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A. Bauleo - H. Kesselman - E.

Pavlovsky
J. C. de Brasi - O. Albizuri de García
A. M. Fernández - A. M. del Cueto - D. Bermejo
N. Fatala - D. Janin - M. A. Massolo - L. Herrera
M. Percia - D. Szyniak

LO GRUPAL 3

K.01 L832I

Herrera. Luis; Percia. Marcelo;

Lo grupal 3

x¿3»r

EDICIONES BUSQUEDA
RUENOS AIRES _ ARGENTINA
INDICE

y
I. GRUPALIDAD Y SOCIEDAD

Prólogo, Juan Carlos de Brasi 9


Psicoterapia, psicodrama y contexto sociopolítico,
Eduardo Pavlovsky 13
Sobre psicoanálisis y poder, Eduardo Pavlovsky ... 35
Apreciaciones sobre la violencia simbólica, la iden-
tidad y el poder, Juan Carlos de Brasi • 39^
Clínica y política: un lugar para la ética en salud
mental, Luis Herrera, Marcelo Percia y David
Szyniak ;... 55
Contribuciones del psicodrama a la• psicoterapia de
grupos, Olga Albizuri de García 79>

II. DIMENSIONES PRODUCTIVAS Y FORMATIVAS


DE LA ESCENA DRAMATICA

Aprendiendo a observar "en escenas". Grupo-aná-


lisis aplicado y operativo, Hernán Kesselman 119
Grupos de formación en psicodrama psieoanalítico,
Ana María del Cueto y Ana María Fernández 137
Algunas reflexiones sobre la producción de la esce-
na psicodramática, Nelly Fatala y Diana Janin 145
Acerca de la escena, Delia Bermejo 151
XII. E S T R U C T U R A Y E F E C T O S EN EL PROCESO GRUPAL

La pirámide grivpal, Miguel A. Massolo 157


Efectos del proceso grupa-I, Armando Bauleo 185
Bibliografía 195
PROLOGO

JUAN CARLOS DE BRASI

Lo grupal habla de algo que espe.ra ser marcado por


una lectura posible, pero también de una secuencia —es
el tercer volumen— que establece cuestiones para ser
pensadas.
Lo grupal dice, a un oído atento, sobre conjunciones,
disyunciones, atravesamientos; evoca multiplicidad de
formas y repertorios que arman esas fluidas —a veces
efímeras— "positividades" llamadas grupos.
Metáforas vigentes de lo reprimido, adquieren rele-
vancia no sólo por sus existencias reales o sus dimensio-
nes imaginarias, sino por la insistencia con que resuenan
en distintas series de acontecimientos.
Erradicados de los usos terapéuticos y servicios so-
ciales durante ten período genocida, fueron calificados
desde "obscenos" hasta "máquinas sospechosas".
La embestida contra los grupos formó parte de un
ataque programado a la solidaridad, al tejido conjuntivo
de la sociedad civil. A la disolución de una, continuó el
aniquilamiento de los otros.
La represión a los mismos se transformó en "repul-
sión", de igual modo que sus diferencias se convirtieron
en "deficiencias" (teóricas o vivenciales), en el imagina-
rio de variados núcleos profesionales, quienes se encar-
garon de fiacer evidentes a las "brujas" en el mismo tri-
bunal de la inquisición.
Si en un determinado momento de reflexión sobre la
problemática gi-upal se ligó a los grupos con un cowti-
nente irregular, lleno de provisoriedades, como lo es el
de la Psicología Social; ahora pensamos que es necesario
articularlos con dialécticas específicas, significarlos desde
sus relaciones con las instituciones, masas y organiza-
ciones que persisten en diversos ámbitos comunitarios.
Por otro lado las mitologías operantes, los rituales
consecuentes, las ceremonias regulares y excepcionales, las
formaciones de la vida cotidiana, las diseminadas cons-
telaciones imaginarias, así como las construcciones par-
ticulares de lo social-histórico, son algunos de los ejes que
ordenan las disímiles "totalizaciones en curso".
Asimismo a las dialécticas mencionadas, debemos co-
nectarlas con un campo de análisis inaugural: la produc-
ción de subjetividades historizadas desde la investigación
grupal.
En los espacios polisensos de los "pequeños colecti-
vos", convergen determinaciones, efectos y significaciones
que parecen distanciadas de los conceptos adecuados para
abordarlos. Pero es al analizar los entrecruzamientos
citando descubrimos senderos inexplorados, vínculos iné-
ditos y un espectro sorprendente de realizaciones posibles.
A ello apunta lo que enfatizábamos en un texto sobre
el mismo asunto y las intersecciones que caracterizaban
su peculiaridad. Es pertinente retomar aquí —a pesar
de su extensión— la semblanza de aquel escrito, donde
se enunciaba: "Y ellas deben ser recuperadas si se busca
diluir el fantasma que atraviesa las operaciones grupales,
fantasma que confunde las acciones en grupo (dispersi-
vas e intrascendentes) con las experiencias grupales que
se realizan orientadas por tina concepción desde la cual
se analizan y significan.
Aunque esto no basta, pues las experiencias estruc-
turadas y su concepción "soporte" no alcanzan, todavía,
para fundamentar la noción clave de práctica grupal.
Esta requiere una formulación teórica qtie tenga en cuen-
ta la relación entre los "dominios inconcientes" y las "pro-
ducciones y formaciones significantes" que anidan en el
interior de las distintas prácticas".
Valgan tales líneas, aunque más no sea para ru-
miarlas.
Los diferentes abordajes que componen este libro se-
ñalan tenues, dilatadas fronteras epistémicas, a la vez que
constituyen una provocación efectiva para el lector oca-
sional; provocación a trazar un horizonte significativo
que impregne su deseo de saber.
PSICOTERAPIA, PSICODRAMA
Y CONTEXTO SOCIO-POLITICO 1

EDUARDO PAVLOVSKY

Es posible que a esta altura de ia situación y después


de muchos años de experiencia clínica, nos hayamos acos-
tumbrado a pensar que son varios los elementos que per-
turban la salud mental de la gente y ampliado también
nuestro nivel de conciencia de que tenemos que contar
con múltiples recursos terapéuticos, para las nuevas si-
tuaciones que nos atraviesan. Así por ejemplo me con-
fesaba hace dos años uno de los más importantes ex ana-
listas de niños de Buenos Aires que en este momento podía
hacer una autocrítica respecto a la cantidad de niños que
había analizado cuatro veces por semana durante años, sin
obtener los resultados terapéuticos que obtiene ahora cuan-
do hace tres o cuatro entrevistas familiares. Y que ya
no trata niños con psicoanálisis cuatro veces por semana
como lo había hecho durante años, excepto que tuvieran
un nivel serio de regresión. El terapeuta, honestamente,
percibía que el recurso ele las entrevistas familiares era,
como intervención, más operativa que los largos análisis
kleinianos.
La percepción fue realizada por el terapeuta, él sólo
se dio cuenta a través de su experiencia. ¿Cómo soy más
operativo? ¿Cómo ayudo más?
Tenemos que aprender a balbucear, dice un personaje
de S. Becket en una de sus obras, dejemos los discursos

1 Conferencia inaugural del área de Influencia del contexto


social en la Salud Mental. Contexto Latinoamericano del Encuentro
Internacional de Psicodrama y Psicoterapia de Grupo realizado en
Buenos Aires en agosto de 1985.

iJ °o
líenos de verdad y de teoría y aprendamos los unos de los
otros desde nuestros tímidos balbuceos. Al fin y al cabo
la certeza clínica de nuestra operatividad, hace que nues-
tro balance, a medida que tenemos más experiencia, se
vuelva más balbuceante, menos recortado, menos om-
nipotente.
A medida que conocemos más, nos damos cuenta de
nuestras limitaciones, a medida que incorporamos más
conocimientos, somos más concientes del frágil campo en
el que nos movemos, de la cantidad de factores que atra-
viesa nuestro campo clínico operativo. Si recordamos la
omnipotencia de la institución oficial del psicoanálisis de
los años 60 —rectora de la psicoterapia en Latinoaméri-
ca— podemos ahora decir con tranquilidad que la actual
situación de la psicoterapia es más realista, menos ven-
dedora de ilusiones. En esa época el tener buena vida se-
xual, buena situación económica eran parámetros tenidos
en cuenta para evaluar el grado de salud mental.
La arrogancia y la omnipotencia, parecen quedar aho-
ra reducidas a algunos grupos casi religiosos en la creen-
cia de un inconciente metafísico.
Podemos entrever que es la experiencia clínica la
única que debe guiar y orientar nuestro campo de espe-
ranza y de incertidumbre en nuestra profesión.
La verdad es que estamos más humildes, más dis-
puestos a escucharnos y aprender los unos de los otros,
aún a riesgo de darnos cuenta que nos hemos equivocado
mucho. Es que nos han pasado demasiadas cosas y los
que todavía tenemos el privilegio de haber quedado con
vida, necesitamos aprender de la experiencia.
Por eso me animo a balbucear, escéptico en los gran-
des discursos de las grandes verdades donde ya nadie cree
a nadie. Creo que estaremos más fuertes en la medida en
que tengamos conciencia de nuestro nivel de limitaciones.
La omnipotencia de antes era regresiva-defensiva; cada
uno en su castillo, refugiados en múltiples grupos objetos
dependiendo de órdenes exteriores. Yo creo que existe
eso todavía. Pero la gente joven es dueña de otra ética,
menos mistificadora y nos enseña día a día que este tra-
bajo artesanal que es la Psicoterapia de grupo, y el Psi-
eodrama, sólo podrá crecer en la medida en que nosotros
los terapeutas, psicólogos, psicodramatistas, asistentes so-
ciales, sociólogos, psicólogos sociales, psicoanalistas, an-
tropólogos, etc. nos comuniquemos nuestras experiencias;
pero no sólo los brillantes y exitosos trabajos o mostra-
ciones de los Congresos, sino también que hablemos de
nuestros balbuceos y de nuestras grandes dudas e incerti-
dumbres y fracasos.
Sabemos que aislados perdemos siempre. Ya nadie
cree en la eficacia terapéutica de una sola disciplina o
técnica. Sabemos que hacemos lo que podemos. La dic-
tadura desarticuló la posibilidad de esta forma amplia de
comunicación en todos los sentidos y en todos los niveles
posibles. Dicho de otro modo, según Guattari, la cura en
lugar de tener como único soporte y símbolo el poder ca-
rismático del médico, se distribuye por transferencias en
diversos tipos de instituciones, relevos y delegaciones de
poder. Allí es donde somos agente de cambio social, de lo
contrario cada uno a su boliche a hacer lo suyo, lo privado.
Eso es lo que han intentado hacernos. Desarticular nues-
tra potencia como analizadores sociales. De lo que entre
todos somos capaces de develar y de descubrir, de por qué
la gente realmente se enferma. Lo que quieren es que
nos atomicemos.
Quieren que cada uno de nosotros tenga grupos de es-
tudio y que de esos grupos de estudio salgan coordinadores
de otros grupos de estudio, y así sucesivamente. No nos
quieren como analizadores sociales. Fue interesante obser-
var durante la represión la cantidad de instituciones de
enseñanza de psicoanálisis y psicoterapia que florecieron.
También la cantidad de congresos. Todo se le permite al
psicoanálisis mientras no intente articulaciones. Lo re-
primido por la dictadura fueron las articulaciones, los
articuladores. Sé de terapeutas que realizaron trabajos
clínicos y de formación en las situaciones más adversas
y difíciles. Vaya un homenaje a quienes fueron capaces
de trabajar en condiciones tan complejas y amenazantes.
Pero junto con eso no sólo existió el silencio, sino tam-
bién la complicidad del borramiento de la transmisión de
experiencias articuladoras del psicoanálisis y lo social a
las generaciones más jóvenes que recibían enseñanza.
Hubo un saber institucional previo que no se trasmitió.
Hoy esa misma generación cuestiona dicho "borramiento"
a los responsables del "olvido".
En el año 1982 en una mesa sobre grupo, en un congre-
so de psicopatología, yo intentaba explicitar ciertas for-
maciones imaginarias dentro de los grupos terapéuticos
psicodramáticos como producto del inconciente social de
esos años, y señalaba la descripción de la figura presente
del "sospechoso" como rol o figura inconciente grupal de
esas épocas. Alguien me dijo que eso no era psicoanálisis,
y que yo no era psicoanalista. Este es un ejemplo típico.
Mis años de experiencia me permitían articular mis co-
nocimientos de psicoanálisis, psicoterapia de grupo y psi-
codrama y descubrir un fenómeno grupal que nunca había
observado en otras épocas.
La invalidación de mi descripción no la hizo un agente
de la represión, la realizó un compañero psicólogo que se
hacía cargo entre nosotros de una forma de pensar auto-
ritaria, que divide, invalida y descalifica a otra manera
diferente de pensar; la que en esos momentos denunciaba
que la simple descripción de ciertos fenómenos clínicos
en los grupos de psicodrama podía develar ciertos fenó-
menos del terrorismo de Estado. Es que hubo delegados
de la represión en la psicología.
Pertenece a este capítulo de discusión de la política
del movimiento analítico el tomar en consideración —co-
mo ejemplo— un libro de reciente aparición en Francia,
cuyos textos son alemanes y se refieren al psicoanálisis
bajo el Tercer Reich (Les Années bruñes. Conírontation).
Se habla allí del silencio que sobrevino después de la caída
del nazismo, de lo que le había sucedido al psicoanálisis
en aquella época.
También sobre la situación de los analistas que acep-
taron continuar a condición de rechazar al paciente ale-
mán o extranjero que fuera judío.
Se medita ahora o se intenta meditar sobre el sig-
nificado del "si" de aceptación a esa condición propuesta
por los nazis. Alguna vez tendremos que empezar a ha-
blar de lo que nos pasó aquí y de lo que nos sigue pasarl-
do hoy.
Ese psicoanálisis alemán aparece transversalizado
por un condicionamiento político. Se lo "extraterritoriali-
zaba", se lo colocaba "fuera de zona". "Que sigan anali-
zando pero que no se hable más de los crímenes", parecie-
ran decirle los nazis a los psicoanalistas. Sigan haciendo
ciencia psicoanalítica pero no tomen judíos.
Es curioso este fenómeno de "extraterritorialidad"
del que pretende ubicarse a veces la psicoterapia o el psi-
coanálisis. Como perteneciendo a esa "zona del limbo",
tierra de nadie. A este respecto Roberto Castels dice en
El psicoanalismo. El orden psicoanalítico y el poder: "¿Se
ha pensado bien lo que significa el hecho de dejar en paz
al 'inconciente' como estructura específica? Estoy de
acuerdo en otorgarle en cuanto sea posible el carácter de
específico mientras no implique la total extraterritoriali-
dad social del psicoanálisis o sea, mientras no suponga
el privilegio único y desorbitante. que entrañaría la posi-
ción de una sustancia completamente histórica, social y
apolítica. Es la definición misma de Dios. La Soberana
Neutralidad, el Arbitro, la otra escena, como lugar onto-
lógico donde no pasa la crítica, rechazada por la tajante
espada de la ruptura epistemológica".
Estamos de acuerdo, siempre balbuceando, que si aho-
ra delimitamos los grupos como campo de problemática,
éstos están atravesados por múltiples inscripciones: de-
seantes, institucionales, ideológicas, socio históricas, po-
líticas, etcétera.
Guattari dice que todo fantasma es de grupo pero
el mismo fantasma está transversalizado. Esto no signi-
fica que no haya formaciones específicas y singulares ima-
ginarias grupales (la red de identificaciones cruzadas,
las ilusiones grupales, los mitos, la institución. Fernán-
dez-Del Cueto, "El dispositivo grupal". Lo Grupal 2).
Cuáles son las verdaderas posibilidades de nuestra in-
tervención, nuestros márgenes reales de maniobra.
Es necesario que no se superpongan discursos de teo-
rización general, sino también microdiscursos zigzaguean-
tes en todos los niveles posibles.
El análisis consiste en articular, en hacer coexistir,
en disponer según un principio de transversalidad y en
lograr que se comuniquen estos diferentes discursos.
La represión, insisto, desmanteló la articulación de
los diferentes analizadores sociales. Lo que se reprime
es la articulación de los analizadores, para evitar que se
adquieran niveles de conciencia más amplia.
El análisis del futuro sólo tendrá sentido si deja
de ser asunto de un especialista, psicodramatista, psico-
analista o de un grupo psicodramático o psicoanalítico,
que se constituyen todos ellos como una formación de
poder.
Al respecto dice Guattari: "Pienso que debe llegar a
producirse un proceso que surja de lo que he llamado dis-
positivo de enunciación analítico". El lo extiende más
cuando dice que no están compuestos solamente de indivi-
duos sino que dependen de cierto funcionamiento social,
económico, político, institucional, etcétera.
Un ejemplo que se ha adaptado como obvio en nues-
tra subcultura psicológica, es la forma en que el psico-
análisis atraviesa todas las técnicas psicoterapéuticas y
no psicológicas, interiorizando como obvio un fenómeno
que es singular y específico de nuestro medio. .
Concretamente: En cualquier revista de psicología
aparece la publicidad de gran cantidad de institutos de
enseñanza de psicoanálisis y de otras disciplinas psicoló-
gicas y no psicológicas. Institutos de psicodrama, gues-
talt, sistémicos, bioenergéticos, expresión corporal, téc-
nicas lúdicas, expresión creativa, grupos operativos, de
fundamentos teóricos diferentes y de aplicaciones clínicas
diversas, pasando desde el diván hasta la meditación
oriental. El fenómeno curioso no es ese: dado que es na-
tural que un momento como este exija diferentes recursos
para tratar la salud mental de la población.
Lo singular es que todos o casi todos los que lideran
estos centros de investigación o estudio sean psicoanalis-
tas o hayan realizado un psicoanálisis personal de muchos
años de diván, y la mayoría de ellos hayan recibido una
sólida formación teórica analítica con supervisiones o
grupos de estudio de psicoanálisis en algún momento. Es
casi explícito una ideología común donde el psicoanálisis
les va a dar la suficiente profundidad para ser mejores
terapeutas sistémicos, bioenergetistas. de grupos lúdicos,
creativos, gestálticos o coordinadores de grupos operati-
vos o psicodramatistas grupales. Hay por supuesto, nue-
vas generaciones que no han seguido estrictamente este
directo camino, pero en el fondo todavía lo viven como
un profundo anhelo o como un déficit en su formación.
La frase: "tenés que entrar en análisis", es una frase
común en Buenos Aires, que se ha instituido para todos
los coordinadores de técnicas terapéuticas psicológicas y
no psicológicas. Se ha interiorizado como obvia.
He visto a personas comprometidas en un micro pro-
ceso analítico auténtico —maestros educadores—, verda-
deros agentes de cambio que estaban descubriendo, sin
ningún tipo de dogmatismo, fenómenos reveladores, nove-
dosos, creativos e inéditos y para quienes el prestigio del
saber del ambiente les ha hecho entrar en análisis, de-
jando a veces su tarea de investigación original para trans-
formarse a la larga en mediocres psicólogos clínicos. Es
probable que en ningún otro lugar del mundo un bioener-
getista, un guestaltista, un sistémico o un psicodramatista
pensara que el psicoanálisis debe ser la terapia a la que
debe recurrir en caso de necesidad.
Voy a dar otro ejemplo más sencillo.
Este Congreso que nos convoca se titula: Encuentro
Internacional de Psicodrama y Psicoterapia de Grupo (no
se lee Psicoanálisis). Incluye una lista de Miembros de
Honor de este Congreso de Psicodrama.
Cada uno de los miembros de Honor de este Congreso
de Psicodrama ha estado como paciente seguramente diez
años en un diván de psicoanalista. Somos nueve. Noven-
ta años de diván sumamos orgullosamente entre todos los
Miembros de Honor de este Congreso de Psicodrama.
Ustedes se preguntarán: cuántas horas de terapia
grupal psicodramática como pacientes suman los nueve
miembros de Honor del encuentro de Psicodrama. Mejor
que no se lo pregunten; y si sumáramos los años de diván
de los Coordinadores del Congreso o del Comité Asesor lle-
garíamos todos juntos los especialistas de grupo a una
cifra increíble de honor de psicoanalizados.
Dentro de estos miembros de honor hay un ilustre psi-
coanalista que hace años realizaba Psicodrama, y la Ins-
titución Oficial del Psicoanálisis se lo prohibió, y el ilus-
tre analista dejó de hacer Psicodrama a riesgo de perder
su título en la A.P.A.
Estamos transversalizados por el psicoanálisis. Es
bueno saber hasta dónde.
A veces no es necesario) hacer conciente lo inconcien-
te. Es necesario sólo nombrar obviedades, y cuando se
nombran adquieren sentido de descubrimiento.
En el año 1969 en el Primer Congreso Internacional
de Psicodrama, que se realizó en Buenos Aires, el doctor
R. Sarro, ilustre psiquiatra español invitado por el Con-
greso, se sorprendía permanentemente de la fuerte sub-
cultura psicoanalítica que impregnaba las reuniones so-
ciales del congreso, donde según él se "interpretaban des-
de cefaleas, dismenorreas y actividades políticas hasta de-
terminismos inconcientes". Hace años que nos preocupa-
mos con H. Kesselman de la figura del terapeuta. "Esce-
nas temidas" era el comienzo de esa tarea. Colocar un
poco el cono de luz en la figura de los terapeutas.- Centrar
más la tarea en lo que sería la Identidad del Terapeuta
(tarea que realiza desde hace años Olga García). "Tera-
pia y Existencia" 1 fue mi otra contribución al tema.
Identidad del terapeuta, tema bastante oscuro, pero
que hace a los fenómenos de transversalidad: económicos,
ideológicos, políticos, institucionales, que lo determinan
en su práctica clínica y del que en general se habla bas-
tante poco, acostumbrados por la misma tradición psico-
lógica a pensar al terapeuta o como pantalla o como escu-
cha neutral sin deseo.
Con el término de escena 2 intentábamos hace años
definir este proceso de identidad del terapeuta. Los fe-
nómenos de transversalidad incluyen a los pacientes y al
terapeuta por igual.

1 Ediciones Búsqueda, Bs. As., 1982.


Es importante para un psicodramatista conocer todos
los fenómenos que hagan a su identidad terapéutica.
Nombrar lo obvio es novedoso.
Otra manera de conocer la identidad del terapeuta es
conocer la historia del desarrollo de la disciplina que
se practica en el país.
Me he encontrado con terapeutas de grupo y psico-
drama en supervisiones que desconocían la historia del
desarrollo del Movimiento de la Psicoterapia de Grupo y
del Psicodrama en nuestro país.
La identidad del terapeuta se hace también recons-
truyendo el paso histórico de la trayectoria de la disci-
plina desde sus orígenes en el país y el recorrido de sus
vicisitudes ideológicas, científicas y políticas de esa dis-
ciplina.
Conocer la historia del rol que hoy ocupo se hace im-
portante.
La dialéctica de la historia del rol y sus vicisitudes.
"Mi posición no encierra —dice Guattari— ningún
misterio; he explicado siempre que con razón o sin ella,
seguía esperando que pudiera nacer, a partir de ciertas
corrientes psicológicas y de trabajadores de la salud men-
tal, algo que cuestionara radicalmente este tipo de téc-
nicas elitistas.
"Considero que las teorías freudianas y lacanianas y
grupales son fundamentalmente reaccionarias en todo lo
que concierne a la articulación de los problemas del deseo
en el campo social.
"Pero no condeno en bloque las prácticas psicoana-
líticas o grupales sobre el terreno, aunque de hecho en
ciertas circunstancias histórico sociales sobrevienen reac-
cionarias. (Pregunto yo, ¿las prácticas o los practican-
tes?).
"Estoy convencido que la parte verdadera de análisis
que puede contener la actividad de algunos analistas o
terapeutas de grupos, nada tiene que ver con sus refe-
rencias teóricas.
"La suerte del análisis y de las terapias de grupo
no se encuentra ligada necesariamente a la existencia de
esas camarillas insoportablemente amaneradas que cons-
tituyen lo que se denomina las Sociedades o Escuelas ana-
líticas o de grupo. Después de todo, en nombre de cierta
concepción del Análisis o de la Psicoterapia de grupo y del
Psicodrama, centenares de terapeutas argentinos se han
comprometido sin reservas en la lucha contra la dictadura
y han enfrentado encarcelamientos, torturas o muertes".
¿De qué habla Guattari: de técnica, de concepciones
teóricas o concretamente de posiciones ideológicas, posi-
ciones políticas de terapeutas o de étical
La identidad del psicoterapeuta, por ejemplo, se hace
también por las diferentes incursiones donde ese psico-
drama que fue realizando se fue inscribiendo a través
de su práctica social.
En relación específica al psicodrama hubo antece-
dentes que también signaron o marcaron desarrollos o
líneas diferentes del psicodrama en nuestro medio, y sus
diferentes compromisos ideológicos o políticos en sus com-
portamientos.
Durante el año 1966 se realizaron unas jornadas de
nsicodrama, que incluían la presencia de otros psicodra-
matistas latinoamericanos, en el Hospital Borda. Las au-
toridades de dicha institución prohibieron la entrada al
Dr. José Blejer por razones políticas. Algunos psicodra-
matistas solidarizados con el Dr. Blejer prefirieron no
participar en las jornadas del encuentro en respuesta a
dicha actitud discriminatoria. Los organizadores de las
jornadas prefirieron obviar esta exclusión y realizar las
jornadas. La exclusión, quedaba de este modo, interiori-
zada como obvia para una generación de jóvenes psico-
dramatistas. El argumento que se esgrimía era la im-
portancia que tenía para el psicodrama argentino la orga-
nización de dicho evento con la participación de psico-
dramatistas latinoamericanos.
Había que salvar al psicodrama a costa de la com-
placencia y complicidad con las autoridades. Era una
complacencia no grata, por supuesto.
Entonces ocurre que se compromete la ética.
Se crea un precedente. Un modelo para los jóvenes.
Se aprende a sacar partido. Allí el psicodrama se ve atra-
vesado por una instancia ética-ideológica. ¿Se puede pen-
sar en la neutralidad del conflicto? ¿Falla el psicodrama
o sus intérpretes?
Yo creo, de acuerdo a mi experiencia, que el olvido,
complicidad o neutralidad frente a cualquier arbitrarie-
dad contra cualquier compañero debe ser respondida con
una actitud política, a riesgo de creer inocentemente que
esa complacencia no es una actitud política. Hay que
aprender a perder algo.
Como si política siempre la hicieron los que manifies-
tan sus ideas y los cómplices o temerosos fueran siempre
los neutrales.
Ya no hay distraídos o neutrales en Latinoamérica.
Ya no hay teoría que salve a nadie.
La antinomia es ética solidaria o complicidad cola-
boradora. Y esa complicidad o colaboración es una marca
ideológica que se transmite por todos los poros de la prác-
tica atravesándola.
El silencio cómplice, es graduación desde la colabora-
ción activa hasta la indiferencia cómplice. Recordemos
el ejemplo de los psicoanalistas de la Alemania nazi que
no podían atender judíos.
Esa actitud cómplice permite un modelo de identifi-
cación para una generación. En ese sentido Plataforma
Internacional fue el modelo de una ética para una gene-
ración. Un grupo de psicoanalistas se reunió para
enunciar algo —lo imposible antes de nombrar— y luego
nos enfrentamos con la disolución del grupo, después de
la enunciación intentamos tener acceso al más allá del
grupo, aún a riesgo de la disolución del grupo. Lo im-
portante fue la enunciación, no su disolución. Un grupo
se debiera valorar más por su capacidad de enunciación
y no por su perdurabilidad. Cuestionamos 1 y Cuestio-
namos 2 2 son válidos ejemplos de enunciaciones. El
Manifiesto del Grupo Latinoamericano de Psicodrama
también fue una enunciación (ver más adelante). Cada
vez que un psicoanalista o psicodramatista intenta enun-
ciar un más allá del grupo al que pertenece, pone en pe-
ligro al grupo enfrentándolo "ante el absurdo, la muerte

2 Cuestionamos 1 y 2. Granica, Buenos Aires, 1974.


y la alteridad" (Guattari). Los psicoterapeutas eliminan
estos peligrosos enunciadores (W. Reich es un buen ejem-
plo) y generalmente se aglutinan en grupos objetos reci-
biendo órdenes del exterior. Cada vez que el psicoanalista
o psicodramatista enuncia un más allá del grupo al que
pertenece, transforma el enunciado en acto político.
El poder teme los grupos sujetos y facilita los grupos
objetos. Las dictaduras reprimen enunciadores y enuncia-
dos. Las democracias burguesas disocian la información
de ciertos enunciados (los dejan afuera sin tocarlos). Los
enunciados nunca mueren, son retomados por generacio-
nes posteriores que los recrean contextualmente. El mo-
delo de Plataforma Internacional creó modelos de inter-
vención socioanalíticas transformadoras en muchos lugares
del mundo. El ejemplo que di antes sólo creó modelos
empresariales del psicodrama y peleas no ideológicas sino
por dividendos. No quiero con esto sino abrir un espacio
posible de discusión para estos temas que hacen al pro-
blema de la identidad del terapeuta. Hoy, aquí, Latino-
américa.
Yo creo que es la identidad del terapeuta psicodra-
mático o grupal la que definirá el tipo de práctica social
que desarrollará, el tipo de investigación que llevará a
cabo, la selección de pacientes que hará, el tipo de con-
gresos y aportaciones científicas que realizará, el tipo de
contactos ideológicos con otros grupos, el tipo de com-
promiso político que asumirá o no. Todo este marco defi-
ne su identidad profesional, y no sólo el nombre con que
define su técnica. La identidad del terapeuta en su que-
hacer va más allá de su adscripción a una teoría y una
técnica. Creo que este análisis de la identidad profesional
del terapeuta se hace importantísimo para quienes traba-
jan en grupos en Latinoamérica.
Otras implicaciones:
En cuanto al psicodrama, sabemos de desarrollos de
la técnica en prácticas sociales y políticas comprometidas,
como el sociodrama que practicaba N. Brisky con el Gru-
po Teatral Octubre3, donde trabajaba creando obras de

Peronismo de Base.
teatro en los barrios a partir de los emergentes proble-
mas más concretos de la comunidad.
El psicodrama como toma de conciencia de las pro-
blemáticas sociales más urgentes y de toma de decisiones
frente a esas problemáticas se define ideológicamente
y requiere una identidad clara del coordinador que utiliza
el psicodrama con una finalidad de toma de conciencia so-
cial. Conviene aclarar que este tipo de psicodrama se tor-
na "subversivo" para las dictaduras latinoamericanas.
Otra tarea que define la identidad es la que se define,
por ejemplo, cuando trabajan los terapeutas con psicodra-
ma en los organismos de derechos humanos realizando
terapia con los niños de padres desaparecidos.
Allí las técnicas dramáticas se utilizan desde una óptica
ideológica clara del terapeuta. El psicodrama en la tera-
pia para las víctimas de la represión, sea en su carácter
eminentemente clínico, en su tarea de formación, de su-
pervisión o de investigación científica. Lo mismo podría-
mos decir de los trabajos científicos de toda esta nueva
psicología de situaciones límites, donde ya existen traba-
jos, algunos grupales, otros de psicopatología y otros de
los emblemas del imaginario social en las tareas grupales,
que sin lugar a duda abren un capítulo nuevo para la
psicoterapia.
Muchos terapeutas hoy en plena democracia no se
animan a publicar fenómenos que perciben en la pobla-
ción torturada, por el temor a ser marcados por los ser-
vicios de información. Tal ha sido la gran neurosis trau-
mática que hemos padecido y que seguimos padeciendo.
En un trabajo que realizamos con Bauleo en 1976
y que titulamos "Psicoterapia en situaciones excepciona-
les", intentábamos caracterizar algunos fenómenos clíni-
cos de dinámica grupal y de psicodrama que habíamos
observado en nuestros grupos durante el lapso 76-77, pe-
ríodo caracterizado por la represión política por todos
conocida. En dicho trabajo nos formulábamos los siguien-
tes interrogantes. ¿Cómo eran las sesiones de psicotera-
pia de grupo durante ese lapso?
¿Qué efecto tenían en el específico campo de la
producción imaginaria de la sesión los acontecimientos
sociopolíticos de ese período?
• ¿ Qué fenómenos singulares observábamos en la trans-
ferencia, en la dinámica de grupo, en las fantasías incon-
cientes grupales, en el cuadro sintomático de los integran-
tes y en las condiciones de seguridad de los grupos y en
el tipo de dramatizaciones ?
¿Existía alguna singularidad específica del proceso
inconciente grupal y su relación con el inconciente social ?
En algunos de nosotros existe hoy una cierta necesi-
dad de intentar describir el clima imperante en las sesio-
nes durante ese período, a riesgo de sortear o eludir la
fractura o solución de continuidad que sufrió parte de la
psicología grupal en Buenos Aires.
Por qué hubo perturbaciones serias en el desarrollo
de la psicoterapia de grupo en esos años. Desde allana-
mientos policiales en plena sesión de grupo con la conse-
cuencia de terapeutas desaparecidos u obligados a emi-
grar, pacientes desaparecidos, sesiones en instituciones
que se realizaron con policía dentro de la sesión, terapeu-
tas que abandonaron la práctica grupal de un día para el
otro, pacientes que eran torturados, grupos de pacientes
que buscaban un nuevo terapeuta de grupo ante la desapa-
rición, exilio forzado o abandono brusco de la tarea grupal
por parte del terapeuta anterior.
Era común, lo hemos visto en supervisiones, que
ciertos temas fueran evitados en los grupos por razones
de seguridad o autocensura.
Se nos ocurre que no queremos ni debemos perder
la memoria de esa época, precisamente porque trabajamos
en la clínica con el recuerdo para evitar la repetición.
Algunos de nosotros tenemos la necesidad de recuperar
nuestra memoria para evitar fragmentar nuestra propia
identidad profesional.
Las sesiones de grupo de esa época eran analizadores
del terrorismo de Estado.
Pensamos que somos el testimonio clínico de una
época que no debe volver a repetirse. Nuestro testimonio
dramatizado desde todos los lugares posibles es también
la psicoprofilaxis de toda forma de autoritarismo y fas-
cismo futuro.
Adorno, ese infatigable ideólogo de la Escuela de
Francfort, sugiere que para que no ocurra otro Auschwitz
no debe tratar de olvidárselo.
La curación es recordar para no repetir.
Si no recuerdo repito.
Y si repito actúo.
Otro tema atractivo: producción científica del psico-
análisis, psicoterapia de grupo y psicodrama durante la
dictadura.
En un trabajo titulado "Lo fantasmátíco social y lo
imaginario grupal", trabajo leído en 1982 en el Congreso
de Psicopatología, intentaba describir el fenómeno del
"sospechoso" en los grupos terapéuticos durante él perío-
do represivo, como una producción del imaginario grupal
y como intento de elaborar en el grupo las ansiedades te-
rroríficas del inconciente social, analizando la estructura
imaginaria de la sospecha. Siempre existía la posibilidad
de recrear en el grupo un "sospechoso", un elegido por
el rol de la sospecha. Algún rasgo bizarro del sospechoso
es aprovechado para invitarlo al escenario. Fisic du Rol.
Nuestro mago de turno. Tiene poderes inventados. Pero
lo creemos. El peligro es grande. La sospecha circula.
El sospechoso se siente investido por el rol. Sabemos que
es un buen compañero del grupo. Lo reconocemos. Pero
el efecto de la proyección lo transforma de golpe en sos-
pechoso. Sabiduría grupal. Lo necesitamos para atemori-
zarnos.
Es nuestro candidato para el exorcismo.
Ojo —inventamos al sospechoso— le ponemos carga de
torturador, de asesino a sueldo. Pero él también tiene
que inventar la magia del fisic du rol y entonces las pro-
yecciones se producen. Una suerte de fascinación y en-
cantamiento. El sospechado asume su rol con la magni-
ficencia que corresponde al asesino.
En el grupo inventamos con nuestra imaginería un
sospechoso de un compañero de grupo y el compañero se
hace sospechoso. Actúa como sospechoso. Nosotros rein-
ventamos el gran terror de afuera del inconciente social.
Jugamos con el miedo.
Dispusimos que alguien tenía que aterrorizarnos y
el sospechoso aceptó el reto. Escena de terror infinito.
Cualquiera puede caer en la trampa y desaparecer. Má-
ximo momento de alineación y máximo momento de crea-
ción y exorcismo colectivo (cada grupo tiene en su
imaginería su sospechoso, su asesino a sueldo).
El máximo momento de terror es el punto más alto
del exorcismo.
Luego, más adelante alguien dice la palabra, que denun-
cia la ceremonia inventada para el exorcismo. Desapa-
rece el terror inventado. Reencuentro con el aquel compa-
ñero, destinatario de la gran proyección grupal del incon-
ciente social.
La institución de la muerte recreada, reinventada en
la gran imaginería grupal, padeciendo y recreando los
terrores infinitos.
Como intento de elaborar lo imposible a través de
la encarnación en el grupo de los actores principales del
drama del inconciente social.
Nuestra preocupación por la transversalidad en los
grupos de psicodrama ya se inicia desde 1970, cuando al
mismo tiempo que escribíamos sobre los aportes del psi-
codrama a la clínica grupal (Psicodrama: cuándo y por qué
dramatizar; Psicodrama analítico de grupos), también
estábamos preocupados por un cierto psicodrama que nos
parecía creador de ilusiones de fascinación y transmisor
de ideologías que no compartíamos y de quienes intentá-
bamos discriminarnos.
Esto se completaba en Buenos Aires con la presencia
de coordinadores norteamericanos de técnicas grupales
sensitivas, con quienes algunos de nosotros realizamos ex-
periencias que nos demostraban la fuerte ideologización
con que los coordinadores operaban en las experiencias,
creando por ejemplo una ilusión de felicidad humana a
partir de la ruptura de las barreras de la represión sexual.
Contra este tipo de técnicas grupales de happy end,
es que surgió el Manifiesto del Grupo Latinoamericano
leído en Amsterdam en 1971 en el 6" Congreso Interna-
cional de Psicodrama, por Carlos Martínez, Fidel Moccio
y Olga Albizuri de García 4 .
En ese manifiesto los autores cuestionaban: 1) el uso
de las técnicas dramáticas como un producto de consumo;
2) como un supuesto factor de cambio, pero que al pasar
solamente por el nivel individual no conduce a cambios
institucionales; 3) cuando las transformaciones profundas
son evitadas y en su lugar son ofrecidos sustitutos com-
pensatorios que no tienen un real valor de cambio; por
ejemplo, la sexualidad sin verdadera genitalidad, el exi-
tismo económico, diversos modos de vida, etcétera; 4) el
empleo de las técnicas dramáticas como espectáculo de
fascinación o juego novedoso dentro de las técnicas gru-
pales de adaptación.
Tenía valor histórico como enunciación, algo quisi-
mos decir balbuceantemente. Fue anterior al nacimiento
de Plataforma y Documento, los movimientos que produ-
jeron la gran ruptura ideológica del psicoanálisis inter-
nacional.
En esa misma época escribíamos otro artículo titu-
lado: "Sensitivity training" ("Mistificación o compromi-
so"), 1970.
Este artículo criticaba a las coordinaciones mistifi-
cadoras de los laboratorios de fin de semana.
Hace poco estuve reunido con un grupo de médicos y
psicólogos de un importante servicio de psicopatología
de la capital.
La mayoría de los jóvenes me hicieron preguntas
que habría que tomar como emergente de una generación
de terapeutas que intentan cuestionar viejos lugares de
la psicoterapia para crear nuevos cuestionamientos, nue-
vas preguntas y nuevas identidades profesionales. Están
saturados de información teórica no operativa.
1) Decían, por ejemplo, que no tenían acceso a la
información de ciertas actividades comunitarias que se
habían realizado años antes (72-73-74) y que les sería
sumamente útil para sus tareas actuales comunitarias.
Concretamente se les evitaba la información.
4 N. del E.: Lo firmaron también Raimundo Dinello (Uru-
guay) y E. Pavlovsky.
2) Cuestionaban el papel del psicoanálisis y sus ins-
tituciones durante la dictadura, como lugares donde no se
había impartido algún tipo de enseñanza acorde a la ex-
cepcionalidad clínica que se vivía.
3) Les llamaba la atención la ausencia de trabajos
científicos en los congresos realizados durante el período
represivo, que aludieran a lo social, la psicopatología y
la asistencia psicoterapéutica y psiquiátrica de esos mo-
mentos.
4) En ese momento en el servicio se estaban aten-
diendo, algunos de ellos internados, "represores de la dic-
tadura". Muchos de ellos, torturadores directos de la épo-
ca represiva. ¿Qué hacer con ellos?, se preguntaban.
¿Se los atendía a pesar de ser monstruos? ¿Qué pasaba
con la contratransferencia? ¿Para qué intentar ayudar-
les ? ¿ Vale la pena tratar un torturador en crisis ?
5) Reconocían cierto nivel de ocultamiento en la in-
formación de los casos de torturadores que ellos atendían.
Autocensura.
6) ¿Quiénes ocuparon el poder del psicoanálisis du-
rante la época de la represión?, se preguntaban.
Yo era la primera vez que los veía y al dialogar con
ellos percibí que se está gestando una nueva generación
de terapeutas, que necesita nuevas respuestas para su
identidad profesional.
El período pasado alertó demasiado a los jóvenes
sobre temas como la ética, responsabilidad social, ideolo-
gía y conciencia de límites.
En la misma semana y sin ninguna conexión me
llegó un trabajo del Movimiento Solidario de Salud Men-
tal, que cuestionaba cierto movimiento del psicoanálisis
durante la dictadura, donde responsabilizaban al lacanis-
mo, entre otras cosas, de la impugnación desea lificatoria,
desde las pretensiones de un saber absoluto de todas las
prácticas más ricas para la eficacia social del psicoaná-
lisis grupal. Instituciones, inserciones hospitalarias y co-
munitarias.
Ambas impugnaciones provienen de grupos diferen-
tes pero con una actitud semejante. Son gente joven que
está trabajando y que tiene la necesidad de revisar la
identidad profesional del psicoterapeuta, psicólogo, psico-
dramatista.
Es la "ambigüedad" —identidad profesional— de mu-
chos terapeutas durante los años de dictadura la causa
de que los jóvenes no hubiesen obtenido nuevas respues-
tas, ni científicas, ni ideológicas, ni éticas. Aún hoy no
encuentran respuestas lúcidas.
Se abre un capítulo nuevo que trataremos de escribir
entre todos.
Los momentos de excepcionalidad social y política que
vivimos produjeron efectos notorios sobre el normal desa-
rrollo de la psicoterapia.
Es imposible negarlo. Mejor hablar o balbucear.
Pero decir algo. No repetir el silencio vergonzante de
los alemanes a quienes la institución oficial Ies prohibía
tratar judíos. Mejor hablar ahora de lo que nos pasó
con la atención clínica. Los jóvenes ya no se contentan
ni con teorías amaneradas ni con discursos políticos no
específicos de la psicoterapia. Ellos preguntan ¿qué pa-
só?, y ¿<iué hacemos ahora?, ¿dónde estuviste?, ¿cómo
trabajaste?
Se trata de hablar desde todos los lugares posibles,
de abrir nuevos capítulos de ética y responsabilidad social.
Los jóvenes necesitan otro tipo de respuesta más com-
prometidas.
Todos hemos sido movidos de nuestros lugares, y los
jóvenes lo saben.
Necesitamos recrear ámbitos de discusión para reen-
contrar el lugar de nuestra práctica y su inserción social.
Hay que abrir nuevos capítulos sobre el quehacer de la
psicoterapia.
Tenemos que hablar más de nuestras dudas, nuestras
incertidumbres, nuestra impotencia, de nuestros senti-
mientos de futilidad.
Crear nuevos "ámbitos de reflexión". Ya una nueva
generación de psicoterapeutas comprometidos con las or-
ganizaciones de los derechos humanos, ha realizado y rea-
liza una experiencia de valor excepcional.
La experiencia de Mimi Langer en Nicaragua es otro
modelo diferente de cómo el psicoanálisis y la psicoterapia
de grupo se pueden insertar en los movimientos de libe-
ración en Latinoamérica. Esos ejemplos devuelven la
dignidad al psicoanálisis y al psicodrama.
Nuevos encuadres posibles para nuevas situaciones
posibles. Queremos que los terapeutas de grupo o indivi-
duales que pudieron permanecer más ajenos a la política,
sea por el tipo de pacientes o por su ideología, también
nos comuniquen sus experiencias. Que nos digan cómo
trabajaban, con quiénes trabajaban, con qué institución se
relacionaban, qué tipo de pacientes atendían, de qué for-
ma los afectó la represión o no en su tarea 5 .
Abramos los máximos lugares posibles. Transfor-
memos nuestros ámbitos en grupos sujetos, abriendo la
comunicación en los máximos niveles y sentidos aún a
riesgo de cuestionar lo aprendido.
Una anécdota. En el año 1973 tuve una singular
oportunidad de entrevistar a un médico de la policía que
hacía psicoterapia de apoyo después de la tortura. Me
decía que a él no le interesaba la política, que él sólo hacía
psicoterapia a los más necesitados.
Le costó entender que yo prefería no atenderlo por-
que para mí era un colaborador, y que yo no hacía psico-
terapia con personalidades que no tuvieran ética (Freud
me lo enseñó).
Sé que entró en terapia poco después. Son nuevos
capítulos que hoy se abren sobre atención psicológica, son
las preguntas nuevas, son los nuevos problemas de la
psiquiatría que han surgido: los raptores de niños, los
torturadores, los hijos y familias de desaparecidos, los
torturados. Toda esa población acude hoy a atención psi-
cológica. Hoy más que nunca toda discusión en grupos
sobre estos temas será provechosa y entre todos estaremos
construyendo una nueva identidad terapéutica a partir de
los nuevos requerimientos y demandas. Y esta identidad
sólo la construiremos a partir de los aportes de todos.

5 Sé de terapeutas de grupo que no percibieron fenómenos


grupales específicos durante la dictadura. Creo que es posible en-
tenderlo sólo en relación a la ideología del terapeuta y sus pacientes.
Le cabe al psicodrama un lugar importante dentro
de la psicoterapia siempre y cuando los pisocadramatistas
estén dispuestos a revisar su identidad y reflexionar sobre
ética y responsabilidad social e ideología.
Este Congreso me parece que tiene la intención de
abrir lo posible la comunicación, aún a riesgo de inter-
ferirse niveles diferentes. Eso es bueno. La interferencia.
Porque las interferencias de niveles son buenas analiza-
doras del inconciente social.
Insisto.
Nuevos ámbitos de reflexión, de balbuceos, donde
discutamos de ética, de ideología, de clínica, de límites, de
contratransferencia.
Esa es la posibilidad de encontrar las nuevas res-
puestas que los jóvenes terapeutas necesitan para seguir
trabajando juntos. No nos quieren ni como mitos, ni co-
mo modelos, ni como amanerados teóricos. Nos quieren
como experiencia testimonial para el intercambio si-
métrico.
Para terminar, las palabras con que Rozitchner ter-
mina su libro "Freud y el problema del poder":
"El que en verdad piensa es en Latinoamérica un
sobreviviente, vive sabiendo que salvó su vida o por no
decir la verdad o por haber podido eludir a tiempo —hasta
ahora— las condiciones del terror. Si sobrevive quiere
decir: vive un tiempo excedente, un exceso de tiempo, un
tiempo suplementario, y su vida tiene de aquí en más sólo
un sentido: dar testimonio para todos de aquello que el
terror lleva a ocultar. Sobreviviente del campo de con-
centración latinoamericano, está convocado a denunciar y
analizar las condiciones del crimen y del terror, mostran-
do qué contradicción humana dominable la produce. Y
mantener presente a la conciencia, que la elude, que se la
debe y se la puede enfrentar. Nosotros, psicoanalistas,
psicólogos, psicoterapeutas de grupo, asistentes sociales,
psicodramatistas tenemos también al respecto qué decir."
SOBRE PSICOANALISIS Y PODER

EDUARDO PAVLOVSKY

Todavía resuenan en el ambiente psicológico los efec-


tos de los comentarios vertidos por el profesor Mario Bun-
ge sobre el psicoanálisis.
No es fácil evaluar en forma simple o controversial
los comentarios de tan ilustre científico.
El impacto de sus palabras, ha producido espacios
para la reflexión o contracríticas de su mismo tenor.
Quisiera ubicar cuál es el lugar desde el que yo hablo.
Porque creo estar incapacitado para el gran debate de
la decisión de evaluar si el psicoanálisis es ciencia o no.
Personalmente tomé contacto con el psicoanálisis, en
mi deseo de formarme como psicoterapeuta clínico. En-
tré en la Asociación Psicoanalítica Argentina, donde
realicé ocho años de entrenamiento en psicoanálisis, que
incluían todo tipo de actividades, desde la lectura de la
obra de Frevd, supervisiones de casos clínicos y mi propio
análisis personal. Sinceramente nunca me planteé si las
actividades que realizaba eran científicas o no. Para mí
era el entrenamiento la adquisición de una formación psi-
coanalítica sólida para mi profesión de psicólogo clínico.
Una artesanía para atender personas que sufrían. El psi-
coanálisis me permitió entender mejor aspectos de mi
vida personal y ampliar mi punto de vista sobre la com-
prensión de mis pacientes. Absolutamente nada más. Y
es mucho. Posteriormente aparecieron intereses sobre la
Dinámica del Grupo y el Psicodrama. He intentado armo-
nizar en mi tarea clínica mis conocimientos de psicodrama
y psicoanálisis. Tarea nada fácil por cierto. Pero que tam-
poco me exigí como producción científica. Sólo como he-
rramientas posibles en mi labor de terapeuta clínico. Siem-
pre he pensado que soy un actor que representa el papel
de un dramaturgo que escribe temas de psicología.
En ese aspecto de mi identidad puedo afirmar que
me siento fuera de la crítica. Es más, nunca me interesó
el psicoanálisis como ciencia.
Aclarado mi punto de vista sobre el tema, quisiera
ahora poder especular libremente sobre algunos de los
aspectos de los comentarios de Bunge.
Hay un tono afectivo — y un interés por la crítica
permanente del psicoanálisis en cada una de las interven-
ciones escritas u orales del Dr. Bunge con el periodismo—
que para mí le restan valor a los niveles de objetividad
que plantea.
No es tan importante el psicoanálisis para tener que
referirse a él todas las veces que un periodista le pre-
gunta algo.
El tono que utiliza Bunge es francamente descalifi-
catorio. No le basta solamente puntualizar que el psico-
ánalisis no es ciencia, sino que además agrupa a los psi-
coanalistas con todo tipo de brujos, hechiceros y magos.
Hay un gesto demás de Bunge en su crítica que favorece
un lugar de reflexión sobre su comportamiento. Algo
más que crítica epistemológica. Algo no expresado en
sus palabras. ¿Alguna historia transferencial tal vez no
resuelta? Simples especulaciones de un dramaturgo en
democracia para una futura obra.
Pero el tema planteado por el profesor Bunge, no
deja de ser atractivo por los efectos múltiples que produ-
jo en la gran subcultura del psicoanálisis de nuestra
clase media ilustrada.
Porque la descalificación del Dr. Bunge hacia el psi-
coanálisis es de menor trascendencia social que la que
ejerce un grupo de psicoanalistas desde las cátedras o des-
de las instituciones —arrogándose la posesión de una única
verdad científica del psicoanálisis— contra todos aquellos
psicoanalistas interesados en prácticas de terapia breve,
terapias grupales y psicodramáticas que trabajan en ins-
tituciones.
Y lo que es peor, que tiene consecuencias más direc-
tas y nefastas en el desarrollo de la psicoterapia y de la
psicología social en las instituciones.
Porque ocurre que esta crítica arrogante y soberbia,
produce en los psicólogos jóvenes y estudiantes un clima
de confusión y de terror, cuando no de gran idealización
frente al dogma. Algunos jóvenes interesados en tareas
clínicas de proyección social, se sienten amenazados con
este tipo de crítica en su identidad profesional. Allí se
hace el daño, porque se les insinúa que la verdad cientí-
fica está en un tipo de psicoanálisis, el individual, tarea
imposible de realizar en instituciones que necesitan de
psicólogos clínicos aptos para tratar mucha gente en cor-
tos períodos de tiempo.
Lo interesante es que las palabras de Bunge, incluyen
a todos los psicoanalistas, pero los que se sienten verda-
deramente afectados son los que pregono.n la ciencia y el
dogma, especialmente brillantes durante la dictadura, don-
de florecieron a costa de desmembrar y de silenciar una
parte de la historia del psicoanálisis en el país, sobre todo
aquella que fue reprimida, muerta o exilada.
Entonces las palabras de Bunge adquieren allí un
efecto demistificante frente a los sacerdotes de la ciencia.
No a los clínicos, sino a los mercaderes de la teoría. Mer-
cado tardío que se ofrece como deshecho desde Europa
para resucitar en Latinoamérica por el tercer mundo ilus-
trado.
Hace pocos días el Buenos Aires Herald decía que la
Argentina (Buenos Aires como centro) es el país que
tiene más psicólogos por habitante. Un psicólogo cada
1000 personas. Le seguía U.S.A. con uno cada 6000 per-
sonas.
Nosotros sabemos que el psicoanálisis es el esquema
teórico que regula las actividades de los psicólogos. Esta
hipertrofia del psicoanálisis en el país, no está dada sólo
por las necesidades de la población. Hay más transtornos
psiquiátricos por deficiencia cerebrales, por pobre alimen-
tación, que niños graves neuróticos en el país.
El problema es la mortalidad infantil. La economía,
y la salud.
La verdadera y gran enfermedad mental del actual
país es la miseria y los efectos en la niñez. No se nece-
sitan tantos psicólogos ni psicoanalistas.
Se ha creado un mercado artificial de la psicología,
denunciado implícitamente por Bunge, una necesidad de
demanda de tratamientos psicoanalíticos que es imagina-
ria y hiatrogénica.
Porque la descalificación de Bunge se refiere tam-
bién a la creación de este mercado y de esta demanda ar-
tificial, que parece descentrarse de las necesidades reales
de la población y alcanza proyección de ciencia ficción en
un sector de la clase media. Nos ha pasado en Europa
—sea en París, Londres o Roma— que cuando decimos
que en la Argentina, en nuestra clase media, hay muchas
personas que tienen 15 años de tratamiento psicoanalí-
tico, nos miran como si habláramos de gente poseída,
brujos o hechizos, pero no de ciencia.
Por lo que vemos, las palabras hipercríticas del pro-
fesor Bunge, producen efectos múltiples y movilizan y
cuestionan las estructuras del poder del psicoanálisis que
nada tienen que ver con el problema de la ciencia.
Sino con el del poder del psicoanálisis, el mercado y
la demanda artificial de tratamientos psicoanalíticos en
un país donde la miseria es la gran enfermedad mental.
APRECIACIONES SOBRE LA VIOLENCIA
SIMBOLICA, LA IDENTIDAD Y EL PODER

JUAN CARLOS D E BRASI

" L e agrada sacrificar (también simbólicamen-


te) una víctima que opone resistencia".

CLAUDIANO, Epist. ad Hadrianum

" L e primat de 1' identité de quelque maniere


que celle-ci soit conque, definit le monde de la
representaron. Mais la pensée modeme nait
de la faillite de la représentation, comme de
la perte des identites..."

GILLES DELEUXE, "Différence et répétitiou"

" T u tienes orejas pequeñas, tienes mis orejas,


introduce en ellas una palabra inteligente".

(De Dionisio a su novia Ariadna)

Las consideraciones siguientes buscan crear espacios


de reflexión, sobre los efectos de poder y violencia imper-
ceptibles que atraviesan tanto un proceso grupal como la
elaboración de discursos rigurosos.
El asunto de la violencia no puede concebirse como
impertinente, extraño o perteneciente a un ámbito disci-
plinario determinado.
Las diversas prácticas sociales absorben dosis con-
siderables de violencia, son penetradas incesantemente
por ella, la misma que en sus postulados aparece tajan-
temente rechazada. A veces organiza las comunicaciones
profesionales o las transmisiones de secta; otras alimen-
ta las divisiones fundamentales de nuestra sociedad, y en
diferentes niveles reviste a gran cantidad de acciones
cotidianas. De ahí la pertinencia de su investigación, no

* Este trabajo continúa y reelabora el aparecido en ed. Ima-


go, así como la versión italiana del mismo.
sólo por un peregrino afán teórico, sino como vigencia
efectiva de una memoria histórica, única garantía contra
la barbarie y la destrucción vividas.
En un escrito previo sobre "Violencia y transforma-
ción social", que sirve de base a este artículo, puntualizo
un espectro de violencia más amplio que va desde la sis-
témica —permanente— hasta los modos "rápidos" de su
ejercicio. Las indagadas aquí son de tipo "lento" y com-
plejamente estructuradas.
Es en todas ellas y en sus innumerables ramificacio-
nes donde muerden las formas más siniestras de autori-
tarismo.
Desde la orientación mencionada se desea recuperar
una exigencia que permanecía marginada del análisis de
la producción de subjetividad —nombres provisorios—
como la que intentamos perfilar. En ella palpita un afo-
rismo conducente: "el todo es lo no verdadero".
Sin embargo en estas formulaciones iniciales, compren-
sibles dentro de una teoría crítica, ya se perciben rasgos
significativos,^J^rtos a las posibilidades que surjan de
la misma problemática. Y que tales posibilidades sean
todavía problemáticas señalan los trazos del camino que
nos toca recorrer hasta anclar en enunciaciones más abar-
cadoras y explicativas.

Introducción
Es común ver expresados los nexos de poder en
metáforas geométricas lineales. Así, las relaciones ver-
ticales mostrarían formas de dominio asimétricas, dese-
quilibradas, humillantes, que corresponderían a una con-
cepción y ejercicio tradicionales de las mismas. Mientras
que el avance contemporáneo consistiría en transformar
las relaciones clásicas en modelos más dinámicos, igua-
litarios, participacionistas, es decir, horizontales. Para
ello es necesario, obviamente, que se haya luchado por
modificar las maneras en que el poder (ordenar, inducir,
hacer, realizar algo a alguien, socializar, reprimir física-
mente o de otro modo, dictaminar una norma, etc.) se
consumaba. Pero es un poco difícil llamar a esa sim-
ple inversión un cambio. Cuanto más nos encontramos
ante una variación de la misma problemática, puesto que
en ella no se entienden ni se cuestionan los focos de ori-
gen y producción de poder, sino meramente, la forma de
su distribución
Por otro lado, observamos asimismo, que ambas pos-
turas se mueven sólo en el campo de las relaciones inter-
subjetivas (olvidando por ejemplo que las relaciones de
producción no son tales), confundiendo las situaciones de
poder con los individuos en los cuales se encarnan. En
esta fusión reconocemos varios ecos históricos y teóricos
que marcan la estrecha correlación que existe entre la
exacerbación de la subjetividad individualizada (en el
plano ético, terapéutico, etc.) y el personalismo político.
Ambos aspectos son clivajes de un problema similar : la
conservación y continuidad de una violencia volcada en
todos los espacios de poder, estén sutilmente tramados o
groseramente ejercidos.
Pero, ¿qué elaboración del dilema en que estamos' en-
vueltos nos podrá hacer trascenderlo? Pienso que un pri-
mer paso estriba en borrar las metáforas geométricas a
que hacía alusión cuando enunciaba el planteo sobre las
relaciones de poder y sus .efectos de violencia. Un segun-
do momento consistiría en abordar y comprender el asun-
to en términos de un complejo e irradiado "proceso de
transversalidad", lo cual nos arranca de la dependencia
intersubjetiva (en la terapia o el aprendizaje) condu-
ciéndonos al fenómeno institucional, a los fenómenos ins-
titucionales, a las multiplicidades excéntricas, a la dise-
minación de flujos y a los variados antagonismos sociales
presentes en el discurso de un paciente, en las experien-
cias de aprendizaje o en el complejo pedagógico-terapéu-
tico donde siempre está operando alguna modalidad trans-
ferencial2, una continua anamnésis y el saber implícito

1 Existe una infinidad de textos, experiencias articuladas o


acciones eventuales, que toman estas direcciones como "reglas de
oro" didácticas, terapéuticas o experimentales. Lo que esas corrien-
tes excluyen por descuido o de manera intencional, es lo que este
trabajo intenta descifrar.
2 Es pertinente recordar aquí que el vocablo pedagogo conser-
va todavía el significado de "soporte de transferencias" como hace
siglos.
de que curarse de algo, concientizar ciertas determinacio-
nes inconcientes, etc., es, también, aprender en el sentido
amplio y restringido que el término posee en el acto psi-
coanalítico y en la situación psicosocial.

Exploraciones
Hechas las aperturas previas, ahora podemos ir re-
gistrando algunas observaciones que deben ser conside-
radas como "material de discusión" y de ninguna manera
como conclusiones acabadas.
En la figura de la inversión es "como si" el poder
se ejerciera sólo en una relación vertical, donde el ana-
lista, profesor o coordinador detentarían, exclusivamente,
la capacidad de manipular.
De este modo se disuelve el término relacional, su
opuesto, y uno de los dos factores adquiere existencia autó-
noma 3. Así la inversión cosifica el término contrario y
torna mágico el modo de explicación, pues al surgir la
horizontalidad del vínculo es "como si" siempre hubiese
debido ser de tal forma, y en su desarrollo ya no hubiese
marca de dominio sino de franca colaboración. Pero como
todavía el mero "dar vuelta" deja la relación interiorizada,
podemos afirmar que las formas de sujeción no han desa-
parecido, sino que se reestructuraron con otras pautas,
dentro de las nuevas conexiones históricas de fuerzas, lo
cual indica la entrada en escena de distintos grupos, co-
dificaciones ideológicas y sistemas de alianzas. Por eso
las imputaciones de verdaderas o falsas que se hacen a
determinadas posiciones fallan de antemano en su intento
por desmistificarlas. Las jerarquías, por ejemplo, no son
verdaderas o falsas sino simplemente encierran índices
de una concepción y ejercicio del poder, cuyas funciones
son variables, en pro de avances, contra ellos, etc. Tra-
tarlas según criterios de verdad significa ligarlas —in-
tencionalmente— a las nociones de idoneidad, probabilidad
económica, política, profesional o al carisma individual
para comunicar e imponer contenidos. En este planteo,

3 'Con esto señalo el nivel de fetichización que impregna a


dicha figura, es decir, al "como si".
la discusión todavía sigue centrada en los sujetos de la
acción. Las jerarquías, en realidad, al ser resultados de
ciertas combinaciones fortuitas, tendenciales, están reco-
nocidas, y, por lo tanto, aceptadas, incorporadas y vigentes
o todo lo contrario, lo cual señala la prioridad de ciertos
organismos o fracciones en un determinado momento. En
una palabra las jerarquías están o no legitimadas para
dar un carácter definido al ejercicio de una coerción
que, por ahora, podemos llamar simbólica, en tanto que
abarca un complejo sistema de significaciones impuestas
unilateralmente, aunque no sean asumidas como tales ni
cuenten más que con asimilaciones parciales.
La legitimación de esas posiciones jerárquicas no
quiere decir que sean aceptadas ni asumidas sin resisten-
cias tenaces, mantenidas durante largos períodos, y me-
nos que obtenga un consenso "homogéneo" entre aquellos
que la sostienen con sus creencias plurales, sus valores
fideísticos o sus ideologías operantes.
Es obvio que podría suceder todo lo contrario de lo
expresado, y por eso encontrarnos con fallas en dicho
sistema, pero aún en tales casos no se puede afirmar que
estemos ante una crisis que transforme las relaciones bá-
sicas de legitimidad y poder.
Aquí estoy planteando un interrogante al respecto
y nada más. Para investigar esos dispositivos se tendrían
que desmontar las variadas y poliformes maneras en que
los roles y ejercicios de poder son factibles de ser legiti-
mados, sea desde arriba o llanamente aceptados desde
abajo, por integrarse en un "sentir" y "pensar" comunes.
Actualmente hay muchos enfoques que tratan de cer-
car el núcleo del asunto, así están desde los que sostienen
como suficiente la positividad de lo estatuido legalmen-
te, hasta los que marcan como requisito de tal positividad
un "consensus omnium" racional para todos los valores
en juego. Las falencias de una u otra postura no cabe
analizarlas aquí. Tampoco las opciones que se podrían
esbozar en reemplazo de las indicadas. De modo general es
preciso aclarar que las características del proceso de le-
gitimación de ciertos poderes, funciones, personas o con-
ceptos, no soporta puntos de vista reductivos. La com-
prensión del mismo exige, simultáneamente, nociones
aproximativas a las series de fenómenos, causas, modelos
interpretativos, determinaciones aparentes, condiciones
de existencia significativas, etc. Asimismo requiere una
captación y elaboración novedosas de algunos términos
que el tiempo fue condenando a una relativa esterilidad.
Hoy el "coup dé dés" no sólo quiere abolir el azar, sino
instaurar la necesidad como requisito de la inmovilidad
conceptual. Entonces para precisar las significaciones
habrá que someterlas a un análisis y punto de partida
comunes, es decir, considerarlas en su pregnancia his-
tórica y en su sentido actual.
Tracemos, a modo de ilustración, una fugaz sem-
blanza de la noción de masa.
Sea cual fuere su cohesión, composición u objetivo,
es indudable que una masa humana cualquiera puede
caracterizarse por los mecanismos de regresión, identifi-
cación, idealización, etc. ¿Pero se explican realmente for-
maciones de masas o se desplazan mecanismos detectados
en un espacio y situación diferentes? Tal desplazamien-
to tiene validez, siempre que en su lugar original de-
muestre todo lo pretendido, ya que a las masas se las
habla por configuraciones y fenómenos distintos (movi-
mientos, instituciones, comunicación, etc.) a los propios.
Además, ¿las masas son jacta o el nombre de su propia
negación? Para concluir, ¿no se tratará de eventos que,
en su momento, con sus disímiles formulaciones (Le Bon,
Me Dougall, Freud, Reich, etc.), dejaron como resultado
análisis equívocos de ciertos rasgos que todavía hoy se
siguen manteniendo como testimonio de una alucinación
conceptual? ¿O quizá habría que captarlas en las elipsis
y destellos (Canetti) de sus efímeras existencias?
Para tomar diversas series de acontecimientos afines
dejemos aquí las indicaciones particulares sobre la legi-
timación e historización de conceptos con los cuales en-
focar ese u otro conjunto de acontecimientos.

La inversión mantenida
Debido a la inversión apuntada al comienzo, se sigue
confiando en que puedan darse transformaciones radica-
les en el plano terapéutico, pedagógico u otro de registro
similar; al igual que un cambio en las distintas activi-
dades disciplinarias, técnicas, metodológicas, etc., las que
resurgirían de ese modo, liberadas de sus férreas atadu-
ras tradicionales. Sin embargo, para que todo lo ante-
rior se vaya articulando con el grado de complejidad que
conocemos actualmente, deben darse condiciones favora-
bles que permitan la existencia de variadas formas de
realización: prestigio, recepción y codificación de la de-
manda profesional, consenso sobre la importación de una
línea teórica o sobre la concepción de prácticas novedo-
sas, etc. Estas son condiciones de legitimidad, donde no
son centrales ni objeto de especial interés las consecuen-
cias (honores, sacralización de un docente, descalifica-
ción de un profesional) de las emisiones pedagógicas,
terapéuticas o de cualquier otro ámbito desde donde se
tenga algo coherente que comunicar, pues no se trata de
comunicación en sentido formal, sino de la manera en
que cierto poder o resto de él actúa en los vericuetos de
mensajes con diferentes signos.
Resulta necesario comprender, entonces, que los obs-
táculos que vengo señalando no se trascienden mediante
disposiciones voluntaristas, variaciones perceptuales o
modificaciones plenamente concientes, ya que la reitera-
ción y superación de los mismos depende de sus cualida-
des, básicamente inconcientes.
Lo que permanece oculto, disimulado, durante las
acciones terapéuticas, educativas, formativas en general,
son las reglas que legislan los aspectos más recónditos
de la palabra relatada, las interpretaciones particulari-
zadas o los gestos direccionales, núcleos que no pueden
ser aclarados por los mismos sujetos que los impulsan,
porque las racionalizaciones que ellos hacen de sus prác-
ticas tienden a enmascarar tales fenómenos. De esa ma-
nera se hace coincidir la justificación de la modalidad
de un ejercicio profesional, por ejemplo, con la cruda ne-
cesidad de sobrevivir, con la exigencia teórica de "im-
pulsar una ciencia que todavía no ha dicho su última
palabra" u otro tipo de argumentación (atendible pero
inválida) que se desliza por el eje de la vivencia o el
saber. Si en ese plano nos encontramos con presiones,
urgencias, obligaciones, en su inverso y complementario,
nos hallaremos con disponibilidades, aperturas, flexibili-
dades. Sintetizando: con la oposición especular entre ne-
cesidad y libertad. Por eso lo que afirmemos en adelante
para una, vale para la otra. Así, lo libre y su contrario
concebido como "no directividad", "sin obligación", "ca-
rente de castigo", expresado en los "sensitive training",
"autogestiones pedagógicas", "terapias transaccionales",
etcétera, desplaza su propia implementación de la violen-
cia (simbolizada como democrática) hacia otros sectores
mientras se disfraza con las ropas de sus propuestas.
¿Cuáles son los efectos de todo esto? Lo más cono-
cido, compulsión a "sentirse dando constantemente exa-
men" en un ámbito brutalmente conflictivo y a la creación
de un sofisticado "mercado de personalidad", condición de
posibilidad para lograr éxito en cualquier área. Pei*o,
¿por qué se produce esta secuencia de anomalías, si la
unidad pedagógica o terapéutica (para seguir con los
mismos ejemplos) se establece —en lo que tiene de mo-
derno y vanguardista— bajo la mutua elección del coor-
dinador o terapeuta y del educando o analizando?
Una respuesta probable sería que existe en la mayor
parte de esos embates cuestionadores un desconocimiento
radical del vacío contemporáneo que sustituye al lleno
que detentaba la autoridad tradicional, la cual en caso
de resurgir4 aclararía inequívocamente, los distintos tipos
de relaciones como de inculcación y violencia indiscutibles.
Sobre ello hay mucho que aprender si queremos con-
tribuir a la desmistificación de los auto y hetero procesos
en que estamos inmersos.

La coacción en el interior
de las formulaciones epistemológicas
Lo que vengo esbozando es casi requisitorio para pen-
sar otras formas de coacción simbólica y su despeje his-
4 Hay pruebas inequívocas tanto históricas como terapéuti-
cas de que ciertas "repeticiones diferenciales" en un caso y "resur-
gimientos con variaciones" en otro son inevitables, más allá de
todo esfuerzo por evitarlas o gusto por recomendarlas.
tórico. Tomemos como ilustración la prometedora con-
cepción de que una ciencia debidamente articulada es
revolucionaria "en si" y cuyas "perversiones" e "instru-
mentaciones deformantes" dependen sólo de sus utiliza-
ciones circunstanciales y del servicio eventual que pueda
prestar. Esta ilusión disociadora, corriente, en cierto
momento de la reflexión occidental, olvida algunas deri-
vaciones de sus propios postulados, y en especial, las que
convergen con las preocupaciones de nuestro trabajo.

Las fronteras ciegas

En primer lugar una ciencia que se define por el


objeto que construye siendo además el que estudia, im-
plica una reduplicación y constitución imaginaria del
mismo, o sea, que es imposible hablar de la fundación
de una ciencia sin tener en cuenta sus historias, porque
si no se la estudiaría de manera análoga a como ella estu-
dia su propio objeto. Sólo de este modo puede creerse...
"que la ciencia es revolucionaria en sí, en tanto descentra-
miento de un campo ideológico particular" y deducir por
una simple regla de inclusión que como "ciencia, el psi-
coanálisis es en sí revolucionario, pero su instrumenta-
ción política está en función de las prácticas técnicas que
posibilite"5.
En segundo término, la inscripción de las produccio-
nes científicas en distintas coyunturas y prácticas histó-
ricamente modeladas, parece sugerir la idea de un a pos-
teriori temporal. Recién después de estar constituida una
ciencia se enrolaría en tramas de intereses y destinos que
no contribuyó a armar y que, malévolamente, tragarían y
deformarían sus conceptos originarios. Pero la contra-
dicción reside en que su andamiaje teórico posibilita los
métodos, técnicas y procedimientos de indagación que
del mismo derivan. Así irrumpiría algo no previsto en
su pureza enunciativa, lo cual nos hace intuir que, por
lo menos de rebote, los productos de una ciencia deben
impregnar el sistema global de sus formulaciones, ha-

5 "Cuestionamos 2". Ed. Granica (págs. 60 y 62).


ciendo, mediante un juego paradojal, que pueda conver-
tirse en "reaccionaria en sí".
Pensemos, por ejemplo, la materia prima que proveyó
la teoría económica freudiana, sus nociones de energía,
pulsión, etc., para que se impusiera la concepción aisla-
cionista del instinto o la que propició a partir de la se-
gunda tópica cuando la "escuela del yo" descansó sobre
sus formulaciones para hacerlo corretear en un "área li-
bre de conflictos" (como la decretó "querubín Hartman"
el gran pionero del ego autónomo), justo en el límite
— 1 9 3 9 — del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Entonces lo relevante del tema no consiste en la mane-
ra como una teoría científica se inscribe y utiliza en un
momento dado, sino en sus normas de inserción6 que
indican cómo transcurre el saber científico, sus funciones
no concientes, los canales institucionales por donde circula
y sin los cuales no existiría 7. Entre ellos se encuentran
los sistemas de formación y promoción compuestos por
academias, bibliotecas, ámbitos de experimentación, re-
gímenes administrativos estratificados, financiamientos
regulares de las investigaciones puras y aplicadas, par-
ticipación de la comunidad científica en las decisiones
políticas, etc. Estos conglomerados de casi-causas sobre-
determinan y limitan la gestación de una nueva ciencia
y el objeto que intente lanzar para su estudio.
A menudo se ve como la simultaneidad histórica de
ciertos descubrimientos científicos, por ejemplo la geo-
metría no euclidiana, la evolución de las especies (ligadas
una a la exploración y dominio de la naturaleza mediante
modelos formales, y otra al progreso biológico y mejora-
miento inicial de la ganadería por la comprensión global

6 Esto es correlativo a las "reglas de imposición" de que ha-


blamos antes. Además esas normas de inserción las denomino así
porque son condiciones de posibilidad reguladas, es decir, que han
sido de una determinada manera pero que podrían haber sido de
otra, sino en el pasado, por lo menos en un futuro deseable, es de-
cir, imperfecto.
A propósito de la circulación o el estancamiento de la acti-
vidad científica, hay que recordar que el espacio donde se gua-
recía un sabio antes de ser "de cristal" era "una torre", un
lugar para permanecer preso de ciertos intereses o por ellos.
de grandes hipótesis genéticas), etc., ilumina un desplie-
gue imperceptible de inserciones de las producciones cien-
tíficas que, posteriormente, se desprenden de su origen
hacia una fundamentación teórica que se cree terminada,
cuando apenas ha logrado balbucear algunas condiciones
inaugurales sobre su satisfactibilidad deductiva o la cohe-
rencia lógica de sus postulados.
El tercer punto a considerar revela el tipo de fron-
tera que una ciencia establece con lo que ella no es, o sea,
ideología8. Tal delimitación crea un modo peculiar de
"naturalización", de escisión irremediable. Así, en esa
ronda ilusoria, donde las ciencias están definidas por sus
objetos, gracias a los cuales rompen con un oscuro legado
—el sujeto de la ciencia— se cae en el mismo ideologema
que se buscaba eludir. La ruptura, al igual que el sujeto
criticado habla de sí misma y con semejante afán se toma
como "objeto de estudio" y "método de su propia inves-
tigación". En el círculo que ha diagramado no entra el
antagonista principal —el sujeto referido— aunque éste
se filtre, irónicamente, desde su fundación histórica y
epistemológica. Además, lo que depende de sus prediccio-
nes, implementación de procedimientos, técnicas y servi-
cios especiales, no parece constar entre los requisitos ló-
gicos de la teoría, sino depender de la perturbaciones que
provoca la bruta empiria.
Por último, deseo acentuar que los excesos del sesgo
"teoricista" tienen correspondencia con los abusos y ex-

8 La barra teoricista puesta entre ciencia/ideología, tiene


precursores de signo empirista, quienes la ubicaban entre cien-
cia/literatura. Hoy se encuentra reactualizada entre ciencia/po-
lítica.
Una historia de las ideas de estas censuras, mostraría cómo
todas ellas poseen su modelo de interpretación en la que se esta-
blece entre interior/exterior. Además evidenciaría cómo ella se ha
desplazado a diferentes dominios, donde adquirió nombres propios,
sea individuo/sociedad, real/imaginario, objeto/sujeto, etcétera. To-
das ellas son cuestionadas desde esta orientación transversalista.
Por otro lado es necesario comprender que no me estoy
refiriendo a la "determinación" e "inmanencia" que deben tener
ciertos conceptos y técnicas para que haya conocimientos y prác-
ticas específicas, sino a los espejismos precientíficos que introduce
todo "corte" epistémico.
trapolaciones practicistas, experimentalistas, etc., donde
parafraseando a E. Husserl podríamos afirmar que las
ciencias de los hechos puros y simples producen hombres
que no perciben otras cosa que puros y simples hechos.

El territorio sagrado

Si estoy puntualizando fugazmente esta serie de pro-


blemas de aparente índole epistemológica, es porque con-
sidero que son ante todo formas de imponer lo que puede
ser aceptado, incluido, como "criterio de cientificidad"
por excelencia y lo que se debe excluir o prohibir como
falto de esa prerrogativa.
Los errores, caminos históricos que aseguran el por-
venir de cualquier disciplina, son rotulados como "dese-
chos pseudocientíficos", y pertenecen al universo de fal-
sedades e imprecisiones que no pueden tolerarse. Es sobre
la marca de tal violencia que se instala y acepta como
normal el "terrorismo epistemológico", reaseguro de la
distribución de conocimientos en un sector profesional que
controlaría la demanda formativa, el reparto de los aspi-
rantes en los espacios disponibles y de los beneficios so-
brantes en un núcleo mayor (por ejemplo, mediante el
mecanismo de derivación de pacientes), sobre el cual apo-
yarse para extender el radio de influencia. Pero no sería
justo ni correcto pensar que todas esas estrategias estén
subordinadas a la voluntad de uno o varios déspotas que
buscarían imponer a la mayoría silenciosa sus arbitrarie-
dades y preferencias, sino que la potencia legítima de sus
roles canaliza la recepción de la información, los actos
que puedan transformarla en conocimiento valedero y la
distribución de funciones personales e institucionales.

La violencia opaca

Otro aspecto que dispersa esos efectos sobre lugares


impensados hace a la "identidad profesional", que pode-
mos situar entre la gama de ejercicios mercantiles en los
que se establece "quién es" y "quién no es" del gremio,
el cual a su vez, extiende o niega autorización para ejer-
cer determinadas actividades.
Prestigio, ascensos bruscos o graduales, progreso
económicor etc., son destellos del mercado que sólo indican
cómo ciertos sujetos han sido "emplumados", cargados
con distintivos cuyo objetivo es distinguir a unas perso-
nas de otras dentro del mito igualitario.
Cuando señalo la "identidad profesional" como una
relación mercantil quiero significar las distintas espe-
cies de ilusiones que pertenecen a un sistema más vasto
desde el cual emergen como formas de realización del
mismo y que, obligatoriamente, deben darse para su re-
producción constante. Por eso la "identidad" no se cua-
lifica, en primera instancia, como profesional, grupal, etc.,
a partir de las tendencias psicológicas de los individuos,
objetivada en los diferentes ideales de identidad, sino
se plasma mediante una dialéctica específica. Es enton-
ces, cuando podemos especificar los movimientos de incor-
poración e inculcamiento de "modelos normativos", que
aparecen dirigidos por el deber ser o la pertenencia pri-
maria a instituciones, como condensaciones de una pro-
funda violencia simbólica disimulada por la ambigüedad
del mismo desarrollo.
El intento por desentrañar el ser —psicoanalista, fi-
lósofo, comerciante o locutor— lleva inexorablemente a
una explicación positiva y psicologista del asunto si no:
se toma en cuenta la oposición que permite plantear la
cuestión. Para ser algo es preciso que algunas caracte-:
rísticas se vayan asociando con cierta constancia a su
portador. De modo que ser algo se entiende si y sólo si
se tiene algo. Así, el tener captura todas las significacio-
nes del ser, ocupa su lugar e instala una igualdad dife-
rencial, donde el no-ser ya no se opone al ser (lo com-
plementa) , sino que se equipara al no tener, siendo éste el
verdadero contradictorio de cualquier intento de ser.
En las idealizaciones profesionales —inconcebibles
fuera de nuestro modo de producción— el ser es, apenas,
una modalidad del tener. De ahí que una denuncia, de-
socultamiento, etc., del ser profesional, por ejemplo, que
no toque su tener bajo la figura de "ostentar", de hecho
y derecho, fortalece, por principio, esa constelación de
proyecciones, huellas y manifestaciones adaptativas que
denominamos ser, o más personalmente yo 9 .
Enfatizando el mismo problema respecto a la afir-
mación "yo soy psicoanalista", J. B. Pontalis dice: "Ser
tomado como psicoanalista es una situación inevitable,
pero tomarse como tal es el principio de la impostura".
Concluyendo con esta reflexión, podemos aseverar
que el ser algo en general y alguien es particular son
fases del mismo intento. Entonces resulta un simulacro
ser, por ejemplo, psicoanalista, cuando más se lograría
con suerte, devenir un practicante responsable del psico-
análisis.

Lo violento y su clima

Continuando por el sendero que venía transitando y


como inflexión de pasaje quiero evidenciar que ese apara-
to montado por la coacción implícita o explícita del me-
canismo que lo soporta, moviendo algunas de sus múl-
tiples piezas (racionalización de la demanda, ritualización
del quehacer profesional, permisibilidad o no de ciertos
discursos, etc.), se consideró en los aspectos más recono-
cibles como momentos de una violencia —cotidianamente
encubierta— hacia los otros. Esta fue siempre la más
estudiada, pero remitida equivocadamente a manifestacio-
nes como el "prestigio" o el "autoritarismo", hasta cons-
tituir el tema específico de trabajo de varias corrientes
administrativas y la condición formal para que una orga-
nización exista y perdure como "eficaz" y "positiva".

9 Las comillas indican que me estoy refiriendo al yo en-


tendido como unidad sintética (conciente) y no al que finca su
raíz en el inconciente según la teoría freudiana del "yo y el ello".
A este respecto la consigna de Lacan de arrebatar al yo de
la marca que lo entifica en un registro suprahistórico, es acer-
tadísima; así como la afirmación de que "la noción del yo extrae
su evidencia actual de un cierto prestigio conferido a la conciencia
en tanto que experiencia única, individual, irreductible". (Semi-
nario 2, pág. 95, Ed. Paidós.) i
Sin embargo, se sospecha que otra serie de fenóme-
nos "accidentales" (chismes, distorsiones intencionales,
falacias ad hominen, rumores, etc.) no se han hecho
entrar en la práctica de la coerción que un sector social
cualquiera instaura como parámetros de "calificación" o
"descalificación" de sus componentes reales o virtuales.
Tomados esos núcleos aisladamente, en alguna que
otra versión circunstancial, no tienen más gravedad que
la de un daño o beneficio reducidos. Su sentido, valorados
de tal modo, es el de ser nuevas claves remanentes de
situaciones más armadas y regulares. Serían especíme-
nes que con un poco de buena disposición podrían evi-
tarse. Pero no es así, pues no podrán ser superados hasta
otros tiempos, cuando ya dejen de servir como reaseguro
de complejas prácticas sociales.
La informalidad de un rumor o una extrapolación
deformante10, no por su ligereza escapan a la efectividad
que buscan producir. Ellas atraviesan el imperio de un
terror a transgredir las normas, o a saltar sobre las le-
yendas e imaginerías permitidas en un determinado ámbi-
to. Entonces, esas formaciones cumplen básicamente con
el fin de solidificar un rol específico, controlar el acceso
institucional de ciertos elementos relativamente indepen-
dientes, de manejar los posibles desviados de lo sacrali-
zado y otras instancias que necesitan ser controladas. Por
eso, las arbitrariedades y desgastes que se atribuyen a
los usos del manejo organizacional no son más que "es-
tampados" en el psiquismo de los individuos (nuestro caso
es el de profesionales en humanidades) y cuyos nodulos

1° Obviamente no se trata de esas informaciones que recu-


bren la vida cotidiana y sirven de aproximación a lo extraño, co-
mo una manera de caracterizar lo insólito, como distribución de
conocimientos ingenuos e impresionistas, o al modo de "comuni-
caciones informales", etc., sino a los usos plenamente concientes e
instrumentales que se dan como "versión acerca d e . . . " . A ese
armado míe refiero cuando señalo la función del chisme, rumor o
cosas similares. Estas fugaces consideraciones, además, tratan
de repensar en otra dimensión lo que W . Reich denomina en su
célebre cap. XII del "Análisis del carácter", la plaga emocional.
En una obra posterior, "Escucha pequeño hombrecito", continúa
reflexionando sobre la naturaleza de tales acontecimientos, ope-
rantes en la figura del "enano fascista" que arrastramos.
reproducen las formas más arcaicas —poco estudiadas—
de una poderosa "presión a la conformidad" que juega
en la totalidad de los estratos sociales.
De ahí que sobren lugares donde predomina el "chisme
institucionalizado", donde se desvaloriza la conducta del
otro por medio de pseudo-diagnósticos, abusando del peso
que el título profesional de quien los emite le confiere, y
donde predomina un lenguaje elitista que generalmente
reemplaza con su sofisticación la pobreza conceptual rei-
nante, o expresa mediante rótulos una moral tan agria
como la que pretende abolir, mientras se vulgarizan inade-
cuadamente una serie de nociones teóricas distorsionando
sus peculiares significaciones.
Un breve espectro de esas imputaciones disfrazadas
nocionalmente aparece cuando, "no querer ir a . . . " se de-
nomina tener fobia, "gustar" es igual a "seducir", "cum-
plir regularmente" es "vivir sometido a rituales obsesi-
vos" ; "querer" se asemeja a "idealizar", "enojarse" a "ser
agresivo", "ser reservado" a "comportamiento esquizo",
"hay que permitirse ciertas c o s a s . . . si no fuera por el
superyo". A ellas podría agregarse otra cadena de extra-
polaciones, cuya trivialidad corresponde a la "seriedad"
de sus portavoces, "la mujer no existe" (claro, hay mu-
jeres y mujeres), "lo real es lo imposible" (obvio, si es
real ya no es posible), "la relación sexual no existe" (evi-
dente, pues la relación es del orden del pensamiento, no de
la existencia), etc.
En un caso espesas analogías, en otro sobradas im-
postaciones, en ambos "el desierto va creciendo..."
Así se podría escribir, por ejemplo, un interminable
diccionario del psicoanalismo como señalan varios autores,
indignándose algunos justamente con los corrillos y atri-
buciones psicologistas que inundan sus prácticas, aunque
sin acabar de comprender ni desarrollar el sentido de lo
que se menciona como entorpecedor y antiproductivo, o
sea que los portadores de tales sombras son los agentes
orgánicos de una violencia en "segundo grado", degrada-
da, pero no por eso menos violenta.

Bilbao, octubre de 1982


CLINICA Y POLITICA

Un lugar para la ética en salud mental

Luis HERRERA
MARCELO PERCIA
DAVID SZYNIAK *

"Había llegado al más perfecto estado de


desposesión al que un hombre puede aspirar:
no tenía nada. Al lado mío, cualquier perso-
naje de Kafka, por ejemplo Gregorio Samsa,
podía considerarse un hombre satisfecho. Es-
taba, entonces yo desposeído, en el más per-
fecto estado de desposesión que uno puede ima-
ginar, sentado en la cama, en una pieza de
hotel, en una ciudad, en un país desconocido,
hundido en la carencia más absoluta. Pues
bien ¿qué me había llevado hasta a q u í ? . . .
. . . la otra línea de pensamiento se dirigía di-
gamos, hacia adelante. ¿Qué hacer? Pregun-
ta peligrosa. Por de pronto pensar: único
modo conocido por mí de no volverme loco".

RICARDO PIGLIA I

Existe, quizás, un lazo profundo e íntimo entre los


jóvenes de nuestra generación y algunos de los persona-
jes que habitan en la narrativa de Piglia. Cada uno de
nosotros presintió, al igual que Tardewski (personaje de
la novela), la transparencia de los signos del fracaso que
nos deparaba la vida en los últimos diez años. "Quiero
decir, un fracasado en el verdadero sentido de la pala-
bra, es decir, dijo, alguien que ha desperdiciado la vida,
que ha derrochado sus condiciones. He sido, dijo, lo que
suele llamarse un joven brillante, una promesa, alguien
frente a quien se abren todas las posibilidades"2.
Nuestra generación fue marcada por grandes sueños.

* Los autores co-nforman desde 1983 el Grupo La Corriente.


1 Piglia, Ricardo, "Respiración artificial". Ed. Pomaire, Ar-
gentina, págs. 229-230.
2 Ibid., págs. 229-230.
La posibilidad de realizarlos se presentaba como una mag-
nífica empresa a la cual nos invitaban a sumarnos. En
aquellos años creíamos, al igual que hoy, por sobre todo,
en el amor, la solidaridad, la poesía y la acción.
Apenas habíamos entrado en juego cuando la muer-
te y el exilio cayeron sobre nosotros. Quedamos aislados
revolviendo ruinas y cenizas, buscando indicios, ideas, un
hermano mayor.
No éramos los mejores. Los mejores habían sido
perseguidos. Eramos innumerables huérfanos aferrados
a la única herencia recibida: recuerdos, estilos, discur-
sos, un centenar de libros y artículos3. Sin embargo
no vegetamos ni permanecimos en silencio, trabajosa-
mente reconstruimos un espacio en las prácticas clíni-
cas en salud mental.
¿De qué modo esta fractura de la historia marcó
nuestra subjetividad? ¿Cómo quedó afectada la trama
de las experiencias cotidianas: el amor, la pareja, la fa-
milia, el trabajo, el lugar social como psicoterapeutas,
la oportunidad del placer?
Se hace imprescindible pensar en ese tiempo para
poder comprender el momento actual por el que nuestra
generación discurre. Ninguno de nosotros (al menos nos-
otros tres) guarda el lugar de "la certeza" para un mo-
delo teórico determinado. No estamos seguros de los lu-
gares y hasta descreemos que valga la pena desvelarnos
por ello. Sólo tratamos de rondar el sitio de una ética
posible que otorgue sentido a nuestra práctica clínica.
Recuperar las utopías equivale a interrogarnos so-
bre los vínculos existentes entre intelectuales y política.
En definitiva nos proponemos una ética de la utopia
que recupere la experiencia, actualice la memoria e im-
pregne de sentido y significados sociales una historia y

3 Para una reflexión más pormenorizada sobre nuestra situa-


ción generacional —jóvenes que hoy transitan entre los 30 y 40
años— remitimos a Herrera, L. y iPtercia, M., "Utopías en salud
mental" (A propósito de la destrucción de la memoria), Revista
Espacio N ° 3, Buenos Aires, 1984; y a Rubinich, Lucas, "Retrato
de una generación ausente", Revista Punto de Vista 23, Bue-
nos Aires.
una práctica clínica que, hasta ahora, no pudieron ser
acabadamente pensadas.
Todos los días en nuestra actividad clínica vivimos
la experiencia compartida de interrogación sobre el su-
frimiento, la impotencia, el miedo, el dolor, la vida mis-
ma. Tomamos plena conciencia de que esa misma vida
está en peligro, cercada de acechanzas, confundida en
los avatares de una cotidianeidad escasa en alegrías y
bondades que apenas si puede sostener una palabra li-
bre de ataduras; las más de las veces concluye sofocada
en la equívoca ambigüedad de un síntoma.
De la presencia de los síntomas aspiramos a llegar '
a una crítica de la conciencia. Nuestra búsqueda se orien- j
ta en la desconstrucción del camino de una productiví-^
dad sobredeterminante. Esta tarea nos lleva a cuestio-í
nar un padecimiento que, a fuerza de hábito, pretende)
pasar por natural.
La relación analítica es una práctica social que tiene
efectos de conocimiento sobre las estructuras del incon-
ciente, las vicisitudes del deseo y la dramática vivencia
de angustia; pero advertimos también que todo proceso
de producción de conocimiento, el de la escena clínica
incluido, está atravesado por relaciones de poder. ¿Cómo
se articula la experiencia clínica con dichas relaciones?
Respondemos con otras preguntas: luego de lo vivido
en los últimos años, ¿la escena clínica puede estar ajena
a las relaciones sociales de autoridad? ¿Es lícito hablar
de neutralidad analítica? ¿Cuál es el papel que le cabe
a la psicoterapia en la prevención y la asistencia?
Para discernir estas preguntas ensayamos un reco-
rrido sobre diferentes prácticas del campo "psi" que pre-
valecen en nuestro medio. Se representan estilos que se
diferencian de la psiquiatría clásica. Los discursos clasi-
ficados son imaginarios. No se debe buscar en ellos pro-
tagonistas que tengan una existencia claramente deli-
neable, pero no viven sólo en la ficción, guardan corres-
pondencia con presencias teórico-clínicas reales. El or-
denamiento posee cierta ambigüedad y admite distintas
interpretaciones, salvo en el punto c), lugar en el que
las referencias son más concretas,
a) Discursos "apolíticos"

El psicoanálisis es, en esencia, una cura por


el amor.

S. FREUD4

Reunimos en este punto a un conjunto de discursos


que representan una "alternativa" al sistema psiquiá-
trico de poder-represión que promueve una estructura
asistencia! vertical. Son opciones que plantean interven-
ciones "horizontales" y, en general, no se interrogan so-
bre la función que lo social cumple en las prácticas en
salud mental. Advierten que toda relación terapéutica
debe ser definida como una relación de reciprocidad, cri-
tican las jerarquías rígidas en el interior de la escena
clínica y proponen un estilo de intervención que huma-
nice las prácticas.
Son enunciados que, sin duda, cambian de lugar res-
pecto de la psiquiatría de concepción organicista que
hace empleo salvaje de la medicación y que esgrime una
respuesta manicomial para el control de la enfermedad
mental.
Los llamamos discursos apolíticos5 porque pare-
cen concebir al tejido social como una realidad esencial-
mente dada. Estos especialistas centran su interés en
las vicisitudes de la integración del individuo con su me-
dio. Las variables estudiadas en estas posturas suelen
ser: las dificultades en las relaciones familiares, la pa-
reja heterosexual, la constitución de la identidad y los
modelos identificatorios, el desempeño dentro de las ins-
tituciones educativas y laborales, la comunicación con
los otros, la vivencia del tiempo libre, el contacto corpo-
ral, el placer sexual, la expresión más libre de los sen-
timientos.

4 Freud, Sigmund. En cartas a C. G. Jung, citado por Bru-


no Bettelheim en "Freud y el alma humana", op. cit. pág. 14.
5 Conviene recordar aquí la distinción entre política y po-
lítico. Para nosotros todo acto es político, aun cuando no se pro-
ponga intervenir en la administración de la "Polis".
Las enfermedades mentales (desde el terreno de las
neurosis hasta el de las psicosis) son entendidas como
afecciones individuales o bien como disfunciones de los
sistemas familiares que no pueden adaptarse a los cam-
bios, y son tratadas como desvíos y/o distorsiones con
sentido que, en primer lugar, requiere ser comprendido
y luego reorientado.
En la práctica, dichos abordajes, pueden constituir-
se en instrumentos sociales normativos en tanto refuer-
zan los vínculos personales y promueven la integración
del individuo y/o los grupos al sistema social vigente.
El logro óptimo de la tarea terapéutica queda re-
presentado en el hecho de que las personas que concu-
rren a la consulta psicológica (individual, grupal o fami-
liar) produzcan "cambios": adquieran nuevas respuestas,
modifiquen actitudes y obtengan, al disminuir tensiones
y angustias, mayor felicidad y mejor rendimiento en sus
actividades sociales.
En cuanto a la relación entre psicoterapias (o psico-
análisis) y política se otorga a las primeras amplio mar-
gen de autonomía sobre la segunda. Tanto que, le cabe
a las disciplinas del campo "psi" un papel decisivo en la
creación de mejores condiciones de vida. La integración
de las dimensiones afectiva, corporal, sexual y comuni-
taria, aspira a facilitar la emergencia de un hombre más
libre de conflictos personales. Y, en verdad, algunas de
estas prácticas presentan singular eficacia respecto a la
disminución del sufrimiento y la movilidad de los sín-
tomas.
De los tres interlocutores imaginarios presentados
en este trabajo estos discursos son los que poseen una
identidad más difusa. Es que configuran un territorio
vasto y heterogéneo que no podemos, por el momento,
detallar aquí. Por esta razón es importante no confun-
dir la crítica a dichos discursos con la crítica de sus efec-
tos. Lo que queremos es, fundamentalmente, cuestionar
la concepción de realidad social, concebida como parte de
la naturaleza del mundo, en la que apoyan su quehacer.
Se quiere hacer notar un posible efecto de esta po-
sición que recuerda la idea de Descartes "cambiar el or-
den de mis deseos más bien que el orden del mundo".
Pues si para estas orientaciones la realidad se halla
naturalizada, el sujeto analizado será pasivo y permane-
cerá inerme ante lo social que, entonces, sólo se cir-
cunscribirá a una pequeña red de lazos afectivos inter-
personales.
Se nos preguntará en seguida si el papel de la prác-
tica clínica es cuestionar la sociedad. No. Lo que plan-
teamos es la observancia de la capacidad productora de
ideología que toda práctica conlleva, de la cual no esca-
pan las mencionadas; y las consecuencias de control,
adaptación y entrenamiento en un determinado modelo
de éxito individual en las que pueden concluir.
Se postula otro destino para la "clínica": el de arri-
bar al conocimiento, cuestionamiento y transformación,
no de la sociedad sino de la conciencia con la que el su-
jeto pueda develar las condiciones de producción de su
padecimiento. Acción que no debe confundirse con una
"explicación" que repita la fragmentación del conoci-
miento al crear universos autónomos y compartimenta-
dos para la subjetividad. En este sentido lo que se ob-
jeta es la tendencia a restaurar el yo individual y sus
aptitudes, disociada de la situación total en la que el su-
jeto se encuentra. No criticamos a las escuelas que
postulan la presencia activa del analista6. Se advier-
te sobre el carácter normalizador y moralizante de esa
presencia. El terapeuta puede ofrecerse, en circunstan-
cias que considere operativo, como figura de identifica-
ción y constituir, esto, un requisito válido y legítimo.
Pero sucede que no se trata, solamente, de reparar, re-
componer o difundir un buen modelo de funcionamien-
to, sino de abrir espacios para que las crisis o los sín-
tomas se reinstalen en la conciencia de los sujetos, como
sentido que quiere abrirse paso en sus vidas.
En vez de recomponer pensamos en resituar. Por
ejemplo: contribuir para que una crisis exprese su sen-

6 En el año 1983, el Centro de Estudios en Psicoterapias


organizó una jornada científica destinada a estudiar el problema
de " L a presencia del analista". Coincidimos aquí con el criterio
que, en esa oportunidad, expuso Héctor Fiorini.
tido es concebirla como portadora de la posibilidad de
pensar. Resituar no es igual a pensar lo pensado, es
interrogar su historia y su proyecto, situar lo producido
y entrever su chance o no de transformación.
Por lo antes dicho no coincidimos con algunos en-
foques de esta línea de pensamiento que entienden a la
prevención primaria como una forma de "educación para
la salud". Para nosotros prevenir no equivale a educar
o evitar, por el contrario, significa permitir la expresión
y desarrollo de las crisis en el marco de las condiciones
más aptas para su reflexión.

b) Discursos formalistas

Si tengo que elegir entre las estructuras y la


conciencia elijo las estructuras. Pero no quie-
ro olvidarme de la conciencia.
OSCAR MASOTTA "

Incluimos dentro de esta denominación un cierto de-


cir que intenta hacer abstracción del discurso del deseo
como autónomo ; a discursos que pretenden recuperar una
teoría del psicoanálisis más fiel a lo que sucede en la
"otra escena", una modalidad que, en definitiva, aspira
a ubicarse en el punto más cercano a la verdad del deseo.
En este sentido, el pensamiento de Lacan y el de
sus discípulos responde a una empresa muy precisa: re-
cuperar las nociones freudianas básicas y retornar a "su
primera vocación": la de desentrañar los efectos del in-
conciente. Lo que está en juego no es tanto la creencia
que el sujeto tiene de sí, sino lo que estructura esta
creencia. Para esta perspectiva resulta evidente el pa-
pel represivo de la psiquiatría, y las diferentes "desvia-
ciones" de las que el psicoanálisis fue víctima (en par-
ticular versión kleiniana y escuela norteamericana).
Es de destacar la contribución de Lacan a la crítica
de las concepciones adaptativas y normativas que irrum-

1 Citado por José Pablo Feinman en su artículo "Humanis-


mo y revolución".
pieron en el psicoanálisis. ''En efecto, he aquí lo grave
—afirma Lacan en 1954— porque nos permitimos (nos
permitimos las cosas sin saberlo, tal como el análisis lo
ha revelado) hacer intervenir nuestro ego en el análisis.
Puesto que se sostiene que se trata de obtener una re-
adaptación del paciente a lo real, sería preciso saber si
es el ego del analista el que da la medida de lo real" 8 .
Para este esquema teórico es sustancial la compren-
sión del territorio específico en el que se desenvuelve
la experiencia analítica. Espacio en el que se aisla como
función fundamental del yo, el desconocimiento 9 ; y como
dominio autónomo el de "lo real" analítico.
La denominación "discursos formalistas" se justifica
por la tendencia de algunos autores a constituir el cam-
po de sus prácticas al margen del deseo atravesado por
las vicisitudes de las relaciones familiares, coyunturas
políticas, conflictos sociales, historia. Son discursos que
se atienen a lo que la producción del sujeto tiene de sin-
gular en relación a la estructura del deseo que la regla.
Para ello, resulta necesario que la convención técnica del
psicoanálisis ponga entre paréntesis la realidad (político-
social) para, como diría Leclaire10, desenmascarar lo
real (analítico).
Lo que importa es que el sujeto que concurre a la
consulta descubra el sentido de su historia y pueda res-
ponderse las preguntas encerradas en sus síntomas. No 1
se trata de suprimir estos últimos o de aliviar la angus-
tia. Por el contrario, el tratamiento debe problematizar
al sujeto en su propio ser y precipitar una angustia que
el síntoma en parte permitía evitar.
Se reconoce que el psicoanálisis es una terapia, pero
se advierte que está alejado de toda "urgencia terapéu-
tica", pues en el tratamiento —dicen— la cura es un be-
neficio extraordinario.

8 Lacan, Jacques, El seminario: "Los escritos técnicos de


Freud". Ed. Paidós, Barcelona, 1981, pág. 34.
9 Ver Percia, Marcelo: "Los fantasmas en los grupos: el
actor y sus personajes". 1983. Trabajo inédito.
1° Leclaire, Serge, "Desenmascarar lo real". Ed. Paidós,
Buenos Aires, 1975.
Esta corriente quiere distinguir al psicoanáilsis de
otras técnicas del campo "psi" que pretenden apoyarse
en sus conocimientos. Cuestiona variantes que tienen por
objetivos sostener, fortalecer, o ajustar el yo del anali-
zado. Objeta estos "nuevos métodos de sugestión" que
ejercen poder en la situación clínica y que tienden a la
adquisición de habilidades o aptitudes. Advierte, tam-
bién acerca del lugar de sujeto de (supuesto) saber que
puede tentar narcisísticamente al analista.
Para esta orientación, el psicoanálisis nada tiene que
ver con una lógica del poder. El psicoanalista trabaja
contra la producción de figuras de poder. Y si de algún
poder se trata es de aquel que el analizado le otorga ai
analista; de ahí que en un análisis se trate de liquidar,
de resolver esta delegación de poder. En la situación
clínica el psicoanalista se des-centra hacia el "psicoana-
lizante", y hasta los términos "paciente" o "analizado"
merecen ser cuestionados por su connotación pasivizante.
La crítica absoluta a la posición de poder asumida por
el analista tiene por objeto, en este caso, cuestionar a
una determinada concepción de la "cura" y de la "ayuda
terapéutica". Se opone, esta orientación, a cualquier fi-
nalidad ortopédica de la relación que pueda convertir
al analista en un modelo de identificación y, más aún,
en una muleta o algo similar a un medicamento.

Lo problemático en esta concepción sigue siendo la


relación entre lo analítico y lo (mal llamado) extra-
analítico, dado que se plantea como una relación entre
dominios distintos de la objetividad.
El analizado es invitado a poner entre paréntesis la
dimensión de lo social, lo político y las condiciones ob-
jetivas de su existencia. Se dirá que es legítimo conce-
der autonomía relativa a la esfera del deseo —por lo
menos provisoriamente— con fines precisos de conoci-
miento. No es esta una objeción que se quiera hacer aquí.
Sin embargo, en nuestro medio, la extrema depura-
ción del discurso analítico y el intento de acentuar la
formalización del psicoanálisis encierran dos riesgos:
la creencia de que el purismo teórico puede constituir un
mérito, y considerar todo abordaje psicoterapéutico como
una práctica de rango inferior.
Cabe recordar que la consolidación de este movimien-
to en la Argentina corresponde a la fundación de la Es-
cuela Freudiana de Buenos Aires, en junio de 1974, nu-
clearia alrededor de Oscar Masotta, quien introdujo en
forma magistral las ideas de Lacan. Hecho que coincidió
con la represión y limitación de las prácticas asistencia-
Ies en los hospitales y centros de salud mental, a la vez
que por efecto del mismo sistema autoritario que dominó
al país, nuestra generación se replegó a una manera de
pensar más cercana al dogmatismo y la abstracción teó-
rica que a la acción clínica. Paralelamente ocurrió que
a partir de la década del '70 los discípulos de Lacan acen-
tuaron la formalización de sus teorías aunque la posi-
ción del maestro permaneció más flexible que la de mu-
chos de ellos. Con lo cual se perfiló una etapa en la
que —como bien lo expresó recientemente Maud Man-
noni 11 — la pasión por la clínica fue sustituida por la
fascinación por la investigación pura. Situación que, en
parte, explicaría la actual desvalorización que estos dis-
cursos hacen de las prácticas pscicoterapéuticas.
Observación que en este escrito nos interesa des-
tacar por tanto partimos del siguiente presupuesto: en
circunstancias político-sociales como las que viven los
países latinoamericanos, se tornan más insostenibles ideas
tales como neutralidad, extraterritorialidad o investiga-
ción formal. Nuestras prácticas clínicas llevan impre-
sas las marcas de "lo real social" como un siniestro le-
sionador de nuestra subjetividad.
"Se trata de comprender —plantea con acierto Ro-
bert Castel— cómo lo imaginario en tanto imaginario, lo
simbólico en tanto simbólico, son estructurados por otro
"real" distinto de aquel del deseo y la a n g u s t i a . . . " 1 2 .
La razón social no es una categoría neutra, y porque
sufrimos formas extremas de violencia social no podemos

11 Mannoni, Maud, "La teoría como ficción". Ed. Grijalbo.


Barcelona, 1980, pág. 168.
12 Castel, Robert, " E l psicoanalismo". Ed. Siglo X X I , Mé-
xico, 1980, pág. 63.
poner entre paréntesis las formas objetivas que mode-
lan nuestra vida cotidiana y señalan nuestras urgencias.
Comprender lo real social atravesando lo real psí-
quico. El discurso del deseo atravesado por el discurso
histórico. Dos de las fórmulas que resumen la intención
que queremos sostener. Vivimos fracturas sociales pro-
fundas, incertidumbre económica y política. Sin embar-
go se dirá que ante esta realidad (social, económica y
política) corresponde escuchar qué problemas plantea a
los sujetos que concurren a la consulta y, ante todo, ana-
lizar cómo están investidas estas situaciones. No ex-
cluimos estas variantes. Insistimos en testimoniar que
la dimensión de la realidad no es exterior a la experien-
cia analítica y se presentifica de modo más incontenible
cuanto más violenta e injusta es.
Es necesario pensar de qué forma esta dimensión de
lo político-social nos atraviesa, inquieta y configura como
actores sociales. Porque, como dice Foucault "es el poder
dominante, la imbricación íntima y oscura y eficaz que
ha modelado todas nuestras representaciones y las rela-
ciones que establecemos con la realidad" 13 .
Es cierto que todas las creencias subjetivas están
investidas inconcientemente. Y también es igualmente
cierto que se organizan como figuras de un imaginario
social14 que a su vez ordenan nuestra manera de ser.
No se trata de "politizar" la acción clínica, sino de ad-
vertir en ella el entrecruzamiento de la dimensión polí-
tica y abrir espacios para su interrogación.
Precisar el foco sobre la organización de nuestra
subjetividad como actores sociales es reconducir la inte-
rrogación política en la escena clínica sin perder de vis-
ta la especificidad de sus propios discursos.
Porque si el pensamiento freudiano logró introducir
el deseo en la historia no fue para promover el desprecio
por la historia, lo político y lo social.

13 Foucault, Michel, "Historia de la sexualidad. La volun-


tad de saber". Volumen 1, Ed. Siglo X X I , México.
14 Para esclarecer la noción de imaginario-social nos remi-
timos a Castoriadis, Cornelius, " A Institugao imaginaria da so-
ciedade", Ed. Paz e Terra, Río de Janeiro, Brasil.
c) Discursos críticos de lo social

"Pero también aprendimos que la realidad exis-


te. Y que no todo fracaso es neurótico, y que
hay que aprender a discriminar entre lo que
es nuestro y lo que nos -causa la injusticia
social".
MARIE LANGER 15

Las corrientes críticas de lo social en Salud Mental


tienen un referente histórico insoslayable en las ideas
de Enrique Pichón Riviére. Se trata de un pensamiento
desbordante en creatividad que funda un estilo de "desa-
fío conceptual" que hoy constituye una de las mejores ar-
mas de la tradición clínica argentina.
En un libro publicado en el año del golpe, Pichón
resumía alguna de sus ideas: " E n mi experiencia con-
ceptual el concepto de adaptación activa se identifica con
el de aprendizaje, al que defino como apropiación ins-
trumental de la realidad para transformarla".
Pichón elaboraba la noción de "conciencia crítica"
al describir su criterio de adaptación. "La conciencia
crítica —decía en aquellas conversaciones— es una for-
ma de vinculación con lo real, una forma de aprendizaje
que implica la superación de ilusiones acerca de la pro-
pia situación como sujeto, como grupo, como pueblo. Lo
que se logra es un proceso de transformación, en una
praxis que modifica situaciones que necesitan de la fic-
ción o la ilusión para ser toleradas" I6.
La crítica social en Pichón asumía toda su especi-
ficidad en su labor clínica, así reveló de qué modo el
enfermo era portavoz de las tensiones del grupo fami-
liar; cómo se producía un equilibrio al precio de la en-
fermedad de uno de los miembros de la familia. El "en-
fermo" —explicaba— asume lo depositado por el grupo
para salvar al conjunto.

15 Langer, Marie, " L o que el grupo me dio", en Lo Gru-


pal 2, Ed. Búsqueda, Buenos Aires, 1985, pág. 125.
16 Zito Lema, Vicente, "Conversaciones con Enrique Pichón
Riviére". Ecl. Timerman Editores, Buenos Aires, 1976, pág. 86.
Pero había algo más en sus ideas, su imaginación
110 conocía límites. La confianza en los procesos grupa-
les lo llevó a concebir la fantástica idea de que la psico-
terapia de grupos podía ser una manera de democrati-
zar al psicoanálisis.
Figura romántica que sirvió para poner en movi-
miento nuevos campos de la investigación: la clínica gru-
pal y un modelo de aprendizaje en grupos.
Son diversos, no obstante, los orígenes de la crítica
social que hay que contabilizar. Este principio estaba
presente en la Asociación Psicoanalítica Argentina fun-
dada en 1942 por un grupo de psicoanalistas entre quie-
nes se encontraba una luchadora como Marie Langer.
De la misma manera José Bleger empeñó sus es-
fuerzos en la empresa de llevar la cuestión social al psico-
análisis. En efecto, Bleger intentó en el plano teórico
establecer enlaces entre el marxismo y el psicoanálisis;
y en el plano clínico estimuló la crítica al destino del
psicoanálisis como práctica elitista.
Para él el psicoanálisis es un procedimiento de in-
vestigación que —desde el punto de vista de su trascen-
dencia social— permite "deducir conocimientos que se
pueden aplicar en escala muy vasta, no sólo en otros
procedimientos más breves, sino también aplicar al cam-
po de la psicohigiene, la educación, etcétera" 17.
El mojón que, a nuestro criterio, produce una rup-
tura explícita está expresado por el "movimiento" que
a principios de la década del '70 inició un discurso crí-
tico de las instituciones psicoanalíticas oficiales.
Se trata de los grupos Plataforma y Documento que
dan lugar a dos libros que reúnen un conjunto de traba-
jos que señalan las razones de escisión de la A.P.A. y
sus propuestas 18.
En octubre de 1971 Marie Langer escribía el prólo-
go al primer tomo de "Cuestionamos". Se trataba de un
cuestionamiento rioplatense hecho desde el psicoanálisis.

17 Bleger, José, "Psicoanálisis y marxismo", en Cuestiona-


mos. Ed. Granica, Buenos Aires, 1971, pág. 39.
18 Op. cit. en Cuestionamos y Cuestionamos 2. Ed. Grani-
ca, Buenos Aires, 1973.
Intentaban fundar y desarrollar puntos de contacto en-
tre diferentes campos del saber: el del psicoanálisis y las
teorías críticas de la sociedad.
"Cuestionamos —decía— las omisiones que comete
el pensamiento psicoanalítico corriente. Escotomiza el
modo en que la estructura de nuestra sociedad capita-
lista entra, a través de la familia, como cómplice en la
causación de las neurosis, y en que se introduce, a través
de nuestra pertenencia de clase, en nuestra práctica clí-
nica, invade nuestro encuadre y distorsiona nuestros cri-
terios de curación"19.
El grupo reunido en estos dos volúmenes refleja así
una de las preocupaciones que define ese período histó-
rico : instalar los discursos y prácticas psicoanalíticas en
el espacio de las luchas sociales y políticas.
La unificación de este grupo —sin duda diverso—
pasaba por una certidumbre: las prácticas clínicas en
salud mental debían ser significativas para la sociedad
y para los sectores populares que demandaban urgente
asistencia.
Es que la extraterritorialidad de la escena clínica,
su autonomía de lo social mostraba sus rajaduras por
la coyuntura política y epistemológica que se vivía en
ese momento.
En lo político dominaba una circunstancia de vio-
lencia y crítica social. En la década del '60 se habían
gestado otras experiencias. Se desarrollaba una perspec-
tiva integradora de los discursos de la psicología, el psi-
coanálisis y la psiquiatría dinámica. La situación social
contribuía a que en el campo "psi" se crearan condicio-
nes para otro tipo de productividad. Se trataba de una
nueva coyuntura teórico-clínica.
La irrupción de las primeras generaciones de psicó-
logos —graduados en el país 2 0 — en los hospitales y cen-
tros de salud mental, el desarrollo de investigaciones en
psicopatología, la diagramación de planes de prevención
comunitarios, la diversificación de los abordajes clínicos

W Langer, Marie, Prólogo a Cuestionamos, op. cit., pág. 14,


20 Berlín, Martha, Comunicación personal.
(psicoterapias de objetivos limitados, terapias familia-
res, de pareja, grupos de padres, orientación vocacional,
etcétera) 21, generaron un vértigo asistencial donde lo
grupal se instala definitivamente en la escena clínica,
adquiere estatura de instrumento teórico-técnico ineludi-
ble y estimula una producción científica que atisba un
perfil de identidad definida para lo que se podría llamar
"la escuela argentina".
Eran momentos en los que en la cultura y en las
universidades nacionales fermentaban propuestas de cam-
bio social. En lo epistemológico dominaba el impulso
de refundar la integración del marxismo con el psicoaná-
lisis según el modelo althusseriano. En algunos textos de
esta orientación se avizora para la clínica psicoanalítica
el mismo destino que Althusser había augurado a propó-
sito de su reflexión sobre los aparatos ideológicos del
estado22.
Algunos autores de este grupo cuestionan a un psi-
coanálisis que se suma al concierto de las ideologías do-
minantes. El riesgo era uno y sólo uno: que la escena
clínica reprodujese la escena social y contribuyese quie-
ra o no a perpetuarla.
Era una época en la que, junto a las ideas de Reich,
circulaban los efectos del discurso de la "antipsiquiatría".
Escribía al respecto Sartre en el prólogo a un libro de
Laing y Cooper: "Creo también que no se puede estudiar
ni curar una neurosis sin un respeto fundamental por la
persona del paciente, sin un esfuerzo constante por cap-
tar la situación básica y por revivirla, sin un proceso
que trate de encontrar la respuesta de la persona a esa

21 Recordamos en este punto al equipo que trabajó en el


Servicio de Psicopatología del Policlínico Gregorio Aráoz Alfaro
(Lanús) bajo la dirección del Dr. Mauricio Goldemberg. Los
aportes de Hugo Rosarios en el Centro de Salud Mental N ? 1 y
Pedro Hercovici en el Centro de Salud Mental N<? 2.
La experiencia de Raúl Camino en Colonia Federal (Entre
Ríos), la comunidad terapéutica del Centro Piloto del Hospital
Estévez (Lomas de Zamora) y la Peña Carlos Gardel en el Hos-
pital Borda en el campo de las psicosis.
22 Ver en Althusser, Louis, "Ideología y aparatos ideológi-
cos del estado", en Escritos, Ed. Laia, Barcelona, 1974.
situación, y pienso —como ustedes, según me parece—
que la enfermedad mental es la salida que el organismo
libre, en su unidad total, inventa para poder vivir una
situación no vivible" 23.
A nuestro criterio este movimiento tuvo por lo me-
nos dos efectos diferentes. Por un lado creó condiciones
para la integración de los discursos del psicoanálisis, la
psicología y la psiquiatría dinámica a la realidad asis-
tencial de nuestro país, permitiendo el "estallido" de
prácticas clínicas fecundas y producciones teórico-técni-
cas originales. Y por otro lado, la pérdida de cierta es-
pecificidad del discurso clínico opacado por su funcio-
nalización como práctica política.
Estas concepciones en su afán por promover la re-
lación existente entre clínica y política, por momentos,
desembocaron en una "ilusión militante". Querían re-
presentar la acción revolucionaria dentro del psicoaná-
lisis. Se confundió la actividad clínica con la actividad
política directa. Se disolvieron las especificidades de
cada discurso y, a veces sin quererlo, se hizo entrar el
elefante de lo político-social por la ventana de la prác-
tica clínica.
A pesar de este señalamiento, debemos destacar que
algunos trabajos dejaron las puertas abiertas para em-
pezar a examinar de qué modo en la escena clínica se
reiteran las estructuras de poder vigentes.
Son propuestas que logran zafarse de la tendencia
a sobredimensionar el papel político en la práctica clí-
nica y recupera la singularidad de un discurso capaz de
comprender su significación de escena productora (ya
no sólo reproductora) de relaciones subjetivas.
De entre todas las reflexiones aportadas por este
movimiento "elegimos" dos que se relacionan con la
cuestión grupal. Es claro que esta no es una elección
que obra según un criterio de justicia o síntesis respec-
to al valor o peso teórico-técnico de aquellos textos. Se
los menciona porque han tenido y tienen implicancias

23 Sartre, Jean Paul, "Prefacio", en Laing y Cooper, "Ra-


zón y violencia". Ed. Paidós, Buenos Aires.
en nuestro pensamiento y acción como clínicos de lo
grupal.
El primero, no publicado en "Cuestionamos", per-
tenece a Armando Bauleo. Es un texto que guarda rela-
ción estrecha con la propuesta de Plataforma: enfrentar
al psicoanálisis institucionalizado y buscar otro tipo de
práctica.
En Notas para una conceptualüación sobre gru-
po 24 Bauleo denomina "contraideología" a la inten-
ción de elaborar una técnica a partir de la crítica de los
supuestos imaginarios con los que operan los trabajado-
res del campo "psi".
" Y a que el neutralismo es un mito del pasado —ex-
plica— intentamos ahora efectuar el movimiento corres-
pondiente de ajuste de nuestra labor científica, no sólo
denunciando lo que infiltra de ideológico en ella, sino
también buscando otros supuestos, otras técnicas y otras
teorías para esa labor" 25 .
Su reflexión recorre, entre otros, dos problemas que
queremos destacar. Uno de ellos parte de la pregunta
¿qué sentido tienen expresiones tales como mi grupol
Para Bauleo esta frase pronunciada por los coordi-
nadores no constituye sólo una metáfora de identifica-
ción, sino que, también, da cuenta de una experiencia
atravesada por un modelo social de apropiación y por
una inclinación a reiterar en la escena clínica la idea
de propiedad privada bajo la forma del saber-poder que
posibilita la ilusión de dominio.
La segunda puntualización que, a nuestro criterio,
tiene importantes consecuencias clínicas se refiere a la
problemática de la asimetría y el autoritarismo.
Plantea de qué modo éste último en un grupo (y
se puede agregar en toda situación clínica) equivale al
ejercicio del liderazgo o a la utilización del lugar de la
coordinación como una forma de ejercer presión o in-
fluencia personal.

24 Bauleo, Armando, "Notas para la conceptualización so-


bre grupo", en Contrainstitución y grupos. Ed. Fundamentos,
España, 1977.
25 Bauleo, Armando, op. cit., pág. 15.
Define entonces que "una asimetría bien entendida
se asienta sobre tareas y funciones de la coordinación
y del grupo. Que se la haya confundido con autoritaris-
mo y con la lucha imaginaria por el poder de un grupo,
corresponde a una cuestión ideológica de no distingo
entre la coordinación de un grupo y el liderazgo de una
masa política"26.
El segundo trabajo La crisis del terapeuta11, fue
escrito por Eduardo Pavlovsky. Y a lo ya expresado
en el artículo de Bauleo agrega una distinción que nos
parece de gran utilidad. Discrimina en el interior de la
situación clínica dos niveles escénicos, a uno lo llama
Escena 1 y designa al conjunto de producciones que
pasan por delante del terapeuta (producciones grupa-
Ies, material de sesión) ; y al otro lo denomina Escena 2
y designa al conjunto de producciones que pasan por
detrás del terapeuta y que lo incluyen.
"Nosotros llamamos a esto —dice— Escena 2, cuando
la escena que interpreto me abarca totalmente" y agrega
más adelante "creo que el futuro de la psicoterapia tiene
que ver más con las escenas dos que con las escenas
uno" 28 .
El mérito que tanto el artículo de Bauleo como el
de Pavlovsky tienen es que —en ellos— el analista no
se disimula a sí mismo la relación que su práctica tiene
con la problemática del poder. Y a su vez, su develación
como agente de saber-poder no disuelve la especificidad

26 Bauleo, Armando, op. eit., págs. 25-26.


A propósito de este fragmento debemos señalar algo que pa-
recía obvio para la época althusseriana y común al grupo estu-
diado; esto es la creencia e>n la oposición de ciencia (como ver-
dad) e ideológico (como falso). Como ya lo explicitamos, para
nosotros tanto la ciencia como cualquier otro saber o práctica
estarán siempre atravesados por procesos ideológicos. Lo único
que nos cabría como intelectuales sería ayudar a comprender
sus mecanismos de producción.. Ver Szyniak, David, "Enigma e
Genese do dinheiro. Notas sobre ideología na obra de M a r x " .
Serie Estudios N<? 32, IUPERJ, Río de Janeiro, Brasil.
27 Pavlovsky, Eduardo, " L a crisis del terapeuta", en Cues-
tionamos, op. cit:
28 Pavlovsky, Eduardo, op. cit., págs. 248-2'49.
de lo que coincidimos en llamar Escena 1, en donde se
pone en juego la problemática del deseo y la repetición.
La interrogación sobre este entrecruzamiento de es-
cenas en la acción clínica —no se equivocaban— tiene
un efecto de crítica política en la conciencia de los ac-
tores.
En dichos artículos se halla bien representada una
convicción inscripta en los discursos críticos: en la in-
terpretación interviene una relación con el poder y no
sólo con el saber. La interpretación es también una téc-
nica de poder. En la escena dos el terapeuta es actuado
por su posición en la situación clínica, porque su función
constituye una figura en la que se encuentra delegado
el podér simbólico.
Lo que nos interesa de estos trabajos es que abren
líneas de investigación sobre el ejercicio de "la violencia
simbólica" en el interior de la escena clínica. Reconoce-
mos en ellos el valor de poner en cuestión la presencia
del analista en la encrucijada del poder. Resta investi-
gar cuál es la respuesta "técnica" al problema. Se hace
necesario revisar el riesgo de la fascinación que conlleva
la forma a través de la que se intenta develar está po-
sición en el escrito de Pavlovsky.
No obstante algo queda claro: la propuesta de un
movimiento en el que se interpreta la interpretación.
La Escena 2 es un plano en el que se advierte la
intromisión simultánea de la realidad psíquica del ope-
rador y la realidad social. Se critica esa especie de "in-
culcación" que puede ejercer el analista, y lo interesante
es que, la violencia de la interpretación no se piensa
como un mal empleo de la técnica sino como una actua-
lización de las relaciones sociales de poder subjetiviza-
das y favorecidas por el dispositivo técnico.
Se concluye de estos planteos que ya no se puede
simular ningún tipo de neutralidad. Afirmación que
guardamos con cuidado para cualquier forma de nuestro
quehacer clínico, porque —como bien lo demostraron
Bourdieu y Passeron 29 — la violencia simbólica no im-

29 Bordieu, P. y Passeron, J. O., "La Reproducción". Ed,


LAIA, Barcelona.
plica necesariamente una relación de autoridad mani-
fiesta en la imposición del sentido. Muchas veces la
seducción y las imágenes "progresistas" logran mejor es-
te propósito.

Utopía: un lugar abierto para pensar

" D e renuncia en renuncia sólo hemos ido des-


cubriendo una cosa: nuestra radical impoten-
cia. ¡Lo admito! Es el comiendo do la Razón,
de la lucha por la vida"30.

J. P. SARTRF,

Hasta aquí nuestra intención fue problematizarnos


sobre las condiciones y efectos de ese "ideal" que llama-
mos acto clínico en un fragmento de la historia del cam-
po "psi" en la Argentina. Problematizar es adentrarse
en un asunto que es susceptible de admitir diferentes
soluciones. No se trata de establecer una condena cate-
górica o una supremacía idealizante sobre cada uno de
los discursos anteriormente descriptos. Para cada mo-
mento habrá que pensar según la especificidad del cam-
po en el que se quiere operar y las características de
cada situación en particular. Se dibujaron diferentes po-
sibilidades que, extremando las opciones hasta configu-
rar enunciados imaginarios, pueden esquematizarse de
la siguiente manera:
Entre nosotros hay quienes en su trabajo se mues-
tran tranquilizadores y re-estructadores; quienes, en
ocasiones, apelan a sus cualidades humanas y el lugar
social que ocupan; quienes actúan con estilo directivo y
no se avergüenzan por aspirar a la cura; quienes piensan
que lo esencial es el lazo afectivo entre paciente y tera-
peuta y creen posible la integración de otros recursos
terapéuticos.
Entre nosotros hay, también, quienes no pretenden
extinguir las angustias y anular los síntomas, y remiten

30 Sartre, Jean Paul, Prólogo a Adén Arabia de Paul Ni-


zán. Ed. de La Flor, Buenos Aires, 1967, pág. 14.
a los sujetos al perpetuo desamparo de una verdad sobre
sí mismos que permanece inasible; quienes levantan sos-
pecha sobre la acción moralizante de nuestras concien-
cias.
Entre nosotros se encuentran, asimismo, aquellos
que piensan en cómo las formaciones imaginarias de la
sociedad imponen padecimientos; quienes reflexionan
acerca del enfermar por acción de lo real-social y cues-
tionan el lugar de poder del analista en la escena clínica.
En nosotros se entrecruzan todos y, por suerte, estas
expresiones son tantas veces extremas que en la prác-
tica clínica sufren modificaciones claves en función de
la aptitud y actitud personal, de la experiencia original
de cada operador y con independencia de lo que éste
piense y sepa de su acto clínico. Diferencias tan impor-
tantes que pueden ser cuestión de vida o muerte.
Pero sería ingenuo creer que nos limitamos a una
descripción objetiva de orientaciones teórico-clínicas.
Nuestro discurso es político (ver nota 5). Interpelamos
a los que nos preceden y apelamos a los actores de nues-
tra generación. Sabemos que entre generación y genera-
ción anidan rupturas y nacen diferencias.
Nos corresponde tomar una posición, esgrimir el
legítimo derecho de enunciarla, ejercitar la crítica y pro-
piciar acciones.
En nuestro intento de restituir afinidades y resta-
blecer coincidencias entre las representaciones anheladas
y la realidad existente, el tema de la acción se nos apa-
rece como uno de los más caros de la práctica clínica
que pudimos realizar. Colocarse ante él es hacerlo ante
un campo devastado, mutilado en su posibilidad. Sí, pen-
sar, como para el personaje de la novela de Piglia, sirvió
para no volvernos locos, ¿pero cuántas veces a lo largo
de ios años del silencio nos vimos obligados a una suerte
de "ostinato mental" más parecido a una rumia estéril
que al vértigo de un acto desplegado? ¿Cuántas veces
asistimos a la representación de la única acción permi-
tida: la de la destrucción? Quienes pudieron sentir y
pensar vieron maniatadas sus posibilidades de actuar, y
aquellos que tuvieron carta libre para la acción parecía
que jamás hubieran experimentado un sentimiento.
¿Qué es Jo que buscamos? El lugar de la ética.
No tenemos una teoría única tatuada en el cuerpo.
No queremos llevar los adornos del lacanismo, los ropa-
jes de la crítica social o gustar los aderezos del "con-
tacto que humaniza". No corremos ( ? ) , agitados, tras
las seductoras ideas y técnicas de moda. Estas suelen
responder más a los espejismos del poder que a. la inte-
gración de discursos nuevos capaces de modificar la
práctica. Nuestras reflexiones quieren situarse en un
espacio "entre" la crítica al dogmatismo de los discursos
formalistas y la necesidad de encarar una interrogación
crítica que guarde rigor teórico.
Es así que no propiciamos una modalidad terapéu-
tica pensada como "la verdad", pero tampoco postula-
mos la inspiración espontánea. El estilo del que habla-
mos, la pasión que nos ocupa, busca de orientarse en el
lenguaje de una experiencia: la clínica.
Pero se sabe, en la trastienda de todo acto clínico
se esboza siempre una teoría. La nuestra reconoce en el
psicoanálisis su punto de partida, no obstante haber
constatado, en reiteradas ocasiones, que en la escena clí-
nica suele encontrarse de una forma lo que esperábamos
se presentase de otra. Se trata, entonces, de pintar con
la asombrosa novedad la cara de cualquier teoría.
Se querrá confundir estas intenciones con una nueva
forma de eclecticismo, con una selección de lo mejor de
cada orientación mencionada o que quiera agregársele
compromiso político a los primeros, acción social a los
segundos y "arrepentimiento" a los terceros.
No. Nada más alejado de nuestros esfuerzos.
La propuesta es bien diferente, se quiere descentrar
el problema del ámbito de las teorías y afirmar la pre-
sencia de otro espacio: el del diálogo clínico.
Se hace imprescindible mirar y no abjurar de lo
mirado. Lo obvio ha desbordado las márgenes de ía pe-
sadilla y cubierto el interregno de una realidad omitida.
Lo obvio es escalofriante. Se requiere una mirada impá-
vida, como la de los niños, para enfrentarlo.
La urgencia, lo perentorio, y lo provisional impreg-
nan toda nuestra vida social. Vivir en la Argentina es,
entre otras tantas cosas, llegar tarde a todos lados: a
la plaza, a la casa, a la mesa, a la cama, al placer. El
sufrimiento y la desesperanza están cerca, muy cerca,
tanto que ya no alcanzamos a distinguirlos de entre los
habitantes de nuestra cotidianeidad. Las instituciones
y las estructuras están lejos, muy lejos, tanto que ya no
alcanzamos a mancharlas con nuestros deseos.
¿Qué hacer? ¿Cómo saltar el abismo? ¿Cómo anu-
lar el divorcio?
Si nos dan a elegir entre la conciencia y las estruc-
turas preferimos la conciencia y no querríamos olvidar-
nos de las estructuras.
Subrayamos el carácter eficaz del diálogo clínico, lo
definimos como una práctica social, un saber, una ética,
operación a la cual alguien acude a calmar el dolor de
otro y ambos develan las condiciones de producción de
ese sufrimiento.
Estas reflexiones, como decíamos al comienzo, ron-
dan el sitio de una utopía posible que otorgue sentido
a la práctica clínica, ese lugar en donde la persona a
través de las hendiduras de su discurso entrevea la cla-
ridad de sus deseos, donde se palpen las aristas de una
materialidad cierta e inacabada, donde se dibujen bo-
cetos de certidumbre y puedan tirarse al agua las pie-
dritas de los proyectos sin temor a la desilusión.
r
t
CONTRIBUCIONES DEL PSICODRAMA
A LA PSICOTERAPIA DE GRUPOS

OLGA ALBIZURI DE GARCÍA

Cuando tenemos frente a nosotros la obra de un


creador, más allá de compartir total o parcialmente sus
conceptos, nos inunda la admiración y cierta alegría que
se desprende ante las capacidades humanas. La obra del
médico rumano Jacobo Levy Moreno, creador del psico-
drama y del sociodrama, es un ejemplo de creatividad y
dedicación a la investigación psicológica y social.
Moreno nació en Rumania en 1902 y falleció en
Estados Unidos de Norte América en 1974. Hombre de
una amplia cultura y fuertes ideas religiosas y filosófi-
cas, poseedor de una personalidad con marcadas caracte-
rísticas histriónicas, amante del teatro e incansable inves-
tigador del hombre y sus vínculos, nos ha dejado una
vasta obra escrita y un movimiento psicodramático que
abarca América, Europa y Asia.
Leyendo la obra de Moreno nos encontramos, en los
principios históricos de su creación, con hechos anecdó-
ticos de gran contenido emocional y audacia renovadora,
a la vez que con una nueva y dinámica línea de investi-
gación, de riquísimas posibilidades para el conocimiento
y terapéutica de los conflictos psicológicos.
Observamos también que desafió las críticas, las
"Conservas culturales" 1 de su época, logrando desarro-

1 Moreno acuñó el término "conservas culturales" para de-


signar al producto terminado de la cultura que, como tal, ha ad-
quirido una calidad casi sagrada. " . . . El libro es el arquetipo de
todas las c o n s e r v a s . . . " Nuestra cultura, dice: " . . . e s t á saturada
llar una teoría basada en una concepción del hombre y
de la salud que tienen como núcleo la espontaneidad, el
optimismo acerca de lo vital, el amor, la catarsis y los
roles que van formando el yo del individuo. El desarrollo
de lo que llamaría posteriormente axiodrama-reencuentro
con los verdaderos valores éticos, religiosos y culturales
en una forma dramática espontánea —fue el primer con-
tenido del psicodrama—. Este contenido axiológico fue
de interés primordial para Moreno que luego desarrolló
el sociodrama y por último el psicodrama aplicado a la
psicopatología. O sea que el camino elegido fue: a través
del desarrollo de la espontaneidad y la vitalidad creado-
ra desplegadas en las escenas dramáticas surgen la idea
de Dios, los valores metafísicos, sociales y religiosos y,
por último, la terapéutica.
Moreno se destacó por su interés en lo social, en los
marginados y rompió con el movimiento médico de su
época, atacando los valores oficiales caducos, vacíos y
falsos.
Su rebeldía está presente en toda su obra. De ella
se desprende lo mejor y también lo peor de su perfil,
que lo llevará a desdeñar ricos aportes científicos, como
en el caso de los de Freud.
Su amor por el teatro que se revela desde su infan-
cia, hizo de lo teatral la columna vertebral de su bús-
queda desde su accionar en las calles y plazas de Viena,
donde hacía representar a los niños y luego también a
los adultos. El teatro de la espontaneidad y el teatro
terapéutico son los antecesores del psicodrama como
ciencia.
En 1925 va a vivir a Estados Unidos, donde desarro-
lló y sistematizó sus descubrimientos. La Sociometría
es una ciencia de la acción. Tiene tres ramas: el socio-
drama, la psicoterapia de grupo y el psicodrama. Este
último es el que ha tenido más repercusión mundial,

de c o n s e r v a s . . . " y satisfecha con ellas.


Moreno, J. L., Psicodrama, Ediciones Hormé, Buenos Aires,
1961.
abarcando con su nombre, de manera errónea, al que su
creador eligiera para el cuerpo teórico.
Mucho se ha escrito sobre Moreno. Su biografía
precede la mayoría de los libros de psicodrama, por lo
cual remito al lector a dichos textos para evitar aquí la
repetición.
Me referiré a los puntos salientes de la teoría y
técnica morenianas para luego desarrollar la orientación
a la que pertenezco: el psicodrama psicoanalítico aplica-
do a la clínica y docencia grupales.

La teoría del psicodrama

Los aportes más conocidos y medulares de la teoría


de Moreno devienen de la nueva mirada que este autor
fue capaz de dar a la improvisación dramática, retoman-
do a partir de lo teatral espontáneo y del antiguo teatro
griego, el concepto de catarsis. El término catarsis, que
significa purificación, es utilizado ya por Aristóteles en
cuanto a los efectos del drama en el público, emociones
que surgen de la participación activa (identificación)
en la acción dramática.
Sigmund Freud en los comienzos de sus investiga-
ciones dará, a partir de Bruer, una importancia funda-
mental a la expresión catártica en el tratamiento de la
histeria. Luego abandona la validez absoluta que le diera
en un principio para el proceso de curación.
En el teatro clásico, el espectador, al identificarse
proyectivamente con lo representado por los actores, lo-
gra, como decíamos antes, una catarsis y también cierta
concientización. En el caso del psicodrama, si bien el
público resuena con lo representado (ese es su valor en
la terapia grupal), es el protagonista, en primer lugar, el
que logra una catarsis pues representa su propio drama.
Para que a través del drama representado se produz-
ca un efecto catártico, tiene que existir verdadera espon-
taneidad y creatividad, dice Moreno, pues de lo contrario
es una mera repetición que no aportará nada nuevo ni
a los protagonistas ni al público.
La catarsis se puede dar, si están dadas las condi-
ciones antes mencionadas, en el espectador, que al iden-
tificarse con lo representado y sus protagonistas, tiene
la posibilidad de expresarse a través de ellos, resonando,
haciendo eco desde sus vivencias e historia. En los pro-
tagonistas, que mientras se desarrolla el drama, crean
el mismo, lo cocrean con los demás, expresándose a través
del tratamiento de la temática y de los juegos vinculares.
En la creación espontánea misma, que mediatiza el víncu-
lo del hombre con el mundo.
El teatro de la espontaneidad que Moreno va trans-
formando en una herramienta terapéutica, el psicodrama,
contiene ya en sí los puntos básicos de su teoría:
a) El concepto de espontaneidad-creatividad.
b) La teoría de los roles.
c) La psicoterapia grupal.
a) La teoría de la espontaneidad: ligada a la crea-
tividad dialécticamente, comprende una fenomenología,
una metapsicología, una psicotécnica, una psicopatología
y una psicología genética. De todas ellas, las que más
riquezas poseen y más acabadamente desarrolló Moreno,
son la psicotécnica o entrenamiento de la espontaneidad
que, aunque parezca una paradoja, trata de rescatar lo
espontáneo perdido por el hombre a lo largo de su exis-
tencia. Y la psicología genética, que revisaremos some-
ramente : el niño al nacer realiza su primer acto creativo,
es el primer hecho de catarsis de integración. Nace con
una capacidad creadora propia del ser humano que irá
completando con la madurez, con ayuda de los otros. El
primer yo auxiliar es su propia madre. Al igual que
Dios, el hombre tiene capacidad de creador. A lo largo
de su infancia, a medida que va jugando los roles diver-
sos y en contacto con los agentes sociales (familia, es-
cuela), desarrolla esa capacidad creadora y se atrofia en
mayor o menor medida de acuerdo al tipo de relaciones
y en la medida en que las "conservas culturales" le sean
impuestas por sus mayores. Estos agentes de la sociedad
lo someten durante el desarrollo, a conductas estereoti-
padas, repetitivas, ritualistas, muchas de ellas vacias de
significado para él y para los demás, así como también
ayudan al desarrollo de la espontaneidad. Depende de
cada caso y medio en que vive el niño, en un determinado
momento histórico-social.
El juego en el niño es la mayor expresión de la es-
pontaneidad creadora. El psicodrama posibilita la re-
cuperación de dicha espontaneidad, a través del juego
dramático, del "como si" simbólico, donde se logra esca-
par al determinismo asfixiante de ciertas condiciones de
la realidad; donde lo imaginario y lo real coexisten en la
escena; donde se recupere el contacto consigo mismo y
con los demás al reencontrarse con la creatividad, de
donde surgirán roles nuevos y respuestas nuevas, libres
de estereotipos. Se llevará a cabo el destratamiento pro-
pio de la libertad en contra de lo rígido.
El acto de lo espontáneo está íntimamente ligado al
instante, de allí surge la noción del "aquí y ahora". "La
filosofía del momento" opone a la duración, los beneficios
del instante, el presente, en constante cambio. Es el lugar
(locus) donde se da el crecimiento. Dice Bustos: " . . .Mo-
reno caracteriza tres factores esenciales para una filo-
sofía del momento: el locus o el lugar donde se implanta
el status nascendi o proceso del crecimiento y la matriz
o sea el elemento mismo que lo constituye. En el orga-
nismo humano, el locus es la placenta, el status nascendi
el tiempo del embarazo, la matriz el óvulo fecundado.
La matriz de identidad es el locus donde el niño se arrai-
ga, es la placenta social del niño y la que condiciona
gran parte de su vida futura al aportarle modelos de
conducción..." 2.
Desde el acto espontáneo del nacimiento, el cuerpo
del niño es el status nascendi de la espontaneidad, con
puntos focales o zonas. Vive en una apetencia de actos
pues está proyectado al futuro. La función del yo au-
xiliar, primeramente la madre es, desde el nacimiento,
imprescindible para que el niño pueda desarrollar |la
espontaneidad. Además la madre cumple la función de

2 Bustos, Dalmiro, Psicoterapia psicodramática, Editorial


Paidós, Buenos Aires, 1976, pág. 23.
representar para el niño una imagen de si mismo. Siguen
siendo uno, hay una identidad del yo con el tú, no se
diferencia el niño de su entorno. Moreno dice que esta
experiencia primigenia de la identidad configura su des-
tino. En toda esta primera etapa los roles son psicoso-
máticos.
La segunda etapa es la del reconocimiento del yo.
El niño observa al otro (madre) como algo diferente de
él. Integra las diferentes partes de su cuerpo en una
unidad y es a partir de allí que se distingue. Es en la se-
gunda etapa que aparecen los roles psicodramáticos.
En una tercera etapa el niño reconoce al otro. Ya
no sólo se vivencia separado del resto sino que también
reconoce a los otros.
Moreno hace una pormenorizada descripción de la
evolución del mundo del niño, distinguiendo:
1) Matriz de identidad total. Primer universo: todo
es uno. Las configuraciones están configuradas
por los actos.
2) Matriz de identidad total diferenciada. Segundo
tiempo del primer universo: se diferencian las
unidades pero tienen el mismo grado de reali-
dad : los individuos, los objetos imaginarios y
los reales.
3) Matriz de la brecha entre fantasía y realidad.
Comienzan a organizarse dos mundos, el de la
realidad y el de la fantasía. Esto, en el lenguaje
moreniano, marca el comienzo del segundo uni-
verso. Lo ideal es que el individuo pueda domi-
nar la situación y que no desarrolle un mundo
real en detrimento de la fantasía, ni viceversa.
La espontaneidad es el factor que puede asegurar
este dominio que consiste en trasladarse de uno
a otro, ir logrando un equilibrio. Aparecen los
roles psicodramáticos (reales e imaginarios, por
ejemplo: Dios. Y los sociales: la hermana, el
padre, la maestra). Esto sucede cuando ya hay
una diferencia entre realidad y fantasía. El niño
entonces está en el segundo universo.
b) La teoría de los roles: para Moreno, el rol es el
conjunto de posiciones imaginarias asumidas por el in-
dividuo durante su infancia, en la relación con los demás.
Es entonces de raíz imaginaria y se concreta en la acción,
en la interacción.
También para el autor de esta teoría, es el yo el
que emerge de los roles y no a la inversa. Los primeros
roles son los psicosomáticos: ingeridor, durmiente, de-
fecador, etc. Son los que se desarrollan a partir de las
necesidades y funciones básicas y de las primeras rela-
ciones con la madre. Su locus nascendi es aquella zona
del cuerpo comprometida en la función, pero no como
zona aislada. Por ejemplo, el rol del ingeridor: la boca
del niño, el aparato digestivo, el ano, el pezón de la
madre. Esto está relacionado con el hecho de que el rol
del niño y de la madre forma todavía una matriz de
identidad indiferenciada. La madre con su conducta, va
induciendo la conducta del niño, éste va así descubrien-
do una complementaridad perfecta con su madre pero
sin conciencia de diferencia.
Aquí podemos encontrar una similitud con un as-
pecto de la teoría freudiana, que afirma que el yo se va
configurando a partir de los primeros meses de vida, de
las primeras experiencias en este período que llevan a
tener una representación de sí mismo. En esta etapa
necesita de alguien para sobrevivir: relación anaclítica,
de apuntalamiento. El niño, gracias a esa relación, vive
e ignora al otro. Es una primitiva posición de omnipo-
tencia.
En el segundo universo moreniano, aparecen los
roles sociales y psicodramáticos, de los que ya nos hemos
ocupado.
En esta teoría se toman los roles como eje del
yoico y, a medida que el niño crece y se diferencia, va
pudiendo ampliar su abanico de roles. Algunos roles
quedarán inhibidos, necesitando posteriormente ser res-
catados (función del psicodrama).
Cuando más sano es un individuo, más posibilidad
tendrá de desempeñar diferentes roles. Tendrá un aba-
nico de roles más amplio. Roles creativos y no repeti-
tivos.
De las experiencias infantiles, surgen algunos con-
flictos para desempeñar un rol en el futuro. Por ejem-
plo: la interrelación tenida con la madre en el ámbito
del juego. Si el rol de ésta ha sido indiferente o represor
e inhibidor de la creatividad, puede provocar al adulto
una inhibición en su creatividad y en su rol de padre,
en relación con el juego y creatividad de sus hijos. El
rol jugado por su madre actúa como inhibidor de su pro-
pio rol paterno. El ejemplo anterior nos sirve para di-
ferenciar tele de transferencia. El factor tele se desa-
rrolla en el niño cuando ya puede distinguir cerca-lejos,
realidad-fantasía, cuando puede desarrollar una relación
a distancia con el otro, reconociéndolo como otro, dife-
renciando objetos reales y objetos imaginarios, personas.
Permite percibir al otro como es y percibirse a sí mismo
en relación a él y lo que los vincula Es un verdadero
"Encuentro yo-tú". La transferencia, en cambio, es la
parte patológica del tele, es un vínculo yo-yo (con obje-
tos internos, con el drama interno), no se percibe al
otro como es, no se está con él. El padre del ejemplo,
"estaba" con su madre en aquellas escenas infantiles más
que con sus hijos en el momento actual.

c) La psicoterapia grupa!3: Moreno la define así:


" . . . La psicoterapia de grupo es un método para tratar
concientemente, en el marco de una ciencia empírica,
las relaciones interpersonales y los problemas psíquicos
de los individuos de un grupo . . . "
En su concepción, todos en el grupo son agentes
terapéuticos y todo grupo lo puede ser con respecto a otro
grupo. Este método aspira a lograr la mejor agrupa-
ción de sus miembros, para los fines que persigue. No
trata solamente a los individuos sino a todo el grupo y
a los individuos que están en relación con él.

3 Moreno, J. L., Psicoterapia de grupo y psicodrama, Fondo


de Cultura Económica, México, 1Ó66, pág. 79.
En su definición sociátrica, ve a la sociedad huma-
na total como al verdadero paciente.
El concepto de encuentro está en el centro de la
psicoterapia de grupo, comunicación mutua que no se
agota en lo intelectual sino que abarca la totalidad de
su ser. El encuentro vive en el "aquí y ahora". Va más
allá de la empatia y de la transferencia. Forman un
"nosotros".
Relata que el primer intento de psicoterapia de gru-
po es en Viena en 1911, donde fueron todos sus miem-
bros terapeutas. Luego salieron a las calles e hicieron
psicoterapias grupales familiares "in situ", con la gente
que sufría.
Más allá del talento terapéutico, Moreno rescata el
valor de fuerzas inmanentes al grupo. Retoma el hecho
de que vivimos en grupo desde que nacemos y nuestros
problemas provienen de ese mundo.
Todos ayudan en un grupo, no por eso están ausen-
tes las relaciones hostiles. Realizó grupos de presos
(1931), de niños (1931), de enfermos mentales (1932),
llegando en 1933 a la sociometría y en 1936 al psico-
drama.
Afirma que trabajar en grupo sin una fundamenta-
ción sociométrica, antropológica y microsociológica, sólo
con la interpolación del análisis individual, es imposible.
La regla fundamental es la interacción libre y es-
pontánea, y el objetivo, favorecer la integración del in-
dividuo y el grupo. Considera la transferencia como
expresión de la disociación y desequilibrio del grupo. Los
tele-relacionales son los que posibilitan la tarea.
Se detiene Moreno en el rol del psicoterapeuta de
grupo y psicodrámaturgo, dando una serie de normas éti-
cas y científico-técnicas. Da cuenta, ya entonces, de re-
glas y normas de un grupo como el secreto, los honorarios
iguales, la selección de pacientes, la libre expresión, el
cuidado del individuo y del grupo, la utilización de mé-
todos científicamente comprobados, la salvaguarda de
la democracia en el grupo,
"Rescata, más allá de la comunicación verbal, el con-
tacto corporal, motor y táctil.
Enumera los métodos a utilizar entre los que se
destacan:
a) Método de club o asociación, donde la gente se
ayuda en las instituciones que albergan a los pa-
cientes, o en cafés, sin un aparato artificial
(ejemplo: Agrupación de Prostitutas Vienesas,
1914. Alcohólicos Anónimos, EE.UU., 1934).
b) Método de asesor amiento.
c) Método de conferencias (pedagógico).
d) Método de clases (pedagógico).
e) Método psicoanalítico, que en grupos, dice, ape-
nas se distingue de los interaccionales.
f ) Métodos visuales (películas, etc.).
g) Método de discusión libre.
h) Métodos sociométricos: agrupación sociométrica
para mejor ayuda.
i) Métodos de historias clínicas: todos opinan so-
bre un caso.
j) Método de la biblioterapia: los pacientes leen
libros seleccionados y los discuten.
k) Método magnetofónico: sesiones grabadas. Lue-
go los pacientes se escuchan a sí mismos y refle-
xionan en grupo.
1) Método de la música y la danza: los pacientes
hacen su propia música y / o escuchándola, dan-
zan.
m) Métodos ocupacionales y laborterapia.
Como podemos apreciar, todas estas técnicas que se
han desarrollado independientemente a posteriori con
diversos esquemas referenciales, ya fueron pensados y
experimentados por Moreno... Es para pensar...
Método psicodramático: El método del psicodrama
toma la representación dramática, la escena, como núcleo
del abordaje y la exploración del ser humano y sus víncu-
los. La acción, unida a la palabra, brindan un más com-
pleto despliegue del conflicto, del drama que ocupa al
protagonista en el espacio dramático. En la escena, el
individuo puede representar sus conflictos pasados y pre-
sentes, y también volcar sus temores, espectativas, pro-
yectos y dudas sobre el futuro, explorando sus relaciones
con el presente y pasado.
El método general del psicodrama cuenta con dife-
rentes técnicas para desarrollar al máximo la explora-
ción y la creatividad, posibilitando una catarsis de inte-
gración.
Se distinguen en el desarrollo de la acción dramática
tres momentos que poseen, cada uno, una importancia
singular. La primera fase, llamada caldeo,miento, es don-
de se prepara el clima del grupo. Se elige un tema y un
protagonista y se intenta adentrar al mismo en el ma-
yor nivel de espontaneidad posible. Moreno destaca la
importancia de esta fase desde su teoría de la esponta-
neidad-creatividad, haciendo hincapié en que sólo libe-
rándose de ataduras de la realidad, desaprendiendo", el
sujeto logrará el estado necesario para participar eficaz-
mente, de manera espontánea, en la dramatización. Po-
drá entrar así en el "como si" dramático, abierto a lo
que vaya sugiriendo en la escena: afectos, asociaciones,
recuerdos, nuevos personajes que, al comienzo, no recor-
dó. En esta fase es muy importante el rol del director
dramático: de su habilidad para preparar y guiar al pro-
tagonista hacia la escena, dependerá, en gran parte, el
desarrollo creativo del drama. El protagonista podrá
realmente conectarse en la dramatización con aspectos
suyos disociados y desconocidos, y no meramente repetir
sin explorar.
El segundo momento o fase es la representación pro-
piamente dicha, la escena dramática. Aquí cobran impor-
tancia los yo-auxiliares, que serán los encargados de en-
carnar los personajes para los que el protagonista los
eligió: personajes reales o fantaseados, aspectos del pa-
ciente, símbolos de su mundo.
Dice Moreno: " . . . El paciente en el curso de su
enfermedad ha dedicado una gran parte de energía pro-
pia a las imágenes que llevan en su interior una existcn-
cia propia: sus fantasías y alucinaciones. Gastó en ellas
gran parte de su espontaneidad., su fuerza y su produc-
tividad. Le han despojado de su riqueza; se ha vuelto
pobre, débil y enfermo. . . " 4.
El psicodrama posibilita desplegar en la escena el
vínculo con estos personajes, a los que el protagonista,
incluso, puede encarnar (inversión de roles). El reor-
denamiento interior, más integrado, provoca un esclare-
cimiento que alivia y lleva a recobrar lo perdido. Cuando
se producé este hecho, se logra una catarsis de integra-
ción que, según Moreno, es una purificación mediante el
complemento. La posibilidad de integrar lo disociado,
recobrar fuerza y unidad.
El tercer momento o fase es el compartir, es donde
el grupo participa terapéuticamente. Hasta ese momento
el que se expuso y "desnudó" su intimidad fue el prota-
gonista (Carlos Menegazzo nos recuerda que "protago-
nista" es una palabra que proviene del griego y significa
el que agoniza originariamente) 5. En esta etapa, el gru-
po devuelve, comparte, sus sentimientos y vivencias, todo
lo que les fue sucediendo durante la escena, las resonan-
cias que en ellos produjo. Los compañeros del grupo, que
han estado en el lugar del público, según la terminología
moreniana, al volcar sus comentarios, sus asociaciones,
tienen la doble función de ampliar el panorama logrado
con las escenas del protagonista y no dejarlo solo, acom-
pañándolo, evitando que se sienta en desigualdad de con-
diciones. Se logra así una catarsis grupal que comienza
con el protagonista y continúa con lo que sienten los
demás y, todos juntos, durante los comentarios.
Las diversas técnicas dramáticas que se utilizan du-
rante la representación fueron pensadas por Moreno en
relación con su teoría de la evolución del niño. Cada una
de ellas cumple una función que corresponde a una etapa
del désarrollo psíquico. El director de psicodrama ins-
trumentará, en cada situación, aquellas que le parezcan
c."
Moreno, J. L., Psicoterapia de grupo y psicodrama, pág. 117.
4

5 Menegazzo, C., Magia, mito y psicodrama, Ed. Paidós,


Buenos Aires, 1981, pág. 31.
más adecuadas y correspondientes al momento del drama,
según el tipo de vinculación que en él se exprese.
A la primera etapa de indiferenciación del yo con
el tú, corresponde la técnica del doble. A la segunda del
reconocimiento del yo, la técnica del espejo. A la ter-
cera etapa del reconocimiento del yo, la técnica de la
inversión de roles.
Mediante la técnica de doble, un yo-auxiliar desem-
peña el rol de protagonista. Verbal y gestualmente com-
plementa aquello que desde dicho desempeño entiende y
siente que el protagonista no puede expresar completa-
mente por ser esto desconocido u ocultado, por inhibicio-
nes. Se coloca al lado y en idéntica postura que el pro-
tagonista, haciendo sus movimientos, "funcionando como
la madre y el niño" en la primera etapa; dice Moreno:
" . . . Lo que la madre hace es para el niño, una parte in-
conciente de su propio yo.. . "
Para que el yo-auxiliar pueda desempeñar adecua-
damente el rol de doble psicodramático debe ser capaz
de colocarse en ese lugar, sentir la situación del paciente
"como si" fuera su doble real.
En la técnica del espejo, el protagonista sale de la
escena y es público de la representación que un yo-auxi-
liar hace de él. Se busca con esta técnica que el paciente
se reconozca en dicha representación, así como en su in-
fancia reconoció su imagen en el espejo. Lo terapéutico
de esta técnica está en que reconozca como propios com-
portamientos y aspectos que le son "desconocidos" y que
importan para el esclarecimiento del conflicto.
En el momento en el que el niño reconoce el tú, sim-
bólicamente puede ponerse en el lugar del otro. Con la
técnica de la inversión de roles o cambio de papeles,
se investiga en la escena el "sentir" de esos personajes
del mundo del paciente. Esta es la técnica básica del
psicodrama, incluso forma parte de una famosa frase
de Moreno, aludiendo al encuentro: " . . . Y cuando estés
conmigo, yo te sacaré los ojos de sus cuencas y los pon-
dré en el lugar de los míos y tú me arrancarás los míos
y los pondrás en el lugar de los tuyos, para mirarte con
tus ojos y que tú me mires con los míos.. . "
Existen otras técnicas dramáticas creadas por Mo-
reno y con posterioridad a él. En realidad, trabajando
en psicodrama creativamente, surgen múltiples recursos
ligados al marco referencial teórico del psicodramatista.
Clásicamente, las más utilizadas son: el soliloquio,
que consiste en que el protagonista y los yo-auxiliares
digan en voz alta "como si hablara consigo mismo", sus
sentimientos y pensamientos, el doble y la inversión de
roles. Otras técnicas como concretización, interpolación
de resistencias (o rol imprevisto), reportaje, se utilizan
de acuerdo al criterio de cada psicodramatista.
Moreno, tomando del modelo teatral sus elementos,
distingue para la escena psicodramática, cinco elementos
o instrumentos: escenario, protagonista, director, yo-
auxiliar y público.
Escenario: Para este autor, el espacio dramático
donde se desarrolla la escena es el escenario, el espacio
vital que brinda la posibilidad de nexos y conecciones
entre lo imaginario, lo simbólico y lo real, amplía las
posibilidades del si real en un como si simbólico. En
este continente se despliega la producción y en él se pue-
den representar hechos simples de la vida cotidiana, sue-
ños, delirios, alucinaciones.
Moreno ideó y construyó escenarios muy sofisticados,
con distintos niveles, de los cuales hay varios modelos,
todos con una fundamentación del por qué de sus formas
y diferentes niveles. Actualmente, una tarima o un es-
pacio designado cumple, en la mayoría de los casos, la
función de escenario.
Protagonista: Es quien, en psicodrama, protagoniza
su propio drama. Se representa a sí mismo y sus per-
sonajes son parte de él. Palabra y acción se integran,
ampliando las vías de abordaje. La expresión libre y la
espontaneidad estimuladas desde el caldeamiento y las
diversas técnicas que pueden utilizarse, tienden a garan-
tizar que se dramatice y no que se actúe. El término
"actuación" en este caso es sinónimo de confusión de\
"como si" psicodramático con el si real (proceso pri-
mario), o de lo contrario, actuar lo que se sabe sin com-
prometerse afectivamente con la escena, repitiendo, sin
creatividad.
Moccio y Pavlovsky hacen un pormenorizado distin-
go entre uno y otro término6. El protagonista puede
ser un individuo, una pareja o un grupo.
Director: El psicoterapeuta del grupo es también
el director psicodramático. Tiene entonces una doble
función, según los momentos de la sesión. Aunque es
un rol unitario, se distinguen técnicamente los momentos
en los que coordina la escena dramática y cuando el gru-
po está en tarea verbal. Aquí se pone de manifiesto la
orientación de cada terapeuta. Nosotros hablamos de
una concepción dramática de la psicoterapia en la que
el coordinador, se dramatice o no, tiene internalizado
el pensamiento en escenas, una actitud interpretativa y
una manera de ser en el grupo, acorde a su referente
teórico. El director de psicodrama está atento a toda
información o dato que dé el protagonista para incluirla
en la escena guía y ayuda a llegar a la escena con espon-
taneidad (a través del caldeamiento). Una vez comen-
zada la escena, el director se retira del espacio dramático
y sólo interviene si es necesario incluir alguna técnica
(inversión de roles, doble, soliloquio, etc.) dando consig-
nas al protagonista o yo-auxiliares.
En el momento de los comentarios, posterior a la
escena, aporta como un miembro más del grupo o calla
y se repliega (depende de las distintas escuelas).
El yo-auxiliar: Tiene, como su nombre lo indica, la
función de auxiliar al protagonista, dramatizando roles
que éste le indique y que necesita para realizar la escena.
También recibe consignas del director. Desde las viven-
cias de los roles desempeñados, que lo vinculan al pro-
tagonista, tiene una visión y obtiene una comprensión
del drama que en el caso de los yo- auxiliares profesio-
nales se asientan, a la vez, en sus conocimientos psicoló-
gicos. En nuestra forma de trabajo, los yo-auxiliares son

6 Moccio, F . y Pavlovsky, E., "Dramatización y actuación:


dos términos de opuesto significado", en Clínica grupal 1, Edicio-
nes Búsqueda, Buenos Aires, pág. 91.
los mismos compañeros de grupo y, eventualmente, uno
de los coterapeutas, si se trabaja en coterapia. Pensa-
mos que si bien los pacientes no tienen una formación
psicodramática, van entrenándose en el curso de la mis-
ma terapia. Además cuentan con el enorme valor de
compartir la experiencia grupal que, como bien sabemos,
hace de cada miembro un agente terapéutico.
El público: Es el grupo terapéutico. En los psico-
dramas públicos, la relación que se establece es diferente,
pues además de ser numéricamente mayor, no tiene la
continuidad y lazos afectivos y de historia que un grupo
terapéutico. (Moreno habló de coinconciente, concepto
con el que designa a la formación, comunicación especial
que existe de inconciente a inconciente entre personas
que comparten un vínculo cercano, durante largo tiempo).
El público, en ambos casos, resuena con lo que recibe
desde la escena, aportando opiniones, expresando afec-
tos; asociando con su propia historia. Contiene la escena.
Es imprescindible para la realización del psicodrama
porque son parte del mismo, completan lo que sucede en
la escena.
El público puede ser de pocas personas (familias,
parejas, grupos terapéuticos, operativos, de entrenamien-
to, de formación) o de muchas (psicodrama público o
grandes grupos).
Moreno distingue tres procedimientos según el obje-
to de estudio al que se aborde cuando se dramatiza: psi-
codrama, tratamiento de los conflictos individuales. So-
ciodrama: donde el objeto de estudio son los grupos
sociales. Role playing: cuando el psicodrama es utilizado
para la formación y entrenamiento de roles profesionales
y técnicos.
Creo haber dado así, una idea general del psicodra-
ma aún cuando muchos temas quedan sin tratar pero,
adentrarse en todos ellos, sobrepasa el objetivo de este
capítulo. Los interesados en profundizar en los conoci-
mientos del psicodrama de Moreno, pueden leer su ex-
tensa bibliografía, así como la de otros autores america-
nos y europeos. (Ver bibliografía, pág. 195).
Psicodrama psicoanalítico

Aplicaciones grupales:
Quisiera referirme ahora a lo que es mi marco re-
ferencial y modo ele trabajo. Confluyen en él varias ver-
tientes: el psicoanálisis, el psicodrama y la psicoterapia
grupal. Una concepción del hombre, de la salud y la en-
fermedad, una concepción social.
El contexto social es influencia en y está influido
por la vida de los grupos. Parte de la tarea a realizar
es analizar las relaciones de los individuos que compo-
nen un grupo y del grupo como unidad con el mundo
exterior.
El ser humano es gregario. Siempre, desde su naci-
miento, forma parte de grupos; también desde su naci-
miento comienza una lucha por la discriminación, la in-
dividuación y, dialécticamente, una lucha por pertenecer
a grupos, ser aceptado, vincularse. Durante toda la vida
nos movemos entre estos dos polos, nuestra identidad
individual y la necesidad de una identidad grupal, la
necesidad de amor, de pertenencia.
Es lógico entonces, que podamos entender que, ade-
más de los grupos primarios que van constituyendo nues-
tro grupo interno, existen una serie de grupos sociales
a lo largo de la historia con los que el hombre establece
lazos: grupos políticos, religiosos, etc. Se van desarro-
llando sus ideas y "toma partido" con respecto al acon-
tecer social, aún cuando su actitud sea pasiva e indife-
rente, lo determina, tiene una ideología, aunque la des-
conozca.
Nosotros pensamos que un criterio de salud que tome
al hombre en su totalidad, no puede olvidarse de que
éste es un ser social y que, para hacer un diagnóstico,
para entender su conflictiva y poder realmente ayudarlo
a desarrollarse en plenitud, "el ciudadano" debe estar
presente cuando pensamos en él.
Se puede investigar el inconciente, es el camino
elegido, siempre y cuando rescatemos su conocimiento
para integrarlo al individuo como ser social. No perder
de vista esto, implica moverse de una esfera a la otra:
el individuo, el grupo y lo social, investigando sus ocultos
vínculos, complejos y dialécticos.
Veamos ahora como se integran aquellas vertientes
de las que hablaba más arriba. ¿Cómo coherentizar un
trabajo grupal que proviene de tan compleja unión? Lo
intentamos. Cuestionamos cotidianamente nuestro pen-
samiento y técnicas, tratamos de lograr un accionar fun-
dado en un cuerpo teórico desde el que se pueda com-
prender cómo se articula lo individual y lo social, el mun-
do interno y el externo, la teoría y técnica psicoanalítica
y el método psicodramático. Cómo poder integrar en
nuestro trabajo, aquellos núcleos morenianos y la teoría
general del psicoanálisis. La técnica del psicodrama y
la técnica del psicoanálisis aplicada a los grupos... A
simple vista, parece imposible pero, a poco que nos arries-
gamos a pensarlo y experimentarlo, fuimos descubriendo
diferentes posibilidades integrativas.
El psicodrama psicoanalítico, como nos relatan el
mismo Moreno, Anzieu y otros, nació en Francia en 1944
(Anzieu habla de que el comienzo de su experiencia data
de 1950). Los psicoanalistas franceses que se interesaron
en el psicodrama, estaban, a su vez, en líneas de trabajo
con grupos psicóticos, niños y adolescentes. Algunos uti-
lizaron la dramatización, incluida en la extricta técnica
del psicoanálisis individual (Levobici, Diatkine, Kesten-
bergo). Otros, intentaron adaptar la técnica psicoanalí-
tica a lo dramático y grupal (Anzieu y colaboradores).
Actualmente, en Francia, los Lemoine, representantes
del llamado psicodrama freudiano (de neto corte laca-
niano) junto a otros profesionales de su institución (los
Gaudé, entre otros), representan una corriente en la que
la escena dramática es reconocida en la función de con-
centrar el drama y permitir que aparezcan nuevos sig-
nificantes. Dicen los Lemoine: " . . . El psicodrama no es
la búsqueda de un cierto sentido ni tampoco de un sig-
nificante fundamental. Por ello, se debe evitar la inter-
pretación que proporcione el sentido y la pérdida del
sentido...
" . . . No se trata de descubrir el significante que re-
presentaría la verdad del sujeto, sino más bien el signi-
ficante que, gracias a los soportes que el grupo ofrece,
se convierte en una máquina de repetición. . . " 7 .
Otra línea está representada por el CEFRAP, fun-
dado en 1962, al que pertenecen, entre otros, D, Anzieu,
R. Kaes, A. Missenard, G. Testemale-Monod. Sus inves-
tigaciones se centran en la dinámica de la personalidad
y los grupos. Dan al psicodrama, a la escena, el valor
de una comunicación simbólica. Dice Anzieu: " . . . E l
psicodrama analítico favorece la expresión de los con-
flictos por intermedio de imágenes simbólicas.. . " E . Ca-
racteriza cuatro aspectos importantes del psicodrama:
dramatización de los conflictos, comunicación simbólica,
efecto catártico y naturaleza lúdica.
Actualmente, los miembros de esta línea han reali-
zado investigaciones sobre los grupos que volcaron en
libros muy leídos por los que trabajamos en psicoterapia
psicoanalítica grupal (con o sin inclusión del psicodra-
ma) y en ellos han desarrollado temas de gran interés.
Entre estos textos podemos citar: El aparato psíquico, de
R. Kaes; El grupo y el inconciente, de Anzieu; Trabajo
psicoanalítico en grupos, de Béjarano y otros; Psicodra-
ma, un acercamiento psicoanalítico, de Basquin y otros.
Otras líneas también se han abierto en Francia y en
otros países (entre ellos, el nuestro), tomando el trabajo
corporal e integrándolo con el psicodrama psicoanalítico.
En Latinoamérica, la Argentina es el país pionero
en psicodrama. Actualmente Brasil, México y otros, han
hecho un desarrollo importante, siendo pertinente desta-
car el psicodrama brasilero que inicialmente desarrolla-
ron docentes argentinos y actualmente, sus propios do-
centes. El intercambio entre los países latinoamericanos
enriquece y fortalece nuestro desarrollo científico y social,
pues tenemos problemáticas similares: subdesarrollo,
hambre, gobiernos autoritarios y transiciones a la de-
mocracia. Los efectos de todas estas situaciones (la re-

^ Lemoine, G. y P., Una teoría del psicodrama, Granica Ed.,


Buenos Aires, 1974, pág. 37.
8 Anzieu, D., El psicodrama analítico en el niño, Ed. Pai-
dós, Buenos Aires, 1961, pág. 105.
presión, el miedo, los silenciamientos, los desaparecidos,
el exilio, la enorme deuda externa que nos somete a los
centros de poder europeos y norteamericanos) son nues-
tra área de trabajo, tanto en grupos como en institucio-
nes y tratamientos familiares e individuales. El aisla-
miento entre nosotros sería un error desde el punto de
vista científico porque no podríamos rescatar lo que cada
país ha investigado al respecto; y, desde el punto de vista
político regional, porque debilitaríamos las posibilidades
de concientización que nuestra tarea conlleva. Verda-
dero intercambio (que no signifique el sometimiento al
dogmatismo de una escuela, a la vieja usanza neocolonia-
lista), estimulando las investigaciones locales y las que
se puedan realizar en común.
En 1962 comienza en la Argentina a ser estudiado
y aplicado el psicodrama. Todos nuestros trabajos nom-
bran a sus pioneros. Hagámoslo una vez más, en recono-
cimiento a lo que nos han dado. Ellos son: Mauricio
Abadi, Eduardo Pavlovsky, Carlos Martínez Bouquet,
Fidel Moccio, María Rosa Glasserman, Jaime Rojas Ber-
múdez. María Rosa Glasserman, psicóloga psicoanalis-
ta, de la primera carnada de nuestra carrera; los demás,
médicos provenientes de la clínica y del psicoanálisis.
Todos con interés en los grupos. Estos colegas, en
su búsqueda de lo nuevo y dinámico, acorde con las ne-
cesidades hospitalarias y privadas, encontraron en el psi-
codrama un medio de abordaje apropiado para lo incon-
ciente, para el entrenamiento de roles profesionales y
la exploración institucional.
Han pasado 23 años y han tomado diferentes cami-
nos que van desde diferentes líneas dentro del psicodra-
ma hasta abandonarlo casi por completo, como en el caso
de Abadi, o aplicarlo a lo sistémico como Glasserman.
Desde entonces, muchos han sido los profesionales
de la salud mental que se han dedicado a la investigación
del psicodrama. Hay una "segunda generación", no tan
numerosa como las posteriores, a la que pertenecemos
Claudine Barrera, Marta Berlín, el fallecido Luis Frid-
lewsky, Bernardo Konovich, Roberto Losso, Leonardo
Satne y yo, todos provenientes del tronco común del psi-
coanálisis, formados en psicodrama psicoanalítico con
Martínez Bouquet, Moccio y Pavlovsky. Actualmente en
diferentes integraciones teórico-técnicas. Por otro lado,
Carlos Menegazzo y Mónica Zuretti provienen de la línea
moreniana y continúan en ella. Dalmiro Bustos inte-
grando aspectos psicoanalíticos y psicodrama, completó
su formación en EE.UU. con Moreno, lo mismo que
Pavlovsky, Glasserman y Zuretti.
Actualmente se ha desarrollado tanto el quehacer
pisocadramático a nivel docente y clínico, que se hace
imposible seguir dando nombres (que, por otra parte,
sería tedioso). Este "privilegio" queda así reservado pa-
ra los viejos. Lo que puedo afirmar es que de entre los
psicodramatistas formados por alguno de nosotros (los
que nos dedicamos a la formación) están emergiendo
ya nombres nuevos, a través de publicaciones e investi-
gaciones.
Voy ahora a tratar de explicar por medio del relato
de mi modalidad de trabajo y algunos temas que vayan
surgiendo, una manera particular de integrar psicoaná-
lisis-psicodrama, y la influencia del contexto sociopolíti-
co y cultural actual.
La teoría moreniana, que resulta poco sólida si la
comparamos con la teoría psicoanalítica, tiene, sin em-
bargo, algunos aspectos que no son excluyentes, sino
que se complementan y, en algunos casos, son parciali-
dades de conceptos psicoanalíticos no reconocidos y re-
bautizados con otros nombres o trabajados desde otros
ángulos, como sucede con los conceptos de regresión y
fijación. La regresión en psicodrama no se obtiene a
través de la transferencia (en el esquema moreniano)
sino a través de la escena dramática que presentiza el
pasado. Tele y transferencia en Moreno son conceptos
herederos del de transferencia freudiano. Espontanei-
dad, esencialmente, está relaciondo con el concepto de
libido en Freud.
No tomaré aquí los aspectos divergentes, pues tam-
poco son integrables en la clínica. Si nos fijamos en la
escena dramática, ésta desde lo moreniano, fundamenta
su valor de la siguiente manera: la representación dra-
9t

• " \
a é"S| liberadora, es una segunda vez, es la forma
,,8que adquieren el pasado y el futuro, en el presente. El
encueijérjjf, el compartir, la creatividad y el acto espon-
r Mp£»|^sibilitan nuevos roles y rescatan energías perdi-
—aa^írsto llevará a una catarsis de integración y a una
catarsis del público.
El objetivo es que el individuo sea en escena lo que
es, pero más profundamente, más claramente que en la
vida real; que se encuentre con partes de su yo y "perso-
nas reales e ilusorias".
La escena dramática para nosotros es leída desde
el psicoanálisis. La valorizamos como una vía de abor-
daje a lo inconciente, una vía de exploración y elabo-
ración tanto del protagonista como de sus compañeros
de grupo, pues a través de las identificaciones proyecti-
vas e introyectivas, no sólo el que indaga es el protago-
nista sino también los que asisten a la dramatización y
los que colaboran en ella como yo-auxiliares, encontrando
en ellos escenas resonantes que se incluyen en la terapia
grupal.
La escena es la "representización" del pasado, un
lugar simbólico donde se revela lo imaginario, a través
de las escenas actuales o manifiestas, pudiendo explorar
y elaborar situaciones conflictivas del mundo externo, en-
contrando su conexión con el mundo interno del o los
individuos, en sucesivas acciones dramáticas con escenas
antiguas e inconcientes. Sintetizando, la escena dramá-
tica es básicamente la presentización y corporización que,
a través de la representación tienen los vínculos intra-
psíquicos en su mutua y dinámica reestructuración con
los vínculos interpersonales.
A la importancia de la acción, integramos lo vincu-
lar y la palabra. Quede claro que la palabra no pierde
importancia, no es palabra versus acción (drama), sino
que en la integración de lo verbal y lo dramático logra-
mos la ampliación del discurso. El discurso verbal no se
minimiza para privilegiar la acción, la acción no se des-
califica tampoco en privilegio de la palabra. Ambos for-
man una unidad compleja que es más que la suma de las
partes, crea una nueva estructura que rescata los cana-
les de expresión del hombre: verbal, gestual, pre-verbal
y psieomotriz vincular, en forma unificada, no disociando
las tres áreas: mente, cuerpo y mundo exterior (José
Bleger conceptualizó sobre estas áreas) 9.
Yo encuentro que hay una serie de convergencias
con Moreno. Por ejemplo:
a) Valor de la representación, como ya dijimos,
como liberadora; segunda vez de un suceso, donde se
encuentran aspectos nuevos y se crean conductas nuevas
(Moreno). Es similar a explorar para recordar y no
seguir repitiendo esterilmente, al conocer a través de la
escena, lo que del inconciente aflora a ella. Se integra
lo disociado, dando lunrar a mutaciones basadas en la
toma de conciencia. -En psicodrama psicoanalítico ha-
blamos de asociar libremente en escenas, catectizar la
misma y levantar barreras represivas que posibilitan ha-
cer conciente lo inconciente, posibilita lo creativo en
vez de lo repetitivo.
b) Valor del "encuentro" y del compartir (Moreno).
En psicoterapia psicoanalítica de grupo, no sólo el grupo
es imaginario, sus miembros no sólo se identifican entre
sí. Hay un encuentro, un compartir de personas reales
en un mismo contexto social y tiempo histórico.
A estos dos niveles deseo referirme. Encuentro, para
Moreno, es un vínculo yo-tú, libre de transferencia. (Sa-
bemos que transferencia hay siempre en mayor o menor
medida). Lo que podríamos entender como cercano a
este concepto dentro de nuestro trabajo grupal, son mo-
mentos en los que se llevan a cabo desidentificaciones,
donde los vínculos son explorados y esclarecidos dentro
del grupo, por alguna necesidad del proceso terapéutico
(alianzas narcisistas. por ejemplo). También cuando el
contexto social, a través de algún acontecimiento, es
tema grupal. Entendemos que el contexto social está siem-
pre presente y se trabaja a dos niveles: a nivel de la
psicología social y a nivel de sus resonancias incon-
cientes.

9 Bleger, José, Psicología de la conducta, Ed. Eudeba, Bue-


nos Aires, 1960.
Los grupos terapéuticos y de formación de psico-
dramatistas, son grupos de transición en nuestra concep-
ción. Tomamos el grupo imaginario, transitamos el
camino psicoanalítico y además lo social, su influencia
en el grupo y del grupo en el macro grupo. Sé que para
algunas concepciones dentro del psicoanálisis, estos es
un obstáculo en la labor analítica. Yo opino que no hay
terapia posible que deje de lado la realidad circundante
de la que el grupo es parte, sobre todo cuando acontece
vivir como hemos vividos nosotros en la última década.
Pienso que lo importante es poder entrar y salir de las
distintas áreas, poder conectarlas y no quedar atrapado
en ninguna de ellas. Algunos pensarán que esto no es
psicoanálisis. Yo opino que sí, que es psicoanálisis apli-
cado a los grupos pues tiene en cuenta las leyes básicas
del mismo, pero no interpolando el modelo clásico del
psicoanálisis individual sin las modificaciones necesarias,
rescatando así el valor de los grupos. Se tiene en cuenta
la transferencia hacia el terapeuta, hacia el grupo y cada
uno de sus integrantes, también hacia el exogrupo. La
resistencia en la tarea verbal y dramática, incluso cuan-
do el tema es utilizado con ese fin, "por más impactante
a nivel social que sea". Existe la abstinencia y las otras
leyes grupales de encuadre, restitución y secreto. Se
trata de hacer conciente lo inconciente, sin desvalori-
zar ni dejar de lado en nuestra concepción de salud men-
tal y tarea terapéutica, la relación dialéctica del hombre
con el contorno social.
Pienso que si nos quedamos con el "discurso del
amo", nos sometemos a ser tratados como "esclavos".
Dice Raúl Sciarretta, en sus objetivos para un coloquio
freudiano: " . . . Sólo la dignidad del trabajo creativo pue-
de guiarnos en la defensa de la democracia y su esencial
condición de libertad de pensamiento que repudia un psi-
coanálisis espúreo, de colonizados..." (Como reflexión,
podemos decir que el mote de espúreo ha sido utilizado
por otros autores, para referirse a todo aquello que no
es psicoanálisis clásico. . . Son las diferencias...).
Pienso que esta posición que sustento será comple-
tada cuando la ejemplifique con fragmentos de crónicas
grupales. Guando veamos cómo intentamos descubrir lo
que de transferencial hay en los vínculos extragrupales
como en el "aquí y ahora" grupal. "Aquí y ahora" gru-
pal, heredera de la filosofía del momento de Martín Bu-
ber, acuñado por Moreno y definitivamente incluido en
la psicoterapia psicoanalítica grupal donde se integran
lo horizontal grupal, lo vertical individual (Pichón Ri-
viére) y lo transversal social (Guatari, Deleuse).
c) Con respecto a la transferencia, para Moreno,
es lo patológico del factor tele, es estar conectado consigo
mismo, no con el otro.
Para el psicoanálisis, la transferencia es de conte-
nidos inconcientes, que son vinculares (se transfieren
vínculos en situación, "fantasma"). En la medida que
la transferencia se esclarezca, se logra un vínculo más
maduro, menos narcisista, se reconoce más al otro. Hasta
aquí la semejanza. La diferencia está en que el psico-
análisis se vale de la transferencia, la privilegia, trabaja
con ella y desde ella. Es el camino de acceso al incon-
ciente, junto con la resistencia, los actos fallidos los lap-
sus y los sueños (vía regia). Moreno la ve como algo
a eliminar, un obstáculo; en psicoanálisis, con la diso-
lución de la transferencia, se termina el tratamiento.
¿Cómo nos manejamos con la transferencia en psicodra-
ma psicoanalítico? En este punto hay diferencias entre
los distintos autores, en cuanto a como lograr la inte-
gración psicodrama-psicoanálisis.
Paul Lemoine, diferencia psicodrama de psicoanáli-
sis. Afirma la necesidad de desmitificar a ambos.
Opina que en psicoanálisis se da el análisis de la
transferencia y la frustración. Dice que el acto analí-
tico tiene como origen la sugestión y la transferencia
es una sugestión que se ejerce desde la demanda de amor.
Desaparecer de la vista del paciente frustra y da lugar
a lo anal-oral. La frustración es fundamental. Sitúa en
el psicodrama a la acción en el lugar del acto analítico.
Acción (drama) en la que surgen efectos que no habían
aparecido la primera vez, en el juego de lo que sucedió,
hay significantes que no estaban presentes la primera
vez. Hay un predominio de la función escópica.
En cuanto a la transferencia en psicodrama, afirma
que al no estar la demanda de amor en un solo terapeuta,
no se puede ni frustrar ni manejar la transferencia. La
ventaja en el psicodrama es que el juego interrumpe la
cadena de repeticiones por la revelación de un detalle
ignorado. Si uno interpreta, rompe la cadena viva de
asociaciones 10. Hay en nuestro medio seguidores de los
Lemoine (por jemplo, Leonardo Satne).
En mi forma de trabajo, tomo lo transferencial, pues,
si bien como dice Lemoine, la demanda de amor no está
puesta en la persona del terapeuta y el manejo técnico
no es el mismo, da lugar a un fenómeno diferente: el de
las transferencias múltiples y laterales en el grupo. Al-
gunos eligen no explicitarlas y trabajar desde ellas. Yo
opto por trabajar desde ellas en algunos casos, pero tam-
bién con ellas cada vez que piense que traerán claridad
necesaria (por ejemplo: alianzas, complementaridades
narcisistas).
Béjarano (del grupo CEFRAP de Barís) distingue
varias vinculaciones u objetos transferenciales en los
grupos; transferencia central: el coordinador, los otros,
el grupo como unidad, el mundo exterior. Coincido con
él y trabajo con las transferencias:
a) De los terapeutas entre sí, el eco de lo que acon-
tece en el grupo produce en el vínculo transferencial
entre los coterapeutas y viceversa, lo que ellos pueden de-
terminar que suceda en el grupo a partir de dichas trans-
ferencias. De la forma en que éstos lleven a cabo su tra-
bajo en el grupo, roles, alianzas inconcientes, de lo que
sucede cuando uno u otro dirigen la dramatización, que-
dando uno de ellos como observador, o yo-auxiliar.
b) De cada uno de los integrantes con cada uno de
los demás.
c) Con el grupo como unidad.
d) Con el terapeuta o los terapeutas.
e) Con el exogrupo.

10 Lemoine, iPaul, Conferencia dada en Buenos Aires el 10


de septiembre de 1981.
f ) Del o los terapeutas con el grupo y cada uno
de sus miembros.
A esta forma de entender la transferencia en los
grupos, se le agrega un grado más de complejidad cuan-
do incorporamos lo que sucede transferencialmente con:
1) La elección del protagonista y el tema a drama-
tizar.
2) La elección que hace el protagonista de la escena
a dramatizar y de los yo-auxiliares (compañeros, en mi
modelo de trabajo).
Obviamente que si quisiéramos trabajar en cada
momento intentando conocer la totalidad de lo que acon-
tece transferencialmente en el grupo, múltiples y simul-
táneamente, nos perderíamos irremisiblemente, queda-
ríamos enredados en una maraña.
Sólo podemos conocer una parte de lo que se está
dando en un momento en una red transferencial. Ge-
neralmente, esos datos nos ayudan en el análisis grupal
en general y el análisis de la escena dramática, en par-
ticular (con los datos que antes mencionara de elección
de tema, etcétera).
Las proyecciones transferenciales, en la que la ener-
gía pulsional toma al objeto como pantalla que posibilita
el retorno de lo reprimido, es uno de los aspectos fun-
damentales de nuestro trabajo en los grupos, no el único,
hay momentos de alianza yoica donde en términos rao-
renianos la relación es más "telética" que transferencial,
donde la tarea terapéutica toma otros caminos técnicos,
reflexivos, de intercambio con los otros, de "encuentro".
Contamos también al trabajar con la escena dramá-
tica, con la posibilidad de investigar los datos que el
cuerpo nos brinda en el espacio dramático, reveladores
de lo inconciente. Estos pueden ser contradictorios con
los que brinda la palabra, filtrándose, de esta forma, ma-
terial reprimido.
Esto nos conecta con otro tema que es el de la in-
terpretación en psicodrama psicoanalítico.
Lemoine dice que "los que hacen las dos cosas"
—dramatizar e interpretar— perjudican ambos caminos:
los que actualizan el relato jugando la escena, provocan
que aparezca el placer y estropea sus asociaciones libres
en el análisis. Si se interpreta la escena dramatizada,
rompe la cadena viva de asociaciones dramáticas. (So-
bre esto último ya nos alertaron hace años Martínez,
Moccio y Pavlovsky, cuando llamaron "interpretación re-
dundante" al hecho de interpretar a posteriori de la es-
cena, cuando ésta ha tenido un efecto esclarecedor y ha
dejado abierta una vía dramática. Si se interpreta, se
cierra esa vía) n .
De acuerdo con lo que dice Lemoine en principio,
pienso que no se trata de hacer "las dos cosas", psico-
drama y psicoanálisis sino una sola: psicodrama psi-
coanalítico, integrando las reglas del juego de lo dramá-
tico y lo verbal, donde la interrupción de las asociaciones
verbales para dramatizar es tal, si la dramatización es
defensiva y frena las asociaciones del análisis. Pero si
la dramatización y el momento son pertinentes, son leí-
das como asociaciones dramáticas que amplían el pro-
ceso. El placer aparecerá cuando la escena sea primor-
dialmente o dé lugar a:
a) La gratificación narcisista (aunque está siempre
presente en cierta medida, al ocuparnos del protago-
nista) .
b) Una catarsis sin concientización, meramente ex-
presiva o exhibicionista.
c) Al goce.
A la inversa, cuando se dramatiza, la interpretación
en psicodrama se realiza dentro de la escena, a través de
los yo-auxiliares, desde el rol que jueguen como perso-
najes de la escena. De esa forma no se rompe la cadena
viva de asociaciones dramáticas. Hacemos una alternan-
cia entre lo verbal y lo dramático, como dos momentos
de una sola metodología. Estos momentos se edifican el
uno en el otro, la armonía depende del camino que tome
el terapeuta, según la lectura que vaya haciendo, fun-
dada en su teoría y su técnica.

11 Martínez Bouquet, Moccio y Pavlovsky, Psicodrama psi-


coanalítvso en grupos, Ed. Kargieman, Buenos Aires, 1970.
También la transferencia es trabajada en forma di-
ferente, según lo que convenga al momento del proceso
terapéutico. Puede explicitarse o no, estimularse o no.
Cambia la escena básica de la transferencia. Ya no son
dos personas reales, terapeuta y paciente, con los per-
sonajes imaginarios de su mundo interno y sus fantas-
mas, son varias personas con sus grupos imaginarios!
entrelazados que comparten el espacio transicional del
grupo terapéutico. Se va formando un co-inconciente
grupal, formaciones comunes, provocadas por vivencias'
compartidas. En el espacio transicional entre lo imagi-
nario y lo real, coexisten lo simbólico, lo imaginario y
lo real. La demanda de amor es frustrada de todas ma-
neras, si se coordina con criterio analítico y concepción
dramática. Todo sujeto en un grupo transfiere y es a
la vez, objeto de transferencia. ¡
Quisiera referirme brevemente a la identidad del
coordinador de grupos de psicodrama psicoanalítico.
Nosotros nos encontramos con una serie de variables
que juegan en la construcción de esa identidad desde
el punto de vista de las figuras de identificación positi-
vas y negativas con los maestros y los propios analistas,
herederos de las imagos paternas. Las presiones del
mundo científico, provenientes de la calificación que se
hace de la integración teóricas y práctica elegida. La
lucha por quienes son "los herederos de Freud", que en
ciertos círculos, sobre todo a partir de la dictadura, como
consecuencia de un fenómeno de enrarecimiento de ideas
y valores, del temor, ha alcanzado su apogeo. Yo lo veo
como una consecuencia más de la represión y la censura
no analíticas12.
Desde lo intragrupal, el grupo despierta en el tera-
peuta una serie de "fantasmas" que no son conmovidos
en la práctica de la terapia analítica individual. Su gru-
po interno se ve convocado constantemente con las esce-
nas y situaciones del quehacer grupal. El narcisismo del
coordinador está en juego en forma más expuesta tanto

12 Winnicott, D., " L a idea de la creatividad", en Realidad


y juego, Ed. Gedisa, Barcelona, 1979, pág. 98.
a los halagos como a las heridas que se pueden causar al
mismo, esto es un punto básico a investigar en la for-
mación profesional.
La creatividad versus el sometimiento, externo a los
grupos de poder científico y político, e interno al grupo
(buscar en él su valer como terapeuta), herederos de
aspectos superyoicos 13.
El difícil equilibrio entre el contexto socio-cultural
y la tarea analítica que el coordinador debe lograr para
que ninguna de las dos quede disociada.
Desde hace años, me dedico a la formación de psico-
dramatistas psicoanalíticos de grupos; trabajo con pro-
fesionales de la salud provenientes de distintas especia-
lidades y con diferentes carreras: psicólogos, médicos,
asistentes sociales, psicopedagogos, psicólogos sociales,
terapistas ocupacionales, técnicos en lo corporal. El aná-
lisis que ellos hacen de su transferencia en los grupos de
formación y la investigación sobre su identidad profe-
sional, es uno de los ejes fundamentales de dicha forma-
ción. Las diferencias son riquísimas si provienen de dis-
tintas áreas, aprenden a trabajar en equipo y a comple-
mentarse, sobre todo cuando trabajan en instituciones.
Revalorizan el trabajo en las mismas, tan desalentado
en la última década. El aprendizaje del psicodrama y la
tarea grupal son los otros dos ejes. El propio grupo de
formación es su objeto de estudio, a la vez que grupo de
pertenencia y contención para la formación 14.
Quiero destacar que, desde 1976 hasta el adveni-
miento del gobierno democrático, en diciembre de 1983,
el trabajo en grupos clínicos y de formación, ha sido para
mí un lugar difícil, a la vez doloroso y creativo. Un lu-
gar de lucha por la vida y la dignidad de las personas,

13 Albizuri de García, Olga, " L a contratransferencia del


coordinador de grupos", en Temas de psicología social, número
extraordinario dedicado al VII Congreso Internacional de Grupos,
Buenos Aires, 1981, Ediciones 5. Y en The individual and the
group, vol. 2, London, 1982.
M Albizuri de García, Olga, "Grupos de formación en psi-
codrama psicoanalítico", libro VIII del Congreso Latinoamerica-
no de Psicología y Psicoterapia de Grupo, Buenos Aires, 1979.
tratando que los grupos siguieran existiendo, pese a la
prohibición de reunión que se abatía sobre la sociedad
toda, y la ideología de la dictadura acerca de los psico-
terapeutas y las psicoterapias, sobre todo cuando éstas
eran grupales. Pienso que es una de las actividades fun-
damentales que mantuvo "entera" a mucha gente.
De lo expresado anteriormente, se desprende mi
adhesión al concepto de procedimiento psicoanalítico co-
mo un método de pensamiento aplicable a diversas prác-
ticas dentro de la psicología y de la educación, consistente
en descubrir los efectos del inconciente en una esfera de-
terminada.
Dice Anzieu al respecto: " . . . Todo campo de mani-
festación de los efectos del inconciente es tratable por
el método general del psicoanálisis..." Lógicamente, en
cada campo de aplicación, se realizarán las transposicio-
nes y adecuaciones necesarias. El grupo, una vez cons-
tituido como tal, deja de ser, como dice Pichón Riviére,
siguiendo a Sartre, una serie o suma de personas; ha
logrado una mutua representación interna, una interna-
lización del grupo y del otro; se han producido determi-
nados fenómenos propios de la dinámica de un grupo,
que abarcan desde las primeras vivencias terroríficas,
primitivas, de devoración, en las que se transfieren las fan-
tasías más arcaicas, con miedo a la pérdida de la identifi-
cación individual (cf. Sartre) hasta la posesión de un cier-
to grado de confianza y continencia (no estático), donde
los movimientos transferenciales alternan entre la inte-
gración y la desintegración. Las transferencias se vuel-
ven más discriminadas, pudiendo reconocerse en ellas los
entrecruzamientos de las transferencias individuales den-
tro de la transferencia grupal. Es aquí donde se puede
observar, siendo más extensa la historia del grupo y las
situaciones vividas en común, el particular reflejo que
la transferencia del coordinador tiene en el grupo, así
como las identificaciones de los miembros entre sí y con
el coordinador.
Al decir "transferencia del coordinador", me estoy
refiriendo a las múltiples escenas a las que éste se en-
frenta, las diferentes escenas que re-vive en su trabajo,
las cuales, inevitablemente, golpearán a las puertas de
su inconciente, despertando a sus fantasmas.
Fantasías y deseos también están presentes en el
coordinador; su destino y determinación en la dinámica
grupal, dependerán de la posibilidad e interés que él
tenga en analizarlos, en hacerlos concientes. Es la ac-
titud de búsqueda constante, de comprensión de sí mismo,
la que garantiza el desempeño del coordinador en el
grupo y del grupo mismo. Un coordinador que inter-
preta la transferencia de sus pacientes pero ignora la
suya y desconoce cómo el acontecer grupal resuena en
su modo interno y qué imagos personales se conmueven
en cada circunstancia, coordina generalmente un tipo de
relación estereotipada y pierde el "rumbo" del grupo, ne-
gando así su aporte a las transferencias grupales.
Es natural que algunos lectores estén pensando que
el psicoterapeuta se analiza y controla su trabajo clínico,
precisamente para ejercer su rol con idoneidad. Parti-
cularmente considero que no es suficiente en lo que res-
pecta al rol de coordinador de grupos, debido a que él
necesita de la situación grupal para vivenciar sus reso-
nancias "en el grupo" y "con el grupo"; siendo a la vez
que un profesional de la salud mental que aprende téc-
nicas y teorías sobre grupos, un integrante de grupo
que analiza sus modos particulares de relacionarse, sus
resonancias afectivas en el trabajo con grupos, sus esce-
nas temidas y deseadas.
Para ejemplificar lo expuesto, voy a tomar un as-
pecto del trabajo realizado en los grupos de formación
con motivo de la guerra de las Malvinas (pienso que
tomar este ejemplo y no alguno más habitual, es una ma-
nera de colaborar para que el "olvido" no se apodere de
nosotros). La situación que estamos viviendo en el país,
todo aquello que hemos vivido las familias argentinas ai
ver marchar a nuestros adolescentes a la guerra, el des-
garramiento que esa situación, así como todo lo que su-
cedió y sucede nos produce cotidianamente, está presente
en la tarea profesional.
En los grupos de formación de psicodramatistas y
coordinadores de grupo surgió, apenas comenzado el con-
flicto con Gran Bretaña, la necesidad de trabajar inclu-
yendo los acontecimientos y su repercusión en nuestra
tarea cotidiana. Con el objeto de investigar el rol del
terapeuta en esta situación especial, se llevaron a cabo
diversos trabajos psicodramáticos, prestándose atención
a los diferentes roles jugados por los integrantes en nues-
tras reuniones: rol temeroso, escéptico, omnipotente,
culposo, etcétera.
En un grupo se "construyó" un personaje imagina-
rio al cual se denominó "el coordinador ideal", que reunía
las siguients características:
a) Bien informado: teórica y técnicamente, y con
respecto al acontecer actual.
b) Realista: conciente de las propias limitaciones
y del rol profesional.
c) Afectivamente equilibrado: sensible, con una po-
sición clara frente a la situación que atravesaba el país.
d) Trabajando con otros en equipo, de modo de no
estar solo frente a una tarea sumamente difícil de en-
frentar individual y aisladamente.
e) Con capacidad de discernir mitos, rumores y
"chimentos" de situaciones directamente vividas por per-
sonas damnificadas que vinieron a pedir ayuda psicoló-
gica.
f ) Con posibilidad de saber el por qué y para qué con
respecto a la decisión de trabajar con damnificados di-
rectos de la guerra y/o con la comunidad en general, en
esa terrible situación límite.
A partir de este "personaje modelo" construido gru-
palmente, intentando ponerse en el rol del que necesita
ayuda (cada uno privilegiaba, en la construcción del per-
sonaje ideal, aquellos rasgos que sentía necesarios desde
el rol del consultante), los alumnos exploraban sus pro-
pias dificultades, algunas de las cuales habían surgido con
anterioridad a este ejercicio.
Un alumno que se desempeña como psicoterapeuta
en un servicio hospitalario fue quien puso más énfasis
en la necesidad de tomar conciencia de las propias li-
mitaciones, de modo de no asumir un riesgoso rol me-
siánico ni encontrarse con situaciones inmanejables.
Al dramatizar una escena posible con un ex comba-
tiente inválido, representado por un compañero, el alum-
no —al que llamaremos Carlos— toma el rol de psico-
terapeuta y se ve "paralizado" por el paciente cuando
éste le presenta, en forma agresiva y despótica, acerca
del futuro de "inválido" que le espera. Carlos se en-
cuentra confuso, se siente forzado a responder, impoten-
te, angustiado. En un soliloquio (técnica psicodramáti-
ca), dice: " . . .Yo no puedo. . . ¿Qué me pasa? ¿Por qué
no lo puedo tratar como a los demás?. . . Me siento
m a l . . . ¿ Qué le digo ?. . . "
Surgen escenas en las que él y el grupo vuelcan sus
asociaciones, escenas propias de la historia de cada uno.
Por ejemplo: "Una niña y la hija de la empleada domés-
tica de la casa, quien le pregunta por qué a ella nunca
le festejan los cumpleaños" o "Un adolescente que se
está vistiendo para ir a bailar es observado por un primo
de su misma edad que tiene secuela de polio en las dos
piernas".
Estas y otras escenas que asociaron los compañeros,
enriqueciendo y aclarando la escena profesional, ayuda-
ron a Carlos a entender aquello que le impedía llevar a
cabo su propia propuesta de tomar conciencia de las
limitaciones (a entender en parte, claro). Se conectaron
escenas profesionales con escenas personales; se trabajó
sobre la culpa, la agresión, la omnipotencia y la castra-
ción. También sobre los sentimientos e ideas del grupo
acerca de esta situación límite social.
El coordinador ideal que se había construido fue
puesto en escena varias veces, encarnado por algunos
integrantes del grupo, que pudieron "dialogar" con este
ideal del yo profesional reconociendo, como lo había he-
cho en otras oportunidades, los fantasmas que inhiben el
desarrollo del rol profesional. El grupo es un espacio
terapéutico precisamente por el interjuego que en ese
espacio intermedio hacen los "fantasmas".
Voy a citar un ejemplo de este interjuego dado prin-
cipalmente entre dos miembros de un grupo: Uno de
ellos —al que llamaremos Daniel— se había "mimetiza-
do" con un compañero, Lucas. Parecía, según sus propias
manifestaciones, que se "analizaba" a través de él. Lo
mandaba al frente con una actitud de sumo interés, le
instaba a dramatizar los conflictos que tenía con su fa-
milia. El grupo, pese a las interpretaciones que yo hacía
al respecto, parecía aceptar o bien, aceptaba esa situa-
ción. En una sesión en que se repitió esta dinámica, en
la cual Lucas ya había pautado una escena para drama-
tizar, pedí a Daniel que tomara, en la dramatización,
el lugar de Lucas y a éste, que se ubicara como público
de su propio conflicto escenificado (espejo). Mi inten-
ción era poder explorar la mutua transferencia de Lucas
y Daniel, y la del grupo con respecto a este vínculo. Da-
niel, en el rol de Lucas, dramatizó una escena en la que
él llegaba del trabajo y tenía una discusión con su esposa.
Comenzó a deprimirse. Le pedí que hiciera un soliloquio,
durante el cual no pudo proseguir en el rol de Lucas,
salió de ese rol y comenzó a asociar con sus cosas propias.
Pasamos a la etapa de los comentarios, momento en
el cual el grupo comparte las vivencias y resonancias te-
nidas durante la dramatización. El grupo se veía ali-
viado mientras Daniel y Lucas descubrían su alianza in-
conciente. Daniel "empujaba" a Lucas y lo acompañaba
en su actitud de procurar atraer la atención del grupo,
de intentar que se ocuparan de él; lo apoyaba en su nece-
sidad de protección, cumplía así un rol materno; mien-
tras él se "escondía" detrás de su compañero y de la
ilusión de que eran iguales. Lucas aprovechaba este apo-
yo que le ofrecía Daniel sin sentirse culpable por su estilo
monopolizador; sentía un halago narcisista por el interés
demostrado por su compañero, pero al mismo tiempo
descubría una sorda irritación por el "robo". Uno y otro
se complementaban para poner en juego sus vínculos con
imagos paternas al servicio de la transferencia: Lucas
con su "mamá protectora" que vivía a través de él, Daniel
con su "padre valiente" que siempre "sacaba la cara"
por él. El grupo, mientras tanto, compartía una fantasía
que los dos compañeros corporizaban: la pareja hijo-
madre, hijo-padre era más importante que la pareja
madre-padre que, de esta manera quedaba separada, cum-
pliendo así con un deseo edípico inconciente.
Simultáneamente, esta situación traía aparejada
culpa y temor a la retaliación castratoria, por lo que se
comprende el alivio experimentado por el grupo al que-
dar el vínculo entre ellos libre de estos vínculos trans-
feridos.
Esta dramatización contribuyó a modificar las trans-
ferencias laterales que he detallado, dando lugar, a su
vez, al análisis de otras alianzas inconcientes.
A través del análisis de las transferencias pueden
ir conociéndose las fantasías o formaciones imaginarias
inconcientes compartidas, y las fantasías individuales
de los integrantes, en las distintas etapas del desarrollo
de un grupo. Esta tara cuenta con dificultades obvias
por la complejidad del campo en el que se trabaja. En
este sentido, en lo que se refiere a las dificultades de
aprehensión del fenómeno grupal, la aplicación del psico-
drama es un elemento de gran valor terapéutico, ya sea
que se lleven a cabo dramatizaciones grupales o indivi-
duales. Aún cuando no se dramatice, el hecho de tener
una concepción dramática de la psicoterapia facilita el
desarrollo del drama interno en el espacio único de la
sesión (único, no por ser factible de transferencia sino
de interpretación).
Hay un espacio grupal en que se representan y
corporizan los dramas del espacio intrapsíquico, en que
los vínculos- con las imagos encuentran un espacio sim-
bólico y en que, en estrecha interrelación, existe un es-
pacio vincular interpersonal.
Esta sesión de grupo corresponde al mes de abril
de 1985, a pocos días del comienzo del juicio a las ex
juntas militares.
En Buenos Aires, una ola de rumores y hechos polí-
ticos causaron a muchos confusión, desaliento y temor.
El juicio tan deseado por gran parte de la población ad-
quiría valencias contradictorias. Una vez más el miedo,
en parte unido a la posible respuesta militar y en parte,
a saber más, a recordar, a poner nombres a las pruebas.
Simultáneamente, dos grandes manifestaciones popula-
res rescatan la coherencia. El grupo está constituido por
tres hombres y cuatro mujeres. Al comienzo del año, en
enero, dos pacientes terminaron su terapia grupal, in-
gresando dos pacientes nuevas en marzo. Tienen entre
30 y 45 años. Todos son profesionales.
Comienza la sesión. Jorge anuncia que dará la últi-
ma materia de su carrera con la cual se recibe, que no
puede estudiar porque piensa obsesivamente en lo que
hará una vez recibido, no sabe si quedarse o irse del país,
hay poco trabajo y ahora... con todas las historias que
se cuentan... Los rumores... Tiene miedo de irse y
de quedarse. No puede disfrutar del hecho de que ter-
mina su carrera. Los demás lo escuchan y se van en-
tristeciendo. Se habla de la situación económica y po-
lítica, comentarios de los diarios de la mañana... De
pronto Alfredo, que ejerce hace años su profesión, co-
mienza con un discurso escéptico y agresivo acelerado
en su forma de hablar, se le ve asustado y en un mo-
mento lo dice. La síntesis de su discurso sería la siguien-
te: La necesidad de replegarse porque el desgaste es muy
grande, muchas cosas que hacer, enfrentar, decidir. Una
de las mujeres, Alejandra, que estuvo fuera del país du-
rante la dictadura, comienza a decir que irse no es fácil,
ni irse del país ni irse de las obligaciones, aunque el es-
fuerzo sea grande. Le dice a Jorge que piense bien en lo
que va a hacer, y a Alfredo, que le preocupa verlo así,
que parece un viejo cansado. Alfredo recuerda que su
padre nunca estaba cansado. y dice: " . . . Le tocó vivir
otra é p o c a . . . " Tomás está muy silencioso, así como Mó-
nica y Carmen. Alicia está diciéndole algo al oído a To-
más. Los otros se molestan. Ella dice entonces que le
contaba, en voz baja, que su marido estaba muy bien.
Comienzan a comparar con los hombres del grupo y apa-
recen como desalentados, mientras "otros" no lo están.
Pregunto a Mónica y Carmen qué piensan, qué sien-
ten. . . Mónica dice que el tema le interesa pero que
ella quería contar algo hoy. Tuvo un sueño con su hijo
Martín que la dejó muy mal. Soñó que se olvidaba de
leer y escribir, que de pronto era analfabeto.
Carmen dice que estaba escuchando y pregunta:
" . . . ¿ Q u i é n va a ir a la Marcha de las Organizaciones
de Derechos Humanos?..." Tomás dice "yo" (otros
también) y agrega: " . . . H o y estamos como chicos des-
orientados. Yo venía bien y me puse m a l . . . " Les pre-
gunto qué escenas surgen en ese momento. (Considero que
se ha desplegado un abanico de posibilidades, jugando
los integrantes diversos roles grupales. Los hombres apa-
recen con una gran carga de angustia y como figuras
sufrientes o carenciadas. Las mujeres hacen referencia
a otros hombres (hijo del sueño de Ménica, el marido
de Alicia).
Cuando Tomás interviene con una metáfora ("Hoy
estamos como chicos desorientados"), pienso que la aso-
ciación dramática nos puede ayudar a explorar los nexos
grupales e individuales que se dan en este momento.
Alfredo, recuerda que estuvo hace tres días en el
cementerio. Hacía mucho que no iba, fue el aniversario
de la muerte de su padre.
Mónica, dice que le gustaría dramatizar el sueño
que tuvo, que no surgen otras escenas. (Hay una "im-
permeabilidad" hacia lo grupal hoy en ella).
Alicia, recordó una escena infantil. Estaba forman-
do fila en la escuela, algunos compañeros muy ordenados,
otros desordenados.
Carmen no tiene ganas de dramatizar hoy, aunque
dice que le gustaría tener ganas.. . Hace un chiste:
"Digo esto para colaborar con el 'buen' clima".
Jorge recuerda una escena en la escuela secundaria:
El profesor daba una clase sobre depresión y lo puso a
él como ejemplo de depresivo. Sintió mucha humillación.
Tomás asocia con una escena de hace tres o cuatro
años. Venía contento por la calle cuando de pronto vio
cómo un hombre grande le pegaba a un nene: "¡El pibe
no entendía nada!"
Alejandra, dice que se ve paseando por Buenos
Aires, el sábado pasado. Iban haciendo planes mental-
mente.
Al realizarse cada escena, asomaron datos que fue-
ron, en el momento de las dramatizaciones, evidentes,
nuevos y se recogieron en los comentarios posteriores.
En la escena de Alfredo, aparece en un soliloquio,
el temor a que la muerte lo encuentre desprevenido, co-
mo a su padre que murió de un infarto.
Mónica, reconoce su deseo de no saber, su deseo de
volver a ser niña y se angustia.
Alicia: en la escena infantil, aparece una voz, la
de la maestra, que los reta en la fila y les dice: "¡Van
a aprender a no moverse!" Miedo a la inmovilidad adqui-
rida . a dejar que otros estén en movimiento. (Recordar
el comentario sobre el marido).
Carmen hace un soliloquio, muy sentido, y dice:
"¡Qué ganas de tener ganas!" Asocia con su frigidez.
Jorge: En la escena, aparece un cierto placer, al ser
señalado como el prototipo del depresivo, eso no lo tenía
conciente.
Tomás: Al llevar a cabo la escena, asoció con otra
escena más antigua, donde es retado duramente por su
padre porque lo encuentra jugando con sus genitales
mientras se baña. '
Alejandra: Al realizar su paseo, descubre que dis-
fmta a medias del mismo y que sus planes son muy lin-
dos pero entrecortados.
Los comentarios que hicieron y lo que compartieron
ante las emociones y recuerdos surgidos frente a cada
escena, giró sobre lo anteriormente subrayado. Los re-
cuerdos individuales y de momentos de la historia del
grupo se sucedieron en una rica producción. Pudieron
reflexionar y comprender algunos aspectos de su his-
toria relacionadas con el erotismo y la vitalidad. La
creatividad y la prohibición. La castración y la muerte
como castigo, que surgían ante la situación política-eco-
nómica actual (también se dice que en el juicio son hom-
bres que juzgan a hombres. Las mujeres son víctimas,
son testigos. Son las "Madres de la Plaza").
Las escenas que afloraron son factibles de una lec-
tura situacional del contexto social actual. Lo más com-
piejo se develó a través de las escenas y sus comentarios
(afectos, identificaciones y asociaciones), donde apare-
cen las escenas del mundo interno con que resuenan cada
uno en esta situación. Los vínculos con personajes in-
ternos que son "revividos" en el "aquí y ahora" grupal-
social. A nivel grupal, se hace referencia a los nuevos y
a los que se fueron (todas mujeres). La ambivalencia
que sienten frente al curarse e irse con proyectos y pla-
nes, y al quedarse en un lugar conocido y continente.
Lugar que puede "volverse" inmovilizador, represor, con-
vertirlos en "frígidos". Los hombres son los mismos, no
hay nuevos ni recientes altas.
Pueden reconocer algún determinante interno de su
rol social actual, sin reduccionismos alienantes, sin des-
plazar al conocimiento de aspectos de lo inconciente,
causas que son socio-políticas. Esto hay que tenerlo bien
claro desde la coordinación pues, si no se puede caer en
un serio riesgo: El de intentar explicar lo socio-político
por causales inconcientes individuales.
He intentado al dar estos tres ejemplos ilustrar en
parte lo expuesto sobre la integración del psicodrama, el
psicoanálisis y la influencia del contexto socio-político.
Elegí en el primer ejemplo, un fragmento de un
trabajo sobre transferencia del terapeuta. En el segun-
do, un recorte de una relación transferencial entre dos
miembros de un grupo. En el tercero, el relato muy sin-
tetizado de una sesión donde el tema socio-político es ma-
nifiesto, señalando una forma de desarrollar la sesión,
en la que aparecen los niveles grupal-individual y social,
y sus nexos.
Espero con estos apuntes haber contribuido a seña-
lar los aportes que el psicodrama ha hecho a la psicote-
rapia grupal, al mostrar el valor de la escena dramática
como vía de abordaje a lo inconciente.
El psicodrama de Moreno tiene un enorme conteni-
do humanista, sus inquietudes sociales son evidentes y al
integrar el psicodrama en nuestra forma de trabajo, no
sólo se utiliza su técnica sino se rescata, en parte, su
espíritu.
APRENDIENDO A OBSERVAR "EN ESCENAS"
GRUPOANALISIS APLICADO Y OPERATIVO

HERNÁN KESELMAN

Crónica del Workshop Grupo-analítico

Estas notas son para el staff directivo del seminario


celebrado en Bilbao entre los días viernes 8 y domingo 10
de octubre de 1982. Este fue convocado conjuntamente
por el Departamento de Psiquiatría de la universidad
del país vasco y el Institute of Group Analysis de Lon-
dres Fui invitado a participar allí como "repórter", es
decir, como persona que desde "la frontera" podría obser-
var esta experiencia en casi todas sus actividades para
luego informar al staff mis observaciones alrededor del
mismo. Este evento representaba para mí una primera
oportunidad de conocer al equipo grupo analítico desde
su trabajo concreto en la difusión del pensamiento de
S. H. Foulkes y al que fui invitado por el staff del Ins-
titute of Group Analysis y del Departamento de Psiquia-
tría de la universidad vasca a través de las gestiones de
Hanne y Juan Campos, amigos, colegas, con los que esta-
mos —entre otros— desarrollando en España la tarea de
un intento de construcción de cierto espacio (que desde
Copenhagen lo hemos denominado "Convergencia") para
poder discutir diferentes teorías acerca de lo que signi-
fica el psicoanálisis hoy en día; las relaciones entre el
análisis grupal y el individual; la inscripción social del
psicoanálisis y las metodologías de trabajo en este campo.

1 Trabajo presentado al Staff del Institute of Group Analysis


de Londres coordinado por Malcolm Pines. Corriente dinámica gru-
pal orientada por el pensamiento de Foulkes en Inglaterra.
Era una buena oportunidad para mí para confrontar
coincidencias y disidencias, ratificaciones y rectificacio-
nes del esquema de observación que yo traía desde mi
experiencia con los grupos operativos de la escuela de
Pichón Riviére, de la que soy director actualmente en
España y forma parte también de un proyecto de inter-
cambio de trabajos entre las gentes que trabajamos en
Convengencia, para poder vernos trabajar en nuestras
distintas teorías y técnicas "en vivo y en directo". Voy a
desarrollar, con respecto a este workshop, una observa-
ción "sentida y pensada en escenas". El pensar en escenas,
lo hemos venido desarrollando con Tato Pavlovsky y Luis
Friedlesky durante muchos años ("Las escenas temidas
del coordinador de grupos").
Allá van:
i™ Escena: Me está esperando Hanne Campos en el
aeropuerto. La presencia de Hanne me tranquiliza. No
conozco qué es lo que se espera de mi rol de repórter y
me pregunto qué es lo que significa esto para un repórter
¿es mejor?, ¿es peor? Tengo inquietud. Cada vez que
comienzo una experiencia grupal, aún en esta que estoy
como repórter, me siento alegre y nervioso al mismo
tiempo.
2& Escena: Llegamos al campus universitario de Le-
jona. ¡Horror! Me atemorizan estos edificios de la Fa-
cultad de Medicina (¿será la vuelta de lo reprimido?, ya
que esa fue mi última actividad —catedrático de psicolo-
gía médica— en la Argentina hace ya 9 años). Hanne y
yo no sabemos dónde queda psicología médica y psiquia-
tría que es donde se va a hacer el workshop. Después su-
pimos que este Departamento está dentro del Departa-
mento de Estomatología (con todo lo que eso simboliza)
en la Facultad de Medicina.
Por suerte, llegan en ese momento dos niñas "locales"
en su coche. Eso indica que deben saber dónde queda.
"Sintonizan" en seguida. Somos del mismo gremio.
Entramos juntos: sí, vamos a subir, vamos a la mis-
ma experiencia, ellas saben. Empezamos a caminar por
los solitarios y bien cuidados corredores. Hacemos bro-
mas. ¡Ya comenzamos a ser un grupo!, le comento a
Hanne. Hanne sonríe y me responde en voz baja: en
realidad "una pastilla de grupo", buena para tomársela
con whisky. Nos reímos.
3? Escena: Llegamos y nos recibe la secretaria de
la cátedra. Qué suerte. Es amable, nos dice que espe-
remos abajo. Nos pregunta si estamos inscriptos. Hanne
le aclara —con voz humilde— que somos parte del staff.
La secretaria resuelve entonces que las niñas bajen y que
nosotros pasemos al despacho donde llegará el resto del
staff, que está justo al lado de la secretaría.
¡Adiós, primeras compañeritas de grupo! Piramos
del mismo gremio pero evidentemente de distinto sindi-
cato o a lo mejor pertenecemos a la patronal. Hay que
aceptar las diferencias de la pirámide del poder institu-
cional. Duró poco. Pero confío que volveremos a vernos
seguramente en el large group (y así fue). Me identifico
con ellas. Es como si con Hanne, hubiéramos hecho cola
con otros en clase turista y al subir al avión nos pusie-
ran en primera. Charlando con Juan y Hanne en el aero-
puerto —leyéndoles esta crónica— hicimos una broma
acerca de una serie de televisión que se llama "Upstairs,
downstairs" ("los de arriba y los de abajo") una serie
de televisión inglesa que se pasa por televisión española
y que habla acerca de la relación entre una familia aris-
tocrática y sus sirvientes. Lo que es evidente es que la
distribución espacial es un lenguaje: los coordinadores
son "los de arriba" y los coordinados son "los de abajo".
Me siento con una pierna en cada nivel. Quizás sea bueno
para el rol del observador esta doble identificación que
empiezo a sentir. Deduciría a través de mi relación con
otros integrantes que quizás parte del juego del rol del
repórter sea lo que podríamos llamar "el aprender a
ejercitarse en las identificaciones múltiples". Muy típicas
del rol del observador de un grupo analítico.
Escena: Volvemos a quedarnos solos con Hanne
en el gran despacho, entonces le hago preguntas acerca
de mi rol: ¿yo entro en los grupos pequeños?, ¿hablo o
no hablo?, ¿cómo se combinan los grupos del curso re-
gular que hacen los alumnos de la cátedra con el workshop
periódico?
Hanne lamenta comunicarme que no tiene ni idea.
Desilusión por parte mía. En una palabra no tengo de-
positario "para el supuesto saber". Ya comienza el pro-
blema de los límites "es decir de los boundaries". Más
tarde —frente a esta pregunta discutida en el staff—
Juan diría solucionando: ¡muy sencillo! Se convierte el
tema de los "boundaries" en objeto de análisis, en objeto
de estudio y ya está.
Con respecto a mi rol creo que jugaré —como se dice
en fútbol— de "libero" (libre) : es decir puedo vagabun-
dear por todo el terreno y por donde mi olfato me lo indi-
que sin encargarme de ser responsable del mareaje ni
de un hombre ni de un sector o área.
Escena: Llegan los V.I.P.S. (Very Important
Persons) : primero José Mari. Buscamos —para empezar
la charla— un amigo común (Pacho O'Donnell) como
punto de referencia o puente. Así recuerdo que el campus
de medicina está atravesado por algunos puentes o pasa-
relas que como supe más tarde permiten que los alumnos
recorran grandes extensiones o distancias dentro de la
facultad sin mojarse porque el país vasco es un lugar
muy húmedo donde llueve mucho. José Mari es el orga-
nizador pero con una actitud muy humilde, muy sencilla,
diría que con una actitud más de huésped, más de invi-
tado que de invitador (¿será porque él está también a su
vez en "la frontera" pero desde adentro, desde el rol de
coordinador?). Está en el comité organizador, pero no
es miembro del "staff". Le preguntamos cómo va la or-
ganización y nos tranquiliza. Dice que no hay problema.
Evidentemente este muchacho sabe tratar con locos. Luego
supe que dirigía un servicio en el Neuropsiquiátrico y
que le importa bastante poco el dinero y la burocracia.
Es muy amable al igual que la secretaria. El descansa
en una buena secretaria (¡qué importante que es eso para
tipos desorganizados como algunos de nosotros!).
69 Escena: Entra José Guimón. ¡ Este sí tiene planta
de jefe! Es alto, grandote, viste bien pero no exagerada-
mente y tiene pinta de profesor distraído.
Charlamos, recordamos el verano último que nos vi-
mos en Gerona. Siempre un recuerdo compartido con la
gente nueva para tranquilizarnos, como puente. Esto tiene
que ser similar al mecanismo de los pequeños grupos al
comienzo.
Luego entran Fernando y Ana. Fernando Arroyabe
es "arrollador". Evidentemente es otro jefe. Es cálido,
corporalmente expansivo, sociable, amable (¿cuándo lle-
gará su hostilidad?) y me pregunto si lo paranoide que
tengo con respecto a cuándo llegará la hostilidad de los
otros, no es solamente la proyección de mi hostilidad sino
también si no representa otro estadio del inicio grupal en
los integrantes de los pequeños grupos.
También llega Ana María Patalán de Marrone. Es
argentina, como yo. No tiene pinta de jefa. Me recordaba
de algún lugar de la Argentina y luego supe que habíamos
nacido en la misma provincia (Santa Fe). Teníamos algo
en común. Esto también me recuerda el tema contextual.
Estamos en un país como el país vasco, un país polvorín
a punto del golpe militar o de las elecciones con los pro-
blemas del regionalismo y se me ocurrió que una de mis
escenas temidas era que los integrantes locales iban a
hablar en idioma vasco, en euskera, ya que en parte se
hablaba en inglés yo pensé: ellos van a hablar en euskera,
en idioma vasco. Pero no. Muchos de ellos no sabían
hablar en idioma vasco.
Malcolm lo sintió —lo del idioma—, después lo ex-
presó en su dificultad de contacto cuando dio la clase
teórica. Creo que este momento socio-cultural en este
lugar tenga quizás algo que ver con el centralismo de
poder de Madrid y también con el tema de quién detenta
el poder y el saber en esta experiencia (vuelvo a pensar
en los coordinados como si fueran "los de abajo"). Sigo
charlando con Ana María, me dijo que me conocía de
antes. Inmediatamente pensé: ¿a qué corriente pertene-
cerá?, ¿a los que me aprecian, a los que me desprecian
o peor todavía, a los que no les significo nada de nada?
Pensé; esto también debe ser algo "secreto" entre los co-
nocidos de abajo y de arriba. Aquí hay simpatías, anti-
patías, conocimientos previos y desconocimientos también.
Luego Ana María me dice que le recuerdo a su tío.
Sigo sin saber a qué corriente pertenece. La primera he-
rida narcisística es que soy un señor mayor para ella, y
efectivamente luego más tarde me diría que en su re-
cuerdo yo era para ella un "sénior". Pienso en esos mo-
mentos grupales donde a la presentación de datos de iden-
tidad, qué edad tiene, cómo se llama, si es soltero o ca-
sado, en qué trabaja, siguen otros datos y otros datos y
otros datos: lo que llamamos en lenguaje de Pichón "la
pretarea" de tanteo.
De todas maneras se van diluyendo mis ansiedades
paranoides, Ana es acogedora y el resto también. Con
Mario, su marido, nos conocimos —poco— en Copenhagen
y sé que está interesado en psicodrama analítico. Sigamos.
Llega Juan, Juan Campos es una especie de hermano
mío complementario, somos, desde hace algunos años, jun-
to con Hanne, una especie de trío (cuarteto en ocasiones
cuando nos vemos con Susy, mi esposa), que va comple-
tando frases para llegar a decir entre todos una oración.
Como los sobrinos del Pato Donald. El Pato Donald —por
supuesto— es Malcolm Pines, que para mí es una mezcla
de Rajnech (Gurú) y de tío bondadoso, un Alee Guiness
por su sentido del humor. Tiene el don del equilibrio.
Para lograrlo: ¿cómo lo hace? ¿Hará como Pichón Ri-
viére que dejaba que todo el mundo se pusiera ansioso,
cuando él se dormía en plena conferencia por ejemplo, y
luego se despertaba y decía lo que había que decir coordi-
nándolo todo ? Recuerdo que Malcolm cabeceó un poco, se
adormeció, un poco en la clase de Ana María. Sí, creo
que en parte es así porque en el primer encuentro anduvo
leyendo libros de la biblioteca, mientras el staff discutía
acaloradamente él anduvo curioseando en los libros de la
biblioteca tranquilamente, caminando por el despacho y
al rato cuando el conjunto llegó a un acuerdo, cuando se
arreglaron todos los proyectos y la distribución de fun-
ciones y de lugares fueron acordados, entonces sonrió
tranquilamente y dijo ¡Ok, el workshop está organizado
ya! Juan, mi introductor a esta experiencia, me indica
lo que debo hacer. Conseguir las listas de cada grupo, vía
la secretaria (confieso que las robé el sábado a la tarde
cuando me quedé solo en la secretaría). ¡Qué transgre-
sión! Yo suponía que si conseguía un "enchufe" con la
secretaría estaba salvado. Para colmo, al otro (tía nos
repartieron las listas a todos. Entonces pensé: ¿ sentirán
lo mismo "los de abajo"? El tema del enchufe, el tema del
impulso a la transgresión. Interesante.
Durante el acuerdo de la organización, me indican
que no estaré en los grupos pequeños. Lógico, pienso ra-
cionalmente. Pero mi tripa protesta. Mi tripa suele ha-
cerme jugadas de este tipo, por ejemplo haciendo ruidos
intestinales cuando se dan momentos de silencio como pasó
en los momentos silenciosos iniciales del "large group"
del día domingo. Pensé que tenía que aceptar estar afue-
ra de los pequeños grupos. ¿ Representaré al estar afuera
a los que no pudieron pero quisieron participar en esta
experiencia? Esos no son los de abajo ni los de arriba,
esos son "los de afuera", quiere decir que estarían 4 tipos
de personas en el contexto: "los de abajo", "los de arriba",
"los de adentro" y "los de afuera". El que no paga no
entra. Es justo, pero no del todo. Me identifico con "los
de afuera" al no poder entrar en los pequeños grupos y
pienso ¿será mi situación personal, lejos de mi tierra que
lo acentúa? Difícil el ser observador. Requiere una buena
elaboración de la escena primaria.
7* Escena: Bajamos al salón grande, el salón extenso
donde se reúne todo el grupo y allí está la inauguración
con presentaciones que hace Fernando Arroyabe. A me-
dida que somos nombrados nos ponemos de pie. Pero me
fijé que no del todo, sino "medio de pie" y saludamos
levantando la mano. Malcolm fue el más sobrio como si
fuera el director técnico del Manchester United.
Además en estas presentaciones recordé a Mike
Jagger en el estadio del Atlético de Madrid este año
(durante el Mundial de Fútbol) presentando a su banda
de los Rolling Stones y entonces pensé en el símil. Fer-
nando (Mike Jagger) nos nombra por orden. En la ba-
tería: Hanne Campos, marcando el compás de la marcha
del conjunto. Luego sigo yo: contrabajo (me recuerda
que yo toco el cello). Apuntador y control de sonido. En
la flauta dulce: Ana María Patalán. Luego supe que
trabajaba en grupos de psicóticos y tiene realmente una
actitud de domesticar cualquier tipo de fiera con dulzura,
con tranquilidad. En guitarra eléctrica: Juan Campos y
José Mari, que son "eléctricos" por naturaleza. Conozco
bien a Juan. Juan siempre está para "volarse" como "so-
lista" de grupo en cualquier momento y para ir hacia cual-
quier lado de asociación libre tipo "jump session", cuando
se siente a gusto divagando en un grupo.
En la dirección de la orquesta: Malcolm. Es el prin-
cipal transmisor viviente de Foulkes. Es San Pedro que
nos presenta a Cristo, ya que algunos de los apóstoles
como San Pablo y candidatos a "creer" en la existencia
de Foulkes no han podido tocar sus llagas, no lo hemos
conocido. Creo que él empleó un muy buen truco didác-
tico (que se lo pienso pedir prestado para mi difusión del
pensamiento de Pichón). Su gran truco técnico es em-
pezar mostrando dos fotografías de Foulkes, proyectadas
por José Guimón. Fernando Arroyabe presentó también
a José Guimón: tecladista, sintonizador y técnico de lu-
ces, mide como 1,90 de estatura y evidentemente si él
hubiera hecho el test de AGPA no podría haber sido anó-
nimo porque todo el mundo —por su altura— sabría que
es él.
Comienza la presentación de la conferencia de Mal-
colm Pines con fotografías o slides pasadas para todo el
auditorio. Esto probará que Foulkes existió y era de
carne y hueso.
fotografía: A Foulkes se lo ve solo. Pienso: pue-
de que sea otro que se le parece.
Malcolm aclara: ojo con este señor, que tiene una
apariencia de viejo apacible pero era de carácter muy
fuerte y muy sólido.
fotografía. Prueba irrefutable: Foulkes existió.
Aparece Foulkes con Anthony que todavía vive —según
aclara Malcolm—. Como veréis la prueba es definitiva,
Anthony es un testigo insospechable y además es fa-
moso sobre todo para los psiquiatras infantiles. Hanne
traduce bien. Ella es el puente idiomático (¿será tam-
bién el puente entre psicólogos y psiquiatras y trabaja-
dores sociales, es decir entre los distintos status profe-
sionales dentro del gran grupo?). Malcolm desarrolla
una síntesis de vida y aporte científico de S. H. Foulkes.
AI final, Fernando aclara que fue una pena para los
que no hablan inglés porque no pueden apreciar la fabu-
losa sencillez con que Malcolm ha sintetizado conceptos
complicados y múltiples. Es cierto. Termina esta etapa.
Se pasa luego a los grupos pequeños, Malcolm y yo
nos vamos a charlar al despacho de Guimón.
8$ Escena: Los miembros del staff y compañía ce-
nando en un buen restaurant vasco. La cena totémica
(¿o cena antitotémica?). Es bueno cenar juntos entre
amigos porque uno puede comerse cosas ricas en vez de
comernos unos a otros. Evidente confraternización. Fer-
nando (como Mike Jaegger) dirige la distribución. Un
momento sacrilego: al final de la cena José Mari le en-
seña a Malcolm Pine cómo se debe encender un puro con
madera de sándalo. Y Malcolm admite que le gusta (no
se pierde una) ; (queda comprobado: la comida y la acti-
tud hospitalaria de los vascos es exquisita).
Recuerdo que durante la cena Malcolm Pines contó
un chiste sobre Cristian Barnard y su chófer. De cómo
Barnard jugó a cambiar roles con él, durante una con-
ferencia. Y cuando alguien del público le hizo una pre-
gunta al chófer (creyendo que era Barnard), éste dijo:
esta pregunta es tan sencilla que hasta mi chófer podría
contestarla y la contestó entonces Cristian Barnard. Nos
reímos mucho. Curiosamente, al otro día Fernando en
plena discusión grupal en la mesa de discusión de los
trabajos de Juan Campos y Ana María le pasó —como
conductor— a Ana María una pregunta que hizo alguien
del público que era "tan sencilla" que hasta Malcolm
Pines la pudo responder. Final de un día agitado.
Por la noche... insomnio, taquicardia, luego sé que
soñé mucho. Me despierto temprano, cansado y a la vez
como nuevo, hago gimnasia en la habitación. Reflexio-
nes existenciales mientras hago gimnasia: ¿Qué es eso
de vivir encerrados un sábado y domingo, después de
trabajar toda la semana? Es sacrilego. Si hasta Dios
descansó en el séptimo día. Siento deseos de gritar, de
pelear, de confraternizar, etc., hago gimnasia con entu-
siasmo hasta que los vecinos de la habitación de al lado
se quejan.
Escena: Bajo a la cafetería del hotel. Todos se
están yendo, yo espero a Juan. Es tarde, ¿llegaremos
tarde? El mismo temor tiene Hanne. Todos se van,
espero a Juan que no llega. ¿Sentirán algo similar los
coordinados con respecto a la espera en este workshop?
Hace frío en la calle. Me quedo esperando. Finalmente
—como siempre antes del knock out, antes de la cam-
pana— Juan llega. Bien, somos grupo. Grupo comple-
mentario. En el trayecto recuerdo los vericuetos que hi-
cimos con el taxi para llegar a la Facultad. Bilbao es un
libro abierto. Si tú vas por la carretera normal tardas
el triple. Pero si conoces el atajo —como cuando llega-
mos el día anterior del aeropuerto camino del hotel— lle-
gas antes. Lo relaciono con el workshop (con "los de
afuera", los "de adentro", etcétera).
10& Escena: Lo escrito hasta ahora son mis cavila-
ciones mientras esperaba (en el despacho, a solas) que
terminaran de trabajar en los grupos pequeños. Hay
reunión del staff, José explica que va a solicitarse un
trabajo general que se llama Investigación. En ese mo-
mento siento la ausencia de José Mari que después sería
comentada por otros miembros del staff como que su
presencia hubiera sido necesaria en todas estas reunio-
nes de staff (quizás por su rol "a caballo" entre coordi-
nados y coordinadores). En el aula de abajo se está
tomando el test de la AGPA. Entonces decido que voy a
hacer una especie de inspección a ver qué pasa por allí.
Como dije, antes de eso, hubo una breve reunión del
staff (después de los pequeños grupos) y una charla
entre los coordinadores —ya que no hubo observadores—
de los grupos pequeños acerca de cómo les había ido a
cada uno y cómo habían sido las condiciones de contrato,
José aclaró que se le había sugerido a cada participante
que al inscribirse buscara un psiquiatra por si las mos-
cas. Que los líderes no pueden hacerse cargo de las re-
gresiones que provoca la experiencia. Esto provocó una
ansiedad paranoide del conjunto de la gente pero nos
reímos bastante al comentarlo, además en el grupo de
Ana María no se comentó mucho acerca de la identidad
de cada participante pero hay que recalcar que su grupo
según lo sugirió Juan es justamente aquél en donde es-
taban mezclados los coordinadores del curso con los coor-
dinados del workshop y claro ahí se planteó el tema de
los boundaries o de los límites.
Seguidamente bajé al salón para ver algo sobre la
toma del test. Me ubico detrás. Entre los demás parti-
cipantes, percibo un cierto clima de broma y ansiedad.
Se les hace firmar un papel —al que quiere— de que
aceptan, que dan su consentimiento para la toma del test.
Esto también es lógico como medida de seguridad psico-
lógica pero también crea paranoia al mismo tiempo. Co-
mo el tema de buscarse un psiquiatra. Sería como para
pensar cómo ciertas consignas que al mismo tiempo tran-
quilizan, inquietan.
Empieza la gente a hacer el test y veo que es como
si estuvieran dando un examen en la facultad, me parece
que se vuelve todo como "un autismo en público". La
persona que toma el test parece la profesora que toma
examen. Esta situación me angustia. Me siento el único
que no hace el test y entonces me voy hacia arriba nue-
vamente, al despacho donde se reúne el staff. Mientras
subo las escaleras pienso que este tipo de test me pro-
duce la ansiedad que me producía el suministro de los
electroshocks en los primeros tiempos del hospital cuando
yo estaba 25 años atrás haciendo psiquiatría hospitalaria
y se hacían electroshocks. Sé que estos tests son nece-
sarios. P e r o . . . no sé, hay algo que no va. Lo sugiero
para que se revise, subo al despacho y encuentro a Ana
María que está preparando su clase, repasando. Juan,
un poco más movedizo, se va a pensar con libertad, a
preparar su clase o a pensar su clase fuera. Con Ana
veo que somos muy parecidos: nos cuesta defender nues-
tro espacio, con un ojo prepara la clase y con el otro la
mira a Hanne (¿será porque no queremos perdernos
nada?). Le pregunto a Ana por qué le recuerdo a su
tío. Me responde fraternalmente, amistosamente y que-
damos en charlar un poco acerca de nuestros problemas
más tarde. Como hermanos compatriotas en tierras le-
janas.
11$ Escena: Volvemos todos al aula grande, la de
abajo, para la mesa redonda sobre métodos y aplicacio-
nes del group analysis. Comienza a dar su clase Juan.
Tengo miedo (creo que él también y creo que Hanne
también). Malcolm comienza a adormecerse. Me pre-
gunto si lo habrán vampirizado los periodistas que lo
entrevistaron poco antes para hacerle una nota para el
periódico local. Pero después me doy cuenta que no. Que
eso fue después. Miro a Juan. Creo que no tendrá pro-
blemas. Juan se maneja bien, es un gran seductor, un
buen charlista. El da una semblanza de su trayectoria per-
sonal y profesional. Un pasaje y un reciclaje. Habla
sobre el vacío del saber, el comercio en la formación, la
marginación del común denominador de la sociedad, el
inmovilismo universitario y asistencial en el campo de la
educación médica, la perversión de objeto en el sistema
de educación, la repetición de estas taras en las institu-
ciones y lo que es más afortunado para él la revista del
GAIPAC. Habla sobre tres experiencias donde pudo apli-
car sus ideas sobre el group analysis. La primera en el
Hospital de San Juan de Dios (el hospital psiquiátrico).
La segunda en la Universidad en la Facultad Autónoma
como jefe del Departamento de Psicología y Psiquiatría,
donde trabajó con cerca de 300 alumnos en una inves-
tigación g(rupo-analítica intentando trabajar sobre la
relación médico-paciente y la percepción del rol del alum-
no. La tercera, la experiencia con Guimón en el país
vasco como asesor y como supervisor de las experiencias
en formación y sus experiencias en familias y grupos.
Miro al auditorio. Advierto un cierto estado como de
aburrimiento del público. Yo me siento extrañado, por-
que me siento muy entusiasmado como observador por
esta interesante relación que hace Juan entre su vida y
su obra, como hizo Malcolm también cuando habló de
la vida y la obra de Foulkes y entonces me llama la aten-
ción que los jóvenes estén como aburridos con este siste-
ma y estos temas. Yo me pregunto si no se puede inter-
pretar el aburrimiento como una defensa en parte frente
a la angustia de muerte que plantea esto de plantearles
simultáneamente la vida y la obra de un autor. También
podría ser la envidia de los jóvenes hacia los mayores
y dificultades de identificación seguramente con los líde-
res de mayor edad. Porque luego habló de la experiencia
de Sestona en el sentido de que si es verdad que se quie-
ren cambiar los modelos asistenciales, hay que empezar
por cambiar la formación y que lo creativo es crear la
comunidad que sea por una parte didáctica, por otra par-
te de investigación y por otra parte de servicios. Luego
vienen las preguntas. Hay algunas personas del staff
que preguntan. Juan contesta con el tema del chiste del
pío pío acerca de la dependencia de los grupos y la ne-
cesidad de autogestión de los grupos y la independencia
de los grupos. Un alumno pregunta sobre lo que hay
que hacer, otro responde que justamente éste es el tema:
no depender de que se le diga todo lo que hay que hacer.
En general advierto que la gente del staff no deja hablar
mucho a los alumnos y esto se repitió un poco en el mo-
mento del silencio del large group. Alguna gente del staff
intervino muy "activamente" (¿quizá demasiado o fue
un emergente típico de esta experiencia? Es para pen-
sar). Fernando insistió en estimular a los alumnos para
que hablaran de su propia experiencia y esto también lo
hizo en el large group. Juan sugiere que eso requeriría
otra estructura que se está hablando como grupo analista
y reclama el acuerdo sobre el setting de la discusión.
Hanne dice que aquí se puede crear una estructura cohe-
rente y un alumno interviene diciendo que le da la sen-
sación de estar recibiendo dos mensajes : por una parte
el "científico" y por otra parte el "doctrinal". Pero que
le llega más el mensaje "doctrinal", el de adoctrinamiento
y le faltarían más nociones de técnica y teoría.
Otro alumno dice que siente que los conductores de
la experiencia les dan un doble mensaje. Por una parte
se les dice: ¡caminad solos! y por otra parte se les está
conduciendo. El ambiente se está poniendo un poco car-
gado. Siento que está por explotar algo. Fernando cierra
la discusión diciendo que cree que el mensaje es múltiple.
Que la respuesta la tenemos que dar todos juntos y se
pasa sin ninguna pausa al trabajo de Ana María Patalán.
(Creo que hubiera sido conveniente al menos cinco mi-
nutos de pausa, de relax). Ana María habla sobre su
trabajo grupal analítico con psicóticos crónicos en un
hospital de Londres. Con enfermos crónicos pero tam-
bién agudos. Dice que este trabajo facilita la integración
yoica y con el mundo exterior de los pacientes, que ellos
están estudiando qué significa el lenguaje y los meca-
nismos psicóticos. Que los pacientes la suelen ver como
"intrusa", que hay diferentes resistencias con que se tiene
que enfrentar el terapeuta, una de ellas es el tener que
estar sentado mucho tiempo. Yo pienso que aquí ya es-
tamos sentados hace mucho tiempo. Pero sin embargo,
la gente está muy atenta en este trabajo, muy atenta
escuchando el trabajo de Ana María. Me da la impresión
de que los integrantes se sienten identificados con ella.
No sé si es porque es joven o porque está en la trinchera
de trabajo con los pacientes psicóticos, como ellos {o por
ambas cosas). Sigue Ana diciendo que cree que no debe
haber menos de seis pacientes por grupo, que debe haber
continuidad y pertenencia en ese trabajo que ella hace
en el hospital en Londres. Que el terapeuta debe ser
más activo, invitando a hablar y sugiriendo temas a los
pacientes psicóticos del grupo, que la contratransferencia
group analítica en estos casos provoca fuertes ansiedades
que es necesario controlar. Que la identificación de los
pacientes con el terapeuta, ella la considera positiva.
Que utilizan pinturas y role playing como técnicas auxi-
liares para comprender lo no verbal "como si fuera un
sueño" y que ella está trabajando en coterapia y que
lo considera una gran ventaja. Primero, porque este tipo
de pacientes son muy ávidos, segundo porque los dos
terapeutas pueden remedar, recordar figuras parentales
y esto es positivo. Mientras la escucho yo siento que
todo su lenguaje me es muy conocido de hace muchos
años. En parte lo siento (como lenguaje técnico) un poco
perimido, repetido. Me es válido, pero lo siento ya ana-
crónico. Luego se habla de la contratransferencia psi-
cótica y además sobre el tema de la hostilidad. Yo me
pregunto si el coterapeuta que ella dice es un terapeuta
auxiliar, un observador que puede interpretar también,
una coordinación compartida, recuerdo el trabajo de in-
tertransferencia de René Kaes, más tarde se lo pregunté
a Ana María. Luego Ana María habla de la supervisión,
la cual es realizada por un terapeuta externo al grupo
y que además suele haber una discusión entre los tera-
peutas luego de la sesión grupal y de cómo los pacientes
son recibidos en la sala de adultos. En cuanto a la téc-
nica, dice que los pacientes, en general, no son seleccio-
nados pero, por ejemplo, quedan afuera los pacientes
con mucho deterioro, caso de las demencias, y que par-
ticipan todos los miembros regulares de la sala. Hasta
ahora, como clima, se percibe como bastante bien, pero
un poco apagado, un poco aplastante. Siento hambre y
frío, ganas de hacer pis, supongo que muchos sienten
lo mismo que yo en este momento. Un alumno le hace
tres preguntas a Ana: 1) Si el terapeuta tiene que ser
externo a Ja institución; 2) Si se pueden hacer peque-
ños y glandes grupos con los pacientes; 3) Si los cote-
rapeutas pueden tener distinta formación.
Ana responde que cree que no hace falta que el
terapeuta sea externo a la sala, que no cree aconsejable
más de 15 personas (para este grupo que ella plan-
tea) salvo que sea un "large group". Queda un poco
pendiente la tercer pregunta aunque ella piensa que pre-
fiere un coterapeuta con el mismo esquema conceptual,
referencia! y operativo según lo aclara más tarde. Juan
Campos agrega algo acerca del psicótico, si el psicótico
responde como el neurótico y tiende a reproducir las
reglas institucionales y Malcolm señala que los movi-
mientos hacia la normalidad —según su forma de ver—
en este tipo de grupo es mínimo. La gente de Basurto
plantea la experiencia en el grupo pequeño. Que no tie-
nen grupo de seguimiento. Malcolm le pregunta a Ana
si tiene experiencia de trabajar cuando los pacientes no
diferencian entre sí mismos y los demás y Ana le dice
que no, que no tiene un modo de trabajar en esas situa-
ciones, con lo cual se cierra la reunión de métodos y
aplicaciones del group analysis y se pasa al grupo de
supervisión.
129 Escena: Para el grupo de supervisión todos se
vuelven a reunir en los despachos de los grupos peque-
ños. Yo le pido trabajar con él a Fernando Arroyabe,
Para mí es una oportunidad verlo trabajar ya que he
tenido más oportunidad de charlar y discutir con los
otros integrantes del staff. Con Fernando en la super-
visión diría —como síntesis— que lo he pasado muy bien.
Era un "lindo grupo". Yo tenía el problema de dónde
ubicarme, de cómo trabajar y manejar la rivalidad con
el coordinador pero Fernando creo que lo manejó muy
bien. Me invitó a entrar libremente y creo que la comu-
nicación circuló de manera fluida y creativa, fue una
excelente experiencia, la supervisión. Creo que está muy
bien pensada como parte del workshop, por otra parte
era mi primera posibilidad de estar con los grupos peque-
ños más en intimidad, más cerca, la viví con mucho
agrado. El hablar "de los pacientes" creo que nos colocó
en posición de reflexionar sobre nuestros roles como "te-
rapeutas" y creo que eso es positivo y es un buen lugar
—la supervisión— para poder hacerlo. Luego de la su-
pervisión se reunió nuevamente el staff. Se charló un
poco acerca de cómo había ido y se decidió que en lugar
de terminar con un grupo grande terminara con un gru-
po pequeño (cambiando el programa previsto). Se reunie-
ron en grupo pequeño. Yo me quedé solo en el despacho
nuevamente. Aproveché para empezar a redactar estas
notas. Luego nos fuimos a cenar, a confraternizar y
luego a dormir para a la mañana siguiente empezar
con el pequeño grupo de 8.15 a 9.45, con los que cerró
la experiencia de pequeños grupos y del que no tuve mu-
cho feed back.
13* Escena: De 10 a 11 se realizó el "large group"
coordinado por Hanne Campos que lo hizo con bastante
tino. Todo comenzó con una situación de silencio, una
de las cosas que observé es que nos costó bastante a al-
gunos miembros del staff mantener la situación de silen-
cio salvo a Malcolm, Hanne, Ana María y José Mari que
creo que fueron los que más pudieron y/o quisieron man-
tenerla. Hubo intervenciones de Fernando, de Juan,
mía, de José Guimón, creo que hubo como una experiencia
de silencio. Después mientras les leía estas notas a Hanne
y Juan en el aeropuerto pensamos que este grupo en
parte había elegido como forma de despedida el silencio,
que es también una forma de estar juntos antes de irse,
antes de separarse. Al principio no se sabía bien para
qué era este grupo grande ni cuáles eran las reglas de
juego, si la confidencialidad de los grupos pequeños se
iba a mantener o no, hubo intervenciones de los parti-
cipantes planteando que ésta era una oportunidad de in-
tercambio acerca de la experiencia y que no se podía
trasplantar la experiencia del pequeño grupo al gran
grupo. Yo diría (en términos de Pichón Riviére) una
especie de "pretarea" sumamente interesante. Pero me
quedé con algunos interrogantes ya que hay mucha gente
que se quedó sin opinar lo que pensaba. Diría yo, algu-
nos interrogantes que quedan para el próximo workshop.
Despedida final, todo el mundo se va, nos reunimos con
Hanne y José Mari a charlar y tomar un café en el
hotel mientras esperamos a Juan para ir al aeropuerto.
Yo siento esta charla como parte de la continuación de
la experiencia. Allí José Mari nos explica la dificultad
de su rol cuando tuvo que decirle a algunos integrantes
que sí podían hacerla y a otros que no podían hacerla.
¡Qué papel difícil! pudimos hablar sobre distintos aspec-
tos del rol del psiquiatra y del group analysis y de estas
experiencias y se comprobó lo positivo que hubiera sido
que José Mari hubiera estado en las reuniones anteriores,
aún a pesar de no pertenecer al staff prescripto de ante-
mano. Finalmente, hablamos también de los enfermos
incurables, de los crónicos y agudos; de la necesidad que
se tiene en este caso también de ser asistido y de ser
ayudado el coordinador, el terapeuta y todo lo que se
puede hacer por los pacientes llamados crónicos y agudos
en la práctica asistencial.
Escena: Finalmente el minigrupo con Juan y
Hanne. Yo les leo en el aeropuerto mis notas mientras
vamos a tomar algo juntos en la cafetería del aeropuerto.
Nuestro avión sale casi a la misma hora y nos decidimos
a charlar un poco para que yo les cuente estas observa-
ciones de tal manera de hacer una especie de "cierre
grupal y compartido" de mi rol de repórter. Ellos me
sugieren que lo envíe lo más rápidamente posible en es-
pañol, sin modificar demasiado, tal cual como están estas
sensaciones así escritas a los distintos compañeros del
staff, cosa que me permitió "aflojarme" y redactar esta
comunicación.
Acordamos con Juan y con Hanne similitudes y di-
ferencias de opinión acerca del "rol del que está en la
frontera". Lo declaramos necesario, útil tanto para las
experiencias nuestras de Convergencia como para la es-
cuela de Pichón Riviére, como para estas experiencias
de workshop-group analítico que acabamos de vivir. Gra-
cias por haberme invitado a compartirlo con ustedes.
Hasta la vista.
GRUPOS DE FORMACION
EN PSICODRAMA PSICOANALITICO

A N A MARÍA DEL CUETO


y A N A MARÍA FERNÁNDEZ 1

Grupos de formación en psicodrama analítico


Pensamos que la enseñanza de técnicas psicodramáti-
cas incluye diversos niveles de trabajo que en el acto peda-
gógico en sí mismo se encuentran en permanente entre-
cruzamiento, potenciándose unos a otros; sólo a los fines
de su exposición es que intentaremos desglosarlos.
Por otra parte, tal cual encaramos nosotros este pro-
ceso de aprendizaje, trabajamos también en dos niveles,
que en el grupo se encuentran mutuamente atravesados:
a) Enseñanza de la técnica en sí misma.
b) Enseñanza de la dinámica grupal.
Planteamos esto desde la convicción de que sólo se
aprende a aplicar una técnica psicodramática en psico-
drama psicoanalítico, si se vivencia dicha técnica en el
mismo proceso grupal en donde ésta es aplicada, reali-
zando los alumnos un pasaje por una experiencia de gru-
palidad.
No subestimamos la importancia didáctica de la Cá-
mara Gesell, video, el trabajo con rol-plaging, etcétera.
Por el contrario, pensamos de gran riqueza la inclu-
sión de estos recursos didácticos. Pero en nuestro enfo-
que, los diversos momentos del aprendizaje de las téc-
nicas grupales, van siendo pautados —dentro del respeto

1 Este trabajo, presentado al Encuentro Internacional de Psi-


codrama y Psicoterapia de Grupo en agosto de 1985 (Bs. As),
surge de nuestra actividad como docentes en la institución "Psico-
drama Psicoanalítico" que coordina el Dr. Eduardo Pavlovsky.
al tíming de los alumnos— por la lectura de la fantas-
mática que, en el seno del grupo de aprendizaje, la tarea
convocante y la interacción despierten.
Es decir, que sobre la. base de un programa que in-
cluye items generales relacionados con la técnica en sí
misma (soliloquios, doble inversión de roles, espejo, etc.),
con el conocimiento de cierto "pool" de dramatizaciones
que constituye el background que todo psicodramatista
debe poseer (el pasaje por el escenario, la despedida, el
invisible, el espejo, el bote, etc.), vamos proponiendo uno
u otro ejercicio a realizar en función del momento por
el que atraviesa la producción fantasmática del grupo
de aprendizaje.
A los efectos de su lectura solemos incluir momentos
de multiplicación dramática, técnica que nos ha resultado
de un alto nivel de eficacia para tales fines.
Es importante aclarar que en esta forma de trabajo
se vuelve imprescindible delimitar, tanto en el contrato
inicial como en las sucesivas reuniones, las diferencias
entre esta actividad y un grupo psicoterápico. Frente a
dificultades en la tarea, realizamos señalamientos perso-
nales a los integrantes referidos estrictamente a la misma.
Lo cual no excluye que cada uno pueda pensar esto
en términos de su conflictiva intrapsíquica más profunda,
pero permanentemente diferenciamos los espacios en que
cada una debe ser trabajada 2 .
Cuando los grupos de formación son de larga dura-
ción (uno, tres años), los coordinadores del grupo de
aprendizaje suelen asistir a importantes cambios perso-
nales de sus integrantes o deserciones.
Esto ocurre en función de los múltiples efectos mo-
vilizadores que el aprendizaje de esta técnica promueve,
en virtud de la inclusión de niveles corporales de alto com-
promiso como así también por el pasaje a través de una
"experiencia grupal".

2 Este es, sin duda, un punto de difícil resolución, pleno de


cuestiones no resueltas para todos aquellos preocupados en la pe-
dagogía de lo grupal. Nosotros hemos tomado esta opción por ser
la que nos resulta más clara por el momento, pero mantenemos to-
das sus interrogaciones abiertas.
En un primer momento pensamos que deben incluirse
ejercicios que fomenten los procesos identificatorios entre
los miembros, que den lugar a que se instale una trans-
ferencia positiva hacia los coordinadores, la institución
y el aprendizaje en sí mismo, que facilite la circulación
de los movimientos de inclusión-exclusión, mirar-ser mi-
rado, etc., de manera tal que progresivamente vayan
creando las condiciones óptimas para que el aprendizaje
se realice.
Dichos ejercicios deben además fomentar la inclu-
sión paulatina del cuerpo, el contacto con el cuerpo de
otros, el registro de las sensaciones corporales, etc., de
tal forma que los integrantes del grupo vayan constru-
yendo un espacio y un tiempo de trabajo que, en virtud
de la intimidad y la cohesión, creen las condiciones sufi-
cientes de confianza y continencia para el aprendizaje.
Ya desde los primeros ejercicios se insiste en ía per-
cepción tanto del propio registro de las emociones que se
suscitan en el trabajo dramático, como en aprender a ob-
servar la escena de los otros. Esto constituye un pilar
fundamental para la lectura del acontecer dramático.
Conjuntamente con lo expuesto debe guiarse a los
alumnos en el pasaje de un pensamiento en ideas a un
pensamiento en escenas. Para ello, suele proponerse que,
a partir de la elección de un afecto, se propongan escenas
referidas al mismo, al estilo de las multiplicaciones dra-
máticas ; aquí, ante algún comentario que "interrumpe una
escena" sugerimos habitualmente que se lo dramatice.
Este aprender a pensar en escenas, junto con el
aprender a registrar las emociones y sensaciones corpo-
rales con el aprender a mirar el acontecimiento psicodra-
mático, van posibilitando un entrenamiento integrador.
Es decir que habría un eje alrededor del "aprender"
y otro alradedor del "reconocer".

1. Aprender

a) A mirar el acontecer psicodramático.


b) A registrar emociones y sensaciones corporales^
c) A pensar en escenas.
liste aprendizaje pasa necesariamente por el reco-
nocimiento de las zonas corporales y fantasmáticas con-
flictivas de cada uno, como por el reconocimiento de las
pautas estereotipadas de vincularse con los otros.
Y encontramos así el. otro eje referido al reconocer.

2. Reconocer

a) Zonas corporales conflictivas.


b) Zonas fantasmáticas conflictivas.
c) Pautas estereotipadas de vincularse con los otros.
Este aprendizaje en función de este reconocimiento,
crea las condiciones de una mayor creatividad, tanto gru-
pal como individual.
Uno de los vectores que inciden, sin lugar a dudas,
para que esto suceda, es la coordinación, que, junto a sus
tareas explícitas:
1) Proponer ejercicios.
2) Observación y registro escrito de las reuniones.. .
3) Devolución de lo observado con criterio pedagó-
gico.
4) Información de los aspectos teóricos y técnicos
en juego en los ejercicios psicodramáticos.
5) Participación circunstancial en warmings y dra-
matizaciones,
soporta sobre sí las transferencias positiva y negativa
tanto hacia el equipo coordinador como hacia la institu-
ción en la que este equipo esté inserto, y de la cual es
mediadora ante el grupo.
Es importante que el equipo de coordinadores esté
atento a los efectos que en lo imaginario grupal produce
el desempeño de sus tareas explícitas. Las transferen-
cias, con sus vaivenes, crearán las condiciones para el
mayor o menor desarrollo tanto del aprendizaje como de
la creatividad grupal.
Sintetizando, el aprendizaje de la técnica psicodra-
mática incluye:
Enseñanza de la técnica en sí misma

a) A través de ejercicios pautados.


b) A través de ejercicios no pautados.

Utilizando en ambos la mayor ejercitación de todos


los posibles recursos psicodramáticos que la técnica pro-
vee (soliloquio, inversión de roles, el doble, el espejo,
etcétera).
El desarrollo de este aprendizaje implica los siguien-
tes objetivos:
a) Reconocimiento de ciertas zonas imaginativas-
creativas de cada uno.
b) Reconocimiento de pautas estereotipadas de re-
lación.
c) Reconocimiento de zonas conflictivas que produ-
cen dificultades en el trabajo.
d) Aprender a mirar.
e) Aprender a registrar emociones y sensaciones
corporales.
f ) Aprender a pensar en imágenes.
g) Diferenciar catarsis de insigh, dramatización de
acting, dramatización de actuación actoral.
h) Aprender a conectarse con el rol.
i) Utilización del espacio.

b) Enseñanza de la dinámica grupal

Excede los límites del presente trabajo el desarrollo


teórico de nuestra concepción acerca de los procesos sim-
bólico-imaginarios que todo grupo produce.
No obstante, es necesario aclarar que nuestra forma
de enseñanza de la "dinámica grupal" —más allá de los
momentos de transmisión teórica— se realiza cotidiana-
mente, en cada reunión de trabajo, señalando los distin-
tos momentos del grupo desde su serialidad hasta su gru-
palidad más cohesionada, los roles estereotipados o sin
interjuego por parte de los componentes, conformación,
movilidad y rigideces de las redes identificatorias y/o
transferenciales tanto entre sí, como con la coordinación
y la institución real y/o imaginaria a que este grupo
pertenezca, los mitos, ilusiones, sus momentos de crea-
ción-repetición, el permanente atravesamiento de lo "so-
cial", de lo "político" que este grupo exprese desde su
producción fantasmática, etcétera.

Secuencia típica de una reunión de trabajo

Trabajamos con una frecuencia de una reunión se-


manal de dos horas de duración.
La secuencia habitual de estas reuniones tiene cua-
tro momentos a saber:
1) Warming: Además de sus funciones habituales
de caldeamiento, aflojar tensiones, crear el clima
adecuado, etc., permite ir perdiendo el miedo co-
mún a usar el propio cuerpo en dimensiones inha-
bituales, conectarse con el cuerpo de los otros, a
no erotizar todo contacto corporal, a transitar y
disfrutar por dimensiones lúdicas del contacto
corporal y el movimiento, etc. Después de un
primer tiempo de trabajo, los alumnos, rotativa-
mente, van realizando la coordinación del calen-
tamiento.
2) Trabajo psicodramático en sí mismo: A través
de ejercicios no pautados y pautados. También
aquí vamos incluyendo la paulatina coordinación
de escenas por parte de los alumnos.
3) Comentarios: Qué sintieron, qué vieron, qué pensa-
ron (tanto desde el lugar de participantes de la es-
cena como de observador).

Damos tanta importancia a este punto como a los dos


anteriores por cuanto es un espacio de elaboración refle-
xiva de lo dramatizado. La vivencia sin elaboración no re-
dunda en aprendizaje.
Es en este punto donde más se trabaja el entrenamien-
to en la observación de lo dramatizado.
Solemos pedir a los alumnos rotativamente que lean el
registro escrito realizado durante la reunión de trabajo.
Además es el lugar donde pueden relacionar lo dra-
matizado con aspectos teóricos y clínicos ya sea de lo he-
cho en clase como de ejemplos aportados tanto desde los
alumnos como desde la coordinación.
Los comentarios son uno de los elementos a tener en
cuenta por los coordinadores para detectar la fantasmática
grupal por la que está atravesando dicho grupo: ilusiones
y mitos, sus momentos transferenciales e identificatorios,
la institución, en tanto productora de efectos simbólico-
imaginarios grupales, etcétera.
Al trabajar sobré lo observado se posibilita la detec-
ción de posibles acting-outs, de los compañeros, dificul-
tades para sentir ciertos afectos entre sí, etcétera.
Tratamos aquí de crear en los alumnos el hábito no
de poner el acento en juicios de valor acerca de lo drama-
tizado sino de aprender a descubrir zonas conflictivas de
cada uno con respecto a lo específico del quehacer.
4) Devolución de la coordinación: Es el momento
en que desde la coordinación se trabaja sobre el
porqué de la elección de los ejercicios dramáticos
relacionando lo dramatizado con aspectos teóricos
y técnicos.

A través de señalamientos e interpretaciones centra-


das en la tarea los integrantes irán experimentando los
distintos momentos grupales relacionados con la fantasmá-
tica que rijan el quehacer tanto desde lo personal como des-
de lo grupal.
Al mismo tiempo vamos desarrollando en forma tan-
to implícita como explícita nuestra concepción sobre lo
grupal y su posibilidad de interpretación. Este punto
ha sido desarrollado en trabajos anteriores3.

3 " E l dispositivo grupal": Ana M. Fernández, Ana del Cueto.


En: Lo grupal II. Ed. Búsqueda. Buenos Aires, 1985, y en "La
Teoría y los grupos": Ana M. Fernández. Departamento de Pu-
blicaciones. Carrera de Psicología. U.B.A. 1985.
ALGUNAS REFLEXIONES
SOBRE LA PRODUCCION
DE LA ESCENA PSICODRAMATICA

NELLY FATALA
DIANA JANIN

En la tarea clínica habitual cuando se instrumentan


técnicas dramáticas, se suelen observar en algunas opor-
tunidades propuestas de dramatización que sin una in-
fraestructura que las sostengan giran en falso.
Al hablar de estructuras sostenedoras de la escena
manifiesta o dramatización, nos referimos a un ordena-
miento que en los lenguajes y signos humanos produce
significación, entendiendo como tal "sentido". Este or-
denamiento en la producción dramática va a estar delimi-
tado por coordenadas témporo-espaciales. En ellas con-
vergen la expresión más global de la problemática, de
las defensas y los deseos del grupo, atravesados por los
determinantes sociales, económicos, políticos, institucio-
nales, etcétera.
Por lo que consideramos que precisar las condicio-
nes de producción de la escena dramática podría contri-
buir a la mayor efectividad de la tarea terapéutica.
En el psicodrama psicoanalítico, contamos con un
recurso privilegiado: la escena manifiesta, unidad de
lenguaje dramático que nos contacta con "otra escena"
a la que sólo podremos vislumbrar a través de la dra-
matización.
El objetivo de este trabajo es hacer algunas estima-
ciones, y distinciones sobre las coordenadas témporo-
espaciales constitutivas de la estructura a la que hace-
mos referencia. El entrecruzamiento puntual de estas
dos variables sería el centro generador de la escena; para
lograr una sistematización instrumental, vamos a enca-
rar el estudio de cada una de ellas separadamente, ha-
ciendo la salvedad de que en la práctica terapéutica se
dan en forma sincrónica.
La coordenada tiempo se va a desarrollar en un
suceder de sumatorias dada en una secuencia dinámica.
Pero este suceder temporal va a ser descripto como si
lo estuviéramos percibiendo en una modalidad de "cá-
mara lenta", iniciándose en lo que hemos denominado
Tiempo 1 ( T I ) que corresponde al tiempo de escucha
del discurso, escucha analítica por parte del terapeuta y
producción asociativa de los integrantes del grupo.
Si se pasa a Tiempo 2 (T 2) no sólo se escucha, sino
también se siente y se percibe, aparece en este tiempo
"el pensamiento en escena". Pensamiento caracterizado
por elementos que hacen a la escena: personajes, interac-
ciones, espacio transitado, entrecruzamiento de afectos,
etcétera. Es a nuestro entender, el momento en que
emerge la "puesta en acto del inconciente" o sea la
"transferencia", que si bien está presente desde el va-
mos, aquí empieza a manifestarse con la posibilidad de
pensar e imaginar la "escena del otro" correspondiendo
a un resonar afectivo. Esta resonancia puede ser con-
cordante con la de los integrantes del grupo expresadas
a través de la mímica de los gestos, de las actitudes pos-
turales, y de los afectos que emergen.
Esto daría lugar a un Tiempo 3 ( T 3 ) , instante de
la escena a dramatizar, momento en que se define qué
situación se va a "representar" o sea: hacer presente
lo pasado o hacer presente el futuro. "Ahora vamos a
dramatizar..." aquí las transferencias cruzadas y múl-
tiples desembocarán en el pasaje al "acto": al de la dra-
matización manifiesta o dramatización propiamente dicha.
"Los psicodramatistas vivirán la fantasía del pa-
ciente al mismo tiempo que él, a través de una estimu-
lación o una activación de su propia fantasía". En este
tiempo tenemos que estar alerta porque surge "el riesgo
de forzar la situación sea en forma conciente o incon-
ciente. En el primer caso, esa actitud, omitiría la origi-
nalidad fundamental de la problemática fantaseada del
paciente, y de las dimensiones subyacentes no percibidas
de su discurso. En el segundo caso, se trataría de un
pasaje al acto de los terapeutas, que encuentran placer
en su propia expresión fantaseada, la que excluye la del
paciente. En ambos casos la connivencia que sería su
manifestación y que da lugar a la relación perversa, po-
dría bloquear toda la problemática transferencial, por-
que todos los protagonistas se satisfacen con la situación,
o porque el paciente siente el peligro de verse encerrado
en un tipo de relación que ya no recibe la expresión de
su deseo".
Aquí tendremos entonces, desde las dramatizaciones
defensivas hasta las dramatizaciones más cercanas a lo
que constituiría un entre-te-ni-miento, nos vamos a de-
tener en este término ya que a través de las técnicas
dramáticas, lo que intentamos es hacer "conciente lo in-
conciente".
Pensamos que por la riqueza de nuestro instrumento
corremos a veces el peligro de jugar con él y no servir-
nos de él para poder lograr el objetivo de entender y
conocer. Por lo tanto es imprescindible en este punto
la intervención de los terapeutas, proponiendo un rol acti-
vo del coordinador, a través de los señalamientos ya que
estos constituyen parte de la acción terapéutica.
El pasaje al Tiempo U ( T 4 ) aparece asi como el pun-
to preciso de la dramatización manifiesta, con esto que-
remos decir: ( T 4 ) corresponde al tránsito de la dra-
matización donde se juegan los roles en un entramado
afectivo deseante. Es el momento más intenso de la pro-
ducción dramática que nos va a permitir al Tx tiempo ( x )
de la elaboración dramática.
En el Tx convergen las asociaciones, las interpreta-
ciones, los comentarios y posibles resoluciones.
Al referirnos a la coordenada espacio advertimos
que las precisiones que hacemos sobre ésta, no son abso-
lutas sino relativas, y que por consiguiente dependen de
las referencias que tomemos en cuenta.
El encuentro grupal se desarrolla en un ámbito al
que llamamos espacio total-real, es decir espacio con
existencia efectiva (piso, techo y paredes de la sala).
El suceder grupal se dará en un espacio acotado por
la interrelación de los espacios personales.
Definimos al espacio personal, como el espacio de
dimensiones variables que rodea a cada miembro del
grupo y delimita una distancia óptima en relación al
otro, dentro del cual se prolongan sensaciones del sujeto.
Este espacio puede modificarse con las situaciones
individuales sociales, culturales, políticas, etc. El espa-
cio personal está referido a un espacio social.
La interconexión de los espacios personales configu-
ran un espacio virtual que tiene una existencia implícita
(incluido en otro espacio), y no una existencia real per-
ceptible. Está implícito cuando hay intercambio y comu-
nicación grupal, sino la hay carece de existencia.
En él, está contenida la matriz generadora de es-
cenas.
Llamamos espacio imaginario a todo espacio que sólo
existe en la imaginación, que no es posible su percep-
ción real.
Denominamos espacio simbólico a todo aquél que
configuramos dentro del espacio real, como representan-
te de algún otro espacio. Hay dos tipos de espacio sim-
bólico : aquél que se decide apriori (en una dramatización
decimos: "supongamos que este lugar es la casa de tu
padre") y los que a partir de la dramatización y por
asociación se descubre a posteriori que representa "algu-
na otra cosa".
Cuando las escenas toman forma a través de la
escena manifiesta, su puesta se realizará en un espacio
acotado al que llamamos parcializado o sea el espacio
donde se juega el "como si".
Donde se establecen límites precisos para jugar la
escena; la referencia en este espacio es la delimitación
y no la presencia del sujeto, para otros autores es el
espacio dramático.
Trataremos de correlacionar ahora las variables
tiempo y espacio intentando delinear el suceder grupal.
En un tiempo inicial se produce el encuentro, en el
lugar que hemos denominado espacio total.
Ha y intercambio de miradas, risas, comentarios, a
veces largos silencios. Desde un lugar se inicia el dis-
curso. El relato a veces es anecdótico a veces referido al
sentir, en otras oportunidades imágenes oníricas van
poblando un espacio virtual; circunscripto recortado, for-
mado por el entrecruzamiento de los espacios interper-
sonales. Este transcurrir se da en lo que hemos denomi-
nado ( T I ) . En este tiempo si bien cada participante
aparentemente habla por cuenta propia, sigue en reali-
dad un hilo conductor: retoma el discurso precedente y
responde a él por vía asociativa.
En este tiempo al que hemos llamado ( T I ) predo-
mina entonces el espacio virtual.
En el deslizamiento de este tiempo llegaríamos al
(T 2). Tiempo en el que no sólo se escucha sino también
en el que surgen emociones, sentimientos encontrados,
afectos incomprensibles, recuerdos, imágenes, acciones
que convergen en un pensamiento: "Pensamiento en es-
cena".
Esta producción afectiva-ideativa se genera en el
espacio imaginario que es el predominante de este
Tiempo 2.
Es el tiempo en que comienzan a consonar afectiva-
mente los integrantes del grupo. Empieza a dibujarse
un manojo de identificaciones.
La transferencia comienza a desplegarse en el te-
rreno donde se desarrolla la problemática del cambio.
Tiempo 2, espacio imaginario.
En este devenir se sucede el Tiempo 3 como una
resultante de la precedente que contiene al espacio vir-
tual y al espacio imaginario. Instante en que aparece la
escena a dramatizar. Explosión transferencial que en-
cuentra su cauce en el pasaje al acto: momento en que
a través de la escena a dramatizar el sujeto o el grupo
van a elaborar un saber e intervendrán en su quehacer.
Quehacer que se inicia en el Tiempo i, en el que se
dramatiza, en el que se especializan personajes interre-
lacionados por afectos que interactúan ante la presencia
de espectadores en un espacio parcializado.
Tensión dramática que moviliza a protagonistas y
espectadores y que encontrará posibilidad de reflexión
en el momento siguiente al de la dramatización, en el
tiempo x. Relacionado predominantemente con el espacio
simbólico.
Tiempo de comentarios e intentos elaborativos. Tiem-
po espiralado que nos abre a nuevas producciones, a nue-
vas multiplicaciones con estilo poético, diremos: tiempo
generador y no paralizador.
Tiempo verdadero y no engañoso.
Tiempo creativo y no vacío.
Tiempo de vida y muerte.
Consideramos que si se da el encadenamiento es-
pacio temporal al que nos hemos referido, las escenas
generadas en él tendrán probabilidades de ser escenas
expresivas. O sea la más rica de emergentes incon-
cientes.
Estimamos qué en la labor terapéutica no siempre
nuestras formulaciones son interpretaciones ya que estas
se realizan estando "en transferencia" en otras oportuni-
dades lo que hacemos es intervenir. Esto lo aplicamos
en nuestra tarea como psicodramatistas teniendo en
cuenta nuestro esquema referencial psicoanalítico.
Consideraremos a la escena dramática en sí misma,
como homologable a las interpretaciones o intervencio-
nes psicoanalíticas.
En circunstancias en que las escenas son descripti-
vas, exploratorias diagnósticas, estamos hablando de in-
tervenciones terapéuticas, ya que la escena expresiva
también llamada por nosotros elaborativa cumple la
función de la interpretación donde él o los protagonistas
se abren a la comprensión.
La llamamos elaborativa teniendo en cuenta el "in
crescendo" cuantitativo de la producción perceptible en
cualidad afectiva en la dramatización, y en el resonar
grupal que conlleva al salto cualitativo que llamamos
comprensión, al producirse el establecimiento de vías aso-
ciativas que presuponen una transformación.
ACERCA DE LA ESCENA

DELIA BERMEJO

Nuestra preocupación como terapeutas de grupo es


encontrar en el específico campo del acontecer grupal,
tanto desde lo técnico como de lo teórico, un marco re-
ferencial que nos permita comprender la dialéctica de
tales acontecimientos.
Intentaremos conceptualizar acerca de la producción
de imágenes que se genera en todo encuentro grupal.
Todo encuentro grupal genera imágenes, todo en-
cuentro grupal las genera, en particular, cuándo el pro-
pósito y la tarea es la psicoterapia.
Las imágenes, nacen de una emoción, o de un vínculo,
o de un conflicto, o de una historia, o de un encuentro.
Personajes, situaciones y conflictos, permiten (e impo-
nen) a nuestra manera de ver, su específica espaciali-
zación dramática (con sus leyes). La espacialización
dramática, las escenas, tienen un lenguaje, donde a tra-
vés de la dialéctica conflicto-defensa, a través de las pro-
ducciones del inconciente, se articulan escenas a la ma-
nera de un lenguaje cinematográfico.
Pero como sucede en el cine, lo verbal es una parte
de ese lenguaje (como lo es el sonido, la música), pero
donde lo específico es el transcurrir de su lenguaje de
imágenes. No estamos hablando de la fotografía, donde
todo está estáticamente dicho, sino de las posibilidades
infinitas del montaje.
Apuntamos entonces a un lenguaje dramático y la
búsqueda a través de la escena.
Los relatos del paciente, los relatos del grupo, los
vemos en escenas. Las relaciones inmediatas son esce-
nas. Los núcleos son escenas. Y las reflexiones en trans-
ferencia son también parte de estos vínculos.
Lo que esperamos entonces que aparezca en el grupo,
es una imagen, que gesta una cualidad imaginaria sin-
gular, diferente, y que da lugar a una escena (o varias,
ya veremos) inscripta en una dinámica grupal que la
recontextualiza y la condiciona.
Propusimos por tanto: imagen, que alude a escena,
que alude a escena en un grupo. Resonando en un grupo.
Partimos siempre de la escena, eje de nuestros des-
plazamientos, punto de partida y base del proceso tera-
péutico.
La escena es objeto de estudio:
- el lugar de la interpretación;
- el ámbito de las transformaciones de la novela
personal y familiar;
- el lugar donde los mitos: personales, familiares,
sociales y universales, se ponen en movimiento y
acceden la posibilidad de desmitificación.
(Los mitos y la ideología son dos modos específicos
de elaboración secundaria de un material fantasmático).
(Kaes, 1971).
- Zona donde podrán manifestarse en su realización
y su bloqueo los rasgos y la vigencia de la po-
tencial creatividad del sujeto y del contexto.
- El lugar de la materialidad de las relaciones ima-
ginarias, invisibles, desconocidas entre sí.
Sin escena dramática, no hay a nuestro juicio, ver-
dadero camino hacia la profundización en psicoterapia
grupal psicoanalítica. Hay otra cosa, razonable, impor-
tante y útil, pero otra cosa. Sin escena dramática, hay:
Facilitación de la dinámica del grupo.
- Señalamiento de aspectos donativos del discurso
individual y / o grupal, también de aspectos con-
notativos/expresivos.
- Señalamientos e interpretaciones de situaciones
defensivas.
- Intervenciones que permiten revelar aspectos sub-
yacentes al relato de conflictos, etcétera.
- Hay lo que se llama "descripción de lo imaginario".
- Descripciones de climas.
Pero volvamos a insistir, para nosotros: la escena
es el nudo de las coordenadas.
Escena imaginaria, individual o grupal, que a veces,
no ha encontrado su forma dramática. Pero siempre
a la búsqueda de su configuración que abra el despliegue
de una secuencia a la manera de una matriz disparadora.
Desde este punto de vista suelen producir dos series
de secuencias dramáticas más frecuentes. Por un lado,
por dar un nombre, "secuencia psicodramática clásica"
(no quiere decir moreniana). Las secuencias aparecen:
encadenadas, sucesivas, parcialmente discontinuas, reve-
lando de un modo u otro, aspectos ocultos.
Estas escenas, se van agrupando constituyendo una
serie, más o menos lineal, que permite la lectura de algún
tipo de estructura global subyacente:
Estructura psicopatológica
intrapsíquica
de un conflicto, sus defensas
historia familiar
de un vínculo, sus aspectos ocultos, etcétera.
Llegamos a un producto
a una conclusión
a un desbloqueo
a una apertura
a una situación mutativa.
El grupo ha desarticulado una historia contada des-
de una visión monocular, narcisista, y desde su estrate-
gia culmina en una construcción, y por tanto es configu-
rativa.
Este es un momento del proceso terapéutico, pero
hablamos de dos series de secuencias. La segunda se-
cuencia (y es la que estamos más interesados última-
mente, en terapia, supervisión, formación), parte de la
resonancia grupal.
Dijimos que la primera secuencia de escenas, alcan-
za cierta totalización. Pero pensamos que la máxima sig-
nificación se logra a través de las múltiples subjetivida-
des con que consuena y resuena en cada uno de los inte-
grantes del grupo algún personaje o gestos de la se-
cuencia de escenas, clima de ellas, sus relaciones provo-
can en los que observan y protagonizan una sensación
de "haber sido tocados". Que algo consuena, y a través
de estos efectos, cada miembro del grupo puede construir
otra escena grupal o individual, otro gesto, otro movi-
miento, que multiplica, que subjetiviza, la primera de
las secuencias descriptas.
El conjunto de resonancias individuales en el grupo,
produce una progresiva deformación de la primer se-
cuencia, de la primer configuración a la que habían lle-
gado a través de las múltiples escenas individuales y
grupales propuestas libremente por los integrantes.
Partiendo desde las escenas originales, los mediado-
res inventan desde su propia óptica subjetiva, otras es-
cenas, otras intenciones, otras particularidades de senti-
dos a los personajes de la situación original dramatizada.
A este proceso lo llamamos libre asociación dramática, o
multiplicación dramática.
Los comentarios verbales y dramáticos finales, re-
descubren una pluridimensionalidad que enriquece el sen-
tido de las escenas. Se produce un caos. Pero este caos
es pasajero. Permite redescubrir formas que parecían
ocultas en su primera formulación. Los personajes, los
vínculos han cambiado de cualidad.
En este tipo de escenas, el texto, la secuencia de
escenas pierde su diferencia. No es que en cada serie
secuencial la diferencia resulta una realidad plena. No
es lo que designa la individualidad de cada texto. De lo
que se trata es de devolverle su juego (su movimiento,
su creatividad potencial encubierto), recogerlo en el pa-
radigma infinito de la diferenciación, multiplicidad. Vale
decir, someterlo a una evaluación.
Esta evaluación, sólo puede estar ligada a una prác-
tica, y esta práctica es la de las escenas (la de la asocia-
ción de escenas).
Lo que la evaluación encuentra, es precisamente este
valor: lo que se escenifica. De desplegar las escenas pro-
puestas y las que surgen de su libre asociación. Dando la
posibilidad que el grupo funcione como un referendum.
Con esto lo que se pretende es romper las situacio-
nes "claramente legibles", romper con un tipo de lectu-
ra clásica.
Este primer momento (asociación dramática), no es
una mera repetición, o en todo caso puede llegar a ser
una escena que se repite pero con la posibilidad de ser
re-velada. Da lugar al espacio que ocupa "lo nuevo" (es-
pacio de creación), donde ya no es necesario la defensa.
Se presentifica el pasado, es lo que llamamos proceso de
actualización. "La historia es siempre historia contem-
poránea". Es en este momento en que la escena "habla".
Ya que no se puede recordar sino es en acto.
Hemos estudiado un relato, una historia, en el que
han participado miembros del grupo, opinando o expre-
sándose, y que hemos sometido esta historia a una se-
cuencia de escenas, escenas inscriptas en un relato. Casi
hemos llegado a una conclusión, habremos destrabado
personajes fijos, situaciones. Pero es necesario violentar
el producto. Comenzar todo nuevamente, y aquí es cuan-
do podemos observar que las redes son múltiples. Que
podemos acceder a la significación a través de múltiples
entradas sin que ninguna de ellas pueda ser declarada
la única e inequívoca.
Los sistemas de sentido pueden apoderarse de este
texto, absolutamente plural, pero su número no se cierra
nunca, al tener como medida el infinito de escena. Esto
quiere decir que hay aparentemente una escena narrati-
va lógica, que es necesario señalar, interpretar, pero al
mismo tiempo libera de un supuesto orden interno que
la coSifica (acontecimiento).
Leer es encontrar sentido, y encontrar sentidos es
designarlos, pero estos sentidos designados son llevados
hacio otro nombre. Los nombres se llaman, se reúnen, y
su agrupación exige ser designado nuevamente.
designo » nombro ^renombro
Es una nominación, un devenir, una -aproximación
incansable. Todo significa sin cesar y varias veces. Los
textos 120 son unívocos, poseedores de un sentido verda-
dero, sino que remite a sentidos simultáneos.
No deberíamos disponer los sentidos en círculo alre-
dedor de un foco, pues, sería volver al cierre del discurso,
y la estructura del grupo es inferior al discurso.
Nuestra ilusión es cuestionar la ilusión grupal.
LA PIRAMIDE GRUPAL

MIGUEL A.MASSOLO

" E l objeto de mi deseo fue en primer lugar-


la ilusión y sólo en segundo lugar pudo ser
el vacío de la desilusión".

Hace aproximadamente cinco años escribí un cuen-


tito con la idea de destinarlo a mis hijos. A pesar de
que había una estrellita, planetas y un pajarito, como
supuestos personajes infantiles. Se me escapó de las ma-
nos, como si fuera un cometa que sigue su propia elíptica
y no me opuse a que partiera hacia otros destinos. El
cuento es el que sigue:

"La estrella y el pajarito blanco"

Esto que les voy a contar ahora sucedió hace mucho,


pero mucho tiempo. En un lugar muy apartado del cielo
apareció de repente una estrellita. Estaba sola y su color
tan poco tenía de dorado que mas bien se la veía palidona.
Siguió pasando el tiempo y estaba casi fría, cuando un
pajarito blanco puso sus patitas sobre ella y lentamente
comenzó a bajar su cabeza. No le tenía miedo pues no
quemaba casi nada y con un murmullo abrió su pico y
le dijo:
—¿Sabés por qué estás triste?
—No, no lo sé. Si pudieras ayudarme —respondió la
estrella temblando un poquito de frío.
—¡Claro que sí! ¡ A vos te faltan los planetas! — Y
sin decir una palabra más el pajarito blanco se fue.
Así que nuestra estrellita, no teniendo nada que per-
der, se consiguió los planetas de los cuales habló el paja-
rito. Fueron tres porque escaseaban. El primero, de color
azul, comenzó a girar tan rápido en su órbita, que un
poco la mareaba; el segundo, de color rojo y más grande
que el azul, ocupó la segunda órbita y más pesadamente
comenzó a girar también en torno a nuestra estrella. El
último tardó un poco en aparecer y, cuando se le acercó
a ella, vio que era amarillo.
Al principio, como en la mayoría de las historias, fue
todo felicidad. Parecía que bailaban en el medio del cielo
una música que nunca se iba a terminar. Hasta que un
día la estrellita se sintió diferente. Se mostró cansada,
también ahogada porque según parecía sólo podía ofrecer-
les los tres colores que pedían y lentamente, desde el do-
rado que sustentaba pasando luego por un color acero,
emprendió un viaje sin escalas hacia un violeta casi negro.
A todo esto los planetas se empeñaron y también se
fueron para el lado de lo oscuro y nuestra estrellita ago-
biada dejó de mirar lo que afuera estaba sucediendo.
Hasta que un día, casi de color carbón, sintió una soledad
tan fría que atrajo el vuelo del pajarito, quien volvió a
posarse sobre ella y abriendo su piquito le preguntó:
—¿Quieres saber por qué estás así?
Nuestra estrellita casi agonizando logró decirle que
no sabía lo que le estaba pasando y le pidió que la ayudara.
El pajarito blanco se quedó primero en silencio (no
era de muchas palabras que digamos) y finalmente se de-
cidió a hablarle:
—Escucha bien lo que te voy a decir porque no soy de
repetir las cosas. Sola no eres nadie, sin ser para los otros
y terminaste siendo nadie, porque sólo fuiste para ellos-.
Nuestra estrellita totalmente desconcertada le res-
pondió :
—Pero no sé. Yo no entiendo nada. . . — Y se puso
a llorar.
Después de un ratito frunció el entrecejo, miró hacia
todos los lados que podía, arriba, abajo, a los costados. Se
vio el color que tenía y observó con atención que en algu-
nos lugares de su cuerpito comenzaban a surgir muy len-
tamente colores más claros.
El pajarito empezó a sentir en sus patas que la estre-
lla se estaba calentando y con algunas plumas chamus-
cadas se largó a volar. La estrellita más animada, viendo
que el pájaro se iba, le preguntó gritando:
¿ Y cómo es que tengo que ser?
Y el pajarito blanco alejándose a toda velocidad logró
decirle:
—Nunca dejes de hacerte una preegguuunnnnttaaaaaa.
Sssssiieeemmmpprreeee uuunnaaaaaa preeeeegguuunn. . .
El cuento de la estrella y el pajarito blanco alude a
la esencia constitutiva de lo grupal, como así también a
vicisitudes por las cuales pasa un grupo.
Se suele hacer este proceso dentro de una dialéctica
donde el sujeto se instala primero, a lo que llamaremos
"el nosotros"; para luego enfrentarse a una antítesis que
lleva como título "el yo" (como mismidad). Rueda que
rueda y que por otro lado no puede dejar de hacerlo desde
el instante en que el sujeto humano se ve constituido co-
mo tal desde un grupo familiar que lo funda.
Si en este momento me detuviera a escuchar lo que
el psicoanálisis como tal, desde sus principios hasta
la fecha, "compuso", diría que ha seguido a nivel de la
teoría, el mismo derrotero: "nosotros-yo-nosotros-yo-etc.
etc.". El mismo Freud es un buen ejemplo para este nues-
tro caso. El texto de 1914, "Introducción al narcisismo"
le permite en el año 1921 ocuparse de la psicología de las
masas. Dicho de otra forma, el trabajo de psicología de
las masas es una reflexión del "nosotros" que se basa en
el "yo" (mismidad) por las relaciones establecidas entre
identificación y narcisismo. Para Freud la investigación
del narcisismo va a tener un lugar teórico privilegiado
para la comprensión de los fenómenos sociales.
Desde esta perspectiva epistemológica la psicología
individual como la social quedan sin soporte alguno como
para justificar su existencia por fuera del campo del psi-
coanálisis. En tal sentido se torna riesgoso reducir el
psicoanálisis al habitat del diván. Y si esto ha sido posible
no es precisamente porque la teoría no dé para más sino
porque han intervenido en los últimos años sucesos so-
ciales difíciles de ignorar.
En primer lugar la incorporación cada vez mayor de
profesionales en esta área, en condición de oferta com-
pitiendo en el mercado de pacientes. Para esta inserción
se torna necesario, en la medida de lo disponible de algo
nuevo para su captación. Recordemos que estamos vivien-
do en un sistema de producción capitalista regulados por
el poder de la mercancía y la fetichización de la misma.
La avalancha Lacan"iana" va mucho más allá de la teoría
del maestro. Es también una cuestión de mercado.
En segundo lugar el ataque sufrido por los analíticos
de grupo durante los años del proceso. El discurso repre-
sivo convirtió a los trabajos grupales en peligrosos y de-
sestabilizantes para el sistema que se intentaba recuperar
y fueron objeto de amenazas y marginación.
Se tratará entonces de no quedar capturados. Lo pun-
tualizado aquí como "nosotros-yo-nosotros, etc. etc." es
inherente a la estructura misma del psicoanálisis. Al
respecto Lacan escribió lo que sigue:
"Lo que caracteriza a esas artes, y las distingue de
las ciencias surgidas en última instancia de las artes li-
berales, es la permanencia en primer plano que puede de-
nominarse su relación esencial, básica, con la medida del
hombre. Creo que tal vez el psicoanálisis es actualmente
la única disciplina comparable con aquellas artes libera-
les, debido a esa relación interna que no se agota más,
que es cíclica, cerrada sobre sí misma: la relación de la
medida del hombre consigo m i s m o . . . "
Esta medida del hombre consigo mismo se refiere no
sólo a él como sujeto en lo específico que éste tiene sino
también por su inclusión en el mundo. Es más, diría que
no hay sujeto si no tuviera que existir la inclusión que
le toca vivir en lo social. Por supuesto que uno puede
optar por el camino del "nosotros" como así también el
del "yo" (mismidad), comprometiéndose con determina-
dos desarrollos y sus consecuentes prácticas clínicas, afi-
nes con lo que se desea sostener. Generaríamos un serio
malentendido con el psicoanálisis y su campo de acción
si surgiese una oponencia entre el campo del nosotros y
el yo. Existe un poema de Joao Cabral de Meló Neto digno
de tenerse en cuenta:
El blanco no es un color;
es lo que el carbón revela
un carbón tan blanco, a pesar
del negro con que opera.
Tal vez el blanco sea apenas
forma de ser, o sea
la forma de ser que sólo se puede
en la dura pureza.
Sin embargo negro y blanco
siempre en los opuestos se vé que
la inestabilidad de los dos
es de igual naturaleza:
Ambos tienen la limitación
(son polos en apariencia)
glandular de solo conseguir
vivir en la intransigencia. . .

"El otro es el instrumento que obedece la voz, regula,


reparte y distribuye, y es, al mismo tiempo, la cálida
atmósfera difusa que nos envuelve; y eso es lo que somos
también para los otros y, por consiguiente, para nosotros".
Esta reflexión de J. P. Sartre la encontramos en "San
Genet, comediante y mártir".
El otro y el yo se presentan como indivisibles. Im-
posible es separar la estructura de la familia y la estruc-
tura del sujeto. El yo se sustenta porque hay un otro
antes que uno. Un otro primordial a partir del cual
el sujeto se constituye como tal. Se trata entonces de dos
hechos irreductibles y necesarios.
En el libro "Psicología de las masas y análisis del
yo", Freud se interroga sobre los límites de la vida aní-
mica individual. La respuesta la encuentra en su articu-
lación con "el otro" tomado como objeto, auxiliar, modelo
o adversario. Y termina diciendo que la psicología indi-
vidual es antes que nada psicología social.
Nos guste o no, en rigor de verdad, estamos "con-
denados" a vivir en grupo. Es más, creo que el hombre
se encuentra a sí mismo junto a los otros como hombre
entre los hombres.
Todos somos testigos del auge y la vigencia del pen-
samiento de Lacan en el campo psicoanalítico. Las refor-
mulaciones teóricas alcanzadas como así también sus con-
secuencias en el terreno de la práctica clínica lo convierten
en un genuino revolucionario. A ocurrido como conse-
cuencia de ello el surgimiento esperado por cierto, de di-
versos portavoces de su obra. Este lugar no siempre se
lo sostiene desde una adecuada autonomía en el discurso.
Esto fuerza al juicio ta-xativo más de las veces, dando
lugar a frases tales como: "El psicoanálisis de grupo no
existe". El pensamiento queda capturado, alienación me-
diante, a un imaginario vivido como real. La temática es
simplemente desechada sin otro más trámite que éste.
A tal respecto me remito a una reflexión de Fernan-
do Ulloa en: "Notas sobre el establecimiento y disolución
de la institución psicoanalítica", publicado en la Revista
Argentina de Psicología, N 9 30, y dice:
"Si lo que pre-existe es la noción de un saber sacrali-
zado al que se aspira y desde el que alguien o algo que no
presenta una ley sino que es la ley, sanciona, la confusión
reflejará la disolvencia, la lucha por poder acceder al este-
rilizante orden 'iano' (Freud'iano', Klen'iano', Lacan'iano',
etcétera), donde toda singularidad se borra sin la posibi-
lidad que a su tiempo alguien acceda a su propia palabra
teórica. Tan sólo accederá a una suerte de esperanto
oficial o algún dialecto menor. El 'iano' en función de
psicoanalista se identifica simultáneamente con la litera-
lidad paterna y con la invalidez del hijo. Fácil es extra-
polar ambos términos en literalidad teórica e invalidez
del paciente. Así pierde este analista secularidad, media-
tizando sólo entre abuelo y nieto una práctica teórica sin
la conceptualización singular de una práctica".
Esta problemática se suele ver con frecuencia en
ciertos sectores de nuestra población de analíticos a través
de diversas manifestaciones y quizá una de las que llame
más la atención es encontrarnos con textos cuyos autores
se han mimetizado literalmente al estilo lacaniano, como
si se pudiera, voluntariamente, reproducir la originalidad
del maestro tan sólo reproduciendo su estilo. Es más,
pienso que esta homologación estilística al hacer perder la
singularidad de un discurso se pone a resguardo de toda
castración y lo peor es que el texto se hace incompren-
sible y confuso a la lectura. Este lenguaje cerrado sobre
si mismo se torna en los hechos imagen especular que se
duplica y duplica como si estuviéramos en el salón de
los espejos-ismos.
Por otro lado, esta situación se complica, "iano" me-
diante, cuando el mismo analista de grupos se torna
refractario a los avances teóricos producidos, como ser:
lingüística, narcisismo, estructuralismo, identificación,
deseo, mitos, etc., etc. Pretendiendo con modelos teóricos
de hace veinticinco años seguir dando cuenta de un enten-
der grupal con lecturas esclerosadas.
René Kaes en su libro "El aparato psíquico grupal"
nos ofrece un aporte importante para el desarrollo de
este trabajo, que dice:
"El envejecimiento que hoy se abate sobre las organi-
zaciones sociales tradicionales, que vuelven precarios y
anticuados los códigos habituales de grupalidad (de la
existencia en grupo, en lo específico que éste tiene), sus
normas, sus valores, la definición prescripta de los esta-
tutos y los roles, es, sin duda, un fenómeno que expresa
profundos cambios socioculturales, que afectan las bases
mismas de las relaciones sociales y repercuten sobre la
relación de formación entre las generaciones. Es asimis-
mo un fenómeno que, a través de las resquebrajaduras del
orden, hacen surgir el sueño, induce a buscar y encontrar
la experiencia de nuevos modos de ser, de sentir, de vivir
en grupo y por el grupo".
Más adelante agrega:
"Ser grupal, el hombre proyecta sobre los grupos sus
concepciones imaginarias, a las que algunas veces la rea-
lidad lleva a 'tomar' y que acredita, invalida o contradice.
La convicción íntima de que el grupo es la mejor o la
peor de las formas de existencia social remite invaria-
blemente a la experiencia íntima de sí como ser grupal.
" Y esta experiencia no se teje fuera de la experiencia
social misma".
No puedo dejar de tener en cuenta lo ocurrido en la
Argentina en estos últimos años. Los hechos políticos,
económicos y sociales son de público conocimiento. Sin
embargo quiero poner marcado énfasis en dos preguntas
que me parecen esenciales:
¿Hasta qué punto la experiencia social vivida no
llevó a un repliegue de las problemáticas grupales dentro
del psicoanálisis?
¿Cuánto de la escalada represiva sufrida no facilitó
acaso, ese vuelco casi masivo de los analíticos por el dis-
curso Lacan"iano"?
D. Anzieu en el año 1966 desarrolla la tesis según
la cual el grupo es un sueño y una tópica proyectada.
Sabemos que el sueño realiza un deseo agradable, pero su
función primera es defensiva. Sin embargo es también la
exteriorización fantasmática del sujeto. Me detengo en
este punto para dar paso a un aporte proveniente del psi-
codrama psicoanalítico.
La técnica de la multiplicación dramática fue ideada
por H. Kesselman y E. Pavlovsky. En su primer momento
se la circunscribió dentro del trabajo grupal como 'cerra-
da', es decir, que la escena estaba referida a un integrante
del grupo y que tanto él como el resto de los integrantes
participaban en ella, convirtiéndola en dramática. Para
abreviar voy a dar un ejemplo que tuve oportunidad de
asistir. Se trataba de una consulta familiar. El motivo
estaba centrado en un "pastillazo". En estos términos se
expresaban los miembros de este grupo para referirse al
intento de suicidio realizado por el hijo adolescente de
catorce años. A la entrevista asistieron: el padre, la ma-
dre, una hija de once años y el adolescente en cuestión.
Aprovechando cierta facilidad que el grupo ofrecía se
propuso la dramatización del "pastillazo". Esto se cons-
truyó en base a la escena primera armada desde el ado-
lescente y luego cual ramas de un tronco, cada uno de
ellos iban generando otras:
a) Escena en que la hermana encuentra al adoles-
cente tirado en el suelo (realizada y armada desde ella).
b) Escena del padre, recibiendo en su oficina la 11a-
mada telefónica de la hija (realizada por el padre "con
los compañeros de oficina").
c) Escena del padre en un taxi en dirección a su
casa. El diálogo con el taxista.
d) Escena en la sala de espera del hospital.
e) Escena de la madre y el padre discutiendo.
f ) Escena, propuesta por la madre, de un supuesto
médico en la sala de urgencia comentando mientras aten-
día al adolescente.
Y otras que no vienen al caso pormemorizar. En
todos los casos las escenas dramáticas fueron armadas
y trabajadas por ellos mismos.
Bien, este es el caso de una multiplicación dramática
cerrada. En oposición a ésta nos encontramos con la
multiplicación dramática abierta donde cada integrante
del grupo dramatiza la escena que se le ocurre. Cons-
truyéndose un "libre asociar" a través de escenas.
Creo que con estos elementos podemos seguir con el
objetivo propuesto. No sin antes dejar explicitado que
esto es válido también cuando se opera exclusivamente
con lo verbal.
La producción de las sucesivas escenas generadas por
la multiplicación dramática como así también el libre
asociar discursivo del grupo toman a nuestra observación
y escucha un carácter típico. Recordemos en este punto
a Freud y Abraham cuando hablan de sueños típicos.
Sea para el caso de las escenas como también la di-
versidad de discursos que circulan en el grupo, funcionan
para éste, como organizadores específicos. Lo que Kaes
llama esquemas subyacentes que organizan la construcción
del grupo en su condición de objeto de representación.
Los organizadores calificados de psíquicos corresponden
a su formación inconciente próxima al sueño concebido
como imagen; están constituidos por los objetos más o
menos escenarizados del deseo infantil y pueden ser co-
munes a varios individuos.
Desde el punto de vista estructural, tanto la secuen-
cia de escenas dramáticas producidas como las asociacio-
nes verbalizadas del grupo nos debería de importar muy
poco, dado que el contenido de las mismas extrae su rea-
lidad de su estructura y la forma no sería otra cosa que
1 a constitución en estructura. Es decir, que la sucesión
cronológica de las escenas y lo hablado por los miembros
de un grupo, se reabsorven dentro de una estructura ma-
triz que estaría en el orden de lo típico. Como se darán
cuenta, de esta forma estoy poniendo el acento en aquello
que se ofrece como constante dentro de la estructura de
un grupo. Parafraseando con Lévi-Strauss se puede decir
que "no es que los hombres piensen en los mitos sino que
los mitos se piensan en los hombres". En tal sentido los
individuos que constituyen un grupo son hablados por
éste y cada uno de sus integrantes hace su aporte desde
el lugar que Freud, en su momento, había designado co-
mo "la novela familiar del neurótico".
André Gorz, en "Historia y enajenación", nos ofrece
el siguiente ejemplo:
"Observemos a la nueva empleada de la oficina de
correos: al llegar, es una persona que ve a sus clientes
e intercambia palabras con ellos. Al cabo de un mes, ya
no los ve; se ha convertido en una empleada como las
otras, que maneja el franqueo con los mismos gestos pro-
fesionales e intercambia con los clientes fórmulas con-
vencionales, estereotipadas. Sus actos, repetidos sin cesar,
se han convertido en un conjunto de gestos, su individua-
lidad se ha borrado, la atención despierta al principio,
se ha adormecido, la empleada se ha identificado con sus
instrumentos, su actividad repetitiva se ha fijado en la
función, está ausente del personaje que la hace realizar
el manejo continuo de los instrumentos".
Lo que estimo importante agregar a esta caracteri-
zación que hace Gorz es que el proceso de identificación
no lo es sólo con relación a los instrumentos sino tam-
bién es extensivo al resto de los funcionarios que se
desempeñan en dicho lugar, "como si fuera la nueva mar-
ca en el orillo" que deberá de sobrellevar y así acceder a
la conformación grupal-configurada como un "carácter
típico", que también se lo puede llamar estilo, que está
muy por encima de los individuos y que éstos en condi-
ción de tales están obligados a homologarse.
El mismo Gorz plantea que "la enajenación resulta
así de las propias actividades humanas, cuando estas acti-
vidades aparecen unificadas en la materia como condición
insuperable en la cual cada sujeto es situado por los
otros". Para nosotros, repito, el concepto de materia o
instrumentos, en este caso, lo hacemos extensivo al de
objeto en sus múltiples representaciones socio-culturales.
R. Kaes afirma que la construcción del grupo como
objeto se efectúa a través de dos sistemas de represen-
tación :
a) Como sistema psíquico.
b) Como sistema sociocultural.
El segundo sistema (b) se lo interpreta al grupo fi-
gurado como modelo de relación y expresión. Con rela-
ción a nuestro trabajo adelantamos el esquema de nuestra
hipótesis original, la del sistema que conforma al grupo
como estructura:

Sistema psíquico > El sueño

\ Mito

Sistema sociocultural > La ideología

Estas correlaciones que aquí se han realizado no son


privativas de un solo sistema. Remito para este punto lo
escrito por J. Lacan en " E l mito individual del neuró-
tico" :
"Les recuerdo entonces que si confiamos en una
definición del mito en tanto representación de un epos,
para decirlo todo, de un gesto que expresa de manera
imaginaria las relaciones fundamentales características
de ser del ser humano en una época determinada, se puede
decir con precisión de la misma manera que el mito se
manifiesta a nivel social, latente o patente, virtual o rea-
lizado, pleno o vacío de su sentido y reducido a la idea
de una mitología.
"Nosotros podemos encontrar en la propia vivencia
del neurótico todo tipo de manifestaciones que propia-
mente hablando forman parte de ese esquema y en las
que se puede decir que se trata de un mito".
Cuando nos referimos al caso de la multiplicación
dramática abierta y a las asociaciones discursivas las
presentamos como directas manifestaciones de la estruc-
tura grupal en donde lo típico tendía a repetirse. Esto
que llamamos típico alude a la presencia del mito que está
destinado a ser pilar fundante de la vida del grupo.
En "Antropología estructural", Lévi-Strauss (1938)
reacciona contra viejas interpretaciones en actividad (co-
mo las que reducían el mito a presiones de ideas de la
conciencia colectiva o de sentimientos de la humanidad, la
divinización de personajes históricos, o groseras especu-
laciones sobre la cosmología) y también contra la invasión
de explicaciones parciales de orden sociológica (reflejo
de una estructura social) y psicoanalítica (emanaciones
de sentimientos reprimidos o de arquetipos junguianos).
Lévi-Strauss concibe el mito como un instrumento lógico
destinado a operar la mediación de antinomias inconci-
liables. En esta perspectiva, propone su interpretación
del mito de Edipo como una tentativa de conciliar la teo-
ría de la autoctonía (que profesaba la sociedad de esa
época) con el hecho (imposible de desmentir), de que el
hombre nace de la conjunción de dos (macho y hembra
humanos).
Dice Lévi-Strauss: "El pensamiento mítico procede
de la toma de conciencia de ciertas oposiciones, y tiende
a su mediación progresiva". El proceso dialéctico que se
instaura diluye la oposición fundamental, no resolviéndo-
la, pues el problema inicialmente propuesto es, por natu-
raleza, racionalmente insoluble. De ahí la integración de
pares antitéticos en estructuras ternarias, esto es, la sus-
titución de dualismo oposicional por una contradicción
menos radical, en que el tercer término funciona, en re-
lación a los otros dos, como mediador. Veamos el ejemplo
que nos propone en el siguiente cuadro, en donde se ate-
núa progresivamente la oposición, esencial para el hom-
bre, entre la vida y la muerte:

Oposición Tríada Tríada


binaria inicial mediadora I mediadora II

Vida Agricultura Herbívoros


I I
1 i 1
1 | Caza | Necrófagos
I 1 [
1 1 I
Muerte Guerra Depredadores

La agricultura es fuente de vida, pues presupone el


uso alimenticio de las plantas cultivadas; sin embargo
posee un carácter periódico, es decir, consiste en una
alternancia de vida y muerte. La caza proporciona ali-
mento, contradictoriamente niega la vida, pues implica la
destrucción del animal. La guerra es una caza en el sen-
tido de que el hombre es el objeto cazado. Los necrófa-
gos son como los depredadores (consumen alimento ani-
mal), sin embargo se distinguen porque no matan lo que
comen. Los herbívoros proveen alimento animal, aún
cuando no lo consumen.
La función mediadora del pensamiento mítico opera
a nivel de los personajes, los objetos, los episodios que lo
constituyen. De allí la ambigüedad, que se manifiesta
como una redundancia o una reduplicación, característica
del héroe mediador. Este puede ser un mesías (unión de
lo sobrenatural con lo natural), un par maniqueísta (hé-
roe y traidor por ejemplo), un andrógino (ser bisexual),
gemelos, una pareja u otras imágenes posibles de dióscu-
ros. Esta ambivalencia se puede apreciar en la fórmula
canónica propuesta por Lévi-Strauss para sintetizar la
dinámica interior del mito.
F x (a) : Fy (b) = Fx (b) : Fa -1 (y)

Veamos esto, el primer término (a) expresa, en re-


lación con el contexto, el polo negativo, ya que es definido
como una función (sentido matemático) de / x / ; como
tal, representa una situación de deficiencia que exige una
transformación. La otra función / y / , dada como positiva
y por consiguiente opuesta a la primera, especifica el tér-
mino (b), que representa la axiología valorizada y encar-
nada en el héroe por ejemplo. Este aparece como mediador
porque es suceptible de asumir también la función nega-
tiva de la segunda parte de la fórmula y, por consecuencia,
en el proceso mítico de solucionar el problema inicial:
Fx (b) marca la ambivalencia necesaria de la mediación.
Obsérvese, como resultado, una permutación de funciones
y términos: (a) dado inicialmente como término, se in-
vierte en (a-1). y se torna función; / y / , que es primero
función de (b), se convierte en término. Esta operación
indica, que el resultado no es un simple retorno cíclico
al punto de partida, anterior a la instauración de valores
negativos. Además de suprimir la fuerza perturbadora,
revela algo más adquirido en suplemento, al despertar de
un nuevo vigor que tiende a desarrollarse.
Solamente la consideración del mito permite descu-
brir su estructura, de donde emana su sentido.
La substancia del mito no se encuentra en el estilo,
ni en el modo de narrarse, tampoco en la sintaxis, sino
en la historia contada. El mito es lenguaje, pero un len-
guaje que trabaja en un nivel muy elevado, donde el sen-
tido llega a desprenderse del fundamento lingüístico so-
bre el cual comenzó por rodar.
Precisamente por esto, el sentido de un mito no debe
ser buscado a nivel de la expresión lingüística manifiesta
(enunciados). El depende, no de elementos aislados, que
entran linealmente en su composición, sino de la manera
en que estos se combinan. Es más: las unidades constitu-
tivas del mito no son las relaciones aisladas de los elemen-
tos entre sí, sino los ejes de esas relaciones (mitemas).
Pues son precisamente las relaciones entre lo mitemas que
deciden el sentido del mito y posibilitan su lectura.
Es importante esclarecer, que, para Lévi-Strauss, el
mito se define por el conjunto de sus versiones. Ninguna
posee mayor autenticidad que otra, a pesar de las dife-
rencias. La búsqueda de una versión original es a nues-
tro juicio un falso problema. También se crea otro: la
imposible suma de todas las variantes, aspiración utópica
del mitólogo. El análisis estructural debe llevar en cuenta
el mayor número posible de narraciones que se liguen,
directa o indirectamente, al mito objeto de estudio. De
esta forma, se dispone de un cuerpo representativo que
permite descubrir la estructura invariante (armadura)
de las versiones. Es muy probable que otra narración, a
el vinculada y posteriormente conocida, no altere la or-
ganización del sistema, es más, lo confirme, testimonián-
dose su inclusión dentro de los mismos principios. Lo
que varía es el mensaje (contenido particular de cada
mito) y/o el código (sistema de funciones que cada mito
atribuye a sus propiedades invariantes y que definen una
isotopía para la lectura del mito: código culinario, socio-
lógico, astronómico, acústico, psicoanalítico, etc., etc.). El
código es una "lengua" (constando de un léxico y una
gramática) en relación al mensaje, homologando al "dis-
curso".
La estructura se revela progresivamente por la com-
paración de las diferentes versiones de un mismo mito,
después, de grupos de mitos vecinos. De esta forma se
evidencian las transformaciones que se operan en una va-
riante y otra al mismo tiempo, se revelan las relaciones
invariantes que representan la estructura del mito. En tal
sentido se propone "responder" cuestiones relativas a los
orígenes o también sobre lo traumático, es decir, lo que
es difícil de simbolizar y que, por tal motivo, va generando
soluciones de compromiso. En otras palabras, el mito cum-
ple con la función de enmascarar, al igual que un síntoma,
la deuda simbólica existente y por tal motivo se repite.
Digamos, que se cristaliza "un repetir para no pensar".
El mito se instala en un grupo para cumplir con la
función de enmascarar las contradicciones existentes, co-
mo un intento prerreflexivo de dar cuenta de ello. Las
"frases hechas" tan frecuentes en nuestra población psi-
coanalítica no lo están al servicio de la simbolización sino
de repetir desde una forma prerreflexiva lo que perma-
necerá oscuro para el sujeto, por lo cual su discurso se
torna un mito.
En el año 1978, Lévi-Strauss dio una serie de con-
ferencias y una de ellas se tituló "Mito y música", pro-
curando ejemplificar la relación entre mito y significado.
Así lo muestra en el siguiente párrafo:
"Cuando oímos música, estamos por oír, a fin de
cuentas, algo que va de un punto inicial hacia un término
final y que se desenvuelve a través del tiempo. Oigan
una sinfonía: una sinfonía tiene un principio, una mitad
y un fin; con todo nunca se entenderá nada de la sinfonía
ni se conseguirá tener placer en escucharla si se fuera
incapaz de relacionar a cada paso, lo que antes se escuchó
con lo que se está por escuchar, manteniendo la concien-
cia de la totalidad de la música.
"Si se retuviere, por ejemplo, la fórmula musical
del tema y las variaciones, sólo se puede entender y sentir
la música si para cada variación se tiene en mente el tema
que se oyó en primer lugar; cada variación tiene un sabor
musical que le es propio si se consigue relacionarla in-
concientemente con la variación escuchada anteriormen-
te. Hay, pues, una especie de reconstrucción continua,
que se desenvuelve en la mente del oyente, de la música
o de una historia mitológica.
"No se trata apenas de una similaridad global. Exacta-
mente es como si, al inventar las formas musicales espe-
cíficas, la música sólo redescubre estructuras que ya exis-
tían a nivel mitológico".
Precisamente es este el pleno sentido que le quiero dar
a las escenas generadas desde la multiplicación dramática
como también a las surgidas vía asociación. Porque, si
bien la escena propuesta por un miembro del grupo (o su
discurso) está refiriéndose "a un sueño" que es de él
(novela familiar del neurótico), a la vez funciona como
materia prima vertida sobre los otros, que pasará a ser
procesada, o si se quiere "elaborada", desde los mitos que
el grupo comparte en cuanto estructura que lo conforma.
Quizá este punto se pueda ver con más claridad y ejem-
plificado en los particulares estilos y la temática predo-
minante. Para el analista de grupos esta cuestión le es
familiar y fácil de observar puesto que cada grupo se le
presenta, si se quiere, "encerrado" dentro de una deter-
minada temática que tiende a repetir. Estoy poniendo el
acento en la cuestión de la determinación simbólica a la
cual se encuentran amarrados los participantes del grupo.
Lo que desde un comienzo había señalado como "tí-
pico" para relacionarlo con la repetición desde ahora lo
vincularemos con el mito. Sin embargo esta cuestión va
mucho más allá del isomorfismo de las escenas en sí mis-
mas, como también sus discursos. Me refiero a la estruc-
tura que las produce. En el libro citado de Kaes se lee
lo siguiente:
"Mientras el grupo se constituye como doble repe-
tición y simulacro del aparato psíquico descubre que es
otro, como cada cual descubre en esa experiencia que es
un otro. Según esta perspectiva, el problema del cambio
se puede plantear en los términos que siguen, tanto para
el individuo como para el grupo: sólo hay cambio si se
opera una mtptura en la tendencia repetitiva de reprodu-
cir el isomorfismo individuo-grupo.
"El grupo es una situación de cambio por lo mismo
que se presta a reproducir, repetir e integrar la pulsión
isomórfica".
En esta lectura los sujetos, que, desde su más estricta
singularidad conforman un grupo, lo hacen desde la pul-
sión isomórfica individuo-grupo. Y esto se debe a que
nuestro sujeto infantil organiza su psiquismo en base a
las vicisitudes por las que pasa en su propio grupo fami-
liar, teniendo en cuenta que la primera de las relaciones
isomórficas que lo fundan como tal, es con la madre. Esta
tendencia a la fusión o lo que Lacan va a llamar el estado
uno (como opuesto al estado dos que da lugar a la sin-
gularidad y la plena conciencia de la castración) es fácil
observarla en las variadas relaciones que la persona reac-
tualiza en su campo social: pareja, familia, grupos de
pertenencia, amistades, etcétera.
La pulsión isomórfica individuo-grupo como también
lo propuesto al principio de este trabajo en los términos:
"nosotros-yo-nosotros-ete. etc." nos lleva al tema del nar-
cisismo como una de las categorías que privilegiamos, jun-
to con el mito, para acceder a este enfoque estructural.
La temática del narcisismo nos invita a pensar, entre
otras cosas, en los procesos de cambio y en la cuestión
de la creatividad. En tal sentido se tratará de poner aten-
ción en las consolidaciones narcisistas, tan bien defendi-
das por los dominios del yo ideal, testimonio éste del abo-
tonamiento de deseos entre la madre y el niño, piedra
fundamental del origen del narcisismo. Es decir, las tam-
bién llamadas identificaciones primarias.
La cuestión del narcisismo nos remite a dos catego-
rías que van a estar articuladas:
a) La relación entre el yo y el objeto, relación de
semejanza o de diferencia
b) La vivencia de perfección, de autosatisfacción, de
completud, en síntesis, de hiperestimación de sí mismo.
Sabemos que en el narcisismo el yo es tomado como
objeto de amor. Para que este proceso pueda darse tiene
que estar presente la representación que el sujeto se hace
de sí mismo. Ahora bien, esta representación se cons-
truye a expensas de un otro, es decir, por la identifica-
ción con otro. Con otras palabras, el yo del narcisismo
involucra necesariamente al objeto.
Esto se funda en la idea de que el narcisismo es obje-
tal por una instancia estructurante que tiene que ver con
el nacimiento del yo. Esto quiere decir de que no hay un
yo preexistente antes de que aparezca en escena el objeto
sino que el yo se constituye como tal en su encuentro con
el objeto.
Si no estuviera presente la identificación no existiría
la posibilidad de que el yo se constituya como tal ni que
se mantenga, en el sentido de sostén. Como consecuencia
de esto la imagen del otro es fundamental para la cons-
trucción de su subjetividad.
No hay posibilidad alguna de que el sujeto pueda
sostener su identidad por sí mismo (en su propia subje-
tividad) sino en la medida en que otro acepta tal identi-
dad como verdadera.
Propongo el siguiente esquema para lo que se acaba
de decir:

El sujeto construye Imagen que el otro


su yo como "cree" tiene de sí mismo
que es el otro. (yo-representación)

Yo <- Identificación < ? Otro

El sujeto construye^
su yo sobre el deseo Imagen que el otro
de como el otro lo tiene del sujeto (de-
desea, seo que sea. . .)

H. Bleichmar en "La depresión un estudio psicoana-


lítico", nos ofrece un buen ejemplo como para entender
mejor el esquema que acabo de presentarles:
" E n el caso del hijo del fóbico se puede apreciar
una situación muy particular. Al sentirse los padres
(otro/s) ante los acontecimientos de la vida como si se
hallaran en peligro mortal, al verse como si fueran vul-
nerables, el hijo se ve como si fuera vulnerable (yo) y
en su representación de sí mismo se ve sujeto a morir
en cualquier momento por identificación con padres ima-
ginariamente expuestos a esa vicisitud. Por otra parte,
los padres del fóbico, constantemente preocupados por
lo que le puede pasar al hijo, lo ubican en el lugar del
que corre peligro, posición con la que se identifica el
hijo, asumiendo así como su yo representación el de
alguien que está en situación de riesgo permanente".
Cuando en su momento me referí a la pulsión iso-
mórfica individuo-grupo lo relacionamos con el mito y
con la tendencia a la fusión (estado uno según J. Lacan) ;
vamos a agregar ahora un nuevo hilo en esta red que in-
tento armar. Me refiero a la acción del yo-ideal, dado
que en el estado de fusión (yo-nosotros) lo que se pro-
cura en definitiva es la eliminación del otro puesto que
atenta contra la consolidación narcisística del sujeto que
remiten a esa fusión de deseos entre el niño y la madre
en la primera etapa del Edipo estableciendo la sólida
célula narcisismo-madre fálica.
En tal sentido, los ideales narcisistas son los en-
cargados de dar curso a la pulsión isomórfica individuo-
grupo. Desde otra óptica del narcisismo significaría dar
libre curso a los procesos de idealización. Me estoy refi-
riendo a la relación existente entre: idealización y nar-
cisismo
Si hay un lugar donde los procesos de idealización
se conforman en su máximo despliegue es en el amor
del narcisismo. Sabemos hasta ahora que en el narci-
sismo, el sujeto se toma como objeto de amor, como con-
secuencia de ello, surge una fuerte hiperestimación.
Esta idealización convertida en hiperestimación nar-
cisista no es ajena al otro. Dice Bleichmar en el texto
citado:
"Cuando se dice entonces que el narcisismo del niño
es el narcisismo de los padres no solamente se quiere
significar con esta afirmación que los padres satisfacen
su necesidad de estima hipervalorando al hijo, que es su
producto, sino también que la vivencia del narcisismo
satisfecho del niño tiene su origen en los padres".
En tal sentido el grupo se ofrece como uno de los
lugares más fértiles para que dicha consolidación nar-
cista se realice, y se muestre con todo su esplendor, dado
que los integrantes tienden a realizar un deseo en común
procurando en todo momento una referencia narcisista
en el otro. De esta manera, se procura el viejo y anhe-
lado sueño de la unificación. Este punto fue muy bien
percibido por H. Kesselman en "Clínica Grupal", cuando
se refería al "robo narcisístico" al que era sometido el
dueño de la escena dramática cuando el grupo "se la
multiplicaba" desde ángulos diferentes y de esta manera
se la devolvían hecha trizas y a la vez resignificada no
otorgándole oportunidad para que la fragüe dentro de
su mitológica novela.
Es factible observar que los grupos en ocasiones se
disuelven, esto parece ocurrir no sólo porque ciertos idea-
les no se logran, sino también porque los deseos de fusión
no se realizan. La frustración se vuelve intolerable cuan-
do las consolidaciones narcisistas son imperiosas. El gru-
po entra en un "jaque perpetuo" bajo la presión incon-
tenible de la pulsión isomórfica individuo-grupo.
H. Bleichmar en su libro publicado bajo el título de
"El narcisismo. Estudio sobre la enunciación y la gra-
mática inconciente", trae al pie de la página setenta
y nueve la siguiente reflexión:
"Es digno de mencionar que una actitud similar
se puede mantener con las teorías científicas, con las
ideologías, con los grupos, sean políticos, religiosos o de
cualquier orden. El integrante de un grupo para quien
su relación está dominada por el tipo de discurso que
sostiene al yo-ideal ya ha decidido que la acción de su
grupo es perfecta aún antes que haya tenido lugar. Más
aún, la incondicionalidad de la admiración se evidencia
en el hecho de que los cambios de posición del grupo, sus
virajes de 180° cuentan con su inmediata aprobación.
Pero no debe verse en esto simplemente el efecto de un
sometimiento al grupo; en realidad resulta de la satis-
facción narcisista que se logra a través de la fusión con
un grupo que sea equivalente a un yo-ideal, es decir, sin
fallas. Si el dogmatismo se mantiene como una inva-
riante en la cultura es porque uno de sus componentes
lo constituye la satisfacción narcisista que asegura. Re-
sulta suficiente, a manera de ejemplificación, dirigir la
mirada a nuestro campo —el psicoanálisis— para veri-
ficar cómo cada grupo necesita presentarse bajo la ima-
gen de un yo-ideal que constituya la suma de toda las
perfecciones. Por fuera de éste no existe nada valioso".
La articulación entre mito y yo-ideal se nos hace
ineludible. Estamos en el plano donde el mito no es una
historia para salir del paso, sino más bien para sucum-
bir en ella. Esta relación entre mito y yo-ideal se sos-
tiene en base a la ausencia de contradicción como una
de las formas de alcanzar la fusión imaginaria.
Otra de las puntas teóricas que se abren en este
trabajo es la íntima conexión entre mito e ideología. Di-
jimos que el mito era una forma de relatar el pasado a
través de su constante evidencia. Sin embargo esta "evi-
dencia" necesita ser operativizada, es decir, puesta en
marcha. Y el carril por el cual se deslizan los vagones
del mito es sobre eí discurso ideológico. En este sentido
pito e ideología resultan ser formas específicas del ima-
ginario social
Sin embargo, la diferencia está en que la ideología
se nos presenta también como un cuerpo sistemático de
representaciones, modo de conocer, de elegir y de reac-
cionar, que se muestran en nuestra práctica social in-
mediata. En este tema de la ideología hay que transitar
con suma cautela, en particular cuando se la trata sólo
como ilusión desconectada de la acción. Lo riesgoso aquí
es perder de vista lo específico del discurso ideológico,
cuando por ejemplo, pretende arrasar con las diferencias
sociales o la distinción entre pensamiento y acción o
también entre lenguaje y realidad. En tal sentido no
podemos dejar de observar con atención el espíritu hege-
liano, cuando plantea que la transformación de las ideas
depende de ellas mismas, es decir, como si tuvieran una
fuerza interna propia al no tener en cuenta la corres-
pondencia temporal entre la estructura social y las ideas
ideológicas.
Marilena Chaui en su libro "O que é ideología", dice
al respecto:
"Porque la ideología no tiene historia, pero fabrica
historias imaginarias que no son más que una forma de
legitimizar la dominación de la clase dominante, se com-
prende porque la historia ideológica (aquella que apren-
dimos en la escuela y en los libros) sea siempre una
historia narrada desde el punto de vista del vencedor o
de los poderosos. No poseemos la historia de los escla-
vos, ni la de los siervos, ni la de los trabajadores venci-
dos; no solamente sus acciones no son registradas por
el historiador, sino que los dominadores no permiten que
queden vestigios (documentos, monumentos) de esa his-
toria. Por eso los dominados aparecen en los textos de
los historiadores siempre a partir del modo como eran
vistos y comprendidos por los propios vencedores.
"El vencedor o poderoso es transformado en único
sujeto de la historia no solamente porque impidió que
exista la historia de los vencidos (al ser derrotados, los
vencidos perdieron el "derecho" a la historia), sino sim-
plemente porque su acción histórica consiste en eliminar
físicamente a los vencidos o, en cambio, si precisa del
trabajo de ellos, eliminar su memoria, haciendo que re-
cuerden solamente los acontecimientos de los vence-
dores".
El discurso del amo se torna yo-ideal para el escla-
vo. El "pacto" se cierra a través de una doble vuelta
de llave identificatoria, porque el esclavo aspira a ser
el amo en tanto lo tiene como ideal y modelo. El "males-
tar en la cultura", tiene por objetivo ocultar la realidad
necesaria para la subsistencia de su modo de produc-
ción. Freud lo menciona explícitamente en "El porvenir
de una ilusión":
" E s de suponer que estas clases postergadas envidia-
rán a las favorecidas sus privilegios y harán todo lo po-
sible por liberarse del incremento especial de privación
que sobre ellas p e s a . . .
"Esta identificación de los oprimidos con la clase
que los oprime y los explota no es, sin embargo, más
que un fragmento de una más amplia totalidad, pues,
además los oprimidos pueden sentirse afectivamente li-
gados a los opresores, y a pesar de la hostilidad, ver en
ellos sus ideales. Si no existieran estas relaciones satis-
factorias (yo-ideal del narcisismo) en el fondo, sería in-
comprensible que ciertas civilizaciones se hayan con-
servado tanto tiempo a pesar de la justificada hostilidad
de grandes masas de hombres".
Otro de los tópicos teóricos que necesitamos incluir
para poder articular la relación entre yo-ideal y mito,
como así también la pulsión isomórfica individuo-grupo
es el papel que desempeña el deseo en esta estructura.
El deseo se ordena y se presenta con la mayor cla-
ridad en el Edipo. Antes de ser sujeto del deseo uno
es objeto de deseo, es decir, que antes de desear uno es
deseado.
En el primer tiempo del Edipo, Lacan se refiere a
una madre que desea y un hijo que cierra un acuerdo
con ella dada su precariedad, es decir, que para poder
satisfacer sus necesidades básicas, el niño, tiene que sa-
tisfacer a su madre. Esto es posible porque a la madre
le han quedado deseo que el padre no pudo satisfacer.
En consecuencia, el niño se reducirá a la siguiente fór-
mula con relación a su madre: " Y o soy lo que le falta".
En este primer tiempo el hijo es el falo para la ma-
dre y como tal se torna objeto de su deseo, acoplándose
de este modo a una omnipotencia materna. Tanto el niño
como la niña se hacen iguales al significante del deseo
materno, "son lo que a la madre le falta", esto quiere
decir que el niño se identifica imaginariamente con el
falo para satisfacerla. Este abrochamiento de deseos en-
tre la madre y el niño genera una resistente célula:
narcisismo-madre fálica, que lleva a la madre a gozar con
todo esto. Si esto se detuviera y no se pudiera seguir
circulando sobre el mar de los deseos entraríamos en el
origen de toda perversión. Sin embargo y en un primer
momento esto va a funcionar de garantía para el nece-
sario acoplamiento de la cría.
La evolución de esta situación es que la madre sen-
tirá a ese goce como insuficiente, experimentando la pér-
dida y reencontrándose con su castración. El descubri-
miento en el niño de la castración de la madre no se
hace sin que ella presentifique la falta, es decir, que el
niño por sí solo no descubre que no colma el deseo de la
madre, si ella no le muestra que no colma su deseo. A
partir de este momento el niño se da cuenta (por la raa-
dre) que no lo es todo, que no puede saciarla, apare-
reciendo en él un más allá de la madre, a la que ésta
remite, que es el padre, de quien recibe el goce que el
niño no le puede dar.
El padre interviene aquí como el que destituye el
lugar inauguralmente ocupado por el niño. El niño no
es el falo de la madre. El falo circula del lugar que estaba
en el tiempo uno, hacia otro vértice, el del padre.
¿Qué es entonces el Edipo? El Edipo es la trayec-
toria del significante fálico, es la estructura en la que
seguimos la circulación del significante fálico.
El niño entra al segundo tiempo del Edipo porque
el falo está en el padre. Esta entrada la hace descono-
ciendo los atributos del padre, dado que el lugar del pa-
dre no es legítimo para él, pues lo vive como un lugar
conquistado por prepotencia donde el niño se siente des-
pojado de mamá por papá. En este momento el niño
compite con su padre, jugándose a nivel inconciente su
deseo de eliminarlo, es decir, que sigue mostrando en
su enamoramiento hacia su madre, su estado de menes-
terosidad. ¿Cómo sale el niño de esta situación de de-
pendencia? Tiene que hacer la apelación a un registro
tercero simbólico que es el padre. En este momento apa-
rece la función del padre.
Si la madre erotiza y presenta al padre, éste se la
tiene que prohibir. Pero además su función es disolver
la célula narcisismo-madre fálica. ¿En qué sentido fun-
ciona la prohibición del padre hacia el niño? El padre
no viene a prohibir el deseo, sino la hipoteca en el deseo.
Porque el deseo es imposible de prohibir. "Es un no te
hipoteques por ella en vano" el mensaje del padre hacia
el hijo.
Lo que acabamos de desarrollar sobre el Edipo está
al servicio de puntualizar un nuevo entrecruzamiento de
esta estructura que es el grupo en el sentido de la ten-
dencia que tiene nuestro sujeto infantil de hipotecarse
con el objeto. Aquí la palabra hipoteca es de fundamen-
tal importancia. Hipoteca en el deseo como sustrato que
funda la pulsión isomórfica individuo-grupo.
La idea central de este trabajo es la de poner en
relación varias estructuras. Creo no confundir la noción
de correspondencia entre un elemento y otro de la noción
de estructura. He intentado manejar los términos pre-
sentados como conceptos donde cada uno de ellos se pue-
de definir en relación a los otros. Las estructuras a las
que me remito para acercarme a la idea de una pirámide
grupal son: a) Pulsión isomórfica individuo-grupo; b)
Mito; c) Narcisismo; d) Edipo, y c) Inconciente.

Se pueden resumir en tres los principios fundamen-


tales del estructuralismo que se deben tener en cuenta:
1) En principio nos centramos sobre el objeto grupo.
La propuesta ha sido la de alcanzar el sentido en
el interior del propio sistema del que el "corpus"
elegido es una manifestación.
2) Se privilegia al todo sobre las partes. Esto con-
sidera a cualquier sistema, definido como una
totalidad compuesta de elementos interdepen-
dientes, se torna coherente cuando visto en su
conjunto es que el sentido se revela en las rela-
ciones dinámicas que unen las partes entre sí en
función del todo.
3) Los sistemas tienen una doble naturaleza: son
al mismo tiempo sincrónicos y diacrónicos. Con
esto se abandona la lógica binaria de causa y
efecto, substituyéndola por una dialéctica, de
base estrictamente relacional, donde la noción de
tiempo es abolida.

La estructura piramidal propuesta para los grupos


aparece como la ley de organización del sistema. Lo que
la investigación estructural intenta establecer es un mo-
delo formal o una gramática de la narrativa. El modelo
es un sistema simbólico capaz de explicar la dinámica
de las relaciones que ligan los enunciados entre sí. Pre-
cisamente, por su intermedio accedemos a la estructura
—"una construcción informativa del objeto" (R. Basti-
de)—, mucho más que su definición.
La pirámide grupal
Sistema, inconciente

Pulsión isomórfica
individuo-grupo .Narcisismo

Mito

Las ideas tradicionales sobre la noción de inconcien-


te lo presentan como algo que está adentro de los sujetos
y que hay que descubrir. Cuando Lacan habla de sujeto,
no habla de personas. El sujeto del inconciente es una
estructura que está funcionando y que tiene un tipo par-
ticular de íegistro para ser leído. Por otro lado, y de
significativa importancia, es que el inconciente es in-
tersubjetivo, esto quiere decir, entre sujetos.
Cuando Freud nos presenta las nociones de aparato
psíquico con la primera y la segunda tópica, para poder
explicarlo, entre otras cosas, utiliza un modelo plano, es
decir que lo apoya en una superficie plana. A pesar de
esto logra establecer regiones (superyo, yo, ello), pero
esto no alcanza, hay que espacializarlo. Aquí hace su
entrada Lacan dejando de lado la idea de superficie. La
apoyatura que encuentra para establecer las topologías
son más del sujeto que de lo psíquico, en tal sentido, lo
representa en superficies curvas que las desplaza, gene-
rando cuerpos distintos. Aquí encuentra la banda de
Moebius que le sirve para explicar que no hay adentro
ni afuera, es decir, se trata de un perfil que se recorta
y donde no se puede decir, en tanto uno lo recorre, en
qué momento se está adentro y en qué otro se está afuera.
Justamente su enfoque está destinado a combatir la idea
de un inconciente como adentro. Surgiendo de aquí el
universo del lenguaje y la idea de una sintaxis propia.
El inconciente habla en cada uno de nosotros desde un
estilo propio empujado por la condensación, el desplaza-
miento, la sobredeterminación y la censura.
Un lector atento bien podría pensar que es innecesa-
rio y gratuito el análisis grupal puesto que el individual
responde con más precisión y eficiencia terapéutica los
puntos de nuestra pirámide. Aquí no se promueve un
enfrentamiento sobre los lugares para operar sobre el
inconciente y sus representaciones. Estoy proponiendo
una suma en vez de una resta basándome en los siguien-
tes argumentos:
a) En tanto el grupo representa lo social en el
más amplio sentido de este término el psicoanálisis no
puede dejar de privilegiarlo puesto que sociedad y psi-
quismo son inseparables, como también irreductibles una
a la otra. Están presentes en las significaciones imagi-
narias sociales como también en las exigencias propias
de la socialización de la psique.
b) Porque el sujeto humano vive permanentemente
desgarrado por un estado de separación que hace que lo
convierta en individuo a pesar de sus anhelos por volver
al paraíso perdido del uno donde la perfección era abso-
luta. Y la separación ha sido posible gracias a que es
impuesta por la sociedad. Esta violenta imposición de
los otros es la que lo seguirán separando para convertirlo
en social.
EFECTOS DEL PROCESO GRUPAL

ARMANDO BAULEO

En esta oportunidad desearía, a partir de la observa-


ción de diferentes desarrollos grupales, reflexionar sobre
la estructura de los grupos y ubicar ahí una serie de mo-
mentos, niveles y mecanismos que desencadenan algunos
"efectos" sobre los cuales sería útil interrogarse.
Durante veinte años hemos observado grupos terapéu-
ticos, de formación, pedagógicos, equipos institucionales,
de diagnóstico, escolares, universitarios, psicoanalíticos,
de prevención, psicoprofilácticos, políticos, etc.; materia-
les que en un continuum harían un grupo operativo de
6.000 horas1.
Desde esa base es que se disparan los interrogantes,
que a su vez son efectos sobre "nosotros" (sobre mí) y
sobre los "otros" (pacientes, estudiantes, miembros de
instituciones, trabajadores del campo sanitario y educa-
cional..., etc.), que nos obligan a repensar y a ubicar
las extensiones de las prácticas grupales. Un esquema
de referencia presidió nuestro trabajo, la concepción ope-
rativa de grupos, y ese aparato fue el que articuló nues-
tra visión y nuestra escucha en el trabajo con grupos.
La escena grupal se desenvolvió frente a nosotros
acompañada por nuestra curiosidad que residió en la bús-
queda del argumento que esos personajes (los miembros

1 Aquí utilizamos una analogía con " E l paciente de las 50.000


horas" de Rodrigué. Para nosotros sería: grupo de 1,1/2 h.-día
1 mes = 20 días / / 1 año = 10 meses / / 20 años. No incluimos in-
tensivas de grupo, grupos prolongados, intervenciones grupales en
crisis, tratamientos de familia invertida, etcétera.
1) Hacia una idea de grupalidad

Recordemos tres enunciados de Bion:


I) El grupo en el sentido de un conjunto de per-
sonas dentro de una habitación no agrega nada
al individuo o al conjunto de individuos, sólo
pone de manifiesto algo que de otra manera no
sería visible.
II) Ningún instinto nuevo ha hecho su aparición,
siempre ha estado presente. Lo único nuevo
que la experiencia de grupo nos ofrece es la
posibilidad de observar cómo operan las ca-
racterísticas "políticas" del ser humano.
III) Aristóteles dice que el hombre es un animal
político, y tal como yo entiendo la política,
creo que significa que el grupo es esencial para
que el hombre pueda llevar una vida plena.

Adjuntemos la definición de Pichón Riviére:


"El grupo es un conjunto restringido de personas li-
gadas entre sí por constantes de tiempo y espacio, y ar-
ticuladas por su mutua representación interna, que se
propone en forma explícita o implícita una tarea que
constituye su finalidad."
Así tenemos: ligazón y articulación, poner de ma-
nifiesto "algo" que de otra manera no sería visible, "ca-
racterísticas políticas"; ¿cómo definir o cómo explicitar
esa "mentalidad grupal" que todos contribuyen a formar
y a la cual todos se van a oponer?
Las ideas en torno a la grupalidad terminan por
romper el mito de Robinson Crusoe. (Deberíamos recor-
dar que este desgarramiento estaba también indicado en
la "Introducción a la Crítica de la Economía Política",
por Marx en 1857.)
Al mismo tiempo, ¿será la grupalidad la interme-
diación entre dos escisiones: la del sujeto y la de la so-
ciedad? En el primero entre coneiente/inconciente, en
la segunda entre sociedad/estado.
¿Podrá la reconstrucción de historias grupales míti-
cas o primitivas posibilitar alguna teoría para aquella
intermediación ?
A través de estas cuestiones se buscan los caminos
sinuosos de una filogénesis que permita señalar los ni-
veles diferentes de "expresión", sea social o individual,
de momentos diferentes en la estructuración de las re-
laciones intersubjetivas.
Es decir, tratamos de reflexionar, de buscar hipó-
tesis, alrededor de la red de relaciones que se estable-
cen cuando los individuos se ubican en un conjunto.
Imaginemos una forma botánica de grupalidad. En
este caso no será símil a la monografía botánica freu-
diana; no habrá ciclámenes ni alcachofas, ni estarán el
señor Gártner y su floreciente mujer, ni encontraremos
los problemas de los efectos anestésicos de la cocaína.
(Bion hablando de valencia dice: "Se parece al tropismo
de las plantas"). Esta es una figura más primitiva,
una selva, una jungla, la Amazonia. Plantas de diferen-
tes alturas y caracteres, bellas y extrañas, algunas peli-
grosas, se entrelazan, se parasitan, se sirven de soporte,
viven en estado de simbiosis o totalmente autónomas,
constituyendo un enjambre extraño y fascinante de in-
terrelaciones.
En nuestra posición, y si no observamos un grupo
desde un avión desde el cual sólo veremos relaciones
entre individuos, sino desde una distancia óptima, consta-
taremos que existen circuitos, marañas de vinculaciones
y sistemas de relaciones (de objeto), de identificaciones,
de transferencias recíprocas, de redes que posibilitan el
desplazamiento más o menos duradero de cargas que
efectúan otras estructuraciones de la organización li-
bidinal.
Nosotros trabajamos sobre los efectos de esos circui-
tos. No olvidemos que tanto Searles, en el "terapeuta
simbiótico", como Groddeck-Ferencsi, en las reflexiones
sobre el "análisis mutuo", nos han llamado la atención
1) Hacia una idea de grupalidad

Recordemos tres enunciados de Bion:


I) El grupo en el sentido de un conjunto de per-
sonas dentro de una habitación no agrega nada
al individuo o al conjunto de individuos, sólo
pone de manifiesto algo que de otra manera no
sería visible.
II) Ningún instinto nuevo ha hecho su aparición,
siempre ha estado presente. Lo único nuevo
que la experiencia de grupo nos ofrece es la
posibilidad de observar cómo operan las ca-
racterísticas "políticas" del ser humano.
III) Aristóteles dice que el hombre es un animal
político, y tal como yo entiendo la política,
creo que significa que el grupo es esencial para
que el hombre pueda llevar una vida plena.
Adjuntemos la definición de Pichón Riviére:
"El grupo es un conjunto restringido de personas li-
gadas entre sí por constantes de tiempo y espacio, y ar-
ticuladas por su mutua representación interna, que se
propone en forma explícita o implícita una tarea que
constituye su finalidad."
Así tenemos: ligazón y articulación, poner de ma-
nifiesto "algo" que de otra manera no sería visible, "ca-
racterísticas políticas"; ¿cómo definir o cómo explicitar
esa "mentalidad grupal" que todos contribuyen a formar
y a la cual todos se van a oponer?
Las ideas en torno a la grupalidad terminan por
romper el mito de Robinson Crusoe. (Deberíamos recor-
dar que este desgarramiento estaba también indicado en
la "Introducción a la Crítica de la Economía Política",
por Marx en 1857.)
Al mismo tiempo, ¿será la grupalidad la interme-
diación entre dos escisiones: la del sujeto y la de la so-
ciedad? En el primero entre conciente/inconciente, en
la segunda entre sociedad/estado.
¿Podrá la reconstrucción de historias grupales míti-
cas o primitivas posibilitar alguna teoría para aquella
intermediación?
A través de estas cuestiones se buscan los caminos
sinuosos de una filogénesis que permita señalar los ni-
veles diferentes de "expresión", sea social o individual,
de momentos diferentes en la estructuración de las re-
laciones intersubjetivas.
Es decir, tratamos de reflexionar, de buscar hipó-
tesis, alrededor de la red de relaciones que se estable-
cen cuando los individuos se ubican en un conjunto.
Imaginemos una forma botánica de grupalidad. En
este caso no será símil a la monografía botánica freu-
diana; no habrá ciclámenes ni alcachofas, ni estarán el
señor Gártner y su floreciente mujer, ni encontraremos
los problemas de los efectos anestésicos de la cocaína.
(Bion hablando de valencia dice: "Se parece al tropismo
de las plantas"). Esta es una figura más primitiva,
una selva, una jungla, la Amazonia. Plantas de diferen-
tes alturas y caracteres, bellas y extrañas, algunas peli-
grosas, se entrelazan, se parasitan, se sirven de soporte,
viven en estado de simbiosis o totalmente autónomas,
constituyendo un enjambre extraño y fascinante de in-
terrelaciones.
En nuestra posición, y si no observamos un grupo
desde un avión desde el cual sólo veremos relaciones
entre individuos, sino desde una distancia óptima, consta-
taremos que existen circuitos, marañas de vinculaciones
y sistemas de relaciones (de objeto), de identificaciones,
de transferencias recíprocas, de redes que posibilitan el
desplazamiento más o menos duradero de cargas que
efectúan otras estructuraciones de la organización li-
bidinal.
Nosotros trabajamos sobre los efectos de esos circui-
tos. No olvidemos que tanto Searles, en el "terapeuta
simbiótico", como Groddeck-Ferencsi, en las reflexiones
sobre el "análisis mutuo", nos han llamado la atención
Sobre ios efectos (y o vinculaciones) entre estructura
grupal (familiar en algunos casos) y, como resultado,
el estado del paciente.

2) Grupo interno-Grupo externo

Cada uno viene a una reunión grupal con su idea


de grupo. Cada uno se siente "provocado" por el grupo
actual que le hace evocar sus "viejos grupos".
La evocación vuelve tensa la relación entre grupo
interno y grupo externo. Los antiguos grupos hacen
fuerza para imponerse en el "aquí y ahora". El indivi-
duo siente que le es imposible continuar, se le hace nece-
sario decidir, huye o se queda.
En este último caso le espera una confusión (deses-
tructuración) para poder luego acceder a esta nueva ex-
periencia grupal.
Sería útil recortar la categoría de confusión.
Ha sido Bleger (y fue arrastrado a ello por sus es-
tudios sobre la indiscriminación/discriminación) quien
señaló la situación y los alcances del momento confusio-
nal. Este aparece como pasaje necesario en la elabora-
ción e integración de una experiencia de aprendizaje. La
observación (y posible interpretación) de dichos momen-
tos hace accesible la comprensión de las resistencias que
frente al cambio, o a circunstancias novedosas, se pre-
sentan en diferentes aspectos del desarrollo grupal.
Volviendo a la relación entre grupo interno-grupo
externo, podemos indicar que de aquí surgen tres dife-
rentes (pero articulados) niveles de problemáticas. El
primero se refiere a lo que podemos denominar la per-
tenencia, es decir, los juegos de adhesión entre aquella
idea originaria, con la cual se concurrió al grupo, y las
modificaciones en ella producidas por el desarrollo gru-
pal y que involucran las demandas sobre la afiliación.
Creo que es de esto de lo que más han hablado los dife-
rentes autores.
Los otros niveles se refieren a la contratransferen-
cia y a cuestiones en torno a la institución.
3) Una teoría de la contratransferencia

Nos atrevemos a denominar contratransferencia a


la historia grupal del coordinador que se pone en juego
en cada reunión grupal.
Un ejemplo esquemático sería que nosotros venimos
de una doble experiencia grupal (y/o institucional) : una
asistencial ?/ y una didáctica 2 2 , sin comentar la tercera,
cemento entre las otras dos, la familiar-relacional. El
grupo interno emerge como resultado y combinación de
esas experiencias vividas.
Incluido (o mejor sería decir sumergido) entre vi-
vencias y sentimientos, y constituyendo muchas veces su
otra faz, se encuentra lo que llamamos esquema de refe-
rencia.
Un diagrama permitiría esbozar una línea que par-
tiendo de la relación de objeto pasara por la relación
objetal para llegar al conocimiento objetivo, como forma
abreviada de estudiar los hilos que se entrecruzan entre
teorías internalizadas y cargas afectivas.
Siempre reaccionamos frente a un grupo para em-
pezar a comprender una situación, pero comprender es
geometrizar para René Thom; es decir, espacializamos
internamente para ubicar el lugar de nuestra interpreta-
ción en el discurso grupal.
Es así que se establece la dialéctica entre el discur-
so activador del grupo externo y el discurso respuesta
(interpretación) del grupo interno.
Esto a su vez nos emparenta con otra perspectiva. El
etnopsicoanálisis (Devereux) nos recuerda que los mo-
delos autorreferenciales por momentos interfieren (o
facilitan) el entendimiento de ciertos fenómenos grupa-
les, y nos sugiere la necesidad de tenerlos en cuenta (y
no rechazarlos) cuando debemos evaluar nuestra labor.
"Toda investigación es autopertinente y representa
una introspección más o menos indirecta".

2 El autor se refiere a una clínica psiquiátrica (artículo


"Psicoterapia -múltiple e institucional", 1964) y a la Escuela (le
Psicología Social creada por E, Pichón Riviére, 1960, ambas en
Buenos Ajres,
A su vez resulta interesante imaginar cuánto hay
de común entre un coordinador (o terapeuta) de grupo
y un etnólogo.
La imagen de un grupo y la de una tribu no están
tan distantes, y por momentos las dificultades están más
en ver sus diferencias que sus similitudes.

4) Efectos del dispositivo grupal

Partimos de una empiria: nos solicitan un curso de


formación en una institución. A pesar de ser claro el
objetivo, nuestra historia nos enseña que durante su
desarrollo saltan afuera dos tipos de problemas, los "per-
sonales" y los "institucionales".
El dispositivo grupal funciona como un detector de
contradicciones: lo que no ha sido hablado, las infor-
maciones que fueron parcializadas, los sentimientos con-
trastados, lo no elaborado, los "duelos enquistados", que
pertenecen a niveles individuales o institucionales pero
que se entrecruzan en verticalidades y horizontalidades
vertiginosas, se convierten bruscamente en los puntos
candentes del discurso grupal.
El grupo se ha convertido en una máquina demo-
ledora de máscaras que los individuos o la institución
habían creado, por suponer algún asunto "vergonzoso",
o porque el poder necesitaba manipular alguna situación.
Hablamos de los efectos contrainstitucionales, que
serían los elementos instituyentes o latentes que el dis-
positivo grupal devela y que emergen como momentos
claves para la comprensión de ciertos nudos. Estos ele-
mentos fueron mantenidos "en suspenso" por lo mani-
fiesto o por lo instituido de cada institución; el grupo
rompería esa homeostasis. A su vez aquellos elementos
pueden proceder de fuentes externas (anteriores o si-
multáneas) en relación a un interior de la experiencia
actual grupal, actuando como bloqueos afectivos o como
obstáculos epistémicos que impiden el desarrollo del tra-
bajo para el cual fuimos contratados.
Nuestra función es la de interpretar en el interior
del momento grupal, pero ello no garantiza que nuestras
opiniones sean utilizadas en el exterior de la experien-
cia. Esto también es parte del dispositivo grupal intra-
institucional y debe ser tenido en cuenta como tal.
Volvamos a un ítem antes tratado. La relación grupo
interno-grupo externo forma parte de una noción más
amplia que es la de intergrupo.
Esta noción señala o apunta a resolver una cuestión
de convengencias. Es decir, una noción que aglutine si-
tuaciones de exterioridad, o de vinculación exterior-inte-
rior (o de grupo externo-grupo interno) o de "interio-
ridades" (estamos señalando con esto último los juegos
entre los grupos internos de los miembros de un grupo y
que hacen a las circunstancias tantas veces vistas de
adjudicación y de asunción de roles, es decir, a proble-
mas de verticalidad-historia personal de cada uno). Fal-
taría decir algunas palabras sobre la "exterioridad".
Si utilizamos una primera aproximación operativa
esbozando la definición de institución como sistema in-
tergrupal, ello nos puede permitir trabajar efectuando
ciertos recortes sobre algún elemento que posibilitarían
repensar la organización global. Por ejemplo, nos per-
mite observar los vínculos manifiestos o latentes entre
los grupos, rever la circulación de la información entre
ellos, captar el tipo de ejercicio del poder que realizan,
los tipos de producción que efectúan los niveles económicos
dentro de los cuales se mueven, etc. Siguiendo con el
ejemplo esquemático diríamos que lo anterior, a su vez,
puede ser observado en cómo se ubican cada uno de los
elementos antes enunciados en las articulaciones exis-
tentes entre los grupos administrativos-técnicos de man-
tenimiento de aquella institución.
Todo lo anterior, desde otro ángulo, podría ser visto
como un gran grupo externo en rapport con el grupo
interno del observador.
Pero si a la vez continuamos con la hipótesis ope-
racional de la institución como sistema intergrupal pue-
de aparecer más claro lo del dispositivo grupal intra-
institucional.
Imaginemos que si una institución es un sistema
formado por un número determinado de grupos, la in-
troducción de otro grupo trae una distorsión de la gestalt
y de ahí parten emergentes particulares desencadenados
por esta circunstancia. Pero también algo similar puede
ocurrir cuando cambiamos la finalidad o tarea a alguno
de los grupos ya existentes, desde el momento en que
cada grupo en el interior del sistema intergrupal (ins-
titución) tiene una tarea asignada para el cumplimiento
de la labor global institucional.
En ambos casos la "reconstrucción" de la forma que
debe realizar la estructura institucional conlleva una
serie de "efectos" que pertenecen al área de implanta-
ción del dispositivo grupal.

5) Efectos terapéuticos y / o pedagógicos

¿Cómo focalizar y operar una distinción entre estos


efectos?
Pienso que a ciertos niveles de abstracción como es
la elaboración grupal, es difícil distinguir entre neu-
rosis e ignorancia. (Esto lo comenté en el Seminario de
Análisis Institucional que coordina René Lourau en París,
el cual me informó que existe una tesis de licenciatura
en la que se expresa que la Universidad —Vincennes—
puede ser vista como un hospital de día, day-hospital).
En este capítulo se abre el abanico de cuestiones en
torno a la relación entre experiencia grupal e insight
individual.
Concordando con la posición de Foulkes: "La psi-
coterapia de grupo arranca a cada individuo de su red
primaria y le mezcla con otros, formando así un nuevo
campo de interacción en el cual cada individuo empieza
de nuevo". Todo haría pensar que el insight podría ser
comprendido como "cada uno es como es" (Pichón Ri-
viere) o "que cada miembro acepte y realice no sólo su
individualidad, sino también la individualidad de todos
sus iguales del grupo" (Foulkes).
Así se comienza a establecer la base a partir de la
cual hablar de grupalidad sería mantener las diferen-
cias, las que no sólo harían posibles los grupos (a mayor
heterogeneidad de los miembros-mayor homogeneidad en
la tarea, Pichón Riviére), sino que además señalarían, en
sus desarrollos, las posibilidades de terminación de una
labor grupal.
Todo grupo fantasea y trata de mantener la ilusión
de la igualdad.
Creo que es justamente esa ilusión, reminiscencia o
residuo de la horda primitiva, el objetivo central de la
labor interpretativa. La constitución y la finalización de
cada grupo giraría en torno a aquella ilusión
Milán, abril 1984.
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