Вы находитесь на странице: 1из 11

TUTORÍA

LA CULTURA VOCACIONAL COMO ESTRATEGIA DE TRABAJO


HACIA UNA AUTÉNTICA PASTORAL JUVENIL

POR:
JOHAN ANDRÉS VERGARA BLANDÓN

ESQUEMA DEL TRABAJO

I. LA EXPERIENCIA VOCACIONAL EN LA SAGRADA ESCRITURA

II. LA CULTURA VOCACIONAL PROPUESTA DESDE EL MAGISTERIO


PONTIFICIO DE JUAN PABLO II, BENEDICTO XVI Y FRANCISCO

III. LA PASTORAL JUVENIL COMO ENTORNO DE DESARROLLO DE LA


CULTURA VOCACIONAL EN EL JOVEN DE HOY
I. LA EXPERIENCIA VOCACIONAL EN LA SAGRADA ESCRITURA
Bibliografía:
 BIBLIA DE JERUSALEN (2001). Editorial Desclée de Brouwer. Bilbao.
 CONCILIO VATICANO II (1965). Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”.
 MARTINI, C. M. (2013) La vocación en la Biblia. Ediciones Sígueme. Madrid.
 NEWMAN, J. H. (2000) Discursos sobre la fe. Ediciones RIALP. Madrid.

La criatura humana es un ser moral y libre con un destino eterno. Su fin último
es la felicidad de gozar de Dios en el cielo para siempre. Durante la vida
terrena debe elegir continuamente entre el bien y el mal, hasta llegar al
Termino de su camino. Es decir, ha de optar voluntariamente y muchas veces
a lo largo de su existencia. Cada opción es respuesta positiva o negativa a
una llamada divina. La persona es por lo tanto un ser buscado por Dios y
atraído por una vocación de lo alto. Este es el factor más determinante de la
existencia y el destino del hombre.

La Biblia narra una historia (historia de salvación) cuyo argumento principal


es el diálogo nunca interrumpido entre Dios e Israel, el pueblo de la promesa.
"Tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios. Él te ha elegido a ti para
que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay
sobre la faz de la tierra" (Dt 7, 6).

La llamada de Israel se asocia estrechamente a un conjunto de llamamientos


personales que se remontan hasta la creación del primer ser humano. En la
Biblia no es principalmente el hombre el que busca a Dios, sino Dios el que
busca y alcanza al hombre. Dios crea las cosas por la fuerza omnipotente de
su Palabra, pero al hombre lo llama. Adán no es un ser que primero existe
en sí y que en un momento posterior comienza a relacionarse con Dios. El
inicio mismo de su existencia se produce ya como relación al Creador. El
hecho de que Dios haya creado y llamado a Adán mediante la Palabra
supone que el Creador espera de él una respuesta. Enseña el Concilio
Vaticano II: "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación
del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es
invitado al diálogo con Dios" (Gaudium et Spes, 19).

Dios dirige en Adán una primera llamada a todos y cada uno de los hombres,
hijos del primer Hombre, que componen la humanidad a lo largo de los siglos.
De este modo el género humano no resulta una simple cadena de eslabones
vivos intercambiables, sino un conjunto, contado y medido, de personas
distintas e irrepetibles.

La llamada amorosa y llena de misterio que Dios hace al hombre es una


llamada a la salvación. "Los que han sido llamados reciben la herencia eterna
prometida” (Heb 9, 15). La vocación dice en efecto relación directa al destino
del hombre, que es llegar a la patria definitiva después de haber participado
y a en la tierra de un adelanto de bienes divinos. La vocación implica también
una invitación a la santidad, porque solamente los santos pueden ver a Dios
cara a cara. Solo los santos pueden ver al Santo.

Pero los relatos bíblicos de vocación no recogen únicamente un llamamiento


personal y concreto a la salvación y a la santidad, sino que asignan asimismo
una misión. Llamada y misión en la Biblia no se entienden nunca por
separado y lo que leemos en la Escritura sagrada es pauta para toda vida
humana.

La vocación divina del hombre y su auténtica naturaleza se aprecian de


manera excelente en las vidas de patriarcas, profetas y apóstoles tal como
nos lo relatan el Antiguo y Nuevo Testamentos. El hecho de que sea Dios
mismo el que llama confiere a la vocación de los elegidos un sentido absoluto
y nos la presenta como un misterio que hunde sus raíces en designios
eternos y providentes. Abraham, Moisés, David, Isaías y el resto de los
profetas experimentan todos ellos el llamamiento directo de su Dios, que
llamará más tarde, en y por Jesucristo, a apóstoles y discípulos. Cristo es en
efecto el nuevo Adán, que "en la misma revelación del misterio del Padre y
de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre
la sublimidad de su vocación" (Gaudium et Spes, 22).

El carácter personal de esta llamada se expresa admirablemente en los


relatos de vocaciones proféticas, que han servido de modelo para narrar más
tarde el llamamiento de Jesús a sus discípulos. Los relatos
veterotestamentarios de vocaciones encierran la particularidad de estar
redactados en primera persona. Numerosas afirmaciones de los Salmos
acerca de las relaciones entre Dios y los que esperan en Él se dicen también
en primera persona. Pero al salmista habla en nombre de muchos. Sus
palabras recogen sentimientos de alabanza, penitencia y amor que puede y
debe manifestar cualquier individuo religioso. El yo de estos lugares bíblicos
es entonces un yo colectivo porque quien habla incluye a muchas otras
personas que se hallan en idénticas circunstancias espirituales. El yo de los
escritos proféticos es, por el contrario, un yo exclusivo (Cfr. Am 7, 15; Is 6, 1.
8-9; Jer 1, 4-5. 7. 9; Ez 1, 1. 28; 1 Sam 3, 1 s.).

Es interesante observar que, a diferencia de otros líderes de su tiempo con


mensajes de renovación o de carácter escatológico, Jesús nunca llamó al
pueblo como conjunto para seguirle. Jesús llama a personas concretas, una
a una. Es un llamamiento del todo gratuito, que no supone necesariamente
cualidades o méritos previos en los hombres y mujeres llamados. Se repite
así en cada individuo lo que era verdad para el pueblo de Israel: "No porque
seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha vinculado Yahveh a
vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos;
sino por el amor que os tiene y por guardar el juramente hecho a vuestros
padres" (Dt 7, 7-8).
Se observa efectivamente en el Antiguo Testamento que, dentro de una
familia o grupo, Dios acostumbra a elegir casi siempre no tanto al heredero
natural o más legítimo, según previsiones y costumbres humanas, sino a un
heredero de gracia, que lo es por pura decisión divina. Es así como elige a
Isaac y no a Eliazar o a Ismael; a Jacob en vez de Esaú; a José en lugar de
Rubén; y a David, que es antepuesto primero a todos sus hermanos mayores
y luego a la dinastía reinante de Saúl. El Evangelio insiste en la gratuidad
imponderable de la llamada divina cuando dice que Jesús "subió al monte y
llamó a los que él quiso" (Mc 3, 13).

La vocación suele resultar totalmente inesperada. Lo más destacado de los


relatos bíblicos que nos ocupan es la sorprendente iniciativa de Dios.
Ninguno de estos hombres o mujeres invitados a enterar en los planes
divinos podía haber imaginado semejante llamamiento. Dios ha desbordado
cualquier previsión y pulverizado cualquier conjetura. Si profetas, apóstoles
y discípulos habían pensado, antes de ser llamados, en tener experiencias
del divino a lo largo de sus vidas, se encontraron con una experiencia de Dios
que nunca había entrado en sus cálculos. La llamada simplemente les ha
sobrevenido sin ser buscada y algunas veces a pesar de ser inicialmente
resistida.

Se trata de un llamamiento inapelable, porque el Señor no admite excusas ni


dilaciones, que podrían a veces parecer razonables bajo una perspectiva
humana, y también porque Dios concede sus dones "sin arrepentimiento"
(Rom 11, 29). Esto no significa que Dios imponga coactivamente al hombre
su vocación. Significa que el hombre llamado debe abandonarse en Dios y
aceptar y seguir libremente el llamamiento divino.

Ni la llamada irresistible de Yahveh violenta la voluntad libre de los profetas


ni la llamada de Cristo elimina la voluntad de sus seguidores. Porque el poder
de Dios actúa desde dentro de ellos y, cuando lo ha decidido así, hace que
quieran aceptar libremente su misión. Si el llamamiento se puede calificar de
ineludible es porque la conciencia del hombre llamado lo percibe como un
deber personal que no puede ignorar ni rehuir.

Habla Isaías: "Dije: heme aquí: envíame" (6, 8). El Salmista, que representa
la experiencia de muchos hombres y mujeres elegidos, exclama: "He aquí
que vengo, oh Dios, a cumplir tu voluntad" (39, 7). Pablo explica al rey Agripa:
"yo no podía ser desobediente a la visión celestial" (Hch 26, 9). "Justamente
la victoria de la gracia -escribe Newman- radica en que Dios penetra en el
corazón del hombre, lo persuade y prevalece sobre él al mismo tiempo que
lo cambia. No violenta en absoluto la naturaleza del espíritu y de la mente
que originariamente dio al ser humano. Le trata como a hombre. Le respeta
la libertad de obrar de un modo o de otro. Apela a sus potencias y facultades,
a su razón, su prudencia, su sentido moral y su conciencia. Despierta tanto
sus temores como su amor" (Discursos sobre la Fe, 1981, 96).
El discípulo discierne de alguna manera, que sigue la llamada y elige a Dios
porque ha sido previamente elegido por Él. "No me habéis elegido vosotros
a mí -dice el Señor-, sino que Yo os he elegido a vosotros y os he destinado
a que vayáis y deis fruto, y sea un fruto que permanezca" (Juan 15, 16). El
llamamiento externo de Jesús va acompañado de una llamada interior
dirigida al corazón. Dios llama y mueve simultáneamente a responder.

Todos los hombre y mujeres reciben de un modo y otro la llamada -la


vocación- a la vida eterna y con ello a la salvación. La Iglesia no se cansa en
efecto de proclamar "la altísima vocación del hombre y la divina semilla que
en él se oculta" (Gaudium et Spes, 3). Anuncia sin cesar a la humanidad el
hecho maravilloso de que Dios "no hace acepción de personas" (Hch 10, 34)
y desea que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad única
(Cfr. 1 Tim 2, 4). La dinámica de este llamamiento lleva coherentemente y
por su propio peso al seguimiento y a la imitación de Cristo, dado que un
cristiano debe serlo no solamente en el nombre sino sobre todo en la
conducta y el modo de vivir.
II. LA CULTURA VOCACIONAL PROPUESTA DESDE EL MAGISTERIO
PONTIFICIO DE JUAN PABLO II, BENEDICTO XVI Y FRANCISCO
Bibliografía:
 CONCILIO VATICANO II (1965). Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”.
 JUAN PABLO II (1993). Mensaje para la XXX Jornada Mundial de Oración
por las vocaciones.
 JUAN PABLO II (2001). Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte”.
 BENEDICTO XVI (2005). Carta Encíclica “Deus Caritas Est”
 BENEDICTO XVI (2009). Discurso a los participantes del Congreso
Europeo de Pastoral Vocacional.
 FRANCISCO (2013). Exhortación Apostólica Postsinodal “Evangelii
Gaudium”
 FRANCISCO (2017). Mensaje a los participantes del Congreso
Internacional: “Pastoral Vocacional y Vida Consagrada. Horizontes y
Esperanzas”

La cultura es una realidad compleja que comprende todo lo que la persona


hace y sueña buscando su realización individual y colectiva. Captarla
adecuadamente supone aproximarse a ella de muy distintas maneras.
Además, hablar excesiva o genéricamente de ella expone al término a un
desgaste y a una ambigüedad casi inevitables. En pastoral se acepta la
definición descriptiva que da la Gaudium et Spes: “Con la palabra cultura se
indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y
desarrolla sus múltiples cualidades espirituales y corporales; pretende
someter a su dominio, por el conocimiento, y el trabajo, el orbe mismo de la
tierra; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la
sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones;
finalmente, en sus obras expresa, comunica y conserva a lo largo de los
siglos las grandes experiencias y aspiraciones espirituales para que sirvan
de provecho a muchos, más aún, a todo el género humano” (n. 53)

El término ‘cultura vocacional’ se ha ido acuñando progresivamente dentro


del magisterio pontificio contemporáneo, fue el Papa Juan Pablo II quien
lanzó el desafío en su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones del año 1993, allí invita a la Iglesia a ir gestando una cultura que
favorezca el que cada hombre y mujer pueda buscar el sentido verdadero
de la vida. Por ello, el papa hace una invitación urgente: “Es preciso
promover una cultura vocacional capaz de reconocer y acoger esa
aspiración profunda del hombre que lo lleve a descubrir que sólo Cristo
puede decirle toda la verdad sobre su vida”. Con ello, él es consciente de las
especiales dificultades que el hombre moderno encuentra para responder a
la llamada de Dios y vivir la propia vida en clave vocacional.

Precisamente por estas dificultades es urgente intentar crear una cultura


vocacional; es decir, desarrollar una atmósfera en la que los jóvenes
católicos puedan disponerse a verificar con cuidado y abrazar libremente la
propia vocación como forma permanente de vida a la que están llamados en
la Iglesia, interpelando a diferentes sujetos y agentes llamados a crear
cultura vocacional, en primer lugar, a los jóvenes; seguidamente, a los
obispos; por último, a todos aquellos que están llamados a definir y
profundizar la cultura vocacional: teólogos, responsables de los medios de
comunicación social, educadores, directores espirituales, consagrados, y,
especialmente, a los sacerdotes.

La nueva cultura vocacional dice el papa: “Es una componente de la nueva


evangelización. Es cultura de la vida y de la apertura a la vida, del significado
del vivir, pero también del morir”, que frente a la ‘cultura de la muerte’,
subraya algunos valores, tales como: la gratitud, la acogida del misterio, el
sentido de lo imperfecto del hombre, la apertura del hombre a la
trascendencia, la disponibilidad a dejarse llamar por otro y preguntar por la
vida, a confianza en sí mismo y en el prójimo, la libertad de conmoverse ante
el don recibido, el afecto, la comprensión, el perdón, la capacidad de soñar
y anhelar, el asombro que permite apreciar la belleza y elegirla por su valor
intrínseco, el altruismo que nace del descubrimiento de la dignidad de
cualquier ser humano, la búsqueda del sentido de la vida, el deseo de
encontrar la verdad. También señaló posteriormente, en la Carta Apostólica
Novo Milllennio Ineunte, que el gran desafío del siglo XXI “consiste en hacer
de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión, siguiendo fielmente la
voluntad de Dios y respondiendo a las aspiraciones profundas del género
humano” (n. 43)

El papa Benedicto XVI toca el tema de la ‘cultura vocacional’ cuando afirma


en la encíclica Deus Caritas Est: “No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o por abrazar una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida” (n.
1). A partir de este primer encuentro con el Señor, que llama a vivir en su
amistad, quienes acogen esta primera llamada tendrán que seguir
respondiendo a otras llamadas suyas a lo largo de la vida. Mediante la
respuesta a estas nuevas llamadas, cada bautizado podrá elegir, guiado
siempre por la acción del Espíritu Santo y acompañado por alguna persona
con experiencia creyente, seguir al Señor con radicalidad evangélica en la
vocación laical, en la vocación sacerdotal o en la consagración religiosa. Por
lo tanto, las distintas vocaciones eclesiales tienen su fundamento en la
primera llamada que el Señor nos hizo a todos a ser sus discípulos y a vivir
como hijos suyos el día del bautismo.

Así, el papa Benedicto, en su discurso a los participantes del Congreso


Europeo de Pastoral Vocacional, exhorta a crear los caminos para una
cultura vocacional: “sed sembradores de confianza y de esperanza, pues la
juventud de hoy vive inmersa en un profundo sentido de extravío. Con
frecuencia las palabras humanas carecen de futuro y de perspectiva;
carecen incluso de sentido y de sabiduría. Se difunde una actitud de
impaciencia frenética y una incapacidad de vivir el tiempo de la espera. Sin
embargo, esta puede ser la hora de Dios: su llamada, mediante la fuerza y
la eficacia de la Palabra, genera un camino de esperanza hacia la plenitud
de la vida”. Hablar, por tanto, de ‘cultura vocacional’, dice el papa, lleva
consigo la presentación de toda la vida cristiana en clave vocacional, como
respuesta a las llamadas de Dios. Los sacerdotes, religiosos y laicos son
llamados por Dios a vivir en su amor, pero cada uno, de acuerdo con su
vocación específica, deberá responder a las sucesivas llamadas que el
Señor va haciendo a lo largo de la existencia misma.

El Papa Francisco ofreció a toda la iglesia, con la exhortación apostólica


postsinodal sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual Evangelii
Gaudium, un importante aporte en el único número dedicado a la tarea de la
animación vocacional. Así, indicó que la pastoral vocacional es un verdadero
desafío para toda la comunidad cristiana. Y apuntó tres constataciones
referidas a la implicación de la comunidad cristiana en la ‘cultura vocacional’:
primero, ciertamente en muchos lugares escasean las vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada. Esto se debe frecuentemente a la
ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, lo cual no
entusiasma ni suscita atractivo. Segundo, ahí donde hay vida, fervor, ganas
de llevar a cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas. Tercero, aun en
parroquias donde los sacerdotes son poco entregados y alegres, es la vida
fraterna y fervorosa de la comunidad la que despierta el deseo de
consagrarse enteramente a Dios y a la evangelización, sobre todo si esa
comunidad viva ora insistentemente por las vocaciones y se atreve a
proponer a sus jóvenes un camino de especial consagración (n.107).

De igual modo, Francisco en su discurso a los participantes del Congreso


Internacional “Pastoral Vocacional y Vida Consagrada. Horizontes y
Esperanzas” afirma la necesidad de volver a llevar a las comunidades
cristianas una nueva ‘cultura vocacional’, que sepa contar la belleza de estar
enamorados de Dios. Él pide que esta nueva cultura vocacional sea “capaz
de leer con coraje la realidad, con sus luchas y resistencias, reconociendo
los signos de generosidad y la belleza del corazón humano”. Agrega que el
saber escuchar, el estar dispuesto a dedicar nuestro tiempo a los jóvenes,
son las claves para el discernimiento vocacional. Para ser creíbles y entrar
en sintonía con los jóvenes, se debe dar prioridad al camino de la escucha,
al saber ‘perder tiempo’ en acoger sus demandas y sus deseos: “La prioridad
del anuncio vocacional no es la eficacia de lo que hacemos, sino más bien
la atención prioritaria a la vigilancia y al discernimiento. Tener una mirada
capaz de vislumbrar la positividad de los acontecimientos humanos y
espirituales que encontramos; un corazón sorprendido y agradecido ante los
dones que las personas traen con ellos”.
III. LA PASTORAL JUVENIL COMO ENTORNO DE DESARROLLO DE LA
CULTURA VOCACIONAL EN EL JOVEN DE HOY

La Iglesia no existe para sí misma, vive, como la quiso y la fundó Jesús, para
llevar la vida de Dios al mundo. La Iglesia busca llevar el mensaje y el
proyecto de Jesús a los hombres y mujeres de todos los pueblos y culturas.
Quiere que todos conozcan a Jesús y conociéndolo acojan su Palabra y la
lleven a su vida. Quiere que cada pueblo viva en plenitud la vocación, el
llamado a la vida. Que la cultura de cada pueblo sea expresión de los valores
más genuinos y propios del espíritu humano. Quiere que la cultura despierte
lo más hermoso del corazón del hombre y la mujer.

Del mismo modo, las vocaciones cristianas son significativas en la cultura y


arraigan en ella cuando responden a expectativas profundas y a
aspiraciones legítimas. Las vocaciones no son impactantes si no logran ser
el cumplimiento de la plenitud que legítimamente anhela la persona. Esto
tiene que ver con la razón profunda que mueve a la cultura, es decir, con la
búsqueda de formas más dignas de vida. Pertenece, además, a la
naturaleza de la vocación: Dios llama a un encuentro pleno con él y a una
experiencia de amor que llena de alegría a la persona.

La realización no tiene que ver principalmente con la satisfacción subjetiva,


sino con la calidad objetiva de la donación, que tiene que acontecer en
espacios significativos y debe ir acompañada por una serie de relaciones
enriquecedoras, desde una profesionalidad necesaria y una
corresponsabilidad adulta. La prueba de esta afirmación la encontramos
donde la vocación supone una promoción, en las dificultades con que se
encuentra la vocación femenina donde la mujer ya se ha promocionado y
aparece una conciencia nueva y nuevas expectativas, en la disminución del
número de las congregaciones religiosas y en un cierto estancamiento de
las vocaciones contemplativas y misioneras.

La dimensión vocacional no es para la pastoral juvenil una opción entre otras


posibles, sino que es un aspecto esencial. La pastoral juvenil parte, en su
núcleo central, de una antropología, es decir, una imagen de lo que es la
persona humana y de lo que está llamada a ser. Sabemos que la escuela,
como centro de transmisión de cultura y de valores humanizadores, debe
tener un sentido fuertemente vocacional. Al ejercerse la orientación
vocacional, se ha de plantear toda la dimensión vocacional de la vida del
hombre, que abarca a toda su persona en cuanto se inserta creativa y
responsablemente en la sociedad y en la Iglesia.

Por ello es importante recordar que toda institución educativa, debe


convertirse en una comunidad de irradiación evangelizadora, donde padres
y maestros den un acompañamiento sistemático y programado a los
alumnos, de manera especial en los momentos más abiertos, decisivos y
significativos para su vida. El proyecto educativo ha de girar alrededor de
valores capaces de dar sentido a la vida y ofrecer un proyecto y un
significado a la misma. También una clara jerarquía de valores. No todo es
lo mismo ni todo vale en orden a la consecución de los objetivos.

San Juan Pablo II en la XXVI Jornada Mundial de Oración por las


Vocaciones, recordaba que “una escuela que educa debe hablar de la
vocación no sólo en forma genérica sino indicando las diversas modalidades
en las que se concreta la llamada al don de sí mismo, comprendida la de
una entrega total a la causa del reino de Dios. La escuela católica prestará
una ayuda valiosa a la elección vocacional, aportando motivaciones,
favoreciendo experiencias y creando un ambiente de fe, de generosidad y
de servicio que puedan librar a los jóvenes de aquellas condiciones que
hacen aparecer "no apetecible" o imposible la respuesta a la llamada de
Cristo”.

El gran desafío de nuestra Pastoral es generar, en los ambientes donde


trabajamos (parroquias, centros juveniles, plataformas sociales, colegios,
entre otros), una ‘cultura vocacional’, es decir, un modo de concebir la vida
como don gratuito y compromiso de servicio, fruto de: valorar a la persona
por encima de lo que hace; favorecer su acogida incondicional; primar el
protagonismo y la responsabilidad de los jóvenes acompañándoles en su
proceso personal; ofrecer momentos y espacios de silencio, oración y
encuentro con uno mismo y con Dios; promover y dinamizar proyectos
solidarios y de servicio a la comunidad, sobre todo a los más necesitados;
implicar a todos los estamentos de la Comunidad Educativa para que se
cuestionen lo que Dios les pide y se comprometan con lo que proponen.

Cuando la pastoral vocacional va unida a la pastoral juvenil, encontrará


accesos y formas de intervenir en los procesos de personalización y
crecimiento de la fe de las personas para que con el paso del tiempo puedan
llegar a ir tomando una opción seria por el seguimiento de Cristo de una
manera clara, libre, personalizada y madura. Además, se podrá prestar una
atención especial a todas las vocaciones y cuidar la pastoral familiar.

La pastoral vocacional tiene que estar inserta, por su lógica interna, en las
parroquias, en las escuelas, en las obras sociales, en los centros juveniles,
en todas las actividades que una determinada diócesis lleva a cabo. La
pastoral vocacional tiene que estar presente en los lugares donde se anuncia
el Evangelio y se construye comunidad cristiana. La pastoral debe tener una
clara impronta vocacional, por lo tanto, no se puede distanciar de ella, sino
que debe enraizarse en su interior de forma armónica, sin difuminarse,
llevando a una ‘vocacionalización’ de la pastoral. Este tipo de pastoral
vocacional llega a todos los destinatarios del trabajo pastoral y a los mismos
agentes pastorales.

El deseo de realizarse tiene, pues, que ver más con el ser y el ‘vivir’ que con
la ‘función’. Esto se relaciona con la importancia que hoy se da a la esfera
personal y con el carácter secundario que se otorga al trabajo. La cultura
vocacional quiere precisamente servir al mundo de esta manera,
favoreciendo, creando un ambiente propicio para que se despierte la belleza
de lo humano y se plasme en el vivir cotidiano. Quiere ayudar a transformar
la cultura desde adentro como la levadura fermenta la masa.

Вам также может понравиться