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¿Por qué somos el resto?


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Sara Hernández Jorquera


Lorena Valencia
Antropología
Universidad Tecnológica Metropolitana

Introducción

El “occidente” es un término proveniente del latín que significa “puesta del sol” y se

ubica en donde se esconde el sol. Pero esta palabra es más que una expresión

geográfica. La superioridad de la cultura occidental enfatizada por grandes avances

científicos y tecnológicos a través de la historia le entrega otras características a la

región como por ejemplo “desarrollo”, “riqueza” y “modernidad”, por lo que queda claro

que no se refiere a lugares que están ubicados solamente en Europa. Y estas

características llevan al occidente a mirar y tratar de forma despectiva y con aires de

superioridad a los países que no tienen su nivel de desarrollo. En este ensayo se

analizan algunos aspectos históricos y sociales que han marcado esta diferencia entre

occidente y el resto, evitando un trato de igualdad entre ambos.

¿Por qué somos “el resto”?

Desde que vemos un mapa nos queda claro que existe “el occidente” ubicado

más arriba, más grande, más imponente y “el resto” ubicado en la parte inferior,

menos importante. Este hecho parece ser muy tomado en cuenta por Europa y

Estados Unidos que se autoproclaman como los protectores de la democracia y de la

libertad. Esto los ha llevado a inmiscuirse en los asuntos internos de países


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sudamericanos cuando asumen gobiernos anti capitalistas, llegando incluso a

amparar dictaduras militares genocidas, justificándose como defensores de la paz y

de los derechos humanos. Para occidente somos salvajes y ellos civilizados que nos

deben enseñar, somos subdesarrollados.

Esta mirada de occidente se asienta en las distintas creencias que los llamados

países desarrollados tienen sobre aquellos que no lo son. Una de ellas dice relación

con el concepto de raza. Seguimos siendo colonias, donde los europeos impusieron

su cultura y sus costumbres. Wade (2011) afirma que aunque la dominación colonial

casi ha terminado en términos del mantenimiento de colonias imperiales bajo

dominio directo de los países europeos las ideas sobre la raza, muy ligadas a

modelos de desigualdad social, causan discriminación y exclusión en muchos

contextos diferentes. El autor cuestiona las formas “tradicionales-colonialistas” de

leer el concepto de raza (pp. 205-226).

Figura Nº2. Colonialismo. Recuperado de www.unprofesor.com


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En relación a este tema Wade expone dos teorías que propician conductas y

afirmaciones racistas. La primera de ellas asume que hay una diferencia genética,

como color de la piel y rasgos físicos, que permite clasificar a las personas en una

“raza” determinada. Hay otra teoría que señala que, aparte de los biológicos, se

deben tomar en cuenta la capacidad intelectual y cualidades como la velocidad o la

fuerza, características morales e intelectuales. Una teoría muy prejuiciosa que da por

hecho que las personas de alguna raza determinada se va a comportan de una

forma predeterminada. Además el autor plantea que la variación genética de los

diferentes grupos étnicos no puede verse solo como categorías raciales, no se

pueden distinguir razas en las poblaciones humanas. Por ese motivo no es

importante usar parámetros biológicos puesto que las razas son construcciones

sociales. “Aun cuando la raza no tenga ninguna base biológica en la naturaleza

humana, las personas están claramente preparadas para discriminar a otros que

definan como racialmente diferentes”. En otras palabras, sostiene que el concepto de

raza es una construcción social, usada para justificar el racismo y comportamientos

discriminatorios sobre los “diferentes” (Wade, 2011, pp. 209-210).

Figura Nº 1. Susanita y la negritud. Recuperado de


https://racismoenlasaulas.wordpress.com
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Otros autores como Van Dijk (2002) reafirman la idea de que el racismo está

presente en los debates parlamentarios occidentales cuando tratan temas

relacionados con la inmigración y en la forma como los empresarios se refieren a

contratar personas de minorías. Tradicionalmente se ha hablado de la superioridad

de la raza blanca. Los europeos se consideran más inteligentes, más democráticos,

más tolerantes que “los otros”. En esto, según el autor, las elites tienen un rol

fundamental, especialmente por su acceso a los medios de comunicación cuya

influencia llega a todos los hogares. Así por ejemplo en vez de criticar a la clase

política por no solucionar los problemas de desempleo, se desvía la atención y se

culpa a los inmigrantes por la falta de trabajo. Las elites controlan los medios de

comunicación y se dedican a encauzar a la opinión pública. Las elites siguen con un

sutil discurso al que se niegan a llamar racismo (pp. 191-205).

Volviendo a la diferenciación entre el “este-oeste”, Hall (2014) habla de Europa

no solo en términos geográficos, sino también en relación con el cada vez más

arraigado espíritu de superioridad y su convicción de tener derecho a dominar al

resto del mundo, una sociedad que puede describirse como con grandes avances en

materia de desarrollo, comercio, industria, etc. Para el autor “lo occidental” no se

refiere a una ubicación en el mapa, sino a aquellos que alcanzan similar desarrollo al

descrito anteriormente. Él describe el concepto “occidente” como un lenguaje y una

forma de representar (estereotipos) a las diferentes sociedades, culturas, personas y

lugares donde se usan criterios de valoración y clasificación de esas sociedades,

calificando, por ejemplo, a “Occidente como desarrollado, bueno y deseable,

mientras que lo “no occidental” como subdesarrollado, malo e indeseable.


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Hall afirma que el concepto “Occidente” se consolidó en el contexto de la

Ilustración, cuando la sociedad europea se ve a sí misma como una civilización

superior, pero el posicionamiento del “hombre blanco europeo” se pudo dar porque

existió una contraparte: “el Resto”. En el período de la Ilustración los europeos

“descubrieron” en Sudamérica y África lugares que ya tenían estructuras de

organización social cuyos miembros habían vivido allí por siglos. En vista de que los

nativos no poseían un sistema económico como el de los europeos éstos

concluyeron que los indígenas no tenían ninguna forma de comercio. Y lo mismo

asumieron en otros aspectos porque los europeos de entrada no valoraron la forma

de vida de los autóctonos. Aquellos llegaron y atacaron al pueblo, gente que no

quería ser explorada, que no necesitaba cambiar su forma de vida, porque los

conquistadores no eran dueños de una única verdad, de una única y mejor forma de

vivir. Europa medía bajo sus parámetros lo que era bueno o malo, “ser civilizado” (pp.

49-111).

Hasta fines del S XVIII había una distinción entre lo europeo y el otro,

considerando al nativo como otro ser humano inferior. Pero unas pocas décadas

entrado el S XX esta visión cambió a una cierta apreciación del otro (personas de

otras culturas). Es importante destacar que fue solo un paso, pues en la actualidad el

racismo y xenofobia se observa en la serie de conflictos que se han desencadenado

en EEUU y Europa producto de conflictos en países sudamericanos o de Asia o

África.

La vara para medir el progreso de las sociedades se fundamenta en el


paradigma del desarrollo de la civilización occidental. Europa es el baluarte
con el que se mide el resto de las naciones, y los pueblos colonizados
siempre son expuestos como sociedades bárbaras con escaso o ningún
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progreso como medio para justificar su dominación por sociedades más


“avanzadas” que pretenden “civilizar” esos pueblos. De esa forma,
América, es tratada despectivamente en los manuales escolares, por eso
se denigran los pueblos indígenas de Latinoamérica por su tipo de
organización social totalmente diferenciada de occidente. La época
colonial, independencia y el periodo republicano en Latinoamérica son
descritos de forma igualmente peyorativa, en el cual se destacan los
niveles de desorganización y atraso a lo largo de la historia de esas
naciones por no lograr emular el “desarrollo” europeo (…) Por tanto, no se
promueve una cultura de la otredad y respeto a las diferencias culturales,
por el contrario se refuerza una visión racista y desprecio hacia las culturas
diferenciadas (Osorio y Balbuena, 2013).

Naturalmente la vara para medir el progreso de Latinoamérica es su semejanza

con la cultura europea, ampliamente diferenciadas de nuestras sociedades que han

construido procesos que si bien es cierto están vinculados con Europa y otras partes

del mundo, mantienen dinámicas particulares las cuales deben ser adecuadamente

estudiadas.

Cambiar las perspectivas discriminatorias es un reto de la antropología y como

una forma de lograrlo se hace necesario, siguiendo las palabras de Krotz (1991)

detenerse en un viaje antropológico que tiene un propósito que es el de conocer

algún aspecto específico de una realidad sociocultural, un sector poblacional, un

grupo o alguna cultura determinada con esto con el fin, entre otros, de que los

viajeros reflexionen y se enfrenten a sus ideas racistas (p. 54). De igual forma Del

Valle (2012) refuerza la necesidad de una mirada antropológica que ponga atención

a la vida real de las personas, sus comportamientos, sus objetos simbólicos para, de

esta forma, asombrarse con su cultura (p. 93).


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En los últimos años del siglo pasado algunos intentos para describir la forma de

vida de otras culturas incluyen a Geertz (1994) quien plantea que, a pesar de

nuestras propias limitantes culturales (prejuicios, creencias, miedos, etc.), es posible

dar a conocer el “punto de vista” de las personas que integran el grupo que estamos

estudiando, comprender a otras personas en sus propios términos, sin compartir sus

perspectivas ni cuestionar lo que hacen porque la cultura humana se va

conformando día a día para convertirse en el hogar de las personas. (pp. 73-90).

Entonces resulta incomprensible que 78 años después de la adopción de la

Declaración de los DDHH todavía vivamos experiencias de discriminación por raza,

lugar de origen y sigamos siendo considerados como “el resto” intelectualmente

inferior.

Conclusión

Mientra “occidente” siga menospreciando al “resto”, este seguirá intentando adquirir

la riqueza, la tecnología, las habilidades, las máquinas y las armas que forman parte de

la modernidad, intentando reconciliar esta modernidad con su cultura y sus valores.

Debe exigir que Occidente desarrolle una mejor comprensión de las otras civilizaciones,

que aprenda a coexistir con ellas y que entienda que debe esforzarse por mejorar la

condición de las personas ante las crecientes presiones en temas de población,

migración, ricos contra pobres, raza contra raza, etc.


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Referencias

Del Valle, T. (2012). Un ensayo metodológico sobre la mirada en la

Antropología Social. Recuperado de: http://www.gazeta-antropologia.es/?p=3987

Dijk, T. (2002). Discurso y racismo. Persona y Sociedad, (16), pp. 191-205.

Geertz, C. (1994). Desde el punto de vista del nativo. Conocimiento Local,

cap 3, 73-90. Recuperado de: http://red.pucp.edu.pe/ridei/files/2011/08/41.pdf

Hall, S. (2014). Occidente y el resto: discurso y poder. Recuperado de

http://www.unicauca.edu.co/ublogs/seminariopensamiento/wp-

content/uploads/sites/3/2014/09/occidente-y-el-resto.pdf

Krotz, E. (1991). Viaje, trabajo de campo y conocimiento antropológico.

Alteridades, (1), pp. 50-57. Recuperado de:

https://alteridades.izt.uam.mx/index.php/Alte/article/view/684/681

Osorio L., Balbuena C. (2013). Latinoamérica vista desde el paradigma

eurocéntrico: Un análisis de los textos escolares de historia universal. Tiempo y


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Espacio. Recuperado de http://www.scielo.org.ve/scielo.php?

script=sci_arttext&pid=S1315-94962013000200004

Wade, P. (2011). Raza y naturaleza humana. Tabula Rasa, (14), 205-226.

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