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René Guénon
(Traducción: Pedro Rodea)
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
PREFACIO
Desde nuestro libro La Crisis del Mundo moderno, los acontecimientos han con-
firmado rápidamente todo lo que expusimos, aunque, entonces lo tratáramos al mar-
gen de toda consideración de «actualidad» inmediata. Si el mundo moderno constitu-
ye una suerte de monstruosidad, por ello no es menos cierto que, situado en el con-
junto del ciclo histórico del que forma parte, corresponde a las condiciones de una
fase de este ciclo, la que la tradición hindú llama el «periodo extremo» del Kali-
Yuga; son estas condiciones, que resultan de la marcha misma de la manifestación
cíclica, las que determinan sus caracteres propios, y es cierto que la época actual no
puede ser otra que la que es. Pero para ver el desorden como un elemento del orden
hay que elevarse por encima del nivel de las contingencias a cuyo dominio pertenece
este desorden como tal; y de la misma manera, para entender el verdadero significa-
do del mundo moderno según las leyes cíclicas que rigen el desarrollo de la presente
humanidad terrestre, hay que estar libre de la mentalidad que le caracteriza; eso es así
porque esta mentalidad implica una total ignorancia de las leyes en cuestión, así co-
mo de todas las demás verdades que, vinculadas a los principios transcendentes, for-
man parte del conocimiento tradicional que todas las concepciones modernas niegan.
Hace tiempo que queríamos dar a La Crisis del Mundo moderno una continuación
«doctrinal», a fin de aclarar aspectos de la época actual según el punto de vista tradi-
cional, que es el único válido y posible, puesto que, aparte de él, tal aclaración no
puede considerarse.
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Así como la ciencia tradicional de los números es algo muy diferente de la arit-
mética profana actual, también hay una «geometría sagrada», no menos diferente de
la ciencia «escolar» que hoy día tiene este mismo nombre. Aquellos que han leído El
Simbolismo de la Cruz, saben que expusimos ahí muchas consideraciones que de-
penden de esta geometría simbólica, y pueden entender hasta qué punto se presta a la
representación de las realidades de orden superior. Y, ¿no son las formas geométricas
la base misma de todo simbolismo figurado o «gráfico»? Es fácil comprender que tal
geometría, lejos de referirse solo a la cantidad, es, al contrario, «cualitativa»; y deci-
mos otro tanto de la verdadera ciencia de los números, ya que los números principia-
les, aunque se llaman así por analogía, están, en relación a nuestro mundo, en el polo
opuesto de ese donde se sitúan los números de la aritmética vulgar, los únicos que se
conocen hoy y a los que se presta atención exclusiva.
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que se vive; en eso no podemos nada, ya que hay cosas para las que la expresión
simbólica es la única posible, y que, por lo tanto, nunca serán comprendidas por
aquellos para quienes el simbolismo es letra muerta.
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CAPÍTULO I
Cualidad y Cantidad
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hay en todo ser una mezcla de acto y potencia equivale también a lo mismo, ya que
el acto es eso por lo que ese ser participa en la esencia, y la potencia eso por lo que
participa en la substancia; el acto puro y la potencia pura no se encuentran en la ma-
nifestación, puesto que son los equivalentes de la esencia y la substancia universales.
Por el contrario, cuando Santo Tomás de Aquino dice que «numerus stat ex parte
materiæ», se refiere al número cuantitativo, y con eso afirma que la cantidad tiende
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CAPÍTULO II
Los escolásticos llaman materia a lo que Aristóteles llama ule; esta materia no es
la «materia» actual; y aunque se haga entrar en la concepción actual, ella es muchas
otras cosas, y son esas cosas las que hay que distinguir primero; pero, para designar-
las a todas juntas por una denominación común como las de ule y materia, no tene-
mos a disposición un término mejor que el de «substancia». La ule, como principio
universal, es la potencia pura, donde no hay nada distinguido ni «actualizado», y que
constituye el «soporte» pasivo de toda manifestación; así pues, en este sentido, es
Prakriti o la substancia universal, y todo lo que hemos dicho en otra parte sobre ésta,
se aplica igualmente a la ule entendida así1. En cuanto a la substancia tomada en un
sentido relativo, como lo que representa el principio substancial y desempeña su pa-
pel en relación a un orden de existencia delimitado, es ella también lo que se llama
secundariamente ule en la correlación de este término con eidos para designar las dos
caras esencial y substancial de las existencias particulares.
Los escolásticos distinguen éstos dos sentidos al hablar de materia prima y mate-
ria secunda; así pues, podemos decir que su materia prima es la substancia universal,
y que su materia secunda es la substancia en el sentido relativo; pero, como desde
que estamos en lo relativo, los términos devienen susceptibles de aplicaciones múlti-
ples, ocurre que lo que es materia en un cierto nivel deviene forma en otro e inver-
samente, según la jerarquía de los grados que se consideren en la existencia manifes-
tada. Pero, una materia secunda, aunque constituya el lado potencial de un mundo o
de un ser, no es nunca la potencia pura; solo la substancia universal es la potencia
pura, que no solo está debajo de nuestro mundo (substantia, de sub stare, es literal-
mente «lo que está debajo», el «substratum»), sino debajo del conjunto de todos los
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Hacemos observar que el sentido primero de la palabra ule se refiere al principio vegetativo; ahí
hay una alusión a la «raíz» (en sánscrito mûla, término aplicado a Prakriti) a partir de la cual se desa-
rrolla la manifestación; y también se puede ver una cierta relación con lo que la tradición hindú llama
la naturaleza «asúrica» del vegetal, que se sumerge por sus raíces en lo que constituye el soporte obs-
curo de nuestro mundo; la substancia es en cierto modo el polo tenebroso de la existencia.
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Antes de ir más lejos, debemos observar que la «materia» de los físicos solo es
una materia secunda, puesto que la suponen dotada de propiedades, sobre las que no
concuerdan, de suerte que en ella solo hay potencialidad e «indistinción»; además,
como sus concepciones solo se refieren al mundo sensible, no sabrían qué hacer con
la consideración de la materia prima. No obstante, por una extraña confusión, hablan
de «materia inerte», sin darse cuenta de que, si fuera inerte, estaría desprovista de
toda propiedad y no se manifestaría, de suerte que no sería nada que sus sentidos
puedan percibir, mientras que, al contrario, ellos declaran «materia» a todo lo que
cae bajo sus sentidos; en realidad, la inercia solo conviene a la materia prima, porque
ella es sinónimo de pasividad o de potencialidad pura. Hablar de «propiedades de la
materia» y afirmar al mismo tiempo que «la materia es inerte», es una contradicción
insoluble; y, curiosa ironía de las cosas, el «cientificismo» moderno, que tiene la
pretensión de eliminar todo «misterio», hace llamada, en sus vanas tentativas de ex-
plicación, a lo más «misterioso» que hay en el sentido vulgar de esta palabra, es de-
cir, a lo más obscuro y menos inteligible.
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debe estar manifestada de ninguna manera en este mundo mismo, sino que solo debe
servir de «soporte» o de «raíz» a lo que se manifiesta en él, y que, por lo tanto, las
cualidades sensibles no pueden serle inherentes, sino que proceden al contrario de
«formas» recibidas en ella, lo que equivale a decir que todo lo que es cualidad debe
ser referido a la esencia. Así pues, se ve aparecer aquí una nueva confusión: los físi-
cos actuales, en su esfuerzo por reducir la cualidad a la cantidad, han llegado, por
una suerte de «lógica del error», a confundir una y otra, y por lo tanto a atribuir la
cualidad misma a su «materia», en la que acaban por colocar así toda la realidad, lo
que constituye el «materialismo» propiamente dicho.
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Hay otra cuestión: la cantidad se presenta a nosotros de modos diversos; así, hay
la cantidad discontinua, que es el número, y la cantidad continua, que son las magni-
tudes espacial y temporal; ¿cuál de estos modos constituye la cantidad pura? Esta
cuestión es importante, pues Descartes, que es el punto de partida de buena parte de
las concepciones filosóficas y científicas actuales, quiso definir la materia por la ex-
tensión, y hacer de esta definición el principio de una física cuantitativa que, si no era
ya «materialismo», era «mecanicismo». Por el contrario, Santo Tomás de Aquino, al
decir que «numerus stat ex parte materiæ», dice que es el número el que constituye
la base substancial de este mundo, y que es, por consiguiente, el que debe considerar-
se como la cantidad pura. Además, hay que observar que la materia de Descartes ya
no es la materia secunda de los escolásticos, sino un ejemplo de la «materia» del
físico actual, aunque Descartes no puso en esta noción todo lo que sus sucesores han
introducido en ella después hasta llegar a sus teorías más recientes sobre la «consti-
tución de la materia». Así pues, hay que sospechar que, en la definición cartesiana de
materia, hay un error, que debió deslizarse en ella, quizás sin saberlo su autor, es
decir, un elemento que no es de orden cuantitativo; y, en efecto, como lo veremos
después, la extensión, aunque tiene un carácter cuantitativo, no puede ser considera-
da como cantidad pura. Además, hay que señalar que las teorías que van más lejos en
el sentido de la reducción de todo a lo cuantitativo, son «atomistas», es decir, que
introducen en su noción de materia una discontinuidad más afín a la naturaleza del
número que a la de la extensión. Otra causa de confusión, sobre la cual tendremos
que volver, es la consideración de «cuerpo» y «materia» casi como sinónimos; en
realidad, los cuerpos no son la materia secunda, que no se encuentra en ninguna par-
te en las existencias manifestadas, sino que proceden de ella solo como de su princi-
pio substancial. En definitiva, es el número, que tampoco es percibido en estado puro
en el mundo corporal, el que ocupa el primer lugar en el dominio de la cantidad, en
tanto que su modo fundamental; los demás modos solo son derivados, es decir, que
solo son cantidad por participación en el número, lo que se reconoce implícitamente
cuando se considera que todo lo que es cuantitativo puede expresarse numéricamen-
te. En los demás modos, la cantidad, incluso si es el elemento predominante, aparece
siempre mezclada de cualidad, y es así como las concepciones del espacio y el tiem-
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po, a pesar de todos los esfuerzos de los matemáticos actuales, no pueden ser nunca
solo cuantitativas, a menos que se reduzcan a nociones vacías, sin contacto con la
realidad; pero, ¿no está hecha la ciencia actual de estas nociones vacías, que solo
tienen carácter de «convenciones» sin el menor alcance efectivo? Nos explicaremos
más completamente sobre está última cuestión, sobre todo en lo que concierne a la
naturaleza del espacio, ya que este punto tiene una relación estrecha con los princi-
pios del simbolismo geométrico, y, al mismo tiempo, proporciona un excelente
ejemplo de la degeneración que lleva de las concepciones tradicionales a las concep-
ciones profanas; para ello examinaremos primero cómo la idea de «medida», sobre la
que se basa la geometría misma, es, tradicionalmente, susceptible de una transposi-
ción que le da un significado completamente diferente del que tiene para los «sabios»
actuales, que solo ven en ella el medio de acercarse a su «ideal» al revés, es decir, de
operar la reducción de todas las cosas a la cantidad.
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CAPÍTULO III
Medida y manifestación
La asociación más frecuente es la que relaciona materia con mater, y eso con-
cuerda con la substancia, en tanto que ésta es un principio pasivo, o simbólicamente
«hembra»: se puede decir que Prakriti desempeña el papel «maternal» en relación a
la manifestación, de la misma manera que Purusha desempeña el papel «macho»; y
ello es así en todos los grados en los que se considere analógicamente una correla-
ción de esencia y substancia. Por otra parte, también se puede vincular la palabra
materia al verbo latino metiri, «medir»; pero quien dice «medida», dice determina-
ción, y esto ya no se aplica a la indeterminación absoluta de la substancia universal o
materia prima, sino que se refiere a algún otro significado más restringido, y ese es
el punto que vamos a examinar ahora.
Como dice sobre este tema Ananda K. Coomaraswamy, «para todo lo que puede
ser concebido o percibido, el sánscrito tiene solo la expresión nâma-rûpa, cuyos dos
términos corresponden a lo “inteligible” y a lo “sensible” (considerados como dos
aspectos complementarios que se refieren respectivamente a la esencia y a la subs-
tancia de las cosas). Es cierto que la palabra sánscrita mâtrâ, que significa «medida»,
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por A. Coomaraswamy, hay que tener en cuenta que la cantidad no es lo que se mide,
sino eso por lo que las cosas son medidas.
Para llevar la idea de medida más allá del mundo corporal, es necesario transpo-
nerla analógicamente: puesto que el espacio es el lugar de manifestación de las posi-
bilidades de orden corporal, nos servimos de él para representar todo el dominio de la
manifestación universal, que de otra manera no sería «representable»; y así, la idea
de medida, aplicada a éste, pertenece al simbolismo espacial. La medida es entonces
una «asignación» o «determinación» implícita en toda manifestación, en cualquier
orden y bajo cualquier modo que sea; esta determinación es conforme a las condicio-
nes de cada estado de existencia, y se identifica a esas condiciones mismas; ella solo
es cuantitativa en nuestro mundo, puesto que tanto la cantidad, como el espacio y el
tiempo, son solo condiciones de la existencia corporal. Pero, en todos los mundos,
hay una determinación que puede ser simbolizada para nosotros por esta determina-
ción cuantitativa que es la medida, puesto que ella es lo que se le corresponde en
ellos teniendo en cuenta la diferencia de las condiciones; y se puede decir que es por
esta determinación como esos mundos, con todo lo que contienen, son realizados o
«actualizados» como tales, puesto que ella es uno con el proceso mismo de la mani-
festación. El Sr. Coomaraswamy señala que «el concepto platónico y neoplatónico de
“medida” concuerda con el concepto indio: lo “no-medido” es lo que no ha sido de-
finido; lo “medido” es el contenido definido o finito del “cosmos”, es decir, del uni-
verso “ordenado”; lo “no mensurable” es lo Infinito, que es a la vez la fuente de lo
indefinido y de lo finito, y que permanece inafectado por la definición de lo que es
definible», es decir, por la realización de las posibilidades de manifestación que
comprende en Ello.
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polo luminoso, puesto que es su influencia la que ilumina ese «caos» para sacar de él
el «cosmos»; y esto concuerda con los diferentes significados implicados en la pala-
bra sánscrita srishti, que designa la producción de la manifestación, y que contiene a
la vez las ideas de «expresión», de «concepción» y de «irradiación luminosa». Los
rayos solares hacen aparecer las cosas que iluminan, haciéndolas visibles, y, por lo
tanto, puede decirse simbólicamente que las «manifiestan»; si se considera un punto
central en el espacio y los rayos emanados de ese centro, se puede decir también que
esos rayos «realizan» el espacio, haciéndole pasar de la virtualidad a la actualidad, y
que su extensión efectiva, en cada instante, es la medida del espacio realizado. Estos
rayos corresponden a las direcciones del espacio; el espacio es definido y medido por
la cruz de tres dimensiones, y, en el simbolismo tradicional de los «siete rayos sola-
res», seis de estos rayos, opuestos dos a dos, forman esta cruz, mientras que el «sép-
timo rayo», el que pasa a través de la «puerta solar», solo puede ser representado
gráficamente por el centro mismo. Agregamos también que, en la tradición hindú, los
«tres pasos» de Vishnu, cuyo carácter «solar» es bien conocido, miden los «tres
mundos», lo que equivale a decir que «efectúan» la totalidad de la manifestación
universal. Por otra parte, los tres elementos que constituyen el monosílabo sagrado
Om son designados por el término mâtrâ, lo que indica que representan también la
medida respectiva de los «tres mundos»; y, por la meditación en estos mâtrâs, el ser
realiza en sí mismo los estados o grados correspondientes de la existencia universal y
deviene así, él mismo, la «medida de todas las cosas».
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CAPÍTULO IV
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Esto vale igualmente contra el atomismo, ya que éste, al no admitir por definición ninguna otra
existencia positiva que la de los átomos y la de sus combinaciones, es conducido necesariamente por
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Para estar más seguros de ello, dejamos de lado la consideración del espacio físi-
co y los cuerpos para considerar solo el espacio geométrico, que es el espacio reduci-
do a sí mismo; ¿acaso para estudiar este espacio la geometría solo hace uso de nocio-
nes estrictamente cuantitativas? Aquí se trata de la geometría como se entiende ac-
tualmente, y, si hasta en esta geometría hay algo que no puede reducirse a la canti-
dad, ¿no resulta de ello que, en el dominio de las ciencias físicas, es aún más imposi-
ble pretender reducir todo a la cantidad? En la geometría más elemental, no hay que
considerar solo la magnitud de las figuras, hay que considerar también su forma; ¿se
atrevería el geómetra más penetrado por las concepciones actuales a sostener que un
triángulo y un cuadrado, cuyas superficies son iguales, son una sola y misma cosa?
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Dirá que estas dos figuras son «equivalentes» en cuanto a la «magnitud»; pero tendrá
que reconocer que, en cuanto a la forma, hay algo que las diferencia; y si la equiva-
lencia en la magnitud no implica la similitud en la forma, es porque ésta última no
puede ser reducida a la cantidad. Iremos aún más lejos: hay toda una parte de la
geometría elemental a la que las consideraciones cuantitativas le son ajenas, y es la
teoría de las figuras semejantes; en efecto, la similitud se define por la forma y es
independiente de la magnitud de las figuras, lo que equivale a decir que es de orden
cualitativo. Si ahora nos preguntamos qué es esencialmente la forma espacial, dire-
mos que puede ser definida por un conjunto de tendencias en dirección: en cada pun-
to de una línea, la tendencia está marcada por su tangente, y el conjunto de las tan-
gentes define la forma de esa línea; en la geometría de tres dimensiones, es lo mismo
para las superficies, reemplazando la consideración de las rectas tangentes por las de
los planos tangentes; y es evidente que esto es tan válido para los cuerpos como para
las figuras geométricas, ya que la forma de un cuerpo solo es la de la superficie que
delimita su volumen. Así pues, llegamos a esta conclusión: es la noción de «direc-
ción» la que representa el elemento cualitativo inherente a la naturaleza del espacio,
como la noción de «magnitud» representa su elemento cuantitativo; y así, el espacio,
no homogéneo, sino determinado y diferenciado por sus direcciones, es lo que po-
demos llamar el espacio «cualificado».
Como acabamos de ver, no solo desde el punto de vista físico, sino también desde
el punto de vista geométrico, este espacio «cualificado» es el verdadero espacio; en
efecto, el espacio homogéneo no tiene existencia, ya que es solo una virtualidad. Para
poder ser medido, es decir, para poder ser realizado, el espacio debe ser referido a un
conjunto de direcciones definidas; estas direcciones aparecen como radios emanados
de un centro, a partir del cual forman la cruz de tres dimensiones.
El espacio, así como el tiempo, son las condiciones que definen la existencia cor-
poral, pero estas condiciones difieren de la «materia» o más bien de la cantidad, aun-
que se combinan con ésta; son menos «substanciales», y por lo tanto, están más cerca
de la esencia; y eso es lo que implica la existencia en ellas de un aspecto cualitativo;
acabamos de verlo para el espacio, y lo vamos a ver también para el tiempo. Antes de
llegar a eso, indicaremos que la inexistencia de un «espacio vacío» basta para mos-
trar el absurdo de una de las famosísimas «antinomias» cosmológicas de Kant: pre-
guntarse «si el mundo es infinito o si está limitado en el espacio», es una cuestión
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que no tiene sentido; es imposible que el espacio se extienda más allá del mundo para
contenerle, ya que entonces se trataría de un espacio vacío, y el vacío no puede con-
tener nada; al contrario, es el espacio el que está en el mundo, es decir, en la manifes-
tación; y, si nos restringimos al dominio de la manifestación corporal solo, se puede
decir que el espacio es coextensivo a este mundo, puesto que es una de sus condicio-
nes; pero este mundo no es infinito como tampoco lo es el espacio, ya que no contie-
ne toda la posibilidad, pues solo representa un orden de posibilidades particulares, y
está limitado por las determinaciones que constituyen su naturaleza misma. Diremos
también que es igualmente absurdo preguntarse «si el mundo es eterno o si ha co-
menzado en el tiempo»; por razones semejantes, es el tiempo el que comienza en el
mundo, si se trata de la manifestación universal, o con el mundo, si se trata de la ma-
nifestación corporal; pero el mundo no es eterno, ya que hay también comienzos no
temporales; el mundo no es eterno porque es contingente, o, en otros términos, tiene
un comienzo y un fin, porque no es su propio principio ni le contiene, ya que este
principio le trasciende. No hay en esto ninguna dificultad, y es así como las especu-
laciones de los filósofos actuales solo están hechas de preguntas mal formuladas, y
por lo tanto insolubles. Pasamos ahora a las consideraciones tocantes a la naturaleza
del tiempo y a lo que, en oposición a la concepción cuantitativa que se hacen de él
los «mecanicistas», podemos llamar sus determinaciones cualitativas.
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CAPÍTULO V
El tiempo está más lejos aún que el espacio de la cantidad pura: se puede hablar
de magnitudes temporales como de magnitudes espaciales, y tanto unas como otras
dependen de la cantidad continua; pero hay que hacer una distinción entre los dos
casos, por el hecho de que si el espacio se puede medir directamente, el tiempo solo
se puede medir reduciéndole al espacio. Lo que se mide realmente no es nunca una
duración, sino el espacio recorrido por un móvil en esa duración; cuando se conoce la
magnitud del espacio recorrido, se puede deducir la del tiempo empleado en recorrer-
le; y, sean cuales sean los artificios que se empleen, no hay ningún otro medio para
determinar las magnitudes temporales.
Otra precisión que lleva también a la misma conclusión es ésta: los fenómenos
corporales son los únicos que se sitúan tanto en el espacio como en el tiempo; los
fenómenos de orden mental, no tienen ningún carácter espacial, pero se desarrollan
igualmente en el tiempo; ahora bien, la mente, que pertenece a la manifestación sutil,
está más cerca de la esencia que el cuerpo, y si el tiempo puede extenderse hasta la
mente y condicionar las manifestaciones mentales, es porque su naturaleza es más
cualitativa que la del espacio. Ya que hablamos de los fenómenos mentales, agrega-
mos que, al estar del lado de lo que representa la esencia en el individuo, es inútil
buscar en ellos elementos cuantitativos, pues algunos pretenden reducirlos también a
la cantidad; lo que los «psicofisiólogos» determinan cuantitativamente, no son los
fenómenos mentales como se imaginan, sino solo algunos de sus concomitantes cor-
porales; y ahí no hay nada que toque a la naturaleza propia de la mente, ni que sirva
para explicarla; la idea absurda de una psicología cuantitativa representa el grado
más acentuado de la aberración «cientificista» moderna.
Así pues, si se puede hablar de espacio «cualificado», se puede hablar con mayor
razón de tiempo «cualificado»; con esto queremos decir que hay en el tiempo menos
determinaciones cuantitativas y más determinaciones cualitativas que en el espacio.
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Además, el «tiempo vacío» no tiene existencia igual que el «espacio vacío», y sobre
este punto se puede repetir lo que hemos dicho al hablar del espacio; no hay tiempo
ni espacio fuera de nuestro mundo, y, en éste, el tiempo contiene siempre aconteci-
mientos, así como el espacio contiene siempre cuerpos. En algunos aspectos, hay
como una simetría entre el espacio y el tiempo, de los cuales se puede hablar de un
modo paralelo; pero esta simetría, que no hay en las demás condiciones de la exis-
tencia corporal, está más en su lado cualitativo, que en su lado cuantitativo, como lo
muestra la diferencia que hemos indicado entre la determinación de las magnitudes
espaciales y la de las magnitudes temporales, y también la ausencia, en lo que con-
cierne al tiempo, de una ciencia cuantitativa en el mismo grado que lo es la geome-
tría para el espacio. Pero, en el orden cualitativo, la simetría se traduce de una mane-
ra clara por la correspondencia que hay entre el simbolismo espacial y el simbolismo
temporal; en efecto, cuando se trata de simbolismo, se trata solo de la cualidad, y no
la de la cantidad.
Es evidente que las épocas del tiempo se diferencian cualitativamente por los
acontecimientos que hay en ellas, y no se pueden considerar como equivalentes a
duraciones cuantitativamente iguales, pero llenas de acontecimientos diferentes; es
de observación corriente que la igualdad cuantitativa, en la apreciación mental de la
duración, desaparece ante la diferencia cualitativa. Pero se dirá que esta diferencia no
es inherente a la duración misma, sino solo a lo que pasa en ella; así pues, hay que
preguntarse si no hay en la determinación cualitativa de los acontecimientos, algo
que proviene del tiempo mismo; ¿no se reconoce que ello es así cuando se habla de
las condiciones particulares de tal o cual época? Esto es más evidente para el tiempo
que para el espacio, aunque en lo que concierne a la situación de los cuerpos, los
elementos cualitativos son ya notables; e incluso se puede decir que un cuerpo no
puede situarse indiferentemente en cualquier lugar, como tampoco un acontecimiento
puede producirse indiferentemente en cualquier época; así pues, aquí la simetría no
es perfecta, porque la situación de un cuerpo en el espacio es susceptible de variar
debido al movimiento, mientras que la de un acontecimiento en el tiempo está estric-
tamente determinada y es «única»; así pues, la naturaleza esencial de los aconteci-
mientos está más ligada al tiempo que la naturaleza esencial de los cuerpos al espa-
cio, lo que confirma que el tiempo tiene un carácter más cualitativo.
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No vamos a dar aquí una exposición de la doctrina de los ciclos, aunque esté im-
plícita en el fondo del presente estudio; para permanecer en los límites que nos he-
mos impuesto, nos contentamos con formular algunas precisiones que tienen una
relación más inmediata con nuestro tema. La primera de estas precisiones, es que
cada fase de un ciclo temporal tiene su cualidad propia que influye en la determina-
ción de los acontecimientos; y, la velocidad con la que se desarrollan estos aconteci-
mientos depende también de estas fases; así pues, es de orden más cualitativo que
cuantitativo. Así, cuando se habla de la velocidad de los acontecimientos en el tiem-
po, por analogía con la velocidad de un cuerpo que se desplaza en el espacio, hay que
hacer una transposición de esta noción de velocidad, que entonces ya no se reduce a
una expresión cuantitativa como la de la velocidad en la mecánica. Lo que queremos
decir, es que, según las diferentes fases del ciclo, series de acontecimientos compara-
bles entre sí, no se desarrollan en él en duraciones cuantitativamente iguales; eso es
así sobre todo si se trata de los grandes ciclos, de orden a la vez cósmico y humano, y
se encuentra uno de los ejemplos más claros en la proporción decreciente de las du-
raciones respectivas de los cuatro Yugas cuyo conjunto forma el Manvantara1. Es por
esta razón que los acontecimientos se desarrollan actualmente con una velocidad sin
parangón en las épocas anteriores, velocidad que se acelera sin cesar y que continua-
1
Se sabe que esta proporción es la de los números 4, 3, 2, 1, cuyo total suma 10 para el conjunto
del ciclo; se sabe también que la duración misma de la vida humana se considera como yendo decre-
ciendo de una edad a otra, lo que equivale a decir que esta vida transcurre con una rapidez siempre
creciente desde el comienzo del ciclo hasta su fin.
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rá acelerándose hasta el final del ciclo; en eso hay una «contracción» progresiva de la
duración, cuyo límite corresponde al «punto de detención»; después volveremos so-
bre estas consideraciones y las explicaremos más completamente.
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cuenta de que muchas cosas que hoy se consideran «fabulosas», no lo eran para los
antiguos, sino que se basan sobre lo que hemos llamado las determinaciones cualita-
tivas del tiempo.
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CAPÍTULO VI
El principio de individuación
En vista de lo que nos proponemos, pensamos haber dicho bastante sobre la natu-
raleza del espacio y del tiempo, pero hay que volver a la «materia» para examinar
otra cuestión que puede aclarar algunos aspectos del mundo actual. Los escolásticos
consideran la materia como el principium individuationis; ¿cuál es la razón de esto, y
hasta qué punto está justificada? Para comprender de qué se trata, basta considerar la
relación que hay entre los individuos y la especie: en esta relación, la especie está del
lado de la «forma» o esencia, y los individuos, o lo que les distingue en el interior de
la especie, está del lado de la «materia» o substancia. No hay que sorprenderse de
ello, dado lo que hemos dicho sobre el sentido del término , que es a la vez la
«forma» y la «especie», y sobre el carácter cualitativo de esta última; pero hay que
disipar algunos equívocos que podría causar la terminología.
Ya hemos dicho por qué la palabra «materia» puede dar lugar a equívocos, pero
la palabra «forma» se presta a ellos aún más fácilmente, ya que su sentido actual es
diferente del que tiene en el lenguaje escolástico; en este sentido, que es, por ejem-
plo, en el que hemos hablado antes de la consideración de la forma en la geometría,
es necesario, si uno se sirve de la terminología escolástica, decir «figura» y no «for-
ma»; pero eso es contrario al uso actual, uso que hay que tener en cuenta si uno quie-
re hacerse comprender; por eso, cada vez que empleamos la palabra «forma», sin
referencia a la escolástica, es en su sentido actual como lo entendemos. Ello es así
cuando decimos que, entre las condiciones de un estado de existencia, es la forma la
que caracteriza a ese estado como individual; además, hay que decir que la forma no
debe ser concebida como revestida de un carácter espacial; ella lo está solo en nues-
tro mundo, porque en él se combina con otra condición, el espacio, que solo pertene-
ce al dominio de la manifestación corporal.
27
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
«especie», y que está igualmente en cada uno de ellos; ¿qué es entonces lo que hace
que, a pesar de esta comunidad de naturaleza, estos individuos sean seres distintos y
estén separados unos de otros? ¿De qué orden es la determinación agregada a la natu-
raleza específica que hace de los individuos, en la especie misma, seres separados?
Esta determinación es lo que los escolásticos llaman «materia», es decir, cantidad,
según su definición de la materia secunda de nuestro mundo; y así «materia» o can-
tidad se muestra como un principio de «separatividad». Además, hay que decir que la
cantidad es una determinación que se agrega a la especie, puesto que ésta es cualita-
tiva, y por lo tanto, independiente de la cantidad, lo que no es el caso de los indivi-
duos, por el hecho mismo de que éstos están «incorporados»; y, aquí hay que obser-
var que, en contra de la opinión errónea de las gentes actuales, la especie no debe ser
concebida nunca como una «colectividad», puesto que ésta es solo una suma aritmé-
tica de individuos, es decir, al contrario que la especie, algo cuantitativo.
28
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO VII
29
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Decimos que, en la cantidad pura, las «unidades» solo se distinguen entre sí nu-
méricamente y, en efecto, no hay ahí ninguna otra relación bajo la cual puedan dis-
tinguirse; pero esto muestra que esta cantidad pura está por debajo de toda existencia
manifestada. Aquí aludimos a lo que Leibnitz llamaba el «principio de los indiscer-
nibles», en virtud del cual no pueden existir dos seres idénticos, es decir, iguales; eso
es una consecuencia inmediata de que la Posibilidad universal es ilimitada, lo que
implica la ausencia de toda repetición en las posibilidades; y se puede decir también
que dos seres que se suponen idénticos no son verdaderamente dos, sino que, al coin-
cidir en todo, son en realidad un solo y mismo ser; pero, para que los seres no sean
idénticos o indiscernibles, es necesario que entre ellos haya alguna diferencia cualita-
tiva y, por lo tanto, que sus determinaciones no sean exclusivamente cuantitativas. Es
lo que Leibnitz expresa diciendo que no es nunca cierto que dos seres difieran «solo
en numero», y esto, aplicado a los cuerpos, vale contra las concepciones «mecanicis-
tas» tales como la de Descartes; y dice también que, si los seres no difirieran cualita-
tivamente, «no serían seres», sino algo comparable a las porciones, todas semejantes
entre sí, del espacio y del tiempo homogéneos, que no tienen ninguna existencia real,
sino que son solo lo que los escolásticos llamaban entia rationis. Sobre este punto
observamos también que Leibnitz mismo, no parece tener una idea suficiente de la
verdadera naturaleza del espacio y del tiempo, ya que, cuando define el primero co-
mo un «orden de coexistencia» y el segundo como un «orden de sucesión», solo los
considera desde un punto de vista puramente lógico, lo que los reduce a continentes
homogéneos sin ninguna cualidad y, por lo tanto, sin ninguna existencia efectiva;
tampoco da ninguna explicación de su naturaleza ontológica, es decir, de la naturale-
za real del espacio y del tiempo manifestados en nuestro mundo y, por eso mismo,
verdaderamente existentes, en tanto que condiciones determinantes de este modo de
existencia que es la existencia corporal.
La conclusión que se desprende aquí, es que la uniformidad, para ser posible, su-
pone seres desprovistos de todas las cualidades y reducidos a «unidades» numéricas,
lo cual es imposible; y todos esfuerzo que se haga para hacerla posible, solo puede
resultar en despojar a los seres de sus cualidades propias, y hacer de ellos algo que se
parezca a máquinas, ya que la máquina, producto estrella del mundo actual, es lo que
representa el predominio de la cantidad sobre la cualidad. A eso tienden, desde el
punto de vista social, las concepciones «democráticas» e «igualitarias», para las que
30
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
todos los individuos son equivalentes entre sí, lo que implica la suposición absurda
de que todos deben ser igualmente aptos para lo que sea; esa «igualdad» es algo de lo
que la naturaleza no ofrece ningún ejemplo, por las razones dadas, puesto que sería
una total similitud entre los individuos; pero es evidente que, en nombre de esta pre-
tendida «igualdad», que es uno de los «ideales» al revés más queridos en el mundo
actual, se hace a los individuos tan semejantes entre sí como la naturaleza lo permite,
y eso, en primer, pretendiendo imponer a todos una educación uniforme. Pero, como
a pesar de todo no se pueden suprimir las diferentes aptitudes, esta educación no pro-
duce los mismos resultados en todos; no obstante, es muy evidente que, si ella es
incapaz de dar a algunos individuos cualidades que no tienen, es susceptible de asfi-
xiar en los otros todas las posibilidades que rebasan el nivel común; así es como la
«nivelación» se opera siempre por abajo, es decir, hacia la cantidad pura que se sitúa
por debajo de toda manifestación.
31
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Decíamos que se está uniformizando no solo a los individuos humanos, sino tam-
bién a las cosas; si los hombres de la época actual se jactan de modificar el mundo
ampliamente, y si todo deviene en él cada vez más «artificial», es solo en este sentido
como le modifican, al poner toda su actividad en un dominio solo cuantitativo. Ade-
más, desde que se ha constituido una ciencia solo cuantitativa, las aplicaciones prác-
ticas que se sacan de esta ciencia revisten también el mismo carácter; éstas son esas
aplicaciones cuyo conjunto se llama «industria», y se puede decir que la industria
actual representa el triunfo de la cantidad, no solo porque sus procedimientos solo
utilizan conocimientos de orden cuantitativo, y porque los instrumentos que se usan,
es decir, las máquinas, están hechos de tal modo que las cuestiones cualitativas no
intervienen en ellas, estando los hombres que las manejan reducidos a una actividad
solo mecánica, sino también porque, en las producciones mismas de esa industria, la
cualidad se sacrifica enteramente a la cantidad. Aquí formulamos una pregunta sobre
la que volveremos después: se piense lo que se piense del valor de los resultados de
la acción que el hombre moderno ejerce sobre el mundo, es un hecho, independiente
de toda apreciación, que esta acción triunfa y alcanza los fines que se propone; si los
hombres de alguna otra época hubieran actuado de la misma manera, ¿se habrían
obtenido los mismos resultados? En otros términos, para que el medio terrestre se
preste a una tal acción, ¿no es necesario que esté predispuesto a ello por las condi-
ciones cósmicas del periodo cíclico donde nos encontramos ahora? ¿No es necesario
que, en relación a las épocas anteriores, haya cambiado algo en la naturaleza de este
medio? En el punto en que estamos de la exposición, ya se puede precisar la natura-
leza de ese cambio, y se le puede caracterizar como una suerte de disminución cuali-
tativa, que incentiva todo lo que pertenece a la cantidad; lo que hemos dicho sobre
las determinaciones cualitativas del tiempo ya permite ver y comprender que las mo-
dificaciones artificiales del mundo actual, para poder realizarse, suponen modifica-
ciones naturales a las que corresponden y se conforman, en virtud misma de la corre-
lación que existe constantemente, en la marcha cíclica del tiempo, entre el orden
cósmico y el orden humano.
32
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO VIII
La oposición que hay entre lo que eran los oficios antiguos y lo que es la industria
moderna, es también una aplicación de la oposición de los dos puntos de vista, cuali-
tativo y cuantitativo, predominantes en los unos y en la otra. Para verlo claramente,
basta observar, en primer lugar, que la distinción entre artes y oficios, o entre «artis-
ta» y «artesano», es algo específicamente actual, como si hubiera surgido de la des-
viación y degeneración que ha substituido, en todas las cosas, la concepción tradicio-
nal por la concepción profana. Para los antiguos, el artifex es el hombre que ejerce un
arte o un oficio; pero no es ni el «artista» ni el «artesano» en el sentido que estas pa-
labras tienen hoy día (y, además, la de «artesano» tiende a desaparecer del lenguaje
actual); el artifex es algo más que uno y otro, porque su actividad está vinculada a
unos principios de un orden mucho más profundo. Si los oficios comprendían tam-
bién las artes, es porque eran de naturaleza cualitativa; debido a eso, el hombre ac-
tual, en la concepción disminuida que se hace del arte, le relega a un dominio cerra-
do, que ya no tiene relación con el resto de la actividad humana, es decir, con todo lo
que se considera «real», en el sentido burdo que esta palabra tiene para ellos; incluso
califican a este «arte», despojado así de todo alcance práctico, de «actividad de lujo»,
expresión que es característica de lo que, sin exageración, podemos llamar la «nece-
dad» de nuestra época.
33
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
en ésta, lo que equivale a decir que tiene un carácter «sagrado» y «ritual». Por eso se
puede decir que, en una tal civilización, «cada ocupación es un sacerdocio»; para
evitar dar a este último término una extensión impropia, diremos más bien que la
actividad humana tiene en sí misma este carácter sacerdotal que, cuando se hace la
distinción entre «sagrado» y «profano», solo lo conservan las funciones sacerdotales.
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
cada uno desempeña la función a la que está destinado por su naturaleza misma, con
las aptitudes determinadas que ella implica1; y no puede desempeñar otra sin que
haya un desorden, que tendrá su repercusión en toda la organización social de la que
forma parte; es más, si semejante desorden se generaliza, ocurre que tiene efectos
sobre el medio cósmico mismo, puesto que todas las cosas están ligadas entre sí por
rigurosas correspondencias. Sin insistir más en este último punto, que tiene también
su aplicación en las condiciones de la época actual, resumiremos lo dicho: en la con-
cepción tradicional, son las cualidades esenciales de los seres las que determinan su
actividad; en la concepción profana, al contrario, ya no se tienen en cuenta estas cua-
lidades, puesto que los individuos solo se consideran «unidades» numéricas inter-
cambiables. Esta última concepción lleva al ejercicio de una actividad «mecánica»,
en la que ya no queda nada verdaderamente humano, y es eso lo que vemos en nues-
tros días; los oficios «mecánicos» actuales, que constituyen la industria, y que son un
producto de la desviación profana, no ofrecen ninguna posibilidad de orden iniciático
y solo son realmente impedimentos al desarrollo de toda espiritualidad; a decir ver-
dad, no pueden ser considerados como auténticos oficios, si se quiere dar a esta pala-
bra su significado tradicional.
1
Hay que notar que la palabra «oficio» (métier en francés), según su derivación etimológica del
latín ministerium, significa propiamente «función».
35
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Con esto, se ve cuan lejos está el oficio verdadero de la industria actual, hasta el
punto de que son contrarios, y cuan verdad es, desgraciadamente, que, en el «reino
de la cantidad», el oficio es, como lo dicen los partidarios del «progreso», una «cosa
del pasado». En el trabajo industrial, el obrero no tiene que poner nada de sí mismo,
e incluso se pone gran cuidado en impedirle que pueda tener la menor veleidad al
respecto; pero eso mismo es imposible, puesto que toda su actividad consiste solo en
hacer que se mueva una máquina, y puesto que se le hace incapaz de iniciativa por la
«formación» que ha recibido, la cual es la antítesis del antiguo aprendizaje, y solo
tiene como meta enseñarle a ejecutar movimientos repetidos «mecánicamente», sin
que tenga que comprender su razón de ser ni preocuparse del resultado, ya que no es
él, sino la máquina, la que fabrica el objeto; servidor así de la máquina, el hombre
deviene él mismo una máquina, y su trabajo ya no es algo humano, pues no implica
la puesta en obra de ninguna de las cualidades que constituyen la naturaleza huma-
na1. Todo esto desemboca en lo que se llama en la jerga actual, la fabricación en «se-
1
Se puede observar que la máquina es lo contrario del útil, y no un útil «perfeccionado» como
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
rie», cuya meta es producir la mayor cantidad de objetos posibles, tan semejantes
entre sí como sea posible, y destinados al uso de hombres a los que se supone igual-
mente semejantes; eso es el triunfo de la cantidad, y es también el triunfo de la uni-
formidad. A estos hombres reducidos a «unidades» numéricas, se les aloja en «col-
menas» cuyos compartimentos están diseñados todos según el mismo modelo, y
amueblados con esos objetos fabricados «en serie», de manera que desaparezca del
medio donde viven, toda diferencia cualitativa; basta examinar los proyectos de los
arquitectos actuales para ver que no exageramos; ¿qué ha pasado con el arte y la
ciencia tradicionales de los antiguos constructores, y las reglas rituales que presidían
el establecimiento de las ciudades y los edificios en las civilizaciones normales? Se-
ría inútil insistir más en ello, ya que hay que estar ciego para no darse cuenta del
abismo que hay entre aquellas civilizaciones y la época actual; así pues, lo que la
inmensa mayoría de los hombres actuales celebra como un «progreso», es una pro-
funda decadencia, ya que son los efectos del movimiento de caída, sin cesar acelera-
do, que lleva a la humanidad actual a los «bajos fondos» donde reina la cantidad pu-
ra.
muchos se imaginan, ya que el útil es como un «prolongamiento» del hombre mismo, mientras que la
máquina reduce a éste a no ser más que su servidor; y, si se ha podido decir que «el útil engendra el
oficio», no es menos verdad que la máquina le mata; las reacciones instintivas de los artesanos contra
las primeras máquinas se explican así por sí solas.
37
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPITULO IX
1
Éstos podrían decir como Mohyiddin ibn Arabi: «Mi corazón ha devenido capaz de toda forma:
es una pradera para las gacelas y un convento para los monjes cristianos, y un templo para los ídolos,
y la Kaabah del peregrino, y la tabla de la Thorah y el libro del Qorân. Yo soy la religión del Amor,
cualquiera que sea la ruta que tomen sus camellos; mi religión y mi fe son la verdadera religión».
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Para comprender esto, debemos remitirnos a los principios doctrinales que son
comunes a todas las tradiciones: el ser que ha realizado un estado supraindividual
está liberado, por eso mismo, de todas las condiciones limitativas de la individuali-
dad, es decir, está más allá de las determinaciones de «nombre y forma» (nâma-rûpa)
que constituyen la esencia y la substancia de esa individualidad como tal; así pues, es
verdaderamente «anónimo», porque en él, el «yo» ha desaparecido en el «Sí mismo».
Aquellos que no han realizado tal estado, deben al menos esforzarse por ello, y, por
lo tanto, en la misma medida, su actividad imita este anonimato y participa en él, lo
que les proporciona un «soporte» para su realización. Eso es visible en las institucio-
nes monásticas, ya sea en el Cristianismo o el Budismo, donde lo que se puede lla-
mar la «práctica» del anonimato se mantiene, incluso si su sentido profundo se ha
olvidado; pero el reflejo de este anonimato en el orden social no se limita sólo a este
caso particular, ya que eso sería dejarse llevar por el hábito de hacer una distinción
entre «sagrado» y «profano», distinción, que no existe en las sociedades tradiciona-
les. Lo que hemos dicho del carácter «ritual», que reviste en ellas toda la actividad
humana, lo explica suficientemente, y, en lo que concierne a los oficios, hemos visto
que este carácter es en ellas tal que, sobre este punto, se ha llegado a hablar de «sa-
cerdocio»; así pues, no hay nada sorprendente en que el anonimato sea la regla en
ellas, porque representa la conformidad con el «orden», que el artifex debe aplicar en
todo lo que hace.
Aquí se puede hacer una objeción: puesto que el oficio debe ser conforme a la na-
turaleza propia del que lo ejerce, la obra producida expresará esta naturaleza, y podrá
ser considerada como perfecta en su género, o como constituyendo una «obra maes-
tra», cuando la exprese de una manera adecuada; ahora bien, la «naturaleza» es el
aspecto esencial de la individualidad, es decir, lo que es definido por el «nombre»;
¿no hay aquí algo que parece ir directamente contra el anonimato? Para responder a
esto, hay que señalar primero que, a pesar de todas las falsas interpretaciones actua-
les sobre nociones tales como las de Moksha y Nirvâna, la desaparición del «yo» no
es la aniquilación del ser, sino que implica, al contrario, una «sublimación» de sus
posibilidades (sin lo cual la idea misma de «resurrección» no tiene ningún sentido);
sin duda, el artifex que está todavía en el estado individual humano solo puede tender
hacia una tal «sublimación», pero el hecho de guardar el anonimato, para él es el
signo de esta tendencia «transformadora». Por otra parte, se puede decir también que,
en relación a la sociedad misma, no es en tanto que «fulano» como el artifex produce
39
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
su obra, sino en tanto que desempeña una «función», de orden «orgánico» y no «me-
cánico» (y esto marca la diferencia fundamental con la industria moderna), función a
la que, en su trabajo, debe identificarse tanto como sea posible; y esta identificación,
al mismo tiempo que es el medio de su «accesis» propia, marca la medida de su par-
ticipación efectiva en la organización tradicional, puesto que es por el ejercicio mis-
mo de su oficio como está incorporado a ella y como ocupa en ella el lugar que con-
viene propiamente a su naturaleza. Así, el anonimato se impone en cierto modo nor-
malmente; y, aunque todo lo que implica en principio no sea efectivamente realizado,
debe haber al menos un anonimato relativo, en el sentido de que, allí donde hay una
iniciación basada en el oficio, la individualidad profana o «exterior», designada co-
mo «fulano, hijo de mengano» (nâma-gotra), desaparece en todo lo que se refiere al
ejercicio de ese oficio1.
1
Con esto se comprende fácilmente por qué, en iniciaciones de oficio tales como el Compañeraz-
go, está prohibido, lo mismo que en las órdenes religiosas, designar a un individuo por su nombre
profano; todavía hay un nombre, y, por consiguiente, una individualidad, pero es una individualidad
ya «transformada», al menos virtualmente, por el hecho mismo de la iniciación.
2
Sólo puede haber una diferencia cuantitativa, porque un obrero puede trabajar más o menos rá-
pido que otro (y en esta rapidez consiste toda la «habilidad» que se pide de él); pero, desde el punto de
vista cualitativo, el producto del trabajo será siempre el mismo, puesto que está determinado, no por la
concepción mental del obrero, ni por su habilidad manual, sino solo por la acción de la máquina, en la
que la función del obrero es solo asegurar su funcionamiento.
40
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
dos como simples «unidades» numéricas, que realizan así la «igualdad» por abajo,
puesto que ese es el único sentido en el que puede ser realizada «al límite», es decir,
hasta donde es posible, si no alcanzarla (ya que es contraria a las condiciones mismas
de toda existencia manifestada), al menos acercarse a ella cada vez más, hasta que se
haya llegado al «punto de detención» que marcará el fin del mundo actual.
Si nos preguntamos qué ocurre con el individuo en tales condiciones, vemos que,
en razón del predominio cada vez más acentuado de la cantidad sobre la cualidad en
él, el individuo es reducido a su aspecto substancial sólo, al que la doctrina hindú
llama rûpa (y, de hecho, no puede perder nunca la forma, que es lo que define a la
individualidad como tal, sin perder por eso mismo toda existencia), lo que equivale a
decir que ya solo es lo que el lenguaje corriente llamaría un «cuerpo sin alma», en el
sentido literal de esta expresión. En efecto, en un tal individuo el aspecto cualitativo
o esencial ha desaparecido casi enteramente (decimos casi, porque el límite no puede
ser alcanzado nunca); y, como este aspecto es precisamente el que se designa como
nâma, ese individuo ya no tiene «nombre» que le sea propio, porque está vacío de las
cualidades que ese nombre debe expresar; así pues, él es realmente «anónimo», pero
en el sentido inferior de esta palabra. Ese es el anonimato de la «masa», de la que el
individuo forma parte y en la que se pierde, «masa» que es solo una colección de
individuos semejantes, considerados todos como «unidades» aritméticas; así es como
se pueden contar tales «unidades», evaluando numéricamente la colectividad que
componen, que, por definición es una cantidad; pero no se puede dar a cada una de
esas «unidades» una denominación que implique que se distingue de las demás por
alguna diferencia cualitativa.
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CAPÍTULO X
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dera, y que, por lo tanto, las semejanzas se acentúan en la misma medida, de suerte
que, en algunos casos, una observación incompleta puede hacer creer en una suerte
de identidad; pero las diferencias no se eliminan nunca completamente, sin lo cual se
estaría por debajo de toda manifestación; y, aunque solo sean las que resultan de la
influencia de las circunstancias sin cesar cambiantes de tiempo y de lugar, esas dife-
rencias no pueden ser nunca desechadas; es cierto que, para comprenderlo, hay que
darse cuenta de que el espacio y el tiempo reales, contrariamente a las concepciones
actuales, no son solo continentes homogéneos y modos de la cantidad pura, sino que
hay también un aspecto cualitativo en las determinaciones temporales y espaciales.
Aquí hay que preguntarse cómo, al desechar las diferencias y al negarse a verlas, se
puede pretender constituir una ciencia «exacta»; de hecho solo pueden ser «exactas»
las matemáticas puras, porque se refieren verdaderamente al dominio de la cantidad,
y todo el resto de la ciencia actual es solo un entramado de aproximaciones más o
menos burdas, y eso no solo en las aplicaciones, donde todo el mundo reconoce la
imperfección inevitable de los medios de observación y de medida, sino también en
el punto de vista teórico mismo; las «suposiciones irrealizables» que son casi siem-
pre todo el fondo de la mecánica «clásica», que sirve a su vez de base a toda la física
actual, proporcionan una multitud de ejemplos característicos1.
1
¿Dónde se ha visto nunca, por ejemplo, un «punto material pesado», un «sólido perfectamente
elástico», un «hilo inextensible y sin peso», y demás «entidades» no menos imaginarias de las que
44
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
cional. Además, por insuficiente que sea ya el «empirismo» mismo, el de esta ciencia
actual está lejos de ser integral, puesto que prescinde de una parte considerable de los
datos de la experiencia, a saber, de todos los que presentan un carácter cualitativo; la
experiencia sensible, como cualquier otro género de experiencia, no puede atenerse
nunca a la cantidad pura, y cuanto más se acerca a ésta, tanto más se aleja de la reali-
dad que se pretende constatar y explicar; y, de hecho, no es difícil darse cuenta de
que las teorías más recientes son también las que tienen menos relación con esa
realidad, y las que la reemplazan por «convenciones» tan arbitrarias como es posible,
es decir, que solo tienen un mínimo fundamento en la verdadera naturaleza de las
cosas.
Decíamos que la ciencia actual, al querer ser solo cuantitativa, se niega a tener en
cuenta las diferencias entre los hechos hasta en los casos donde estas diferencias es-
tán más acentuadas, que son aquellos donde los elementos cualitativos predominan
sobre los elementos cuantitativos; y por eso se le escapa la mayor parte de la reali-
dad, y el aspecto parcial e inferior de la verdad que puede captar a pesar de todo
(porque el error total equivale a una negación pura) se encuentra reducido a casi na-
da. Ello es así cuando se consideran los hechos de orden humano, ya que son los más
altamente cualitativos de todos los que esta ciencia quiere abarcar en su dominio,
aunque los trata exactamente como a los demás, es decir, no solo como a los que se
refieren a la «materia organizada», sino incluso a la «materia bruta», ya que solo
tiene un método que aplica uniformemente a los objetos más diferentes. Así pues, es
en el orden humano, ya se trate de historia, de «sociología», de «psicología» o de
cualquier otro género de estudios que quiera suponerse, donde aparece más clara-
mente el carácter engañoso de las «estadísticas» a las que actualmente se da una im-
portancia tan grande; las estadísticas solo consisten en contar un número de hechos
que se suponen todos semejantes entre sí, sin lo cual su suma misma no significaría
nada; y es evidente que así solo se obtiene una imagen de la realidad tanto más de-
formada por cuanto los hechos en cuestión solo son semejantes en una medida míni-
ma, es decir, cuanto más considerable es la importancia y la complejidad de los ele-
mentos cualitativos que implican. Al mostrar así multitud de cifras y cálculos, uno se
da a sí mismo y a los demás una ilusión de «exactitud» que puede calificarse de
«pseudomatemática»; pero, de hecho, se saca de esas cifras la conclusión que se
quiera, estando por sí mismas desprovistas de significado; prueba de ello es que las
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
mismas estadísticas, en manos de diferentes intérpretes, dan lugar, según sus teorías
respectivas, a conclusiones diferentes e incluso opuestas. En estas condiciones, las
ciencias actuales supuestamente «exactas», en tanto que usan estadísticas e incluso
sacan de ellas previsiones para el porvenir (debido siempre a la supuesta identidad de
los hechos considerados, sean pasados o futuros), en realidad son solo ciencias «con-
jeturales».
La suposición de una identidad entre hechos que solo son del mismo género, es
decir, comparables solo en ciertos aspectos, al tiempo que contribuye a dar la ilusión
de una ciencia «exacta», satisface también la necesidad de simplificación que es otro
carácter significativo de la mentalidad actual, hasta el punto de que se la puede lla-
mar «simplista», tanto en sus concepciones «científicas» como en todas sus demás
manifestaciones. Esta necesidad de simplificación refuerza la tendencia a reducirlo
todo a lo cuantitativo, ya que, no puede haber nada más simple que la cantidad; si se
despoja a un ser o a una cosa de sus cualidades propias, el «residuo» que queda pre-
senta el máximo de simplicidad; y, en el límite, esta extrema simplicidad es lo que
podemos llamar la cantidad pura, es decir, la de las «unidades», todas semejantes
entre sí, que constituyen la multiplicidad numérica; y esto nos lleva a algunas otras
reflexiones.
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XI
Unidad y «simplicidad»
Por otra parte, si la unidad principial es indivisible, no por ello es menos comple-
ja, puesto que contiene «eminentemente» todo lo que, al descender a los grados infe-
47
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hasta qué punto los promotores aparentes del espíritu antitradicional son conscientes
del papel que desempeñan, puesto que este papel mismo supone una mentalidad fal-
seada. Para atenernos a la idea de la «simplicidad primitiva», no se comprende por
qué las cosas deben comenzar siempre siendo simples, e ir complicándose después;
pero, si se reflexiona en que el germen de un ser contiene ya la virtualidad de todo lo
que ese ser será después, es decir, todas las posibilidades que se desarrollarán en el
curso de su existencia, eso nos lleva a pensar que el origen de todas las cosas debe
ser extremadamente complejo, y esa es la complejidad cualitativa de la esencia; el
germen solo es pequeño como cantidad o substancia, y, si se transpone simbólica-
mente la idea de «magnitud», se ve que, en razón de la analogía inversa, lo que es
más pequeño en cantidad deber ser lo mayor en cualidad1. De la misma manera, toda
tradición contiene desde su origen la doctrina entera, que comprende en principio la
totalidad de los desarrollos y adaptaciones que proceden de ella en la sucesión de los
tiempos, así como la de las aplicaciones a las que de lugar en todos los dominios; así
pues, las intervenciones humanas solo pueden restringirla y menguarla, si no desna-
turalizarla completamente, y en eso consiste la obra de todos los «reformadores».
1
Recordemos aquí la parábola evangélica del «grano de mostaza» y los textos similares de las
Upanishad que hemos citado en otra parte (El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. III); y
agregamos también, a este propósito, que al Mesías mismo se le llama «germen» en numerosos pasa-
jes bíblicos.
49
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
zadores», que rechazan el esoterismo y la iniciación, niegan que las doctrinas religio-
sas lleven en sí mismas un significado profundo; y así, aunque pretenden «espiritua-
lizar» la religión, caen, al contrario, en el «literalismo» puro y simple, donde el espí-
ritu está ausente, mostrando así que, como decía Pascal, «Quien quiere hacer de án-
gel, hace de bestia».
Pero aún no hemos acabado con la «simplicidad primitiva», ya que hay un senti-
do en el que esta expresión podría aplicarse: es el de la indistinción del «caos», que
es efectivamente «primitivo», puesto que está también «al comienzo»; pero entonces
no está solo, puesto que toda manifestación supone necesariamente, la esencia y la
substancia, y puesto que el «caos» representa solo su base substancial. Si es eso lo
que entienden los partidarios de la «simplicidad primitiva», no nos oponemos, ya que
es en esa indistinción donde desemboca finalmente la tendencia a la simplificación si
pudiera realizarse hasta sus últimas consecuencias; pero hay que señalar que esa
simplicidad última, al estar por debajo de la manifestación y no en ella, no corres-
ponde a un «retorno al origen». Sobre este tema, y para resolver una aparente anti-
nomia, hay que hacer una distinción clara entre los dos puntos de vista que se refie-
ren respectivamente a los dos polos de la existencia: si se dice que el mundo ha sido
formado a partir del «caos», es que se le considera solo desde el punto de vista subs-
tancial, y entonces hay que considerar este comienzo como atemporal, ya que el
tiempo no existe en el «caos», sino solo en el «cosmos». Así pues, si nos referimos al
orden de desarrollo de la manifestación, que, en el dominio de la existencia corporal
y debido a las condiciones que la definen, se traduce por un orden de sucesión tem-
poral, no es de ahí de donde hay que partir, sino, al contrario, del polo esencial. La
«creación», en tanto que resolución del «caos», es «instantánea», y es el Fiat Lux
bíblico; pero lo que está en el origen del «cosmos», es la Luz primordial, es decir, el
«espíritu puro» en el que están las esencias de todas las cosas; y, a partir de ahí, el
mundo manifestado va descendiendo cada vez más hacia la «materialidad».
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CAPÍTULO XII
Hay que insistir aún en un punto que hemos abordado incidentalmente antes: es
lo que se llama «vulgarización» (y esta palabra es muy significativa para describir la
mentalidad actual), es decir, la pretensión de ponerlo todo «al alcance de todo el
mundo», lo que ya hemos señalado como una consecuencia de las concepciones
«democráticas», y que equivale a querer rebajar el conocimiento al nivel de las inte-
ligencias más inferiores. Es fácil mostrar los inconvenientes que presenta la enseñan-
za actual que se impone a todos igualmente por métodos idénticos, lo que, como he-
mos dicho, solo puede desembocar en una suerte de nivelación por abajo: aquí, como
en todo, la cualidad es sacrificada a la cantidad. Es cierto que la enseñanza actual no
implica ningún conocimiento en el verdadero sentido de esta palabra, y que no con-
tiene nada que sea profundo; pero, aparte de su insignificancia e ineficacia, lo que la
hace nefasta, es que se hace tomar por lo que no es, que niega todo lo que la rebasa, y
que así asfixia todas las posibilidades de un dominio más elevado; parece estar hecha
expresamente para eso, ya que la «uniformización» actual implica necesariamente el
odio de toda superioridad.
Una cosa llamativa es que algunos, en nuestra época, exponen doctrinas tradicio-
nales tomando como modelo esa misma enseñanza profana, sin tener en cuenta las
diferencias esenciales que existen entre ellas y todo lo que se llama hoy día «cien-
cias» y «filosofía»; al actuar así, deforman las doctrinas tradicionales por simplifica-
ción y solo muestran de ellas lo más exterior. En esto hay una penetración del espíri-
tu actual en lo que se opone a él por definición misma, y no es difícil comprender
cuáles son las consecuencias disolventes de ello, incluso sin que lo sepan quienes, de
buena fe y sin intención, se hacen instrumentos de esta penetración; la decadencia de
la doctrina religiosa en Occidente, y la pérdida del esoterismo correspondiente,
muestran ya cuál puede ser la conclusión si esta manera de ver se generaliza también
en Oriente.
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Pero lo más increíble, es el argumento que, para motivar su actitud, proclaman es-
tos «propagandistas» de nuevo cuño: uno de ellos escribía recientemente que, si es
cierto que antaño se aportaban restricciones a la difusión de ciertos conocimientos,
hoy día ya no ha lugar a tenerlas en cuenta, ya que (y tenemos que citar esta frase
textualmente, a fin de que no se nos tache de exagerados) «el nivel medio de la cultu-
ra se ha elevado y los espíritus han sido preparados para recibir una enseñanza inte-
gral». Es aquí donde aparece claramente la confusión con la enseñanza actual, a la
que se llama «cultura»; lo que se llama ahora «cultura» es algo que no tiene nada que
ver con la enseñanza tradicional ni con la aptitud para recibirla; y, además, como la
supuesta elevación del «nivel medio» tiene como contrapartida la desaparición de la
verdadera intelectualidad, se puede decir que esta «cultura» representa lo contrario
de una preparación para lo que pretende. Uno se pregunta cómo un hindú (ya que es
un hindú el que citamos aquí) ignora en qué punto del Kali-Yuga nos encontramos,
para llegar a decir que «han llegado los tiempos en que todo el sistema del Vêdânta
se puede exponer públicamente», cuando el menor conocimiento de las leyes cíclicas
obliga a decir, al contrario, que son menos favorables que nunca; y, si nunca ha po-
dido ser «puesto al alcance del común de los hombres», para el que no está hecho, no
es ciertamente ahora cuando puede hacerse, ya que este «común de los hombres»
nunca ha sido tan incapaz de comprender. Lo cierto es que, por esta misma razón,
todo lo que representa un conocimiento tradicional de orden verdaderamente profun-
do, cada vez es menos accesible; y ante la invasión del espíritu actual y profano, está
claro que no puede ser de otra manera.
Las razones que se dan para explicar el interés actual en extender la enseñanza
vêdântina, no son menos extraordinarias: en primer lugar se invoca «el desarrollo de
las ideas sociales y de las instituciones políticas»; pero, aunque eso fuera un «desa-
rrollo», también es algo que no tiene ninguna relación con la comprensión de una
doctrina metafísica, como la instrucción profana; basta ver, en cualquier país de
Oriente, hasta qué punto las preocupaciones políticas, allí donde se han introducido,
perjudican al conocimiento de las verdades tradicionales, para pensar que es más
justo hablar de incompatibilidad, antes que de acuerdo entre estos «dos desarrollos».
No vemos qué lazo tiene la «vida social», en el sentido en que se concibe actualmen-
te, con la espiritualidad, a la que se opone radicalmente. La espiritualidad tiene ese
lazo cuando se integra en una civilización tradicional, pero es precisamente el espíri-
tu actual el que lo ha destruido y lo destruye allí donde subsiste todavía; así pues,
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
El mismo autor invoca aún otra razón: «Por todas partes, dice, ocurre con el
Vêdânta como con las verdades de la ciencia; hoy día ya no existe el secreto científi-
co; la ciencia no vacila en publicar los descubrimientos más recientes». En efecto, la
ciencia actual está hecha para el «gran público», y, desde que existe, esa es toda su
razón de ser; y es evidente que solo es lo que parece ser, puesto que, debido a la au-
sencia de principio, se queda en la superficie de las cosas; cierto, en ella no hay nada
que valga la pena mantener en secreto. ¿Qué correspondencia se puede establecer
entre los «más recientes descubrimientos» de la ciencia actual y las enseñanzas de
una doctrina como el Vêdânta, aunque sea solo del orden más exterior? Es siempre la
misma confusión, y hay que preguntarse hasta qué punto alguien que la comete con
esta insistencia puede tener comprensión de la doctrina que quiere enseñar; entre el
espíritu tradicional y la mentalidad actual, no hay ninguna coincidencia, y toda con-
cesión hecha a la segunda es siempre a expensas del primero, puesto que, la mentali-
dad actual es la negación misma del espíritu tradicional.
La cierto es que la mentalidad actual, en todos los que están afectados por ella,
implica un verdadero odio del secreto y de todo lo que le es afín, en cualquier domi-
nio que sea; y aprovechamos esta ocasión para explicarnos sobre esta cuestión. No se
puede decir que la «vulgarización» de las doctrinas sea peligrosa, al menos en tanto
que se trate solo de su lado teórico; más bien, aunque eso fuera posible, es inútil,
porque las verdades de un cierto orden resisten por su naturaleza misma a toda «vul-
garización»: por claramente que se las exponga (a condición de exponerlas tales cua-
les son en su verdadero significado y sin hacerlas sufrir ninguna deformación), solo
las comprenden aquellos que están cualificados para comprenderlas, y, para los de-
más, son como si no existieran. Aquí no hablamos de la «realización» y de sus me-
dios propios, ya que, a este respecto, no hay nada que tenga un valor efectivo si no es
en el interior de una organización iniciática regular; pero, desde el punto de vista
teórico, la reserva solo puede justificarse por consideraciones de simple oportunidad,
y, por lo tanto, por razones puramente contingentes, lo que no quiere decir desdeña-
bles. El verdadero secreto, el único que no puede ser traicionado, es solo lo inexpre-
sable, que, por eso mismo, es «incomunicable»; ahí está el significado del secreto
iniciático; un secreto exterior solo puede tener el valor de una imagen de ése, y tam-
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bién, el de una «disciplina» que puede ser provechosa. Pero éstas son cosas cuyo
sentido y alcance escapan a la mentalidad actual, cuya incomprensión engendra hos-
tilidad de inmediato; el vulgo siente siempre un miedo instintivo de todo lo que no
comprende, y el miedo engendra odio, aunque uno se esfuerce en escapar de él ne-
gando la verdad incomprendida; por otra parte, hay negaciones que se parecen a ver-
daderos estallidos de rabia, como por ejemplo las de los supuestos «librepensadores»
respecto a todo lo que se refiere a la religión.
Así pues, la mentalidad actual es de tal naturaleza que no puede soportar ningún
secreto; tales cosas, puesto que ignora sus razones, las siente como «privilegios»
establecidos en provecho de algunos, y no puede soportar tampoco ninguna superio-
ridad; si se le explica que éstos supuestos «privilegios» tienen su fundamento en la
naturaleza misma de los seres, es trabajo perdido, ya que eso es precisamente lo que
niega su «igualitarismo». No solo se jacta de suprimir todo «misterio» con su ciencia
y su filosofía exclusivamente «racionales» y puestas «al alcance de todo el mundo»,
sino que este odio al «misterio» llega tan lejos, en todos los dominios, que se extien-
de incluso hasta lo que se llama la «vida ordinaria». Un mundo donde todo fuera
«público» tendría un carácter monstruoso; decimos «fuera», ya que todavía no esta-
mos del todo ahí, y quizás eso no sea nunca realizable, ya que, aquí también, se trata
de un «límite»; pero es innegable que, por todas partes, actualmente se apunta a ob-
tener ese resultado. Para llevar a los hombres a vivir enteramente «en público» ya no
se contentan con juntarlos en «masa» en toda ocasión y bajo cualquier pretexto; tam-
bién se les quiere alojar, no ya en «colmenas», sino literalmente en «colmenas de
cristal», dispuestas de tal manera que no les sea posible comer si no es «en común»;
los hombres sometidos a una tal existencia han caído verdaderamente en un nivel
«infrahumano», a nivel de insectos tales como las abejas y las hormigas; y, además,
también se ponen todos los medios en «adiestrarlos» para no diferenciarse entre ellos
más de lo que se diferencian esas especies animales, cuando no menos.
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CAPÍTULO XIII
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este racionalismo con la tendencia actual a la simplificación: ésta, que procede siem-
pre por reducción de las cosas a sus elementos más inferiores, se afirma por la supre-
sión de todo el dominio supraindividual, a la espera de reducir lo que queda, es decir,
todo lo que es de orden individual, únicamente a la modalidad sensible o corporal, y
finalmente ésta a un agregado de determinaciones cuantitativas; se ve cuan rigurosa-
mente se encadena todo esto, constituyendo otras tantas etapas de una misma «de-
gradación» de las concepciones que el hombre se hace de sí mismo y del mundo.
1
Si se toma la definición clásica del ser humano como «animal racional», la «racionalidad» repre-
senta en él la «diferencia específica» por la cual el hombre se distingue de todas las otras especies del
género animal. Ella solo es aplicable en el interior de este género, o, en otros términos, solo es lo que
los escolásticos llamaban una differentia animalis; así pues, no se puede hablar de «racionalidad» en
lo que concierne a los seres que pertenecen a otros estados de existencia, por ejemplo a los estados
supraindividuales; y eso está de acuerdo con el hecho de que la razón es una facultad de orden exclu-
sivamente individual, que no puede rebasar los límites del dominio humano.
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Dicho esto, queda explicar por qué el racionalismo está ligado a la idea de una
ciencia cuantitativa, o mejor dicho, por qué ésta procede de él; y, a este respecto,
tenemos que reconocer que hay una parte de verdad en las críticas que Bergson diri-
ge a lo que él llama sin razón la «inteligencia», y que solo es la razón, e incluso, solo
un cierto uso de la razón basado en la concepción cartesiana, ya que es de esta con-
cepción de donde han salido todas las formas del racionalismo actual. Hay que seña-
lar que los filósofos dicen cosas mucho más justas cuando argumentan contra otros
filósofos que cuando exponen sus propios pareceres, y, viendo así bastante bien los
defectos de los otros, se destruyen mutuamente; es así como Bergson, si uno se toma
la molestia de rectificar sus errores de terminología, muestra bien los defectos del
racionalismo (que, lejos de confundirse con el verdadero «intelectualismo», es más
bien su negación) y las insuficiencias de la razón; pero por ello no está menos equi-
vocado a su vez cuando, para suplir a éstos, busca en lo «infraracional» en lugar de
elevarse a lo «supraracional» (y por eso su filosofía es igualmente individualista e
ignora tan completamente el orden supraindividual como la de sus adversarios). Así
pues, cuando reprocha a la razón «que recorta artificialmente lo real», no hay necesi-
dad de adoptar su propia idea de lo «real» para comprender lo que quiere decir: se
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1
Aquí se puede decir que, de todos los sentidos que están incluidos en la palabra latina ratio, ape-
nas queda uno sólo, el de «cálculo», en el uso «científico» que se hace actualmente de la razón.
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cuanto que los efectos de ésta son conformes a sus deseos, y este descenso cada vez
más rápido solo puede desembocar finalmente en lo que hemos llamado el «reino de
la cantidad».
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CAPÍTULO XIV
Mecanicismo y materialismo
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después de haber relegado «más allá de las nubes» el aspecto esencial de las cosas,
con eso se le suprimía para considerar solo su aspecto substancial, puesto que es a
estos dos aspectos a los que corresponden respectivamente el «espíritu» y la «mate-
ria», aunque solo ofrezcan de ellos una imagen disminuida y deformada. Descartes
hizo entrar en el dominio cuantitativo la mitad del mundo tal como le concebía, e
incluso la mitad más importante a sus ojos, ya que cualesquiera que fueran las apa-
riencias, él quería ser ante todo un físico; el materialismo, a su vez, hizo entrar en ese
dominio el mundo entero; ya solo quedaba entonces elaborar esta reducción por me-
dio de teorías cada vez más apropiadas a este fin, y es a esta tarea a la que debía apli-
carse toda la ciencia en adelante, incluso si no se declaraba abiertamente materialista.
Además del materialismo explícito y formal, hay también lo que se puede llamar
un materialismo de hecho, cuya influencia se extiende mucho más lejos, ya que mu-
chas gentes que no se creen materialistas se comportan como tales en todas las cir-
cunstancias; hay entre estos dos materialismos, una relación semejante a la que existe
entre el racionalismo filosófico y el racionalismo vulgar, salvo que el materialista de
hecho no pretende serlo, y protestaría incluso si se le acusara de ello, mientras que el
racionalista vulgar, aunque sea muy ignorante de toda filosofía, es el más empeñado
en proclamarse tal, al mismo tiempo que se jacta orgullosamente de ser un «librepen-
sador», cuando es solo el esclavo de todos los prejuicios corrientes de su época.
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CAPÍTULO XV
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realidad, que es de orden sensible, esté en el grado más bajo de todos, y aunque por
debajo de ella solo haya lo que está por debajo mismo de toda existencia manifesta-
da. Es la manera en que se consideran las cosas la que es falsa, y la que, al separarlas
de todo principio superior, les niega lo que constituye toda su realidad; por eso no
hay ningún dominio profano, sino solo un punto de vista profano, que abarca toda la
existencia humana.
Aquí, volvemos a decir que, en la gran mayoría de las gentes, solo se trata de lo
que se puede llamar un materialismo o positivismo «práctico», independiente de toda
teoría filosófica, que es y que será siempre algo muy ajeno a esa mayoría; pero eso es
lo más grave del asunto, no solo porque ese estado de espíritu adquiere con ello una
difusión mucho mayor, sino también porque es tanto más irremediable cuanto más
irreflexivo y menos consciente es, ya que eso prueba que ha penetrado completamen-
te toda la naturaleza del individuo. Lo que hemos dicho ya del «materialismo de he-
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1
Se puede decir también, si se quiere, que es un «fruto» más bien que un «germen»; el hecho de
que el fruto mismo contiene nuevos gérmenes indica que la consecuencia puede desempeñar a su vez
el papel de causa a otro nivel, conformemente al carácter cíclico de la manifestación; pero para eso es
necesario que pase de lo «aparente» a lo «oculto».
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ordinaria» de la que es así uno de los pilares principales; como consecuencia de esto,
las hipótesis sobre las que se funda, por injustificadas que sean, se benefician de esta
situación privilegiada a los ojos de la mayoría. En realidad, sus aplicaciones prácticas
no dependen en nada de la verdad de esas «hipótesis», y uno puede preguntarse qué
ocurriría con una tal ciencia, nula en tanto que conocimiento propiamente dicho, si se
la separa de las aplicaciones a las que da lugar; pero, tal cual es, es evidente que esta
ciencia «triunfa», y, para el espíritu instintivamente utilitarista del «público» actual,
el «triunfo» o el «éxito» es un «criterio de verdad».
Por lo demás, sea cual sea el punto de vista filosófico, científico o simplemente
«práctico», es evidente que todo eso, representa otros tantos aspectos de una sola y
misma tendencia, y también que esta tendencia, como todas las que constituyen el
espíritu actual, no ha podido desarrollarse «espontáneamente»; ya hemos tenido oca-
sión de explicarnos sobre éste último punto, pero se trata de cosas sobre las que hay
que insistir, y todavía tendremos que volver después al lugar preciso que ocupa el
materialismo en el conjunto del «plan» según el cual se efectúa la desviación del
mundo actual. Es cierto que los materialistas son totalmente incapaces de darse cuen-
ta de estas cosas ni de concebir su posibilidad, ciegos como están por sus ideas pre-
concebidas, que les cierran toda salida fuera del estrecho dominio en el que se mue-
ven; y sin duda se sentirían enormemente sorprendidos de saber que han existido y
que existen todavía hombres, para los cuales, lo que ellos llaman la «vida ordinaria»,
es la cosa más extraordinaria que se pueda imaginar, puesto que no corresponde a
nada de lo que ocurre realmente en su existencia. No obstante, ello es así, y son estos
hombres los que deben ser considerados como «normales», mientras que los materia-
listas, con todo su «sentido común» y todo el «progreso» del cual se consideran los
productos más acabados y los representantes más «avanzados», en el fondo, solo son
seres en los que algunas facultades se han atrofiado hasta el punto de desaparecer por
completo. Además, es solo en esta situación como el mundo sensible puede parecer-
les un «sistema cerrado», en el interior del cual se sienten seguros; nos queda ver
cómo esta ilusión se «realiza» debido al materialismo mismo; pero, más adelante,
veremos también cómo, a pesar de eso, ella solo representa un estado de equilibrio
inestable, y cómo, en el punto mismo en el que las cosas están actualmente, esta se-
guridad de la «vida ordinaria», sobre la que se ha basado hasta aquí toda la organiza-
ción exterior del mundo actual, está ya siendo perturbada por «interferencias» ines-
peradas.
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CAPÍTULO XVI
La degeneración de la moneda
Hay una observación que es fácil hacer solo con tener «dos ojos para ver»: es que
las monedas antiguas están cubiertas de símbolos tradicionales, tomados entre los
que presentan el sentido más profundo; se ha observado así que, en los Celtas, los
símbolos que figuran en las monedas solo pueden explicarse refiriéndose a conoci-
mientos doctrinales que eran propios a los Druidas, lo que implica una intervención
directa de éstos en ese dominio; y lo mismo es cierto para todos los demás pueblos
de la antigüedad, teniendo en cuenta las modalidades propias de sus organizaciones
tradicionales respectivas. Eso concuerda con la inexistencia del punto de vista pro-
fano en las civilizaciones tradicionales: la moneda, allí donde existía, no podía ser la
cosa profana que ha devenido actualmente; y, si lo hubiera sido, ¿cómo se explica la
intervención de una autoridad espiritual que, evidentemente, no hubiera tenido nada
que ver con ella, y cómo se puede comprender también que diversas tradiciones ha-
blen de la moneda como de algo que está cargado de una «influencia espiritual», cu-
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ya acción podía ejercerse por la mediación de los símbolos que constituían su «so-
porte» normal? Agregaremos que, hasta en tiempos muy recientes, se podía encontrar
todavía un último vestigio de esta noción en divisas de carácter religioso, que ya no
tenían ningún valor simbólico, pero que recordaban la idea tradicional incomprendi-
da; pero, después de haber sido relegadas al «canto» de las monedas, esas divisas
mismas han acabado por desaparecer; y, en efecto, no tienen ninguna razón de ser
cuando la moneda ya solo representa un signo de orden «material» y cuantitativo.
Así pues, ahí ocurrió lo mismo que en todas las cosas que desempeñan un papel
en la existencia humana: estas cosas han sido despojadas poco a poco de todo carác-
ter «sagrado», y es así como esta existencia misma, en su conjunto, ha devenido
1
Ver Autoridad espiritual y poder temporal, pág. 111 (ed. francesa), donde nos hemos referido al
caso de Felipe el Hermoso, y donde hemos sugerido la posibilidad de una relación estrecha entre la
destrucción de la Orden del Temple y la alteración de las monedas, lo que se comprende si se admite
como verosímil, que la Orden del Temple tenía entonces, entre otras funciones, la de ejercer el control
espiritual en este dominio; no insistimos más en ello, pero recordaremos que es precisamente ese
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con la palabra «valor»; en efecto, es ahí donde se fundamenta el abuso que hacen de
ella algunos filósofos recientes, que han llegado a inventar, para caracterizar sus teo-
rías, la expresión de «filosofía de los valores»; en el fondo de su pensamiento, está la
idea de que toda cosa, a cualquier orden que se refiera, es susceptible de ser concebi-
da cuantitativamente y expresada numéricamente; y por eso el «moralismo», que es
su preocupación dominante, se encuentra así asociado directamente al punto de vista
cuantitativo. Estos ejemplos muestran también que hay una verdadera degeneración
del lenguaje, degeneración que acompaña a la de todas las cosas; en efecto, en un
mundo donde todos se esfuerzan en reducirlo todo a la cantidad, hay que servirse de
un lenguaje que, él mismo, ya solo evoca ideas cuantitativas.
tal suma, queriendo indicar con eso la cifra a la que se eleva su fortuna; también dicen, no que un
hombre triunfa en sus asuntos, sino que él «es un triunfador», lo que equivale a identificar completa-
mente al individuo con sus ganancias materiales.
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CAPÍTULO XVII
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Se puede decir también, que la «materialización» existe como tendencia, pero que
la «materialidad», que sería el resultado completo de esta tendencia, es un estado
irrealizable; de ahí viene, entre otras consecuencias, el que las leyes mecánicas for-
muladas teóricamente por la ciencia actual no sean nunca susceptibles de una aplica-
ción exacta y rigurosa a las condiciones de la experiencia, donde subsisten siempre
elementos que se les escapan, incluso en la fase en la que el papel de esos elementos
se encuentra reducido al mínimo. Así pues, aquí no se trata nunca más que de una
«aproximación», que, en esta fase, puede ser suficiente para las necesidades prácticas
inmediatas, pero que por ello no implica menos una burda simplificación, lo que le
quita no solo toda pretendida «exactitud», sino también todo valor de «ciencia» en el
verdadero sentido de esta palabra; y es también con esta misma «aproximación» co-
mo el mundo sensible puede pretender la apariencia de un «sistema cerrado», tanto a
los ojos de los físicos como en la corriente de los acontecimientos que constituyen la
«vida ordinaria».
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Para llegar al punto que hemos descrito, es necesario que el hombre, debido a esta
«materialización» o «solidificación», que se opera tanto en él como en el resto de la
manifestación cósmica de la que forma parte, y que modifica notablemente su consti-
tución «psicofisiológica», haya perdido el uso de las facultades que le permitirían
normalmente rebasar los límites del mundo sensible, ya que, incluso si éste está ro-
deado realmente de «muros» más impenetrables que los que le rodeaban en estados
anteriores, por ello no es menos cierto que no podría haber nunca en ninguna parte
una separación absoluta entre diferentes ordenes de existencia; una tal separación
tendría el efecto de cortar de la realidad misma el dominio que ella encerraría, de
suerte que, ahí también, la existencia de ese dominio, es decir, del mundo sensible en
el caso que tratamos aquí, se desvanecería inmediatamente. Uno puede preguntarse
cómo ha podido producirse una atrofia tan completa y tan general de algunas faculta-
des; para eso ha sido necesario que el hombre haya sido llevado primero a dirigir
toda su atención solo a las cosas sensibles, y es así como ha comenzado, necesaria-
mente, esta obra de desviación que se puede llamar la «fabricación» del mundo ac-
tual, y que solo podía «triunfar», precisamente, en esta fase del ciclo, utilizando, en
modo «diabólico», las condiciones presentes del medio mismo. Sea como sea, en lo
que concierne a este último punto, sobre el que no queremos insistir más por el mo-
mento, no podemos dejar de «admirar» la solemne necedad de algunas declaraciones
de los «vulgarizadores» científicos (debemos decir más bien «cientificistas»), que se
jactan en afirmar por todo lo alto que la ciencia moderna hace retroceder sin cesar los
límites del mundo conocido, lo que, de hecho, es todo lo contrario a la verdad: ¡nun-
ca estos límites han sido tan estrechos como lo son en las aclamadas concepciones de
esta pretendida ciencia profana, y nunca el mundo ni el hombre se habían encontrado
tan empequeñecidos, hasta el punto de ser reducidos a entidades solo corporales,
privados de la menor posibilidad de comunicación con todo otro orden de realidad!
Hay aún otro aspecto de la cuestión, recíproco y complementario del que hemos
considerado hasta aquí: en todo esto, el hombre no es reducido al papel pasivo de un
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espectador, que debe limitarse a hacerse una idea verdadera o falsa, de lo que ocurre
a su alrededor; más bien, él mismo es uno de los factores que intervienen activamen-
te en las modificaciones del mundo donde vive; y agregamos que es un factor impor-
tante, en razón de la posición «central» que ocupa en este mundo. Al hablar de esta
intervención humana, no hablamos solo de las modificaciones artificiales que la in-
dustria hace sufrir al medio terrestre, y que son muy evidentes como para extenderse
más en ello; eso es una cosa que conviene tener en cuenta, pero no es todo. De lo que
se trata es de algo completamente diferente, que no es querido por el hombre, al me-
nos expresa y conscientemente, pero que va mucho más lejos. En efecto, lo cierto es
que la concepción materialista, una vez que ha sido establecida y difundida, concurre
a reforzar aún más esta «solidificación» del mundo que ella ha hecho posible, y todas
las consecuencias que derivan de esta concepción, comprendida la noción de la «vida
ordinaria», tienden hacia ese mismo fin, ya que las reacciones del medio cósmico
cambian según la actitud adoptada por el hombre a su respecto. Hay que decir que
algunos aspectos de la realidad se ocultan a quien la considera como profano y mate-
rialista, y que se vuelven inaccesibles a su observación; aquí no se trata de una mane-
ra de hablar más o menos «imaginada», como algunos podrían pensar, sino de la ex-
presión de un hecho, de la misma manera que es un hecho que los animales huyen
espontánea e instintivamente ante cualquiera que les muestra una actitud hostil.
Por eso hay cosas que no pueden ser constatadas nunca por los «sabios» materia-
listas o positivistas, lo que, naturalmente, les confirma aún más en su creencia en la
validez de sus concepciones, puesto que parecen darles una prueba negativa, cuando,
sin embargo, solo es el efecto de esas concepciones mismas; no es que estas cosas
hayan dejado de existir desde el nacimiento del materialismo y del positivismo, pero
se «substraen» fuera del dominio que está al alcance de la experiencia de los sabios
profanos, de la misma manera que, en otro orden que tiene relación con éste, el depó-
sito de los conocimientos tradicionales se «sustrae» y se cierra cada vez más ante la
invasión del espíritu actual. Eso es la «contrapartida» de la limitación de las faculta-
des del ser humano a la modalidad corporal solo: por esta limitación, el ser humano
deviene incapaz de salir del mundo sensible, y por eso también pierde la ocasión de
constatar la intervención de elementos suprasensibles en el mundo sensible.
Así se encuentra completado para él, tanto como es posible, el «cierre» de este
mundo, tanto más «sólido» cuanto más aislado está de todo otro orden de realidad,
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incluidos los que están más cerca de él y que constituyen modalidades diferentes del
mismo dominio individual; en el interior de un mundo así, puede parecer que la «vi-
da ordinaria», en adelante, solo tiene que desenvolverse sin perturbación y sin acci-
dentes imprevistos, imitando los movimientos de una «mecánica» perfectamente
regulada; ¿no apunta el hombre actual, después de haber «mecanizado» el mundo, a
«mecanizarse» lo mejor posible él mismo, en los pocos modos de actividad que que-
dan todavía abiertos a su naturaleza estrechamente limitada?
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XVIII
Puesto que hemos aludido a las «supervivencias» que dejan en la mentalidad co-
mún, teorías en las que los sabios mismos ya no creen, y que aún así continúan ejer-
ciendo su influencia sobre la actitud de la generalidad de los hombres, es bueno insis-
tir un poco más en ello, ya que hay algo ahí que contribuye también a explicar algu-
nos aspectos de la época actual. Aquí, conviene recordar primero que uno de los
principales caracteres de la ciencia actual, cuando deja el dominio de la observación
de los hechos y quiere sacar algo de la acumulación indefinida de detalles particula-
res que es su único resultado inmediato, es la «elaboración» de teorías puramente
hipotéticas, que no pueden ser otra cosa, dado su punto de partida empírico, ya que
los hechos, que en sí mismos son siempre susceptibles de explicaciones diversas, no
pueden y no podrán garantizar nunca la verdad de ninguna teoría; y, como ya lo he-
mos dicho, su mayor o menor multiplicidad no supone nada en este asunto; así, tales
hipótesis no están inspiradas por las constataciones de la experiencia, sino por las
ideas preconcebidas y por las tendencias predominantes de la mentalidad actual. Se
sabe bien con qué rapidez, en nuestra época, esas hipótesis son abandonadas y reem-
plazadas por otras, y estos cambios continuos bastan para mostrar su nula solidez y la
imposibilidad de darles un valor en tanto que conocimiento real; es así como toman,
en el pensamiento de los sabios mismos, un carácter convencional, y por lo tanto
irreal, y ahí observamos también un síntoma de la deriva hacia la disolución final.
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Este estado de cosas comenzó desde que el estudio y manejo de ciertas influen-
cias psíquicas cayeron en el dominio profano, lo que marca el comienzo de la fase
más propiamente «disolvente» de la desviación moderna; y esto ocurrió en el siglo
1
Es sobre todo en el espiritismo donde las concepciones de este género se presentan bajo las for-
mas más burdas, y hemos tenido la ocasión de dar numerosos ejemplos de ello en El Error Espiritista.
80
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Hay que observar que los «clarividentes» ven también «fluidos» o «radiaciones»,
y ocurre lo mismo con los teosofistas, que ven «átomos» o «electrones»; ahí, como
en muchas otras cosas, lo que ven son sus propias imágenes mentales, que, natural-
mente, son siempre conformes a las teorías en las que creen. También es así como
ven la «cuarta dimensión», e incluso otras dimensiones suplementarias del espacio; y
esto nos lleva a decir algunas palabras, para terminar, de otro caso que depende
igualmente de la «mitología» científica, y que es lo que llamaríamos el «delirio de la
cuarta dimensión». Hay que convenir que la «hipergeometría» está hecha para sor-
prender a la imaginación de gentes que no tienen conocimientos matemáticos sufi-
cientes para darse cuenta del verdadero carácter de una construcción algebraica ex-
1
Es por esta misma incapacidad y por la confusión que resulta de ella que, en el orden filosófico,
Kant no vacilaba en declarar «inconcebible» todo lo que es simplemente «inimaginable»; y además,
más generalmente, son siempre las mismas limitaciones las que dan nacimiento a todas las variedades
del «agnosticismo».
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XIX
Hemos dicho que, en razón de las diferencias cualitativas que hay entre los diver-
sos periodos del tiempo, por ejemplo, entre las fases de un ciclo como nuestro Man-
vantara (y más allá de los límites de la duración de la presente humanidad, las condi-
ciones son aún más diferentes), se producen, en el medio cósmico y en el medio te-
rrestre, cambios de los que la ciencia, con su horizonte reducido solo al mundo ac-
tual, no puede hacerse ninguna idea, de modo que, sea cual sea la época que quiera
considerar, siempre se imagina un mundo cuyas condiciones fueron semejantes a lo
que son actualmente. También hemos visto que los psicólogos se imaginan que el
hombre ha sido siempre tal cual es hoy día; y lo que vale para los psicólogos, vale
también para los historiadores, que juzgan las acciones de los hombres de la Anti-
güedad o de la Edad Media exactamente como juzgan las de sus contemporáneos,
atribuyéndoles los mismos motivos y las mismas intenciones; así pues, ya se trate del
hombre o del medio, en eso hay una aplicación de esas concepciones simplistas y
«uniformizantes» que corresponden a las tendencias actuales; en cuanto a saber cómo
esta «uniformización» del pasado puede conciliarse con las teorías «progresistas» y
«evolucionistas» admitidas al mismo tiempo por los mismos individuos, ese es un
tema que no vamos a resolver, y sin duda es solo un ejemplo más de las contradic-
ciones de la mentalidad actual.
Cuando hablamos de cambios del medio, no aludimos solo a los cataclismos que
marcan los «puntos críticos» del ciclo; esos son cambios bruscos que corresponden a
rupturas del equilibrio, e, incluso en el caso en que se trata de la desaparición de un
solo continente (casos que se encuentran en el curso de la historia de la presente hu-
manidad), es fácil darse cuenta de que todo el conjunto del medio terrestre debe ser
afectado por sus repercusiones, y que así la «figura del mundo», por eso mismo, debe
cambiar también notablemente. Pero hay también modificaciones continuas e insen-
sibles que, en el interior de un periodo donde no se produce ningún cataclismo, poco
a poco acaban por tener resultados considerables; no se trata de simples modificacio-
84
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Por lo que hemos dicho hasta aquí, es fácil darse cuenta ahora del sentido general
en el que se efectúan estos cambios: este sentido es el que hemos llamado la «solidi-
ficación» del mundo, que da a todas las cosas un aspecto que responde, de un modo
cada vez más avanzado (aunque siempre inexacto), al modo en que las consideran las
concepciones cuantitativas, mecanicistas o materialistas; es por eso que la ciencia
moderna «triunfa» en sus aplicaciones prácticas, y es por eso también, que la realidad
ambiente no le presenta ningún desmentido contundente. No habría podido ser lo
mismo en épocas anteriores, donde el mundo no era tan «sólido» como hoy día, y
donde la modalidad corporal y las modalidades sutiles del dominio individual no
estaban tan completamente separadas (aunque, como veremos más adelante, incluso
en el estado presente, haya que hacer ciertas reservas en lo que concierne a esta sepa-
ración). No solo el hombre, debido a que sus facultades estaban mucho menos estre-
chamente limitadas, no veía el mundo con los mismos ojos que hoy día, y percibía de
él muchas cosas que se le escapan ahora enteramente; sino que, correlativamente, el
mundo mismo, en tanto que conjunto cósmico, era verdaderamente diferente cualita-
tivamente, porque posibilidades de otro orden se reflejaban en el dominio corporal y
le «transfiguraban»; y es así como, cuando algunas «leyendas» dicen, por ejemplo,
que hubo un tiempo en el que las piedras preciosas eran tan comunes como lo son
ahora los guijarros, eso no debe tomarse solo en un sentido simbólico. Ese sentido
simbólico existe siempre, pero eso no quiere decir que sea el único, ya que toda cosa
manifestada es necesariamente un símbolo de una realidad superior; no hay necesi-
dad de insistir en ello, ya que hemos tenido otras ocasiones de explicarnos sobre esto,
85
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
ya sea de manera general, ya sea en lo que concierne a casos más particulares tales
como el valor simbólico de los hechos históricos y geográficos.
Vamos a adelantarnos a una objeción que puede plantearse sobre el tema de estos
cambios cualitativos en la «figura del mundo»: se dirá que, si ello fuera así, los vesti-
gios de épocas desaparecidas que se descubren actualmente deberían dar testimonio
de ello; y que, sin hablar de las épocas «geológicas» y para atenerse a lo que toca a la
historia humana, los arqueólogos y los «prehistoriadores» no encuentran nunca nada
de tal, por lejos que los resultados de sus excavaciones se adentren en el pasado. La
respuesta es muy simple: en primer lugar, esos vestigios, en el estado en que se pre-
sentan hoy, y en tanto que, por lo tanto, forman parte del medio actual, han participa-
do, como todo lo demás, en la «solidificación» del mundo; si no hubieran participado
en ella, puesto que su existencia ya no está de acuerdo con las condiciones generales,
habrían desaparecido enteramente, y sin duda ha sido así para muchas cosas de las
que ya no se puede encontrar el menor rastro. Además, los arqueólogos examinan
esos vestigios con ojos actuales, que solo perciben la modalidad más grosera de la
manifestación, de modo que, si algo más sutil ha permanecido vinculado a ellos a
pesar de todo, son ciertamente incapaces de darse cuenta de ello, y los tratan como
los físicos mecanicistas tratan a las cosas que les ocupan, porque su mentalidad es la
misma y porque sus facultades están igualmente limitadas. Se dice que, cuando un
tesoro es buscado por alguien a quien no está destinado, el oro y las piedras preciosas
cambian para él a carbón y piedras; ¡los aficionados a las excavaciones podrían con-
siderar esta «leyenda»!
Es cierto que, debido al hecho de que los historiadores emprenden todas sus in-
vestigaciones desde el punto de vista actual, encuentran en el tiempo ciertas «barre-
ras» infranqueables; y como ya lo hemos dicho en otra parte, la primera de esas «ba-
rreras» se encuentra hacia el siglo VI antes de la era cristiana, donde comienza lo que
se puede llamar, con las concepciones actuales, la historia propiamente dicha; de
modo que la antigüedad que ésta considera es una antigüedad muy relativa. Se dirá
que las excavaciones recientes han permitido remontar más atrás, sacando a la luz
restos de una antigüedad mucho más remota que esa, y eso es cierto hasta un punto,
porque, lo que es bastante destacable, es que entonces ya no hay ninguna cronología
cierta, de modo que las divergencias en la estimación de las fechas de los objetos y
de los acontecimientos varían en siglos y a veces en milenios enteros; además, nadie
86
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
llega a hacerse ninguna idea clara de las civilizaciones de aquellas épocas tan lejanas,
porque ya no se pueden encontrar, con lo que existe actualmente, los términos de
comparación que se encuentran todavía cuando solo se trata de la antigüedad «clási-
ca»; esto no quiere decir que ésta, del mismo modo que la Edad Media que está mu-
cho más cerca de nosotros en el tiempo, no esté completamente desfigurada en las
semblanzas que dan de ellas los historiadores actuales. Lo cierto es que todo lo que
las excavaciones arqueológicas han dado a conocer hasta ahora, solo se remonta al
comienzo del Kali-Yuga, donde se encuentra una segunda «barrera»; y, si se pudiera
rebasar ésta, habría todavía una tercera que corresponde a la época del último gran
cataclismo terrestre, es decir, lo que se llama tradicionalmente la desaparición de la
Atlántida; evidentemente sería inútil querer remontar más lejos, ya que, antes de que
los historiadores lleguen a ese punto, el mundo actual habrá tenido tiempo suficiente
de desaparecer también.
Estas indicaciones bastan para comprender cuan vanas son todas las discusiones
que mantienen los profanos (y por esta palabra entendemos todos los que están afec-
tados por la mentalidad actual) sobre lo que se refiere a los primeros periodos del
Manvantara, a los tiempos de la «edad de oro» y de la «tradición primordial», o a
hechos mucho menos remotos como el «diluvio» bíblico, si uno toma éste en sentido
literal, que se refiere al cataclismo de la Atlántida; estas cosas son de las que están y
estarán siempre fuera de su alcance. Es por eso que las niegan, como niegan todo lo
que les rebasa, ya que todos sus estudios y todas sus investigaciones, emprendidas
partiendo de un punto de vista falso y limitado, solo pueden desembocar en la nega-
ción de todo lo que no está incluido en ese punto de vista; y, además, esas gentes
están tan persuadidas de su «superioridad» que no pueden admitir la posibilidad de
que algo escape a sus investigaciones.
87
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
rápidamente? Actualmente se dice que los antiguos veían mal, o que contaron mal lo
que veían; pero esta explicación, que equivale a suponer que, antes de nuestra época,
todos los hombres estaban afectados por trastornos sensoriales o mentales, es muy
«simplista» y negativa; ¿por qué, al contrario, no es actualmente cuando se ve mal?
Actualmente se proclama que «la tierra está completamente descubierta», lo que no
es tan verdadero como se cree, y, por el contrario, también se proclama que la mayor
parte de ella era desconocida para los antiguos, en lo cual cabe preguntarse de qué
antiguos se habla, y si se piensa que antes de hoy día, no hubo más hombres que los
occidentales de la época «clásica», y que el mundo habitado se reducía entonces a
una pequeña porción de Europa y de Asia Menor
Al considerar así las cosas, finalmente se llega a esto: o bien se veía antaño lo que
ya no se ve ahora, porque ha habido cambios considerables tanto en el medio terres-
tre como en las facultades humanas, siendo estos cambios tanto más rápidos cuanto
más se acerca uno a nuestra época; o bien lo que se llama «geografía» tenía antigua-
mente una significación diferente de la que tiene hoy día. De hecho, los dos términos
de esta alternativa no se excluyen, y cada uno de ellos expresa un lado de la verdad,
puesto que la concepción que uno se hace de una ciencia depende a la vez del punto
de vista desde donde se considera su objeto y de la medida en la cual se es capaz de
comprender las realidades que están implícitas en él: debido a esto, una ciencia tradi-
cional y una ciencia profana, incluso si llevan el mismo nombre (lo que indica que la
segunda es como un «residuo» de la primera), son tan diferentes que están separadas
por un verdadero abismo. Ahora bien, hay ciertamente una «geografía sagrada» o
tradicional, que la mentalidad actual ignora de igual manera que todos los demás
conocimientos del mismo género; hay un simbolismo geográfico así como un simbo-
lismo histórico, y es el valor simbólico de las cosas lo que les da su significado pro-
fundo, porque es debido a eso que se establece su correspondencia con las realidades
de orden superior; pero, para determinar esta correspondencia, hay que ser capaz, de
un modo u otro, de percibir en las cosas mismas el reflejo de esas realidades. Es así
como hay lugares que son más aptos para servir de «soporte» a la acción de las «in-
fluencias espirituales», y es en esto en lo que se basa siempre el establecimiento de
algunos «centros» tradicionales principales o secundarios, de los que los «oráculos»
de la antigüedad y los lugares de peregrinaje proporcionan los ejemplos más visibles
exteriormente; y hay también otros lugares que no son menos particularmente favo-
rables a la manifestación de «influencias» de un carácter opuesto, pertenecientes a las
88
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
más bajas regiones del dominio sutil; ¿pero que puede significar para un occidental
actual, por ejemplo, que haya en un lugar una «puerta de los Cielos» y en algún otro
una «boca de los Infiernos», puesto que el «espesor» de su constitución «psicofisio-
lógica» es tal que, ni en uno ni en otro, pueden sentir absolutamente nada? Así pues,
estas cosas son literalmente inexistentes para él, lo que no quiere decir que hayan
dejado de existir; pero es cierto que, al haberse reducido al mínimo las comunicacio-
nes del dominio corporal con el dominio sutil, para poder constatarlas, es necesario
un mayor desarrollo de esas mismas facultades de antaño; y son justamente esas fa-
cultades las que, lejos de desarrollarse, han ido al contrario debilitándose y han aca-
bado por desaparecer en la «mayoría» de los individuos humanos; eso permite a la
mentalidad actual tomar a risa los relatos de los antiguos.
1
La Historia natural de Plinio parece ser una «fuente» casi inagotable de ejemplos que se refieren
a casos de este género, y es también una fuente en la que todos los que han venido después de él han
bebido abundantemente.
89
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XX
De la esfera al cubo
1
Ver El Simbolismo de la Cruz, cap. VI y XX.
2
Esta misma forma se encuentra también en el comienzo de la existencia embrionaria de cada in-
dividuo incluido en este desarrollo cíclico, puesto que el embrión individual (pinda) es el análogo
microcósmico de lo que es el «Huevo del Mundo» (Brahmânda) en el orden macrocósmico.
3
Se puede dar aquí, como ejemplo, el movimiento de los cuerpos celestes, que no es circular, sino
elíptico; la elipse constituye como una primera «especificación» del círculo, por desdoblamiento del
centro en dos polos o «focos», según un cierto diámetro que desempeña desde entonces un papel
«axial» particular, al mismo tiempo que todos los demás diámetros se diferencian entre sí en cuanto a
su longitud. Diremos aquí que, puesto que los planetas describen elipses de las que el sol ocupa uno
de los focos, uno puede preguntarse a qué corresponde el otro foco; como ahí no se encuentra efecti-
vamente nada corporal, debe haber algo que solo puede referirse al orden sutil.
90
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Por otra parte, el cubo es al contrario la forma más «fijada» de todas, es decir, la
que corresponde al máximo de «especificación»; esta forma es también la que se
atribuye, entre los elementos corporales, a la tierra, en tanto que ésta constituye el
«elemento terminal y final» de la manifestación en este estado corporal; y, por lo
tanto, corresponde también al fin del ciclo de la manifestación, o a lo que hemos lla-
mado el «punto de detención» del movimiento cíclico. Así pues, esta forma es la del
«sólido» por excelencia1, y simboliza la «estabilidad», en tanto que ésta implica la
detención de todo movimiento; además, es evidente que un cubo que reposa sobre
una de sus caras es el cuerpo cuyo equilibrio presenta el máximo de estabilidad. Hay
que señalar que esta estabilidad, al término del movimiento descendente, no es y no
puede ser nada más que la inmovilidad, cuya imagen más aproximada, en el mundo
corporal, nos la da el mineral; y esta inmovilidad, si pudiera ser realizada, sería, en el
punto más bajo, el reflejo inverso de lo que es, en el punto más alto, la inmutabilidad
principial. La inmovilidad o estabilidad entendida así, representada por el cubo, se
refiere pues al polo substancial de la manifestación, del mismo modo que la inmuta-
bilidad, en la que están comprendidas todas las posibilidades en el estado «global»
representado por la esfera, se refiere a su polo esencial2; por eso el cubo simboliza
también la idea de «base» o de «fundamento», que corresponde a este polo substan-
cial. Diremos también que las caras del cubo pueden considerarse como respectiva-
mente orientadas dos a dos según las tres dimensiones del espacio, es decir, como
paralelas a los tres planos determinados por los ejes que forman el sistema de coor-
denadas al que este espacio es referido y que permite «medirle», es decir, realizarle
efectivamente en su integralidad; según lo hemos explicado en «El simbolismo de la
cruz», los tres ejes que forman la cruz de tres dimensiones deben ser considerados
como trazados a partir del centro de una esfera cuya expansión indefinida llena el
espacio todo entero (y los tres planos que determinan esos ejes pasan también, nece-
sariamente, por este centro, que es el «origen» de todo el sistema de coordenadas),
esto establece la relación que existe entre esas dos formas extremas de la esfera y el
cubo, relación en la que lo que es interior y central en la esfera se encuentra «vuelto
del revés» para constituir la superficie o la exterioridad del cubo.
1
No es que la tierra, en tanto que elemento, se asimile al estado sólido como algunos creen equi-
vocadamente, sino que ella es el principio mismo de la «solidez».
2
Por eso es por lo que la forma esférica, según la tradición islámica, se refiere al «Espíritu» (Er-
Rûh) o a la luz primordial.
91
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
1
Así, por ejemplo, las vestiduras rituales de los antiguos soberanos de China, debían ser de forma
redonda por arriba y cuadrada por abajo, pues el soberano representaba entonces el tipo mismo del
Hombre (Jen) en su función cósmica, es decir, el tercer término de la «Gran Triada», que ejerce la
función de intermediario entre el Cielo y la Tierra y que une en él las potencias de uno y otra.
2
Ver El Rey del Mundo, pp. 128-130 de la ed. francesa, y también El Simbolismo de la Cruz, cap.
IX.
3
Si relacionamos esto con las correspondencias que hemos indicado hace un momento, puede pa-
recer que ahí hay una inversión en el empleo de las dos palabras «celeste» y «terrestre»; y, de hecho,
aquí solo convienen bajo una cierta relación: al comienzo del ciclo, este mundo no era tal como es
actualmente, y el «Paraíso terrestre» constituía en él la proyección directa, entonces manifestada visi-
blemente, de la forma propiamente celeste y principial (estaba situado en los confines del cielo y de la
tierra, puesto que se dice que tocaba la «esfera de la Luna», es decir, el «primer cielo»); al final, la
«Jerusalem celeste» desciende «del cielo a la tierra», y es solo al término de este descenso cuando
aparece bajo la forma cuadrada, porque entonces el movimiento cíclico se detiene.
92
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
dial1. Se puede decir que es este círculo el que se cambia finalmente en un cuadrado,
puesto que las dos extremidades deben juntarse o más bien (puesto que el ciclo no
está nunca realmente cerrado, lo que implicaría una repetición imposible) correspon-
derse exactamente; la presencia del «Árbol de la Vida» en el centro en los dos casos,
indica bien que solo se trata de dos estados de una misma cosa; el cuadrado simboli-
za aquí el agotamiento de las posibilidades del ciclo, que estaban en germen en el
«recinto orgánico» circular del comienzo, y que son fijadas y estabilizadas entonces
en un estado definitivo, al menos en relación a este ciclo mismo. Este resultado final
puede ser representado también como una «cristalización», lo que responde siempre
a la forma cúbica (o cuadrada en su sección plana): se tiene entonces una «ciudad»
con un simbolismo mineral, mientras que, en el comienzo, se tenía un «jardín» con
un simbolismo vegetal, donde la vegetación representa la elaboración de los gérme-
nes en la esfera de la asimilación vital2. Recordaremos lo que hemos dicho antes so-
bre la inmovilidad del mineral, como imagen del término hacia el que tiende la «soli-
dificación» del mundo; pero hay que agregar que aquí se trata del mineral considera-
do en un estado ya «transformado» o «sublimado», ya que son piedras preciosas las
que figuran en la descripción de la «Jerusalem celeste»; así pues, la fijación solo es
definitiva en relación al ciclo actual, y, más allá del «punto de detención», esta mis-
ma «Jerusalem celeste», en virtud del encadenamiento causal, que no admite ninguna
discontinuidad, debe devenir el «Paraíso terrestre» del ciclo futuro, puesto que el
comienzo de éste y el fin del que le precede son solo un mismo momento visto desde
dos lados opuestos3.
1
Hay que señalar que este círculo está dividido por la cruz que forman los cuatro ríos que parten
de su centro, y que muestran así la figura de la que hemos hablado cuando señalábamos la relación del
círculo y el cuadrado.
2
Ver El Esoterismo de Dante, pp. 91-92 de la ed. francesa.
3
Este momento es representado también como el de la «inversión de los polos», o como el día en
que «los astros salen por Occidente y se ponen por Oriente», ya que un movimiento de rotación, según
se vea desde un lado o desde el otro, parece efectuarse en dos sentidos contrarios, aunque sea siempre
el mismo movimiento que continúa desde otro punto de vista, correspondiente a la marcha de un nue-
vo ciclo.
93
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
los «doce Soles» brillan simultáneamente, ya que el tiempo es medido por el recorri-
do del Sol a través de los doce signos del Zodiaco, que constituyen el ciclo anual; y,
al detenerse la rotación, los doce aspectos correspondientes se funden en uno solo,
entrando así en la unidad esencial y primordial de su naturaleza común, puesto que
solo difieren en relación a la manifestación cíclica que entonces está terminada1. Por
otra parte, el cambio del círculo en un cuadrado equivalente2, es lo que se designa
como la «cuadratura del círculo»; quienes declaran que éste es un problema insolu-
ble, aunque ignoran su significación simbólica, tienen razón, puesto que esta «cua-
dratura», entendida en su verdadero sentido, solo puede realizarse en el fin del ciclo3.
De todo eso resulta que la «solidificación» del mundo se presenta con un doble
sentido: considerada en sí misma, en el curso del ciclo, como la consecuencia de un
movimiento descendente hacia la cantidad y la «materialidad», tiene una significa-
ción «desfavorable» e incluso «siniestra», opuesta a la espiritualidad; pero, por otro
lado, es necesaria para preparar, aunque de una manera que se puede decir «negati-
va», la fijación última de los resultados del ciclo bajo la forma de la «Jerusalem ce-
leste», en la que estos resultados devienen de inmediato los gérmenes de las posibili-
dades del ciclo futuro. Hay que decir que, en esta fijación última, y para que sea así
una restauración del «estado primordial», es necesaria la intervención inmediata de
un principio transcendente, sin lo cual no puede salvarse nada y el «cosmos» se des-
vanecería pura y simplemente en el «caos»; es esta intervención la que produce el
«vuelco» final, ya figurado por la «transmutación» del mineral en la «Jerusalem ce-
leste», y que conduce seguidamente a la reaparición del «Paraíso terrestre» en el
mundo visible, donde habrá en adelante «nuevos cielos y una nueva tierra», puesto
que será el comienzo de otro Manvantara y de la existencia de otra humanidad.
1
Ver El Rey del Mundo, p. 48 de la ed. francesa. —Los doce signos del Zodiaco, en lugar de estar
dispuestos circularmente, devienen las doce puertas de la «Jerusalem celeste», tres por cada lado del
cuadrado, y los «doce Soles» aparecen en el centro de la «ciudad» como los doce frutos del «Árbol de
Vida».
2
Es decir, de la misma superficie visto desde el punto de vista cuantitativo; pero éste es solo una
expresión exterior de lo que aquí se trata.
3
La fórmula numérica correspondiente es la de la Tétraktys pitagórica: 1+2+3+4 = 10; si se to-
man los números en sentido inverso: 4+3+2+1, se tienen las proporciones de los cuatro Yugas, cuya
suma forma el denario, es decir, el ciclo completo y acabado.
94
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXI
Caín y Abel
1
Habría mucho que decir sobre las prohibiciones establecidas en algunas tradiciones contra los
censos, salvo en algunos casos excepcionales; si se dijera que esas operaciones y todas aquellas de lo
que se llama el «estado civil» tienen, entre otros inconvenientes, el de contribuir a abreviar la duración
de la vida humana (lo que es conforme con la marcha misma del ciclo, sobre todo en sus últimos pe-
riodos), sin duda no se creería, y sin embargo, en algunos países, los campesinos más ignorantes saben
muy bien, como un hecho de experiencia corriente, que, si se cuentan con demasiada frecuencia los
animales, mueren muchos más que si uno se abstiene de hacerlo; pero, evidentemente, a los ojos de la
mentalidad actual presuntamente «ilustrada», eso solo pueden ser «supersticiones».
2
Se pueden citar aquí, como ejemplos particularmente significativos, los enclaves «sionistas» en
lo que concierne a los Judíos, y también la fijación de los Gitanos en algunas regiones de Europa
95
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
lejos el momento en que «la rueda dejará de girar»; además, en esta vida sedentaria,
las ciudades, que representan el último grado de la «fijación», tienen una importancia
capital y tienden a absorberlo todo1; y es así como, hacia el fin del ciclo, Caín mata
verdaderamente a Abel.
oriental.
1
Hay que recordar a este propósito que la «Jerusalem celeste» misma es simbólicamente una
«ciudad», lo que muestra que, también ahí, cabe considerar un doble sentido en la «solidificación».
2
Se puede agregar que, puesto que Caín es el primogénito, la agricultura parece tener por eso una
cierta anterioridad, y, de hecho, Adam mismo, desde antes de la «caída», tenía como función «cultivar
el jardín», lo que se refiere al predominio del simbolismo vegetal en la figuración del comienzo del
ciclo.
3
Las denominaciones de Iran y de Turan, de las que se pretende hacer designaciones de razas, re-
presentan respectivamente los pueblos sedentarios y los pueblos nómadas; Iran o Airyana vienen de la
palabra âria, que significa «labrador» (derivado de la raíz ar, que se reencuentra en el latín arare,
arator, y también en arvum, «campo»); y el empleo de la palabra ârya como designación honorífica
es, por lo tanto, característico de la tradición de los pueblos agricultores.
96
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
matanza de Abel por Caín. De este carácter nómada de la tradición hebraica viene
también la reprobación que se da en ella de algunas artes y oficios que convienen a
los sedentarios, tal como todo lo que se refiere a la construcción de residencias fijas;
al menos ello fue así hasta la época en que Israel dejó de ser nómada, es decir, hasta
la época de David y Salomón, y se sabe que, para construir el Templo de Jerusalem,
se recurrió a constructores extranjeros1.
Son los pueblos agricultores los que, debido a que son sedentarios, construyen
ciudades; y se dice que la primera ciudad fue fundada por Caín mismo; esta funda-
ción solo tiene lugar mucho después de que se hiciera mención de sus ocupaciones
agrícolas, lo que muestra que hay dos fases sucesivas en el «sedentarismo», de las
que la segunda representa, en relación a la primera, un grado más acentuado de fijeza
y de «compresión» espacial. De modo general, se puede decir que las obras de los
pueblos sedentarios son obras del tiempo: fijados en el espacio en un dominio delimi-
tado, desarrollan su actividad en una continuidad temporal que parece indefinida. Por
el contrario, los pueblos nómadas y pastores no edifican nada duradero, y no trabajan
con miras a un porvenir que se les escapa; pero tienen ante ellos el espacio, que no
les opone ninguna limitación, sino que les abre constantemente nuevas posibilidades.
Se vuelve a encontrar así la correspondencia de los principios cósmicos a los que se
refiere, en otro orden, el simbolismo de Caín y de Abel: el principio de compresión,
representado por el tiempo; y el principio de expansión, representado por el espacio.
Estos dos principios se manifiestan a la vez en el tiempo y en el espacio, y hay que
precisarlo para evitar identificaciones «simplificadas», así como para resolver algu-
nas oposiciones aparentes; pero está claro que la acción del primero predomina en la
condición temporal, y la del segundo en la condición espacial. Ahora bien, el tiempo
desgasta al espacio, afirmando así su papel de «devorador»; y del mismo modo, los
sedentarios absorben poco a poco a los nómadas: éste es un sentido social de la ma-
tanza de Abel por Caín.
1
La fijación del pueblo hebreo dependía de la existencia misma del Templo de Jerusalem; desde
que éste fue destruido, el nomadismo apareció de nuevo en forma de «dispersión».
2
La utilización de los elementos minerales comprende la construcción y la metalurgia; tendremos
que volver sobre esta última, cuyo origen el simbolismo bíblico lo atribuye a Tubalcaïn, es decir, a un
descendiente directo de Caín, cuyo nombre se encuentra incluso como uno de los elementos que en-
97
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
parte, los sedentarios construyen símbolos visuales, imágenes que, desde el punto de
vista de su significación esencial, se reducen siempre al esquematismo geométrico,
origen y base de toda formación espacial. Los nómadas, por el contrario, a quienes
las imágenes les están prohibidas como todo lo que tienda a retenerlos en un lugar
determinado, construyen símbolos sonoros, los únicos compatibles con su estado de
continua migración1. Así, los sedentarios crean artes plásticas (arquitectura, escultu-
ra, pintura), es decir, las artes de las formas que se despliegan en el espacio, y los
nómadas crean artes fonéticas (música, poesía), es decir, las artes de las formas que
se desenvuelven en el tiempo. Hay que observar que todo arte, en sus orígenes, es
esencialmente simbólico y ritual, y es solo por una degeneración ulterior, muy re-
ciente en realidad, como pierde ese carácter sagrado para devenir finalmente el «jue-
go» profano al que se reduce actualmente2.
tran en la formación del suyo, lo que indica que existe entre ellos una relación estrecha.
1
La distinción de estas dos categorías de símbolos es, en la tradición hindú, la que hay entre el
yantra, símbolo visual, y el mantra, símbolo sonoro; ella implica una distinción correspondiente en
los ritos donde se emplean respectivamente estos elementos simbólicos, aunque no haya siempre una
separación tan clara como la que se puede considerar teóricamente, y aunque, de hecho, todas las
combinaciones en proporciones diversas sean posibles aquí.
2
Observamos que, en todas las consideraciones expuestas aquí, se ve el carácter correlativo y si-
métrico de las dos condiciones espacial y temporal consideradas en su aspecto cualitativo.
3
Como Abel ha vertido la sangre de animales, su sangre es vertida por Caín; en eso hay la expre-
sión de una «ley de compensación» en virtud de la cual los desequilibrios parciales, en lo cual consiste
toda manifestación, se integran en el equilibrio total.
4
Hay que observar que la Biblia hebraica admite también la validez del sacrificio no sangriento
considerado en sí mismo: tal es el caso del sacrificio de Melquisedech, consistente en la ofrenda vege-
98
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
maldito. Así pues, el equilibrio esta roto; ¿cómo restablecerle, sino por intercambios
tales que cada uno tenga su parte de las producciones del otro? Es así como el movi-
miento asocia el tiempo y el espacio, puesto que es una resultante de su combinación,
y concilia en ellos las dos tendencias opuestas que acabamos de tratar 1; además, el
movimiento es solo una serie de desequilibrios, pero la suma de éstos constituye el
equilibrio compatible con la ley de la manifestación o el «devenir», es decir, con la
existencia contingente misma. Todo intercambio entre los seres sometidos a las con-
diciones temporal y espacial es un movimiento, o más bien un conjunto de dos mo-
vimientos inversos y recíprocos, que se armonizan y compensan uno a otro; aquí, el
equilibrio se realiza directamente por el hecho mismo de esta compensación2. Ade-
más, este movimiento alternativo de los intercambios puede recaer sobre los tres do-
minios, espiritual (o intelectual puro), psíquico y corporal, en correspondencia con
los «tres mundos»: intercambio de principios, de símbolos y de ofrendas; tal es, en la
historia tradicional de la humanidad terrestre, la triple base sobre la que reposa el
misterio de los pactos, las alianzas y las bendiciones, es decir, la repartición misma
de las «influencias espirituales» en acción en nuestro mundo; pero no vamos a insis-
tir más en estas últimas consideraciones, que se refieren a un estado «normal» del
que ahora estamos muy alejados en todos los aspectos, y del que el mundo actual es
incluso la negación pura y simple.3
tal de pan y vino; pero esto se refiere al rito del Soma vêdico y a la perpetuación directa de la «tradi-
ción primordial», más allá de la forma secundaria de la tradición hebraica y «abrahámica», e incluso
más allá de la distinción de la ley de los pueblos sedentarios y de los pueblos nómadas; y en eso hay
también una evocación de la asociación del simbolismo vegetal con el «Paraíso terrestre», es decir,
con el «estado primordial» de nuestra humanidad. —La aceptación del sacrificio de Abel y el rechazo
del de Caín son figurados bajo una forma simbólica bastante curiosa: el humo del primero se eleva
verticalmente hacia el cielo, mientras que el del segundo se extiende horizontalmente a la superficie
de la tierra; trazan así respectivamente la altura y la base de un triángulo que representa el dominio de
la manifestación humana.
1
Estas dos tendencias se manifiestan también en el movimiento mismo, en las formas respectivas
del movimiento centrípeto y el movimiento centrífugo.
2
Equilibrio, armonía y justicia, son solo tres formas o tres aspectos de una sola y misma cosa; en
un cierto sentido, se corresponden respectivamente con los tres dominios de los que hablamos segui-
damente, a condición de restringir aquí la justicia a su sentido más inmediato, del que la «honestidad»
en las transacciones comerciales, actualmente, representa una expresión degenerada por la reducción
de todas las cosas al punto de vista profano y a la estrecha banalidad de la «vida ordinaria».
3
La intervención de la autoridad espiritual en lo concerniente a la moneda, en las civilizaciones
tradicionales, se vincula inmediatamente con lo que acabamos de decir aquí; la moneda es la represen-
tación misma del intercambio, y así se puede comprender cuál era el papel de los símbolos que llevaba
y que circulaban así con ella, dando al intercambio una significación completamente diferente de la
que constituye solo su «materialidad», que es todo lo que queda de él en las condiciones profanas que
rigen el mundo actual, tanto en las relaciones de los pueblos como en las de los individuos.
99
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXII
Significación de la metalurgia
Hemos dicho que las artes u oficios que implican una actividad en el reino mine-
ral pertenecen a los pueblos sedentarios, y que, como tales, estaban prohibidos por la
ley tradicional de los pueblos nómadas, de la cual la ley hebraica es el ejemplo más
conocido; es evidente que esas artes tienden a la «solidificación», que, en el mundo
corporal, alcanza su grado más acentuado en el mineral mismo. Este mineral, en su
forma más común, que es la de la piedra, sirve para la construcción de edificios esta-
bles1; una ciudad, por el conjunto de los edificios que la componen, es como una
aglomeración artificial de minerales; y, como lo hemos visto ya, la vida en las ciuda-
des corresponde a un sedentarismo más completo que la vida agrícola, de la misma
manera que el mineral es más fijo y más «sólido» que el vegetal. Pero hay aún otra
cosa; las artes que tienen como objeto el mineral comprenden también la metalurgia;
ahora bien, si se observa que, en nuestra época, el metal tiende rápidamente a susti-
tuir a la piedra en la construcción, como la piedra había sustituido antaño a la made-
ra, hay que pensar que eso es un síntoma característico de una fase más «avanzada»
en la marcha descendente del ciclo; y eso es confirmado por el hecho de que, de mo-
do general, el metal desempeña un papel siempre creciente en la civilización actual
«industrializada» y «mecanizada», y eso tanto desde el punto de vista destructivo,
como desde el punto de vista constructivo, ya que el consumo de metal que implican
las guerras actuales es verdaderamente prodigioso.
1
Es cierto que, en muchos pueblos, las construcciones de épocas más antiguas eran de madera,
pero, tales edificios no eran tan duraderos, ni por consiguiente tan fijos, como los edificios en piedra;
así pues, el empleo del mineral en la construcción implica un mayor grado de «solidez» en todos los
sentidos de la palabra.
2
Deuteronomio, XXVII, 5-6.
100
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Para comprender esto, ante todo hay que recordar que los metales, en razón de
sus correspondencias astrales, son los «planetas del mundo inferior»; así pues, como
los planetas mismos de los que reciben las influencias en el medio terrestre, deben
tener un aspecto «benéfico» y un aspecto «maléfico». Además, puesto que se trata de
un reflejo inferior, lo que queda claro por la ubicación de las minas metálicas en el
interior de la tierra, el lado «maléfico» deviene fácilmente predominante; no hay que
olvidar que, desde el punto de vista tradicional, los metales y la metalurgia están en
relación directa con el «fuego subterráneo», cuya idea se asocia con la del «mundo
infernal»3. Las influencias metálicas, si se toman por el lado «benéfico»,
utilizándolas de una manera «ritual», son susceptibles de ser «transmutadas» y
1
De ahí también el empleo persistente de los cuchillos de piedra para el rito de la circuncisión.
2
I Reyes, VI, 7. —El Templo de Jerusalem contenía no obstante una gran suma de objetos metá-
licos, pero el uso de éstos se refiere a otro aspecto del simbolismo de los metales, que es doble como
veremos en un momento; parece que la prohibición acabó por estar «localizada» principalmente en el
empleo del hierro, que es, de todos los metales, el que desempeña el papel más importante en la época
moderna.
3
En lo que concierne a este relación con el «fuego subterráneo», la semejanza del nombre de
Vulcano con el de Tubalcaín bíblico es particularmente significativa; ambos son representados como
herreros; y, sobre el tema de los herreros, agregaremos que esta asociación con el «mundo infernal»
explica suficientemente lo que hemos dicho más atrás sobre el lado «siniestro» de su oficio. —Los
Kabiros, por otra parte, aunque también eran herreros, tenían un doble aspecto terrestre y celeste, que
les ponía en relación a la vez con los metales y con los planetas correspondientes.
101
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
1
Conviene decir que la alquimia se detenía en el «mundo intermediario» y se quedaba en el punto
de vista que se puede llamar «cosmológico»; pero su simbolismo era susceptible de una transposición
que le daba un valor verdaderamente espiritual e iniciático.
2
El caso de la moneda, tal como es actualmente, puede servir también de ejemplo aquí: despojada
de todo lo que hacía de ella un vehículo de «influencias espirituales», no solo está reducida a ser un
simple signo «material» y cuantitativo, sino que ya solo desempeña un papel verdaderamente nefasto
y «satánico», como se constata en nuestra época.
102
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
como lo hemos indicado, sino también con los «tesoros ocultos», puesto que todo eso
está muy conexo, por razones que no podemos desarrollar ahora, pero que pueden
ayudar a la explicación de la manera en que las intervenciones humanas son suscep-
tibles de «desencadenar» algunos cataclismos naturales. Sea como sea, todas las «le-
yendas» (para hablar en el lenguaje actual) que se refieren a esos «tesoros» muestran
que sus «guardianes», es decir, las influencias sutiles que están vinculadas a ellos,
son «entidades» psíquicas a las que es muy peligroso acercarse sin poseer las «cuali-
ficaciones» requeridas y sin tomar las precauciones debidas; pero, ¿qué precauciones
se pueden tomar cuando la gran mayoría de las gentes actuales son completamente
ignorantes de estas cosas? Las gentes actuales están desprovistas de toda «cualifica-
ción», así como de todo medio de acción en ese dominio, que se les escapa debido a
la actitud misma que tienen frente a todas las cosas; es cierto que las gentes actuales
se jactan de «someter a las fuerzas de la naturaleza», pero están muy lejos de sospe-
char que, detrás de esas fuerzas mismas, que consideran en un sentido solo material,
hay algo de otro orden, de lo que ellas son solo el vehículo y la apariencia exterior; y
es eso lo que ahora se está rebelando y volviéndose contra aquellos que lo han «des-
encadenado».
A propósito de esto, agregaremos otra precisión que quizás puede parecer curio-
sa, pero que tendremos ocasión de volverla a encontrar después: en las «leyendas»,
los «guardianes de los tesoros ocultos», que son al mismo tiempo los herreros que
trabajan en el «fuego subterráneo», son representados a la vez, y según los casos,
como gigantes y como enanos. Algo semejante existía también para los Kabiros, lo
que indica que todo simbolismo es susceptible de aplicación a un orden superior;
pero, si nos atenemos al punto de vista en que, debido a las condiciones mismas de
nuestra época, debemos colocarnos ahora, solo puede verse en ello la cara «infernal»;
es decir, que en estas condiciones, solo se trata de la expresión de influencias que
pertenecen al lado inferior y «tenebroso» de lo que se puede llamar el «psiquismo
cósmico»; y, como veremos mejor más adelante, son las influencias de este tipo las
que, bajo sus formas múltiples, están disolviendo hoy la «solidez» del mundo.
1
Esta prohibición existe para los ritos islámicos de la peregrinación, aunque ya no sea observada
103
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
en el de ritos iniciáticos1. Todas las prescripciones de este género tienen ante todo un
carácter simbólico, y es eso lo que constituye su valor profundo; pero, lo que hay que
entender, es que el simbolismo tradicional (que no hay que confundir con las falsifi-
caciones y falsas interpretaciones a las que actualmente se da el mismo nombre)2
tiene siempre un alcance efectivo, y que sus aplicaciones rituales tienen efectos
reales, aunque las facultades estrechamente limitadas del hombre actual no puedan
percibirlos. Ahí no se trata de cosas vagamente «ideales», sino de cosas cuya realidad
se manifiesta a veces de una manera «tangible»; y si ello fuera de otro modo, ¿cómo
podría explicarse, por ejemplo, el hecho de que hay hombres que, en ciertos estados
espirituales, no pueden sufrir el contacto ni siquiera indirecto de los metales, y eso
incluso si ese contacto se opera sin su conocimiento y en condiciones tales que les
sea imposible darse cuenta de ello con los sentidos corporales, lo que excluye forzo-
samente la explicación psicológica y «simplista» de la «autosugestión»? 3 Si agrega-
mos que este contacto puede llegar a producir los efectos fisiológicos de una verda-
dera quemadura, se convendrá que tales hechos deberían dar motivos de reflexión;
pero la actitud profana y materialista y el partidismo que resulta de ella, ha sumergi-
do a las gentes actuales en una incurable ceguera.
rigurosamente hoy día; además, el que ha efectuado estos ritos, comprendido lo que constituye su lado
más «interior», debe abstenerse en adelante de todo trabajo en el que el fuego se ponga en obra, lo que
excluye en particular a los herreros y demás metalúrgicos.
1
En las iniciaciones occidentales, esto se traduce por lo que se llama el «despoje de los metales».
Se puede decir que, en este caso, los metales, además de que pueden dañar la transmisión de las «in-
fluencias espirituales», son tomados como lo que la Kabbala hebraica llama las «cortezas» o las «co-
quillas» (qlippoth), es decir, lo más inferior que hay en el dominio sutil, que constituye los «bajos
fondos» infracorporales de nuestro mundo.
2
Así, los «historiadores de las religiones», en la primera mitad del siglo XIX, inventaron algo a lo
que dieron el nombre de «simbólico», y que era un sistema de interpretación que no tiene que ver con
el verdadero simbolismo; en cuanto a los abusos simplemente «literarios» de la palabra «simbolismo»,
es evidente que no vale la pena hablar de ello.
3
Podemos citar aquí, como ejemplo conocido, el caso de Srî Râmakrishna.
104
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXIII
Como hemos dicho antes, el tiempo desgasta al espacio, por efecto del poder de
contracción que representa y que tiende a reducir cada vez más la expansión espacial
a la cual se opone; pero, en esta acción contra el principio antagonista, el tiempo
mismo se desenvuelve con una velocidad siempre creciente, ya que, lejos de ser ho-
mogéneo como suponen quienes solo le consideran desde el punto de vista cuantita-
tivo, está, al contrario, «cualificado» de modo diferente en cada instante por las con-
diciones cíclicas de la manifestación a la que pertenece. Esta aceleración es más visi-
ble que nunca en nuestra época, porque se exagera en los últimos periodos del ciclo;
pero, de hecho, existe desde el comienzo hasta el fin de éste; así pues, se puede decir
que el tiempo no solo contrae al espacio, sino que se contrae también él mismo; esta
contracción se expresa por la proporción decreciente de los cuatro Yugas, con todo lo
que implica, comprendida la disminución correspondiente de la vida humana. Se dice
sin comprender la verdadera razón de ello, que hoy día los hombres viven más rápido
que antaño, y eso es literalmente cierto; en el fondo, la prisa acelerada que las gentes
actuales ponen en todas las cosas no es más que la consecuencia de la impresión que
sienten confusamente de que, en efecto, ello es así.
105
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Hay una suerte de «prefiguración» de esta absorción del tiempo por el espacio en
las teorías físicomatemáticas recientes, que tratan el complejo «espacio-tiempo» co-
mo un conjunto único e indivisible; con frecuencia se da de esas teorías una interpre-
tación inexacta, al decir que consideran el tiempo como una «cuarta dimensión» del
espacio. Sería más justo decir que consideran el tiempo como comparable a una
«cuarta dimensión», en el sentido de que, en las ecuaciones del movimiento, juega el
papel de una cuarta coordenada que se agrega a las tres coordenadas que representan
las tres dimensiones del espacio; es útil observar que esto corresponde a la represen-
tación geométrica del tiempo bajo una forma rectilínea, cuya insuficiencia hemos
señalado antes; y ello no puede ser de otro modo, en razón del carácter cuantitativo
de dichas teorías. Pero lo que acabamos de decir, aunque rectifica su interpretación
«vulgarizada», tampoco es exacto: en realidad, lo que desempeña el papel de una
cuarta coordenada no es el tiempo sino lo que los matemáticos llaman el «tiempo
imaginario»1; y esta expresión, que es solo una singularidad de lenguaje que proviene
del empleo de una notación «convencional», toma aquí una significación bastante
inesperada. En efecto, decir que el tiempo debe devenir «imaginario» para ser asimi-
lable a una «cuarta dimensión» del espacio, quiere decir, en realidad, que para eso es
necesario que deje de existir como tal, es decir, que la transmutación del tiempo en
espacio solo es realizable en el «fin del mundo»2.
De esto se puede concluir que es inútil buscar la «cuarta dimensión» del espacio
en las condiciones del mundo actual, lo que tiene la ventaja de cortar de raíz todas las
divagaciones «neoespiritualistas» que hemos mencionado más atrás; ¿pero hay que
concluir de ello que la absorción del tiempo por el espacio debe traducirse efectiva-
mente por la agregación a éste de una dimensión suplementaria, o eso es solo una
«manera de hablar»? Todo lo que es posible decir a este respecto, es que, puesto que
la tendencia expansiva del espacio ya no es restringida por la tendencia compresiva
del tiempo, el espacio debe recibir, de un modo u otro, una dilatación que lleve su
1
En otros términos, puesto que las tres coordenadas del espacio son x, y, z, la cuarta coordenada
es, no t que designa al tiempo, sino la expresión t −1 .
2
Hay que observar que, si se habla comúnmente del «fin del mundo» como «el fin del tiempo»,
nunca se habla de él como «el fin del espacio»; esta observación, que puede parecer insignificante a
los que solo ven las cosas superficialmente, en realidad, es muy significativa.
106
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
indefinidad a una potencia superior1; pero hay que decir que ello no puede ser repre-
sentado por ninguna imagen tomada al dominio corporal. En efecto, puesto que el
tiempo es una de las condiciones de la existencia corporal, es evidente que, cuando
es suprimido, se está fuera de este mundo; se está entonces en un «prolongamiento»
extracorporal de este mismo estado de existencia individual del que el mundo corpo-
ral solo representa una simple modalidad; y eso muestra que el fin de este mundo
corporal no es el fin de este estado considerado en su integralidad. Aquí hay que ir
más lejos: el fin de un ciclo, como el de la humanidad actual, solo es el fin del mun-
do corporal en un sentido relativo, y solo en relación a las posibilidades que, al estar
incluidas en este ciclo, han acabado ya su desarrollo; pero el mundo corporal no es
aniquilado, sino «transmutado», y recibe inmediatamente una nueva existencia, pues-
to que, más allá del «punto de detención» que corresponde a ese instante único donde
el tiempo ya no es, «la rueda vuelve a girar» para el transcurso de otro ciclo.
1
Sobre las potencias sucesivas de lo indefinido, ver El Simbolismo de la Cruz, cap. XII.
2
De esto se puede deducir aún otra significación de la «inversión de los polos», puesto que la
marcha del mundo manifestado hacia su polo substancial desemboca finalmente en un «vuelco» que le
conduce, por una «transmutación» instantánea, a su polo esencial; agregamos que, en razón de esta
instantaneidad, contrariamente a algunas concepciones erróneas del movimiento cíclico, no puede
107
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
El Pardes, en tanto que «centro del mundo», es, según el sentido primero de su
equivalente sánscrito paradêsha, la «región suprema»; pero es también, según una
acepción secundaria de la misma palabra, la «región lejana», desde que, por la mar-
cha del proceso cíclico, ha devenido inaccesible a la humanidad ordinaria. En efecto,
en apariencia al menos, es lo más alejado que hay, puesto que está situado en el «fin
del mundo» en el doble sentido espacial (puesto que la cima de la montaña del «Pa-
raíso terrestre» toca a la esfera lunar) y temporal (puesto que la «Jerusalem celeste»
desciende sobre la tierra en el fin del ciclo); no obstante, en realidad, es siempre lo
que está más próximo, puesto que no ha dejado de estar nunca en el centro de todas
las cosas1, y esto marca la relación inversa del punto de vista «exterior» y el punto de
vista «interior». Pero, para que esta proximidad pueda ser realizada, es necesario que
la condición temporal sea suprimida, puesto que es el discurrir mismo del tiempo,
conformemente a las leyes de la manifestación, el que ha traído el alejamiento apa-
rente, y puesto que el tiempo, por su definición misma de sucesión, no puede remon-
tar su curso; la liberación de esta condición es siempre posible para algunos seres en
particular, pero, en lo que concierne a la humanidad (o más exactamente a una hu-
manidad) tomada en su conjunto, implica evidentemente que ésta ha recorrido ente-
ramente el ciclo de su manifestación corporal, y es solo entonces cuando puede, con
todo el conjunto del medio terrestre que depende de ella y que participa en la misma
marcha cíclica, ser reintegrada verdaderamente al «estado primordial» o, lo que es lo
mismo, al «centro del mundo». Es en este centro donde «el tiempo se cambia en es-
pacio», porque es aquí donde está el reflejo directo, en nuestro estado de existencia,
de la eternidad principial, lo que excluye toda sucesión; la muerte tampoco puede
alcanzarle, y por lo tanto, también es la «morada de la inmortalidad»2; todas las cosas
aparecen aquí en simultaneidad en un inmutable presente, por el poder del «tercer
ojo», con el que el hombre ha recobrado el «sentido de la eternidad»3.
haber ninguna «remontada» de orden exterior que suceda al «descenso», puesto que la marcha de la
manifestación es siempre descendente desde el comienzo hasta el fin.
1
Es el «Regnum Dei intra vos est» del Evangelio.
2
Sobre la «morada de la inmortalidad» y su correspondencia en el ser humano, ver El Rey del
Mundo, pp. 87-89 de la ed. francesa.
3
Sobre el simbolismo del «tercer ojo», ver El Hombre y su devenir según el Vêdanta, p. 203, y El
Rey del Mundo, pp. 52-53 de la ed. francesa.
108
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXIV
Hacia la disolución
Después de considerar el fin del ciclo, ahora tenemos que volver atrás para exa-
minar más completamente lo que, en las condiciones de la época actual, puede con-
tribuir a llevar a la humanidad y al mundo hacia este fin; sobre este punto debemos
distinguir dos tendencias que se expresan por términos en apariencia antinómicos:
por una parte, la tendencia hacia lo que hemos llamado la «solidificación» del mun-
do, de la que hemos hablado hasta aquí, y, por otra, la tendencia hacia su disolución,
cuya acción tenemos que precisar todavía, ya que todo fin se presenta como una diso-
lución de lo manifestado como tal. Se puede observar que, desde ya, la segunda de
estas dos tendencias es ahora predominante; en efecto, en primer lugar, el materia-
lismo, que corresponde a la «solidificación» en su forma más grosera, ya ha perdido
mucho terreno, al menos en el dominio de las teorías científicas y filosóficas, e inclu-
so también en el de la mentalidad común; y eso es tan cierto que, como lo hemos
dicho más atrás, la noción misma de «materia», en esas teorías, ya se ha desvanecido.
Correlativamente con este cambio, la ilusión de la seguridad que reinaba en el tiempo
en que el materialismo había alcanzado su máxima influencia, y que entonces era
inseparable de la idea que uno se hacía de la «vida ordinaria», también se ha desva-
necido debido a los acontecimientos y a la velocidad creciente con la que se desarro-
llan, de modo que hoy día la impresión dominante es la de una inestabilidad que se
extiende rápidamente a todos los dominios; y, como la «solidez» implica la estabili-
dad, eso muestra también que el punto de mayor «solidez» ya ha sido rebasado en
nuestro mundo, y que, por lo tanto, es a la disolución adonde este mundo se dirige
ahora.
La aceleración del tiempo, al exagerarse sin cesar y al hacer los cambios cada vez
más rápidos, va por sí sola hacia esta disolución. Así, las teorías físicas que hemos
mencionado hace un momento, aunque cambian también cada vez más rápidamente
como todo lo demás, van tomando también un carácter cada vez más cuantitativo,
que se reviste de la apariencia de teorías matemáticas, lo que como ya lo hemos seña-
109
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
lado, las aleja de la realidad sensible que pretenden explicar. Por otra parte, lo «sóli-
do», incluso en su máxima densidad e impenetrabilidad concebible, no corresponde a
la cantidad pura, y tiene siempre un mínimo de elementos cualitativos; es algo corpo-
ral por definición, e incluso, en un sentido, lo más corporal que hay; ahora bien, la
«corporalidad» implica que el espacio, por «comprimido» que esté en la condición
del «sólido», le es necesariamente inherente; y el espacio, recordémoslo, no puede
ser asimilado a la cantidad pura. Incluso si, colocándose momentáneamente en el
punto de vista de la ciencia actual, se quisiera reducir la «corporalidad» a la exten-
sión como lo hacía Descartes, y, por otra, considerar el espacio mismo solo como un
modo de la cantidad, se estaría aún en el dominio de la cantidad continua; si pasamos
ahora al dominio de la cantidad discontinua, es decir, al del número, que es el único
que puede ser considerado como representando la cantidad pura, es evidente que, en
razón de esta discontinuidad, ya no se trata de un «sólido» ni de nada que sea corpo-
ral.
Así pues, en la reducción de todas las cosas a lo cuantitativo, hay un punto a par-
tir del cual esta reducción ya no tiende a la «solidificación», y este punto es ese en el
que se llega a querer reducir la cantidad continua misma a la cantidad discontinua;
los cuerpos ya no pueden subsistir entonces como tales, y se resuelven en una suerte
de polvo «atómico» sin consistencia; así pues, a este respecto, se puede hablar de una
verdadera «pulverización» del mundo, lo que es una de las formas posibles de la di-
solución cíclica1. No obstante, si esta disolución puede ser considerada así desde un
cierto punto de vista, aparece también, desde otro, y según una expresión que ya he-
mos empleado precedentemente, como una «volatilización»: la «pulverización», por
completa que se suponga, deja siempre «residuos», aunque sean verdaderamente
impalpables; por otro lado, el fin del ciclo, para ser plenamente efectivo, implica que
todo lo que está incluido en él desaparece enteramente en tanto que manifestación;
pero estas dos maneras diferentes de concebir las cosas representan una cierta parte
de la verdad. En efecto, mientras que los resultados positivos de la manifestación
cíclica son «cristalizados» para ser después «transmutados» en gérmenes de las posi-
bilidades del ciclo futuro, lo cual constituye la conclusión de la «solidificación» en
su aspecto «benéfico» (que implica la «sublimación» que coincide con el «vuelco»
final), lo que no puede ser utilizado así, es decir, todo lo que constituye los resultados
1
«Solvet saeclum in favilla», dice textualmente la liturgia católica, que invoca a la vez, a este
propósito, el testimonio de David y el de la Sibila, lo que es una manera de afirmar el acuerdo unáni-
110
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Ahora, debemos hacernos esta pregunta: para llegar a la disolución, ¿basta que el
movimiento con el que el «reino de la cantidad» se intensifica cada vez más, sea de-
jado a sí mismo, y que prosiga hasta su término? Lo cierto es que esta posibilidad,
que hemos mencionado partiendo de las concepciones actuales de los físicos y de la
significación que implican inconscientemente (pues es evidente que los «sabios»
actuales no saben adónde van), responde a una visión teórica de las cosas, visión
«unilateral» que solo representa de un modo parcial lo que debe tener lugar de hecho;
así, para desatar los «nudos» que resultan de la «solidificación» que ha tenido lugar
hasta aquí, es necesaria la intervención de algo que no pertenece ya al dominio res-
tringido al que se refiere el «reino de la cantidad». Es fácil comprender con lo indi-
cado hasta aquí, que ahora se trata de la acción de influencias de orden sutil, acción
que comenzó a ejercerse hace mucho tiempo en el mundo actual, aunque de una ma-
nera poco visible inicialmente; y que ha coexistido con el materialismo desde el mo-
mento mismo en que éste se constituyó como una forma definida, así como hemos
visto con el magnetismo y el espiritismo, al hablar de las «anexiones» que éstos hi-
cieron de la «mitología» científica de la época en que aparecieron. Como ya lo he-
111
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
mos dicho, es cierto que la influencia del materialismo disminuye, pero no hay que
felicitarse por ello, ya que, puesto que el «descenso» cíclico no ha acabado todavía,
las «fisuras» que hemos mencionado, y sobre cuya naturaleza tenemos que volver
ahora, solo pueden producirse por abajo; dicho de otro modo, lo que «entra» por ellas
en el mundo sensible solo puede ser el «psiquismo cósmico» inferior, en su aspecto
más destructivo y «desagregador»; y, es claro que sólo las influencias de este tipo
son aptas para actuar con miras a la disolución; así pues, no es difícil darse cuenta de
que todo lo que tiende a favorecer y extender esas «interferencias» corresponde,
consciente o inconscientemente, a una nueva fase de la desviación de la que el mate-
rialismo solo representaba una etapa menos «avanzada».
En efecto, aquí hay que señalar que hay «tradicionalistas», mal aconsejados 1, que
se alegran de ver que la ciencia actual, en sus diferentes ramas, parece salir ahora de
los estrechos límites donde sus concepciones la encerraban; se imaginan incluso que
la ciencia actual acabará por juntarse así con la ciencia tradicional (que no conocen y
de la que se hacen una idea inexacta basada en «falsificaciones» actuales), lo que,
por principio, es imposible. Estos mismos «tradicionalistas» se alegran también, y
quizás más, al ver algunas manifestaciones de influencias sutiles cada vez más abier-
tamente, sin pensar nunca en preguntarse cuál es la «cualidad» de esas influencias; y
albergan grandes esperanzas de que, lo que ahora se llama «metapsíquica», aporte un
remedio a los males del mundo actual, que imputan solo al materialismo, lo que es
también una ilusión. Lo que no ven (y ahí están mucho más afectados de lo que creen
por el espíritu actual), es que, en todo eso, se trata de una nueva etapa en el desarro-
llo del «plan», verdaderamente «diabólico», según el cual se lleva a cabo la desvia-
ción progresiva del mundo actual; el materialismo ha desempeñado en ella un papel
muy importante, pero ahora la negación que representa ya es insuficiente; ha servido
para impedir al hombre el acceso a posibilidades de orden superior, pero no puede
desencadenar las fuerzas inferiores que son las únicas que han de llevar hasta su úl-
timo punto la obra de desorden y de disolución.
1
La palabra «tradicionalismo» solo designa una tendencia que puede ser más o menos vaga y
confusa porque no implica ningún conocimiento efectivo de las verdades tradicionales. Volveremos
112
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
113
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXV
Por lejos que se haya llevado la «solidificación» del mundo sensible, nunca puede
ser tal que éste sea un «sistema cerrado» como lo creen los materialistas; ella tiene
límites impuestos por la naturaleza misma de las cosas, y cuanto más se acerca a esos
límites, más inestable es el estado que presenta; de hecho, como lo hemos visto, el
punto que corresponde a ese máximo de «solidez» ya está rebasado, y esta apariencia
de «sistema cerrado» ahora ya solo puede devenir cada vez más ilusorio e insosteni-
ble. También hemos hablado de «fisuras» por las que se introducen ya y se introduci-
rán cada vez más ciertas fuerzas destructivas; según el simbolismo tradicional, estas
«fisuras» se producen en la «Gran Muralla» que rodea a este mundo y que le protege
contra la intrusión de las influencias maléficas del dominio sutil e inferior1. Para
comprender bien este simbolismo, importa señalar que una muralla constituye a la
vez una protección y una limitación; por lo tanto, ella tiene ventajas e inconvenien-
tes; pero, puesto que está destinada a asegurar una defensa contra los ataques que
vienen de abajo, las ventajas predominan, y, para lo que se encuentra contenido en
ese recinto, vale más estar limitado por ese lado inferior que estar expuesto a los es-
tragos del enemigo, cuando no a una destrucción completa. Por otra parte, una mura-
lla no está cerrada por arriba y, por lo tanto, no impide la comunicación con los do-
minios superiores, y esto corresponde al estado normal de las cosas; en la época ac-
tual, es la «concha» sin salida construida por el materialismo la que ha cerrado esta
comunicación. Pero, puesto que el «descenso» no ha acabado aún, esta «concha»
subsiste intacta por arriba, es decir, por el lado donde el mundo no tiene necesidad de
protección, y de donde, al contrario, solo puede recibir influencias benéficas; las «fi-
suras» solo se producen por abajo, y por lo tanto, en la muralla protectora misma, y
las fuerzas inferiores que se introducen por ellas no encuentran resistencia, pues, en
estas condiciones, ningún poder de orden superior puede intervenir para oponerse a
1
En el simbolismo de tradición hindú, esta «Gran Muralla» es la montaña circular Lokâloka, que
separa el «cosmos» (loka) de las «tinieblas exteriores» (aloka); hay que entender que esto es suscepti-
ble de aplicarse analógicamente a dominios más o menos extensos en el conjunto de la manifestación
114
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
ellas; así pues, el mundo se encuentra librado sin defensa a todos los ataques de sus
enemigos, y eso tanto más cuanto que, por el hecho mismo de la mentalidad actual,
ignora por completo los peligros que le amenazan.
Según la tradición islámica, por estas «fisuras» penetran, en las proximidades del
fin del ciclo, las hordas devastadoras de Gog y Magog1, las cuales se esfuerzan ince-
santemente en invadir nuestro mundo; se trata de influencias sutiles «infracorpora-
les»2. Las tentativas de estas «entidades» para introducirse en el mundo corporal y
humano no son nuevas, y se remontan al menos hasta los comienzos del Kali-Yuga,
es decir, mucho más allá de los tiempos de la antigüedad «clásica» a los que se limita
el horizonte de los historiadores actuales.
cósmica, de ahí la aplicación particular que se hace de ello en relación al mundo corporal.
1
En la tradición hindú, son los demonios Koka y Vikoka, cuyos nombres son evidentemente simi-
lares.
2
El simbolismo del «mundo subterráneo» también es doble, y tiene igualmente un sentido supe-
rior, como lo muestran algunas de las consideraciones que hemos expuesto en El Rey del Mundo; pero
aquí solo se trata de un sentido inferior, e incluso, se puede decir, literalmente «infernal».
115
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
manifestarse al exterior, al estar cortadas por esa «concha» impenetrable que hemos
mencionado.
A eso hay que agregar la «inercia» debida a la ignorancia general de estas cosas y
las «supervivencias» de la mentalidad materialista, así como la actitud correspon-
diente, la cual persiste debido a que esta actitud ha devenido instintiva en la actuali-
dad. La gran mayoría de los «espiritualistas» y también de los «tradicionalistas» son,
de hecho, tan materialistas como los demás. Y lo que hace la situación aún más irre-
mediable, es que aquellos que quieren combatir sinceramente el espíritu actual están
casi todos afectados por él sin saberlo, de manera que todos sus esfuerzos son estéri-
les; en efecto, aquí se trata de cosas en las que la «buena voluntad» no es suficiente,
y donde es necesario también un conocimiento efectivo.
Pero además, las dificultades de que hablamos tienen también otro lado negativo,
que está representado por todo lo que, en nuestro mundo mismo, favorece activamen-
te la intervención de las influencias sutiles inferiores, ya sea consciente o inconscien-
temente. Hay que considerar aquí, en primer lugar, el papel «determinante» de los
agentes mismos de la desviación actual, puesto que esta intervención constituye una
nueva fase más «avanzada» de esta desviación, y que responde a la continuación
misma del «plan» según el cual es efectuada; así pues, es ahí donde hay que buscar a
los auxiliares conscientes de estas fuerzas maléficas, aunque también haya en esta
consciencia muchos grados diferentes. En cuanto a los demás auxiliares, es decir, a
todos aquellos que actúan de buena fe y que, ignorando la verdadera naturaleza de
estas fuerzas, solo desempeñan un simple papel de engañados (lo que no les impide
ser tanto más activos cuanto más sinceros y ciegos son), son ya innumerables y pue-
den clasificarse en múltiples categorías, desde los ingenuos seguidores de las organi-
zaciones «neoespiritualistas» de todo género hasta los filósofos «intuicionistas», pa-
sando por los sabios «metapsiquistas» y los psicólogos de las más recientes escuelas.
No insistiremos más en ello en este momento, ya que sería anticiparse a lo que dire-
mos más adelante; antes de eso, todavía tenemos que dar algunos ejemplos de cómo
pueden producirse algunas «fisuras», así como de los «soportes» que las influencias
sutiles o psíquicas de orden inferior (ya que, dominio sutil y dominio psíquico son
términos sinónimos) encuentran en el medio cósmico mismo para ejercer su acción y
extenderse en el mundo humano.
116
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXVI
Chamanismo y Brujería
La época actual, puesto que corresponde a las últimas fases de una manifestación
cíclica, debe agotar sus posibilidades más inferiores; por eso utiliza todo lo que había
sido desechado por las épocas anteriores: las ciencias experimentales y cuantitativas
actuales y sus aplicaciones industriales, no tienen otro carácter que éste; de ahí viene
el hecho de que estas ciencias constituyen verdaderos «residuos» de algunas de las
antiguas ciencias tradicionales1. Otro hecho que concuerda con éstos es la obstina-
ción con la que en la actualidad se exhuman los vestigios de épocas pasadas y de
civilizaciones desaparecidas, vestigios que, por otra parte, no se comprenden; y eso
mismo es un síntoma bastante inquietante, debido a la naturaleza de las influencias
sutiles que permanecen vinculadas a ellos y que, sin que los investigadores lo sospe-
chen, son sacadas así a la luz y puestas en libertad. Para que esto se comprenda me-
jor, vamos a hablar primero de algunas cosas que, aunque están fuera del mundo ac-
tual, son susceptibles de ser empleadas para ejercer, en relación a éste, una acción
«desagregadora»; así pues, lo que diremos de ellas será una ocasión para elucidar
algunas cuestiones muy poco conocidas.
Aquí, tenemos que disipar un error: es la idea de que existen cosas solo «materia-
les», es decir, la idea de que existen seres y cosas que son solo corporales, y cuya
existencia y constitución no implican ningún elemento de un orden diferente. Esta
idea está ligada al punto de vista profano tal como se afirma, en su forma más com-
pleta, en las ciencias actuales, ya que, puesto que éstas se caracterizan por la ausencia
de todo vínculo a principios de orden superior, las cosas que toman como objeto de
su estudio, deben ser concebidas también como desprovistas de tal vínculo; esa es
una condición de la ciencia actual, puesto que, si admite que ello no es así, debe ad-
mitir por eso mismo que la verdadera naturaleza de ese objeto se le escapa. No es
1
Decimos de algunas, ya que hay otras ciencias tradicionales de las que no ha quedado nada en el
mundo actual. Actualmente todas las enumeraciones y clasificaciones de los filósofos conciernen solo
a las ciencias profanas.
117
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
necesario buscar en otra parte la razón por la que los «cientificistas» se obstinan en
desacreditar toda concepción diferente de ésta, presentándola como una «supersti-
ción» debida a la imaginación de los «primitivos», los cuales, para ellos, no pueden
ser otra cosa que salvajes u hombres de mentalidad infantil, como lo afirman las teo-
rías «evolucionistas»; y, ya sea por incomprensión o por deseo expreso, logran dar de
ellos una idea lo bastante caricaturesca como para que una tal concepción parezca
enteramente justificada a todos los que les creen, es decir, la gran mayoría de nues-
tros contemporáneos. Ello es así en lo que concierne a las teorías de los etnólogos
sobre lo que llaman el «animismo»; tal término podría tener un sentido aceptable, a
condición de comprenderle de un modo muy diferente a como lo entienden ellos y a
condición de ver en él solo lo que significa etimológicamente.
En efecto, el mundo corporal no puede ser considerado como un todo que se bas-
ta a sí mismo, ni como algo aislado en el conjunto de la manifestación universal;
cualesquiera que sean las apariencias, debidas actualmente a la «solidificación», el
mundo corporal procede del orden sutil, en el cual tiene su principio inmediato, y,
por mediación de éste, se vincula a su vez a la manifestación informal y después a lo
no manifestado; si fuera de otro modo, su existencia solo podría ser una ilusión com-
pleta, una suerte de fantasmagoría detrás de la cual no habría nada, lo que equivale a
decir que no existiría. Así pues, no puede haber, en este mundo corporal, ninguna
cosa cuya existencia no dependa del orden sutil, y, más allá de éste, del principio
espiritual sin el que ninguna manifestación es posible. Si nos atenemos a la conside-
ración del orden sutil, que está presente en todas las cosas, podemos decir que co-
rresponde en éstas a lo que constituye propiamente el orden «psíquico» en el ser hu-
mano; así pues, por una extensión natural, que no implica ningún «antropomorfis-
mo», sino solo una analogía legítima, se le puede llamar también «psíquico» en todos
los casos (y por eso ya hemos hablado precedentemente de «psiquismo cósmico»), o
también «anímico», ya que estas dos palabras son sinónimas. De esto resulta que no
pueden existir objetos «inanimados», y esto se debe a que la «vida» es una de las
condiciones a las que está sometida toda existencia corporal, y es por eso también
que nadie ha podido llegar nunca a definir la distinción entre lo «vivo» y lo «no vi-
vo».
Así pues, se puede llamar también «animismo» a una tal manera de considerar las
cosas, entendiendo por esta palabra la afirmación de qué hay en estas cosas elemen-
118
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Para lo que queremos decir ahora, hay que observar que los etnólogos actuales
consideran como «primitivas» formas que solo están degeneradas; no obstante, no
son de un nivel tan bajo como sus interpretaciones suponen; sea como sea, esto ex-
plica que el «animismo», que solo constituye un punto particular de una doctrina, sea
tomado para caracterizar esa doctrina entera. En efecto, en los casos de degeneración,
es la parte superior de la doctrina, es decir, su lado metafísico y «espiritual», el que
desaparece siempre; por lo tanto, lo que era en el origen solo secundario, a saber, el
lado cosmológico y «psíquico», al que pertenece el «animismo» y sus aplicaciones,
es lo único que queda; el resto escapa al observador exterior, tanto más cuando éste,
que ignora la significación de los ritos y de los símbolos, es incapaz de reconocer en
ello lo que procede de un orden superior, y cree poder explicarlo todo indistintamen-
te en términos de «magia», cuando no de «brujería».
119
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
1
En lo que sigue, tomamos indicaciones concernientes al «chamanismo» de una exposición titu-
lada Shamanism of the Natives of Siberia, por I. M. Casanowicz (extraída del Smithsonian Report for
120
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Pero hay también otra cosa, que toca más directamente a nuestro tema: los «cha-
manes», entre las influencias psíquicas que tratan, distinguen de modo natural dos
tipos, unas benéficas y otras maléficas, y, como no hay nada que temer de las prime-
ras, solo parecen ocuparse de las segundas; tal parece ser el caso más frecuente, ya
que puede ser que el «chamanismo» comprenda formas muy variadas, entre las cua-
les habría que establecer diferencias. En esto, no se trata de un «culto» a esas in-
fluencias maléficas, que sería una suerte de «satanismo» consciente, como se ha su-
puesto a veces sin razón; se trata solo de impedirles hacer daño, de neutralizar o des-
viar su acción. La misma precisión puede aplicarse también a otros supuestos «ado-
radores del diablo» que existen en diversas regiones; de una manera general, no es
verosímil que el «satanismo» real implique a todo un pueblo. Cualquiera que sea su
intención, el manejo de influencias de este género, sin que se apele a influencias de
un orden superior (y mucho menos aún a influencias espirituales), constituye, por la
fuerza misma de las cosas, una verdadera brujería, muy diferente de la de los vulga-
res «brujos» occidentales, que solo representan los últimos restos de un conocimiento
mágico degenerado y a punto de extinguirse. Ciertamente, la parte mágica del «cha-
manismo» tiene mucha más vitalidad, y por eso representa algo temible; en efecto, el
contacto constante con fuerzas psíquicas inferiores es muy peligroso; primero, para
el «chaman» mismo, pero también desde otro punto de vista cuyo interés está mucho
menos «localizado». En efecto, puede ocurrir que algunos, que operan de manera
más consciente y con conocimientos más extensos, lo que no quiere decir de orden
más elevado, utilicen esas mismas fuerzas para fines completamente diferentes, sin
que lo sepan los «chamanes» o aquellos que actúan como ellos, los cuales ya solo
desempeñan el papel de instrumentos para la acumulación de las fuerzas en cuestión
en puntos determinados. Sabemos que hay por el mundo, un cierto número de «depó-
sitos» de influencias, cuya repartición no tiene nada de «fortuito», y que sirven muy
bien a los designios de ciertos «poderes» responsables de toda la desviación actual;
121
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
pero eso requiere aún otras explicaciones, ya que uno puede sorprenderse de que los
restos de lo que fue antaño una tradición auténtica, se presten a una «subversión» de
este género.
122
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXVII
Residuos psíquicos
El primero de los dos casos que acabamos de indicar basta para explicar el carác-
ter nocivo que presentan algunos vestigios de civilizaciones desaparecidas, cuando
123
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
son exhumados por gentes que, como los arqueólogos actuales, al ignorar todo de
estas cosas, actúan con total imprudencia. Así mismo, cualquier civilización antigua,
en su último periodo, pudo degenerar por un desarrollo excesivo de la magia, como
por ejemplo el Egipto antiguo, y sus restos guardan entonces su huella, en la forma
de influencias psíquicas de un orden muy inferior. Puede ocurrir también que, inclu-
so fuera de toda degeneración de este tipo, algunos lugares u objetos hayan sido pre-
parados especialmente en vistas de una acción defensiva contra aquellos que los to-
quen indebidamente, ya que tales precauciones no tienen en sí nada de ilegítimo,
aunque, no obstante, el hecho de vincularles una importancia demasiado grande, no
sea un indicio de los más favorables, puesto que da testimonio de preocupaciones
muy alejadas de la espiritualidad, e incluso de un cierto desconocimiento del poder
propio que ésta tiene en sí misma, sin que haya necesidad de recurrir a semejantes
«ayudas». Pero, si ponemos aparte todo eso, las influencias psíquicas subsistentes,
desprovistas del «espíritu» que las dirigía y reducidas así a una suerte de estado «lar-
vario», pueden reaccionar por sí mismas a una provocación cualquiera, por involun-
taria que sea, de una manera más o menos desordenada y que, en todo caso, no tiene
ninguna relación con las intenciones de aquellos que las emplearon en el pasado de
manera diferente, como tampoco las manifestaciones grotescas de los «cadáveres»
psíquicos, que intervienen a veces en las sesiones espiritistas, tienen ninguna relación
con las individualidades de las que constituyeron la forma sutil y de las cuales simu-
lan ser la «identidad» póstuma, para maravillar a los ingenuos que los toman por
«espíritus».
Así pues, las influencias en cuestión, son ya suficientemente maléficas por sí so-
las; eso es un hecho que resulta de la naturaleza misma de estas fuerzas del «mundo
intermediario», y en el cual nadie puede nada, como tampoco se puede impedir que
la acción de las fuerzas «físicas», que pertenecen al orden corporal y de las que se
ocupan los físicos, causen también accidentes de los que no se puede hacer responsa-
ble a ninguna voluntad humana; con esto se puede comprender la verdadera signifi-
cación de las excavaciones actuales y el papel que desempeñan efectivamente para
abrir algunas de esas «fisuras» que hemos mencionado. Pero, además, esas mismas
influencias están a merced del que sepa «captarlas», como lo están igualmente las
fuerzas «físicas»; así pues, unas y otras pueden servir a los fines más diversos e in-
cluso más opuestos, según las intenciones de quien se haya apoderado de ellas; y, en
lo que concierne a las influencias sutiles, si se trata de un «mago negro», es evidente
124
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
que hará con ellas un uso contrario al que hicieron los representantes cualificados de
una tradición regular.
Todo lo que hemos dicho hasta aquí se aplica a los vestigios dejados por una tra-
dición extinguida; pero, junto a este caso, hay que considerar otro: el de una antigua
civilización tradicional que se sobrevive a sí misma, en el sentido de que su degene-
ración ha llegado hasta el punto en que el «espíritu» ha acabado por retirarse de ella;
algunos conocimientos, que no tienen nada de «espiritual» y que solo dependen del
orden de las aplicaciones contingentes, todavía pueden continuar transmitiéndose,
sobre todo los más inferiores, pero, desde entonces, son susceptibles de todas las
desviaciones, ya que solo representan «residuos» de otro tipo, al haber desaparecido
la doctrina de la que dependen normalmente. En este caso de «supervivencia», las
influencias psíquicas puestas en obra anteriormente por los representantes de esa
tradición, pueden ser «captadas» también, incluso sin saberlo sus continuadores apa-
rentes, pero ya ilegítimos y desprovistos de toda verdadera autoridad. Así pues, quie-
nes se sirvan entonces de ellas, tienen la ventaja de tener a su disposición, como ins-
trumentos inconscientes de la acción que quieran ejercer, no solo supuestos objetos
«inanimados», sino también hombres vivos que sirven igualmente de «soportes» a
esas influencias, y cuya existencia efectiva confiere a éstas una vitalidad mucho ma-
yor. Esto es lo que teníamos en vista al considerar un ejemplo como el del «chama-
nismo».
Una tradición desviada así, está muerta, lo mismo que aquella para la que ya no
hay ninguna continuidad; además, si está todavía viva, por poco que sea, tal «subver-
sión», que no es más que un vuelco de lo que subsiste de ella para hacerlo servir en
un sentido antitradicional, no puede tener lugar. No obstante, conviene agregar que,
antes de que las cosas lleguen a ese punto, y cuando algunas organizaciones tradicio-
nales están tan disminuidas y debilitadas como para no ser capaces ya de una resis-
tencia suficiente, agentes más o menos directos del «adversario»1 pueden introducir-
se en ellas a fin de trabajar para apresurar el momento en el que la «subversión» de-
venga posible; no es cierto que lo logren en todos los casos, pues todo lo que todavía
tiene alguna vida siempre puede reactivarse; pero, si se produce la muerte, el enemi-
go se encontrará así en el lugar, ya preparado para sacar partido de ello y para utilizar
1
Se sabe que «adversario» es el sentido literal de la palabra hebrea «Shatan», y aquí se trata en
efecto de «poderes» cuyo carácter es verdaderamente «satánico».
125
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
de inmediato el «cadáver» para sus propios fines. Los representantes de todo lo que,
en el mundo occidental, tiene todavía un carácter tradicional auténtico, tanto en el
dominio exotérico como en el dominio iniciático, tendrían, pensamos, el mayor inte-
rés en aprovechar esta última observación mientras todavía hay tiempo, ya que, a su
alrededor, los signos que constituyen las «infiltraciones» de este género, desafortu-
nadamente, no faltan para quien sabe percibirlos.
De todos modos, ya se trate de los lugares mismos, de las influencias que perma-
necen vinculadas a ellos, o de los conocimientos del género que acabamos de men-
cionar, recordaremos en este punto el adagio antiguo: «corruptio optimi pessima»,
126
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
que aquí se aplica más cabalmente que en cualquier otro caso; en efecto, aquí se trata
de «corrupción» en el sentido literal de esta palabra, puesto que los «residuos» en
cuestión, como decíamos al comienzo, son comparables a los productos de la des-
composición de lo que fue un ser vivo; y, como toda corrupción es contagiosa, esos
productos de la disolución de las cosas pasadas tienen, por todas partes donde se
«proyectan», una acción disolvente y desagregante, sobre todo si son utilizados por
una voluntad consciente de sus fines. En eso hay una suerte de «necromancia» que
pone en obra restos psíquicos muy diferentes de los de las individualidades humanas,
y, ciertamente, no es la menos temible, ya que tiene, sin comparación posible, posibi-
lidades de acción mucho más extensas que las de la vulgar brujería; ¡Así pues, en el
punto en que están las cosas hoy día, es necesario que nuestros contemporáneos estén
verdaderamente ciegos para no tener la menor sospecha de ello!
127
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXVIII
Después de las consideraciones que hemos expuesto y de los ejemplos que hemos
dado hasta aquí, se puede comprender mejor en qué consisten, de una manera gene-
ral, las etapas de la acción antitradicional que ha «hecho» el mundo actual como tal;
pero, hay que entender bien que, dado que toda acción efectiva supone necesaria-
mente agentes, ésta acción no puede ser una suerte de producción espontánea y «for-
tuita», que, al ejercerse en el dominio humano, debe implicar forzosamente la inter-
vención de agentes humanos. El hecho de que esta acción concuerda con los caracte-
res propios del periodo cíclico donde se está produciendo, explica que sea posible y
que triunfe, pero no basta para explicar el modo en que se lleva a cabo y no indica los
medios que se ponen en obra para llegar a ello. Para convencerse de ello, basta refle-
xionar en esto: las influencias espirituales mismas, en toda organización tradicional,
actúan siempre por mediación de seres humanos, que son los representantes autori-
zados de la tradición, aunque, en su esencia, ésta es «suprahumana»; con mayor ra-
zón debe ser así en el caso donde solo entran en juego influencias psíquicas del orden
más inferior; es decir, todo lo contrario de un poder transcendente en relación a nues-
tro mundo, sin contar con que el carácter de «falsificación» que se manifiesta ya por
todas partes, y sobre el que tendremos que volver después, exige que ello sea así.
Por otra parte, como la iniciación, bajo cualquier forma que se presente, es lo que
encarna el «espíritu» de una tradición, y también lo que permite la realización efecti-
va de los estados «suprahumanos», es evidente que es a ella a lo que debe oponerse
directamente lo que tratamos aquí, que tiende, al contrario, a llevar a los hombres a
lo «infrahumano»; así pues, el término de «contrainiciación» es el que conviene para
designar eso a lo que se vinculan, en su conjunto y a grados diversos (ya que, como
en la iniciación, en eso hay también grados), los agentes humanos por los que se lle-
va a cabo la acción antitradicional; y eso no es una denominación convencional para
hablar de lo que no tiene nombre, sino más bien una expresión que corresponde a
realidades tangibles.
128
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Así pues, primero fue necesario reducir al individuo a sí mismo, y esa fue la obra
del racionalismo, que niega al ser la posesión y uso de toda facultad de orden tras-
cendente; hay que decir que el racionalismo comenzó a actuar antes de recibir ese
nombre en su forma filosófica, así como hemos visto con el Protestantismo; y, el
«humanismo» del Renacimiento fue solo el precursor del racionalismo, puesto que
quien dice «humanismo», dice pretensión de reducir todo a elementos solo humanos,
y, por lo tanto, la exclusión de todo lo que es de orden supraindividual. Después fue
necesario volver la atención del individuo hacia las cosas exteriores y sensibles, a fin
de encerrarle, no solo en el dominio humano, sino, por una limitación aún más estre-
cha, únicamente en el mundo corporal; ése es el punto de partida de toda la ciencia
actual, que, dirigida enteramente en este sentido, debe hacer esta limitación cada vez
129
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
130
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
por un tiempo, sobre todo como «materialismo práctico»; pero en adelante, ha dejado
de desempeñar el papel principal de la acción antitradicional.
131
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXIX
Desviación y subversión
Se puede decir que la subversión, entendida así, es solo el último grado y la con-
clusión de la desviación, o también que la desviación entera solo conduce a la sub-
versión. En el estado actual de las cosas hay ya signos muy visibles de ella en todo lo
que presenta un carácter de «falsificación» o de «parodia». Hay que señalar que este
carácter constituye la «marca» en cuanto al origen real de lo que está afectado por él,
y, por lo tanto, de la desviación actual, cuya naturaleza «satánica» pone bien en evi-
dencia; esta última palabra, «satánico», se aplica a todo lo que es negación e inver-
132
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
sión del orden, y es eso, en efecto, lo que estamos constatando en nuestro entorno;
¿no es el mundo actual la negación de toda verdad tradicional? Pero, al mismo tiem-
po, este espíritu de negación es también, necesariamente, el espíritu de la mentira;
reviste así todos los disfraces, hasta los más insospechados, para no ser reconocido
por lo que es y hacerse pasar por todo lo contrario, y ahí aparece la falsificación; ésta
es la ocasión de recordar que se dice que «Satán es el imitador de Dios», y también
que «se transfigura en ángel de luz», lo cual equivale a decir que imita eso mismo a
lo que quiere oponerse, alterándolo y falseándolo para hacerlo servir a sus fines: así,
consigue que el desorden tome las apariencias de un falso orden, que disimula la ne-
gación de todo principio bajo la afirmación de falsos principios. Todo eso es un si-
mulacro e incluso una caricatura, pero tan hábilmente presentado que la inmensa
mayoría de los hombres son engañados por ello; ¿y cómo sorprenderse de ello cuan-
do se ve cuántas supercherías se imponen fácilmente a la muchedumbre?
No obstante, quien dice falsificación, dice parodia, ya que son casi sinónimos,
hay invariablemente, en todas las cosas de este género, un elemento grotesco más o
menos visible, pero que no debería escapar a algunos observadores a poco perspica-
ces que sean, si las «sugestiones» que padecen inconscientemente no abolieran su
perspicacia natural. Ese es el lado por el que, la mentira, por hábil que sea, no puede
evitar mostrarse; y eso es también una «marca» de origen, inseparable de la falsifica-
ción, que debe permitir reconocerla. Si queremos citar aquí ejemplos tomados entre
las manifestaciones diversas del espíritu actual, no hay más problema que el de la
elección, desde los pseudorritos «cívicos» y «laicos» que se han extendido ya por
todas partes, y que apuntan a proporcionar a la «masa» un substituto humano de los
verdaderos ritos religiosos, hasta las extravagancias de un supuesto «naturismo» que,
a pesar de su nombre, no es menos artificial, por no decir «antinatural», que las lla-
madas «inútiles complicaciones de la existencia» contra las cuales tiene la pretensión
de reaccionar con una irrisoria comedia, cuyo verdadero propósito es hacer creer que
el «estado natural» se confunde con la animalidad; ¡y ya no queda sin desnaturalizar
ni el simple reposo del ser humano con la sugestión, contradictoria en sí misma, pero
conforme con el «igualitarismo» democrático, de una «organización del ocio»! 1
Mencionamos aquí hechos conocidos por todo el mundo, que pertenecen a lo que
llama el «dominio» público, y que todos podemos constatar; ¿no es increíble que los
1
Como hemos señalado más atrás, esta «organización del ocio» persigue obligar a los hombres a
vivir «en común» el mayor tiempo posible.
133
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
que sienten, no diremos su peligro, sino su ridículo, sean tan raros que solo represen-
tan verdaderas excepciones? Sobre esto, solo se puede decir «pseudorreligión»,
«pseudonaturaleza», «pseudorreposo», y así con muchas otras cosas; si hablamos en
verdad, hay que poner esta palabra, «pseudo», delante del nombre de todos los pro-
ductos del mundo actual, incluyendo su ciencia, que no es más que una «pseudocien-
cia» o un simulacro de conocimiento, para indicar lo que es todo esto: falsificaciones
y nada más, y falsificaciones cuyo propósito es muy evidente para aquellos que toda-
vía son capaces de reflexionar.
Aquí, se puede decir también esto: la primera de las dos fases en la acción anti-
tradicional representa una obra de «desviación», cuya conclusión propia es el mate-
rialismo completo; en cuanto a la segunda fase, se caracteriza como una obra de
«subversión», que debe desembocar en una «espiritualidad al revés». Las fuerzas
sutiles inferiores que operan en esta segunda fase son fuerzas «subversivas»; y ya
134
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
135
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXX
1
Como hay errores de lenguaje que se producen con frecuencia y que tienen serios inconvenien-
tes, hay que precisar que «dualidad» y «dualismo» son dos cosas diferentes: el dualismo (del que la
concepción cartesiana de «espíritu» y «materia» es uno de los ejemplos más conocidos) consiste en
considerar una dualidad como irreductible, lo que implica la negación del principio común del que los
dos términos de esta dualidad proceden por «polarización».
2
Ver El Simbolismo de la Cruz, cap. VII.
136
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Una vez aclarado esto, se pueden deducir algunas consecuencias tocantes a lo que
se llama el uso práctico de los símbolos; pero, aquí hay que hacer primero una consi-
deración de carácter más particular, la del caso en el que los dos aspectos contrarios
1
Tuvimos que señalar un error de este género sobre el tema de la figuración del swastika con los
brazos dirigidos de manera que indican dos sentidos de rotación opuestos (El Simbolismo de la Cruz,
137
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
son tomados respectivamente como «benéfico» y «maléfico». Hay que decir que
empleamos estas dos expresiones a falta de algo mejor; en efecto, tienen el inconve-
niente de hacer suponer alguna interpretación «moral», cuando no es así, ya que aquí
deben ser entendidas en un sentido «técnico». Además, debe comprenderse también
que la cualidad «benéfica» o «maléfica» no se vincula de una manera absoluta a uno
de los dos aspectos, puesto que solo conviene a una aplicación especial, a la que es
imposible reducir indistintamente toda oposición cualquiera que sea, y puesto que
desaparece cuando se pasa del punto de vista de la oposición al del complementaris-
mo. Teniendo en cuenta estas reservas, éste es un punto de vista que tiene su lugar
entre los demás; pero es también de este punto de vista, de donde puede resultar, en
la interpretación y el uso del simbolismo, la subversión de la que vamos a hablar
aquí, subversión que constituye una de las «marcas» características de lo que, cons-
cientemente o no, depende del dominio de la «contrainiciación» o se encuentra some-
tido a su influencia.
cap. X).
1
Por esta razón, la ignorancia occidental, interpreta el dragón extremo oriental, que es un símbolo
138
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
una aplicación particular entre todas las demás. Lo que importa saber aquí, es si hay
una voluntad de «inversión» en contradicción con el valor legítimo y normal del
símbolo; por eso, el empleo del triángulo invertido no es siempre un signo de «magia
negra» como lo creen algunos, aunque sí lo sea en algunos casos, por ejemplo cuan-
do se le vincula una intención de tomar a contrapié lo que representa el triángulo
cuyo vértice está vuelto hacia arriba; una tal «inversión» intencional se ejerce tam-
bién en palabras o fórmulas, para formar «mantras» al revés, como se puede consta-
tar en algunas prácticas de brujería.
139
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXXI
Tradición y tradicionalismo
La mentalidad actual es, lo repetimos una vez más, el producto de una vasta su-
gestión colectiva, que, al ejercerse continuamente en el curso de varios siglos, ha
determinado la formación y el desarrollo progresivo del espíritu antitradicional, en el
que se resume todo el conjunto de los rasgos distintivos de esta mentalidad. Pero, por
poderosa y hábil que sea esta sugestión, llega un momento en que el estado de desor-
140
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
den y desequilibrio que resulta de ella, deviene tan manifiesto que algunos ya no
puedan dejar de percibirlo, y entonces existe el riesgo de que se produzca una «reac-
ción» que comprometa este resultado mismo; parece que hoy día las cosas están en
ese punto, y es destacable que este momento coincide con el momento en que termi-
na la fase negativa de la desviación, representada por la dominación completa de la
mentalidad materialista. Es aquí donde interviene, para desviar esta «reacción» de la
meta hacia la que tiende, la falsificación de la idea tradicional, hecha posible por la
ignorancia que hemos mencionado, y que no es más que uno de los efectos de la fase
negativa: la idea misma de la «tradición» ha sido destruida hasta tal punto que aque-
llos que aspiran a recuperarla no saben ya de qué lado inclinarse, y están enorme-
mente dispuestos a aceptar todas las falsas ideas que se les presentan en su lugar o
bajo su nombre. Esos se han dado cuenta, al menos hasta un cierto punto, de que han
sido engañados por las sugestiones abiertamente antitradicionales, y de que las
creencias que se les han impuesto solo representaban error y engaño; ciertamente, es
algo en el sentido de la «reacción» mencionada, pero, a pesar de todo, si las cosas se
quedan ahí, no habrá ningún resultado efectivo. Uno lo observa al leer los escritos,
cada vez menos raros, donde se encuentran las críticas más justas de la «civilización»
actual, pero donde, como ya lo hemos dicho antes, los medios considerados para re-
mediar estos males, tienen un carácter extrañamente insignificante, e incluso proyec-
tos «escolares» o «académicos», pero nada más, y, sobre todo, nada que dé testimo-
nio del menor conocimiento de orden profundo. Es en esta etapa donde el esfuerzo,
por loable y meritorio que sea, puede desviarse fácilmente hacia actividades que, a su
manera y a pesar de algunas apariencias, solo contribuyen a acrecentar aún más el
desorden y la confusión de esta «civilización».
Aquellos que acabamos de mencionar son los que podemos calificar como «tradi-
cionalistas», es decir, aquellos que tienen solo una suerte de tendencia o aspiración
hacia la tradición, sin ningún conocimiento real de ésta; con esto se puede medir la
distancia que separa el espíritu «tradicionalista» del verdadero espíritu tradicional,
que, al contrario, implica esencialmente ese conocimiento, y forma uno con él. Así
pues, el «tradicionalista» es solo un «buscador», y por eso está siempre en peligro de
extraviarse, puesto que carece de los principios que le darían una dirección infalible;
y ese peligro es tanto mayor cuanto que encontrará en su camino, como otras tantas
emboscadas, todas esas falsas ideas suscitadas por el poder de la ilusión, que tiene un
interés capital en impedirle llegar al verdadero término de su búsqueda. Es evidente
141
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
que ese poder no puede mantenerse y continuar ejerciendo su acción sino a condición
de que toda restauración de la idea tradicional sea imposible, y eso más que nunca en
el momento donde se apresta a ir más lejos en el sentido de la subversión, lo que
constituye, como lo hemos explicado, la segunda fase de esta acción. Así pues, es
tanto más importante para él desviar las investigaciones que tienden hacia el conoci-
miento tradicional cuanto que, por otra parte, estas investigaciones, al incidir en los
orígenes y las causas reales de la desviación moderna, son susceptibles de desvelar
algo de su naturaleza y de sus medios de influencia; para él, hay en eso dos necesida-
des complementarias una de otra, que se pueden considerar como los dos aspectos
positivo y negativo de la misma exigencia de dominación.
142
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
culcado de ella, nada que pueda distinguirla de lo que está desprovisto de todo carác-
ter tradicional.
Como todo lo que es de orden solo humano, no puede ser calificado legítimamen-
te de tradicional, no puede haber, por ejemplo, «tradición filosófica», ni «tradición
científica» en el sentido actual de esta palabra; y no puede haber tampoco «tradición
política», allí donde falta toda organización social tradicional, lo que es el caso del
mundo occidental actual. No obstante, éstas son algunas de las expresiones que se
emplean hoy corrientemente, y que constituyen otras tantas desnaturalizaciones de la
idea de tradición; así pues, si los espíritus «tradicionalistas» que hemos mencionado
antes, se dejan desviar hacia uno u otro de estos dominios, y al limitar a ellos todos
sus esfuerzos, sus aspiraciones quedan así «neutralizadas», si es que son utilizadas,
sin su conocimiento, en un sentido opuesto a sus intenciones. Ocurre, en efecto, que
se aplica el nombre de «tradición» a cosas que, por su naturaleza misma, son antitra-
dicionales: se habla así de «tradición humanista», o de «tradición nacional», cuando
el «humanismo» es la negación misma de lo suprahumano, y cuando la constitución
de las «nacionalidades» fue el medio empleado para destruir la organización social
tradicional de la Edad Media. ¡No hay que sorprenderse, en estas condiciones, si ac-
tualmente se habla también de «tradición protestante», o de «tradición laica» o de
«tradición revolucionaria», o que los materialistas se proclamen también defensores
de una «tradición». En el grado de confusión mental que está la gran mayoría de
nuestros contemporáneos, las asociaciones de palabras contradictorias proliferan.
Esto nos lleva a otra precisión importante: cuando algunos, al darse cuenta del
desorden actual, quieren «reaccionar» de una manera u otra, ¿no es el mejor medio
de neutralizar esta necesidad, orientarles hacia alguna de las etapas menos «avanza-
das» de la misma desviación, donde este desorden no era tan manifiesto y se presen-
taba bajo apariencias más aceptables para quien no ha sido ya cegado por ciertas su-
gestiones? Todo «tradicionalista» de intención se proclama «antimoderno», pero
puede estar afectado sin sospecharlo, por las ideas actuales en una forma atenuada, y,
por eso, más difícilmente discernible. Aquí, agregaremos también esto: el trabajo que
tiene como meta impedir toda «reacción», que apunte más allá de un retorno a un
desorden menor, se junta con el que se lleva a cabo, a su vez, para hacer penetrar el
espíritu moderno en el interior de lo que todavía puede quedar en Occidente de las
organizaciones tradicionales de todo tipo; en ambos casos se obtiene el mismo efecto
143
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
de «neutralización» de las fuerzas cuya oposición podría suponer una amenaza. Aquí
no es suficiente hablar de «neutralización», pues, de la lucha entre elementos que se
encuentran reducidos al mismo nivel y el mismo terreno, y cuya hostilidad, por eso
mismo, es solo la que puede haber entre producciones aparentemente contrarias de la
misma desviación actual, solo puede resultar un nuevo aumento del desorden y la
confusión, y eso es solo un paso más hacia la disolución final.
Desde el punto de vista tradicional, entre todas las cosas incoherentes que se agi-
tan y entrechocan hoy día, o entre todos los «movimientos» exteriores de cualquier
tipo que sean, nunca hay que «tomar partido», pues eso es ser engañado; y, puesto
que detrás de todo eso se ejercen las mismas influencias, mezclarse en las luchas
provocadas y dirigidas invisiblemente por ellas, es hacerles el juego; así pues, «tomar
partido» en estas condiciones constituye, por inconscientemente que sea, una actitud
antitradicional. Hay que observar que, en todo eso, siempre faltan los principios,
aunque no se haya hablado nunca tanto de «principios» como hoy. Este otro abuso de
una palabra es también significativo en cuanto a las tendencias reales de esta falsifi-
cación del lenguaje de la que, la desviación de la palabra «tradición», nos ha propor-
cionado un ejemplo típico, ejemplo sobre el que hemos insistido porque es el que
está más ligado al tema de nuestro estudio, en tanto que la tradición debe dar una
visión de conjunto de las últimas fases del «descenso» cíclico. Aquí, no podemos
detenernos en el punto que representa el apogeo del «reino de la cantidad», puesto
que, lo que le sigue, se vincula estrechamente a lo que le precede, de modo que solo
puede ser separado de ello de una manera artificial; lo que consideramos aquí es la
realidad tal cual es, sin recortarle nada esencial, para la comprensión de las condicio-
nes de la época actual.
144
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXXII
El neoespiritualismo
145
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
tendidas1; pero constituye un elemento muy importante, entre los que son caracterís-
ticos de la época actual, como para no recordar aquí sus rasgos principales, reservan-
do por ahora el aspecto «pseudoiniciático» que revisten las escuelas que se vinculan
a él (a excepción del espiritismo, que es abiertamente profano, lo que es afín a su
extrema «vulgarización»), ya que volveremos después sobre este punto. En primer
lugar, conviene señalar que aquí no se trata de un conjunto homogéneo, sino de algo
que toma una multitud de formas diversas, aunque la cosa presenta siempre suficien-
tes caracteres comunes como para ser reunido bajo una misma denominación; pero,
lo más curioso, es que todos los grupos, escuelas y «movimientos» de este género,
están siempre en lucha abierta unos con otros, hasta tal punto de que es difícil encon-
trar en otra parte, a excepción de los «partidos» políticos, odios más violentos que los
que hay entre sus respectivos afiliados, mientras que, por una singular ironía, todas
esas gentes tienen la manía de predicar la «fraternidad» a propósito de todo, y fuera
de propósito también. Ahí hay algo verdaderamente «caótico», que da la impresión
de un desorden llevado al extremo; y eso es un indicio de que ese «neoespiritualis-
mo» representa una etapa ya muy avanzada en la vía de la disolución.
1
El Error Espiritista y El Teosofismo, historia de una pseudo-religión.
146
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
1
No hablamos solo de la parte tocante al fraude consciente e inconsciente, sino también de las
ilusiones sobre la naturaleza de las fuerzas que intervienen en la producción de los fenómenos llama-
dos «metapsíquicos».
2
Ver Rene Guénon, «El Teosofismo, historia de una pseudo-religión» y «El Error Espiritista».
147
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
148
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXXIII
El intuicionismo contemporáneo
Éste no es lugar de examinar esas teorías con detalle, pero hay que señalar al me-
nos algunos rasgos de ellas que tienen relación directa con nuestro tema y, en primer
lugar, su carácter «evolucionista», puesto que atribuyen toda realidad solo al
«devenir», lo que constituye la negación de todo principio inmutable, y, por lo
tanto, de toda metafísica; de ahí su matiz «huidizo» e inconsistente, que da, en con-
traste con la «solidificación» racionalista y materialista, una imagen anticipada de la
disolución de todas las cosas en el «caos» final. Se encuentra un ejemplo significati-
149
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
1
Las Dos Fuentes de la moral y de la religión.
2
En lo que concierne a la moral, que no nos interesa aquí, la explicación propuesta es paralela a la
de la religión.
3
Hay que señalar que Bergson evita emplear la palabra «verdad», y que la ha substituido por la de
«realidad», que para él no designa más que lo que está sometido a un cambio continuo.
150
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
algo inmutable y, como dice Bergson, «fijado»; por la misma razón tampoco hay
ritos, y también a causa de su carácter social; unos y otros deben ser dejados a la «re-
ligión estática»; y, en lo que se refiere a la moral, Bergson la puso aparte, como algo
que está fuera de la religión tal como él la entiende. Entonces, ya no queda nada, o
solo una vaga «religiosidad», una suerte de aspiración confusa hacia un «ideal» cual-
quiera, bastante próximo al de los modernistas y de los protestantes liberales, que
recuerda también, en muchos aspectos, la «experiencia religiosa» de William James,
ya que todo eso se toca muy de cerca. Es esta «religiosidad» lo que Bergson toma por
una religión superior, creyendo así, como todos los que obedecen a las mismas ten-
dencias, «sublimar» la religión, cuando solo la ha vaciado de todo su contenido posi-
tivo, porque en éste no hay nada compatible con sus concepciones; y es eso todo lo
que se puede sacar de una teoría psicológica, ya que, nunca hemos visto que tal teoría
haya sido capaz de llegar más allá del «sentimiento religioso», que no es la reli-
gión. Esta «religión dinámica», según Bergson, encuentra su expresión más alta en el
«misticismo», por otra parte muy mal comprendido y visto desde su peor lado, ya
que solo exalta lo que hay en él de «individual», es decir, de vago, inconsistente, y
«anárquico», y cuyos mejores ejemplos, aunque no los cita, se encuentran en algunas
«enseñanzas» de inspiración ocultista y teosofista; en el fondo, lo que le gusta de los
místicos, es la «divagación» que manifiestan fácilmente cuando se libran a sí mis-
mos. En cuanto a lo que constituye la base misma del misticismo propiamente dicho,
dejando de lado sus desviaciones más o menos «excéntricas», es decir, su vínculo a
una «religión estática», lo tiene por desechable; además, en eso se siente que hay
algo que le molesta, ya que sus explicaciones sobre este punto son confusas; pero
esto, si quisiéramos examinarlo más, nos alejaría mucho de lo esencial de la cuestión.
Si volvemos de nuevo a la «religión estática», vemos que Bergson acepta sin re-
paros, en lo tocante a sus pretendidos orígenes, todas las fábulas de la famosa «es-
cuela sociológica», comprendidas las más estrafalarias: «Magia», «totemismo», «ta-
bú», «mana», «culto de los animales», «culto de los espíritus», «mentalidad primiti-
va», es decir, aquí no falta nada de toda la jerga al uso y de todo el «batiburrillo»
habitual, si podemos decirlo así (y podemos en efecto cuando se trata de cosas de un
carácter tan grotesco). Lo que le pertenece en propiedad, es el papel atribuido en todo
eso a una supuesta «función fabuladora», que nos parece mucho más «fabulosa» que
lo que pretende explicar; pero, hay que imaginar una teoría que permita negar en
bloque todo fundamento real a lo que ya se viene tratando como «supersticiones»; un
151
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
filósofo «civilizado», que además es «del siglo XX», estima así que toda otra actitud
sería indigna de él. En todo eso, no hay nada interesante excepto un solo punto, el
que concierne a la «magia»; ésta es un gran recurso para algunos teóricos, que sin
duda no saben lo que es, pero que hacen salir de ella tanto religión como ciencia.
Pero esa no es la postura de Bergson: al buscar a la magia un «origen psicológico»,
hace de ella «la exteriorización de un deseo del que el corazón está lleno», y pretende
que, «si se reconstituye, por un esfuerzo de introspección, la reacción natural del
hombre a la percepción de las cosas, se ve que magia y religión se tocan, y que no
hay nada en común entre la magia y la ciencia». Es cierto que después hay alguna
fluctuación: si uno se coloca en un cierto punto de vista, «la magia forma parte de la
religión», pero, bajo otro punto de vista, «la religión se opone a la magia»; lo que
está más claro, es la afirmación de que «la magia es lo inverso de la ciencia», y que,
«lejos de preparar la venida de la ciencia, como se ha pretendido, ella ha sido el ma-
yor obstáculo contra el que el saber metódico ha tenido que luchar». Así pues, aquí
todo es al revés de la verdad, ya que la magia no tiene nada que ver con la religión, y
además, no es el origen de todas las ciencias, sino solo una ciencia entre las demás;
pero Bergson está convencido de que no pueden existir otras ciencias que las de las
«clasificaciones» actuales. Al hablar de las «operaciones mágicas» con la seguridad
de alguien que no ha visto nunca ninguna1, escribe esta frase sorprendente: «Si la
inteligencia primitiva comenzó aquí concibiendo algunos principios, muy pronto se
plegó a la experiencia, que le demostró la falsedad de los mismos». Admiramos la
intrepidez con la que este filósofo, encerrado en su cuarto, y bien resguardado de los
ataques de ciertas influencias que no se hubieran contenido de apoderarse de un auxi-
liar tan precioso como inconsciente, niega todo lo que no entra en el cuadro de sus
teorías; ¿cómo puede creer a los hombres tan necios como para haber repetido inde-
finidamente, incluso sin «principios», «operaciones» que nunca funcionaban, y qué
diría si se encontrara que, al contrario, «la experiencia demuestra la falsedad» de sus
propias aserciones? Evidentemente no concibe que tal cosa sea posible; así es la
fuerza de las ideas preconcebidas, en él y en sus semejantes, que no dudan ni un ins-
tante que el mundo está limitado a la medida de sus concepciones (que es lo que les
permite construir «sistemas»); ¿y cómo puede comprender un filósofo que, como el
común de los mortales, debería abstenerse de hablar de lo que no conoce?
1
Es muy deplorable que Bergson tuviera una mala comunicación con su hermana Madame Mac-
Gregor (alias «Soror Vestigia Nulla Retrorsum») que habría podido instruirle algo a este respecto.
152
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Hay que observar como muy significativo en cuanto a la conexión efectiva del
«intuicionismo» bergsoniano con la segunda fase de la acción antitradicional, que la
magia, por un irónico revés de las cosas, se venga cruelmente de las negaciones de
nuestro filósofo, reapareciendo en nuestros días, a través de las recientes «fisuras» de
este mundo, en su forma más baja y rudimentaria, bajo el disfraz de la «ciencia psí-
quica» (la misma que otros llaman, desafortunadamente, «metapsíquica»), logrando
así hacerse admitir por él, no solo como bien real, sino como debiendo desempeñar
un papel capital para el porvenir de su «religión dinámica». No exageramos nada:
Bergson habla de «sobrevida» como un vulgar espiritista, y cree en una «profundiza-
ción experimental» que permita «concluir en la posibilidad e incluso en la probabili-
dad de una supervivencia del alma» (¿Qué hay que entender aquí? ¿Tal vez se trata
de la fantasmagoría de los «cadáveres psíquicos»?), sin que se pueda decir si es «para
un tiempo o para siempre». Pero esta restricción no le impide proclamar: «No habría
necesidad de más para convertir en realidad viva y activa una creencia en el más allá
que parece encontrarse en la mayoría de los hombres, pero que, frecuentemente, es
solo verbal, abstracta, ineficaz… En verdad, si estuviéramos seguros, absolutamente
seguros de sobrevivir, ya no podríamos pensar en otra cosa». La magia antigua era
más «científica», en el verdadero sentido de esta palabra, y no tenía semejantes pre-
tensiones; para que algunos de sus fenómenos más elementales den lugar a tales in-
terpretaciones, ha sido necesario esperar a la invención del espiritismo, al que solo
una fase ya avanzada de la desviación moderna podía dar nacimiento; y, en efecto, es
la teoría espiritista tocante a esos fenómenos, la que tanto Bergson, como William
James antes de él, acepta así finalmente con una «alegría» que hace «palidecer a to-
dos los placeres» (citamos textualmente estas palabras increíbles, con las que se aca-
ba su libro) y que nos da testimonio del grado de discernimiento del que este filósofo
es capaz, ya que, en lo que concierne a su buena fe, ella no se cuestiona; y los filóso-
fos actuales, en casos de este género, generalmente solo son aptos para desempeñar
un papel de engañados, y para servir así de «intermediarios» inconscientes para en-
gañar a muchos otros; sea como sea, tocante a la «superstición», ciertamente nunca la
ha habido más abundante, y eso da la idea más justa de lo que vale realmente toda la
filosofía actual.
153
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXXIV
Pero, hay mucho más que una simple cuestión de vocabulario en el hecho, muy
significativo en sí mismo, de que la psicología actual solo considera el «subconscien-
te», y nunca el «superconsciente» que es su correlativo; sin duda, eso es la expresión
de una extensión que se opera solo por abajo, es decir, por el lado que corresponde a
las «fisuras» por las que penetran las influencias más «maléficas» del mundo sutil, e
incluso podemos decir, las que tienen un carácter verdadera y literalmente «infer-
1
El caso de Freud, el fundador del «psicoanálisis», es típico desde este punto de vista, ya que
nunca ha dejado de proclamarse materialista. Y aquí hacemos una observación: ¿por qué los principa-
les representantes de las tendencias nuevas, como Einstein en física, Bergson en filosofía, Freud en
psicología, y muchos otros de menor importancia, son casi todos de origen judío, si no es porque hay
algo ahí que corresponde exactamente al lado «maléfico» y disolvente del nomadismo desviado, el
154
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
155
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
subversivo, con lo que podemos llamar el lado «infantil» de ese papel, ya que las
explicaciones de este género, al igual que las explicaciones «sociológicas» de las
mismas cosas, son de una ingenuidad tan «simplista» que llega hasta la necedad; en
todo caso, esto es menos grave, en cuanto a sus consecuencias efectivas, que el lado
verdaderamente «satánico» que vamos a considerar ahora de un modo más preciso en
lo que concierne a la psicología actual.
Este carácter «satánico» aparece con una claridad muy evidente en las interpreta-
ciones psicoanalíticas del simbolismo; hacemos esta restricción porque, sobre este
punto, si se quisiera entrar en detalle, habría que hacer muchas distinciones y habría
que disipar muchas confusiones: así, por poner un ejemplo típico, un «sueño» en el
que se expresa alguna inspiración «suprahumana» es simbólico, mientras que un
sueño ordinario no lo es en modo alguno, cualquiera que puedan ser las apariencias
exteriores. Los psicólogos de las escuelas anteriores ya habían intentado explicar el
simbolismo a su manera y reducirle a la medida de sus propias concepciones; en este
caso, esas explicaciones por elementos solo humanos, desconocen todo lo que consti-
tuye su fondo esencial; si, al contrario, solo se trata de cosas humanas, entonces es un
simbolismo falso; pero el hecho de designarle por este nombre implica siempre el
mismo error sobre la naturaleza del simbolismo. Esto se aplica igualmente a las con-
sideraciones de los psicoanalistas, pero entonces ya no es solo de lo «humano» de lo
que hablan, sino también de lo «infrahumano»; así pues, aquí estamos en presencia,
no de una reducción, sino de una subversión total; y toda subversión, incluso si solo
se debe a la incomprensión y a la ignorancia (que son lo que mejor se presta a ser
explotado para un tal uso), es siempre «satánica». Además, el carácter grotesco y
repugnante de las interpretaciones psicoanalíticas constituye una «marca» que no
puede engañar; y lo que es significativo, es que, como lo hemos mostrado en otra
parte1, esta misma «marca» se encuentra también en las manifestaciones espiritistas;
ciertamente, hay que tener mucha buena voluntad, por no decir una completa cegue-
ra, para ver en eso una simple «coincidencia». Naturalmente, en la mayoría de los
casos, los psicoanalistas pueden ser tan completamente inconscientes como los espi-
ritistas de lo que hay realmente debajo de todo eso; pero unos y otros son «conduci-
dos» por una voluntad subversiva que utiliza en los dos casos elementos del mismo
orden, voluntad que, sean cuales sean los seres en los que está encarnada, es cierta-
156
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Sabemos bien lo que algunos pueden objetar aquí invocando una similitud con el
«descenso a los Infiernos», tal como se encuentra en las fases preliminares del proce-
so iniciático; pero una tal asimilación es falsa, ya que el propósito no tiene nada en
común, como tampoco lo tienen las condiciones del «sujeto» en los dos casos; aquí
solo se puede hablar de parodia profana y de «falsificación» más bien inquietante. Lo
cierto es que este supuesto «descenso a los Infiernos», que no es seguido por ningún
«reascenso», es solo la «caída en la ciénaga», según el simbolismo usado en algunos
Misterios antiguos; se sabe que esta «ciénaga» tenía su figuración en la ruta que lle-
vaba a Eleusis, y que quienes caían en ella eran profanos que pretendían la iniciación
sin estar cualificados para recibirla, por lo que solo eran víctimas de su propia im-
prudencia. Agregaremos aquí que existen tales «ciénaga», tanto en el orden macro-
cósmico como en el orden microcósmico; esto se vincula con la cuestión de las «ti-
1
Otro ejemplo de esos medios nos lo proporciona el uso similar de la «radioestesia», pues ahí
también, son elementos psíquicos de la misma cualidad los que entran en juego, aunque hay que reco-
157
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
nieblas exteriores», y se pueden citar a este respecto, algunos textos evangélicos cu-
yo sentido concuerda con lo que acabamos de indicar. En el «descenso a los Infier-
nos», el ser agota definitivamente algunas posibilidades inferiores para elevarse des-
pués a los estados superiores; en la «caída en la ciénaga», las posibilidades inferiores
se apoderan al contrario de él, le dominan y acaban por sumergirle en ella.
nocer que no se muestran bajo el aspecto «horrible» que es tan manifiesto en el psicoanálisis.
1
Freud dedicó un libro a la interpretación psicoanalítica de la religión, en el que sus propias con-
cepciones están combinadas con el «totemismo» de la «escuela sociológica».
2
Sobre una tentativa de aplicación de las teorías psicoanalíticas a la doctrina taoísta, lo que es
también del mismo orden, ver el estudio de André Préau, La Fleur d’or et le Taoïsme sans Tao, que es
una excelente refutación de las mismas.
158
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Pero esto no es todo; hay otra cosa que, tocante a la «falsificación», es aún más
digna de observación que todo lo que hemos mencionado hasta aquí: es la necesidad
impuesta, a quien quiera practicar profesionalmente el psicoanálisis, de ser, él mis-
mo, «psicoanalizado» previamente. Eso implica el «reconocimiento» de que el ser
que pasa este trance ya no es tal cual era antes, o que, como lo decíamos hace un
momento, le deja una huella imborrable, como la iniciación, pero en sentido inverso,
puesto que, en lugar de un desarrollo espiritual, de lo que aquí se trata es de un desa-
rrollo del psiquismo inferior. Además, ahí hay una imitación de la transmisión iniciá-
tica; pero, dada la diferencia de naturaleza de las influencias que intervienen, y, co-
mo no obstante hay un resultado efectivo que no permite considerar el asunto como
un simple simulacro sin ningún alcance, esta transmisión es comparable a la que se
practica en un dominio como el de la magia, o más precisamente, como el de la bru-
jería. Además, hay un punto muy oscuro, en lo que concierne al origen de esta
transmisión: como es imposible dar a otros lo que uno mismo no tiene, y como la
invención del psicoanálisis es algo reciente, ¿de dónde sacan los primeros psi-
coanalistas los «poderes» que comunican a sus discípulos, y por quién han sido
ellos «psicoanalizados» primero? Esta pregunta, que es lógico hacerse, es muy
indiscreta, y es dudoso que se le de respuesta; pero no hay necesidad de ella pa-
ra reconocer, en esa transmisión psíquica, otra «marca» siniestra: el psicoanáli-
sis presenta, en este punto, una semejanza aterradora con algunos «sacramentos
del diablo».
159
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXXV
Lo que hemos dicho sobre las explicaciones psicológicas de las doctrinas tradi-
cionales, representa un caso particular de una confusión muy extendida en el mundo
actual, a saber, la de los dominios psíquico y espiritual; y esta confusión, aún cuando
no llegue a una subversión como la del psicoanálisis, que asimila lo espiritual a lo
más inferior en el orden psíquico, no por ello es menos grave. Eso es una consecuen-
cia del hecho de que los occidentales, ya no saben distinguir entre «alma» y «espíri-
tu» (y el dualismo cartesiano contribuyó mucho a eso, puesto que confunde en una
sola cosa todo lo que no es el cuerpo, y puesto que esta cosa, vaga y mal definida, es
designada en él indiferentemente por uno u otro nombre); así pues, esta confusión se
ha extendido hasta en el lenguaje corriente; el nombre de «espíritus» que se da vul-
garmente a las «entidades» psíquicas que no tienen nada de «espiritual», y la deno-
minación misma de «espiritismo», que deriva de ello, sin hablar de ese otro error que
también llama «espíritu» a lo que es solo la «mente», son prueba de ello. Es fácil ver
las desgraciadas consecuencias que resultan de esto: propagar esta confusión, en la
situación actual, es llevar a los seres a perderse en el caos del «mundo intermedia-
rio», y contribuir así a la operación de las fuerzas «satánicas» que rigen lo que hemos
llamado la «contrainiciación».
Aquí hay que precisar esto, a fin de evitar todo malentendido: no se puede decir
que el desarrollo de las posibilidades de un ser, incluso de un orden poco elevado
como el que representa el dominio psíquico, sea esencialmente «maléfico»; pero no
hay que olvidar que este dominio es el de las ilusiones, y hay que saber situar cada
cosa en el lugar que le corresponde; así pues, todo depende del uso que se hace de
ese desarrollo, y, ante todo, es necesario considerar si se toma como un fin en sí
mismo, o como un medio con miras a alcanzar un propósito de orden superior. En
efecto, según las circunstancias de cada caso, cualquier cosa puede servir de ocasión
o de «soporte» al que emprende la vía que debe llevarle a la «realización» espiritual;
eso es cierto sobre todo al comienzo, en razón de la «diversidad» de las naturalezas
160
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
individuales cuya influencia es entonces máxima, y ello es así mientras los límites de
la individualidad no son rebasados. Pero, por otro lado, cualquier cosa puede ser un
obstáculo más que un «soporte», si el ser se detiene en eso y se ilusiona y extravía
por algunas apariencias de «realización» que no tienen ningún valor y que solo son
resultados accidentales y contingentes; y este peligro de extravío existe siempre
mientras se está todavía en el orden de las posibilidades individuales; y, es en las
posibilidades psíquicas donde el peligro es mayor, y lo es tanto más cuanto más infe-
rior sea el orden de esas posibilidades.
161
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
superiores, debido a que están fuera del marco de actividad del hombre «medio»,
marco que, en el estado correspondiente al punto de vista actual, es lo que se llama la
«vida ordinaria», en la que no interviene ninguna posibilidad de orden extracorporal.
Para estos últimos también, es el atractivo del «fenómeno», es decir, la tendencia a
«experimentar» inherente al espíritu actual, lo que está en la raíz del error: en efecto,
lo que quieren obtener son resultados «sensibles», y eso creen que es la «realiza-
ción»; pero eso equivale a decir que todo lo que es de orden espiritual, se les escapa,
que ni siquiera lo conciben, y que, al carecer de «cualificación» para ello, sería mejor
para ellos contentarse con la «vida ordinaria» sin más. Aquí no se trata de negar la
realidad de los «fenómenos»; al contrario, los «fenómenos» son muy reales y por
ende peligrosos; lo que negamos es su valor e interés desde el punto de vista de un
desarrollo espiritual; y es ahí donde está la ilusión. Si fuera solo una pérdida de tiem-
po y de esfuerzo, el mal no sería muy grande; pero, el ser que se dedica a estas cosas,
deviene después incapaz de librarse de ellas e ir más allá, y así resulta desviado; en
todas las tradiciones orientales, se conoce bien el caso de esos individuos que, deve-
nidos productores de «fenómenos», no alcanzan nunca la menor espiritualidad. Pero
aún hay más: en eso puede haber una suerte de desarrollo «al revés», que no solo no
aporta nada válido, sino que aleja de la «realización» espiritual, hasta que el ser se
extravía en los «prolongamientos» inferiores de la individualidad que mencionába-
mos antes, y por los que solo puede entrar en contacto con lo «infrahumano»; su si-
tuación entonces no tiene salida, o solo tiene una, que es la «desintegración» total del
ser consciente; para el individuo, eso es el equivalente de la disolución final para el
conjunto del «cosmos» manifestado.
Así pues, hay que desconfiar siempre de toda llamada al «subconsciente», al «ins-
tinto», a la «intuición» infrarracional, y a lo que se llama actualmente «energía vi-
tal»; en una palabra, hay que desconfiar de todas esas cosas vagas y obscuras que
tienden a exaltar la filosofía y la psicología actuales, y que llevan más o menos direc-
tamente a una toma de contacto con los estados inferiores. Con mayor razón se debe
uno guardar con extrema vigilancia (pues lo que opera aquí sabe revestirse muy bien
de los disfraces más insospechados) de todo lo que induce al ser a «fundirse», o me-
jor dicho, a «confundirse» o incluso a «disolverse», en una suerte de «consciencia
cósmica» que excluye toda «transcendencia», y, por lo tanto, toda espiritualidad; esa
es la última consecuencia de todos los errores antimetafísicos que designan, bajo su
aspecto filosófico, términos como «panteísmo», «inmanentismo» y «naturalismo».
162
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
1
Ver El Rey del Mundo, pp. 120-121 de la ed. francesa, y Autoridad espiritual y poder temporal,
pp. 140-144 de la ed. francesa.
163
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXXVI
La pseudo-iniciación
164
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
intención no es imitarla, sino oponerse a ella. Pero esta pretensión es nula, ya que el
dominio metafísico y espiritual está absolutamente fuera de su alcance, puesto que
está más allá de todas las oposiciones; todo lo que puede hacer es negarle, y no puede
ir nunca allá del «mundo intermediario», es decir, del dominio psíquico, que es el
campo de influencia de «Satán» en el orden humano1; pero la intención existe e im-
plica ir al revés de la iniciación. En cuanto a la «pseudoiniciación», solo es una paro-
dia, lo que quiere decir que su valor no es ni positivo como el de la iniciación, ni
negativo como el de la «contrainiciación», sino nulo; no obstante, hay que decir que
los ritos, en virtud de su naturaleza «sagrada», son algo que no es posible simular
impunemente. Se puede decir también que las falsificaciones «pseudotradicionales»,
con las que se relacionan todas las desnaturalizaciones de la idea de tradición que
hemos comentado precedentemente, alcanzan aquí su máxima gravedad, primero
porque se traducen por una acción efectiva en lugar de permanecer en el estado de
concepciones, y después porque atacan al lado «interior» de la tradición, a lo que
constituye su espíritu mismo, es decir, al dominio esotérico e iniciático.
Hay que señalar que la «contrainiciación» introduce sus agentes en las organiza-
ciones «pseudoiniciáticas», a las que «inspiran» sin saberlo sus miembros ordinarios,
e incluso sus jefes aparentes, que son igual de inconscientes que los otros de eso a lo
que sirven; pero también los introduce por todas partes donde puede, en todos los
«movimientos» más exteriores del mundo actual, políticos u otros, e incluso, como lo
decíamos más atrás, en algunas organizaciones auténticamente iniciáticas o religio-
sas, cuyo espíritu tradicional está muy debilitado como para que sean capaces de
resistir a esta penetración. No obstante, aparte de este último caso que permite ejercer
directamente una acción disolvente, el caso de las organizaciones «pseudoiniciáti-
cas» es el que retiene más la atención de la «contrainiciación» y el que constituye el
objeto de más esfuerzos por su parte, debido a que la obra que se propone llevar a
cabo es antitradicional. Es debido a esto que existen múltiples lazos entre las mani-
festaciones «pseudoiniciáticas» y toda suerte de cosas que, a primera vista, parecen
no tener nada que ver con ellas, pero que son todas representativas del espíritu actual
en alguno de sus aspectos más acentuados2; ¿por qué, si ello no fuera así, iban a
desempeñar los «pseudoiniciados» en todo eso un papel tan importante? Se puede
1
Según la doctrina Islámica, es por la nafs (el alma) por donde Shaytân tiene influencia en el
hombre, mientras que la rûh (el espíritu), cuya esencia es pura luz inteligible, esta más allá de sus
ataques.
2
Dimos un gran número de ejemplos de actividades de este género en El Teosofismo.
165
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
decir que, entre los medios de todo género puestos en obra por eso de lo que se trata,
la «pseudoiniciación», por su naturaleza misma, ocupa el primer rango; ella es solo
un «engranaje», pero un engranaje que puede mover a muchos otros, que reciben su
impulso de él. Aquí, la falsificación continúa: la «pseudoiniciación» imita la función
de motor invisible que, en el orden normal, pertenece a la iniciación; pero hay que
entender bien que la iniciación representa el espíritu, animador principal de todas las
cosas, mientras que en la «pseudoiniciación», el espíritu está ausente. De eso resulta
que la acción ejercida así, en lugar de ser «orgánica», solo puede tener un carácter
«mecánico», lo que justifica la comparación de los engranajes que acabamos de em-
plear; ¿y no es justo este carácter, como hemos visto, el que se encuentra por todas
partes en el mundo actual, donde la máquina lo invade todo y el ser humano ha sido
reducido a un autómata puesto que se le ha arrebatado toda espiritualidad? Es eso, en
efecto, lo que manifiesta la perversidad de todas las producciones artificiales; se pue-
den fabricar máquinas, pero no seres vivos, porque es el espíritu el que falta y faltará
siempre.
166
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
doiniciación» falsifica la idea de tradición; ahora nos queda ver cómo opera, a fin de
que estas consideraciones no se queden en un orden solo «teórico».
Cuando hablamos de inconsciencia, queremos decir que quienes elaboran así una
«pseudotradición», son ignorantes de eso a lo que sirven; pero, en lo que concierne al
carácter y valor de una tal producción, es más difícil admitir que su buena fe sea tan
completa. También hay que tener en cuenta algunas «anomalías» de orden psíquico,
167
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
que complican aún más las cosas, y que constituyen un terreno particularmente favo-
rable para que las influencias y las sugestiones de todo género se ejerzan con el má-
ximo de fuerza; aquí solo vamos a señalar, sin insistir más en ello, el papel nada des-
deñable que algunos «clarividentes» y otros «sensitivos» desempeñan en todo eso.
Pero, a pesar de todo, casi siempre hay un punto donde, para los dirigentes de
una organización «pseudoiniciática», la superchería consciente deviene una
suerte de necesidad: así, si alguien se da cuenta de los plagios que hacen a tal o a
cual tradición, ¿cómo podrían reconocerlos sin verse obligados a confesar que
solo son plagiarios? En este caso, no vacilan en invertir las relaciones y declarar
que es su propia «tradición» la que representa la «fuente» común de todas las
que han saqueado; y, si no llegan a convencer de ello a todos, al menos siempre
encuentran ingenuos que les creen, en número suficiente como para que su si-
tuación de «jefes de escuela», a la que se aferran por encima de todo, no corra el
riesgo de verse comprometida, tanto más cuanto que consideran muy poco la
cualidad de sus «discípulos» y que, conformemente a la mentalidad actual, la
cantidad les parece mucho más importante, lo que basta para mostrar cuan le-
jos están de tener siquiera la noción más elemental de lo que es realmente el eso-
terismo y la iniciación.
Hay que decir que todo lo que describimos aquí no responde solo a posibilidades
hipotéticas, sino a hechos reales y constatados; no acabaríamos si tuviéramos que
citarlos todos, y eso sería poco útil; bastan algunos ejemplos característicos. Así, por
el procedimiento «sincrético» que acabamos de mencionar, se constituyó una supues-
ta «tradición oriental», la de los teosofistas, que solo tiene de oriental una terminolo-
gía mal comprendida y mal aplicada; y, como este mundo está siempre «dividido
contra sí mismo», según la palabra evangélica, los ocultistas franceses, por espíritu
de oposición, constituyeron a su vez una supuesta «tradición occidental» del mismo
género, muchos de cuyos elementos, a saber, los que sacaron de la Kabbala, no pue-
den llamarse occidentales en cuanto a su origen, aunque sí en cuanto a la manera
especial en que los interpretaron. Los primeros presentaron su «tradición» como la
expresión misma de la «sabiduría antigua»; los segundos, un poco más modestos en
sus pretensiones, buscaron hacer pasar su «sincretismo» por una «síntesis», ya que
hay pocos que hayan abusado tanto como ellos de esta palabra. Si los primeros se
mostraban así más ambiciosos, es porque, de hecho, había en el origen de su «movi-
miento» influencias bastante enigmáticas, cuya verdadera naturaleza, ellos mismos
168
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Uno de los mejores ejemplos de éste último caso, son las numerosas organizacio-
nes que, en la época actual, se llaman «rosacrucianas», y que están en contradicción
unas con otras, e incluso en combate abierto, al tiempo que se proclaman represen-
tantes de una sola y misma «tradición». De hecho, se puede dar la razón a todas ellas
cuando denuncian a sus concurrentes como ilegítimas y fraudulentas; ciertamente, no
ha habido nunca tantos «rosacrucianos», como desde que ya no los hay auténticos.
Además, no hay peligro en hacerse pasar por la continuación de algo que pertenece al
pasado, sobre todo cuando no hay que temer los desmentidos debido a que aquello de
169
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
lo que se trata estuvo siempre, como es el caso aquí, envuelto en una cierta obscuri-
dad, de suerte que no se conocen ni su origen ni su fin; ¿y quién, entre el público
profano e incluso entre los «pseudoiniciados», puede saber lo que fue exactamente la
tradición que, durante un cierto periodo, se calificó de rosacruciana? Debemos agre-
gar que estas precisiones, concernientes a la usurpación del nombre de una organiza-
ción iniciática, no se aplican a un caso como el de la pretendida «Gran Logia Blan-
ca», de la que cada vez se habla más, y no solo entre los teosofistas; esta denomina-
ción, en efecto, no ha tenido nunca en ninguna parte el menor carácter tradicional, y,
si este nombre convencional puede servir de «máscara» a algo que tenga alguna
realidad, no es del lado iniciático donde conviene buscarlo.
Se ha criticado la manera en que algunos relegan a los «Maestros» que les avalan
a alguna región casi inaccesible del Asia central o de cualquier otra parte; en efecto,
éste es un medio sencillo de hacer sus pretensiones inverificables, pero no es el úni-
co, y el alejamiento en el tiempo puede desempeñar también un papel comparable al
del alejamiento en el espacio. Otros no vacilan en pretender vincularse a alguna tra-
dición desaparecida y extinguida hace siglos o incluso milenios; es cierto que, a me-
nos que se atrevan a afirmar que esa tradición se ha perpetuado durante todo este
tiempo, tan secreta y bien oculta que nadie más que ellos ha podido descubrir el me-
nor rastro de ella, eso les priva de la ventaja de pretender una filiación directa y con-
tinua, que aquí ya no tendría la apariencia de verosimilitud que puede tener cuando
se trata de una forma reciente como lo es la tradición rosacruciana; pero este defecto
parece tener muy poca importancia a sus ojos, ya que, son tan ignorantes de las ver-
daderas condiciones de la iniciación, que se imaginan que un simple vínculo solo
«ideal», sin ninguna transmisión regular, puede ocupar el lugar de un vínculo efecti-
vo. Así pues, está claro que una tradición se presta mejor a todas las «reconstitucio-
nes» fantásticas cuanto más perdida y olvidada está, y cuanto menos se sabe a qué
atenerse sobre el significado real de los vestigios que subsisten de ella, a los que,
entonces, se les puede hacer decir todo lo que se quiera. En este caso, cada quien
pondrá ahí solo lo que esté conforme con sus propias ideas; sin duda, no hay que
buscar ninguna otra razón más que ésta para darse cuenta de que la tradición egipcia
es particularmente «explotada» en este aspecto, y de por qué tantos «pseudoinicia-
dos» de escuelas muy diversas le hacen objeto de una predilección que no se com-
prendería de otro modo. Debemos precisar que estas observaciones no conciernen a
las referencias a Egipto o a otras cosas del mismo género que a veces pueden encon-
170
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
trarse también en algunas organizaciones iniciáticas, pero que tienen solo un carácter
de «leyendas» simbólicas; aquí apuntamos a lo que se da por una restauración de una
tradición o de una iniciación que ya no existe, restauración que, incluso en la hipóte-
sis imposible de que estuviera completa, no tendría otro interés que el de una simple
curiosidad arqueológica.
Estas consideraciones bastan para comprender lo que son todas esas falsifi-
caciones «pseudoiniciáticas» de la idea tradicional tan características de nuestra
época, a saber, una mezcla más o menos coherente de elementos en parte pla-
giados y en parte inventados, donde el todo está dominado por las concepciones
antitradicionales que son lo propio del espíritu actual, y que solo sirven para
extender aún más esas concepciones haciéndolas pasar por tradicionales, por no
hablar del fraude que supone dar por «iniciación» lo que en realidad solo tiene
un carácter profano, por no decir «profanador». Si se dice, como una circuns-
tancia atenuante, que casi siempre hay en ellas, a pesar de todo, algunos elemen-
tos de proveniencia tradicional, responderemos esto: toda imitación, para ha-
cerse aceptar, debe tomar al menos algunos rasgos de lo que imita, pero es eso lo
que aumenta más su peligro; ¿no es la mentira más hábil, y también la más fu-
nesta, la que mezcla de manera inextricable lo verdadero con lo falso, haciendo
servir lo verdadero al triunfo de lo falso?
171
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXXVII
Así se entiende bien a qué sirve todo eso en las condiciones actuales: como estas
predicciones presentan siempre las cosas bajo un cariz inquietante e incluso aterra-
dor, porque es ese aspecto de los acontecimientos el que toca más a los «videntes»,
basta para perturbar la mentalidad pública, propagarlas acompañándolas de comenta-
rios que hagan sobresalir su lado amenazador y que presenten los acontecimientos en
cuestión como inminentes1; si esas predicciones concuerdan entre sí, su efecto es
1
El anuncio de la destrucción de París por el fuego, por ejemplo, se extendió varias veces de esta
manera, con fijación de fechas precisas en las que nunca se ha producido nada, salvo el terror que
172
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
173
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
otros casos en los que hay que elaborar interpretaciones más sutiles para que las pre-
dicciones respondan a ciertos designios. Es lo que ocurre con las que se basan en
conocimientos tradicionales, y, entonces, es su oscuridad lo que se aprovecha para
aquello que se proponen1; algunas profecías bíblicas, por idéntica razón, son también
objeto de este género de interpretaciones «tendenciosas», cuyos autores frecuente-
mente tienen buena fe, pero se cuentan también entre los «sugestionados» que sirven
para sugestionar a los demás; en eso hay como una «epidemia» psíquica muy conta-
giosa, que cuadra demasiado bien con el plan de subversión como para ser «espontá-
nea», y que, como todas las demás manifestaciones del desorden actual (comprendi-
das las revoluciones que los ingenuos creen «espontáneas»), supone una voluntad
consciente en su punto de partida. La peor ceguera es la que consiste en no ver ahí
más que una cuestión de «moda» sin importancia real2; y se puede decir otro tanto de
la difusión creciente de algunas «artes adivinatorias», que no son tan inofensivas
como puede parecer a quienes no van al fondo de las cosas: generalmente, son restos
incomprendidos de antiguas ciencias tradicionales casi completamente perdidas, y,
además del peligro que se vincula ya a su carácter de «residuos», se manejan de tal
modo que su puesta en obra abre la puerta, bajo pretexto de la «intuición» (y aquí
hay que señalar este encuentro con la «filosofía actual»), a la intervención de todas
las influencias psíquicas del carácter más dudoso3.
1
Las predicciones de Nostradamus son aquí el ejemplo más señalado y más importante; las inter-
pretaciones más o menos llamativas a las que han dado lugar, en estos últimos años, son casi innume-
rables.
2
La «moda» misma, invención actual, no es, en su verdadero significado, una cosa desprovista de
importancia: representa el cambio incesante y sin meta, en contraste con la estabilidad y el orden que
reinan en las civilizaciones tradicionales.
3
Hay mucho que decir a este respecto sobre el uso del Tarot, donde se encuentran vestigios de
una ciencia tradicional incontestable, pero que tiene también aspectos muy tenebrosos; aquí no aludi-
mos a los delirios ocultistas a los que da lugar, sino a algo más efectivo, que hace su manejo peligroso
para quienquiera que no esté suficientemente garantizado contra la acción de las «fuerzas inferiores».
4
Los que sientan curiosidad por tener detalles sobre este aspecto de la cuestión pueden consultar
174
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
útilmente, a pesar de las reservas que habría que hacer sobre algunos puntos, un libro titulado Autour
de la Tiare, por Roger Duguet, obra póstuma de alguien que estuvo vinculado estrechamente con
algunos de los «fondos» a los que hemos aludido más atrás; y que, al final de su vida, quiso aportar su
«testimonio», como él mismo dice, y contribuir a desvelar esos «fondos»; las razones «personales»
que pudo tener para actuar así no importan pues no restan interés a sus «revelaciones».
1
A decir verdad, esta «Gran Pirámide» no es mayor que las otras dos, y sobre todo que la más
cercana, de modo que la diferencia entre ellas sea tan sobresaliente; pero sin que se sepa bien por qué
razones se han «hipnotizado» con ella, casi exclusivamente, todos los «investigadores» actuales, y es a
ella a la que se refieren siempre todas sus hipótesis más estrafalarias, comprendidas, por citar solo dos
de los ejemplos más llamativos, la que quiere encontrar en su disposición interior un mapa de las
fuentes del Nilo, y aquella según la cual el «Libro de los Muertos» no es otra cosa que una descripción
explicativa de esta misma disposición.
175
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
cosas serían plausibles: o que esas «profecías», que deben basarse forzosamente en
un cierto conocimiento de las leyes cíclicas, se refieren a la historia general del mun-
do y de la humanidad, o que hayan sido adaptadas de modo que conciernan solo a
Egipto; ¡pero ocurre que no es ni lo uno ni lo otro, ya que todo lo que se pretende
encontrar ahí se reduce exclusivamente al punto de vista del Judaísmo primero y del
Cristianismo después, de modo que hay que concluir lógicamente que la Pirámide no
es un monumento egipcio, sino un monumento «judeocristiano»! Solo esto debería
bastar para hacer justicia a esta historia inverosímil; conviene agregar también que
todo eso está concebido según una supuesta «cronología» bíblica inaceptable, con-
forme al «literalismo» más estrecho y más protestante, sin duda porque había que
adaptar esas cosas a la mentalidad del medio en el que debían ser propagadas en pri-
mer lugar. Hay que hacer aún muchas otras precisiones bien curiosas: parece que
desde el comienzo de la era cristiana, no se ha encontrado ninguna fecha interesante
que señalar antes de las primeras vías férreas; hay que creer, según eso, que aquellos
antiguos constructores tenían una perspectiva muy actual en su apreciación de la im-
portancia de los acontecimientos; es ese el elemento grotesco que no falta nunca en
este tipo de cosas, y por el cual se traiciona su verdadero origen: ¡el diablo es cierta-
mente muy astuto, pero nunca puede evitar ser ridículo por algún lado!1
Y eso no es todo: cada cierto tiempo, apoyándose en las «profecías de la Gran Pi-
rámide» o en otras predicciones cualesquiera, y librándose a cálculos cuya base per-
manece siempre bastante mal definida, se anuncia que tal fecha precisa debe marcar
1
No dejaremos la «Gran Pirámide» sin señalar también otra fantasía actual: algunos atribuyen una
importancia considerable al hecho de que jamás haya sido acabada; falta la cúspide en efecto, pero
todo lo que se puede decir de cierto a este respecto, es que los autores más antiguos de los que se tiene
testimonio, la vieron siempre truncada como lo está hoy día; ¡de ahí a pretender, como lo ha escrito
textualmente un ocultista, que «el simbolismo oculto de las Escrituras hebraicas y cristianas se refiere
directamente a los hechos que tuvieron lugar durante el curso de la construcción de la Gran Pirámide»,
hay verdaderamente mucho trecho, y esa es también una aserción que nos parece carecer completa-
mente de verosimilitud! —Cosa bastante curiosa, en el sello oficial de los Estados Unidos figura la
Pirámide truncada, encima de la cual hay un triángulo radiante que, aunque está separado de ella, e
incluso aislado por el círculo de nubes que le rodea, parece en cierto modo reemplazar su cúspide;
pero hay también en este sello, del que algunas de las organizaciones «pseudoiniciáticas» que pululan
en América buscan sacar un gran partido explicándole conformemente a sus «doctrinas», otros deta-
lles que son al menos extraños, y que parecen indicar efectivamente una intervención de influencias
sospechosas: así, el número de las basas de la Pirámide, que son trece (este mismo número vuelve con
alguna insistencia en otras particularidades, y es el de las letras que componen la divisa E pluribus
unum), se dice que corresponde al de las tribus de Israel (contando por separado las dos semitribus de
los hijos de José), y eso sin duda no carece de relación con los orígenes reales de las «profecías de la
Gran Pirámide», que como acabamos de ver, tienden también a hacer de ésta, para fines más bien
176
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
«la entrada de la humanidad en una nueva era», o también «la venida de un renuevo
espiritual» (veremos más adelante cómo conviene entender esto); varias de esas fe-
chas ya han pasado, y nada sobresaliente se ha producido; ¿pero qué es exactamente
lo que todo eso quiere decir? De hecho, hay también otra utilización de las predic-
ciones (queremos decir otra, además de esa que aumenta el desorden de nuestra épo-
ca sembrando por todas partes el trastorno y el desconcierto), y que no es la menos
importante, ya que consiste en hacer de ellas un medio de sugestión directa que con-
tribuye a determinar efectivamente la producción de ciertos acontecimientos futuros;
¿no es cierto, por ejemplo (para mostrar aquí un caso muy simple a fin de hacernos
comprender mejor), que, anunciando con insistencia una revolución en tal país y en
tal época, se ayuda a hacerla estallar en el momento querido por aquellos que se in-
teresan en ella? Para algunos, actualmente se trata de crear un «estado de espíritu»
favorable a la realización de «algo» que entra en sus designios, y que esperan llevarlo
a cabo antes o después; nos queda ver más exactamente a qué tiende esta empresa
«pseudoespiritual», y hay que decir que, sin querer ser «pesimista» (puesto que «op-
timismo» y «pesimismo» son dos actitudes sentimentales opuestas que deben perma-
necer ajenas a nuestro punto de vista estrictamente tradicional), hay en eso una pers-
pectiva nada tranquilizadora para un porvenir bastante próximo.
177
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXXVIII
De la antitradición a la contratradición
Las cosas que hemos dicho en último lugar, como todas las que pertenecen al
mundo actual, tienen un carácter antitradicional; pero, en un sentido, van aún más
lejos que la «antitradición», entendida solo como una negación, y tienden a la consti-
tución de lo que se puede llamar una «contratradición». Aquí hay una distinción se-
mejante a la que hemos hecho antes entre desviación y subversión, y que correspon-
de también a las dos fases de la acción antitradicional considerada en su conjunto: la
«antitradición» tuvo su expresión más completa en el materialismo «integral», tal
como reinaba a finales del siglo XIX; en cuanto a la «contratradición», actualmente
ya se ven signos claros, constituidos por todas esas cosas que falsifican de un modo u
otro la idea tradicional. Podemos agregar que, del mismo modo que la tendencia a la
«solidificación», expresada por la «antitradición», no pudo alcanzar su límite extre-
mo, que está por debajo de toda existencia posible, es de prever que la tendencia a la
disolución, que encuentra su expresión en la «contratradición», tampoco podrá; las
condiciones mismas de la manifestación, en tanto que el ciclo no esté acabado, exi-
gen que sea así; y, en lo que concierne al fin de este ciclo, supone la rectificación por
la que estas tendencias «maléficas» serán «transmutadas» en un resultado «benéfi-
co», como ya lo hemos explicado más atrás. Además, todas las profecías (y aquí to-
mamos esta palabra en su sentido verdadero) indican que el triunfo aparente de la
«contratradición» será pasajero, y que, en el momento mismo en que parezca com-
pleta, será destruida por la acción de influencias espirituales que intervendrán enton-
ces para preparar inmediatamente la «rectificación» final; en efecto, es necesaria una
tal intervención directa para poner fin a la más temible y verdaderamente «satánica»
de todas las posibilidades incluidas en la manifestación cíclica; pero, sin anticipar
más, vamos examinar lo que representa en realidad esta «contratradición».
178
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Lo que permite que las cosas lleguen a tal punto, es que la «contrainiciación», no
puede ser asimilada a una invención humana, la cual no se distinguiría de la «pseudo-
iniciación»; en verdad, la «contrainiciación» es mucho más que eso, y, para serlo, es
necesario que, en su origen mismo, proceda de la fuente única a la que se vincula la
iniciación, y también todo lo que manifiesta en nuestro mundo un elemento «no hu-
mano»; pero procede de ella por una degeneración que llega hasta el grado más ex-
tremo, es decir, hasta la «inversión» que constituye el «satanismo». Esta degenera-
ción es mucho más profunda que la de una tradición simplemente desviada o trunca-
da y reducida a su parte inferior; ahí hay también algo más que en el caso de las tra-
diciones muertas y abandonadas por el espíritu, cuyos residuos puede utilizar la
«contrainiciación» para sus fines como ya lo hemos explicado. Eso lleva a pensar
que esta degeneración debe remontarse mucho más lejos en el pasado; y, por obscura
que sea esta cuestión de los orígenes, se puede admitir como verosímil que se vincule
a la perversión de alguna de las antiguas civilizaciones que pertenecieron a alguno de
los continentes desaparecidos en los cataclismos que se produjeron en el curso del
presente Manvantara1. En todo caso, cuando el espíritu se ha retirado, ya no se puede
hablar de iniciación; de hecho, los representantes de la «contrainiciación» ignoran
completamente toda verdad de orden espiritual y metafísica, que es, para ellos, abso-
lutamente extraña desde que «se les cerró el cielo»2. Al no poder llevar a los seres a
los estados «suprahumanos» como la iniciación, ni limitarse solo al dominio humano,
1
El capítulo VI del Génesis podría proporcionar quizás, en forma simbólica, algunas indicaciones
que se refieren a esos orígenes lejanos de la «contrainiciación».
2
Aquí se puede aplicar analógicamente el simbolismo de la «caída de los ángeles», puesto que, lo
que se trata, es lo que se le corresponde en el orden humano; y por eso se puede hablar de «satanismo»
en el sentido más propio y literal de la palabra.
179
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Para que la imitación por reflejo inverso sea completa, se constituyen centros a
los que se vinculan las organizaciones que dependen de la «contrainiciación», cen-
tros únicamente «psíquicos», como las influencias que utilizan y transmiten, y no
espirituales como en el caso de la iniciación y de la tradición verdadera, pero que, en
razón de lo que acabamos de decir, toman no obstante su apariencia exterior, lo que
da la ilusión de la «espiritualidad al revés». Aquí, no hay que sorprenderse si esos
centros, y no solo algunas de las organizaciones que están subordinadas a ellos en
muchos casos, están en lucha unos con otros, ya que el dominio donde se sitúan, al
ser el que está más cerca de la disolución «caótica», es por eso mismo el dominio
donde todas las oposiciones tienen libre curso, ya que no están armonizadas y conci-
liadas por la acción directa de un principio superior. De ahí resulta, en lo tocante a
las manifestaciones de estos centros o de lo que emana de ellos, una impresión de
confusión y de incoherencia que, ella sí, no es ilusoria, y que es también una «mar-
ca» característica de estas cosas; solo concuerdan en lo negativo, es decir, en la lucha
contra los verdaderos centros espirituales, en la medida en que éstos estén en un nivel
que permita que se entable esa lucha, es decir, solo en un dominio que no rebasa los
límites de nuestro estado individual1. Pero es aquí donde aparece lo que se puede
llamar la «necedad del diablo»: los representantes de la «contrainiciación», al actuar
así, tienen la ilusión de oponerse al espíritu, al que nada puede oponerse; pero al
mismo tiempo, a pesar de ellos y sin saberlo, le están subordinados y no pueden dejar
de estarlo nunca, del mismo modo en que todo lo que existe, aunque sea inconsciente
e involuntariamente, está sometido a la voluntad divina, a la que nada puede sustraer-
se. Así pues, ellos también son utilizados, aunque contra su voluntad, y aunque pien-
1
Desde el punto de vista iniciático, este dominio es el que se designa como los «Misterios meno-
res»; por el contrario, todo lo que se refiere a los «Misterios mayores», al ser de orden «suprahu-
mano», está por eso mismo exento de una tal oposición, puesto que es el dominio que, por su natura-
leza propia, es inaccesible a la «contrainiciación» y a sus representantes de cualquier grado.
180
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
sen todo lo contrario, en la realización del «plan divino en el dominio humano»; ellos
desempeñan en él, como todos los demás seres, el papel que conviene a su propia
naturaleza, pero, en lugar de ser conscientes de ese papel como lo son los verdaderos
iniciados, solo son conscientes de su lado negativo e inverso; así, ellos mismos están
engañados, de una manera peor que la simple ignorancia de los profanos, puesto que,
en lugar de dejarles en el mismo punto, tiene como resultado llevarlos más lejos del
centro principial. Pero, si no se consideran las cosas solo en relación a estos seres,
sino en relación al conjunto del mundo, hay que decir que son necesarios en el lugar
que ocupan como elementos de este conjunto, y como instrumentos «providencia-
les», de la marcha de este mundo en su ciclo de manifestación, ya que todos los des-
órdenes parciales, aunque aparezcan como el desorden por excelencia, deben concu-
rrir necesariamente al orden total.
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XXXIX
Por todo lo que hemos dicho, es fácil darse cuenta de que la constitución de la
«contratradición» y su triunfo aparente y momentáneo son el reino de lo que hemos
llamado la «espiritualidad al revés», que, naturalmente, no es más que una parodia de
la espiritualidad, a la que imita en sentido inverso, de suerte que parece ser su contra-
rio; decimos que lo parece, y no que lo es, ya que, cualesquiera que sean sus preten-
siones, aquí no hay ni simetría ni equivalencia. Hay que insistir en este punto, ya que
muchos, que se dejan engañar por las apariencias, se imaginan que hay en el mundo
como dos principios opuestos que se disputan la supremacía, concepción errónea que
es, en lenguaje teológico, la que pone a Satán al mismo nivel de Dios, y que se atri-
buye comúnmente a los maniqueos; actualmente hay muchas gentes que son, en este
sentido, «maniqueos» sin sospecharlo, y eso es también el efecto de una «sugestión»
muy perniciosa. En efecto, esta concepción afirma una dualidad principial irreducti-
ble, o, en otros términos, niega la Unidad suprema que está más allá de todas las opo-
siciones y los antagonismos; no hay que sorprenderse de que una tal negación sea la
de los adherentes de la «contrainiciación», e incluso puede ser sincera por su parte,
puesto que el dominio metafísico les está completamente vedado; que para ellos sea
necesario extender e imponer esta concepción es aún más evidente, ya que solo así
pueden hacerse tomar por lo que no son, es decir, por los representantes de algo que
puede ser puesto en paralelo con la espiritualidad e incluso prevalecer finalmente
sobre ella.
Así pues, esta «espiritualidad al revés» es solo una falsa espiritualidad del grado
más extremo; pero se puede hablar también de falsa espiritualidad en todos los casos
donde, por ejemplo, lo psíquico se toma por lo espiritual, sin llegar hasta esta subver-
sión total; es por eso que, para designar a ésta, la expresión de «espiritualidad al re-
vés» es la que conviene mejor, a condición de explicar cómo hay que entenderla. Eso
es el «renuevo espiritual» del que muchos anuncian con insistencia la próxima veni-
da, o también la «nueva era» en la que se esfuerzan por hacer entrar a la humanidad
182
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
actual1, y que, el estado de «espera» general, creado por la difusión de las prediccio-
nes que hemos mencionado, contribuye a acelerar. El atractivo del «fenómeno», que
ya hemos considerado como uno de los factores determinantes de la confusión de lo
psíquico y lo espiritual, desempeña también un papel muy importante, ya que con eso
serán atrapados y engañados la mayoría de los hombres en el tiempo de la «contra-
tradición», puesto que se dice que los «falsos profetas» que surgirán entonces «harán
grandes prodigios y cosas sorprendentes, hasta seducir, si fuera posible, a los elegi-
dos mismos»2. Es sobre todo aquí donde las manifestaciones de la «metapsíquica» y
de las diversas formas del «neoespiritualismo» aparecen ya como una suerte de «pre-
figuración» de lo que viene ahora, aunque den de ello solo una vaga idea; en el fon-
do, se trata siempre de la acción de las mismas fuerzas sutiles inferiores, pero ahora
son puestas en obra con una fuerza incomparablemente mayor; y, cuando se ve cuán-
tas gentes están dispuestas a dar ciegamente toda su confianza a las divagaciones de
un simple «médium» solo porque son apoyadas por «fenómenos», ¿cómo sorpren-
derse de que la seducción actual sea ya casi general?
Por eso, hay que repetir que los «fenómenos», en sí mismos, no prueban na-
da en cuanto a la verdad de una doctrina o de una enseñanza cualquiera, y que
ese es el dominio por excelencia de la «gran ilusión», donde todo lo que se pre-
sente como signos de «espiritualidad» siempre puede ser simulado y falsificado
por el juego de las fuerzas inferiores; quizás es éste el único caso donde la imita-
ción puede ser perfecta, porque, de hecho, son los mismos «fenómenos», si to-
mamos esta palabra en su sentido propio de apariencias exteriores, los que se
producen en uno y otro caso, y porque la diferencia está solo en la naturaleza de
las causas que intervienen respectivamente en ellos, causas que la gran mayoría
de los hombres es incapaz de determinar; así pues, lo mejor que se puede hacer
es no dar ninguna importancia a todo lo que es «fenómeno», e incluso ver en ello
un signo desfavorable; ¿pero cómo hacer comprender esto a la mentalidad «ex-
perimental» de nuestros contemporáneos, mentalidad que, moldeada primero
por el punto de vista «cientificista» de la «antitradición», ha devenido finalmen-
te uno de los factores que más contribuyen al éxito de la «contratradición»?
1
Es llamativo hasta qué punto esta expresión de «nueva era» ha sido extendida y repetida en to-
dos los medios, con significaciones que pueden parecer bastante diferentes unas de otras, pero que
tienden todas a establecer la misma persuasión en la mentalidad pública.
2
San Mateo, XXIV, 24.
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
1
Sobre el Chakravartî o «monarca universal», ver El Esoterismo de Dante, p. 76, ed. francesa, y
El Rey del Mundo, pp. 17-18, ed. francesa —El Chakravartî es «el que hace girar la rueda», lo que
implica que está en el centro de todas las cosas, mientras que el Anticristo, al contrario, es el ser que
está más alejado de este centro; no obstante, pretende también «hacer girar la rueda», pero en sentido
inverso del movimiento cíclico normal, mientras que todo cambio en la rotación es imposible antes de
la «inversión de los polos», es decir, antes de la «rectificación» que solo puede ser operada por la
intervención del décimo Avatâra; pero, si es designado como el Anticristo, es porque parodia el papel
mismo de este Avatâra final, que es representado como la «segunda venida de Cristo» en la tradición
cristiana.
184
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
1
La antítesis de Cristo que dice: «Yo soy la Verdad».
2
«Quizás no se ha destacado suficientemente la analogía que existe entre la verdadera doctrina y
la falsa; San Hipólito, en su opúsculo sobre el Anticristo, da un ejemplo memorable de ella que no
sorprenderá a las gentes que han estudiado el simbolismo: el Mesías y el Anticristo tienen ambos por
emblema el león» (P. Vulliaud, La Kabbale juive, t. II, p. 373). —La razón profunda, desde el punto
de vista cabalístico, está en la consideración de las dos caras luminosa y obscura de Metatron; es
igualmente por lo que el número apocalíptico 666, el «número de la Bestia», es también un número
solar (cf. El Rey del Mundo, pp. 34-35, ed. francesa).
3
Hay aquí una doble significación que es intraducible: Mesîkh puede ser tomado como una de-
formación de Mesîha, por simple agregación de un punto a la letra final; pero, al mismo tiempo, esta
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
palabra quiere decir también «deforme», lo que expresa el carácter del Anticristo.
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Pensamos que no hay que insistir más en todas estas cosas; sería poco útil buscar
prever en detalle cómo será constituida la «contratradición», y estas indicaciones
generales son suficientes para aquellos que quieran hacer por sí solos su aplicación a
algunos puntos más particulares, lo que no entra en nuestro propósito. Con esto he-
mos llegado al término de la acción antitradicional que debe llevar a este mundo ha-
cia su fin; después de ese reino pasajero de la «contratradición», para llegar al mo-
mento último del ciclo actual, ya solo queda la «rectificación» que, al reponer súbi-
tamente todas las cosas en su sitio normal cuando la subversión parezca completa,
preparará inmediatamente la «edad de oro» del ciclo futuro.
187
RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
CAPÍTULO XL
El fin de un mundo
Todo lo que hemos descrito en este estudio constituye lo que se puede llamar los
«signos de los tiempos», según la expresión evangélica, es decir, los signos precurso-
res del «fin de un mundo» o de un ciclo, que solo aparece como el «fin del mundo»
para quienes no ven más allá de los límites de este ciclo mismo, error de perspectiva
excusable, pero que, por ello, no tiene consecuencias menos dolorosas, por los terro-
res que suscita en quienes no están suficientemente desapegados de la existencia te-
rrestre; y son esos los que se hacen con mucha facilidad esta concepción errónea, en
razón de lo limitado de su punto de vista. Ciertamente, puede haber muchos «fines
del mundo», puesto que hay ciclos de duración muy diversa contenidos unos en
otros, y puesto que la misma noción puede aplicarse siempre a todos los grados y a
todos los niveles; pero es evidente que son de importancia desigual, como los ciclos a
los cuales se refieren, y, sobre este punto hay que reconocer que el que consideramos
aquí tiene un alcance más considerable que otros, puesto que es el fin de un Manvan-
tara, es decir, de la existencia temporal de lo que se puede llamar una humanidad, lo
que, una vez más, no quiere decir que sea el fin del mundo terrestre mismo, puesto
que, por la «rectificación» que se opera en el último momento, este fin mismo devie-
ne inmediatamente el comienzo de otro Manvantara.
Aquí hay un punto sobre el que tenemos que explicarnos de un modo más preci-
so: los partidarios del «progreso» acostumbran a decir que la «edad de oro» no está
en el pasado, sino en el porvenir; la verdad es que, en lo que concierne a nuestro
Manvantara, está en el pasado, puesto que es el «estado primordial». No obstante, en
un sentido está a la vez en el pasado y en el porvenir, pero a condición de no limitar-
se al presente Manvantara y de considerar la sucesión de los ciclos terrestres, ya que,
en lo que concierne al porvenir, de lo que se trata es de la «edad de oro» de otro
Manvantara; así pues, está separada de nuestra época por una «barrera» que es in-
franqueable para los profanos que hablan así, y que no saben lo que dicen cuando
anuncian la próxima venida de una «nueva era» refiriéndola a la humanidad actual.
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Esto plantea otra cuestión conexa de la que diremos algunas palabras, aunque al-
gunas de las consideraciones precedentes aportan ya una respuesta implícita: ¿en qué
medida esos mismos que representan más completamente la «contrainiciación» son
conscientes del papel que desempeñan, y en qué medida son solo instrumentos de
una voluntad que les rebasa, y que ignoran, aunque están subordinados a ella? Según
lo que hemos dicho más atrás, el límite entre estos dos puntos de vista desde los cua-
les se puede considerar su acción, está determinado por el límite del mundo espiri-
tual, en el cual no pueden penetrar; pueden tener conocimientos tan extensos como se
quiera en cuanto a las posibilidades del «mundo intermediario», pero esos conoci-
mientos están siempre falseados por la ausencia del espíritu que es el único que pue-
de darles su verdadero sentido. Evidentemente, tales seres no pueden ser nunca me-
canicistas ni materialistas, y ni siquiera «progresistas» o «evolucionistas» en el senti-
do vulgar de estas palabras, y, cuando lanzan en el mundo las ideas que estas pala-
bras expresan, le engañan deliberadamente; pero esto solo concierne a la «antitradi-
ción», que para ellos es solo un medio y no un fin. Su error es de un orden más pro-
fundo que el de los hombres a los que «sugestionan» con tales ideas, ya que solo es
la consecuencia de su ignorancia de la verdadera espiritualidad; por eso es mucho
más difícil decir hasta qué punto pueden ser conscientes de la falsedad de la «contra-
tradición» que apuntan a constituir, puesto que pueden creer que en eso se oponen al
espíritu, tal como se manifiesta en toda tradición regular, y que están al mismo nivel
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Ello es también así cuando se considera el fin mismo del ciclo: desde el punto de
vista particular de lo que entonces es destruido, porque su manifestación está acabada
y agotada, este fin es «catastrófico», en el sentido etimológico en el que esta palabra
evoca la idea de una «caída» súbita e irremediable; pero, por otra parte, desde el pun-
to de vista en el que la manifestación, al desaparecer como tal, se encuentra reducida
a su principio en todo lo que tiene de existencia positiva, este mismo fin aparece co-
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
Hemos hablado primeramente como si los dos puntos de vista «benéfico» y «ma-
léfico» fueran en cierto modo simétricos; pero es fácil comprender que no hay nada
de eso, y que el segundo solo expresa algo inestable y transitorio, mientras que lo que
representa el primero es lo único que tiene un carácter permanente y definitivo, de
suerte que el aspecto «benéfico» prevalece finalmente, mientras que el aspecto «ma-
léfico» se desvanece enteramente, porque, en el fondo, solo es una ilusión inherente a
la «separatividad». Pero entonces ya no se puede hablar de «benéfico», ni tampoco
de «maléfico», en tanto que estos dos términos son correlativos y marcan una oposi-
ción que ya no existe, puesto que, como toda oposición, pertenece solo a un dominio
relativo y limitado; desde que es rebasada, hay solo lo que es, y no puede no ser, ni
ser otro que lo que es; y es así como, si se quiere llegar hasta la realidad del orden
más profundo, se puede decir que «el fin de un mundo» no es y no puede ser nunca
otra cosa que el fin de una ilusión.
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ÍNDICE
PREFACIO ..................................................................XX
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RENÉ GUÉNON, EL INMINENTE FIN DE LOS TIEMPOS
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