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Pero de bulto, interpretado sin asombro, este proemio del Estado Comunitario lleva una
antinomia. Borra con el codo lo que escribe con la mano. Contribuye a divulgar prejuicios de la
política cotidiana, como creer que la algarabía de los consejos comunales sustituye las
funciones parlamentarias y las mejora. No que la “democracia de base” no importe. Y mucho.
No que los representantes de los partidos desluzcan. Y mucho.
Nuestra lectura propone apenas un rostro. El Estado Comunitario intenta defender intelectual y
políticamente el antiguo orden del mundo y batallar contra las embestidas de una patria
fragmentada. Deplora el derrumbe de los valores y la pérdida de significado de lo nacional. Lo
cual explica las cuatro estrategias que integran el Plan: “seguridad democrática” o conversión
del ciudadano en vigilante e informante; “ajuste económico” o más sudor y lágrimas; “equidad
social” cada uno creador de microempresa; “reforma del Estado” o limpieza y eficiencia.
Kant nos ayuda a concluir. En defensa de una constitución republicana y contra una visión
paternalista del rey que ve súbditos en lugar de ciudadanos, dice el filósofo: “En una
constitución donde los súbditos no son ciudadanos del Estado, que no es por tanto republicana,
el jefe del Estado no es miembro, sino propietario del Estado, y sus residencias de verano, no
se verán perjudicados en lo más mínimo por la guerra, la justificación de la misma estará a
cargo del cuerpo diplomático, siempre dispuesto a hacerlo”. Son riesgos evidentes también del
Estado Comunitario.