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[.a otra forma es más complicada y todavía no aplicable a todos los pacientes,
j)ero mucho m;ís segura. Consiste en reemplazar las "medidas pedagógicas por
interpretaciones analíticas. En lugar de inducir al paciente al análisis mediante
el con.sejo, la admonición y las maniobras transferenciales, concentramos
nuestra atención en su conducta real y en el signilicado de la misma: por que
duda, llega tarde, habla de manera altanera o confusa, o comiuuVa sc)lo uno de
cada tres o cuatro pensamientos, por cjué critica el análisis p ])roduce material
excepcionalmente abundante, o bien material proveniente de profundidades
excepcionales. Si, por ejemjilo, un paciente habla en forma altanera, en términos
técnicos, podemos tratar de convencerle de que eso no conviene al progreso del
análisis, cjue mejor renuncie a esa manera de hablar y adopte otra, por el bien
de su análisis. O podemos dejar de lado todo intento de persuasicín y esperar
hasta c;omprender por qué el paciente se comporta de esta y no de otra manera.
Quizá descubramos entonces que su comportamiento es un intento de compensar
un sentimiento de inferioridad ante el analista y podamos influir sobre él
mediante una interpretación consecuente del significarlo de su proceder. Este
procedimiento, a diferencia del mencionado en primer término, está en total
acuerdo con el principio del análisis.
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Otra distinción que pierde importancia desde el punto de vista del análisis del
carácter, es la que separa neurosis crónicas —esto es, neurosis desarrolladas en
la infancia— y neurosis agudas, desarrolladas más tarde. Pues lo importante no
es si los síntomas hicieron su aparición temprano o tarde, lo importante es que
el carácter neurótico, la base de reacción para la neurosis sintomatológica,
estaba ya formado en sus rasgos esenciales en la época de la fase edípica. La
experiencia clínica nos ha hecho ver desde hace mucho tiempo que la línea
fronteriza establecida por el paciente entre la salud y el estallido de la
enfermedad resulta siempre borrada durante el análisis. Como la formación de
síntomas no sirve como criterio distintivo, deberemos buscar otros. Existen en
primer lugar el conocimiento intuitivo de la enfermedad y la racionalización. La
falta de comprensión, de la enfermedad no es un indicia absolutamente seguro,
pero sí esencial, de la neurosis caracterológica. El síntoma neurótico se
experimenta como un cuerpo extraño y crea una sensación de estar enfermo. En
cambio el rasgo neurótico de carácter, tal la exagerada tendencia al orden del
carácter compulsivo o la angustiaila limidcz http://psikolibro.blogspot.com
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O modo de ser. Disecar éste no es tan fácil como analizar el síntoma; no
obstante, en principio, al igual que al síntoma, cabe reducirlo a impulsos y
experiencias infantiles, y comprenderlo a través de ellos. Mientras el síntoma
corresponde esencialmente a una sola experiencia o esfuerzo, el carácter
representa el modo específico de ser de un individuo, una expresión de la
totalidad de su pasado. Por este motivo, un síntoma puede desarrollarse en forma
repentina, mientras cada rasgo individual de carácter requiere años para su
formación. /\1 decir esto, no debemos olvidar que el síntoma no podría haberse
desarrollado repentinamente, a menos de contar con su base caracterológica de
reacción neurótica. En el análisis, la totalidad de los rasgos neuróticos de
carácter se hace sentir como un mecanismo de defensa compacto, que se opone
a nuestros embates terapéuticos. L,'d exploración analítica del desarrollo de
esta "coraza" caracterok')gica muestra que también sirve a una finalidad
económica definida: por una parte, es protección contra los estímulos
provenientes del mundo exterior; por otra, defiende de los impulsos libidinales
internos. La coraza caracterológica puede desempeilar esta tarea porque las
energías libidinales y sádicas se consumen en las formaciones reactivas
neuróticas, en las compensaciones y en otras actitudes neuróticas. En los
procesos que forman y mantienen esta c:oraza hay un constante ligar de la
angustia, tal como ]jor ejemplo sucede —conforme a la descripción de Freud—
en los síntomas compulsivos. Más adelante volveremos a referirnos a la economía
de la formación del carácter.
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Aquí estaba, pues, su agresión suprimida, cuya manifestación más extrema había
sido hasta ahora sus deseos de muerte. Sin embargo pronto la resistencia
reapareció en la misma forma anterior, se produjeron las mismas quejas, la
misma reserva, el mismo silencio. Pero ahora yo sabía que mi descubrimiento le
había impresionado sobremanera, lo que había aumentado su actitud femenina;
esto, por supuesto, resultó en una intensificada defensa contra la feminidad. Al
analizar la resistencia, volví' a partir del sentimiento de inferioridad ante mí,
pero ahora profundicé la interpretación afirmando que no sólo se .sentía inferior
sino que, debido a su inferioridad, se sentía ante mí en un papel femenino que
hería su orgullo masculino. Si bien antes el paciente había presentado abundante
material vinculado con su actitud femenina hacia los hombres masculinos, y había
tenido plena visión de este hecho, ahora lo negaba todo. Esto constituía un nuevo
problema. ¿Por qué se negaría ahora a admitir lo que antes él mismo describiera?
Le dije que se sentía tan inferior que no quería aceptar de mí explicación alguna,
aunque eso implicara retractarse. Comprendió la verdad de esta afirmación y se
refirió a la relación con su amigo, extendiéndose sobre ella con cierto pormenor.
Desempeñaba realmente el papel femenino y habían tenido a menudo relación
sexual entre las piernas. Ahora pude demostrarle que su actitud defensiva en el
análisis no era sino la lucha contra el hecho de entregarse al análisis, lo cual,
.para su inconsciente, se vinculaba al parecer con la idea de entregarse al analista
en ima manera femenina. Eso hería su orgiillo y
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ANÁLISIS DEL CARÁCTER 65
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infancia; volvió a aludir a la atención que la madre dedicara a ejse hermano sin
mencionar, sin embargo, ninguna actitud subjetiva al respecto. Como lo demostró
un cauteloso acercamiento a la cuestión, la envidia al hermano estaba
completamente reprimida. Al parecer, esta envidia se asociaba en forma tan
estrecha con un odio intenso que ni siquiera se le permitía llegar a la conciencia.
Abordar este problema provocó una resistencia de particular violencia, que duró
varios chas y tomó otra vez la forma de sus estereotipados lamentos acerca de
su incapacidad. Como la resistencia permanecía incólume, debíamos suponer que
había aquí un rechazo particularmente agudo de la persona del analista. Le pedí
una vez más que hablara libremente y sin temor tlel análisis y en particular del
analista, y me contara qué impresión le había producido yo en ocasión de nuestro
primer encuentro.* Al cabo de grandes vacilaciones, dijo que le había parecido
muy masculino y brutal, un hombre absolutamente despiadado con las mujeres.
Le pregunté entonces cuál era «u actitud hacia los hombres que le dalian la
impresión de ser potentes.
Esto sucedió hacia el fin del cuarto mes de análisis. Ahora, por primera vez,
irrumpió esa actitud reprimida hacia el hermano, que guardaba la más estrecha
relación con su actitud translerencial más perturbadora, la envidia de la
potencia. Con gran alecto, lecordó haber condenado siempre al hermano por
estar de continuo persiguiendo mujeres, seduciéndolas y jactándose luego de
ello. Yo le había recordado de inmediato al hermano. Le explique que
evidentemente veía en mí a su hermano potente y que no podía abrirse ante mí
porque me condenaba y porque mi supuesta superioriclad le hería tal como solía
herirle la del hermano; además, ahora resultaba claro que la base de su
sentimiento de interioridad era un sentimiento de impotencia. Sucedió entonces
lo que uno siempre ve en un análisis correcta y consecuentemente llevado a cabo:
el elemento central de ¡a resistencia caracterológica ascendió a la superficie. De
pronto recordó haber comparado muchas veces su pene pequeño con el de gran
tamaño de su hermano, y con qué intensidad le envidiara por ello. Como cabía
esperar, se presentó una nueva ola de resistencias; otra vez el lamento: "No
puedo hacer nada". Pude ahora ir algo más allá en la interpretación y mostrarle
que estaba haciendo un acting out de su impotencia. Su reaccicm fué totalmente
inesperada. Refiriéndose a mi interpretación de su desconfianza, dijo por
primera vez que nunca había creído a persona alguna, que en nada creía y
probablemente tampoco en el psicoanálisis. Esto era, por supuesto, un
importante paso adelante, ])ero la conexión entre esa aseveración y la situación
analítica no estaba del todo clara. Durante dos horas habló de las numerosas
decepciones por él experimentadas y creyó que constituían una explicación
racional de su desconfianza. Volvió a aparecer la antigua resistencia; como no
resultaba claro cu;il hain'a sido esta ve/, el factor precipitante! aie mantuve a
la espera. El antiguo comportamiento continuó varios días. Sólo volví a
interpretar aquellos elementos de la resistencia con los cúsales me hallaba bien
lamiliari/ado. Luego, de pronto, apareció un nuevo elementíj tic la resistencia:
dijo tener miedo al análisis porque podría despojarle de sus ideales. La situación
volvía a aclararse. Había transferido su angustia de castración desde el hermano
hacia mí. Me temía. Por siqniesto, no aludí a su angustia de castración; volví a
partir en cambio de su sentimiento de inferioridad y su impotencia,
preguntándole si sus elevados ideales no le lia( ían sentirse stqjcrior y mejor
(jue todos los demás. Lo admitif) abiertamente; m;ís aún, dijo ser en verdad
mejor que todos (juiencs pasaban su tiempo persiguiendo nnijeres y viviendo
sexualmeiue (omo los am'males. Agregó sin embargo (|ue este sentimiento se
veía demasiado a menudo ])erturbado por el sentimiento de impotencia y (jue al
])arecer no había llegatlo a reconciliarse del todo con su debilidad sexual. Pude
mostrarle entonces la manera neurótica en cjue trataba de superar su
sentinn'ento de impotencia: estaba tratando de recuperar ini seruimiento de
])oten<ia en el dominio de los ideales. Le hice ver el mecanismo de compensación
y le .señalé su secreto sentimiento de superioridad: no s(')lo se consideraba, en
secreto, mejor y más inteligente que los demás;, por este mismo motivo se
resistía al análisis. Pues si el tratamiento tenía cíxito, significaría haber
recinrido a la ayuda de alguna otra jjersona y haber vencido su neurosis, cuyo
secreto placer acababa de ser cleseruerrado. De.sde el pinito de vista de la
neurosis, esto sería una derrota c]ue además, ])ara su inc;onsc:iente, significaría
convertirse en una nuijer. Kn esta forma, partiendo del yo y sus mecanismos de
defensa, preparé el terreno ])ara una iiuerpretación del complejo de castración
y de la fijacicHi femenina.
El análisis del carácter había logrado, jjues, penetrar desde su modo de conducta
directamente hasta el centro de la nein"osis, su angustia de castración, la envidia
hacia el hermano debido al favoritismo de la madre, y la decepción sufrida con
ésta. Lo importante no es acjuí cjue estos elementos inconscieiues ascendieran
a la superficie; eso ocurre a menudo en forma espontánea. Sí lo es la sucesión
lc)g¡ca en que se presentaron y el estrecho contacto con la defensa yoica y la
transferencia: además, esto tuvo lugar acompañado de los corres])ondientes
afectos. Esto es lo cpie constituye un análisis del carácter consecuente: es una
minuciosa elaboración de los conflictos, asimilada por el yo.
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tiendo en la función defensiva. El desenlace final hubiera sido una útuí^ ción
caótica, el típico cuadro de desesperanza de un análisis rico en interpretaciones
y pobre en resultados. Algunos meses de trabajo paciente y persistente sobre
su defensa yoica, en particular sobre la forma de esta defensa (quejas, manera
de hablar, etc.), elevó el yo al nivel necesario para asimilar lo reprimido, aflojó
los afectos y los desplazó hacia las ideas reprimidas. No se puede decir, por lo
tanto, que en este caso hubiesen sido factibles dos técnicas distintas; existia
una sola posibilidad si se deseaba modificar al paciente dinámicamente. Confío
que este caso aclare el diferente concepto de la aplicación de la teoría a la
técnica. El criterio más importante para un análisis ordenado es plantear pocas
interpretaciones, consecuentes y que hagan al caso, en lugar de numerosas
interpretaciones poco sistemáticas y que no tomen en consideración el elemento
dinámico y económico. Si no nos dejamos desorientar por el material, si en cambio
valoramos correctamente la posición dinámica y el papel económico de ese
material, llegamos a él más tarde, es cierto, pero más a fondo y con mayor afecto.
El segundo criterio es establecer siempre la conexión entre la situación actual y
la situación infantil. Mientras en un comienzo los diversos elementos del
contenido coexisten lado a Iddo sin orden alguno, esto se va transformando en
una sucesión lógica de resistencias y contenidos, sucesión determinada por la
dinámica y estructura de la neurosis individual. Con una interpretación poco
sistemática, uno debe partir luia y otra vez, adivinando más que conociendo el
camino a seguir; en el caso del trabajo caráctero-analítico sobre las resistencias,
en cambio, el proceso analítico se desarrolla como por sí solo. En el primer caso,
el análisis se desenvolverá sin tropiezos en sus comienzos, sólo para caer
progresivamente en más y más dificultades; en el segundo, las mayores
dificultades se encuentran en las primeras semanas y meses del tratamiento,
para dejar paso en forma progresiva a un trabajo sin tropiezos, aun con un
material profundamente reprimido. El destino de cada análisis depende de su
introducción, vale decir, del torréelo o incorrecto manejo de las resistencias. El
tercer criterio es pues el de no atacar el caso en este o aquel punto por
casualidad tangible, sino en el punto que oculta la defensa yoica más esencial; el
ensanchamiento sistemático de la brecha lograda en el inconsciente, y la
elaboración de esa fijación infantil que es, afectivamente, la de mayor
importancia en cualquier momento dado. Una determinada posición inconsciente
que se manifiesta en un sueño o en una asociación puede tener una significación
central para la neurosis y aun así en un momento dado carecer de importancia
con respecto a su significación técnica. En nuestro paciente, la actitud femenina
hacia el hermano tenía una importancia patogénica central; sin embargo, en los
primeros meses el problema técnico fué el temor a perder esa compensación de
la impotencia que los ideales elevados representaban. El error cometido por lo
común es el de atacar el punto patogénico central de la neurosis, que por lo
general se manifiesta de alguna manera en el comienzo mismo del tratamiento.
Lo que debe atacarse en cambio son las respectivas posiciones importantes
actviales
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que, con un trabajo sistemático, una tras otra, conducen por necesidad a la
situación patogénica central. Es importante por lo tanto, y en muchos casos
decisivo, cómo, cuándo y de que lado nos adelantamos hacia el punto central de
la neurosis. Lo que hemos descrito aquí como análisis del carácter encaja sin
dificultad en la teoría de Freud sobre las resistencias, su formación y disolución.
Sabemos que toda resistencia consiste en un impulso del ello cuyo desarrollo se
trata de impedir y un impulso del yo a cargo de esa tarea. Ambos impulsos son
inconscientes. En principio, entonces, pareceríamos estar en libertad de
interpretar primero ya sea el impulso del ello o el impulso del yo. Así, por ejemplo,
si al comienzo mismo del análisis aparece una resistencia homosexual bajo la
forma de guardar silencio, podemos encarar el impulso del ello diciendo al
paciente que le ocupan pensamientos acerca de amar al analista o de ser amado
por él; hemos interpretado su transferencia positiva y si el paciente no escapa,
pasará en el mejor de los casos un largo tiempo antes de que pueda aceptar idea
tan prohibida. El mejor camino es pues encarar primero la defensa del yo.
relacionada más de cerca con el yo consciente. Diremos al paciente en un
comienzo sólo que guarda silencio porque —"por una 11 aira razón", vale decir,
sin tocar el impulso del ello— se defiende contra el anáHsis, presumiblemente
porque se ha convertido en peligroso para el. En el primer caso, hemos afrontado
el aspecto del ello; en el segundo, el asy)ecto yoico de la resistencia, la defensa.
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tencias desde el lado dc la defensa, desde el lado del yo, incluiremos eí-^ el
análisis el carácter neurótico. En el primer caso, enunciamos de inmediato lo que
e] paciente esquiva. En el segundo, primero le aclaramos el hecfio de que esquiva
"algo"; luego, cómo lo hace, cuáles son los medios de defensa (análisis del
carácter) ; sólo al final, cuando el análisis de la resistencia ha progresado lo
suficiente, se le dice —o lo descubre por si solo— que es lo que evita. En este
largo desvío hacia la inleipretación de los impídsos del ello, se han analizado todas
las actitudes correspondientes del yo. Esto elimina el ]oeligro de que el paciente
aprenda algo demasiado temprano, o que continiie sin alecto y sin participación.
Los análisis en los cuales se concentra tanta atención en las actitudes, siguen un
curso más ordenado y lógico, mientras la investigación teórica no sufre en lo más
mínimo. Las experiencias infantiles importantes, se obtienen más tarde, es
cierto; pero esto se ve más que compensado por la vividez emocional con la cual
el material infantil surge después del trabajo analítico sobre las resistencias
caracterológicas. Por otra parte, no debiéramos dejar de mencionar ciertos
asjjectos poco placenteros de un análisis consecuente del carácter. Constituye
mía carga mucho más pesada para el paciente: éste sufre mucho m;ís (pie cuando
se deja el carácter fuera de consideración. Es cierto, esto tiene la ventaja de
un proceso selectivo: quienes no pueden soportarlo no habrían logrado éxito
alguno de todas maneras, y es mejor descubrirlo al cabo de pocos meses que al
cabo de algunos años. La experiencia muestra que si la resistencia
caracterológica no cede, no caljc csper:ir un resultado satisfactorio. La
superación dc la resistencia caraclerológica no significa que el carácter se
motlifique; esto, por supuesto, sf)lo es ])osible des]iucs del análisis de sus
fuentes infantiles. Superar la resistencia no significa sino que el paciente ha
adquirido luia visión objetiva de su carácter y un interés analítico en él; una vez
logrado esto, el progreso favorable del análisis es probable.
La situación era difícil. Fuera de los pocos datos generales acerca de su infancia,
nada sal)ía de él. Todo lo que tenía, por lo tanto, eran sus modalidades de
comportamiento en el análisis. Durante algún tiempo me limité a esperar para ver
qué sucedería, pero su conducta permaneció invariable unas dos semanas. Luego
recorclé que la intensificación de su sonrisa se había producido en la época en
que yo había detenido sus agresiones. Traté de hacerle comprender el
significado de su sonrisa a este respecto. Le dije que sin duda su sonrisa
significaba muchas cosas, pero en el momento presente era una reacción ante la
cobardía mostrada por mi instintiva retirada. Reconoció que bien podría ser así,
pero que él continuaría Sonriendo. Habló de cosas sin importancia y se mofó del
análisis manifestando que no podía creer nada de lo que yo le decía. Resultaba
cada vez más claro que su .sonrisa servía de protección contra el análisis. Así se
lo dije repetidas veces durante varias sesiones, pero transcurrieron semanas
antes de que tuviese un sueño relacionado con una máquina que cortaba en trozos
pequeños una larga pieza hecha de ladrillos. La relación de este sueño con la
situación analítica era tan poco clara que no produjo asociación alguna. Por último,
el paciente dijo que, después de todo, el sueño era muy sencillo, se trataba
evidentemente de] complejo de castración. . . y sonrió. Le dije que su ironía era
un intento de desconocer 'la indicación dada por el inconsciente a través
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Podría objetarse una vez más que si bien el manejo técnico del caso fué
absolutamente correcto, mis argumentos no se entienden, que todo esto era
evidente y nada nuevo, que en esta forma trabajaban todos los analistas. Es
cierto, el principio general no es nuevo: no es sino la aplicación consecuente del
análisis de la resistencia. Muchos años de experiencia en el Seminario Técnico
mostraron, sin embargo, (|ue los http://psikolibro.blogspot.com
Las dificultades 'de los casos presentados en el Seminario eran de índole muy
similar: se trataba siempre de la misma subestimación o del completo abandono
del comportamiento como material interpretable; era una y otra vez el intento
de eliminar la resistencia partiendo desde el ello en lugar de hacerlo mediante
el análisis de la defensa del yo; y por último, http://psikolibro.blogspot.com
/o WILHELM REICH
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/) Sobre las condiciones óptimas para la reducción analítica del tnaterial actual
al nivel infantil. Como la interpretación consecuente de la conducta abre de modo
espontáneo el camino hacia las fuentes infantiles de la neurosis, svnge una nueva
pregunta: ¿existen criterios para indicar cuándo debe tener lugar la reducción
de los modos actuales de conducta a sus prototipos infantiles? Esta reducción,
lo sabemos, es una de las tareas cardinales del análisis, pero esta formulación es
demasiado general para aplicarla en la práctica cotidiana. ¿Debe hacerse tan
pronto como aparecen los primeros indicios del correspondiente material
infantil, o existen ra/ones para postergarlo hasta cierto momento, más
adelante? En primer lugar, debe señalarse que en muchos casos la finalidad de
la reducción —disolución de la resistencia y eliminación de la amnesia— no se
cumple: no existe sino una comprensión intelectual, o bien la reducción se refuta
planteando dudas. Esto se explica porque —como en el caso de hacer conscientes
las ideas inconscientes— el proceso tópico es completo sólo si está combinado
con el proceso dinárnico-afectivo del volverse consciente. Esto requiere el
cumplimiento de dos condiciones: primero, las resistencias principales deben por
lo menos ablandarse; segundo, la idea que ha de hacerse consciente —o, en el
caso de la reducción, ha de entrar en una nueva asociación— debe llegar a
cargarse con determinado mínimo de afecto. Ahora bien, sabemos que los
afectos han sido por lo general separados de las ideas reprimidas y ligados a las
resistencias y conflictos transferenciales agudos. Si ahora reducimos la
resistencia a la situación infantil existente antes de haberse desarrollado
plenamente, y lo hacemos tan pronto como existe sólo un rastro de su origen
infantii, no habremos utilizado a fondo sus energías afectivas; sólo habremos
interpretado el contenido de la resistencia, sin haber movilizado también el
correspondiente afecto. Vale decir, las consideraciones ilinámicas
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al análisis. ¿Mas que sucede con los casos cuyo carácter admite desde el primer
momento la producción de amplio material mnémico? ¿Requieren también estos
casos el análisis del carácter, tal como aquí se lo describe? Esta pregunta podría
contestarse por la negativa si existieran casos sin coraza caracterológica. Pero
como no existen, como el mecanismo de protección narcisista se convierte
siempre en resistencia caracterológica —tarde o temprano, con diversa
intensidad y proíundidad— no hay diferencia fundamental en los casos. La
diferencia práctica, con todo, es la siguiente: en casos como los descritos más
arriba, el mecanismo de ¡)rotección narcisista se halla en la superficie y aparece
como resistencia de inmediato, mientras en otros se halla en capas más
profundas de la personalidad, de suerte que no llama nuestra atención en un
comien/o. Pero son éstos, precisamente, los peligrosos. En los primeros, uno sabe
contra qué lucha. En los últimos, a menudo cree durante un lapso prolongado que
el análisis progresa satisfactoriamente, pues el paciente parece aceptarlo todo
con gran facilidad, muestra reacciones rápidas a las interpretaciones del
analista, e incluso parece mejorar. Mas es en estos pacientes con quienes uno
experimenta las peores desilusiones. El análisis ha sido realizado, pero el éxito
final no se materializa. Uno ha planteado todas sus interpretaciones, parece
haber hecho completamente consciente la escena primaria y todos los conflictos
infantiles; sin embargo, el análisis se empantana en una repeticié)n vacía,
monótona, del material antiguo, y el paciente no mejora. Peor aún, un éxito
transferencial puede engañarnos en cuanto al verdadero estado de cosas y quizá
el paciente vuelva con una recaída total, al poco tiempo de habérsele dado de
alta.
.sreUNDA PARTE