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encrucijada
40 Ensayos para repensar la política
Bolivia
en la
encrucijada
Franco Gamboa
La Paz, 2019
Editorial:
Signo Ensayo
Diseño y Diagramación:
Vicente Foronda Pati
Imagen de cubierta:
pawelkuczynski50, obra de Pawel Kuczynski
Edición:
ISBN: 978-99974-62-98-5
Imprenta:
Impreso en Bolivia
ÍNDICE
PRÓLOGO
ix
Introducción: ejercitando el criterio y la palabra a
través del ensayo 29
LA DEMOCRACIA:SUS LABERINTOS Y SUS AMENAZAS
35
I Orígenes de la construcción democrática en
Bolivia: Los partidos políticos y su búsqueda
hegemónica inconclusa 37
283
EDUCACIÓN Y APUESTAS DE FUTURO
I Al toro por las astas: Los desafíos del docente
excelente frente a los problemas de la
educación superior 285
33
LA DEMOCRACIA:
SUS LABERINTOS Y
SUS AMENAZAS
I
Orígenes de la construcción democrática
en Bolivia: Los partidos políticos y su
búsqueda hegemónica inconclusa
Introducción
Este ensayo reflexiona sobre algunos problemas del desenvolvimiento
democrático en Bolivia, que ya llegó a ser un periodo de 36 años
(1982-2018). Específicamente, analiza el papel desempeñado por los 37
partidos como actores centrales del sistema político, quienes buscaron
desarrollar formas hegemónicas en el periodo de sus raíces tempranas
entre 1985 y 1994. La construcción hegemónica intentó ser impul-
sada cuando los partidos políticos se convirtieron en las estructuras
de mediación por excelencia entre la sociedad civil y el Estado en Boli-
via. Es más, la democracia boliviana ingresó en lo que se denomina
el umbral de regularidad del periodo 1985-1994 con elecciones pre-
sidenciales y municipales frecuentes y consistentes. Sin embargo, esta
característica de desarrollo político trató de comprenderse por medio
de las teorías de la gobernabilidad y estabilidad políticas de la demo-
cracia representativa, en lugar de complementarse el análisis con la
aparición de formas hegemónicas que fueron marginando otros tipos
de representación y participación.
Sugerimos abordar el desarrollo de la democracia desde la perspec-
tiva de la hegemonía, examinando el sistema de partidos y los procesos
de legitimación y consenso que aquellos promovieron. El súbito poder
que adquirieron los partidos desde las elecciones de 1985, no sólo realzó
su papel en el sistema electoral, sino que inauguró un nuevo tipo de
prácticas políticas hegemónicas que fueron más allá de las teorías de
la gobernabilidad. En concreto, se forzó una visión según la cual, toda
praxis política debía quedar en los marcos de un conjunto de políticos,
supuestamente, profesionales, tecnócratas y circuitos de élites dirigentes
que despreciaban cualquier posibilidad de participación de la sociedad
civil. De hecho, el concepto de sociedad civil fue considerado como
un espacio homogéneo y abstracto, dejando al margen las capacida-
des de acción política de las clases sociales, los movimientos indígenas
y otros actores que podían ser identificados como defensores de una
democracia directa.
Ahora bien, el análisis de posibles formas de hegemonía nos introduce
en otro nivel de complejidad pues, “(…) como en todas las situacio-
nes políticas y sociales, los resultados obtenidos no son ciertamente la
realización directa, por transcripción, de las estrategias de los actores
y son más bien el ‘efecto de composición’ de la acción y efectos cru-
zados y sobre-determinados de los ‘intereses’ y sus estrategias, que en
muchos casos son incompatibles o no fácilmente negociables (...)”1. El
estudio de los pactos de gobernabilidad que buscaron solidificar la
persistencia estable de nuestra democracia, podría comprenderse de
manera más clara al analizar la construcción hegemónica que se trató
1 Lazarte, Jorge. “¿Hay una lógica en la política?”; en: Bolivia: certezas e incertidumbres de la demo-
cracia, La Paz: Los Amigos del Libro-ILDIS, La Paz, 1992, p. 51.
de lograr como efecto de la influencia del sistema de partidos con
representación parlamentaria por encima de la sociedad civil; es decir,
a partir del intento por instaurar un conjunto de partidos oligopólicos.
El ingreso al Parlamento con sus listas de diputados y senadores,
para después conformar gobiernos, dio a los partidos una notoriedad
muy grande frente a la cual, probablemente, no estaban preparados
debido a que los líderes partidarios reprodujeron de inmediato una
cultura política antidemocrática y fuertemente retórica para defender
la gobernabilidad que, en el fondo, representó la excusa para instau-
rar una hegemonía cimentada en el monopolio de la representación,
aunque carente de debates ideológicos y planteamientos programáti-
cos. La búsqueda hegemónica, sin embargo, fue una tarea inconclusa
y llena de contradicciones. 39
8 En la mayor parte de los medios de comunicación se criticaba a los partidos políticos el no asumir
una actitud más responsable con la democracia, resaltando, al mismo tiempo, una serie de afir-
maciones desiderativas, acerca de lo que deben ser las funciones del sistema de partidos.
9 Las relaciones entre la política y la hegemonía están muy bien expuestas en el sugerente artículo
de: Laclau, Ernesto. “Notas acerca de la forma hegemónica de la política”; en: Labastida, Julio
(coord.) Hegemonía y alternativas políticas de América Latina, México: Siglo XXI, 1985.
Las acciones de los partidos se orientaron, fundamentalmente, hacia
la organización de gobiernos con los pactos de gobernabilidad para
beneficiar solamente a ciertos grupos de interés, sin tratar de demo-
cratizar el acceso a la toma de decisiones y utilizando el discurso de
la democracia, únicamente como pretexto para promover conduc-
tas y visiones donde los jefes de partido, construían una democracia
restringida y autoritaria en los hechos, además de manifestar un dis-
curso solamente declarativo en cuanto a la transformación productiva,
económica y estatal que brindara al sistema democrático una mayor
sostenibilidad.
El sistema de partidos jamás tuvo un papel central en la identifi-
cación de políticas económicas adecuadas para un relanzamiento de
las estructuras productivas y competitivas. Todo lo contrario, muchos 45
parlamentarios optaron por la defensa miope de intereses gremiales y
por copiar las fórmulas de los organismos multilaterales de desarro-
llo en materia de reformas y ajustes estructurales en la economía. La
ciudadanía, en contrapartida, vio que los pactos de gobernabilidad no
respetaban el principio de la soberanía del pueblo y asumió que los
partidos funcionaban, una vez más, como oligarquías antidemocráti-
cas. Los partidos no eran las viejas estructuras de expresión clasista,
revolucionaria ni utópica, sino organizaciones más maleables que con
dificultades promovían una discusión programática. Sus ideologías
eran una mezcla variable y ubicua de múltiples fragmentos, en la era
de la publicidad a través de la televisión.
Democracia de representación delegada
y búsqueda hegemónica
Los contenidos que asumió la construcción hegemónica en las formas
de interacción política que se establecieron a partir de 1985 entre el
Estado, el sistema de partidos y la sociedad civil, se condensan en lo que
se denomina una democracia de representación delegada y arbitraria10.
Ésta debe ser entendida como un tipo de régimen donde los parti-
dos políticos más representativos utilizaron el voto ciudadano como
un cheque en blanco para luego tomar decisiones totalmente alejadas
de los intereses del país y el Estado. Como diputados o senadores, la
gran mayoría de los partidos buscaron beneficios personalistas y pres-
tigio individual. Esto dio lugar a un fenómeno nada nuevo pero muy
46 influyente: los partidos eran máquinas institucionales para canalizar
ambiciones personales por medio de ideologías improvisadas y retó-
ricas discursivas, expresadas a través de los medios de comunicación,
sin poder transformar efectivamente la sociedad y la realidad más pro-
funda de las estructuras estatales.
Como miembros de diferentes gobiernos, los partidos utilizaron al
Estado como un trofeo político para hacer negocios, degenerando en
una distorsión permanente de las políticas y la gestión pública transpa-
rente. De hecho, entre 1985 y 1990 no hubo ningún criterio normativo
para ejercer una gestión pública racional. Recién con la implantación
de la Ley de Administración y Control Gubernamentales 1178 (julio
10 Este concepto y fenómeno de abuso arbitrario de los partidos, se inspira en lo que Guillermo
O’Donnell denominó como democracia delegativa. Ver: O’Donnell, Guillermo. “¿Democracia
delegativa?”, en: Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización, Buenos
Aires: Paidós, 1997, pp. 287-304.
de 1990) se normaron los procedimientos para las contrataciones esta-
tales y la administración más ordenada de los recursos públicos. Si
bien existía la Contraloría General de la República, los mecanismos
de control estaban subordinados al prejuicio político de los que “man-
dan”, es decir, de los partidos y líderes cuya concepción del poder en
bloque, hacía que la gestión de los gobiernos obedezca únicamente a
la imposición de decisiones restringidas a las principales autoridades
que gozaban de mucho dominio y poca transparencia. Los resultados
lamentables de esta democracia de representación delegada se resumen
en dos factores: corrupción y estatalidad débil. Tales formas de inte-
racción ligadas a un Estado ineficiente, se desenvolvieron al interior
de una sociedad que había escogido como régimen de gobierno a la
democracia representativa. Incluso hoy en día, la Ley 1178 es cons- 47
tantemente manipulada, según el cálculo político de los partidos que
tiene un control decisivo al interior de un gobierno.
Los conceptos como “pactos de gobernabilidad” y “estabilidad demo-
crática”, no solamente fueron internalizados por los intelectuales, sino
también por los políticos de turno. Es así que después de las elecciones
presidenciales de 1989, volvieron a instaurarse otros acuerdos simila-
res al Pacto por la Democracia de 1985, esta vez entre ADN y el MIR,
quienes dieron lugar al Acuerdo Patriótico, para continuar en 1993 con
el pacto por la gobernabilidad entre el MNR-MRTKL-MBL-UCS. En
mi criterio, la lógica de los pactos señala una tendencia única: acuerdos
de gobernabilidad neo-oligárquicos11 y una enorme influencia cliente-
11 Cfr. Lozada, Blithz y Saavedra, Marco Antonio. Democracia, pactos y élites. Genealogía de la gober-
nabilidad en el neoliberalismo, La Paz: Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), 1998. Ver
también: Mayorga, René. “La gobernabilidad: nueva problemática de la democracia”, en: Mayorga,
lar al interior del aparato estatal, como los rasgos más sobresalientes de
las formas de hegemonía a cargo de los partidos políticos que, curio-
samente, en las teorías de la gobernabilidad eran considerados como
lo más saludable para la democracia boliviana.
Es por esta razón que el concepto y los alcances de la gobernabili-
dad nunca tuvieron un efecto práctico para reducir la ineficiencia en
la gestión pública o para mejorar la toma de decisiones en función de
una administración más transparente. El sorpresivo pacto entre el ex
dictador Banzer y Jaime Paz que lo acusó de ser asesino, para luego
abrazarse en un acuerdo que olvidaba la represión al MIR en los años
70, mostraba cómo ya no importaban ni la ideología, ni la institucio-
nalidad partidaria, sino únicamente la búsqueda hegemónica con el
48 fin de desarticular la representación soberana del voto popular.
Las teorías de la gobernabilidad no pudieron ser utilizadas para
pensar, por lo menos, una política efectiva de control de la corrupción
porque una de sus consecuencias pragmáticas se desvió solamente a
la conformación de gobiernos a través de acuerdos entre los partidos,
haciendo la vista gorda cuando emergían serios problemas de abuso de
autoridad, desinstitucionalización y manipulación de los poderes del
Estado para beneficiar a la clientela partidaria. Los partidos pensaron
que la mejor forma hegemónica de la praxis política era el fomento
del clientelismo estatal y la prebenda como carta de negociación para
aumentar la interpelación directa hacia diversos sectores sociales.
René. ¿De la anomia política al orden democrático?, ob. cit.; además, Lazarte, Jorge. “El nuevo
orden político” y “Cambios en los parámetros de la acción política” de su Bolivia: certezas e incer-
tidumbres..., ob. cit., vol. I.
Algunos cambios en la reestructuración del poder ejecutivo como
la reducción del número de ministerios y viceministerios, reformas en
materia constitucional para incluir diputados uninominales o refor-
mar el poder judicial, junto con las discusiones en torno a la puesta en
marcha de la Ley de Participación Popular (1993) en Bolivia, posibili-
taron el estímulo de una cultura política democrática que, sin embargo,
chocó con la conducta displicente de los partidos12. Ningún partido
tuvo una propuesta seria de desburocratización estatal y sus apuestas
tan solo se dirigieron a ver la posibilidad de ingresar al Congreso para
definir la elección del presidente, gracias a los pactos de gobernabili-
dad, con la esperanza de tener un espacio de supervivencia dentro del
Estado, pero no así en la formación de lealtades con las bases y clivajes
sociales. El objetivo era controlar instituciones públicas y así tener un 49
acceso directo a los réditos inmediatos de la representación. Las masas
populares habían votado por los partidos y, al mismo tiempo, se habían
alejado de cualquier incidencia efectiva en las políticas públicas y las
instituciones más estratégicas.
12 La cultura política puede ser entendida como “las orientaciones específicamente políticas en relación
al sistema político y sus distintas partes, y a actitudes relacionadas con el rol del yo en el sistema
(...); en cualquier sistema político hay un reino subjetivo ordenado de la política que da sentido a
las decisiones políticas, disciplina a las instituciones y significación social a los actos individuales”.
La cultura política democrática mostraría al gobierno democrático como el régimen que posee
“un equilibrio adecuado entre el poder gubernamental y la sensibilidad del gobierno a los deseos y
aspiraciones de los ciudadanos. Esto supone que el gobierno debe tener la capacidad de maniobra
al aplicar sus decisiones, pero al mismo tiempo estas decisiones deben adoptarse, cuando menos,
a la luz de los deseos y aspiraciones conocidas de los ciudadanos”; en: Dowse, Robert y Hughes,
John. Sociología política, Madrid: Alianza Universidad, 1982, pp. 283-297. Los partidos en Boli-
via, desde muy temprano en 1985 siempre pensaron que podían burlar la fuerza de control del
voto soberano y colocarse por encima de la voluntad popular para actuar con discrecionalidad,
sobre todo cuando usufructuaban las instituciones del Estado.
Al mismo tiempo, los partidos políticos atravesaron por un proceso
de constante deslegitimación ante los ojos de la sociedad civil, lo cual
provocó también que determinadas instituciones democráticas como el
Parlamento, caigan presas de la desconfianza y la crítica mordaz porque
los partidos con representación parlamentaria no demostraron efectos
contundentes en cuanto a la articulación y combinación de intereses
verdaderamente honestos al interior del sistema político13.
Aún a pesar de que los partidos y el Congreso nacional se encuentran
hasta el día de hoy fuertemente desprestigiados, se construyeron los
códigos hegemónicos asentados en el fortalecimiento de la mediación
entre el Estado y la sociedad civil. De acuerdo con algunas encuestas
de opinión política, los partidos políticos todavía eran considerados
50 por la población como instituciones imprescindibles14 para la democra-
cia en Bolivia. Esta percepción estuvo influenciada, sobre todo, por los
medios de comunicación que vendieron la idea de partido como ins-
trumento natural para la estabilidad económico-política. A su vez, los
partidos que impulsaron los pactos de gobernabilidad, vendieron muy
bien otra idea a los medios de comunicación a través de publicidad y
beneficios económicos para interpelar a la población con el discurso de
13 Por sistema político se entiende el conjunto de relaciones permanentes, al interior de las cuales se
producen decisiones vinculantes para toda la sociedad; es decir, es el espacio de donde emanan
valores normativos impregnados de autoridad y obligatoriedad. Aquí, el tema central radica en la
búsqueda hegemónica como requisito político para definir claramente la dominación. Cfr. Sartori,
Giovanni. La política, lógica y método en las ciencias sociales, México: Fondo de Cultura Económica,
1982, y también Easton, David. Esquema para el análisis político, Buenos Aires: Amorrortu, 1970.
14 Cfr. Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (ILDIS). Encuesta de coyuntura nacional,
informe final, La Paz, 25 de mayo de 1992, trabajo realizado por la empresa Encuestas y Estudios
y ejecutada en las ciudades de La Paz y El Alto.
una democracia moderna, ligada siempre a los partidos fuertes como
actores privilegiados en el manejo del poder.
¿Cuáles fueron, entonces, las formas de construcción de la hege-
monía política en el período 1985-1994, fruto de la influencia que
poseían los partidos oligopólicos como el MNR, ADN, MIR y Con-
depa? La construcción hegemónica a través de determinadas actitudes
partidarias, tuvo un hito histórico como el Pacto por la Democracia
de septiembre de 1985. A partir de esta fecha, los partidos que incluso
estuvieron vinculados a las dictaduras de Banzer (1971-1978) y Gar-
cía Meza (1980-1981), se convirtieron en los principales referentes del
sistema democrático, aunque no tardaron en mostrar conductas nega-
tivas, sobre todo en lo referido al patronaje como si fuera un fin en sí
mismo, junto al desestabilizador problema del narcotráfico que afectó, 51
por igual, a todos los partidos en cada gobierno desde 1982.
Si se hiciera un profundo análisis sobre la penetración del narcotrá-
fico en las esferas gubernamentales, aparecerían preocupantes datos
como la curiosa influencia casi mítica de Roberto Suárez Gómez, apo-
dado el rey de la cocaína que, supuestamente, hasta ofreció pagar la
deuda externa en 1982 durante la crisis económica y la hiperinflación
del gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP). A la fecha
se sabe claramente que Suárez Gómez financió el golpe de Estado de
Luis García Meza el 17 de julio de 198015.
En el gobierno del Pacto por la Democracia, volvió a aparecer en
la escena política con el escándalo de los narco-vídeos donde Suárez
Gómez estaba disfrutando de relaciones muy cercanas con políticos
15 Cfr. Levy, Ayda. El rey de la cocaína: Mi vida con Roberto Suárez Gómez y el nacimiento del primer
narcoestado, Madrid: Mondadori-Debate, 2012.
representativos de la época como los diputados de ADN, Alfredo Arce
Carpio y Mario Vargas Salinas. Para agravar más la situación, el asesi-
nato del científico Noel Kempff Mercado en 1986 desató el escándalo
de la fábrica de cocaína más grande en América Latina, Huanchaca,
que involucraba a varios jerarcas de la administración de Paz Estens-
soro e inclusive a estrategas del gobierno de los Estados Unidos.
Ya en la época del Acuerdo Patriótico, nuevamente saltaron a la pales-
tra política los narco-vínculos que conectaban al narcotraficante Isaac
“Oso” Chavarría, militante del MIR, con el ex presidente Jaime Paz
Zamora. De hecho, éste fue casi obligado a renunciar a la vida política
al finalizar su gobierno en 1993, precisamente debido a los narco-vín-
culos. El nuevo gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997),
52 tampoco se salvó de los problemas cuando en 1995 apareció el caso
del “narco-avión”, al despegar del aeropuerto de El Alto, un carguero
con veinte toneladas de cocaína. El avión fue detenido en Perú y se
hizo casi imposible explicar cómo el gobierno no podía, o no quería,
luchar con esta gangrena del narcotráfico y sus poderosos vínculos con
la política boliviana.
Los instrumentos funcionales de la construcción hegemónica y el
consenso que se difundió en la sociedad, inaugurando un proceso de
relativa estabilidad democrática desde 1985 hasta, prácticamente el
año 2002, fueron los medios de comunicación, los intelectuales opor-
tunistas de las organizaciones no gubernamentales que enajenaron el
discurso de la modernización económica y gobernable neoliberal como
si fuera la fórmula mágica para el progreso, y los organismos de coo-
peración internacional como el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD). Todas estas influencias de dominación consensual buscaban
imponer, sutilmente, los ajustes de economía de mercado que desesta-
bilizaron la democracia, sobre todo cuando apuntalaron las políticas
de privatización de las empresas estatales.
Al explicar los mecanismos a través de los cuales se puso en prác-
tica la hegemonía política y el consenso que ejercieron los partidos
políticos en la competencia política16 por mantenerse en el poder, se
encuentra lo siguiente:
16 Cuando me refiero a la competencia política, quiero resaltar aquella característica de los políticos
y sus partidos, según la cual éstos pretenden ganar protagonismo ante cualquier acto que favo-
rezca la visión de una democracia dominada por élites, entrando abiertamente en un proceso de
competitividad por ganar sitiales notorios y expectantes dentro de la política.
políticas restrictivas y autoritarias, generando un divorcio entre las
élites partidarias y varios grupos clasistas y étnicos del país.
c) El llamado periodo neoliberal fue difundido como una oferta de
bonanza, donde el Estado estaba desprestigiado y era mucho mejor
dejar que los rumbos del desarrollo sean guiados por el sector pri-
vado y, sobre todo, por el individualismo posesivo, en lugar de las
visiones revolucionarias, desacreditadas debido a la desaparición de la
Unión Soviética y la idea del socialismo en el mundo postindustrial.
d) Más que una equivocación estratégica al dejar todo en manos del
mercado, sobre todo los servicios de salud, educación y la explotación
de los recursos estratégicos como el petróleo y los minerales, el pro-
blema apareció en torno a la promesa incumplida del neoliberalismo:
54 el desarrollo era igual a los ajustes de mercado; la participación y las
funciones del Estado eran igual a daño económico e ineficiencia y,
en consecuencia, las promesas de la igualdad y prosperidad iban a
venir por medio de una simbiosis entre la democracia de los parti-
dos y la economía de la globalización. Esto, sin lugar a dudas, fue
una proposición que terminó por fracasar en Bolivia.
e) Así, la democracia de representación delegada podía hacer lo que creía
conveniente porque después del voto ciudadano, las decisiones toma-
das por las oligarquías partidarias eran lo más trascendental.
17 La crítica de los pactos políticos y sus insuficiencias, está tratada de una manera novedosa por:
Rabotnikof, Nora. “El retorno de la filosofía política: notas sobre el clima teórico de una década”;
en: REVISTA MEXICANA DE SOCIOLOGIA, año LIV, No. 4, octubre-diciembre de 1992.
monopolizó la interacción política entre el sistema político y la sociedad
civil, a partir de búsquedas hegemónicas relacionadas con la moderni-
zación política, que era el discurso de las élites dirigentes. Los partidos
no se propusieron consolidar la democracia, en términos de una reno-
vación para transformar las instituciones del Estado con el propósito
de lograr una gestión pública, orientada a resultados eficientes y sóli-
dos para conducir el desarrollo con equidad. Los partidos creyeron ser
los únicos llamados a construir la democracia, poniéndose por encima
de todo. Esto sucedió claramente en las elecciones de 1989 donde el
partido que obtuvo el tercer lugar en los resultados electorales, tomó
el poder al ser elegido en el Parlamento el MIR y Jaime Paz como
presidente.
El código hegemónico de comunicación en aquel entonces, transmi- 55
tió la idea de que si la Constitución permitía que los tres candidatos más
votados ingresaran al Congreso en su carrera a la Presidencia, aunque
nadie haya alcanzado la mayoría absoluta en las urnas, era explicable
que para evitar dejar en vilo al país, las élites eligieran al tercero. Era
legal y satisfacía la expectativa de gobernabilidad. En los hechos, lo más
importante era ser gobierno y beneficiarse con los espacios de poder,
haciendo un uso arbitrario de la democracia de representación delegada.
Los partidos habían sido delegados por el voto para decidir, aparen-
temente, lo más conveniente para el país. En este caso, los medios de
comunicación y algunos intelectuales que elogiaban los pactos políti-
cos como si fuera una innovación para la gobernabilidad, convencieron
En este ensayo, la autora considera que los pactos de gobernabilidad sufren grandes problemas
debido a su carácter estrictamente contractualista, es decir es solamente una formalidad porque,
probablemente se desprecia a los mecanismos de control democrático que vienen de la sociedad civil.
a la población sobre las bondades de una lógica elitista, en lugar de
buscar resultados como la democracia directa o la legitimidad preemi-
nente del voto universal en las urnas, considerados como una ilusión
perfeccionista18.
La nueva construcción hegemónica fue conectando la ideología neo-
liberal modernizadora, el sistema de partidos, los procesos de consenso
y los pactos como instrumentos para el afianzamiento de la legitimi-
dad y el funcionamiento institucional del sistema político19. El arsenal
conceptual que es necesario incorporar, podría partir de la concepción
gramsciana sobre el significado de la hegemonía 20. Las conductas par-
tidarias instauraron cierta unidad ideológica en la sociedad boliviana,
que no consistió en la imposición de una ideología dominante de clase
56 social sino, más bien, en la venta de un convencimiento pragmático: la
representación democrática debía ser liderada por los partidos porque
éstos eran, inclusive, mejores que el propio Estado. Los partidos trata-
ron de involucrar al Estado con el fin del proceso revolucionario de1952,
18 Cfr. Olvera, Alberto y Avritzer, Leonardo. “El concepto de sociedad civil en el estudio de la transición
democrática”; en: REVISTA MEXICANA DE SOCIOLOGÍA, año LIV, No. 4, octubre-diciem-
bre de 1992.
19 Cfr. Mayorga, René A. “Gobernabilidad: la nueva problemática de la democracia”, ob. cit. Con-
sultar también: Mayorga, René Antonio. Desmontaje de la democracia. Crítica de las propuestas de
reforma política del Diálogo Nacional 2000 y las tendencias antisistémicas, La Paz: CEBEM, 2001.
20 Para conceptualizar la hegemonía, emplearé la definición gramsciana, según la cual toda hegemonía
es “la capacidad de una clase social para articular a sus intereses los de otros grupos sociales a tra-
vés de la lucha ideológica, que es un proceso de constante desarticulación-rearticulación tratando
de establecer la unidad de los objetivos económicos, políticos e intelectuales, ubicando todos los
problemas respecto a los cuales se libra la lucha, en un nivel universal, no corporativo; así se esta-
blece la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados”; en:
Mouffe, Chantal. “Hegemonía e ideología en Gramsci”, REVISTA AUTODETERMINACION,
No.1, 1986, p. 32 y ss. Además, ver también: Bucci-Glucksmann, Christine. Gramsci y el Estado.
(Hacia una teoría materialista de la filosofía), Siglo XXI, México, 1987, y Laclau, Ernesto y Mou-
ffe, Chantal. Hegemonía y estrategia socialista, México: Siglo XXI, 1988.
el cual se había agotado junto con el modelo estatal de intervención
en la economía y la sociedad. Si el Estado estaba desinstitucionalizado
y quebrado, entonces los partidos iban a transformarlo en un recurso
manejable.
El sentido gramsciano apunta a que la sociedad civil no sea sino
la base ética del Estado o la ideología en sí misma. Con los partidos
oligopólicos, se buscó demostrar que ni la sociedad boliviana, ni el
mundo podrían sobrevivir sin el liberalismo económico como el cen-
tro de las acciones partidarias. Así, la nueva base moral de la política
era el impulso de los ajustes estructurales y el fortalecimiento del sec-
tor privado como el pivote de la sociedad civil, en reemplazo de otros
actores como los sindicatos y la Central Obrera Boliviana (COB). De
esta manera no había ninguna posibilidad de acción de parte de algún 57
sector de la sociedad civil porque la praxis política era la prerrogativa
de las élites políticas y económicas. Esta era una nueva orientación que
incluía la imposibilidad de ir más allá del mercado y la necesidad de
aceptar todo tipo de políticas para ir en contra del estatismo. Los ele-
mentos ideológicos descansarían en un principio que estaría siempre
suministrado por las élites dominantes: los partidos políticos como
ejes de las coaliciones gubernamentales.
El principio hegemónico21 era la democracia representativa que, con
el tiempo, se transformaría en la democracia de representación delegada,
gobernable y neo-oligárquica. Para dicho principio, toda consecución
democrática debería estar solamente en manos de los partidos políticos;
21 Cfr. Mouffe, Chantal, ob. cit. La hegemonía es, en el fondo, una estrategia inherente a la praxis
de la dominación y, como tal, es la fuente para una acumulación de mayor poder.
es decir, en los ámbitos del sistema político, única y estrictamente. Los
partidos serían quienes profundizarían la democracia en Bolivia por-
que ese sería su destino. La política era una libertad que se desenvolvía
en el seno de la democracia representativa, lejos de la sociedad civil y
sobre la base de pugnas de poder reglamentadas con normas precisas.
En consecuencia, toda decisión se restringiría sólo a la acción de
los partidos políticos dominantes. Al menos eso parecían expresar los
discursos cuando se hablaba de la supuesta eficacia de tecnócratas en
el Estado para asegurar un plan económico y un tipo de dominación
que permita la estabilidad, evitando conflictos violentos. Sin embargo,
la modernización estatal no representó una variable determinante para
las élites, al igual que las insuficiencias de los planes económicos para
58 la capitalización de las empresas estatales propuestos con mayor fuerza
por el gobierno de Sánchez de Lozada desde 1993. Las élites oligár-
quicas de los partidos asumieron de forma acrítica la privatización de
la economía y construyeron discursos exitistas al tratar de dirigir su
hegemonía 22. Se iba a privatizar o capitalizar las empresas estratégi-
cas, sin tener un nuevo tipo de estructura institucional que permita al
Estado enfrentar nuevos retos. El viejo Estado iba a ser profundamente
afectado, junto con la acción de un conjunto de élites partidarias de
orientación irracional y ensimismadas en sus ventajas.
Por otro lado, surgieron problemas como los de representación y
representatividad de los partidos políticos. Pero “(…) en nombre de
22 La legitimidad hegemónica es “aquel atributo del poder que se expresa en la existencia de una parte
relevante de la población de un grado de consenso tal que asegure la obediencia sin que sea nece-
sario, sino en casos marginales, recurrir a la fuerza”; en: Bobbio, Norberto (coord.). Diccionario
de política, México: Siglo XXI, 1988.
los procedimientos democráticos se piensa en realidad en la reducción
de la deliberación y del espacio público mediante la privatización de
temas de la sociedad en los dominios exclusivos de los saberes técnicos,
en la confianza del juego de cintura del representante frente a las res-
tricciones de los sistemas en que vivimos, en la asociación sistemática
de la ocupación popular con la posible desestabilización política. En
el fondo, se supone que los representantes deben representar algo que
ya está definido, como si fuera un dato preexistente al mismo ejercicio
de la representación, un dato natural, un a priori sólo alterable en la
próxima campaña electoral”23.
Las teorías de la gobernabilidad y la democracia pactada, pensaron
que su modelo institucional para lograr acuerdos políticos iba a conver-
tirse en una visión estructural para la durabilidad democrática pero, en 59
el fondo, dichas teorías fueron únicamente circunstanciales. Los pactos
de gobernabilidad sirvieron para elegir presidentes y asegurar alian-
zas parlamentarias que después se desactivaban, sobre todo al persistir
un divorcio entre los partidos y la sociedad civil. Los problemas de la
representación política en Bolivia nunca terminaron de resolverse sino
que permanecieron como una debilidad muy profunda, además de ser
opacados por la ocurrencia momentánea de la democracia pactada.
No por nada se observaban casi a diario una serie de comportamien-
tos intolerantes que mostraban los partidos políticos, cuando se hablaba
sobre mayor participación popular en las decisiones políticas, el peso
que pudieran tener los Comités Cívicos, o el recurso de los plebiscitos
y referéndums para la reforma de la Constitución Política del Estado
23 Landi, Oscar. “La trama cultural de la política”, en: http://www.flacsoandes.edu.ec/biblio/catalog/
resGet.php?resId=13812, acceso del 16 de abril de 2018.
(CPE). Recuérdese, por ejemplo, las severas críticas del ex presidente de
la Cámara de Diputados, Guillermo Bedregal del MNR hacia la ges-
tión de Hernán Siles durante la UDP, afirmando que dicho gobierno
cometió el terrible error de permitir una hiper-democracia.
Aunque el primer gobierno de Sánchez de Lozada (1993-1997) envió
al Congreso la Ley de Participación Popular para democratizar los
recursos y las decisiones de los gobiernos municipales, quedó pen-
diente la posibilidad de llevar a cabo una descentralización política
en las estructuras estatales. “Todo aparato estatal debe desarrollar un
poder de cohesión antes que su poder de coacción”, solía decir Gramsci.
Por esta razón, la principal estrategia de cohesión para la democracia
de los pactos se cimentó sobre el obsolescencia de las ideas del socia-
60 lismo, la desconfianza respecto a las políticas sociales redistributivas y
la acusación de inutilidad en todo esfuerzo por pensar que el Estado
pudiera liderar un proceso nuevo de productividad e inserción eficaz
en la economía global del capitalismo post-industrial.
Las nuevas formas de hegemonía partidaria también permitieron ver
la crisis o un desgaste de las viejas formas hegemónicas. Los códigos de
hegemonía anteriores al desenvolvimiento de la democracia represen-
tativa en Bolivia, estaban casi agotados como la influencia del modelo
estatal populista que nació a partir de la Revolución Nacional de 1952,
la ilusión de ofertar una revolución armada de corte comunista y las
alternativas más equitativas en las políticas sociales, relacionadas con
el Estado de Bienestar (Welfare State). Las críticas de los partidos hacia
la visión estatista del bienestar, dio lugar a que la sociedad sospeche de
la capacidad del Estado para otorgar equidad con eficiencia. Despres-
tigiar al Estado de Bienestar fue parte de los ataques contra las raíces
objetivas de la revolución de 1952 o los intentos socialistas, debido a
la desaparición del comunismo a escala universal en 1991.
La forma orgánica del Estado Benefactor era una dimensión holista
y abarcadora de todo tipo de demandas sociales en la época de la revo-
lución nacional. En estas condiciones, la estructura monoproductora de
minerales y la dependencia de un tipo de capitalismo extractivo, hizo
que en Bolivia el Estado adquiriera una fuerza inusitada, mientras que
el sistema político estuviera dominado por la fuerza del movimiento
obrero, minero y toda forma de organización sindical articulada en la
COB. Como partido, el MNR de los años 50 era líder indiscutible de
un sistema no competitivo que degeneró en el interregno dictatorial
desde el golpe de Estado de René Barrientos en 1964, hasta Hugo Ban-
zer en 1978. Las viejas formas hegemónicas de la revolución nacional 61
reprodujeron a su interior la imagen de un Estado benefactor, identi-
ficado como una fuerza providencial que lo brindaba todo, logrando
la lealtad de amplios sectores por su acción económica y social, incen-
tivando también la participación de las masas y transformándose en el
principal agente regulador de la acumulación capitalista 24.
Sin embargo, poco a poco el Estado dejó de ser el centro de la praxis
política debido a la ideología neoliberal del Estado mínimo. Entre 1985
y 1994, las nuevas formas de hegemonía y legitimación descansaron
en el emerger de la forma partido como el principal factor de sociali-
zación política y expresión para la realización del poder. A partir de
entonces, se trata de reestructurar el Estado del 52, instaurándose una
nueva tendencia cuyos principales elementos son: a) el fortalecimiento
24 Ver también, entre otros, Poulantzas, Nicos (comp.). La crisis del Estado, Barcelona: Alianza Uni-
versidad, 1976.
del sistema de partidos; b) la recuperación del poder para clientelizar
el Estado mediante un orden político que reconozca solamente a los
partidos como los únicos actores políticos, evitando así las situaciones
en las que el Estado esté permanentemente asediado por la sociedad
civil, lo cual daba como resultado la inestabilidad política de una socie-
dad autoritaria que estuvo presente en el país entre 1964 y 1982; y,
finalmente, c) la estructuración de un orden normativo formal para el
funcionamiento de la democracia, es decir, reglas de juego para fomen-
tar la alternabilidad del poder con elecciones periódicas, sumadas a la
consolidación de consensos entre élites políticas y económicas25.
Estas son las características que muestran cómo se fue cerrando el
mercado de alternativas políticas, en el cual los partidos lograron lle-
62 varse la mejor tajada. Todo esto trae aparejada la desestructuración de
las viejas identidades colectivas, las mismas que, en su disolución, per-
mitirían el nacimiento del ciudadano anónimo como nueva identidad
y como sujeto de interpelación para privilegiar la lógica de un ciuda-
dano igual a un voto26. Los mecanismos acerca de cómo se convierte el
ciudadano en un nuevo sujeto de interpelación, descansan en el relevo
de las creencias colectivas incubadas al calor del Estado del 52, dán-
dose lugar a la presencia de nuevas emisiones discursivas e ideológicas
25 Cfr. Lazarte, Jorge. “Nuevos parámetros de acción de la política boliviana”, “La nueva gramática
política”, “Cultura política e inestabilidad democrática” y “La democracia es certeza en las nor-
mas e incertidumbre en los resultados”; en: Lazarte, Jorge. Bolivia: certezas e incertidumbres de la
democracia, La Paz: Los Amigos del Libro-ILDIS, 1993. Para pensar de manera global en el caso
latinoamericano, ver: Alcántara, Manuel. “¿Democracias inciertas o democracias consolidadas en
América Latina?”; en: REVISTA MEXICANA DE SOCIOLOGÍA, año LIV, No. 1, enero-marzo
de 1992.
26 Cfr. O’Donnell, Guillermo. “Apuntes para una teoría del Estado”; en: REVISTA MEXICANA DE
SOCIOLOGÍA, Vol. 40, No. 4, Estado y Clases Sociales en América Latina (2), octubre-diciem-
bre, 1978, pp. 1157-1199.
que surgen a partir de la identidad entre democracia representativa y
partido político.
Las formas de hegemonía del sistema de partidos se fueron expre-
sando a partir de la internalización en la conciencia cotidiana de la
identidad entre democracia igual a partido político, o de su expresión
contraria: la ausencia de democracia sería igual a la ausencia de partidos.
La articulación de una opinión pública a partir de los medios masi-
vos de comunicación defendió a los partidos como los protagonistas
esenciales del sistema político, preparando a la sociedad civil como el
molde receptor del consenso oligopólico. Esto ocurrió, sobre todo, desde
la televisión, donde también empezaban a emerger los líderes de opi-
nión mediáticos como Carlos D. Mesa Gisbert, Eduardo Pérez Iribarne,
María René Duchén, Juan Carlos Arana o Jaime Iturri Salmón, influ- 63
yentes presentadores de noticias que fueron moldeando la aparente
fortaleza ideológica de los partidos, justamente a partir de la debilidad
de la vieja polarización ideológica tradicional entre izquierda y derecha.
Otro aspecto importante de las fallas de funcionamiento político en
los orígenes de la democracia en Bolivia, fueron los conflictos entre el
Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Las pugnas Ejecutivo-Legislativo
no significan otra cosa que la manifestación de posibilidades “prácticas”,
aprovechadas, tanto por los presidentes como por los legisladores para
hacer más eficaces y racionales sus funciones. Sin embargo, la lucha
institucional de los poderes del Estado permite apreciar también las
diferencias entre el poder para definir e influir en la agenda de políticas
públicas, frente al poder de aprobar decretos presidenciales, dos aspec-
tos de una dinámica política de “oportunidades” donde los órganos
legislativos no actúan haciéndose doblegar por el Ejecutivo, sino que
tratan de adaptarse al juego de equilibrios relativos, moviéndose entre
acciones proactivas y reactivas.
Este vaivén proactivo-reactivo en Bolivia, tuvo que ver con el fun-
cionamiento específico de las instituciones como el sistema electoral, el
sistema de partidos y el conjunto de incentivos para generar coalicio-
nes, consensos, así como el reconocimiento de no poseer información
completa sobre aspectos específicos de una política pública, mitigar
los impactos que tienen los presidentes para dañar al Legislativo, o
simplemente echar mano de la mayoría parlamentaria en función de
reproducir el poder desde el gobierno, que es lo que caracteriza al sis-
tema presidencial en el país.
Los conflictos, delegación, usurpación y discrecionalidad en las rela-
64 ciones entre los poderes Ejecutivo y Legislativo en el periodo 1985-1994,
marcaron las pautas para discutir cómo identificar y medir la calidad de
una democracia. Esto implicaba el análisis de las condiciones electora-
les que tiene la sociedad para cambiar gobiernos que no han cumplido
con sus promesas, o no pudieron implementar buenas políticas para
resolver problemas concretos. La calidad de la democracia en Bolivia
tiende a ser mala, regular o deficiente, al observarse con mayor deta-
lle el proceso de toma de decisiones y las relaciones de poder entre los
presidentes, sus burocracias y los parlamentarios.
Tanto el Poder Ejecutivo como el Congreso bolivianos, trataron
de imponer visiones unilaterales, fracasando en la fundación de una
hegemonía concertada. La gran mayoría de las veces, el Congreso se
desprestigió al no haber el suficiente debate y mostrar solamente una
capacidad para aprobar leyes por conveniencia coyuntural o por ganar
incentivos políticos de corto plazo, como por ejemplo, la satisfacción de
los jefes de partido de las coaliciones de gobierno. Entretanto, el Poder
Ejecutivo actuó con una vocación autoritaria, forzando los decretos
presidenciales y al vaivén de las presiones populistas para un beneficio
también inmediatista, sin políticas de Estado que posean la solidez
de la concertación con la sociedad civil y la previsión hegemónica del
consenso duradero.
El choque de poderes entre 1985 y 1994 ayudó a pensar por qué
los gobiernos aprobaban leyes demasiado vagas, con mucho detalle
inútil para complicar la implementación de una política pública, o de
qué manera las legislaturas de los gobiernos de la democracia pactada,
delegaban más poder a las agencias ejecutivas, que también trabajaban
con arbitrariedad, sin coordinación eficiente, generando estructuras de
gobierno divididas, donde los legisladores endosaban mayor confianza 65
hacia algunos burócratas muy influyentes o hacia comisiones especia-
les que intentaban actuar de forma más independiente en cualquier
conflicto entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo. Un caso patético
de esta naturaleza fue la capitalización de las empresas estatales que
fue encomendada a burócratas inescrupulosos, frente a las dudas y las
pugnas entre los ex Presidentes como Jaime Paz y Gonzalo Sánchez
de Lozada que tuvieron una concepción sesgada e incompleta de las
políticas de privatización, reforma estatal y capitalización de beneficios
sin tener un Estado fortalecido.
Tanto los presidentes como los congresales del periodo de la demo-
cracia pactada en Bolivia, calcularon un conjunto de “impactos
diferentes”, según los resultados finales de una política o agenda de
gobierno incompleta o contradictoria. Las disputas entre la Constitu-
ción, una ley, decreto y estatuto legislativo fueron asumidas como un
“costo de oportunidad” para obtener una hegemonía de los partidos
que dominaban las coaliciones de gobierno, o intentaban un control
más riguroso sobre las políticas públicas. Todo degeneró en una especie
de laberinto que respondía, tanto a la administración del poder por el
poder, como a la toma deficiente de decisiones, donde ciertas institu-
ciones se subordinaron o autonomizaron unas de otras al interior de
un Estado donde los partidos de los gobiernos de coalición trataban
de beneficiarse con la explotación de cargos y salarios.
El antagonismo entre la discreción de las burocracias dominantes
que desafían la autoridad política, y la obediencia disciplinada ante
las instrucciones del Poder Ejecutivo, depende de los contextos ins-
titucionales como la solidez de los pactos políticos para estructurar
66 gobiernos, o el poder hegemónico de un presidente que posee grandes
márgenes de acción y maniobra decisoria. La discrecionalidad de los
presidentes para imponer decretos, o los bloqueos del parlamento para
afectar al Poder Ejecutivo en el periodo 1985-1994, fueron dos caras
de la misa moneda: todos se comportaron como actores irracionales,
sin proyecto hegemónico de largo aliento, tratando de influir de una
manera inorgánica en el proceso de formulación e implementación de
diversas políticas públicas, afectando simultáneamente la transparen-
cia, rendición de cuentas y una respuesta ineficaz de las instituciones
que implementaban las decisiones. Todos los gobiernos de coalición,
siempre estuvieron desarticulados, sin coherencia programática para
ejecutar una sola visión de gobierno y naufragando al final, al no impo-
ner un proyecto hegemónico.
Conclusiones
Las pretensiones hegemónicas duraron muy poco y todo empezó a
deteriorarse de manera impresionante. Los pactos de gobernabilidad
dejaron de ser una opción de poder en el ascenso a la presidencia den-
tro del sistema político. Su posicionamiento a la cabeza del Estado
durante el periodo neoliberal (1985-2005), estuvo fuertemente marcado
por tres influencias decisivas: la primera tiene que ver con la articula-
ción política de coaliciones de gobierno entre el MNR, ADN, MBL,
MIR, UCS, Condepa y Nueva Fuerza Republicana (NFR) a partir de
1996. Supuestamente, esto garantizaba las exigencias de gobernabili-
dad para afianzar la elección de presidentes y otorgar así estabilidad
al sistema democrático representativo. Sin embargo, estas coaliciones
nunca lograron un consenso político acerca de planes de gobierno 67
serios. Tampoco tuvieron visiones de reforma estatal a largo plazo y
solamente se dedicaron a reclamar cuotas de poder clientelar para los
partidos que pensaban en construir una hegemonía al margen de las
demandas de una democracia más inclusiva.
La segunda influencia fue la percepción y diagnóstico equivocado
que hizo la democracia pactada sobre las condiciones de la economía
de mercado, endiosando irreflexivamente las políticas de privatización
de empresas y servicios públicos. Las diferentes versiones de la derecha
reeditaron un viejo estilo caudillista e ingenuo: descartar de golpe otras
formas institucionales de la democracia como el referéndum, las asam-
bleas constituyentes y el control social en presupuestos participativos,
descalificando las ideologías indianistas y todo tipo de concepciones
que legitimen de mejor manera la toma decisiones gubernamentales.
Las estrategias hegemónicas de los partidos dominantes fueron elitistas
en exceso, prebendales con sus correligionarios y poco consecuentes
con la modernización de sus partidos que siguieron siendo máquinas
para canalizar intereses personales.
El tercer aspecto que marcó buena parte de las gestiones guberna-
mentales de la derecha: las administraciones de Víctor Paz Estenssoro
(1985-1989), Jaime Paz Zamora (1989-1993), Gonzalo Sánchez de
Lozada (1993-1997, 2002-2003), Hugo Banzer (1997-2001), Jorge Qui-
roga (2001-2002) y Carlos Mesa (2003-2005), fue su estilo de liderazgo:
no convertir sus estrategias presidenciales en mecanismos que sean más
receptivos hacia el carácter multicultural e indígena de la ciudadanía
democrática. Estos gobiernos representaron a una ideología conserva-
dora en el momento de imponer diferentes políticas públicas, fueron
68 extremistas en la privatización y poco flexibles para reformar las insti-
tuciones democráticas con capacidad de gestión sin caer en atolladeros
autoritarios
El discurso político del modelo institucional de la democracia pac-
tada cayó en el desprestigio porque las grandes masas del país creyeron
que el paradigma neoliberal nos entregó al endeudamiento, al estan-
camiento productivo, la estigmatización de ser un país indígena sin
posibilidades de modernización homogénea y la burocratización de
un Estado centralista que nunca se reconciliaba con la diversidad del
pueblo. El modelo, identificado en gran medida con la derecha, per-
dió iniciativas hegemónicas y se negó sistemáticamente a incorporar
en sus visiones de futuro a los valores de igualdad de oportunidades,
dignidad, equidad, institucionalidad e interculturalidad.
En todas las coaliciones de la gobernabilidad neoliberal reinó un
ambiente de pugnas internas por fracciones de poder. El modelo de
los pactos políticos exageró la evaluación del país para llamar la aten-
ción popular y aparecer como los superiores que estaban destinados a
dominar el Estado porque tenían mejores instrumentos y conocimien-
tos. Todo fue una quimera. Los pactos nunca fueron una fuerza unida
y bien articulada. La democracia pactada no pudo controlar a sus socios
políticos en función de compromisos futuros y lealtades legítimamente
democráticas. Las coaliciones fueron débiles para estructurar un solo
plan de gobierno debido a la ausencia de mecanismos de coordinación
política. Cada partido era una isla que buscaba sacar provecho inme-
diato y unilateral.
El modelo de la gobernabilidad careció de una capacidad de control
racional y estratégico del Estado. Aplicaron algunas directrices de la
economía de mercado junto con un conjunto de objetivos gubernamen- 69
tales extremadamente generales y ambiguos. La democracia pactada
tiene una profunda crisis de credibilidad ideológica, abandonó la inno-
vación y la renovación de líderes, dejando de transmitir una imagen
de dirección al no presentar metas y propuestas precisas de consolida-
ción democrática. Lo que queda es únicamente una lista de intenciones
sobre reformismo democrático y retóricas que apelan a la igualdad y
lucha contra la pobreza que ya no responden a las demandas de una
sociedad hastiada con los rostros de Jaime Paz Zamora, Jorge Quiroga,
Samuel Doria Medina y Sánchez de Lozada.
Asimismo, es un hecho que los partidos políticos perdieron el mono-
polio de la representación y canalización de las demandas sociales y
políticas en toda América Latina, apareciendo nuevos espacios que
privilegian más lo regional y local que el Estado Nacional. A su vez,
en todo el mundo existe un proceso de transformación de lo que es la
polis; es decir, aquel lugar donde se toman las decisiones respecto a la
marcha de una sociedad. Hoy día aspiramos a reconstruir la política
pero, al mismo tiempo, tratamos de fijarle barreras para evitar que ésta
se involucre con todo y atropelle con corrupción.
La política necesita contrapesos. El poder no puede hacer lo que
quiera y los políticos tampoco pueden tratar los ámbitos públicos como
si fueran privados. Esta necesidad de limitar el poder de los políticos
promovió la eliminación del monopolio de la representación a través
de los partidos. Sin embargo, esta reforma de los partidos trae el sur-
gimiento de espacios también autoritarios de ejercicio del poder. Así
nacen algunos líderes mesiánicos en los ámbitos locales y tótems imba-
tibles en las regiones con tradición caudillista que pueden ser un revés
70 para la administración del aparato público.
Esto fue igualmente visible en el caso peruano y brasileño donde
todo terminó mal, precisamente por la irrupción de outsiders: gente
que ingresa a la política pero que viene fuera de ésta, personas que tie-
nen éxito en el mundo de los medios de comunicación, los negocios o
los sindicatos, pero en el ámbito del sistema político sucumben ante
la corrupción, como el caso Fernando Collor de Melho (presidente de
Brasil 1990-1992) o las acciones dictatoriales de Alberto Fujimori (pre-
sidente de Perú 1990-2000). La crisis del sistema político en Bolivia y
la incapacidad de renovación democrática en el liderazgo de derecha e
izquierda, expresan diferentes formas huecas que no pueden transfor-
mar el ámbito de lo político.
Allí donde el sistema de representación pierde legitimidad, es muy
probable que los liderazgos carismáticos y personalistas que vienen
de otras dimensiones –no de la política– ocupen el espacio político.
La gravedad actual de la crisis hace que la sociedad civil rechace del
mismo modo a los outsiders, los cuales podrían tender a desaparecer,
por lo menos en teoría, en cuanto el sistema de partidos y el sistema
político de representación formal vuelvan a ser legítimos. Es decir, que
los partidos discutan aquellas cosas que tiene que discutir pues no van
a desterrar los liderazgos autoritarios de corte mesiánico por arte de
magia. Ahora bien, tampoco se trata de eliminar a los outsiders, sino de
evitar que invadan el terreno de la política, así como se trata de que la
política no invada el ámbito de la vida privada de cualquier ciudadano.
Los outsiders deben comprender que su legitimidad, cultivada en un
escenario fuera de la política, no es trasladable al ejercicio del poder
y la administración estatal. Allí donde brota una crisis del sistema de
partidos, la gente usa o promueve líderes carismáticos para el ámbito 71
que requieren pero, generalmente, no convierte su apoyo en votos y,
por lo tanto, la participación de las múltiples agrupaciones ciudadanas
constituye una superficie deleznable porque en lugar de representar los
intereses colectivos y nacionales, podrían copar espacios para la satis-
facción de gustos restringidos, haciéndonos tropezar con el sentido
trágico de la política.
La política como tragedia significa que hoy no se puede reconstituir
la idea de polis, Estado y sistema de partidos, desvaneciéndose las posi-
bilidades de recuperar las formas de consolidación democrática porque
grandes segmentos de la ciudadanía parecen buscar a la política sola-
mente para ganar dinero, insertarse de mejor manera en el mercado
y consumir; es decir, estamos en un ciclo histórico donde se desva-
lorizó la política, degeneraron las acciones colectivas y el sistema de
representación se convirtió en un negocio que degradó a la autoridad.
La política es ahora una actividad mediocre, anti-cívica y, finalmente,
trágica que muestra la destrucción del honor para no comprometerse
con los intereses de lo público y una auténtica sociedad democrática.
Discutir las implicaciones y vigencia de la hegemonía en los siste-
mas democráticos es fundamental. Una vez más, Antonio Gramsci se
convierte en el autor marxista que consideraba la hegemonía como la
creación de una síntesis muy elevada de dirección y predominio ideo-
lógico; es decir, una fusión de objetivos e intereses de las clases aliadas
y dominadas con los intereses de la clase dominante. La hegemonía
hace que todos sus factores ideológicos y de poder, se articulen en una
voluntad colectiva, convirtiéndose en el nuevo protagonista, con la
fuerza de aplicar transformaciones y ejecutar la revolución, mientras
72 dura el “proceso envolvente” de la hegemonía.
La hegemonía en los sistemas democráticos es un reto, tanto estra-
tégico como gerencial para deliberar, convencer, aplacar conflictos
desestabilizadores y refundar la autoridad estatal controlando todo tipo
de cambios. Para la hegemonía, el Estado podría ser entendido desde
el punto de vista cibernético; en decir, el proyecto hegemónico equi-
vale a saber modelar y dirigir el Estado como un verdadero “cerebro
para la sociedad”. El problema radica en la existencia, de forma explí-
cita o implícita, de un choque entre varios proyectos hegemónicos; es
decir, de actores, partidos y movimientos sociales que se expresan, de
manera pluralista, en las democracias competitivas.
Es importante desentrañar cuáles son los principios articuladores
de cualquier proyecto hegemónico, sean éstos autoritarios, donde se
trata de imponer cualquier orientación por la fuerza; totalitarios, que
aplican la violencia y el genocidio; deliberantes, en los cuales resalta el
combate de argumentos; y legitimadores, que utilizan recursos tecno-
lógicos donde dominan los medios de comunicación, la propaganda
y el pragmatismo para convencer a la opinión pública por medio de
ficciones discursivas momentáneas.
Toda hegemonía, debido a su raíz política de conducción estraté-
gica y guía estatal que une coerción y consenso, debe establecer una
verdadera renovación intelectual, simbólica y propositiva, cuyo fin es
convertirse en nuevas opciones de vida y tareas políticas con visiones
universalistas al interior de la sociedad civil.
En la actualidad, una hegemonía es la capacidad para imaginar ideas,
llevarlas a la práctica, generar consentimientos, persuadir, negociar y
lograr que las clases dominantes y dominadas confíen mutuamente
en un trayecto de beneficios colectivos. La hegemonía valora mucho 73
a las “ideas”, pues toda lucha ideológica entra en su pleno contenido
por medio del debate de diversas proposiciones.
Sin embargo, la hegemonía también implica cierta lógica militar
para destruir las viejas formas de dominación porque los nuevos prin-
cipios unificadores tratan de llegar a ser otra brújula que reorienta a las
viejas conductas, creencias y concepciones éticas: la hegemonía tiene
contenidos democráticos pero también autoritarios. ¿Será el régimen
democrático, en el fondo, una mezcla entre tolerancia y lucha a muerte
por obtener una nueva matriz cultural y estatal? La democracia exige
que toda idea sea discutida, cuestionada y relativizada, favoreciendo
diferentes estructuras de significados y legitimación. Al mismo tiempo,
la democracia busca ser un orden social fuerte que sobreviva a los con-
flictos disgregadores.
Los conflictos giran en torno a las intenciones que tienen los proyec-
tos hegemónicos para convertirse en un poder constituido, controlar el
Estado y generar nuevos aparatos de hegemonía. Éstos son una madeja
institucional que contribuye al sistema político para asegurar la domi-
nación-dirección, tratando de estrechar los lazos entre la sociedad civil
y sociedad política.
La importancia de las ideas y las estrategias para constituir un orden
con autoridad que no dude en utilizar la violencia cuando así se necesite,
tendrían que reflejarse también en una robusta metamorfosis intelectual
y moral. Por último, hegemonía y democracia parecen ser compatibles
con aquellas revoluciones simbólico-políticas que requieren grandes
reformas educativas, culturales, mentales, institucionales y militares.
74 De otro modo, las ilusiones hegemónicas se congelan en la violencia e
imposiciones instrumentales sin sentido. El sistema de partidos políticos
en Bolivia nunca estuvo a la altura de las exigencias de la consolida-
ción democrática y tampoco pudo construir un proyecto hegemónico
que implemente una estructura de dominación durable. Los partidos
se deslegitimaron y en algunos casos estuvieron a punto de destruirse.
Así, la democracia boliviana debe, necesariamente, reorientarse hacia la
imprescindible renovación y democratización de los partidos. De otro
modo, es altamente probable que regresen las dictaduras o se fortalez-
can las características autoritarias en el manejo del poder, aspecto que
también desinstitucionalizará y liquidará las posibilidades de subsis-
tencia de la democracia en el largo plazo.
Bibliografía
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Los intentos por legitimar una cuarta reelección presidencial para Evo
Morales, motivaron la organización de un Referendo Constitucional
el 21 de febrero de 2016. Morales fue vencido rotundamente por-
que la población se declaró en contra de la modificación del artículo
168 de la Constitución que prohíbe una nueva postulación del presi-
78 dente. La victoria del No a la reelección sirvió para poner un freno a
las aspiraciones políticas de una búsqueda hegemónica que puede ser
caracterizada como autoritarismo competitivo, lo cual significa apoyar
la realización de elecciones, consultas ciudadanas y utilizar diferentes
mecanismos democráticos para aparentar el fortalecimiento de la sobe-
ranía del pueblo. Sin embargo, el objetivo principal es la imposición de
una sola opción: la permanencia del MAS y Evo Morales en el poder.
El autoritarismo competitivo es una nueva estrategia antidemocrática
en la toma de decisiones donde trata de visualizarse una imposición
hegemónica que refuerce el caudillismo y el presidencialismo, abier-
tamente en contra de un sistema democrático de balances de poder y
pluralismo representativo. Alrededor de ciento cuarenta mil votos de
diferencia entre la opción ganadora del No sobre el Sí para modificar
la Constitución Política del Estado, cortaron la reelección del binomio
Evo Morales-Álvaro García Linera. Por lo tanto, estuvo claro que el
No permitió recuperar un compromiso democrático que Bolivia tiene,
precisamente para limitar la concentración del poder alrededor de una
sola persona y, si existe la posibilidad de que el MAS permanezca por
un largo tiempo en el sistema político, deberá ser con la existencia de
liderazgos y proyectos alternativos sin el caudillismo de Evo Morales.
El discurso dominante alrededor de Evo Morales, el poder indígena
y los movimientos sociales se han agotado. Hacia adelante, probable-
mente queda una visión de país donde se consolide la concepción de un
Estado Plurinacional, pero al mismo tiempo una nueva caracterización
que lleve a Bolivia hacia la unidad, mayor cohesión y convergencia. El
liderazgo de Evo Morales sigue siendo muy fuerte pero en el referén-
dum del 21 de febrero Morales polarizó demasiado y trató de dividir
drásticamente al país. Después de la derrota, los nuevos liderazgos que 79
se desarrollen al interior del MAS tendrían que hacer lo contrario, es
decir, convocar a la unidad y la posibilidad de una mayor integración
nacional. Junto con el deseo de proteger la estabilidad económica y
política, se encuentran las perspectivas de subsistencia democrática
más allá de un caudillo.
El triunfo del No, también fue otro freno para aquellos líderes de la
oposición llamados “tradicionales” porque ninguno de los opositores
pudo atribuirse victoria alguna. Diferentes encuestas de opinión polí-
tica demostraron que los liderazgos de Samuel Doria Medina, Jorge
Quiroga o Rubén Costas, siguen siendo vistos como parte del pasado
neoliberal y, en consecuencia, son resistidos por la población como alter-
nativa de cambio. Son liderazgos que pertenecen al pasado de los pactos
de gobernabilidad y está claro que no podrían competir con el MAS
para volver al poder porque tampoco ofrecen otro tipo de proyecto de
país. Los resultados del referendo deberán servir para que la oposición
repiense sus liderazgos nacionales y plantee proyectos alternativos para
enfrentar las elecciones presidenciales del año 2019.
La derrota de Morales también fue el fracaso de Álvaro García. Con
la nueva Constitución de 2009, el papel político en la toma de deci-
siones y el rol estratégico del Vicepresidente se acrecentó. Éste influye
en la política exterior y en las proyecciones hegemónicas del gobierno.
Sin embargo, Álvaro García demostró ser una personalidad fuerte-
mente antidemocrática. Debido al apretado margen de victoria entre
el No y el Sí a la reelección, García trató de confundir a la población
llamando a los resultados “empate técnico”, acusando a la oposición y
80 grandes sectores de utilizar el matonaje político. Su desesperación fue
muy clara pero no logró desvirtuar los resultados. Al final reconoció la
derrota pero no fue capaz de renunciar a su espíritu antidemocrático.
García Linera mintió a todo el país al decir que tenía un título uni-
versitario y le fue muy difícil explicar que no era licenciado en ninguna
carrera. Pudo decir la verdad desde un principio pero la retahíla de
mentiras sobre el ejercicio de la cátedra universitaria sin título antes
de ser Vicepresidente, le afectó bastante y restó credibilidad a sus pers-
pectivas concentradas en reemplazar, eventualmente, al liderazgo de
Evo Morales.
Actualmente, es muy temprano para imaginar a los liderazgos
sucesores de Evo y García Linera, pero es tiempo de pensar que la
representación política no deba sustentarse en sectores corporativos
como el movimiento cocalero, las cooperativas mineras o los sectores
sindicales campesinos, porque estos grupos de interés mostraron poca
solvencia para darle calidad a la gestión gubernamental. Los grupos
corporativos que apoyaron a Evo Morales con el pretexto de encarnar a
los movimientos sociales, se embarrancaron hacia la corrupción como
lo sucedido en el Fondo Indígena y, por estas razones, una renovación
de liderazgos es fundamental para llegar incluso a todos los círculos
del Poder Ejecutivo. Morales todavía se resiste a cambiar a varios de
sus ministros de Estado que, abiertamente, han destruido los mínimos
principios de gestión pública responsable.
Los movimientos sociales ya no son la base del proceso de cambio.
Éstos fueron sobredimensionados como una fuerza transformadora de
izquierda indianista. El ciego clientelismo, la prebenda y la compra
de dirigentes, funcionaron de manera más eficaz que una verdadera
convicción para obedecer a los movimientos sociales que no influyen 81
verdaderamente en la toma de decisiones del Estado, ni en las políticas
públicas. Solamente algunos dirigentes sindicales se beneficiaron con
recursos públicos en forma oscura e ilegal, desprestigiando a los movi-
mientos sociales y al discurso grandilocuente que enaltecía al poder y
la refundación de un Estado indígena. La rearticulación de los movi-
mientos sociales en función de otro proyecto político, dependerá de
los liderazgos de oposición y de las dinámicas políticas que son impre-
decibles como la debacle de Morales en el referendo del 21 de febrero.
Las federaciones cocaleras del Trópico de Cochabamba, organiza-
ciones sindicales de plena economía de mercado vinculadas al circuito
coca-cocaína de Bolivia, continúan presionando para forzar la reelec-
ción de Evo Morales. Saben que se oponen ilegalmente a los resultados
de un referendo democrático pero no les importa. Si Morales uti-
liza instrumentalmente a estos sindicatos y otros para burlarse de los
resultados del 21 de febrero, habrá iniciado un proceso de desestabi-
lización solamente por egocentrismo, favoreciendo la construcción de
una autoimagen autoritaria y errática que legitimará los peores temo-
res del país: Bolivia como víctima de un retroceso donde el Estado se
va convirtiendo en una mafia organizada. Su defensa de los pueblos
indígenas, del Estado Plurinacional y la democracia como revolución
cultural, sólo habrá sido una pose que la historia registrará como el
peor engaño en contra las expectativas de los que más sufren.
82 III
Después de Evo Morales ¿qué?: prospectivas
para la democracia en Bolivia
Introducción
Alrededor de toda América Latina resurge una vez más la preocupación
en torno a qué tipo de democracias han ido evolucionando los últimos
treinta y cinco años. ¿Con calidad, sin calidad, con posibilidades de
satisfacción plena en todos los ámbitos de la vida diaria? ¿Se trata de
una consolidación, fortalecimiento, debilitamiento, retroceso o imposi-
bilidad de tener un conjunto de democracias legítimas? ¿Los gobiernos
elegidos son poliarquías, es decir, intentos democratizadores vinculados
a instituciones débiles, caudillismos fuertes y culturas políticas autorita-
rias, pero con elecciones presidenciales de carácter únicamente formal?
Estas preguntas plantean diversas respuestas aunque confirman que
la gran mayoría de nuestros gobiernos democráticos están lejos de
impulsar una institucionalidad democrática duradera; es decir, lejos
de tener aparatos estatales eficientes, abiertos al escrutinio público, y
capaces de ser catalizadores del bienestar social. Así, destacan nega-
tivamente los callejones sin salida como la grave descomposición de
Venezuela con Nicolás Maduro, la dictadura velada de Daniel Ortega
en Nicaragua y las tentaciones neo-estalinistas de Evo Morales en Boli-
via, victorioso en las elecciones de 2005 y con ambiciones de re-lección
indefinida en 2018.
La discusión política sobre qué sucedería en Bolivia después de que 83
Evo Morales deje, eventualmente, el poder junto con el Movimiento
Al Socialismo (MAS), despierta la imaginación y la necesidad de llevar
adelante una prospectiva política necesaria. Su gobierno (enero 2006-
2018) estuvo signado por una constante campaña electoral, sin políticas
públicas definidas y ligado excesivamente al clientelismo con nuevos
grupos corporativos de poder como los campesinos cocaleros, mineros
cooperativistas y empresarios que buscaron contratos estatales sin nin-
guna responsabilidad democrática. A esto se suma una política exterior
sin rumbo, improvisada y sometida al influjo de actores muy poderosos
como China, que vendió a Bolivia una deuda externa de más de 5 mil
millones de dólares o la manipulación geo-estratégica de Irán, Rusia
y Cuba, países que encandilaron la ideología errática de Evo Morales,
quien solamente es capaz de repetir eslóganes anti-imperialistas, sin
ninguna evaluación clara de sus convicciones en el debate democrá-
tico de largo plazo.
Es fundamental sintetizar las lecciones ideológicas que resaltan en el
sistema político boliviano durante estos treinta y seis años de democra-
cia (1982-2018), reflexionando en torno a los aspectos más importantes
del debate político. Es ineludible encontrar cuáles son los aspectos prin-
cipales de dicho debate que podrían ser utilizados para reorientar los
liderazgos alternativos al de Evo Morales, a objeto de tener un plan-
teamiento fuerte respecto a cuáles serían las estrategias electorales, de
movilización y un mejor posicionamiento político respecto al conjunto
del sistema de partidos que debe reconstruirse para enfrentar las ten-
dencias estalinistas del MAS.
84 El gran daño a la democracia y a la sociedad boliviana, fue vender
un discurso de revolución e inclusión indígena cuando, en los hechos,
solamente se conformó una nueva élite de clase media que aprovechó
las influencias del poder estatal para enriquecerse a gran escala. El
caso más patético fue el Fondo Indígena, administrado y estructurado
por dirigentes indígenas urbanos y campesinos ambiciosos que logra-
ron desviar a cuentas personales, cerca de 35 millones de dólares por
medio de proyectos fantasmas y una actitud arrogante. La ex ministra
de Desarrollo Rural, actualmente procesada por corrupción, Nemecia
Achacollo, afirmó tajante que “ese dinero era de los indígenas y tenían
todo el derecho a comérselo, si así lo querían”. Los proyectos de desa-
rrollo en el gobierno de Evo Morales, fueron vistos por la nueva élite
morena y de raíz indígena, como una oportunidad para apropiarse
de fondos estatales, aprovechándose de su estancia en el poder. No
hubo una verdadera preocupación para transformar las instituciones
estatales, ni la gestión pública porque predominó la exuberancia ideo-
lógica, despreciándose todo aquello que pudiera identificarse con el
Estado democrático moderno.
Fue muy notorio que los sectores indianistas del MAS plantearan la
“descolonización del Estado” que, en el fondo, se convirtió únicamente
en la excusa para alterar las normativas y romper los criterios mínimos
de una gestión pública racional. En su lugar surgió con fuerza la impo-
sición de visiones unilaterales, el autoritarismo y la actitud exitista de
creer que el MAS, los dirigentes indianistas y el mismo Evo “jamás”
se equivocaban porque el error solamente podía venir de la derecha y
el capitalismo, pero no de los revolucionarios. Así reprodujeron una
conducta estalinista sutil pero destructiva como una serie de hechos de
corrupción que decepcionó rápidamente a los sectores más optimistas 85
de la izquierda boliviana.
Este ensayo destaca algunos problemas de la democracia y las encru-
cijadas, muchas veces irresueltas, en las que se encuentra el sistema
político en Bolivia. ¿Cómo será posible reconstruir o descartar al Estado
Plurinacional actualmente vigente? El corazón del régimen democrático
representativo, por el momento todavía no ha sufrido grandes cambios,
aunque se insista en una transición hacia una democracia étnica, directa
o participativa. Si bien se aprobó una nueva Constitución Política en
el año 2009, ésta continúa siendo en varios acápites un conjunto de
planteamientos retóricos que nunca se cumplieron en la realidad, sobre
todo por la existencia de una crisis institucional.
La re-elección a como dé lugar
El principal artículo constitucional que fue desacatado, es el referido al
tiempo de duración para los mandatos presidenciales. En el año 2007,
durante la Asamblea Constituyente, se propuso la reelección indefinida.
Posteriormente, Evo Morales se echó para atrás el año 2009 cuando
negoció con la oposición la aprobación final del texto constitucional.
En el año 2014 afirmó abiertamente que no cambiaría la Constitución
para ser reelegido pero incumplió su compromiso. Volvió a insistir y
llevó adelante el referéndum del 21 de febrero de 2016 donde perdió
su propuesta reeleccionista. Al año siguiente, 2017, llamó a la consulta
el “referéndum de la mentira” y sus asesores en el Poder Ejecutivo obli-
garon al Tribunal Constitucional para que se apruebe una resolución,
86 autorizando su reelección con carácter indefinido. Evo Morales forzó
el sistema político para orientarlo hacia un rumbo autoritario porque,
según él, la democracia es inviable sin su presidencia que también trata
de instaurar un sistema electoral de partido único.
Bolivia es un grave ejemplo de Estado anómico, intentos naciona-
lizadores para centralizar las decisiones económicas y políticas, así
como representa un tipo de democracia inestable, fuertemente incli-
nada hacia el regreso de la dictadura. El Estado pierde cada año 600
millones de dólares en la venta de combustible subvencionado que se
vende a 3 bolivianos por litro dentro del mercado interno. Luego, fruto
del contrabando que involucra a altos funcionarios estatales y milita-
res, el mismo litro de gasolina es contrabandeado a 7 ó 10 bolivianos
en Perú, Brasil y Argentina. La nacionalización de los hidrocarburos
fue una mentira gigantesca que atrajo millones para solventar diferen-
tes bonos con carácter populista, así como para seguir dependiendo
de la tecnología y la capacidad de inversión y exploración de las trans-
nacionales ligadas a Repsol, Petrobras o Total. Por costos recuperables
(costos de explotación de las empresas petroleras bajo los contratos de
riesgo compartido), el Estado boliviano ha llegado a pagar a las trans-
nacionales entre 200 y más de mil millones de dólares en el periodo
2006-2014.
En el ámbito estratégico de los hidrocarburos, Evo Morales prefi-
rió seguir con la lógica prebendal en Yacimientos Petrolíferos Fiscales
Bolivianos (YPFB), donde se cambió cada año, a lo largo de diez, a
todos los presidentes de esta corporación, cada uno más incompetente
que el otro. La estructura clientelar es tan fuerte que Morales dejó que
otra élite se haga cargo de millonarias pérdidas y millonarias estafas.
Los diez presidentes de YPFB han estado involucrados en escándalos 87
públicos de corrupción, tráfico de influencias y abusos de poder. La
anomia estatal es una estructura inveterada que Morales no pudo cam-
biar debido a su ignorancia. En el fondo, Evo es solamente una imagen
electoral sometida a una campaña permanente a través del canal tele-
visivo Bolivia TV y una red de televisoras donde se invierte cada año
cerca de 6 millones de dólares en publicidad política.
El MAS no reestructuró el aparato estatal, ni lo preparó para una
transformación profunda que responda a las principales exigencias de
la Constitución. Se observa claramente que el sistema democrático pre-
senta una obsolescencia institucional que se manifiesta en la desigualdad
e ineficiencia constante, donde los funcionarios de alto rango y los téc-
nicos responsables del diseño e implementación de las políticas públicas,
carecen de una carrera como funcionarios públicos.
Nadie tiene estabilidad laboral y mucho menos tienen profesiona-
lismo. Los servidores públicos más antiguos, sobrevivieron porque
dan entre 500 y mil dólares de su sueldo a los recaudadores políticos,
además de hacer la vista gorda y cocinar estadísticas cuando así se les
ordena. La última movilización de funcionarios para el “banderazo” y
la campaña de recuperación marítima del 10 de marzo de 2018, reu-
nió a miles sin ganas porque fueron obligados a blandir una tela de
195 kilómetros, en medio de una carretera inhóspita en el altiplano.
Quienes no asistieron fueron pasibles de un descuento del dos por
ciento de su salario.
Lo contrario a la obsolescencia es la modernización institucional que
equivale a la identificación de reglas de conducta claras, la capacidad
88 de instalar unidades de análisis estratégico en cada ministerio y la posi-
bilidad de desburocratizar las estructuras institucionales para facilitar
la toma de decisiones pero utilizando la ley, con el fin de evitar que la
arbitrariedad se propague, así como las amenazas de corrupción debido
al uso indebido del dinero estatal.
Los mensajes ideológicos en este ámbito deben ser precisos: se
requiere instituciones fuertes, con capacidad de previsión y respuesta
para resolver problemas del desarrollo concretos, sin utilizar la pola-
rización ideológica de izquierda y derecha que perjudique la toma de
decisiones, pues éstas deben ser sencillamente oportunas, con cono-
cimiento y respetuosas del conocimiento para que éste prevalezca
por encima del excesivo clientelismo. Evo Morales, en doce años de
gobierno, tiene las burocracias más pesadas de América Latina y vive
de irradiar discursos inútiles como la “descolonización estatal”, un
mensaje que siempre terminó en la nada. El Estado no llega a las
poblaciones rurales dispersas, es doblegado por el crimen organizado
y el contrabando, además de tener uno de los peores sistemas de edu-
cación y salud en el mundo.
Por lo tanto, en Bolivia es primordial proteger el concepto y la prác-
tica de la democracia representativa porque ésta continúa siendo el eje
del sistema político, incluso pensando en que la democracia comuni-
taria y directa desde los sectores más desposeídos y populares es una
enorme demanda sustentada en las bases de la sociedad civil. El hecho
es que todos los sectores sociales siempre buscan mejorar la represen-
tatividad de la democracia y del sistema político. Evo Morales intentó
destruir a los partidos políticos para favorecer una acción corporati-
vista. Bolivia no es una democracia multiétnica ni indígena, sino una
democracia corporativa con capacidad de veto e influencia directa por 89
parte de los allegados al presidente, como los productores de hoja de
coca y aquellos que han comprado esferas de poder gracias a sus apor-
tes a las campañas electorales.
Si bien en Bolivia la democracia participativa se amplió a más
espacios, como las Gobernaciones y los Gobiernos Municipales, la
democracia participativa muchas veces no funciona porque es presa
fácil del corporativismo. Esto quiere decir que algunos grupos de interés
bien organizados y con dinero, dominan para el logro de sus demandas
restringidas sin tener una visión nacional y, sobre todo, sin solidaridad
para dar beneficios a las mayorías más necesitadas. La organización
de diferentes referéndums como el revocatorio de mandato, los refe-
réndums de consulta sobre las autonomías y el referéndum del 21 de
febrero de 2016 donde se cerró las puertas para reelección de Evo
Morales, muestran que estos mecanismos de democracia directa no
son fáciles de operar.
De cualquier manera, debe insistirse en la necesidad de impedir la
reelección indefinida de Morales en lugar de romper, de hecho, con el
sistema democrático porque otro de los perjuicios causados por Evo a
la democracia, radica en la movilización de miles de campesinos e indí-
genas pobres, controlados con prebendas y la promesa de una Bolivia
que sería capaz de parecerse a Suiza, sobre todo por los, aproximada-
mente, 20 mil millones de dólares a los que tuvo acceso cuando los
precios de los hidrocarburos y minerales estaban a buen precio entre
2006 y 2014. Sin embargo, ninguno de los indígenas tiene capacidad
de decisión política porque el gobierno está monopolizado por una clase
90 media profesional insaciable de poder, dinero y llena de autoritarismo.
Para complicar la situación, toda consulta ciudadana, ya sea por
medio de referendos y otros instrumentos, muchas veces no fue vin-
culante. Evo Morales se negó a aceptar los resultados del referéndum
del 21 de febrero de 2016 que le dijo no a la reelección presidencial.
Tampoco reconoció la consulta en el territorio indígena protegido Isi-
boro Sécure (TIPNIS), donde prefirió seguir con la construcción de
una carretera, antes que compensar a los indígenas amazónicos que
buscan proteger la naturaleza y mejorar sus condiciones de vida. El
MAS y Evo optaron por favorecer la carretera, las empresas construc-
toras y las previsiones de largo plazo para la economía de la coca que
ganará mucho más, en lugar de los derechos indígenas y el derecho a
sobrevivir de la Madre Tierra.
La democracia representativa es un complemento directo, necesario
y viable junto con la democracia participativa y anti-elitista. Solamente
un juego abierto entre partidos políticos representativos podría recons-
truir la dinámica de los referéndums como instrumentos de decisión
política ligados a la voluntad popular. Los liderazgos alternativos a
Morales deben reivindicar la fortaleza de la democracia representativa
que muchas veces está sometida a enormes vulneraciones.
En términos ideológicos, es importante denunciar las vulneraciones
a la representación política, sobre todo identificando los corporativis-
mos nocivos que desacreditan a la democracia y evitan que los partidos
políticos funcionen de manera más dinámica para mostrar que la repre-
sentación siempre sea de carácter nacional y en beneficio de los intereses
de toda Bolivia o de las grandes mayorías, antes de sucumbir a la pre-
sión de intereses egoístas de cualquier corporativismo, ya sea sindical,
gremial o de algunas élites influyentes. En este caso, la élite sindical 91
de los productores de hoja de coca ha resultado ser altamente amena-
zante, antidemocrática y violenta.
El vicepresidente, Álvaro García Linera, es quien reitera constante-
mente que es un comunista de primer orden, una persona que jamás se
vio, ni se verá como funcionario público, sino como un revolucionario
marxista. Esta demagogia ideológica es la que erosiona la posibilidad
de entender el Estado como un escenario de cambio institucional y
servicio al bien común. En Bolivia, la ideología revolucionaria mues-
tra la existencia de un Estado sin gestión pública y esto es lo que explica
el fracaso rotundo de Evo Morales como presidente, aún a pesar de la
legitimidad social que lo llevó al poder hace doce años.
La crisis de Estado: el principal problema
El Ministerio de la Presidencia se convirtió en un escenario millona-
rio para distorsionar la democracia participativa, con la movilización
constante de adeptos sindicales y una discreta manipulación de contra-
tos con empresas chinas. El escándalo de la ex concubina de Morales,
Gabriela Zapata fue claro en exponer cómo el Ministerio, por un lado,
manipuló a campesinos, trabajadores y cocaleros, pero por otro lado
avaló el nombramiento de Zapata como gerente de la empresa china
CAMC, cuyos contratos con el Estado llegaron a 500 millones de
dólares. El show mediático fue tan intenso que el mismo Evo fue extor-
sionado por Zapata con un supuesto hijo para abrir, inevitablemente,
un proceso donde el tráfico de influencias y el enriquecimiento ilícito
92 implicaban al presidente y varios ministros.
El control del corporativismo no es fácil pues es una realidad polí-
tica que tampoco podría ser vencida de inmediato. El corporativismo
influye políticamente, ejerce presiones sistemáticas y tiene un poder
financiero en las campañas electorales. Evo Morales se benefició direc-
tamente de estas presiones en las presidenciales de 2009 y 2014. Sin
embargo, esto no significa que otro tipo de líderes democráticos no
tengan la posibilidad de superar varios problemas y negociar con el
corporativismo. En consecuencia, sería preferible que Bolivia obtenga
acuerdos de alcance medio con diferentes sectores corporativos sobre
aspectos concretos respecto al pago de impuestos, respeto del medio
ambiente y compromisos ecológicos. Esto es vital para controlar rigu-
rosamente a la minería cooperativista. Con los cocaleros, es importante
negociar temas de seguridad ciudadana, reducción del crimen orga-
nizado vinculado a los narcóticos y la trata de personas, junto con la
elaboración de una estrategia boliviana de posible legalización de las
drogas y acciones informativas para discutir con mayor profundidad
la problemática del narcotráfico y sus preocupantes ramificaciones en
las altas esferas del Estado.
Los desafíos de un nuevo líder demócrata radican en la posibilidad
de realizar una propuesta modernizante para la reforma del Estado,
junto con el reforzamiento de planteamientos con alto contenido social.
Bolivia necesita una reforma educativa más profunda y abierta a las
influencias de la globalización. Requiere una inversión de, por lo menos,
mil millones de dólares para construir hospitales y dotarse de tecno-
logía médica en sus nueve departamentos del país, y necesita también
una nueva estructura universitaria para implantar una revolución cien-
tífico-técnica e intelectual, acorde con la economía de la información y 93
el conocimiento del siglo XXI. En el aspecto político-ideológico, esto
exige que las alternativas a Evo Morales siempre se presenten ante los
medios de comunicación y la opinión pública como partidos polí-
ticos modernos y pragmáticos, cuya ventaja comparativa respecto al
MAS consistiría en sus habilidades para negociar y pactar en torno a
lo siguiente:
Conclusiones
Evo Morales puede ser vencido si se presenta o surge un partido político
que pueda explotar los criterios de gobernabilidad política y demo-
crática, entendida como aquel sistema basado en el criterio de orden
político. Una de las paradojas de la democracia boliviana consiste en
aquel vaivén que va de la superación de todo tipo de exclusiones, hacia
la aceptación de presiones, demandas y conflictos que son sumamente
desestabilizadores con tendencia a la destrucción del mismo sistema
democrático.
El mensaje ideológico que debe asumir un nuevo líder, gira en torno
a la necesidad de construir y proteger el orden político, imaginando
formas de control de la ingobernabilidad y proponiendo la negociación
para desbaratar los conflictos más perjudiciales que, con el pretexto
de la participación democrática, buscan diseminar la anomia política.
Aquí destacan los campesinos cocaleros vinculados con la economía
del circuito coca-cocaína y aquellos dirigentes indígenas que sucum-
bieron ante la corrupción como el caso del Fondo Indígena.
El nuevo líder tiene que considerar la construcción de un centro
equilibrador sobre la base del impulso de la modernidad política como
criterio ideológico para rescatar la democracia representativa, pero
desde una identidad liberal democrática. Construir un sistema político
98 que domestique los problemas de ingobernabilidad, pero no desde un
modelo retórico, sino asumiendo algunos riesgos sobre cómo mane-
jar la presión de los intereses y actores corporativos, cómo gobernarlos,
cómo actuar dentro de un sistema político que sobrevive a pesar de
la influencia de los actores corporativistas, puesto que éstos no van a
desaparecer.
El liderazgo de oposición tiene que agregar un perfil de mayor agre-
sividad a su fuerza de atracción social, que combine con una imagen
que sabe cómo poner en práctica una serie de planteamientos. Boli-
via requiere de un hombre de acción y experiencia pero también más
transgresor, por la audacia para pensar un centro articulador que salva-
guarde el orden democrático. El camino hacia el centro del escenario
ideológico no es una estrategia en sí, sino la posibilidad de pensar en
un escenario político donde el líder de la democracia representativa
recuperada, se presente como el partido que articula un triángulo de
pactos con tres puntas: democracia, economía eficiente inserta en la
globalización y nacionalismo, evitando toda polarización que acaba
con cualquier posibilidad de desarrollo. En un escenario de centro,
el Estado Plurinacional puede ser complementado con la necesaria
modernización institucional. La noción de gobernabilidad democrá-
tica basada en pactos con los actores de hoy sin revanchismos, implica
que una nueva opción democrática tome el liderazgo en tres niveles:
Tabla 1: Trayecto para una estrategia de gestión integral del agua 137
Arrow-Alt-Right Arrow-Alt-Right Arrow-Alt-Right Arrow-Alt-Right Arrow-Alt-Right Arrow-Alt-Right
Coordinación Flexibilidad Innovación Calidad Sostenibilidad Evaluabilidad
Capacidad para
fortalecer los
Capa-
criterios de Capacidad
cidad
Capaci- continuidad, de moni-
para
dad para Capacidad consistencia y toreo y
proveer
ejecutar de adapta- administración seguimiento
los ser-
Capacidad de acciones ción a las de recursos en perma-
vicios
negociación e inver- culturas forma trans- nente con
sobre la
permanente. siones informales parente, desde el objetivo
base de
social- que Boli- las comunida- de evaluar
indica-
mente via tiene. des de base, siempre con
dores
aceptadas. los actores de criterios de
de alta
la sociedad objetividad.
calidad.
civil y los pue-
blos indígenas.
Fuente: Elaboración propia.
Las principales lecciones que se extraen de los conflictos en el sector
del agua en Bolivia, exigen que las formas de intervención para solu-
cionar y negociar salidas en los conflictos públicos tomando en cuenta
la necesidad de coordinar e integrar armónicamente leyes y regulacio-
nes para ordenar las posiciones, a objeto de que todos los actores en
conflicto se beneficien y cedan un poco para ganar una cultura polí-
tica democrática evitando resultados destructivos. El objetivo final de
una gestión pacífica y eficiente de los conflictos en la problemática del
agua es derrotar la cultura del desastre que tiende a invadir las actitu-
des de diferentes actores en confrontación.
La resolución de los conflictos públicos es una tarea de construcción
colectiva donde siempre debe tenderse hacia la negociación de solu-
138 ciones viables, garantizando los siguientes la inclusión social de todo
tipo de grupos vulnerables e identificando escenarios sostenibles para
resolver de manera duradera cualquier confrontación.
Asimismo, es fundamental hacer el esfuerzo de pensar qué tipo de
intereses nacionales y globales de toda la sociedad se afectarían por
insistir en proteger intereses particularistas a como dé lugar. En este
caso, un análisis de los intereses nacionales debería prevalecer para
flexibilizar posiciones que en el largo plazo evitaría destruir nuestra
convivencia como nación.
Por último, debe tenderse a que las soluciones negociadas apun-
ten simultáneamente a consolidar las estructuras institucionales del
Estado boliviano para que en el futuro los conflictos del agua puedan
ser resueltos de manera pacífica, estable y legitimada por todos los
actores involucrados.
Toda estrategia de fortalecimiento de las capacidades institucionales
del Estado boliviano debe entenderse como la habilidad para desempe-
ñar tareas apropiadas con efectividad, eficiencia y sustentabilidad pero
con una meta específica: la capacidad transformativa del Estado, lo
cual incorpora además la necesidad de adaptarse a las presiones exter-
nas y a la administración democrática de los conflictos, con la finalidad
decisiva de evitar el desabastecimiento del agua.
IX
139
¿Puede una sociedad perder su futuro?
Introducción
Con su libro Perestroika (publicado por primera vez en español el año
1987), Mijail Gorbachov desató una tormenta de cambios históricos
irreversibles. La Unión Soviética (URSS) no fue la misma, ni Europa
144 del Este ni la izquierda latinoamericana. Como en Rumania, también
en Bolivia ¡la mentira se vino abajo!; consigna que no solamente fue
gritada al unísono en la plaza Timisoara después del derrocamiento
del dictador y genocida Nicolás Ceasescu, sino que también señalaba
la inviabilidad de toda utopía marxista: una sociedad sin clases socia-
les, sin Estado y, sobre todo, sin mercado. El haber pensado en algún
momento que el socialismo podía prescindir del mercado fue un tre-
mendo error que condujo al hundimiento de la URSS.
Bolivia, también vio caer todo emblema izquierdista, no como
producto de masacres, sino fruto de la implantación del régimen
democrático y del mercado mundial. Muchos comunistas radicales
que proclamaron la guerra popular o la democracia como autodeter-
minación de masas, no tardaron en lucir un puesto burocrático en
los gobiernos del Acuerdo Patriótico (1989-1993), del Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR) (1993-1997), y posteriormente
compartieron, muy cómodos, posiciones con Banzer después de haberlo
combatido como dictador entre 1971 y 1979. Hoy día, la izquierda
comparte posiciones con el ambiguo movimiento antiglobalización,
con una serie de corrientes indianistas y con los organismos de coope-
ración, que pagan buenos salarios para lavar la cara en la impía cruzada
contra la pobreza.
La izquierda boliviana siempre obedeció ciegamente todo postulado
enlatado que enviaban los marxistas europeos. Asimismo, se auto-asig-
naba un lugar privilegiado para dirigir la revolución que jamás llegó;
es decir, no surgió una revolución violenta como campaña militar para
destruir física e ideológicamente a la burguesía como clase, o a las éli-
tes dominantes que tienen el poder económico. Este criterio radical de
autenticidad revolucionaria reprodujo posiciones aristocráticas en las 145
diferentes fracciones de izquierda; es decir, cada fragmento creía ser el
mejor en relación con los otros, pagando, además, un alto precio por
su cohesión: la rigidez en la distinción dogmática de sus postulados
ideológicos y una intransigencia en las negociaciones, supuestamente
para no tranzar nunca con los representantes del capitalismo.
La izquierda no se dio cuenta que toda pureza teme la contami-
nación. Sin embargo, cuanto mayor es la consistencia ideológica de
un grupo político, más tiende a la demonización y a la destrucción
del adversario. El juego de suma cero, la conspiración y la destruc-
ción de las reglas del juego, siempre fueron los identificadores de los
revolucionarios de izquierda que jamás comprendieron la democracia
institucional y moderna.
Dos tendencias: la comunista y la trotzkysta, fueron lo más notorio
de la izquierda en Bolivia. Versiones más recatadas y, en cierto sentido,
vergonzantes del marxismo, representaban el Partido Socialista Uno
(PS-1) y las proclamadas fuerzas de izquierda nacional como el Movi-
miento de la Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Movimiento Bolivia
Libre (MBL). Las estrategias de la izquierda tenía, en el fondo, sólo
dos alternativas políticas: insistir en la transformación violenta de la
sociedad o asumir posturas pragmáticas que les permitiera ubicarse en
puestos de poder, pactando con partidos grandes. El objetivo era ganar
algo, ya que sus ideas cortas no podían interpelar con un programa
válido para la realidad, ni tampoco convencer a los pobres. Esta fue la
misma lógica del Movimiento Sin Miedo (MSM), un fragmento opor-
tunista del MBL, que era una especie de partido local de izquierda en
la ciudad de La Paz, hasta desaparecer el año 2014.
146 Este ensayo trata de mostrar que los partidos como el MIR, el MBL y
el MSM, fueron organizaciones carentes de autenticidad revolucionaria
y se identificaron con las posiciones de un tipo de izquierda “tradicio-
nal”, únicamente porque buscaban llegar al poder como objetivo en
sí mismo y como conducta pragmática que abandonó toda aspiración
utópica y el núcleo teórico del marxismo-leninismo.
XI
La derecha en Bolivia: pálida imagen
166 ¿Qué significa ser de derecha, en caso de que todavía exista la posibili-
dad de alinear a las ideologías en torno a una polarización tradicional
entre izquierda y derecha? La derecha, en este caso, implica la defensa
sin concesiones de las políticas de mercado, la fuerza política de la
empresa privada y el hecho de favorecer a la democracia representativa,
sobre todo asentada en una concepción elitista de la toma de decisio-
nes que busca marginar las consultas populares y todo aquello que
tiene que ver con el populismo paternalista; es decir, negar que sea el
Estado el supremo proveedor de todo tipo de prestaciones sociales y el
actor central en la búsqueda del desarrollo.
En Bolivia también se tuvo una participación importante de la dere-
cha que, históricamente, tomó el poder de manera pragmática entre
1985, hasta su vergonzosa caída en octubre de 2003. Por esto, han
transcurrido once años desde que la derecha dejó de ser una opción
viable en el ascenso a la presidencia dentro del sistema político. Su
posicionamiento a la cabeza del Estado durante el llamado “periodo
neoliberal (1985-2005)” estuvo fuertemente marcado por tres influen-
cias decisivas: la primera tiene que ver con la articulación política
de coaliciones de gobierno entre el MNR, NFR, ADN, MBL, MIR,
UCS y Condepa. Supuestamente, esto garantizaba las exigencias de
gobernabilidad para afianzar la elección de presidentes y otorgar así
estabilidad al sistema democrático representativo. Sin embargo, estas
coaliciones nunca lograron un consenso político acerca de planes de
gobierno serios. Tampoco tuvieron visiones de reforma estatal a largo
plazo y solamente se dedicaron a reclamar cuotas de poder clientelar
para los partidos que pensaban en construir una hegemonía al margen
de las demandas de una democracia más inclusiva.
La segunda influencia fue la percepción y diagnóstico equivocado 167
que hizo la derecha sobre las condiciones de la economía de mercado,
endiosando irreflexivamente las políticas de privatización de empresas y
servicios públicos. Las diferentes versiones de la derecha reeditaron un
viejo estilo caudillista e ingenuo: descartar, de golpe y sopetón, otras
formas institucionales de la democracia como el referéndum, las asam-
bleas constituyentes y el control social en presupuestos participativos,
descalificando las ideologías indianistas y todo tipo de concepciones
que legitimen de mejor manera la toma decisiones gubernamentales.
La derecha fue elitista en exceso, prebendal con sus correligionarios y
poco consecuente con la modernización de sus partidos que siguieron
siendo máquinas para canalizar intereses personales.
El tercer aspecto que marcó buena parte de las gestiones guberna-
mentales de la derecha: las administraciones de Víctor Paz Estenssoro
(1985-1989), Jaime Paz Zamora (1989-1993), Gonzalo Sánchez de
Lozada (1993-1997, 2002-2003), Hugo Banzer (1997-2001), Jorge Qui-
roga (2001-2002) y Carlos Mesa (2003-2005), fue su estilo de liderazgo:
no convertir sus estrategias presidenciales en mecanismos que sean más
receptivos hacia el carácter multicultural e indígena de la ciudadanía
democrática. Estos gobiernos representaron a una ideología conserva-
dora en el momento de imponer diferentes políticas públicas, fueron
extremistas en la privatización y poco flexibles para reformar las insti-
tuciones democráticas con capacidad de gestión sin caer en atolladeros
autoritarios
El discurso político de la derecha se hundió en el desprestigio por-
que las grandes masas del país creyeron que el modelo neoliberal nos
entregó al endeudamiento, al estancamiento productivo, a la estigma-
168 tización de ser un país indígena sin posibilidades de modernización
homogénea y a la burocratización de un Estado centralista que nunca
se reconciliaba con la diversidad del pueblo. La derecha perdió ini-
ciativas hegemónicas y se negó sistemáticamente a incorporar en sus
visiones de futuro a los valores de igualdad de oportunidades, digni-
dad, equidad, institucionalidad e interculturalidad.
En todas las coaliciones de la gobernabilidad neoliberal reinó un
ambiente de pugnas internas por fracciones de poder. La derecha exa-
geró la evaluación del país para llamar la atención popular y aparecer
como los superiores que estaban destinados a dominar el Estado por-
que tenían mejores instrumentos y conocimientos. Todo representó
una quimera. Nunca fueron una fuerza unida y bien articulada. La
derecha no pudo controlar a sus socios políticos en función de compro-
misos futuros y lealtades legítimamente democráticas. Las coaliciones
fueron débiles para estructurar un solo plan de gobierno debido a la
ausencia de mecanismos de coordinación política. Cada partido era
una isla que buscaba sacar provecho inmediato y unilateral.
A la derecha le faltó una capacidad de control racional y estratégico
del Estado. Aplicaron algunas directrices de la economía de mercado
junto con objetivos gubernamentales extremadamente generales y ambi-
guos. La derecha tiene una profunda crisis de credibilidad ideológica,
abandonó la innovación y la renovación de líderes, dejando de trans-
mitir una imagen de dirección al no presentar metas y propuestas
precisas de consolidación democrática. Lo que queda es únicamente
una lista de intenciones sobre reformismo democrático y retóricas que
apelan a la igualdad y lucha contra la pobreza que ya no responden a
las demandas de una sociedad hastiada con las caras de Paz Zamora,
Tuto Quiroga, Doria Medina y Sánchez de Lozada. La derecha está 169
ante su peor crisis de identidad política e ideológica.
XII
Condepa en la historia democrática
XIII
Reformar el Estado: agenda del Leviatán
XIV
Jóvenes y política: el voto a
los 16 sería absurdo
XV
Juventud y frivolidad: del racismo
a la despolitización
Conclusiones
A lo largo de la historia, parece que se distinguen tres clases de juicios
de responsabilidades en Bolivia: 1) los de acusación con proceso, sin
defensa y condena inmediata mediante Ley de la República, como los
de Andrés de Santa Cruz y Ballivián; 2) los juicios congresales de mero
sumario informativo sin enjuiciamiento ante la Corte Suprema, como
los de Siles y Saavedra; y 3) los casos que llegaron a la Corte Suprema
que terminaron con sentencias acusatorias, como los de Mercado y
García Meza. A esto se debe sumar otra veintena de amenazas con
juicio de responsabilidades, cuyas características en Bolivia son una
mezcla de extorsión política, encono y revanchismo, antes que un pro-
cedimiento justo para obligar a rendir cuentas a los poderosos. Estas
tendencias históricas tienden a mostrar que los intentos por juzgar al
Vicepresidente Álvaro García Linera quedarán en la nada, como sucedió
en el extraño tranzar de intereses para los juicios contra Carlos Mesa
Gisbert y Eduardo Rodríguez Veltzé. Incluso los juicios a los ex presi- 201
dentes Jorge Quiroga por los petro-contratos y a Gonzalo Sánchez de
Lozada por genocidio, son muestras de chicana, en lugar de procesos
transparentes cuyo objetivo sea la defensa del Estado de derecho. El
poder en Bolivia siempre fue impune y es la marca de descomposición
que atraviesa toda nuestra historia.
XVIII
La democracia en peligro:
Problemas de desinstitucionalización
en las Fuerzas Armadas de Bolivia
XIX
Nicaragua y la degradación sandinista
214
INDIANISMO,
MESTIZAJE,
TOLERANCIA Y
CONTEMPORANEIDAD
I
Colonialismo interno: entre la visión
crítica y el fatalismo político
Introducción
La doctrina del colonialismo interno representa en Bolivia una de las
corrientes ideológicas que destaca dos momentos en su estructura teó-
rica: por un lado, el afán crítico que se expresa por medio del análisis
del horizonte colonial, el cual definiría y caracterizaría toda la historia 217
de Bolivia; y por otro, el perfil utópico-político desde donde se intenta
proponer una visión alternativa de sociedad, es decir, un proyecto de
futuro que permita descolonizar la historia nacional y, al mismo tiempo,
lograr que las culturas originarias, particularmente las culturas andi-
nas (aymara-quechua), ejerzan una voluntad de poder para gobernar
y dirigir las estructuras estatales, inaugurando un período inédito en
nuestra sociedad.
El siguiente ensayo tratará de deconstruir el discurso teórico y polí-
tico de lo que significa el colonialismo interno, a partir del análisis de los
principales estudios y propuestas de uno de sus más destacados repre-
sentantes: la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui, quien prácticamente
funda una escuela de análisis etnohistórico y antropológico: el Taller
de Historia Oral Andina (THOA) y es la que más se ha preocupado
por otorgar al discurso del colonialismo un status académico con cierto
rigor científico. El THOA dio cabida a un particular modo de investi-
gación que se inspira en las fuentes políticas del indianismo cultivado
por Fausto Reinaga; la antropología y etnohistoria andinas; los análi-
sis sobre el colonialismo y la opresión de Frantz Fanon; el katarismo
como el potencial político de lucha sindical y autodeterminación cul-
tural; y las propuestas teóricas de marxistas críticos como Ernst Bloch,
de quien se recoge el planteamiento de las “contradicciones diacróni-
cas o no coetáneas” para apuntalar el estudio de la estructura colonial
en la historia de Bolivia.
Propongo la siguiente hipótesis de trabajo que orientará todo mi aná-
lisis: el discurso del colonialismo interno desarrollado por Silvia Rivera
se propone construir un conocimiento social que contenga entre sus
principales supuestos una idea de futuro, un proyecto de orden social
nuevo. Por lo tanto, recupera aquella vieja tensión que todavía sacude
a las ciencias sociales: la pugna entre conocimiento científico y utopía
política, el conflicto entre política y ciencia, en suma, la lucha entre el
pensamiento histórico y el pensamiento utópico. Las concepciones de
Rivera son, por demás, dogmáticas, excluyentes, anticientíficas, ideo-
logizadas e intolerantes. Es su propia personalidad que caracterizó
también su paso por la universidad. Sin embargo, escucharla y leerla
es divertido porque atrae siempre la atención de los ingenuos, obnu-
bilados por el exotismo.
Las investigaciones de Silvia Rivera versan sobre la crítica hacia el
Estado, la crítica de la historia desde la llegada de los colonizadores espa-
ñoles en 1532, la crítica de los supuestos ideológicos y culturales de la
sociedad boliviana, así como también la crítica de las prácticas políticas
republicanas, del sindicalismo obrero que adviene de la revolución de
1952 y del propio sindicalismo campesino; en sus más recientes ensa-
yos políticos, hace hincapié en la crítica de la democracia representativa
y los problemas fundamentales que ésta sufre, particularmente aquel
que se refiere a las violencias encubiertas en Bolivia fruto de siglos de
contradicciones entre colonizadores y colonizados28.
28 Para este ensayo se tomaron en cuenta los siguientes estudios de Silvia Rivera: “El potencial epis-
temológico de la historia oral: de la lógica instrumental a la descolonización de la historia”; en:
TEMAS SOCIALES, revista de Sociología, UMSA, No. 11, s/f; “Sendas y Senderos de la cien-
cia social andina”; en: revista AUTODETERMINACIÓN, La Paz, octubre de 1992, No. 10;
Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado aymara y quechua de Bolivia, 1900-1980, La
Paz: CSUTCB-Hisbol, 1984; “Movimiento Katarista, movimiento indianista: contrapuntos de
un proceso ideológico”, Boletín Chitakolla No.15, 1.984; “La raíz: colonizadores y coloniza-
dos”; en: Albo, Xavier y Barrios, Raúl (coord.). Violencias encubiertas en Bolivia, vol. I, La Paz:
CIPCA-Aruwiyiri, 1.993; “Democracia liberal y democracia de ayllu: el caso del norte de Potosí,
Bolivia”; en: Toranzo, Carlos (ed.) El difícil camino hacia la democracia, La Paz: ILDIS, 1990;
“Luchas campesinas contemporáneas en Bolivia: el movimiento katarista, 1.970-1.980”; en: Zava-
leta, René (comp.). Bolivia hoy, México: Siglo XXI, 1983.
29 Rivera, Silvia. “El potencial epistemológico de la historia oral: de la lógica instrumental a la desco-
lonización de la historia”; en: TEMAS SOCIALES, revista de sociología, Universidad Mayor de
San Andrés, No. 11, s/f., p. 50. El subrayado es mío.
inconsciente de su derrota y desintegración. “Develar y desnudar lo que
se conoce del otro -sea éste un pueblo indio colonizado o cualquier otro
sector subalterno de la sociedad- equivale entonces a una traición”30.
El perfil epistemológico del colonialismo interno propuesto por Sil-
via Rivera, apunta entonces hacia un cuidadoso entrelazamiento entre
actitud científica y actitud ética; es decir, que el investigador no asuma
una posición de poder o superioridad ante los individuos estudiados,
que no instrumentalice su objeto de estudio en beneficio de oscuros
intereses políticos. Ante estas amenazas, la afasia se convertiría en un
recurso para defender, ante todo, el compromiso ético-científico con
el grupo de estudio, aún a pesar de que esta actitud de incomunica-
ción refuerce la clausura e intraductibilidad entre individuos y culturas.
220 El problema no radica en que el investigador sea de una cultura
y los grupos de análisis pertenezcan a otra, sino en qué es lo que
puede hacer un científico social con su conocimiento, preguntándose
lo siguiente: ¿fortalecer las estructuras de dominio y colonización o
contribuir a descolonizar la realidad, favoreciendo las posibilidades de
justicia, equidad y rebelión en las venas?31 Esta posición epistemoló-
gica bien se asemeja a los postulados marxistas, sobre todo a la tesis 11
sobre Feuerbach escrita por Marx en 1844 (“hasta ahora los filósofos
se han preocupado de interpretar el mundo, de lo que se trata es de
32 En todos sus análisis sobre el colonialismo interno, Rivera toma el concepto de “contradicciones
no coetáneas” de: Bloch, Ernst. “Efectos políticos del desarrollo desigual”; en: Lenk, Kurt. El
concepto de ideología, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982.
33 Rivera, Silvia. “El potencial epistemológico...”, ob, cit., p. 60.
Según Rivera, las concepciones marxistas y campesinistas compar-
tían además criterios homogeneizadores que soslayaban las relaciones
coloniales, relegaban al cofre del romanticismo y la nostalgia toda pre-
ocupación por estudios étnicos, fomentando a su vez nuevas prácticas
paternalistas y coloniales ya que todo debía contribuir a la revolución
y a no desarticular la efervescencia de las masas; las prescripciones de
la investigación-acción, que intentaban relacionar rigor científico con
demandas pragmático-políticas para una radical transformación de la
sociedad, cayeron en la misma instrumentalización donde primaban
las disputas entre las élites partidarias e intelectuales por la represen-
tación del movimiento popular.
El plano epistemológico del colonialismo interno afirma que el mar-
222 xismo y el funcionalismo reproducen una relación asimétrica entre el
sujeto cognoscente, quien está teñido de la visión occidental dominante,
y un otro sujeto étnico cuya identidad era atribuida desde fuera, o for-
zada a una redefinición radical para satisfacer los intereses más vastos
de un campesinado, de un proletariado, o para convertirse en una masa
marginal que impedía las tareas de la modernización y el desarrollo.
El silencio de la intraductibilidad habría sido roto, no por un con-
junto de intelectuales o políticos intermediarios esclarecidos, sino por
el sector indígena, a través de una autoconciencia étnica que criticaba
y buscaba quebrar los modelos de control social como el clientelismo
estatal, el populismo y el indigenismo34. La autonomía del discurso
34 Las diferencias entre indianismo e indigenismo fueron resaltadas por el intelectual indio Fausto
Reinaga, quien afirmaba que el indianismo es la doctrina que verdaderamente rescata el sentir y
el pensar del pueblo indio boliviano, es el esfuerzo por entender y desarrollar la naturaleza del
hombre andino aymara y quechua, naturaleza que ha estado siempre amenazada por la sociedad
criollo-mestiza, y ha dejado indeleble a través de siglos de perduración; en cambio, el indigenismo,
ideológico del movimiento indio se nutre “(...) de la recuperación de
horizontes cortos y largos de memoria histórica, que remiten a las luchas
anticoloniales del siglo XVIII, tanto como a la fase de mayor autono-
mía y movilización democrática de la revolución nacional de 195235”,
período en el cual ya se avizoran las tensiones entre la lucha por la ciu-
dadanía y la lucha por la autonomía cultural y territorial.
38 Rivera, Silvia. “El potencial epistemológico (...)”, ob. cit., p. 59. El subrayado es mío. Ver también:
Molano, Alfredo. “Reflexiones sobre historia oral”; en: PRESENCIA LITERARIA, La Paz 29 de
marzo de 1992., p. 2.
39 Idem., ob. cit., p. 59. El subrayado es mío.
observarse correcta o incorrectamente, sino que es, al mismo tiempo,
una construcción social de acuerdo con un proyecto futuro, el cual
posee ya sus actores políticos: los movimientos sociales de los pueblos
indígenas.
Las historias orales que el investigador encuentra, no constituyen
un desorden de múltiples testimonios como una masa de comparti-
mientos estancos, sino que se hallan organizados de acuerdo con el eje
colonial, configurándose una cadena de gradaciones y eslabonamien-
tos de unos grupos sobre los otros; Rivera afirma tácitamente que la
cuestión colonial apunta a fenómenos estructurales muy profundos y
ubicuos, los cuales van desde los comportamientos cotidianos y esferas
de “micro poder”, hasta teñir la estructura y organización del poder
226 estatal y político de la sociedad entera.
Existen, pues, dos planos40 dentro de la relación entre diagnóstico
histórico-objetivo y proyecto político de futuro que encuentro en los
postulados de Silvia Rivera:
Primero. El de la búsqueda de objetividad estructurada en un
corte de tiempo y de espacio susceptibles de explicación histórico-ge-
nética. Rivera define tres ciclos históricos de contradicciones no
40 La discriminación entre aquéllos dos planos de análisis fue inspirada en las proposiciones de Hugo
Zemelman, quien afirma: “Mientras en las ciencias naturales el problema del conocimiento se
circunscribe a las formas de observar una misma realidad, en las ciencias sociales ésta se construye.
Las diferencias que pueden plantearse entre científicos sociales, obedecen en última instancia a
opciones de sociedades futuras que se excluyen mutuamente (...) lo que se considera un pro-
blema en ciencias sociales no sólo es aquel fenómeno que resulte inexplicable, de acuerdo con
el paradigma disponible, sino también aquel que no calza con el concepto de futuro que mueve
al investigador; esto es, con su proyecto de orden social (...). La relación entre teoría y construc-
ción social plantea el problema acerca de cómo es concebido el futuro”. Zemelman, Hugo. De
la historia a la política, la experiencia de América Latina, México: Siglo XXI-Universidad de las
Naciones Unidas, 1989, pp. 21 y ss.
contemporáneas41: a) el ciclo colonial que irrumpe en 1532 y pervive
estructuralmente hasta nuestros días; b) el ciclo liberal que va de 1874,
cuando se exacerbaron las contradicciones entre indios y criollos repu-
blicanos a través de las leyes de exvinculación y las revisitas cargadas
de violencia y etnocidio, hasta la revolución popular de abril de 1.952;
y c) el ciclo de la revolución nacional, denominado ciclo populista, que
se extiende desde 1.952 hasta hoy cuando se enfrentan las reacciones
conservadoras del neoliberalismo, la lógica del mercado libre y la demo-
cracia representativa, época denominada: señorialismo post-populista.
Segundo. El plano en el cual se debe distinguir la prueba de una
proposición teórica y todo lo que se entiende por su viabilidad política;
es decir, la posibilidad objetiva de potenciar un contenido no realizado,
o bien de construir una realidad nueva: la rebelión de las culturas ori- 227
ginarias que buscan capturar el poder y democratizarlo, poniéndole
fin a siglos de contradicciones coloniales.
41 Cfr. Rivera, Silvia. “Democracia liberal y democracia de ayllu: el caso del norte de Potosí, Bolivia”;
en: Toranzo, Carlos (ed.). El difícil camino hacia la democracia, La Paz: ILDIS, 1990, pp. 9-51.
Rivera, Silvia. “La raíz: colonizadores y colonizados”, ob. cit.
del modelo civilizatorio occidental. Estas dos aristas convergen en un
desencantamiento con el orden social y político, convirtiéndose en
materia prima para postular la utopía política del Estado pluriétnico
post-colonial.
La recuperación de la memoria histórica del movimiento indio, cons-
tituye una oportunidad para descubrir uno de los pilares fundamentales
del proyecto político del colonialismo interno: las rebeliones indíge-
nas. Rivera afirma que “(...) las emergentes organizaciones culturales y
sindicales del campesinado aymara incorporaron el sentido histórico
de las luchas anticoloniales de los Katari a su plataforma de deman-
das hacia la sociedad, de tal suerte que la ideología oficial del Estado
pueda ser sometida a una aguda crítica práctica”42.
228 Así nace el katarismo, ideología política que se cultiva al interior de
un sindicalismo campesino autónomo de las maniobras clientelares
del Estado del 52, convirtiéndose en el porta-estandarte del Estado
multinacional y plurilingüe, de los derechos humanos para los pue-
blos indígenas, y de la descolonización. Aquí, el colonialismo interno
representa la vigilancia crítica hacia la doble moral como estruc-
tura perversa de legitimidad y gobierno que practicaría la sociedad
criollo-mestiza-occidental-q’ara.
Todos los esfuerzos por construir un Estado moderno y democrático,
en opinión de Rivera no hacen sino expresar la voluntad de poder de
la vieja casta señorial y su vieja (también mala) costumbre de domi-
nar. El voto universal, la castellanización masiva y la universalización
del sindicato que se consiguieron después de la revolución popular de
42 Rivera, Silvia. “Sendas y senderos de la ciencia social (...)”, ob. cit., pp. 92-93.
1952 se convierten en un espejismo que no termina con las contradic-
ciones coloniales, sino las reproduce.
Los efectos políticos de las contradicciones diacrónicas se manifies-
tan por medio de la disyunción entre lo político y lo social; entre lo
étnico y lo ciudadano. El divorcio entre lo político y lo social según
Rivera, permite notar que el Estado, los partidos y la clase política
mestizo-criolla ven en la participación política directa de los obreros
y campesinos no otra cosa que una amenaza permanente, dándose
cabida a todo tipo de prácticas excluyentes. “De este modo, la política
se refuerza como un hacer exclusivo de las élites mestizas e ilustradas
de políticos profesionales (...), y finalmente, la dimensión política del
accionar popular queda reducida al voto de cada dos o cuatro años”43.
La contradicción entre lo étnico y lo ciudadano muestra cómo la 229
noción de ciudadanía se convierte en la espada de Damocles para los
movimientos sociales indígenas pues con el voto universal, los indios
obtendrían solamente una ciudadanía de segunda clase, posibilitando
que un conjunto de protectores mestizos “conduzcan” y “orienten” al
pueblo indio hasta que sepa comportarse de acuerdo con los cánones
de la propiedad privada y la racionalidad de la cultura dominante.
Las reflexiones políticas del colonialismo interno se mueven sobre la
base de los moldes: oprimidos versus opresores, indios vs. criollo-mes-
tizos, lo vernáculo-originario versus lo occidental... Esta es la lógica
dual que plantea la pregunta: ¿quién o quiénes deben gobernar?, y está
claro que para Rivera y su perspectiva utópica de futuro son las cultu-
ras indígenas aymara-quechuas quienes deben cabalgar el caballo de
44 Rivera, Silvia. “Democracia liberal y democracia de ayllu (...)”, ob. cit., p 49. Estas tesis no mani-
fiestan novedad ni diferencia alguna respecto a los viejos postulados políticos del precursor teórico
del colonialismo interno, Fausto Reinaga; pues la misma obsesión se expresa, hasta el cansancio,
en sus libros: Revolución, cultura y crítica, La Paz, s/e, 1957; La revolución india, La Paz: Edicio-
nes del Partido Indio de Bolivia, 1970; Tesis india, La Paz: Ediciones del Partido Indio de Bolivia,
1971; y El pensamiento amáutico, La Paz: Ediciones del Partido Indio de Bolivia, 1978. Se puede
consultar también el ensayo de otro defensor de la teoría del colonialismo: Calla, Ricardo. “Nueva
derecha, vieja casta”; en: revista ESTADO Y SOCIEDAD, No. 5, FLACSO, La Paz, 1988.
tuviéramos igual derecho de acceso”45. Tal es el fatalismo apocalíptico
del colonialismo interno.
Este horizonte plantea serios problemas: ¿podrá sustituirse el con-
greso de la república y el régimen democrático representativo, por una
asamblea de las nacionalidades sin atentar contra los mínimos princi-
pios del consenso y la gobernabilidad del sistema político?, ¿los partidos
políticos deben subordinarse completamente a las nacionalidades?,
¿cómo sería posible gobernar una sociedad compleja sin la mediación
de partidos políticos?, ¿qué sugerencia viable y con solidez técnica ha
propuesto el proyecto utópico del colonialismo, con referencia a la
modernización del Estado para hacer de éste más representativo y efi-
ciente?46 Estos cuestionamientos constituyen la ausencia más notoria
en los estudios de Silvia Rivera. 231
Conclusiones
La doctrina del colonialismo interno, se mantiene a mi entender, den-
tro de la vieja lógica dual que siempre ha caracterizado a la sociología
latinoamericana, en la cual se determina a unos actores y se excluye a
otros; se plantea el diagnóstico científico-social y se desgaja, a su vez,
el proyecto de transformación utópico-político. Silvia Rivera también
traza los límites del “adentro” y del “afuera”, de la Bolivia minorita-
ria y de la mayoritaria, de la “sociedad realmente existente” (la Bolivia
45 Rivera, Silvia. “La raíz: colonizadores y colonizados”, ob. cit., p. 89. El subrayado es mío.
46 Los obstáculos que las reformas del Estado plantean a la gobernabilidad y viceversa, también están
siendo recién investigados con mayor precisión y sistematicidad por politólogos como Lechner y
O’Donnell; de ellos se pueden consultar los sugerentes ensayos: O’Donnell, Guillermo. “Estado,
democratización y ciudadanía”; en revista NUEVA SOCIEDAD, No. 128, noviembre-diciembre
de 1993; Lechner, Norbert. “Los nuevos perfiles de la política”; en: revista NUEVA SOCIEDAD,
No. 130, marzo-abril de 1994.
india) y de la “sociedad deformada-dominante” de corte occidental (la
Bolivia criolla-mestiza-q’ara).
Por este motivo, plantearía la misma pregunta que se hace el soció-
logo chileno, Fernando Mires, al analizar la crisis de los paradigmas
teóricos en las ciencias sociales: “(...) ¿por qué la sociología latinoa-
mericana [podríamos decir también, la sociología boliviana], desde
el momento mismo de su constitución, ha adherido a la lógica de la
razón dualista?”47
Mires trata de responder al acertijo, afirmando que “(...) si la sociolo-
gía latinoamericana se constituyó como ciencia social de la modernidad,
fue porque creía casi religiosamente en la existencia de una sociedad
sujeta a leyes. Y esa sociedad no sólo era el objeto que la sociología se
232 proponía analizar, sino también un ideal que había que perseguir. Ese
ideal societario estaba ideológicamente inspirado en el que se supo-
nía era el ‘ deber ser’ de una sociedad (...). De ese modo, el sociólogo
moderno creyó que su obligación era trazar líneas demarcatorias sobre
la llamada sociedad, y decidir así sus márgenes y sus interiores, sus
adentros y sus afueras, que no eran sino metáforas para definir cuáles
eran las partes de lo social que se ajustaban o no un proyecto [como
imagen-objetivo de futuro orden social deseado] (...)”48.
Rivera cultiva la teoría del colonialismo interno, no sólo como objeto
sociológico, sino también como el almácigo que contiene las posibi-
lidades ideales de una sociedad que superaría el conflicto entre castas.
Bibliografía
Bloch, Ernst. “Efectos políticos del desarrollo desigual”; en: Lenk, Kurt. El concepto
de ideología, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982.
Calla, Ricardo. “Nueva derecha, vieja casta”; en: revista ESTADO Y SOCIEDAD,
No. 5, FLACSO, La Paz, 1988.
49 Idem., ob. cit., p. 104. El subrayado es mío. Se puede revisar también: Friedrichs, Robert. Sociolo-
gía de la sociología, Buenos Aires: Amorrortu, 1970; este autor analiza las importantes relaciones
entre el paradigma científico que un investigador social acoge y el paradigma en cuyos términos
el sociólogo se ve a sí mismo, ya sea como el gran profeta que anuncia la buena nueva o el gran
revolucionario esclarecido poseedor del itinerario histórico de las revueltas.
Friedrichs, Robert. Sociología de la sociología, Buenos Aires: Amorrortu, 1970.
Lechner, Norbert. “Los nuevos perfiles de la política”; en: revista NUEVA SOCIE-
DAD, No. 130, marzo-abril de 1994.
Reinaga, Fausto. La revolución india, La Paz: Ediciones del Partido Indio de Boli-
via, 1975.
TALLER DE HISTORIA ORAL ANDINA (THOA). El indio Santos Marka T’ula, 235
La Paz: Ediciones THOA, 1984.
. Mujer y lucha comunaria: historia y memoria, La Paz: Hisbol, 1.986.
241
IV
Descolonización y despatriarcalización:
sólo un sueño
244
V
Indígenas urbanos: ¿nueva identidad,
contradicción o asimilación globalizada?
VI
Mundo andino, utopías
regresivas y lógica dual
VII
Del fin de las identidades colectivas
al redescubrimiento del ser
Introducción
En América Latina, las relaciones entre los pueblos indígenas y el Estado
siempre se han caracterizado por una doble tensión. Por un lado, las
268 relaciones de poder muestran que los pueblos indígenas no gozan de
plenos derechos de ciudadanía, lo cual amplifica las relaciones de des-
igualdad. En esencia, no existen puentes de comunicación intercultural
entre los Estados y los diferentes pueblos indígenas. Muchas veces,
tampoco se construyen sólidas relaciones horizontales que generen
confianza. Algunos ejemplos históricos de tensiones irresueltas con el
movimiento indígena latinoamericano se tienen en Chiapas, México,
las constantes búsquedas por una reparación histórica en Guatemala,
a raíz de la violencia de los años 80 y 90; junto con las profundas hue-
llas que dejó el enfrentamiento de Bagua en Perú.
Por otro lado, las presiones para mejorar la calidad de los regímenes
democráticos, han facilitado la implementación de lo que se deno-
mina “consulta previa” como un derecho inalienable que los Estados
deben ejecutar en aquellos territorios ricos en recursos naturales y
donde están ubicadas diferentes comunidades o culturas indígenas.
Los Estados, entonces, tienen el deber de consultar a los pueblos indí-
genas, utilizando las instituciones representativas de éstos. Justamente
es el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
que abrió el camino institucional para lograr que los pueblos indígenas
tengan la capacidad de tomar decisiones políticas autónomas, demo-
cráticas y trascendentes. El sistema de las Naciones Unidas y la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, instan a todos los gobiernos
a ejecutar las previsiones del Convenio 196 pero chocan con la cul-
tura política de cada país, donde los Estados han avanzado muy poco
en materia de políticas públicas con plena equidad para favorecer a la
diversidad étnica de la región.
Existen varias falencias como las dificultades de carácter político y
los intereses en juego que bloquean las consultas en unos casos, o en 269
otros convierten dicho derecho en un recurso meramente instrumental,
para luego negar el carácter vinculante de los resultados de una con-
sulta previa. Esta tensión rompe los canales de comunicación entre el
Estado y cualquier orientación intercultural que integre, en igualdad
de condiciones, a los pueblos indígenas respetando el marco de una
democracia más inclusiva.
Surgen, entonces, múltiples obstáculos para el reconocimiento de los
derechos ancestrales como la propiedad sobre los territorios indígenas
y los derechos interculturales para preservar sus instituciones propias.
Especialmente vale la pena destacar los derechos indígenas respecto a
la administración de justicia y la organización de sus condiciones de
vida que les permita superar la pobreza, con el fin de mejorar sus indi-
cadores de desarrollo humano. Hoy día, es abundante la investigación
y los documentos de políticas que hacen énfasis en la necesidad de erra-
dicar la pobreza en toda América Latina.
De hecho, las metas del Milenio que debían haber sido alcanzadas
en el año 2015 plantean lo siguiente: de todos los sectores excluidos
y pobres, los pueblos indígenas continúan siendo los más vulnerables,
dos y hasta tres veces más que otros grupos marginados, aún a pesar de
que los regímenes democráticos fomentan los mismos derechos de ciu-
dadanía para todo el mundo indígena. Además, también es importante
agregar que los pueblos indígenas, hoy en día, demandan el ejercicio
de autonomías territoriales y políticas que exigen la reconfiguración
de las estructuras estatales. El rechazo a descentralizar el Estado para
reconocer otras formas interculturales de gobiernos autónomos con
270 signo indígena, también genera desconfianza de las comunidades indí-
genas hacia los Estados, calificados como neocolonialistas, sobre todo
en Bolivia, Perú, México, Ecuador y Guatemala.
Si bien todos los procesos de consulta previa, así como el soporte
constitucional y jurídico, han avanzado notablemente en los regímenes
democráticos del continente, surgen insuficiencias que tienden a des-
naturalizar la consulta o someterla a muchos conflictos. Este artículo
tiene el objetivo de fomentar la discusión, resaltando algunos cuellos
de botella que afectan negativamente las consultas previas, para propo-
ner la necesidad de una reflexión que permita imaginar cómo mejorar
dichas consultas y destacar, cuando existen, las “buenas prácticas” o
los ejemplos exitosos que constituyen un conjunto de referencias cul-
turales y antecedentes democráticos para preservar los logros de la
consulta en prácticas concretas.
Los principales problemas desde
las estructuras del Estado
Entre las principales críticas que se realizan a la incomunicación entre
el Estado y los pueblos indígenas, destacan el desconocimiento que la
mayor parte de los funcionarios públicos tienen de las problemáticas
interculturales y las demandas de los pueblos indígenas, a las cuales se
intenta atender, en gran medida, con prejuicio. Específicamente, los
prejuicios surgen a partir de una incorrecta evaluación que el Estado
hace de la participación política indígena: en este caso, los Estados
actúan de manera paternalista al considerar a los grupos étnicos como
“menores de edad”, “minorías subordinadas” y “excluidos” que requie-
ren un tipo de asistencialismo constante.
Por otra parte, algunas comunidades indígenas desconocen las 271
estructuras estatales, varios procedimientos burocráticos y cómo
podrían mejorar sus capacidades de gestión política para influir en
la misma modernización de los Estados. En todo caso, se requiere de
un mutuo reconocimiento que brinde legitimidad, tanto al Estado
para responder efectivamente en términos de garante de la democra-
cia, equidad y derechos, como para los pueblos indígenas que podrían
presentarse como actores protagónicos en el ejercicio de sus propios
derechos y su autodeterminación.
Es imprescindible cerrar las brechas de contacto, información, con-
fianza y comunicación eficaz entre el Estado y los pueblos indígenas,
poniendo atención a las siguientes áreas conflictivas: en primer lugar,
la propiedad y uso colectivo de la tierra. De manera genérica destaca
el derecho a la “gestión de los territorios ancestrales” correspondientes
a los pueblos indígenas u originarios en Perú, Bolivia, Brasil y México,
por ejemplo.
Todos los procesos de consulta previa deberían considerar la posibi-
lidad institucional de gestión territorial bajo la tuición directa de los
pueblos indígenas. Esta área conflictiva ha hecho que los indígenas
se concentren en las demandas de autogobierno y la exigencia de ser
considerados como verdaderas “Naciones” para relacionarse de mejor
manera con el Estado, a fin de recibir parte de los beneficios económi-
cos producidos por diferentes proyectos de desarrollo.
Un ejemplo exitoso de esfuerzos por conquistar la gestión territorial
indígena es Canadá, aunque tuvo que generarse un largo camino de
aprendizaje y respeto político intercultural, proceso que puede durar
272 largas décadas. Canadá también es representativo por la emergencia
de un proceso de reivindicación por soberanía territorial y política del
movimiento indígena que reclama ser tomado en cuenta como un con-
junto de naciones. En este caso, los pueblos indígenas piensan, desde
comunidades quechuas y aymaras en Bolivia y Perú de los Andes, hasta
los pueblos mayas, quichés y chiapanecos, que las relaciones con el
Estado serían mucho más “horizontales” si se negocian las consultas
previas o los derechos de ciudadanía, de Nación a Nación.
Por otra parte, cuando se ejecutan consultas previas con el fin de
viabilizar la toma de decisiones, éstas son reevaluadas por el Estado
que niega o desvaloriza la capacidad para decidir de los indígenas. En
gran medida, se considera que los pueblos indígenas no tendrían por
qué ser los únicos actores que definan el futuro respecto a la explora-
ción y explotación de los recursos naturales en sus territorios porque,
supuestamente, siempre se encontraría por encima otro principio demo-
crático como “el interés general” de los ciudadanos de todo un país.
La consulta previa es vista como una prerrogativa “particularista” que
eventualmente afecta los intereses sociales más vastos de los Estados
democráticos, como algunos críticos lo han expresado en Chile, Guate-
mala y Colombia. En algunos casos se considera que la modernización
de la economía y la política estaría más identificada con concepciones
universales que contradicen las visiones culturalistas más restringidas
del mundo indígena, juzgado como el escenario de lo pre-moderno.
Al parecer, la consulta previa no resuelve las contradicciones entre
“particularismos étnicos e indígenas” versus las visiones “universalistas”
dentro de la gestión pública de un Estado. Este choque influye también
en la formulación de políticas públicas en América Latina. Para una 273
buena parte de funcionarios públicos y expertos en políticas sociales,
el enfoque predominante debería ser el universalismo y la asimilación
de los pueblos indígenas dentro del marco de un proyecto moderniza-
dor. Las naciones indígenas prefieren defender la necesidad prioritaria
de conservar su “identidad cultural y étnica”, como un valor superior
a cualquier tipo de universalismo o intento homogeneizador que prac-
tican los Estados modernos.
Lo que reduce bastante la comunicación efectiva entre el Estado
y los pueblos indígenas es el tipo de políticas públicas que, en algu-
nos casos, son generadas luego de las consultas previas, dando como
resultado un conjunto de “políticas focalizadas”, en contraposición a
las “políticas universales” en todo tipo de servicios como la educación,
salud, vivienda, empleo, etc. Las estructuras estatales tienden a ver las
consultas previas como un ámbito que fortalece la focalización de las
políticas públicas pero, al mismo tiempo, debilita la soberanía estatal
como una fuerza universal y nacional, con la capacidad de mirar el
desarrollo en términos más globales.
Si bien la consulta previa es un recurso valioso en términos demo-
cráticos, sus consecuencias en la realidad favorecen la descentralización
del poder del Estado, lo cual es rechazado por muchos funcionarios
estatales y partidos políticos que piensan en la defensa de una soberanía
única, a la cabeza de una estructura estatal más urbana y uniforme. Las
políticas interculturales como alternativas de legitimidad democrática,
todavía deben recorrer un largo trecho en materia de reconocimiento
pleno de la fortaleza política de los pueblos indígenas, con su derecho
a decidir absolutamente por medio de la autodeterminación.
274 Los pueblos indígenas requieren, asimismo, una mejor compren-
sión del funcionamiento estatal en términos de estructura burocrática,
escenario de conflicto político y ámbito fuertemente vinculado a las
fuerzas de la globalización. La eficacia de las consultas previas podría
mejorar mucho, si previamente son corregidos los problemas institu-
cionales que faciliten la reconciliación y comunicación legítima con el
Estado, a objeto de beneficiar también la consolidación democrática.
Es fundamental mejorar las condiciones de educación de los pueblos
indígenas, así como la generación de liderazgos políticos con una alta
capacidad de incidencia para lograr objetivos políticos interculturales,
democráticamente y en materia de reforma del Estado.
Los principales cuellos de botella de carácter político en la puesta en
práctica de los procesos de consulta previa, giran en torno a lo siguiente:
a) El problema de la soberanía estatal. El Estado trata de defenderse
de una serie de amenazas que podrían erosionar su autoridad polí-
tica. La consulta a los pueblos indígenas es un aspecto que mejora
la calidad de cualquier Estado democrático pero, simultáneamente,
agrega algunos riesgos para el ejercicio de la autoridad central. Los
pueblos indígenas quieren ampliar su fortaleza durante los proce-
sos de consulta por medio de negociaciones definidas “de Nación a
Nación”. Los indígenas representan otras Naciones y el Estado-Na-
ción se ve obligado a descentralizarse. Es por esta razón que adquiere
relevancia la experiencia boliviana respecto a las “autonomías indíge-
nas” y la autodeterminación como garantía de su propio desarrollo.
El Estado se ve en la necesidad de escoger entre la protección de su
soberanía, la descentralización o una mayor democratización histó- 275
rica que beneficie a todas las comunidades indígenas.
b) La negociación eficaz con las empresas privadas es otro cuello de
botella porque éstas no siempre aprecian cuan valiosa es una consulta
previa en términos de oportunidades reales. Las empresas debe-
rían cuantificar las pérdidas económicas que podrían sobrevenir,
si evitan las consultas o están expuestas a conflictos que provienen
de relaciones hostiles con los pueblos indígenas. Por su parte, los
pueblos indígenas junto con el Estado, pueden abrir escenarios de
respeto al medio ambiente, rendición de cuentas transparente y el
acceso a compensaciones justas, si logran que las empresas privadas
se comprometan a valorar en su verdadera dimensión los procesos
de consulta.
c) Asimismo, la soberanía está siendo debilitada constantemente por las
migraciones internacionales debido a que existe una interconexión
con otros problemas como el contrabando, el tráfico de seres huma-
nos, armas y drogas, fenómenos que también perturban a los pueblos
indígenas, complicando todavía más sus relaciones con el Estado.
La percepción de diferentes amenazas no permite establecer mutua
confianza entre las diferentes naciones indígenas y el Estado.
d) Es fundamental entender mejor cómo desarrollar relaciones de coo-
peración intercultural para descentralizar el Estado, respetar las
decisiones indígenas en las consultas previas y solucionar las dispu-
tas a través de un diálogo político de reconocimiento mutuo entre
los poderes estatales y las demandas de autodeterminación indígena.
e) Cuando el Estado se halla imposibilitado de imponer su autoridad
con el fin de controlar una serie de decisiones, políticas públicas y
276 combatir negocios globales ilícitos, se van fragmentando mucho sus
capacidades y formas de relación con la sociedad civil.
f) Si bien el Estado intenta modernizarse para volver a intervenir en
la economía, ya sea como actor estratégico del desarrollo, o como
agente regulador de las estructuras de mercado, se ha hecho muy
poco en los esfuerzos para incentivar el funcionamiento estatal
dentro de entornos interculturales. Un Estado con problemas de
soberanía y legitimidad en relación con diferentes grupos de la
sociedad, encuentra varios obstáculos para fomentar la inclusión de
diferentes pueblos indígenas desde una orientación intercultural. Así
se dificultan, tanto los procesos de consulta previa, como una mayor
y mejor democratización de la sociedad en términos de equidad.
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Revel, J.-F. (1993). El conocimiento inútil, Madrid: Espasa Calpe, Colección Austral.
Estos tres tipos de estándares educativos son los que proporcionan un 329
paso inicial, aunque no decisivo, para impartir una educación unitaria
y de calidad, pues la efectividad de éstos depende de que el diseño de
estándares de contenido y desempeño sea libre de interferencias políticas
y sólo esté a cargo de especialistas actualizados. La identificación de
cualquier estándar tiene que estar correctamente implementado, ser
considerado como guía pero tampoco esperar estándares inalcanzables,
a menos que los núcleos educativos cuenten con suficientes recursos y
los administren de forma eficiente.
Muchas veces, el establecimiento de estándares ha sido cuestionado y
originado una serie de actitudes resistentes provenientes de los siguientes
escenarios: a) por parte de los gobiernos, al destinar fondos económi-
cos a centros educativos públicos, en este caso hay un temor a observar
malos desempeños a pesar de subvencionar la educación; b) por parte
de la sociedad misma, considerando que el diseño curricular de algunos
colegios, muchas veces es insulsamente exigente; c) por parte de los
mismos centros educativos, al crear un statu quo en la actualización
curricular; éstos hacen lo que siempre hicieron, resignándose a creer
que el desempeño escolar invariablemente será promedio. Esto es sola-
mente una consecuencia de la falta de aplicación de la calidad como
filosofía en el proceso de transformación educativa.
Todo parámetro de medición es bueno, en tanto pueda definirse con
claridad qué debe enseñarse y qué clase de desempeño se desea obtener.
¿Qué y cómo deben aprender los estudiantes para tener éxito, no sólo
en el colegio, sino también en la universidad, en la vida profesional y
personal? ¿Están los estudiantes aprendiendo y lo están haciendo tanto
como deberían? El método de implantación, tiempo, control, evaluación
330 y retroalimentación de resultados de la aplicación de dichos estánda-
res, proporciona un valor útil en el mejoramiento educativo. Aplicar
la reforma educativa bajo este enfoque de calidad total, absolvería una
serie de dudas a través del tiempo.
La filosofía de calidad total en la construcción de un sistema edu-
cativo, orienta a las sociedades modernas a generar altos niveles de
enseñanza y aprendizaje que satisfagan plenamente las necesidades y
expectativas de una competitividad mundial. Bajo este panorama, un
modelo educativo que genere estándares excelentes de aprendizaje en la
sociedad debe considerar los siguientes factores:
1. Visión. Generar una concepción clara de lo que se cree que debería ser
el futuro del sistema educativo de un país ante los ojos de sus habitan-
tes, ante los ojos de países similares, y ante las sociedades mundialmente
competitivas. Esto logrará conducir esfuerzos en una sola dirección.
2. Liderazgo. Incorporar la gestión del liderazgo como herramienta básica
de unificación de compromisos y esfuerzos hacia la consecución de obje-
tivos bien definidos. En tanto exista una guía que motive a las personas a
creer en sí mismas y en el proyecto que desarrollan, se logrará llevar sus
capacidades a límites inesperados. La implantación de cualquier modelo
o reforma, requiere de la participación de verdaderos líderes que guíen y
ayuden a sus seguidores o colaboradores a lograr objetivos, reduciendo
las resistencias al cambio.
3. Gestión del talento. Las personas aumentan o disminuyen sus fortalezas
y debilidades en cualquier organización, dependiendo de cómo se las trate
(Chiavenato, 2002: 10). Si el capital más valioso del mundo es el capital
intelectual, es imprescindible considerar procesos de gestión del talento
humano al interior de un modelo de reforma educativa. Esto supone 331
definir estándares que encaminen e indicadores que permitan evaluar el
desempeño humano en dos esferas: a) profesorado, para diagnosticar y
mejorar los procesos de enseñanza; b) alumnado, para diagnosticar y per-
feccionar los procesos de aprendizaje.
En el ámbito docente, se requiere monitorear cuán motivados están, si
cuentan o no con estimulaciones que ayuden a intensificar su desempeño,
si esos motivadores son suficientes o no, si cuentan con programas de
entrenamiento que ayuden a mejorar su desempeño laboral, si el ambiente
laboral es armónico, si cuentan o no con evaluaciones de desempeño y si
éstas son empleadas con retroalimentación para mejorar sus debilidades.
En el ámbito de los alumnos, ¿cuál es su rendimiento académico?, si
éste refleja lo que verdaderamente aprenden. ¿Aprenden tanto como debe-
rían? ¿Cuán motivados están? ¿Qué los impulsa a mejorar su desempeño?
¿Éstos son suficientes? ¿En qué momento necesitan programas de ayuda
adicional?, y si los ambientes de enseñanza son afectivos, desafiantes y
retroalimentan sus resultados de aprendizaje.
4. Gestión curricular. Aquí es vital promover el diseño, elaboración,
ejecución, evaluación y actualización de procesos apropiados para la imple-
mentación curricular en las aulas. Los programas curriculares amplios
y desafiantes, aseguran el incremento de la calidad educativa, ya que el
éxito es atribuible al esfuerzo y no a las aptitudes.
Todos los procesos de aplicación práctica en las aulas, tienen que orien-
tarse hacia el trabajo en equipo entre los maestros para definir la (s)
metodología (s) de enseñanza (s), programas de apoyo especial a estu-
diantes, programas de entrenamiento a docentes, empleo de material
bibliográfico, programas de evaluación a estudiantes y docentes, así como
332 el establecimiento de mecanismos que permitan determinar el impacto
benéfico de la gestión curricular aplicada; es decir, la definición de están-
dares o indicadores que ayuden a evaluar los resultados.
5. Gestión de los recursos materiales. Asegurar la administración eficiente
de los recursos financieros, logísticos, tecnológicos e infraestructurales
para garantizar el desarrollo educativo con calidad.
6. Alianzas estratégicas. Desarrollar prácticas de articulación con actores u
organizaciones que contribuyan a mejorar la calidad de enseñanza-apren-
dizaje en los establecimientos. La interacción e intercambio de experiencias
entre instituciones educativas favorece el aprendizaje profesional (compartir
las mejores experiencias y prácticas de enseñanza, por ejemplo). Pueden
definirse un cúmulo de prácticas que contribuyan al desarrollo académico,
comunal o de colaboración con organismos locales, empresariales, etc.
7. Evaluación de resultados. Los procesos evaluativos ayudan a determinar
en qué medida están siendo alcanzados los objetivos propuestos, respecto
de los estándares o indicadores definidos para tal efecto (Cf. Ruano, 2010).
En el mejoramiento educativo, es determinante abordar la evaluación
de resultados como: a) una cultura orientada a conocer permanentemente
la progresión y tendencia de los procesos de enseñanza y aprendizaje; b)
una evaluación por competencias orientada hacia el análisis de desempeño
de las personas en diferentes contextos, a la luz de sus conocimientos;
c) un proceso de diálogo y concertación donde la población evaluada,
docentes, alumnos y otros, podrán aportar contribuciones significativas
a partir de análisis comparativos con otras instituciones, como referentes
para reflexionar sobre los resultados obtenidos y así poder efectuar planes
de mejoramiento; este es el corazón de toda retroalimentación. 333
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sions/Bolivia.pdf, (último acceso del 22 de febrero de 2011).
Introducción
El mundo social sigue siendo un escenario de rituales religiosos inaca-
bables. En el área andina de América Latina, especialmente en Bolivia,
Perú y Ecuador, el credo religioso con frecuencia nos arroja hacia los
fetos de ovejas, dulces, inciensos y alcohol; preparados especiales para
una mesa de sacrificios en honor a la madre tierra o Pachamama. Estas
prácticas simbólicas son expresión de la religiosidad en el mundo andino
de los aymaras y quechuas que se han mantenido hasta el siglo XXI.
La historia latinoamericana está envuelta de alegorías, entre las que se
destacan los mitos prehispánicos de Thunupa, Pachacamac, Viracocha,
Apo Katequi y Maco Capac. Seres extraordinarios, algunos miembros
de la más fina prosapia incaica que, una vez muertos, son elevados a
la categoría de dioses para proteger al mundo andino, orientando la
vida colectiva de los ayllus pero, simultáneamente, del conjunto de las
sociedades modernas donde conviven las contradicciones no coetáneas
a las cuales se refería Ernst Bloch; es decir, la pervivencia de dife-
rentes tiempos que como estratos profundos entremezclan el pasado
pre-colombino con la postmodernidad actual. Las teorías filosófico-so-
ciológicas de Niklas Luhmann son capaces de reflexionar la genealogía
de las religiones como estructuras de significado, o como un sistema
de comunicaciones. Esto da lugar a una filosofía de la cultura donde
la creencia en un ser supremo, junto con la posibilidad de una vida
más allá de lo material y terrenal, se convierte en un tipo de utopía que
cohesiona los lazos sociales y hace de la convivencia cultural un sitio
346 seguro. Seguro para vivir y para pensar en lo divino: caldo de cultivo
de un sentido para nuestras existencias.
La religiosidad es un hecho sociológico y un referente filosófico pre-
ñado de simbolismo y cosmogonía que hoy se convierte en intensas
creencias para cualquier estrato social. En unos casos, se busca la cone-
xión con una trascendencia que ofrece un más allá consolador, mientras
que en otras situaciones, lo más llamativo es la dialéctica de oposición
complementaria entre hembra y macho, arriba y abajo, e izquierda y
derecha como todavía lo muestran los ayllus o las comunidades amazó-
nicas. Polos bifurcados que definen la identidad cultural indígena y las
prácticas religiosas de las grandes urbes donde se habla intensamente
de un retorno o resurgimiento de la Religión como respuestas filosófi-
co-metafísicas al margen de la racionalidad instrumental.
En América Latina pueden rastrearse claramente las creencias reli-
giosas que inter-relacionan el Catolicismo con lo “trascendentalmente
Otro” del mundo andino-amazónico: los dioses que habitan las altu-
ras circundadas por el dominio de los cóndores, junto a la Cruz del
sacrificio cargado de valores en el mundo de la vida familiar contem-
poránea. El viento sopla por la fuerza de Apus, Achachilas y Apachetas,
dioses que gobiernan los nevados: Aconcagua, Chimborazo, Sajama e
Illimani. Los dioses míticos son muy exigentes y demandan compro-
misos inexplicables, por lo que una expiación es imprescindible para la
vida de una comunidad rural o urbana. Si el Cristianismo trascendió
por 20 siglos, fue porque las estructuras sociales están entretejidas de
imaginarios respecto a una vida después de la muerte. La religión como
filosofía de la cultura es una preocupación inmanente, expresándose
al mismo tiempo como estructura ideológica que debemos explicar.
La religión es un componente de la conciencia colectiva en las ciuda- 347
des y las comunidades rurales. Para muchos, los dioses otorgan poder a
las autoridades, rigen el derecho y enseñan el camino por donde transi-
tar a lo largo de los siglos. En la sociedad moderna o post-moderna nada
está más allá o fuera de la religiosidad. A lo largo de América Latina,
antes de la conquista española, la personalidad indígena probablemente
estaba dominada por una fuerza predominantemente masculina. Las
culturas andinas del Incario eran guerreras y Viracocha, dios mascu-
lino, constituía el símbolo del poder y la virilidad; sin embargo, después
del trauma político y cultural de la opresión colonial, la personalidad
andina tal vez se feminizó, razón por la cual Viracocha dio paso a la
preponderancia de la Pachamama. Si la personalidad andina contem-
poránea es en cierta forma sumisa y doble, las sociedades modernas
son también religiosas y creyentes, al mismo tiempo que desencanta-
das y dominadas por la Razón occidental iconoclasta.
Por cumplir con los designios de la Pachamama, los creyentes andi-
nos o cholo-mestizos como son llamados en Bolivia, Perú y Ecuador,
suelen ofrecer libaciones de todo tipo para obtener diversos favores
insondables, valorando también el pésame de la semana santa cató-
lica, aunque la historia del pueblo judío y la Biblia, tengan poco que
ver con las tradiciones ancestrales de América Latina. Súbitamente, la
contemporaneidad confunde miles de años de historia y las creencias
religiosas andinas, judeo-cristinas u orientales, dan lugar a una serie
de expectativas para explicar la situación actual del Hombre y su des-
tino terrenal.
El alcohol junto con la embriaguez o inclusive el uso de drogas,
representan una obligación en las fiestas patronales, por ejemplo para
348 el Día de los Muertos en México y Bolivia. El incienso purifica todo
dominio religioso, al mismo tiempo que los ritos de sangre (simbóli-
cos o reales) siguen constituyendo un recurso para alimentar el fulgor
divino. ¿Es la religión una preocupación únicamente filosófica, o exis-
ten formas más científicas para comprender sus alcances en los sistemas
sociales? Este artículo intentará responder de manera general a dicha
problemática: la creencia en algo supremo pero improbado, utilizando
como marco de referencia algunas lecturas que provienen de las teorías
de Luhmann, abordando también la necesidad de repensar la biblia
como manifiesto político que transmite la oferta de un más allá como
figura política, cuyo propósito es visualizar un nuevo orden que otorgue
sentido a nuestras existencias, aunque sea desconocido, sobrenatural
o inclusive absurdo.
El misterio que rodea toda práctica religiosa no es sino un fuego de
artificios y formas alternativas de racionalización. Avanza paralelamente
al crecimiento de la fe y la seguridad en que se debe sacrificar para
la Madre Tierra o para Cristo redentor. Las sociedades contemporá-
neas no se han secularizado de manera drástica ni absolutamente. La
Razón de la Ilustración aún convive con la búsqueda incesante de lo
sagrado, de aquello inalcanzable pero pacificador: el mañana mesiánico
como esperanza futura al lado de fuerzas divinas, pero también como
consciencia vigilante donde la razón crítica, aparentemente comparte
espacios con la teología, la utopía y la misma epistemología, según
algunos teóricos de la Escuela de Frankfurt, por ejemplo, Theodor W.
Adorno y Max Horkheimer50.
En pleno siglo de las revoluciones tecnológicas de la comunicación
y la sociedad global como solía pensar Luhmann, no representa un
exotismo escuchar que en Bolivia surjan rumores (o tal vez experien- 349
cias reales) donde en muchos edificios, puentes o casas de las grandes
urbes y sus alrededores, se rinda un culto insólito y sangriento para la
Pachamama con el objetivo de evitar su ira. En muchos casos se entie-
rran en los cimientos criaturas de llama, mientras que en la obras de
gran envergadura estaría permitido el sacrificio de seres humanos que
podrían ser depositados para rendir pleitesía a la mitología, luego de un
rito donde se los hace comer y beber profusamente hasta morir. Esto
tiene una relación con los sacrificios humanos del Incario y de los anti-
guos mayas, para quienes rendir pleitesía con la sangre humana, sobre
todo joven, era una exigencia moral y hasta erótica.
50 Adorno, Theodor W. Can one live after Auschwitz? A philosophical reader (edited by Rolf Tiedemann),
Stanford, California: California University Press, 2003. Consultar también: Solares, Blanca. “Max
Horkheimer o el anhelo de lo completamente otro”, en: Gina Zabludovsky (comp.), Teoría socio-
lógica y modernidad. Balance del pensamiento clásico, México, D. F.: Plaza & Valdés / UNAM 1998,
pp. 215-233.
Los artilugios de la fe ancestral, muchas veces tienen un enorme
contenido violento que, extrañamente, es asumido por los ciudadanos
de toda laya en tiempos post-modernos. La fe está simultáneamente
conectada con la razón científica, con las explicaciones que han des-
encantado al mundo actual y aún se transporta firme hacia diferentes
dimensiones que se resisten a reconsiderar lo religioso únicamente como
falsa consciencia. La Religión y toda expresión de religiosidad es parte
de la vida cotidiana, como afirma Luhmann, consolando el ánimo de
aquellos que buscan fortuna y explicaciones como parte del enigma que
circunda nuestro paso por este mundo, rodeados de espíritus benignos
y malignos, invadidos de supersticiones, cuentos, liturgias sangrientas,
racionalidades y utopías en medio de un baño de caos y orden.
350 ¿Podemos sospechar aquello que está en la mente de Dios para res-
ponder a las interrogantes de nuestra vida y nuestros vacíos? ¿Existe
una lectura política de la biblia? ¿En qué términos y cómo hallar una
mezcla de meditaciones espirituales junto con un sentido de acción para
asumir compromisos políticos? Muchas veces, el hecho de separar la
dimensión religiosa espiritual del mundo político se presenta como si
fuera un ejercicio sin sentido porque constituiría una suerte de arro-
gancia intelectual. Aquí surge el sentido político de la biblia, que sería
un desafío pagano para algunos e inclusive un intento doloroso por la
posibilidad de encontrar explicaciones y respuestas únicamente imper-
fectas, es decir, humanas.
La lectura política de la biblia plantea la necesidad de poseer conoci-
mientos históricos y teológicos, aunque representa una experiencia única
porque actualmente estamos lejos de cualquier interpretación oficial, o
al margen de recibir imposiciones institucionales que destruyen toda
espiritualidad. Acercarnos a las escrituras, firmes y con el propósito
de dialogar desde lo más profundo de uno mismo, es un esfuerzo para
reconciliar a la divinidad y los anhelos terrenales por preservar aquello
que denominamos fe. Asimismo, dicha fe es otro nombre para expresar
las pugnas psicológicas del ser humano que se debaten entre la exége-
sis y las incertidumbres en torno a Dios como producto de la cultura.
Leer libremente la biblia abre una serie de respuestas antropológi-
cas y políticas para repensar la ética y el existencialismo. El primer
episodio es romper con el temor de no entender la palabra de Dios, o
encerrarse en la derrota de creer que existe algo totalmente inescruta-
ble en cualquier texto bíblico. Si hubiera algo impenetrable, entonces
el hombre no podría comprender, ni su naturaleza ni la de Dios. Por
lo tanto, interpretar la biblia ayuda a pensar nuestra existencia y la fe 351
en términos antropomorfos, lo cual significa mirar la biblia como un
producto, simultáneamente sagrado, literario y humano.
Toda lectura flexiblemente honesta de la biblia que se proponga
conducir nuestra vida espiritual, obliga a que los hombres borren la
frontera entre el horizonte cognitivo para comprender los mensajes de
Dios y aquello que no sería posible entender. En el fondo, cualquier
mensaje bíblico puede ser aprehendido, dado el impulso existencial de
toda persona para vislumbrar los rumbos respecto a las preguntas: ¿de
dónde venimos y hacia dónde vamos?
Las historias más interesantes, son precisamente aquellas contenidas
en los evangelios donde se describe la vida, pasión y muerte de Jesucristo,
quien es al mismo tiempo un ser humano extraordinario y divino. A
diferencia de otras religiones, el cristianismo marcó una inmensa huella
en la historia, al mostrar de forma violenta e impresionante la manera
cómo Dios envió a su único hijo, sabiendo que sería sacrificado por
medio de una muerte tormentosa.
La lección es sorprendente porque el verdadero rey, es decir, el hijo
de Dios, es reducido a un hombre sencillo, humilde, sufrido pero
sobrenatural que predicó una política donde todo poder en la tierra es
relativo y débil al final de cuentas, pues los últimos serán los primeros
y los privilegios deberán convertirse en su opuesto: el servicio y sacri-
ficio con lo cual Jesús invitó a todos a seguirlo.
¿La vida de Jesús es un llamamiento existencial a ser como él?
¿Podemos alcanzar este desafío, o los evangelios son una metáfora que
instruye angustiosamente sobre los extremos a donde llega la maldad
humana? La biblia tiene varios núcleos políticos relacionados con la
352 utopía y la probabilidad de cambiar lo más hondo de nuestra identidad,
junto a la promesa de seguir vivos después de la muerte.
Leer la biblia implica caminar con confianza hacia una exégesis sin-
cera, reconociendo las incertidumbres sobre cómo imitar el ejemplo de
Cristo, pues esto exige subvertir cualquier orden injusto y destruir toda
forma terrenal de poder. Los horizontes políticos de la biblia chocan,
tanto con la secularización, como con el siempre presente dogmatismo
de las iglesias y el credo institucionalizado, aunque no desaparece el
sentido de un trascendentalismo de aquello que llamamos experien-
cia religiosa.
52 Cf. Luhmann, Niklas. “El proceso de diferenciación de la religión”, en Sociología de la religión, ob.
cit., pp. 195-286.
Lo sagrado es el imperio del misterio aunque no se habla de la muerte
como una situación relacionada con el más allá; sin embargo, la creen-
cia en algo sagrado tiene el propósito de comunicar que quien muera
no se perderá en la nada sino que podría reconciliarse con la llegada de
la felicidad. ¿No es la muerte, incluso para los que creen en la inmor-
talidad del alma y el cuerpo, el verdadero misterio?
La lectura de Luhmann muestra que el hombre moderno raciona-
lizó lo sagrado y así perdió el significado profundo de lo que significa
la sacralidad. De cualquier modo, la cultura como estructura de sig-
nificaciones protegió el sentido religioso para darle un lugar nuevo: el
misterio sobre la mortalidad. El miedo a reconocerse como un ser insig-
nificante y mortal hace que la religión refuerce y reinstale la conciencia
de lo sagrado. Asimismo, la vivencia de lo sagrado, en la antigüedad 355
o actualmente, no es racional, sino una experiencia “primigenia”: el
hombre está indefenso frente a la metafísica de lo inexplicable identi-
ficado con las divinidades. Lo santo, sagrado y misterioso no pueden
definirse pero podemos darle un sentido ligado a los dioses. La repre-
sentación de lo divino entrañaría tres significados complementarios:
a) el sentimiento de dependencia al haber sido creado por algo sobre-
natural; b) el sentimiento de ambivalencia de lo experimentado como
espiritualidad ligado a lo supremo que es inmortal e imperecedero; y c)
el misterio tremendo de la muerte caracterizado por la insignificancia
del ser humano, indefenso ante las fuerzas de la naturaleza y total-
mente inerme frente a la finitud de todo.
El sentimiento de dependencia definiría a lo sagrado que no siempre
podría ser de origen divino. En la sociedad funciona otro tipo de depen-
dencias que no son religiosas ni sagradas. En Luhmann, la función
de la religión como una “estructura y forma de comunicación total”,
tiende a mostrar cierta ambivalencia dentro de la experiencia sacra;
sobre todo, en las relaciones de atracción y repulsión, en el llamado y
el rechazo que caracteriza a la experiencia del misterio tremendo, que
en la biblia se identifica con la expulsión de los hombres del Paraíso, la
muerte del hijo de Dios hecho hombre y el Juicio Final que oprimirá
al hombre bajo la forma de un Apocalipsis. El misterio se presenta de
maneras diversas: representaría el suave flujo del ánimo que busca res-
puestas sobre cómo es posible la existencia del mundo y el universo, a
partir de expectativas trascendentales. Lo misterioso también se expresa
en una conducta social vista como súbito estallido del espíritu, mez-
clando lo feroz, el sentido de lo bueno y malo, e incluso lo demoniaco
356 junto a lo divino.
Por otra parte, lo tremendo es el miedo que podría manifestarse
en el terror de Job hacia Dios. Todo hombre sería un ser atemorizado
y muchas veces enfurecido con Yahveh. En el Libro de Job del Anti-
guo Testamento existen los extremos de lo tremendo: la lucha entre
Dios y el diablo en la cual habrá de triunfar el Señor, pero dejando la
puerta abierta para una profunda decepción y permanente tristeza en
el Hombre que lamenta haber sido víctima del egoísmo de Dios y su
poder vanidoso que lo hace sufrir y lo humilla. Además, lo que hace
que el misterio sea tremendo, representa también su inaccesibilidad,
su energía, la pasión que despierta y los impulsos que promueve. El
hombre estaría atrapado en medio de dudas que se orientan sacramen-
talmente hacia la divinidad, o amarrado sacramentalmente hacia el
mal: el ser humano mata y muere porque puede ser conducido hacia
el bajo mundo. En Luhmann, la religión es un tipo de comunicación
tremenda y totalizadora capaz de invadir todo el sistema social, aguan-
tando el paso del tiempo histórico.
El misterio de Dios y lo sagrado nos conduciría hacia lo admira-
ble, asombroso y a la contemplación. Este es el origen y la función de
comunicación que ejerce la mística dentro de la teología. Para la teo-
ría luhmanniana de la religión, los místicos son hombres que saben
ver, mirar y admirar los diferentes sub-sistemas, contribuyendo a la
auto-observación del mundo social.
Lo sagrado pertenece al sistema de la sociedad entendido como una
especie de propiedad estable o efímera relacionada con ciertas cosas
(los instrumentos del culto), con ciertos seres (el rey, el sacerdote, el
místico), con ciertos espacios (el templo, la iglesia, el lugar en alto del
supremo), y con ciertos tiempos (el domingo, el día de Pascua, la Navi- 357
dad y otras fiestas religiosas que son consideradas patrimonio cultural).
Lo sagrado representa la comunicación más efectiva para todas las
cosas en la sociedad primitiva. Sin embargo, lo sagrado también es
ambiguo. Quienes experimentan lo sagrado pueden reaccionar con
respeto o aversión, deseo o terror. Su naturaleza sería equívoca, refor-
zándose la contingencia prevista por Luhmann. La religión puede
comunicar, explicar, generar sentido sobre el mundo, al mismo tiempo
que fracasar en su intento por construir una totalidad. Puede existir
un conjunto de conductas de resistencia que rechazan el hecho de ser
totalizadas y articuladas por la religión.
Esta ambigüedad está presente en las sociedades primitivas o arcai-
cas y, probablemente, Luhmann encontraría la misma ruta ambigua
para la sociedad moderna que confronta la ambigüedad con otros
sub-sistemas donde nuevas formas de comunicación como el poder y
el dinero son capaces de hacer el mundo más accesible o de manera
similar, sumamente insoportable, reimpulsando la fragilidad humana
hacia el camino religioso.
En las grandes religiones universales como el Cristianismo y el Islam,
lo sagrado tiene un nombre preciso: Dios, no el Dios de los filósofos
sino un tipo de Dios personal y vivo ante los ojos de quienes experi-
mentan la comunicación con el fenómeno religioso, sobre todo ligado a
la magia y a ciertas estructuras institucionales como la iglesia en Roma.
¿En estas instituciones, desaparece por completo la ambigüedad y lo
equívoco? Este debate se encuentra abierto en la teoría de Luhmann,
para quien lo sagrado requiere de un espacio privilegiado. Este espa-
cio, a diferencia del espacio de las matemáticas o de la física teórica
358 en la ciencia de lo probable, no es homogéneo. Procede de múltiples
experiencias primordiales, espirituales, subjetivas y esquivas que son
codificadas por completo en el sistema de la sociedad.
La experiencia de la creación del mundo siempre es algo sagrado, ya
sea éste el Génesis o la ausencia de un origen porque según las concep-
ciones budistas, la existencia sería algo eterno. Posiblemente, cualquier
experiencia religiosa continúa siendo mágica y existe porque ayuda
a descubrir un eje comprensible del mundo, el cual, muchas veces,
también es insondable debido a los universos subjetivos que entran
en funcionamiento e interactúan con los fenómenos religiosos. En
las culturas arcaicas, según Luhmann53, este eje puede constituir una
conexión de comunicaciones que unen a la tierra con la luz primor-
dial: el origen del misterio, pero siempre indeterminado. El miedo de
53 Cf. Luhmann, Niklas. “La dogmática religiosa y la evolución de las sociedades”, en Sociología de la
religión, ob. cit., pp. 75-194.
los hombres está ante la muerte y frente a lo que nunca se podrá saber
a ciencia cierta: ¿quién creó el mundo, el universo y a la raza mortal
de humanos?
Esto no desaparece a pesar de los procesos de diferenciación com-
pleja en las sociedades modernas donde las formas sofisticadas de
comunicación tratan de encontrar un sentido codificado del universo,
transformando el caos en cosmos; es decir en orden social. De todos
modos, siempre surge la posibilidad del terror, del desorden, de la
anomia y, por lo tanto, del regreso del misterio y la búsqueda de expe-
riencias religiosas que reclaman por un refugio al interior de lo sagrado.
En los planteamientos de Luhmann, parece que la religión podría
convertirse en una estructura de comunicación tendiente a la indeter-
minación y, por lo tanto, resistente a ser explicada dentro de la teoría 359
de sistemas.
Algunos ejemplos del misterio como secreto religioso y código de
comunicación para ordenar la realidad social arcaica, serían los tabúes
que son convertidos en eslabones débiles de la cadena del orden social,
en transiciones o fenómenos híbridos que no pueden clasificarse lle-
gando a desembocar en anomalías. Por otro lado, la religión ingresa en
el sistema de la sociedad como mecanismo de apoyo durante diversos
momentos, legitimando la autoridad política y colocando la imposi-
bilidad de la comunicación en espacios que son aprovechados por los
individuos como un sentido de trascendencia, subjetivo-personal y
cautivo del secreto: nadie sabe de dónde venimos, a dónde vamos, ni
por qué hemos de existir. Conforme evoluciona la sociedad hacia la
diferenciación de la modernidad, Luhmann considera que disminuye
la necesidad de un sentido comunicativo específico que pueda mani-
festarse de manera específicamente religiosa.
Para Luhmann, la religión se manifiesta como una estructura cultu-
ral y, por lo tanto, la función de toda religión estaría relacionada con la
determinabilidad del mundo. “En razón de esta función de reformu-
lar la complejidad indeterminada, la religión permanece atada al nivel
del sistema societal como un todo. La religión no ha cambiado esta
conexión, sino que la conexión es quien la transforma. Es precisamente
esta referencia al sistema como un todo lo que explica los cambios en
la evolución y las fortunas históricas de la religión”54. En la medida en
que aumenta la diferenciación y complejidad del sistema de la sociedad,
las explicaciones respecto a cuáles son las razones últimas en relación
360 al mundo como un todo, se reducen, aunque la religión continúa ope-
rando como una posibilidad donde se desahogan al mismo tiempo,
ansiedad e incertidumbre.
La religión va reformulando aquellas situaciones en que surge o se
mantiene la inseguridad sobre el tipo de mundo que experimentamos
social y subjetivamente. En consecuencia, el fenómeno religioso trata
de interpretar sucesos de manera que pueda realizarse una correlación
entre tales interpretaciones y las orientaciones de sentido con que fun-
cionan las personas. Toda religión hace posible un incremento de la
inseguridad aceptable. “La necesidad de este logro se relaciona y varía
con dos factores. Primero está la etapa de desarrollo de la sociedad.
Este desarrollo conlleva una complejidad creciente y la contingencia de
otras posibilidades. En segundo término están las estructuras mismas
57 Habermas, Jürgen. Israel o Atenas. Ensayos sobre religión, teología y racionalidad, (edición de Eduardo
Mendieta), Madrid: Trotta, 2001.
58 Estrada Díaz, Juan A. Por una ética sin teología: Habermas como filósofo de la religión, Madrid: Tro-
tta, 2004.
extraña convivencia entre dos mundos mutuamente excluyentes: la
secularización, es decir, el proceso cultural por medio del cual, tanto
el racionalismo como la Razón humana, rechazan cualquier explica-
ción trascendental, divina o religiosa, privilegiando la confianza en el
poder de la ciencia. Por otro lado, el mundo secular camina junto al
resurgimiento de múltiples doctrinas religiosas y un renovado inte-
rés por todo tipo de misticismos que anhelan un más allá paradisíaco
donde pueda plasmarse el renacimiento espiritual de la humanidad.
Tanto el racionalismo como el desarrollo científico caracterizan a la
modernidad y los procesos de modernización en cualquier parte del
mundo; sin embargo, las religiones universales como el cristianismo,
el movimiento islámico y otras filosofías espiritualistas del oriente hin-
364 duista, budista o taoísta, son constantemente reinterpretadas a la luz de
las calamidades como el incremento de la violencia urbana, el hambre,
la pobreza mundial, la inseguridad fruto de enfermedades infecciosas,
el miedo a una hecatombe nuclear o medioambiental, y el deseo por
reconciliar la Razón instrumental del occidente secularizado, con la
protección de la naturaleza a escala global.
En el terreno político, el fin de la Guerra Fría popularizó la idea de
un final de la historia y las ideologías para ensalzar una nueva época,
caracterizada por el triunfo de la democracia liberal y el atractivo
de la sociedad de mercado. La búsqueda del crecimiento económico
transmitió varios mensajes donde, supuestamente, era más importante
consolidar una voluntad humana que haga prevalecer su conducta
racional privilegiando sus intereses y beneficios personales, junto con
las múltiples opciones de consumo que el mercando iba a proveer.
De pronto, las convicciones políticas o las filosofías clásicas en torno
a la naturaleza humana y la representación del hombre en la moderni-
dad capitalista, fueron vistas como inútiles, en medio de una defensa
a ultranza de las satisfacciones materialistas. Esto fue un error grave
y, hasta cierto punto, completamente absurdo porque ni el mercado y
ningún sistema pluralista que reconozca los derechos civiles como las
democracias contemporáneas podrían prescindir de creencias donde
se expliciten claramente cuáles son los sentidos de la vida, del espíritu
humano que se esfuerza por construir obras imperecederas o, sim-
plemente, ideas capaces de reconocer las múltiples limitaciones del
hombre en medio de la evolución del universo cuya finalidad última,
probablemente no existe.
Las religiones y las convicciones ideológico-filosóficas están saluda- 365
bles y plenamente vigentes. El sentimiento de lo sagrado desempeña un
papel central para cualquier clase social, aunque también se esconde
una duda fundamental: ¿en qué creen las grandes mayorías del siglo
XXI?, ¿éstas se sienten convencidas por ideologías?, ¿o simplemente
fingen para explotar únicamente su ego? Por supuesto que resaltarán
un sinfín de hipocresías al confirmarse la enorme distancia existente
entre aquello que las personas dicen creer y lo que realmente practican.
De todos modos este no es el centro del problema.
Las religiones junto con las ideas políticas y filosóficas son la manera
en que los hombres aceptan sus derrotas o sus éxitos como inevitables.
Aceptar la vida como derrota o fortuna no es posible, sino a condición
de identificar una serie de explicaciones sobre el sentido de la vida;
sentido que no está sujeto únicamente a la racionalidad científica del
mundo moderno, sino condicionado a la aceptación de un orden que
girará en torno a diversos entendimientos de lo sagrado.
La biblia es uno de los productos estéticos más hermosos de la cultura
occidental. Como un conjunto de escrituras portadoras de misterios
religiosos, lecciones políticas y reflexiones filosóficas, la biblia no sola-
mente define la identidad del cristianismo, sino que también contiene
varias promesas utópicas respecto a un reino que no es de este mundo:
el más allá donde los conflictos existenciales se resuelven con plena
justicia. Por esto, una lectura política de la biblia adquiere relevancia,
sobre todo para comprender ¿en qué consiste la legitimación de la auto-
ridad divina y por qué deberíamos obedecer las jerarquías sociales en
función de cierto equilibrio y orden políticos?
366 La biblia posee un sentido político debido a que si los hombres se
alejan o desafían el proyecto de Dios, quedan sumidos en una pro-
funda soledad. Abandonar a Dios y cuestionar su autoridad conduciría
al aislamiento y sentimiento de culpa por haber traicionado un plan
trascendental. Esta trascendencia es un orden determinado, es decir,
un “cosmos” cuya suprema culminación conduce al género humano
a la totalidad de Dios, quien supuestamente nos ama porque fuimos
creados a su imagen y semejanza; sin embargo, Dios también otorgó a
los hombres un arma valiosa: la capacidad de decidir por cuenta pro-
pia, pensar en los intereses propios y, por lo tanto, utilizar nuestras
libertades para componer un escenario de reglas humanas que, por lo
general, cae en el abismo del “caos”.
El cosmos ofrecido por la biblia representa al orden político, contra-
puesto al caos humano contradictorio y, en esencia, peligroso mientras
se aparte de Dios. Este carácter político aparece desde el Génesis. Dios
caminaba solo como un “logos errante” pero poderoso. La humanidad
no existía porque Dios era la única fuerza que hablaba en soledad. ¿A
quién predica ese logos solitario y oscuro, difícil de comprender? ¿Qué
lenguaje utiliza en ausencia del mundo y los hombres?
El Génesis muestra cómo Dios tomó una decisión política notable:
crear a los hombres, superando su soledad y reconciliándose consigo
mismo. Así se crea el cosmos: un orden político cuyo poder, responde
únicamente a la divina decisión de abandonar la eterna soledad. Los
hombres nacen para acompañar a Dios pero, simultáneamente, sopor-
tan una división entre el ser supremo y ellos que están sometidos al
poder divino.
Cuando Adán y Eva se dan cuenta que también pueden decidir por
voluntad propia y comer de la manzana prohibida, entonces comienza 367
otro horizonte: los hombres son capaces de conquistar, imaginar y crear
otro orden político, impugnando la legitimidad divina que les dio vida.
La discordia del Génesis entre Dios y los hombres, es el primer con-
flicto político que se resuelve mediante la expulsión del paraíso y el
hallazgo del sufrimiento.
La gran lección humana de la decisión de instaurar su propio orden,
descansa en que la “facultad de elegir” siempre implica un riesgo. Los
hombres y mujeres escogen diferentes opciones teniendo conciencia
de que no solamente las consecuencias de nuestras acciones son casi
imprevisibles, sino que tampoco hay nunca, en lo que se refiere a las
consecuencias previsibles, criterios de elección que sean infalibles como
el presunto logos divino.
Si los hombres establecen sus propias reglas y un orden político
paralelo, entonces desatan el caos y un sino doloroso que se manifiesta
a través de sus conflictos existenciales: ¿de dónde vienen; cuál es su
misión; hacia dónde va la vida humana; tiene ésta sentido específico
sin Dios; por qué la existencia se hace, a momentos, insoportable?
Varias veces, Dios se acerca a los hombres luego de la ruptura, ofre-
ciendo una oportunidad salvadora por medio de la llegada de Jesucristo,
cuyo nacimiento es, probablemente, una respuesta bíblica para regre-
sar al equilibrio inicial del Génesis, al orden natural y feliz de aquel
cosmos arcano cuya legitimidad reposa en la benevolencia de un Dios,
al mismo tiempo extraño, vengativo, misericordioso, guerrero, amo-
roso, justiciero, indiferente y, finalmente, articulador de todo tipo de
equilibrios sociales y políticos que provienen del cosmos. La política
de la biblia es una imagen interesante sobre cómo Dios abandonó su
368 soledad, creó a los hombres y éstos eligieron otros caminos que con-
tradicen el desconocido plan original.
Detrás de cualquier lectura bíblica, destaca también la preocupa-
ción en torno al mal, su origen y prevalencia en el mundo. Ejercer el
mal constituye un acto de repudio para la gran mayoría de las perso-
nas. Sin embargo, la práctica del mal en forma permanente es una de
las identidades más profundas de la naturaleza humana. Todos esta-
mos equipados con la capacidad necesaria para cometer los actos más
perversos que podamos imaginar; por lo tanto, necesitamos fuerzas
sobrehumanas, leyes y amonestaciones de carácter moral para limitar,
aunque no erradicar, las penetrantes influencias del mal en la concien-
cia y en los actos de nuestras distintas vidas59.
59 Cf. Habermas, Jürgen. Entre naturalismo y religión, Barcelona: Paidós, 2006, p. 98.
La biblia contiene hermosas enseñanzas sobre cómo restringir las
inclinaciones del espíritu hacia el mal. Es más, los evangelios junto
a las prédicas de Jesucristo brindan una posibilidad interesante sobré
por qué arrepentirse, rectificar la conducta pecaminosa y alcanzar, no
la perfección, pero sí el perdón de Dios por medio de un “sentido de
reconciliación”. ¿Es la biblia un conjunto de reflexiones filosóficas en
torno a la reconciliación con un ser supremo?
Desde el Génesis, la expulsión del paraíso de Adán y Eva se convir-
tió en una metáfora aleccionadora en torno a las barreras que la raza
humana debería introducir para no ejercer el mal o desafiar la autoridad
divina. De cualquier manera, ¿es lo mismo el desafío a la autoridad de
Dios y la búsqueda de una rectificación por haber practicado el mal?
Esto es sumamente discutible, debido a que ambos problemas ético-re- 369
ligiosos son diferentes.
Por una parte, cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios al comer
los frutos prohibidos de la sabiduría, surgió de inmediato un dilema
político: los hombres y mujeres, al haber sido creados a imagen y
semejanza divina, tomaron libremente la decisión de transformarse
en autoridades plenas con el objetivo de estar a la altura de su creador,
impugnarlo y, finalmente, tratar de superarlo, fruto de la arrogancia
inherente al cultivo del saber y el ejercicio político que brota de las
fuerzas humanas.
Simultáneamente, los hombres son hábiles para profesar y efectuar
el mal, aunque con un cargo de conciencia que los obliga a rendirse,
solicitando el perdón y buscando un sentido de reconciliación. Posi-
blemente, el impulso del arrepentimiento representa un ilusorio deseo
infantil para retornar al paraíso de la unidad y la felicidad. La búsqueda
del perdón, no es lo mismo que el intento por reconciliarse con la auto-
ridad de Dios quien termina venciendo como el creador dominante.
El perdón de los pecados es la alternativa inventada por los hombres
expulsados del paraíso, hasta que rectifiquen sus conductas equivocadas.
La búsqueda de una reconciliación entre la raza humana y su creador
proviene del sufrimiento de haber sido expulsados de aquella unidad
primigenia, denominada paraíso. En el fondo, tal paraíso es una fan-
tasía cuya lejanía provoca un sufrimiento espiritual cuando algunos
seres humanos se consideran no merecedores, debido al ejercicio del
mal que prevalece en sus acciones; empero, la experiencia de una pér-
dida del paraíso es lo mismo que extraviar la unidad, el equilibrio y la
felicidad original, es aquello que estimula distintas acciones cuyo propó-
370 sito es reconciliarse con las experiencias ligadas a lo supremo y sagrado.
El ejercicio del mal es el sentido de realidad que el mundo soporta
cada día. Junto a éste se presentan un conjunto de imaginarios donde
ingresa el sentido religioso. En los sueños retorna intensamente la fan-
tasía por remontar los errores del mal, mientras que al despertar, los
seres humanos enfrentan el sentido de realidad construyendo intentos
para reconciliarnos con los conceptos de ética y el sosiego que conlleva
saberse imperfectos, pero por esto mismo, luchar hasta plasmar obras
supremas donde brillen la felicidad, el perdón y la unidad de un reco-
mienzo que se encamine hacia el bien60.
60 Cf. Habermas, Jürgen. Religion and rationality: essays on reason, God and modernity, Cambridge:
MIT Press, 2002, p. 69.
Conclusiones
En las orientaciones teóricas de Luhmann y un intento de lectura
política de la biblia, señalan que la religión se expresa como estruc-
tura cultural y acción autoritaria sobre la conciencia, al mismo tiempo.
Cuando muchas veces se afirma que el mundo se ha desacralizado o se
transformó cada vez en algo más profano, es posible encontrar todo lo
contrario: un mundo que lucha por seguir siendo sacralizado y ligado
a los misterios de la trascendencia. Con Luhmann, el mundo social
tiende a ser falaz y contradictorio en caso de no asumir las influencias
de cualquier religión donde las nuevas sacralizaciones toman el todo
por la parte y erigen la parte religiosa en un todo pleno de sentidos,
significaciones y orientaciones ideológicas o de comunicación.
Los códigos de Dios y sus representaciones en la sociedad se presen- 371
tan siempre por medio de las tradiciones bíblico-helénicas, cristianas,
musulmanas y concepciones filosófico-metafísicas más globales como
el hinduismo o el budismo zen, en las cuales diferentes sociedades
buscan una solución a sus problemas desde el fenómeno religioso lle-
vando adelante ideas relacionadas con la promesa de lo supremo sobre
la tierra. Estas funciones de la religión son, al mismo tiempo, un con-
junto de búsquedas transformadas en tradiciones precisas y claras que
inclusive dieron lugar a la racionalidad de Occidente.
Memoria del mundo antiguo y misterioso, percepción, códigos de
sentido, estructuras de comunicación y añoranza por estar protegidos
al calor de una fuerza divina que otorgue un sentido de trascendencia
a la vida socio-terrenal, llegan a ser los fundamentos del problema reli-
gioso y de cualquier intento por explicar en qué consiste la experiencia
relacionada con Dios, el cual es, culturalmente, una imagen esquiva
de la eternidad.
Las explicaciones complejas planteadas por Luhmann, también dejan
entrever el intento de recuperar el ánimo de considerar a los hombres
y al mundo como seres que dentro de su finitud y de su imperfección,
transmutan la existencia de cierto aire vinculado con lo perfecto y un
camino donde los seres humanos están constantemente expuestos a
llegar a situaciones como posibilidad; es decir, a cambios posibles y,
en síntesis, a tener las condiciones para construir un mejor mundo
probable.
El sentido religioso y la persistencia de obsesiones trascendentes, se
ligan políticamente a un deseo oculto de los hombres para resucitar e
372 imaginar transformaciones de distinto alcance. Si pudiéramos volver
a nacer, con seguridad olvidaríamos viejas rencillas pero, al mismo
tiempo, brotaría una extraña felicidad por el hecho de corregir equi-
vocaciones que alguna vez nos quitaron el sueño. El renacimiento se
convierte en otra metáfora, ya sea bajo la forma de una oportunidad
para vivir intensamente ciertas creencias trascendentes, imaginar la
reencarnación, o simplemente para ilusionarse con el objetivo de trans-
formar la conciencia íntima. La conversación de Nicodemo y Jesús en
el evangelio de San Juan está llena de ideas políticas sobre cómo y por
qué nacer de nuevo desde arriba.
Cuando la biblia sugiere que no sería posible ver el reino de Dios, si
no es a través de la necesidad de nacer nuevamente, nos encontramos
en medio de aquella tensión entre la belleza de un retorno al vientre
materno y la experiencia de estar afuera en un mundo de contradic-
ciones, sufrimientos y esfuerzos. El orbe terrenal es el tiempo y espacio
de lo mortal junto con varios traumas. Anhelamos tantas cosas pero
sabemos que es imposible ir más allá de las limitaciones humanas; es
decir, somos presa de la imperfección que causa dolor psicológico.
El renacimiento sería una respuesta por regresar a un punto de ori-
gen donde las cosas se hicieran más fáciles de sobrellevar, aunque con
espinosos desafíos. Primero, el evangelio de Juan muestra un Jesús
que invita a creer en su testimonio cueste lo que cueste. Para ingresar
en el reino de Dios, se necesitaría nacer desde arriba. “El viento sopla
donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni
adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del espíritu”, habría
explicado Jesús. Esto tiene connotaciones políticas porque el hecho de
renacer, muchas veces implica transformarse tan profundamente que
no existiría lugar para las dudas; por lo tanto, la transformación per- 373
sonal impulsa también a seguir decididamente el camino indicado por
aquel líder sobrenatural: Cristo.
Segundo, qué pasaría hoy día. Si cada uno de nosotros buscará
incesantemente el camino del renacimiento, ¿estaríamos condenados
a avanzar solitariamente, o buscaríamos un líder? ¿Al tratar de renacer,
nosotros mismos nos convertiríamos en líderes espirituales, interpe-
lando a los demás para que nos sigan? Una vez renacidos, es probable
que surja cierta arrogancia y tentación por considerarnos dioses, aunque
marcados por la fragilidad de la muerte; esto abre una vez más la herida
de no saber cómo seguir adelante; las opciones serían: a) protegernos
en el anonimato individualista y reproducir un vientre encapsulado
lejos de todo compromiso; b) arriesgarse a comprometerse con un lide-
razgo para arrastrar a otros hacia un discutible renacimiento colectivo
y político, lo cual implica vislumbrar transformaciones contradictorias.
El retorno al vientre materno –protegidos y felices al interior de
una órbita lejos del caos terrenal– es la otra cara del miedo a ser líde-
res consecuentes, firmes y capaces de morir por los demás. Es posible
que todos reivindiquemos un merecido renacimiento, pero únicamente
para alcanzar logros específicos, terminar tareas inconclusas o evitar
errores con el fin de obtener beneficios materiales y personales. Des-
pués, muy pocas personas aceptarían el sacrificio para transformarse
en lo más profundo, convirtiéndose en un ejemplo y renunciando a
toda forma de autoridad terrenal.
El renacimiento ético, político y religioso estaría ligado a la posibi-
lidad de creer ciegamente en una meta: el reino de Dios; una utopía
de felicidad espiritual; y la muerte del ego. ¿Buscamos con el renaci-
374 miento la inmortalidad? Si es así, estamos equivocados porque a pesar
de renacer desde adentro y desde arriba como predicó Jesús, los hom-
bres somos tan débiles que nuestra inminente muerte inutiliza cualquier
megalomanía de transformación.
La filosofía de la cultura en el siglo XXI señala que los hombres
necesitan una ética, religión y un cristianismo que los ilumine para ir
más allá de los conjuros inmediatos de la vida, que les otorgue discer-
nimiento en cuanto a los límites profundos de la fragilidad humana.
Solamente así tendremos la capacidad para convivir con la muerte y
aceptar las contradicciones del caos humano. El sentido de lo religioso
tiende a enseñar una verdad sencilla: no hay únicamente un mañana,
sino un pasado mañana y que la diferencia entre éxito y fracaso rara
vez se manifiesta claramente. La ética enseña mucho, así como la reli-
gión invita a cruzar los ríos crecidos de una convivencia más pacífica
y autoconsciente de múltiples limitaciones.
Bibliografía
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Revel, J.F. (1993), El conocimiento inútil, Madrid: Espasa Calpe, Colección Austral.
Introducción
El análisis de los clásicos del marxismo en el siglo XXI puede repre-
sentar un trabajo que implica solamente una reflexión alrededor de
la historia de las ideas. Sin embargo, también es posible reinterpretar
420 algunos postulados teóricos con el objetivo de arrojar luces y compren-
der nuevos fenómenos, tratando simultáneamente de superar los viejos
errores que refutaron a las teorías originales. Si bien los supuestos prin-
cipales del marxismo como la determinación en última instancia de
la infraestructura económica, o la vanguardia esencial y revoluciona-
ria de la clase obrera, han sido contradichos por la evolución histórica
del capitalismo contemporáneo, sus preocupaciones sobre la lucha por
el poder, permiten siempre estar alertas desde una perspectiva crítica.
Este es el caso de las contribuciones teóricas de Antonio Gramsci
(1891-1937) que fueron fundamentales para rechazar el determinismo
económico difundido por algunas tendencias del marxismo dogmá-
tico. Gramsci facilita la identificación de un conjunto de características
específicas en la esfera del Estado y la sociedad civil, dando nacimiento
a un debate sobre el concepto de hegemonía junto a las particularida-
des de lo político: la verdadera razón de ser para la captura del poder.
La hegemonía es un proceso simbólico-político envolvente que hoy
día se caracteriza por convertir a la cultura en el tejido sutil de la pro-
paganda política y en los condicionantes ideológicos de la persuasión,
en una época de democracia de masas. Asimismo, la hegemonía den-
tro del capitalismo postindustrial se transforma en un tipo de acción
estratégica para obtener el poder, conservarlo y efectivizarlo a través de
consensos y procesos de comunicación políticos, con el fin de convertir
al liderazgo fuerte en el vencedor, aliándose inclusive con las fuerzas
derrotadas del campo político. En teoría, Gramsci permite pensar en
la posibilidad de que no haya perdedores o derrotados absolutos, sino
que sus tesis sobre la hegemonía como aquella combinación entre con-
senso y coerción, podrían convertir al teórico italiano en el maestro del
consenso y articulador de fuerzas que requiere la dominación para ser 421
más eficaz y perdurable.
También se pueden considerar otros aspectos respecto a cuán útiles
son las perspectivas críticas que inauguraron los denominados gran-
des pensadores de la revolución comunista, para seguir cuestionando
nuestra contemporaneidad política. Si bien las diferentes versiones del
marxismo-leninismo están devaluadas en la actualidad debido a la desa-
parición de la ex Unión Soviética y todo el orbe socialista de Europa del
Este, algunas orientaciones crítico-analíticas de autores como Gramsci,
todavía mantienen plena vigencia, en el sentido de invitar a los líde-
res políticos, partidos y movimientos sociales, a pensar procesos muy
complejos como las raíces en las que prospera la dominación, o las
estructuras ideológicas que abarcan la construcción de hegemonías
expansivas en los sistemas políticos democráticos, sobre todo en la era
de la explosión de influencias trascedentes como la televisión, el entre-
tenimiento, la información masiva y las redes sociales del Internet.
Una estrategia que busca la hegemonía, exige convertir a la comuni-
cación política con los dominados y sujetos subalternos, en un proceso
educativo y, al mismo tiempo, transaccional para lograr legitimidad
o aceptación. Esto quiere decir que cualquier grupo dominado podrá
negociar con el actor dominante, a cambio de subsistir en la lucha polí-
tica. La finalidad de toda lucha hegemónica es obtener un equilibrio
de consensos para consolidar las estructuras del poder en ejercicio que
requieren el Estado, el líder o el partido fuerte. Un partido político
eficaz es el llamado “príncipe moderno” de Maquiavelo; es decir, una
organización eficiente y con una burocracia dirigente capaz de impo-
422 ner la autoridad legítima por medio de intelectuales que representan
una especie de cerebro en medio del conflicto de clases.
A pesar de las dificultades interpretativas que tienen todos los textos
teóricos de Gramsci debido a su fragmentación, ausencia de sistematiza-
ción y los problemas para tener una imagen completa de su pensamiento,
los aportes respecto al concepto de hegemonía son muy convincentes.
Permiten comprender que la cultura y la sociedad se desarrollan a través
del entrelazamiento de diversos códigos de significaciones, interpreta-
ciones y construcción colectiva de la dominación, otorgando sentido
y una mejor comprensión a todo lo que el hombre puede desarrollar
en su vida social.
En las ciencias sociales, siempre llama la atención el desarrollo de
la cultura como aquel entramado simbólico que no se reduce a meras
prácticas discursivas o entretenimientos míticos. Los horizontes simbóli-
co-culturales tienen su propia especificidad, su propia vida y autonomía
que dan significado a todo lo que hacemos en las luchas sociales y polí-
ticas. Aquí ingresa la hegemonía como un ordenador de significados,
de discursos y de comunicaciones para articular esfuerzos y constituir
la autoridad intelectual en un flujo constante de conexiones entre el
Estado y la sociedad civil. Es por esto que la hegemonía no está con-
formada únicamente por la ideología, ni ésta desaparece cuando se
consolida el predominio de un actor político hegemónico.
Aquellas visiones del marxismo (mecanicista y ortodoxo) que, gra-
cias a la extensión acrítica de la teoría del reflejo a las ciencias sociales,
reducían todo análisis a los procesos materiales de producción, ter-
minaron por esconder y abandonar en la oscuridad los fenómenos
comúnmente conocidos como simbólicos o superestructuras políti-
co-estatales. Gramsci puede ser resucitado, justamente con el objetivo 423
de realizar una lectura profunda de los fenómenos hegemónicos, sobre
todo relacionados con la producción político-cultural y una serie de
procesos de información-comunicación masivos que hoy en día son
bastante prestigiosos, como las campañas políticas, el desarrollo de
la opinión pública y las estrategias para manufacturar consensos en las
democracias modernas.
Es en el horizonte del conjunto problemático del Estado, su legitima-
ción ante la sociedad, lo político como campo de lucha y reconciliación,
así como dentro de la cultura, que se desenvuelven los estudios de la
hegemonía. En el tratamiento de estas temáticas, Gramsci reflexiona
respecto a cuál sería la identidad de lo político, como espacio propio de
conocimiento, construcción de objetos de estudio particulares y terreno
para disputar el poder por medio de un uso imaginativo del saber y las
ideas, aplicado a la praxis organizacional revolucionaria. La ideología
como una estructura de significaciones, conduce a las formas hegemó-
nicas de la política, transformándose así en los sutiles basamentos de
la dominación estatal en toda sociedad. Por consiguiente, el horizonte
de visibilidad teórico para el pensamiento político le debe mucho a
las reflexiones gramscianas sobre la hegemonía y las formas simbólicas
de la dominación sutil. En suma, Gramsci es aquel maestro que nos
hizo entender que la política no es el arte de lo posible, sino la fuerza
intelectual del partido y la conciencia que éste desarrolla para hacerle
ver al sujeto dominado que no hay otra forma de obedecer, sino estar
convencido de acatar la autoridad en una comunicación y concerta-
ción con los más fuertes.
61 Cf. Gramsci, Antonio. Antología, México: Siglo XXI Editores, 1988, pp. 309-316; 353-354.
calles)”62. El concepto de hegemonía se entiende como una cadena total,
capaz de abarcar y penetrar muchas dimensiones de la vida colectiva.
Aunque Gramsci está preocupado por cómo obtener la eficacia hege-
mónica de la clase social por la cual lucha: el proletariado, sus análisis
se extienden a estudiar la hegemonía como un hecho que incumbe a las
clases dominantes y dominadas. Es por esto que la hegemonía también
es de vital interés para la clase dominante, en caso de que ésta desee
mantener un equilibrio conservador a su favor, deteniendo el avance
de las fuerzas antisistémicas y tratando de fomentar un consenso alre-
dedor del statu quo.
Sus propuestas teóricas intentan extenderse a los rasgos generales de
la hegemonía como un instrumento general de dominación en todo
momento histórico, sobre todo por medio de la conformación de un 425
partido político, capaz de organizarse en una forma eficiente hasta
imponerse hegemónicamente. Para Gramsci, la posibilidad de actuar
con estrategias que utilizan el conocimiento por medio de una guerra
de posiciones o de movimiento, claramente define al partido como el
príncipe moderno63.
La hegemonía no llega a constituirse como tal por sí misma, es
decir, por la acción omnipotente de las estructuras de una sociedad,
sean éstas políticas, ideológicas o económicas. La hegemonía está ali-
mentada por prácticas concretas de sujetos sociales concretos. Estos
sujetos son los intelectuales. Gramsci trata de entenderlos a partir de
62 Buci-Glucksmann, Christine. Gramsci y el Estado: hacia una teoría materialista de la filosofía, México:
Siglo XXI Editores, 1988, p. 35.
63 Gramsci, Antonio. Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Madrid: Nueva
Visión, 1980.
su función social, destacando la acción de un intelectual colectivo y
no individualmente considerado. Los intelectuales deberían ser com-
prendidos, además, desde una aproximación institucional que conduce
hacia los diferentes aparatos en los cuales se sitúan los hombres de ideas
para ejercer sus roles sociales, contribuyendo así a reproducir la domi-
nación en toda sociedad.
En Gramsci, el concepto de intelectual sufre una ampliación pues
se extiende hacia una red de ordenadores funcionales del sistema social.
No se podrá considerar, entonces, como intelectual solamente al indi-
viduo que desarrolla una actividad de estudio o ligada a la esfera de la
pluma, sino que, cuando se privilegia la función social ampliada de los
intelectuales, es fundamental entender los “elementos de cohesión social
426 de un bloque de fuerzas, donde los intelectuales tienen la función de
organizar la hegemonía social de un grupo y su dominación estatal”64.
Algunas preguntas de investigación que Gramsci formuló, por ejem-
plo, fueron: ¿cuáles serían los intelectuales que han generado y todavía
generan las bases para las nuevas construcciones ideológicas? ¿Cómo
funcionan los intelectuales según los ámbitos institucionales del Estado
y de la sociedad civil? Las ideas sobre hegemonía e intelectuales nos obli-
gan a observar el papel de las universidades, las condiciones en que se
producen los conocimientos y la información, los empresarios privados
que apoyan la difusión de ideas a su favor por medio de mecenazgos,
aquellos que toman las decisiones burocráticas dentro del Estado a tra-
vés de políticas educativas y los líderes de opinión que operan dentro
de los medios masivos de comunicación.
Conclusiones
Algunas interpretaciones sobre la hegemonía pusieron énfasis en la arti-
culación de la sociedad, bajo una nueva dirección intelectual y moral,
como si se tratara de una estrategia de alianza de clases, obscureciendo
así la confrontación de los actores sociales al interior de la sociedad
civil. Estos no son simples autómatas que sirven como puntales en la
dominación de una clase dominante que posee todas las iniciativas.
Existe una pugna muy compleja, en la cual los procesos hegemónicos
van construyendo nuevos grupos sociales dominantes y destruyendo
otros, forjándose así nuevas identidades colectivas y aplacando las viejas. 433
La hegemonía no es, por consiguiente, una relación de alianza entre
agentes sociales pre-constituidos, sino el principio mismo de consti-
tución de dichos agentes sociales. En este proceso, los sujetos sociales
van siendo sometidos a una suerte de destilación en la autoimagen
que poseen de sí mismos, modificando sus representaciones mentales
(actitudes) y removiendo sus principios de dos visiones, los mismos que
oponen un grupo social contra otro. En la medida en que hay trans-
formaciones hegemónicas en la sociedad cambia también la identidad
de los agentes sociales.
La forma hegemónica que tiene la política, supone además la des-
articulación y rearticulación de posiciones (agentes sociales o sujetos),
dándose lugar primordial a la acción política que también buscará
asegurar la reproducción social. Los sujetos sociales y políticos no
son definidos solamente por su posición en la estructura social de
producción, tienen diversos componentes o realidades pluridimensio-
nales que colocan a los sujetos en posiciones especiales al interior de
la sociedad, de acuerdo a las prácticas que los mismos realizan en la
vida cotidiana, como en espacios precisos que también exigen funcio-
nes precisas.
Los procesos de acción hegemónica reordenan muchos de estos
intersticios sociales donde tiene lugar la acción de los sujetos sociales.
Por otra parte, estos procesos suponen una condición importante: que
el proceso de articulación rearticulación de posiciones se verifique bajo
formas consensuales, es decir, como proceso objetivo de constitución
de nuevos sujetos. De esta manera, la forma hegemónica de la política
exigiría esfuerzos prácticos muy grandes porque la constitución política
434 de nuevos actores y nuevas identidades, no se desarrolla con simples
proposiciones desiderativas o buenas intenciones.
La acción hegemónica inaugura toda una nueva época en el devenir
histórico de una sociedad. El caso latinoamericano ofrece interesantes
ejemplos históricos acerca de la disolución de muchos sujetos sociales,
uno de los cuales es la crisis y ruptura que sufrió el movimiento obrero
y los proyectos utópico-revolucionarios de izquierda, los mismos que
dejaron de ocupar, además, una de sus posiciones más trascendentales
en la historia del continente: las posiciones de actores sociales y polí-
ticos al mismo tiempo.
El fortalecimiento del sistema de partidos en la actualidad democrá-
tica, exige la identificación de proyectos hegemónicos, en la medida en
que toda estrategia de poder implica la posibilidad de articular consen-
sos entre las clases dominantes y subordinadas. Dicho consenso está
previamente influido por principios productores de hegemonía que se
irradian en las actuales sociedades de la información para la constitu-
ción de nuevos actores. La hegemonía permite hacer política mediante
la construcción de demandas, el desarrollo de estrategias para generar
conflictos, e inclusive, la diseminación de todo tipo de comunicación
política, con el fin de buscar posibilidades de consentimiento en las
decisiones y toda lucha por el poder.
Algunos rasgos de la hegemonía, hoy pueden ser encontrados en la
posición privilegiada que tienen los partidos al interior de los sistemas
políticos. Lo más complejo de analizar gira en torno a cuál es la forma
hegemónica que despliegan los partidos para ser aceptados o rechaza-
dos por la sociedad civil. Asimismo, diferentes clases sociales, grupos
organizados en la sociedad y la inmensa red de medios de comuni-
cación e información provocan, objetivamente, luchas ideológicas al 435
tratar de imponer sus propios proyectos de reforma intelectual y moral.
La hegemonía no sólo posee formas consensuales dentro de una cul-
tura política democrática, sino que también siembra las raíces para el
enfrentamiento, para destruir la dominación de los poderosos, razón
por la cual, Gramsci puede ser utilizado por tendencias revoluciona-
rias y paralelamente conservadoras.
Discutir las implicaciones y vigencia de la hegemonía en los siste-
mas democráticos es fundamental. Una vez más, Antonio Gramsci se
convierte en el autor marxista que consideraba la hegemonía como la
creación de una síntesis muy elevada de dirección y predominio ideo-
lógico; es decir, una fusión de objetivos e intereses de las clases aliadas
y dominadas con los intereses de la clase dominante. La hegemonía
hace que todos sus factores ideológicos y de poder se articulen en una
voluntad colectiva, convirtiéndose en el nuevo protagonista, con la
fuerza de aplicar transformaciones y ejecutar la revolución, mientras
dura el proceso envolvente de la hegemonía.
La hegemonía en los sistemas democráticos es un reto, tanto estra-
tégico como gerencial para deliberar, convencer, aplacar conflictos
desestabilizadores y refundar la autoridad estatal controlando todo tipo
de cambios. Para la hegemonía, el Estado podría ser entendido desde
el punto de vista cibernético. El proyecto hegemónico equivale a saber
modelar y dirigir el Estado como un verdadero cerebro sociopolítico.
El problema radica en la existencia, de forma explícita o implícita, de
un choque entre varios proyectos hegemónicos; es decir, de actores,
partidos y movimientos sociales que se expresan, de manera pluralista,
en las democracias competitivas.
436 Es importante desentrañar cuáles son los principios articuladores
de cualquier proyecto hegemónico, sean éstos autoritarios, donde se
trata de imponer cualquier orientación por la fuerza; totalitarios, que
aplican la violencia y el genocidio; deliberantes, en los cuales resalta el
combate de argumentos; y legitimadores, que utilizan recursos tecno-
lógicos donde dominan los medios de comunicación, la propaganda
y el pragmatismo para convencer a la opinión pública por medio de
ficciones discursivas momentáneas.
Toda hegemonía, debido a su raíz política de conducción estratégica
y guía estatal que une coerción y consenso, debe establecer una verda-
dera renovación intelectual, simbólica y propositiva, cuya finalidad es
convertirse en nuevas opciones de vida y tareas políticas con visiones
universalistas al interior de la sociedad civil.
En la actualidad, una hegemonía es la capacidad para imaginar ideas,
llevarlas a la práctica, generar consentimientos, persuadir, negociar y
lograr que las clases dominantes y dominadas confíen mutuamente en
un trayecto de beneficios colectivos. La hegemonía valora mucho a las
ideas científicas, políticas, artísticas y prácticas culturales, pues toda
lucha ideológica entra en su pleno contenido por medio del debate de
diversas proposiciones.
Sin embargo, la hegemonía también implica cierta lógica militar
para destruir las viejas formas de dominación porque los nuevos prin-
cipios unificadores tratan de llegar a ser otra brújula que reorienta a las
viejas conductas, creencias y concepciones éticas. La hegemonía tiene
contenidos democráticos pero también autoritarios. ¿Será el régimen
democrático, en el fondo, una mezcla entre tolerancia y lucha a muerte
por obtener una nueva matriz cultural y estatal? La democracia exige
que toda idea sea discutida, cuestionada y relativizada, favoreciendo 437
diferentes estructuras de significados y legitimación. Al mismo tiempo,
la democracia busca ser un orden social fuerte que sobreviva a los con-
flictos disgregadores.
Los conflictos giran en torno a las intenciones que tienen los proyec-
tos hegemónicos para convertirse en un poder constituido, controlar el
Estado y generar nuevos aparatos de hegemonía. Éstos son un conjunto
de mecanismos institucionales que contribuyen al sistema político para
asegurar la dominación-dirección, tratando de estrechar los lazos entre
la sociedad civil y el Estado que debe hacerse reconocer como autori-
dad coercitiva para su reproducción como poder dominante.
La importancia de las ideas y las estrategias para constituir un orden
con autoridad que no dude en utilizar la violencia cuando así se necesite,
tendrían que reflejarse también en una robusta metamorfosis intelec-
tual y moral. Hegemonía y democracia parecen ser compatibles con
aquellas revoluciones simbólico-políticas que requieren grandes refor-
mas educativas, culturales, mentales, institucionales y militares. De
otro modo, las ilusiones hegemónicas se congelan en la violencia e
imposiciones instrumentales sin sentido.
Bibliografía
Introducción
La construcción del conocimiento científico en la ciencia política –y
de manera global en las ciencias sociales– representa una posibilidad
muy compleja pero también efectiva y verdaderamente útil. Hoy día, 439
los debates metodológicos deben ser puestos al día de manera explícita
como un requisito de calidad pero al mismo tiempo, como parte de
una ética transparente para mostrar de qué manera se diseñaron las
investigaciones, cuál fue la consistencia de diferentes marcos de aná-
lisis, la plausibilidad de las hipótesis puestas a prueba y, sobre todo, el
carácter incierto de las conclusiones con el objetivo de abrir el hori-
zonte para la posterior profundización del conocimiento, o en otros
casos, para la falsificación de teorías que hagan posible la llegada de
explicaciones alternativas y nuevas visiones sobre el mundo de la polí-
tica y las múltiples dimensiones de “lo político”68.
El desarrollo científico y la aproximación científica tienen su pro-
pia naturaleza; es decir, una identidad específica que se manifiesta en
68 Cf. Little, Daniel. Varieties of social explanation: an introduction to the philosophy of social sciences,
Boulder: Westview Press, 1991.
prácticas muy claras por intermedio de la metodología. En el mundo
del saber común y la vida cotidiana, las personas tienden a confun-
dir la ciencia con la metodología de investigación; sin embargo, debe
quedar establecido que la ciencia política es entendida como aquella
adquisición de conocimiento por medio de una metodología científica,
junto con la aspiración a obtener generalizaciones teóricas y el logro de
paradigmas explicativos que trasciendan las fronteras de un escenario
geográfico específico.
En este caso, la ciencia política es un conocimiento válido como
perspectiva del mundo y ligado a una comunidad de científicos que
comparten la misma orientación: la universalización teórica de varias
perspectivas, que a pesar de su multiplicidad, compiten en el terreno
440 de la investigación para dejar atrás el sentido común y el parroquia-
lismo de las visiones descriptivas69.
Es fundamental discutir algunas orientaciones metodológicas y
reconocer ciertas limitaciones que afectan a las ciencias sociales, prác-
ticamente desde su aparición durante el periodo de la Ilustración. Si
bien la finalidad de adquirir conocimiento es la columna vertebral del
científico social o político, el trabajo real descansa en una serie de pro-
blemáticas que hacen difícil la obtención de datos relevantes para la
generalización teórica y el acceso a determinadas fuentes de investiga-
ción es, en muchas situaciones, conflictivo.
Muchas fuentes de investigación no tienen consistencia, son muy
difusas y exigen que el científico construya fuentes creíbles y compro-
badas; sin embargo, ¿radica el problema solamente en las fuentes de
69 Cf. King, Gary; Keohane, Robert O. and Verba, Sidney. Designing social inquiry. Scientific inference
in qualitative research, Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1994, pp. 3-45.
producción del conocimiento, o en quienes pugnan por imponer un
determinado conocimiento, según el paradigma imperante y de acuerdo
con la autoridad y poder que le otorgan credibilidad? La metodología,
como aquel procedimiento por el cual se logra el conocimiento cien-
tífico, siempre genera obstáculos en torno a:
70 Para una discusión más profunda de estas problemáticas, revisar: Habermas, Jürgen. Conocimiento
e interés, Madrid: Taurus, 1982. Giddens, Anthony. Las nuevas reglas del método sociológico, Bue-
nos Aires: Amorrortu, 1997.
cuando se analizan los problemas relacionados con guerras a gran escala
y conflictos de dominación de unos países sobre otros71.
La autoridad política se inviste de legitimidad para gozar de poder y
convertirse en poseedora y generadora de conocimientos. Por lo tanto,
una parte importante en los debates metodológicos gira en torno a
cómo garantizar la producción de un conocimiento objetivo, respetable
y apto para evitar que la práctica científica se convierta injustamente
en una institución del pensamiento donde ésta prescriba lo que deba
pensarse e interpretarse sobre los hechos políticos. La vigilancia crítica
junto con una sólida formación metodológica, contribuyen en gran
medida a nuestra consciencia científica para desarrollar una ciencia
política con calidad.
442 En el desarrollo de las ciencias sociales latinoamericanas, las meto-
dologías de investigación y nuevos aportes en cuanto a orientaciones
epistemológicas son bastante escasas. Por lo general, se retoman las teo-
rías en boga generadas en los centros dominantes del conocimiento, o
se utilizan los conceptos que faciliten la combinación entre el análisis
de coyuntura y la investigación de corto plazo.
Para el caso de los análisis políticos, son relevantes un conjunto de
consultorías y estudios encargados por diferentes organismos interna-
cionales de cooperación al desarrollo, pues éstos permiten articular las
agendas provenientes del extranjero y los intereses de las contrapartes
que contribuyen a identificar problemas específicos sobre el funciona-
miento de diferentes sistemas democráticos.
71 Cf. Foucault, Michel. The birth of biopolitics. Lectures at the College de France, 1978-1979, Palgrave,
Macmillan, 2008.
Este ensayo tiene el propósito de recoger algunas metodologías
de investigación y evaluación de coyunturas políticas para presentar
un “mapa rápido y funcional” que permita a los profesionales de las
ciencias sociales, o de otras disciplinas, organizar diversas fuentes de
investigación con el fin de generar diagnósticos inmediatos y propo-
ner sugerencias de intervención cuando así sea necesario. Para ello se
consideraron varias fuentes bibliográficas de importancia primordial
en ciencia política y la evaluación de políticas públicas, con las cua-
les se estructuró una metodología orientada hacia la identificación de
problemas y mecanismos72.
La mayor parte de estos autores recomiendan identificar “problemas”
para comenzar el análisis político de mecanismos y actores sociales. La
diferencia principal con el análisis de coyuntura consiste en que éste se 443
concentra alrededor de “acontecimientos”, muchos de los cuales pueden
desaparecer, cambiar drásticamente o articularse con otros fenóme-
nos, de tal forma que es complicado obtener conclusiones definitivas
y pruebas contundentes para la demostración de ciertas afirmaciones.
En cambio, el análisis político permite alcanzar mayor profundidad
cuando utiliza los problemas como el eje para ordenar más eficazmente
la información, extraer conclusiones sólidas e intentar una prognosis
72 Cf. Easton, David. Esquema para el análisis político, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1992.
Munck, Gerardo L. Measuring democracy. A bridge between scholarship and politics, Baltimore: The
Johns Hopkins University Press, 2009. Carrillo Flórez, Fernando. El déficit de la democratización
en América Latina, Washington D.C.: Banco Interamericano de Desarrollo, División de Estado,
Gobernabilidad y Sociedad Civil, 1999. Brinkerhoff, Derick W. and Crosby, Benjamin L. Mana-
ging policy reform. Concepts and tools for decision-makers in developing and transitioning countries,
Bloomfield: Kumarian Press, 2002. Weimer, David L. and Vining, Aidan R. Policy analysis. Con-
cepts and practice, New Jersey: Prentice Hall, Third Edition, 1999. Elster, Jon. Tuercas y tornillos.
Una introducción a los conceptos básicos de las ciencias sociales, Barcelona: Gedisa Editorial, 1989.
con miras a la futura toma de decisiones. En consecuencia, si la piedra
fundamental del análisis se encuentra en los problemas, el camino a
recorrer en términos metodológicos sería el siguiente:
Fases de la metodología
73 Ver: Frankfort-Nachmias, Chava. Research methods in the social sciences, St. Marti’s Press, Fifth edi-
tion, New York, 1996, pp. 103-107.
estudiados. Entre los principales componentes del modelo de inferen-
cias, es importante destacar:
76 La visión sobre una ciencia más ecléctica fue muy bien formulada por una figura eminente en la
disciplina, Robert A. Dahl, quien afirma: “(…) the discipline will be eclectic and there wont’ be a
single model. There are lots of teasing possibilities, but none is going to do the job as far as pro-
viding a single model for political science”; interview in Munck, Gerardo L. and Snyder, Richard.
Passion, craft, and method in comparative politics, Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2007,
p. 147.
objetivos, calculando al mismo tiempo cuáles serían las pérdidas y
cuáles los beneficios.
La maximización del beneficio guiaría la conducta del actor y, por
lo tanto, la variable egoísmo (intereses privados) es uno de los ejes
centrales; sin embargo, se tiende a simplificar la conducta social utili-
zando solamente el marco analítico de los medios y fines de la acción.
La noción de creencias y fines buscados da como resultado una teoría
que agrega la conducta, explicando los resultados sociales a partir de
cálculos racionales.
Si se busca un determinado fin y una meta ¿realmente la gente es
lo suficientemente racional como para saber siempre lo que quiere, o
es la búsqueda en sí misma lo que da sentido a la existencia social de
450 muchos actores que creen comportarse racionalmente? Las normas
sociales y la construcción social de la cultura es un escenario adicional
que está por detrás de la conducta social y, de esta manera, la ciencia
política puede analizar la racionalidad del sistema social o del contexto
socio-histórico que afecta la conducta individual.
La noción de “utilidad” es lo que, en este caso, mide la conducta y
la elección racional que buscan los actores individuales. Además, esta
teoría ha incluido las comparaciones interpersonales de utilidad, ana-
lizando los problemas de probabilidad que alguien escoja una u otra
alternativa para satisfacer dicha utilidad.
Esta perspectiva es capaz de formular generalizaciones, puesto que
también plantea variables de riesgo e incertidumbre. Por lo tanto, la teo-
ría de la elección racional se conecta con la teoría de juegos, el momento
en que la elección racional de un individuo depende o se conecta con
la elección de otros individuos llegando a conformar una racionalidad
estratégica. La retribución o beneficio de un individuo depende de las
elecciones o decisiones de otros; la dinámica social se convierte en una
especie de apuesta donde cada actor calcula según lo que podría signi-
ficar la reacción del otro que también espera recibir cierta ganancia: las
probabilidades descansan en los resultados de ganar o perder. Algunos
ejemplos pueden ser los juegos de suma cero y no suma cero que favo-
recen la cooperación en medio de la competencia.
Esta teoría es capaz de explicar el comportamiento electoral en las
sociedades de masas; las tendencias a la cooperación o la discordia en
situaciones de negociación en los sistemas de relaciones internacionales;
así como la pugna de intereses durante la implementación de alguna
política pública como la asignación de servicios de agua, transporte,
vivienda, educación, salud, etc. 451
La teoría de la acción colectiva, basada en las ideas de Mancur Olson,
expresa la continuidad de las concepciones sobre la racionalidad de
la vida social y de los individuos; sin embargo, explica con mucho
escepticismo el choque entre los intereses individuales y la búsqueda
de intereses o bienes colectivos que no necesariamente son satisfechos,
pues las conductas individuales darán por sentado que el costo a pagar
por la obtención de bienes públicos es alto en comparación con la satis-
facción individual de sus intereses. En consecuencia, los efectos son
contradictorios por la aparición de free riders que tratarán de dispersar
los costos en otros actores, de tal manera que solamente la coerción o
la amenaza de la fuerza motivarían la acción colectiva.
Las investigaciones sobre los movimientos sociales, el funcionamiento
de las organizaciones corporativas y las relaciones entre diversos sin-
dicatos y el Estado, se beneficiarían bastante de la teoría de la acción
racional. Sin embargo, también hay algunos problemas metodológi-
cos porque para el logro del bienestar y el acceso a bienes colectivos en
el entramado social, surgen varios aspectos relacionados con la moral,
la escala de valores y el sentido de compromiso, reciprocidad y justi-
cia de múltiples personas que no necesariamente se liga con el cálculo
racional e individualista de los actores fragmentados. Una serie de pro-
gramas de solidaridad, lucha contra la pobreza y crédito rotatorio en
poblaciones de escasos recursos, muestran que la posición individual
tiende a opacarse77.
Una teoría muy opuesta al enfoque explicativo de la elección racio-
nal, es la teoría de la interpretación. Es importante introducir algunas
de sus características porque algunos diseños metodológicos en la cien-
452 cia política han explotado el análisis de fenómenos complejos como
las identidades socio-culturales de algunos grupos étnicos; la inter-
subjetividad en la construcción de las nociones de Nación y Estado;
el populismo y la sociedad de masas; así como las distintas formas de
apropiación de reformas políticas que las grupos sociales estratificados
realizan en determinados momentos.
La teoría de la interpretación pone el énfasis en los particularismos
de diferentes culturas y la explicación radica en la interpretación de
las prácticas humanas que manifiestan varios tipos de significado. El
perfil epistemológico es hermenéutico donde la “comprensión” juega
el papel más importante para decodificar el sentido y la significación
77 Cf. Young Larance, Lisa. “Building social capital from the center: a village-level investigation of
Bangladesh’s Grameen Bank, George Warren Brown School of Social Work, Washington Univer-
sity, St. Louis Missouri, USA, Grameen Trust Working Paper, 1998, http://www.gdrc.org/icm/
grameen-lisa.pdf (available).
que los individuos le dan a sus acciones y conductas dentro de la socie-
dad. En este caso, se debe reconstruir la totalidad de significados y
sentido que manifiestan los actores sociales. El molde metodológico
no se refiere entonces a la verdad o falsedad de la interpretación, sino
a la coherencia de la explicación para construir un marco interpreta-
tivo bastante influenciado por la subjetividad del investigador y otras
múltiples subjetividades que se esconden en las conductas humanas
(quienes sin duda poseen sus propios significados y le dan un cierto
sentido a sus vidas)78.
En este caso, una pregunta metodológica importante sería: ¿en qué
medida y en qué circunstancias es lo suficientemente fuerte la racio-
nalidad orientada hacia metas, como para explicar y predecir ciertos
resultados sin una extensiva interpretación de los factores culturales e 453
ideológico-simbólicos?
A esto se suman otras alternativas teóricas, también con la capaci-
dad de generar explicaciones causales, como las teorías funcionalista,
estructuralista y neo-marxista. Lo más importante para el método en
la ciencia política es comprender que el centro de estas teorías está en
el logro de generalizaciones que contribuyen precisamente a la conso-
lidación de las ciencias sociales. En consecuencia, el científico político
puede acoger varias perspectivas teóricas pero considerando el siguiente
trayecto operativo en el diseño de su investigación:
79 King, Gary; Keohane, Robert O. and Verba, Sidney. Designing social inquiry…, op. cit. pp. 8-9,
55-56, 208-215.
Un aspecto que vale la pena recalcar es el carácter de la relación
que el investigador tiene con sus objetos de estudio. Esto tiene impli-
caciones metodológicas porque todos los objetos de estudio deben ser
tratados como si fueran “cosas externas”, es decir, ajenas a la voluntad
de los investigadores, de tal forma que pueda asegurarse una distancia
prudente, el uso flexible de la teoría y, sobre todo, una aproximación lo
más objetiva posible, tanto para la selección de una muestra de los casos
que van a recolectarse, como para la obtención de fortaleza explicativa
(leverage) en el procesamiento de la información y la articulación de
las inferencias que construirán los mecanismos funcionales del estudio.
Una garantía de objetividad en el trabajo científico es un compro-
miso genuino del investigador con el tratamiento de sus intuiciones y
preocupaciones teóricas que deben ser sometidas a pruebas empíricas. 455
Parte de este tratamiento es utilizar toda hipótesis o conjetura que se
considera depositaria de una potencial capacidad explicativa, como una
primera parte incompleta que puede complementarse con las siguien-
tes reglas80:
81 Cf. Dryzek, John S. and Leonard, Stephen T. “History and discipline in political science”, Ameri-
can Political Science Review, Vol. 82, No. 4, pp. 1225-1260, 1988.
82 Cf. Almond, Gabriel A. “Separate tables: schools and sects in political science”, Political
Science and Politics, Vol. 21, No. 4, autumn, pp. 828-842, 1988.
y leyes que relacionan los hechos; de aquí que la “consciencia meto-
dológica” de los investigadores, tenga que poner siempre atención a la
comprobación empírica de las premisas teóricas, insertándose una vez
más en la tradición metodológica de la inferencia causal y la búsqueda
de un estatus epistemológico verdaderamente científico (ciencia dura)83.
En rigor, la vida política no debe ser definida y explicada solamente
por un solo método. Por lo tanto, muchas veces no representa ninguna
utilidad clasificar las tendencias teóricas y las posiciones metodológi-
cas de investigación porque este esfuerzo es un encasillamiento que
debería ser abandonado para favorecer el potencial de un “pluralismo
teórico” en la ciencia política, como el nuevo eje que alimente deba-
tes reflexivos en un terreno de libre competencia entre varias teorías84.
458 Los diferentes grupos de investigadores y sus tendencias teóricas tie-
nen un determinado objetivo y utilizan la ciencia política para llegar a
dicho fin. Sin embargo, desde el punto de vista metodológico, es posi-
ble unir ciertos esfuerzos para establecer teorías, mejorarlas, refutarlas y
descubrir otras corriendo el riesgo de equivocarse; muchos consideran
de manera errónea que si sus hipótesis son negadas en la comprobación
empírica, entonces han fracasado. Todo lo contrario pues el mejora-
miento metodológico tiene que tener siempre en cuenta la posibilidad
del error para cambiar posteriormente, avanzando en una perspectiva
ética de cómo construir progresivamente el conocimiento científico. La
83 Cf. Eckstein, Harry. “A comment on positive theory”, Political Science and Politics, Vol.
22, No. 1, marzo de 1989, p. 77.
84 Cf. Gibbons, Michael T. “Political science, disciplinary history and theoretical plural-
ism: a response to Almond and Eckstein”, Political Science and Politics, Vol. 23, No. 1
marzo de 1990, pp. 44-46.
realidad social objetiva cambia constantemente, lo cual también obliga
a la ciencia política a seguir y adaptarse a dichos cambios.
Dentro del pluralismo teórico se filtra la idea de relativismo donde
para algunos investigadores se desdibuja la posibilidad de reconocer
cuál es la buena investigación y aquella que no lo es. Este relativismo
se relaciona con la crisis de los paradigmas teóricos y el surgimiento
de posiciones postmodernas en las ciencias sociales85. Por supuesto que
no podemos llegar a ciertos extremos donde todo se pueda intercam-
biar con todo, reconociendo la misma validez, inclusive para aquellas
investigaciones que no han comprobado nada porque no tienen nin-
gún diseño de investigación, pero el relativismo se relaciona con las
posibilidades concretas que tiene el investigador para estudiar y echar
mano de lo existente: financiamiento disponible, información accesi- 459
ble, consistente y tendencias de las escuelas de moda, lo cual facilita
una apertura democrática y tolerante hacia otras perspectivas.
Si bien muchas veces pueden no reconciliarse los estudios cuan-
titativos versus las investigaciones cualitativas, el objeto de estudio
propio de la ciencia política y en general de las ciencias sociales, no
86 Lichbach, Mark and Zukerman, Alan (eds.) Comparative politics: rationality, culture, and structure,
Cambridge: Cambridge University Press, 1997.
87 Bates, Robert H., Avner Greif, Margaret Levi, Jean-Laurent Rosenthal, and Barry R. Weingast.
Analytic Narratives. Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1998.
política con los procesos de acumulación histórica. Nada aparece de la
noche a la mañana, pues todos los procesos sociales implican un legado
de la historia, una herencia irrepetible según el área geográfica y la cul-
tura. Las narrativas analíticas son una forma práctica de compatibilizar
las técnicas cualitativas con las cuantitativas88. Las fortalezas metodo-
lógicas de los estudios comparativos que recurren al trabajo histórico,
se pueden resumir en lo siguiente:
Hacer comprensibles las cosas desconocidas a partir de cosas cono-
cidas mediante la analogía, la similitud o el contraste. Esto tiene la
ventaja de ser una comparación pedagógica.
Señalar descubrimientos nuevos o resaltar lo peculiar, para lo cual
se puede utilizar la perspectiva de la comparación heurística, inter-
pretando varios casos e identificando fenómenos históricos que dan 463
coherencia a la inferencia causal.
Sistematizar, enfatizando precisamente las diferencias entre los casos
estudiados para relievar la comparación sistematizadora, considerando
lo particular del objeto analizado no como singularidad sino como
especificidad.
En las narrativas analíticas y el método comparativo surge con fuerza
la interpretación valorativa de los resultados empíricos. La interpreta-
ción cultural se convierte, entonces, en otro telón de fondo para la
vida política, mostrando que los problemas como la identidad étnica
y nacional deban ser estudiados desde algunos enfoques hermenéuti-
cos que complementan la política comparada.
88 Cf. Greif, Avner. “Self-enforcing political systems and economic growth: late medieval Genoa”, in:
Bates, Robert H., Avner Greif, Margaret Levi, Jean-Laurent Rosenthal, and Barry R. Weingast.
Analytic Narratives, pp. 23-63.
El regreso de varias concepciones macro-analíticas para hacer genera-
lizaciones poderosas, tiene mucho que ver con la historia. El investigador
en la ciencia política debería incorporar en sus diseños de investigación,
variables de carácter histórico que expliquen el comportamiento político
como un conjunto de interacciones entre estructuras ya dadas, volunta-
des, elecciones individuales y factores en movimiento unidos a patrones
del pasado que, eventualmente, también van a impactar en el futuro.
Una precaución metodológica obliga a pensar que la investigación
histórica con la descripción de hechos y situaciones, no alcanza para
explicar la conducta ni las causas que mueven a los actores sociales y
políticos, de tal manera que es recomendable tratar de construir un
modelo estadístico como la teoría de la elección racional, capaz de
464 mostrar las inferencias causales con mayor precisión. Un modelo así
podría expandirse inclusive hacia una visión de equilibrios en el ámbito
internacional.
Las interacciones estratégicas deben ser medidas durante la compa-
ración de casos y prever futuras conductas en la medida de lo posible.
La lógica interna debe expresarse de manera consistente por medio de
una narrativa explicativa que recurre a la historia y a otras fuentes que
perfeccionarían la explicación y la generalización teórica.
El diseño de investigación es, por lo tanto, el paso más importante
antes de comenzar cualquier investigación porque permite definir un
marco lógico, preparado para ejecutar la inferencia causal. El diseño de
investigación integra, tanto la necesidad de definir las preguntas de
investigación, las hipótesis y las variables, como la forma en que se va
a probar y examinar, progresivamente la hipótesis. De manera global
posee los siguientes elementos:
Especificación de la (s) teoría (s) que congrega un conjunto de con-
ceptos relevantes para el tema de investigación.
Formulación de los problemas de investigación.
Formulación de las hipótesis que responden a los problemas de
investigación. La teoría, los conceptos y las hipótesis se vinculan estre-
chamente para formar una estructura de análisis unificada y coherente.
Se identifican los referentes empíricos donde se observará el com-
portamiento de la hipótesis para contrastarla y medirla.
Se identifican los instrumentos más adecuados para recolectar la
información, ordenar las variables explicativas y construir las inferencias.
De esta manera, el diseño de investigación es un molde orgánico
entre la teoría, los conceptos, la problemática de investigación, las
hipótesis y las estrategias de observación para capturar el escenario 465
empírico. Como el diseño metodológico de investigación constituye el
comienzo del trabajo, su construcción equivale a establecer un puente
entre la teoría y la realidad. En la teoría se encuentran la problemática
identificada por el investigador, su arsenal teórico-conceptual y las
respuestas posibles al problema: las hipótesis. Todo esto busca com-
prender la realidad que intenta analizarse, dicho en otras palabras: la
realidad que se trata de ordenar.
Si bien el diseño de investigación es una guía descriptiva de aque-
llo que se va a trabajar en la investigación, no es menos importante
el bagaje teórico que el investigador ya debe poseer. Este bagaje teó-
rico es una matriz conceptual o fórmula matriz capaz de resumir en
un conjunto de conceptos descriptivos centrales, otro conjunto de
observaciones particulares. La fórmula matriz bien construida es una
herramienta útil para interrogar y desmenuzar la complejidad que
expresa la realidad89.
Nada de esto funcionaría sino se esclarece la pregunta central de
la investigación. En un diseño no puede estar ausente el problema de
investigación y, en consecuencia, antes de emprender la investigación
en sí, es importante realizar un trabajo exploratorio, de tal manera que
se pueda hacer un balance de la calidad de dicho trabajo exploratorio,
clarificar la problemática y determinar si el estudio es viable.
Una vez planteada la pregunta central de la investigación, se deberá
realizar la definición precisa de los conceptos centrales del estudio. Los
diferentes conceptos se inspiran en enfoques teóricos y las nociones
claras que el investigador tiene para delimitar claramente el objeto de
466 estudio; es decir, para dejar afuera de la investigación todo aquello que
pueda exceder las posibilidades y confundir la selección de las variables
independientes más importantes que van a explicar la variable depen-
diente principal. La definición de conceptos o conceptualización es
una de las principales dimensiones dentro del modelo de análisis para
establecer la inferencia causal.
Por otra parte, la formulación de manera precisa de las hipótesis
organiza de mejor manera la investigación para luego determinar los
conceptos que aquéllas implican. Los conceptos deben ser desmonta-
dos para encontrar las unidades de análisis y finalmente la observación
de datos empíricos. Una vez que se definen los conceptos, es necesa-
rio determinar:
89 Lazarsfeld, Paul. “Noción de fórmula-matriz”, en: Lazarsfeld , Paul F. y Boudon, Raymond. Meto-
dología de las ciencias sociales: análisis empírico de la causalidad, Barcelona: Editorial Laia, 1985, p.
323.
Las dimensiones o categorías del concepto por medio de las cuales
dicho concepto da cuenta de la realidad
Las dimensiones, a su vez, deben expresarse en indicadores gracias a
los que aquéllas pueden ser medidas o valoradas. Los indicadores son
elementos manipulables y objetivamente medibles de las dimensiones
de un concepto, vinculando la teoría con la realidad.
Un concepto puede tener diversas dimensiones, y éstas poseer una
cantidad variable de indicadores.
Cuando el indicador no es fácilmente manipulable o mesurable, se
pueden obtener otras características para acercarse a la realidad como
la obtención de opiniones, las historias de vida, registrar las actitudes
de los individuos o grupos investigados, la observación directa de los
comportamientos socio-políticos, los símbolos, las expresiones y los 467
significados en el análisis de un discurso, etc. Por lo tanto, no todo
indicador es susceptible de medición estadística pero sí es fundamental
que todo concepto sea desarmado para encontrar indicadores capaces
de acercar al investigador a la realidad empírica.
Cuando el investigador realiza la delimitación de su objeto de estu-
dio, tiene que definir cuáles son las características relevantes para su
propósito y desenvolver después su fórmula matriz, es decir, el investi-
gador debe ser lo suficientemente capaz como para controlar su trabajo.
Construir una hipótesis es señalar un hilo conductor de la investiga-
ción que, a partir de su formulación, reemplaza a la pregunta con la
que partió el estudio. La hipótesis permite recoger los datos y la infor-
mación precisa para evitar la dispersión de las ideas y esfuerzos.
Como resultado inmediato, podemos afirmar también que el
diseño de investigación y el marco teórico o la fórmula matriz son
una prolongación de la problemática para articular de manera opera-
tiva las pistas o datos encontrados para el análisis. La conceptualización,
desagregada en dimensiones e indicadores, es un trabajo prolijo que
requiere concentración, es un trabajo abstracto que intenta dar cuenta
de la realidad y, por lo tanto, requiere todo el esfuerzo necesario ya
que es un momento vital para la investigación.
Sin duda, pueden también existir diseños de investigación expe-
rimentales para mostrar cómo la variable independiente producirá
un cambio en la variable dependiente en la dirección y en la magni-
tud expresada por la teoría. En las ciencias sociales podemos observar
experimentos donde surgen fenómenos de co-variación (dos o más
fenómenos varían conjuntamente); co-variación no espuria (la relación
468 entre dos variables que no puede ser explicada por la participación de
una tercera); y el orden del tiempo (el fenómeno causal ocurre antes
que el efecto asumido). Los componentes para un diseño experimen-
tal de investigación son:
90 Frankfort-Nachmias, Chava. Research methods in the social sciences, op. cit. pp. 98-147.
91 Cf. King, Gary; Keohane, Robert O. and Verba, Sidney. Designing social inquiry…, op.
cit., pp. 115-132.
sugeridas por la teoría, dejando que la variable dependiente varíe pero
sin introducir sesgos del investigador como para poner en riesgo el
conjunto de las inferencias.
Si el buen diseño metodológico en la ciencia política es la segunda
cosa más importante después de imaginar una buena pregunta de
investigación, la inferencia causal es el eje del diseño evitando un sesgo
concentrado solamente en la variable dependiente. Es por esto que la
selección de los casos observables deba mirar con cuidado a las varia-
bles independientes.
La diferencia entre la inferencia descriptiva y la inferencia causal
muestra que la descripción es algo no estructurado: qué pasó en un
determinado fenómeno y cuáles podrían ser las explicaciones pero sin
470 una teoría específicamente pensada para la falsificación de las hipótesis;
sin embargo, la inferencia causal incorpora ya una explicación teórica
que puede probar o falsificar las hipótesis. La inferencia descriptiva
genera, probablemente, el comienzo de los mecanismos causales aun-
que sin una estructura lógico-empírica para generar las pruebas que
demuestren el conocimiento teórico.
EL número de observaciones también puede tener lugar dentro de un
periodo temporal. Un caso de estudio que lleva a varias observaciones
en el tiempo es, asimismo, relevante desde el punto de vista metodoló-
gico. La metodología científica en la ciencia política será, por lo tanto,
el esfuerzo estándar que construye conocimiento a partir de varias infe-
rencias y donde el procedimiento es capaz de probar sus fundamentos
y teorías. Al mismo tiempo, debe haber un manejo honesto y riguroso
de la teoría pero buscando variación en las diferentes variables; esto es
lo central en las aspiraciones científicas de los investigadores.
Cómo definir el (los) problema (s)
para el análisis político
En este ensayo se considera que la definición del problema es crucial por
dos razones: primero, facilita el diagnóstico de los hechos por medio
de un esfuerzo que busca aclarar los mecanismos con los cuales se
mueven los actores y sus intereses en los procesos políticos. Segundo,
el problema otorga un sentido de dirección durante el momento de la
recolección de información, y al final de todo el trabajo, un problema
bien clarificado con sus correspondientes evidencias, ayuda a escribir
la historia de una manera más precisa.
El problema puede ser definido como “la necesidad de articular
varios factores, hechos y situaciones” para intentar una explicación con
carácter integral o aspirar a tener una mirada completa de la realidad 471
política. La mirada sobre una totalidad contribuye a tener ideas lúci-
das sobre el funcionamiento de algo; por lo tanto, si cuando hacemos
el análisis y ordenamos la información, sentimos que “algo anda mal”,
“no encaja satisfactoriamente”, o “las tentativas de explicación están
incompletas como para tomar una decisión”, entonces estamos frente
a un problema para lo cual utilizamos el conocimiento especializado,
la crítica y el debate, con la finalidad de resolver dicho problema hasta
obtener esclarecimientos convincentes.
Algunas temáticas pueden presentar más de un problema, comple-
jizando cualquier abordaje. En este caso, es recomendable trabajar un
máximo de dos problemas o determinar el problema principal, porque
de otra manera la recolección de información puede convertirse en algo
caótico y demasiado costoso en términos de dinero y tiempo.
Encontrar y definir un problema para el análisis político también
demanda decidirse por un enfoque “evaluativo”. Esto significa ejecu-
tar un diálogo entre el cliente (quién encarga el estudio o el análisis),
y los especialistas o responsables para realizar el trabajo. El diálogo
entre las dos partes puede ir evaluando un conjunto de prioridades que
facilitan la delimitación mucho más consciente de los problemas a ser
estudiados, pues las valoraciones que sean tomadas en cuenta intro-
ducen el armado preliminar del mapa que será articulado, así como
adelanta las primeras hipótesis sobre cómo describir el problema con el
máximo de concisión y con la información suficiente como para estar
a la altura de la coyuntura política específica. El objetivo es no des-
viarse de la realidad y degenerar muy temprano en una especulación
472 que perjudique el análisis.
En caso de no haber otros interlocutores para establecer un diálogo,
debe mantenerse el criterio evaluativo a fin de justificar el tipo de pro-
blemas y “reducir la arbitrariedad” en cuanto a las decisiones iniciales
que orientarán el camino a seguir. Otras posibilidades para encontrar
problemas pueden girar alrededor de lo siguiente:
b) Información
La información es un conjunto de datos que tienen un significado espe-
cial, en el sentido que puede ayudar a clasificar las piezas del problema
dentro de diferentes categorías lógicas o empíricas. Aquí, lo más impor-
tante es saber ordenar los datos, pensar claramente en las mejores formas
de controlar el mar de hechos “debajo de un paraguas”, que luego se
transforma en un conglomerado de significados o grupos coherentes de
información que serán interpretados para explicar la realidad, convir-
tiendo el rompecabezas del (los) problema (s) en una estructura creíble
y capaz de mostrar un análisis político integral.
Arrow-Alt-Right Datos: proyectos de ley,
declaraciones, discursos Paraguas 1: Estructura Arrow-Alt-Right Ordenamiento de los datos.
políticos, observaciones. institucional de los gobiernos
Arrow-Alt-Right Estadísticas. autónomos y descentralizadolos Paraguas 2: Asambleas legislativas
gobiernos autónomos y descentralizadas y dinámica de los
descentralizados órganos ejecutivos en los gobiernos
El debate sobre la
sub-nacionales
descentralización en América
Latina como problema Arrow-Alt-Right Ordenamiento de los datos.
476
Construir alternativas
Por alternativas debe entenderse a las diferentes formas, cursos de
acción que toman los hechos y articulación de circunstancias, actores,
estrategias y resultados de éstas, mostrando el “mecanismo y las diná-
micas” de los procesos políticos estudiados. Con las alternativas el (los)
problema (s) adquiere (n) movimiento, y junto con las evidencias es
posible visualizar inclusive algunas formas de intervención para quie-
nes desean tomar una decisión respecto a ciertas situaciones políticas.
A lo largo del trabajo, es recomendable construir los mecanismos de
los problemas con no más de tres alternativas, aunque es posible que
puedan aparecer más opciones. En este caso, puede realizarse el aná-
lisis con un enfoque más “comprehensivo” (muchas alternativas), lo
cual puede demandar una lista muy grande que posteriormente tendrá
que ser filtrada, descartando algunas alternativas, combinando otras y
reorganizando el análisis en un “mecanismo básico” que se convertirá
478 en el núcleo de la oferta para los lectores. Por ejemplo:
Gobiernos
muncipales
Porder Ejecutivo y
Estados acciones del
federales Presidencialismo en
América Latina
479
Explicaciones para el
funcionamiento de los
mecanismos del (los)
problema (s) identificado (s).
Razones estructurales.
480
a) La estructura analítica.
b) La estructura evaluativa.
92 Cf. Sartori, Giovanni. La política. Lógica y método en las ciencias sociales, México: Fondo
de Cultura Económica, 1995.
En resumen, la proyección de resultados es la combinación sólida
entre el modelo explicativo que tiene conceptos y alternativas, ligada
con la evidencia obtenida durante la investigación.
a) Un poco de imaginación.
b) Orden.
c) Claridad.
d) Economía de palabras.
e) Abordar directamente los postulados centrales.
f) Evitar siempre los errores ortográficos.
484 g) Revisar el documento final (releerlo completamente), por lo menos
tres veces antes de presentarlo.
93 Cf. Collier, David; Mahoney, James and Seawright, Jason. “Claiming too much: warn-
ings about selection bias”; in: Brady, Henry E. and Collier, David. Rethinking social
inquiry. Diverse tools, shared standards, Lanham: Rowman and Littlefield Publishers,
2004, pp. 85-102. Ver también: Mahoney, James and Rueschemeyer, Dietrich (editors).
Comparative historical analysis in the social sciences, New York: Cambridge University
Press, 2003.
miradas que muchas veces son bastante exigentes en sus instrumen-
tos? Los riesgos de sesgo de selección deben ser asumidos y entendidos
por el investigador; de esto no cabe la menor duda. Pero no saber o
negar a priori este tipo de riesgos y amenazas es romper los estándares
del trabajo científico. Al mismo tiempo, la reflexión teórica y concep-
tual nuevamente está en el centro de la actividad científica porque la
medición, falsificación y análisis causal convergen en el armado de una
teoría que puede ser susceptible de equivocación y, por lo tanto, llegar
a ser una teoría mejorada.
Utilizando la teoría, se selecciona un conjunto de casos específicos
que cuestionen o confirmen la lógica causal y explicativa de dicha teoría.
Posteriormente se pueden agregar nuevos casos para fortalecer el carác-
ter explicativo de la teoría o descubrir nuevas inferencias. Al mismo 487
tiempo, es posible abrir un caso “por dentro” (within case) y compro-
bar también la capacidad generalizable de la teoría. Es por esto que los
instrumentos deben ser adecuados como una encuesta bien formulada,
con preguntas que hayan operacionalizado eficazmente los conceptos
y reflejen los indicadores que se necesitan para medir los fenómenos.
La fiabilidad y confiabilidad son muy importantes pues se refieren al
margen de error de la muestra y la consistencia de los datos.
Es importante aclarar que los conceptos no permiten observar nin-
gún fenómeno de la realidad, sino que deben ser desgajados en variables
e indicadores para acercarse a la realidad; a esto se denomina operacio-
nalización. Un buen ejemplo es el concepto de poliarquía en Robert
A. Dahl quien señala dos variables medibles como la oposición y la
participación, lo cual permitiría medir aspectos observables de la rea-
lidad que denominamos democrática. Es importante estar conscientes
de un recorrido de los conceptos por sus características, de éstas a sus
dimensiones, de éstos a los indicadores y de éstos a los instrumentos
que son modos que contribuyen a medir los indicadores.
Este proceso además debe responder al uso crítico de la teoría, por-
que la significación de los conceptos y la explicación que se remite a los
marcos conceptuales, es fundamental para acercarse a la comprensión
de la realidad. Desarmar los conceptos hasta llegar a sus indicadores,
facilita también el regreso desde el dato empírico al concepto y las
categorías teóricas iniciales que permitieron reconocer problemas de
investigación y análisis político.
En la reflexión epistemológica final, es posible que siempre emerjan
conflictos sobre lo que es la realidad política (el ser filosófico-ontoló-
488 gico) porque las conclusiones a las que llegan las investigaciones deben
ser inciertas (la incertidumbre es una de las identidades centrales de la
ciencia)94. En consecuencia, el carácter incierto de los resultados tiende
a reducir las pretensiones científicas de la ciencia política. Muchos con-
ceptos no deben ser asumidos como una explicación que “muestra la
realidad”. En varias circunstancias, los referentes objetivos en la ciencia
política no son algo material y, por lo tanto, surgen varios problemas
para construir la validez epistemológica de los supuestos teóricos.
Esto nos obliga a reflexionar también sobre el carácter de los estudios
cualitativos que privilegian, por ejemplo, las inferencias causales a partir
de lo que se ha denominado inducciones analíticas. Desde los abordajes
cualitativos con amplias bases de datos, si se analiza el surgimiento de la
democracia, la evidencia podría sugerir que las circunstancias causales
95 Cf. Rueschemeyer, Dietrich, Huber Stephens, Evelyne and Stephens, John D. Capitalist
development and democracy, Chicago: University of Chicago Press, 1992.
desde las oligarquías constitucionales a los autoritarismos, encontrando
una evolución progresiva que pasa por una conjunto de democracias
restringidas hasta llegar a las democracias plenas, en contraste con las
burocracias autoritarias.
Esto demuestra que no solamente con una base de datos y observa-
ciones exhaustivas, desde el punto de vista estadístico, podemos realizar
explicaciones causales, sino también desde la recolección narrativa de
situaciones históricas, sobre la base de fuentes cualitativas que estu-
dian en profundidad un pequeño número de casos pero que justifican
la observación analítico-histórica.
La precaución de tener un buen diseño de investigación, equivale a
explicitar lo más posible los supuestos teóricos, el alcance de los con-
490 ceptos, las variables que se van a medir y los indicadores directos para
mostrar la dinámica y los mecanismos causales aplicados a la interpre-
tación de ciertos fenómenos. La inferencia descriptiva y la inducción
analítica con ayuda de las fuentes históricas, señalan una trayectoria
explicativa que se acerca a las narrativas analíticas, comenzando con una
teoría para terminar en nuevas razones explicativas de la misma teoría
hacia el final, pero junto a pruebas empíricas de tipo historiográfico.
Es bueno aclarar que para un diseño metodológico, la población
o universo del estudio son todos los casos posibles de ser observados,
aunque con algunas características mínimas en común. Los casos de
estudio elegidos deben estar lógicamente justificados y representan el
conjunto de aspectos observables que el investigador selecciona para
medir y armar las explicaciones causales. Las unidades de análisis son
los aspectos observables y más específicos (lo más básico del fenómeno).
El estudio de caso, entonces, es una herramienta metodológica muy
funcional porque indica dónde se realizará la observación de los fenó-
menos para su medición o contrastación con la hipótesis. Ahora bien,
el caso no necesariamente nos lleva a la observación inmediata de lo
que se busca explicar. En la observación, probablemente lo más impor-
tante es analizar de dónde se puede obtener la información. El (los)
caso (s) de estudio es un ejemplo de algo, y por lo tanto, en la política
comparada es necesaria la justificación de por qué se convierte en un
ejemplo de la población o del universo de investigación. Al justificar
los casos seleccionados ya se manifiesta la posibilidad de impulsar una
generalización teórica.
Lo importante es comenzar con formas de ver al mundo; es decir, con
el planteamiento de teorías y problemas. Identificar sus consecuencias 491
y significaciones para la observación de fenómenos, sin preocuparse por
la comprobación imprescindible de la teoría y sin temor a la equivoca-
ción. Aquí radica una actitud abierta hacia la incertidumbre y alejada
del dogmatismo. En realidad este es el núcleo de la explicación en las
ciencias sociales y, por ende, en la ciencia política.
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VIII
Pedofilia, iglesia y perdón de los pecados
Siempre hemos escuchado que sólo dios sabe lo que realmente ocurre
en el corazón de los hombres. Inescrutable muchas veces, ambigua,
conflictiva y temeraria en otras, la vida de cada uno de los mortales
transcurre en medio del horror, los delirios de grandeza y la posibilidad
de cometer las atrocidades más grandes dignas de vergüenza. ¿En qué
momento llega la reconciliación entre esta mortal humanidad y aque-
lla fuerza divina o sobrenatural que nos confirma nuestra pequeñez, 495
permitiéndonos reconocer la supremacía de dios para después acurru-
carnos apaciblemente en la fe, el perdón de los pecados y la inexplicable
convicción de que pertenecemos a un más allá, a un origen enigmático?
Los conflictos entre el corazón y el espíritu, entre la tentación del
placer y la salvación eterna constituyen los nudos centrales en cualquier
religión. Por esto, la crisis actual de la Iglesia católica en el mundo no
solamente expresa un serio conflicto legal con aquellos sacerdotes acu-
sados de pedofilia y abuso sexual, sino que refleja despiadadamente el
tiempo actual en el que vivimos donde prácticamente es imposible
vivir conforme a las enseñanzas de Jesucristo o mantener firme una fe
que, hoy día, resulta carente de sentido pues acaba convirtiéndose en
un concepto vacío y en una tensión angustiosa.
Es inútil minimizar los extremos despreciables a los que llegan los
escándalos sexuales de la iglesia Católica. Las noticias empezaron a
inundar las páginas del New York Times y el Washington Post ya desde
octubre de 2001 y el patológico caso del sacerdote John J. Geoghan
en Boston no es el único como pretenden afirmar algunos curas, al
referirse a los abusos sexuales de “un” clérigo pervertido, como si fue-
ran casos excepcionales. El abogado Jeffrey Anderson se convirtió en
la figura más notoria que ha representado a 490 personas como víc-
timas de acoso sexual y pedofilia perpetrados por clérigos. El jugoso
caudal por reparación de daños y perjuicios también ha permitido que
Anderson acumule más de 60 millones de dólares, directamente des-
embolsados por la iglesia.
Las reuniones entre los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Fran-
cisco con diferentes cardenales estadounidenses, han provocado un
496 intenso debate sobre si se debe poner en marcha la política de cero
tolerancia para los sacerdotes implicados, o dejar la puerta abierta para
el perdón de algunos conforme a las enseñanzas del evangelio, el arre-
pentimiento y una segunda oportunidad a favor de quien se ponga en
penitencia. Sin embargo, esto no ha mostrado sino la hipocresía de la
jerarquía eclesiástica cuya oculta finalidad, es “hacer creer” que se está
haciendo algo correcto cuando, en el fondo, solamente se trata de no
tocar las viejas estructuras eclesiales. Los casos de pedofilia cometidos
por sacerdotes católicos están regados por todo el mundo.
La noción de “cero tolerancia”, revela también que en algún momento
sí se disimuló sin miramientos la sucia conducta de muchos sacerdotes,
encubiertos inclusive por algunos obispos. Esto, de hecho, pone fin a
cualquier debate significativo para encontrar soluciones a la crisis. El
obispo Thomas Daily, el cardenal Bernard Law, ambos de Boston, y
el cardenal Edward Megan de Nueva York, callaron como sepulcros
blanqueados, no sólo las denuncias de aquellas familias cuyos hijos
fueron abusados, sino que ratificaron en sus cargos a los clérigos delin-
cuentes aún a pesar de que representaban un peligro para los niños e
incluso conociendo informes psiquiátricos sobre el comportamiento
desviado de varios sindicados.
Muchos perpetradores afirman que no renunciarán a sus cargos des-
pués de tal “negligencia”, cuando hay que referirse a estos hechos como
delitos. El conflicto entre el espíritu y la carne se resuelve una vez más
en beneficio de lo terreno, a favor del poder, el prestigio y la autoridad
de aquellos ilustrísimos que en ningún momento practicaron el temor
de Dios para evitar semejantes encubrimientos. El catolicismo tam-
poco promueve un debate teológico que permita repensar el valor del
perdón, la vocación de renuncia, el sacrificio en el ministerio sacerdotal, 497
ni la protección de la fe de millones, decepcionados e inermes frente
al hielo abstracto de sus convicciones.
Todas las discusiones sobre una eventual modernización de la iglesia
giran en torno a lavar su imagen, recuperar credibilidad doctrinaria,
evitar perder millones en contribuciones (dinero) y gentilezas de caridad
provenientes de los ricos, permitir el ingreso de homosexuales, aban-
donar el celibato y los cuentos chinos sobre la virginidad. Cuan poco
se dice acerca de la imposibilidad de reconciliar la fe cristiana con la
complejidad de un mundo que destruyó para siempre la dualidad entre
infierno y paraíso, libertad terrenal y redención divina, indulgencia y
venganza. Lo único que queda por hacer es contemplar con desen-
gaño la frase que, posiblemente, Cristo mismo pronunció desde en la
cruz: padre perdónalos porque la iglesia ya no sabe lo que hace. Sin
embargo, muy probablemente los depredadores sexuales de la iglesia
no merecen ningún perdón, sino todo lo contrario: un castigo ejem-
plarizador y definitivo.
IX
¿Puede la Sociología transformar algo? No
XI
La libre decisión del suicidio
como acto político
Todos tienen miedo. ¿De qué? De dejarse llevar hasta aceptar el reto:
quitarse la vida, aunque sea parte de un juego. Un juego diabólico o
simplemente aterrador: “La ballena azul”. Medio mundo se pregunta si
es posible que un juego de Internet pueda lavar el cerebro de los jóve-
nes o adolescentes para que tomen la decisión de suicidarse. Con o sin
las imparables influencias que provienen del mundo virtual y millones
de sitios web, el suicidio seguirá siendo casi inexplicable, deprimente y
sorpresivo. El juego “La ballena azul” pasará a la historia como parte
del sensacionalismo que generan los medios de comunicación pero
las razones del suicidio permanecerán ahí: amenazantes e insondables.
Pocas situaciones suscitan tantas opiniones contradictorias, confu-
sas y ardientemente angustiosas como cuando una persona se suicida.
El suicidio representa un momento en el que la vida social se paraliza,
las instituciones se desconciertan y los credos religiosos encienden toda
clase de cirios al considerar a los suicidas como señales apocalípticas o 507
como símbolos de la decadencia moral y espiritual de nuestra sociedad.
Al mismo tiempo que el azoro nos invade con la noticia de un suici-
dio, los medios de comunicación gustan hacer con este tipo de hechos
trágicos un drama de desesperación y turbulencia espectacular desta-
cando todas las formas, detalles e imágenes sobre el tipo violento en
la muerte de los suicidas. Empero, ¿existen razones suficientes que jus-
tifiquen el suicidio? Si es así ¿cuáles son y hasta qué punto pueden ser
argumentadas? Si no existieran razones valederas para que una per-
sona se quite la vida, ¿tenemos el derecho de juzgarla, sancionarla y
condenarla?
La literatura está llena de narraciones en las que se construyen situa-
ciones subjetivas de diferentes personajes que atraviesan por momentos
simplemente insoportables: El Lobo Estepario de Hermann Hesse afirma,
en un momento de ira irrefrenable contra sí mismo, que “entre los
hombres siempre ronda un pensamiento peligroso y horrible de que
acaso toda la vida humana no sea sino un tremendo error, un aborto
violento y desgraciado de la madre universal, un ensayo salvaje y horri-
blemente desafortunado de la naturaleza; aunque también entre ellos
es donde ha surgido la otra idea de que el hombre acaso no sea sólo
un animal medio razonable, sino un hijo de los dioses y destinado a
la inmortalidad”.
Obras clásicas como Romeo y Julieta del dramaturgo inglés William
Shakespeare, destacan el suicidio por amor. La inefable situación de
dos amantes cuyo destino los ha de juntar para saborear los afectos más
profundos, así como la tragedia que desencadena la muerte como única
salida, pues un amor fracturado convierte a la vida en una oscura estu-
508 pidez. Las tragedias griegas resaltan muchos más ejemplos en los que
el ser humano expresa, libre y conscientemente, su voluntad de morir.
El suicida de una u otra forma escapa al control social y a todo poder
instituido, eludiendo y burlándose de todas las normas jurídicas, éti-
cas y religiosas que gobiernan nuestra existencia pasajera; por esto es
que muchos estudiosos del suicidio sentencian con intensidad sonora:
el suicidio es un medio de independencia y, por tanto, todos los pode-
res que reinan en la sociedad lo odian; un odio que esconde su propia
contradicción pues a la larga éste se transforma, de alguna manera, en
una sentencia de muerte, de segregación y rechazo cuyo objetivo busca
finalmente la desaparición de la personalidad suicida.
La historia cuenta que en la vieja Atenas de los filósofos griegos, el
suicidio era condenado a menos que la asamblea del Senado haya auto-
rizado tal hecho de acuerdo con las normas que prescribía la democracia
de la polis. Los líderes de la ciudad-estado debatían las solicitudes,
diciendo: “que aquél que no quiera ya vivir más tiempo, exponga sus
razones al Senado, y después de haber obtenido licencia, se quite la
vida. Si la existencia te es odiosa, muere; si estás maltratado por la for-
tuna, bebe cicuta. Si te encuentras abrumado por el dolor, abandona
la vida. Que el desgraciado cuente su infortunio, que el magistrado le
suministre el remedio, y su miseria tendrá fin”.
Uno de los flancos en los que puede argumentarse a favor del suicidio,
radica en la voluntad libre y soberana que todo ser humano tiene para
regir su existencia. La libertad de morir, de elegir dejar este mundo y
trasladarse al despeñadero va contra todo orden político, social, cultu-
ral y religioso, imponiendo una decisión frente a la cual ya no pueden
funcionar los convencionalismos existentes. El sociólogo francés, Emi-
lio Durkheim, estudió el suicidio distinguiendo tres tipos de grupos: el 509
suicidio egoísta, el altruista y el anómico, señalándoles a todos como
víctimas de una afección moral crítica, síntoma de decadencia y des-
orientación social.
Sí; el sociólogo francés desarrolló toda una teoría a partir de lo que
significa la fuerza de los hechos sociales, la influencia pre-existente del
medio social, la potencia normativa, punitiva y suprema rectora de la
conciencia colectiva frente a la cual no puede alzarse ninguna voluntad
individual, ya que el hecho de ir contra la fuerza del orden social no es
más que una actitud anormal y patológica que siempre será sancionada.
Las personas se suicidan porque no encuentran sentido para preser-
var su vida dentro de los marcos de significación que provee la sociedad.
Pierden el rumbo porque el mundo de hoy está plagado de todo tipo
de desigualdades, rechazo, segregación y abierto maltrato a la digni-
dad humana. La discriminación, como una forma de excluir a los seres
humanos en diferentes ámbitos de la vida social, va menoscabando
los derechos mínimos que tiene cualquier persona, reforzándose los
prejuicios donde se reproduce un estigma doloroso: considerar infe-
riores a hombres, mujeres, niños y culturas enteras. El siglo XXI en
su contexto global e internacional está reforzando peligrosamente el
desprecio por los derechos humanos donde el respeto por los “otros”
se desvanece como edificaciones de arena. Así se reproduce una situa-
ción de agobio, de pérdida de identificación con la semiótica de los
valores y las instituciones, generándose un estímulo doloroso para ter-
minar con la existencia.
Por estas razones, fuera de la turbación o la locura, la sociedad no
tolera al suicidio, lo condena pero, sigilosamente, a momentos también
510 lo instiga. Para muchos, lo que está detrás de los códigos culturales no
es más que represión, por lo que el suicida reivindica una oportunidad
de libertad y liberación al desoír toda sanción, toda condena y todo
obstáculo contra la autodeterminación individual.
Desde el punto de vista liberal, el poder no puede agredir la esfera
privada que tiene todo individuo; por lo tanto, el mundo privado de
cada uno es el área que cae fuera de los márgenes de lo público, de la
ley y del Estado; asimismo, el hombre tiene en su cuerpo una propie-
dad original e inalienable. En este sentido, importantes teóricos como
John Stuart Mill, defenderán una libertad consistente en establecer una
doble distancia: de cada hombre en relación a los demás, y de todos
con respecto al Estado y la normatividad suprema del orden social. El
suicida expresa -esté o no de acuerdo con la doctrina liberal, sea o no
sea un liberal convencido- su libre decisión para defender un ámbito
íntimo en el que se afirma, rotundamente, el derecho a disponer del
propio cuerpo, incluso hasta llegar a la propia autoeliminación.
Cada suicida puede expresar el conjunto de razones que lo impul-
san a cortar el hilo de su vida; mientras que la sociedad, a través de sus
normas que sancionan al suicidio como un delito, argumenta a favor
de la conservación de la existencia. En este otro flanco destaca, sobre
todo, el papel que juegan las instituciones religiosas cristianas, pues
la Iglesia católica considera que el suicida no da pruebas de valor sino
de cobardía: el valor consiste en que la persona acepte su cruz y cum-
pla con los designios de dios en la tierra, perenne y también efímera;
aunque otras religiones realzan al suicidio como expresión de sacrifi-
cio e inmolación.
La religión es otro refuerzo que, llegado el caso, irrumpe como una 511
fuerza que limita la libertad de elegir sobre la propia existencia. Todos:
el Estado, religión, sociedad y cultura trasladan su malestar sobre el
suicida, lo culpan y lo obligan a conservar su vida, encerrándolo, como
diría Sigmund Freud, en una neurosis permanente; por eso, el pro-
pio Freud pregunta: “¿acaso no está justificado el diagnóstico donde
muchas culturas -o épocas culturales, y quizás aún la Humanidad
entera- se han tornado neuróticas bajo la presión de las ambiciones
culturales y sociales?”
De nada servirá levantar barandas, redes o alambres de púas en los
puentes, colocar rejas en las ventanas de los edificios, cerrar las azo-
teas de las casas que sobrepasan los tres pisos, desplegar un regimiento
policiaco en las autopistas o en las estaciones de trenes para evitar que
los suicidas concluyan su vida arrojándose desesperados a las ruedas
del tren, camión u ómnibus. De nada servirá la prohibición de armas
de fuego. Todos los esfuerzos del medio social, del medio cultural y
del orden del Estado quedarán derretidos como el esperma de una
vela sometida al calor de la última decisión individual que elige suici-
darse. El suicidio es una de las expresiones más humanas fruto de la
desesperación o de una situación tal donde la única puerta de salida
es desaparecer para así salvar la propia dignidad y libertad.
Al analizar el suicidio se pueden encontrar muchas razones: psicoló-
gicas, políticas, sociológicas, religiosas, etc. Lo cierto es que no puede
pasarse por alto un elemento: la libertad de elegir seguir viviendo o
desvanecerse entre las cenizas, que es tan intensa en el suicida. Es total-
mente superfluo condenar esta actitud tan humana y cercana a cada
una de nuestras conciencias pues el hombre no es de ninguna manera
512 un producto firme y duradero, es más bien un ensayo, una prueba y una
transición. Sí, somos tránsito largo o corto. Para algunos, la transición
debe seguir cierto ritmo y curso, mientras que para otros puede inte-
rrumpirse en cualquier momento con sólo decidirlo. El suicidio es un
acto político de plena libertad. La gran lección de los rostros amenaza-
dores de la discriminación y el suicidio que acechan nuestras vidas es
la necesidad de volver a creer en algo: en la familia, en el amor, en los
amigos, en uno mismo, en los derechos humanos, en la tolerancia, en
la hermandad, en la posibilidad de ser uno a través de la estima hacia
los otros, iguales como yo.
En el siglo XXI tenemos el desafío de ajustar las creencias a las ideas.
En varias ocasiones, nuestras ideas son mucho mejores que nuestras
creencias y de aquí que el reto es hacernos creíbles, sobre todo para
derrotar toda forma de discriminación en la práctica. Si hay algo que
hoy en día todo el mundo aprecia, es encontrar a una persona que
vive lo que realmente cree y este es el antídoto ético y profundamente
humano para vencer las conductas discriminatorias.
Una sociedad con ideas extraordinarias no tiene que inventar muchas
más, sino vivir genuinamente aquellas en las que crea. Es la gran pauta
para la educación. Los alumnos pueden escuchar muchas cosas pero si
no ven que los adultos creen lo que están predicando, se produce una
enorme hipocresía y la cuestión entonces no tiene solución. La lucha
contra el suicidio puede triunfar mediante el retorno de la voluntad
hacia la ética; es decir, hacia el cultivo de los valores que son cualidades
de las acciones, de las personas y de las cosas que las hacen atractivas.
Cuando una acción, persona o institución tiene un valor positivo, es
y se hace atractiva. Cuando tiene un valor negativo como la conducta
discriminatoria y represiva, es repugnante. 513
Por ejemplo, podemos decir que cuando alguien dice de una ins-
titución que es justa, la está haciendo atractiva, y cuando dice que es
injusta, la está haciendo repelente además de ilegítima. Los valores no
importan por la calidad que proporcionan, sino que una vida humana
sin valores no es una vida verdaderamente humana. Los valores no
puede expresarse en medidas de calidad, sino que valen por sí mis-
mos. Debemos rechazar aquella visión donde lo más importante en
este mundo son los hechos, exigiendo erróneamente que en la escuela
se enseñen hechos y nada de valores, nada de espíritu. Sin embargo,
sin valores no hay vida humana. La derrota de la discriminación señala
un camino por el cual debemos insistir en la educación mediante los
valores, reforzando la imaginación, educando en la emoción, en el
corazón y en la fantasía, evitando que nuestras vidas se conviertan en
vidas inútilmente inhumanas como trata de hacernos creer el tipo de
sociedad tecnificada de la globalización que desiguala todo.
Vivimos en el momento oportuno para volver a creer en los valo-
res porque merece la pena llamar plenamente humanas a las personas
y a las instituciones. Los valores tienen que ser retomados apasiona-
damente para llevar adelante una existencia realmente humana. Los
valores acondicionarán nuestras vidas para otorgarnos el estatus her-
moso como seres humanos. Además, los valores están al alcance de
todos pues siempre tenemos la posibilidad de ser justos, la posibilidad
de ser honestos y menos discriminadores. A pesar de lo dramático que
puede ser el suicidio, tenemos que acomodar de tal forma nuestras
creencias a las ideas de valor que hagamos realmente posible ser jus-
514 tos para otorgar múltiples y tolerantes sentidos a la vida, así como ser
libres sin creernos héroes invencibles, sino solamente seres humanos
conscientes de una probable perfectibilidad.