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Análisis de una obra desde una perspectiva hermenéutica

Obra: Spomenik1 en la ciudad de Tjentište, Bosnia y H.


Autor: Miodrag Živković, serbia | Año: 1971

‘No se trata de cuidar los monumentos en el sentido de conservarlos; se trata de una interacción
constante entre nuestro presente, con sus metas, y el pasado que también somos’2

Pontificia Universidad Católica De Chile


Diplomado Estética y Filosofía 2014
IVª Unidad: ‘Estética Moderna: Arte y Conciencia’
Profesor: L. Mariano de la Maza
Autor: Alejandra Domínguez, octubre ‘14

                                                                                                               
1
Spomenik: monumento en idioma serbo-croata.
2
H-G. Gadamer, ‘La actualidad de lo bello’ (1991) Pág. 117.
3
Jan Kempenaers © Spomenik: The End of History.

 
Comenzando con un extracto literal de la palabra monumento(2), se introduce la presente forma brutalista
levantada en la década del 70 en ex Yugoslavia, la misma que se muestra como alas geométricas de cemento, de
rincones quebrados por hermosos ángulos, o una suerte de perfiles de rostros. ¿Un gran pedazo de cemento?
¿Una prolongación de las montañas rocosas del fondo? ¿Una idea de velocidad hecha sólido? Es cierto que dan
ganas de acercarse y tocar sus frías paredes. Se tiene al frente el Spomenik de Tjentište –de los muchos que
hubo, quedando hoy solo algunos– construido en el mismo país que se desintegró en los noventa. Hoy
Yugoslavia no existe, sí existen sus ruinas, y también sus discursos hechos materia, como éste.

El proyecto fue erguido en conmemoración a la ‘La Batalla del Sutjeska’ al sureste de Bosnia en 1943, un ataque
–y fracaso– de las Potencias del Eje hacia la fuerza partisanas. Es considerada para la historiografía yugoslava
como una de sus más grandes victorias y a la vez de una pérdida humana significativa. La obra fue concebida por
el escultor M. Živković, ¡el mismo que había estado el año anterior en Chile, seis meses a cargo del monumento a
los inmigrantes yugoslavos! (lo menciono sólo por el hecho de situar otra perspectiva de mirada frente a la
forma presentada, desde el monumento de Punta Arenas, el autor ahí, en otro entorno, distinto a lo que su país
vivía) Hay ahí, dentro de ella, algo más allá de un monumento conmemorativo: ¡es discurso! Yace en el lugar,
abandonado por su sistema materno, el que alguna vez le dio vida, pero aún así sigue hoy latente. Es un pedazo
de voz: el lenguaje es limitado, recordémoslo. Para bien o mal del sistema, vemos la complejidad de manifestar
en un discurso –o un conjunto de palabras– cierto mensaje esperanzador, que habla de progreso, ¿de cierta
libertad parecida a una forma natural? Sería medio incoherente para los oídos, una especie de corriente de la
conciencia… construcción, forma natural, cemento, ‘vamos todos juntos’, estructura, luminoso, alto… son
palabras llevadas a algo más, representadas ahí, dentro de su forma.

Retomemos el contexto: este país como una suerte de utopía para muchos, que tomó un eje autoral, alejado de
lo aires soviéticos, retirado de hecho del Komintern. El país de las vacaciones garantizadas, de los paseos de
trabajo a la costa, de las fiestas coloridas, de los hoteles modernistas, de los nuevos edificios en la ciudad.
También hubo masacres, sí, pero lo que prevalece por lo menos en la visualidad yugo-nostálgica, es este
imaginario del bienestar. El spomenik lo acentúa. Estos pedazos de poder se encuentran dispersos en la
naturaleza abierta de ex Yugoslavia, un encuentro esporádico con la máquina cuna que dio origen a ese tiempo, a
esa conformación de país.

Esta obra al ser encargada tuvo por tarea el diferenciarse de las imperativas esculturas realistas soviéticas:
hagamos no más que formas extrañas, detalles de células, cristales, pétalos y ángulos interesantes. No hay
martillos ni bustos de autoridades políticas, es una forma neutra que no se refiere a nada más que a ella misma.
Pero esta forma de aspecto natural conserva una esencia que desmantelar.

Miren el pasadizo de entrada, ese preámbulo de cemento sobre lo agreste, que ahora es parte del entorno, y
convive con los pastos crecidos. La forma modernista está medio abandonada a la naturaleza, correspondiendo
más a ella que a lo que alguna vez perteneció. Pero no quita que su representación –su voz– esté ahí, en su
facticidad misma. Ni la naturaleza circundante puede lograr que sea una mera alegoría hecha cemento, porque es
algo, es poder e idea, es diferenciación, es el amparo del sistema; a pesar de que sus millones de visitantes
partisanos ya se esfumaron, y aunque hoy son muchos los que con ojos esnobistas lo visitan, siendo para ellos
casi inteligible, otros un par de nostálgicos del sistema pasado. Alguna vez hubo estudiantes ahí presentes,
uniformados, alegres, haciendo ronda quizás alrededor de ella. Hoy, también hay personas que repelen su razón
de ser. Pero a pesar de toda aquella actividad circundante, la forma contiene algo, y que se actualiza en cada
situación temporal. Desde esa forma que recuerda un hecho particular, incrustada en su historicismo, a una
forma que representa el sistema y el orgullo, a otra forma de un pasado obsoleto, de un país que dejó de existir,
así también como una mera forma brutalista que ‘algún presidente extravagante’ mandó a construir, así como las
vueltas ulteriores que tendrá esta conformación. ¿Habrá una intención de haber querido dejar nostalgia antes
de? ¿Haber querido hacer futuro, en ese presente? Es como si mantuviera un núcleo de cemento fresco, todavía
vivo y que se ilumina con la presencia de los jugadores y su disposición a adentrarse al juego de su comprensión.
El frío del cemento, la naturaleza abierta que otorga cierta característica de algo que llena el espíritu en
solemnidad de lo que representa. Prestemos oído al mensaje, recorrámoslo, demos vuelta sus puntas angulosas,
reflexionemos en torno a su concreto gris, brutal y a la vez atractivo.

Busquemos ese algo en común que trasciende a la visión del nostálgico yugoslavo, del opositor al sistema que lo
concibió, del espectador ajeno a eso, del arquitecto maravillado o del esnob. Ante todo esto, hay fiesta, hay
ruptura temporal, hay unión, ese estar ahí frente, suprimiendo toda representación de una meta hacia la que se
estuviera caminando, como nos indica Gadamer. Los que vendrán también serán potenciales captadores de
atisbo de esa verdad, quizás el transcurso de la historia produzca algo donde surja un vínculo poderoso con este
objeto, algo inesperado. ¡Que alguien despierte al autor! Para que vea cómo se llenan de a poco los espacios por
rellenar y a la vez cómo habita todavía su esencia dentro de su gran cuerpo de concreto, el material que habla de
progreso por excelencia.

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