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Ante todo quiero otorgar mi más sincero saludo a las personas que se encuentran
presentes en esta actividad. Primero que todo agradecer a Vince De Benedittis y Claudia
Delgado, colegas del Centro de Documentación e Investigaciones Acústico – Musical
(CEDIAM) por todo su apoyo y diligencia; a la coral de la Biblioteca Central de la UCV y
su director Hilarión Correa; a todo el personal de la Biblioteca Central por su gentileza y
colaboración y a toda la Comunidad Universitaria presente en este momento. Mi nombre es
Ricardo Escorcio. Soy venezolano, oriundo de Puerto La Cruz, Edo. Anzoátegui, territorio
perteneciente a la Región Oriental de este país. Me vine hace siete años desde allá con una
decisión tomada: seguir a mi intuición y dedicarme enteramente al arte. Desde ese entonces
he tenido una actividad constante de tropiezos, triunfos y, sobretodo, aprendizajes. Pero
quiero específicamente fijarme en mi actividad como investigador en el CEDIAM, y en dos
triunfos muy importantes como compositor que poseen una gran relación con dos de los
personajes que están presentes en esta exposición. Aunado a ello, las dos obras premiadas
presentan un factor en común que define mi postura estética y una búsqueda que se mantiene
en desarrollo, sin saber a dónde va a parar. Una relación constante con lo que llaman muchos
teóricos: “El Saber del Pueblo”.
Ahora bien, la principal razón por la que estoy presente en este momento es por el
motivo de la exposición. En el año 2013 recibí mi primer galardón con el premio a la obra
para cuatro y orquesta típica del I Concurso de Composición para Cuatro “Freddy Reyna”
con la obra Concierto Típico Nº2. En ella me dediqué a estudiar, previo a la realización de la
obra, un método de escalas, en casi todas sus disposiciones, que dejó Freddy Reyna para su
aplicación a la enseñanza del cuatro como un instrumento no solo concebido para la música
típica venezolana, sino para su concepción como instrumento de salas de concierto. Este
acercamiento me influenció enormemente en mi actividad creadora; pero además, me ayudó
a entender que desde la simpleza que presenta el cuatro en su conformación organológica, su
gama de posibilidades técnicas y musicales es amplia. Entendí que con el paso que el maestro
Reyna dio, el cuatro puede incluirse en cualquier plantilla musical; destacándose por sus
ilimitados recursos que pueden exponerse y, de esa forma, crear una relación de carácter
empático con instrumentos convencionales de cualquier agrupación como la orquesta
sinfónica, orquesta típica, banda sinfónica y agrupaciones de cámara en cualquier disposición
instrumental.
Mi otra relación se da con Antonio Lauro. Compositor que admiro y respeto desde
hace tiempo por mis estudios guitarrísticos; los cuales se dedicaron a una parte considerable
de su catálogo de obras para la guitarra. Pero, no solo existe una influencia con dicho
instrumento; también la hay como creador. El manejo que a nivel motívico realiza el
compositor con cualquier tema me sirvió de ejemplo para plasmarlo en mis obras. Esa
influencia está marcada en la obra para cuatro y orquesta típica: el manejo dialéctico del
instrumento principal con la gama de timbres que ofrecen los instrumentos, tanto de cuerdas
frotadas y pulsadas como los de viento – madera. Con el pasar del tiempo pude seguir ese
acercamiento a esa técnica del compositor, y el resultado que me generó fue la realización de
una obra para guitarra sola titulada Fantasía y Joropo Trivial. Obra premiada en este año
(2017) con el premio único, por decisión unánime del jurado, del VIII Concurso de
Composición para Guitarra “Antonio Lauro”. Considero que esta obra pudiese generar un
aporte al catálogo de obras para guitarra en Venezuela, no solo por haber sido premiada; sino,
por continuar el legado de plasmar un acercamiento hacia la música folklórica venezolana
que representó en su momento la figura de Antonio Lauro a través de la guitarra y otros
formatos como el coro y la orquesta sinfónica. La obra galardonada está compuesta en dos
partes desarrolladas por dos temas provenientes del folklore del Edo. Sucre. El primero es la
Jota Llorona de la folklorista Rosa María Hernández “La Paraulata” y el segundo El Joropo
del Bandolín Morocho del cultor sucrense Cruz Quinal. A partir de allí, mi propuesta fue la
de mostrar la relación de estos temas con las posibilidades técnicas de la guitarra; con el fin
de demostrar lo factible que puede ser unir estas cualidades y, de esa forma, generar una
alianza que no persigue otro objetivo que el de representar un acercamiento a la esencia del
folklore venezolano y una identidad que resalte la obra como característica del gentilicio del
país.