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POLARIZACIÓN Y

EMPRENDEDURISMO:
¿DOS FORMAS DE LA
(NO) POLÍTICA?

Trabajo monográfico para la materia Problemas de Filosofía


Moderna y Contemporánea correspondiente a la
Especialización en Filosofía Política de la Universidad de
General Sarmiento.

Docente: Reano Ariana.

Alumno: Osvaldo Ares

1
Introducción

Lo que intentaré en el presente trabajo es: primero, desarrollar una posible


articulación entre las nociones de política de Ranciêre y de hegemonía de Laclau y Mouffe.
Y segundo, en base a esa articulación realizar algunos breves comentarios respecto a dos
formas de hacer en lo social: la polarización y el emprendedurismo.

Tanto Laclau y Mouffe, en Hegemonía y Estrategia Socialista, como Ranciêre, en El


Desacuerdo, hablan sobre dos modos de entender la política. Siendo más precisos, lo que
hacen es desarrollar dos modos contrapuestos de pensar el hacer con lo social, el hacer (de)
lo social1: uno al que ubican del lado de la no política -democracia consensual, sutura total
del campo de lo social-, y otro modo al que llaman política -desacuerdo, litigio, articulación
hegemónica-.

Un modo de hacer con lo social que supone que lo social puede ser plenamente
explicado, simbolizado, cubierto totalmente por un discurso, ya sea por un discurso sobre la
lucha entre clases previa y plenamente constituidas, totalmente definidas, sustancializadas en
los agentes que las encarnan. Ya sea por un discurso sobre las problemáticas de
comunicación, de los malentendidos entre sujetos, también aquí, previa y plenamente
constituidos. Problemáticas de comunicación que siempre tienen solución o que, en todo
caso, de aparecer una problemática que aparente no tener solución, será sólo cuestión de
tiempo y de buena voluntad para que las personas hablando, finalmente, se entiendan.
Otro modo de hacer con lo social en donde se parte de la imposibilidad, dada desde
siempre, de poder abarcar la totalidad de lo social, de poder decirlo todo acerca de lo social.
La imposibilidad de que un discurso pueda explicar, cubrir, suturar, plenamente lo social. La
imposibilidad de reestablecer la unidad perdida, unidad que está perdida para siempre, y

1
La expresión “hacer (de) lo social” incluye las dos acepciones de la preposición, la subjetiva y la objetiva, una
en donde lo social es el sujeto, otra en donde es el objeto. Un hacer de lo social en donde la política hace un lo
social, lo produce. Y un hacer de lo social en donde lo social hace, produce, la política. Es porque hay un lo
social que hay política y, a la vez, es la política la que produce un lo social.

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desde siempre, porque, como propone Badiou, lo primero es lo múltiple, y no lo uno. Toda
unidad es una unidad parcial, una construcción, una hegemonía, contingente, precaria, que
es susceptible de, en cualquier momento, ser conmovida, interrumpida, deconstruida, por
cualquiera.

Un modo de hacer (de) lo social que se basa en la de idea de que hay un fundamento
último que explica los fenómenos sociales, económicos, culturales, humanos, ya sea la
conciencia de clase -o la falta de ella-, de una clase totalmente determinada, sujeto concreto
privilegiado de la historia, ya sea por el consenso -o por la falta de este-2, consenso entre
actores sociales que al hablar pueden, al cabo de un tiempo y de un poco de buena voluntad,
entender y hacerse entender plenamente por el otro.
Otro modo de hacer (de) lo social en el cuál en el lugar del fundamento último lo que
hay es pura contingencia, fijaciones parciales de sentido, precarias, temporales, siempre
pasibles de ser desplazadas por otras fijaciones en cualquier momento.

Un modo, el de la no política, dónde lo social gira en torno a un centro -el sol, la


tierra, Dios, la Razón, la Historia, la clase obrera, el consenso, el emprendurismo-.
Otro modo, el de la política, que no tiene centro, dónde lo que hay son puntos de
fijaciones parciales, puntos nodales en los términos de Laclau y Mouffe, a partir de los cuáles
se construyen las articulaciones hegemónicas, siempre contingentes, como todo orden, como
toda policía, contingencia que, propone Ranciêre, es una consecuencia ineluctable de un
hecho de lo social, el de la igualdad de cualquiera con cualquiera.

Una no política en donde, siguiendo con Ranciêre, la cuenta que se efectúa sobre lo
social a partir de los intercambios -verbales, comerciales, simbólicos, virtuales, sexuales,
etc.- que se realizan entre los actores que cuentan, que cuentan sus deseos, sus intereses, sus
reclamos, sus miedos, y que son contados, tenidos en cuenta para poder contar. Una no
política en dónde esa cuenta es una operación sin resto, una cuenta que siempre puede
calcularse como en un juego de suma cero.

2
En este modo de hacer con lo social, el de la no política, tanto la falta de conciencia de clase, como la falta
de consenso, son faltas que pueden ser salvadas mediante procesos basados en la voluntad y un tipo de razón,
ya sea por la concientización de las masas trabajadoras, ya sea por la optimización de los procesos de
comunicación entre los actores sociales.

3
Una política dónde toda cuenta sobre lo social es siempre un cálculo imposible porque
es un cálculo que intenta medir dos inconmensurables, el de todo orden policial y el de la
pura contingencia de la igualdad de cualquiera con cualquiera. Una cuenta que es la cuenta
sobre quiénes son los que pueden contar, y quiénes no, cuenta imposible, cuenta que no se
puede contar, que no se puede decir, pero que sí se puede mostrar3.

De Laclau y Mouffe tomaremos la noción de hegemonía tal como la proponen, esto


es, como una lógica de constitución de lo social, como un tipo de relación política, una forma
de la política que supone prácticas articulatorias antagónicas y efectos de frontera (Laclau E.
y Mouffe C., 1987).
De Ranciêre utilizaremos las nociones de policía y de política, también, como él las
propone. Policía como una partición de lo sensible, como una distribución de los lugares, un
reparto de los capitales -comerciales, culturales, humanos, sexuales, etc.-, como una cuenta
sobre lo social que opera sobre la base de una lógica de suma cero. Política como la
interrupción de la lógica policial por la lógica igualitaria de la igualdad de cualquiera con
cualquiera.

Antes de utilizar estas nociones precisémoslas un poco mejor. Para esto necesitamos
decir un poco más acerca de qué son para Laclau y Mouffe una práctica articulatoria, un
antagonismo, y un efecto de frontera. Y qué son para Ranciêre las nociones de partición de
lo sensible, lógica policial, lógica igualitaria, entre otras.

Laclau y Mouffe “llama[n] articulación a toda práctica que establece una relación tal
entre elementos, que la identidad de éstos resulta modificada como resultado de esa práctica.
A la totalidad estructurada resultante de la práctica articulatoria la llama[n] discurso.

3
Siguiendo en esta idea a la frase de Wittegeinstein citada por Laclau y Mouffe: “lo que no se puede decir se
puede mostrar”.

4
Llama[n] momentos a las posiciones diferenciales, en tanto aparecen articuladas en el
interior de un discurso. Llama[n], por el contrario, elemento a toda diferencia que no se
articula discursivamente” (Laclau E. y Mouffe C., 1987). La articulación es una práctica de
discurso consistente en la producción de puntos nodales que fijan parcialmente el sentido en
un sistema organizado de diferencias. Los elementos articulados pueden ser determinados
significantes flotantes -honestidad, corrupción, seguridad, mérito, derecho, libertad-, pero
también la articulación puede producirse entre posiciones de sujeto -mujeres, trabajadores,
ecologistas, indigenistas, etc.-. Los puntos nodales son significantes privilegiados -
capitalismo, democracia- que posibilitan las fijaciones parciales de sentido que producen las
articulaciones. Pero los puntos nodales son también ellos el resultado de articulaciones. Una
articulación puede producir, instituir, puntos nodales, a la vez que para que la relación de
equivalencia, de fijación parcial de sentido, en que consiste una parte de la articulación -la
otra parte es la diferencia- pueda producirse es necesario la existencia de puntos nodales que
permitan esa fijación parcial de sentido. En eso consiste la articulación hegemónica -una
forma de la política-: es la disputa por cuáles son los puntos nodales que se instituyen, puntos
nodales que como toda producción discursiva tienen un componente de contingencia y
precariedad, susceptibles siempre de ser desplazados por otros puntos nodales.
La relación producida por una articulación consta de dos lógicas que se autolimitan:
la lógica de la equivalencia y la lógica de la diferencia. La lógica de la equivalencia consiste
en la producción de una nueva identidad común que incluya a los elementos articulados,
proceso mediante el cual la identidad de esos elementos es modificada, es lo que Laclau y
Mouffe llaman sobredeterminación, noción que toman de Althusser, quién a su vez la toma
de Freud. La sobredeterminación en Laclau y Mouffe refiere a los múltiples efectos de
transformación de las identidades de los elementos articulados como consecuencia de esa
relación de equivalencia, las identidades de unos están determinadas por la relación con los
otros. Esta relación de equivalencia es posible de establecerse si existen puntos nodales,
puntos de fijación parciales que posibilitan la producción de sentido. La relación de
equivalencia la podemos pensar como una producción de un sentido, de hecho, eso es lo que
es una identidad, un sentido. Pero, como todo hecho del discurso, esa producción de sentido
nunca es plena, la equivalencia nunca es total, la identidad producida por el discurso
equivalente nunca puede abarcar la totalidad de lo social, puesto que en el fondo todo sentido

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es arbitrario, contingente, sin fundamento último. Esta imposibilidad de establecer una
identidad plena entre los elementos articulados, esta imposibilidad de pasar de una relación
de equivalencia a una relación de identidad corresponde a la otra lógica en la cual consiste
una articulación, la lógica de la diferencia. Siempre queda un resto no articulable, una
contradicción que no puede ser salvada, un grado mayor o menor de autonomía de los
elementos articulados, pero autonomía al fin, una parte que no participa de la identidad
producida por la relación de equivalencia, un desborde del discurso. Este resto no articulable,
el que se expresa como pura diferencia, es lo que posibilita la relación de equivalencia, y con
ella la práctica de la articulación. Es porque hay una diferencia insalvable que los elementos
pueden equivalerse, para que dos elementos sean equivalentes tienen que ser elementos
diferentes, sino no serían equivalentes, serían el mismo elemento, y si son el mismo elemento
estamos en un campo en donde ya no hay lugar para la articulación, donde el todo se rigidiza,
donde el todo se vuelve Uno, y donde cualquier atisbo de diferencia respecto ese Uno es visto
como una amenaza y reprimido brutalmente. La diferencia produce la equivalencia. Pero,
puesto que la diferencia es un resto, imposible de colmar, que se produce como consecuencia
de la cuenta en que consiste la operación de la equivalencia, también debemos decir que la
equivalencia produce la diferencia. En definitiva, no sólo diferencia y equivalencia se limitan
mutuamente, sino que, antes, se producen mutuamente.

Entonces, la hegemonía es una forma de hacer de lo social consistente en


articulaciones antagónicas y efectos de frontera. Ya vimos la noción de articulación. Sigamos
con la de antagonismo.
Cómo muchas de las nociones principales desarrolladas en Hegemonía y Estrategia
Socialista, el antagonismo es presentado, mostrado, por aquello que no es. Laclau y Mouffe
nos dicen que el antagonismo no es una oposición real entre dos fuerzas concretas de la
realidad, que el antagonismo no es una contradicción entre dos elementos concretos del
campo conceptual. Al igual que con otras nociones como la de posición de sujeto, la de
elemento, la de momento, la de punto nodal, se muestra a través de lo que no es -la posición
de sujeto no es un sujeto, un punto nodal no es un centro, un elemento no es un momento, un
momento no es un elemento-. ¿Dónde está el ser, la esencia, del antagonismo, de la política,
de la hegemonía? El ser está en donde no se es. Justamente, porque no hay ser, lo que hay
ahí donde “debería” estar el ser, la esencia, lo que hay es una falta, una falta en ser. La

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política, el antagonismo, la hegemonía, las posiciones de sujeto, los puntos nodales, son
donde no son. Aquello que son -la política, el antagonismo, la hegemonía- lo encontramos
en el límite de lo que se puede predicar sobre ellos, allí donde no se puede decir sobre ellos,
allí donde no se puede decir, pero sí se puede mostrar. ¿Y qué es lo que se muestra? La
ausencia de fundamento, la pura contingencia, la pura igualdad de cualquiera con cualquiera
diría Ranciêre.
¿Entonces, qué es un antagonismo para Laclau y Mouffe? Un antagonismo es la
división del espacio político en dos, un ellos y un nosotros, dónde los límites tanto del ellos
como del nosotros no pueden ser plenamente constituidos, dónde sus identidades están
sobredeterminadas cómo todo hecho de discurso. Un ellos y un nosotros, efectos de un
discurso que no logra colmar el campo de lo social. Un antagonismo es la apertura de un
campo de disputa en el espacio social, es la interrupción de una relación de subordinación
por la irrupción de una relación de opresión, es la interrupción de la lógica policial por la
lógica igualitaria diría Ranciêre.

Hegemonía, un hacer de lo social, práctica articulatoria en un campo surcado por


antagonismos y fenómenos de frontera. Ya hablamos sobre articulación y sobre antagonismo,
resta decir algo sobre la noción de frontera en Laclau y Mouffe. La noción de frontera es
consustancial con la de antagonismo. Si el antagonismo es el límite de lo social, el límite de
toda objetividad, el “testigo de la imposibilidad de una sutura última, […] la experiencia del
límite de lo social” (Laclau E., Mouffe C., 1987) la frontera es el fenómeno que produce la
división antagónica4. Pero, a la vez, el fenómeno de frontera posibilita la producción de los
antagonismos. Los fenómenos de frontera no son previos, ni posteriores, a los antagonismos.
Los fenómenos de frontera producen y son producidos por los antagonismos. La frontera se
muestra cuando se establece un exterior. Este exterior no es solamente el exterior que se
establece entre un ellos y un nosotros, en el sentido de que el exterior de un nosotros es el
ellos, y el exterior de un ellos es el nosotros. Sino que es un exterior que es exterior tanto al
ellos como al nosotros, es un exterior que impide la sutura plena del campo social en el
binario nosotros-ellos, que impide la constitución plena de esas identidades, exterior que

4
Nótese que al decirse “el fenómeno que produce la división” se incluyen las dos significaciones de esta
afirmación: el fenómeno es producido por la división, y el fenómeno es productor de la división.

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posibilita, justamente por limitar estas identidades, las practicas articulatorias, las
equivalencias, las diferencias, las identificaciones. Es porque no hay identidad que puede
haber identificaciones.

Digamos algo sobre las nociones que vamos a tomar de El Desacuerdo de Ranciêre:
policía, política, subjetivación, posdemocracia. Ranciêre propone llamar policía “al conjunto
de los procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el consentimiento de las
colectividades, la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y
los sistemas de legitimación de esta distribución” (Ranciêre J., 1996). Una policía “es
primeramente un orden de los cuerpos que define las divisiones entre los modos del hacer,
los modos del ser y los modos del decir, que hace que tales cuerpos sean asignados por su
nombre a tal lugar y a tal tarea; es un orden de lo visible y lo decible que hace que tal actividad
sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea entendida como perteneciente al
discurso y tal otra al ruido” (Ranciêre J., 1996). Una policía es una partición sensible de lo
social, partición en el sentido del establecimiento de cuáles son las partes en las que lo social
se puede descomponer, y en el sentido de quiénes son los que forman parte de lo social,
quiénes participan de lo social. Con Laclau y Mouffe podríamos decir que una policía es un
discurso sobre lo social, discurso que es una determinada práctica articulatoria, práctica
articulatoria que consta de diferencias -las partes diferentes que constituyen lo social a partir
del discurso policial- y de equivalencias -los puntos de contacto entre las partes que hacen
que todas formen parte de un mismo todo social, discursivo-. Pero como todo discurso, la
policía, no logra colmar la totalidad de lo social, no logra una consistencia plena, como todo
discurso es, tarde o temprano, desbordado por el campo del discurso, tarde o temprano el
discurso policial se encuentra con su límite, con aquello acerca de lo cual no se puede decir,
pero sí se puede mostrar. Aquello es la política, la interrupción del discurso policial por un
más allá del discurso, un más allá que es un puro vacío, el vacío de la libertad e igualdad
vacías, la pura contingencia de la lógica igualitaria que muestra la condición de igualdad de
cualquiera con cualquiera, mostración que no es otra cosa que la mostración de la pura
contingencia de todo orden social, mostración que es la presencia de la ausencia de un

8
fundamento último de lo social. En el borde de la policía está la política, y, como un borde,
una frontera, pertenece a ambos campos a los que separa, podemos decir que en los bordes
de la política está la policía. Para Ranciêre, la política no es sin la policía, puesto que la
política no opera en el vacío discursivo, la política es la subversión de un discurso, la torsión
de una superficie discursiva, la transformación de una superficie bilátera en una cinta de
moebius. Pero para que haya subversión, torsión, transformación, debe haber discurso al cuál
subvertir, una superficie a la cuál torcer, transformar. Para que haya política debe haber
policía, y más aún, “para que haya política, es preciso que la lógica policial y la lógica
igualitaria tengan un punto de coincidencia” (Ranciêre J., 1996). Estos puntos de contacto
podemos pensarlos, con Laclau y Mouffe, como puntos nodales, como esos puntos de fijación
que permiten la producción de sentidos parciales, tanto los sentidos pertenecientes al “sentido
común” policial, como los nuevos sentidos que irrumpen metafóricamente, como ese plus de
sentido que produce la irrupción del vacío de la igualdad de cualquiera con cualquiera, plus
de sentido que, después de un tiempo de irrupción, inevitablemente se estabilizará como
“nuevo sentido común” policial. La política es la interrupción de la policía, pero esa
interrupción luego se estabiliza como -otra- policía, “esperando” a ser interrumpida por otra
política en cualquier momento por obra de cualquiera.
La política es el encuentro entre la lógica policial y la lógica igualitaria, es la
actualización del significante vacío -flotante- igualdad y su inscripción como litigio, como
antagonismo, podemos decir con Laclau y Mouffe. Esta inscripción de la igualdad vacía en
el discurso policial produce un campo antagónico en el espacio de lo social, antagonismo que
consiste en un litigio sobre quiénes pueden litigar. Es la enunciación de una parte de los que
no tienen parte en el reparto sensible de lo social que establece el discurso policial,
enunciación que es un acto performativo puesto que produce nuevas existencias. Las partes
no son previas al litigio, es más, el litigio, el desacuerdo, el nudo de la política, es la disputa
por cuáles son esas partes, quiénes cuentan y pueden contar, y quiénes no. En ese sentido,
tomar la voz para contar algo es hacerse contar en el mismo acto de la enunciación, de ahí la
performatividad de la política. Aún más, si las partes no son previas al conflicto, las partes
del litigio tampoco son idénticas a sí mismas, en términos de Laclau y Mouffe, no son sujetos
sino posiciones de sujeto sobredeterminadas por otras posiciones de sujeto.

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Policía, política, litigio, partes que no son idénticas a sí mismas. Digamos algo sobre
aquello que Ranciêre llama posdemocracia.

“La posdemocracia es la práctica gubernamental y la legitimación conceptual de una


democracia posterior al demos, de democracia que liquidó la apariencia, la cuenta errónea y
el litigio del pueblo, reductible por lo tanto al mero juego de los dispositivos estatales y las
armonizaciones de energías e intereses sociales. […] Es un modo de identificación entre los
dispositivos institucionales y la disposición de las partes de la sociedad y sus partes, idóneo
para hacer desaparecer al sujeto y el obrar propio de la democracia. […] Pero para que las
partes discutan en vez de combatirse, hace falta en primer lugar que existan como partes, con
la posibilidad de elegir entre dos maneras de elegir su parte. Antes de ser la preferencia dada
a la paz obre la guerra, el consenso es un régimen determinado de lo sensible. Es el régimen
en que se presupone que las partes ya están dadas, su comunidad constituida y la cuenta de
su palabra es idéntica a su ejecución lingüística. […] Es, en suma, la desaparición de la
política” (Ranciêre J., pp 129,130, 1996).

La posdemocracia es una hacer de lo social que, en contraposición al hacer político,


postula la inexistencia de todo litigio, de todo desacuerdo, mediante la reformulación de todo
conflicto en un problema comunicacional pasible de resolverse a partir del intercambio
razonal y voluntarioso entre sujetos comunicacionales. La posdemocracia es, con Laclau y
Mouffe, un discurso que se propone como sutura total de lo social. Es un discurso dónde no
hay lugar formal para el desborde, para lo que no se puede decir, es un discurso que todo lo
abarca, que enuncia un campo de lo social en dónde todo tiene un lugar, una parte, dónde
cada uno tiene su lugar, su parte, la que le corresponde a cada uno según el mérito
(significante vacío si lo hay), un discurso donde todo tiene o puede tener respuesta, donde no
hay nada sobre lo que no pueda predicarse, y por ende, no hay lugar para ninguna irrupción
metafórica, lo que hay, al contrario, es el puro juego metonímico del desplazamiento de los
sentidos que son todo un mismo y único sentido. Un discurso que no habilita la apertura de
lo social, la producción de sujetos políticos, un discurso que al postularse como lo Uno
cualquier otra enunciación que se proponga como Otro discurso es violentamente forcluida,
brutalmente borrada antes de que pueda inscribirse en el campo discursivo, no hay lugar para
otro discurso, no hay lugar para el Otro, no hay otro camino, es por acá.

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Hegemonía (de la) política

¿Qué relación podemos establecer entre el modo en que Ranciêre entiende la política
en El Desacuerdo y el modo en que Laclau y Mouffe entienden la hegemonía en Hegemonía
y Estrategia Socialista? La política para Ranciêre sucede cuando se interrumpe el orden
prestablecido, el statu quo, cuando se interrumpe el fluir cotidiano de los modos de repartir
los lugares, los títulos, los beneficios, las obligaciones, los derechos, los deseos, los cuerpos,
cuando se interrumpe lo que él llama policía, una determinada partición de lo sensible, una
determinación sobre quienes son tenidos en cuenta para poder contar sus problemas, sus
reclamos, sus deseos, sus fantasías, sus opiniones, sus odios, sus amores, y quienes no pueden
contar nada de eso porque directamente no cuentan, no son tenidos en cuenta. Toda policía
establece una determinada configuración de lo social que indefectiblemente establece una
cuenta, una cuenta que opera sobre lo social determinando quienes están dentro de las partes
en que se divide la partición de lo sensible, y quienes no tienen ninguna parte en ella. La
política es la irrupción de los (las, les) que no tienen parte, es la aparición de la desaparición
de cualquier fundamento de cualquier orden, de cualquier policía, la presencia de la pura
contingencia de la igualdad de cualquiera con cualquiera. En términos laclaudianos y
mouffedianos la policía sería un discurso, un discurso que se sostiene en la suposición de que
es posible -y deseable- una sutura total de lo social, que es posible que un discurso logre
abarcar la totalidad de lo social, que logre establecer su centro, encontrar su fundamento
último. Eso es la policía, una articulación donde los objetos y los sujetos articulados son
transparentes a sí mismos, donde todos aquellos que participan del espacio policial entienden
plenamente la identidad de esos objetos y de esos sujetos articulados, todos entienden cual
es la identidad del objeto, por ejemplo, libertad, justicia, mérito, solidaridad, y todos
entienden las identidad de los sujetos, tales como, el ciudadano, el campo, los medios de
comunicación, el político, el hombre, la mujer, el trabajador, el emprendedor. En tanto las
identidades de los elementos articulados están sólidamente definidas, en tanto la cuenta
siempre puede realizarse en una operatoria de suma cero, en tanto no hay espacio para el
desacuerdo, para la parte de los sin parte, no podemos hablar de articulación hegemónica, ya
que está se sostiene sobre la base de la presencia de significantes flotantes, que no son otra

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cosa que los significantes que intervienen en una situación de desacuerdo.
Pero, como por más que el discurso policial se proponga como verdad sobre lo social,
como portador del significante fundamental que posibilitaría la sutura total de lo social, no
deja de ser un discurso y como tal no deja de estar limitado. Tarde o temprano todo discurso
se encuentra con su límite, tarde o temprano es desbordado por lo social, en un mundo de
capitalistas irrumpen los trabajadores, en un mundo de capitalistas y trabajadores irrumpen
los trabajadores desocupados/piqueteros, en un mundo de hombres irrumpen las mujeres, en
un mundo de hombres y mujeres irrumpen las disidencias, y en un mundo de hombres,
mujeres y disidencias … Este encuentro con el limite del discurso es lo que Laclau y Mouffe
llaman antagonismo, el fin de toda objetividad, y es lo que Ranciêre llama política, el
encuentro entre la lógica policial y la lógica igualitaria. Claro que en Laclau y Mouffe hablar
de antagonismo implica hablar de hegemonía5, de posiciones de sujeto, de fenómenos de
frontera, de puntos nodales. Todas estas nociones forman una red significante que articula el
discurso desarrollado en Hegemonía y Estrategia Socialista.

Ranciêre además de las nociones de política y de policía, desarrolla la noción de lo


político. Lo político es un modo de interacción, de interrelación entre la política y la policía.
La política no actúa en el vacío, lo hace sobre una policía. Lo político es un modo de estar en
la policía que consiste en contar con la presencia de la ausencia de fundamento del orden
policial en el que se está. Pero no por tener presente la contingencia de toda policía eso
implica la interrupción de esa policía, es imposible estar en un estado indefinido de
interrupción, en un estado instituyente perpetuo. Como dice Ranciêre “Hay política cuando
la lógica supuestamente natural de la dominación es atravesada por el efecto de esta igualdad.
Eso quiere decir que no siempre hay política. Incluso la hay pocas y raras veces. 6” (Ranciêre
J., p. 31, 1996). Como no siempre hay política, el resto del tiempo, la mayor parte de éste,
lo que hay es policía. Pero se puede estar en una policía de un modo que tenga en cuenta la

5
Es verdad que en Hegemonía y Estrategia Socialista Laclau y Mouffe ponen al milenarismo como ejemplo
de antagonismo sin hegemonía, no obstante, siguiendo a la letra la definición que ellos mismos dan de
antagonismo, como algo que no es ni una oposición real ni una contradicción conceptual, sino que es el
encuentro con el Otro que me descompleta, el milenarismo no sería un ejemplo de antagonismo, en todo caso
sería un caso de oposición real en donde las identidades opuestas están plenamente definidas.
6
Las cursivas son mías.

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presencia, siempre, de la ausencia de todo fundamento de todo orden, la pura contingencia
de la igualdad de cualquiera con cualquiera, y, por ende, la pura arbitrariedad de cualquier
diferencia, diferencias que son inevitables en cualquier orden, en cualquier policía. ¿La
policía es un orden arbitrario? Sí. ¿Hay distintas policías, unas hacen la vida mas amena,
otras la hacen más sufriente? Sí. Todas ellas, las policías, llevan un malestar insalvable, el
malestar de la cultura del cual nos hablaba Freud, y, al mismo tiempo, es la policía la que
permite vivir con otros, compartir un espacio social con otros, y también, es la policía la que
posibilita que haya política, porque la política utiliza los mismos elementos, significantes,
discursivos de lo que está hecha la policía. La policía es un orden de lo social determinado,
la política es la interrupción de ese orden, el desborde el discurso policial, lo político es un
modo de estar en la policía que hace presente la posibilidad de que, en cualquier momento,
por obra de cualquiera, acontezca la política.

La propuesta que estoy intentando desarrollar es que podemos pensar una relación de
equivalencia entre las nociones de lo político rancieriano y la hegemonía laclaudiena y
mouffediana. Tanto lo político, como la hegemonía, son modos de estar, de hacer en lo social.
Son modos de estar en la articulación policial que traen a cuenta la posibilidad de que irrumpa
la imposibilidad de la cuenta. Son modos de apertura, de hospitalidad7, a la inminencia del
acontecimiento de la política. Esta inminencia puede no materializarse en un tiempo cercano
necesariamente, no obstante, al tener en cuenta la presencia de la ausencia de todo
fundamento, es ineludible la posibilidad de que, en cualquier momento, inminentemente,
surja un litigio, un desacuerdo, un antagonismo, la política.

7
Entiendo la hospitalidad como la plantea Derrida, esto es, como apertura a, y alojamiento de, lo Otro radical,
aquello que me descompleta y me hace encontrar con lo Otro de mí Mismo.

13
¿La polarización es una práctica hegemónica? ¿Es política?

¿Qué entenderemos por polarización? Por polarización entenderemos un modo de


hacer (de) lo social, una forma de construcción de poder basada en la producción de dos
campos opuestos, antagónicos, en el espacio social -unitarios y federales, obreros y
capitalistas, peronistas y antiperonistas, kirchneristas y antikirchenistas-, dos campos que
tendencialmente van ocupando la totalidad de ese espacio. La polarización es un discurso
que tendencialmente va reduciendo los espacios de inteligibilidad a dos posiciones, a dos
partes, no habiendo lugar para nada en medio ni por fuera de esas dos posiciones/partes, no
habiendo parte para los que no forman parte de algunas de esas dos partes, de esos campos
opuestos del espacio social. El caso extremo de esta reducción de la inteligibilidad lo vemos
cuando el discurso polarizante tiene que tratar con alguna posición de sujeto que no logra
ubicar en alguno de los dos campos: rápidamente se lo hace inteligible a través de la categoría
de la indiferencia, pero en el mismo acto de denominar como indiferente a esa posición de
sujeto, en realidad, lo que se está haciendo es ubicarla del otro lado de la grieta, en el campo
opuesto, -el indiferente no es en verdad indiferente, sino que la verdad está en que él
pertenece al campo opuesto, y por eso mismo, al indiferente se lo odia- y esto suele funcionar
se esté leyendo a esa posición “indiferente” desde un polo o del otro. Para el discurso
polarizador toda posición de sujeto tiene que ser, tiene que ser unitario o federal, obrero o
capitalista, peronista o antiperonista, kirchnerista o antikirchnerista. Si a una determinada
posición de sujeto no se le puede atribuir el ser, por ejemplo, kirchnerista, automáticamente
se le atribuye el ser antikirchnerista. Lo que el discurso polarizante no logra volver inteligible
es la posibilidad de que una posición de sujeto no sea, que no sea ni una cosa ni la otra, ni la
cosa ni la anticosa. Y aquí tenemos un primer problema respecto a la relación entre
polarización y prácticas hegemónicas. La hegemonía, según la plantean Laclau y Mouffe,
consiste en la articulación antagónica entre posiciones de sujeto y, a su vez, las posiciones de
sujeto no son, no son los sujetos que pueden encarnarlas, no son un sujeto privilegiado de la
historia o de la coyuntura, no son plenamente identificables. En el discurso polarizador las
articulaciones entre las posiciones de sujeto se basan en lo que ellas son, las que son K se
articulan con otras que son K y si una posición se articula con una posición K esto la convierte

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automáticamente en una posición K, del mismo modo, las que son antiK se articulan con
otras que son antiK y si una posición se articula con una posición antiK automáticamente
pasa a ser una posición antiK, pero siempre a partir de lo que ellas son. Es pertinente
preguntarnos si podemos seguir llamando posiciones de sujeto a construcciones discursivas
que están basadas en la transparencia del ser, del ser de este lado o de ser del otro, pero ser
al fin, y no en la opacidad de la falta en ser, en la opacidad de la ausencia de todo fundamento
de todo ser, en la opacidad de la pura contingencia.

El discurso de la polarización es un discurso que se propone como sutura total de lo


social, como un discurso que no puede ser desbordado, y, por ende, como un discurso que no
tiene bordes, que no tiene límites, que todo lo abarca, todo lo explica -o sos K, o sos antiK,
punto, corta la bocha-, un discurso, una policía, que no reconoce la posibilidad de fracasar.
La polarización es una policía, y como tal es un discurso. El fracaso de ese discurso es la
política, y es esta posibilidad de fracaso, de limitación de lo discursivo la que aparece
forcluida, renegada o reprimida en el discurso policial de la polarización.

Por tanto, en una policía de polarización, en tanto no puede hablarse de la presencia


de la posibilidad de irrupción de la ausencia de fundamento, no puede hablarse de la presencia
de la inminencia de la política, por ende no puede hablare de un estar de lo político, por ende
no puede hablarse de hegemonía, esto es, de articulaciones antagónicas entre posiciones de
sujeto, donde el antagonismo es el límite de toda objetividad, dónde ese límite es un
fenómeno de frontera que produce una división en lo social, división que no es la división de
la polarización -un ellos y un nosotros- sino que es la división al interior del discurso, división
que impide que las posiciones de sujeto articuladas coagulen como los sujetos que las
encarnan, la división propia de cada sujeto producida por el encuentro con el Otro que me
descompleta. En la polarización no hay división, en la polarización el discurso policial
polarizante es Uno solo y es completo, total, es un discurso que no es divisible.

Otro discurso que, al igual que la policía polarizadora, se enuncia como no divisible,
que se presenta como él único camino, es el discurso emprendedurista.

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… más emprendedores, menos cartoneros.

“La Argentina necesita más emprendedores […] y menos cartoneros”. Estas fueron
de las primeras definiciones del, entonces, flamante precandidato a la vicepresidencia M.
Pichetto -hoy menos flamante-, hace no más de un mes. Podemos tomar esta frase como
representante del discurso emprendedurista. La propuesta del discurso sobre el
emprendedurismo es la unidad de todos los argentinos bajo un mismo significante:
emprendedor. Todos somos emprendedores, ya no hay empleados y empleadores,
trabajadores y capitalistas, empresarios pymes, trabajadores de la economía popular, etc. Es
tan emprendedora la persona que se pone una cervecería artesanal, la que “emprende” la tarea
de limpiar casas ajenas, el monotributista que se encuentra sin trabajo, como el dueño de una
cadena de supermercados, o el CEO de una multinacional. Hasta San Martín, nos explican
ahora, fue un emprendedor. Somos todos emprendedores, y bajo ese significante vacío somos
todos iguales, todos participamos de un mismo universo de discurso, un discurso que
tendencialmente va haciendo cada vez menos inteligible toda diferencia -cultural, política,
ideológica, y sobre todo económica-. Lo que importa no es que el coeficiente de Gini haya
aumentado, esa desigualdad cada vez se vuelve menos inteligible, lo fundamental es que
todos participamos, todos somo parte, de los valores del emprendedurirmo, y en ese punto,
uno puede, nos explican, aprender a ser feliz en la incertidumbre, incertidumbre de la que
participamos todos por igual, nos siguen explicando. Claro que hay incertidumbres respecto
a en qué país de Europa tendrán lugar las próximas vacaciones, y otras incertidumbres, por
ejemplo, la incertidumbre de no saber cuánto va a costar el pan, la leche, la luz, o no saber si
el salario -en el caso de tener uno- será suficiente para vivir el mes completo. Pero ambas son
incertidumbres, y en ese sentido, todos participamos del mandato de aprender a ser felices en
la incertidumbre, a eso le llaman inteligencia emocional, nos explican.

Todos somos emprendedores, y si fuera el caso de que nos encontráramos con alguien
que a primera vista no fuera un emprendedor, esto no es problema para el discurso
emprendedurista. Si este fuera el caso, el resultado de la cuenta es sencillo: si alguien no es
emprendedor, no es, no existe, no forma parte, no participa de la partición de lo sensible
propuesta por la policía posdemocrática del emprendedurismo. Es un cálculo simple cuyo

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resultado ya está establecido de ante mano, todos somos uno, todos estamos unidos, con la
salvedad de que para participar de esa unidad primero hay que ser, y para ser hay que ser
emprendedor. A través de este calculo lo que se asegura el emprendedurismo es la
indivisibilidad de la unidad de los argentinos: alguien que no es un emprendedor no es la
mostración de que esa unidad no es tal, ya que alguien que no es emprendedor no es
inteligible, y, por ende, no tiene chances de hacer fracasar el discurso policial, no hay parte
para los sin parte. En todo caso, alguien que no es emprendedor es un resto que es expulsado
de la unidad, resto que es barrido como se barre el polvo, la basura. Dentro de ese resto
expulsado, excluido, están, nos explican, los fanáticos, los corruptos, los mafiosos, los
terroristas, los cartoneros. Con esta expulsión lo que se pretende lograr es mantener a salvo
la sagrada unidad de los argentinos, preservarla de aquellos que lo único que quieren es
corrompen, dividir, delinquir.

Si todos somos emprendedores, entonces ya no es inteligible la división trabajadores-


empresarios, somos todos empresarios, quien saca un monotributo lo que está haciendo es
fundar su propia empresa. Al no ser inteligible esa división, esa diferencia, no es inteligible
el conflicto, el reclamo por mejoras salariales, por mejores condiciones de trabajo, por
mayores puestos de trabajo. Todos esos reclamos atentan contra la unida de los argentinos, y
por eso mismo quienes los llevan adelante son siempre sospechosos, sospechosos de tener
segundas intenciones, de ser fanáticos, de ser mafiosos. Sospecha que es un paso previo a su
confirmación, confirmación de la sospecha que es el acto mismo de expulsión de la unidad,
de la anulación de la participación en lo social, anulación de participación que se efectiviza
a través del escrache mediático, seguido de procesos judiciales, culminando, incluso a veces,
con el encierro en el sistema penitenciario8.
Al no ser inteligible la división, no hay lugar para el litigio, para el descuerdo, para la
política. El discurso emprendedor es una forma de lo que Ranciêre llama posdemocracia,
entendida esta como se la desarrolló más arriba, esto es, como la ausencia de una parte para
los que no tienen parte. Si la política es la presencia de la ausencia de fundamento, el
emprendedurismo, una forma de posdemocracia, es la ausencia de esa ausencia.
Y ya lo explicó Ranciêre, la contraparte del consenso posdemocrático es la violencia

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Milagros Sala es un ejemplo de todo ese recorrido, completo.

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brutal que se descarga contra cualquier mínimo intento de conmover el discurso de lo Uno,
es esa violencia brutal la que se enuncia en ese “menos cartoneros”. En un mismo paso
discursivo un cartonero es igualado, a través de una cadena de equivalencias, con un
delincuente -ya lo decía nuestro presidente, el cartonero es alguien se roba nuestra basura-,
equivalencia que lo convierte en objeto -porque de eso se trata, en dejar de ser sujeto para ser
un objeto, una cosa, de lo que se trata es de una desubjetivación, de múltiples
desubjetivaciones- en un objeto pasible, no ya de ser sancionado, castigado, reeducado, sino
de ser borrado, eliminado, e incluso, muerto a manos de las fuerzas protectoras de la sagrada
unidad de los argentinos.

Por todo esto, pienso que es bastante claro a esta altura, el emprendedurismo es un
discurso de la no política, y, por ende, del no litigio, y, por ende, del no antagonismo, y, por
ende, de la no hegemonía.

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Bibliografía

Ranciêre, J. (1996) El desacuerdo. Política y filosofía. Buenos Aires. Ed. Nueva Visión.

Laclau, E. y Mouffe, C. (1987) Hegemonía y Estrategia Socialista. Hacia una radicalización


de la democracia. Madrid. Siglo XXI.

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