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Pavlovsky
J. C. de Brasi - O. Albizuri de García
A. M. Fernández - A. M. del Cueto - D. Bermejo
N. Fatala - D. Janin - M. A. Massolo - L. Herrera
M. Percia - D. Szyniak
LO GRUPAL 3
K.01 L832I
Lo grupal 3
x¿3»r
EDICIONES BUSQUEDA
RUENOS AIRES _ ARGENTINA
INDICE
y
I. GRUPALIDAD Y SOCIEDAD
EDUARDO PAVLOVSKY
iJ °o
líenos de verdad y de teoría y aprendamos los unos de los
otros desde nuestros tímidos balbuceos. Al fin y al cabo
la certeza clínica de nuestra operatividad, hace que nues-
tro balance, a medida que tenemos más experiencia, se
vuelva más balbuceante, menos recortado, menos om-
nipotente.
A medida que conocemos más, nos damos cuenta de
nuestras limitaciones, a medida que incorporamos más
conocimientos, somos más concientes del frágil campo en
el que nos movemos, de la cantidad de factores que atra-
viesa nuestro campo clínico operativo. Si recordamos la
omnipotencia de la institución oficial del psicoanálisis de
los años 60 —rectora de la psicoterapia en Latinoaméri-
ca— podemos ahora decir con tranquilidad que la actual
situación de la psicoterapia es más realista, menos ven-
dedora de ilusiones. En esa época el tener buena vida se-
xual, buena situación económica eran parámetros tenidos
en cuenta para evaluar el grado de salud mental.
La arrogancia y la omnipotencia, parecen quedar aho-
ra reducidas a algunos grupos casi religiosos en la creen-
cia de un inconciente metafísico.
Podemos entrever que es la experiencia clínica la
única que debe guiar y orientar nuestro campo de espe-
ranza y de incertidumbre en nuestra profesión.
La verdad es que estamos más humildes, más dis-
puestos a escucharnos y aprender los unos de los otros,
aún a riesgo de darnos cuenta que nos hemos equivocado
mucho. Es que nos han pasado demasiadas cosas y los
que todavía tenemos el privilegio de haber quedado con
vida, necesitamos aprender de la experiencia.
Por eso me animo a balbucear, escéptico en los gran-
des discursos de las grandes verdades donde ya nadie cree
a nadie. Creo que estaremos más fuertes en la medida en
que tengamos conciencia de nuestro nivel de limitaciones.
La omnipotencia de antes era regresiva-defensiva; cada
uno en su castillo, refugiados en múltiples grupos objetos
dependiendo de órdenes exteriores. Yo creo que existe
eso todavía. Pero la gente joven es dueña de otra ética,
menos mistificadora y nos enseña día a día que este tra-
bajo artesanal que es la Psicoterapia de grupo, y el Psi-
eodrama, sólo podrá crecer en la medida en que nosotros
los terapeutas, psicólogos, psicodramatistas, asistentes so-
ciales, sociólogos, psicólogos sociales, psicoanalistas, an-
tropólogos, etc. nos comuniquemos nuestras experiencias;
pero no sólo los brillantes y exitosos trabajos o mostra-
ciones de los Congresos, sino también que hablemos de
nuestros balbuceos y de nuestras grandes dudas e incerti-
dumbres y fracasos.
Sabemos que aislados perdemos siempre. Ya nadie
cree en la eficacia terapéutica de una sola disciplina o
técnica. Sabemos que hacemos lo que podemos. La dic-
tadura desarticuló la posibilidad de esta forma amplia de
comunicación en todos los sentidos y en todos los niveles
posibles. Dicho de otro modo, según Guattari, la cura en
lugar de tener como único soporte y símbolo el poder ca-
rismático del médico, se distribuye por transferencias en
diversos tipos de instituciones, relevos y delegaciones de
poder. Allí es donde somos agente de cambio social, de lo
contrario cada uno a su boliche a hacer lo suyo, lo privado.
Eso es lo que han intentado hacernos. Desarticular nues-
tra potencia como analizadores sociales. De lo que entre
todos somos capaces de develar y de descubrir, de por qué
la gente realmente se enferma. Lo que quieren es que
nos atomicemos.
Quieren que cada uno de nosotros tenga grupos de es-
tudio y que de esos grupos de estudio salgan coordinadores
de otros grupos de estudio, y así sucesivamente. No nos
quieren como analizadores sociales. Fue interesante obser-
var durante la represión la cantidad de instituciones de
enseñanza de psicoanálisis y psicoterapia que florecieron.
También la cantidad de congresos. Todo se le permite al
psicoanálisis mientras no intente articulaciones. Lo re-
primido por la dictadura fueron las articulaciones, los
articuladores. Sé de terapeutas que realizaron trabajos
clínicos y de formación en las situaciones más adversas
y difíciles. Vaya un homenaje a quienes fueron capaces
de trabajar en condiciones tan complejas y amenazantes.
Pero junto con eso no sólo existió el silencio, sino tam-
bién la complicidad del borramiento de la transmisión de
experiencias articuladoras del psicoanálisis y lo social a
las generaciones más jóvenes que recibían enseñanza.
Hubo un saber institucional previo que no se trasmitió.
Hoy esa misma generación cuestiona dicho "borramiento"
a los responsables del "olvido".
En el año 1982 en una mesa sobre grupo, en un congre-
so de psicopatología, yo intentaba explicitar ciertas for-
maciones imaginarias dentro de los grupos terapéuticos
psicodramáticos como producto del inconciente social de
esos años, y señalaba la descripción de la figura presente
del "sospechoso" como rol o figura inconciente grupal de
esas épocas. Alguien me dijo que eso no era psicoanálisis,
y que yo no era psicoanalista. Este es un ejemplo típico.
Mis años de experiencia me permitían articular mis co-
nocimientos de psicoanálisis, psicoterapia de grupo y psi-
codrama y descubrir un fenómeno grupal que nunca había
observado en otras épocas.
La invalidación de mi descripción no la hizo un agente
de la represión, la realizó un compañero psicólogo que se
hacía cargo entre nosotros de una forma de pensar auto-
ritaria, que divide, invalida y descalifica a otra manera
diferente de pensar; la que en esos momentos denunciaba
que la simple descripción de ciertos fenómenos clínicos
en los grupos de psicodrama podía develar ciertos fenó-
menos del terrorismo de Estado. Es que hubo delegados
de la represión en la psicología.
Pertenece a este capítulo de discusión de la política
del movimiento analítico el tomar en consideración —co-
mo ejemplo— un libro de reciente aparición en Francia,
cuyos textos son alemanes y se refieren al psicoanálisis
bajo el Tercer Reich (Les Années bruñes. Conírontation).
Se habla allí del silencio que sobrevino después de la caída
del nazismo, de lo que le había sucedido al psicoanálisis
en aquella época.
También sobre la situación de los analistas que acep-
taron continuar a condición de rechazar al paciente ale-
mán o extranjero que fuera judío.
Se medita ahora o se intenta meditar sobre el sig-
nificado del "si" de aceptación a esa condición propuesta
por los nazis. Alguna vez tendremos que empezar a ha-
blar de lo que nos pasó aquí y de lo que nos sigue pasarl-
do hoy.
Ese psicoanálisis alemán aparece transversalizado
por un condicionamiento político. Se lo "extraterritoriali-
zaba", se lo colocaba "fuera de zona". "Que sigan anali-
zando pero que no se hable más de los crímenes", parecie-
ran decirle los nazis a los psicoanalistas. Sigan haciendo
ciencia psicoanalítica pero no tomen judíos.
Es curioso este fenómeno de "extraterritorialidad"
del que pretende ubicarse a veces la psicoterapia o el psi-
coanálisis. Como perteneciendo a esa "zona del limbo",
tierra de nadie. A este respecto Roberto Castels dice en
El psicoanalismo. El orden psicoanalítico y el poder: "¿Se
ha pensado bien lo que significa el hecho de dejar en paz
al 'inconciente' como estructura específica? Estoy de
acuerdo en otorgarle en cuanto sea posible el carácter de
específico mientras no implique la total extraterritoriali-
dad social del psicoanálisis o sea, mientras no suponga
el privilegio único y desorbitante. que entrañaría la posi-
ción de una sustancia completamente histórica, social y
apolítica. Es la definición misma de Dios. La Soberana
Neutralidad, el Arbitro, la otra escena, como lugar onto-
lógico donde no pasa la crítica, rechazada por la tajante
espada de la ruptura epistemológica".
Estamos de acuerdo, siempre balbuceando, que si aho-
ra delimitamos los grupos como campo de problemática,
éstos están atravesados por múltiples inscripciones: de-
seantes, institucionales, ideológicas, socio históricas, po-
líticas, etcétera.
Guattari dice que todo fantasma es de grupo pero
el mismo fantasma está transversalizado. Esto no signi-
fica que no haya formaciones específicas y singulares ima-
ginarias grupales (la red de identificaciones cruzadas,
las ilusiones grupales, los mitos, la institución. Fernán-
dez-Del Cueto, "El dispositivo grupal". Lo Grupal 2).
Cuáles son las verdaderas posibilidades de nuestra in-
tervención, nuestros márgenes reales de maniobra.
Es necesario que no se superpongan discursos de teo-
rización general, sino también microdiscursos zigzaguean-
tes en todos los niveles posibles.
El análisis consiste en articular, en hacer coexistir,
en disponer según un principio de transversalidad y en
lograr que se comuniquen estos diferentes discursos.
La represión, insisto, desmanteló la articulación de
los diferentes analizadores sociales. Lo que se reprime
es la articulación de los analizadores, para evitar que se
adquieran niveles de conciencia más amplia.
El análisis del futuro sólo tendrá sentido si deja
de ser asunto de un especialista, psicodramatista, psico-
analista o de un grupo psicodramático o psicoanalítico,
que se constituyen todos ellos como una formación de
poder.
Al respecto dice Guattari: "Pienso que debe llegar a
producirse un proceso que surja de lo que he llamado dis-
positivo de enunciación analítico". El lo extiende más
cuando dice que no están compuestos solamente de indivi-
duos sino que dependen de cierto funcionamiento social,
económico, político, institucional, etcétera.
Un ejemplo que se ha adaptado como obvio en nues-
tra subcultura psicológica, es la forma en que el psico-
análisis atraviesa todas las técnicas psicoterapéuticas y
no psicológicas, interiorizando como obvio un fenómeno
que es singular y específico de nuestro medio. .
Concretamente: En cualquier revista de psicología
aparece la publicidad de gran cantidad de institutos de
enseñanza de psicoanálisis y de otras disciplinas psicoló-
gicas y no psicológicas. Institutos de psicodrama, gues-
talt, sistémicos, bioenergéticos, expresión corporal, téc-
nicas lúdicas, expresión creativa, grupos operativos, de
fundamentos teóricos diferentes y de aplicaciones clínicas
diversas, pasando desde el diván hasta la meditación
oriental. El fenómeno curioso no es ese: dado que es na-
tural que un momento como este exija diferentes recursos
para tratar la salud mental de la población.
Lo singular es que todos o casi todos los que lideran
estos centros de investigación o estudio sean psicoanalis-
tas o hayan realizado un psicoanálisis personal de muchos
años de diván, y la mayoría de ellos hayan recibido una
sólida formación teórica analítica con supervisiones o
grupos de estudio de psicoanálisis en algún momento. Es
casi explícito una ideología común donde el psicoanálisis
les va a dar la suficiente profundidad para ser mejores
terapeutas sistémicos, bioenergetistas. de grupos lúdicos,
creativos, gestálticos o coordinadores de grupos operati-
vos o psicodramatistas grupales. Hay por supuesto, nue-
vas generaciones que no han seguido estrictamente este
directo camino, pero en el fondo todavía lo viven como
un profundo anhelo o como un déficit en su formación.
La frase: "tenés que entrar en análisis", es una frase
común en Buenos Aires, que se ha instituido para todos
los coordinadores de técnicas terapéuticas psicológicas y
no psicológicas. Se ha interiorizado como obvia.
He visto a personas comprometidas en un micro pro-
ceso analítico auténtico —maestros educadores—, verda-
deros agentes de cambio que estaban descubriendo, sin
ningún tipo de dogmatismo, fenómenos reveladores, nove-
dosos, creativos e inéditos y para quienes el prestigio del
saber del ambiente les ha hecho entrar en análisis, de-
jando a veces su tarea de investigación original para trans-
formarse a la larga en mediocres psicólogos clínicos. Es
probable que en ningún otro lugar del mundo un bioener-
getista, un guestaltista, un sistémico o un psicodramatista
pensara que el psicoanálisis debe ser la terapia a la que
debe recurrir en caso de necesidad.
Voy a dar otro ejemplo más sencillo.
Este Congreso que nos convoca se titula: Encuentro
Internacional de Psicodrama y Psicoterapia de Grupo (no
se lee Psicoanálisis). Incluye una lista de Miembros de
Honor de este Congreso de Psicodrama.
Cada uno de los miembros de Honor de este Congreso
de Psicodrama ha estado como paciente seguramente diez
años en un diván de psicoanalista. Somos nueve. Noven-
ta años de diván sumamos orgullosamente entre todos los
Miembros de Honor de este Congreso de Psicodrama.
Ustedes se preguntarán: cuántas horas de terapia
grupal psicodramática como pacientes suman los nueve
miembros de Honor del encuentro de Psicodrama. Mejor
que no se lo pregunten; y si sumáramos los años de diván
de los Coordinadores del Congreso o del Comité Asesor lle-
garíamos todos juntos los especialistas de grupo a una
cifra increíble de honor de psicoanalizados.
Dentro de estos miembros de honor hay un ilustre psi-
coanalista que hace años realizaba Psicodrama, y la Ins-
titución Oficial del Psicoanálisis se lo prohibió, y el ilus-
tre analista dejó de hacer Psicodrama a riesgo de perder
su título en la A.P.A.
Estamos transversalizados por el psicoanálisis. Es
bueno saber hasta dónde.
A veces no es necesario) hacer conciente lo inconcien-
te. Es necesario sólo nombrar obviedades, y cuando se
nombran adquieren sentido de descubrimiento.
En el año 1969 en el Primer Congreso Internacional
de Psicodrama, que se realizó en Buenos Aires, el doctor
R. Sarro, ilustre psiquiatra español invitado por el Con-
greso, se sorprendía permanentemente de la fuerte sub-
cultura psicoanalítica que impregnaba las reuniones so-
ciales del congreso, donde según él se "interpretaban des-
de cefaleas, dismenorreas y actividades políticas hasta de-
terminismos inconcientes". Hace años que nos preocupa-
mos con H. Kesselman de la figura del terapeuta. "Esce-
nas temidas" era el comienzo de esa tarea. Colocar un
poco el cono de luz en la figura de los terapeutas.- Centrar
más la tarea en lo que sería la Identidad del Terapeuta
(tarea que realiza desde hace años Olga García). "Tera-
pia y Existencia" 1 fue mi otra contribución al tema.
Identidad del terapeuta, tema bastante oscuro, pero
que hace a los fenómenos de transversalidad: económicos,
ideológicos, políticos, institucionales, que lo determinan
en su práctica clínica y del que en general se habla bas-
tante poco, acostumbrados por la misma tradición psico-
lógica a pensar al terapeuta o como pantalla o como escu-
cha neutral sin deseo.
Con el término de escena 2 intentábamos hace años
definir este proceso de identidad del terapeuta. Los fe-
nómenos de transversalidad incluyen a los pacientes y al
terapeuta por igual.
Peronismo de Base.
teatro en los barrios a partir de los emergentes proble-
mas más concretos de la comunidad.
El psicodrama como toma de conciencia de las pro-
blemáticas sociales más urgentes y de toma de decisiones
frente a esas problemáticas se define ideológicamente
y requiere una identidad clara del coordinador que utiliza
el psicodrama con una finalidad de toma de conciencia so-
cial. Conviene aclarar que este tipo de psicodrama se tor-
na "subversivo" para las dictaduras latinoamericanas.
Otra tarea que define la identidad es la que se define,
por ejemplo, cuando trabajan los terapeutas con psicodra-
ma en los organismos de derechos humanos realizando
terapia con los niños de padres desaparecidos.
Allí las técnicas dramáticas se utilizan desde una óptica
ideológica clara del terapeuta. El psicodrama en la tera-
pia para las víctimas de la represión, sea en su carácter
eminentemente clínico, en su tarea de formación, de su-
pervisión o de investigación científica. Lo mismo podría-
mos decir de los trabajos científicos de toda esta nueva
psicología de situaciones límites, donde ya existen traba-
jos, algunos grupales, otros de psicopatología y otros de
los emblemas del imaginario social en las tareas grupales,
que sin lugar a duda abren un capítulo nuevo para la
psicoterapia.
Muchos terapeutas hoy en plena democracia no se
animan a publicar fenómenos que perciben en la pobla-
ción torturada, por el temor a ser marcados por los ser-
vicios de información. Tal ha sido la gran neurosis trau-
mática que hemos padecido y que seguimos padeciendo.
En un trabajo que realizamos con Bauleo en 1976
y que titulamos "Psicoterapia en situaciones excepciona-
les", intentábamos caracterizar algunos fenómenos clíni-
cos de dinámica grupal y de psicodrama que habíamos
observado en nuestros grupos durante el lapso 76-77, pe-
ríodo caracterizado por la represión política por todos
conocida. En dicho trabajo nos formulábamos los siguien-
tes interrogantes. ¿Cómo eran las sesiones de psicotera-
pia de grupo durante ese lapso?
¿Qué efecto tenían en el específico campo de la
producción imaginaria de la sesión los acontecimientos
sociopolíticos de ese período?
• ¿ Qué fenómenos singulares observábamos en la trans-
ferencia, en la dinámica de grupo, en las fantasías incon-
cientes grupales, en el cuadro sintomático de los integran-
tes y en las condiciones de seguridad de los grupos y en
el tipo de dramatizaciones ?
¿Existía alguna singularidad específica del proceso
inconciente grupal y su relación con el inconciente social ?
En algunos de nosotros existe hoy una cierta necesi-
dad de intentar describir el clima imperante en las sesio-
nes durante ese período, a riesgo de sortear o eludir la
fractura o solución de continuidad que sufrió parte de la
psicología grupal en Buenos Aires.
Por qué hubo perturbaciones serias en el desarrollo
de la psicoterapia de grupo en esos años. Desde allana-
mientos policiales en plena sesión de grupo con la conse-
cuencia de terapeutas desaparecidos u obligados a emi-
grar, pacientes desaparecidos, sesiones en instituciones
que se realizaron con policía dentro de la sesión, terapeu-
tas que abandonaron la práctica grupal de un día para el
otro, pacientes que eran torturados, grupos de pacientes
que buscaban un nuevo terapeuta de grupo ante la desapa-
rición, exilio forzado o abandono brusco de la tarea grupal
por parte del terapeuta anterior.
Era común, lo hemos visto en supervisiones, que
ciertos temas fueran evitados en los grupos por razones
de seguridad o autocensura.
Se nos ocurre que no queremos ni debemos perder
la memoria de esa época, precisamente porque trabajamos
en la clínica con el recuerdo para evitar la repetición.
Algunos de nosotros tenemos la necesidad de recuperar
nuestra memoria para evitar fragmentar nuestra propia
identidad profesional.
Las sesiones de grupo de esa época eran analizadores
del terrorismo de Estado.
Pensamos que somos el testimonio clínico de una
época que no debe volver a repetirse. Nuestro testimonio
dramatizado desde todos los lugares posibles es también
la psicoprofilaxis de toda forma de autoritarismo y fas-
cismo futuro.
Adorno, ese infatigable ideólogo de la Escuela de
Francfort, sugiere que para que no ocurra otro Auschwitz
no debe tratar de olvidárselo.
La curación es recordar para no repetir.
Si no recuerdo repito.
Y si repito actúo.
Otro tema atractivo: producción científica del psico-
análisis, psicoterapia de grupo y psicodrama durante la
dictadura.
En un trabajo titulado "Lo fantasmátíco social y lo
imaginario grupal", trabajo leído en 1982 en el Congreso
de Psicopatología, intentaba describir el fenómeno del
"sospechoso" en los grupos terapéuticos durante él perío-
do represivo, como una producción del imaginario grupal
y como intento de elaborar en el grupo las ansiedades te-
rroríficas del inconciente social, analizando la estructura
imaginaria de la sospecha. Siempre existía la posibilidad
de recrear en el grupo un "sospechoso", un elegido por
el rol de la sospecha. Algún rasgo bizarro del sospechoso
es aprovechado para invitarlo al escenario. Fisic du Rol.
Nuestro mago de turno. Tiene poderes inventados. Pero
lo creemos. El peligro es grande. La sospecha circula.
El sospechoso se siente investido por el rol. Sabemos que
es un buen compañero del grupo. Lo reconocemos. Pero
el efecto de la proyección lo transforma de golpe en sos-
pechoso. Sabiduría grupal. Lo necesitamos para atemori-
zarnos.
Es nuestro candidato para el exorcismo.
Ojo —inventamos al sospechoso— le ponemos carga de
torturador, de asesino a sueldo. Pero él también tiene
que inventar la magia del fisic du rol y entonces las pro-
yecciones se producen. Una suerte de fascinación y en-
cantamiento. El sospechado asume su rol con la magni-
ficencia que corresponde al asesino.
En el grupo inventamos con nuestra imaginería un
sospechoso de un compañero de grupo y el compañero se
hace sospechoso. Actúa como sospechoso. Nosotros rein-
ventamos el gran terror de afuera del inconciente social.
Jugamos con el miedo.
Dispusimos que alguien tenía que aterrorizarnos y
el sospechoso aceptó el reto. Escena de terror infinito.
Cualquiera puede caer en la trampa y desaparecer. Má-
ximo momento de alineación y máximo momento de crea-
ción y exorcismo colectivo (cada grupo tiene en su
imaginería su sospechoso, su asesino a sueldo).
El máximo momento de terror es el punto más alto
del exorcismo.
Luego, más adelante alguien dice la palabra, que denun-
cia la ceremonia inventada para el exorcismo. Desapa-
rece el terror inventado. Reencuentro con el aquel compa-
ñero, destinatario de la gran proyección grupal del incon-
ciente social.
La institución de la muerte recreada, reinventada en
la gran imaginería grupal, padeciendo y recreando los
terrores infinitos.
Como intento de elaborar lo imposible a través de
la encarnación en el grupo de los actores principales del
drama del inconciente social.
Nuestra preocupación por la transversalidad en los
grupos de psicodrama ya se inicia desde 1970, cuando al
mismo tiempo que escribíamos sobre los aportes del psi-
codrama a la clínica grupal (Psicodrama: cuándo y por qué
dramatizar; Psicodrama analítico de grupos), también
estábamos preocupados por un cierto psicodrama que nos
parecía creador de ilusiones de fascinación y transmisor
de ideologías que no compartíamos y de quienes intentá-
bamos discriminarnos.
Esto se completaba en Buenos Aires con la presencia
de coordinadores norteamericanos de técnicas grupales
sensitivas, con quienes algunos de nosotros realizamos ex-
periencias que nos demostraban la fuerte ideologización
con que los coordinadores operaban en las experiencias,
creando por ejemplo una ilusión de felicidad humana a
partir de la ruptura de las barreras de la represión sexual.
Contra este tipo de técnicas grupales de happy end,
es que surgió el Manifiesto del Grupo Latinoamericano
leído en Amsterdam en 1971 en el 6" Congreso Interna-
cional de Psicodrama, por Carlos Martínez, Fidel Moccio
y Olga Albizuri de García 4 .
En ese manifiesto los autores cuestionaban: 1) el uso
de las técnicas dramáticas como un producto de consumo;
2) como un supuesto factor de cambio, pero que al pasar
solamente por el nivel individual no conduce a cambios
institucionales; 3) cuando las transformaciones profundas
son evitadas y en su lugar son ofrecidos sustitutos com-
pensatorios que no tienen un real valor de cambio; por
ejemplo, la sexualidad sin verdadera genitalidad, el exi-
tismo económico, diversos modos de vida, etcétera; 4) el
empleo de las técnicas dramáticas como espectáculo de
fascinación o juego novedoso dentro de las técnicas gru-
pales de adaptación.
Tenía valor histórico como enunciación, algo quisi-
mos decir balbuceantemente. Fue anterior al nacimiento
de Plataforma y Documento, los movimientos que produ-
jeron la gran ruptura ideológica del psicoanálisis inter-
nacional.
En esa misma época escribíamos otro artículo titu-
lado: "Sensitivity training" ("Mistificación o compromi-
so"), 1970.
Este artículo criticaba a las coordinaciones mistifi-
cadoras de los laboratorios de fin de semana.
Hace poco estuve reunido con un grupo de médicos y
psicólogos de un importante servicio de psicopatología
de la capital.
La mayoría de los jóvenes me hicieron preguntas
que habría que tomar como emergente de una generación
de terapeutas que intentan cuestionar viejos lugares de
la psicoterapia para crear nuevos cuestionamientos, nue-
vas preguntas y nuevas identidades profesionales. Están
saturados de información teórica no operativa.
1) Decían, por ejemplo, que no tenían acceso a la
información de ciertas actividades comunitarias que se
habían realizado años antes (72-73-74) y que les sería
sumamente útil para sus tareas actuales comunitarias.
Concretamente se les evitaba la información.
4 N. del E.: Lo firmaron también Raimundo Dinello (Uru-
guay) y E. Pavlovsky.
2) Cuestionaban el papel del psicoanálisis y sus ins-
tituciones durante la dictadura, como lugares donde no se
había impartido algún tipo de enseñanza acorde a la ex-
cepcionalidad clínica que se vivía.
3) Les llamaba la atención la ausencia de trabajos
científicos en los congresos realizados durante el período
represivo, que aludieran a lo social, la psicopatología y
la asistencia psicoterapéutica y psiquiátrica de esos mo-
mentos.
4) En ese momento en el servicio se estaban aten-
diendo, algunos de ellos internados, "represores de la dic-
tadura". Muchos de ellos, torturadores directos de la épo-
ca represiva. ¿Qué hacer con ellos?, se preguntaban.
¿Se los atendía a pesar de ser monstruos? ¿Qué pasaba
con la contratransferencia? ¿Para qué intentar ayudar-
les ? ¿ Vale la pena tratar un torturador en crisis ?
5) Reconocían cierto nivel de ocultamiento en la in-
formación de los casos de torturadores que ellos atendían.
Autocensura.
6) ¿Quiénes ocuparon el poder del psicoanálisis du-
rante la época de la represión?, se preguntaban.
Yo era la primera vez que los veía y al dialogar con
ellos percibí que se está gestando una nueva generación
de terapeutas, que necesita nuevas respuestas para su
identidad profesional.
El período pasado alertó demasiado a los jóvenes
sobre temas como la ética, responsabilidad social, ideolo-
gía y conciencia de límites.
En la misma semana y sin ninguna conexión me
llegó un trabajo del Movimiento Solidario de Salud Men-
tal, que cuestionaba cierto movimiento del psicoanálisis
durante la dictadura, donde responsabilizaban al lacanis-
mo, entre otras cosas, de la impugnación desea lificatoria,
desde las pretensiones de un saber absoluto de todas las
prácticas más ricas para la eficacia social del psicoaná-
lisis grupal. Instituciones, inserciones hospitalarias y co-
munitarias.
Ambas impugnaciones provienen de grupos diferen-
tes pero con una actitud semejante. Son gente joven que
está trabajando y que tiene la necesidad de revisar la
identidad profesional del psicoterapeuta, psicólogo, psico-
dramatista.
Es la "ambigüedad" —identidad profesional— de mu-
chos terapeutas durante los años de dictadura la causa
de que los jóvenes no hubiesen obtenido nuevas respues-
tas, ni científicas, ni ideológicas, ni éticas. Aún hoy no
encuentran respuestas lúcidas.
Se abre un capítulo nuevo que trataremos de escribir
entre todos.
Los momentos de excepcionalidad social y política que
vivimos produjeron efectos notorios sobre el normal desa-
rrollo de la psicoterapia.
Es imposible negarlo. Mejor hablar o balbucear.
Pero decir algo. No repetir el silencio vergonzante de
los alemanes a quienes la institución oficial Ies prohibía
tratar judíos. Mejor hablar ahora de lo que nos pasó
con la atención clínica. Los jóvenes ya no se contentan
ni con teorías amaneradas ni con discursos políticos no
específicos de la psicoterapia. Ellos preguntan ¿qué pa-
só?, y ¿<iué hacemos ahora?, ¿dónde estuviste?, ¿cómo
trabajaste?
Se trata de hablar desde todos los lugares posibles,
de abrir nuevos capítulos de ética y responsabilidad social.
Los jóvenes necesitan otro tipo de respuesta más com-
prometidas.
Todos hemos sido movidos de nuestros lugares, y los
jóvenes lo saben.
Necesitamos recrear ámbitos de discusión para reen-
contrar el lugar de nuestra práctica y su inserción social.
Hay que abrir nuevos capítulos sobre el quehacer de la
psicoterapia.
Tenemos que hablar más de nuestras dudas, nuestras
incertidumbres, nuestra impotencia, de nuestros senti-
mientos de futilidad.
Crear nuevos "ámbitos de reflexión". Ya una nueva
generación de psicoterapeutas comprometidos con las or-
ganizaciones de los derechos humanos, ha realizado y rea-
liza una experiencia de valor excepcional.
La experiencia de Mimi Langer en Nicaragua es otro
modelo diferente de cómo el psicoanálisis y la psicoterapia
de grupo se pueden insertar en los movimientos de libe-
ración en Latinoamérica. Esos ejemplos devuelven la
dignidad al psicoanálisis y al psicodrama.
Nuevos encuadres posibles para nuevas situaciones
posibles. Queremos que los terapeutas de grupo o indivi-
duales que pudieron permanecer más ajenos a la política,
sea por el tipo de pacientes o por su ideología, también
nos comuniquen sus experiencias. Que nos digan cómo
trabajaban, con quiénes trabajaban, con qué institución se
relacionaban, qué tipo de pacientes atendían, de qué for-
ma los afectó la represión o no en su tarea 5 .
Abramos los máximos lugares posibles. Transfor-
memos nuestros ámbitos en grupos sujetos, abriendo la
comunicación en los máximos niveles y sentidos aún a
riesgo de cuestionar lo aprendido.
Una anécdota. En el año 1973 tuve una singular
oportunidad de entrevistar a un médico de la policía que
hacía psicoterapia de apoyo después de la tortura. Me
decía que a él no le interesaba la política, que él sólo hacía
psicoterapia a los más necesitados.
Le costó entender que yo prefería no atenderlo por-
que para mí era un colaborador, y que yo no hacía psico-
terapia con personalidades que no tuvieran ética (Freud
me lo enseñó).
Sé que entró en terapia poco después. Son nuevos
capítulos que hoy se abren sobre atención psicológica, son
las preguntas nuevas, son los nuevos problemas de la
psiquiatría que han surgido: los raptores de niños, los
torturadores, los hijos y familias de desaparecidos, los
torturados. Toda esa población acude hoy a atención psi-
cológica. Hoy más que nunca toda discusión en grupos
sobre estos temas será provechosa y entre todos estaremos
construyendo una nueva identidad terapéutica a partir de
los nuevos requerimientos y demandas. Y esta identidad
sólo la construiremos a partir de los aportes de todos.
EDUARDO PAVLOVSKY
Introducción
Es común ver expresados los nexos de poder en
metáforas geométricas lineales. Así, las relaciones ver-
ticales mostrarían formas de dominio asimétricas, dese-
quilibradas, humillantes, que corresponderían a una con-
cepción y ejercicio tradicionales de las mismas. Mientras
que el avance contemporáneo consistiría en transformar
las relaciones clásicas en modelos más dinámicos, igua-
litarios, participacionistas, es decir, horizontales. Para
ello es necesario, obviamente, que se haya luchado por
modificar las maneras en que el poder (ordenar, inducir,
hacer, realizar algo a alguien, socializar, reprimir física-
mente o de otro modo, dictaminar una norma, etc.) se
consumaba. Pero es un poco difícil llamar a esa sim-
ple inversión un cambio. Cuanto más nos encontramos
ante una variación de la misma problemática, puesto que
en ella no se entienden ni se cuestionan los focos de ori-
gen y producción de poder, sino meramente, la forma de
su distribución
Por otro lado, observamos asimismo, que ambas pos-
turas se mueven sólo en el campo de las relaciones inter-
subjetivas (olvidando por ejemplo que las relaciones de
producción no son tales), confundiendo las situaciones de
poder con los individuos en los cuales se encarnan. En
esta fusión reconocemos varios ecos históricos y teóricos
que marcan la estrecha correlación que existe entre la
exacerbación de la subjetividad individualizada (en el
plano ético, terapéutico, etc.) y el personalismo político.
Ambos aspectos son clivajes de un problema similar : la
conservación y continuidad de una violencia volcada en
todos los espacios de poder, estén sutilmente tramados o
groseramente ejercidos.
Pero, ¿qué elaboración del dilema en que estamos' en-
vueltos nos podrá hacer trascenderlo? Pienso que un pri-
mer paso estriba en borrar las metáforas geométricas a
que hacía alusión cuando enunciaba el planteo sobre las
relaciones de poder y sus .efectos de violencia. Un segun-
do momento consistiría en abordar y comprender el asun-
to en términos de un complejo e irradiado "proceso de
transversalidad", lo cual nos arranca de la dependencia
intersubjetiva (en la terapia o el aprendizaje) condu-
ciéndonos al fenómeno institucional, a los fenómenos ins-
titucionales, a las multiplicidades excéntricas, a la dise-
minación de flujos y a los variados antagonismos sociales
presentes en el discurso de un paciente, en las experien-
cias de aprendizaje o en el complejo pedagógico-terapéu-
tico donde siempre está operando alguna modalidad trans-
ferencial2, una continua anamnésis y el saber implícito
Exploraciones
Hechas las aperturas previas, ahora podemos ir re-
gistrando algunas observaciones que deben ser conside-
radas como "material de discusión" y de ninguna manera
como conclusiones acabadas.
En la figura de la inversión es "como si" el poder
se ejerciera sólo en una relación vertical, donde el ana-
lista, profesor o coordinador detentarían, exclusivamente,
la capacidad de manipular.
De este modo se disuelve el término relacional, su
opuesto, y uno de los dos factores adquiere existencia autó-
noma 3. Así la inversión cosifica el término contrario y
torna mágico el modo de explicación, pues al surgir la
horizontalidad del vínculo es "como si" siempre hubiese
debido ser de tal forma, y en su desarrollo ya no hubiese
marca de dominio sino de franca colaboración. Pero como
todavía el mero "dar vuelta" deja la relación interiorizada,
podemos afirmar que las formas de sujeción no han desa-
parecido, sino que se reestructuraron con otras pautas,
dentro de las nuevas conexiones históricas de fuerzas, lo
cual indica la entrada en escena de distintos grupos, co-
dificaciones ideológicas y sistemas de alianzas. Por eso
las imputaciones de verdaderas o falsas que se hacen a
determinadas posiciones fallan de antemano en su intento
por desmistificarlas. Las jerarquías, por ejemplo, no son
verdaderas o falsas sino simplemente encierran índices
de una concepción y ejercicio del poder, cuyas funciones
son variables, en pro de avances, contra ellos, etc. Tra-
tarlas según criterios de verdad significa ligarlas —in-
tencionalmente— a las nociones de idoneidad, probabilidad
económica, política, profesional o al carisma individual
para comunicar e imponer contenidos. En este planteo,
La inversión mantenida
Debido a la inversión apuntada al comienzo, se sigue
confiando en que puedan darse transformaciones radica-
les en el plano terapéutico, pedagógico u otro de registro
similar; al igual que un cambio en las distintas activi-
dades disciplinarias, técnicas, metodológicas, etc., las que
resurgirían de ese modo, liberadas de sus férreas atadu-
ras tradicionales. Sin embargo, para que todo lo ante-
rior se vaya articulando con el grado de complejidad que
conocemos actualmente, deben darse condiciones favora-
bles que permitan la existencia de variadas formas de
realización: prestigio, recepción y codificación de la de-
manda profesional, consenso sobre la importación de una
línea teórica o sobre la concepción de prácticas novedo-
sas, etc. Estas son condiciones de legitimidad, donde no
son centrales ni objeto de especial interés las consecuen-
cias (honores, sacralización de un docente, descalifica-
ción de un profesional) de las emisiones pedagógicas,
terapéuticas o de cualquier otro ámbito desde donde se
tenga algo coherente que comunicar, pues no se trata de
comunicación en sentido formal, sino de la manera en
que cierto poder o resto de él actúa en los vericuetos de
mensajes con diferentes signos.
Resulta necesario comprender, entonces, que los obs-
táculos que vengo señalando no se trascienden mediante
disposiciones voluntaristas, variaciones perceptuales o
modificaciones plenamente concientes, ya que la reitera-
ción y superación de los mismos depende de sus cualida-
des, básicamente inconcientes.
Lo que permanece oculto, disimulado, durante las
acciones terapéuticas, educativas, formativas en general,
son las reglas que legislan los aspectos más recónditos
de la palabra relatada, las interpretaciones particulari-
zadas o los gestos direccionales, núcleos que no pueden
ser aclarados por los mismos sujetos que los impulsan,
porque las racionalizaciones que ellos hacen de sus prác-
ticas tienden a enmascarar tales fenómenos. De esa ma-
nera se hace coincidir la justificación de la modalidad
de un ejercicio profesional, por ejemplo, con la cruda ne-
cesidad de sobrevivir, con la exigencia teórica de "im-
pulsar una ciencia que todavía no ha dicho su última
palabra" u otro tipo de argumentación (atendible pero
inválida) que se desliza por el eje de la vivencia o el
saber. Si en ese plano nos encontramos con presiones,
urgencias, obligaciones, en su inverso y complementario,
nos hallaremos con disponibilidades, aperturas, flexibili-
dades. Sintetizando: con la oposición especular entre ne-
cesidad y libertad. Por eso lo que afirmemos en adelante
para una, vale para la otra. Así, lo libre y su contrario
concebido como "no directividad", "sin obligación", "ca-
rente de castigo", expresado en los "sensitive training",
"autogestiones pedagógicas", "terapias transaccionales",
etcétera, desplaza su propia implementación de la violen-
cia (simbolizada como democrática) hacia otros sectores
mientras se disfraza con las ropas de sus propuestas.
¿Cuáles son los efectos de todo esto? Lo más cono-
cido, compulsión a "sentirse dando constantemente exa-
men" en un ámbito brutalmente conflictivo y a la creación
de un sofisticado "mercado de personalidad", condición de
posibilidad para lograr éxito en cualquier área. Pei*o,
¿por qué se produce esta secuencia de anomalías, si la
unidad pedagógica o terapéutica (para seguir con los
mismos ejemplos) se establece —en lo que tiene de mo-
derno y vanguardista— bajo la mutua elección del coor-
dinador o terapeuta y del educando o analizando?
Una respuesta probable sería que existe en la mayor
parte de esos embates cuestionadores un desconocimiento
radical del vacío contemporáneo que sustituye al lleno
que detentaba la autoridad tradicional, la cual en caso
de resurgir4 aclararía inequívocamente, los distintos tipos
de relaciones como de inculcación y violencia indiscutibles.
Sobre ello hay mucho que aprender si queremos con-
tribuir a la desmistificación de los auto y hetero procesos
en que estamos inmersos.
La coacción en el interior
de las formulaciones epistemológicas
Lo que vengo esbozando es casi requisitorio para pen-
sar otras formas de coacción simbólica y su despeje his-
4 Hay pruebas inequívocas tanto históricas como terapéuti-
cas de que ciertas "repeticiones diferenciales" en un caso y "resur-
gimientos con variaciones" en otro son inevitables, más allá de
todo esfuerzo por evitarlas o gusto por recomendarlas.
tórico. Tomemos como ilustración la prometedora con-
cepción de que una ciencia debidamente articulada es
revolucionaria "en si" y cuyas "perversiones" e "instru-
mentaciones deformantes" dependen sólo de sus utiliza-
ciones circunstanciales y del servicio eventual que pueda
prestar. Esta ilusión disociadora, corriente, en cierto
momento de la reflexión occidental, olvida algunas deri-
vaciones de sus propios postulados, y en especial, las que
convergen con las preocupaciones de nuestro trabajo.
El territorio sagrado
La violencia opaca
Lo violento y su clima
Luis HERRERA
MARCELO PERCIA
DAVID SZYNIAK *
RICARDO PIGLIA I
S. FREUD4
b) Discursos formalistas
J. P. SARTRF,
Aplicaciones grupales:
Quisiera referirme ahora a lo que es mi marco re-
ferencial y modo ele trabajo. Confluyen en él varias ver-
tientes: el psicoanálisis, el psicodrama y la psicoterapia
grupal. Una concepción del hombre, de la salud y la en-
fermedad, una concepción social.
El contexto social es influencia en y está influido
por la vida de los grupos. Parte de la tarea a realizar
es analizar las relaciones de los individuos que compo-
nen un grupo y del grupo como unidad con el mundo
exterior.
El ser humano es gregario. Siempre, desde su naci-
miento, forma parte de grupos; también desde su naci-
miento comienza una lucha por la discriminación, la in-
dividuación y, dialécticamente, una lucha por pertenecer
a grupos, ser aceptado, vincularse. Durante toda la vida
nos movemos entre estos dos polos, nuestra identidad
individual y la necesidad de una identidad grupal, la
necesidad de amor, de pertenencia.
Es lógico entonces, que podamos entender que, ade-
más de los grupos primarios que van constituyendo nues-
tro grupo interno, existen una serie de grupos sociales
a lo largo de la historia con los que el hombre establece
lazos: grupos políticos, religiosos, etc. Se van desarro-
llando sus ideas y "toma partido" con respecto al acon-
tecer social, aún cuando su actitud sea pasiva e indife-
rente, lo determina, tiene una ideología, aunque la des-
conozca.
Nosotros pensamos que un criterio de salud que tome
al hombre en su totalidad, no puede olvidarse de que
éste es un ser social y que, para hacer un diagnóstico,
para entender su conflictiva y poder realmente ayudarlo
a desarrollarse en plenitud, "el ciudadano" debe estar
presente cuando pensamos en él.
Se puede investigar el inconciente, es el camino
elegido, siempre y cuando rescatemos su conocimiento
para integrarlo al individuo como ser social. No perder
de vista esto, implica moverse de una esfera a la otra:
el individuo, el grupo y lo social, investigando sus ocultos
vínculos, complejos y dialécticos.
Veamos ahora como se integran aquellas vertientes
de las que hablaba más arriba. ¿Cómo coherentizar un
trabajo grupal que proviene de tan compleja unión? Lo
intentamos. Cuestionamos cotidianamente nuestro pen-
samiento y técnicas, tratamos de lograr un accionar fun-
dado en un cuerpo teórico desde el que se pueda com-
prender cómo se articula lo individual y lo social, el mun-
do interno y el externo, la teoría y técnica psicoanalítica
y el método psicodramático. Cómo poder integrar en
nuestro trabajo, aquellos núcleos morenianos y la teoría
general del psicoanálisis. La técnica del psicodrama y
la técnica del psicoanálisis aplicada a los grupos... A
simple vista, parece imposible pero, a poco que nos arries-
gamos a pensarlo y experimentarlo, fuimos descubriendo
diferentes posibilidades integrativas.
El psicodrama psicoanalítico, como nos relatan el
mismo Moreno, Anzieu y otros, nació en Francia en 1944
(Anzieu habla de que el comienzo de su experiencia data
de 1950). Los psicoanalistas franceses que se interesaron
en el psicodrama, estaban, a su vez, en líneas de trabajo
con grupos psicóticos, niños y adolescentes. Algunos uti-
lizaron la dramatización, incluida en la extricta técnica
del psicoanálisis individual (Levobici, Diatkine, Kesten-
bergo). Otros, intentaron adaptar la técnica psicoanalí-
tica a lo dramático y grupal (Anzieu y colaboradores).
Actualmente, en Francia, los Lemoine, representantes
del llamado psicodrama freudiano (de neto corte laca-
niano) junto a otros profesionales de su institución (los
Gaudé, entre otros), representan una corriente en la que
la escena dramática es reconocida en la función de con-
centrar el drama y permitir que aparezcan nuevos sig-
nificantes. Dicen los Lemoine: " . . . El psicodrama no es
la búsqueda de un cierto sentido ni tampoco de un sig-
nificante fundamental. Por ello, se debe evitar la inter-
pretación que proporcione el sentido y la pérdida del
sentido...
" . . . No se trata de descubrir el significante que re-
presentaría la verdad del sujeto, sino más bien el signi-
ficante que, gracias a los soportes que el grupo ofrece,
se convierte en una máquina de repetición. . . " 7 .
Otra línea está representada por el CEFRAP, fun-
dado en 1962, al que pertenecen, entre otros, D, Anzieu,
R. Kaes, A. Missenard, G. Testemale-Monod. Sus inves-
tigaciones se centran en la dinámica de la personalidad
y los grupos. Dan al psicodrama, a la escena, el valor
de una comunicación simbólica. Dice Anzieu: " . . . E l
psicodrama analítico favorece la expresión de los con-
flictos por intermedio de imágenes simbólicas.. . " E . Ca-
racteriza cuatro aspectos importantes del psicodrama:
dramatización de los conflictos, comunicación simbólica,
efecto catártico y naturaleza lúdica.
Actualmente, los miembros de esta línea han reali-
zado investigaciones sobre los grupos que volcaron en
libros muy leídos por los que trabajamos en psicoterapia
psicoanalítica grupal (con o sin inclusión del psicodra-
ma) y en ellos han desarrollado temas de gran interés.
Entre estos textos podemos citar: El aparato psíquico, de
R. Kaes; El grupo y el inconciente, de Anzieu; Trabajo
psicoanalítico en grupos, de Béjarano y otros; Psicodra-
ma, un acercamiento psicoanalítico, de Basquin y otros.
Otras líneas también se han abierto en Francia y en
otros países (entre ellos, el nuestro), tomando el trabajo
corporal e integrándolo con el psicodrama psicoanalítico.
En Latinoamérica, la Argentina es el país pionero
en psicodrama. Actualmente Brasil, México y otros, han
hecho un desarrollo importante, siendo pertinente desta-
car el psicodrama brasilero que inicialmente desarrolla-
ron docentes argentinos y actualmente, sus propios do-
centes. El intercambio entre los países latinoamericanos
enriquece y fortalece nuestro desarrollo científico y social,
pues tenemos problemáticas similares: subdesarrollo,
hambre, gobiernos autoritarios y transiciones a la de-
mocracia. Los efectos de todas estas situaciones (la re-
• " \
a é"S| liberadora, es una segunda vez, es la forma
,,8que adquieren el pasado y el futuro, en el presente. El
encueijérjjf, el compartir, la creatividad y el acto espon-
r Mp£»|^sibilitan nuevos roles y rescatan energías perdi-
—aa^írsto llevará a una catarsis de integración y a una
catarsis del público.
El objetivo es que el individuo sea en escena lo que
es, pero más profundamente, más claramente que en la
vida real; que se encuentre con partes de su yo y "perso-
nas reales e ilusorias".
La escena dramática para nosotros es leída desde
el psicoanálisis. La valorizamos como una vía de abor-
daje a lo inconciente, una vía de exploración y elabo-
ración tanto del protagonista como de sus compañeros
de grupo, pues a través de las identificaciones proyecti-
vas e introyectivas, no sólo el que indaga es el protago-
nista sino también los que asisten a la dramatización y
los que colaboran en ella como yo-auxiliares, encontrando
en ellos escenas resonantes que se incluyen en la terapia
grupal.
La escena es la "representización" del pasado, un
lugar simbólico donde se revela lo imaginario, a través
de las escenas actuales o manifiestas, pudiendo explorar
y elaborar situaciones conflictivas del mundo externo, en-
contrando su conexión con el mundo interno del o los
individuos, en sucesivas acciones dramáticas con escenas
antiguas e inconcientes. Sintetizando, la escena dramá-
tica es básicamente la presentización y corporización que,
a través de la representación tienen los vínculos intra-
psíquicos en su mutua y dinámica reestructuración con
los vínculos interpersonales.
A la importancia de la acción, integramos lo vincu-
lar y la palabra. Quede claro que la palabra no pierde
importancia, no es palabra versus acción (drama), sino
que en la integración de lo verbal y lo dramático logra-
mos la ampliación del discurso. El discurso verbal no se
minimiza para privilegiar la acción, la acción no se des-
califica tampoco en privilegio de la palabra. Ambos for-
man una unidad compleja que es más que la suma de las
partes, crea una nueva estructura que rescata los cana-
les de expresión del hombre: verbal, gestual, pre-verbal
y psieomotriz vincular, en forma unificada, no disociando
las tres áreas: mente, cuerpo y mundo exterior (José
Bleger conceptualizó sobre estas áreas) 9.
Yo encuentro que hay una serie de convergencias
con Moreno. Por ejemplo:
a) Valor de la representación, como ya dijimos,
como liberadora; segunda vez de un suceso, donde se
encuentran aspectos nuevos y se crean conductas nuevas
(Moreno). Es similar a explorar para recordar y no
seguir repitiendo esterilmente, al conocer a través de la
escena, lo que del inconciente aflora a ella. Se integra
lo disociado, dando lunrar a mutaciones basadas en la
toma de conciencia. -En psicodrama psicoanalítico ha-
blamos de asociar libremente en escenas, catectizar la
misma y levantar barreras represivas que posibilitan ha-
cer conciente lo inconciente, posibilita lo creativo en
vez de lo repetitivo.
b) Valor del "encuentro" y del compartir (Moreno).
En psicoterapia psicoanalítica de grupo, no sólo el grupo
es imaginario, sus miembros no sólo se identifican entre
sí. Hay un encuentro, un compartir de personas reales
en un mismo contexto social y tiempo histórico.
A estos dos niveles deseo referirme. Encuentro, para
Moreno, es un vínculo yo-tú, libre de transferencia. (Sa-
bemos que transferencia hay siempre en mayor o menor
medida). Lo que podríamos entender como cercano a
este concepto dentro de nuestro trabajo grupal, son mo-
mentos en los que se llevan a cabo desidentificaciones,
donde los vínculos son explorados y esclarecidos dentro
del grupo, por alguna necesidad del proceso terapéutico
(alianzas narcisistas. por ejemplo). También cuando el
contexto social, a través de algún acontecimiento, es
tema grupal. Entendemos que el contexto social está siem-
pre presente y se trabaja a dos niveles: a nivel de la
psicología social y a nivel de sus resonancias incon-
cientes.
HERNÁN KESELMAN
1. Aprender
2. Reconocer
NELLY FATALA
DIANA JANIN
DELIA BERMEJO
MIGUEL A.MASSOLO
\ Mito
El sujeto construye^
su yo sobre el deseo Imagen que el otro
de como el otro lo tiene del sujeto (de-
desea, seo que sea. . .)
Pulsión isomórfica
individuo-grupo .Narcisismo
Mito
ARMANDO BAULEO