en 185
Cuba. Los hijos de las nuevas élites buscan las instituciones privadas
tradicionales para afianzar su dominio, debido a que la política demo-
crática y el sentido de compromiso con la comunidad para construir un
“nosotros como país”, es un vetusto recuerdo que confirma la manera
en que la despolitización triunfó. Para un joven, es mejor ser parte de
una logia, criminal, deportiva, folclórica, empresarial o económica,
que educarse en los estándares de la ética política de la responsabilidad.
XVI
Facebook o el chiste como rebelión

El chiste político constituye uno de los objetos de estudio más lla-


mativos e interesantes, no sólo por representar una de las formas del
discurso social, que más fácilmente se desplaza en diferentes contextos
y clases sociales, sino también por los usos que se hace del humor como
una forma de crítica hacia el orden establecido, como un recurso que
la sociedad civil puede utilizar para condenar al poder y sus prácticas
186 políticas estúpidas, convirtiéndose en un instrumento de deslegitima-
ción para develar lo que se esconde por detrás de la fachada que asumen
los políticos y los guardianes del culto a lo definitivo y a las evidencias
tradicionales reconocidas.
Los chistes difundidos por las redes sociales, como Facebook, son
una verdadera subversión. Tratar de evitar, restringir o desconectar
las redes de internet es tonto e imposible, motivo por el cual es mejor
morirse a carcajadas, porque la mofa en contra de los supuestamente
poderosos es algo reconfortante. El chiste es un escupitajo en el ojo de
los maquiavélicos y abusivos del poder.
El humor y las expresiones grotescas son, sin duda, las formas
primarias que adoptan aquellos discursos que buscan denunciar las
contradicciones de la democracia. Su finalidad no es otra que la subver-
sión de la palabra por la palabra, ligada al placer de reírse libremente sin
sentirse culpable, y a esto han contribuido mucho Twitter, Facebook e
Instagram. El humor es capaz de crear distintos espacios verbales para
la rebelión ante las autoridades endebles y la risa es una oportunidad
para el escepticismo que desnuda la mentira en política.
Resulta hermoso escuchar o presenciar espectáculos en los que las
más altas magistraturas del país son puestas en ridículo con chistes
criollos, nacidos en las calles y, posteriormente, refinados para un show
que se expande como reguero de pólvora a través de Facebook.
Los chistes tienen una difusión inimaginable y por eso nunca serán
acallados por el totalitarismo o los bravucones. Si el espectáculo tiene
periodicidad, entonces los chistes son cada vez mejor trabajados y las
producciones de humor hacer reír sin parar. Y se ríen de aquello que
perturba a nuestra sociedad, neutralizando así los efectos perversos de
la política y de ciertas situaciones de la vida cotidiana, pues el chiste 187
reduce la importancia de los hechos colocándolos en un plano prosaico.
Nuestra sociedad está fuertemente politizada porque las decisiones
que toman los más poderosos tienen un impacto directo en el orden
económico, social y cultural. La reacción del ciudadano frente al poder,
da lugar a una confrontación desigual, pues mientras los políticos
controlan los instrumentos político-jurídicos (los recursos del poder),
incluida la capacidad para definir lo que es aceptable o tolerable, impo-
niendo su propio proyecto, los ciudadanos sólo tienen al humor para
defenderse de los excesos de la política, ridiculizando a los poderosos
y, además, poniendo en duda todo lo que se considera evidente.
Desde este punto de vista, los chistes y las campañas de desprestigio
en contra de un presidente y sus aprovechadores palaciegos realmente
los derrotan al utilizar sistemáticamente el desprecio de la mofa vía
Facebook.
El buen humor político, es decir, aquel que expresa la realidad sin
cortapisas, es un verdadero instrumento para enviar mensajes al falso
liderazgo sobre cuestiones molestas a través de la parodia. Es aquí donde
radica la fuerza de los espacios públicos abiertos por el chiste y Face-
book, pues se constata que la sociedad va creando sus propios medios
para enviar mensajes, sobre todo aquellos que buscan denunciar cómo
el poder hiere a la ciudadanía en desmedro de la democracia.
El chiste se revela como una mordedura crítica, pues desmiente el
doble discurso poniendo en evidencia la naturaleza perversa y menti-
rosa de los que creen ser insustituibles y omnipotentes. La ciudadanía
siempre critica a los líderes políticos y a los partidos. Esto es así por-
que el sistema político todavía no logró desarrollar canales efectivos
188 de comunicación con la sociedad; sin embargo, ¿puede considerarse al
chiste y humor políticos como alternativa de comunicación y análisis
de la democracia? Así es, el poder y sus titulares se encuentran iner-
mes ante la arremetida de la mofa, de la crítica que asume los ropajes
de un bufón, personaje despreciable y degradante para muchos, pero
que también se convierte en la presencia de aquel antihéroe imprescin-
dible para desconfiar frente a toda ideología, manifestando un nuevo
tipo de actitud política vigilante. ¡Facebook for ever!
XVII
La impunidad del poder: los juicios
de responsabilidades en Bolivia27

La historia de los juicios de responsabilidades en Bolivia está plagada de


rencor, venganza e impunidad. Todos los procesos instaurados contra
altos dignatarios de Estado fueron promovidos por enconos perso-
nales y partidarios que confundieron la necesidad de hacer justicia y
exigir una rendición de cuentas, con el ciego rencor o la intimidación.
Pocos juicios fueron presentados ante la Corte o Tribunal Supremo con 189
acusaciones susceptibles de comprobación y con procedimientos jurí-
dicos respaldados, como las acciones de Marcelo Quiroga Santa Cruz
contra Hugo Banzer o el proceso contra Luis García Meza Tejada y
su primer gabinete de ministros. En general, el poder es un ejercicio
casi completamente impune en Bolivia, que pasa a ser el país donde la
política es una actividad verdaderamente irresponsable, despreciativa
con la institucionalidad democrática y destructiva del aparato estatal.
En otros casos, existiendo pruebas en contra de los inculpados, los
acuerdos políticos en el Parlamento o la negociación a puerta cerrada
por puro cálculo de intereses, hicieron que todo intento quedara sepul-
tado en el olvido o la ilegalidad. En el siglo XXI ocurre lo mismo,
pues la democracia boliviana se caracteriza por un gran vacío en sus
27 La fuente histórica más importante para este ensayo fueron las Memorias de las Labores Judiciales
1987 de la entonces Corte Suprema de Justicia de la Nación, hoy Tribunal Supremo Plurinacional.
capacidades para responsabilizar a quienes se aprovechan del Estado en
los altos círculos del poder. No existe una estructura institucional que
juzgue eficientemente al Presidente y sus ministros por las decisiones
que éstos toman y las políticas que llevan a cabo. El sistema democrá-
tico tiene una estructura que alienta la arbitrariedad, de manera que
los juicios de responsabilidades son substituidos por las movilizaciones
callejeras donde la sociedad busca, por la fuerza, que las autoridades
políticas del Estado rindan cuentas de sus actos y sean castigadas.
Los juicios de responsabilidades tienen razones estrictamente políti-
cas para llevarse a cabo, dejándose de lado los objetivos institucionales
donde sea el respeto a la ley lo que predomine para llevar adelante un
verdadero Estado de derecho. A diferencia del impeachment estadouni-
190 dense, la Constitución Política del Estado hasta el año 2004 preveía un
juicio contra dignatarios de Estado por motivos de traición a la patria,
malversación de fondos fiscales y violación de las garantías constitucio-
nales. Desde la aprobación de la Constitución del Estado Plurinacional
en 2009, los delitos cometidos por servidores públicos que atenten
contra el patrimonio del Estado y causen grave daño económico, tie-
nen un carácter imprescriptible y no admiten régimen de inmunidad.
Asimismo, en Bolivia se instauró la Procuraduría General del Estado
para defender los intereses de éste. Sin embargo, los trámites en la rea-
lidad están plagados de formalismos burocráticos e interpretaciones
jurídicas confusas que, normalmente, bloquean cualquier acción con-
creta que quisieran ejecutar algunos líderes políticos o parlamentarios.
De hecho, ninguna organización de la sociedad civil u otra institución
que busque limitar los abusos del poder podría plantear un juicio de res-
ponsabilidades. Quienes ejercen el poder dentro del Estado, finalmente
se cubren las espaldas con la misma red de instituciones que puede ser
maniobrada políticamente.
En otros casos, el juicio de responsabilidades se convierte en una
coartada jurídica o en un pretexto para evitar que algunos burócratas
sean acusados ante el Ministerio Público. Justamente se intentó desa-
rrollar este procedimiento en el juicio contra el ex Superintendente del
Fondo de Pensiones, Alfonso Peña Rueda, cuyo abogado quiso recu-
rrir a un juicio de responsabilidades para evadir un proceso en otros
estrados judiciales.

Los juicios ante la historia


Durante la vida republicana se desarrollaron alrededor de 35 juicios
de responsabilidades contra altos mandatarios de Estado, entre presi- 191
dentes y ministros, de los cuales solamente cinco concluyeron, hasta
la fecha, con sentencias claras y definitivas. La historia se remonta a
1828, cuando tuvo lugar el primer juicio de responsabilidades con la
acusación del Mariscal Antonio José de Sucre en contra de José María
Pérez de Urdininea, ministro de guerra, el 2 de agosto de 1828, por
el delito de traición a la patria en ocasión de la invasión militar de
Agustín Gamarra. Por los oscuros sucesos políticos de la época en con-
tra de Sucre, el juicio quedó en nada. Pérez de Urdininea se declaró
abiertamente enemigo político de Sucre, instigando a la sublevación a
algunos sectores del ejército. El caos reinante durante los inicios de la
República determinó la salida del poder de Sucre y su posterior asesi-
nato. Pérez de Urdininea celebró la muerte de Sucre y exigió en más
de una ocasión que sea declarado traidor y enemigo de Bolivia. Nunca
importaron las capacidades institucionales como el soporte para defen-
der los derechos de las personas o del mismo Estado.
El segundo juicio se inicia con la acusación del diputado por Cha-
yanta, José Pareja, contra el gobierno del general José Miguel de Velasco,
el primero de octubre de 1840 por el delito de infracciones consti-
tucionales. La acusación fue archivada debido a razones infundadas.
Después, una sorprendente acusación impulsada por la prensa en con-
tra del Mariscal Andrés de Santa Cruz, acusándolo de ser propulsor
del restablecimiento de la moneda feble, malversaciones y supresión de
las libertades de prensa, dio lugar a otro proceso. Éste terminó el dos
de noviembre de 1839, cuando se declara al Mariscal de Santa Cruz
“insigne traidor, indigno boliviano cuyo nombre debe ser borrado de
192 las listas civil y militar de la República”.
Con el paso del tiempo, la propia prensa se encargó de reivindicar
la dignidad de Andrés de Santa Cruz, aunque siempre consideró su
gestión de gobierno como dictatorial. El Mariscal es uno de los pocos
gobernantes que, gozando incluso de cierto prestigio y lealtades en el
ejército, no trató de eludir ni reprimir el juicio de responsabilidades
en su contra.
En el cuarto juicio, el Congreso General Constituyente de Boli-
via acusó y condenó a José Ballivián, declarándolo insigne traidor. Al
mismo tiempo, se exhortó a que todo patriota fuera tras las huellas de
este ex Presidente y lo trajera vivo o muerto. La mayoría del Congreso
expresó públicamente su encono y deseo de venganza hacia Ballivián.
Aquella la época, se consideraba que la mejor política era la de matar y
morir por la patria, deshaciéndose de cualquier enemigo. La concerta-
ción o tolerancia, así como la institucionalidad para juzgar la conducta
política y limitar las acciones de los poderosos eran, simplemente, acti-
tudes impensables.
En agosto de 1857, el diputado Mariano Baptista instauró un juicio
contra el presidente Jorge Córdova, a quien se lo culpaba de haber uti-
lizado facultades extraordinarias que no le correspondían, cometiendo
supuesto abuso de funciones. Sin embargo, una comisión especializada
concluyó que no se violaba la Constitución, declarando a Córdova ino-
cente. El partido liberal de Baptista siguió conspirando en más de una
ocasión para defenestrar al Presidente. De igual manera, la lógica de
guerra predominaba en la política, exigiendo el derrocamiento de los
líderes al margen de cualquier fortalecimiento de la ley o la consolida-
ción institucional del Estado.
Otro juicio, tramitado por Tomás Frías, Adolfo Ballivián y Mariano 193
Baptista del partido liberal, se libró contra José María Linares en 1861.
En este juicio se pronunció sentencia sin proceso alguno, por lo que
se convirtió en un hecho atentatorio contra el mínimo principio de
defensa de derechos. Fue el juicio más viciado de la historia aprove-
chando el respaldo del ejército y la presión política de los liberales en
ciertos cargos influyentes. Así se inaugura un momento donde no hay
forma de precautelar la justicia por medios imparciales que respondan
a un Estado sustentado en un orden institucionalizado.
Una séptima acusación se desarrolló contra el gobierno de José María
Achá. El objetivo era derrocarlo por los medios más legales. Para ello,
la oposición se valió de la Asamblea de 1864 y de la Comisión de
Constitución, Justicia y Policía Judicial del Congreso. Sin embargo,
debido a que los cargos eran infundados, la Asamblea absolvió al
gobierno. A su vez, José María Achá cobró su revancha persiguiendo
a los conspiradores. El octavo juicio fue contra Mariano Melgarejo el
6 de febrero de 1871. Dicho proceso fue impulsado por el gobierno
de Agustín Morales quien declaró delincuente al general Melgarejo
por traición a la patria, prevaricato, desmembramiento del territorio
nacional, matanzas de indios, falsificación de la moneda nacional y
escandalosa embriaguez habitual. También se declaró delincuentes a
sus Ministros de Estado y Diputados de la Asamblea que aprobaron
los límites territoriales entre Bolivia y Brasil. El tribunal que condenó
a Melgarejo, estuvo a la cabeza del famoso jurista Pantaleón Dalence.
Este juicio terminó con una sentencia, al menos históricamente, aun-
que quedó sin ser ejecutada.
Otra acusación fue la de Belisario Salinas contra Agustín Mora-
194 les, debido a infracciones constitucionales, el 5 de septiembre de 1871.
No llegó a votarse una investigación porque a pocas semanas de pre-
sentada la acusación, Salinas murió. Su muerte no fue un complot,
aunque Morales afirmó que la justicia divina se había encargado de
saldar cuentas con el rebelde. Todo degeneró en personalismos y odios
primitivos sin impulsar nunca los valores constitucionales o el con-
cepto de debido proceso.
La Convención de 1880 inició otro juicio contra el presidente
Hilarión Daza bajo los cargos de atropello de las garantías sociales
e individuales, despilfarro, peculado y mala conducción de la guerra
contra Chile. El juicio se extendía hacia sus ministros y todos los que
aceptaron funciones públicas en su gobierno. Los legisladores de 1893
nuevamente acusaron a Daza. Esta vez, el Senado debía debatir el
tema en presencia del acusado pero, cuando éste viajaba a La Paz para
asumir su defensa, fue asesinado en Uyuni, el 27 de febrero de 1893.
Este juicio de responsabilidades es el que más contenidos políticos
tuvo donde, además, se detectó documentación fraguada, extraviada,
correspondencia secreta y estrategias de sedición para encubrir a los
principales responsables por el desastre bélico con Chile. En aquella
época, los enemigos políticos de Daza hicieron todo a su alcance para
acecharlo y negarle posibilidades de defensa.
En 1895, Ismael Vásquez acusó a Mariano Baptista por haber rati-
ficado, canjeado y promulgado los tratados con Chile en 1894. Este
juicio también quedó en nada. Mucha documentación se perdió y las
amenazas de muerte contra Vásquez terminaron por amedrentarlo
del proceso.

Venganzas en lugar de imperio de la ley 195


El diputado por Oruro, León Loza, acusó en 1904 al Presidente José
Manuel Pando por infringir preceptos constitucionales. Esta acusación,
al carecer de suficiente apoyo político, no prosperó. Loza se vio solo
con los trámites y desistió por miedo a represalias. La décimo cuarta
acusación fue hecha por un grupo de diputados en contra de Minis-
tros del gobierno del general José Manuel Pando. En realidad es una
ampliación del anterior pliego acusatorio de 1904. En esta oportunidad,
tampoco fructificaron los trámites pues León Loza se negó a entregar
la documentación de respaldo, arguyendo que ya existían negociacio-
nes políticas desde el gobierno para desbaratar toda oposición.
La décimo quinta acusación fue impulsada por Rafael de Ugarte,
diputado por Cochabamba, contra Carlos Torrico, ex ministro
de hacienda en el gobierno de Eliodoro Villazón. Esta acusación
fue superficial e improcedente, la más débil de todos los juicios de
responsabilidades, anulándose casi de manera inmediata. Ni los car-
gos, ni el procedimiento estuvieron claros y no pasó de ser una simple
anécdota.
Un nuevo juicio fue impulsado por el Ministerio Público, acusando
al ex ministro de justicia, Alfredo Ascarrunz, por los delitos de soborno
en la construcción de dos obras públicas. Sin embargo, no hubo mayor
fuerza para la acusación por insuficientes pruebas jurídicas. No pudo
comprobarse, ni corrupción ni malversación de fondos fiscales. Algo
similar ocurrió con un grupo de diputados que acusó al ex presidente
Ismael Montes en 1917, por infracción a la Constitución, violación de
garantías individuales y malversación de fondos fiscales. Por error de
conceptos y procedimientos, la acusación no continuó. Los diputados
196 por Cochabamba que iniciaron el proceso, no obstante su profesión
de abogados jamás pudieron tramitar el juicio con efectividad, provo-
cando la desconfianza de otras bancadas como la de La Paz que retiró
todo apoyo.
El 25 de mayo de 1931, el diputado Roberto Ballivián, acusó al
ex presidente, Bautista Saavedra, por no haber presentado las cuen-
tas generales de su gobierno, malversación y defraudación. Luego de
largas especulaciones de orden jurídico, la acusación fue declarada
improcedente. Este juicio podría ser emblemático por la interpretación
tendenciosa que se dio a las leyes. Los defensores de Saavedra hicie-
ron lo imposible para armar tretas jurídicas, imponiéndose una lógica
verdaderamente kafkiana, es decir, enredar todo con el fin de estan-
car cualquier oportunidad, tanto para esclarecer los hechos como para
demostrar la inocencia de los implicados.
La décimo novena acusación fue hecha por un grupo de diputados
contra Luis Tejada Sorzano por el delito de soborno. Debido a que la
acusación carecía de todo fundamento y, demostrándose la inocencia
del inculpado, la Cámara de Diputados dejó de lado la acusación el 4
de diciembre de 1931. El vigésimo juicio se realizó el 7 de abril de 1931
contra el ex presidente Hernando Siles por los delitos de violación de
garantías e intento de prórroga de su gobierno. Luego de los debates en
el Senado, se resolvió no continuar la acusación ante la Corte Suprema.
En 1940 se acusó ante el Senado a Eduardo Diez de Medina, ex
Ministro de Relaciones Exteriores y a Carlos Virreira, ex cónsul gene-
ral de Bolivia en París, por prevaricato, violación de la Constitución
y extorsión. El Congreso no consideró la acusación quedando en el
enigma histórico hasta hoy cuál fue la verdad sobre estas denuncias. La 197
suspensión del juicio contó con el apoyo de los partidos del oficialismo
y de la propia oposición, quienes resolvieron no tensionar más la ende-
ble estabilidad política de la época. En aquel entonces, la denominada
“rosca minera” debía defender su continuidad en el poder pasara lo que
pasara, interrumpiendo juicios que rápidamente pudieron haber sido
utilizados por grupos extremistas con otros fines de sabotaje.
La Fiscalía de Partido de Cochabamba acusó al ex ministro de Agri-
cultura, José Mercado, por prevaricato, soborno y depredación. Este
juicio se destaca porque llegó a su término y la Corte Suprema sentenció
a Mercado a quedar inhabilitado para ejercer cualquier cargo público,
a guardar reclusión y pagar daños y perjuicios al Estado. Según la
documentación de la Corte Suprema, los procedimientos fueron abso-
lutamente pertinentes, sobre todo porque las pruebas contra Mercado
eran por demás evidentes.
El 6 de mayo de 1947, un grupo de diputados interpuso un juicio
de responsabilidades contra el vicepresidente Julián Montellanos y los
ex ministros del gobierno de Villarroel, entre los que figuraban Víctor
Paz Estenssoro y Hernán Siles Suazo. Durante esta época, toda acción
legal desde el Parlamento y la Corte Suprema buscaba perjudicar al
Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), incluso aquellos
disturbios y pequeñas rebeliones mineras que no implicaban la respon-
sabilidad del MNR eran imputadas a éste. La rosca oligárquica, sin
darse cuenta, iba acrecentando la adhesión popular al MNR al iden-
tificarlo como el partido más peligroso con posibilidades de instalarse
en el poder. El juicio contra Paz Estenssoro y Siles Suazo, a quienes se
acusaba de malversación de fondos fiscales, defraudación y formación
198 de logias secretas, fue bien aprovechado por Walter Guevara para cul-
tivar mayores lealtades en el sindicalismo minero, obstaculizando el
trámite ante la Corte Suprema.
En 1966 se inició un juicio de responsabilidades contra el ex pre-
sidente Víctor Paz y más de cien personas. El principal impulsor del
proceso fue el ex Presidente René Barrientos, que canalizó el encono
de Falange Socialista Boliviana (FSB) y algunos grupos de izquierda
para vengarse del movimientismo. Prescribió en virtud del artículo 20
de la ley del 31 de octubre de 1884, por no tener un trámite adecuado
y suficientes documentos de sustento.
El diputado Marcelo Quiroga Santa Cruz inició la tramitación de
un juicio de responsabilidades en septiembre de 1979 contra el ex dic-
tador Hugo Banzer con un pliego acusatorio de 96 delitos. La defensa
del proceso que hizo Quiroga en el Parlamento fue uno de los alegatos
más importantes de la historia congresal. Con suficiente documentación
y buenos procedimientos jurídicos, el juicio marchaba adelante. Sin
embargo, al iniciarse la tramitación, el Partido Socialista (PS-1), par-
tido de Quiroga, no tuvo el apoyo de otras fuerzas políticas. El juicio
prescribió por caducidad, pues luego del asesinato de Quiroga en julio
de 1980, ningún miembro del PS-1, u otro partido, prosiguieron con
las acusaciones. En su época, el juicio fue considerado como un pro-
ceso en contra de las Fuerzas Armadas; es decir, fue una herida abierta
en pleno núcleo del poder dictatorial.
El vigésimo sexto juicio de responsabilidades fue contra Luis Gar-
cía Meza y su primer gabinete ministerial. Por resolución congresal
acusatoria del 25 de febrero de 1986, se acusó a García Meza ante la
Corte Suprema, dándose una sentencia en la que se lo declaró culpable
el 21 de abril de 1993. El vigésimo séptimo proceso fue abierto contra 199
el ex ministro de educación del Acuerdo Patriótico, Hedim Céspedes,
por el uso indebido de influencias y apropiación de tierras en el caso
Bolibras. Uno de los principales impulsores del juicio fue el ex dipu-
tado Miguel Urioste del MBL. Este juicio se estancó en la Comisión
de Constitución, Justicia y Policía Judicial de la Cámara de Diputados.
Existe mucha documentación de respaldo y los procedimientos jurí-
dicos cumplían con la normatividad congresal pero las negociaciones
políticas desbarataron todo sentido de justicia.
Entre los últimos juicios de responsabilidades se encuentra el proceso
iniciado por el diputado Evo Morales contra el diputado del MNR y ex
ministro de gobierno de Sánchez de Lozada, Carlos Sánchez Berzaín,
por los hechos sangrientos de Amayapampa, Capasirca y Llallagua
y por la violación de derechos humanos en las zonas productoras de
coca. La Izquierda Unida alentó el juicio, mientras que el MNR trató
de desbaratarlo por motivos procedimentales y con negociaciones al
interior del Parlamento.
Ya en el siglo XXI, otro de los juicios con alto impacto en los medios
de comunicación y una intensa discusión procedimental, tuvo lugar
el año 2017 cuando se destituyó del Tribunal Constitucional Pluri-
nacional (TCP) a Gualberto Cussi, magistrado que supuestamente
cumplía la cuota de representación indígena, acusándolo de resolu-
ciones contrarias a la Constitución y a las leyes, incumplimiento de
deberes y prevaricato, al dejar en suspenso la aplicación de la Ley del
Notariado, en 2014.
El juicio tuvo características completamente políticas, es decir, hubo
una abierta toma de posición del Poder Ejecutivo para desacreditar
200 a Cussi, hacerlo ver como un ciudadano de baja moral (debido a su
enfermedad con VIH) y poco competente para tomar decisiones en el
TCP. Sin embargo, también estuvo claro que la injerencia en el Poder
Judicial había inclinado la balanza hacia el prejuicio y la utilización
de estrategias legales que marcaron un claro acoso hacia aquellos que
trataban de oponerse a las decisiones del Ejecutivo. El juicio de res-
ponsabilidades fue utilizado, una vez más, como instrumento de los
más fuertes para dar cabida, no a la lógica institucional de justicia al
interior de la democracia, sino para usurpar atribuciones con razones
de carácter instrumental y altamente discrecional, en función de satis-
facer las previsiones del poder vigente.

Conclusiones
A lo largo de la historia, parece que se distinguen tres clases de juicios
de responsabilidades en Bolivia: 1) los de acusación con proceso, sin
defensa y condena inmediata mediante Ley de la República, como los
de Andrés de Santa Cruz y Ballivián; 2) los juicios congresales de mero
sumario informativo sin enjuiciamiento ante la Corte Suprema, como
los de Siles y Saavedra; y 3) los casos que llegaron a la Corte Suprema
que terminaron con sentencias acusatorias, como los de Mercado y
García Meza. A esto se debe sumar otra veintena de amenazas con
juicio de responsabilidades, cuyas características en Bolivia son una
mezcla de extorsión política, encono y revanchismo, antes que un pro-
cedimiento justo para obligar a rendir cuentas a los poderosos. Estas
tendencias históricas tienden a mostrar que los intentos por juzgar al
Vicepresidente Álvaro García Linera quedarán en la nada, como sucedió
en el extraño tranzar de intereses para los juicios contra Carlos Mesa
Gisbert y Eduardo Rodríguez Veltzé. Incluso los juicios a los ex presi- 201
dentes Jorge Quiroga por los petro-contratos y a Gonzalo Sánchez de
Lozada por genocidio, son muestras de chicana, en lugar de procesos
transparentes cuyo objetivo sea la defensa del Estado de derecho. El
poder en Bolivia siempre fue impune y es la marca de descomposición
que atraviesa toda nuestra historia.
XVIII
La democracia en peligro:
Problemas de desinstitucionalización
en las Fuerzas Armadas de Bolivia

En treinta y seis años de democracia (1982-2018), las Fuerzas Armadas


(FF.AA.) en Bolivia no pudieron superar sus estructurales problemas
de institucionalidad. ¿Qué quiere decir esto? Significa que existe un
lento proceso mediante el cual las normas y conductas de las institu-
202 ciones militares todavía no reconocen ni aceptan las fundamentales
exigencias democráticas en términos del respeto de derechos humanos
y el cuidado de la estabilidad política a cargo del poder civil.
La llegada de la democracia, luego de turbulentos regímenes dic-
tatoriales que duraron alrededor de dieciocho años (1964-1982), hizo
posible que la población vuelva a creer en un Estado donde se desarro-
lle todo tipo de libertades, gracias al establecimiento de la democracia,
como la forma más pacífica de gobierno. Así se puso fin a las largas
jornadas de represión, violencia y autoritarismo durante la década de
los años setenta.
Con el restablecimiento de un gobierno democrático en el año 1982
por parte del entonces presidente Hernán Siles Suazo, que recibió el
mando de parte de la junta militar encabezada por el general Guido
Vildoso Calderón, se trató de implantar los principios democráticos,
entre los cuales se pueden citar: la organización de elecciones libres
legitimadas por el voto universal; el respeto de todo tipo de acciones
de oposición frente un gobierno oficial; la defensa de derechos civiles,
humanos, políticos y sociales; junto con la construcción de una opinión
pública que informe abiertamente sobre el conjunto de los problemas
del país. Sin embargo, el papel de las Fuerzas Armadas como una ins-
titución de defensa fue dejado de lado o arrinconado en la indiferencia,
aunque el orden político del aparato estatal iba a descansar, necesaria-
mente, en lo que los militares podían hacer como un último recurso
para la estabilidad y el control de un nuevo tipo de acciones represivas.
Las FF.AA. pueden convertirse en el último recurso para mante-
nerse en el poder por medio del uso de las armas y, en este caso, los
gobiernos civiles democráticos utilizaron a los militares para reprimir
diferentes movilizaciones sociales, acrecentando la crisis institucional 203
de las FF.AA. y olvidando que éstas pueden también convertirse en
un arma de doble filo, tanto para destruir a los gobiernos civiles como
para amenazar la supervivencia de la democracia.
La crisis económica, la eclosión social y el desequilibrio político del
primer gobierno democrático en el periodo 1982-1985, dieron lugar a
que se abandone muy temprano la posibilidad de reformar a las insti-
tuciones militares debido a que surgieron nuevas prioridades como la
solución de la hiperinflación, los problemas de la pobreza y la perma-
nencia de una mala imagen de los comandantes, relacionada con los
golpes de Estado. Siempre destacó una falta de profesionalización y
modernización que tanto hacía falta en las FF.AA.
Para salvar a la democracia de una descomposición política y econó-
mica, se instauró el llamado pacto por la democracia entre el gobierno de
Víctor Paz Estenssoro (1985-1989) y Acción Democrática Nacionalista
(ADN), el mayor partido de oposición en ese entonces, logrando así
una democracia de coaliciones que luego derivó en la construcción de
una frágil institucionalidad y el retorno de viejas estructuras que se
caracterizaron por el clientelismo y cuoteo político. El fortalecimiento
institucional de las FF.AA. no pudo consolidarse dentro de un nuevo
tipo de Estado democrático, ni para el control de las fronteras, ni para
transformar sus funciones en un periodo de convivencia democrática y
estable; es decir, los militares siempre fueron devaluados, reduciéndose
al estatus de una fuerza bruta que tenía una mala imagen debido a las
dictaduras pero, simultáneamente, las FF.AA. fueron instrumentali-
zadas como el garrote de imposición autoritaria utilizado para tomar
algunas decisiones gubernamentales dentro del sistema democrático.
204 Durante la administración del ex presidente Jaime Paz Zamora
(1989-1993), varios eventos domésticos e internacionales pusieron en
cuestión el rol de los militares bolivianos (por ejemplo, su participa-
ción en los casos de lucha contra el narcotráfico y algunos escándalos
de corrupción). En diciembre de 1991 se promulgó la Ley Orgánica
de las Fuerzas Armadas, la cual no generó cambios substanciales en
el funcionamiento tradicional de la institución militar. Más bien se
dio lugar a la incursión de los militares en la lucha contra el narco-
tráfico y, por lo tanto, se debilitaron las funciones constitucionales de
defensa externa para concentrar sus labores en el control de narcóticos
y la reestructuración del “orden político interno”. Esto fue negativo y
mostraba, una vez más, la imposibilidad de modernizar institucional-
mente a las FF.AA.
Instaurando su base de operaciones en el Chapare cochabambino con
la ayuda de la embajada de Estados Unidos, que tuteló la intervención
militar en la política antinarcóticos, el Ejército (una de las instancias
más importantes de las FF.AA.) participó en las tareas de erradicación
de cultivos de coca provocando grandes consecuencias sociales y polí-
ticas. Una de éstas fue la estigmatización antidemocrática y violenta
con la que fue visto el Ejército por parte de los campesinos cocaleros.
La institución militar volvía a convertirse en una amenaza que violaba
los Derechos Humanos por medio de constantes agresiones armadas.
Los conflictos sociales en Bolivia sufrieron trasformaciones de índole
radical durante el periodo democrático del gobierno de Gonzalo Sán-
chez de Lozada (1993-1997). Este gobierno estimuló varios conflictos
debido a la implantación de políticas económicas y sociales de raíz neo-
liberal, provocando movilizaciones sociales. En esta situación de mayor
conflicto, los militares asumieron otro papel: reprimir las movilizacio- 205
nes que se propagaban en el país, así como mantener el orden político
a través de medidas de facto como el estado de sitio.
Recordemos que las tres reformas consideradas importantes en el
gobierno de Sánchez de Lozada (Ley de Reforma Educativa, Privati-
zación y Participación Popular) fueron aprobadas e implementadas en
el año 1993 en medio de un total estado de excepción. Así quedó claro
que las funciones represivas en el ámbito interno adquirieron mayor
preponderancia, en relación a otro tipo de institucionalidad para las
FF.AA. pues la violencia represora se transformó en un recurso casi
natural para proteger la legitimidad cuestionada de diferentes gobiernos
democráticos. Una contradicción profunda y la señal de desinstitu-
cionalización en las FF.AA. que fue muy difícil de corregir hasta la
actualidad. La imagen militar perdió credibilidad al ser utilizada como
instrumento de coerción de los mismos gobiernos democráticos. Esto
hace pensar en un retorno a medidas dictatoriales que socavan sigilo-
samente las relaciones cívico-militares en Bolivia.
El gobierno de Hugo Banzer (1997-2000) se vio involucrado en un
conflicto de índole económica en la ciudad de Cochabamba provo-
cando la movilización denominada “Guerra del Agua”, debido a los
intentos por privatizar la provisión de los servicios de agua potable. El
conflicto se extendió a lo largo del país en apoyo a la demanda de los
cochabambinos.
La presencia militar fue, una vez más, requerida para mantener
el orden, ante la inminente promulgación del “estado de sitio” que
estimularía mayor tensión en Cochabamba. La represión generó un
centenar de heridos y varios muertos. El resultado inmediato fue una
206 mayor ruptura y desconfianza entre las FF.AA. y la sociedad civil. Esto
expresa que los conflictos altamente desestabilizadores, son asumidos
por manos no profesionales porque se descartó la “negociación” y reso-
lución alternativa de conflictos. En el caso de la Guerra del Agua, el
conflicto violento fue administrado únicamente por los soldados que
hacían su servicio militar a lo largo del año. Esto reveló una gran letali-
dad por el grado de inexperiencia y la falta de preparación del personal
militar que solamente reprimió sin tratar de retomar el control de los
conflictos por medio de acuerdos democráticos, ligados al respeto de
las garantías constitucionales.
En el segundo mandato de Sánchez de Lozada (2002-2003) se evi-
denciaron dos momentos de tensión social: uno en el mes de febrero
de 2003, con la movilización de varios sectores de la sociedad civil
a la que se sumó el amotinamiento de la policía, derivando en un
enfrentamiento con el Ejército y el saldo lamentable de dos días de
represión, 23 muertos y varios heridos.
Un segundo acontecimiento surgió en el mes de octubre del mismo
año, cuando se pidió la renuncia inmediata de Sánchez de Lozada en
la denominada “Guerra del Gas”. El saldo negativo de la represión de
octubre provocó 68 muertos y más de 400 heridos; este clima de vio-
lencia provocó el derrocamiento y posterior huida del presidente. El
común denominador durante estos momentos conflictivos fue la pre-
sencia de las FF.AA., convertidas en un recurso inestable y extremo
de represión violenta con graves consecuencias para la democracia y la
misma institución militar.
Posteriores gobiernos como el de Carlos D. Mesa (2003-2005) y
Eduardo Rodríguez Veltzé (2005), tampoco lograron un cambio dentro 207
la institución militar, pues sólo mantuvieron un statu quo sin trans-
formar efectivamente ningún área de las FF.AA. que hasta el día de
hoy mantienen ambiguos principios de lealtad hacia la democracia y
de muy precaria profesionalización, si se compara esta situación con
otras instituciones militares en el ámbito latinoamericano.
Con la llegada de un nuevo gobierno en el año 2006, encabezado
por Evo Morales Ayma, lo que se intentó fue proyectar medidas eco-
nómicas, sociales y políticas que beneficien a la sociedad boliviana. Sin
embargo, esta pretensión tampoco ha logrado una mayor legitimidad
y reconocimiento de autonomía institucional para mejorar la relación
entre las FF.AA. y la defensa de la Constitución, o el respeto de la
sociedad civil hacia la institución militar como entidad que defiende
la soberanía estatal con plena confiabilidad.
Hoy en día, no hay una mayor reforma para identificar un conjunto
de nuevos roles militares y una mejor profesionalización de las FF.AA.
Más bien, Evo Morales delegó a éstas otras funciones como controlar
el contrabando y ser parte de la seguridad pública, lo cual no resuelve
su crisis de institucionalidad y agudiza sus problemas de organización
que afectan, no sólo a los militares sino también a su misma fun-
cionalidad dentro de un sistema democrático. Morales les dio bonos,
mejores sueldos para la alta jerarquía militar y los volvió a obnubilar
con la promesa de dar a las FF.AA. un papel funcional al desarrollo
económico del país. Todo fue una oferta únicamente para politizar y
comprar lealtades, además de que algunos mandos de la burocracia
militar degeneraron en corrupción y en la quiebra de algunas empre-
208 sas militares, simplemente debido a una insólita ineficiencia.
Existe un grave déficit de institucionalidad y problemas de moder-
nización dentro de las Fuerzas Armadas, sobre todo cuando se hace un
análisis de las condiciones de violencia que se practica en los cuarteles.
Éstos son un escenario pre-moderno y desprovisto de capacidades para
reformarse desde adentro. La pregunta central en este caso es: ¿cuá-
les son los problemas de institucionalidad que están profundamente
enraizados dentro de las Fuerzas Armadas bolivianas? Todos estos
repercuten negativamente y generan diferentes escenarios de violencia
que destruyen los valores básicos del sistema democrático.
Aquí se afirma como hipótesis de trabajo que la carencia de una
institucionalidad en las FF.AA. impacta en la aparente instrucción
integral que se otorga a los conscriptos en los cuarteles del país, bajo
el nombre de servicio militar obligatorio, generando patrones de auto-
ritarismo violento y determinando una incapacidad de adaptación de
la institución militar a las exigencias de un sistema de derechos demo-
cráticos y del nuevo tipo de Estado Plurinacional.
El problema de una débil construcción de institucionalidad dentro
las FF.AA., viene desde la instauración de la democracia en Bolivia,
debido a la falta de claridad e interés de los legisladores y militares de
alto rango en tratar temas como su modernización y formación pro-
fesional, provocando así condiciones de violencia en los cuarteles y
orientando todo esfuerzo hacia la intervención de los militares en los
momentos de manutención del orden político interno. Estos proble-
mas crean incertidumbre respecto a los principios democráticos que
las FF.AA. deben obedecer en Bolivia. La democracia, una vez más,
está en constante peligro.
209

XIX
Nicaragua y la degradación sandinista

Han transcurrido 29 años desde que el Frente Sandinista para la Libe-


ración Nacional (FSLN) hiciera un memorable traspaso de su poder,
supuestamente revolucionario, a través de una transición democrática
en Nicaragua. Entonces era 1989 cuando Daniel Ortega, junto a las
calculadoras miradas de Tomás Borge y Ernesto Cardenal, presenciaban
lo que parecía ser la culminación de aquel proceso que había encendido
Centroamérica con una llama doble: ilusión marxista y crujir de dientes
ante una guerra civil que convirtió al país en un verdadero infierno. La
utopía se había desarmado. No solamente la revolución nicaragüense
atravesaba por un proceso de transformación, sino que todo el modelo
comunista veía desvanecerse el escenario de los movimientos armados.
Después de que Violeta Chamorro asumiera la presidencia en Nica-
ragua aquel 89, el juego de dominó continuaría hasta que Joaquín
Villalobos, comandante del Frente Farabundo Martí, negociara otra
histórica desmovilización de la guerrilla en El Salvador. Con esto, no
había mejor complacencia para Oscar Arias, entonces presidente de
Costa Rica y los suscriptores de Esquipulas II, quienes lograban cris-
talizar la paz después de una década turbulenta que había costado a
210 Centroamérica más de 150 mil muertos. En el fondo, los procesos
revolucionarios y la esfinge emblemática en que trató de convertirse
el Sandinismo, demostraron ser acciones demasiado costosas en vidas
humanas, con muy pocos resultados para obtener verdaderas transfor-
maciones, ya sea sociales, políticas o económicas. El Sandinismo, hoy
día, es una verdadera dictadura y la simple reproducción en el poder
como si fueran una oligarquía, es la característica predominante.
Ahora que el Sandinismo degeneró desde que Ortega está nueva-
mente en el poder (2007-2018), no queda nada rescatable en ningún
discurso revolucionario. Tanto Violeta Chamorro, como después los ex
presidentes Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, vieron precipitarse una
crisis económica que convirtió a Nicaragua en una de las naciones más
pobres de América Latina, apenas por encima de los desastrosos indi-
cadores de desarrollo humano que atormentan a Haití. La bancarrota
también hizo necesaria la llegada del Ajuste Estructural controlado
por los organismos financieros internacionales.
Actualmente, Nicaragua recibe uno de los montos más altos en
ayuda oficial para el desarrollo de Latinoamérica, lo cual no significa
otra cosa sino dependencia financiera extrema y rigurosas condicio-
nes para que el país no pueda ir contra la corriente de una economía
de mercado que, desafortunadamente, tampoco logró solucionar las
terribles secuelas de la guerra civil en los años 80. Sin embargo, en el
siglo XXI, el nuevo tipo de dependencia que envuelve a Nicaragua es
China, que se convirtió en el segundo comprador más importante de
los productos nicaragüenses, después de Estados Unidos, que tradicio-
nalmente fue el principal socio comercial.
Ahora, el Frente Sandinista se perfila como el nuevo tipo de presiden- 211
cialismo dictatorial en América Latina después de Cuba. La estrategia
de reelección indefinida de Ortega y las acciones de su esposa Rosario
Murillo, garantizan un entorno oligárquico que favorece enormemente
a la familia Ortega y sus seguidores. Los sandinistas no pensaron en
la alternativa de cambiar el tablero de juego liberal en lo económico,
estructurado a la medida de un bloque de poder que favorece los inte-
reses estratégicos del típico populismo centroamericano: apelar a un
solo líder, al mismo tiempo que insistir en el legado de la Revolución
Sandinista, la cual ahora representa únicamente una vieja experien-
cia sangrienta e inútil porque de Anastasio Somoza, se pasó a Daniel
Ortega, dos formas de dictadura con delirios de grandeza.
La violencia desatada por el dúo Ortega-Murillo desembocó en 350
muertos, solamente entre los meses de mayo y junio de 2018. El régi-
men desarrolló una durísima represión con fuerzas paramilitares que,
prácticamente, no se diferenció del pasado somocista. La izquierda
sandinista degeneró al extremo de haberse convertido en una fuerza
política de carácter casi delincuencial, revelando que la ideología no
tiene absolutamente ningún peso, ni político, ni histórico. ¿Cómo las
fuerzas de izquierda decayeron hasta destruir cualquier posibilidad
de democratización y soluciones pacíficas para la crisis en Nicaragua?
La respuesta descansa en una sola tendencia: la izquierda revolucio-
naria en América Latina jamás estuvo convencida de asumir al sistema
democrático como la opción para el futuro de una convivencia más
humana y equilibrada que permita mejorar las condiciones de vida. En
todo caso, al despreciar la democracia, la izquierda marxista socialista
fomentó el enriquecimiento ilícito y abrió la puerta, una vez más, para
212 que reinen el sectarismo y el dogmatismo en las visiones sobre la vida.
Nicaragua muestra que el discurso marxista y el socialismo se dilu-
yen sin problemas dentro de la administración de un Estado manejado
como un conglomerado de instituciones, sujetas a la discrecionalidad
de los Ortega, agrandándose la desigualdad socio-económica y la cons-
trucción de un capitalismo de camarilla.
Pero la discusión no radica en que si los sandinistas, convencidos
de la reelección indefinida, continuarán o no con los ajustes estructu-
rales de mercado, o se resistirán a las condiciones del Banco Mundial
o el FMI. La severidad del panorama en materia de pobreza, así como
las pocas alternativas para remontar la crisis, exige que los sandinistas
abandonen el caudillismo, el cual hasta el momento sólo ha traído muy
poca capacidad competitiva al conjunto de la economía, reforzando
una subordinación al crédito y donaciones externas. Ortega no tiene
iniciativas ni fortaleza propositiva en materia económica, además de
haber abandonado cualquier principio de responsabilidad y sentido
común. El Sandinismo es una opción anticuada y carente de ideas
nuevas para la política democrática del siglo XXI.
Lo difícil del asunto está en que el Sandinismo deberá enfrentar una
nueva estrategia de negociación internacional, no sólo para neutralizar
el desprestigio de la izquierda como alternativa política saludable, sino
para lograr una renovación como partido sin Daniel Ortega a la cabeza.
Nicaragua dejó de representar el efectivo “balance estratégico” en Cen-
troamérica. Es un país pobre, de baja calidad educativa en sus recursos
humanos y sujeto de crédito en términos de caridad internacional.
América Latina necesita un nuevo balance estratégico, asociado a
la disuasión de las dictaduras y a las medidas que fomenten la con-
fianza mutua. Los burdos esfuerzos para reelegir indefinidamente al 213
matrimonio Ortega, no hacen otra cosa que estimular políticas neo-oli-
gárquicas. Los sandinistas deben romper su cabeza dura para entender
que la guerra fría terminó y que América Latina debe basarse en un
balance estratégico para evitar la reemergencia de la dictadura.
El conflicto con más de 500 muertos entre abril y octubre de 2018,
mostró que Ortega no pudo implementar sus reformas al sistema de
pensiones. Simultáneamente, las protestas horadaron sus estrategias
autoritarias, expresando algo elemental: la ciudadanía merece un
mínimo respeto y el derecho a decidir sobre su futuro, aun cuando
existan poderosas estructuras como el Sandinismo tratando de ser el
partido único.
Nicaragua se está convirtiendo en un Estado autoritario pero sin
las viejas pugnas ideológicas: socialismo o capitalismo. Los sandinis-
tas constituyen una de las peores amenazas a los gobiernos elegidos
democráticamente. La renovación en el poder y las elecciones libres
son el antídoto para recuperar un aspecto sencillo: la poca dignidad
política que hoy parece agonizar en América Latina. La izquierda revo-
lucionaria murió, asesinada por sí misma y por la traición a los valores
fundamentales de una nueva sociedad, atragantándose con un dis-
curso que terminó solamente algo muy banal: enriquecerse y abusar
del poder hasta el paroxismo.

214
INDIANISMO,
MESTIZAJE,
TOLERANCIA Y
CONTEMPORANEIDAD
I
Colonialismo interno: entre la visión
crítica y el fatalismo político

Introducción
La doctrina del colonialismo interno representa en Bolivia una de las
corrientes ideológicas que destaca dos momentos en su estructura teó-
rica: por un lado, el afán crítico que se expresa por medio del análisis
del horizonte colonial, el cual definiría y caracterizaría toda la historia 217
de Bolivia; y por otro, el perfil utópico-político desde donde se intenta
proponer una visión alternativa de sociedad, es decir, un proyecto de
futuro que permita descolonizar la historia nacional y, al mismo tiempo,
lograr que las culturas originarias, particularmente las culturas andi-
nas (aymara-quechua), ejerzan una voluntad de poder para gobernar
y dirigir las estructuras estatales, inaugurando un período inédito en
nuestra sociedad.
El siguiente ensayo tratará de deconstruir el discurso teórico y polí-
tico de lo que significa el colonialismo interno, a partir del análisis de los
principales estudios y propuestas de uno de sus más destacados repre-
sentantes: la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui, quien prácticamente
funda una escuela de análisis etnohistórico y antropológico: el Taller
de Historia Oral Andina (THOA) y es la que más se ha preocupado
por otorgar al discurso del colonialismo un status académico con cierto
rigor científico. El THOA dio cabida a un particular modo de investi-
gación que se inspira en las fuentes políticas del indianismo cultivado
por Fausto Reinaga; la antropología y etnohistoria andinas; los análi-
sis sobre el colonialismo y la opresión de Frantz Fanon; el katarismo
como el potencial político de lucha sindical y autodeterminación cul-
tural; y las propuestas teóricas de marxistas críticos como Ernst Bloch,
de quien se recoge el planteamiento de las “contradicciones diacróni-
cas o no coetáneas” para apuntalar el estudio de la estructura colonial
en la historia de Bolivia.
Propongo la siguiente hipótesis de trabajo que orientará todo mi aná-
lisis: el discurso del colonialismo interno desarrollado por Silvia Rivera
se propone construir un conocimiento social que contenga entre sus
principales supuestos una idea de futuro, un proyecto de orden social
nuevo. Por lo tanto, recupera aquella vieja tensión que todavía sacude
a las ciencias sociales: la pugna entre conocimiento científico y utopía
política, el conflicto entre política y ciencia, en suma, la lucha entre el
pensamiento histórico y el pensamiento utópico. Las concepciones de
Rivera son, por demás, dogmáticas, excluyentes, anticientíficas, ideo-
logizadas e intolerantes. Es su propia personalidad que caracterizó
también su paso por la universidad. Sin embargo, escucharla y leerla
es divertido porque atrae siempre la atención de los ingenuos, obnu-
bilados por el exotismo.
Las investigaciones de Silvia Rivera versan sobre la crítica hacia el
Estado, la crítica de la historia desde la llegada de los colonizadores espa-
ñoles en 1532, la crítica de los supuestos ideológicos y culturales de la
sociedad boliviana, así como también la crítica de las prácticas políticas
republicanas, del sindicalismo obrero que adviene de la revolución de
1952 y del propio sindicalismo campesino; en sus más recientes ensa-
yos políticos, hace hincapié en la crítica de la democracia representativa
y los problemas fundamentales que ésta sufre, particularmente aquel
que se refiere a las violencias encubiertas en Bolivia fruto de siglos de
contradicciones entre colonizadores y colonizados28.

El horizonte de conocimiento: epistemología y ética


Los planteamientos de Silvia Rivera dentro de los supuestos epistemo-
lógicos para la investigación en las ciencias sociales se asientan en lo
que denominó “(...) la esencial intraductibilidad –lingüística y cultu-
ral– propia de una relación asimétrica entre individuos y culturas cuyo
horizonte cognoscitivo es diametralmente opuesto”29.
La posibilidad de conseguir un conocimiento útil para la investi- 219
gación es, de acuerdo con el razonamiento de Rivera, evitando una
ciencia social fetichizada que se convierta en instrumento de poder
y prestigio; si esto sucede, el investigador puede volcarse en contra
de los intereses de la sociedad estudiada convirtiéndose en un agente

28 Para este ensayo se tomaron en cuenta los siguientes estudios de Silvia Rivera: “El potencial epis-
temológico de la historia oral: de la lógica instrumental a la descolonización de la historia”; en:
TEMAS SOCIALES, revista de Sociología, UMSA, No. 11, s/f; “Sendas y Senderos de la cien-
cia social andina”; en: revista AUTODETERMINACIÓN, La Paz, octubre de 1992, No. 10;
Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado aymara y quechua de Bolivia, 1900-1980, La
Paz: CSUTCB-Hisbol, 1984; “Movimiento Katarista, movimiento indianista: contrapuntos de
un proceso ideológico”, Boletín Chitakolla No.15, 1.984; “La raíz: colonizadores y coloniza-
dos”; en: Albo, Xavier y Barrios, Raúl (coord.). Violencias encubiertas en Bolivia, vol. I, La Paz:
CIPCA-Aruwiyiri, 1.993; “Democracia liberal y democracia de ayllu: el caso del norte de Potosí,
Bolivia”; en: Toranzo, Carlos (ed.) El difícil camino hacia la democracia, La Paz: ILDIS, 1990;
“Luchas campesinas contemporáneas en Bolivia: el movimiento katarista, 1.970-1.980”; en: Zava-
leta, René (comp.). Bolivia hoy, México: Siglo XXI, 1983.
29 Rivera, Silvia. “El potencial epistemológico de la historia oral: de la lógica instrumental a la desco-
lonización de la historia”; en: TEMAS SOCIALES, revista de sociología, Universidad Mayor de
San Andrés, No. 11, s/f., p. 50. El subrayado es mío.
inconsciente de su derrota y desintegración. “Develar y desnudar lo que
se conoce del otro -sea éste un pueblo indio colonizado o cualquier otro
sector subalterno de la sociedad- equivale entonces a una traición”30.
El perfil epistemológico del colonialismo interno propuesto por Sil-
via Rivera, apunta entonces hacia un cuidadoso entrelazamiento entre
actitud científica y actitud ética; es decir, que el investigador no asuma
una posición de poder o superioridad ante los individuos estudiados,
que no instrumentalice su objeto de estudio en beneficio de oscuros
intereses políticos. Ante estas amenazas, la afasia se convertiría en un
recurso para defender, ante todo, el compromiso ético-científico con
el grupo de estudio, aún a pesar de que esta actitud de incomunica-
ción refuerce la clausura e intraductibilidad entre individuos y culturas.
220 El problema no radica en que el investigador sea de una cultura
y los grupos de análisis pertenezcan a otra, sino en qué es lo que
puede hacer un científico social con su conocimiento, preguntándose
lo siguiente: ¿fortalecer las estructuras de dominio y colonización o
contribuir a descolonizar la realidad, favoreciendo las posibilidades de
justicia, equidad y rebelión en las venas?31 Esta posición epistemoló-
gica bien se asemeja a los postulados marxistas, sobre todo a la tesis 11
sobre Feuerbach escrita por Marx en 1844 (“hasta ahora los filósofos
se han preocupado de interpretar el mundo, de lo que se trata es de

30 Idem., ob. cit., p. 50.


31 “(...) las ciencias sociales bolivianas se enfrentan hoy a una delicada opción: la de servir de instru-
mento legitimador de nuevas formas de dominación y de cooptación de las demandas indígenas
en los nuevos proyectos políticos liberales y autoritarios de dominación; o la de caminar por la
senda abierta por las reivindicaciones indígenas, contribuyendo con elementos de análisis y sis-
tematización, pero sin intentar suplantar a los propios indios como protagonistas organizativos y
políticos de dichas reivindicaciones”. Rivera, Silvia. “Sendas y senderos de la ciencia social andina”;
en: revista AUTODETERMINACIÓN, No. 10, La Paz, octubre de 1992, p. 102.
transformarlo”), o a las proposiciones sobre una filosofía de la praxis
expresada por Antonio Gramsci.
El colonialismo interno comienza criticando los paradigmas teóricos
del marxismo, las doctrinas campesinistas y las concepciones volunta-
ristas de cierto sector de la izquierda latinoamericana que alguna vez
postuló el paradigma de la investigación-acción en las ciencias sociales.
El marxismo en las décadas de los sesenta y setenta había acrecentado
el debate respecto al papel de la “lógica de la historia” y la articulación
de los modos de producción en sociedades dependientes. Para Rivera
y sus concepciones teóricas, el carácter colonial de las sociedades lati-
noamericanas, y en particular de las sociedades con raíces andinas,
desafiaba abiertamente cualquier conceptualización en términos de
modo de producción y de clases sociales. El marxismo cumplía una 221
“misión civilizadora” y encubridora de las relaciones sociales coloniales
que habían pervivido estructuralmente en las sociedades de América
Latina desde el descubrimiento del continente.
El tiempo histórico de nuestras sociedades, sería un espacio-tiempo
de contradicciones diacrónicas y no coetáneas32; “la inteligibilidad y
convivencia social boliviana son fenómenos en los que no sólo se reú-
nen diversas y conflictivas identidades lingüísticas y regionales: en el
presente coexisten seres intrínsecamente no contemporáneos, cuyas
contradicciones entre sí están más enraizadas en la diacronía, que en
la esfera sincrónica del modo de producción o de las clases sociales”33.

32 En todos sus análisis sobre el colonialismo interno, Rivera toma el concepto de “contradicciones
no coetáneas” de: Bloch, Ernst. “Efectos políticos del desarrollo desigual”; en: Lenk, Kurt. El
concepto de ideología, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982.
33 Rivera, Silvia. “El potencial epistemológico...”, ob, cit., p. 60.
Según Rivera, las concepciones marxistas y campesinistas compar-
tían además criterios homogeneizadores que soslayaban las relaciones
coloniales, relegaban al cofre del romanticismo y la nostalgia toda pre-
ocupación por estudios étnicos, fomentando a su vez nuevas prácticas
paternalistas y coloniales ya que todo debía contribuir a la revolución
y a no desarticular la efervescencia de las masas; las prescripciones de
la investigación-acción, que intentaban relacionar rigor científico con
demandas pragmático-políticas para una radical transformación de la
sociedad, cayeron en la misma instrumentalización donde primaban
las disputas entre las élites partidarias e intelectuales por la represen-
tación del movimiento popular.
El plano epistemológico del colonialismo interno afirma que el mar-
222 xismo y el funcionalismo reproducen una relación asimétrica entre el
sujeto cognoscente, quien está teñido de la visión occidental dominante,
y un otro sujeto étnico cuya identidad era atribuida desde fuera, o for-
zada a una redefinición radical para satisfacer los intereses más vastos
de un campesinado, de un proletariado, o para convertirse en una masa
marginal que impedía las tareas de la modernización y el desarrollo.
El silencio de la intraductibilidad habría sido roto, no por un con-
junto de intelectuales o políticos intermediarios esclarecidos, sino por
el sector indígena, a través de una autoconciencia étnica que criticaba
y buscaba quebrar los modelos de control social como el clientelismo
estatal, el populismo y el indigenismo34. La autonomía del discurso

34 Las diferencias entre indianismo e indigenismo fueron resaltadas por el intelectual indio Fausto
Reinaga, quien afirmaba que el indianismo es la doctrina que verdaderamente rescata el sentir y
el pensar del pueblo indio boliviano, es el esfuerzo por entender y desarrollar la naturaleza del
hombre andino aymara y quechua, naturaleza que ha estado siempre amenazada por la sociedad
criollo-mestiza, y ha dejado indeleble a través de siglos de perduración; en cambio, el indigenismo,
ideológico del movimiento indio se nutre “(...) de la recuperación de
horizontes cortos y largos de memoria histórica, que remiten a las luchas
anticoloniales del siglo XVIII, tanto como a la fase de mayor autono-
mía y movilización democrática de la revolución nacional de 195235”,
período en el cual ya se avizoran las tensiones entre la lucha por la ciu-
dadanía y la lucha por la autonomía cultural y territorial.

La historia oral: mito y utopía


Para Rivera, el recurso epistemológico más importante que permite
develar el colonialismo interno es la historia oral, donde el pasado se
alimenta de nueva vida, puesto que es el fundamento central de la
identidad cultural y política indias, y al mismo tiempo, la fuente de
crítica e interpretación de la historia en sus distintas fases de opresión. 223
La historia oral es la recuperación histórica de un nuevo actor social:
los movimientos sociales indios.
A través de una serie de investigaciones con el THOA 36, como el estu-
dio de los comunarios de Ilata, los familiares y escribanos del cacique
apoderado Santos Marka T’ula, el papel del sindicalismo campesino en

es la doctrina de la sociedad occidentalizada y dominante para el engaño y la asechanza, la justa


teoría de la cohonestación que intenta una colonización de almas y de culturas para desindiani-
zar al indio, cooptarlo y alienarlo. Se puede confrontar su vasta bibliografía, entre ellas: Reinaga,
Fausto. La revolución india, La Paz: Ediciones del Partido Indio de Bolivia, 1975. El indio y el
cholaje boliviano, La Paz: Ediciones del Partido Indio de Bolivia, 1967.
35 Rivera, Silvia. “El potencial epistemológico (...)”, ob. cit., p. 57. También confrontar con: “Luchas
campesinas contemporáneas en Bolivia: el movimiento katarista, 1970-1980”; en: Zavaleta, René
(comp.). Bolivia hoy, Siglo XXI, México 1983. pp. 138 y siguientes.
36 Cfr. TALLER DE HISTORIA ORAL ANDINA (THOA). El indio Santos Marka T’ula, La Paz:
Ediciones THOA, 1984; Mujer y lucha comunaria: historia y memoria, La Paz: Hisbol, 1.986.
Cfr. Rivera, Silvia y equipo THOA. “Pedimos la revisión de límites: un episodio de incomunicación de
castas en 1918-1921”, mecanografiado. Rivera, Silvia. “Movimiento katarista, movimiento india-
nista: contrapuntos de un proceso ideológico”, Boletín Chitakolla, No. 15, 1984.
la política nacional después de 1.952, así como el análisis de las iden-
tidades indias y mestizas, Rivera considera que deben rescatarse los
aspectos interaccionales y éticos del proceso investigativo que ofrece
la historia oral en las diversas entrevistas. La historia oral inaugura un
espacio de mutuo reconocimiento, de diálogo con instancias de con-
sulta tanto con las comunidades como con las organizaciones aymaras
o quechuas de base urbana.
Los actos del habla37 que se ejercen en la historia oral recuperarían
la fluidez de los hechos, construyendo un puente entre el pasado y el
presente para reconstruir las percepciones desde el “otro lado” de la
historia y la memoria de nuestra nación.
La historia oral pretende acceder a dos racionalidades: por una parte,
224 a la reconstrucción de la historia “tal como fue”; y por otra, cómo las
sociedades indígenas colonizadas piensan e interpretan su experiencia
histórica, es decir, el lado oscuro de la luna de la historia mítica con
sanciones éticas; “(...) por qué pasó y quién tenía razón en los sucesos,
37 El concepto: actos del habla, es uno de los resortes teóricos más importantes de la “Teoría de la
Acción Comunicativa”, propuesta por Jürgen Habermas. Aunque no hay una referencia explícita
en la teoría del colonialismo interno a la acción comunicativa, ésta puede servir para compren-
der mejor los obstáculos de la intraductibilidad lingüística y el papel de la dominación a través
del lenguaje y las pretensiones de validez de los discursos. Silvia Rivera considera que la instru-
mentalización de la ciencia social, no sólo produce “incomunicación”, sino una comunicación
sistemáticamente distorsionada (ideología para Habermas), pues el lenguaje también está colo-
nizado: “(...) la estructura jerárquica en la que se ubican los diversos estamentos de la sociedad a
partir de la posición que ocupan en la apropiación de los medios de poder -entre ellos el poder
sobre la imagen y sobre el lenguaje, es decir el poder de nombrar- y que, por lo tanto, confiere
desiguales capacidades de ‘atribuir identidades al otro’, y por lo tanto, de ratificar y legitimar los
hechos de poder mediante actos de lenguaje que terminan introyectándose y anclando en el sen-
tido común de toda la sociedad”. Rivera, Silvia. “La raíz: colonizadores y colonizados”; en: Albo,
Xavier y Barrios, Raúl (coord.). Violencias encubiertas en Bolivia, vol. I Cultura y política, La Paz:
CIPCA, Aruwiyiri, 1993, p. 58. Se puede consultar también el estudio de: Sanjinés, Javier. Lite-
ratura contemporánea y grotesco social en Bolivia, La Paz: ILDIS-BHN, 1992, donde se aplica a
Habermas para analizar los espacios simbólicos colonizados por el Nacionalismo Revolucionario.
es decir, la valoración de lo acontecido en términos de la justicia de
una causa (...); se descubren las constantes históricas de larga dura-
ción, encarnadas en el hecho colonial que moldean, tanto el proceso
de opresión y alienación que pesa sobre la sociedad colonizada, como
la renovación de su identidad (...) alimentando la visión de un proceso
histórico autónomo y la esperanza de recuperar el control sobre un des-
tino histórico alienado por el proceso colonial”38.
El potencial epistemológico de la historia oral representa, enton-
ces, una racionalidad comunicativa que busca la desalienación y
descolonización, tanto para el investigador como para el interlocutor,
significando también la oportunidad de inaugurar nuevas esferas y
opiniones públicas.
Para Rivera, la interconexión entre el mito y la historia es capaz de 225
recuperar “(...) el sentido profundo de los ciclos de resistencia india,
donde la sociedad oprimida puede retomar su carácter de sujeto de la
historia. Las rebeliones indias, que siempre fueron vistas como una reac-
ción ‘espasmódica’ frente a los abusos de la sociedad criolla o española,
pueden leerse entonces desde otra perspectiva: como puntos culmi-
nantes de un proceso de acumulación ideológica subterránea, que salen
cíclicamente a la ‘superficie’ para expresar la continuidad y autonomía
de la sociedad india”39.
Claramente se aprecia cómo el discurso del colonialismo interno de
Rivera considera que la realidad social no es un objeto posible sólo de

38 Rivera, Silvia. “El potencial epistemológico (...)”, ob. cit., p. 59. El subrayado es mío. Ver también:
Molano, Alfredo. “Reflexiones sobre historia oral”; en: PRESENCIA LITERARIA, La Paz 29 de
marzo de 1992., p. 2.
39 Idem., ob. cit., p. 59. El subrayado es mío.
observarse correcta o incorrectamente, sino que es, al mismo tiempo,
una construcción social de acuerdo con un proyecto futuro, el cual
posee ya sus actores políticos: los movimientos sociales de los pueblos
indígenas.
Las historias orales que el investigador encuentra, no constituyen
un desorden de múltiples testimonios como una masa de comparti-
mientos estancos, sino que se hallan organizados de acuerdo con el eje
colonial, configurándose una cadena de gradaciones y eslabonamien-
tos de unos grupos sobre los otros; Rivera afirma tácitamente que la
cuestión colonial apunta a fenómenos estructurales muy profundos y
ubicuos, los cuales van desde los comportamientos cotidianos y esferas
de “micro poder”, hasta teñir la estructura y organización del poder
226 estatal y político de la sociedad entera.
Existen, pues, dos planos40 dentro de la relación entre diagnóstico
histórico-objetivo y proyecto político de futuro que encuentro en los
postulados de Silvia Rivera:
Primero. El de la búsqueda de objetividad estructurada en un
corte de tiempo y de espacio susceptibles de explicación histórico-ge-
nética. Rivera define tres ciclos históricos de contradicciones no

40 La discriminación entre aquéllos dos planos de análisis fue inspirada en las proposiciones de Hugo
Zemelman, quien afirma: “Mientras en las ciencias naturales el problema del conocimiento se
circunscribe a las formas de observar una misma realidad, en las ciencias sociales ésta se construye.
Las diferencias que pueden plantearse entre científicos sociales, obedecen en última instancia a
opciones de sociedades futuras que se excluyen mutuamente (...) lo que se considera un pro-
blema en ciencias sociales no sólo es aquel fenómeno que resulte inexplicable, de acuerdo con
el paradigma disponible, sino también aquel que no calza con el concepto de futuro que mueve
al investigador; esto es, con su proyecto de orden social (...). La relación entre teoría y construc-
ción social plantea el problema acerca de cómo es concebido el futuro”. Zemelman, Hugo. De
la historia a la política, la experiencia de América Latina, México: Siglo XXI-Universidad de las
Naciones Unidas, 1989, pp. 21 y ss.
contemporáneas41: a) el ciclo colonial que irrumpe en 1532 y pervive
estructuralmente hasta nuestros días; b) el ciclo liberal que va de 1874,
cuando se exacerbaron las contradicciones entre indios y criollos repu-
blicanos a través de las leyes de exvinculación y las revisitas cargadas
de violencia y etnocidio, hasta la revolución popular de abril de 1.952;
y c) el ciclo de la revolución nacional, denominado ciclo populista, que
se extiende desde 1.952 hasta hoy cuando se enfrentan las reacciones
conservadoras del neoliberalismo, la lógica del mercado libre y la demo-
cracia representativa, época denominada: señorialismo post-populista.
Segundo. El plano en el cual se debe distinguir la prueba de una
proposición teórica y todo lo que se entiende por su viabilidad política;
es decir, la posibilidad objetiva de potenciar un contenido no realizado,
o bien de construir una realidad nueva: la rebelión de las culturas ori- 227
ginarias que buscan capturar el poder y democratizarlo, poniéndole
fin a siglos de contradicciones coloniales.

El horizonte político: fatalismo y desencanto


Las proposiciones políticas que arrancan de los razonamientos teóri-
cos de Silvia Rivera, expresan dos aristas: la primera puede resumirse
en una pregunta: ¿quién o quiénes deben gobernar, los buenos o los
malos?; la segunda está plagada de fatalismo cuando se critica nuestra
democracia liberal representativa, pues se la considera como un régimen
que prosigue y perpetúa una sociedad fracturada e intolerante que sólo
busca imponer los moldes de la ciudadanía forzada como imposición

41 Cfr. Rivera, Silvia. “Democracia liberal y democracia de ayllu: el caso del norte de Potosí, Bolivia”;
en: Toranzo, Carlos (ed.). El difícil camino hacia la democracia, La Paz: ILDIS, 1990, pp. 9-51.
Rivera, Silvia. “La raíz: colonizadores y colonizados”, ob. cit.
del modelo civilizatorio occidental. Estas dos aristas convergen en un
desencantamiento con el orden social y político, convirtiéndose en
materia prima para postular la utopía política del Estado pluriétnico
post-colonial.
La recuperación de la memoria histórica del movimiento indio, cons-
tituye una oportunidad para descubrir uno de los pilares fundamentales
del proyecto político del colonialismo interno: las rebeliones indíge-
nas. Rivera afirma que “(...) las emergentes organizaciones culturales y
sindicales del campesinado aymara incorporaron el sentido histórico
de las luchas anticoloniales de los Katari a su plataforma de deman-
das hacia la sociedad, de tal suerte que la ideología oficial del Estado
pueda ser sometida a una aguda crítica práctica”42.
228 Así nace el katarismo, ideología política que se cultiva al interior de
un sindicalismo campesino autónomo de las maniobras clientelares
del Estado del 52, convirtiéndose en el porta-estandarte del Estado
multinacional y plurilingüe, de los derechos humanos para los pue-
blos indígenas, y de la descolonización. Aquí, el colonialismo interno
representa la vigilancia crítica hacia la doble moral como estruc-
tura perversa de legitimidad y gobierno que practicaría la sociedad
criollo-mestiza-occidental-q’ara.
Todos los esfuerzos por construir un Estado moderno y democrático,
en opinión de Rivera no hacen sino expresar la voluntad de poder de
la vieja casta señorial y su vieja (también mala) costumbre de domi-
nar. El voto universal, la castellanización masiva y la universalización
del sindicato que se consiguieron después de la revolución popular de

42 Rivera, Silvia. “Sendas y senderos de la ciencia social (...)”, ob. cit., pp. 92-93.
1952 se convierten en un espejismo que no termina con las contradic-
ciones coloniales, sino las reproduce.
Los efectos políticos de las contradicciones diacrónicas se manifies-
tan por medio de la disyunción entre lo político y lo social; entre lo
étnico y lo ciudadano. El divorcio entre lo político y lo social según
Rivera, permite notar que el Estado, los partidos y la clase política
mestizo-criolla ven en la participación política directa de los obreros
y campesinos no otra cosa que una amenaza permanente, dándose
cabida a todo tipo de prácticas excluyentes. “De este modo, la política
se refuerza como un hacer exclusivo de las élites mestizas e ilustradas
de políticos profesionales (...), y finalmente, la dimensión política del
accionar popular queda reducida al voto de cada dos o cuatro años”43.
La contradicción entre lo étnico y lo ciudadano muestra cómo la 229
noción de ciudadanía se convierte en la espada de Damocles para los
movimientos sociales indígenas pues con el voto universal, los indios
obtendrían solamente una ciudadanía de segunda clase, posibilitando
que un conjunto de protectores mestizos “conduzcan” y “orienten” al
pueblo indio hasta que sepa comportarse de acuerdo con los cánones
de la propiedad privada y la racionalidad de la cultura dominante.
Las reflexiones políticas del colonialismo interno se mueven sobre la
base de los moldes: oprimidos versus opresores, indios vs. criollo-mes-
tizos, lo vernáculo-originario versus lo occidental... Esta es la lógica
dual que plantea la pregunta: ¿quién o quiénes deben gobernar?, y está
claro que para Rivera y su perspectiva utópica de futuro son las cultu-
ras indígenas aymara-quechuas quienes deben cabalgar el caballo de

43 Rivera, Silvia. “La raíz: colonizadores y colonizados”, ob. cit., p. 103.


Troya estatal en busca de su revancha histórica, porque las condicio-
nes de lo político y de la democracia liberal en un país como Bolivia,
“(...) están condenadas a reproducir para los indios una experiencia de
exclusión multisecular (...)”44.
“Es en el plano de lo político y de la creación de lo público, donde
las contradicciones diacrónicas que ligan el presente con el horizonte
colonial profundo, imperan con mayor fuerza y es allí donde la fun-
ción de mediación mestiza se hace visible con mayor claridad. Se ha
estructurado un sistema en el cual la casta colonial ‘encomendera’ con-
tinúa siendo la única en definir las condiciones del ejercicio del poder,
y como tal, ocupa invariablemente el vértice de la pirámide social y el
corazón del Estado. Los sectores mestizos subordinados, por su parte,
230 se disputan la mediación y el control sobre lo popular –y más recien-
temente sobre lo indio– como mecanismo de presión reformista que
les permita, a su turno, ocupar ese vértice y acceder al círculo de los
poderosos (...). Lo político es por ello el punto de mayor contradicción
entre la normatividad pública y el contenido de las prácticas que esta
normatividad pública regula y sustenta. Bajo estos condicionamientos,
la esfera de lo político nunca ha podido ser revolucionada (o ‘refundada’
como gustan decir algunos) como esfera democrática, a la que todos

44 Rivera, Silvia. “Democracia liberal y democracia de ayllu (...)”, ob. cit., p 49. Estas tesis no mani-
fiestan novedad ni diferencia alguna respecto a los viejos postulados políticos del precursor teórico
del colonialismo interno, Fausto Reinaga; pues la misma obsesión se expresa, hasta el cansancio,
en sus libros: Revolución, cultura y crítica, La Paz, s/e, 1957; La revolución india, La Paz: Edicio-
nes del Partido Indio de Bolivia, 1970; Tesis india, La Paz: Ediciones del Partido Indio de Bolivia,
1971; y El pensamiento amáutico, La Paz: Ediciones del Partido Indio de Bolivia, 1978. Se puede
consultar también el ensayo de otro defensor de la teoría del colonialismo: Calla, Ricardo. “Nueva
derecha, vieja casta”; en: revista ESTADO Y SOCIEDAD, No. 5, FLACSO, La Paz, 1988.
tuviéramos igual derecho de acceso”45. Tal es el fatalismo apocalíptico
del colonialismo interno.
Este horizonte plantea serios problemas: ¿podrá sustituirse el con-
greso de la república y el régimen democrático representativo, por una
asamblea de las nacionalidades sin atentar contra los mínimos princi-
pios del consenso y la gobernabilidad del sistema político?, ¿los partidos
políticos deben subordinarse completamente a las nacionalidades?,
¿cómo sería posible gobernar una sociedad compleja sin la mediación
de partidos políticos?, ¿qué sugerencia viable y con solidez técnica ha
propuesto el proyecto utópico del colonialismo, con referencia a la
modernización del Estado para hacer de éste más representativo y efi-
ciente?46 Estos cuestionamientos constituyen la ausencia más notoria
en los estudios de Silvia Rivera. 231

Conclusiones
La doctrina del colonialismo interno, se mantiene a mi entender, den-
tro de la vieja lógica dual que siempre ha caracterizado a la sociología
latinoamericana, en la cual se determina a unos actores y se excluye a
otros; se plantea el diagnóstico científico-social y se desgaja, a su vez,
el proyecto de transformación utópico-político. Silvia Rivera también
traza los límites del “adentro” y del “afuera”, de la Bolivia minorita-
ria y de la mayoritaria, de la “sociedad realmente existente” (la Bolivia
45 Rivera, Silvia. “La raíz: colonizadores y colonizados”, ob. cit., p. 89. El subrayado es mío.
46 Los obstáculos que las reformas del Estado plantean a la gobernabilidad y viceversa, también están
siendo recién investigados con mayor precisión y sistematicidad por politólogos como Lechner y
O’Donnell; de ellos se pueden consultar los sugerentes ensayos: O’Donnell, Guillermo. “Estado,
democratización y ciudadanía”; en revista NUEVA SOCIEDAD, No. 128, noviembre-diciembre
de 1993; Lechner, Norbert. “Los nuevos perfiles de la política”; en: revista NUEVA SOCIEDAD,
No. 130, marzo-abril de 1994.
india) y de la “sociedad deformada-dominante” de corte occidental (la
Bolivia criolla-mestiza-q’ara).
Por este motivo, plantearía la misma pregunta que se hace el soció-
logo chileno, Fernando Mires, al analizar la crisis de los paradigmas
teóricos en las ciencias sociales: “(...) ¿por qué la sociología latinoa-
mericana [podríamos decir también, la sociología boliviana], desde
el momento mismo de su constitución, ha adherido a la lógica de la
razón dualista?”47
Mires trata de responder al acertijo, afirmando que “(...) si la sociolo-
gía latinoamericana se constituyó como ciencia social de la modernidad,
fue porque creía casi religiosamente en la existencia de una sociedad
sujeta a leyes. Y esa sociedad no sólo era el objeto que la sociología se
232 proponía analizar, sino también un ideal que había que perseguir. Ese
ideal societario estaba ideológicamente inspirado en el que se supo-
nía era el ‘ deber ser’ de una sociedad (...). De ese modo, el sociólogo
moderno creyó que su obligación era trazar líneas demarcatorias sobre
la llamada sociedad, y decidir así sus márgenes y sus interiores, sus
adentros y sus afueras, que no eran sino metáforas para definir cuáles
eran las partes de lo social que se ajustaban o no un proyecto [como
imagen-objetivo de futuro orden social deseado] (...)”48.
Rivera cultiva la teoría del colonialismo interno, no sólo como objeto
sociológico, sino también como el almácigo que contiene las posibi-
lidades ideales de una sociedad que superaría el conflicto entre castas.

47 Mires, Fernando. El discurso de la miseria, o la crisis de la sociología en América Latina, Caracas:


Nueva Sociedad, 1994, p. 103.
48 Idem., ob. cit., p. 104. El subrayado es mío.
Para terminar, hago mío un último razonamiento de Mires: “la
obsesión dualizante no es pues un simple producto del afán de sim-
plificar. Es más bien un derivado de una ideología que determina qué
es lo importante y que es lo superfluo, lo que es principal y lo que es
secundario, que es lo que hay que eliminar y qué es lo que hay que
estimular y favorecer. La lógica dualista en ese sentido es siempre dis-
criminatoria”49. La ideología de la confrontación y polarización secante
hace pues su entrada triunfalista, así como la ciencia social de estilo
patafísico cuyas concepciones casi surrealistas se animan a presentar
soluciones imaginarias a los problemas estructurales de Bolivia, aunque
con la falaz identificación de contradicciones históricas que regulan la
excepcionalidad del indianismo y el colonialismo como solución jus-
ticiera para los indígenas; sin embargo, esto desencadena únicamente 233
odio reprimido y la ruptura de cualquier forma de confianza o alguna
posibilidad de reconciliación y colaboración tolerantes. Las ideas de
Rivera ingresan claramente en el terreno de la ciencia de lo inútil.

Bibliografía

Bloch, Ernst. “Efectos políticos del desarrollo desigual”; en: Lenk, Kurt. El concepto
de ideología, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982.

Calla, Ricardo. “Nueva derecha, vieja casta”; en: revista ESTADO Y SOCIEDAD,
No. 5, FLACSO, La Paz, 1988.

49 Idem., ob. cit., p. 104. El subrayado es mío. Se puede revisar también: Friedrichs, Robert. Sociolo-
gía de la sociología, Buenos Aires: Amorrortu, 1970; este autor analiza las importantes relaciones
entre el paradigma científico que un investigador social acoge y el paradigma en cuyos términos
el sociólogo se ve a sí mismo, ya sea como el gran profeta que anuncia la buena nueva o el gran
revolucionario esclarecido poseedor del itinerario histórico de las revueltas.
Friedrichs, Robert. Sociología de la sociología, Buenos Aires: Amorrortu, 1970.

Lechner, Norbert. “Los nuevos perfiles de la política”; en: revista NUEVA SOCIE-
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O’Donnell, Guillermo. “Estado, democratización y ciudadanía”; en revista NUEVA


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Reinaga, Fausto. La revolución india, La Paz: Ediciones del Partido Indio de Boli-
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234 . El indio y el cholaje boliviano, La Paz: Ediciones del Partido Indio


de Bolivia, 1967.
. Revolución, cultura y crítica, La Paz, s/e, 1957.
. Tesis india, La Paz: Ediciones del Partido Indio de Bolivia, 1971.
. El pensamiento amáutico, La Paz: Ediciones del Partido Indio de
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Rivera, Silvia. “El potencial epistemológico de la historia oral: de la lógica instru-


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revista de Sociología, UMSA, No. 11, s/f.
. “Sendas y Senderos de la ciencia social andina”; en: revista AUTO-
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. Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado aymara y que-
chua de Bolivia, 1900-1980, La Paz: CSUTCB-Hisbol, 1984.
. “Movimiento Katarista, movimiento indianista: contrapuntos de
un proceso ideológico”, Boletín Chitakolla No.15, 1984.
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Raúl (coord.). Violencias encubiertas en Bolivia, vol. I, La Paz: CIP-
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Zemelman, Hugo. De la historia a la política, la experiencia de América Latina,


México: Siglo XXI-Universidad de las Naciones Unidas, 1989.
II
Indianismo, descolonización y democracia

El indianismo y la teoría de la colonialidad constituyen aportes impor-


tantes para el análisis histórico de la dominación en América Latina,
así como para el desarrollo de alternativas políticas que apoyan estra-
tegias y acciones en pro de la igualdad de oportunidades. Sin embargo,
también es vital identificar sus deficiencias y limitaciones, con el fin de
aclarar el estatus razonable de varias proposiciones teóricas. ¿El india-
236 nismo dialoga críticamente con sus propios postulados, hasta asumir
sus contradicciones? ¿La descolonización está apta para incorporar
los aportes y proyecciones futuras de la teoría de la democracia? En
una respuesta directa, debemos decir que el indianismo no procesó
ni incorporó plenamente la dinámica de los regímenes democráticos.
Está prisionero de un estilo de lucha donde predomina el conflicto de
razas, una concepción anacrónica que no está a la altura de la comple-
jidad del siglo XXI.
La teoría indianista tiene un autor bastante apasionado en Fausto
Reinaga (1906-1994), quien solía afirmar que “el único pueblo que
mantiene la continuidad de la memoria colectiva en el continente
[norte y sudamericano] es el indio. De Canadá a la Patagonia, Amé-
rica es india. El indio, no sólo que es mayoría humana, sino que es
pensamiento. Y el pensamiento indio no sale de una mitología, como
el pensamiento griego: que es el Olimpo en perpetuo carnaval”. Para
Reinaga, el “hombre es tierra que piensa”, con lo cual reivindicaba las
raíces epistemológicas de un saber y conocimientos auténticamente
indios, resaltando un nuevo tipo de equilibrio entre el hecho de pensar,
el valor de la naturaleza y un retorno al Tawantinsuyu inca del área
andina latinoamericana. Esta mirada es una nostalgia trágica, inca-
paz de concertar con ninguna posición política que no sea la lógica
de suma cero.
Revalorizar las bases sociales, políticas, culturales y cosmogónicas
de los pueblos indígenas –aymaras y quechuas sobre todo– se convir-
tió en un aporte democrático a la contemporaneidad. Sin embargo,
Reinaga, rechazó el marxismo y otras teorías revolucionarias porque
aseguraba que los indios no debían esperar ningún Vladimir I. Lenin,
sino ejecutar ellos mismos una revolución para erradicar la discrimi- 237
nación, ajusticiando a los blancos y mestizos de Bolivia o Perú que
odiaban las raíces indígenas durante y después de la colonia española.
Reinaga nunca incorporó al marxismo como alternativa revolucionaria,
ni tampoco a la democracia como régimen político porque represen-
taban productos neocoloniales que distorsionaban la mentalidad de
mundo amáutico. El indianismo es una ideología de conflicto perma-
nente que reivindica la violencia hasta las últimas consecuencias, con
tal de que los indios dominen autónomamente.
El momento incómodo surgió cuando Reinaga defendió pública-
mente la dictadura de las fuerzas armadas en Bolivia, al defender a
Luis García Mesa durante 1981. ¿Es la dictadura del pensamiento
amáutico (filosofía indianista), la respuesta para derrotar la colonia-
lidad del poder occidental, blanco, discriminador e imperialista? La
fuerza crítica del indianismo y la teoría de la colonialidad, enfatizan
demasiado los patrones raciales de mutua agresión entre los domi-
nadores que practican la segregación y los colonizados. Por lo tanto,
sería justa una revancha histórica para revertir la dominación. Toda
revancha implica infligir un similar sufrimiento en el objeto de ajus-
ticiamiento; es decir, destruir y odiar permanentemente aquello que
viene de Occidente, menospreciando sin rumbo la modernidad y el
capitalismo, identificado con las élites blanco-mestizas.
Una alternativa más pacífica consiste en la convergencia de las his-
torias indígenas, los diseños globales del capitalismo transnacional y la
generación de una nueva forma de conocimiento reconciliador, definido
como “epistemología de fronteras y acercamiento democrático”, donde
no sea posible imponer ningún conocimiento experto neocolonial, sino
238 abrirse a otras formas de cosmovisión, entendimiento y rescate de lo
propio en el mundo indígena conectado con un orden democrático.
Esto representaría el nacimiento de puentes unificadores entre la
descolonización y la teoría democrática, entendida como estrategias
pluralistas para negar los excesos del poder, ejerciendo un “cosmo-
politismo multicultural”. Así nadie monopolizará el saber, sino que
brotarán opciones libres mediante elecciones pacíficas y resistencias a
cualquier tipo de autoritarismo. Abrirse hacia el otro, hacia la reconci-
liación, hacia lo mejor de la ciencia, de Occidente, de Oriente y de lo
que significa ser humano en un mundo global y mil veces contradic-
torio, es el reto de hoy. El indianismo no puede quedarse mirándose
el ombligo y pensar que es impoluto. El fin de los absolutismos debe
identificar las rutas hacia una mirada “cosmopolita” y una posible ciu-
dadanía globalizada.
III
El indianismo patafísico de Fausto Reinaga

El indianismo del ensayista boliviano Fausto Reinaga (1906-1994)


empezó con las tesis para vincular la reforma agraria a los abordajes
étnico-nacionalistas a finales de la década de los años dorados de la
Revolución Nacional. De hecho, durante los años cincuenta, Reinaga
fue contendor de los ex presidentes bolivianos Víctor Paz y Walter Gue-
vara Arze sobre el problema de la fundación del Ministerio de Asuntos
Campesinos porque Reinaga proponía la creación de un Ministerio de 239
Asuntos Indios pues consideraba que no se podía crear una institución
gubernamental sobre la problemática indígena en Bolivia con enfoques
solamente políticos o burocráticos. “El indio – expresaba Reinaga – es
una Nación y una cultura que lucha por su plena autodeterminación;
el indio es tierra que piensa”.
De la crítica mordaz al nacionalismo boliviano, poco a poco fue
pasando al desarrollo de un pensamiento propiamente indio con una
orientación de enfrentamiento en contra de la sociedad mestiza y con
una visión de largo plazo donde destaque la superioridad racial del
indio como la única solución para liberar a Bolivia de todo tipo de
humillaciones. Sus ideas fueron clarificándose en obras como “Belzu”
(1953); “Franz Tamayo y la Revolución Boliviana” (1957); “Revolución,
cultura y crítica” (1957); “Alcides Arguedas” (1960) y “España” (1960).
Es a partir de 1964 que se puede encontrar a un radical escritor indio
con una temática precisa y por demás relevante debido a la cantidad de
ideas dogmáticas camino hacia la conformación de un Partido Indio.
Ese mismo año escribió “El indio y el cholaje boliviano: proceso a Fer-
nando Diez de Medina”, libro en el cual, a través de la simulación de
un proceso judicial, puso en la palestra de la crítica toda la obra falsa-
mente indianista del cholo Diez de Medina quien se autodefinía como
un defensor de los indios. Reinaga consideraba necesario desenmas-
carar las poses indigenistas de aquellos intelectuales de clase media
como Diez de Medina cuyo objetivo habría sido tratar al indio como
una raza en extinción, plagada de vicios y defectos, pero mostrando
una actitud solidaria y nacionalista que permita confiar en la moder-
240 nización como la alternativa donde el problema del indio finalmente
tienda a disolverse.
Reinaga es la raíz ideológica del indianismo en Bolivia con una des-
embocadura revolucionaria para promover una lucha étnica violenta ya
que veía al problema indígena como un puente para transitar hacia una
necesaria purificación por medio de una condena a la modernización
económica, política y cultural de carácter occidental. El indianismo
con Reinaga siempre transmitió la lógica del enfrentamiento y resis-
tencia, antes que la conciliación y la integración inter-racial en Bolivia.
Para Reinaga era vital diferenciar entre el cholaje, el indigenismo y
el indianismo. Por esto, consideraba que lo cholo y el cholaje eran la
expresión del mestizaje perverso que se veía en conflictos por la bús-
queda de una identidad perdida y espuria. El cholaje estaba partido
en dos: con una parte atascada en la cultura opresora occidental y otra
parte localizada en Bolivia que desprecia sus raíces indias, heredando
la vocación traidora y esclavizadora de los colonizadores españoles.
El cholaje intentaba solucionar su crisis de identidad por medio de
la falaz simulación; es decir, asumía como su norma de conducta al
remedo enfermizo de la modernización y el capitalismo europeos. El
cholaje desplegaba su furia opresora contra el indio al cual se negaba
comprender, tratando de destruirlo o norteamericanizarlo, arrancán-
dole su cultura y su cerebro. El indianismo de Reinaga es una visión
patafísica, es decir, un conjunto de necedades frente a la realidad, inhá-
biles para comprender nuestra contemporaneidad.

241

IV
Descolonización y despatriarcalización:
sólo un sueño

El país se encuentra ante un dilema histórico: llevar a cabo una trans-


formación gradual con el liderazgo indígena plenamente esclarecido en
la nueva Constitución, o arriesgarse a preservar principios únicamente
liberales de carácter occidental donde, tarde o temprano, reaparecerán
intensas confrontaciones que buscan la inclusión social y política en el
sistema democrático por medio del conflicto étnico.
La propuesta de una sociedad descolonizada continúa siendo una
retórica que no intentó responder con acciones claras para fortalecer un
Estado más democrático, el cual abandone definitivamente todo tipo de
discriminación. Los pueblos indígenas, como agregados socio-culturales
y económicos que muestran la situación del área rural, son víctimas de
la pobreza y el déficit permanente de oportunidades que es necesario
detener, pues los grupos caracterizados como criollo-mestizos de cual-
quier zona urbana, monopolizan todo tipo de privilegios, aun cuando
los últimos diez años las demandas étnico-indígenas hayan adquirido
gran influencia. En Bolivia, la desigualdad se agiganta, haciendo que
el prestigio social y gran parte de los beneficios de la modernidad sean
capturados solamente por todo tipo de élites que reniegan, a puerta
242 cerrada, de nuestras raíces indígenas.
¿Realmente se quiere descolonizar históricamente, o elevar corti-
nas de humo para maquillar la colonización mental y material que
instrumentaliza a los pueblos indígenas? Las políticas desarrollistas
implementadas por el gobierno de Evo Morales en el periodo 2006-
2018, están pensadas para diezmar los recursos naturales de cualquier
clase, avergonzándose, en el fondo, de las identidades indias y haciendo
añicos todo proceso de consulta previa a los pueblos indígenas.
A pesar de que nadie debe ser relegado por su color de piel, puntos
de vista, identidad cultural o acento al hablar español, el Estado plu-
rinacional prolonga la reproducción de varios estigmas entre las áreas
rurales o ecológicas consideradas explotables, y las promesas de cambio
y modernidad para las áreas urbanas. El desarrollismo, oculto detrás
de la retórica indianista de Evo Morales, terminó creando más barreras
de desigualdad, junto con políticas sociales que otorgan más ventajas
a los grupos mestizos de las grandes ciudades, en contraposición con
el mundo indígena que queda condenado a ejecutar las ocupaciones
inferiores y residuales dentro de la sociedad.
Paralelamente, Bolivia apenas ha hecho mella en la fuerte estruc-
tura patriarcal que endurece la discriminación violenta en contra de
las mujeres, obligándolas al servicio doméstico, el trabajo familiar, el
desprestigio de sus habilidades y la negación de sus derechos para
alcanzar una óptima equidad que amplíe las oportunidades de cual-
quier mujer. Es imperativo romper con la colonialidad moderna como
estrategia de ciudadanía democrática con acciones en beneficio de la
igualdad, así como es primordial despatriarcalizar el Estado plurina-
cional, enfermo de verborragia. El discurso de aquellos que buscan la
hegemonía del socialismo comunitario, dan preeminencia a una acti- 243
tud de machos de corral, desafiando a todos y riéndose de cualquier
tolerancia democrática.
La máscara del Estado plurinacional no ha destruido la estructura
patriarcal que cosifica a las mujeres, reduciéndolas a ser objetos sexuales
y perpetuando la colonialidad, mientras que el sistema político pola-
rizado segrega siempre al “otro diferente”, despreciado porque piensa
diferente, porque no está de acuerdo con el cacique de turno, o sim-
plemente porque tiene más sabiduría y ejerce la crítica como aliciente
para el disenso democrático.
El fracaso de la descolonización y la despatriarcalización ocasiona
una triple marginalidad. Primero, se sigue considerando inferiores a las
mujeres y a los indígenas. Segundo, se actúa de manera indiferente con
los pobres y excluidos porque predomina la cultura política y el capi-
talismo de camarillas. Tercero, persiste la colonialidad que clasifica a
los seres humanos a partir de referencias étnico-raciales, haciendo que
las oportunidades se concentren, de manera histórica, en manos de
los más fuertes, de los vencedores (como en los tiempos de la Colonia
española) y de aquellos dogmáticos que se creen redentores del mundo.
La descolonización y la equidad de género debieron haber democra-
tizado la sociedad, haciendo más justa la capacidad del Estado en la
provisión de oportunidades humanas al alcance de todos. Pero, todo es
más de lo mismo, permaneciendo solamente como un discurso hueco
y repetitivo sin resultados concretos.

244
V
Indígenas urbanos: ¿nueva identidad,
contradicción o asimilación globalizada?

La globalización influye poderosamente en la economía, sociedad, polí-


tica y también, por supuesto, en la cultura. Es más, influye tanto que
muchos líderes indígenas aymaras, quechuas, mayas, guaraníes o chia-
panecos, consideran que estar globalizado implica perder la identidad
cultural primigenia y quedar desbaratado en un océano de insignifi-
cancia y anonimato. Toda forma de globalización es vista como una
agresión y así el movimiento indígena reivindica sus tradiciones pro-
fundas junto con una sola identidad socio-cultural indivisible. Sin
embargo, ¿por qué los indígenas y todo tipo de etnias se encuentran
también inmersos en el mercado global, buscando convertirse en clases
medias y anhelando ser beneficiarios de las comodidades del siglo XXI?
El espacio urbano en diversos países de América Latina marca esa
tensión entre la inserción indígena que demanda equidad y las añoran-
zas por reconstruir las identidades indígenas, en medio de rascacielos
y supermercados de consumo masivo. Por esto se hace fundamental
insistir en la formulación de políticas públicas que generen oportuni-
dades para mejorar las condiciones de vida de los indígenas migrantes
hacia las ciudades. Es imprescindible erradicar la discriminación y la
desigualdad, aceptando a las culturas ancestrales como núcleos de
patrimonio histórico que ahora se mezcla con la modernidad occiden-
tal, urbana y globalizada. El panorama latinoamericano del siglo XXI 245
se caracteriza por la consolidación de un entramado cultural híbrido,
junto con ideologías indianistas y las ilusiones que plantea una pro-
bable descolonización de la sociedad. ¿Qué significa descolonizar las
metrópolis actuales?
Entre las respuestas que los indígenas andinos presentan, se encuen-
tra la siguiente: descolonizar es recuperar las instituciones y el dominio
indígena antes de la conquista española, sobre todo ejerciendo una
descolonización de la conciencia a través de la desobediencia episte-
mológica que sea capaz de romper con la servidumbre hacia Occidente,
ejerciendo el poder para conformar gobiernos indígenas, los cuales
deberían retomar la fuerza del viejo Incario, del imperio Azteca o la
aparente reconstrucción del continente indio: Abya Yala, sin concesio-
nes con la sociedad capitalista. Esto es demasiado ilusionismo.
En la región andina de América Latina, la situación de los indíge-
nas urbanos es muy particular porque se funda sobre el predominio
de la cultura occidental que intenta alienar la realidad indígena, ocul-
tándola como si fuera un peso del pasado que tiende a desaparecer.
Simultáneamente, los indígenas urbanos testimonian cómo su lucha
anticolonial convive también con la industrialización y los deseos por
acceder al consumo tecnológico, además de impulsar sus demandas
para educarse según las tendencias del mundo actual e incorporar la
modernización, pero en los marcos de sus representaciones ideológicas:
la identidad india como legitimidad anticolonialista y anticapitalista.
En la educación se intenta incorporar la visión de las culturas indí-
genas, contrarrestando la homogeneización de una identidad sin
246 diversidad cultural. Sin embargo, los medios de comunicación refuer-
zan la invisibilidad del indígena urbano, alimentando estereotipos
discriminatorios que lo equiparan con un grupo atávico e inadaptado
a la globalización. El Estado todavía niega las identidades indígenas,
haciendo que éstas caigan en la trampa de la auto-negación.
Los indígenas urbanos son una identidad cultural atravesada por una
serie de contradicciones que provienen de la migración rural-urbana,
tratando de preservar ciertos patrones ancestrales de comportamiento
social en el escenario moderno de las grandes ciudades. La preserva-
ción de las identidades indígenas en las metrópolis tiene lugar en los
bailes ancestrales y las ferias, destacando la cultura tradicional como
un factor de expresión estética. Sin embargo, el indígena urbano es
un tipo de mestizo que también puede transformarse en un actor de
clase media y así relacionarse con las tendencias transnacionales de la
globalización.
¿Qué representa ser indígena citadino? Significa salvaguardar las cos-
tumbres, no avergonzarse del fenotipo indio y tampoco de su herencia
histórica. Pero, al mismo tiempo, es una lucha en contra de las relacio-
nes de explotación de un ambiente modernizador donde los patrones de
la occidentalización obligan a los indio-urbanos a alienarse para forzar
una adaptación al mundo posmoderno. Si bien la globalización no es
la única forma de supervivencia en las ciudades, el indígena urbano
ingresa en un periodo de confusión y dudas sobre la solidez de su iden-
tidad única y homogénea.
En las universidades, la educación occidental opaca también la visibi-
lidad de los pueblos indígenas, razón por la cual es importante proseguir
con un esfuerzo que replantee los derechos interculturales, presentes
en los grandes centros urbanos. Uno de los aspectos principales es la 247
recuperación, o la conservación, de los derechos de propiedad comunal
sobre las tierras de las comunidades indígenas. La lucha de los indíge-
nas sigue siendo una influencia positiva que complementa los derechos
ciudadanos en cualquier sistema democrático. Una consecuencia directa
de nuevos derechos es la exigencia de políticas públicas focalizadas para
los indígenas urbanos. Los gobiernos municipales no deben negarlos,
sino promocionar su inclusión desde una mirada territorial y desde las
políticas urbanas que reduzcan la desigualdad.
¿Se puede mantener la identidad en las ciudades? Sí, en la medida
en que los indígenas urbanos aporten democráticamente al tratar de
revertir la exclusión sin revanchismos. Sin embargo, “ser indígena”
significa también una construcción ideológica y política que, necesaria-
mente, tiene que cambiar y recomponerse a través del diálogo con una
serie de influencias de carácter trans-cultural, económico de mercado
y según la época cosmopolita que nos toca vivir. La auto-negación de
la identidad indígena en los migrantes que llegan a las ciudades, es un
problema que caracteriza, sobre todo a los jóvenes, llegando a fragmen-
tarse la identidad del indígena urbano que cabalga entre lo originario,
lo campesino y el reto de asumir un conjunto de sutiles contradiccio-
nes donde, finalmente, se impongan el mestizaje y el cosmopolitismo.
En las ciudades, todos buscan elevar su nivel de vida, consumir tec-
nología y ser parte de la modernidad que los convierte en ciudadanos
consumidores. El indígena urbano dejará de existir, en la medida en
que llegue a formar parte de una clase media, inserta en los bordes
de un proceso globalizador que alimenta, en el fondo, otro tipo de
identidad múltiple, plural y ligada a los impulsos impersonales de la
248 democracia occidental, representativa y de masas.

VI
Mundo andino, utopías
regresivas y lógica dual

La vida diaria está llena de ilusiones, fantasías y deseos políticos que


sería imposible sobrevivir sin un salpicón de artilugios para auto-con-
vencernos de seguir adelante. Necesitamos de las creencias, así como
el subconsciente es inseparable de los sueños. En esta misma senda
se acicalan las utopías políticas de cualquier naturaleza: un más allá
liberado de todo sufrimiento junto con el brazo firme donde pende
una espada justiciera. Supuestamente así se yergue la comunidad sin
clases sociales, sin Estado y la descolonización de una historia cuyos
sujetos revolucionarios son las culturas indígenas. La utopía de la des-
colonización es un sueño y simultáneamente una exigencia difícil de
realizar. ¿Cuál es el problema? La polarización secante que conduce a
una lógica dual violenta.
La doctrina del colonialismo interno se reproduce dentro de una
vieja lógica dual que siempre caracterizó a las posiciones utópicas, en la
cual se endiosa a unos actores y se odia o excluye a otros. Se plantea el
diagnóstico científico-social donde estaríamos viviendo un ciclo largo
de quinientos años de exclusión y se desgaja, a su vez, el proyecto de 249
transformación utópico-político. Los defensores de la descolonización
trazan los límites del adentro y del afuera, de una Bolivia minoritaria
y de aquella mayoritaria, de la “sociedad realmente existente” (Bolivia
india) y de la “sociedad deformada-dominante” de corte occidental
(Bolivia criolla, mestiza y q’ara). ¿Por qué estas concepciones utópicas
y políticas se adhieren esta lógica de polarización dual? Simplemente
por resentimiento histórico y por exceso de arrogancia colocando al
concepto de “etnia” o “nación indígena” por encima de todos al engran-
decer a los originarios como fundadores de una verdadera sociedad
paradisíaca. Nada más falso.
Si la teoría del colonialismo interno pudo constituirse en una cien-
cia social para el mundo indígena, fue porque cree religiosamente en
la existencia de una sociedad sujeta a leyes, donde el ideal utópico del
regreso al ayllu y al Incario debe perseguirse como predestinación. Ese
ideal está ideológicamente inspirado en lo que se supone es el deber
ser de una sociedad. De ese modo, los descolonizadores: presidentes,
ministros y sacristanes dogmáticos creen que su obligación es trazar
líneas demarcatorias sobre la llamada sociedad colonial boliviana, y
decidir así sus márgenes y sus interiores, sus adentros y sus afueras,
pero cuando se tiene el poder en las manos, el arte de definir quién
queda adentro y quién afuera se transforma en una oportunidad vio-
lenta para plasmar la utopía regresiva que añora el pasado sabiendo
que vivimos en otra época.
Celebrar el año nuevo andino-amazónico y los planteamientos para
enseñar solamente las visiones andinas y el horizonte cultural indígena,
son una especie de almácigo que contendría las posibilidades ideales
250 de una sociedad que superaría el conflicto entre castas. Sin embargo,
esta posibilidad exhala rencor y nubla el contexto internacional para
forzar un atrincheramiento mirando hacia el pasado: la regresión al
incanato, algo desaparecido y desconocido.
Las utopías regresivas no pueden comprender el presente porque
no saben cómo responder cuando se dan cuenta que ni el pasado ni
el futuro existen. Estos perfiles temporales son únicamente proyeccio-
nes psicológicas del presente y es por esto que sus propuestas utópicas
nunca responderán a los desafíos actuales de las políticas públicas en
cualquier ámbito del Estado con soluciones reales. La fascinación dual
de las utopías regresivas: indio y blanco, el adentro de la Bolivia india y
el afuera de lo occidental destructivo, es un producto del afán por sim-
plificar. Es una ideología que determina qué es lo importante y qué es
lo superfluo, lo principal y lo secundario, qué es lo que debe eliminarse
y qué debe favorecerse. Esta lógica dual es discriminatoria e inútil para
avanzar siguiendo las exigencias del mundo pacífico y democrático.

VII
Del fin de las identidades colectivas
al redescubrimiento del ser

¿Qué significa nuestra identidad individual? ¿Hasta dónde predomina 251


la identidad colectiva y de qué tipo de fundamentos se alimenta? La
persona que somos esconde y muestra muchas cartas, o mejor dicho,
oculta muchos perfiles, rostros y facetas, de las cuales pocas son la
verdadera esencia de nuestro espíritu y corazón. Toda identidad es un
misterioso invento, muchas veces exagerado, otras veces forzado por
las condiciones de una guerra, de un conflicto social profundo y, en
la mayoría de los casos, la identidad está sustentada por las ilusiones
de engrandecer nuestro ego cuando es agredido por un actor o fuerza
dominante.
Lo fundamental, sin embargo, parece ser aquel momento en el que
nos reconocemos por medio de la tranquilidad de nuestro lenguaje: un
universo simbólico inagotable. Gracias al lenguaje podemos hablarnos
a nosotros mismos y responder con una verdad genuina. Por lo menos,
eso intentamos. En el fondo, esta es nuestra identidad: el lenguaje veraz
con el que reflexionamos de manera digna. El objetivo es redescubrir
nuestro ser. Hablar con uno mismo implica una tarea difícil, un acer-
tijo doloroso pero liberador. Estoy aquí, soy yo, decimos. Un tiempo
y una época, un ser y una identidad se expresan cuando en el acto de
meditación, tranquilamente sale a la luz el ser que tenemos adentro
por medio del habla sin malentendidos y sin distorsiones. La predo-
minancia de la identidad individual es el tesoro más hermoso que nos
impulsa hacia el amor y hacia una necesaria fortaleza para combatir
las contradicciones éticas que nos afectan cada día.
El reverso de la medalla son las identidades colectivas, todas ellas
afectadas por la ideología, es decir, por la comunicación sistemá-
ticamente deformada junto a las mentiras del poder de turno que
252 únicamente busca legitimar a los, supuestamente, más fuertes. Boli-
via, al igual que otras sociedades y culturas, es víctima del conflicto
de identidades donde trata de imponerse el sobredimensionamiento
de las identidades indígenas, cuando los vientos de hoy nos llevan
hacia un mundo abiertamente transcultural, plural, multidimensional,
agresivo pero también cosmopolita. La globalización capitalista y pos-
tindustrial del siglo XXI nos enseña que llegó el fin de las identidades
culturales nacionales, vernáculas y étnicas. Todo este entramado fue
una construcción ficticia que nació y murió con la rapidez y la solidez
de las olas del mar. Lo único que permanece es la identidad individual:
la verdadera traza del ser. La autenticidad no radica en la cultura o el
poder oficial, sino en la mirada interior.
El pasado ha huido frente al proceso globalizador donde actualmente
se impone una ciudadanía libre de ataduras y culturas tradicionales.
Los que esperan el retorno del Incario o del Abya Yala, pronto se dan
cuenta de que estará ausente para siempre. Pero el presente es de uno,
de la fuerza interior que nos transmite la personalidad auténtica. A
pesar del presente, cuántas dudas surgen llegado el momento de actuar,
debido a que la fuerza de la sociedad trata de encadenarnos a costum-
bres que representan puro convencionalismo y arbitrariedad. ¿Por qué
se manifiesta tanta impotencia y desesperación como si uno estuviera
prisionero físicamente, encerrado sin poder moverse ni atrás ni hacia
adelante, suspendido en los códigos de la ideología y la cultura ances-
tral? Debemos romper cualquier ligadura con lo atávico. Con el pasado
colonial y las protestas que idealizan una identidad cultural auténtica.
Lo único auténtico es el ímpetu de uno, la personalidad que se une a la
sinceridad de lenguaje interior sin ideologías ni legitimaciones espurias.
Cuando reflexionamos en torno a no dejar que el pasado te diga 253
quién eres, sino que solamente dejemos que te diga quién serás si encien-
des tu poder interior, tu voluntad unívoca, entonces rescatamos nuestra
historia personal, sublime y profunda. El pasado influye en el ser aun-
que no determina ni el futuro ni el presente. Ahí está el reto: forjarnos
cada día, intentando que la voluntad domestique al destino, gracias a
la identidad individual que es la tabla de navegación en medio de la
globalización y el capitalismo destructivo. No es la clase social ni el
grupo étnico aquello que nos emancipará porque todo gira en torno a
deformidades ideológicas, aprovechadas por la política en sus formas
más perversas. Es la libre determinación de nuestro ser como indivi-
duos lo que nos permitirá sobrevivir. Bolivia debe olvidar los conflictos
de identidad colectiva que supuestamente nos agobian. Ni andinos, ni
amazónicos, ni indios, somos únicamente hombres y mujeres libres,
auténticas y globalizadas.
VIII
Mestizaje y globalización, o cómo se
expresa el cosmopolitismo en Bolivia

¿Quiénes somos? ¿Qué significa nuestra identidad individual? Alrededor


de estas interrogantes se han levantado singulares edificios filosóficos,
pero al mismo tiempo, son preguntas que cualquier sujeto puede for-
mularse a lo largo de su vida. La persona que encarnamos esconde y
muestra muchas cartas, o es mejor decir, muchos perfiles, rostros y
254 facetas, de las cuales pocas son la verdadera esencia de nuestro espíritu
y corazón. Lo fundamental es aquel momento en el que nos reconoce-
mos por medio de la tranquilidad de nuestro lenguaje. Nos hablamos
y respondemos con una verdad genuina. Por lo menos, eso intentamos.
Redescubrir nuestro ser implica una tarea difícil, y cientos de veces un
acertijo doloroso pero liberador. Estoy aquí, soy yo. Un tiempo y una
época, un ser y una identidad.
Es el tesoro más hermoso que nos impulsa hacia el amor y hacia
una necesaria fortaleza para combatir las contradicciones éticas que
nos afectan cada día. Las identidades individuales se entrelazan, a su
vez, con las identidades colectivas. El espacio social al que pertenece-
mos nos brinda un factor adicional a la búsqueda de nuestro yo interior,
como parte de una sociedad más abarcadora.
Vislumbrar las alternativas que tenemos para reformar nuestras insti-
tuciones políticas y las diferentes dimensiones de la sociedad en América
Latina, siempre nos confronta con el tipo de identidad que representa-
mos y la cultura adonde pertenecemos. Es, precisamente, en la cultura
donde se condensa todo el pasado, las herencias históricas pero tam-
bién donde podemos encontrar un mundo de posibilidades, o descubrir
que probablemente no podamos romper con el peso de la historia que
viene de profundidades legendarias.
A principios del siglo XXI, nuestra América Latina está encontrando
tendencias de cambio cultural e identitario muy importantes. Por ejem-
plo, si analizamos el nuevo liderazgo económico de Brasil, observamos
que existe una mayor apertura comercial con el Asia, abriéndose la
puerta para la influencia cultural de China, Corea del Sur, Indonesia
e India. Por lo tanto, la actual “cultura de la globalización” está replan-
teando viejas temáticas a la luz de nuevas y contemporáneas exigencias 255
como el impacto determinante que ejercen los cambios tecnológicos en
las potencias industriales como Estados Unidos y Europa. Tales cambios
expanden constantemente sus influencias hasta afectar las estructuras
productivas de la región y la vida cotidiana de millones de ciudadanos.
¿Estos cambios tecnológicos están haciendo a la cultura más equita-
tiva, o por el contrario, erosionan los patrones históricos de identidad
tradicional porque estimulan nuevos conflictos y tendencias hacia el
caos, junto con la uniformidad de las actitudes y una especie de ame-
ricanización en las costumbres?
La discusión queda abierta para estimular una serie de visiones y
propuestas de cambio pluralista; sin embargo, uno de los aspectos rele-
vantes parece consistir en la necesidad de revalorizar nuestra cultura
hispana, mestiza, indígena y negra como ámbitos de crítica construc-
tiva hacia la globalización de carácter occidental. Las posibilidades de
transformación, búsqueda de identidad, cambio o reformas políticas,
culturales y económicas, están ligadas a la necesidad de responder con
claridad desde nuestros “derechos a ser diferentes”, y desde la perspec-
tiva de lo que reconocemos como el potencial de nuestra identidad
múltiple – tanto individual, colectiva – abierta hacia diferentes alter-
nativas para ser mejor, pero siendo uno mismo.
Es la heterogeneidad que hará brotar soluciones viables para erra-
dicar la pobreza y fortalecer las democracias en América Latina. La
cultura y nuestras identidades, en consecuencia, abren el panorama
para mirar lo más hondo de cada país, reconociendo nuestras limita-
ciones, dilemas de futuro y, simultáneamente, nuestros modos de ser
distintos en el mundo.
256 En las sociedades andinas, los conflictos y las búsquedas incesan-
tes por construir una identidad cultural son el pan de cada día. Por
una parte, todavía es muy fuerte en pleno siglo XXI que Bolivia, Perú,
Ecuador e inclusive Colombia, continúen rastreando los conflictos con
la Colonia española desde hace quinientos años. Por otra parte, surge
siempre una ambigüedad sobre quiénes son los indios para en el actual
milenio. Este artículo analiza y cuestiona las actitudes que pretenden
encontrar identidades inamovibles y, supuestamente, originales de parte
de los movimientos indígenas en Bolivia, así como reflexiona sobre
la inevitable mezcla y sincretismos infinitos a los cuales nos expone
la globalización económica y cultural de hoy día. ¿Los conflictos en
torno a las identidades colectivas en Bolivia, expresan un caso único, o
es solamente una obsesión particular? ¿Puede el mestizaje que actual-
mente caracteriza a las sociedades indígenas en la región Andina, ser
una expresión común en el conjunto de las culturas del siglo XXI?
La globalización ha dejado de ser un concepto ambiguo, pues fue
ampliamente debatido desde finales de los años noventa, sobre todo
para comprender la nueva “era”, una vez desaparecidos, tanto el blo-
que de países socialistas de Europa del Este como la Unión Soviética.
El autor más estudiado en la discusión teórica es David Held, para
quien pensar en la globalización es comprender las grandes transfor-
maciones abiertas por una red mundial de integración comercial y
mercados interdependientes, aunque asumiendo el triunfo de un “nuevo
orden internacional” bajo la dominación de las principales economías
y potencias del Occidente liberal como Estados Unidos, Reino Unido
y el conjunto de los países de la Unión Europea.
La integración comercial constituiría el dato más llamativo y empíri-
camente comprobable de un proceso “envolvente de articulación global”. 257
Sin embargo, también es la economía de mercado la que se converti-
ría en el único y privilegiado motor del desarrollo económico a escala
mundial. Held acepta un perfil eurocéntrico que pone en la cúspide
de una pirámide jerárquica a todos los países capitalistas industria-
les anglosajones, los cuales generan diversos efectos políticos que van
a trasladarse hacia regiones específicas del planeta, desencadenando
múltiples conflictos con los grupos denominados “antiglobalización”.
La globalización significa –en el intento de hacer una síntesis teó-
rica de la vasta bibliografía producida– una configuración del mundo
que está caracterizada por la interconexión de mercados en el sistema
internacional y la integración comercial, así como por el constante
deterioro de las soberanías estatales tradicionales que ceden el terreno
para el avance de fronteras movibles, transformaciones tecnológicas que
poseen un impacto planetario y el fortalecimiento sin precedentes de
la racionalidad instrumental y la modernidad capitalistas como estruc-
tura económica transnacional. Por lo tanto, los acontecimientos locales
de una región o país, estarán moldeados por eventos que ocurren en
otros puntos del mundo a miles de kilómetros, acortándose las distan-
cias cartográficas por medio de revoluciones de comunicación como la
red virtual de Internet, e intensificándose las consecuencias o choques
políticos y socio-culturales entre diferentes subsistemas internacionales.
El influjo de la globalización ha sancionado nuevamente una estruc-
tura jerárquica de todos los Estados, colocando en la cima no solamente
a los más aptos y ricos, sino enfatizando las características del poder
militar y político, razón por la cual adquiere inusitada vigencia un
enfoque realista de la globalización centrado en la lógica de balances
258 de poder y la dominación de los Estados más fuertes.

Las posibilidades de recomposición


En Bolivia, pocos autores se preocuparon por estudiar los impactos
profundos de la globalización sobre el conjunto de las estructuras eco-
nómicas, sociales, políticas y culturales. Es crucial destacar cómo el
proceso de modernización boliviana siempre estuvo tensionado por las
fuerzas internacionales que se remontan a la Revolución Nacional de
1952 donde afloraron las contradicciones entre las necesidades de creci-
miento económico desarrollista, superación de la pobreza, creación de
una burguesía nacional y pugnas por otro tipo de desarrollo autónomo
que responda legítimamente a la diversidad étnico-regional del país.
Los entrecruzamientos entre las influencias continentales del entorno
boliviano y sus búsquedas por afrontar una identidad nacional propia,
tienen como razón de ser el logro de un Estado controlador, junto con
indicadores aceptables de desarrollo económico. Todo el avance de la
democracia representativa desde 1982 hasta el presente (2017), mostra-
ría también un ensamblaje entre la fuerza del Consenso de Washington,
como conglomerado de reformas liberales y ajustes estructurales en el
ámbito universal, junto a la progresiva construcción de una racionalidad
política de gobernabilidad, un sistema de partidos políticos y todas las
preocupaciones por integrar a los grupos marginales de Bolivia dentro
de nuevas lógicas pluralistas de representación y decisión.
Las tensiones afloraron en relación con la necesidad de liquidar al
Estado benefactor como centro del desarrollo, versus el Estado liberal,
reducido a un conjunto de funciones mínimas, sobre todo reguladoras
de las prioritarias políticas económicas abiertas hacia el libre mercado.
Esto afectó la discusión de las identidades colectivas porque se transitó 259
del Estado Nacional, patrocinador de una sola identidad mestizo-ho-
mogénea-modernizante, hacia la irrupción de diversas identidades
étnicas-indígenas-particularistas, de alguna manera, funcionales a un
Estado que perdía protagonismo al estar perforado por los vientos de
la globalización. Bolivia nunca estuvo lejos, ni tampoco se puso por
fuera de la globalización.
Todo lo contrario, siempre transmitió un espíritu particular de iden-
tidad propia andino-amazónica y un aire de cosmopolitismo ligado
a la modernidad capitalista globalizadora. La vinculación primordial
del país con la globalización es la venta de sus materias primas (mine-
rales, petróleo y gas natural), el desarrollo de su deuda externa, así
como la inversión extranjera directa junto con la ola democratizadora
de gobiernos elegidos en las urnas y el reconocimiento explícito de una
democracia política, opuesta a toda forma de dictadura. Este contexto
convierte a las identidades colectivas bolivianas en un tipo de mesti-
zaje como forma de cosmopolitismo influenciado por la globalización.
Lo que podría implicar un aislacionismo del país debido a su
enclaustramiento marítimo o sus indicadores de desarrollo humano
relativamente bajos respecto a otros países de Sudamérica como Argen-
tina, Perú, Colombia o Brasil, más bien da lugar a una inserción
específica en la dinámica global. Bolivia desempeñó un papel central
en la economía mundial del estaño, no ha sufrido nunca una guerra
civil prolongada y los clivajes interétnicos tampoco desembocaron en
una balcanización que haya desestabilizado al continente.
A lo largo de los años noventa y en el siglo XXI, Bolivia pisa fuerte
en el mercado gasífero de las Américas, mostrando al mundo que a
260 pesar de existir obstáculos estructurales para un crecimiento econó-
mico donde se erradique por completo la pobreza, es un país líder en
intentos de reformas sociopolíticas y en esfuerzos de consolidación
democrática desde 1982. A diferencia de Paraguay, Perú, Venezuela,
Ecuador y Honduras, en Bolivia nunca resurgieron los golpes de Estado
de corte militar, lo cual expresa una exposición positiva – aunque sin
haber superado los indicadores de autoritarismo – hacia la estabilidad
democrática como impacto global al interior de la Organización de
Estados Americanos (OEA), de donde Bolivia es un integrante activo.

Las identidades como crisis y mitos


El impulso de la identidad colectiva nacional y la fuerza de la diversi-
dad étnico-indígena en Bolivia, están marcados profundamente por
la legitimación del Estado y el presidencialismo caudillista que siem-
pre insistieron en conformar una nación cultural y económicamente
homogénea pero tratando de no sucumbir a un divisionismo fruto de
los embates de grupos corporativos y de los mismos movimientos indí-
genas. Es por esto que las élites político-dominantes habrían apelado
siempre a un discurso que buscaba rescatar la unidad del Estado, la
fusión política y el centralismo.
Esta tendencia se mantiene en el siglo XXI donde la amenaza adi-
cional a la unidad, no estaría representada por la homogeneización
forzada desde el Estado, sino por la globalización como fenómeno
universalista que borraría las identidades particulares o locales. La glo-
balización fomenta el mestizaje y éste fomenta la globalización, dando
como resultado una nueva forma de cosmopolitismo: la identidad
abierta a las tendencias globales de una ciudadanía cívico-universal
contemporánea. Las ideologías en torno a la Nación boliviana se han 261
ido forjando como los mitos, es decir, como un intento por explicar
algunos fundamentos, idealizar hechos o personajes y esforzarse por
desfigurar la realidad a través de visiones donde no importan tanto
las argumentaciones sino un conjunto de narraciones ideológicas (bús-
quedas de legitimación), cuyos sujetos, clases sociales o grupos étnicos
se presentan con diferentes máscaras. En Bolivia, son representativos
los textos con un enorme contenido ideológico-mítico como Jaime
Mendoza, El macizo boliviano; Fausto Reinaga, La intelligentsia del
cholaje boliviano; René Zavaleta, Bolivia: El desarrollo de la concien-
cia nacional; Carlos Montenegro, Nacionalismo y coloniaje; Fernando
Diez de Medina, Thunupa.
Si bien los problemas de la Nación y las identidades se construyen al
igual que los mitos, éstos tienden a funcionar en la lógica social como
verdaderas estrategias de simulación. La simulación sería un tratamiento
especial y conducta colectiva que permitirá sobrevivir a los grupos mar-
ginales o dominados, mientras buscan aumentar sus fuerzas políticas
para tomar el poder, posicionándose mejor en la estructura social, de
manera que la lucha entre diferentes mitos se transforma en un sinfín
de razones para el conflicto, al mismo tiempo que expresa la añoranza
para integrarnos con un sentido de pertenencia y con el interés por
observar desde adentro nuestras potencialidades como cultura. La
simulación es un medio fraudulento de luchar en diferentes situacio-
nes de la vida, hipótesis que se vincula con la estrategia de fachadas y
máscaras que abre un capítulo inédito de investigación sobre el pro-
blema de las identidades colectivas.
La construcción de la Nación con mayúsculas vendría a ser la razón
262 de ser de la integración pero, al mismo tiempo, el núcleo de incerti-
dumbres que desencadena irreverencias o disputas con el ejercicio de
diferentes estrategias de simulación que impulsan la formación de
fachadas específicas en las batallas socio-políticas. El conflicto más lla-
mativo de identidades sociales y procesos políticos donde el Estado es
el principal protagonista, surge con la celebración en 1964 del “pacto
militar-campesino” entre el ex presidente René Barrientos y el sindi-
calismo campesino que habría sido cooptado y encerrado dentro de
los criterios limitados de ciudadanía de segunda clase para legitimar al
Estado burocrático-militar de la época. Si bien los campesinos poseían
tierras después de la reforma agraria de 1953, también estarían cercena-
dos en su verdadera identidad étnica: el mundo indígena que representa
un conjunto de naciones diferentes y, en gran magnitud, opuestas al
Estado Nacional o republicano.
La ruptura del pacto militar-campesino otorgará la posibilidad de
destrozar al Estado Nacional homogeneizante y artificialmente mestizo.
La mayoría de edad de los indígenas está cimentada en el nacimiento
del katarismo (germen de ideología indianista) y el Manifiesto de
Tiwanaku, declaración que se convierte en la epistemología política de
nuevas identidades que se resisten a ser subalternas porque se declaran
como una nueva fuerza más allá del Estado boliviano. Sin embargo,
entre la pugna por reivindicar lo auténticamente indio, en contraposi-
ción a lo nacional, el enfrentamiento da lugar a una crisis del mismo
Estado y de las mismas identidades colectivas.
Toda crisis de identidad colectiva señala la erupción de dudas y
cuestionamientos que aparecen cuando la idea de Nación boliviana es
sometida a diversas críticas desde la insubordinación hacia el Estado que 263
realizan los movimientos indígenas, grupos de bajos niveles de ingreso
y educación, y diversos sectores marginados. Una crisis de identidad
tiene lugar en un momento de incertidumbre sobre cómo protegerse
frente a los avatares del entorno social, económico y político, con el fin
de buscar, al mismo tiempo, seguridades ideológico-psicológicas que
hagan más soportable la convivencia de los grupos dominados que se
colocan siempre a la defensiva respecto a las clases más privilegiadas
y en relación con los mensajes de la modernidad globalizada donde
predomina una identificación con los patrones del consumo y la infor-
mación de carácter multicultural.
Eso es lo que da sentido al gran debate de los años ochenta res-
pecto a por qué en Bolivia se habría manifestado un “nacionalismo sin
Nación”. Por un lado, el nacionalismo implicaba el fortalecimiento del
Estado, sobre todo desde la Revolución Nacional de 1952, época en la
que se confió en el poder transformador de las instituciones estatales
para lograr una república de ciudadanos porque, supuestamente, sólo
el Estado sería capaz de eliminar las distinciones de castas, las jerar-
quías desiguales, los odiosos privilegios, las barreras culturales y las
deficiencias en materia de educación.
Este es el basamento de la equivalencia Estado-Nación como un
resultado empíricamente valioso de la modernización. La ideología de
desprecio al mestizaje para superponer el indianismo o el katarismo
como fuentes de las identidades indígenas, ingresa en la escena con el
ánimo de conseguir mayor participación política, aunque expresando
también un carácter sesgado e innecesariamente conflictivo. El énfa-
sis dogmático para reivindicar lo étnico-regional como particularismo
264 secante donde reinarían naciones diferentes al Estado boliviano opre-
sor, da lugar a otro tipo de ideario nacionalista que intenta convertirse
en hegemónico, desencadenando un oleaje de interpelaciones ideoló-
gicas donde se supone que lo indio representaría tranquilamente a la
bolivianidad genuina. El mundo internacional se mueve en sentido
contrario. Lo indio solamente funciona como ideología de legitimación
para algunos sectores excluidos, mientras que las fuerzas envolventes
de la actualidad, posicionan al mestizaje como un cosmopolitismo
de mezclas constantes y redefinición de las identidades colectivas en
forma constante.

Conclusión: del mestizaje a la


globalización cosmopolita
La modernidad boliviana abrió el terreno para aceptar democrática-
mente las diferencias étnicas y la plena participación de otros actores
sociales como los movimientos indígenas. Toda estructura de moderni-
zación implica un aditamento iluminista adicional: aceptar el disenso,
las diferencias de explicación o nuevas visiones de la realidad como el
núcleo más positivo de la globalización y universalización del racio-
nalismo crítico. Los libros de Fausto Reinaga y otros teóricos de la
descolonización, podrían enmarcarse dentro de la tradición iluminista
del racionalismo crítico como baluarte del pensamiento occidental, en
el sentido de recuperar un aire escéptico y cuestionador de la Razón
como fuente infalible para el progreso o como rasgo único de dominio,
porque dicha Razón también es capaz de engendrar efectos suma-
mente atroces.
Desde este perfil, el mestizaje, las identidades étnicas particulares,
así como la democracia pluricultural no deberían dar lugar a ningún 265
tipo de odio o rencores políticos, sino a la reconciliación magnánima
de orientación tolerante por medio de la reivindicación de una ciu-
dadanía cosmopolita. Desde el nacimiento del movimiento katarista
en 1973 hasta el nombramiento del aymara Víctor Hugo Cárdenas
como Vicepresidente en 1993, pasando por la renovación del sis-
tema político con múltiples alcaldes indígenas en el área rural y la
victoria final de Evo Morales como presidente de Bolivia en 2005, la
modernización boliviana no ha hecho sino consolidar el avance de cos-
movisiones alternativas que se abrieron paso en medio del escenario
democrático representativo.
Es en la época democrática (1982-2017), donde el nacimiento del
Estado Plurinacional constituye un aliciente y un halo de esperanza para
fortalecer un nuevo tipo de identidad nacional, el cual vaya dejando
atrás los conflictos de la crisis identitaria pero planteando múltiples
desafíos, sobre todo para la visión de futuro que las generaciones jóve-
nes en Bolivia presentan en el siglo XXI.
De cualquier manera, el nacionalismo como ímpetu estatal, la denos-
tación de la Nación para destacar la multiculturalidad y la diversidad
étnica, o la convivencia democrática de un mundo pluralista, se con-
vierten en diferentes máscaras que buscan competir para interpelar a las
masas en el camino hacia la toma del poder, lugar en el cual las élites y
contra-élites regresarán, tarde o temprano, al desafío de conformar un
Estado fuerte, movilizador y verticalista para su eficaz funcionamiento,
tanto en medio de una economía estatizada, como ante la liberaliza-
ción sin fronteras de la globalización mercantilista.
En el discurso y el imaginario de lo que se denomina Estado Pluri-
266 nacional, existen dos pilares ideológicos. Por un lado está el discurso
que interpela con los códigos indianistas y la idea de descolonización
de Bolivia. Por otro lado se encuentra el perfil autoritario desarrollista
que repite las tendencias del viejo Estado nacional de la década de los
años 50. Esto es lo que explica por qué el MAS y Evo Morales se resis-
ten y resistieron a descentralizar el Estado o desarrollar la Nación desde
las autonomías regional-departamentales en el periodo 2006-2017. A
pesar de la aprobación de una Ley Marco de Autonomías, la descentra-
lización profunda del aparato burocrático no es más que una ambición
truncada, frente a las pretensiones de un proyecto hegemónico donde
sea el Estado centralista el mecanismo de poder en el largo plazo.
Esto se halla unido a otras influencias latinoamericanas de larga tra-
dición como el legado “nacionalista populista” que data de la época
de Víctor Raúl Haya de la Torre, pues la exploración de una identidad
nacional y la crítica tenaz del subdesarrollo o el colonialismo, tratan de
encaramar un Estado lo suficientemente dominante como para pro-
veer el desarrollo económico y hacer evolucionar a la sociedad de arriba
hacia abajo. Las críticas, tanto técnicas desde el campo de la admi-
nistración pública como desde la economía del gasto público, siempre
han destacado la ambigüedad del MAS para materializar seriamente
el proceso autonómico en el país.
Por último, los actores sociales y políticos en Bolivia entrelazan
los siguientes elementos: invención de idearios sobre “lo indio” como
depositario del carácter nacional y originario para descolonizar una
opresión de larga data. Esto se une al nacionalismo que asume dife-
rentes máscaras, de las cuales la más notoria es un Estado enérgico y
desarrollista. Pero hoy día, la globalización está generando una crisis
estatal y de identidades colectivas, al sembrar la incertidumbre sobre el 267
destino que les toca a las nuevas generaciones y al país en el siglo XXI
bajo los cánones de un tipo de mestizaje que irrumpe como cosmo-
politismo, es decir, como internacionalización y mezclas permanentes
que destronan a las identidades étnicas particularistas. En un caso, o
Bolivia fue derrotada por la globalización, o en otro momento, el país
simplemente no es capaz de adaptarse al siglo XXI.
IX
Consulta previa y reformas del Estado:
Tema pendiente para el movimiento
indígena en América Latina

Introducción
En América Latina, las relaciones entre los pueblos indígenas y el Estado
siempre se han caracterizado por una doble tensión. Por un lado, las
268 relaciones de poder muestran que los pueblos indígenas no gozan de
plenos derechos de ciudadanía, lo cual amplifica las relaciones de des-
igualdad. En esencia, no existen puentes de comunicación intercultural
entre los Estados y los diferentes pueblos indígenas. Muchas veces,
tampoco se construyen sólidas relaciones horizontales que generen
confianza. Algunos ejemplos históricos de tensiones irresueltas con el
movimiento indígena latinoamericano se tienen en Chiapas, México,
las constantes búsquedas por una reparación histórica en Guatemala,
a raíz de la violencia de los años 80 y 90; junto con las profundas hue-
llas que dejó el enfrentamiento de Bagua en Perú.
Por otro lado, las presiones para mejorar la calidad de los regímenes
democráticos, han facilitado la implementación de lo que se deno-
mina “consulta previa” como un derecho inalienable que los Estados
deben ejecutar en aquellos territorios ricos en recursos naturales y
donde están ubicadas diferentes comunidades o culturas indígenas.
Los Estados, entonces, tienen el deber de consultar a los pueblos indí-
genas, utilizando las instituciones representativas de éstos. Justamente
es el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
que abrió el camino institucional para lograr que los pueblos indígenas
tengan la capacidad de tomar decisiones políticas autónomas, demo-
cráticas y trascendentes. El sistema de las Naciones Unidas y la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, instan a todos los gobiernos
a ejecutar las previsiones del Convenio 196 pero chocan con la cul-
tura política de cada país, donde los Estados han avanzado muy poco
en materia de políticas públicas con plena equidad para favorecer a la
diversidad étnica de la región.
Existen varias falencias como las dificultades de carácter político y
los intereses en juego que bloquean las consultas en unos casos, o en 269
otros convierten dicho derecho en un recurso meramente instrumental,
para luego negar el carácter vinculante de los resultados de una con-
sulta previa. Esta tensión rompe los canales de comunicación entre el
Estado y cualquier orientación intercultural que integre, en igualdad
de condiciones, a los pueblos indígenas respetando el marco de una
democracia más inclusiva.
Surgen, entonces, múltiples obstáculos para el reconocimiento de los
derechos ancestrales como la propiedad sobre los territorios indígenas
y los derechos interculturales para preservar sus instituciones propias.
Especialmente vale la pena destacar los derechos indígenas respecto a
la administración de justicia y la organización de sus condiciones de
vida que les permita superar la pobreza, con el fin de mejorar sus indi-
cadores de desarrollo humano. Hoy día, es abundante la investigación
y los documentos de políticas que hacen énfasis en la necesidad de erra-
dicar la pobreza en toda América Latina.
De hecho, las metas del Milenio que debían haber sido alcanzadas
en el año 2015 plantean lo siguiente: de todos los sectores excluidos
y pobres, los pueblos indígenas continúan siendo los más vulnerables,
dos y hasta tres veces más que otros grupos marginados, aún a pesar de
que los regímenes democráticos fomentan los mismos derechos de ciu-
dadanía para todo el mundo indígena. Además, también es importante
agregar que los pueblos indígenas, hoy en día, demandan el ejercicio
de autonomías territoriales y políticas que exigen la reconfiguración
de las estructuras estatales. El rechazo a descentralizar el Estado para
reconocer otras formas interculturales de gobiernos autónomos con
270 signo indígena, también genera desconfianza de las comunidades indí-
genas hacia los Estados, calificados como neocolonialistas, sobre todo
en Bolivia, Perú, México, Ecuador y Guatemala.
Si bien todos los procesos de consulta previa, así como el soporte
constitucional y jurídico, han avanzado notablemente en los regímenes
democráticos del continente, surgen insuficiencias que tienden a des-
naturalizar la consulta o someterla a muchos conflictos. Este artículo
tiene el objetivo de fomentar la discusión, resaltando algunos cuellos
de botella que afectan negativamente las consultas previas, para propo-
ner la necesidad de una reflexión que permita imaginar cómo mejorar
dichas consultas y destacar, cuando existen, las “buenas prácticas” o
los ejemplos exitosos que constituyen un conjunto de referencias cul-
turales y antecedentes democráticos para preservar los logros de la
consulta en prácticas concretas.
Los principales problemas desde
las estructuras del Estado
Entre las principales críticas que se realizan a la incomunicación entre
el Estado y los pueblos indígenas, destacan el desconocimiento que la
mayor parte de los funcionarios públicos tienen de las problemáticas
interculturales y las demandas de los pueblos indígenas, a las cuales se
intenta atender, en gran medida, con prejuicio. Específicamente, los
prejuicios surgen a partir de una incorrecta evaluación que el Estado
hace de la participación política indígena: en este caso, los Estados
actúan de manera paternalista al considerar a los grupos étnicos como
“menores de edad”, “minorías subordinadas” y “excluidos” que requie-
ren un tipo de asistencialismo constante.
Por otra parte, algunas comunidades indígenas desconocen las 271
estructuras estatales, varios procedimientos burocráticos y cómo
podrían mejorar sus capacidades de gestión política para influir en
la misma modernización de los Estados. En todo caso, se requiere de
un mutuo reconocimiento que brinde legitimidad, tanto al Estado
para responder efectivamente en términos de garante de la democra-
cia, equidad y derechos, como para los pueblos indígenas que podrían
presentarse como actores protagónicos en el ejercicio de sus propios
derechos y su autodeterminación.
Es imprescindible cerrar las brechas de contacto, información, con-
fianza y comunicación eficaz entre el Estado y los pueblos indígenas,
poniendo atención a las siguientes áreas conflictivas: en primer lugar,
la propiedad y uso colectivo de la tierra. De manera genérica destaca
el derecho a la “gestión de los territorios ancestrales” correspondientes
a los pueblos indígenas u originarios en Perú, Bolivia, Brasil y México,
por ejemplo.
Todos los procesos de consulta previa deberían considerar la posibi-
lidad institucional de gestión territorial bajo la tuición directa de los
pueblos indígenas. Esta área conflictiva ha hecho que los indígenas
se concentren en las demandas de autogobierno y la exigencia de ser
considerados como verdaderas “Naciones” para relacionarse de mejor
manera con el Estado, a fin de recibir parte de los beneficios económi-
cos producidos por diferentes proyectos de desarrollo.
Un ejemplo exitoso de esfuerzos por conquistar la gestión territorial
indígena es Canadá, aunque tuvo que generarse un largo camino de
aprendizaje y respeto político intercultural, proceso que puede durar
272 largas décadas. Canadá también es representativo por la emergencia
de un proceso de reivindicación por soberanía territorial y política del
movimiento indígena que reclama ser tomado en cuenta como un con-
junto de naciones. En este caso, los pueblos indígenas piensan, desde
comunidades quechuas y aymaras en Bolivia y Perú de los Andes, hasta
los pueblos mayas, quichés y chiapanecos, que las relaciones con el
Estado serían mucho más “horizontales” si se negocian las consultas
previas o los derechos de ciudadanía, de Nación a Nación.
Por otra parte, cuando se ejecutan consultas previas con el fin de
viabilizar la toma de decisiones, éstas son reevaluadas por el Estado
que niega o desvaloriza la capacidad para decidir de los indígenas. En
gran medida, se considera que los pueblos indígenas no tendrían por
qué ser los únicos actores que definan el futuro respecto a la explora-
ción y explotación de los recursos naturales en sus territorios porque,
supuestamente, siempre se encontraría por encima otro principio demo-
crático como “el interés general” de los ciudadanos de todo un país.
La consulta previa es vista como una prerrogativa “particularista” que
eventualmente afecta los intereses sociales más vastos de los Estados
democráticos, como algunos críticos lo han expresado en Chile, Guate-
mala y Colombia. En algunos casos se considera que la modernización
de la economía y la política estaría más identificada con concepciones
universales que contradicen las visiones culturalistas más restringidas
del mundo indígena, juzgado como el escenario de lo pre-moderno.
Al parecer, la consulta previa no resuelve las contradicciones entre
“particularismos étnicos e indígenas” versus las visiones “universalistas”
dentro de la gestión pública de un Estado. Este choque influye también
en la formulación de políticas públicas en América Latina. Para una 273
buena parte de funcionarios públicos y expertos en políticas sociales,
el enfoque predominante debería ser el universalismo y la asimilación
de los pueblos indígenas dentro del marco de un proyecto moderniza-
dor. Las naciones indígenas prefieren defender la necesidad prioritaria
de conservar su “identidad cultural y étnica”, como un valor superior
a cualquier tipo de universalismo o intento homogeneizador que prac-
tican los Estados modernos.
Lo que reduce bastante la comunicación efectiva entre el Estado
y los pueblos indígenas es el tipo de políticas públicas que, en algu-
nos casos, son generadas luego de las consultas previas, dando como
resultado un conjunto de “políticas focalizadas”, en contraposición a
las “políticas universales” en todo tipo de servicios como la educación,
salud, vivienda, empleo, etc. Las estructuras estatales tienden a ver las
consultas previas como un ámbito que fortalece la focalización de las
políticas públicas pero, al mismo tiempo, debilita la soberanía estatal
como una fuerza universal y nacional, con la capacidad de mirar el
desarrollo en términos más globales.
Si bien la consulta previa es un recurso valioso en términos demo-
cráticos, sus consecuencias en la realidad favorecen la descentralización
del poder del Estado, lo cual es rechazado por muchos funcionarios
estatales y partidos políticos que piensan en la defensa de una soberanía
única, a la cabeza de una estructura estatal más urbana y uniforme. Las
políticas interculturales como alternativas de legitimidad democrática,
todavía deben recorrer un largo trecho en materia de reconocimiento
pleno de la fortaleza política de los pueblos indígenas, con su derecho
a decidir absolutamente por medio de la autodeterminación.
274 Los pueblos indígenas requieren, asimismo, una mejor compren-
sión del funcionamiento estatal en términos de estructura burocrática,
escenario de conflicto político y ámbito fuertemente vinculado a las
fuerzas de la globalización. La eficacia de las consultas previas podría
mejorar mucho, si previamente son corregidos los problemas institu-
cionales que faciliten la reconciliación y comunicación legítima con el
Estado, a objeto de beneficiar también la consolidación democrática.
Es fundamental mejorar las condiciones de educación de los pueblos
indígenas, así como la generación de liderazgos políticos con una alta
capacidad de incidencia para lograr objetivos políticos interculturales,
democráticamente y en materia de reforma del Estado.
Los principales cuellos de botella de carácter político en la puesta en
práctica de los procesos de consulta previa, giran en torno a lo siguiente:
a) El problema de la soberanía estatal. El Estado trata de defenderse
de una serie de amenazas que podrían erosionar su autoridad polí-
tica. La consulta a los pueblos indígenas es un aspecto que mejora
la calidad de cualquier Estado democrático pero, simultáneamente,
agrega algunos riesgos para el ejercicio de la autoridad central. Los
pueblos indígenas quieren ampliar su fortaleza durante los proce-
sos de consulta por medio de negociaciones definidas “de Nación a
Nación”. Los indígenas representan otras Naciones y el Estado-Na-
ción se ve obligado a descentralizarse. Es por esta razón que adquiere
relevancia la experiencia boliviana respecto a las “autonomías indíge-
nas” y la autodeterminación como garantía de su propio desarrollo.
El Estado se ve en la necesidad de escoger entre la protección de su
soberanía, la descentralización o una mayor democratización histó- 275
rica que beneficie a todas las comunidades indígenas.
b) La negociación eficaz con las empresas privadas es otro cuello de
botella porque éstas no siempre aprecian cuan valiosa es una consulta
previa en términos de oportunidades reales. Las empresas debe-
rían cuantificar las pérdidas económicas que podrían sobrevenir,
si evitan las consultas o están expuestas a conflictos que provienen
de relaciones hostiles con los pueblos indígenas. Por su parte, los
pueblos indígenas junto con el Estado, pueden abrir escenarios de
respeto al medio ambiente, rendición de cuentas transparente y el
acceso a compensaciones justas, si logran que las empresas privadas
se comprometan a valorar en su verdadera dimensión los procesos
de consulta.
c) Asimismo, la soberanía está siendo debilitada constantemente por las
migraciones internacionales debido a que existe una interconexión
con otros problemas como el contrabando, el tráfico de seres huma-
nos, armas y drogas, fenómenos que también perturban a los pueblos
indígenas, complicando todavía más sus relaciones con el Estado.
La percepción de diferentes amenazas no permite establecer mutua
confianza entre las diferentes naciones indígenas y el Estado.
d) Es fundamental entender mejor cómo desarrollar relaciones de coo-
peración intercultural para descentralizar el Estado, respetar las
decisiones indígenas en las consultas previas y solucionar las dispu-
tas a través de un diálogo político de reconocimiento mutuo entre
los poderes estatales y las demandas de autodeterminación indígena.
e) Cuando el Estado se halla imposibilitado de imponer su autoridad
con el fin de controlar una serie de decisiones, políticas públicas y
276 combatir negocios globales ilícitos, se van fragmentando mucho sus
capacidades y formas de relación con la sociedad civil.
f) Si bien el Estado intenta modernizarse para volver a intervenir en
la economía, ya sea como actor estratégico del desarrollo, o como
agente regulador de las estructuras de mercado, se ha hecho muy
poco en los esfuerzos para incentivar el funcionamiento estatal
dentro de entornos interculturales. Un Estado con problemas de
soberanía y legitimidad en relación con diferentes grupos de la
sociedad, encuentra varios obstáculos para fomentar la inclusión de
diferentes pueblos indígenas desde una orientación intercultural. Así
se dificultan, tanto los procesos de consulta previa, como una mayor
y mejor democratización de la sociedad en términos de equidad.

En pleno siglo XXI, los pueblos indígenas siguen juzgando al Estado


como una red de instituciones agresoras. No ha mejorado la entrega
de diferentes servicios, básicamente porque el tipo de Estado en Amé-
rica Latina tiene una orientación mucho más “urbana”. La modernidad
conectada con altos índices de urbanización y la interconexión entre
progreso tecnológico, inserción en los mercados globales y mejores con-
diciones de vida, exigen la formulación de políticas públicas con un
énfasis urbano, en contraste con las áreas rurales que son consideradas
tradicionales y destinadas a urbanizarse, tarde o temprano.
Para los pueblos indígenas, la construcción de un modelo de desarro-
llo con un enfoque urbanizado, expresa un carácter discriminatorio que
profundiza la desigualdad. Es por este motivo que el Estado se muestra
como un conjunto de instituciones que actúan en contra de las relacio-
nes interculturales, encontrando mucha resistencia o insubordinación
por parte de las culturas indígenas, consideradas como “subalternas”. 277
Esta subalternidad cuestiona los núcleos centrales del Estado por
existir una inclinación neocolonial y discriminatoria. El Estado sería
un ente urbano, occidentalizado, agente modernizador y promotor de
los derechos de ciudadanía, en tanto que las naciones indígenas esta-
rían abandonadas en un mar de particularismos étnicos, tradicionales,
y convertidas en víctimas de la autocensura porque muchos ciudada-
nos indígenas desearían ser más urbanos. De esta manera, el derecho
a la consulta previa se transforma en un formalismo sin mucha tras-
cendencia para los Estado modernos, metropolitanos y conectados
con las nuevas problemáticas de la globalización de corte occidental.
Conclusiones: las razones que hacen
fracasar las consultas previas
Existe mucha bibliografía crítica respecto al fracaso de las consul-
tas previas. Para sintetizar puede afirmarse que las condiciones de la
administración global del aparato estatal para tomar decisiones funda-
mentales, rara vez contemplan las visiones o medidas que pueden venir
de los pueblos indígenas. Los principales problemas que obstaculizan y
hacen fracasar las consultas previas se pueden resumir en lo siguiente:

a) El concepto de representatividad en los marcos normativos de la


consulta previa, impide a los pueblos indígenas legitimar una estruc-
tura institucional propia para así tener la capacidad de interpelación
278 política hacia el Estado. Se juzga, por lo general, que las naciones
indígenas son una minoría, o cuando se pretende que sean aceptadas
como mayoría, entonces siempre se asume, al mismo tiempo, que el
mundo indígena no necesariamente representa a toda la ciudadanía,
ni tampoco a la gran diversidad de grupos étnicos.
b) Las características normativas de la obligación de consultar, exige
hacerlo a través de instituciones representativas de los pueblos indí-
genas. Aquí surge otro obstáculo debido a que en la mayoría de los
casos, los pueblos indígenas no cuentan con instituciones repre-
sentativas que gocen de una solvencia jurídica. Las estructuras
político-representativas de estos pueblos se encuentran debilitadas
o son desvalorizadas en la práctica, lo cual hace que el Estado actúe
con múltiples juicios discrecionales, restando eficacia a los proce-
sos de consulta.
c) En varias experiencias de consulta (Bolivia, Perú y Brasil) es posi-
ble identificar una contradicción entre el “deber ser” de la norma y
la aplicabilidad democrática con consecuencias decisionales vincu-
lantes en la praxis. Así se comprobaría un efecto de “derrota de la
norma” porque aparecen una serie de excepciones implícitas en la
ley durante los momentos de consulta.
d) Los funcionarios y negociadores políticos no pueden aplicar la nor-
matividad de manera flexible, abriéndose hacia otras alternativas y así
ejercer una aproximación pluricultural en la solución de conflictos.
Las consultas terminan siendo actividades agotadoras y marcadas por
diferentes contradicciones; por ejemplo se contradicen los derechos
colectivos y los derechos individuales, o surgen malas evaluaciones
sobre los estándares de calidad y aquellos efectos de largo plazo que 279
realmente beneficien a las comunidades indígenas para garantizar
mejores condiciones de vida. Un resultado negativo es la ausencia
de diálogos verdaderamente democráticos para la toma de decisiones
entre los pueblos indígenas, actores intermedios (otras instituciones
de la sociedad civil) y el Estado.
e) Siempre existe demasiada desinformación, tanto durante la ejecu-
ción de las consultas, como en la necesidad de involucrar a otros
sectores de la sociedad para tener visiones democráticas comparti-
das o sistémicas.
f) La falta de información, muchas veces se une al poco interés en
algunos miembros de las comunidades indígenas por tener un
mejor y preciso conocimiento de los instrumentos jurídicos, tanto
a nivel nacional como internacional, respecto a sus derechos y garan-
tías. Esto destaca, sobre todo en la gestión de sus territorios y los
recursos naturales que podrían controlar con criterios de previsión
y racionalidad.
g) El discurso político de los representantes de las comunidades indí-
genas tiende a sobrevalorar el corto plazo, la ganancia inmediata y
el impulso de una conciencia del oprimido, signada por la victimi-
zación de sus antepasados, antes que por la reivindicación de sus
derechos de ciudadanía y la capacidad para influir substantivamente
en la reforma del Estado en su conjunto.
h) En los casos en que la consulta previa ha dado resultados favorables,
brotó una falta de capacidad para la autogestión de los territorios
indígenas debido a la falta de conocimiento preciso de los instru-
mentos legales. Aquí, nuevamente es trascendental el reconocimiento
280 y funcionamiento eficaz de instituciones indígenas que sean repre-
sentativas. Una reforma estatal para mejorar las relaciones con los
pueblos indígenas, también está vinculada con la interpelación
política que el mundo indígena puede ejercer desde sus propias ins-
tituciones políticas.
i) Las diferentes visiones sobre la tierra y el territorio, y especialmente
respecto al tipo de autoridad estatal reconocida por los pueblos
indígenas, siempre fomenta malas interpretaciones en cuanto a los
alcances de la consulta previa. A esto se suma una clara diferencia
de intereses económicos sobre la explotación de los recursos natu-
rales en los territorios indígenas u originarios.
j) El Estado tiene una inclinación pragmática para explotar los recur-
sos naturales, ejerciendo muchas veces la depredación, mientras
que los pueblos indígenas buscan un equilibrio de los ecosiste-
mas. Sin embargo, también han empezado a instrumentalizar sus
movilizaciones para obtener beneficios económicos o compensacio-
nes que desnaturalizan sus identidades y culturas ancestrales.

La gran mayoría de los Estados latinoamericanos consideran incom-


patible con sus intereses, el reconocimiento del status de “Naciones
autónomas” de los pueblos indígenas. Para cumplir algunos objetivos
de buena calidad democrática y mayor inclusión con derechos legítimos,
es importante negociar los procesos de consulta previa “de Nación a
Nación”, por medio de un enfoque adecuado a la ampliación de liber-
tades y derechos multiculturales que puedan ser ejercidos en un Estado
reformado y descentralizado.
De momento, para los pueblos indígenas la consulta previa se
convierte en un elemento más del discurso político del Estado, con 281
beneficios poco claros e impacto relativo en la praxis.
EDUCACIÓN Y
APUESTAS DE FUTURO
I
Al toro por las astas: Los desafíos
del docente excelente frente a los
problemas de la educación superior

Bolivia requiere cuanto antes una profunda revisión de los patrones


dominantes en el sistema de su educación superior. Es más, si todo
catedrático universitario se auto-exigiera para llevar adelante un pro-
grama de excelencia y mejoramiento continuo, necesita, específicamente,
generar las condiciones para el desarrollo de factores que faciliten la 285
construcción de un pensamiento propio y visiones científicas a partir
de sus experiencias con el desarrollo histórico que ha tenido la uni-
versidad boliviana. Entre los puntos más problemáticos que afectan
a la educación superior en el siglo XXI, se encuentran tres elementos.
El primero se refiere al carácter de la transmisión de conocimien-
tos en las universidades, tanto en los programas de licenciatura como
en los centros de postgrado, el cual está fuertemente influido por la
repetición y los obstáculos institucionales que evitan efectuar investi-
gaciones de calidad, con el propósito de contribuir al desarrollo de la
sociedad boliviana en general y a los procesos económicos. Si bien las
estructuras curriculares declaran que la educación está afincada en la
transmisión de competencias, lo que prepondera es únicamente la repe-
tición mecánica de libros texto y teorías convencionales, algo que un
docente excelente debe superar cuanto antes desarrollando estrategias
de innovación que, sobre todo, están relacionadas con la imperiosa
necesidad de leer intensamente y tener un pensamiento cosmopolita y
pluralista (Acosta Silva, 2015).
El segundo problema, consecuencia del primero, tiene que ver con
el cultivo de la tolerancia y la creatividad en el trabajo de los estudian-
tes. Es fundamental dejar de lado la función donde predominan los
catedráticos como autoridades únicas dentro del proceso de enseñan-
za-aprendizaje. Ambos fenómenos: tolerancia y creatividad, tienden a
desaparecer en la academia boliviana porque, tanto desde la cátedra
como en la gestión universitaria (del pre y postgrado) se trata de negar
–a veces sutil y otras abiertamente– la aceptación de puntos de vista
divergentes o nuevos, razón por la que se menosprecia cualquier des-
cubrimiento o, simplemente, éste es una variable inexistente para la
práctica docente y la misma gerencia institucional de las universidades,
donde las burocracias privilegian todo tipo de normas por encima de
la agilidad institucional para una moderna gestión del conocimiento.
El docente caracterizado por la excelencia también debe combatir las
burocracias por medio de un trabajo político que impulse una reno-
vación institucional en la organización interna de las universidades
(Moya, 2003).
El tercer problema está relacionado con la posibilidad de transfe-
rencia tecnológica o la aplicación de conocimientos que las ciencias
puras y sociales pueden realizar a la sociedad boliviana contemporánea.
Dicha transferencia está fuertemente vinculada con la superación de la
pobreza y los dilemas del desarrollo económico, donde las universida-
des, lamentablemente están perdiendo su papel central al ser rebasadas
por Organizaciones No Gubernamentales (ONG), centros privados de
investigación y diferentes fundaciones internacionales.

Primera asta: el problema de la calidad


y la transmisión de conocimientos
En las universidades, la transmisión de conocimientos aún es víctima
de la repetición acrítica e improvisada que perturba toda formación
profesional. Este obstáculo pedagógico no es asumido como un pro-
blema a superar desde las políticas institucionales de la universidad,
sino que se trata de un dejar hacer y dejar pasar más bien pragmático.
Muchos docentes siguen expresando los mismos postulados teóricos y
repitiendo los mismos contenidos de hace décadas, cuando ellos mis-
mos eran estudiantes. El catedrático excelente, hoy día debe ser dúctil 287
en sus ideas, discutidor hábil y cosmopolita en cuanto a su comporta-
miento para relativizar toda hipótesis, al mismo tiempo que sea capaz
de cultivar la duda sobre cualquier teoría para proponer diversas agen-
das de investigación.
Si se hiciera una periodización en la historia de la educación supe-
rior, es posible afirmar que la universidad boliviana estuvo signada por
cuatro momentos. Primero, la década de los 50 donde había una bús-
queda de identidad institucional y profesional para diferentes carreras,
con el objetivo de sintonizar bien dentro de las tendencias del desa-
rrollismo (Rodríguez Ostria, 2000). Esta búsqueda era explicable, en
la medida en que la educación superior echó mano de lo que había;
es decir, de una fuerte influencia de las teorías del desarrollo y de la
modernización occidental a imagen de los países industrializados, razón
por la cual, toda instrucción profesionalizante privilegió una actitud
repetitiva porque tal repetición era sinónima de buena formación. Se
asumía que la adquisición de rutinas y hábitos, eventualmente, iban a
servir para resolver problemas prácticos durante el ejercicio profesio-
nal y el logro del desarrollo industrial, imitando los patrones europeos
y norteamericanos.
El segundo periodo estuvo altamente politizado e ideologizado. La
década convulsiva de los años 60 y 70, trajo sobre todo a las ciencias
sociales bolivianas una confusión entre militancia y formación profe-
sional revolucionaria. Los vientos del marxismo y las doctrinas políticas
socialdemócratas, rápidamente fueron formando la conciencia de miles
de jóvenes de clase media quienes se convencieron de que la adquisición
y producción de conocimientos no tenía nada que ver con la calidad
288 y el empuje de la ciencia, sino con la capacidad de acompañamiento
y el compromiso que los científicos sociales debían tener con el movi-
miento popular en general –y más específicamente– con el movimiento
obrero, cuya lucha fundamental era destronar a las dictaduras milita-
res o instaurar un proceso revolucionario.
Este candor revolucionario convirtió a la gestión del proceso educa-
tivo de pregrado en otra repetición carente de la crítica de las ideologías
revolucionarias europeas y, sobre todo, de aquellas interpretaciones que
muchos intelectuales hacían, negando el carácter objetivo de la ciencia
para asumir posiciones de “clase”, decisiones políticas supuestamente
estratégicas e intereses particularistas, unidos muchas veces a lo que
dictaminaban algunos partidos de izquierda o los dirigentes sindicales
quienes, entonces, poseían bastante influencia en las aulas universitarias.
El tercer momento se relaciona con la década perdida en Bolivia
de los años 80, donde tuvo lugar una descomposición política de los
movimientos obrero y popular a mediados de dicha época. Para ese
entonces, también las profesiones tecnológicas sentían la necesidad
de una fuerte renovación, específicamente debido al impulso de las
revoluciones de la información y las comunicaciones en otras regio-
nes del mundo.
En el país, la gestión de la educación universitaria ingresó en una
profunda crisis al perder sus horizontes ideológicos hacia comienzos
de los años 90, pues se habían desvanecido muchas utopías políticas,
surgiendo la necesidad de replantear los viejos dogmas políticos, cues-
tionados en las aulas cuando éstos eran contrastados con la realidad,
sobre todo durante la crisis económica que no demandaba soluciones
revolucionarias, sino una mayor producción y mejor competitividad.
Estos hechos se convirtieron en algo mucho más dramático por la 289
crisis de la deuda externa a mediados de la década de los años 80, y
la necesidad de dar respuestas inmediatas a problemas estructurales
como la bancarrota económica, la multiculturalidad y el nacimiento
de una influencia inédita e incomprendida: la democracia representa-
tiva, junto con las nuevas reglas de una economía globalizada. Por lo
tanto, la formación universitaria retomó la necesidad de educar pro-
fesionales sin tener una vinculación directa con la militancia política
pero no logró identificar una nueva identidad específica para los profe-
sionales y los científicos bolivianos que, lejos de ser militantes, tenían
que enfrentar los requisitos y las duras exigencias del mercado laboral
y la competitividad en todo nivel.
El cuarto momento es el actual, del siglo XXI, donde, paradóji-
camente, la educación superior en Bolivia ha pasado de la repetición
ideológica y de la carencia de identidad profesional competitiva en las
nuevas condiciones de mercado, hacia la persistente repetición de las
“teorías de moda”, de los gustos extravagantes del momento, una vez
más generados en Europa y Norteamérica. Actualmente, la educación
superior y su gestión institucional tratan de ser más científicas pero, al
mismo tiempo, se reproducen teoremas casi inutilizables para nuestro
medio como la discusión sobre la postmodernidad, las teorías liberales
del mercado perfecto, o las interpretaciones neo-marxistas, mezcla-
das con las problemáticas indígenas como el colonialismo interno y el
retorno del Estado como empresario en una economía que continúa
dependiendo únicamente de sus recursos naturales estratégicos como
el petróleo y la minería extractiva. Una renovación tecnológica e inno-
vadora desde las ciencias puras, continúa siendo muy difícil en el país.
290 El docente excelente debe utilizar sus conocimientos y habilidades
pedagógicas para salir de las aulas hacia la palestra pública boliviana,
proponiendo políticas públicas de diferente índole, con el fin de abrir
los ojos y la conciencia de la ciudadanía porque la universidad tiene
que reencauzar las estrategias de desarrollo que requiere el país.
La reproducción de teorías de moda permite a muchos docentes
dotarse de un barniz renovador pero todavía huérfano de un real sen-
tido crítico y un esfuerzo meditado para ejecutar investigaciones con
calidad que merezcan el aprecio del entorno mundial. El corolario
de este proceso muestra que muchos docentes a tiempo completo, no
investigan sino que “enseñan” a tiempo completo. La mayoría de los
profesores antiguos publican muy poco y son parte de las discusiones
internacionales, solamente en la medida en que recurren a las teo-
rías extranjeras de los centros dominantes del conocimiento (Lamo
de Espinosa, 1998). En la actualidad, un docente excelente tiene que
producir novedades en función de ser reconocido en el contexto glo-
bal de un mundo académico cada vez más científico y con estándares
de calidad transnacionales.
Muchos catedráticos trabajan, además, en otras instituciones fuera
del ámbito universitario como consultores, de tal manera que la pro-
fesión docente y la vocación por la enseñanza se reducen a horas casi
improvisadas, vacías de atributos y prisioneras de ideas ajenas que son
asumidas como vienen y se van como llegaron; es decir, sin haber
comprendido que el conocimiento es una permanente construcción,
junto con la crítica impenitente, alimentada de mucha investigación,
reflexión propia, errores fecundos y apertura sin temor hacia lo nuevo
o desconocido.
291
Segunda asta: tolerancia y creatividad
Las relaciones entre investigación y docencia universitaria están estre-
chamente conectadas con el tipo de cultura política que envuelve
al continente latinoamericano. Nuestra cultura política en Bolivia
continúa siendo autoritaria, a pesar de vivir más de treinta años en con-
diciones de democracia representativa. Esto también es contradictorio
porque aún a pesar de vivir en democracia y gozar de cierta libertad
de expresión, nuestros patrones de vida están atrapados en la rutina
y el convencionalismo, en el conservadurismo y el ciego respeto a la
autoridad de turno, sin importar si ésta se encuentra capacitada para
ejercer sus funciones o si merece legitimidad.
Esta cultura del autoritarismo se traduce en una lógica patriarcal
de la enseñanza dentro del proceso docente de pre y postgrado en las
aulas universitarias. Tal como ha sucedido desde la colonia española,
el legado ibérico fomentó el desarrollo de actitudes intransigentes res-
pecto a lo no español, hecho que se conectó con el autoritarismo católico
que pregonaba una sola fe y un solo dios. Estas concepciones ibero-ca-
tólicas se convirtieron en nuevos códigos de conducta que conservan
inclinaciones verticalistas y destruyen la creatividad en la generación
de conocimientos, pues las universidades buscan el prestigio del título
universitario, sin la correspondiente calidad. Los títulos de licencia-
tura, maestría y doctorado, son los sucedáneos postmodernos de la
nobleza y una odiosa jerarquía discriminatoria que dominó América
Latina durante la colonia.
Hoy día, el profesor no es solamente jefe supremo de su transitoria
cátedra, sino que ejerce con exceso su autoridad para impartir cono-
292 cimiento. Éste se convierte en una práctica para refrendar los gustos e
inclinaciones personales del docente durante las discusiones en grupo.
Nadie se detiene a analizar lo contrapuesto o endeble del conocimiento
impartido y, si existe esta posibilidad, el docente no actuará como faci-
litador y mediador del proceso de enseñanza-aprendizaje, sino como
un defensor de posiciones principistas que refuerza, muchas veces, los
prejuicios, o fórmulas erróneas reproducidas por los organismos inter-
nacionales que financian la reproducción de conocimientos que, en
gran medida, ha sido nocivos para el país, sobre todo en materia de
políticas públicas. Por lo tanto, el docente excelente tiene el deber de
decir la verdad sin restricciones ni temores, enseñando a sus alumnos
un patrón de conducta donde la ciencia nunca se avergüence de su
picotazo crítico (Revel, 1993).
Por otra parte, los estudiantes también reproducen actitudes into-
lerantes y son presa de la improvisación, pues carecen de habilidades
de lectura de comprensión, hábitos sólidos para el estudio, y tampoco
tienen un firme interés de largo plazo que esté motivado por el desa-
rrollo de la investigación. Normalmente, muchos estudiantes quieren
titularse de manera inmediata por medio del cumplimiento de algunos
requisitos mínimos. Si bien reclaman la necesidad de aprender com-
petencias profesionales eficaces, no poseen un sentido de autonomía
para cultivar su propio pensamiento mediante un esfuerzo individual.
De esta forma es muy difícil la renovación curricular y la enseñanza
universitaria que esté sustentada en el aprendizaje de competencias
duraderas y de calidad.
El proceso de enseñanza-aprendizaje por competencias es la facul-
tad de movilizar un conjunto de recursos cognoscitivos (conocimientos,
capacidades e información), para enfrentar con pertinencia y eficacia 293
una serie imprevisible de situaciones. Las competencias no son en sí
mismas, conocimientos, habilidades, o actitudes, aunque movilizan,
integran y orquestan tales recursos. El ejercicio de la competencia pasa
por operaciones mentales complejas, sostenidas por esquemas de pen-
samiento, los cuales permiten determinar más o menos de un modo
consciente una acción relativamente adaptada a una situación. En con-
secuencia, los estudiantes y profesores ejecutan una movilización de
diferentes recursos para conseguir un objetivo. A lo largo de la vida,
uno aplica competencias triviales u otras vinculadas a los ámbitos cul-
turales o profesionales.
El docente excelente tiene que estar consciente de que la adquisición
de competencias requiere intensos debates y análisis desde diferentes
perspectivas. En las aulas universitarias de Bolivia las discusiones exis-
ten pero están vacías de aportes científicos y teóricos originales y sin
temor a decir lo que debe decirse a la sociedad o al mundo político.
Muchos debates son un ir y venir de actitudes defensivas y, en el fondo,
de posiciones dogmáticas sumamente sutiles.
En este ambiente institucional y pedagógico, los estudiantes actúan
de una manera práctica, evitando cualquier confrontación académica
con los profesores, limitándose a hacer lo mínimo porque esto satis-
face las condiciones circundantes y da menos trabajo al catedrático
que tiene otras ocupaciones no académicas fuera de la universidad. Lo
importante es conseguir el título nobiliario-profesional y el cartel que
se puede adquirir para diferenciarse de los demás.
El resultado es la ausencia de condiciones permanentes de incentivo
para cualificar la cátedra universitaria y dotar de mayores estímulos
294 para el aprendizaje de los alumnos. Por lo tanto, la crítica científica,
creatividad e imaginación, no pueden ser capturadas como mecanis-
mos movilizadores de la optimización y el mejoramiento del proceso
de enseñanza en el pre o postgrado.
La situación no es tan dramática después de todo porque los estudian-
tes o profesionales jóvenes se dan modos para ejercer su imaginación y
creatividad por medio de acciones extracurriculares como la publica-
ción de revistas estudiantiles o la organización de grupos de discusión,
donde lo primero que se hace es una saludable purificación fuera del
aula, al margen de presiones y dogmatismos, sean éstos provenientes
de la moda o del mercado de trabajo discriminatorio (Mitjáns, 1995).
El docente excelente debe estimular para que los estudiantes trabajen
por fuera del currículo, creando asociaciones científicas y agrupacio-
nes políticas con bases académicas sólidas.
Conclusión: reforma profunda y transferencia
tecnológica en las ciencias
La excelencia docente deberá tomar en cuenta un análisis que observe
cómo las ciencias latinoamericanas y bolivianas están en la posibilidad
o imposibilidad de lograr una transferencia tecnológica de conoci-
mientos en la sociedad actual. La probabilidad de ligar investigación
científica con la aplicación o uso tecnológico del conocimiento es una
oportunidad para identificar varias políticas públicas orientadas hacia
el alivio de la pobreza y la ejecución de estrategias de desarrollo.
Actualmente, Bolivia y América Latina están inundadas de Orga-
nizaciones No gubernamentales (ONG) y fundaciones privadas que
actúan en el ámbito de las políticas públicas. Esta red de instituciones
civiles pero académicas creó un “mercado” de la investigación, social y 295
tecnológica, donde se confunden la ciencia (producción de conocimien-
tos) con la consultoría coyuntural para resolver problemas específicos,
o se da un énfasis a la investigación institucional situada en algunas
ONG y las organizaciones de cooperación internacional, divorciándose
de la docencia universitaria.
La ausencia de calidad en la profesión docente y la falta de incenti-
vos para mejorar cualquier investigación científica en Bolivia, dio como
resultado un aislamiento de la universidad (tanto pública como privada)
respecto de los grandes problemas del desarrollo y la reconstrucción del
Estado en todo el país y, en general, en toda América Latina.
Muchos centros e institutos privados de investigación, virtualmente
están monopolizando la producción de conocimientos y su transferen-
cia tecnológica bajo la forma de políticas públicas. Sin embargo, estos
esfuerzos están totalmente desligados de la discusión abierta en foros
públicos y de la misma enseñanza universitaria para la formación de
recursos humanos, lo cual repercute en la formación de élites institu-
cionalizadas en ONG, fundaciones u organismos internacionales, que
no tienen la más mínima responsabilidad ante la sociedad para rendir
cuentas sobre sus actividades o someter su labor a la crítica académica.
En este contexto, la relación investigación-docencia-desarrollo dentro
del proceso docente de pre y postgrado en Bolivia, deberá ser refor-
mada profundamente para llegar a la excelencia. No sólo la estructura
institucional de las diferentes facultades de ciencias sociales y exactas
debe ser transformada para recuperar mayor efectividad, sino que una
reforma universitaria tendrá que renovar también su ethos universita-
rio donde la tolerancia, creatividad, crítica científica, excelencia en la
296 enseñanza y relativismo cognoscitivo, contribuyan a un comporta-
miento socio-político de comprensión y respeto del otro y de los otros,
orientando todo esfuerzo hacia el rescate de una educación liberadora
(Sternberg, 1997). Solamente así seremos capaces de hacer sentir ple-
nas libertades –políticas y del conocimiento–, en medio de una vida
democrática digna de ser vivida para fomentar el descubrimiento, la
corrección de errores y el destierro de todo conservadurismo paralizante.
El docente caracterizado por la excelencia tiene que pensar que es
imprescindible promover una perspectiva educativa y psicológica donde
no se vea a la creatividad como una habilidad específica, sino como una
síntesis dinámica entre “aptitud” y “actitud”, lo cual introduce aspec-
tos como las operaciones de índole cognitiva, afectiva y transformativa
para reformar profundamente la universidad boliviana.
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Sternberg, R. y Lubart T. (1997). La creatividad en una cultura conformista, Bar-


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II
Haciendo volar la imaginación: El reto de la
implementación y las incertidumbres sobre
un nuevo paradigma pedagógico en Bolivia

Introducción: un horizonte de oportunidades


pero también de problemas
Ningún objeto cultural e ideológico es tan valorado y disputado actual-
298 mente como la educación. La ilusión de ser aceptado en escuelas de
gran prestigio o las esperanzas que cualquier padre de familia anima,
tratando de ver a sus hijos convertidos en ciudadanos educados y pro-
fesionales exitosos, se asemeja mucho al sueño de varios países por
construir distintos núcleos generadores de talentos, cuyas capacidades
impacten positiva y directamente en el desarrollo.
Los economistas de la información consideran que el capital
educativo en cualquier nación constituye una de las características
principales que impulsan el crecimiento económico, tanto en los paí-
ses ricos como en aquellos que se encuentran en vías de desarrollo. Las
políticas educativas llegaron a transformarse en los aceleradores de
cambio, además de ser un área de intervención muy proclive a reac-
cionar favorablemente a los cambios tecnológicos del siglo XXI, pues
el uso intensivo de recursos informáticos vía Internet, facilita una serie
de procesos de aprendizaje, optimizando las aptitudes de estudiantes
y maestros (Education and Manpower Bureau, 2004: 21; Blánquez
Entonado, 2001: 171).
La educación es un baluarte estratégico que permite a todo tipo de
clases sociales integrarse de la mejor manera en el competitivo mercado
laboral, o en las estructuras culturales donde los productos educativos
mostrarán resultados concretos como la publicación de libros, circula-
ción de ideas, discusión en torno a prototipos que buscan los perfiles de
una sociedad mejor e inclusive, los canales por donde las instituciones
resuelven mejor sus conflictos, apostando por el cultivo de un ambiente
democrático, pluralista, pacífico y respetuoso de las diversidades que
promueven una sociedad más ambiciosa con sólidos estándares de
modernización junto a una reforma educativa ambiciosa (Stiglitz, 1975).
El problema central radica en que diferentes gobiernos consideran 299
a la educación como un patrimonio subordinado a otros objetivos
políticos. Por ejemplo, colocar al sistema educativo bajo las directri-
ces de los indicadores de ajuste macroeconómico con el objetivo de
compatibilizar los gastos sociales y otro tipo de inversiones en materia
productiva; sin embargo, en una época de revoluciones tecnológicas
y sistemas globales de información, el capital educativo es un recurso
crucial para articular expectativas, diseñar planes de futuro, atenuar
conflictos explosivos y colocar las bases que viabilicen el cambio pro-
gresivo en las instituciones y algunos procesos sociales.
Este ensayo tiene el propósito de discutir por qué las reformas edu-
cativas presentan una serie de previsiones que necesitan programas
nacionales, así como la concertación imaginativa con miradas regionales
y locales, en función de construir una red de sistemas educaciona-
les, hábiles para responder de la manera más eficiente e integradora a
una concepción de calidad total. Bolivia nunca estuvo al margen de
estos debates y es precisamente ahora, con la aplicación de la Ley de
Reforma Educativa Avelino Siñani-Elizardo Pérez, que la sociedad en
su conjunto debe analizar las perspectivas positivas, así como corregir
las insuficiencias de esta propuesta.
Debatir sobre la calidad total en la educación nos lleva a las aulas
de primaria, secundaria, la universidad y los centros de postgrado. No
estamos acostumbrados a exigir calidad en la educación porque le tene-
mos temor o simplemente la despreciamos, contentándonos con una
tonta fiebre por pasar de curso y lograr un título que probablemente
no sirva para nada al verificar que la calidad de nuestra educación es
inexistente.
300 Es innegable que la educación boliviana en el siglo XXI arrastra
obstáculos estructurales de grandes proporciones, debido a las intensas
disputas políticas que irradian características destructivas. Por un lado,
el Estado siempre representa a un ámbito burocrático que es interpe-
lado constantemente por la sociedad civil para satisfacer la demanda
de una educación gratuita. Aun a pesar de cumplirse la subvención
permanente de la educación primaria y secundaria, no están claros
los incentivos que aseguren una completa equidad (Klasen 2009). En
Bolivia todavía es muy fuerte la exclusión de sectores pobres, escue-
las rurales y grupos considerados marginales (mujeres indígenas), al
no alcanzar estándares educativos de calidad o no poder convertir sus
condiciones desventajosas en estrategias para escapar de la pobreza.
La segmentación de las escuelas continúa siendo abismal, sobre todo
al considerar una polarización entre establecimientos rurales y urba-
nos. Existen escuelas con pésima infraestructura, malos docentes y alta
deserción estudiantil, junto a colegios de las grandes capitales como
Santa Cruz, La Paz y Cochabamba donde las clases medias y altas se
favorecen con la mejor educación, sobre todo porque cumplen un calen-
dario lectivo y los contenidos completos del currículo tradicional. Pero
inclusive a pesar del avance de materias sin interrupciones, no puede
hablarse del surgimiento de “nuevos paradigmas pedagógicos” ya que
aún pesan los aprendizajes memorísticos, o aquellos enfoques dema-
siado supeditados a lógicas autoritarias que reniegan de la creatividad
y la construcción colectiva de aprendizajes, abiertos a la renovación
constante.
El hecho de terminar los programas pedagógicos que brinden a los
estudiantes un conjunto de enseñanzas y oportunidades para el manejo
de la información y aplicación de los conocimientos, marca, de hecho, 301
una distancia respecto a otros colegios donde el avance formativo está
fragmentado, incompleto o víctima de obstáculos materiales como
la carestía de bibliotecas y el abandono de una orientación sistemá-
tica, rompiéndose el círculo virtuoso entre la enseñanza, compromiso
docente y el acompañamiento de los padres de familia que tampoco
refuerzan la estrategias educativas más allá de las escuelas. A esto se
suman los modelos pedagógicos anticuados que transmiten información
desactualizada, o no pueden problematizar las situaciones de cambio
que circundan al mundo actual (De Moura Castro, Carnoy y Wolff,
2000: 18).
Por otra parte, el sindicalismo del magisterio urbano y rural, repre-
senta un sector políticamente organizado que rechaza sistemáticamente
cualquier propuesta de reforma educativa. La resistencia a toda reivin-
dicación de cambio, básicamente responde a los salarios muy bajos que
tienen los maestros, al mismo tiempo que la formación docente siem-
pre es de lamentable calidad.
Las discusiones sobre cuáles serían las mejores formas de enseñanza
y adaptación a entornos constantemente exigentes y transformativos,
encuentra en los maestros poco interés sostenido. Los profesores de
base están tensionados por las necesidades mínimas para sobrevivir con
sueldos insignificantes, un prestigio devaluado como profesionales, y
la incertidumbre en torno a su función como dinamizadores de nue-
vos paradigmas educativos. Existen muchos profesores que “identifican
la teoría pedagógica con principios abstractos sin ninguna vigencia ni
aplicación en las condiciones reales en las cuales ellos desarrollan su
actividad” (Tedesco, 2011: 33).
302 En la mayoría de los casos, los profesores bolivianos hacen lo que
pueden creando sus propias prácticas que funcionan de manera par-
cial. Uno de los principales problemas surge debido a que no tienen
casi ningún tipo de apoyo teórico que justifique o refuerce la eficacia
en el aula; en consecuencia, las prácticas de enseñanza no son transfe-
ridas como un conjunto de resultados positivos que permitan mejorar
el funcionamiento de todo el sistema educacional.
Al mismo tiempo, las universidades y una multiplicidad de centros de
investigación pedagógica plantean teorías o estrategias para implemen-
tar las reformas educativas, aunque completamente descontextualizadas,
siendo, o muy abstractas e impracticables, o muy costosas, impidiendo
una práctica real en los docentes. Por esta razón, las propuestas más
ambiciosas, a veces terminan empobreciendo sus propios desarrollos
teóricos y sus perfiles de aplicación efectiva.
En medio de los enfrentamientos entre el Estado y el magisterio sin-
dicalizado, no se puede dejar de tomar en cuenta a las grandes masas
de familias, estudiantes y organizaciones de la sociedad civil, que se
encaminan siguiendo diferentes conceptos sobre la educación de cali-
dad, la equidad, el futuro como sociedad y múltiples sentidos de la vida.
Para estos sentidos no está del todo definido ¿qué tipo de reforma
educativa serviría como propulsor de transformaciones?, ni tampoco está
claramente entendido ¿cómo los padres y sus hijos valoran social e
individualmente los beneficios de una educación para la vida?; ¿cuál
es el horizonte profesional de acuerdo con distintas vocaciones, y qué
tipo de aportes pueden ellos otorgar al desarrollo de la sociedad boli-
viana en su conjunto?
Este ensayo analizará de manera global las coincidencias que exis- 303
ten, de hecho, entre la Ley de Reforma Educativa 1565, aprobada en
1993, y la nueva Ley Avelino Siñani-Elizardo Pérez del año 2010, que
constituye un paquete de cambios todavía incompleto pues aún no fue-
ron diseñadas explícitamente cuáles podrían ser las alternativas para
pensar un nuevo modelo pedagógico, los criterios operacionales, las
reglamentaciones y con qué materiales podrían guiarse los maestros.
Asimismo, este trabajo planteará, con carácter hipotético, cuáles son
los requerimientos para desarrollar un modelo de calidad educativa,
caracterizado por patrones de cambio, gestión del talento y fomento
de la creatividad pedagógica en las aulas.
El sistema educativo en Bolivia:
¿renovación, continuidad o revolución?
La educación boliviana se beneficiaría – de manera mucho más deci-
siva – si se comprendiera que una reforma educacional es más sólida,
cuanto más pueda retomar los aportes históricos de otros esfuerzos rea-
lizados en el pasado. La continuidad es un telón de fondo que abre las
puertas para renovar y enfrentar los problemas actuales. Un enfoque
revolucionario, destinado a romper absolutamente con cualquier clase
de políticas anteriores, se convierte en un signo de intolerancia, ade-
más de mostrar serias deficiencias porque los procesos educativos y las
transformaciones comportamentales en las aulas, siempre manifiestan
resistencias y actitudes conservadoras, ligadas a visiones pragmáticas de
304 actores racionales como los alumnos y maestros (Aubert (et. al.), 2008).
En el terreno de las políticas públicas, las presiones y propuestas
revolucionarias se desorientan rápidamente al perder el sentido de un
complejo de aprendizajes previos, con los cuales se podría facilitar la
toma de decisiones y el conocimiento de aquellas áreas problemáticas
que serían útiles para intervenir políticamente con mayor precisión;
(Kamarck, 2007: 165). Por lo tanto, las reformas educativas de 1955 y
1994 fueron importantes cimientos de “encadenamiento” para la con-
solidación del sistema educativo boliviano, actualmente vigente.
En la segunda parte del siglo XX, las reformas educativas como el
Código Nacional de Educación de 1953, los procesos de alfabetización
de los años sesenta y la Reforma Educativa de 1993, combinaron dife-
rentes aspectos: a) cambios en la política educacional; b) modificaciones
de corte pedagógico por medio de renovaciones en los programas; y c)
directrices sobre el financiamiento, junto con elementos organizacio-
nales desde las burocracias del Ministerio de Educación.
Las insuficiencias, problemas de fondo y promesas incumplidas de
este tipo de reformas fueron claras, pero el Estado y los maestros nunca
intentaron recapitular la historia de las experiencias de cambio para
preservar lo positivo, aprender de los traumas y desechar lo inútil. En
Bolivia, existe una preocupante tendencia a rehacer las políticas educati-
vas sin aprovechar la acumulación de lecciones y aprendizajes, o sin una
meditación para ahorrar energías, retomando varias tareas inconclusas.
El sistema educativo boliviano carece de una memoria histórica, razón
por la cual es difícil tomar decisiones estratégicas, tanto para la gestión
institucional como para el diseño solvente de las políticas educativas.
Si bien el primer Código de la Educación Boliviana logró grandes 305
aportes en materia de cobertura educativa, ampliándola al área rural,
incrementando las escuelas normales para la formación de maestros
y creando institutos para la formación técnica, el ánimo de aumentar
la productividad nacional y sostener una educación reformada en el
largo plazo, se marchitó al concentrarse excesivamente en la castellani-
zación de todo el sistema. De cualquier modo, las positivas influencias
se trasmitieron por varios años con la finalidad de expandir la alfabe-
tización y construir un currículum, que delimitó los contenidos para
la enseñanza hasta finales de los años ochenta.
La segunda reforma fundamental del año 1993, estuvo orientada
particularmente hacia el mejoramiento de la calidad educativa y el
reconocimiento de la diversidad cultural, a partir de la incorporación
de una educación intercultural bilingüe en el ámbito rural, problemas
no resueltos en el terreno político-ideológico, e incluso no considerados
por los impulsos democratizadores desde el año 1985, época que tam-
bién impulsó la modernización de las instituciones fundamentales en
los sistemas político y económico.
El panorama mundial, como siempre, fue uno de los principales
alentadores para lanzar profundas reformas en el país. En el campo
educativo, la creciente revolución científico-tecnológica, distintos para-
digmas empresariales, la globalización de mercados, y la competitividad
internacional –cambios ocurridos durante la década de los años 90–
obligaron a transformar la educación en el ámbito mundial. En Bolivia,
la Ley 1565 de Reforma Educativa se propuso mejorar la educación
en términos de calidad, eficiencia, eficacia e igualdad de derechos entre
mujeres y hombres.
306 Este proceso de “transformación global”, es completamente retomado
por la Ley Avelino Siñani-Elizardo Pérez, primero porque se prosigue
con la educación multilingüe junto al marco ideológico denominado
descolonización y, segundo, porque se intenta combinar reformas orga-
nizaciones, institucionales y pedagógicas, cuyos impactos se adapten
a otro cuerpo de cambios económico-políticos paralelos con la nueva
Constitución Política promulgada el año 2009. Surgen así importantes
coincidencias estratégicas que giran en torno a lo siguiente:
Disposiciones estratégicas y cruces de las Reformas
Educativas 1565 y Avelino Siñani-Elizardo Pérez

Establecimiento de un sistema educativo por niveles de


Igualdad de derechos, descolonización y formas para combatir las deudas históricas provenientes de la desigualdad

Modificar la escolaridad y ciclos de aprendizaje. Los desafíos están


estructura de concentrados en el logro de una estructura que aglutine
organización a todas las escuelas dentro de un patrón único de calidad.
curricular Esta es una ambición enorme pero, simultáneamente,
una necesidad trascendental.
Impulsar una organización pedagógica que esté centrada
Reformar
en el aprendizaje. El principal problema descansa en el
el alcance
déficit de instrumentos y reglamentaciones para sostener
pedagógico
las reformas dentro de las aulas, junto con la ausencia
de pactos, observados fielmente por los maestros.
Diseño curricular de alcance nacional, reconfigurando
Lograr el aula a partir de la identificación y organización de gru-
transversalidad pos de trabajo que promuevan el uso de bibliotecas en
Calidad

de currículums aula. La Ley Avelino Siñani busca inclusive avanzar con


currículums regionales.
Sistema de apoyo y capacitación permanente a docen-
tes, a través de asesoramiento y oportunidades de
capacitación, imaginando también la transformación 307
Profesionalizar de las Normales con la colaboración de las universi-
y capacitar dades. El problema de todas las reformas, consiste en
profesores no poder atraer a los mejores alumnos para dedicarse
a la vocación docente, además de tropezar con grandes
obstinaciones a innovar que perviven en las Normales
de maestros.
Lograr una
Mejorar el aprendizaje de niños con lengua materna indí-
educación
gena; revalorizar y rescatar la propia lengua y cultura,
intercultural
reconociendo la diversidad cultural en el país.
y bilingüe
Alcanzar Institucionalización de cargos del Ministerio de Educa-
fortalecimiento ción que permita el manejo del Sistema de Educación
Eficiencia y Eficacia

institucional Nacional con eficiencia y profesionalismo.


Asignar a los gobiernos municipales el control de
infraestructura educativa y su mantenimiento. A esto
Descentralizar se incorporan las nuevas gobernaciones en los ámbi-
el Sistema tos departamentales, unidos a una mayor participación
Educativo de las familias y las comunidades en el control social de
la calidad educativa y su adecuación a las necesidades
de aprendizaje.
Fuente: Elaboración propia en base al informe “Estrategias para la Viabilidad de un
Sistema de Evaluación de la calidad de la Educación-Caso Bolivia”, Ministerio de Edu-
cación, Cultura y Deportes de España, 2000; Ley Avelino Siñani-Elizardo Pérez, 2010.
La ejecución de estos procesos de cambio educativo, se enfrenta
a muchos obstáculos en términos de administración de recursos
financieros, logísticos, tecnológicos, humanos, de capacitación, orga-
nizacionales, etc., ocasionando que los planteamientos corran el riesgo
de implantarse “a medias”.
Por ejemplo, conforme avanzaba la aplicación de la Reforma Educa-
tiva 1565 desde 1996, una infinidad de estadísticas fueron publicadas,
dándose a conocer varios resultados relativos al grado de éxito, porcen-
taje de implementación y logros alcanzados. Todos estos datos fueron,
simplemente, apreciaciones parciales porque nunca hubo una seria
intención para monitorear permanentemente el avance de la reforma,
a pesar inclusive de encontrar datos negativos. Es por esto que la his-
308 toria gerencial, institucional y pedagógica de las reformas todavía es una
tarea pendiente en Bolivia. Los resultados generales alcanzados por la
Ley 1565 pueden resumirse de la siguiente manera (UNESCO, 2011):

• Organización curricular. Los niveles educativos antes de la


Ley 1565 eran divididos en Jardín de niños, Nivel Básico, Nivel
Intermedio y Nivel Medio. Con el proceso de transformación,
los niveles educativos fueron reorganizados en Pre-escolar, Pri-
maria y Secundaria. La formación técnica, alternativa y superior
no sufrió ninguna modificación. Esta reorganización sólo fue de
forma, ya que no existe información certera sobre el verdadero
impacto en la calidad educativa.
• Reforma pedagógica. La reforma trató de incorporar la pedago-
gía interactiva en el aula, metodología que impulsó al estudiante
a participar, discutir y emplear su creatividad e imaginación en
el proceso de enseñanza y aprendizaje.
• Sin embargo, el éxito de la reforma pedagógica estuvo sometido
a ciertas condicionantes: a) la calidad de capacitación que reci-
bieron los maestros por parte de los operativos de implantación
de la Ley 1565 fue una desilusión; b) la experiencia e interés de
los mismos docentes tuvieron un impacto heterogéneo y dudoso;
y c) el liderazgo que debió haberse esperado de los directores en
diferentes centros educativos, nunca tuvo un real compromiso,
razón por la cual sus aportes también fueron indeterminados.
• Transversalidad de los currículums. Se adoptó un sistema de
evaluación orientado a privilegiar los procesos más que los resul-
tados. El sistema antiguo, basado exclusivamente en exámenes, 309
dejó de ser el centro de atención para determinar el rendimiento
del estudiante. Con el programa de transformación, otros facto-
res como la participación en aula, trabajo en equipo, presentación
de tareas, disciplina, puntualidad, fueron elementos importantes
que se consideraron para evaluar el rendimiento del alumno, en
combinación con pruebas escritas.
Este sistema se trató de uniformar todos los planes y programas
de avance educativo conforme a temas, lecciones y bibliografía
sugeridos por la Ley 1565; sin embargo, el uso de materiales como
los módulos escolares fueron bruscamente cortados a partir de
enero de 2006, sin haberse evaluado su impacto en las escuelas,
ni urbanas ni rurales. De igual forma, el éxito de este propósito
tuvo las mismas condicionantes que la implantación de la reforma
pedagógica: discontinuidad, falta de monitoreo sistemático e
incertidumbre sobre las repercusiones específicas.
• Profesionalización y capacitación de maestros. Únicamente
se delegó la administración de las Normales hacia algunas Uni-
versidades, y no así la capacitación académica que siempre estuvo
acosada por conflictos.
El recelo de los maestros normalistas para aceptar que otros
profesionales puedan enseñar en las Normales, hasta el día de
hoy marca el camino donde se verifica que nadie quiere innovar,
se tiene miedo a perder influencias, trabajo y, finalmente, los
maestros se nuclean orgánicamente para defender sus demandas
políticas y salariales, sin meditar profundamente sobre su respon-
310 sabilidad ética y pedagógica al interior del sistema educativo (Cf.
Roth Unzueta, 2009).
• Educación intercultural y bilingüe. Con el fin de revalorizar
la diversidad cultural y mejorar la calidad educativa en el área
rural, se instauró el aprendizaje en lengua materna (empezando
con una educación en lengua indígena y continuando luego con
el castellano).
Aunque la aplicación de esta transformación reportó mayor
cantidad de estudiantes inscritos en escuelas rurales, especial-
mente mujeres, los resultados de calidad educativa son también
dudosos, pues la cantidad de maestros bilingües no es numerosa,
muchos docentes son jóvenes y casi no tienen experiencia, el
incentivo salarial es poco y el equipamiento y mantenimiento de
las escuelas es precario. La publicación de textos bilingües es casi
inexistente, razón por la cual el proceso de activismo ideológico
que reivindica la descolonización, es fundamentalmente en len-
gua española.
• Fortalecimiento institucional. No se reportó información o
resultados que hayan demostrado un fortalecimiento institucional
en el Ministerio de Educación. Todavía no se sabe a cabalidad si
las propuestas de reforma educativa permean burocráticamente
y contribuyen a incrementar o mejorar la calidad, junto con la
eficiencia y eficacia educativa desde las oficinas centrales en La
Paz, hasta los Servicios Departamentales de Educación. Esto,
desafortunadamente, se prolongó hasta ahora con la nueva Ley
Avelino Siñani-Elizardo Pérez.
• Descentralización del sistema educativo. Con la Ley de Par-
ticipación Popular se asignó el mantenimiento y control de la 311
infraestructura educativa a los gobiernos municipales, abriéndose
espacios de participación para los padres de familia en los pro-
cesos de fiscalización y control de la calidad educativa. Hoy día,
el control social, ligado a una descentralización más amplia con
las autonomías, parece abonar el terreno con oportunidades que
descentralicen, poco a poco, políticas e inversiones educativas.
Si bien este proceso favoreció, relativamente, a los centros edu-
cativos fiscales, el impacto fue menor en el área rural por la falta
de recursos económicos; los municipios pobres sólo reciben trans-
ferencias directas del Estado y la educación es postergada frente
a otras necesidades locales.

Estos resultados heterogéneos y dispersos, muestran que la Ley de


Reforma Educativa 1565 generó productos de forma y no de fondo.
El programa carecía de objetivos y estándares claros que guiaran un
mapa más decidido sobre cómo se esperaba influir en el desempeño
de maestros y estudiantes, incrementando específicamente la calidad
educativa. Por calidad entendemos el surgimiento de un conjunto de
indicadores de desempeño, capaz de ser comparado y puesto en acción de
manera competitiva con otros sistemas educativos en América Latina
y el mundo.
Todo el análisis generado durante la implantación de la Ley 1565,
tiene que dar paso a la formación de un gran banco de datos que, en
el futuro, se convierta en un interesante marco decisorio para generar
proyectos y enriquecer la Ley Avelino Siñani-Elizardo Pérez, superando
las ineficiencias del sistema; es decir, atacando a las causas estructurales
312 y no quedándose en la solución de problemas a corto plazo.
Las reformas educativas del siglo XXI en América Latina deben iden-
tificar a los maestros como gestores de talentos, capaces de amalgamar
la tecnología de Internet en las aulas, la tolerancia ideológico-teórica
y el estímulo de una conciencia de autolimitaciones para explotar lo
mejor de los estudiantes, pero transmitiendo un sentido de humildad
y mesura en sus comportamientos, experiencias y ánimos creativos
para mirar el futuro. Un modelo de gestión de talentos requiere clarifi-
car, urgentemente, cuatro escenarios de implementación:

1. La modificación de los contenidos mínimos en el currículo vigente. Deben


diseñarse las matrices por materia, actualizando las posibilidades de apren-
dizaje competente en matemáticas, lenguaje, ciencias naturales, historia
y áreas técnicas, ligando la educación intercultural bilingüe a propues-
tas para medir, evaluar y corregir a tiempo la calidad en la enseñanza.
2. El rediseño organizacional de los Servicios Departamentales de Educa-
ción para brindar orientaciones globales en las escuelas por departamento
(regiones). Las principales guías tendrán que plasmarse en materiales edu-
cativos para acompañar la reforma junto con los maestros.
3. La articulación de consensos entre el Ministerio de Educación y los gobier-
nos municipales autónomos, con el objetivo de concatenar la asignación
de ítems para profesores, el financiamiento de infraestructura escolar
y el logro de responsabilidades claras. Esto facilitará la discusión de la
ley en las aulas y su aplicabilidad, según las condiciones específicas que
imperan en distintas áreas geográficas y las necesidades sociales de la
heterogeneidad boliviana.
4. La construcción de un nuevo paradigma educativo predispuesto a la crítica,
receptivo a los aportes científicos y respetuoso de la pluralidad de visio- 313
nes, debe considerar los siguientes ejes de reflexión (Moya, 2003: 10-11):

• Una teoría educativa que no privilegie solamente la ciencia posi-


tivista, la racionalidad, objetividad y la búsqueda de una verdad
única. Este perfil demanda acercar académicos, profesores, espe-
cialistas en políticas educativas y organizaciones sociales.
• El nuevo modelo pedagógico tiene que aceptar el uso de catego-
rías interpretativas por parte de los docentes. Sus concepciones,
esfuerzos y soluciones en la práctica constituyen conocimientos
valiosos para enriquecer cualquier reforma educativa.
• La teoría educativa del nuevo modelo pedagógico debe ser una
construcción colectiva, pero diferenciando las distorsiones ideo-
logizadas que reniegan del pluralismo, de aquellas que fomentan
la tolerancia de conocimientos. En síntesis, se requiere un amplio
compromiso democrático.
• La nueva teoría educativa debe identificar cuáles son los aspectos
del orden social y político en Bolivia que frustran o impiden el
logro de fines racionales. La transmisión de conocimientos también
implica una enseñanza guiada por la racionalidad y el propósito
de reducir los conflictos irracionales.
• El nuevo modelo educativo debe ser entendido como una práctica.
Toda reforma educativa siempre estará determinada por aquello
que se aplica en la práctica cotidiana nacional, regional o local.

La reforma educativa del siglo XXI Avelino Siñani-Elizardo Pérez,


314 promulgada el 21 de diciembre de 2010, es un intento por despejar
distintas perplejidades en torno al cambio educativo, abriendo algu-
nas perspectivas de esperanza. Según la ley, las instituciones educativas
deben conformar un sistema unitario, cuyas bases estén sustentadas en
la necesidad de tener una estructura única, siendo simultáneamente
diversa y plural. La educación será única en cuanto a su calidad, sus
políticas educativas y su currículo base “erradicando las diferencias
entre lo fiscal y lo privado, lo urbano y rural” (art. 3).
Una vez más, la educación también es considerada diversa y tole-
rante en su aplicación y pertinencia a cada contexto geográfico, social,
cultural y lingüístico, así como en cuanto a las modalidades de imple-
mentación en los subsistemas del denominado Sistema Educativo
Plurinacional. Esta visión exige que la educación sea laica, pluralista,
inclusiva y espiritual sin ningún tipo de imposiciones dogmáticas, pro-
piciando más bien el diálogo inter-religioso.
Al proponer una educación productiva y territorial, la ley busca
una “gestión territorial con currículos regionalizados”, a cargo de las
diversas regiones, abriendo el paso para que los pueblos indígenas se
hagan cargo de sus procesos educativos. Esto implica descentralizar la
educación en gran escala, lo cual facilitaría su sintonía con la imple-
mentación del régimen autonómico vigente en la Constitución Política,
y el nacimiento de posibles mecanismos autogestionarios para definir
distintas políticas públicas.
La universalización de los saberes y conocimientos propios tam-
bién implicaría “el desarrollo de una educación desde las identidades
culturales” (art. 4). Aquí se manifiesta cierta contradicción entre la
descolonización y el cosmopolitismo de una globalización aplastante a
escala universal, aunque los conocimientos y saberes anclados en las 315
identidades indígenas tendrían que complementarse con los conoci-
mientos universales.
En cuanto a los fines de la educación, está prevista la construcción
de una sociedad comunitaria (séptimo fin del artículo 4). ¿Es ésta un
modelo de sociedad para toda Bolivia? ¿Es este el fin último de la
descolonización como objetivo político del nuevo sistema educativo
revolucionario? ¿Significa la universalización de la sabiduría propia e
indígena, un intento por unilateralizar el conocimiento de los pueblos
indígenas y originarios?
Estas concepciones son completamente irreales, además de ser una
declaración excesiva porque no se reconoce una realidad objetiva: la
limitación de todo saber y la constatación de insuficiencias, si se com-
para lo local y comunitario con el cosmopolitismo global, mucho más
predispuesto a una visión flexible de la educación y la generación de
sentidos de vida pluralistas, en medio de un mundo multivariado y pla-
gado de incertidumbres (Bauman, 2006).
La Ley Avelino Siñani-Elizardo Pérez quiere fomentar la equidad
en el acceso y la permanencia en las escuelas de los estudiantes con
menos posibilidades económicas. Se compromete a entregar becas para
los mejores alumnos pero no se especifica si tales becas implicarían el
estudio y utilización de las escuelas privadas; además, cuando se prevé
la “equiparación de condiciones”, se reconoce implícitamente la pre-
valencia de grandes diferencias en cuanto a capacidades instaladas en
las escuelas y colegios de todo el país.
Corregir las brechas de desigualdad entre las escuelas ricas y desaven-
tajadas, o entre el campo y las ciudades, demandará grandes inversiones
316 del Estado para proveer mobiliario, infraestructura, bibliotecas, ítems
para dotar más maestros e instalaciones tecnológicas. Empero, en tér-
minos de organización, se podría fomentar la competitividad entre
escuelas privadas y fiscales. El Estado tendría que otorgar becas por
matrícula, material escolar, transporte y alimentación, aprovechando
las capacidades existentes de aquellas instituciones consideradas como
las “mejores escuelas” (Calva, 2007: 323).
Un gran déficit en Bolivia es la ausencia de información fehaciente y
confiable sobre un mapa del desempeño de las escuelas en todo el ámbito
nacional. ¿Cuáles son las mejores? ¿Sobre la base de qué estándares?
¿Qué tipos de experiencias pedagógicas son las más exitosas y sosteni-
das en el tiempo que vale la pena imitar, proteger, rescatar o llevar a un
nivel más ambicioso? El conjunto de las escuelas que funcionan en la
práctica es demasiado desigual, lo cual choca directamente con la aspi-
ración por lograr un sistema unitario y con un solo patrón de calidad.
Por lo tanto, el punto de partida de las prácticas y problemas que se
arrastran del pasado, continúa reforzando el siguiente ciclo perverso:

a) Profesores mal capacitados y con bajos salarios que los obligan a


hacer lo mínimo en las aulas o recurrir a estrategias compensato-
rias para subir sus niveles de ingreso, trabajando en más colegios
y, por ello mismo, desgastándose más sin poder ofrecer un vínculo
de largo plazo, identificado con transformaciones estructurales de
la educación.
b) Las escuelas y colegios son instituciones sumamente disímiles en
todo el país. La capacidad infraestructural es muy distinta, pues
va de escuelas lujosas a sitios muy pobres, especialmente en las
áreas rurales. 317
c) Aplicación del currículum sobre la base de prácticas tradicionales
para cubrir sólo los contenidos mínimos y con gran generalidad o
superficialidad. En la medida en que no existe una historia de están-
dares de calidad en Bolivia, no se sabe si los contenidos elementales
avanzados en las escuelas son aptos, eficaces en el largo plazo y
valiosos como recursos duraderos de cambio educativo. El sistema
nacional, rara vez se compara con el aprovechamiento de otros paí-
ses en América Latina y el mundo, sobre todo porque podría surgir
información desagradable en cuanto al manejo del lenguaje escrito
y la comprensión de lecturas complejas; ni qué hablar de matemá-
ticas y ciencias puras (Vélez, Schiefelbein y Valenzuela, 2011: 12;
Paz Soldán, 2011: 41 y ss.).
d) Existe, asimismo, una creciente crisis de autoridad del maestro
dentro de las aulas, sobre todo en las grandes capitales donde el
empoderamiento de los estudiantes y los padres de familia no con-
tribuyó a mejorar el rendimiento ni los aprendizajes, sino a fortalecer
una mayor insubordinación hacia los profesores. Posiblemente, el
objetivo de participación que tienen algunos padres de familia en el
proceso educativo, sea lograr resultados pragmáticos como la apro-
bación de cursos sin asegurar la calidad de diferentes aprendizajes
para sus hijos.
e) La ausencia de un sistema nacional de información para tomar decisio-
nes gerenciales desde el Ministerio de Educación, perjudica cualquier
implementación política de las reformas. Se desconoce bastante
sobre cuáles son las mejores escuelas, a qué se debe que sean mejores,
cómo resguardar los desempeños pedagógicos excelentes, y cómo
318 monitorear aquellas escuelas con problemas de enseñanza, a objeto
de avanzar en la superación de obstáculos diferenciados en el sis-
tema educativo.
f) En materia de educación alternativa y especial, no se tiene una clara
identificación del tipo de “demandas educacionales” que estaría
promoviendo la sociedad boliviana con otro tipo de capacidades.

La necesidad de una mirada a la creatividad


y el cambio desde las bases
Todo es perfectible desde el punto de vista artístico y científico, de tal
manera que en muchas ocasiones no son tan importantes las equivo-
caciones, como la aparición de sugerencias para enmendar cualquier
error. Es fundamental que la sociedad boliviana apoye la Ley Avelino
Siñani-Elizardo Pérez y critique sus limitaciones pero impulsando un
sano espíritu de acompañamiento para lograr éxitos colectivos.
Una vez que imaginemos la implementación de las reformas en cada
aula y colegio de la vida real, comprobaremos que nace la exigencia
de una combinación entre el ejercicio del arte y los conocimientos
técnicos que viabilizarán el logro de metas, junto con grandes canti-
dades de creatividad e imaginación. El reto más difícil descansará en
la transformación de las bases del conocimiento y el comportamiento
en los alumnos, profesores, especialistas en educación y decisores del
Ministerio de Educación. Frente a estos desafíos, recomendamos que
la reforma educativa observe con detenimiento lo siguiente:

a) Dónde se encuentran las estructuras rígidas de razonamiento y trans- 319


misión de verdades absolutas en el proceso de enseñanza-aprendizaje,
ya sea en las escuelas privadas, públicas o de convenio.
b) La implementación política y pedagógica de la reforma tendrá que
descubrir si las estructuras rígidas del aprendizaje refuerzan actitu-
des conformistas en los estudiantes y padres de familia (la ley del
menor esfuerzo).
c) El éxito radicará en abandonar todo tipo de respuestas fáciles e
inmediatistas porque lo importante, no son las buenas calificacio-
nes, o peor aún, aprobar las materias a como dé lugar; por lo tanto,
uno de los primeros pasos es romper con los estilos memorísticos
de enseñanza y aprendizaje, así como con las tendencias que privi-
legian un acomodo de los estudiantes a los contextos autoritarios
de una escuela. Los maestros deben transmitir la idea de que nunca
es mejor copiar textualmente que redactar un texto o resolver un
problema, utilizando el pensamiento crítico y reflexivo. La innova-
ción, esfuerzo genuino por mejorar y aportar al crecimiento de la
personalidad de maestros y alumnos, tiene que convertirse en una
fuente duradera para implementar las reformas.
Las características de una educación escolar, e inclusive universitaria,
de procedencia privada o pública, son distintas en varios factores, desde
la composición social diferente de los estudiantes hasta la infraestruc-
tura de los establecimientos, que en la educación privada tiene mayores
ventajas en cuanto a comodidad para los aprendizajes y una enseñanza
adecuados: laboratorios, auditorios, salas de video, talleres, etc. A esto
se agrega la remuneración de los docentes que influye mucho a la hora
de entregar un producto educativo con calidad.
320 El número de alumnos es un factor preponderante en el proceso
de enseñanza-aprendizaje, pues no es lo mismo enseñar a 40 alumnos
dentro de aulas diminutas y maltratadas, que enseñar a 25 alumnos en
un ambiente de comodidad pedagógica. En la mayoría de los casos, la
rigidez por el cumplimiento de contenidos académicos en un tiempo
estipulado y según objetivos preestablecidos, resta importancia al sis-
tema de comunicación entre los profesores y alumnos.
La comunicación está íntimamente vinculada al sistema de acti-
vidades pedagógicas y, en lo fundamental, obstaculiza o mejora una
atmósfera de libertades, donde pueden estimularse dos objetivos que la
implementación de la reforma tiene que proteger: a) primero: impulsar
las realizaciones individualizadas de los estudiantes; b) segundo: promo-
ver la confianza en los sujetos del aprendizaje para que éstos desarrollen
libre y constantemente sus propias potencialidades.
En la educación boliviana, los elementos esenciales del sistema que
conecta las actividades y la comunicación, no favorecen la creatividad
ni el fortalecimiento psicológico para que los estudiantes se lancen con
decisión a construir sus aprendizajes; esto se debe a los siguientes fac-
tores (Gamboa Rocabado, 2005: 9-12):

• Los contenidos de diferentes materias y las actividades diseñadas


para el aprendizaje, están principalmente dirigidos a la apropia-
ción de conocimientos y estrategias de acción cognitivas, pero
se pasa por alto el desarrollo de recursos destinados a formar la
personalidad y a estimular el comportamiento creativo.
• El carácter reproductivo (repetitivo) y no productivo de las acti-
vidades pedagógicas que se solicita a los estudiantes, obstaculiza 321
la estructuración de enseñanzas en forma de problemas que invi-
ten al descubrimiento junto con soluciones creativas.
• El sistema educativo boliviano no genera una relación creativa
entre los docentes y los alumnos; en consecuencia, dicha relación
tampoco se caracteriza por un clima emocionalmente positivo y
motivacional respecto a la individualidad. Estas tendencias echan
por la borda los postulados constructivistas pues, una cosa son
las declaraciones teóricas, y otra la práctica pedagógica donde los
profesores se rezagaron en los aportes para enaltecer un modelo
educativo más proactivo y propenso a los estímulos creativos.
• En la mayoría de los casos, se estimula únicamente los resultados
obtenidos en la apropiación o reproducción de conocimientos, sin
valorar adecuadamente los logros que el alumno va alcanzando
en el desarrollo de sus propios intereses, motivaciones y visiones
de mundo.

En los ambientes escolares y universitarios abundan los agentes que


obstaculizan o entorpecen el proceso creativo y la expresión de sus
posibilidades. La aplicación de la reforma educativa en las aulas tiene
que erradicar varios temores relacionados con el ejercicio de la creati-
vidad; por ejemplo:

a) Vencer el temor al ridículo en las aulas y en el planteamiento


de alternativas de aprendizaje. Los estudiantes prefieren huir de
posiciones que por su originalidad o rareza provoquen la risa en
322 los demás. Para evitar la burla o el menosprecio de los otros, sea o
no con razón justificada, el estudiante prefiere seguir los caminos
trillados, aun cuando estén conscientes de que es posible escoger
nuevos rumbos.
b) Tolerar la incertidumbre como antídoto para reducir los con-
flictos y la resistencia de las actitudes más tradicionalistas. La
tarea de creación siempre tiene un alto porcentaje de incertidum-
bre, así como la producción del conocimiento científico; de aquí
que rehusarse a indagar en lo desconocido y no tolerar la ansiedad
que se genera, provoca serios obstáculos para cambiar las estruc-
turas de enseñanza. El hecho de crear siempre implica un salto al
vacío. En general, el sistema educativo boliviano está lleno de estu-
diantes y docentes conformistas que prefieren tomar el camino más
seguro, conocido y cómodo, lo cual impide desarrollar un conjunto
de capacidades más flexibles para aceptar el conflicto entre lo cono-
cido y lo desconocido de aquellos problemas que se quiere resolver.
c) Temor a cometer errores o fracasar, lo cual solamente refuerza
un prejuicio que desvaloriza la autoimagen de los profesores y
alumnos. Este es un freno psicológico, tanto para los estudiantes
como para los maestros porque evita, a toda costa, malograr una
tarea comenzada o no alcanzar una meta previamente trazada; surge
el miedo a no cumplir con las expectativas de los otros o de uno
mismo. Esto conduce a aceptar sin cuestionar lo que los docentes o
ciertas autoridades transmiten como información.
d) Falta de estimulación. A menudo, encontramos docentes rígidos y
contextos educativos que limitan o castran procesos importantes de
creatividad; el autoritarismo es un obstáculo que ocasiona profunda 323
intolerancia al cambio y a lo desconocido. En las aulas se abusa del
pensamiento dicotómico; es decir, la tendencia a dividirlo todo y a
todos en grupos que se excluyen mutuamente, creando una polari-
zación reduccionista de la realidad y de los aprendizajes, por ejemplo,
los polos bueno-malo, correcto-incorrecto. Esta simplificación de la
realidad es absurda y totalmente favorable a los prejuicios que repro-
ducen la ignorancia, tanto en personas alfabetizadas y analfabetas.
e) Baja o ninguna autoestima. Es un tremendo bloqueador de la crea-
tividad y los procesos de reforma en las aulas; esto quiere decir que
el juicio valorativo realizado por los individuos acerca de sí mismos,
es demoledor y auto-flagelante. Las personas con baja creatividad
se perciben como dependientes, toman muy en cuenta los juicios
ajenos, sufren en exceso por las valoraciones negativas de su labor y
nunca están seguras de sus méritos.
f) Las presiones sociales también influyen negativamente. El desa-
rrollo de la creatividad y un ambiente de libertades en la enseñanza
y los aprendizajes se deterioran, cuando las estructuras educativas
fomentan la conformidad con la conducta colectiva. En la mayoría
de los casos, el estudiante se convierte en un receptor pasivo, poco
cuestionador de la información y de su entorno. Frente a esta situa-
ción, el estudiante está de acuerdo con la opinión colectiva, siendo
susceptible de caer en la manipulación y entrando en serio des-
acuerdo con sus convicciones personales.

Hasta ahora, las reformas educativas en Bolivia dejaron de lado la


estructuración de programas que movilicen diversos recursos psicoló-
324 gicos relacionados con el comportamiento creativo. No se aprecian los
elementos afectivos y motivacionales, orientados a liberar al estudiante
de lo que pueden ser sus bloqueos para inspirar la creatividad, dán-
dole seguridad en el desarrollo de sus propias posibilidades creadoras
e incitándole a ampliarlas u optimizarlas.
No se incorpora como factores importantes en los talleres de tra-
bajo la importancia de lo interactivo, lo emocional y la capacidad de
comunicación. Esto disminuye las capacidades del estudiante para su
expresión individual, el manejo de estrategias y la utilización exitosa de
recursos cognitivos (Cf. De la Torre, 1998; De la Torre y Moraes, 2005).
Si bien el perfeccionamiento de los medios y métodos de enseñanza
contribuye a activar el proceso de aprendizaje, no resultan suficientes
para lo que se considera esencial a los fines del desarrollo de la crea-
tividad. El alcance de metas ideales en la reforma educativa, implica
haber involucrado realmente a los alumnos en sus propios procesos de
aprendizaje, pues solamente así se los convierte en sujetos reales con
la capacidad de incorporar y producir conocimientos de forma per-
sonalizada, activa, apasionada, creativa y transformadora. Esto lleva
a concluir que las estructuras de aprendizaje y evaluación del sistema
educacional adquieren formas tradicionalistas a partir de posturas
pasivas y despersonalizadas. No se ha logrado percibir a los estudian-
tes como personalidades distintas, con diferentes niveles de desarrollo
motivacional e intelectual y diferentes áreas de intereses específicos.
Los estudiantes de escuelas públicas o privadas no están ajenos a estos
factores y las reformas educativas tampoco han incorporado métodos
activos y productivos de enseñanza. Con las prácticas tradicionales,
los alumnos devienen en elementos pasivos del proceso desde el prin-
cipio, pues le vienen formalmente dados los objetivos del contenido 325
académico que ellos deben asumir, tanto en el currículum de estudio,
como en las futuras prácticas laborales.
La creatividad ha ido cobrando importancia en distintos ámbitos
profesionales, justamente por su aplicabilidad en varias esferas del
conocimiento y la investigación. Además, la necesidad de favorecer el
desarrollo de una personalidad creativa implica tomar en cuenta fac-
tores como la fluidez o productividad, que consisten en la capacidad
de encontrar una gran cantidad de respuestas, soluciones y posicio-
nes flexibles que se oponen a la rigidez, inmovilidad, incapacidad de
modificar comportamientos, actitudes o puntos de vista, a la imposi-
bilidad de ofrecer otras alternativas o variar en la ruta y en el método
aprendido. Hacer uso de la flexibilidad proporciona la posibilidad de
transformar la información y esto supone una adaptación rápida a
situaciones nuevas.
Por esta razón se considera importante y útil que en una reforma,
todo contexto educativo considere a la creatividad como un instru-
mento que permite al sujeto potenciar y desarrollar capacidades como
la tolerancia a la ambigüedad, deseo de enfrentar riesgos, aprender más
de sí mismos, de las situaciones sorpresivas, tener coraje para asumir
las ideas propias y confianza en uno mismo.
En la práctica docente y en el proceso de enseñanza-aprendizaje, no
siempre se considera que las aportaciones más originales y creativas
surgen en climas de seguridad psicológica, en situaciones en las que el
docente fomenta y valora la exteriorización de ideas personales. Tam-
poco se toma en cuenta que el sistema de comunicación es vital para
el desarrollo de los recursos que construyen la personalidad y contri-
326 buyen a la regulación del comportamiento creativo. El clima creativo
en el salón de clase se expresa en una relación creativa entre el maestro
y el alumno, además de una relación grupal creativa. Esto se obtiene
a partir de un conjunto de recursos que el docente debe ser capaz de
desplegar de forma sistemática, auténtica y decidida.
Una de las características de los sistemas de estimulación creativa
es la autonomía e independencia de funcionamiento respecto a varian-
tes externas al sistema. La imposición, coacción y manipulación están
reñidas con la creatividad. El sometimiento resta iniciativa, movilidad
y la búsqueda de alternativas. No se puede valorar como creativo a un
sistema o modelo que depende de componentes externos para funcio-
nar. Por lo tanto, es importante crear un contexto de pertenencia que
lleva a implicarse y, en consecuencia, a mejorar la cultura de convi-
vencia y bienestar social.
Para analizar los factores relacionados con la productividad y eficien-
cia en las aulas, o las desventajas de un sistema educativo, es importante
evaluar la creatividad de los educandos con el objetivo de diagnosticar
si el contenido académico propuesto y la metodología de enseñanza,
incentivan el pensamiento, actitud y aptitud creativas, permitiendo que
el estudiante desarrolle mayor flexibilidad y apertura a nuevas experien-
cias. A partir del aprendizaje de nuevas habilidades de razonamiento,
surge la plena utilidad del pensamiento divergente en la búsqueda de
nuevas visiones, objetivos o medios, rediseñando lo hecho hasta ahora
y alterando los marcos de acción vigentes (Contreras, 2005: 16).
Finalmente, es crucial reconocer el valor social de la creatividad en la
sociedad boliviana. Verlo como garantía de bienestar colectivo y perso-
nal, en un contexto como el nuestro, requiere replantear la educación 327
en términos de innovación y cambio social de las instituciones y situa-
ciones políticas. En palabras del Saturnino de la Torre, “la creatividad
es fruto de la interacción sociocultural y sólo será plena cuando engendre
mejoras sociales y culturales”.

Conclusiones y recomendaciones: hacia la


construcción de un modelo de calidad educativa
La implementación de cualquier reforma educativa requiere la con-
sideración extensa de la calidad como filosofía en todo el proceso de
transformación; es decir, la ejecución de un proceso de mejora continua
(que no tiene fin) que satisfaga las necesidades y expectativas razonables
de una sociedad. Este mejoramiento exige el involucramiento responsa-
ble y comprometido de todos quienes dirigen, participan y se benefician
directa e indirectamente de este proceso.
Bajo esta consideración, el concepto de educación cambia, pues ya
no se habla de una educación tradicional orientada hacia la transmisión
memorística de conocimientos, sin importar que éstos sean empleados
productivamente; más bien se trata de que la transmisión de conoci-
mientos sea aprovechada para crear, innovar, inventar, modificar el
comportamiento humano hacia tolerancia, colaboración e inspira-
ción permanente. La calidad educativa, bajo el concepto de calidad
total o mejoramiento continuo, debe apuntar a una transformación
en dos niveles:

a) A nivel individual, por medio de un cambio de actitud que permita


la autovaloración, capacidad de decisión y autoconocimiento.
328 b) A nivel grupal, a través de un cambio de actitud propositivo respecto
de la convivencia grupal, solidaridad, cooperación y conservación del
medio ambiente. La solidez de estos aspectos se traduce en compe-
titividad y excelencia, necesarios para lograr desarrollo económico
y bienestar social.

El alcance de una educación con excelencia será la visión que rondará


el empleo de una gestión con calidad en todo el proceso de transfor-
mación que requiere un país. Lograr el mejoramiento educativo para
incrementar el nivel de aprendizaje, no sólo de los escolares, sino tam-
bién de los universitarios y la sociedad boliviana en general, es un
desafío diario que no es fácil porque depende de la formulación clara,
actualización y perfeccionamiento de varios estándares educativos, pues
éstos ofrecen una perspectiva realista de lo que debería hacerse y cuán
bien debería hacerse.
En el ámbito mundial, existen tres grandes tipos de estándares edu-
cativos que guardan estrecha relación entre sí (Ravitch, 1996: 8 y ss.):

• Estándares de contenido o curriculares. Éstos describen lo


que los docentes debieran enseñar y lo que se espera que los estu-
diantes aprendan.
• Estándares de desempeño. Definen grados de dominio o nive-
les de logro escolar.
• Estándares de oportunidad para aprender o transferencia
escolar. Disponibilidad de programas, personal, recursos finan-
cieros, tecnológicos e infraestructura.

Estos tres tipos de estándares educativos son los que proporcionan un 329
paso inicial, aunque no decisivo, para impartir una educación unitaria
y de calidad, pues la efectividad de éstos depende de que el diseño de
estándares de contenido y desempeño sea libre de interferencias políticas
y sólo esté a cargo de especialistas actualizados. La identificación de
cualquier estándar tiene que estar correctamente implementado, ser
considerado como guía pero tampoco esperar estándares inalcanzables,
a menos que los núcleos educativos cuenten con suficientes recursos y
los administren de forma eficiente.
Muchas veces, el establecimiento de estándares ha sido cuestionado y
originado una serie de actitudes resistentes provenientes de los siguientes
escenarios: a) por parte de los gobiernos, al destinar fondos económi-
cos a centros educativos públicos, en este caso hay un temor a observar
malos desempeños a pesar de subvencionar la educación; b) por parte
de la sociedad misma, considerando que el diseño curricular de algunos
colegios, muchas veces es insulsamente exigente; c) por parte de los
mismos centros educativos, al crear un statu quo en la actualización
curricular; éstos hacen lo que siempre hicieron, resignándose a creer
que el desempeño escolar invariablemente será promedio. Esto es sola-
mente una consecuencia de la falta de aplicación de la calidad como
filosofía en el proceso de transformación educativa.
Todo parámetro de medición es bueno, en tanto pueda definirse con
claridad qué debe enseñarse y qué clase de desempeño se desea obtener.
¿Qué y cómo deben aprender los estudiantes para tener éxito, no sólo
en el colegio, sino también en la universidad, en la vida profesional y
personal? ¿Están los estudiantes aprendiendo y lo están haciendo tanto
como deberían? El método de implantación, tiempo, control, evaluación
330 y retroalimentación de resultados de la aplicación de dichos estánda-
res, proporciona un valor útil en el mejoramiento educativo. Aplicar
la reforma educativa bajo este enfoque de calidad total, absolvería una
serie de dudas a través del tiempo.
La filosofía de calidad total en la construcción de un sistema edu-
cativo, orienta a las sociedades modernas a generar altos niveles de
enseñanza y aprendizaje que satisfagan plenamente las necesidades y
expectativas de una competitividad mundial. Bajo este panorama, un
modelo educativo que genere estándares excelentes de aprendizaje en la
sociedad debe considerar los siguientes factores:

1. Visión. Generar una concepción clara de lo que se cree que debería ser
el futuro del sistema educativo de un país ante los ojos de sus habitan-
tes, ante los ojos de países similares, y ante las sociedades mundialmente
competitivas. Esto logrará conducir esfuerzos en una sola dirección.
2. Liderazgo. Incorporar la gestión del liderazgo como herramienta básica
de unificación de compromisos y esfuerzos hacia la consecución de obje-
tivos bien definidos. En tanto exista una guía que motive a las personas a
creer en sí mismas y en el proyecto que desarrollan, se logrará llevar sus
capacidades a límites inesperados. La implantación de cualquier modelo
o reforma, requiere de la participación de verdaderos líderes que guíen y
ayuden a sus seguidores o colaboradores a lograr objetivos, reduciendo
las resistencias al cambio.
3. Gestión del talento. Las personas aumentan o disminuyen sus fortalezas
y debilidades en cualquier organización, dependiendo de cómo se las trate
(Chiavenato, 2002: 10). Si el capital más valioso del mundo es el capital
intelectual, es imprescindible considerar procesos de gestión del talento
humano al interior de un modelo de reforma educativa. Esto supone 331
definir estándares que encaminen e indicadores que permitan evaluar el
desempeño humano en dos esferas: a) profesorado, para diagnosticar y
mejorar los procesos de enseñanza; b) alumnado, para diagnosticar y per-
feccionar los procesos de aprendizaje.
En el ámbito docente, se requiere monitorear cuán motivados están, si
cuentan o no con estimulaciones que ayuden a intensificar su desempeño,
si esos motivadores son suficientes o no, si cuentan con programas de
entrenamiento que ayuden a mejorar su desempeño laboral, si el ambiente
laboral es armónico, si cuentan o no con evaluaciones de desempeño y si
éstas son empleadas con retroalimentación para mejorar sus debilidades.
En el ámbito de los alumnos, ¿cuál es su rendimiento académico?, si
éste refleja lo que verdaderamente aprenden. ¿Aprenden tanto como debe-
rían? ¿Cuán motivados están? ¿Qué los impulsa a mejorar su desempeño?
¿Éstos son suficientes? ¿En qué momento necesitan programas de ayuda
adicional?, y si los ambientes de enseñanza son afectivos, desafiantes y
retroalimentan sus resultados de aprendizaje.
4. Gestión curricular. Aquí es vital promover el diseño, elaboración,
ejecución, evaluación y actualización de procesos apropiados para la imple-
mentación curricular en las aulas. Los programas curriculares amplios
y desafiantes, aseguran el incremento de la calidad educativa, ya que el
éxito es atribuible al esfuerzo y no a las aptitudes.
Todos los procesos de aplicación práctica en las aulas, tienen que orien-
tarse hacia el trabajo en equipo entre los maestros para definir la (s)
metodología (s) de enseñanza (s), programas de apoyo especial a estu-
diantes, programas de entrenamiento a docentes, empleo de material
bibliográfico, programas de evaluación a estudiantes y docentes, así como
332 el establecimiento de mecanismos que permitan determinar el impacto
benéfico de la gestión curricular aplicada; es decir, la definición de están-
dares o indicadores que ayuden a evaluar los resultados.
5. Gestión de los recursos materiales. Asegurar la administración eficiente
de los recursos financieros, logísticos, tecnológicos e infraestructurales
para garantizar el desarrollo educativo con calidad.
6. Alianzas estratégicas. Desarrollar prácticas de articulación con actores u
organizaciones que contribuyan a mejorar la calidad de enseñanza-apren-
dizaje en los establecimientos. La interacción e intercambio de experiencias
entre instituciones educativas favorece el aprendizaje profesional (compartir
las mejores experiencias y prácticas de enseñanza, por ejemplo). Pueden
definirse un cúmulo de prácticas que contribuyan al desarrollo académico,
comunal o de colaboración con organismos locales, empresariales, etc.
7. Evaluación de resultados. Los procesos evaluativos ayudan a determinar
en qué medida están siendo alcanzados los objetivos propuestos, respecto
de los estándares o indicadores definidos para tal efecto (Cf. Ruano, 2010).
En el mejoramiento educativo, es determinante abordar la evaluación
de resultados como: a) una cultura orientada a conocer permanentemente
la progresión y tendencia de los procesos de enseñanza y aprendizaje; b)
una evaluación por competencias orientada hacia el análisis de desempeño
de las personas en diferentes contextos, a la luz de sus conocimientos;
c) un proceso de diálogo y concertación donde la población evaluada,
docentes, alumnos y otros, podrán aportar contribuciones significativas
a partir de análisis comparativos con otras instituciones, como referentes
para reflexionar sobre los resultados obtenidos y así poder efectuar planes
de mejoramiento; este es el corazón de toda retroalimentación. 333

La interacción social y los intensos debates rinden cuenta sobre la


calidad educativa, ¿qué aprendimos y cómo podemos emplear todos
nuestros conocimientos para resolver los problemas sociales más funda-
mentales? Estamos frente a las puertas de grandes innovaciones, porque
de lo contrario sería muy triste abandonarnos nuevamente en la indi-
ferencia, o peor todavía, sumergirnos en una cadena de mentiras para
engañarnos a nosotros mismos, cuando en realidad es una obligación
avanzar y remontar los obstáculos estructurales de nuestra educación.

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III
Transformación de la educación: la
verdadera apuesta de futuro

La educación debe ser nuestra apuesta más sólida de cara hacia el


futuro. En el siglo XXI está plenamente demostrado que las revolu-
ciones en materia de información, tecnología y comunicaciones han
hecho de la educación un patrimonio fundamental para el desarrollo
económico, social, político y estratégico de cualquier sociedad. Esto es,
por demás evidente y fuera de toda duda. Sin embargo, la educación 337
en varios países de América Latina y Bolivia, es un completo desastre:
repetitiva, carente de creatividad, sin estándares de calidad competi-
tivos, con profesores sindicalizados que sólo buscan mejoras salariales,
superficial y sin las fuerzas para estimular en los estudiantes la auto-
formación disciplinada y productiva. Aún es un tema pendiente en la
lista de aspectos primordiales que requieren una profunda reforma. Por
esto, es imprescindible comprender que las reformas institucionales y
políticas, deben, necesariamente, viabilizar varias propuestas donde
se establezca que para ingresar en cualquier institución escolar o de
profesionalización, jamás rija algún tipo de discriminación étnica o
por razones de género para marginar a las mujeres y los grupos pobres.
Simultáneamente, todos los colegios deben reforzar una práctica
antigua: tomar exámenes y realizar pruebas de distinta índole para
evaluar rigurosamente el desempeño de todos los estudiantes. En la
actualidad se han relajado las formas de evaluación, sobre la base de un
argumento endeble y casi absurdo: no podemos evaluar con la misma
vara a todos porque las inteligencias son múltiples y debemos respetar
la libertad de cualquier estudiante, así como evitar mellar la autoima-
gen o autoestima.
En resumen, dejar pasar y dejar hacer, incluso las conductas antiaca-
démicas de tantos holgazanes que abundan en los sistemas educativos.
Este supuesto está equivocado y siempre estuvo atrapado en prejui-
cios y una actitud facilista de profesores y directores. No; es un error
dejar de evaluar con seriedad a los estudiantes. La educación debe dar
oportunidad de aprendizaje a todos pero cerrar las puertas de aquellos
que simplemente buscan aprovecharse y destruir la calidad educativa.
338 En relación con la política educativa, el Estado deberá promover
la no discriminación y la igualación de oportunidades de las mujeres
respecto a los varones, mediante la incorporación de sus derechos en
la malla curricular de todos los niveles de educación, promoviendo un
conjunto de mecanismos de ingreso a todas las instituciones de forma-
ción académica profesional.
La matriculación de las mujeres en escuelas, universidades e institu-
tos técnicos se incrementó exponencialmente. El acceso de las mujeres
a la educación ha mejorado substancialmente en Bolivia y América
Latina. Sin embargo, los niveles de violencia y discriminación tienden
a reducirse muy lentamente. El acoso laboral, sexual y los intentos de
abuso incluso en las calles, muestran que todavía se considera a las
mujeres y varios grupos vulnerables, como ciudadanos de segunda clase.
La mujer es vista como un instrumento de placer y maternidad pero
jamás como un protagonista de cambio y transformación educacional.
Eliminar y reducir drásticamente la violencia en contra de las muje-
res, equivale a reformar la educación para que el desarrollo científico
y la revolución de los conocimientos preparen a las mujeres para un
proceso de autodeterminación, más allá de la ideología de género. Las
organizaciones y el activismo feministas, solamente han servido para
beneficiar a algunas mujeres con ínfulas de líderes pero como una
pobre capacidad para cambiar la praxis cotidiana de la violencia y la
discriminación sexual. De hecho, un indicador de mala calidad educa-
tiva se expresa en la violencia sutil y declarada a las mujeres que tanto
daño sigue haciendo. Si hubiera buenos estándares de calidad educativa,
entonces explotaría también la cantidad de mujeres educadas, científi-
cas y capaces de actuar más allá de simples eslóganes ideológicos para
influir en la economía del conocimiento y la información del siglo XXI. 339
La educación también debe ser laica porque así el Estado garanti-
zaría la enseñanza de la pluralidad religiosa, sin imponer ni inducir
a optar por cualquiera de las religiones. Este principio que también
parece tan elemental, muchas veces se disuelve. No es suficiente que la
educación laica sea un precepto constitucional, sino que debe ser una
práctica ligada a la calidad científica, relacionada con un sentido de
libre creación en el pensamiento, tolerante y, sobre todo, impulsora de
la autodeterminación personal de todo ciudadano que es igual frente
a otros y ante los ojos del Estado y del mundo.
El sistema educativo debe, necesariamente, globalizarse y conver-
tirse en bilingüe: español-inglés. Además, deberá también existir una
permanente evaluación y regulación de calidad ligada a estándares
internacionales, de manera que Bolivia asuma, urgentemente, las prue-
bas del Programa Internacional de Evaluación de Alumnos (PISA) de
carácter internacional para medir permanentemente su desempeño de
manera obligatoria.
Por lo tanto, se propone que en cuanto a la definición de políti-
cas, gestión y fiscalización, la educación sea comunitaria a través de
la participación de sus actores más importantes como padres de fami-
lia, representados por sus organizaciones legítimamente constituidas,
docentes, estudiantes y organizaciones sociales existentes en el territo-
rio o área de influencia de cada unidad educativa. Pero este sentido de
organización comunitaria, debe estar regido por códigos de responsa-
bilidad científica, intelectual y defensa de ideas transformadoras. La
educación comunitaria no tiene nada que ver con el tráfico de indul-
gencias para dar a las masas la peor educación y el oportunismo para
340 ocultar la necesidad de esforzarnos por descubrir conocimientos desde
la niñez. La educación comunitaria es el ejercicio de la co-responsabi-
lidad en las políticas y con los estándares de educación.
Hoy día, los contenidos curriculares siguen siendo totalmente dife-
rentes cuando se trata de las escuelas privadas frente a aquellos que
provienen de las escuelas fiscales o rurales, porque de esta manera se
refuerza la desigualdad. Esto debe ser cambiado. Los contenidos curri-
culares tampoco incorporan una mirada de equidad de género que se
convierta en una práctica cotidiana para vencer la violencia y discrimi-
nación contra las mujeres. Un solo currículum educativo es vital pero
ligado a los mismos estándares exigentes, de alta calidad y abiertos a
dar oportunidades. La verdadera clase dominante no es aquella que
domina por tradición, política o por dinero, sino porque tiene élites
intelectuales, globalizadas y abiertas al conocimiento, a la crítica y la
lucha en contra de la desigualdad de oportunidades.
Una vez más es muy importante transformar y despatriarcalizar
profundamente la educación en Bolivia. Insertar estándares de buena
calidad es imprescindible. Abrir el escenario para la creación y la creati-
vidad científico-intelectual es una misión obligatoria. La educación debe
aportar a este proceso eliminando los privilegios de los hombres o los
grupos favorecidos por el mercado. Este horizonte político transmite la
necesidad de practicar en cada momento el “principio de equidad” que
nos asegura un futuro abierto a constantes vientos de democratización.
Equidad con calidad educativa, es la llave del éxito para fundar una
economía del conocimiento que convierta a las escuelas en los nuevos
centros de transformación, más allá de la retórica religiosa, de género,
izquierda, indigenista o cualquier otro pasatiempo, cuando lo que se
requiere es estudiar, superar exámenes difíciles y crear conocimientos 341
hasta el grado de vivir de las ideas.
TEORÍA, POLÍTICA
Y PENSAMIENTO
ABIERTO
I
Pensar y seguir creyendo: Una
interpretación sobre la política de la biblia
345

Introducción
El mundo social sigue siendo un escenario de rituales religiosos inaca-
bables. En el área andina de América Latina, especialmente en Bolivia,
Perú y Ecuador, el credo religioso con frecuencia nos arroja hacia los
fetos de ovejas, dulces, inciensos y alcohol; preparados especiales para
una mesa de sacrificios en honor a la madre tierra o Pachamama. Estas
prácticas simbólicas son expresión de la religiosidad en el mundo andino
de los aymaras y quechuas que se han mantenido hasta el siglo XXI.
La historia latinoamericana está envuelta de alegorías, entre las que se
destacan los mitos prehispánicos de Thunupa, Pachacamac, Viracocha,
Apo Katequi y Maco Capac. Seres extraordinarios, algunos miembros
de la más fina prosapia incaica que, una vez muertos, son elevados a
la categoría de dioses para proteger al mundo andino, orientando la
vida colectiva de los ayllus pero, simultáneamente, del conjunto de las
sociedades modernas donde conviven las contradicciones no coetáneas
a las cuales se refería Ernst Bloch; es decir, la pervivencia de dife-
rentes tiempos que como estratos profundos entremezclan el pasado
pre-colombino con la postmodernidad actual. Las teorías filosófico-so-
ciológicas de Niklas Luhmann son capaces de reflexionar la genealogía
de las religiones como estructuras de significado, o como un sistema
de comunicaciones. Esto da lugar a una filosofía de la cultura donde
la creencia en un ser supremo, junto con la posibilidad de una vida
más allá de lo material y terrenal, se convierte en un tipo de utopía que
cohesiona los lazos sociales y hace de la convivencia cultural un sitio
346 seguro. Seguro para vivir y para pensar en lo divino: caldo de cultivo
de un sentido para nuestras existencias.
La religiosidad es un hecho sociológico y un referente filosófico pre-
ñado de simbolismo y cosmogonía que hoy se convierte en intensas
creencias para cualquier estrato social. En unos casos, se busca la cone-
xión con una trascendencia que ofrece un más allá consolador, mientras
que en otras situaciones, lo más llamativo es la dialéctica de oposición
complementaria entre hembra y macho, arriba y abajo, e izquierda y
derecha como todavía lo muestran los ayllus o las comunidades amazó-
nicas. Polos bifurcados que definen la identidad cultural indígena y las
prácticas religiosas de las grandes urbes donde se habla intensamente
de un retorno o resurgimiento de la Religión como respuestas filosófi-
co-metafísicas al margen de la racionalidad instrumental.
En América Latina pueden rastrearse claramente las creencias reli-
giosas que inter-relacionan el Catolicismo con lo “trascendentalmente
Otro” del mundo andino-amazónico: los dioses que habitan las altu-
ras circundadas por el dominio de los cóndores, junto a la Cruz del
sacrificio cargado de valores en el mundo de la vida familiar contem-
poránea. El viento sopla por la fuerza de Apus, Achachilas y Apachetas,
dioses que gobiernan los nevados: Aconcagua, Chimborazo, Sajama e
Illimani. Los dioses míticos son muy exigentes y demandan compro-
misos inexplicables, por lo que una expiación es imprescindible para la
vida de una comunidad rural o urbana. Si el Cristianismo trascendió
por 20 siglos, fue porque las estructuras sociales están entretejidas de
imaginarios respecto a una vida después de la muerte. La religión como
filosofía de la cultura es una preocupación inmanente, expresándose
al mismo tiempo como estructura ideológica que debemos explicar.
La religión es un componente de la conciencia colectiva en las ciuda- 347
des y las comunidades rurales. Para muchos, los dioses otorgan poder a
las autoridades, rigen el derecho y enseñan el camino por donde transi-
tar a lo largo de los siglos. En la sociedad moderna o post-moderna nada
está más allá o fuera de la religiosidad. A lo largo de América Latina,
antes de la conquista española, la personalidad indígena probablemente
estaba dominada por una fuerza predominantemente masculina. Las
culturas andinas del Incario eran guerreras y Viracocha, dios mascu-
lino, constituía el símbolo del poder y la virilidad; sin embargo, después
del trauma político y cultural de la opresión colonial, la personalidad
andina tal vez se feminizó, razón por la cual Viracocha dio paso a la
preponderancia de la Pachamama. Si la personalidad andina contem-
poránea es en cierta forma sumisa y doble, las sociedades modernas
son también religiosas y creyentes, al mismo tiempo que desencanta-
das y dominadas por la Razón occidental iconoclasta.
Por cumplir con los designios de la Pachamama, los creyentes andi-
nos o cholo-mestizos como son llamados en Bolivia, Perú y Ecuador,
suelen ofrecer libaciones de todo tipo para obtener diversos favores
insondables, valorando también el pésame de la semana santa cató-
lica, aunque la historia del pueblo judío y la Biblia, tengan poco que
ver con las tradiciones ancestrales de América Latina. Súbitamente, la
contemporaneidad confunde miles de años de historia y las creencias
religiosas andinas, judeo-cristinas u orientales, dan lugar a una serie
de expectativas para explicar la situación actual del Hombre y su des-
tino terrenal.
El alcohol junto con la embriaguez o inclusive el uso de drogas,
representan una obligación en las fiestas patronales, por ejemplo para
348 el Día de los Muertos en México y Bolivia. El incienso purifica todo
dominio religioso, al mismo tiempo que los ritos de sangre (simbóli-
cos o reales) siguen constituyendo un recurso para alimentar el fulgor
divino. ¿Es la religión una preocupación únicamente filosófica, o exis-
ten formas más científicas para comprender sus alcances en los sistemas
sociales? Este artículo intentará responder de manera general a dicha
problemática: la creencia en algo supremo pero improbado, utilizando
como marco de referencia algunas lecturas que provienen de las teorías
de Luhmann, abordando también la necesidad de repensar la biblia
como manifiesto político que transmite la oferta de un más allá como
figura política, cuyo propósito es visualizar un nuevo orden que otorgue
sentido a nuestras existencias, aunque sea desconocido, sobrenatural
o inclusive absurdo.
El misterio que rodea toda práctica religiosa no es sino un fuego de
artificios y formas alternativas de racionalización. Avanza paralelamente
al crecimiento de la fe y la seguridad en que se debe sacrificar para
la Madre Tierra o para Cristo redentor. Las sociedades contemporá-
neas no se han secularizado de manera drástica ni absolutamente. La
Razón de la Ilustración aún convive con la búsqueda incesante de lo
sagrado, de aquello inalcanzable pero pacificador: el mañana mesiánico
como esperanza futura al lado de fuerzas divinas, pero también como
consciencia vigilante donde la razón crítica, aparentemente comparte
espacios con la teología, la utopía y la misma epistemología, según
algunos teóricos de la Escuela de Frankfurt, por ejemplo, Theodor W.
Adorno y Max Horkheimer50.
En pleno siglo de las revoluciones tecnológicas de la comunicación
y la sociedad global como solía pensar Luhmann, no representa un
exotismo escuchar que en Bolivia surjan rumores (o tal vez experien- 349
cias reales) donde en muchos edificios, puentes o casas de las grandes
urbes y sus alrededores, se rinda un culto insólito y sangriento para la
Pachamama con el objetivo de evitar su ira. En muchos casos se entie-
rran en los cimientos criaturas de llama, mientras que en la obras de
gran envergadura estaría permitido el sacrificio de seres humanos que
podrían ser depositados para rendir pleitesía a la mitología, luego de un
rito donde se los hace comer y beber profusamente hasta morir. Esto
tiene una relación con los sacrificios humanos del Incario y de los anti-
guos mayas, para quienes rendir pleitesía con la sangre humana, sobre
todo joven, era una exigencia moral y hasta erótica.

50 Adorno, Theodor W. Can one live after Auschwitz? A philosophical reader (edited by Rolf Tiedemann),
Stanford, California: California University Press, 2003. Consultar también: Solares, Blanca. “Max
Horkheimer o el anhelo de lo completamente otro”, en: Gina Zabludovsky (comp.), Teoría socio-
lógica y modernidad. Balance del pensamiento clásico, México, D. F.: Plaza & Valdés / UNAM 1998,
pp. 215-233.
Los artilugios de la fe ancestral, muchas veces tienen un enorme
contenido violento que, extrañamente, es asumido por los ciudadanos
de toda laya en tiempos post-modernos. La fe está simultáneamente
conectada con la razón científica, con las explicaciones que han des-
encantado al mundo actual y aún se transporta firme hacia diferentes
dimensiones que se resisten a reconsiderar lo religioso únicamente como
falsa consciencia. La Religión y toda expresión de religiosidad es parte
de la vida cotidiana, como afirma Luhmann, consolando el ánimo de
aquellos que buscan fortuna y explicaciones como parte del enigma que
circunda nuestro paso por este mundo, rodeados de espíritus benignos
y malignos, invadidos de supersticiones, cuentos, liturgias sangrientas,
racionalidades y utopías en medio de un baño de caos y orden.
350 ¿Podemos sospechar aquello que está en la mente de Dios para res-
ponder a las interrogantes de nuestra vida y nuestros vacíos? ¿Existe
una lectura política de la biblia? ¿En qué términos y cómo hallar una
mezcla de meditaciones espirituales junto con un sentido de acción para
asumir compromisos políticos? Muchas veces, el hecho de separar la
dimensión religiosa espiritual del mundo político se presenta como si
fuera un ejercicio sin sentido porque constituiría una suerte de arro-
gancia intelectual. Aquí surge el sentido político de la biblia, que sería
un desafío pagano para algunos e inclusive un intento doloroso por la
posibilidad de encontrar explicaciones y respuestas únicamente imper-
fectas, es decir, humanas.
La lectura política de la biblia plantea la necesidad de poseer conoci-
mientos históricos y teológicos, aunque representa una experiencia única
porque actualmente estamos lejos de cualquier interpretación oficial, o
al margen de recibir imposiciones institucionales que destruyen toda
espiritualidad. Acercarnos a las escrituras, firmes y con el propósito
de dialogar desde lo más profundo de uno mismo, es un esfuerzo para
reconciliar a la divinidad y los anhelos terrenales por preservar aquello
que denominamos fe. Asimismo, dicha fe es otro nombre para expresar
las pugnas psicológicas del ser humano que se debaten entre la exége-
sis y las incertidumbres en torno a Dios como producto de la cultura.
Leer libremente la biblia abre una serie de respuestas antropológi-
cas y políticas para repensar la ética y el existencialismo. El primer
episodio es romper con el temor de no entender la palabra de Dios, o
encerrarse en la derrota de creer que existe algo totalmente inescruta-
ble en cualquier texto bíblico. Si hubiera algo impenetrable, entonces
el hombre no podría comprender, ni su naturaleza ni la de Dios. Por
lo tanto, interpretar la biblia ayuda a pensar nuestra existencia y la fe 351
en términos antropomorfos, lo cual significa mirar la biblia como un
producto, simultáneamente sagrado, literario y humano.
Toda lectura flexiblemente honesta de la biblia que se proponga
conducir nuestra vida espiritual, obliga a que los hombres borren la
frontera entre el horizonte cognitivo para comprender los mensajes de
Dios y aquello que no sería posible entender. En el fondo, cualquier
mensaje bíblico puede ser aprehendido, dado el impulso existencial de
toda persona para vislumbrar los rumbos respecto a las preguntas: ¿de
dónde venimos y hacia dónde vamos?
Las historias más interesantes, son precisamente aquellas contenidas
en los evangelios donde se describe la vida, pasión y muerte de Jesucristo,
quien es al mismo tiempo un ser humano extraordinario y divino. A
diferencia de otras religiones, el cristianismo marcó una inmensa huella
en la historia, al mostrar de forma violenta e impresionante la manera
cómo Dios envió a su único hijo, sabiendo que sería sacrificado por
medio de una muerte tormentosa.
La lección es sorprendente porque el verdadero rey, es decir, el hijo
de Dios, es reducido a un hombre sencillo, humilde, sufrido pero
sobrenatural que predicó una política donde todo poder en la tierra es
relativo y débil al final de cuentas, pues los últimos serán los primeros
y los privilegios deberán convertirse en su opuesto: el servicio y sacri-
ficio con lo cual Jesús invitó a todos a seguirlo.
¿La vida de Jesús es un llamamiento existencial a ser como él?
¿Podemos alcanzar este desafío, o los evangelios son una metáfora que
instruye angustiosamente sobre los extremos a donde llega la maldad
humana? La biblia tiene varios núcleos políticos relacionados con la
352 utopía y la probabilidad de cambiar lo más hondo de nuestra identidad,
junto a la promesa de seguir vivos después de la muerte.
Leer la biblia implica caminar con confianza hacia una exégesis sin-
cera, reconociendo las incertidumbres sobre cómo imitar el ejemplo de
Cristo, pues esto exige subvertir cualquier orden injusto y destruir toda
forma terrenal de poder. Los horizontes políticos de la biblia chocan,
tanto con la secularización, como con el siempre presente dogmatismo
de las iglesias y el credo institucionalizado, aunque no desaparece el
sentido de un trascendentalismo de aquello que llamamos experien-
cia religiosa.

Las visiones de Niklas Luhmann


Si bien Luhmann desarrolló una importante teoría general compuesta
por elementos centrales como una teoría de los sistemas sociales, una
teoría de la comunicación, una teoría de la evolución, una teoría de la
diferenciación social y una teoría de las auto-descripciones, sus visio-
nes sobre la religión son bastante particulares. El sistema religioso tiene
que ver con la función que cumple la religión dentro de la sociedad,
es decir, qué significa administrar la inevitabilidad de la contingencia
comunicativa. Las creencias religiosas para Luhmann aseguran que la
comunicación sea exitosa dentro de la sociedad, expresándose por medio
de elementos espirituales que buscan trascender la existencia humana.
Esta trascendencia sería una meta-comunicación con un entorno posible,
es decir, situado más allá de la experiencia social, pero comunicando
mensajes hacia el espacio terrenal y estableciendo un sistema religioso
como comunidad de pecadores. Al mismo tiempo, se lleva a cabo una
diferenciación más desarrollada: una sociedad secularizada. En esta
perspectiva, la teoría sociológica debe comprender claramente de qué 353
manera se transita del ritual al dogma y viceversa51.
El rito sería propio de las sociedades arcaicas y segmentarias donde
impera una comunicación religiosa caracterizada por la oralidad (una
retórica), mientras que el dogma religioso distingue a las sociedades
más avanzadas donde la comunicación está mediada por la escritura y
los materiales impresos, surgiendo condiciones de diferenciación fun-
cional. El problema del dogma, parece sugerir que la religión requiere
una comunicación más sistemática y totalizadora si busca convertirse
en una doctrina; es decir, en un patrón de comportamiento con pre-
tensiones de universalidad y con postulados sobre el pasado, el presente
y el futuro.

51 Luhmann, Niklas. Sociología de la religión, México: Herder, 2010.


Este sistema de comunicación habría funcionado de manera simi-
lar al sub-sistema de la ciencia, cuyos dogmas representan circuitos de
información pero secularizados; sin embargo, el punto de partida ini-
cial es la religión, que en sus orígenes poseía una rica imaginación sobre
el universo, sus orígenes y destino, cambiando después sus orientacio-
nes para transformarse en un conjunto de instituciones que requieren
restringir aquella imaginación con regulaciones sociales para funcionar
como una comunicación más eficiente en términos de poder, tanto
dentro del sub-sistema social, como para el ejercicio del poder que se
impondrá sobre los diferentes individuos conectados con la comuni-
cación religiosa52.
Para Luhmann, lo sagrado en la sociedad logró combinar, por una
354 parte el tratamiento pragmático de los objetos religiosos, rico en astu-
cia y determinado por la situación de las sociedades segmentarias, con
la segregación y el misterio de los signos respecto a Dios y su doctrina
racionalizada en la tierra por las iglesias de la sociedad moderna. En las
sociedades antiguas la comunicación funciona al interior de los lími-
tes entre lo familiar y aquello no familiar, conocido y no conocido;
el fenómeno religioso es entendido por casi todos los miembros de la
sociedad de una forma similar. La función de la religión arcaica es brin-
dar sentido al mundo que es entendido como un sufrimiento desde la
perspectiva humana. Por lo tanto, lo sagrado invade todo aspecto de
la vida debido a que el mundo es experimentado por todos como un
misterio y un secreto pero también como una revelación.

52 Cf. Luhmann, Niklas. “El proceso de diferenciación de la religión”, en Sociología de la religión, ob.
cit., pp. 195-286.
Lo sagrado es el imperio del misterio aunque no se habla de la muerte
como una situación relacionada con el más allá; sin embargo, la creen-
cia en algo sagrado tiene el propósito de comunicar que quien muera
no se perderá en la nada sino que podría reconciliarse con la llegada de
la felicidad. ¿No es la muerte, incluso para los que creen en la inmor-
talidad del alma y el cuerpo, el verdadero misterio?
La lectura de Luhmann muestra que el hombre moderno raciona-
lizó lo sagrado y así perdió el significado profundo de lo que significa
la sacralidad. De cualquier modo, la cultura como estructura de sig-
nificaciones protegió el sentido religioso para darle un lugar nuevo: el
misterio sobre la mortalidad. El miedo a reconocerse como un ser insig-
nificante y mortal hace que la religión refuerce y reinstale la conciencia
de lo sagrado. Asimismo, la vivencia de lo sagrado, en la antigüedad 355
o actualmente, no es racional, sino una experiencia “primigenia”: el
hombre está indefenso frente a la metafísica de lo inexplicable identi-
ficado con las divinidades. Lo santo, sagrado y misterioso no pueden
definirse pero podemos darle un sentido ligado a los dioses. La repre-
sentación de lo divino entrañaría tres significados complementarios:
a) el sentimiento de dependencia al haber sido creado por algo sobre-
natural; b) el sentimiento de ambivalencia de lo experimentado como
espiritualidad ligado a lo supremo que es inmortal e imperecedero; y c)
el misterio tremendo de la muerte caracterizado por la insignificancia
del ser humano, indefenso ante las fuerzas de la naturaleza y total-
mente inerme frente a la finitud de todo.
El sentimiento de dependencia definiría a lo sagrado que no siempre
podría ser de origen divino. En la sociedad funciona otro tipo de depen-
dencias que no son religiosas ni sagradas. En Luhmann, la función
de la religión como una “estructura y forma de comunicación total”,
tiende a mostrar cierta ambivalencia dentro de la experiencia sacra;
sobre todo, en las relaciones de atracción y repulsión, en el llamado y
el rechazo que caracteriza a la experiencia del misterio tremendo, que
en la biblia se identifica con la expulsión de los hombres del Paraíso, la
muerte del hijo de Dios hecho hombre y el Juicio Final que oprimirá
al hombre bajo la forma de un Apocalipsis. El misterio se presenta de
maneras diversas: representaría el suave flujo del ánimo que busca res-
puestas sobre cómo es posible la existencia del mundo y el universo, a
partir de expectativas trascendentales. Lo misterioso también se expresa
en una conducta social vista como súbito estallido del espíritu, mez-
clando lo feroz, el sentido de lo bueno y malo, e incluso lo demoniaco
356 junto a lo divino.
Por otra parte, lo tremendo es el miedo que podría manifestarse
en el terror de Job hacia Dios. Todo hombre sería un ser atemorizado
y muchas veces enfurecido con Yahveh. En el Libro de Job del Anti-
guo Testamento existen los extremos de lo tremendo: la lucha entre
Dios y el diablo en la cual habrá de triunfar el Señor, pero dejando la
puerta abierta para una profunda decepción y permanente tristeza en
el Hombre que lamenta haber sido víctima del egoísmo de Dios y su
poder vanidoso que lo hace sufrir y lo humilla. Además, lo que hace
que el misterio sea tremendo, representa también su inaccesibilidad,
su energía, la pasión que despierta y los impulsos que promueve. El
hombre estaría atrapado en medio de dudas que se orientan sacramen-
talmente hacia la divinidad, o amarrado sacramentalmente hacia el
mal: el ser humano mata y muere porque puede ser conducido hacia
el bajo mundo. En Luhmann, la religión es un tipo de comunicación
tremenda y totalizadora capaz de invadir todo el sistema social, aguan-
tando el paso del tiempo histórico.
El misterio de Dios y lo sagrado nos conduciría hacia lo admira-
ble, asombroso y a la contemplación. Este es el origen y la función de
comunicación que ejerce la mística dentro de la teología. Para la teo-
ría luhmanniana de la religión, los místicos son hombres que saben
ver, mirar y admirar los diferentes sub-sistemas, contribuyendo a la
auto-observación del mundo social.
Lo sagrado pertenece al sistema de la sociedad entendido como una
especie de propiedad estable o efímera relacionada con ciertas cosas
(los instrumentos del culto), con ciertos seres (el rey, el sacerdote, el
místico), con ciertos espacios (el templo, la iglesia, el lugar en alto del
supremo), y con ciertos tiempos (el domingo, el día de Pascua, la Navi- 357
dad y otras fiestas religiosas que son consideradas patrimonio cultural).
Lo sagrado representa la comunicación más efectiva para todas las
cosas en la sociedad primitiva. Sin embargo, lo sagrado también es
ambiguo. Quienes experimentan lo sagrado pueden reaccionar con
respeto o aversión, deseo o terror. Su naturaleza sería equívoca, refor-
zándose la contingencia prevista por Luhmann. La religión puede
comunicar, explicar, generar sentido sobre el mundo, al mismo tiempo
que fracasar en su intento por construir una totalidad. Puede existir
un conjunto de conductas de resistencia que rechazan el hecho de ser
totalizadas y articuladas por la religión.
Esta ambigüedad está presente en las sociedades primitivas o arcai-
cas y, probablemente, Luhmann encontraría la misma ruta ambigua
para la sociedad moderna que confronta la ambigüedad con otros
sub-sistemas donde nuevas formas de comunicación como el poder y
el dinero son capaces de hacer el mundo más accesible o de manera
similar, sumamente insoportable, reimpulsando la fragilidad humana
hacia el camino religioso.
En las grandes religiones universales como el Cristianismo y el Islam,
lo sagrado tiene un nombre preciso: Dios, no el Dios de los filósofos
sino un tipo de Dios personal y vivo ante los ojos de quienes experi-
mentan la comunicación con el fenómeno religioso, sobre todo ligado a
la magia y a ciertas estructuras institucionales como la iglesia en Roma.
¿En estas instituciones, desaparece por completo la ambigüedad y lo
equívoco? Este debate se encuentra abierto en la teoría de Luhmann,
para quien lo sagrado requiere de un espacio privilegiado. Este espa-
cio, a diferencia del espacio de las matemáticas o de la física teórica
358 en la ciencia de lo probable, no es homogéneo. Procede de múltiples
experiencias primordiales, espirituales, subjetivas y esquivas que son
codificadas por completo en el sistema de la sociedad.
La experiencia de la creación del mundo siempre es algo sagrado, ya
sea éste el Génesis o la ausencia de un origen porque según las concep-
ciones budistas, la existencia sería algo eterno. Posiblemente, cualquier
experiencia religiosa continúa siendo mágica y existe porque ayuda
a descubrir un eje comprensible del mundo, el cual, muchas veces,
también es insondable debido a los universos subjetivos que entran
en funcionamiento e interactúan con los fenómenos religiosos. En
las culturas arcaicas, según Luhmann53, este eje puede constituir una
conexión de comunicaciones que unen a la tierra con la luz primor-
dial: el origen del misterio, pero siempre indeterminado. El miedo de
53 Cf. Luhmann, Niklas. “La dogmática religiosa y la evolución de las sociedades”, en Sociología de la
religión, ob. cit., pp. 75-194.
los hombres está ante la muerte y frente a lo que nunca se podrá saber
a ciencia cierta: ¿quién creó el mundo, el universo y a la raza mortal
de humanos?
Esto no desaparece a pesar de los procesos de diferenciación com-
pleja en las sociedades modernas donde las formas sofisticadas de
comunicación tratan de encontrar un sentido codificado del universo,
transformando el caos en cosmos; es decir en orden social. De todos
modos, siempre surge la posibilidad del terror, del desorden, de la
anomia y, por lo tanto, del regreso del misterio y la búsqueda de expe-
riencias religiosas que reclaman por un refugio al interior de lo sagrado.
En los planteamientos de Luhmann, parece que la religión podría
convertirse en una estructura de comunicación tendiente a la indeter-
minación y, por lo tanto, resistente a ser explicada dentro de la teoría 359
de sistemas.
Algunos ejemplos del misterio como secreto religioso y código de
comunicación para ordenar la realidad social arcaica, serían los tabúes
que son convertidos en eslabones débiles de la cadena del orden social,
en transiciones o fenómenos híbridos que no pueden clasificarse lle-
gando a desembocar en anomalías. Por otro lado, la religión ingresa en
el sistema de la sociedad como mecanismo de apoyo durante diversos
momentos, legitimando la autoridad política y colocando la imposi-
bilidad de la comunicación en espacios que son aprovechados por los
individuos como un sentido de trascendencia, subjetivo-personal y
cautivo del secreto: nadie sabe de dónde venimos, a dónde vamos, ni
por qué hemos de existir. Conforme evoluciona la sociedad hacia la
diferenciación de la modernidad, Luhmann considera que disminuye
la necesidad de un sentido comunicativo específico que pueda mani-
festarse de manera específicamente religiosa.
Para Luhmann, la religión se manifiesta como una estructura cultu-
ral y, por lo tanto, la función de toda religión estaría relacionada con la
determinabilidad del mundo. “En razón de esta función de reformu-
lar la complejidad indeterminada, la religión permanece atada al nivel
del sistema societal como un todo. La religión no ha cambiado esta
conexión, sino que la conexión es quien la transforma. Es precisamente
esta referencia al sistema como un todo lo que explica los cambios en
la evolución y las fortunas históricas de la religión”54. En la medida en
que aumenta la diferenciación y complejidad del sistema de la sociedad,
las explicaciones respecto a cuáles son las razones últimas en relación
360 al mundo como un todo, se reducen, aunque la religión continúa ope-
rando como una posibilidad donde se desahogan al mismo tiempo,
ansiedad e incertidumbre.
La religión va reformulando aquellas situaciones en que surge o se
mantiene la inseguridad sobre el tipo de mundo que experimentamos
social y subjetivamente. En consecuencia, el fenómeno religioso trata
de interpretar sucesos de manera que pueda realizarse una correlación
entre tales interpretaciones y las orientaciones de sentido con que fun-
cionan las personas. Toda religión hace posible un incremento de la
inseguridad aceptable. “La necesidad de este logro se relaciona y varía
con dos factores. Primero está la etapa de desarrollo de la sociedad.
Este desarrollo conlleva una complejidad creciente y la contingencia de
otras posibilidades. En segundo término están las estructuras mismas

54 Idem., ob. cit., p. 83.


de la religión. (…) La vivencia religiosa está consecuentemente orien-
tada hacia la decepción, la sorpresa y la incertidumbre. El problema
entonces pasa a ser cómo mantener la interacción social a pesar de la
incertidumbre y de las expectativas no satisfechas. (…) La función se
realiza a través de la inmediata sacralización del problema”55.
En esta perspectiva teórica, el desarrollo histórico y la observación
de sus recurrencias a lo largo de su evolución, muestra que las religio-
nes identifican diversas distinciones que se emplean en el ejercicio de
sus funciones sistémicas. Los códigos liberarían aspectos no explica-
dos del sistema y permitirían desarrollar programas que realicen las
selecciones propias del sistema funcional56. En el caso de la religión,
las variaciones del código a lo largo del tiempo dan paso a tres for-
mulaciones específicas del mismo: a) sagrado/profano; b) salvación/ 361
condenación; y c) a partir de la modernidad, la combinación entre
inmanencia/transcendencia.
Con la primera codificación se establecen distinciones de tipo cos-
mológico diferenciando espacios sagrados: prohibidos, reservados,
separados, eminentes, etc. de otros tipos de espacio como lo pro-
fano, habitable, común, usable, accesible, etc. Lo mismo sucede con
el tiempo sagrado, identificado con el tiempo cósmico de los astros y
su percepción terrena (solsticios y equinoccios), cuyas variaciones son
santificadas por medio de la práctica funcional de fiestas que van cons-
truyendo un calendario sagrado, sobre la base de en una concepción

55 Idem., ob. cit., pp. 84-85.


56 Cf. Rodríguez M., Darío y Torres, Javier N. “Autopoiesis, la unidad de una diferencia: Luhmann
y Maturana”, SOCIOLOGÍAS, Porto Alegre, Año 5, No. 9, junio 2003, pp. 106-140.
fundamentalmente cíclica, diferente del tiempo cotidiano, medible,
usable, y dominable.
En criterio de Luhmann, no se puede concebir a la religión como
determinadas respuestas a un conjunto de preguntas determinadas, sino
como la pregunta misma; es decir, las respuestas ya están expresadas
como cristianas, bíblicas, católicas, musulmanas, etc. Éstas pueden
entrar en confrontación mutua y ser incluso rechazadas múltiples veces.
Lo único que los contenidos religiosos hicieron de positivo fue estar
alerta a la pregunta: ¿qué es el mundo, la trascendencia y cómo confiar
en Dios para gozar de su protección y los modos de acceso al misterio,
al sentido y a su conocimiento? Aunque se prescinda de la religión, se
puede caracterizar esta pregunta de un modo secularizado como pre-
362 gunta por el sentido de todos los sentidos. Las probables respuestas a
dicha pregunta corresponden también a un concepto de Dios.
Solamente el sistema religioso se anima a conectarse con los sentidos
y usos de Dios, aunque ningún otro sistema funcional plantea aquella
pregunta. Las diversas respuestas tienen, sin embargo, el defecto de
todas las comunicaciones observables: el observador detecta en seguida
un “punto ciego” de toda vinculación específicamente religiosa. Pero
con ello no se anula el efecto central de la comunicación religiosa:
mantener despierto el sentido para la pregunta en torno a la inmanencia/
trascendencia. Luhmann pensaba que el código inmanencia/transcen-
dencia significaba que toda experiencia positiva y negativa se podía
confrontar con un sentido positivo: plantear un concepto de Dios que
tiene que configurarse tautológicamente: Dios es lo que él es (Yo soy el
que soy). Esta tautología se convierte en una paradoja, pues afirma una
distinción que no es distinción.
¿Es la religión sólo una paradoja? Luhman cree que la pregunta por
la distinción de Dios permanece como la cuestión central para observar
el problema religioso. Ya existente o no existente, ya viviente o muerto,
ya con características nombrables o sin ellas. Las preguntas sobre la
trascendencia de Dios y la existencia humana estimulan el hecho de
dar respuestas con imaginación religiosa.

Sentidos religiosos y búsquedas


éticas: la biblia y la política
En la actualidad, las religiones tratan de cultivar una consciencia sobre
lo que falta57, avivando cierta sensibilidad respecto a las fallas humanas
y las carencias de una vida considerada plagada de sufrimientos. La
religión ayudaría a olvidar aquella memoria de la destrucción generada 363
por el progreso racional. La religión mantiene firmes las estructuras
de comunicación que nacen en el “mundo de la vida”, que es el esce-
nario de la comunicación sin distorsión originaria donde se expresan
también intuiciones morales acerca de nuestras formas de conviven-
cia y otras alternativas de soluciones políticas. Esto podría vincular las
reglas frías y abstractas de la moral universalista con diversas imáge-
nes en torno a la felicidad y la paz que son expectativas de logro en las
sociedades modernas58.
El siglo XXI no solamente es testigo de las revoluciones tecnoló-
gicas más impresionantes, sino que al mismo tiempo evidencia una

57 Habermas, Jürgen. Israel o Atenas. Ensayos sobre religión, teología y racionalidad, (edición de Eduardo
Mendieta), Madrid: Trotta, 2001.
58 Estrada Díaz, Juan A. Por una ética sin teología: Habermas como filósofo de la religión, Madrid: Tro-
tta, 2004.
extraña convivencia entre dos mundos mutuamente excluyentes: la
secularización, es decir, el proceso cultural por medio del cual, tanto
el racionalismo como la Razón humana, rechazan cualquier explica-
ción trascendental, divina o religiosa, privilegiando la confianza en el
poder de la ciencia. Por otro lado, el mundo secular camina junto al
resurgimiento de múltiples doctrinas religiosas y un renovado inte-
rés por todo tipo de misticismos que anhelan un más allá paradisíaco
donde pueda plasmarse el renacimiento espiritual de la humanidad.
Tanto el racionalismo como el desarrollo científico caracterizan a la
modernidad y los procesos de modernización en cualquier parte del
mundo; sin embargo, las religiones universales como el cristianismo,
el movimiento islámico y otras filosofías espiritualistas del oriente hin-
364 duista, budista o taoísta, son constantemente reinterpretadas a la luz de
las calamidades como el incremento de la violencia urbana, el hambre,
la pobreza mundial, la inseguridad fruto de enfermedades infecciosas,
el miedo a una hecatombe nuclear o medioambiental, y el deseo por
reconciliar la Razón instrumental del occidente secularizado, con la
protección de la naturaleza a escala global.
En el terreno político, el fin de la Guerra Fría popularizó la idea de
un final de la historia y las ideologías para ensalzar una nueva época,
caracterizada por el triunfo de la democracia liberal y el atractivo
de la sociedad de mercado. La búsqueda del crecimiento económico
transmitió varios mensajes donde, supuestamente, era más importante
consolidar una voluntad humana que haga prevalecer su conducta
racional privilegiando sus intereses y beneficios personales, junto con
las múltiples opciones de consumo que el mercando iba a proveer.
De pronto, las convicciones políticas o las filosofías clásicas en torno
a la naturaleza humana y la representación del hombre en la moderni-
dad capitalista, fueron vistas como inútiles, en medio de una defensa
a ultranza de las satisfacciones materialistas. Esto fue un error grave
y, hasta cierto punto, completamente absurdo porque ni el mercado y
ningún sistema pluralista que reconozca los derechos civiles como las
democracias contemporáneas podrían prescindir de creencias donde
se expliciten claramente cuáles son los sentidos de la vida, del espíritu
humano que se esfuerza por construir obras imperecederas o, sim-
plemente, ideas capaces de reconocer las múltiples limitaciones del
hombre en medio de la evolución del universo cuya finalidad última,
probablemente no existe.
Las religiones y las convicciones ideológico-filosóficas están saluda- 365
bles y plenamente vigentes. El sentimiento de lo sagrado desempeña un
papel central para cualquier clase social, aunque también se esconde
una duda fundamental: ¿en qué creen las grandes mayorías del siglo
XXI?, ¿éstas se sienten convencidas por ideologías?, ¿o simplemente
fingen para explotar únicamente su ego? Por supuesto que resaltarán
un sinfín de hipocresías al confirmarse la enorme distancia existente
entre aquello que las personas dicen creer y lo que realmente practican.
De todos modos este no es el centro del problema.
Las religiones junto con las ideas políticas y filosóficas son la manera
en que los hombres aceptan sus derrotas o sus éxitos como inevitables.
Aceptar la vida como derrota o fortuna no es posible, sino a condición
de identificar una serie de explicaciones sobre el sentido de la vida;
sentido que no está sujeto únicamente a la racionalidad científica del
mundo moderno, sino condicionado a la aceptación de un orden que
girará en torno a diversos entendimientos de lo sagrado.
La biblia es uno de los productos estéticos más hermosos de la cultura
occidental. Como un conjunto de escrituras portadoras de misterios
religiosos, lecciones políticas y reflexiones filosóficas, la biblia no sola-
mente define la identidad del cristianismo, sino que también contiene
varias promesas utópicas respecto a un reino que no es de este mundo:
el más allá donde los conflictos existenciales se resuelven con plena
justicia. Por esto, una lectura política de la biblia adquiere relevancia,
sobre todo para comprender ¿en qué consiste la legitimación de la auto-
ridad divina y por qué deberíamos obedecer las jerarquías sociales en
función de cierto equilibrio y orden políticos?
366 La biblia posee un sentido político debido a que si los hombres se
alejan o desafían el proyecto de Dios, quedan sumidos en una pro-
funda soledad. Abandonar a Dios y cuestionar su autoridad conduciría
al aislamiento y sentimiento de culpa por haber traicionado un plan
trascendental. Esta trascendencia es un orden determinado, es decir,
un “cosmos” cuya suprema culminación conduce al género humano
a la totalidad de Dios, quien supuestamente nos ama porque fuimos
creados a su imagen y semejanza; sin embargo, Dios también otorgó a
los hombres un arma valiosa: la capacidad de decidir por cuenta pro-
pia, pensar en los intereses propios y, por lo tanto, utilizar nuestras
libertades para componer un escenario de reglas humanas que, por lo
general, cae en el abismo del “caos”.
El cosmos ofrecido por la biblia representa al orden político, contra-
puesto al caos humano contradictorio y, en esencia, peligroso mientras
se aparte de Dios. Este carácter político aparece desde el Génesis. Dios
caminaba solo como un “logos errante” pero poderoso. La humanidad
no existía porque Dios era la única fuerza que hablaba en soledad. ¿A
quién predica ese logos solitario y oscuro, difícil de comprender? ¿Qué
lenguaje utiliza en ausencia del mundo y los hombres?
El Génesis muestra cómo Dios tomó una decisión política notable:
crear a los hombres, superando su soledad y reconciliándose consigo
mismo. Así se crea el cosmos: un orden político cuyo poder, responde
únicamente a la divina decisión de abandonar la eterna soledad. Los
hombres nacen para acompañar a Dios pero, simultáneamente, sopor-
tan una división entre el ser supremo y ellos que están sometidos al
poder divino.
Cuando Adán y Eva se dan cuenta que también pueden decidir por
voluntad propia y comer de la manzana prohibida, entonces comienza 367
otro horizonte: los hombres son capaces de conquistar, imaginar y crear
otro orden político, impugnando la legitimidad divina que les dio vida.
La discordia del Génesis entre Dios y los hombres, es el primer con-
flicto político que se resuelve mediante la expulsión del paraíso y el
hallazgo del sufrimiento.
La gran lección humana de la decisión de instaurar su propio orden,
descansa en que la “facultad de elegir” siempre implica un riesgo. Los
hombres y mujeres escogen diferentes opciones teniendo conciencia
de que no solamente las consecuencias de nuestras acciones son casi
imprevisibles, sino que tampoco hay nunca, en lo que se refiere a las
consecuencias previsibles, criterios de elección que sean infalibles como
el presunto logos divino.
Si los hombres establecen sus propias reglas y un orden político
paralelo, entonces desatan el caos y un sino doloroso que se manifiesta
a través de sus conflictos existenciales: ¿de dónde vienen; cuál es su
misión; hacia dónde va la vida humana; tiene ésta sentido específico
sin Dios; por qué la existencia se hace, a momentos, insoportable?
Varias veces, Dios se acerca a los hombres luego de la ruptura, ofre-
ciendo una oportunidad salvadora por medio de la llegada de Jesucristo,
cuyo nacimiento es, probablemente, una respuesta bíblica para regre-
sar al equilibrio inicial del Génesis, al orden natural y feliz de aquel
cosmos arcano cuya legitimidad reposa en la benevolencia de un Dios,
al mismo tiempo extraño, vengativo, misericordioso, guerrero, amo-
roso, justiciero, indiferente y, finalmente, articulador de todo tipo de
equilibrios sociales y políticos que provienen del cosmos. La política
de la biblia es una imagen interesante sobre cómo Dios abandonó su
368 soledad, creó a los hombres y éstos eligieron otros caminos que con-
tradicen el desconocido plan original.
Detrás de cualquier lectura bíblica, destaca también la preocupa-
ción en torno al mal, su origen y prevalencia en el mundo. Ejercer el
mal constituye un acto de repudio para la gran mayoría de las perso-
nas. Sin embargo, la práctica del mal en forma permanente es una de
las identidades más profundas de la naturaleza humana. Todos esta-
mos equipados con la capacidad necesaria para cometer los actos más
perversos que podamos imaginar; por lo tanto, necesitamos fuerzas
sobrehumanas, leyes y amonestaciones de carácter moral para limitar,
aunque no erradicar, las penetrantes influencias del mal en la concien-
cia y en los actos de nuestras distintas vidas59.

59 Cf. Habermas, Jürgen. Entre naturalismo y religión, Barcelona: Paidós, 2006, p. 98.
La biblia contiene hermosas enseñanzas sobre cómo restringir las
inclinaciones del espíritu hacia el mal. Es más, los evangelios junto
a las prédicas de Jesucristo brindan una posibilidad interesante sobré
por qué arrepentirse, rectificar la conducta pecaminosa y alcanzar, no
la perfección, pero sí el perdón de Dios por medio de un “sentido de
reconciliación”. ¿Es la biblia un conjunto de reflexiones filosóficas en
torno a la reconciliación con un ser supremo?
Desde el Génesis, la expulsión del paraíso de Adán y Eva se convir-
tió en una metáfora aleccionadora en torno a las barreras que la raza
humana debería introducir para no ejercer el mal o desafiar la autoridad
divina. De cualquier manera, ¿es lo mismo el desafío a la autoridad de
Dios y la búsqueda de una rectificación por haber practicado el mal?
Esto es sumamente discutible, debido a que ambos problemas ético-re- 369
ligiosos son diferentes.
Por una parte, cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios al comer
los frutos prohibidos de la sabiduría, surgió de inmediato un dilema
político: los hombres y mujeres, al haber sido creados a imagen y
semejanza divina, tomaron libremente la decisión de transformarse
en autoridades plenas con el objetivo de estar a la altura de su creador,
impugnarlo y, finalmente, tratar de superarlo, fruto de la arrogancia
inherente al cultivo del saber y el ejercicio político que brota de las
fuerzas humanas.
Simultáneamente, los hombres son hábiles para profesar y efectuar
el mal, aunque con un cargo de conciencia que los obliga a rendirse,
solicitando el perdón y buscando un sentido de reconciliación. Posi-
blemente, el impulso del arrepentimiento representa un ilusorio deseo
infantil para retornar al paraíso de la unidad y la felicidad. La búsqueda
del perdón, no es lo mismo que el intento por reconciliarse con la auto-
ridad de Dios quien termina venciendo como el creador dominante.
El perdón de los pecados es la alternativa inventada por los hombres
expulsados del paraíso, hasta que rectifiquen sus conductas equivocadas.
La búsqueda de una reconciliación entre la raza humana y su creador
proviene del sufrimiento de haber sido expulsados de aquella unidad
primigenia, denominada paraíso. En el fondo, tal paraíso es una fan-
tasía cuya lejanía provoca un sufrimiento espiritual cuando algunos
seres humanos se consideran no merecedores, debido al ejercicio del
mal que prevalece en sus acciones; empero, la experiencia de una pér-
dida del paraíso es lo mismo que extraviar la unidad, el equilibrio y la
felicidad original, es aquello que estimula distintas acciones cuyo propó-
370 sito es reconciliarse con las experiencias ligadas a lo supremo y sagrado.
El ejercicio del mal es el sentido de realidad que el mundo soporta
cada día. Junto a éste se presentan un conjunto de imaginarios donde
ingresa el sentido religioso. En los sueños retorna intensamente la fan-
tasía por remontar los errores del mal, mientras que al despertar, los
seres humanos enfrentan el sentido de realidad construyendo intentos
para reconciliarnos con los conceptos de ética y el sosiego que conlleva
saberse imperfectos, pero por esto mismo, luchar hasta plasmar obras
supremas donde brillen la felicidad, el perdón y la unidad de un reco-
mienzo que se encamine hacia el bien60.

60 Cf. Habermas, Jürgen. Religion and rationality: essays on reason, God and modernity, Cambridge:
MIT Press, 2002, p. 69.
Conclusiones
En las orientaciones teóricas de Luhmann y un intento de lectura
política de la biblia, señalan que la religión se expresa como estruc-
tura cultural y acción autoritaria sobre la conciencia, al mismo tiempo.
Cuando muchas veces se afirma que el mundo se ha desacralizado o se
transformó cada vez en algo más profano, es posible encontrar todo lo
contrario: un mundo que lucha por seguir siendo sacralizado y ligado
a los misterios de la trascendencia. Con Luhmann, el mundo social
tiende a ser falaz y contradictorio en caso de no asumir las influencias
de cualquier religión donde las nuevas sacralizaciones toman el todo
por la parte y erigen la parte religiosa en un todo pleno de sentidos,
significaciones y orientaciones ideológicas o de comunicación.
Los códigos de Dios y sus representaciones en la sociedad se presen- 371
tan siempre por medio de las tradiciones bíblico-helénicas, cristianas,
musulmanas y concepciones filosófico-metafísicas más globales como
el hinduismo o el budismo zen, en las cuales diferentes sociedades
buscan una solución a sus problemas desde el fenómeno religioso lle-
vando adelante ideas relacionadas con la promesa de lo supremo sobre
la tierra. Estas funciones de la religión son, al mismo tiempo, un con-
junto de búsquedas transformadas en tradiciones precisas y claras que
inclusive dieron lugar a la racionalidad de Occidente.
Memoria del mundo antiguo y misterioso, percepción, códigos de
sentido, estructuras de comunicación y añoranza por estar protegidos
al calor de una fuerza divina que otorgue un sentido de trascendencia
a la vida socio-terrenal, llegan a ser los fundamentos del problema reli-
gioso y de cualquier intento por explicar en qué consiste la experiencia
relacionada con Dios, el cual es, culturalmente, una imagen esquiva
de la eternidad.
Las explicaciones complejas planteadas por Luhmann, también dejan
entrever el intento de recuperar el ánimo de considerar a los hombres
y al mundo como seres que dentro de su finitud y de su imperfección,
transmutan la existencia de cierto aire vinculado con lo perfecto y un
camino donde los seres humanos están constantemente expuestos a
llegar a situaciones como posibilidad; es decir, a cambios posibles y,
en síntesis, a tener las condiciones para construir un mejor mundo
probable.
El sentido religioso y la persistencia de obsesiones trascendentes, se
ligan políticamente a un deseo oculto de los hombres para resucitar e
372 imaginar transformaciones de distinto alcance. Si pudiéramos volver
a nacer, con seguridad olvidaríamos viejas rencillas pero, al mismo
tiempo, brotaría una extraña felicidad por el hecho de corregir equi-
vocaciones que alguna vez nos quitaron el sueño. El renacimiento se
convierte en otra metáfora, ya sea bajo la forma de una oportunidad
para vivir intensamente ciertas creencias trascendentes, imaginar la
reencarnación, o simplemente para ilusionarse con el objetivo de trans-
formar la conciencia íntima. La conversación de Nicodemo y Jesús en
el evangelio de San Juan está llena de ideas políticas sobre cómo y por
qué nacer de nuevo desde arriba.
Cuando la biblia sugiere que no sería posible ver el reino de Dios, si
no es a través de la necesidad de nacer nuevamente, nos encontramos
en medio de aquella tensión entre la belleza de un retorno al vientre
materno y la experiencia de estar afuera en un mundo de contradic-
ciones, sufrimientos y esfuerzos. El orbe terrenal es el tiempo y espacio
de lo mortal junto con varios traumas. Anhelamos tantas cosas pero
sabemos que es imposible ir más allá de las limitaciones humanas; es
decir, somos presa de la imperfección que causa dolor psicológico.
El renacimiento sería una respuesta por regresar a un punto de ori-
gen donde las cosas se hicieran más fáciles de sobrellevar, aunque con
espinosos desafíos. Primero, el evangelio de Juan muestra un Jesús
que invita a creer en su testimonio cueste lo que cueste. Para ingresar
en el reino de Dios, se necesitaría nacer desde arriba. “El viento sopla
donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni
adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del espíritu”, habría
explicado Jesús. Esto tiene connotaciones políticas porque el hecho de
renacer, muchas veces implica transformarse tan profundamente que
no existiría lugar para las dudas; por lo tanto, la transformación per- 373
sonal impulsa también a seguir decididamente el camino indicado por
aquel líder sobrenatural: Cristo.
Segundo, qué pasaría hoy día. Si cada uno de nosotros buscará
incesantemente el camino del renacimiento, ¿estaríamos condenados
a avanzar solitariamente, o buscaríamos un líder? ¿Al tratar de renacer,
nosotros mismos nos convertiríamos en líderes espirituales, interpe-
lando a los demás para que nos sigan? Una vez renacidos, es probable
que surja cierta arrogancia y tentación por considerarnos dioses, aunque
marcados por la fragilidad de la muerte; esto abre una vez más la herida
de no saber cómo seguir adelante; las opciones serían: a) protegernos
en el anonimato individualista y reproducir un vientre encapsulado
lejos de todo compromiso; b) arriesgarse a comprometerse con un lide-
razgo para arrastrar a otros hacia un discutible renacimiento colectivo
y político, lo cual implica vislumbrar transformaciones contradictorias.
El retorno al vientre materno –protegidos y felices al interior de
una órbita lejos del caos terrenal– es la otra cara del miedo a ser líde-
res consecuentes, firmes y capaces de morir por los demás. Es posible
que todos reivindiquemos un merecido renacimiento, pero únicamente
para alcanzar logros específicos, terminar tareas inconclusas o evitar
errores con el fin de obtener beneficios materiales y personales. Des-
pués, muy pocas personas aceptarían el sacrificio para transformarse
en lo más profundo, convirtiéndose en un ejemplo y renunciando a
toda forma de autoridad terrenal.
El renacimiento ético, político y religioso estaría ligado a la posibi-
lidad de creer ciegamente en una meta: el reino de Dios; una utopía
de felicidad espiritual; y la muerte del ego. ¿Buscamos con el renaci-
374 miento la inmortalidad? Si es así, estamos equivocados porque a pesar
de renacer desde adentro y desde arriba como predicó Jesús, los hom-
bres somos tan débiles que nuestra inminente muerte inutiliza cualquier
megalomanía de transformación.
La filosofía de la cultura en el siglo XXI señala que los hombres
necesitan una ética, religión y un cristianismo que los ilumine para ir
más allá de los conjuros inmediatos de la vida, que les otorgue discer-
nimiento en cuanto a los límites profundos de la fragilidad humana.
Solamente así tendremos la capacidad para convivir con la muerte y
aceptar las contradicciones del caos humano. El sentido de lo religioso
tiende a enseñar una verdad sencilla: no hay únicamente un mañana,
sino un pasado mañana y que la diferencia entre éxito y fracaso rara
vez se manifiesta claramente. La ética enseña mucho, así como la reli-
gión invita a cruzar los ríos crecidos de una convivencia más pacífica
y autoconsciente de múltiples limitaciones.
Bibliografía

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pp. 215-233.
II
La crítica como pasión: La filosofía
política de H.C.F. Masilla y los
horizontes del escepticismo

Toda obra teórica y científica en América Latina se presenta como una


verdadera hazaña: en primer lugar porque exige estar alejada de las ten-
ciones políticas del poder; es decir, no dejarse atraer por el dinero fácil,
ilusiones vanas y aquellas posiciones de influencia que los poderes ofi-
376 ciales ofrecen hasta encandilar y, finalmente, destruir el pensamiento
crítico. En segundo lugar, el trabajo verdaderamente científico debe
estar inmune a las certidumbres que las audiencias dogmáticas piden a
gritos tratando de no caminar sobre las dudas, la innovación y los hori-
zontes abiertos al descubrimiento. Estas dos características estimulan
constantemente el trabajo de Hugo Celso Felipe Mansilla, el filósofo
boliviano que dedicó toda una vida al estudio de la cultura política
autoritaria y el desarrollo del escepticismo como raíz epistemológica
de la crítica racional latinoamericana (Cancino, 2005:7 y ss.).
La lectura de los libros cargados de ironía y escepticismo son la marca
principal detrás de las tesis filosóficas existentes en las obras de Man-
silla, puesto que nace una sensación de estar lejos del banal realismo
para enfrascarnos en la reflexión decidida a demostrar todas las cau-
sas y desvelar todas las razones. En síntesis, Mansilla invita a confiar
en nuestra capacidad racional para comprender el presente, utilizando
un estilo ilustrado que lo coloca en el pedestal de la crítica convertida
en incansable pasión (Mansilla, 1991a).
En la actualidad, Mansilla es uno de los líderes intelectuales más
importantes que desconfía de todo experimento político y utopía revolu-
cionaria, donde emerge siempre un tipo de hipocresía, es decir, no todo
lo que brilla es oro y tanto la derecha como la izquierda se esfuerzan
para dar cabida a lo más oscuro de los apetitos personales, degenerando
en un conjunto de ideologías justificatorias que esconden lo más vil del
espíritu humano (Mansilla, 2008).

El espíritu perverso, la espiral envolvente


llamada futilidad y el miedo al riesgo
Felipe Mansilla continúa la tradición crítica de pensadores tolerantes y 377
democráticos como los aportes a la historia de las ideas de Isaiah Ber-
lin (1992) y el ensayismo político de Octavio Paz (1994). Esto era de
esperarse porque su pensamiento se enmarca dentro de tres grandes
áreas del escepticismo crítico y el desencanto: primero destacan las tesis
del efecto perverso; en segundo lugar tenemos sus posiciones que giran
en torno a la futilidad de toda propuesta de cambio revolucionario o
intento de transformación duradero (Hirschman, 1991: 14-20); y en
tercer lugar aparecen las tesis del riesgo en que caerían la política y filo-
sofía posmodernas, donde Mansilla se identifica con una nostalgia por
la aristocracia libre de perturbaciones amenazadoras (Mansilla, 1999).
Simultáneamente, afirma que su trabajo teórico puede resumirse en
lo siguiente:
Mi preocupación ha sido el individuo expuesto a los avatares de las
sociedades modernas, la persona sometida al sinsentido de la histo-
ria y el destino, el ser pensante topándose con las perversidades del
colectivismo, las tonterías de la opinión pública y las maldades del
prójimo. Yo también experimenté desde muy pequeño la insignifi-
cancia de los humanos frente al mundo: la solidaridad es una actitud
poco frecuente. A pesar de las grandes creaciones de la literatura y
el arte, sentimos que la belleza del universo puede convertirse en un
peligro y el desamparo en la vivencia recurrente (Mansilla, 2009:283).

Es muy complejo evaluar los aportes existentes en cincuenta y cua-


tro libros publicados por Mansilla en Bolivia y España desde 1970.
378 Sin embargo, al reflexionar sobre Modernización y progreso en cues-
tionamiento (Mansilla, 1984), Los tortuosos caminos de la modernidad
(Mansilla, 1992), Autonomía e imitación en el desarrollo (Mansilla, 1994),
el artículo “Aforismos sobre el poder y sus tentaciones” (Mansilla, 1997)
y El carácter conservador de la nación boliviana (Mansilla, 2003), el con-
junto de los análisis muestran cómo el capitalismo, la vida moderna y
el socialismo como intento de industrialización acelerada y totalitaria,
no han hecho otra cosa que construir monstruos deformes, lejos del
optimismo que la conciencia colectiva tiene sobre la modernización y
el logro de una sociedad más humanitaria. Esto hace que dichos libros
entiendan a la perversidad como un conjunto de acciones deliberadas
incapaces de mejorar algún rasgo del orden político, social o econó-
mico. Dichas acciones, al mismo tiempo, sirven para exacerbar lo más
negativo de las condiciones que en algún momento se deseaba remediar.
Para Mansilla, las sociedades pre-modernas, el subdesarrollo, la grave-
dad de los problemas ecológicos y una eventual superación de nuestras
tradiciones autoritarias en América Latina que vienen desde la colonia
española, terminan por convertirse en fenómenos contradictorios a los
que se opone otro tipo de reacciones imprevistas e insatisfactorias: imi-
tando al Occidente industrial hegemónico y exitoso, de igual manera lo
repudiamos y, por último, queremos reproducir incluso las consecuen-
cias nefastas de la modernidad como la degradación medioambiental,
la banalidad del marketing consumista y la ausencia de una conciencia
crítica que sepa diferenciar entre lo positivo y perjudicial de los pro-
cesos de modernización. Por estas razones, América Latina tiende a
desembocar en situaciones perversas y destructivas.
A estos análisis sobre la perversidad también se suman las novelas 379
como Laberinto de desilusiones (Mansilla, 1984), y Consejeros de reyes
(Mansilla, 1993), que destacan por sus afirmaciones contundentes en
contra de las utopías revolucionarias y de crueldad innata que tiene la
praxis política, al embelesar a todo ser humano con las promesas del
poder, generando un resultado opuesto al bien colectivo y al cultivo de
la virtud en cualquier hombre. Por lo tanto, Mansilla cuestiona “¿no
estoy ya en medio de la pestilencia más atroz que es el deseo de gober-
nar y mandar en el fondo del saco de pus que es el poder? ¿No me
hallo acaso, como lo manifiestan las pesadillas, en lo más hondo de un
pozo repleto de cadáveres […]?” (Mansilla, 1993:216), todos ellos víc-
timas de los efectos perversos que generan la política y la modernidad.
La segunda directriz que caracteriza al trabajo de Mansilla son
sus hipótesis sobre la futilidad. Éstas consideran que las tentativas de
transformación social revelan una esperanza, la cual, vista con mayor
objetividad, queda invalidada porque, sencillamente, no logra hacer
casi ninguna mella en la realidad enferma de vulgaridad, donde la
falsedad de los líderes profanos y el compromiso disfrazado de utilita-
rismo, no favorecen sino los intereses más mezquinos que socavan las
buenas intenciones y pervierten toda lucha por el cambio.
Remolinos de ideas sobre la futilidad sustentan las reflexiones de
Tradición autoritaria y modernización imitativa (Mansilla, 1997), y Posi-
bilidades y dilemas de los procesos de democratización en América latina
(Mansilla, 1991b), ensayos donde destaca una desconfianza respecto a
toda voluntad humana que, contrariamente, sólo busca la megalomanía
socio-política porque los grandes proyectos de transformación pueden:

380 […] degenerar en fuerzas demoniacas y autodestructivas mediante


el mal uso de los avances tecnológicos. El hombre, como ser finito y,
simultáneamente, inclinado al desacierto, a la soberbia y a la sobrees-
timación de sí mismo tiende a considerarse la constancia y el telos del
universo, y puede, por lo tanto, transformarse en un ídolo altanero
que siente apetito por sacrificios sangrientos y que pretende la muta-
ción del universo según sus fantasías insanas. En una época en la que
éstas pueden devenir realidad mediante el progreso científico y téc-
nico, la fe religiosa puede significar un contrapeso al arcaico pecado
del orgullo disfrazado de proyecto tecnológico (Mansilla, 1997: 256).

Como columnista de destacados periódicos de La Paz, Mansilla


explicó con total dramatismo que la esperanza no es otra cosa que una
forma de vanidad frente a la cual todo esfuerzo de cambio cae atrapado
dentro del suministro viciado del pre-consciente colectivo, escenario de
valores preconcebidos que impedirá los intentos por superar nuestra
cultura política autoritaria, regazo donde la mayor parte de nosotros
se niega a abandonar el centralismo estatal, el neo-patrimonialismo,
el irracionalismo, el machismo y las corrientes antidemocráticas que
representan los enemigos más peligrosos del pensamiento crítico.
El tercer rasgo que distingue a la epistemología critico-escéptica de
Mansilla es la tesis del riesgo. Sus libros como Espíritu crítico y nostalgia
aristocrática (Mansilla, 1999), Lo propio y lo ajeno en Bolivia (Mansilla,
2000a) y La difícil convivencia (Mansilla, 2000b), argumentan que el
costo del cambio o reformas planteadas por las ideologías nacionalis-
tas, socialistas o liberales contemporáneas, fue demasiado alto porque
llegaron a poner en peligro algún logro previo y sobre todo, lo más
apreciado de la época aristocrática, no porque ésta represente a una 381
forma social superior o mejor, sino porque la actual sociedad de masas
endiosó la trivialidad y trata hasta el día de hoy de aplacar al escepti-
cismo como un vasto horizonte que se muestra contrario a la estrechez
de mente. El contenido positivo del escepticismo es el individuo libre,
crítico, pensante y absolutamente consciente de todas sus limitaciones
(Horkheimer, 1982:145-159).
Asimismo, Mansilla duda de las teorías sobre la posmodernidad y de
cualquier ambición por una mayor participación popular que reduce lo
racional a las posiciones endebles del relativismo y el multiculturalismo,
considerado no como una doctrina que busca una genuina compren-
sión flexible y democrática del otro, sino como una forma elegante o
congruente con las modas intelectuales del día que se destacan por su
indiferencia ética y pereza intelectual que evita cualquier responsabili-
dad seria. En consecuencia, el escepticismo de Felipe Mansilla criticará
siempre a las propuestas políticas como los plebiscitos que son utiliza-
dos por los caudillos como referencias épicas de referéndum, cuando
sencillamente son procedimientos incompetentes para resolver la com-
plejidad y los dilemas de las democracias modernas.
Frente a los efectos perversos y sueños fútiles de un orden social
superior o técnicamente perfecto, Mansilla también considera que las
teorías indigenistas son entusiasmos ingenuos porque todo retorno a
un periodo que exalta al mundo indigenista sojuzgado, es otra calami-
dad que se agrega a nuestra contradictoria vida moderna. Las culturas
ancestrales son abiertamente conservadoras, convencionales, autorita-
rias y resistentes a los criterios racionales que abren los rumbos de la
incertidumbre.
382 En este caso, la crítica conduce a Mansilla hacia la búsqueda de
lo más fino de una aristocracia que supuestamente podría preservar
valiosos elementos del mundo no racionalizado instrumentalmente; es
decir, ir más allá de la modernidad o contra ésta, y contribuir a dar
un sentido de conformidad e identidad a la comunidad del mundo
pre-moderno, precisamente porque pueden rescatarse valores estéticos
superiores y porque la crítica del racionalismo simboliza la continui-
dad con el pasado histórico de toda la humanidad. Por lo tanto, sería
fundamental construir una síntesis entre lo tradicional y lo moderno
(Mansilla, 2007a).
Esta particular visión aristocrática y crítica constituirá una especie
de lugar de paz, aunque sin superar el miedo al riesgo de ensayar nue-
vas propuestas, por lo que para Mansilla, la praxis política continuará
siendo un campo de batalla improductivo. Si la praxis política siempre
es contraproducente, surge una profunda sensación trágica y, al mismo
tiempo, nihilista que prefiere reposar en las fronteras de la inacción,
en el espacio de la ironía que buscará desenmascarar las mil mentiras
de nuestra realidad pero dejándola tal como está para no empeorar las
múltiples gangrenas de la sociedad.
Aquí se hace necesario criticar al crítico porque su pensamiento da
lugar a que todo se paralice y, por lo tanto, la actitud crítica va con-
virtiéndose en un sedante mágico que prefiere el aposento caliente de
las ideas y la exclusiva reflexión. Dentro del pensamiento de Masilla
se ha consumado un aletargamiento decidido a negar la voluntad por
hacer que, tal vez, termine reduciendo el pensamiento crítico a una
forma de entretenimiento, sobre todo cuando este tipo de trabajo teó-
rico es atrapado por la cultura de masas dominada actualmente por
los medios masivos de comunicación (Revel, 1993). 383

El escepticismo como fortaleza teórica


La vitalidad de la epistemología crítico escéptica de Felipe Mansilla
es indudable para contrarrestar la ola de sentimientos apocalípticos y
espejismos que provienen de las ofertas teóricas donde únicamente está
presente un collage de ideas al azar.
Ya sea por el miedo a un súbito ataque a las convicciones más pro-
fundas, o por explosiones sociales donde la seguridad y los derechos
humanos distan mucho de estar garantizados por completo, es notorio
el brote de fatalismo sutil o abiertamente declarado frente a la com-
plejidad actual que envuelve en un conjunto de incertidumbres a las
viejas certezas teóricas, políticas e ideológicas que terminan cayéndose
como escamas inservibles a nuestro alrededor (Castro-Gómez y Men-
dieta, 1998:14).
Esto no quiere decir que debamos escondernos en las angustias del
pasado, rezando para el renacimiento de las fuerzas de un Estado con-
trolador y protector, o para el regreso de diferentes tipos de dogmatismo,
siempre disponibles para ofrecer soluciones ficticias al calor del autori-
tarismo, el liderazgo mesiánico y el populismo irresponsable que ofrece
cualquier cosa, sabiendo que no podrá cumplir nada.
Todo desconsuelo moral e indignación con las actuales formas de
hacer política, tienden a convertirse en escepticismo político dentro del
pensamiento de Felipe Mansilla; es decir, sus tesis dejan entrever una
forma de resistencia para transformarse en un fenómeno supra-indi-
vidual: el racionalismo crítico y vigilante que no deja de dudar para
interpelar a la realidad.
384 De esta manera, Mansilla recoge lo más destacado de la herencia
de Karl R. Popper, para quien no existe ningún criterio absoluto de
verdad. Aun cuando hayamos alcanzado la verdad, nunca podremos
tener certeza de ello. Existe un criterio racional de progreso en la bús-
queda de la verdad, y por lo tanto, un criterio de progreso científico
estrechamente unido a la idea de una ciencia entendida como activi-
dad crítica y donde un escepticismo avizor facilita el examen crítico
de nuestras hipótesis (Popper, 1994:62-63).
El escepticismo significa no confiar en un sistema de pensamiento
omnicomprensivo, es poner en tela de juicio una supuesta felicidad
dominante, desconfiando de aparentes fuerzas que nos permitirían
alcanzar un edén sin contradicciones y especialmente sin esfuerzo. El
escepticismo es un clima de opinión y actitud razonada cuyo proyecto
y sugerencias tienden a construir una concepción política sustentada en
la prudencia, la vigilancia epistémica y el reconocimiento de nuestros
límites y posibilidades escasas, sabiendo que somos seres finitos y com-
pletamente falibles (Mansilla, 2006a). El espíritu escéptico en Mansilla
es todo lo contrario de la inútil inmortalidad en que creen habitar
los líderes orgullosos de sus vanidades y las lógicas de pensamiento
irrefutable.
La crítica impenitente es el sello del escepticismo que jamás pen-
sará en instaurar paraísos sociales, sabiendo que la naturaleza humana
es hipócrita y cambiante según el oportunismo del momento. El
escepticismo político impulsado por Mansilla no trata de resolver los
problemas por medio de soluciones inmediatas, ni tampoco busca
adormecer la reflexión bajo el manto del conformismo tímido o el
aburrimiento que clausura la existencia dentro de una vida abúlica y
llena de superficialidades. 385
El escepticismo presente en las obras de Mansilla constituye una bús-
queda ética que permite consolidar la conciencia. Esto quiere decir que
la mente abierta hacia las novedades, el conocimiento y la honestidad,
se alejan de toda creencia cerrada. La epistemología crítico escép-
tica que irrumpe con el final de las ideologías del antiguo sistema de
valores fundados en fines absolutos: meta-historia, comunismo, revo-
lución, desarrollismo y crecimiento económico a toda costa, debería
convertirse en un estímulo para reflexionar sobre el sentido de toda
premisa y fundamentos teóricos sin ataduras, absteniéndose de parti-
cipar en las aclamaciones que rinden pleitesía al estatus quo y al avance
neoconservador que pregona la inutilidad de cualquier reforma o cam-
bio. Si queremos cambiar, cualquier cambio debe comenzar en las
ideas, la convicción y la mente donde el escepticismo da inicio a un
aprendizaje maduro sabiendo que todo es pasajero e indeterminado
(Gensollen, 2006).
Desde una perspectiva manifiesta, el escepticismo político de Mansi-
lla se expresa en las críticas que los hombres de ideas de la sociedad civil
plantean a las instituciones democráticas, la dinámica cultural y hacia
el sistema de partidos políticos. El escepticismo, en este caso, estimula
el cambio por medio del cuestionamiento al desempeño mediocre de
las instituciones y los líderes, pues tiene los pies sobre la tierra para no
hacerse embaucar con promesas inservibles.
El escepticismo demanda, al mismo tiempo, recambios ideológicos y
nuevas concepciones. En otras palabras, exige una nueva ética crítica y
una política diferente que reconcilie el conocimiento de la realidad con
386 soluciones parciales pero concretas y para casos específicos. Si hay un
verdadero enemigo del escepticismo es aquella forma de hacer política
que cree en transformaciones revolucionarias y profundas para marcar
la historia, cuando a lo que se llega es una equivocación violenta por
el hecho de forzar revoluciones sociales.
La ética crítica en Mansilla sugiere dejar de lado toda consideración
por sus inclinaciones y refugios de certeza incuestionables. La inclina-
ción o preferencia ideológica no pueden ser motivo de un nuevo tipo
de acción moral porque ésta deberá realizarse según el mejor saber y
entender y a conciencia: esto implica tener cordura de las acciones y
conciencia que justifica las mismas, no mediante un fin ulterior (dog-
matismo) a cuyo logro podría servir como medio, sino que la conciencia
crítica prescribe las acciones sin condiciones y sin consideración por las
inclinaciones que podrían oponérsele (Nelson 1988:263-264).
Los aportes a la filosofía de la historia
La producción filosófica en Bolivia y América Latina se ha reducido
drásticamente debido al descrédito de las ciencias sociales en el siglo
XXI y la devaluación del pensamiento fruto del show mediático que,
hoy en día, inunda las esferas de la opinión pública. Precisamente por
esto representa una alegría acceder a las contribuciones de Mansilla a
la filosofía de la historia, donde destaca su libro Evitando los extremos
sin claudicar en la intención crítica. La filosofía de la historia y el sentido
común (2008). Se trata de otra gran obra cuya dirección apunta hacia
otros aportes en la línea latinoamericana heredada desde Leopoldo Zea
con su Latinoamérica en la encrucijada de la historia (1981).
El eje central del estudio responde a cuestiones como: ¿tiene la histo-
ria un sentido específicamente predeterminado?, ¿La modernidad revela 387
siempre sus aristas más horrorosas como el totalitarismo y la barbarie,
reduciendo toda confianza en la razón a un ensueño que desilusiona a la
humanidad y frente a lo cual no queda otra alternativa sino domesticar
a la misma razón por medio del compromiso ético? En realidad, son
problemáticas que Mansilla cultivó los últimos veinte años porque su
pensamiento muestra suma lucidez sobre las múltiples contrariedades
de la modernidad, erigiéndose como el teórico escéptico más impor-
tante de América Latina que va deconstruyendo cualquier teoría de
la modernización, debido a sus abordajes globales para comprender el
pasado y los rumbos posibles del futuro en la región y nuestra época.
Además, debe agregarse una distinción especial: Mansilla toma
posición a favor de juicios de valor en el desarrollo del conocimiento
científico en las ciencias sociales, afirmando: “Debemos atrevernos a
juicios valorativos bien fundamentados sobre las cualidades intrínsecas
de los modelos civilizatorios del planeta” (Mansilla, 2008: 14). Acadé-
micamente, el libro es un tributo al trabajo erudito por la exhaustiva
revisión bibliográfica y el análisis desde diferentes perfiles en torno a
las supuestas leyes obligatorias de la evolución histórica, la necesidad de
una teoría critica de la modernización, las confusiones y tretas ideo-
lógicas del debate en torno al universalismo y particularismo, y un
aporte sumamente necesario en las ciencias políticas latinoamericanas:
el desarrollo de una teoría critica del totalitarismo para el siglo XXI.
Las principales reflexiones de Mansilla expresan tres momento a
lo largo del libro: primero, la historia no tiene un sentido particular y
mucho menos un destino sujeto a leyes trascendentes, susceptibles de
descubrimiento. Segundo, si el conjunto de peligros que laten detrás
388 de la modernidad en sus diferentes expresiones tienden a entronizar la
racionalidad instrumental –es decir, el cálculo productivista del capita-
lismo industrial depredador– entonces corresponde a los intelectuales
una postura comprometida con el sentido crítico, que para Mansilla se
manifiesta en la admiración dentro del cosmos, en el reconocimiento
de la falibilidad del saber humano y en la prudente aceptación de que
cada una de nuestras vidas es transitoria y endeble, motivo por el cual
deberíamos contentarnos con la obligación ética para dudar de cual-
quier utopía y los embustes de líderes irresponsables (Mansilla, 1976).
Tercero, Mansilla plantea que no estaría mal rescatar los aspectos más
humanizados del mundo tradicional (por oposición a la modernidad)
y de las creencias religiosas para apreciar más de cerca el valor de todo
ser humano, al margen de experimentos revolucionarios que tranqui-
lamente degeneran en masacres indescriptibles.
En Mansilla, la filosofía de la historia retoma sus consideraciones
sobre el efecto perverso; es decir, es pesimista en torno a toda propuesta
de cambio revolucionario o intento de transformación mesiánico. Man-
silla quedó profundamente decepcionado, como muchos también lo
estamos, con los atroces resultados teóricos y prácticos del marxismo
y el comunismo; en consecuencia, Mansilla establece algo que los cien-
tíficos sociales nunca deberíamos olvidar:

El marxismo como doctrina institucionalizada prescribió un modo


lógico y un modo histórico de comprender la evolución humana:
mientras el primero, basado en los inalterables principios y modelos
de la dialéctica materialista, persiste en su validez a través de las eda-
des a causa de su carácter abstracto, purificado de los hechos aleatorios 389
de la esfera empírica, el modo histórico puede producir fluidamente
conocimientos, teoremas e hipótesis en torno a los asuntos humanos
que pueden ser superados por el desarrollo efectivo de los mismos, sin
que esto afecte en lo más mínimo el modo lógico [...] Este conocido
programa ha mostrado ser una enorme contribución a la dogmatiza-
ción del error y al establecimiento de una estrategia intelectual que se
inmuniza frente a toda crítica (Mansilla, 2008: 72-73).

El marxismo fue uno de los edificios teóricos más notables de la


modernidad y como tal, responsable no sólo de los fracasos de toda
utopía política, sino de haber cercenado el sentido común reemplazán-
dolo por una oferta societal nebulosa y vanamente inhumana, pues el
materialismo histórico y dialéctico constituyeron una secularización
revolucionaria pero pagando el alto costo de transformarse en una
teología autoritaria, materializada en los regímenes marxistas, leninis-
tas o maoístas de la desaparecida Unión Soviética, Corea del Norte,
Casmodia, China, Cuba y los fallidos movimientos guerrilleros en Nica-
ragua, El Salvador, Colombia o el terrorismo sanguinario del extinto
Sendero Luminoso en Perú. Mansilla retoma de forma magistral algo
que ha quedado olvidado en el siglo XXI: los desastres del comunismo
deberían servir de escarmiento para vivir con lo inevitable de las con-
tradicciones humanas, al mismo tiempo que también debería estimular
una mirada más sencilla, humilde y de sentido común para mejorar las
calamidades sociales y políticas (Sartori, 1994; Paz, 1990).
La historia no tiene ni tendrá nunca un sentido predeterminado
pues no existe ningún demiurgo que sopla sus leyes de cumplimiento
390 ineludible, pero tampoco tiene la razón moderna ninguna fórmula de
transformación y progreso que la humanidad pensó encontrar desde
el nacimiento del Iluminismo. No hay destino ni sentido absolutos,
pues tanto el socialismo -que para Mansilla era otro intento más de
modernización imitativa- como las sociedades opulentas del capita-
lismo contemporáneo, prometen bienestar a todos pero generando
una inexorable destrucción equivalente, de manera que la única solu-
ción viable es volver al principio clásico de la moderación: algo que es
fácil de enunciar y difícil de llevar a cabo (Mansilla 2008: 287-303).
Si la sociedad industrial y los procesos de globalización quieren
evitar los extremos, la entropía social, la crisis ecológica y demográ-
fica, así como la democracia alienada y convertida en farsa tecnológica
manipulada por los medios masivos de comunicación, entonces lo más
recomendable es propugnar un equilibrio, es decir, apuntar hacia los
términos medios utilizando el sentido común guiado críticamente que
según Mansilla exhibe un aspecto importante: guardar distancia frente
a todos los intentos por modificar radical y racionalmente el mundo y
la historia, sopesando los resultados poco valorables de los experimen-
tos revolucionarios a lo largo del siglo XX.
La filosofía de la historia en Mansilla critica las ideologías posmo-
dernistas que representan esfuerzos desordenados para los cuales existe
una variedad tan inmensa de valores axiológicos y modelos de orga-
nización social, que resulta imposible hacer comparaciones y menos
aún establecer jerarquías y gradaciones entre ellos. Para Mansilla, los
posmodernistas son sencillamente oportunistas capaces de tolerar, por
comodidad, cualquier régimen despótico y cualquier práctica autorita-
ria, disfrazando su irresponsabilidad con el ropaje del relativismo ético
y teórico, una tendencia que se expande vertiginosamente en el trabajo 391
académico del siglo XXI.
Esta dura crítica se estrella posteriormente contra los intentos de
modernizaci6n imitativos que caracterizan al Tercer Mundo y especí-
ficamente a nuestra América Latina. Mansilla considera que si también
fracasó la confianza en la revolución y el progreso en el mundo en desa-
rrollo, permanece la amenaza del desorden, del Estado anómico y de los
resultados destructivos de la modernización porque la cultura autorita-
ria de América Latina se desliza peligrosamente hacia una modernidad
copiada de las sociedades aparentemente triunfantes de Europa o Esta-
dos Unidos, pero bajo el asomo del totalitarismo que en nuestra región
asume la forma del populismo latinoamericano.
Una de las reflexiones más precisas del libro se halla cuando Man-
silla -retomando ideas de Erich Fromm- considera que el pensamiento
crítico sólo puede ser fructífero, si está unido a la cualidad más valiosa
del ser humano: el amor a la vida. El sentido común guiado crítica-
mente, para Mansilla expresa que nuestra vida es corta y demasiado
inconsistente para aventurarnos en aspiraciones totalitarias.
Al finalizar la lectura de Evitando los extremos, nace una sensación
de liberación, apertura hacia nuevos temas de investigación pero tam-
bién una duda sobre si la epistemología critico-escéptica de Mansilla
cumple una función de estar alerta con la producción de ideas, o el
mismo Mansilla se convirtió en una especie de rebelde metafísico que,
si bien jamás suscribiría ningún tipo de postura revolucionaria dogmá-
tica, anhela una sociedad más esclarecida, deseosa de responsabilidad
pero sin aclarar del todo si hay algún mapa cultural epistemológico
para llegar al éxito. ¿Sera que la humanidad es tan esquiva con su pro-
392 pia felicidad, con su ciencia y razón o es que Mansilla, en el fondo, se
rebeló contra su propio racionalismo?
Estamos de paso y es mejor apreciar la vida humana conociendo
nuestras limitaciones políticas y teóricas. En esto estamos de acuerdo;
sin embargo, la filosofía de la historia en el pensamiento de Mansilla
también da la impresión de que se acerca mucho al existencialismo por-
que no basta con condenar a todos los hombres y a uno mismo. ¿Sera
que el sentido común es un intento por devolver el reino humano al
nivel del reino de los instintos? El rechazo con que Mansilla trata a las
contradicciones y la doble moral con la cual muchas veces se mani-
fiesta la razón moderna, posiblemente regrese hacia lo elemental que
es uno de los signos de las civilizaciones en rebeldía contra sí mismas.
El escepticismo crítico de Mansilla se transformó en una rebeldía
metafísica pues ya no se trata de parecer, por un esfuerzo obstinado de
la conciencia, sino de no ser en tanto que conciencia. Así, la filosofía
de la historia de Mansilla se encuentra a la altura de El hombre rebelde
de Albert Camus (2005), invitándonos a la búsqueda de una nueva
actitud ética.
Por su parte, y en medio del escepticismo que se confunde con la
desesperanza, mucha gente piensa que todo estaría fuera de control ya
que la normalidad parece disolverse al calor de múltiples transgresiones.
Otros consideran que estamos ante una encrucijada moral sin posibili-
dad de alternativas y temiendo que en cualquier momento quedemos
atrapados en la destrucción del orden social (Lipovetsky, 2002). Por
lo tanto, nada estaría tan hondamente arraigado en nosotros como el
deseo de una ley del equilibrio en la temperatura moral (Kolakowski,
1970); es decir, la súplica para que el mundo en que vivimos gire hacia
un estado de cosas donde el mérito y el trabajo, la culpa y el pecado 393
sean pagados justamente; donde el mal sea castigado como se merece
y el bien encuentre su premio decisivo; donde surja el día para supe-
rar toda injusticia; en fin, una situación en la que los valores humanos
alcancen su plena y definitiva realización.
El escepticismo crítico de Mansilla ayuda a preguntarnos: ¿pueden
ser realizados plenamente los valores humanos que nosotros recono-
cemos? ¿Se mueve la historia en una dirección determinada, la cual
promete una compensación última y una justicia universal?, ¿estamos
abandonados ante el destino como una fatalidad?
La historia de las religiones del mundo muestra innumerables res-
puestas a estas preguntas, pero Mansilla también explica que la política
es otra contestación porque aun sin apelar a Dios, resulta posible con-
solar a los hombres con la promesa de un final feliz hacia el que se
encaminan los sufrimientos y fatiga. Tanto la teología como la política
(sucesora de la religión en la sociedad moderna) tratan de ofrecer un
más allá gratificante o un juicio final histórico.
En consecuencia, la vida de mucha gente tiende a moverse en dos
sentidos: por un lado, existe el riesgo de perder los valores presentes a
cambio de los valores últimos de un más allá esperado, los cuales son
mejores pero quizá ilusorios; al contrario, hay quienes piensan en el
riesgo de perder valores mayores por dilapidar la vida en los valores
del día Entonces: ¿vale la pena esperar un juicio final, o todo da igual
pues la vida no es más que un desengaño?
En medio de estas concepciones existe la idea –pesimista y optimista
al mismo tiempo– de que en la historia de la humanidad nada ocurre
en vano, nada puede perderse y todo sufrimiento es cuidadosamente
394 anotado en el registro de la historia o de la misteriosa lógica del universo,
creciendo así la esperanza de obtener beneficios para las generaciones
futuras. Esto es una ilusión que favorece la pereza, el conservadurismo
y la desidia, de tal manera que algunas expectativas se convierten en
un escudo protector, detrás del cual podemos esconder nuestra pasivi-
dad frente a los auto-reproches y frente a la crítica racional.
Creer en un juicio final o pensar en que las cosas que sufrimos tienen
un fundamento después de todo inevitable, es un intento de encontrar
respuestas fuera de nuestra propia vida, un sostén que sea absoluto;
es decir, es la insistencia de seguir abrigando dogmas y certidumbres
hechas a medida. Surge entonces la cuestión de: ¿en qué medida el
individuo puede o no puede resistir a los influjos independientes de
él y que determina su conducta?, ¿hasta qué punto el individuo es res-
ponsable de su conducta o atribuye esa responsabilidad a otras fuerzas
sobre las que no tiene poder?
En gran medida, vivimos el peligro de la irresponsabilidad como
modo de vida, ya que la tendencia a encontrar certidumbres de todo
tipo oculta el creciente apego a responsabilizar a otros por la pesada
carga que llevamos al cometer errores y abrirnos hacia lo incierto. Cada
vez se impone la tendencia a encontrar culpables, allí donde estos son
necesarios para eximirnos de nuestras equivocaciones o, en caso con-
trario, para acercarse al regazo de líderes carismáticos y poderosos
tratando de lograr protección.
El espíritu crítico-escéptico contribuye a no perder el sentido de la
responsabilidad personal, sino que impulsa a tomar decisiones a favor
de una visión del mundo que nos abra ciertas perspectivas para hacer
coincidir elementos como valentía sin fanatismo, inteligencia sin des-
esperación y esperanza sin absolutismos. 395
En las tesis sobre el sentido común que Mansilla defiende para sus-
tentar su filosofía de la historia, el recurso más apto para combatir la
irresponsabilidad es una nueva actitud ética como oportunidad humana.
Ésta sería el intento racional de averiguar cómo vivir mejor y organi-
zar nuestra existencia, huyendo de la estática asfixiante de un orden de
cosas que evita tratar a las personas como a cosas y a las cosas como
a personas. La ética y el sentido común en Mansilla permitirían rein-
ventar nuestra vida y no simplemente vivir los supuestos proyectos que
otros han inventado para uno. La ética critica viabilizaría la responsa-
bilidad con uno mismo.
La ética inspirada en el escepticismo crítico recupera la noción de
libertad y amor propio, dejando a un lado cualquier desmoralización
siniestra (Savater, 2008). Algunos replicarán: estamos tan profun-
damente programados por la naturaleza y la sociedad que se hace
imposible ser libres o elegir cómo vivir mejor sin recurrir a la autoridad
o a un ser omnipotente; sin embargo, por mucha programación bioló-
gica o cultural que tengamos, siempre podemos optar finalmente por
algo que no esté en ningún programa político o escatológico; pode-
mos decir sí o no, quiero o no quiero, sin tener nunca un solo camino
a seguir sino varios. La epistemología critico-escéptica de Mansilla
aporta a inventar y elegir, en parte, nuestra forma de vida: elegir den-
tro de lo posible.
Una nueva actitud ética a la que inducen las obras de Mansi-
lla, se transforma en un tipo de crítica y un arma para rescatar un
complemento imprescindible de la libertad y la responsabilidad: la
humanidad de nuestra existencia. Lo que hace humana a la vida es el
396 acompañamiento de otros seres humanos: hablar con ellos, pactar y
comprenderlos con sentido común, siendo respetado, incluso corriendo
el riesgo de ser traicionado, haciendo planes, o sencillamente sintiendo
la presencia de los otros. Una nueva actitud ética, mal podría servir
para saber cómo alimentarnos mejor o cual es la manera más acon-
sejable para protegerse de una dictadura. No dice nada acerca de qué
hacer para lograr el crecimiento económico o ser más rico.
Felipe Mansilla nos invita a identificar una ética y un sentido común
para vivir una vida más humana, frente al tiempo nublado que ahora
parece acosarnos como si fuera una tormenta. La mayor ventaja que
puede obtenerse de la ética es el afecto de un mayor número de seres
libres y responsables consigo mismos. La responsabilidad ética recupera
al escepticismo crítico como una forma de compasión por los otros, con
el fin de ofrecer y acceder a múltiples oportunidades. Para entender a
los otros, no hay más remedio que apreciarlos en su humanidad, apli-
car el sentido común y ser capaces de conseguir una justicia ética.
Aquellos que quieren destruir su responsabilidad, como parece ser
hoy la nueva ola del egocentrismo insaciable y consumista, dejan de
ser libres y se convierten en marionetas de la propaganda. La oportu-
nidad que ofrece la ética de Mansilla es comprender que aceptando el
sentido de responsabilidad, es posible darse cuenta de que cada uno
de nuestros actos nos va construyendo, definiendo, inventando y ofre-
ciendo soluciones dentro de una sociedad más humana y más allá de
cualquier proyecto totalitario.
La producción teórica de Mansilla aboga por una ética que es capaz
de apostar a favor de una vida que vale la pena ser vivida por medio
de la libertad y el uso reflexivo de las responsabilidades. Estos intentos 397
buscan nuestro propio bien, a través de un camino con plena identidad
personal. Este reto es una oportunidad para dejar de pensar que esta-
mos en una época perdida (pues siempre nos tocara vivir momentos
difíciles). Por el hecho de existir, gozamos de una oportunidad para
cambiar y ejercer nuestra libertad. Cambiar sería, en gran medida,
crearse a sí mismo, ética y responsablemente.
Es por estas razones que en la actualidad necesitamos un respiro
para decir las cosas como son, sin disimulos ni dogmas o temores, y
Mansilla refuerza enormemente este propósito. Aquí es donde el escep-
ticismo permite indagar buscando explicaciones que, por supuesto, no
serán jamás esclarecidas con plenitud porque es imposible adivinar el
conocimiento del futuro.
El escepticismo se materializa en una conducta que pretende labrar
la conciencia en el campo de la curiosidad con imaginación creadora,
del relativismo y del reconocimiento de las profundas limitaciones que
acompañan nuestra vida humana, ya que tiene siempre en la memoria
el derrumbe de los absolutismos y los proyectos totalitarios del socia-
lismo o el etno- nacionalismo que abrigan un cúmulo de mentiras
sobre una serie de cambios que no son duraderos ni tampoco justos
en el largo tiempo.
El creciente avance del escepticismo en la cultura compleja de la
globalización y en medio de escenarios plagados de incertidumbre exis-
tencial, no constituye una rebeldía sin rumbo, sino más bien uno de los
efectos de la democracia política que requiere el afecto y aceptación de
valores e ideas diferentes a nuestras convicciones, consideradas muchas
veces como verdades inmodificables. Por 1o tanto, el relativismo es el
398 complemento necesario del escepticismo y ambos representan los valo-
res de una sociedad democrática, intentando asegurar la convivencia
civilizada entre las personas, grupos étnicos, religiones, filosofías y
demás creencias que apuntan hacia la posibilidad de un mundo, siem-
pre más humano.
Los aportes teóricos de Mansilla llevan a pensar que en el centro de
la sociedad relativista se levanta el escepticismo fuertemente ligado, más
que con el pesimismo triste o los arranques de subversión violenta, con
la desmitificación de la realidad política, económica y social (Mansilla,
2011). El relativismo y escepticismo democráticos inauguran inéditos
momentos de divergencia pero, al mismo tiempo, de aceptación del/
los Otro/s diferente/s y, por lo tanto, plenamente válido para la cons-
trucción de un Estado sujeto a instituciones racionales y legitimidad
democrática en una sociedad libre.
El escepticismo puede ser cultivado en discusiones que cuestionen
todo el orden social y político donde se instauren, libremente, situacio-
nes favorables a una activa opinión pública informada, contagiando un
suave aire de incredulidad en las esferas familiares, el trabajo, las asam-
bleas políticas, los ámbitos académicos y la propia conciencia individual.
Tal vez el caudal más importante del escepticismo político de Man-
silla, sea su tentativa para generar un conjunto de opiniones públicas
responsables a través del diálogo y la constante discusión. Sin embargo,
es también importante aclarar que el escepticismo no es de ninguna
manera una conducta que colinda con el nihilismo, es decir, con aque-
lla forma de ver el mundo desde el vacío y la inutilidad sombría que
condena, desde las teorías posmodernistas, los esfuerzos humanos.
Al contrario, el escepticismo en Mansilla podría ser entendido como 399
una lucha contra las estrategias de inmunización de aquellos pensamien-
tos únicos que tratan de hacer ver que en las actuales tendencias del
mercado mundial y la política oportunista, ya no hay nada por hacer
en la búsqueda de una ética renovada junto a una política libertaria
que vaya en pos de mayor justicia social, o un futuro mejor para los
débiles y desposeídos (Mansilla, 2007b).
El escepticismo quiere romper con todo monopolio político de la ver-
dad, aceptando que todos nos equivocamos para caminar en conjunto
hacia la consecución de verdades relativas. El escepticismo punza con
suavidad en la pregunta: ¿cómo lograr que nuestra sociedad se adapte
a los cambios y a un ritmo histórico que combine el movimiento con
el reposo, e inserte lo relativo en lo absoluto mediante una sana dosis
de incredulidad creativa?
Finalmente, el escepticismo es un antídoto para evitar la intoxica-
ción ideológica, defendiendo la libre concurrencia de puntos de vista,
apoyando una sociedad abierta y rechazando el culto a la personali-
dad de todo líder o promesas irrefutables para cambiar la sociedad, el
Estado y la cultura, de golpe y por la fuerza. Nadie tiene una misión
irrenunciable para hacer la revolución a como dé lugar, así como es
mucho más saludable un escepticismo que no queda ciego frente a los
absurdos delirios de aquellos que tontamente quieren hacernos creer
que no tenemos limitaciones. Tenemos límites y moriremos tarde o
temprano como pillos o héroes de la conciencia donde no debería ven-
cer el absolutismo sino el escepticismo.
La epistemología critico-escéptica no es el fin de toda creencia. Al
400 contrario, es una manera de reforzar la creencia en uno mismo, es la
fuerza de la voluntad por cambiar con calma y de manera gradual,
buscando la fidelidad con nuestra conciencia. Sólo así podremos reno-
varnos y enfrentar transformaciones.

Toda una vida dedicada a la crítica


La producción teórica de Mansilla transmite una forma de vivir
humilde, como es él realmente, lejos del ruido de las preocupaciones
materiales. A esto apuntan también sus memorias donde el pensar sobre
los éxitos y fracasos siempre arrastra una serie de sentimientos contra-
dictorios: arrepentimiento por tantos errores cometidos, junto con la
nostalgia de aquellos momentos mágicos y alegres que se acurrucan
en la memoria como un refugio inexpugnable, al cual recurrimos para
sentirnos vivos. Recordar no es sólo un ejercicio particular del género
humano, sino una pasión fundamental que nos convierte en los únicos
seres con la capacidad para autocriticarse, reinventarse y agradecer o
maldecir por el destino que nos ha tocado experimentar.
Diversas religiones como el cristianismo y el budismo se alimentan
constantemente de la necesidad de reflexionar sobre el recorrido de la
vida. En la Biblia, Jesús exhorta a sus discípulos tratando de desper-
tar la posibilidad de renacer para auto-transformarse. Los budistas
nos recuerdan que el karma es una carga muy pesada pero posible de
ser sobrellevada mediante la reencarnación y el ejercicio del bien en
las vidas futuras: la filosofía es otro instrumento para regresar sobre
nuestros pasos, facilitando un reencuentro con la honestidad ante
uno mismo.
La honradez frente a la consciencia y la vida, es lo que ofrece Felipe
Mansilla en su libro: Memorias razonadas de un escritor perplejo (2009), 401
un aporte sustancial sobre todo para los jóvenes, donde el filósofo
reflexiona con nostalgia, desconfianza y tristeza sobre su trayectoria
como intelectual en Bolivia y su relación con el mundo, recapitulando
sus aspiraciones truncadas.
El libro es de fácil lectura, interpelándonos sobre lo que significa
el fracaso, los éxitos momentáneos, el dolor que se siente cuando la
sociedad moderna, autoritaria, clientelar e ignorante, arrincona en la
marginalidad a todo esfuerzo académico y teórico. Mansilla se crítica
a sí mismo al afirmar que las metas intelectuales, así como la alegría
de escribir para comprender el tiempo que se vive, no representan sino
una extraña mezcla entre pesimismo teórico e ingratitud de parte del
orden imperante. Para Mansilla, nuestra época no aprecia a sus inte-
lectuales, el valor de la cultura, ni tampoco la posibilidad de ir más
allá de los convencionalismos.
Esta ingratitud provoca desengaños, rabia e impotencia; sin embargo,
las memorias de Mansilla van más allá: él se reconoce en varios pasa-
jes del libro como un escritor desencantado, al tiempo que se percibe
racionalmente como la expresión del compromiso con la crítica ínte-
gra, convertida en pasión profesional, a la cual su vida dedicó un largo
trabajo. Es aquí donde quizá Mansilla no se da cuenta que el recono-
cimiento colectivo y las gracias son lo de menos.
Su existencia avanzó por los senderos de la reflexión y la oscuridad
del dilema en torno a ingresar en la política y la traición como modo
de vida, frente a la paz del espíritu que indaga hasta entristecerse con
el conocimiento, al constatar que la actitud común se reduce al dinero,
a la modernidad capitalista, a la irresponsabilidad de varios líderes y la
402 vulgaridad de aquella viveza criolla que, en el fondo, dibuja una son-
risa estúpida en la cara de muchos impostores en el interior de muchos
países de América Latina, que muchas veces se engañan a sí mismos.
Memorias razonadas de un escritor perplejo es un libro para el debate,
aunque simultáneamente es un testimonio para mirar nuestro propio
camino, bajo la lupa implacable de la consciencia crítica: nuestra única
salvación llegado el momento de la vejez. Es importante leer a Mansi-
lla, estar en desacuerdo con él, conocerlo y asumir el reto para cultivar
nuestra riqueza personal y enriquecer a Bolivia con múltiples miradas
en torno al presente y el futuro. Por lo tanto, es fundamental desarro-
llar un pensamiento crítico que no pueda parar de ser pensamiento
crítico, que no deje de encontrar contradicciones, que no se canse de
emitir juicios divergentes en condiciones de paz y no de enfrentamiento.
La crítica sin miramientos
La crítica racional escéptica es la nueva matriz de reflexión que debemos
aprender con fuerza. Las viejas garantías de la ilustración raciona-
lista demandaban sacrificios, ilusiones y actitudes míticas en pro de
la modernidad. El liberalismo venera la modernidad, los mitos del
mercado y exige sacrificios para la democracia representativa; el mar-
xismo endiosó a un sujeto histórico de la revolución: la clase obrera y
ahora parece incorporar a los indígenas como masas desafiantes, pero
sin cuestionar a la modernidad que se basa en la edificación de una
sociedad industrial.
Estas viejas garantías o exigencias míticas de equilibrio con el mer-
cado capitalista o la idea de revolución para destruir el orden de la
sociedad industrial, están agotadas. Un pensamiento crítico no está 403
sometido a ninguna ilusión y, por eso, lo que ahora parece despuntar
es el nacimiento de una crítica sin ataduras a ninguna camisa de fuerza
o dogmatismo disfrazado de campañas heroicas (Mansilla, 2006b).
La crítica como pasión sin remordimientos en el caso de Mansilla
no se detiene a tomar posiciones. La nueva ética y política que quisié-
ramos encontrar en el interior del pensamiento crítico, cuestiona las
posturas intransigentes de conocimiento y pretende instaurar una oferta
abierta a múltiples alternativas, más allá del culto a los movimientos
sociales como portadores de trauma y ajusticiamiento; más allá de la
celebración ingenua del mercado; más allá del instrumentalismo del
conocimiento y la astucia de aquellos que quisieran sembrar la anarquía.
El ejercicio crítico también debe renovar las instituciones desde
donde se practica la producción de conocimientos. Es fundamental
una renovación de las universidades y las actitudes políticas en el interior
de éstas (Mansilla, 2012). La crítica actual pone en tela de juicio la
forma tradicional sobre cómo se han estado produciendo los cono-
cimientos en las universidades, centros de enseñanza o institutos de
investigación, preocupados muchas veces sólo por acaparar dinero para
financiar estudios que traslucen la vanidad de un grupo reducido de
veleidosos del momento.
El pensamiento crítico no busca la resurrección de un compromiso
con ciertos actores sociales o utopías de cambio radical. Al contrario,
la crítica como pasión y sin temores está fuera de la influencia román-
tica de compromisos al viejo estilo propuesto por el filósofo francés
Jean Paul Sartre. El compromiso sartreano era un tipo de solución a lo
que fue la vinculación entre producción de conocimientos y transfor-
404 mación social marxista, hoy caduco para comprender nuestra situación
contemporánea.
El pensamiento crítico de Mansilla deja de lado cualquier visión sal-
vífica, lanzándose más bien a cuestionar las universidades o los centros
de investigación y explicando que estas instituciones están para pro-
ducir saberes y no solamente tecnologías como si se tratara de fábricas.
El nuevo pensamiento crítico debe pasar de la producción de un
conocimiento representativo: aquel producido por las élites de inte-
lectuales versadas en diferentes disciplinas, al conocimiento abierto e
imaginativo que se abre hacia otras perspectivas y posiciones, sin espe-
rar que todo dependa de los privilegios que tiene un círculo de sabios
o que brinda la supuesta omnipotencia de la razón moderna. El tra-
bajo teórico de Felipe Mansilla muestra que el horizonte último de la
crítica y el conocimiento, es un diálogo con todos y la interacción con
diferentes actores sociales que nos lleve hacia una pacífica y sana inno-
vación del sitio en que vivimos.
Todo diálogo exige el intercambio de información; sin embargo, en
nuestros días estamos expuestos a cantidades inagotables de informa-
ción y conocimientos, al mismo tiempo que observamos con pavor
cuánto se agrandó la brecha entre aquellos cuyo poder radica en el
conocimiento científico y aquellos que están subordinados a éste o
sufren sus consecuencias, de tal manera que la identidad del mundo
de hoy no sólo es el creciente desempleo y la absoluta desigualdad, sino
el divorcio entre los países productores de conocimientos y aquellos
que solamente copian o consumen conocimientos, sin posibilidades
de innovación.
El desempleo y la reproducción de la pobreza siempre constituyeron 405
un elemento inherente a la estructura de producción capitalista. Lo
que hoy día presenciamos, son nueve formas de dominación y depen-
dencia que actúan a través de un arma más poderosa y sutil como es
el conocimiento. La obra de Mansilla invita a generar conocimiento
crítico como el mejor camino para combatir la subordinación de Amé-
rica Latina hacia los centros eurocéntricos de producción científica.
Los problemas que actualmente confrontan los países pobres siguen
girando en torno a la influencia proveniente del mundo desarrollado
que, gracias a su superioridad en materia de conocimientos, cree tener
suficientes motivos para considerar éticamente aceptable la intervención
en muchos países, sea mediante una presencia militar, presión diplo-
mática o asesoramiento externo en materia de desarrollo.
Cuando se considera a la educación, información y saber científico
como las riquezas del siglo XXI, lo que se está aceptando es un modelo
único de conocimiento afincado en la más antigua tradición del racio-
nalismo europeo y el positivismo. Detrás de estos paradigmas descansa
una premisa que da lugar al sentimiento de predominio que caracte-
riza a las potencias globales: el conocimiento científico no solamente
ha sido comprobado en la realidad a través de siglos de investigación,
sino que su principal contribución está en el ámbito de la producción
y economía capitalista, verdadero canon de prosperidad y referencia
para cualquier sociedad.
En nuestros días se ha llegado a una situación donde no hay otra
forma de desarrollarse sino es a través del mercado y el capitalismo,
como tampoco existe otra alternativa de imaginarse el futuro, sino es
mediante el impulso por alcanzar la modernización occidental de ins-
406 piración europea.
Este es el molde que se expande con la presencia de expertos extran-
jeros en diferentes países pobres de América Latina, arrastrando un
conjunto de valores y formas de considerar a la realidad donde el
conocimiento científico acaba convirtiéndose en una ideología de supre-
macía. Incluso aquellos que dicen ser contestatarios, simplemente son
opositores momentáneos, insertos en varias agencias internacionales,
caracterizadas por un estilo de vida enraizado en la más plena moder-
nidad capitalista.
Aunque muchos lo nieguen, todo tipo de asesores económicos, políti-
cos, ecologistas, científicos, ingenieros, incluso teólogos, aparecen como
los poseedores de claves teóricas o estrategias prácticas para intervenir
en la realidad de otras sociedades, juzgadas como menos afortunadas
y retrasadas. Si bien muchos tratan de adaptar su conocimiento a las
particulares condiciones culturales de otros países, rápidamente se
impone un tipo de conducta en la que su bagaje profesional y expe-
riencias son considerados como el escalón superior.
Por lo tanto, existen tres ámbitos en los que hoy se utiliza el cono-
cimiento para reforzar las relaciones desiguales entre los países ricos y
pobres que es necesario criticar. El primer escenario es la intervención
militar por razones humanitarias, como las operaciones llevadas a cabo
por la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y Estados Unidos
en los Balcanes, Medio Oriente y África.
Estas acciones consideran que es plausible romper toda soberanía
estatal para imponer equilibrios dictados por el conocimiento geopolí-
tico militar. Estos equilibrios pueden ser: a) la protección de inversiones
transnacionales; b) la defensa de intereses juzgados como seguridad
nacional, al estilo del nacionalismo estadounidense que va más allá de 407
sus fronteras; c) el salvamento a poblaciones civiles de masacres étni-
cas; y d) la contribución al establecimiento de democracias de mercado
a escala global.
En Europa y Estados Unidos, un arsenal de institutos de investiga-
ción está dedicado al conocimiento sobre temas de seguridad, guerras
de baja intensidad y control de armas nucleares, mientras que las pobla-
ciones que han presenciado diversas intervenciones, están condenadas
a ser víctimas de la diplomacia preventiva y el saber especializado de
los expertos militares.
El segundo ámbito es la economía de mercado, donde el conoci-
miento está estrechamente conectado a instituciones de desarrollo y
corporaciones que controlan ingentes volúmenes de inversión. Aquí
destaca el conocimiento económico, el cual considera que la sociedad
debe ser domesticada de acuerdo con patrones de alta productividad,
competencia, desregularización y acelerada modernización. Aunque
algunos planteen una mayor participación de los pobres en la toma de
decisiones, es el conocimiento de teorías sobre costo-beneficio y macro-
economía lo que actualmente avasalla, llegando inclusive a los centros
de investigación de izquierda que perdieron la brújula en materia de
innovación teórica.
El tercer escenario es el tecnológico donde la ingeniería genética,
telecomunicaciones, astronáutica y cibernética son espacios de cono-
cimiento, exclusivamente cultivados en los países ricos. Si bien varios
informes de las Naciones Unidas sobre el desarrollo mundial analizan
las contribuciones de la tecnología para superar la pobreza, está claro
que los países subdesarrollados son solamente receptores, antes que
408 productores de conocimiento tecnológico.
La dependencia tecnológica no sólo se incrementó, sino que para
muchos países no existe la posibilidad de tener acceso a los beneficios
procedentes de la tecnología. La angustia de hoy no es la inabarcable
producción científica o la confusión entre información y conocimientos,
sino un patrón mundial donde el mundo desarrollado va construyendo
orientaciones, normatividades o estereotipos de progreso donde los
pobres son identificados una vez más con el primitivismo, razón por
la cual sería justo intervenir en la soberanía de otros países imponiendo
conocimientos y generando así mayor subordinación. Frente a este
panorama, el único antídoto de reestructuración es el pensamiento crí-
tico en todos los ámbitos de la vida: institucional, personal y cultural.
La dependencia no funcionaría sin un complemento: la crisis de los
sistemas universitarios en los países en desarrollo. Si bien en algunos
casos, la matriculación puede haberse incrementado, facilitando el
acceso a la educación superior de mujeres y otros grupos marginados
a comienzos del siglo XXI, lo cierto es que los centros universitarios
están muy cómodos repitiendo cualquier conocimiento generado en
los núcleos de dominación occidental-modernos (Mansilla, 2008).
En consecuencia, las universidades acríticas de gran parte de los paí-
ses latinoamericanos facilitan explícitamente las relaciones desiguales
de poder donde el conocimiento se transforma en tecnología y estra-
tegias populistas (Mansilla, 2012). Nadie cuestiona el determinismo
tecnológico y muchos institutos de posgrado se conforman con mos-
trar sus convenios con las universidades dominantes, reproduciendo
una manipulación mental y generando las mejores condiciones para la
hegemonía de los países productores de un conocimiento politizado y
de un populismo sempiterno en América Latina. 409
Estas nuevas formas de rezago en los conocimientos penetran sigi-
losamente en las mentes de hoy, mostrando una realidad donde el
mercado y los sistemas políticos del occidente industrializado van cons-
truyendo una noción de universidad a partir de sus intereses y maneras
de entender el mundo.
La crítica de nuestra contemporaneidad, entonces, se hace no sola-
mente imprescindible, sino que demanda, como lo hace Mansilla, el
compromiso con una nueva praxis cuyo eje descanse en un pensamiento
abierto y en las lecciones que a lo largo de 70 años, H. C. F. Mansilla
fue plasmando por medio de una obra valiosa y digna de ser reconocida.
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III
El decisionismo como soberanía y
liderazgo: un regreso a Carl Schmitt

El ejercicio del poder está vinculado directamente a los impulsos de la


dominación para disponer sobre una serie de recursos. Se puede tomar
una decisión para echar mano de ingentes cantidades de recursos econó-
micos pero, al mismo tiempo, para afectar la vida cotidiana de cientos
o miles de personas. El poder, probablemente se condensa en aquella
posibilidad de utilizar individuos y factores materiales, frente a lo cual 413
muchas veces es difícil oponer una resistencia. El filósofo político, Carl
Schmitt (1888-1985), consideraba que el poder era precisamente la
facultad de decidir porque una decisión constituía la principal fuente
de soberanía política, conducente al regreso de mistificaciones teológi-
co-políticas que retoman una posición central en todo terreno estatal.
En las versiones tecnocráticas sobre las posibilidades de llevar a cabo
una reforma del Estado, siempre están presentes dos posiciones: por un
lado, la agenda de cambios democráticos y por otro, la discreta ilusión
de un liderazgo fuerte capaz de tomar medidas estratégicas en cual-
quier momento. Es en el ámbito estratégico de lo político (el poder en
ejercicio dentro del aparato estatal) donde normalmente se oscurecen
algunos aspectos teóricos e ideológicos, como por ejemplo los meca-
nismos permanentes para la toma de decisiones que se manifiestan
en los sistemas presidenciales o parlamentarios. Aquí, Carl Schmitt
posee una influencia inusitada, pues aunque sin citarlo, varios enfo-
ques neo-institucionalistas replantean problemáticas relacionadas con
las formas de compatibilizar la participación democrática, el liderazgo
eficiente para articular consensos y las habilidades para administrar la
estabilidad política que, muchas veces, se alejan de los pre-requisitos
en torno a la soberanía democrática como fuente última para viabili-
zar la legitimidad. La soberanía deja de residir en la voluntad popular
para concentrarse, más bien, en la capacidad de tomar decisiones como
líder enérgico y autoritario.
El libro Teología Política, Cuatro Ensayos sobre la Soberanía, publi-
cado por primera vez en 1922, y reeditado en los albores del régimen
nazi en 1933, otorga a Schmitt las ventajas de haber formulado una
414 visión realista y fuertemente atractiva respecto a la soberanía como
un conflicto –o tensión abierta– entre la soberanía del derecho, en
contraposición a la soberanía del Estado, que finalmente demanda la
intervención directa de un esfuerzo que imponga decisiones, tanto en
las situaciones de excepción, la administración constante del poder, así
como en las crisis políticas.
La posición teórico-política de Schmitt comienza criticando las
propuestas de Hans Kelsen, quien consideraba al Estado como la encar-
nación misma del “derecho” y donde éste representaba una norma
altamente valorada como juicio hipotético del deber ser. Este deber ser
guardaba no solamente un paralelismo con la tradición teológica, sino
que aún a pesar del intento de secularización del derecho mediante
el uso de un método científico y una teoría pura de carácter racional,
todavía mantenía, según Schmitt, conexiones con un Estado que se pre-
sentaba como si fuera el regreso de un orden inspirado en la divinidad.
La teoría pura del derecho cultivada por Kelsen, no logró borrar aquel
debate en torno a cuándo se demarca completamente el paso de un
orden político recibido por Dios, hacia otro orden construido por la
Razón de los hombres libres y plenos de autodeterminación.
Carl Schmitt cuestionó la concepción que identificaba al orden polí-
tico con el Estado de Derecho por estar encerrada en idealizaciones,
que si bien tenían validez teórica, no podían responder claramente
cuando descendían al terreno real de la política. La cuestión central se
encontraría en “quién garantiza la toma de una decisión en última ins-
tancia”, soportando la responsabilidad del mando y abriendo las puertas
al liderazgo como mandato necesario y fuerza material que pone en
funcionamiento un gobierno o una autoridad. Para Schmitt, la sobe-
ranía sabe tomar decisiones, convirtiéndose en el eje pragmático que 415
expande su vigencia hasta hoy día porque soberano sería únicamente
aquel quien “decide sobre el estado de excepción”. La identificación
de un fuerte privilegio que tienen las decisiones en los asuntos públi-
cos y la praxis política, emparenta completamente a Schmitt con las
doctrinas actuales sobre la tecnocracia y el New Public Management.
En las concepciones constitucionalistas, la soberanía está totalmente
impregnada de un orden jurídico, cuya forma es la decisión que obe-
dece al cumplimiento fiel del derecho y donde el contenido de cualquier
decisión responde directamente al conjunto de normas que definen los
alcances, carácter y destino del Estado. Hoy día, podríamos decir que
la institucionalidad democrática no podría funcionar sin el imperio
de la ley que debe ser ciega ante cualquier privilegio y rigurosa para
impedir el abuso del poder. El Estado de derecho sería el símbolo de
cualquier democracia, donde ningún poder se extralimita ni subordina
el balance o equilibrios entre las estructuras institucionales de los pode-
res Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
A esto podemos agregar que los enfoques weberianos sobre el Estado
moderno, consideran a la “racionalidad legal” de carácter impersonal
como un tipo de dominación y estructura de poder, pero sin destacar
la toma de decisiones en sí misma. Dicha racionalidad se manifiesta a
través de una burocracia como conjunto de funcionarios institucionales
que aplica el orden jurídico positivo. Simultáneamente, la utilización
de la dominación legal tiene una forma específica expresada en el dere-
cho, administrado de manera regular y especializada.
Las decisiones de un Estado burocrático ligado a la dominación legal
se presentan como una técnica que tiende a convertir el proceso político
416 en un escenario calculable; es decir, en el duelo entre medios y fines.
Esto es importante para Schmitt pero bajo la condición de incorporar
otra dimensión: aquella donde la decisión sobre el presente y futuro
de un Estado siempre revisten la posibilidad de una “excepción”. En
otras palabras, el carácter excepcional de una decisión política, equi-
vale a la inclusión de un recurso extra ordinem o por fuera del orden
racional y legal: la capacidad de ejercer un liderazgo.
El enfoque decisionista de Carl Schmitt brinda una nueva orienta-
ción al sentido y profundidad de la soberanía política como “capacidad
para tomar decisiones”. La razón principal no descansa únicamente en
la dominación legal, sino en la imposición del liderazgo o la autoridad
política específica que en cierta coyuntura ejerce el poder. La impo-
sición, en este caso, es la legítima posibilidad de guiar las voluntades
individuales y colectivas hacia un horizonte de obediencia y consenso
que un líder fuerte es capaz de conseguir.
El líder asume la responsabilidad global de cualquier orden político.
No importa si el orden político está secularizado y racionalizado en un
ámbito moderno del Estado burocrático identificado con el derecho,
sino que el ejercicio de la soberanía política se aleja de sus principios
como voluntad general formulada en términos rousseaunianos, trans-
formándose en la voluntad personal del líder con la autoridad eficiente
para decidir sobre el destino de un estado de excepción. La lectura de
Schmitt sugiere que el liderazgo es una especie de añoranza, semejante
a toda intervención divina, que siempre intenta ser secularizada con la
apelación a la norma y el orden jurídico.
Un estado de excepción es la marca del poder y del ámbito donde
éste opera que es el escenario de lo político. Si bien se ha considerado
a Schmitt como un autor conservador, sus orientaciones son escépticas 417
respecto al cambio y la probabilidad de encontrar un rumbo a partir
de la voluntad de los sujetos sociales que tratan de establecer una con-
tinuidad plenamente satisfactoria entre la construcción de un orden
político secularizado, la legitimidad democrática que confía en la sabi-
duría del pueblo, y el Estado de derecho como aspiración incompleta
e ideal, una vez que surgen los conflictos y múltiples contradicciones
fruto de la acción política.
Las decisiones políticas – incluidas las gerenciales y todo tipo de
intervenciones que se relacionan con acciones estratégicas – tienen la
particularidad de crear y recrear un orden o sentido del orden. Por lo
tanto, existe una enorme carga teológica en los debates políticos porque
el líder soberano que decide sobre el estado de excepción es la extensión
de la protección divina sobre las estructuras políticas. El concepto de
lo político en Schmitt está muy cerca, inclusive, de la teoría sistémica
y la toma de decisiones que pueden permitirse reducir el potencial de
movilización de la voluntad del pueblo, como esfera para legitimar las
decisiones democráticas, favoreciendo más bien las estrategias sistémi-
cas que entienden a la sociedad y el orden como un servomecanismo,
programable a través de las decisiones apropiadas.
En esta visión política, la sociedad no tiene por qué tener sujetos
con visiones subjetivas y voluntaristas para influir en las decisiones
que se toman dentro del sistema. Para Carl Schmitt, Thomas Hobbes,
Maquiavelo y los defensores del decisionismo en la administración del
Estado, no se trata de pensar en quién finalmente domina la natura-
leza, la descifra y controla sus movimientos, sino quién es capaz de
mirar de frente y aceptar, tal cual, el todo del sistema como un orden
418 donde “la decisión sobre lo excepcional –afirma Schmitt– es la deci-
sión por antonomasia”. En efecto; una norma general: la representada,
por ejemplo, en un concepto normal cualquiera del derecho vigente,
“nunca puede prever una excepción absoluta ni dar fundamento cierto
a una decisión que zanje si un caso es o no verdaderamente excepcio-
nal”. La decisión representa el corazón del liderazgo y el orden político.
Cuando Schmitt delimita de modo técnico la noción de soberanía, no
la considera como mero objeto pero tampoco como un espacio dotado
de fuerzas privilegiadas donde predominen el derecho y la voluntad
popular, sino como un mecanismo cuya complejidad puede ser redu-
cida y controlada de una manera más eficaz mediante la intervención
del líder o autoridad específica que toma una decisión, determinando
el rumbo que la sociedad también espera.
En las teorías de Schmitt, el príncipe y el pueblo no pueden ser sobe-
ranos alternativamente, razón por la cual toda representación política
se enfrentará con el peso de la decisión. La soberanía es indivisible pero
dentro de las fronteras del Estado y es así como emerge el concepto de
decisión paralelamente a la soberanía del pueblo.
Esto es facilitado por la persistencia de los códigos teológicos en la
política. La teología política de Schmitt se transforma en una reflexión
sobre la presencia de un saber supremo, protector y abierto, al mismo
tiempo, a una discusión en torno a la supremacía del orden político,
por medio de la intervención estratégico-soberana de liderazgos secu-
lares e imponentes. Schmitt plantea una línea de equilibrio político
entre el líder como soberano, el Estado, el sentido de orden y la toma
de decisiones.
Si soberano es aquel que decide en un estado de excepción, entonces
las tecnologías decisionales sobre las organizaciones eficientes y com- 419
plejas del siglo XXI que hoy día tienen tanto atractivo, convierten a las
teorías de la democracia en un rodeo intelectual superfluo, sin ningún
tipo de efectos verdaderos en las arenas reales del poder y la política. Las
preocupaciones por el orden y la soberanía del decisor transpiran un
vapor antidemocrático, convirtiendo sutilmente las demandas demo-
cráticas en un reclamo por ciertas dosis autoritarias de mayor poder, el
cual va a depositarse en pocas manos; es decir, en las manos de un líder
y grupo de líderes capaces de asumir el peso del mando cuando van a
tomar una decisión vital para reproducir el poder y el orden político.
IV
Gramsci, a 81 años de su muerte: la
hegemonía como arena de lo político

Introducción
El análisis de los clásicos del marxismo en el siglo XXI puede repre-
sentar un trabajo que implica solamente una reflexión alrededor de
la historia de las ideas. Sin embargo, también es posible reinterpretar
420 algunos postulados teóricos con el objetivo de arrojar luces y compren-
der nuevos fenómenos, tratando simultáneamente de superar los viejos
errores que refutaron a las teorías originales. Si bien los supuestos prin-
cipales del marxismo como la determinación en última instancia de
la infraestructura económica, o la vanguardia esencial y revoluciona-
ria de la clase obrera, han sido contradichos por la evolución histórica
del capitalismo contemporáneo, sus preocupaciones sobre la lucha por
el poder, permiten siempre estar alertas desde una perspectiva crítica.
Este es el caso de las contribuciones teóricas de Antonio Gramsci
(1891-1937) que fueron fundamentales para rechazar el determinismo
económico difundido por algunas tendencias del marxismo dogmá-
tico. Gramsci facilita la identificación de un conjunto de características
específicas en la esfera del Estado y la sociedad civil, dando nacimiento
a un debate sobre el concepto de hegemonía junto a las particularida-
des de lo político: la verdadera razón de ser para la captura del poder.
La hegemonía es un proceso simbólico-político envolvente que hoy
día se caracteriza por convertir a la cultura en el tejido sutil de la pro-
paganda política y en los condicionantes ideológicos de la persuasión,
en una época de democracia de masas. Asimismo, la hegemonía den-
tro del capitalismo postindustrial se transforma en un tipo de acción
estratégica para obtener el poder, conservarlo y efectivizarlo a través de
consensos y procesos de comunicación políticos, con el fin de convertir
al liderazgo fuerte en el vencedor, aliándose inclusive con las fuerzas
derrotadas del campo político. En teoría, Gramsci permite pensar en
la posibilidad de que no haya perdedores o derrotados absolutos, sino
que sus tesis sobre la hegemonía como aquella combinación entre con-
senso y coerción, podrían convertir al teórico italiano en el maestro del
consenso y articulador de fuerzas que requiere la dominación para ser 421
más eficaz y perdurable.
También se pueden considerar otros aspectos respecto a cuán útiles
son las perspectivas críticas que inauguraron los denominados gran-
des pensadores de la revolución comunista, para seguir cuestionando
nuestra contemporaneidad política. Si bien las diferentes versiones del
marxismo-leninismo están devaluadas en la actualidad debido a la desa-
parición de la ex Unión Soviética y todo el orbe socialista de Europa del
Este, algunas orientaciones crítico-analíticas de autores como Gramsci,
todavía mantienen plena vigencia, en el sentido de invitar a los líde-
res políticos, partidos y movimientos sociales, a pensar procesos muy
complejos como las raíces en las que prospera la dominación, o las
estructuras ideológicas que abarcan la construcción de hegemonías
expansivas en los sistemas políticos democráticos, sobre todo en la era
de la explosión de influencias trascedentes como la televisión, el entre-
tenimiento, la información masiva y las redes sociales del Internet.
Una estrategia que busca la hegemonía, exige convertir a la comuni-
cación política con los dominados y sujetos subalternos, en un proceso
educativo y, al mismo tiempo, transaccional para lograr legitimidad
o aceptación. Esto quiere decir que cualquier grupo dominado podrá
negociar con el actor dominante, a cambio de subsistir en la lucha polí-
tica. La finalidad de toda lucha hegemónica es obtener un equilibrio
de consensos para consolidar las estructuras del poder en ejercicio que
requieren el Estado, el líder o el partido fuerte. Un partido político
eficaz es el llamado “príncipe moderno” de Maquiavelo; es decir, una
organización eficiente y con una burocracia dirigente capaz de impo-
422 ner la autoridad legítima por medio de intelectuales que representan
una especie de cerebro en medio del conflicto de clases.
A pesar de las dificultades interpretativas que tienen todos los textos
teóricos de Gramsci debido a su fragmentación, ausencia de sistematiza-
ción y los problemas para tener una imagen completa de su pensamiento,
los aportes respecto al concepto de hegemonía son muy convincentes.
Permiten comprender que la cultura y la sociedad se desarrollan a través
del entrelazamiento de diversos códigos de significaciones, interpreta-
ciones y construcción colectiva de la dominación, otorgando sentido
y una mejor comprensión a todo lo que el hombre puede desarrollar
en su vida social.
En las ciencias sociales, siempre llama la atención el desarrollo de
la cultura como aquel entramado simbólico que no se reduce a meras
prácticas discursivas o entretenimientos míticos. Los horizontes simbóli-
co-culturales tienen su propia especificidad, su propia vida y autonomía
que dan significado a todo lo que hacemos en las luchas sociales y polí-
ticas. Aquí ingresa la hegemonía como un ordenador de significados,
de discursos y de comunicaciones para articular esfuerzos y constituir
la autoridad intelectual en un flujo constante de conexiones entre el
Estado y la sociedad civil. Es por esto que la hegemonía no está con-
formada únicamente por la ideología, ni ésta desaparece cuando se
consolida el predominio de un actor político hegemónico.
Aquellas visiones del marxismo (mecanicista y ortodoxo) que, gra-
cias a la extensión acrítica de la teoría del reflejo a las ciencias sociales,
reducían todo análisis a los procesos materiales de producción, ter-
minaron por esconder y abandonar en la oscuridad los fenómenos
comúnmente conocidos como simbólicos o superestructuras políti-
co-estatales. Gramsci puede ser resucitado, justamente con el objetivo 423
de realizar una lectura profunda de los fenómenos hegemónicos, sobre
todo relacionados con la producción político-cultural y una serie de
procesos de información-comunicación masivos que hoy en día son
bastante prestigiosos, como las campañas políticas, el desarrollo de
la opinión pública y las estrategias para manufacturar consensos en las
democracias modernas.
Es en el horizonte del conjunto problemático del Estado, su legitima-
ción ante la sociedad, lo político como campo de lucha y reconciliación,
así como dentro de la cultura, que se desenvuelven los estudios de la
hegemonía. En el tratamiento de estas temáticas, Gramsci reflexiona
respecto a cuál sería la identidad de lo político, como espacio propio de
conocimiento, construcción de objetos de estudio particulares y terreno
para disputar el poder por medio de un uso imaginativo del saber y las
ideas, aplicado a la praxis organizacional revolucionaria. La ideología
como una estructura de significaciones, conduce a las formas hegemó-
nicas de la política, transformándose así en los sutiles basamentos de
la dominación estatal en toda sociedad. Por consiguiente, el horizonte
de visibilidad teórico para el pensamiento político le debe mucho a
las reflexiones gramscianas sobre la hegemonía y las formas simbólicas
de la dominación sutil. En suma, Gramsci es aquel maestro que nos
hizo entender que la política no es el arte de lo posible, sino la fuerza
intelectual del partido y la conciencia que éste desarrolla para hacerle
ver al sujeto dominado que no hay otra forma de obedecer, sino estar
convencido de acatar la autoridad en una comunicación y concerta-
ción con los más fuertes.

424 Las múltiples facetas de la hegemonía


Las relaciones entre el Estado y la sociedad civil siempre implican un
grado de desarrollo de la hegemonía; es decir, los patrones políticos
que caracterizan a las estructuras estatales se originan y asientan en la
sociedad, mientras que ésta responde y se subordina al Estado gracias
a las directrices del poder que éste produce al utilizar los mecanismos
funcionales de la hegemonía. El Estado y la sociedad civil son una con-
tinuidad de mutua determinación e interdependencia61.
En esta medida, al precisar el concepto de Estado, Gramsci entiende
a éste como “un equilibrio entre la sociedad política (dictadura-coer-
ción) y sociedad civil (hegemonía-instituciones). Así, se desemboca en
un Aparato de Hegemonía de Clase (AHC) que abarca la educación,
cultura, iglesia y vida cotidiana (inclusive afecta a los nombres de las

61 Cf. Gramsci, Antonio. Antología, México: Siglo XXI Editores, 1988, pp. 309-316; 353-354.
calles)”62. El concepto de hegemonía se entiende como una cadena total,
capaz de abarcar y penetrar muchas dimensiones de la vida colectiva.
Aunque Gramsci está preocupado por cómo obtener la eficacia hege-
mónica de la clase social por la cual lucha: el proletariado, sus análisis
se extienden a estudiar la hegemonía como un hecho que incumbe a las
clases dominantes y dominadas. Es por esto que la hegemonía también
es de vital interés para la clase dominante, en caso de que ésta desee
mantener un equilibrio conservador a su favor, deteniendo el avance
de las fuerzas antisistémicas y tratando de fomentar un consenso alre-
dedor del statu quo.
Sus propuestas teóricas intentan extenderse a los rasgos generales de
la hegemonía como un instrumento general de dominación en todo
momento histórico, sobre todo por medio de la conformación de un 425
partido político, capaz de organizarse en una forma eficiente hasta
imponerse hegemónicamente. Para Gramsci, la posibilidad de actuar
con estrategias que utilizan el conocimiento por medio de una guerra
de posiciones o de movimiento, claramente define al partido como el
príncipe moderno63.
La hegemonía no llega a constituirse como tal por sí misma, es
decir, por la acción omnipotente de las estructuras de una sociedad,
sean éstas políticas, ideológicas o económicas. La hegemonía está ali-
mentada por prácticas concretas de sujetos sociales concretos. Estos
sujetos son los intelectuales. Gramsci trata de entenderlos a partir de

62 Buci-Glucksmann, Christine. Gramsci y el Estado: hacia una teoría materialista de la filosofía, México:
Siglo XXI Editores, 1988, p. 35.
63 Gramsci, Antonio. Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Madrid: Nueva
Visión, 1980.
su función social, destacando la acción de un intelectual colectivo y
no individualmente considerado. Los intelectuales deberían ser com-
prendidos, además, desde una aproximación institucional que conduce
hacia los diferentes aparatos en los cuales se sitúan los hombres de ideas
para ejercer sus roles sociales, contribuyendo así a reproducir la domi-
nación en toda sociedad.
En Gramsci, el concepto de intelectual sufre una ampliación pues
se extiende hacia una red de ordenadores funcionales del sistema social.
No se podrá considerar, entonces, como intelectual solamente al indi-
viduo que desarrolla una actividad de estudio o ligada a la esfera de la
pluma, sino que, cuando se privilegia la función social ampliada de los
intelectuales, es fundamental entender los “elementos de cohesión social
426 de un bloque de fuerzas, donde los intelectuales tienen la función de
organizar la hegemonía social de un grupo y su dominación estatal”64.
Algunas preguntas de investigación que Gramsci formuló, por ejem-
plo, fueron: ¿cuáles serían los intelectuales que han generado y todavía
generan las bases para las nuevas construcciones ideológicas? ¿Cómo
funcionan los intelectuales según los ámbitos institucionales del Estado
y de la sociedad civil? Las ideas sobre hegemonía e intelectuales nos obli-
gan a observar el papel de las universidades, las condiciones en que se
producen los conocimientos y la información, los empresarios privados
que apoyan la difusión de ideas a su favor por medio de mecenazgos,
aquellos que toman las decisiones burocráticas dentro del Estado a tra-
vés de políticas educativas y los líderes de opinión que operan dentro
de los medios masivos de comunicación.

64 Buci-Glucksmann, Christine. Gramsci y el Estado…, ob. cit., p. 51.


El trabajo ideológico de los intelectuales se enmarca en los límites que
conforman un tipo de voluntad colectiva como parte de un proyecto
hegemónico para consolidar la dominación dentro de la sociedad o la
lucha para tomar el poder. La construcción de voluntades colectivas se
expresa en las necesidades y expectativas para construir el orden político
o social, en la necesidad de reducir los espacios de incertidumbre para
generar confianza en los seguidores y en los dominados, o en la nece-
sidad de revalorizar la libertad política para unificar ideas y actuar con
una estrategia definida que permita la captura de los espacios de poder.
Gramsci está muy vigente para estudiar ¿cuáles han sido o serían los
actores-productores de hegemonía en las sociedades contemporáneas?
La acción hegemónica dentro la sociedad partiría de un conjunto
de actores-productores de hegemonía, donde destaca el intelectual 427
colectivo, en busca de una singular voluntad también colectiva que
debe instaurarse al interior de la sociedad para que la dominación-di-
rección de la sociedad política o Estado pueda ser ejercida de manera
eficaz. Desde esta visión, la sociedad civil se tiñe del Estado, así como
también éste se tiñe de sociedad civil, gracias a la hegemonía y un con-
junto de acciones hegemónicas que despliegan los actores encargados
de asegurar la dominación estatal con el trabajo de un grupo articu-
lador de consensos.
Las preocupaciones gramscianas trataron de ensamblar al intelec-
tual ideólogo, meramente académico y reproductor de la dominación,
con el intelectual orgánico que se afinque en el partido vanguardista:
en el del proletariado. Éste tendría que ser capaz de extender sus bra-
zos hacia todo el ser social, provocando así la acción totalizadora del
intelectual colectivo, como verdadero organizador de las masas. Es la
búsqueda permanente de un constructor persuasor que desarrolla los
procesos hegemónicos.
Los análisis de Gramsci buscaban desarrollar de manera compacta
al grupo dominante de los intelectuales, los mismos que deberán ser:
intelectuales políticos, científicos dirigentes, organizadores con ideas
especializadas y formación política que diseminen la lucha política en
todas las funciones inherentes al desarrollo orgánico de la sociedad
plena. Estas reflexiones tienen, sin embargo, una limitación: el accionar
del partido vanguardia y de los intelectuales ligados a una organiza-
ción de carácter casi omnisciente. De aquí que las propuestas teóricas
gramscianas retomen las posturas leninistas sobre un partido esclare-
cido, elitista y emancipador al mismo tiempo.
428 El problema del intelectual constructor de persuasiones y organiza-
dor de las conductas en la sociedad, también se extiende hacia otros
ámbitos que rebasan los límites de un partido de clase. Las acciones
hegemónicas se asientan en una red institucional que agrupa tanto
a intelectuales políticos como a intelectuales formadores de opinión
pública en la sociedad; es decir, la función social del intelectual tiene
su máxima expresión en estructuras institucionales de mediación entre
la sociedad civil y el Estado, no únicamente en los términos de un par-
tido vanguardista. El concepto de aparatos de hegemonía, por lo tanto,
va más allá de los objetivos leninistas.
En las sociedades contemporáneas, el intelectual orgánico adquiere
cuerpo colectivo en acciones institucionales que se extienden hacia
los medios de comunicación social y hacia los formadores de opinión
pública, a las universidades, escuelas, centros de investigación y círcu-
los artísticos, los cuales no son simples tentáculos del partido de clase.
El intelectual colectivo cobraría cuerpo en una densa red de estruc-
turas de mediación entre la sociedad y el sistema político, entendido
éste como el espacio donde se producen decisiones vinculantes para
toda la sociedad.
Utilizando las reflexiones gramscianas, puede afirmarse que la acción
hegemónica se teje a partir del sistema político, el mismo que tampoco
opera con acciones omnipotentes que desechan la acción de otros suje-
tos sociales, además de los intelectuales. Los patrones hegemónicos son
forjados por los movimientos sociales, por intelectuales que traspasan
los límites de un partido vanguardista de clase y por un conjunto de
aparatos institucionales que actúan dentro del sistema político.
Según Gramsci, la hegemonía que ensambla la sociedad civil con el
Estado, crea una especie de óptimo equilibrio social y también ensambla 429
en una sola totalidad la infraestructura económica con la superestruc-
tura político-ideológica. De esta manera, puede observarse cómo “una
clase en el poder es hegemónica porque hace avanzar al conjunto de la
sociedad: su perspectiva es universalista y no arbitraria. El momento
de la arbitrariedad, el recurso a las formas más directas o más disi-
muladas de autoritarismo, de coerción, marcan una crisis larvada de
hegemonía”65.
Se forma de este modo una especie de pares contradictorios en el
pensamiento gramsciano; o sea, un polo de la hegemonía como visión
universal y otro polo con la hegemonía en crisis. Nos encontramos con
una teoría de la hegemonía que no puede entenderse sin su otra mitad:
una teoría de la crisis de hegemonía. Una teoría de la integración con

65 Idem. ob. cit., pp. 77-78.


su correlato de contra-respuesta: la desintegración y el consiguiente
levantamiento de otra clase hegemónica. Gramsci contribuye a la inves-
tigación del agotamiento de distintos modelos hegemónicos, junto con
el surgimiento de otros nuevos en la sociedad, la economía y los patro-
nes simbólico-culturales.
Las nuevas formas de hegemonía tienen lugar a partir de la ruptura
interior de una vieja perspectiva universalista que ya no da sentido a
las prácticas humanas, encerrándose en la arbitrariedad de una socie-
dad fragmentada, en la cual se da paso a la aparición de conflictos que
se encapsulan en sí mismos, con diversos grupos asumiendo actitudes
de víctimas y victimarios.
La hegemonía representa una forma de organización de masas que
430 hace suya a la ideología en su función de legitimación del poder y en su
validez psicológica que forma el terreno en el cual los hombres entien-
den el mundo. Toda una estructura de códigos y significaciones que
forman verdaderos mapas del mundo social y sobre los cuales los hom-
bres ordenan su conducta66.
Estos mapas son para Gramsci ideologías orgánicas y, por lo tanto,
podemos distinguir la ideología como representaciones mentales parti-
culares de cada grupo o actor social. La hegemonía como praxis política
de los diferentes grupos sociales es utilizada en función de imponer
e irradiar su propia ideología, imposición no necesariamente violenta,
sino que resulta de las sutilezas de la competencia discursiva al interior
de la sociedad civil. En la cultura como una totalidad de significaciones

66 Cf. Geertz, Clifford. La interpretación de las culturas, Madrid: Gedisa, 1987.


surgen distintos sentidos para las prácticas humanas colectivas, con-
virtiéndose en el escenario de luchas hegemónicas.

Los principios articuladores en el


funcionamiento de la hegemonía
La discusión gramsciana considera el funcionamiento de la hegemonía
como la “creación de una síntesis muy elevada de la dirección y de la
ideología (fusión de objetivos e intereses de las clases aliadas y domi-
nadas a los de la clase dominante) de modo que todos sus elementos se
funden en una voluntad colectiva que se constituye en el nuevo prota-
gonista de la acción política y funciona como sujeto político mientras
dura esa hegemonía”67.
Por consiguiente, de lo que se trata es de desentrañar un principio 431
articulador que permita establecer una verdadera dirección intelectual
y moral de trascendencia universalista al interior de la sociedad civil.
La lucha ideológica entra aquí en su pleno contenido, lo cual no quiere
decir que cierta lógica militar destruya las viejas formas de hegemonía
porque el nuevo principio unificador actúa como un recodificador que
orienta a las viejas éticas –patrones de valores, conductas, visiones del
mundo y conceptos morales de la sociedad– hacia el nuevo horizonte
de significaciones y de legitimación en un poder constituido, del cual
está cargado el nuevo aparato de hegemonía, entendido éste como la
madeja institucional que coadyuva al sistema político para asegurar la

67 Mouffe, Chantal. “Hegemonía e ideología en Gramsci”, Autodeterminación, No. 1,


1986, p. 35.
dominación-dirección, con el objetivo de estrechar los lazos entre la
sociedad civil y la sociedad política.
La importancia de la reforma intelectual y moral descansa en el
hecho de que la hegemonía de una clase fundamental consiste en la
creación de una voluntad colectiva (sobre la base de una visión del
mundo) común, es decir, compartida, que servirá de principio uni-
ficador en el cual se fusionan la clase hegemónica y sus aliados para
formar un hombre colectivo. El problema de la hegemonía va más allá
de la teoría de los pactos o los consensos en diversos enfoques sistémi-
cos. No se reduce a una teoría de juegos en la cual las reglas de pactos
unificadores son lo más importante, sino que trasciende hacia terre-
nos discursivos complejos que construyen y deconstruyen los grupos
432 en conflicto al interior de la sociedad.
Una de las exégesis del pensamiento gramsciano, permite compren-
der a la hegemonía como una acción cultural-social que instituye un
conjunto de principios unificadores, los cuales operan a través de la
ideología donde se forma esa voluntad colectiva, puesto que su exis-
tencia misma depende de la creación de una unidad ideológica que
servirá de cemento.
Por otra parte, de aquí puede deducirse la importancia del momento
cultural aún en las actividades prácticas (colectivas): cada acto histó-
rico produce inevitablemente el hombre colectivo, es decir, presupone
la obtención de una unidad cultural-social por medio de la cual se
fusionan en un solo objetivo una multiplicidad de voluntades dispa-
res con objetivos heterogéneos, sobre la base de una orgánica (idéntica)
visión del mundo. Los codificadores que traen los nuevos proyectos
hegemónicos son los que determinan el clima cultural de dominación
en cada época.

Conclusiones
Algunas interpretaciones sobre la hegemonía pusieron énfasis en la arti-
culación de la sociedad, bajo una nueva dirección intelectual y moral,
como si se tratara de una estrategia de alianza de clases, obscureciendo
así la confrontación de los actores sociales al interior de la sociedad
civil. Estos no son simples autómatas que sirven como puntales en la
dominación de una clase dominante que posee todas las iniciativas.
Existe una pugna muy compleja, en la cual los procesos hegemónicos
van construyendo nuevos grupos sociales dominantes y destruyendo
otros, forjándose así nuevas identidades colectivas y aplacando las viejas. 433
La hegemonía no es, por consiguiente, una relación de alianza entre
agentes sociales pre-constituidos, sino el principio mismo de consti-
tución de dichos agentes sociales. En este proceso, los sujetos sociales
van siendo sometidos a una suerte de destilación en la autoimagen
que poseen de sí mismos, modificando sus representaciones mentales
(actitudes) y removiendo sus principios de dos visiones, los mismos que
oponen un grupo social contra otro. En la medida en que hay trans-
formaciones hegemónicas en la sociedad cambia también la identidad
de los agentes sociales.
La forma hegemónica que tiene la política, supone además la des-
articulación y rearticulación de posiciones (agentes sociales o sujetos),
dándose lugar primordial a la acción política que también buscará
asegurar la reproducción social. Los sujetos sociales y políticos no
son definidos solamente por su posición en la estructura social de
producción, tienen diversos componentes o realidades pluridimensio-
nales que colocan a los sujetos en posiciones especiales al interior de
la sociedad, de acuerdo a las prácticas que los mismos realizan en la
vida cotidiana, como en espacios precisos que también exigen funcio-
nes precisas.
Los procesos de acción hegemónica reordenan muchos de estos
intersticios sociales donde tiene lugar la acción de los sujetos sociales.
Por otra parte, estos procesos suponen una condición importante: que
el proceso de articulación rearticulación de posiciones se verifique bajo
formas consensuales, es decir, como proceso objetivo de constitución
de nuevos sujetos. De esta manera, la forma hegemónica de la política
exigiría esfuerzos prácticos muy grandes porque la constitución política
434 de nuevos actores y nuevas identidades, no se desarrolla con simples
proposiciones desiderativas o buenas intenciones.
La acción hegemónica inaugura toda una nueva época en el devenir
histórico de una sociedad. El caso latinoamericano ofrece interesantes
ejemplos históricos acerca de la disolución de muchos sujetos sociales,
uno de los cuales es la crisis y ruptura que sufrió el movimiento obrero
y los proyectos utópico-revolucionarios de izquierda, los mismos que
dejaron de ocupar, además, una de sus posiciones más trascendentales
en la historia del continente: las posiciones de actores sociales y polí-
ticos al mismo tiempo.
El fortalecimiento del sistema de partidos en la actualidad democrá-
tica, exige la identificación de proyectos hegemónicos, en la medida en
que toda estrategia de poder implica la posibilidad de articular consen-
sos entre las clases dominantes y subordinadas. Dicho consenso está
previamente influido por principios productores de hegemonía que se
irradian en las actuales sociedades de la información para la constitu-
ción de nuevos actores. La hegemonía permite hacer política mediante
la construcción de demandas, el desarrollo de estrategias para generar
conflictos, e inclusive, la diseminación de todo tipo de comunicación
política, con el fin de buscar posibilidades de consentimiento en las
decisiones y toda lucha por el poder.
Algunos rasgos de la hegemonía, hoy pueden ser encontrados en la
posición privilegiada que tienen los partidos al interior de los sistemas
políticos. Lo más complejo de analizar gira en torno a cuál es la forma
hegemónica que despliegan los partidos para ser aceptados o rechaza-
dos por la sociedad civil. Asimismo, diferentes clases sociales, grupos
organizados en la sociedad y la inmensa red de medios de comuni-
cación e información provocan, objetivamente, luchas ideológicas al 435
tratar de imponer sus propios proyectos de reforma intelectual y moral.
La hegemonía no sólo posee formas consensuales dentro de una cul-
tura política democrática, sino que también siembra las raíces para el
enfrentamiento, para destruir la dominación de los poderosos, razón
por la cual, Gramsci puede ser utilizado por tendencias revoluciona-
rias y paralelamente conservadoras.
Discutir las implicaciones y vigencia de la hegemonía en los siste-
mas democráticos es fundamental. Una vez más, Antonio Gramsci se
convierte en el autor marxista que consideraba la hegemonía como la
creación de una síntesis muy elevada de dirección y predominio ideo-
lógico; es decir, una fusión de objetivos e intereses de las clases aliadas
y dominadas con los intereses de la clase dominante. La hegemonía
hace que todos sus factores ideológicos y de poder se articulen en una
voluntad colectiva, convirtiéndose en el nuevo protagonista, con la
fuerza de aplicar transformaciones y ejecutar la revolución, mientras
dura el proceso envolvente de la hegemonía.
La hegemonía en los sistemas democráticos es un reto, tanto estra-
tégico como gerencial para deliberar, convencer, aplacar conflictos
desestabilizadores y refundar la autoridad estatal controlando todo tipo
de cambios. Para la hegemonía, el Estado podría ser entendido desde
el punto de vista cibernético. El proyecto hegemónico equivale a saber
modelar y dirigir el Estado como un verdadero cerebro sociopolítico.
El problema radica en la existencia, de forma explícita o implícita, de
un choque entre varios proyectos hegemónicos; es decir, de actores,
partidos y movimientos sociales que se expresan, de manera pluralista,
en las democracias competitivas.
436 Es importante desentrañar cuáles son los principios articuladores
de cualquier proyecto hegemónico, sean éstos autoritarios, donde se
trata de imponer cualquier orientación por la fuerza; totalitarios, que
aplican la violencia y el genocidio; deliberantes, en los cuales resalta el
combate de argumentos; y legitimadores, que utilizan recursos tecno-
lógicos donde dominan los medios de comunicación, la propaganda
y el pragmatismo para convencer a la opinión pública por medio de
ficciones discursivas momentáneas.
Toda hegemonía, debido a su raíz política de conducción estratégica
y guía estatal que une coerción y consenso, debe establecer una verda-
dera renovación intelectual, simbólica y propositiva, cuya finalidad es
convertirse en nuevas opciones de vida y tareas políticas con visiones
universalistas al interior de la sociedad civil.
En la actualidad, una hegemonía es la capacidad para imaginar ideas,
llevarlas a la práctica, generar consentimientos, persuadir, negociar y
lograr que las clases dominantes y dominadas confíen mutuamente en
un trayecto de beneficios colectivos. La hegemonía valora mucho a las
ideas científicas, políticas, artísticas y prácticas culturales, pues toda
lucha ideológica entra en su pleno contenido por medio del debate de
diversas proposiciones.
Sin embargo, la hegemonía también implica cierta lógica militar
para destruir las viejas formas de dominación porque los nuevos prin-
cipios unificadores tratan de llegar a ser otra brújula que reorienta a las
viejas conductas, creencias y concepciones éticas. La hegemonía tiene
contenidos democráticos pero también autoritarios. ¿Será el régimen
democrático, en el fondo, una mezcla entre tolerancia y lucha a muerte
por obtener una nueva matriz cultural y estatal? La democracia exige
que toda idea sea discutida, cuestionada y relativizada, favoreciendo 437
diferentes estructuras de significados y legitimación. Al mismo tiempo,
la democracia busca ser un orden social fuerte que sobreviva a los con-
flictos disgregadores.
Los conflictos giran en torno a las intenciones que tienen los proyec-
tos hegemónicos para convertirse en un poder constituido, controlar el
Estado y generar nuevos aparatos de hegemonía. Éstos son un conjunto
de mecanismos institucionales que contribuyen al sistema político para
asegurar la dominación-dirección, tratando de estrechar los lazos entre
la sociedad civil y el Estado que debe hacerse reconocer como autori-
dad coercitiva para su reproducción como poder dominante.
La importancia de las ideas y las estrategias para constituir un orden
con autoridad que no dude en utilizar la violencia cuando así se necesite,
tendrían que reflejarse también en una robusta metamorfosis intelec-
tual y moral. Hegemonía y democracia parecen ser compatibles con
aquellas revoluciones simbólico-políticas que requieren grandes refor-
mas educativas, culturales, mentales, institucionales y militares. De
otro modo, las ilusiones hegemónicas se congelan en la violencia e
imposiciones instrumentales sin sentido.

Bibliografía

Buci-Glucksmann, Christine. Gramsci y el Estado: hacia una teoría materialista de


la filosofía, México: Siglo XXI Editores, 1988.

Geertz, Clifford. La interpretación de las culturas, Madrid: Gedisa, 1987.

Gramsci, Antonio. Antología, México: Siglo XXI Editores, 1988.


. Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno,
438 Madrid: Nueva Visión, 1980.

Mouffe, Chantal. “Hegemonía e ideología en Gramsci”, AUTODETERMINA-


CIÓN, No. 1, 1986.
V
Metodología para el análisis político:
Un enfoque a partir de problemas,
mecanismos e inferencias causales

Introducción
La construcción del conocimiento científico en la ciencia política –y
de manera global en las ciencias sociales– representa una posibilidad
muy compleja pero también efectiva y verdaderamente útil. Hoy día, 439
los debates metodológicos deben ser puestos al día de manera explícita
como un requisito de calidad pero al mismo tiempo, como parte de
una ética transparente para mostrar de qué manera se diseñaron las
investigaciones, cuál fue la consistencia de diferentes marcos de aná-
lisis, la plausibilidad de las hipótesis puestas a prueba y, sobre todo, el
carácter incierto de las conclusiones con el objetivo de abrir el hori-
zonte para la posterior profundización del conocimiento, o en otros
casos, para la falsificación de teorías que hagan posible la llegada de
explicaciones alternativas y nuevas visiones sobre el mundo de la polí-
tica y las múltiples dimensiones de “lo político”68.
El desarrollo científico y la aproximación científica tienen su pro-
pia naturaleza; es decir, una identidad específica que se manifiesta en
68 Cf. Little, Daniel. Varieties of social explanation: an introduction to the philosophy of social sciences,
Boulder: Westview Press, 1991.
prácticas muy claras por intermedio de la metodología. En el mundo
del saber común y la vida cotidiana, las personas tienden a confun-
dir la ciencia con la metodología de investigación; sin embargo, debe
quedar establecido que la ciencia política es entendida como aquella
adquisición de conocimiento por medio de una metodología científica,
junto con la aspiración a obtener generalizaciones teóricas y el logro de
paradigmas explicativos que trasciendan las fronteras de un escenario
geográfico específico.
En este caso, la ciencia política es un conocimiento válido como
perspectiva del mundo y ligado a una comunidad de científicos que
comparten la misma orientación: la universalización teórica de varias
perspectivas, que a pesar de su multiplicidad, compiten en el terreno
440 de la investigación para dejar atrás el sentido común y el parroquia-
lismo de las visiones descriptivas69.
Es fundamental discutir algunas orientaciones metodológicas y
reconocer ciertas limitaciones que afectan a las ciencias sociales, prác-
ticamente desde su aparición durante el periodo de la Ilustración. Si
bien la finalidad de adquirir conocimiento es la columna vertebral del
científico social o político, el trabajo real descansa en una serie de pro-
blemáticas que hacen difícil la obtención de datos relevantes para la
generalización teórica y el acceso a determinadas fuentes de investiga-
ción es, en muchas situaciones, conflictivo.
Muchas fuentes de investigación no tienen consistencia, son muy
difusas y exigen que el científico construya fuentes creíbles y compro-
badas; sin embargo, ¿radica el problema solamente en las fuentes de
69 Cf. King, Gary; Keohane, Robert O. and Verba, Sidney. Designing social inquiry. Scientific inference
in qualitative research, Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1994, pp. 3-45.
producción del conocimiento, o en quienes pugnan por imponer un
determinado conocimiento, según el paradigma imperante y de acuerdo
con la autoridad y poder que le otorgan credibilidad? La metodología,
como aquel procedimiento por el cual se logra el conocimiento cien-
tífico, siempre genera obstáculos en torno a:

a) ¿Cómo es que se conoce?


b) ¿Cuál es el efecto de dicho conocimiento?
c) ¿La ciencia política hace alguna diferencia para cambiar el mundo en
que vivimos, o es suficiente con la contemplación teórico-metodoló-
gica que promete llegar a la esencia de las cosas y a una objetividad
siempre esquiva?70
441
Los modos de obtención y difusión del conocimiento científico en
las ciencias sociales también están correlacionados con las estructuras
de poder que existen en la sociedad y, por lo tanto, surgen varias ame-
nazas sobre la posible aparición de un modo autoritario de construir la
ciencia y privilegiar ciertas visiones occidentales del mundo por encima
de otras. En realidad, esto se vincula con algunas reflexiones donde
la metodología puede ser un vehículo para la penetración de las men-
tiras en política; por ejemplo, cómo es posible que gente inteligente y
con mucho conocimiento está dispuesta a falsear la realidad sobre lo
que ocurre en el orden político y el manejo del poder, específicamente

70 Para una discusión más profunda de estas problemáticas, revisar: Habermas, Jürgen. Conocimiento
e interés, Madrid: Taurus, 1982. Giddens, Anthony. Las nuevas reglas del método sociológico, Bue-
nos Aires: Amorrortu, 1997.
cuando se analizan los problemas relacionados con guerras a gran escala
y conflictos de dominación de unos países sobre otros71.
La autoridad política se inviste de legitimidad para gozar de poder y
convertirse en poseedora y generadora de conocimientos. Por lo tanto,
una parte importante en los debates metodológicos gira en torno a
cómo garantizar la producción de un conocimiento objetivo, respetable
y apto para evitar que la práctica científica se convierta injustamente
en una institución del pensamiento donde ésta prescriba lo que deba
pensarse e interpretarse sobre los hechos políticos. La vigilancia crítica
junto con una sólida formación metodológica, contribuyen en gran
medida a nuestra consciencia científica para desarrollar una ciencia
política con calidad.
442 En el desarrollo de las ciencias sociales latinoamericanas, las meto-
dologías de investigación y nuevos aportes en cuanto a orientaciones
epistemológicas son bastante escasas. Por lo general, se retoman las teo-
rías en boga generadas en los centros dominantes del conocimiento, o
se utilizan los conceptos que faciliten la combinación entre el análisis
de coyuntura y la investigación de corto plazo.
Para el caso de los análisis políticos, son relevantes un conjunto de
consultorías y estudios encargados por diferentes organismos interna-
cionales de cooperación al desarrollo, pues éstos permiten articular las
agendas provenientes del extranjero y los intereses de las contrapartes
que contribuyen a identificar problemas específicos sobre el funciona-
miento de diferentes sistemas democráticos.

71 Cf. Foucault, Michel. The birth of biopolitics. Lectures at the College de France, 1978-1979, Palgrave,
Macmillan, 2008.
Este ensayo tiene el propósito de recoger algunas metodologías
de investigación y evaluación de coyunturas políticas para presentar
un “mapa rápido y funcional” que permita a los profesionales de las
ciencias sociales, o de otras disciplinas, organizar diversas fuentes de
investigación con el fin de generar diagnósticos inmediatos y propo-
ner sugerencias de intervención cuando así sea necesario. Para ello se
consideraron varias fuentes bibliográficas de importancia primordial
en ciencia política y la evaluación de políticas públicas, con las cua-
les se estructuró una metodología orientada hacia la identificación de
problemas y mecanismos72.
La mayor parte de estos autores recomiendan identificar “problemas”
para comenzar el análisis político de mecanismos y actores sociales. La
diferencia principal con el análisis de coyuntura consiste en que éste se 443
concentra alrededor de “acontecimientos”, muchos de los cuales pueden
desaparecer, cambiar drásticamente o articularse con otros fenóme-
nos, de tal forma que es complicado obtener conclusiones definitivas
y pruebas contundentes para la demostración de ciertas afirmaciones.
En cambio, el análisis político permite alcanzar mayor profundidad
cuando utiliza los problemas como el eje para ordenar más eficazmente
la información, extraer conclusiones sólidas e intentar una prognosis

72 Cf. Easton, David. Esquema para el análisis político, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1992.
Munck, Gerardo L. Measuring democracy. A bridge between scholarship and politics, Baltimore: The
Johns Hopkins University Press, 2009. Carrillo Flórez, Fernando. El déficit de la democratización
en América Latina, Washington D.C.: Banco Interamericano de Desarrollo, División de Estado,
Gobernabilidad y Sociedad Civil, 1999. Brinkerhoff, Derick W. and Crosby, Benjamin L. Mana-
ging policy reform. Concepts and tools for decision-makers in developing and transitioning countries,
Bloomfield: Kumarian Press, 2002. Weimer, David L. and Vining, Aidan R. Policy analysis. Con-
cepts and practice, New Jersey: Prentice Hall, Third Edition, 1999. Elster, Jon. Tuercas y tornillos.
Una introducción a los conceptos básicos de las ciencias sociales, Barcelona: Gedisa Editorial, 1989.
con miras a la futura toma de decisiones. En consecuencia, si la piedra
fundamental del análisis se encuentra en los problemas, el camino a
recorrer en términos metodológicos sería el siguiente:

Fases de la metodología

1. Definir el o los problemas


2. Recoger y ensamblar la evidencia con datos e información
3. Construir alternativas
4. Seleccionar los criterios para armar la argumentación
5. Proyectar los resultados del análisis
6. Confrontar las alternativas y escenarios posibles que resul-
ten del análisis
7. Escribir el documento, considerando que la manera más
444 efectiva es saber contar una buena historia en forma clara y
directa

La búsqueda de inferencias causales y el


diseño de la investigación en ciencia política
La ciencia política ha generado una buena tradición de aportes metodo-
lógicos aunque sin superar todavía la polarización entre la investigación
cualitativa y cuantitativa. Empero, lo que es fundamental compren-
der es cómo el diseño eficaz de la investigación debe representar en
gran medida la posibilidad de llegar a la obtención de un “modelo de
inferencias causales”73 para sistematizar y comprender los fenómenos

73 Ver: Frankfort-Nachmias, Chava. Research methods in the social sciences, St. Marti’s Press, Fifth edi-
tion, New York, 1996, pp. 103-107.
estudiados. Entre los principales componentes del modelo de inferen-
cias, es importante destacar:

a) Primero: pertinencia y proyección inquisitiva por medio del primer


paso fundamental que es la formulación de un problema de investi-
gación; por lo general, éste se expresa en una pregunta que requiere
ser contestada.
El problema de investigación delimita de manera primordial el
objeto de estudio, brindando una aproximación racional al modelo
de inferencia causal que se sustenta en una teoría que el investigador
juzga importante ponerla a prueba, o que es eficaz gracias a su poder
explicativo. Eso equivale al uso hábil y preciso de los enfoques teóri-
cos que servirán, tanto para la formulación de hipótesis explicativas, 445
como para el desarrollo de un pensamiento crítico capaz de ampliar
y mejorar la fuerza interpretativa contenida en algunos conceptos.
b) Segundo: la comparación, que es una estrategia para encontrar
varianza en la variable dependiente; es decir, variación en aquello
que se quiere explicar. En la comparación pueden utilizarse técnicas
estadísticas para realizar correlaciones, razón por la cual es funda-
mental tener un número grande de observaciones que durante el
análisis de co-variación permite explicar de mejor manera el com-
portamiento de la variable dependiente.
En este caso, la consistencia de la comparación y el gran número
de observaciones dependen del control estadístico y la representati-
vidad de la muestra que pudo haberse calculado dentro del universo
de estudio. La muestra demanda tener precisión y es ahí donde se
realiza el análisis de las múltiples observaciones.
c) Tercero, el ordenamiento lógico e identificación clara de las varia-
bles independientes (factores que explican las causas) para garantizar
objetividad sin sesgos, utilizando la recolección de casos estudiados
junto a otros casos de control.
d) Cuarto, la posibilidad de hacer generalizaciones. Lo cual requiere
un reencuentro con la teoría, en la medida en que se verificarán o
desaprobarán las hipótesis, enriqueciéndose así el caudal teórico y
universalista de la ciencia política.
En este caso, la explicación con ayuda de la teoría permite esta-
blecer claramente qué causas específicas produjeron un determinado
fenómeno, identificando además el fenómeno general, del cual la
causa específica es un ejemplo (relación entre leyes teóricas y rea-
446 lidad empírica). Por lo tanto, la buena teoría debe tener un sólido
alcance explicativo, ser concisa (parsimoniosa) e inclusive inten-
tar prever comportamientos futuros74. Este es, sin embargo, un
aspecto controversial en la ciencia política, es decir, hasta qué punto
el conocimiento es capaz de ser predictivo y, por lo tanto, sugerir
aplicaciones y hasta prescribir ciertas políticas.
Una gran mayoría de científicos políticos son prudentes y escép-
ticos sobre las prognosis hacia el futuro, porque se contentan
únicamente con la contemplación filosófica de sus conocimientos
sin tatar de influir en políticas específicas.

El diseño de investigación es el programa para la construcción pro-


gresiva de conocimientos que guía al investigador mientras se recolecta
74 Cf. Van Evera, Stephen. Guide to methods for students of political science, Ithaca, New York, Cornell
University Press, 1997, pp. 15-27.
la información con datos que permitirán comprobar o falsificar cier-
tas hipótesis. Algo de lo que vale la pena estar conscientes, es que este
tipo de aspiraciones sigue estando altamente influenciado por las cien-
cias naturales que constituyen el modelo superior de inferencia causal
y objetividad científica.
El énfasis y fortaleza de los enfoques causales radica en la identifi-
cación de los mecanismos sociales que van a explicar la relación entre
una causa y su correspondiente efecto. Dichos mecanismos están a su
vez influenciados por voluntades, creencias, poderes y restricciones que
caracterizan a los individuos y cuyas acciones influencian los fenómenos
sociales. Los mecanismos son una correlación de eventos que condu-
cen hacia la producción de un conjunto de efectos esperados. El poder
descubrir cuál es el mecanismo (s) a través de la investigación también 447
facilita una reconstrucción articulada de eventos.
Al mismo tiempo, los mecanismos están directamente unidos a la
significativa conducta intencional que los individuos le dan a sus accio-
nes. Esto desemboca, por lo tanto, en un modelo explicativo-causal
que debe ser armado por el investigador. El fin último es encontrar
regularidades inductivas y condiciones suficientes o necesarias para
observar la ocurrencia de determinados efectos. Asimismo, la investi-
gación puede proponer una lógica deductiva que comienza con ciertos
axiomas teóricos que explicarán referentes empíricos, los cuales debe-
rían ser susceptibles de una medición estadística. En las formas de
razonamiento causal, podemos encontrar importantes métodos como
los estudios de caso y el método comparativo que se sustenta en el
método de las similitudes y las diferencias definido inicialmente por
John Stuart Mills.
La razón epistemológica de estos abordajes metodológicos radica en
la necesidad de encontrar un marco científico para la comprensión y
explicación de situaciones que no pueden reproducirse de manera arti-
ficial mediante experimentos como en las ciencias físicas. Los hechos
sociales suceden, se desarrollan y pasan por las arenas de la historia, de
tal manera que la reconstrucción de la totalidad, junto a sus mecanis-
mos, es un reto sumamente difícil para la ciencia política75.
El método comparativo se concentra, por lo general, en una gran
cantidad de casos o también está acotado por un número específico
y más pequeño. Lo fundamental es rastrear los mecanismos durante
el proceso analítico de investigación, el flujo de ciertos procesos y la
ausencia o presencia de determinados factores que otorgan al método
448 comparado en la ciencia política una gran capacidad abarcadora. Detrás
de este enfoque epistemológico está presente la idea de totalidad y
generalización teórica; sin embargo, ¿realmente se puede conocer la
totalidad social, política, económica y cultural?
En el fondo, las explicaciones causales con visiones de totalidad
siempre han representado las ambiciones más importantes en todo
tipo de teorías influyentes como las estructuralistas, funcionalistas y
marxistas, con el propósito de lograr un conocimiento político que se
asemeja a una especie de síntesis de múltiples determinaciones. Este es,
en rigor, el corazón que alimenta la necesidad de hacer sólidos diseños
metodológicos porque si utilizamos modelos estadístico-matemáticos o
inducciones analíticas mediante la comparación histórica de los estu-
dios cualitativos, llegamos a una misma convergencia que es lograr una

75 Little, Daniel. Varieties of social explanation…, op. cit., p. 37.


síntesis explicativa capaz de dar cuenta de los mecanismos y sus múlti-
ples consecuencias que funcionan en el mundo de la política.
Un requerimiento inmediato es la exigencia que tiene el investiga-
dor en ciencia política de “dominar varias teorías en la disciplina”. Este
dominio debe ser plural y sin cerrarse a la multidisciplinariedad por-
que hoy día se necesita de una ciencia política más ecléctica donde no
existe un solo paradigma teórico dominante76. Por estas razones, una
regla primordial en metodología reclama que siempre deban precisarse
los supuestos teóricos dentro de cualquier diseño de investigación; es
decir, explicitar las alternativas teóricas con gran potencial de explica-
ción causal que desmontan los mecanismos de funcionamiento en el
objeto de estudio.
Una teoría muy importante es la elección racional (rational choice) 449
donde el centro de atención está colocado en la necesidad de encontrar
una explicación “agregada” de las conductas individuales. En este perfil
teórico, la conducta humana está regida por objetivos y cálculos. Según
sus intereses, los individuos evalúan cuáles serán los futuros cursos de
acción de acuerdo con una consideración de pros y contras, costo-be-
neficio y la relación entre medios y fines. En medio se encuentran las
creencias, de tal forma que los objetivos buscados por los individuos
responden también a dichas creencias que los lleva a alcanzar diferentes

76 La visión sobre una ciencia más ecléctica fue muy bien formulada por una figura eminente en la
disciplina, Robert A. Dahl, quien afirma: “(…) the discipline will be eclectic and there wont’ be a
single model. There are lots of teasing possibilities, but none is going to do the job as far as pro-
viding a single model for political science”; interview in Munck, Gerardo L. and Snyder, Richard.
Passion, craft, and method in comparative politics, Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2007,
p. 147.
objetivos, calculando al mismo tiempo cuáles serían las pérdidas y
cuáles los beneficios.
La maximización del beneficio guiaría la conducta del actor y, por
lo tanto, la variable egoísmo (intereses privados) es uno de los ejes
centrales; sin embargo, se tiende a simplificar la conducta social utili-
zando solamente el marco analítico de los medios y fines de la acción.
La noción de creencias y fines buscados da como resultado una teoría
que agrega la conducta, explicando los resultados sociales a partir de
cálculos racionales.
Si se busca un determinado fin y una meta ¿realmente la gente es
lo suficientemente racional como para saber siempre lo que quiere, o
es la búsqueda en sí misma lo que da sentido a la existencia social de
450 muchos actores que creen comportarse racionalmente? Las normas
sociales y la construcción social de la cultura es un escenario adicional
que está por detrás de la conducta social y, de esta manera, la ciencia
política puede analizar la racionalidad del sistema social o del contexto
socio-histórico que afecta la conducta individual.
La noción de “utilidad” es lo que, en este caso, mide la conducta y
la elección racional que buscan los actores individuales. Además, esta
teoría ha incluido las comparaciones interpersonales de utilidad, ana-
lizando los problemas de probabilidad que alguien escoja una u otra
alternativa para satisfacer dicha utilidad.
Esta perspectiva es capaz de formular generalizaciones, puesto que
también plantea variables de riesgo e incertidumbre. Por lo tanto, la teo-
ría de la elección racional se conecta con la teoría de juegos, el momento
en que la elección racional de un individuo depende o se conecta con
la elección de otros individuos llegando a conformar una racionalidad
estratégica. La retribución o beneficio de un individuo depende de las
elecciones o decisiones de otros; la dinámica social se convierte en una
especie de apuesta donde cada actor calcula según lo que podría signi-
ficar la reacción del otro que también espera recibir cierta ganancia: las
probabilidades descansan en los resultados de ganar o perder. Algunos
ejemplos pueden ser los juegos de suma cero y no suma cero que favo-
recen la cooperación en medio de la competencia.
Esta teoría es capaz de explicar el comportamiento electoral en las
sociedades de masas; las tendencias a la cooperación o la discordia en
situaciones de negociación en los sistemas de relaciones internacionales;
así como la pugna de intereses durante la implementación de alguna
política pública como la asignación de servicios de agua, transporte,
vivienda, educación, salud, etc. 451
La teoría de la acción colectiva, basada en las ideas de Mancur Olson,
expresa la continuidad de las concepciones sobre la racionalidad de
la vida social y de los individuos; sin embargo, explica con mucho
escepticismo el choque entre los intereses individuales y la búsqueda
de intereses o bienes colectivos que no necesariamente son satisfechos,
pues las conductas individuales darán por sentado que el costo a pagar
por la obtención de bienes públicos es alto en comparación con la satis-
facción individual de sus intereses. En consecuencia, los efectos son
contradictorios por la aparición de free riders que tratarán de dispersar
los costos en otros actores, de tal manera que solamente la coerción o
la amenaza de la fuerza motivarían la acción colectiva.
Las investigaciones sobre los movimientos sociales, el funcionamiento
de las organizaciones corporativas y las relaciones entre diversos sin-
dicatos y el Estado, se beneficiarían bastante de la teoría de la acción
racional. Sin embargo, también hay algunos problemas metodológi-
cos porque para el logro del bienestar y el acceso a bienes colectivos en
el entramado social, surgen varios aspectos relacionados con la moral,
la escala de valores y el sentido de compromiso, reciprocidad y justi-
cia de múltiples personas que no necesariamente se liga con el cálculo
racional e individualista de los actores fragmentados. Una serie de pro-
gramas de solidaridad, lucha contra la pobreza y crédito rotatorio en
poblaciones de escasos recursos, muestran que la posición individual
tiende a opacarse77.
Una teoría muy opuesta al enfoque explicativo de la elección racio-
nal, es la teoría de la interpretación. Es importante introducir algunas
de sus características porque algunos diseños metodológicos en la cien-
452 cia política han explotado el análisis de fenómenos complejos como
las identidades socio-culturales de algunos grupos étnicos; la inter-
subjetividad en la construcción de las nociones de Nación y Estado;
el populismo y la sociedad de masas; así como las distintas formas de
apropiación de reformas políticas que las grupos sociales estratificados
realizan en determinados momentos.
La teoría de la interpretación pone el énfasis en los particularismos
de diferentes culturas y la explicación radica en la interpretación de
las prácticas humanas que manifiestan varios tipos de significado. El
perfil epistemológico es hermenéutico donde la “comprensión” juega
el papel más importante para decodificar el sentido y la significación

77 Cf. Young Larance, Lisa. “Building social capital from the center: a village-level investigation of
Bangladesh’s Grameen Bank, George Warren Brown School of Social Work, Washington Univer-
sity, St. Louis Missouri, USA, Grameen Trust Working Paper, 1998, http://www.gdrc.org/icm/
grameen-lisa.pdf (available).
que los individuos le dan a sus acciones y conductas dentro de la socie-
dad. En este caso, se debe reconstruir la totalidad de significados y
sentido que manifiestan los actores sociales. El molde metodológico
no se refiere entonces a la verdad o falsedad de la interpretación, sino
a la coherencia de la explicación para construir un marco interpreta-
tivo bastante influenciado por la subjetividad del investigador y otras
múltiples subjetividades que se esconden en las conductas humanas
(quienes sin duda poseen sus propios significados y le dan un cierto
sentido a sus vidas)78.
En este caso, una pregunta metodológica importante sería: ¿en qué
medida y en qué circunstancias es lo suficientemente fuerte la racio-
nalidad orientada hacia metas, como para explicar y predecir ciertos
resultados sin una extensiva interpretación de los factores culturales e 453
ideológico-simbólicos?
A esto se suman otras alternativas teóricas, también con la capaci-
dad de generar explicaciones causales, como las teorías funcionalista,
estructuralista y neo-marxista. Lo más importante para el método en
la ciencia política es comprender que el centro de estas teorías está en
el logro de generalizaciones que contribuyen precisamente a la conso-
lidación de las ciencias sociales. En consecuencia, el científico político
puede acoger varias perspectivas teóricas pero considerando el siguiente
trayecto operativo en el diseño de su investigación:

78 Un sugerente estudio de interpretación hermenéutica, por ejemplo, sobre el populismo, se encuen-


tra en Laclau, Ernesto. La razón populista, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2005. Ver
también la investigación desde la observación participante y las interpretaciones culturales sobre
la hegemonía y la resistencia: Scott, James C. Weapons of the weak. Everyday forms of peasant resis-
tance, New Haven: Yale University Press, 1985.
a) El ideal de la investigación deberá ser la inferencia causal. Aquí, uno
de los resultados que podríamos buscar es la inferencia descriptiva,
lo cual significa comprender un fenómeno no observado, sobre la
base de un conjunto de observaciones empíricas y, por lo tanto, la
medición y el registro estadístico de dichas observaciones debe res-
ponder a modelos estadísticos bien construidos.
b) Los procedimientos utilizados durante la investigación deben ser
públicos, es decir, uno o varios métodos que pueden ser comparti-
dos por la comunidad académica de la ciencia política.
c) Las conclusiones de toda investigación siempre serán inciertas, pero
habrán enriquecido las perspectivas teóricas, en la medida en que
la construcción del conocimiento descansa en la prueba empírica y
454 la incertidumbre que abre futuras agendas de estudio.
d) El contenido científico del trabajo en la ciencia política es, en buena
medida, el método y uno de los propósitos fundamentales de las infe-
rencias causales es distinguir durante el trabajo de contrastación
empírica de las hipótesis, cuáles son los componentes sistemáticos
y no sistemáticos del fenómeno que ha sido estudiado79.
Esto significa que las explicaciones representan un proceso de
dilucidación permanente entre la teoría y los referentes empíricos;
de aquí que la ciencia política nunca es el conocimiento de lo evi-
dente, sino todo lo contrario, es un trabajo por penetrar debajo de
lo evidente con la ayuda de procedimientos cualitativos, cuantita-
tivos y razonamientos lógicos.

79 King, Gary; Keohane, Robert O. and Verba, Sidney. Designing social inquiry…, op. cit. pp. 8-9,
55-56, 208-215.
Un aspecto que vale la pena recalcar es el carácter de la relación
que el investigador tiene con sus objetos de estudio. Esto tiene impli-
caciones metodológicas porque todos los objetos de estudio deben ser
tratados como si fueran “cosas externas”, es decir, ajenas a la voluntad
de los investigadores, de tal forma que pueda asegurarse una distancia
prudente, el uso flexible de la teoría y, sobre todo, una aproximación lo
más objetiva posible, tanto para la selección de una muestra de los casos
que van a recolectarse, como para la obtención de fortaleza explicativa
(leverage) en el procesamiento de la información y la articulación de
las inferencias que construirán los mecanismos funcionales del estudio.
Una garantía de objetividad en el trabajo científico es un compro-
miso genuino del investigador con el tratamiento de sus intuiciones y
preocupaciones teóricas que deben ser sometidas a pruebas empíricas. 455
Parte de este tratamiento es utilizar toda hipótesis o conjetura que se
considera depositaria de una potencial capacidad explicativa, como una
primera parte incompleta que puede complementarse con las siguien-
tes reglas80:

a) Para cualquier fenómeno que queremos explicar necesitamos dispo-


ner de observaciones objetivas.
b) Los estudios de caso deben combinarse adecuadamente con infor-
mación estadística.
c) La información actual sobre el fenómeno (información contempo-
ránea) debe ser complementada con información de fases anteriores

80 Lazarsfeld, Paul. “Memoria de un episodio en la historia de la investigación social”, en Revista Espa-


ñola de Investigaciones Sociológicas, No. 96, 2001, pp. 235-296, p. 246, http://www.reis.cis.es/
REISWeb/PDF/REIS_096_14.pdf (disponible).
a lo que está siendo estudiado. Reconstruir la historia equivale a
combinar aspectos cualitativos con el posterior trabajo cuantitativo.
d) También se deben combinar datos “naturales” con “experimentales”.
Lo experimental son principalmente cuestionarios e informes soli-
citados, mientras que lo natural son los datos derivados de la vida
cotidiana sin la interferencia del investigador.

La mera descripción de la realidad no es suficiente. Es necesario


penetrar en ella para construir lógicas sutiles, ingresar en el terreno
de las explicaciones alternativas, desafiar las teorías convencionales y
desarrollar mucho más el potencial predictivo de las teorías que uno
comparte, pero sobre todo comprender que el trabajo de la investiga-
456 ción no puede significar solamente una actitud especulativa, sino que
es vital trascender hacia el desarrollo de verificaciones empíricas que
demuestren la validez de nuestros razonamientos, inclusive recono-
ciendo que siempre podemos estar equivocados.

El diálogo entre lo cualitativo y lo cuantitativo


Un debate permanente en la metodología de la ciencia política es el
choque de instrumentos y estrategias cuantitativas y cualitativas. Lo
mejor es construir puentes y equilibrios porque las mejores inves-
tigaciones siempre implican una combinación de ambas técnicas
metodológicas. La discusión se remonta a la historia de la ciencia polí-
tica como disciplina científica donde destaca un argumento: la historia
de la ciencia política generalmente parece haber sido utilizada para
legitimar determinadas perspectivas, mientras se deslegitima otros
abordajes que compiten con las tendencias de moda o que siguen a
las autoridades académicas de las instituciones donde se producen los
estudios más reputados.
Aquí se ingresa en el terreno de las comunidades de investigadores
que privilegian la utilización de un tipo de investigaciones cualitativas
por encima de las cuantitativas, o viceversa. En este caso, lo más reco-
mendable es defender una orientación no dogmática, sino tendiente
al pluralismo pero reconociendo el legado y las contribuciones de la
historia acumulada en la ciencia política en materia de aportes meto-
dológicos porque, finalmente, la ciencia política está para hacer teoría
sobre lo que fue, es y será la vida social81.
El impulso crítico es central pues deben hacerse los esfuerzos nece-
sarios para no fragmentar el trabajo de los científicos políticos. Sin
embargo, pueden identificarse claramente escuelas y grupos de pensa- 457
miento, como por ejemplo el extremo “blando cualitativo” y el extremo
“duro cuantitativo de los modelos matemáticos”, además de las inclina-
ciones ideológico-políticas que pueden llegar a conformar los blandos
de izquierda o derecha y los duros también de izquierda o derecha.
El efecto abanico de estas tendencias metodológicas y teóricas en la
ciencia política marca una pauta sobre el futuro de un escenario que,
probablemente no cambie de golpe, pero invita a convivir con una plu-
ralidad de perspectivas82.
La ciencia política busca, con todo derecho, desarrollar una teoría
positiva que se asiente en la experimentación basada en la observación

81 Cf. Dryzek, John S. and Leonard, Stephen T. “History and discipline in political science”, Ameri-
can Political Science Review, Vol. 82, No. 4, pp. 1225-1260, 1988.
82 Cf. Almond, Gabriel A. “Separate tables: schools and sects in political science”, Political
Science and Politics, Vol. 21, No. 4, autumn, pp. 828-842, 1988.
y leyes que relacionan los hechos; de aquí que la “consciencia meto-
dológica” de los investigadores, tenga que poner siempre atención a la
comprobación empírica de las premisas teóricas, insertándose una vez
más en la tradición metodológica de la inferencia causal y la búsqueda
de un estatus epistemológico verdaderamente científico (ciencia dura)83.
En rigor, la vida política no debe ser definida y explicada solamente
por un solo método. Por lo tanto, muchas veces no representa ninguna
utilidad clasificar las tendencias teóricas y las posiciones metodológi-
cas de investigación porque este esfuerzo es un encasillamiento que
debería ser abandonado para favorecer el potencial de un “pluralismo
teórico” en la ciencia política, como el nuevo eje que alimente deba-
tes reflexivos en un terreno de libre competencia entre varias teorías84.
458 Los diferentes grupos de investigadores y sus tendencias teóricas tie-
nen un determinado objetivo y utilizan la ciencia política para llegar a
dicho fin. Sin embargo, desde el punto de vista metodológico, es posi-
ble unir ciertos esfuerzos para establecer teorías, mejorarlas, refutarlas y
descubrir otras corriendo el riesgo de equivocarse; muchos consideran
de manera errónea que si sus hipótesis son negadas en la comprobación
empírica, entonces han fracasado. Todo lo contrario pues el mejora-
miento metodológico tiene que tener siempre en cuenta la posibilidad
del error para cambiar posteriormente, avanzando en una perspectiva
ética de cómo construir progresivamente el conocimiento científico. La

83 Cf. Eckstein, Harry. “A comment on positive theory”, Political Science and Politics, Vol.
22, No. 1, marzo de 1989, p. 77.
84 Cf. Gibbons, Michael T. “Political science, disciplinary history and theoretical plural-
ism: a response to Almond and Eckstein”, Political Science and Politics, Vol. 23, No. 1
marzo de 1990, pp. 44-46.
realidad social objetiva cambia constantemente, lo cual también obliga
a la ciencia política a seguir y adaptarse a dichos cambios.
Dentro del pluralismo teórico se filtra la idea de relativismo donde
para algunos investigadores se desdibuja la posibilidad de reconocer
cuál es la buena investigación y aquella que no lo es. Este relativismo
se relaciona con la crisis de los paradigmas teóricos y el surgimiento
de posiciones postmodernas en las ciencias sociales85. Por supuesto que
no podemos llegar a ciertos extremos donde todo se pueda intercam-
biar con todo, reconociendo la misma validez, inclusive para aquellas
investigaciones que no han comprobado nada porque no tienen nin-
gún diseño de investigación, pero el relativismo se relaciona con las
posibilidades concretas que tiene el investigador para estudiar y echar
mano de lo existente: financiamiento disponible, información accesi- 459
ble, consistente y tendencias de las escuelas de moda, lo cual facilita
una apertura democrática y tolerante hacia otras perspectivas.
Si bien muchas veces pueden no reconciliarse los estudios cuan-
titativos versus las investigaciones cualitativas, el objeto de estudio
propio de la ciencia política y en general de las ciencias sociales, no

85 La crisis de los paradigmas teóricos se convirtió en una especie de discusión novedosa,


sobre todo a partir de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la ex Unión Sovié-
tica, generándose una refutación histórica para el paradigma marxista y las teorías sobre
el socialismo. Si bien esto sirvió para evitar convertir a la teoría en dogmatismo ideoló-
gico, también apareció otro extremo donde las posiciones postmodernistas comenzaron
a exagerar las elucubraciones sin fundamento teórico. El relativismo teórico afecta al
desarrollo científico, en el momento en que niegue cualquier metodología y esfuerzos
claros para comprobar empíricamente una serie de estudios. El relativismo puede ser
algo útil cuando fomenta la tolerancia y los principios de ética en la investigación para
acoger el auto-aprendizaje, la autocrítica y la renovación de visiones sobre el mundo
de la política.
debe distorsionarse ni desvanecerse. ¿Se puede ejercer el pluralismo
teórico-metodológico en las ciencias sociales? Sí, siempre y cuando se
transparenten los procedimientos metodológicos de la investigación.
La polarización entre los tipos de investigación “cualitativos (soft)” y
“cuantitativos (hard)” está relacionada con la búsqueda y construcción
de datos empíricos. En la perspectiva de los modelos estadístico-ma-
temáticos, se comienza con teorías para generar hipótesis que deben
ser comprobadas o falsificadas con datos empíricos; sin embargo, la
investigación cualitativa de pocos casos y de análisis histórico tam-
bién parte de un conjunto de hipótesis teóricas. En consecuencia, la
identificación de “datos observables” es lo que define el carácter de la
investigación científica en la ciencia política, sobre todo para poner a
460 prueba las hipótesis.
El objeto de las ciencias sociales es plantear teorías y explicaciones,
ya sea mediante la acumulación de datos y casos, o por medio de la
experimentación con análisis estadísticos a gran escala para compren-
der los mecanismos con que funciona la sociedad. Observar la realidad
es fundamental para luego falsificar las perspectivas teóricas.
Demás está decir que la observación en la ciencia política debe ser
neutral o sin valores para acercarnos a la realidad sin ideas predeter-
minadas que contaminen la perspectiva científica. La independencia
de los valores es muy difícil por la presencia de posiciones ideológicas
a las cuales el investigador también está expuesto. Toda observación,
por lo tanto, debe estar ligada a algún tipo de instrumento metodo-
lógico como los conceptos, las hipótesis, la operacionalización y la
identificación de los referentes empíricos. Si no se puede llegar a una
observación directa, debe estar claro cuál será el instrumento para
observar un fenómeno. El modelo de causalidad también debe estar
bien especificado.
En la historia de la ciencia política como disciplina es importante
reconocer un objetivo claro: recuperar la tradición y la discusión para
aprovechar algunas experiencias metodológicas que han logrado buen
impacto con estudios de calidad. El volumen de investigaciones en la
ciencia política no siempre se desarrolla por la fragmentación de los
estudios y la separación de los grupos de investigadores. Asimismo, el
conocimiento acumulativo ha recibido la influencia de otras disciplinas
en la ciencia política, de tal manera que la interdisciplinariedad se ha
fortalecido mucho, razón por la cual los paradigmas teórico-metodo-
lógicos constituyen escenarios siempre abiertos pero que necesitan ser
analizados en profundidad por los estudiantes, a fin de tener un mapa 461
completo sobre cómo evolucionaron los conocimientos en la disciplina.

El método comparativo, la inducción


analítica desde la historia y los componentes
de un diseño de investigación
El método comparativo tiene una tradición muy bien consolidada en
la ciencia política. Además, la comparación es inherente a cualquier
procedimiento científico y, por lo tanto, el método científico es en gran
medida inevitablemente comparativo. La comparación entre las comple-
jas acumulaciones de experiencias políticas y sociales es el fundamento
para la formación de una serie de conceptos en la ciencia política.
La política comparada siempre estuvo influenciada por las grandes
tradiciones en las ciencias sociales y los nuevos teóricos están tratando
de seguir con dicha tradición pero por intermedio de una sofisticación
metodológica mucho más desarrollada, concentrando sus preocupacio-
nes en cómo estudiar un conjunto de casos que sean lo suficientemente
“representativos” para construir una teoría científica en la ciencia política.
En varios ensayos dedicados a la política comparada, editados por
Mark Lichbach y Alan Zukerman86, se reitera nuevamente que el inves-
tigador tiene la necesidad de incorporar un marco de análisis crítico,
introduciéndose en el conocimiento de las corrientes teóricas más
relevantes, entre las que sigue siendo central la elección racional. Por
ejemplo, para Margaret Levi, la elección racional continúa poniendo
en el debate las aspiraciones de esta teoría que giran en torno a la iden-
tificación de mecanismos causales y principios universales; sin embargo,
dentro de la misma teoría, los investigadores difieren en relación a la
462 posibilidad de que los principios centrales sean comprobados directa-
mente. Uno de los métodos a los que se refiere Levi son las narrativas
analíticas donde los defensores de la elección racional se acercan a otras
escuelas y están dispuestos a sacrificar los matices por la generalización
y el detalle por la lógica dentro de la historia87.
Quizás la perspectiva de las narrativas analíticas tenga la mayor for-
taleza al combinar los datos estadísticos y la formalización matemática,
con el uso intensivo de fuentes históricas. Este tipo de estudios permite
comparar varios casos en el tiempo, elaborar modelos de explicación
causal y sustentar las generalizaciones con estudios históricos que ayu-
dan, no solamente a contrastar las hipótesis, sino a relacionar la ciencia

86 Lichbach, Mark and Zukerman, Alan (eds.) Comparative politics: rationality, culture, and structure,
Cambridge: Cambridge University Press, 1997.
87 Bates, Robert H., Avner Greif, Margaret Levi, Jean-Laurent Rosenthal, and Barry R. Weingast.
Analytic Narratives. Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1998.
política con los procesos de acumulación histórica. Nada aparece de la
noche a la mañana, pues todos los procesos sociales implican un legado
de la historia, una herencia irrepetible según el área geográfica y la cul-
tura. Las narrativas analíticas son una forma práctica de compatibilizar
las técnicas cualitativas con las cuantitativas88. Las fortalezas metodo-
lógicas de los estudios comparativos que recurren al trabajo histórico,
se pueden resumir en lo siguiente:
Hacer comprensibles las cosas desconocidas a partir de cosas cono-
cidas mediante la analogía, la similitud o el contraste. Esto tiene la
ventaja de ser una comparación pedagógica.
Señalar descubrimientos nuevos o resaltar lo peculiar, para lo cual
se puede utilizar la perspectiva de la comparación heurística, inter-
pretando varios casos e identificando fenómenos históricos que dan 463
coherencia a la inferencia causal.
Sistematizar, enfatizando precisamente las diferencias entre los casos
estudiados para relievar la comparación sistematizadora, considerando
lo particular del objeto analizado no como singularidad sino como
especificidad.
En las narrativas analíticas y el método comparativo surge con fuerza
la interpretación valorativa de los resultados empíricos. La interpreta-
ción cultural se convierte, entonces, en otro telón de fondo para la
vida política, mostrando que los problemas como la identidad étnica
y nacional deban ser estudiados desde algunos enfoques hermenéuti-
cos que complementan la política comparada.

88 Cf. Greif, Avner. “Self-enforcing political systems and economic growth: late medieval Genoa”, in:
Bates, Robert H., Avner Greif, Margaret Levi, Jean-Laurent Rosenthal, and Barry R. Weingast.
Analytic Narratives, pp. 23-63.
El regreso de varias concepciones macro-analíticas para hacer genera-
lizaciones poderosas, tiene mucho que ver con la historia. El investigador
en la ciencia política debería incorporar en sus diseños de investigación,
variables de carácter histórico que expliquen el comportamiento político
como un conjunto de interacciones entre estructuras ya dadas, volunta-
des, elecciones individuales y factores en movimiento unidos a patrones
del pasado que, eventualmente, también van a impactar en el futuro.
Una precaución metodológica obliga a pensar que la investigación
histórica con la descripción de hechos y situaciones, no alcanza para
explicar la conducta ni las causas que mueven a los actores sociales y
políticos, de tal manera que es recomendable tratar de construir un
modelo estadístico como la teoría de la elección racional, capaz de
464 mostrar las inferencias causales con mayor precisión. Un modelo así
podría expandirse inclusive hacia una visión de equilibrios en el ámbito
internacional.
Las interacciones estratégicas deben ser medidas durante la compa-
ración de casos y prever futuras conductas en la medida de lo posible.
La lógica interna debe expresarse de manera consistente por medio de
una narrativa explicativa que recurre a la historia y a otras fuentes que
perfeccionarían la explicación y la generalización teórica.
El diseño de investigación es, por lo tanto, el paso más importante
antes de comenzar cualquier investigación porque permite definir un
marco lógico, preparado para ejecutar la inferencia causal. El diseño de
investigación integra, tanto la necesidad de definir las preguntas de
investigación, las hipótesis y las variables, como la forma en que se va
a probar y examinar, progresivamente la hipótesis. De manera global
posee los siguientes elementos:
Especificación de la (s) teoría (s) que congrega un conjunto de con-
ceptos relevantes para el tema de investigación.
Formulación de los problemas de investigación.
Formulación de las hipótesis que responden a los problemas de
investigación. La teoría, los conceptos y las hipótesis se vinculan estre-
chamente para formar una estructura de análisis unificada y coherente.
Se identifican los referentes empíricos donde se observará el com-
portamiento de la hipótesis para contrastarla y medirla.
Se identifican los instrumentos más adecuados para recolectar la
información, ordenar las variables explicativas y construir las inferencias.
De esta manera, el diseño de investigación es un molde orgánico
entre la teoría, los conceptos, la problemática de investigación, las
hipótesis y las estrategias de observación para capturar el escenario 465
empírico. Como el diseño metodológico de investigación constituye el
comienzo del trabajo, su construcción equivale a establecer un puente
entre la teoría y la realidad. En la teoría se encuentran la problemática
identificada por el investigador, su arsenal teórico-conceptual y las
respuestas posibles al problema: las hipótesis. Todo esto busca com-
prender la realidad que intenta analizarse, dicho en otras palabras: la
realidad que se trata de ordenar.
Si bien el diseño de investigación es una guía descriptiva de aque-
llo que se va a trabajar en la investigación, no es menos importante
el bagaje teórico que el investigador ya debe poseer. Este bagaje teó-
rico es una matriz conceptual o fórmula matriz capaz de resumir en
un conjunto de conceptos descriptivos centrales, otro conjunto de
observaciones particulares. La fórmula matriz bien construida es una
herramienta útil para interrogar y desmenuzar la complejidad que
expresa la realidad89.
Nada de esto funcionaría sino se esclarece la pregunta central de
la investigación. En un diseño no puede estar ausente el problema de
investigación y, en consecuencia, antes de emprender la investigación
en sí, es importante realizar un trabajo exploratorio, de tal manera que
se pueda hacer un balance de la calidad de dicho trabajo exploratorio,
clarificar la problemática y determinar si el estudio es viable.
Una vez planteada la pregunta central de la investigación, se deberá
realizar la definición precisa de los conceptos centrales del estudio. Los
diferentes conceptos se inspiran en enfoques teóricos y las nociones
claras que el investigador tiene para delimitar claramente el objeto de
466 estudio; es decir, para dejar afuera de la investigación todo aquello que
pueda exceder las posibilidades y confundir la selección de las variables
independientes más importantes que van a explicar la variable depen-
diente principal. La definición de conceptos o conceptualización es
una de las principales dimensiones dentro del modelo de análisis para
establecer la inferencia causal.
Por otra parte, la formulación de manera precisa de las hipótesis
organiza de mejor manera la investigación para luego determinar los
conceptos que aquéllas implican. Los conceptos deben ser desmonta-
dos para encontrar las unidades de análisis y finalmente la observación
de datos empíricos. Una vez que se definen los conceptos, es necesa-
rio determinar:

89 Lazarsfeld, Paul. “Noción de fórmula-matriz”, en: Lazarsfeld , Paul F. y Boudon, Raymond. Meto-
dología de las ciencias sociales: análisis empírico de la causalidad, Barcelona: Editorial Laia, 1985, p.
323.
Las dimensiones o categorías del concepto por medio de las cuales
dicho concepto da cuenta de la realidad
Las dimensiones, a su vez, deben expresarse en indicadores gracias a
los que aquéllas pueden ser medidas o valoradas. Los indicadores son
elementos manipulables y objetivamente medibles de las dimensiones
de un concepto, vinculando la teoría con la realidad.
Un concepto puede tener diversas dimensiones, y éstas poseer una
cantidad variable de indicadores.
Cuando el indicador no es fácilmente manipulable o mesurable, se
pueden obtener otras características para acercarse a la realidad como
la obtención de opiniones, las historias de vida, registrar las actitudes
de los individuos o grupos investigados, la observación directa de los
comportamientos socio-políticos, los símbolos, las expresiones y los 467
significados en el análisis de un discurso, etc. Por lo tanto, no todo
indicador es susceptible de medición estadística pero sí es fundamental
que todo concepto sea desarmado para encontrar indicadores capaces
de acercar al investigador a la realidad empírica.
Cuando el investigador realiza la delimitación de su objeto de estu-
dio, tiene que definir cuáles son las características relevantes para su
propósito y desenvolver después su fórmula matriz, es decir, el investi-
gador debe ser lo suficientemente capaz como para controlar su trabajo.
Construir una hipótesis es señalar un hilo conductor de la investiga-
ción que, a partir de su formulación, reemplaza a la pregunta con la
que partió el estudio. La hipótesis permite recoger los datos y la infor-
mación precisa para evitar la dispersión de las ideas y esfuerzos.
Como resultado inmediato, podemos afirmar también que el
diseño de investigación y el marco teórico o la fórmula matriz son
una prolongación de la problemática para articular de manera opera-
tiva las pistas o datos encontrados para el análisis. La conceptualización,
desagregada en dimensiones e indicadores, es un trabajo prolijo que
requiere concentración, es un trabajo abstracto que intenta dar cuenta
de la realidad y, por lo tanto, requiere todo el esfuerzo necesario ya
que es un momento vital para la investigación.
Sin duda, pueden también existir diseños de investigación expe-
rimentales para mostrar cómo la variable independiente producirá
un cambio en la variable dependiente en la dirección y en la magni-
tud expresada por la teoría. En las ciencias sociales podemos observar
experimentos donde surgen fenómenos de co-variación (dos o más
fenómenos varían conjuntamente); co-variación no espuria (la relación
468 entre dos variables que no puede ser explicada por la participación de
una tercera); y el orden del tiempo (el fenómeno causal ocurre antes
que el efecto asumido). Los componentes para un diseño experimen-
tal de investigación son:

a) Comparación de dos o más casos.


b) Casos de control.
c) Manipulación.
d) Generalización.

El objetivo primordial después de todo, continúa siendo la posibili-


dad de lograr una explicación que sea generalizable a una gran cantidad
de fenómenos sociales o políticos; de aquí que la representatividad de
las muestras del universo sea sólida para cualquier investigación cien-
tífica. Entre otros diseños se tienen a los estudios cuasi-experimentales
y las encuestas realizadas en individuos tomados al azar (cross-sectio-
nal designs)90.
Para algunos investigadores con renombre como Gary King, Robert
Keohane y Sidney Verba, el diseño de investigación es la condición
sine qua non para determinar la inferencia causal y, por lo tanto, sugie-
ren utilizar una gran cantidad de “observaciones” en lugar de emplear
“casos de estudio” que se relacionan con pocas posibilidades de obser-
vación91. Definen al diseño como un plan que muestra, por medio
de la discusión de un modelo y sus datos, cómo se espera usar el con-
junto de la evidencia recogida para realizar inferencias. La inferencia
es el proceso mediante el cual se utilizan hechos que conocemos para
aprender algo sobre los hechos que no conocemos. El objetivo final es
lograr una estimación con todos los datos y las múltiples observaciones 469
recolectadas mediante cálculos estadísticos (aquí destacan los modelos
econométricos); sin embargo, no establecen con claridad cómo podría
realizarse la estimación en el caso de las investigaciones cualitativas
que, normalmente, son limitadas en el número de casos susceptibles
de ser observados.
Durante la selección de casos u observaciones al azar, es importante
incorporar aquellas donde la variable dependiente tiene “varianza” para
poder dar fuerza explicativa a las inferencias causales. En síntesis, el
núcleo del diseño de investigación radica en un dominio de la teoría de
donde se extraerán las hipótesis y de donde se desgajarán las variables
explicativas (las cuales deberán reunir gran cantidad de observaciones)

90 Frankfort-Nachmias, Chava. Research methods in the social sciences, op. cit. pp. 98-147.
91 Cf. King, Gary; Keohane, Robert O. and Verba, Sidney. Designing social inquiry…, op.
cit., pp. 115-132.
sugeridas por la teoría, dejando que la variable dependiente varíe pero
sin introducir sesgos del investigador como para poner en riesgo el
conjunto de las inferencias.
Si el buen diseño metodológico en la ciencia política es la segunda
cosa más importante después de imaginar una buena pregunta de
investigación, la inferencia causal es el eje del diseño evitando un sesgo
concentrado solamente en la variable dependiente. Es por esto que la
selección de los casos observables deba mirar con cuidado a las varia-
bles independientes.
La diferencia entre la inferencia descriptiva y la inferencia causal
muestra que la descripción es algo no estructurado: qué pasó en un
determinado fenómeno y cuáles podrían ser las explicaciones pero sin
470 una teoría específicamente pensada para la falsificación de las hipótesis;
sin embargo, la inferencia causal incorpora ya una explicación teórica
que puede probar o falsificar las hipótesis. La inferencia descriptiva
genera, probablemente, el comienzo de los mecanismos causales aun-
que sin una estructura lógico-empírica para generar las pruebas que
demuestren el conocimiento teórico.
EL número de observaciones también puede tener lugar dentro de un
periodo temporal. Un caso de estudio que lleva a varias observaciones
en el tiempo es, asimismo, relevante desde el punto de vista metodoló-
gico. La metodología científica en la ciencia política será, por lo tanto,
el esfuerzo estándar que construye conocimiento a partir de varias infe-
rencias y donde el procedimiento es capaz de probar sus fundamentos
y teorías. Al mismo tiempo, debe haber un manejo honesto y riguroso
de la teoría pero buscando variación en las diferentes variables; esto es
lo central en las aspiraciones científicas de los investigadores.
Cómo definir el (los) problema (s)
para el análisis político
En este ensayo se considera que la definición del problema es crucial por
dos razones: primero, facilita el diagnóstico de los hechos por medio
de un esfuerzo que busca aclarar los mecanismos con los cuales se
mueven los actores y sus intereses en los procesos políticos. Segundo,
el problema otorga un sentido de dirección durante el momento de la
recolección de información, y al final de todo el trabajo, un problema
bien clarificado con sus correspondientes evidencias, ayuda a escribir
la historia de una manera más precisa.
El problema puede ser definido como “la necesidad de articular
varios factores, hechos y situaciones” para intentar una explicación con
carácter integral o aspirar a tener una mirada completa de la realidad 471
política. La mirada sobre una totalidad contribuye a tener ideas lúci-
das sobre el funcionamiento de algo; por lo tanto, si cuando hacemos
el análisis y ordenamos la información, sentimos que “algo anda mal”,
“no encaja satisfactoriamente”, o “las tentativas de explicación están
incompletas como para tomar una decisión”, entonces estamos frente
a un problema para lo cual utilizamos el conocimiento especializado,
la crítica y el debate, con la finalidad de resolver dicho problema hasta
obtener esclarecimientos convincentes.
Algunas temáticas pueden presentar más de un problema, comple-
jizando cualquier abordaje. En este caso, es recomendable trabajar un
máximo de dos problemas o determinar el problema principal, porque
de otra manera la recolección de información puede convertirse en algo
caótico y demasiado costoso en términos de dinero y tiempo.
Encontrar y definir un problema para el análisis político también
demanda decidirse por un enfoque “evaluativo”. Esto significa ejecu-
tar un diálogo entre el cliente (quién encarga el estudio o el análisis),
y los especialistas o responsables para realizar el trabajo. El diálogo
entre las dos partes puede ir evaluando un conjunto de prioridades que
facilitan la delimitación mucho más consciente de los problemas a ser
estudiados, pues las valoraciones que sean tomadas en cuenta intro-
ducen el armado preliminar del mapa que será articulado, así como
adelanta las primeras hipótesis sobre cómo describir el problema con el
máximo de concisión y con la información suficiente como para estar
a la altura de la coyuntura política específica. El objetivo es no des-
viarse de la realidad y degenerar muy temprano en una especulación
472 que perjudique el análisis.
En caso de no haber otros interlocutores para establecer un diálogo,
debe mantenerse el criterio evaluativo a fin de justificar el tipo de pro-
blemas y “reducir la arbitrariedad” en cuanto a las decisiones iniciales
que orientarán el camino a seguir. Otras posibilidades para encontrar
problemas pueden girar alrededor de lo siguiente:

a) Condiciones o contextos (nacionales o internacionales) que pue-


den considerase como las causas de los problemas, son también
problemas.
b) No perder o dejar pasar una “oportunidad” también representa otra
fuente de problemas. El análisis de coyuntura incurre en el error
de ignorar muchas oportunidades pues tiene que ver con aconte-
cimientos inmediatos, sin prever aspectos estructurales de largo
plazo o explicaciones teóricas; por lo tanto, se pierden de vista varias
opciones.
c) Debe evitarse la formulación de una solución dentro de la identifica-
ción del problema. Al formular un problema para el análisis político
no es recomendable incluir una (o varias) solución (es) implícita (s).
La razón para no caer en este error radica en que las probables solu-
ciones deben ser evaluadas empíricamente y no estar legitimadas
de antemano por mera definición al comienzo del trabajo. No se
pueden adelantar pronósticos, prever consecuencias de inmediato y,
mucho menos, perfilar decisiones en cuanto a una solución de polí-
tica pública o acciones de intervención porque es imposible adivinar
el futuro. La responsabilidad y calidad del análisis político tendrá
que estar clara desde el principio sin aventurar soluciones implícitas. 473
d) Finalmente, la definición del problema debería incluir, en la medida
de lo posible, características cuantitativas. Esto ayudaría, durante
la recolección de información, a procesar estadísticas que faciliten
magnitudes, estimaciones e inclusive algunas regresiones para la
construcción de evidencias mucho más sólidas.

Recoger y ensamblar la evidencia


con datos e información
Este es un elemento que dará mucho sentido a gran parte del trabajo
porque demanda construir datos para convertirlos en evidencia que
respalde la estructura del análisis. Al mismo tiempo, se puede recurrir
a algunas fuentes de información que han sido procesadas para otros
fines pero podrían servir, eventualmente, para armar alternativas de
explicación. El tiempo es crucial en este caso y la mejor recomenda-
ción es ahorrar al máximo este recurso tomando decisiones prácticas.
Las formas rutinarias de recoger información son:

a) Lectura de documentación primaria e informes de consultoría no


publicados.
b) Lectura de libros, sobre todo que contengan estudios de caso
específicos.
c) Comprensión y análisis de información estadística.
d) Entrevistas con informantes clave, lo cual puede conllevar el viaje
a varias ciudades y hacer citas con anticipación que consumen bas-
tante tiempo. La clave descansa en saber diferenciar tres elementos:
474

Datos Información Evidencias

a)  Los datos


Los datos son hechos o, más específicamente, representaciones de los
hechos que muestran diferentes mecanismos sobre el funcionamiento del
mundo de la política. Aquí se pueden incluir todo tipo de estadísticas
pero también es relevante la observación participante sobre cómo los
líderes toman ciertas decisiones, cómo reaccionan los movimientos
sociales frente a situaciones de violencia, e inclusive, los datos-hechos
giran en torno a la indiferencia o desinterés de muchos ciudadanos
con la política, abandonando la posibilidad de participar en diferen-
tes esferas públicas.
Los datos también son hallados en las declaraciones, pronunciamien-
tos y discursos de diferentes actores sociales o políticos, razón por la
cual, el análisis debe estar atento a capturar la dinámica de “intere-
ses ocultos y manifiestos” que los sectores sociales expresan durante
los conflictos, y aquellas situaciones pacíficas donde otro conjunto de
actores tratan de aprovechar ciertas oportunidades para su beneficio
particular. La mejor estrategia para recolectar datos es saber “observar 475
la realidad” con el debido cuidado porque el mapa político a construir,
irá adquiriendo nitidez conforme se consiguen ciertos tipos de datos.

b) Información
La información es un conjunto de datos que tienen un significado espe-
cial, en el sentido que puede ayudar a clasificar las piezas del problema
dentro de diferentes categorías lógicas o empíricas. Aquí, lo más impor-
tante es saber ordenar los datos, pensar claramente en las mejores formas
de controlar el mar de hechos “debajo de un paraguas”, que luego se
transforma en un conglomerado de significados o grupos coherentes de
información que serán interpretados para explicar la realidad, convir-
tiendo el rompecabezas del (los) problema (s) en una estructura creíble
y capaz de mostrar un análisis político integral.
Arrow-Alt-Right Datos: proyectos de ley,
declaraciones, discursos Paraguas 1: Estructura Arrow-Alt-Right Ordenamiento de los datos.
políticos, observaciones. institucional de los gobiernos
Arrow-Alt-Right Estadísticas. autónomos y descentralizadolos Paraguas 2: Asambleas legislativas
gobiernos autónomos y descentralizadas y dinámica de los
descentralizados órganos ejecutivos en los gobiernos
El debate sobre la
sub-nacionales
descentralización en América
Latina como problema Arrow-Alt-Right Ordenamiento de los datos.

476

c)  Las evidencias


Esta es la etapa final y simultáneamente gratificante del ensamblaje
de los datos, porque armar las evidencias significa construir informa-
ción que afecta las creencias existentes de la gente importante: clientes
del estudio, líderes políticos, tomadores de decisión y las creencias del
mismo analista político.
Cambiar las concepciones y juicios de quienes leerán el análisis
implica haber logrado un mapa que ordena el mundo político con
nuevas cualidades; es decir, con características significativas del pro-
blema estudiado y, al mismo tiempo, sugiere cómo se podrían definir
las soluciones o mitigar las consecuencias negativas de algún fenómeno,
una vez que éste es comprendido de manera totalizadora. Las eviden-
cias contribuyen a lograr tres propósitos principales:

Primero: evaluar la naturaleza y el alcance del problema, cuya


comprensión mejora substancialmente .

Segundo: evaluar las características particulares sobre cómo


funcionan los mecanismos del problema político identificado.

Tercero: evaluar otras explicaciones que se han formulado


hasta entonces, refutándolas o mejorándolas con las nuevas
evidencias, hasta lograr una comprensión más realista y
abarcadora del rompecabezas.

La clave de esta fase radica en recolectar los datos, información y 477


evidencias, teniendo siempre en mente qué se necesita saber, qué no se
necesita y por qué. De otra manera, es posible invertir mucho tiempo
y dinero en enormes bases de datos y material empírico, cuyo valor en
sí mismo sea muy pequeño para los fines del análisis.
Por último, las evidencias deben otorgar las bases firmes para empezar
a escribir el documento del estudio, incorporando las lecturas realiza-
das que ayudan a interpretar los datos, dar significados precisos a las
argumentaciones y ganar credibilidad para convencer a los lectores,
con el objetivo de modificar sus creencias y generar consensos a partir
de las premisas que el analista empieza a posicionar.

Construir alternativas
Por alternativas debe entenderse a las diferentes formas, cursos de
acción que toman los hechos y articulación de circunstancias, actores,
estrategias y resultados de éstas, mostrando el “mecanismo y las diná-
micas” de los procesos políticos estudiados. Con las alternativas el (los)
problema (s) adquiere (n) movimiento, y junto con las evidencias es
posible visualizar inclusive algunas formas de intervención para quie-
nes desean tomar una decisión respecto a ciertas situaciones políticas.
A lo largo del trabajo, es recomendable construir los mecanismos de
los problemas con no más de tres alternativas, aunque es posible que
puedan aparecer más opciones. En este caso, puede realizarse el aná-
lisis con un enfoque más “comprehensivo” (muchas alternativas), lo
cual puede demandar una lista muy grande que posteriormente tendrá
que ser filtrada, descartando algunas alternativas, combinando otras y
reorganizando el análisis en un “mecanismo básico” que se convertirá
478 en el núcleo de la oferta para los lectores. Por ejemplo:

Mecanismos políticos en la implementación de regímenes descentralizados

El debate sobre la descentralización exige la Análisis de elecciones para gobernadores,


aprobación de leyes, cuyo impacto político en sub-gobernadores, diputados regionales, estaduales,
las diferentes regiones o gobiernos y asambleas legislativas que podrían determinar
sub-nacionales debe ser identificado nuevas correlaciones de fuerzas políticas: cuáles son
éstas y cómo afectan al Poder Central en un Estado

Alternativa 1: Alternativa 2: Alternativa 3:


Las capacidades institucionales Las funciones legislativas La fuerza institucional,
de los gobiernos cocentrarán poderes específicos capacidad legislativa y dinámica
descentralizados podrían y definirán nuevos equilibrios y de poderes descentralizados,
mejorar con nuevas funciones conflictos con el Poder Ejecutivo generarán una nueva
legislativas en sus asambleas central distribución y disputas por
descentralizadas recursos económicos
debe ser identificado
La decisión final en torno a qué alternativas elegir para dar el movi-
miento a los mecanismos políticos, puede provenir de un mapa de
actores políticos y sociales clave que poseen fuerzas específicas:

Gobiernos
muncipales

Porder Ejecutivo y
Estados acciones del
federales Presidencialismo en
América Latina
479

Al buscar las diferentes alternativas, será importante “inventar” varias


hipótesis que adelanten explicaciones audaces, con la posibilidad de
ser superiores a las discusiones políticas en curso o al conocimiento
convencional que trata de ganar espacios frente al análisis político. La
identidad de éste consiste en demostrar los mecanismos que no son cap-
tados a simple vista, ni por medio de comentarios generales. El análisis
político profesional incorpora evidencias y junto con las alternativas,
inclusive es posible armar modelos causales que orienten de manera más
ambiciosa los razonamientos para establecer el funcionamiento de los
mecanismos. La clave, de cualquier manera, es simplificar la lista de
alternativas para moverse con mayor control y coherencia.
Estructura de un modelo con mecanismos causales
Prospecciones y explicaciones
de largo plazo.

Explicaciones para el
funcionamiento de los
mecanismos del (los)
problema (s) identificado (s).

Razones estructurales.

480

Seleccionar los criterios para


armar la argumentación
En esta parte de la metodología es posible empezar a escribir la histo-
ria convincente del análisis político. Los criterios de argumentación
se relacionan directamente con la selección cuidadosa del conjunto
de conceptos teóricos que ayudarán a explicar en forma clara todo el
documento, con el propósito fundamental de “reducir al máximo la
ambigüedad”. No debe cometerse el error de utilizar conceptos que
impliquen tecnicismos demasiado complicados como para intimidar
o reducir el interés de los lectores. Asimismo, los criterios son están-
dares evaluativos utilizados para juzgar las implicaciones de mediano
y largo plazo de los elementos articulados en el problema del análisis
político; en consecuencia, el documento escrito tendrá dos líneas inse-
parables de argumentación:

a) La estructura analítica.
b) La estructura evaluativa.

Selección de criterios sobre la base de dos ejes

∙ Se utilizan conceptos teóricos para explicar conexiones,


mecanismos y procesos políticos.
∙ Se construye la "historia" con el mínimo de ambiguedad y el
1) Estructura analítica máximo de claridad.
∙ Se exponen los hechos y la información recogida, desligada
de proyecciones y la evaluación de consecuencias.
481

∙ Se utilizan "juicios de valor" para argumentar sobre las


consecuencias, resultados y proyecciones de largo plazo
contenidos en los problemas y sus mecanismos
2) Estructura evaluativa explicados.
∙ Se exponen las evidencias para dar mayor impacto a la
explicación, con el fin de cambiar las concepciones y e
influir en las creencias de los lectores.

Proyectar los resultados del análisis


Para cada una de las alternativas identificadas, tanto en la estructura
analítica como en la evaluativa, deben identificarse claramente los
posibles impactos o resultados que provienen del mapa de problemas,
articulados en sus diferentes dimensiones, mecanismos, actores sociales
y actores políticos involucrados. Posiblemente este sea el paso más difí-
cil de la metodología pues se trata de incorporar diferentes inferencias
a partir de lo siguiente:

a) La comparación entre la situación anterior a la explicación y las nue-


vas perspectivas que se tienen con las evidencias construidas.
b) El ordenamiento lógico e identificación clara de los factores que
explican las causas, los mecanismos y el funcionamiento de proce-
sos, garantizando objetividad sin sesgos, y utilizando la recolección
de los casos estudiados.
c) La proyección de resultados otorga la posibilidad de hacer genera-
lizaciones, lo cual requiere un reencuentro con la teoría, sobre todo
482 si se busca la comprobación o falsificación de las hipótesis formula-
das al momento de construir alternativas (fase 3), enriqueciéndose
el caudal explicativo del análisis político92.
d) Utilizar una buena teoría y escribir una historia convincente que fue
imaginada por el analista, debe tener un fuerte alcance explicativo e
intentar prever comportamientos futuros. Este es, sin embargo, un
aspecto controversial; es decir, hasta qué punto el conocimiento es
capaz de ser predictivo y, por lo tanto, sugerir aplicaciones y hasta
prescribir políticas que tengan efectividad. Lo más recomendable
en este caso es ser prudente y un tanto escéptico sobre las prognosis.

92 Cf. Sartori, Giovanni. La política. Lógica y método en las ciencias sociales, México: Fondo
de Cultura Económica, 1995.
En resumen, la proyección de resultados es la combinación sólida
entre el modelo explicativo que tiene conceptos y alternativas, ligada
con la evidencia obtenida durante la investigación.

Confrontar las alternativas y escenarios


que resulten del análisis
Confrontar alternativas equivale a dar énfasis y fortaleza a los enfoques
causales para comprender claramente los mecanismos políticos que van
a explicar las relaciones entre una causa y su correspondiente efecto.
Dichos mecanismos se relacionan con las voluntades, creencias, pode-
res y restricciones que caracterizan a los individuos y cuyas acciones
influencian los fenómenos sociales.
Los mecanismos son una correlación de eventos que llevan hacia la 483
producción de un conjunto de efectos esperados. Identificar, describir
y exponer cuáles son los mecanismos a través de la investigación, faci-
lita la reconstrucción articulada de los eventos que se encuentran en
el (los) problema (s) que dieron origen a todo el trabajo.
Al mismo tiempo, los mecanismos están directamente unidos a la sig-
nificativa conducta intencional que los individuos y los actores sociales
le dan a sus acciones. Esto desemboca en un conjunto de escenarios
explicativo-causales que deben ser transmitidos por el análisis político.
La confrontación de alternativas y escenarios políticos, necesaria-
mente debe generar formas de razonamiento causal, sustentadas en
estudios de caso y técnicas comparativas. El análisis aportará bastante
haciendo el esfuerzo de encontrar similitudes y diferencias entre las
diferentes alternativas.
Escribir el documento implica saber
contar una buena historia
Finalmente, el desarrollo de las ideas y las buenas investigaciones no
pueden pasar por alto el correcto uso del lenguaje. Esta es la clave fun-
damental para saber contar una buena historia:

a) Un poco de imaginación.
b) Orden.
c) Claridad.
d) Economía de palabras.
e) Abordar directamente los postulados centrales.
f) Evitar siempre los errores ortográficos.
484 g) Revisar el documento final (releerlo completamente), por lo menos
tres veces antes de presentarlo.

El investigador debe cultivar un tipo de lenguaje donde la claridad y


sencillez para transmitir las ideas sea la culminación de toda precaución
metodológica. Tener un discurso confuso y exacerbar el tratamiento
de los conceptos por medio de un lenguaje de difícil comprensión –
ya sea para amedrentar al lector común con erudición, o para llamar
la atención de los colegas con un lenguaje innecesariamente teórico
– podría destruir las mejores intenciones y, al mismo tiempo, oscure-
cer sin motivo los esfuerzos analíticos que se hayan beneficiado con la
verificación empírica. Algunas claves pueden descansar en lo siguiente:
∙ Saber reconocer las ideas de otros.
Evitar el plagio ∙ Citar claramente a otros autores.

∙ Saber reconocer las ideas de otros.


Escribir ∙ Citar claramente a otros autores.
párrafos cortos

∙ Saber resumir en la introducción y


Escribir una buena en la conclusión.
introducción y una
buena conclusión 485

Conclusión: algunas visiones críticas


Los principales obstáculos durante la construcción del conocimiento
en la ciencia política, surgen sobre todo debido al sesgo en la selección
de los casos u observaciones que afectan una medición capaz de ser
representativa para realizar las inferencias causales, o en la identifica-
ción de casos que solamente se concentran en la variable dependiente
forzando la comprobación de la hipótesis.
Aquí es donde King, Keohane y Verba afirman de forma contun-
dente que los estudios de caso serían insuficientes, razón por la cual
siempre debería aumentarse el número de observaciones para acercarse
a los estudios cuantitativos donde, supuestamente, el sesgo de selección
está mejor controlado por los instrumentos estadísticos que se tienen
y por la posibilidad de utilizar la selección aleatoria de observaciones
a través de un buen cálculo de la muestra.
En la investigación cualitativa, muchas veces son seleccionados los
casos extremos porque éstos proveen una mejor oportunidad para
lograr un conocimiento detallado, por ejemplo dentro de un proceso
histórico que articula coyunturas histórico-críticas muy importantes. Si
esto se repite constantemente, desde el punto de vista del “sesgo de
selección”, los casos extremos conducirían a fallas susceptibles de caer
en el error porque truncan la selección aleatoria, escogiendo valores
extremos y afectando sistemáticamente la explicación sin considerar
otros valores. Las regresiones estadísticas son el instrumento para corre-
gir esta amenaza y, por lo tanto, se recomienda incorporar una vasta
486 amplitud de casos y observaciones que vayan más allá de un conjunto
limitado de eventos.
Para muchos investigadores cualitativos, las demandas de King, Keo-
hane y Verba, son exageradas porque confunden el sesgo de selección en
los casos de estudio con los errores atribuibles a las muestras estadísticas.
Por lo tanto, tratan de aplicar una lógica cuantitativa a la investigación
cualitativa sin argumentos prácticos y realmente valederos93.
Las relaciones entre el análisis causal de los procesos históricos y la
inferencia causal de la metodología cuantitativa expresa un choque de
visiones epistemológicas: ¿hasta dónde se pueden conciliar estar dos

93 Cf. Collier, David; Mahoney, James and Seawright, Jason. “Claiming too much: warn-
ings about selection bias”; in: Brady, Henry E. and Collier, David. Rethinking social
inquiry. Diverse tools, shared standards, Lanham: Rowman and Littlefield Publishers,
2004, pp. 85-102. Ver también: Mahoney, James and Rueschemeyer, Dietrich (editors).
Comparative historical analysis in the social sciences, New York: Cambridge University
Press, 2003.
miradas que muchas veces son bastante exigentes en sus instrumen-
tos? Los riesgos de sesgo de selección deben ser asumidos y entendidos
por el investigador; de esto no cabe la menor duda. Pero no saber o
negar a priori este tipo de riesgos y amenazas es romper los estándares
del trabajo científico. Al mismo tiempo, la reflexión teórica y concep-
tual nuevamente está en el centro de la actividad científica porque la
medición, falsificación y análisis causal convergen en el armado de una
teoría que puede ser susceptible de equivocación y, por lo tanto, llegar
a ser una teoría mejorada.
Utilizando la teoría, se selecciona un conjunto de casos específicos
que cuestionen o confirmen la lógica causal y explicativa de dicha teoría.
Posteriormente se pueden agregar nuevos casos para fortalecer el carác-
ter explicativo de la teoría o descubrir nuevas inferencias. Al mismo 487
tiempo, es posible abrir un caso “por dentro” (within case) y compro-
bar también la capacidad generalizable de la teoría. Es por esto que los
instrumentos deben ser adecuados como una encuesta bien formulada,
con preguntas que hayan operacionalizado eficazmente los conceptos
y reflejen los indicadores que se necesitan para medir los fenómenos.
La fiabilidad y confiabilidad son muy importantes pues se refieren al
margen de error de la muestra y la consistencia de los datos.
Es importante aclarar que los conceptos no permiten observar nin-
gún fenómeno de la realidad, sino que deben ser desgajados en variables
e indicadores para acercarse a la realidad; a esto se denomina operacio-
nalización. Un buen ejemplo es el concepto de poliarquía en Robert
A. Dahl quien señala dos variables medibles como la oposición y la
participación, lo cual permitiría medir aspectos observables de la rea-
lidad que denominamos democrática. Es importante estar conscientes
de un recorrido de los conceptos por sus características, de éstas a sus
dimensiones, de éstos a los indicadores y de éstos a los instrumentos
que son modos que contribuyen a medir los indicadores.
Este proceso además debe responder al uso crítico de la teoría, por-
que la significación de los conceptos y la explicación que se remite a los
marcos conceptuales, es fundamental para acercarse a la comprensión
de la realidad. Desarmar los conceptos hasta llegar a sus indicadores,
facilita también el regreso desde el dato empírico al concepto y las
categorías teóricas iniciales que permitieron reconocer problemas de
investigación y análisis político.
En la reflexión epistemológica final, es posible que siempre emerjan
conflictos sobre lo que es la realidad política (el ser filosófico-ontoló-
488 gico) porque las conclusiones a las que llegan las investigaciones deben
ser inciertas (la incertidumbre es una de las identidades centrales de la
ciencia)94. En consecuencia, el carácter incierto de los resultados tiende
a reducir las pretensiones científicas de la ciencia política. Muchos con-
ceptos no deben ser asumidos como una explicación que “muestra la
realidad”. En varias circunstancias, los referentes objetivos en la ciencia
política no son algo material y, por lo tanto, surgen varios problemas
para construir la validez epistemológica de los supuestos teóricos.
Esto nos obliga a reflexionar también sobre el carácter de los estudios
cualitativos que privilegian, por ejemplo, las inferencias causales a partir
de lo que se ha denominado inducciones analíticas. Desde los abordajes
cualitativos con amplias bases de datos, si se analiza el surgimiento de la
democracia, la evidencia podría sugerir que las circunstancias causales

94 Popper, Karl R. En busca de un mundo mejor, Barcelona: Paidós, 1996.


que originaron la democracia durante la aparición del capitalismo son
las mismas que afectan las posibilidades de democratización en otros
países menos desarrollados y sumamente diferentes a los de Europa
o Estados Unidos, lo cual está equivocado. Precisamente por esto, el
análisis de las fuentes históricas se presenta como una propuesta cen-
tral para la metodología comparativa en la ciencia política.
La selección de casos históricos ayuda a clarificar cuáles son las
variaciones particulares, pero teóricamente relevantes para contrastar
hipótesis. Si uno se ajusta únicamente a los análisis multi-variados –
sólidos desde el punto de vista estadístico– algunos casos históricos
que contribuyen a la reflexión conceptual, podrían aparecer como
“desviaciones idiosincrásicas” porque los modelos matemáticos en gran
medida son autoinmunes a la falsificación empírica de nuevas obser- 489
vaciones con un fuerte contenido histórico, para lo cual es muy útil la
inducción analítica que exige la observación de un número pequeño
de casos pero dentro de procesos históricos donde se van registrando
procesos, cambios y transformaciones que dilucidan tendencias y situa-
ciones históricamente cruciales95.
Dietrich Rueschemeyer, Evelyne Huber Stephens y John Stephens,
en el libro Desarrollo capitalista y democracia, la construcción de los
conceptos y los enfoques históricos también implica un esfuerzo por
medirlos. Para ellos, por ejemplo, la variable dependiente es la forma-
ción de la democracia que es estudiada a partir de un análisis diacrónico,
donde la inferencia causal articula diferentes tipos de régimen, que van

95 Cf. Rueschemeyer, Dietrich, Huber Stephens, Evelyne and Stephens, John D. Capitalist
development and democracy, Chicago: University of Chicago Press, 1992.
desde las oligarquías constitucionales a los autoritarismos, encontrando
una evolución progresiva que pasa por una conjunto de democracias
restringidas hasta llegar a las democracias plenas, en contraste con las
burocracias autoritarias.
Esto demuestra que no solamente con una base de datos y observa-
ciones exhaustivas, desde el punto de vista estadístico, podemos realizar
explicaciones causales, sino también desde la recolección narrativa de
situaciones históricas, sobre la base de fuentes cualitativas que estu-
dian en profundidad un pequeño número de casos pero que justifican
la observación analítico-histórica.
La precaución de tener un buen diseño de investigación, equivale a
explicitar lo más posible los supuestos teóricos, el alcance de los con-
490 ceptos, las variables que se van a medir y los indicadores directos para
mostrar la dinámica y los mecanismos causales aplicados a la interpre-
tación de ciertos fenómenos. La inferencia descriptiva y la inducción
analítica con ayuda de las fuentes históricas, señalan una trayectoria
explicativa que se acerca a las narrativas analíticas, comenzando con una
teoría para terminar en nuevas razones explicativas de la misma teoría
hacia el final, pero junto a pruebas empíricas de tipo historiográfico.
Es bueno aclarar que para un diseño metodológico, la población
o universo del estudio son todos los casos posibles de ser observados,
aunque con algunas características mínimas en común. Los casos de
estudio elegidos deben estar lógicamente justificados y representan el
conjunto de aspectos observables que el investigador selecciona para
medir y armar las explicaciones causales. Las unidades de análisis son
los aspectos observables y más específicos (lo más básico del fenómeno).
El estudio de caso, entonces, es una herramienta metodológica muy
funcional porque indica dónde se realizará la observación de los fenó-
menos para su medición o contrastación con la hipótesis. Ahora bien,
el caso no necesariamente nos lleva a la observación inmediata de lo
que se busca explicar. En la observación, probablemente lo más impor-
tante es analizar de dónde se puede obtener la información. El (los)
caso (s) de estudio es un ejemplo de algo, y por lo tanto, en la política
comparada es necesaria la justificación de por qué se convierte en un
ejemplo de la población o del universo de investigación. Al justificar
los casos seleccionados ya se manifiesta la posibilidad de impulsar una
generalización teórica.
Lo importante es comenzar con formas de ver al mundo; es decir, con
el planteamiento de teorías y problemas. Identificar sus consecuencias 491
y significaciones para la observación de fenómenos, sin preocuparse por
la comprobación imprescindible de la teoría y sin temor a la equivoca-
ción. Aquí radica una actitud abierta hacia la incertidumbre y alejada
del dogmatismo. En realidad este es el núcleo de la explicación en las
ciencias sociales y, por ende, en la ciencia política.

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VIII
Pedofilia, iglesia y perdón de los pecados

Siempre hemos escuchado que sólo dios sabe lo que realmente ocurre
en el corazón de los hombres. Inescrutable muchas veces, ambigua,
conflictiva y temeraria en otras, la vida de cada uno de los mortales
transcurre en medio del horror, los delirios de grandeza y la posibilidad
de cometer las atrocidades más grandes dignas de vergüenza. ¿En qué
momento llega la reconciliación entre esta mortal humanidad y aque-
lla fuerza divina o sobrenatural que nos confirma nuestra pequeñez, 495
permitiéndonos reconocer la supremacía de dios para después acurru-
carnos apaciblemente en la fe, el perdón de los pecados y la inexplicable
convicción de que pertenecemos a un más allá, a un origen enigmático?
Los conflictos entre el corazón y el espíritu, entre la tentación del
placer y la salvación eterna constituyen los nudos centrales en cualquier
religión. Por esto, la crisis actual de la Iglesia católica en el mundo no
solamente expresa un serio conflicto legal con aquellos sacerdotes acu-
sados de pedofilia y abuso sexual, sino que refleja despiadadamente el
tiempo actual en el que vivimos donde prácticamente es imposible
vivir conforme a las enseñanzas de Jesucristo o mantener firme una fe
que, hoy día, resulta carente de sentido pues acaba convirtiéndose en
un concepto vacío y en una tensión angustiosa.
Es inútil minimizar los extremos despreciables a los que llegan los
escándalos sexuales de la iglesia Católica. Las noticias empezaron a
inundar las páginas del New York Times y el Washington Post ya desde
octubre de 2001 y el patológico caso del sacerdote John J. Geoghan
en Boston no es el único como pretenden afirmar algunos curas, al
referirse a los abusos sexuales de “un” clérigo pervertido, como si fue-
ran casos excepcionales. El abogado Jeffrey Anderson se convirtió en
la figura más notoria que ha representado a 490 personas como víc-
timas de acoso sexual y pedofilia perpetrados por clérigos. El jugoso
caudal por reparación de daños y perjuicios también ha permitido que
Anderson acumule más de 60 millones de dólares, directamente des-
embolsados por la iglesia.
Las reuniones entre los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Fran-
cisco con diferentes cardenales estadounidenses, han provocado un
496 intenso debate sobre si se debe poner en marcha la política de cero
tolerancia para los sacerdotes implicados, o dejar la puerta abierta para
el perdón de algunos conforme a las enseñanzas del evangelio, el arre-
pentimiento y una segunda oportunidad a favor de quien se ponga en
penitencia. Sin embargo, esto no ha mostrado sino la hipocresía de la
jerarquía eclesiástica cuya oculta finalidad, es “hacer creer” que se está
haciendo algo correcto cuando, en el fondo, solamente se trata de no
tocar las viejas estructuras eclesiales. Los casos de pedofilia cometidos
por sacerdotes católicos están regados por todo el mundo.
La noción de “cero tolerancia”, revela también que en algún momento
sí se disimuló sin miramientos la sucia conducta de muchos sacerdotes,
encubiertos inclusive por algunos obispos. Esto, de hecho, pone fin a
cualquier debate significativo para encontrar soluciones a la crisis. El
obispo Thomas Daily, el cardenal Bernard Law, ambos de Boston, y
el cardenal Edward Megan de Nueva York, callaron como sepulcros
blanqueados, no sólo las denuncias de aquellas familias cuyos hijos
fueron abusados, sino que ratificaron en sus cargos a los clérigos delin-
cuentes aún a pesar de que representaban un peligro para los niños e
incluso conociendo informes psiquiátricos sobre el comportamiento
desviado de varios sindicados.
Muchos perpetradores afirman que no renunciarán a sus cargos des-
pués de tal “negligencia”, cuando hay que referirse a estos hechos como
delitos. El conflicto entre el espíritu y la carne se resuelve una vez más
en beneficio de lo terreno, a favor del poder, el prestigio y la autoridad
de aquellos ilustrísimos que en ningún momento practicaron el temor
de Dios para evitar semejantes encubrimientos. El catolicismo tam-
poco promueve un debate teológico que permita repensar el valor del
perdón, la vocación de renuncia, el sacrificio en el ministerio sacerdotal, 497
ni la protección de la fe de millones, decepcionados e inermes frente
al hielo abstracto de sus convicciones.
Todas las discusiones sobre una eventual modernización de la iglesia
giran en torno a lavar su imagen, recuperar credibilidad doctrinaria,
evitar perder millones en contribuciones (dinero) y gentilezas de caridad
provenientes de los ricos, permitir el ingreso de homosexuales, aban-
donar el celibato y los cuentos chinos sobre la virginidad. Cuan poco
se dice acerca de la imposibilidad de reconciliar la fe cristiana con la
complejidad de un mundo que destruyó para siempre la dualidad entre
infierno y paraíso, libertad terrenal y redención divina, indulgencia y
venganza. Lo único que queda por hacer es contemplar con desen-
gaño la frase que, posiblemente, Cristo mismo pronunció desde en la
cruz: padre perdónalos porque la iglesia ya no sabe lo que hace. Sin
embargo, muy probablemente los depredadores sexuales de la iglesia
no merecen ningún perdón, sino todo lo contrario: un castigo ejem-
plarizador y definitivo.

IX
¿Puede la Sociología transformar algo? No

En el siglo XXI existe un intenso debate sobre el futuro de algunas


498 profesiones o la función que desempeñan diferentes tipos de investiga-
dores. El desarrollo del conocimiento científico se tornó tan dinámico
y complejo que están en cuestionamiento los aportes a la ciencia desde
la sociología, antropología y diversas disciplinas humanísticas. ¿Qué
hace y qué papel cumple un sociólogo? La respuesta a esta pregunta
motiva ilusiones y, al mismo tiempo, exige que sean las universidades
quienes expliquen cuáles son sus aportes a la formación de este tipo
profesionales.
Un sociólogo trata de expresar la vocación por el conocimiento cientí-
fico sobre la sociedad, aunque en esta época signada por la globalización
y las poderosas influencias de la tecnología, surgen una serie de dudas
en torno a la confiabilidad de los métodos de investigación que la
sociología utiliza y sobre la solvencia de sus hipótesis explicativas. Los
sociólogos también tienden a ser ideólogos en el sentido estricto de la
palabra, es decir, se convierten en profesionales que justifican arbitrarias
posiciones políticas, contribuyendo a legitimar el dominio de aquellos
que ejercen el poder y, finalmente, se transforman en escritores a sueldo
para sustentar diversas acciones que promueven el culto a la persona-
lidad de los líderes políticos.
En Bolivia, la formación de los sociólogos se enmarca dentro de la
Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), cuya carrera de sociología
es la institución más antigua desde 1969, mientras que la Universi-
dad Pública de El Alto (UPEA) cobija a la carrera más joven desde el
año 2004. El análisis institucional y académico permite afirmar que
los sociólogos se nutren más de una matriz política e ideológica, antes
que de esfuerzos científicos sostenidos en evidencias provenientes de
la investigación.
Lo curioso es que la ideología, como un conjunto de consignas polí- 499
ticas y creencias sobre la revolución o una sociedad utópica, es aquello
que marca la educación de los sociólogos desde la década de los años
setenta. Las visiones del socialismo y un fuerte peso del pensamiento
marxista en la estructura curricular, fueron extendiéndose hasta la
década de los años noventa cuando desapareció el Muro de Berlín y la
ex Unión Soviética. Sin embargo, los primeros sociólogos de la UMSA
recuerdan con nostalgia la politización durante las acciones de resisten-
cia a los gobiernos dictatoriales de Hugo Banzer (1971-1978), Alberto
Natusch (1979) y Luis García Meza (1980-1981).
La formación sociológica en Bolivia confunde constantemente sus
aspiraciones profesionales con una supuesta necesidad por iniciar dife-
rentes procesos de transformación política en la realidad. Por lo tanto,
en el papel de un sociólogo destaca una concepción militante y dogmá-
tica, donde el peso teórico y las capacidades de investigación científica
fueron reemplazados por orientaciones ideológicas junto con el acti-
vismo político que los sociólogos intentan realizar, tanto en el terreno
de los partidos como en algunas organizaciones de la sociedad civil.
La mayor parte de las discusiones sobre la estructura social, la diná-
mica de las clases sociales, sus luchas, los problemas del desarrollo, las
contradicciones de la cultura, los movimientos indígenas, o los pro-
blemas del sistema democrático desde 1982, fueron asumidos por los
sociólogos a partir de enfoques ligados únicamente con el marxismo,
el indianismo, el culturalismo o la aplicación de una metodología dia-
léctica marxista para identificar las condiciones de ruptura que podían
aparecer en la formación económico social boliviana.
Durante un largo periodo, la educación de los sociólogos estuvo
500 vinculada al debate sobre la relevancia y aplicación del marxismo para
el análisis de la sociedad boliviana. La utilización de los perfiles ideo-
lógicos revolucionarios resultan ser insuficientes para abrir espacios
útiles en el mercado de trabajo del sociólogo. Las utopías políticas
siempre chocaron, y todavía chocan, con el entorno laboral que exige
la investigación-acción para abordar aspectos concretos de la situación
de salud, educación, desarrollo productivo y la construcción de una
serie de políticas sociales.
Hoy día, el sociólogo debe sustentar científicamente sus afirmacio-
nes y contribuir al mejoramiento de un trabajo más técnico para la
formulación y evaluación de proyectos de desarrollo humano multi-
dimensional, así como para diagnosticar de manera rápida diversas
situaciones socio-económicas. Los sociólogos tendrían que mejorar sus
capacidades analíticas inmediatas, en lugar de tomar posiciones ideo-
lógicas de moda, que solamente enaltecen caudillismos transitorios,
quitándole a la sociología sus aportes para lograr un impacto verdade-
ramente útil en la sociedad.
Asimismo, la Sociología como ciencia está en una encrucijada. Pri-
mero porque sus métodos de investigación han demostrado ser muy
débiles y, por lo tanto, esta deficiencia da lugar a diferentes especu-
laciones sin fundamento, antes que a conocimientos sustentados en
evidencias. En segundo lugar, la falta de solidez científica deja inerme
a este tipo de saber que pretende ser una aspiración legítima para influir
en la transformación de las instituciones y organizaciones. La sociología
es incapaz de pronosticar fenómenos sociales o establecer previsiones
con la finalidad de corregir algunas distorsiones que siguen siendo una
amenaza como la persistencia de la pobreza, desigualdad y los impac-
tos sociales imprevisibles relacionados con las catástrofes ecológicas. 501
Las universidades no logran contrarrestar estas debilidades, sobre
todo en América Latina donde pervive una orientación más ideológica
vinculada con supuestos políticos, antes que con otro tipo de concep-
ciones académicas preocupadas por la calidad de los conocimientos.
No existe una renovación de las estructuras curriculares de la socio-
logía y tampoco de la formación en ciencias sociales. Un dato muy
claro es la instrucción por áreas teóricas que hacen énfasis en aparen-
tes especializaciones y el estudio de fuentes tradicionales de sociólogos
clásicos, en lugar de diseñar un ámbito de estudio multidisciplinario
y transdisciplinario.
Se toman en cuenta un conjunto de teorías sistemáticas relacio-
nadas con conceptos que, supuestamente, construyen la identidad
de la sociología. En otros casos, se enfatiza las sociologías compa-
radas, antropologías, el estudio de la historia y la incorporación de
especializaciones en sociología urbano-industrial, rural, política y
económica. Sin embargo, el perfil profesional aún mantiene una con-
notación política, centrándose en la oferta de una muy cuestionable
inclinación hacia la formación de un investigador capaz de transformar
la realidad exterior. Esto es sencillamente una fantasía porque los soció-
logos transformadores no pueden ser considerados como una identidad
profesional que ofrezca resultados concretos. La tendencia a la produc-
ción de conocimientos por medio de la investigación, no quiere decir
que de golpe exista un impacto de cambio social y, mucho menos, el
predominio obligatorio de una ciencia social militante y revolucionaria.
A lo largo de los años noventa, como producto de la caída del Muro
de Berlín y el desprestigio del marxismo, la sociología en casi todo el
502 mundo atravesó por un periodo de gran incertidumbre sobre sus posi-
bilidades reales para aportar a la cultura porque no se puede considerar
automáticamente el hecho de transformar la realidad social, política,
económica y psicológica, a partir de formulaciones estrictamente uni-
versales e ideológicas, ni tampoco fortalecer las capacidades prácticas
de los sociólogos, exclusivamente con posiciones teóricas que sólo tie-
nen relevancia dentro de las aulas universitarias donde todo vale.
Esto hace que el perfil profesional del sociólogo investigador y trans-
formador se quede siempre a medio camino, dentro de un mercado
laboral caracterizado por la flexibilización y el surgimiento de los con-
sultores profesionales más versátiles, donde otro tipo de profesionales
de áreas tecnológicas y con conocimientos menos utópicos se disputan
los espacios de trabajo, desempeñando en muchas ocasiones las fun-
ciones de un sociólogo en una forma más eficiente, por el sólo hecho
de ser menos políticos y más orientados hacia la solución concreta de
problemas específicos por medio de planteamientos imaginativos.
Este problema se mantiene en la actualidad y es por eso que deben
establecerse claramente cuáles son las principales ventajas comparativas
de los sociólogos, lejos de las pretenciosas ofertas de utopías liberado-
ras. A lo máximo a que puede aspirar el sociólogo del siglo XXI es a
la humildad donde sus habilidades, tanto para la investigación como
para la conquista de un sitial de liderazgo, reside en el impulso de sus
capacidades críticas, si se entiende a la sociología como aquella ciencia
joven que es capaz de proveer un conocimiento relativamente compre-
hensivo de la realidad social. La complejidad del presente exige que
deban abandonarse las ilusiones de combinar la educación teórico-me-
todológica con la posibilidad de influir en las estructuras sociales. 503
El cambio tecnológico acelerado y la clausura de viejos supuestos
donde predomina la violencia para causar un shock revolucionario,
demuestran que las ciencias sociales están incapacitadas para rees-
tructurar la sociedad porque, simplemente, existen otras ciencias y
conocimientos más sólidos como la física cuántica, el bio-ambientalismo
o la bio-ecología, cuyos supuestos son más creativos, multidisciplina-
rios y falibles, los cuales se burlan de una sociología utópico-política
que no pudo ni siquiera prever la desaparición de la Unión Soviética o
la llegada de nuevas formas de genocidio como los etnonacionalismos
y los fundamentalismos religiosos.
X
El escepticismo sobre las
ciencias en el siglo XXI

Es increíble cómo regresan con fuerza las críticas en contra de la utilidad


de la ciencia. El siglo XXI trae una serie de revoluciones, especialmente
en el mundo de las telecomunicaciones, la genética humana y todo
tipo de innovaciones con inteligencias artificiales, es decir, las maravi-
llas del dominio informático y cibernético. Sin embargo, se queda un
504 mal gusto en el aliento de la humanidad. ¿Para qué sirven las ciencias
y las revoluciones teóricas, cuando han retornado, al mismo tiempo,
diferentes formas de barbarie como múltiples guerras a escala global,
junto a la persistente miseria y represión de millones de seres humanos
en distintos puntos del planeta?
Estas mismas interrogantes fueron planteadas por la Academia de
Dijon en 1750, cuando convocó a un famoso concurso de ensayos con
el tema: “si el restablecimiento de las ciencias y las artes ha contribuido
a depurar las costumbres”. El ganador fue Jean Jacques Rousseau, quien
en su ensayo “Discurso sobre las ciencias y las artes”, utiliza un magistral
estilo retórico. Para Rousseau, ya desde la Enciclopedia, “(…) nuestras
almas se han corrompido a medida que nuestras ciencias y nuestras
artes han avanzado hacia la perfección”. Este problema es visto como
un martirio estructural que afectaría a toda época pues la ciencia es
también un arma destructiva. Por un lado, el calentamiento global y
la crisis del medio ambiente hacen que la ciencia busque alternativas
de solución para salvar a la humanidad pero, por otro lado, fue el desa-
rrollo científico aplicado al capitalismo industrial y postindustrial que
está destruyendo el planeta.
Las críticas demoledoras del clásico pensador político se mantienen
hasta hoy. Rousseau tuvo un fuerte sentimiento escéptico sobre la uti-
lidad del conocimiento para cambiar el estado de las cosas. Asimismo,
expresaba una consternación porque si conocer es sufrir, entonces des-
embocamos en una actitud socrática donde resultaría mucho mejor
admitir nuestra ignorancia, antes que las vanidades de la ciencia, gan-
grenada al someterse a los poderosos, así como las artes degeneran al
subordinarse al lujo.
Para Rousseau, el filósofo Sócrates despreciaría nuestro desarrollo 505
científico porque éste sólo contribuiría a incrementar esa serie de libros
que inundan arrogancia y contradicciones. El conocimiento es poder
y al mismo tiempo vanidoso y ensimismado. Todo el mundo olvidó el
cultivo de las virtudes, encerrándose en sus prejuicios, egocentrismos
y la estupidez interior de no poder reconciliar el pensamiento con sus
consecuencias. El desajuste del Gran pensamiento y la Gran creativi-
dad, respecto a su incapacidad para alcanzar los ideales de la justicia
social, como también lo identificó George Steiner, es simultáneamente
una fuente de melancolía. El escepticismo en torno a las ciencias y el
pensamiento se revela como un rechazo a los efectos contradictorios
de la modernidad y sus supuestas virtudes para efectivizar una sólida
vida democrática, junto a la superación de toda forma de desigualdad.
La ciencia del siglo XXI ha sido incapaz de erradicar la desigualdad y
la pobreza en el mundo.
Este pesimismo crítico transmite un temprano rechazo a la moderni-
dad, al observar que la ciencia y la enorme producción de conocimientos
no pueden detener el arrollador impulso donde se sacrifica lo verda-
deramente humano, en beneficio del enriquecimiento concentrado en
pocas manos, el interés por las veleidades materiales de la riqueza y
donde el Estado, muchas veces traiciona el contrato social para repri-
mir las voluntades individuales y atentar contra la libertad.
En opinión de Rousseau, es más saludable dejar discípulos a par-
tir del ejemplo y la memoria de la virtud. ¡Es hermoso enseñar así a
los hombres!, solía decir. Estas ideas ayudan a discutir el valor de los
intelectuales, científicos y artistas, en una era de conflictos violentos
y reformas espurias en los sistemas democráticos. Nos obliga a tomar
506 posturas claras sobre las funciones que cumplen la ciencia y crítica como
instrumentos de intervención en la política y la sociedad, y como recur-
sos para educar las virtudes humanas.

XI
La libre decisión del suicidio
como acto político

Todos tienen miedo. ¿De qué? De dejarse llevar hasta aceptar el reto:
quitarse la vida, aunque sea parte de un juego. Un juego diabólico o
simplemente aterrador: “La ballena azul”. Medio mundo se pregunta si
es posible que un juego de Internet pueda lavar el cerebro de los jóve-
nes o adolescentes para que tomen la decisión de suicidarse. Con o sin
las imparables influencias que provienen del mundo virtual y millones
de sitios web, el suicidio seguirá siendo casi inexplicable, deprimente y
sorpresivo. El juego “La ballena azul” pasará a la historia como parte
del sensacionalismo que generan los medios de comunicación pero
las razones del suicidio permanecerán ahí: amenazantes e insondables.
Pocas situaciones suscitan tantas opiniones contradictorias, confu-
sas y ardientemente angustiosas como cuando una persona se suicida.
El suicidio representa un momento en el que la vida social se paraliza,
las instituciones se desconciertan y los credos religiosos encienden toda
clase de cirios al considerar a los suicidas como señales apocalípticas o 507
como símbolos de la decadencia moral y espiritual de nuestra sociedad.
Al mismo tiempo que el azoro nos invade con la noticia de un suici-
dio, los medios de comunicación gustan hacer con este tipo de hechos
trágicos un drama de desesperación y turbulencia espectacular desta-
cando todas las formas, detalles e imágenes sobre el tipo violento en
la muerte de los suicidas. Empero, ¿existen razones suficientes que jus-
tifiquen el suicidio? Si es así ¿cuáles son y hasta qué punto pueden ser
argumentadas? Si no existieran razones valederas para que una per-
sona se quite la vida, ¿tenemos el derecho de juzgarla, sancionarla y
condenarla?
La literatura está llena de narraciones en las que se construyen situa-
ciones subjetivas de diferentes personajes que atraviesan por momentos
simplemente insoportables: El Lobo Estepario de Hermann Hesse afirma,
en un momento de ira irrefrenable contra sí mismo, que “entre los
hombres siempre ronda un pensamiento peligroso y horrible de que
acaso toda la vida humana no sea sino un tremendo error, un aborto
violento y desgraciado de la madre universal, un ensayo salvaje y horri-
blemente desafortunado de la naturaleza; aunque también entre ellos
es donde ha surgido la otra idea de que el hombre acaso no sea sólo
un animal medio razonable, sino un hijo de los dioses y destinado a
la inmortalidad”.
Obras clásicas como Romeo y Julieta del dramaturgo inglés William
Shakespeare, destacan el suicidio por amor. La inefable situación de
dos amantes cuyo destino los ha de juntar para saborear los afectos más
profundos, así como la tragedia que desencadena la muerte como única
salida, pues un amor fracturado convierte a la vida en una oscura estu-
508 pidez. Las tragedias griegas resaltan muchos más ejemplos en los que
el ser humano expresa, libre y conscientemente, su voluntad de morir.
El suicida de una u otra forma escapa al control social y a todo poder
instituido, eludiendo y burlándose de todas las normas jurídicas, éti-
cas y religiosas que gobiernan nuestra existencia pasajera; por esto es
que muchos estudiosos del suicidio sentencian con intensidad sonora:
el suicidio es un medio de independencia y, por tanto, todos los pode-
res que reinan en la sociedad lo odian; un odio que esconde su propia
contradicción pues a la larga éste se transforma, de alguna manera, en
una sentencia de muerte, de segregación y rechazo cuyo objetivo busca
finalmente la desaparición de la personalidad suicida.
La historia cuenta que en la vieja Atenas de los filósofos griegos, el
suicidio era condenado a menos que la asamblea del Senado haya auto-
rizado tal hecho de acuerdo con las normas que prescribía la democracia
de la polis. Los líderes de la ciudad-estado debatían las solicitudes,
diciendo: “que aquél que no quiera ya vivir más tiempo, exponga sus
razones al Senado, y después de haber obtenido licencia, se quite la
vida. Si la existencia te es odiosa, muere; si estás maltratado por la for-
tuna, bebe cicuta. Si te encuentras abrumado por el dolor, abandona
la vida. Que el desgraciado cuente su infortunio, que el magistrado le
suministre el remedio, y su miseria tendrá fin”.
Uno de los flancos en los que puede argumentarse a favor del suicidio,
radica en la voluntad libre y soberana que todo ser humano tiene para
regir su existencia. La libertad de morir, de elegir dejar este mundo y
trasladarse al despeñadero va contra todo orden político, social, cultu-
ral y religioso, imponiendo una decisión frente a la cual ya no pueden
funcionar los convencionalismos existentes. El sociólogo francés, Emi-
lio Durkheim, estudió el suicidio distinguiendo tres tipos de grupos: el 509
suicidio egoísta, el altruista y el anómico, señalándoles a todos como
víctimas de una afección moral crítica, síntoma de decadencia y des-
orientación social.
Sí; el sociólogo francés desarrolló toda una teoría a partir de lo que
significa la fuerza de los hechos sociales, la influencia pre-existente del
medio social, la potencia normativa, punitiva y suprema rectora de la
conciencia colectiva frente a la cual no puede alzarse ninguna voluntad
individual, ya que el hecho de ir contra la fuerza del orden social no es
más que una actitud anormal y patológica que siempre será sancionada.
Las personas se suicidan porque no encuentran sentido para preser-
var su vida dentro de los marcos de significación que provee la sociedad.
Pierden el rumbo porque el mundo de hoy está plagado de todo tipo
de desigualdades, rechazo, segregación y abierto maltrato a la digni-
dad humana. La discriminación, como una forma de excluir a los seres
humanos en diferentes ámbitos de la vida social, va menoscabando
los derechos mínimos que tiene cualquier persona, reforzándose los
prejuicios donde se reproduce un estigma doloroso: considerar infe-
riores a hombres, mujeres, niños y culturas enteras. El siglo XXI en
su contexto global e internacional está reforzando peligrosamente el
desprecio por los derechos humanos donde el respeto por los “otros”
se desvanece como edificaciones de arena. Así se reproduce una situa-
ción de agobio, de pérdida de identificación con la semiótica de los
valores y las instituciones, generándose un estímulo doloroso para ter-
minar con la existencia.
Por estas razones, fuera de la turbación o la locura, la sociedad no
tolera al suicidio, lo condena pero, sigilosamente, a momentos también
510 lo instiga. Para muchos, lo que está detrás de los códigos culturales no
es más que represión, por lo que el suicida reivindica una oportunidad
de libertad y liberación al desoír toda sanción, toda condena y todo
obstáculo contra la autodeterminación individual.
Desde el punto de vista liberal, el poder no puede agredir la esfera
privada que tiene todo individuo; por lo tanto, el mundo privado de
cada uno es el área que cae fuera de los márgenes de lo público, de la
ley y del Estado; asimismo, el hombre tiene en su cuerpo una propie-
dad original e inalienable. En este sentido, importantes teóricos como
John Stuart Mill, defenderán una libertad consistente en establecer una
doble distancia: de cada hombre en relación a los demás, y de todos
con respecto al Estado y la normatividad suprema del orden social. El
suicida expresa -esté o no de acuerdo con la doctrina liberal, sea o no
sea un liberal convencido- su libre decisión para defender un ámbito
íntimo en el que se afirma, rotundamente, el derecho a disponer del
propio cuerpo, incluso hasta llegar a la propia autoeliminación.
Cada suicida puede expresar el conjunto de razones que lo impul-
san a cortar el hilo de su vida; mientras que la sociedad, a través de sus
normas que sancionan al suicidio como un delito, argumenta a favor
de la conservación de la existencia. En este otro flanco destaca, sobre
todo, el papel que juegan las instituciones religiosas cristianas, pues
la Iglesia católica considera que el suicida no da pruebas de valor sino
de cobardía: el valor consiste en que la persona acepte su cruz y cum-
pla con los designios de dios en la tierra, perenne y también efímera;
aunque otras religiones realzan al suicidio como expresión de sacrifi-
cio e inmolación.
La religión es otro refuerzo que, llegado el caso, irrumpe como una 511
fuerza que limita la libertad de elegir sobre la propia existencia. Todos:
el Estado, religión, sociedad y cultura trasladan su malestar sobre el
suicida, lo culpan y lo obligan a conservar su vida, encerrándolo, como
diría Sigmund Freud, en una neurosis permanente; por eso, el pro-
pio Freud pregunta: “¿acaso no está justificado el diagnóstico donde
muchas culturas -o épocas culturales, y quizás aún la Humanidad
entera- se han tornado neuróticas bajo la presión de las ambiciones
culturales y sociales?”
De nada servirá levantar barandas, redes o alambres de púas en los
puentes, colocar rejas en las ventanas de los edificios, cerrar las azo-
teas de las casas que sobrepasan los tres pisos, desplegar un regimiento
policiaco en las autopistas o en las estaciones de trenes para evitar que
los suicidas concluyan su vida arrojándose desesperados a las ruedas
del tren, camión u ómnibus. De nada servirá la prohibición de armas
de fuego. Todos los esfuerzos del medio social, del medio cultural y
del orden del Estado quedarán derretidos como el esperma de una
vela sometida al calor de la última decisión individual que elige suici-
darse. El suicidio es una de las expresiones más humanas fruto de la
desesperación o de una situación tal donde la única puerta de salida
es desaparecer para así salvar la propia dignidad y libertad.
Al analizar el suicidio se pueden encontrar muchas razones: psicoló-
gicas, políticas, sociológicas, religiosas, etc. Lo cierto es que no puede
pasarse por alto un elemento: la libertad de elegir seguir viviendo o
desvanecerse entre las cenizas, que es tan intensa en el suicida. Es total-
mente superfluo condenar esta actitud tan humana y cercana a cada
una de nuestras conciencias pues el hombre no es de ninguna manera
512 un producto firme y duradero, es más bien un ensayo, una prueba y una
transición. Sí, somos tránsito largo o corto. Para algunos, la transición
debe seguir cierto ritmo y curso, mientras que para otros puede inte-
rrumpirse en cualquier momento con sólo decidirlo. El suicidio es un
acto político de plena libertad. La gran lección de los rostros amenaza-
dores de la discriminación y el suicidio que acechan nuestras vidas es
la necesidad de volver a creer en algo: en la familia, en el amor, en los
amigos, en uno mismo, en los derechos humanos, en la tolerancia, en
la hermandad, en la posibilidad de ser uno a través de la estima hacia
los otros, iguales como yo.
En el siglo XXI tenemos el desafío de ajustar las creencias a las ideas.
En varias ocasiones, nuestras ideas son mucho mejores que nuestras
creencias y de aquí que el reto es hacernos creíbles, sobre todo para
derrotar toda forma de discriminación en la práctica. Si hay algo que
hoy en día todo el mundo aprecia, es encontrar a una persona que
vive lo que realmente cree y este es el antídoto ético y profundamente
humano para vencer las conductas discriminatorias.
Una sociedad con ideas extraordinarias no tiene que inventar muchas
más, sino vivir genuinamente aquellas en las que crea. Es la gran pauta
para la educación. Los alumnos pueden escuchar muchas cosas pero si
no ven que los adultos creen lo que están predicando, se produce una
enorme hipocresía y la cuestión entonces no tiene solución. La lucha
contra el suicidio puede triunfar mediante el retorno de la voluntad
hacia la ética; es decir, hacia el cultivo de los valores que son cualidades
de las acciones, de las personas y de las cosas que las hacen atractivas.
Cuando una acción, persona o institución tiene un valor positivo, es
y se hace atractiva. Cuando tiene un valor negativo como la conducta
discriminatoria y represiva, es repugnante. 513
Por ejemplo, podemos decir que cuando alguien dice de una ins-
titución que es justa, la está haciendo atractiva, y cuando dice que es
injusta, la está haciendo repelente además de ilegítima. Los valores no
importan por la calidad que proporcionan, sino que una vida humana
sin valores no es una vida verdaderamente humana. Los valores no
puede expresarse en medidas de calidad, sino que valen por sí mis-
mos. Debemos rechazar aquella visión donde lo más importante en
este mundo son los hechos, exigiendo erróneamente que en la escuela
se enseñen hechos y nada de valores, nada de espíritu. Sin embargo,
sin valores no hay vida humana. La derrota de la discriminación señala
un camino por el cual debemos insistir en la educación mediante los
valores, reforzando la imaginación, educando en la emoción, en el
corazón y en la fantasía, evitando que nuestras vidas se conviertan en
vidas inútilmente inhumanas como trata de hacernos creer el tipo de
sociedad tecnificada de la globalización que desiguala todo.
Vivimos en el momento oportuno para volver a creer en los valo-
res porque merece la pena llamar plenamente humanas a las personas
y a las instituciones. Los valores tienen que ser retomados apasiona-
damente para llevar adelante una existencia realmente humana. Los
valores acondicionarán nuestras vidas para otorgarnos el estatus her-
moso como seres humanos. Además, los valores están al alcance de
todos pues siempre tenemos la posibilidad de ser justos, la posibilidad
de ser honestos y menos discriminadores. A pesar de lo dramático que
puede ser el suicidio, tenemos que acomodar de tal forma nuestras
creencias a las ideas de valor que hagamos realmente posible ser jus-
514 tos para otorgar múltiples y tolerantes sentidos a la vida, así como ser
libres sin creernos héroes invencibles, sino solamente seres humanos
conscientes de una probable perfectibilidad.

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