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13/2/2019 LA PSIQUIATRIA EN LA ERA NAZI

LA PSIQUIATRIA EN LA ERA NAZI


(Benno Müller-Hill)

[De BLOCH S, CHODOFF P (eds): Psychiatric Ethics",

Oxford Medical Publications, Oxford, 1991]

Cuando una profesión como la psiquiátrica se propone establecer sus propios criterios éticos, es apropiado
recordar su historia, como ya se intentó en la primera edición de este libro, en la el punto más oscuro del pasado
de la Psiquiatría se abordó bajo el título "El trágico abuso de la Medicina en la II Guerra Mundial" (1), aunque
no se llegó desarrollar ampliamente la cuestión. ¿En qué consistió ese "trágico abuso"?

* 1934-1939. 350.000 enfermos mentales reales o potenciales son esterilizados en Alemania sin consentimiento
informado y con la colaboración de la profesión psiquiátrica (2,3).

* 1938-1942. Como anticipo de una ley que nunca llegará a promulgarse, un equipo dirigido por un psiquiatra
selecciona 20.000 gitanos alemanes para su esterilización y posterior internamiento en campos de concentración
(2,4). Muchos serán esterilizados, y más de 17.000 serán asesinados en Auschwitz.

* 1940-1941. Tras ser valorados como como incurables por un equipo de psiquiatras, más de 70.000 enfermos
mentales mueren gaseados por equipos de exterminio dirigidos igualmente por psiquiatras. Desde la profesión
psiquiátrica se intenta dar forma a una ley que legalice estos asesinatos (2,5).

* 1941-1945. En torno al 80% de los enfermos mentales supervivientes mueren en las instituciones psiquiátricas
a causa del hambre, las infecciones o tratamientos inadecuados (2,5).

* 1940-1944. Florecimiento de la investigación anatomopatológica cerebral a expensas del asesinato de


enfermos relevantes (2,5).

* 1940-1941. Los mismos equipos matan con gas a los enfermos mentales judíos y no judíos. En 1942, cuando
estos asesinatos terminan en Alemania, los experimentados asesinos se desplazan en 1942 a Polonia y la URSS
para establecer allí los primeros campos de exterminio para asesinar en masa a judíos y gitanos (6).

Durante la guerra y a la conclusión de la misma, hubo un silencio profesional casi completo en relación con
estos actos. En la RFA se asistió a la represión del recuerdo o reconocimiento de estos crímenes hasta el
comienzo de los años 80. El silencio de la comunidad psiquiátrica alemana e internacional permitió que muchos
implicados continuaran en la práctica psiquiátrica después de la guerra. Es de destacar que el único libro
publicado en los USA (excelente, por cierto) acerca de los crímenes psiquiátricos cometidos en Alemania fue
escrito por un antiguo paciente (7). El otro libro de interés, escrito por Lifton (8), no trata de la Psiquiatría, y se
concentra en los otros médicos asesinos de masas. Un argumento contra la divulgación y discusión de estos
crímenes puede haber sido que, en el caso de que existieran, tuvieron lugar en Alemania y fueron realizados por
psiquiatras alemanes, por lo cual no tendrían interés para el resto de la comunidad psiquiátrica. Más
recientemente, sin embargo, se ha cuestionado esta actitud (9). Algunos de los hechos y de las ideas que
subyacen tras estas prácticas y estos asesinatos subyacen tras razonamientos aún actuales y, por lo tanto, tienen
interés:

* Muchas enfermedades genéticas son diagnosticables, pero a menudo no hay tratamiento adecuado (10).

* Los cálculos coste-beneficio que parecen resultar beneficiosos para la comunidad (nación) tienden a ser
considerados éticos, a pesar de que en ocasiones puedan ser cuando menos rechazables.

* El médico tiene obligaciones para con el paciente y para con la comunidad (nación). Sus obligaciones para con
la comunidad (nación) en ocasiones (a menudo) se imponen a sus obligaciones para con el paciente.

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* El médico tiene el deber de dar el mejor tratamiento posible a los que pueden curarse. Puede descuidarse el
tratamiento de quienes nunca llegarán a mejorar, particularmente en situaciones de (gran) escasez de recursos
(11).

El universo social en que se desarrollaron los crímenes de los nazis se articuló de tal forma que el psiquiatra,
como todo el mundo, tenía que obedecer las reglas generales. Si aceptaba los planteamientos existentes, podía
elegir entre varias alternativas maliciosas por su propia cuenta y riesgo; por cada paciente al que no se mataba
había siempre otros a los que eliminar. Si un psiquiatra concreto rechazaba estas prácticas no corría peligro,
puesto que otros realizarían el trabajo. No es sorprendente, por lo tanto, que casi toda la profesión eligiera
olvidar estas experiencias traumáticas después de la guerra, ni es accidental que quien escribe estas páginas no
sea historiador de la Medicina ni psiquiatra.

Esterilización contra la voluntad de los pacientes (1,3)


El redescubrimiento de las leyes de Mendel en 1900 reforzó la idea de que las anomalías patológicas humanas
podrían ser hereditarias. En el campo de la Psiquiatría, el retraso mental, la esquizofrenia, la psicosis maniaco-
depresiva (PMD) y la epilepsia levantaron rápidas sospechas sobre su posible origen hereditario. Los
demógrafos, por su parte, propagaron el temor de que los afectados por estos trastornos tuvieran más hijos que la
población sana. Por todos estos motivos, muchos psiquiatras y antropólogos llegaron a creer que la civilización
occidental estaba en peligro si este proceso de dispersión y multiplicación de genes "malos" no se atajaba.

En muchos países se promulgaron leyes que permitían la esterilización de estas personas, pero en ningún lugar
se consiguieron las deseadas esterilizaciones en masa. A pesar de la existencia de varias leyes al respecto, en los
USA el número de personas esterilizadas se mantuvo muy bajo (12). La situación era similar en varios países
europeos. En la Alemania de la República de Weimar se promulgó en 1932 una ley que permitía la esterilización
voluntaria de un grupo de personas cuidadosamente delimitados (personas afectas de esquizofrenia, PMD,
retraso mental y epilepsia, así como los portadores de Corea de Huntington).

Tras el acceso al poder de los Nazis se introdujo una nueva ley en la que era posible la esterilización involuntaria
siempre que la requiriera un tribunal compuesto por dos médicos y un juez. El comentario a esta ley fue escrito
por el destacado psiquiatra muniqués profesor Rüdin y dos oficiales (uno médico y otro jurídico) del Ministerio
del Interior (13). Los psiquiatras de la universidad no estaban muy dispuestos a emitir estos requerimientos ante
las autoridades, ya que, con razón, pensaban que los pacientes temerían en estas condiciones acudir a ellos, con
lo que los perderían. Pero por lo general la ley fue muy bien recibida por el grueso de la profesión psiquiátrica.
La esquizofrenia, en particular, les daba la oportunidad de trampear, ya que después de todo eran los psiquiatras
quienes tenían que diagnosticar si el paciente era esquizofrénico (y por lo tanto, debía ser esterilizado) o
esquizoide (en cuyo caso se le dejaba en paz). Las esterilizaciones comenzaron en 1934 y terminaron en la
práctica con el comienzo de la II Guerra Mundial, con un saldo de unas 350.000 personas (0,5% de la población
total) esterilizadas y varios centenares de fallecidos durante las operaciones.

Los psiquiatras y genetistas que habían elaborado la ley (entre ellos Rüdin y el Profesor Fischer, director del más
prestigioso instituto de Genética Humana) sabían perfectamente que la ley conduciría a la esterilización forzosa
de algunas personas que no padecían enfermedades hereditarias. Argumentaron que la ley estaba concebida para
el beneficio de la comunidad (nación) y no para el del paciente. También sabían los autores de la ley que una
enfermedad recesiva tan sólo podría atajarse si se mantuvieran las esterilizaciones durante siglos. El propio
Hitler escribió que habría que obedecer la ley durante 600 años para obtener un resultado significativo (14). En
el marco del entusiasmo generalizado de los primeros años del III Reich los psiquiatras pensaron que todo el
mundo, sano o enfermo, tenía que someterse a estos riesgos para dejar un legado de salud a las generaciones
venideras.

Esterilización de otras personas contra su voluntad (2)


Los defensores de la esterilización, como Rüdin, no estaban satisfechos con la ley. En su opinión quedaba por
abarcar el amplio grupo de clientes que no encajaban adecuadamente en el moderno estado industrializado: los
criminales, los eternos desempleados, los mendigos, las prostitutas, etc. El Ministerio del Interior redactó
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múltiples borradores de una ley que permitiría la esterilización de este amplio grupo de ciudadano (estimado en
un millón de personas, o 2% de la población total de Alemania). pero el Gobierno nunca llegó a aprobarla. Esta
ley disponía que correspondía a dos médicos y un policía de rango alto la decisión de esterilizar al sujeto e
internarlo a continuación en un campo de concentración. Como anticipo de la ley, se realizó un estudio sobre
gitanos, dirigido por un psiquiatra (Ritter) y bajo los auspicios del Instituto Nacional de la Salud
(Reichsgesundheisamt). Se dividió a todos los gitanos en dos grupos: Los gitanos verdaderos o arios, que
representaban menos del 10% y los gitanos mixtos o mezclados, a los que se suponía descendientes del
submundo criminal europeo. Estos últimos habrían de ser esterilizados e internados -por orden de Himmler- en
el campo de concentración de Auschwitz, donde la mayoría de ellos (unos 17.000) perecerían a causa del
hambre, el frío, las infecciones, y, finalmente, el gas (2,4).

El asesinato mediante gas de los enfermos mentales incurables (2,5)


Durante la I Guerra Mundial, en torno a la mitad de los pacientes internados en instituciones psiquiátricas
alemanas murieron a causa del hambre o las infecciones. Con el fin de introducir un cierto orden en este proceso
de selección al azar, un psiquiatra de la universidad (Hoche) y un magistrado y profesor de Derecho (Binding)
propusieron, al terminar la contienda, la muerte misericordiosa de los enfermos mentales incurables (15). Hay
que recordar que en aquellos tiempos no existía ningún tratamiento para las principales enfermedades mentales.
En particular, la esquizofrenia se consideraba un proceso irreversible que conducía inexorablemente a la muerte.
En los libros de texto y en los artículos de investigación se denominaba inferiores (minderwertig) a todos los
enfermos mentales, mientras que los pacientes en etapas avanzadas de la enfermedad recibían en círculos
profesionales el nombre de Balastexistenzen (Lastre Humano) y Leere Menschenhülsen (Conchas humanas
vacías) o, en pocas palabras Lebesunwertes Leben (Vidas que no merecen vivirse).

Con el comienzo de la II Guerra Mundial creció drásticamente la presión para eliminar a los enfermos mentales
crónicos e incurables. El ejército necesitaba camas hospitalarias, y los psiquiatras no opusieron resistencia. Se
creó una organización asesina ad hoc, legitimada por una carta de Hitler con una sola frase. Esta organización
envió cuestionarios de una página a todas las instituciones psiquiátricas, que debían rellenarlos para cada
enfermo y devolverlos para su estudio por 50 psiquiatras, entre ellos 10 profesores universitarios (de Crinis,
Heyde, Mauz, Nitsche, Panse, Pohlisch, Reisch, Carl Schneider, Villinger y Zucker), quienes revisarían y
valorarían los cuestionarios cobrando unos honorarios de unos pocos pfenning por paciente. Si tras la valoración
del caso se decidía que el paciente debía morir se marcaba el cuestionario con una "X". Pronto surgió el término
popular Kreuzelschreiber (Escritores de X) para designar a este grupo y, por extensión, a toda la profesión. El
estudio de los bebés y los niños afectos de enfermedades supuestamente incurables correspondía a una comisión
especial integrada por dos catedráticos y un doctor, que decidían si estos niños debían seguir con vida.

El programa terminó siendo un secreto a voces. Una vez decidida la muerte de un paciente, se le trasladaba a
otro centro y de allí a uno de los cinco centros regionales de exterminio (Brandenburg, Bernburg, Hartheim,
Sonnenstein, Hadamar), alguno de ellos dentro de instituciones psiquiátricas y otros fuera de las mismas. Una
vez allí los pacientes esperaban desnudos a ser ejecutados en una habitación camuflada como lavandería. La
tarea de abrir la válvula de un cilindro repleto de monóxido de carbono correspondía a un psiquiatra. Todo el
mundo sabía lo que estaba sucediendo, y los familiares de los enfermos y el clero, tanto católico como
protestante, protestaron abiertamente. Sin embargo, la mayor parte de los psiquiatras callaron, y sólo un
catedrático (Ewald) protestó, sin que le sucediera nada. Tampoco sucedió nada a los escasos psiquiatras que se
negaron a participar en la matanza, tal vez porque había muchos interesados en realizar el trabajo.

La falta de una ley que legitimara la matanza preocupaba a algunos psiquiatras. Al menos cinco catedráticos (de
Crinis, Mauz, Kihn, Pohlisch y Carl Schneider) intentaron redactar un borrador junto con el más destacado
(eu)genetista de la época, Lenz. Este último sugirió la siguiente frase: "Puede acabarse con la vida de un
enfermo que necesitaría cuidados de por vida, mediante medidas médicas y sin su conocimiento" (2). Todo fue
en vano, ya que la ley nunca llegó a ser promulgada.

El destino de los pacientes no exterminados (2,5)

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La opinión pública estaba en contra de la matanza incontrolada de los enfermos mentales alemanes. Por otra
parte, la guerra contra la URSS requería un verdadero esfuerzo unitario, con lo que el programa se suspendió en
agosto de 1941, ya que los asesinos eran necesarios para la matanza de judíos en Polonia y la URSS. Sin
embargo en las instituciones siguieron produciéndose muertes mediante procedimientos más silenciosos
("Eutanasia Discreta"). Las raciones alimentarias de los pacientes se redujeron al mínimo, y la calefacción de
los hospitales no se encendía en invierno. En algunos centros los psiquiatras y los enfermeros ayudaban a
acelerar la muerte de los pacientes mediante la administración prolongada de dosis bajas de barbitúricos, con lo
que se conseguía una neumonia que generalmente era terminal y que parecía inocente. En otros centros se
continuó con matanzas menos discretas, mediante inyección intravenosa de varios fármacos. No se conoce el
número exacto de supervivientes, auqnue se ha apuntado la cifra de 40.000 (16). Al comienzo de la guerra había
en Alemania unas 280.000 camas entre las instituciones públicas y las privadas. La práctica totalidad de los
enfermos de Polonia y la URSS que llegó a ser ocupada por Alemania murió. El hambre en las instituciones, el
gas de Auschwitz o el mero disparo acabaron con ellos (17). En la Francia de Vichy más de 40.000 enfermos
mentales murieron de hambre, lo que no despertó alarma en la profesión: aparentemente, la muerte por inanición
de un enfermo mental parecía normal, a pesar de que las raciones alimentarias oficiales de los enfermos eran
idénticas que las de los restantes civiles. El hecho de que las raciones reales de estos ultimos siempre eran
mayores que las oficiales no mereció ninguna atención.

Los enfermos como material para investigación (2,5)


Si los enfermos tienen que morir en cualquier caso, a causa de la valoración pericial de uno de mis colegas, ¿por
qué no utilizarlos -en vida o tras su ejecución- para investigar? En estos años los Profesores Carl Schneider
(Catedrático en Heidelberg) y Heinze (director del Hospital Psiquiátrico de Goerden/Brandenburg) iniciaron dos
amplios proyectos de investigación sobre diversas formas de retraso mental y epilepsia. La idea era evaluar y
estudiar exhaustivamente a los pacientes en vida, durante años, tanto desde el punto de vista psicológico como
desde el fisiológico, hacerlos matar discretamente en uno de los cinco centros al efecto, y coronar la
investigación mediante el estudio anatomopatológico de sus cerebros. El proyecto hubo de suspenderse, ya que
tras la derrota de Stalingrado la mayor parte de los médicos que participaban en el mismo fueron llamados a
filas. La correspondencia de Carl Schneider permite ver su gran interés por obtener el visto bueno de los
evaluadores de los cuestionarios para ejecutar a sus pacientes (2). Una vez obtenido el permiso, se trasladaba a
los pacientes a uno de los centros de exterminio, donde se les ejecutaba. No está tan claro hasta qué punto llegó
el estudio en Goerden/Brandenburg. En un tercer caso, el Profesor Hallervorden, subdirector (Abteinlungsleiter)
del Kaiser-Wilhelm Institut für Hirnforschung (Instituto para Investigación Cerebral) de Berlin-Buch, iba en
persona a uno de los centros de exterminio (el de la cárcel de Brandenburg, junto al hospital de Goerden) para
extraer los cerebros de pacientes recién ejecutados. Puesto que conocía los diagnósticos de los enfermos antes de
su ejecución podía elegir los cerebros que fueran de interés para su investigación. Hallervorden invitó al
psiquiatra a cargo del centro de exterminio a Berlin para que trabajara durante un tiempo en su instituto, e
incluso trasladó a uno de sus asistentes al centro de extermino con el fin de acelerar la preparación de las
muestras. Tras la guerra, Carl Schneider se suicidó, Heinze llegó a ser director de una institución psiquiátrica
para niños en la RFA, y Hallervorden siguió siendo el honorable subdirector de su instituto.

Del asesinato de enfermos psiquiátricos al exterminio de los judíos (6,19)


En agosto de 1941 se suspendió el asesinato de enfermos mentales mediante gas. En aquella época, los
Einsatztruppen de las SS ya habían comenzado a asesinar judíos en la URSS. Puede añadirse, como un hecho
simbólico, que aproximadamente la mitad de los dirigentes de estos escuadrones de la muerte tenían el grado de
doctor, generalmente en Derecho. Pronto resultó evidente que el asesinato individual era poco eficaz y que, al
menos para alguno de los asesinos, generaba una gran tensión. Por lo tanto, se solicitó a los experimentados
asesinos del programa de eutanasia que establecieran el primer centro de exterminio, en el que se asesinaría a
judíos con la misma tecnología (monóxido de carbono) que había demostrado ser tan efectiva en el caso de los
enfermos psiquiátricos. De esta forma, el personal de Belzec, Sobibor y Treblinka consistía en los antiguos y
expertos asesinos de enfermos mentales; de hecho, el primer comandante de Treblinka fue un psiquiatra. Las
batas, que implicaban la presencia de médicos, desempeñaron un papel importante para engañar a los judíos (Un
lugar en el que te reciben doctores no puede ser malo). Pero evidentemente, no se requerían grandes
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conocimientos psiquiátricos para asesinar judíos en masa, y así, el psiquiatra que dirigía Treblinka (Eberl) fue
sustituido cuando se observó que era incapaz de organizar adecuadamente la eliminación de los cadáveres de los
asesinados. En Auschwitz, que superó de lejos a las demás instalaciones de exterminio, eran nuevamente los
médicos (pero no exclusivamente los psiquiatras) quienes seleccionaban y supervisaban los asesinatos con gas.
También en este caso no se requerían grandes conocimientos médicos para seleccionar a los niños y a los viejos:
cualquiera podría haberlo hecho, pero el que los médicos hubieran obtenido el derecho a realizar esta tarea tenía
su peso simbólico.

Psiquiatría "Normal" (2,20,21)


Sería erróneo considerar a los psiquiatras anteriormente mencionados (por ejemplo, Heinze o Carl Schneider)
como simples y meros asesinos, o como personas que consintieron la muerte de todos sus pacientes. Muchos de
los médicos que participaron en el programa de exterminio se posicionaron firmemente a favor del mejor
tratamiento para los enfermos, una vez que los crónicos hubieran sido eliminados. En 1941 o 1942, Carl
Schneider escribió el grueso de un memorandum en el que participaron de Crinis, Heinze, Nitsche y Rüdin, que
aún hoy en día resulta de lo más progresista, a no ser por una frase que menciona la "eutanasia discreta" para
los pacientes crónicos sin esperanzas de tratamiento efectivo. De hecho, los psiquiatras alemanes temieron
perder el respeto de la opinión pública y de los estudiantes de Medicina a causa de las ejecuciones de enfermos.
Así, sus propuestas del memorándum, que propugnan un tratamiento intensivo individualizado para cada
paciente nuevo, incluyendo laborterapia y terapia por shock, suenan perfectas. A pesar de estos intentos, existen
dudas en los observadores, tanto psiquiatras (20), como no psiquiatras (2,5). Personalmente, me parece que los
dos compartimentos de ciencia psiquiátrica y crimen no pueden darse en un mismo individuo sin una fusión
lenta y gradual, y si ambas llegaron a coexistir sin problemas en tantas personas hay que pensar que algo
funcionaba muy mal en la ciencia psiquiátrica.

Puedo resumir mis dudas haciendo notar que los psiquiatras de aquella época, al igual que los de nuestros días,
contemplaban las ideas delirantes de sus pacientes fuera de su contexto. Permítanme que comience con el caso
más extremo: hay informes que recogen que numerosos asesinos de las Einsatztruppen sufrieron severas crisis
nerviosas por las que precisaron ayuda psiquiátrica y/o psicoterapéutica. Ciertamente se les dio esta ayuda, pero
las ansiedades de estos asesinos de masas se abordaron fuera de su contexto. Aparentemente, el tratamiento
funcionó tan bien que en muchos casos pudo reintegrarse al paciente, con renovada energía y vigor, a su trabajo
de asesino (8).

Un alumno del Profesor De Crinis describe en su tesis tres casos de pacientes con un brotes en los que se
observó el típico síndrome del fin del mundo (Weltuntergangssyndrome), en que el paciente experimenta la
desmembración y final del mundo (22). El primero, un joven soldado de los SS, muestra síntomas de
enfermedad encontrándose en Polonia, sin que se describan los detalles de la descompensación. El paciente dice
al psiquiatra: "Esta guerra es un error... va a ser una guerra en la que la gente se matarán unos a otros. Nadie
se salvará". Al parecer, la terapia de shock no fue efectiva en este caso. El alta se produjo, sin mejoría según el
criterio médico, cuando los SS sacaron al paciente del hospital (presumiblemente para acabar con su vida). Los
otros dos casos expuestos en la tesis son también interesantes. Una es una chica católica de la que se dice "creía
[en 1941] que estaba llegando el final de los judíos... Por las noches veía la letra J [el signo que debían llevar
todos los judíos] brillando en la pared. Se sentía muerta física y espiritualmente. Siempre había querido ayudar
a la gente, pero de repente sentía que era tan mala como el resto". No sabemos qué le pasó a esta sensible
muchacha. El tercer paciente era un medio-judío, oficial condecorado, que hubo de abandonar el ejército cuando
se descubrió el origen judío de su padre. El 2 de enero de 1942 le dice a su madre no judía: "Hay grupos de
asesinos merodeando para matar a toda la gente pacífica, las calles están llenas de sangre. Debo combatir a
esos asesinos, pueden venir en cualquier momento". La terapia con shock calmó a ambos pacientes. No sabemos
si el hombre fue finalmente internado en Theresienstadt o Auschwitz. En los tres casos descritos los pacientes se
muestran preocupados y agobiados por la persecución a que se sometía a los judíos. Los psiquiatras intentaron
curarles de su delirio esquizofrénico humanitario. No hay indicios en la literatura posterior a 1945 de que los
psiquiatras trataran a éstos o a otros pacientes similares con el fin de preservarles de la persecución política; se
les consideró auténticos casos clínicos.

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Los psiquiatras del ejército se enfrentaban con un problema similar. ¿Qué hacer con los soldados que tenían
crisis nerviosas? En la I Guerra Mundial los psiquiatras militares no dudaron en certificar crisis nerviosas en los
soldados del frente, lo que hizo que los hospitales se llenaran de simuladores que propagaron su propaganda
antibelicista. Esta situación condujo, finalmente, a un levantamiento general en 1918, con el colapso del frente;
el Kaiser hubo de huir y se instauró la democracia. En esta ocasión (1942), los psiquiatras militares decidieron
colectivamente no hacer más diagnósticos de crisis nerviosa en los soldados del frente, por lo que todo el que
sufriera una crisis sería tratado en la práctica como un cobarde. En el mejor de los casos recibiría el tratamiento
eléctrico popularizado por el premio Nobel Wagner-Jauregg (23). Pocos soldados resistían esta tortura por lo que
en esta ocasión no hubo motines en el ejército alemán hasta el final de la guerra.

Esta actitud de fijarse en los fenotipos psiquiátricos sin prestar atención al contexto no cambió en absoluto tras el
final de la guerra. El profesor Bürger-Prinz, por ejemplo, describe el curioso y raro caso de un alto cargo Nazi
que acabada la guerra experimentó sentimientos extremos de culpa; sus síntomas, descritos como "conciencia
patológica" cedieron con electroshock (24). En general, los psiquiatras raramente respaldaron las reclamaciones
de antiguos pacientes que habían sido esterilizados o que habían sufrido otras formas de tratamiento inadecuado
(25). Después de todo, las esterilizaciones y la propia decisión de llevarlas a cabo se habían realizado conforme
a lo establecido por la ley. En 1946, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Colonia se votó a favor del
mantenimiento sin cambios de la ley que permitía las esterilizaciones. La mayor parte de los psiquiatras
implicados en el asesinato de enfermos mentales fueron puestos en libertad y continuaron en la profesión.
Muchos de ellos adujeron que habían salvado a otros pacientes, e incluso se creyó a los que habían matado a
todos sus enfermos cuando argumentaban que si los habían ejecutado era porque lo consideraban honestamente
un buen acto terapéutico para liberar de su sufrimiento a aquellas pobres criaturas (21). Cuando se requerían
peritaciones sobre las personas que afirmaban que su internamiento en campos de concentración les había
generado depresión o esquizofrenia, la opinión generalizada de los psiquiatras alemanes apuntaba a que se
trataba de fraudes o simulaciones (25). Según este punto de vista, la enfermedad mental se debe a causas
genéticas, sin participación de los factores ambientales. Los psiquiatras estaban a salvo. Hasta fechas recientes
podía mantenerse al paciente en la ignorancia de su diagnóstico. En este contexto puede citarse una lección
sobre la electroshock en el muy respetado instituto de Kurt Schneider en la cual, al hacer referencia a la gran
cantidad de fracturas óseas que resultaban del tratamiento, se recomendaba a los psiquiatras: "Nunca diga a un
paciente deprimido que ha sufrido esa complicación, ya que podría hacer que siguiera deprimido" (26).

He tocado sólo superficialmente un aspecto que es específicamente alemán: el idioma. Los psiquiatras alemanes
tendían a acuñar y aceptar términos degradantes para sus pacientes. Por ejemplo, era habitual llamar a los
pacientes esquizofrénicos "inferiores" (la palabra alemana minderwertig es aún más dura). La imaginación de
los psiquiatras alemanes demostró ser muy fructífera a la hora de crear otras palabras despectivas, como
"Balastexistenzen" (Lastre Humano), Leere Menschenhülsen (Conchas humanas vacías) y lebesunwertes Leben
(Vidas que no merecen vivirse). Todos estos términos eran fáciles de comprender, y casi demandaban a la
sociedad que quitara en medio a quienes habían recibido tales etiquetas.

¿Qué puede aprenderse de los sucesos de este periodo de la Psiquiatría alemana?


Este repentino descenso de la Psiquiatría desde su antiguo nivel elevado a las cotas más oscuras y profundas nos
plantea el interrogante de qué es lo que se hizo mal y qué puede aprenderse de aquello. Aunque reconozco que
otros observadores pueden llegar a otras conclusiones, intentaré resumir aquí las mías:

1.- Debería evitarse y resistirse el abandono del paciente individual en favor del grupo (la comunidad, la nación).

2.-Deberían respetarse siempre los deseos del paciente.

3.- La descripción (poética, metafórica) que da el paciente de la realidad debería ser comprendida y aceptada.

4.- Si un paciente afirma que el tratamiento que se le da es inadecuado o indeseable debería respetarse su
criterio, y deberían explorarse opciones alternativas.

5.- Los psiquiatras deberían cuestionarse su terminología, ya que crea realidad.


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6.- Los psiquiatras deberían preguntarse por qué durante 50 años no quisieron enfrentarse con la verdad acerca
de los crímenes cometidos por sus colegas alemanes en la II Guerra Mundial. Una profesión que escotomiza y
oculta su pasado no merece crédito.

Las preocupaciones de un genetista


Los Nazis tuvieron éxito porque pudieron apoyarse en la creencia generalizada de que las diferencias genéticas
(de sangre, por decirlo metafóricamente) no eran modificables. Hoy sabemos lo endebles que eran las pruebas de
la supuesta diferencia genética, ya que se basaban en análisis fenotípicos erróneos y en estudios estadísticos
inadecuados sobre pedigrees muy reducidos a los que cuadra mejor el término pseudociencia. El conocimiento
de que el DNA es la base de la herencia y el advenimiento de las técnicas de hibridación, secuenciazión y
recombinación han cambiado la Genética radicalmente. Tarde o temprano sucederá lo mismo en Psiquiatría.

En el momento actual la posibilidad de linkage de DNA en trastornos afectivos (27) o en la esquizofrenia (28) es
controvertida. De hecho, las pruebas de que exista linkage en la PMD desaparecieron misteriosamente cuando
este artículo iba a editarse (29). Sin embargo confío en que en la primera mitad del próximo siglo esto cambiará,
y aventuro que se encontrarán alelos dominantes frecuentes que incapaciten a sus portadores para resistir las
tensiones de la vida moderna. Alguno de los portadores de estos alelos mostrará un fenotipo similar a la
esquizofrenia o a otras enfermedades psiquiátricas.

Esto plantea cuestiones serias. Por una parte, la mayor seguridad del diagnóstico predictivo y del pronóstico al
utilizar el DNA alegrará a los psiquiatras (y a los patrones, y a las compañías de seguros). Por otra parte, el
paciente verá el diagnóstico como una condena; sentirá que se le expolia su esencia, su genotipo. He discutido
este problema con varias personas que participan en el proyecto Genoma Humano, y estoy sorprendido por su
actitud de laissez faire; creen que no es su problema ni su cometido declarar que el paciente y sólo el paciente
tiene derecho a conocer su fenotipo, y que a menos que el paciente dé su consentimiento no debería permitirse
determinar su genotipo ni siquiera a su psiquiatra, y que ningún patrón ni compañía de seguros tiene siquiera el
derecho de preguntar a una persona por su genotipo. Si no nos apresuramos a tener en cuenta los riesgos que
podemos correr, el futuro nos deparará desastres similares a los del pasado. Sería lamentable que los científicos
pierdan la confianza de la opinión pública simplemente porque no se percatan de los derechos humanos y civiles
de sus pacientes.

©The Txori-Herri Medical Association 1997

http://www.txoriherri.org/nazis.htm 7/7

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