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CREER O NO CREER EN DIOS
Máximo Álvarez Rodríguez
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Pero tampoco puedo pretender ser más que Él, ni pedirle
cuentas, ni querer abarcar sus planes. Hay quien deja de
creer porque las cosas no le salen como él quisiera, porque no
nos concede todo lo que le pedimos o porque se hace
presente el sufrimiento. Si Dios atendiera todos nuestros
caprichos o deseos, si nada en la vida nos hiciera sufrir, poco
mérito tendría creer en Él; nos quitaría la oportunidad de
demostrarle que lo queremos de verdad. Supongamos que
alguien nos da un millón de pesetas y nosotros en
consecuencia le manifestamos nuestro agradecimiento. Eso
no tendría ningún mérito. Pero si nosotros entregáramos
parte de nuestros bienes a alguien que no nos va a dar nada
a cambio, eso sí sería meritorio.
CONFESIONES
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Una de las razones que más se suelen aducir para no ir a
confesarse es el "tener que contarle al cura la vida". Pero
tampoco se trata de contar la vida a nadie. No obstante
puede ser que haya quien sienta reparo o vergüenza en
manifestar sus pecados. Pero esto no es más que una
disculpa. Porque fuera de la confesión a la gente no le da
vergüenza pecar ni siquiera manifestarse como pecadores.
Por ejemplo:
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acostumbrado a conocer las debilidades humanas y a oír y
guardar secretos mejor que nadie.
VALLE DE LÁGRIMAS
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Si confiamos en Dios, nuestro Padre bueno, nuestro
sufrimiento es más ligero, Dios nos ama, nos abraza, nos
acompaña en el camino.
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personas que viven su fe y su compromiso cristiano de
manera auténtica.
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Rezar es hablar con Dios y a veces la gente sólo piensa
en la repetición de unas fórmulas aprendidas de memoria o
acaso en la oración -muy importante también- hecha en
comunidad, junto con otras personas. Pero Jesucristo cuando
nos invita a hacer oración dice que entremos en nuestra
habitación y que allí, en secreto, podemos hablar con Dios y
que Dios nos escucha. Es como una invitación a la intimidad,
a hablar a solas con Él. Por eso aquellas personas que no se
atreven a rezar, ni siquiera a asistir, en lugares públicos no
deberían echar en saco roto esta posibilidad de hablar a solas
con Dios, con sus propias palabras, en el lugar más recóndito.
Por ahí se empieza y por ahí debería terminar la oración de
quienes también rezamos en público.
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Hace un tiempo unos supuestos científicos se atrevieron
a presentar un retrato de Cristo. Decían basarse en el
hallazgo de un cráneo de una persona judía contemporánea
de Jesús. La conclusión parece un poco atrevida, puesto que
es como si después de veinte siglos intentaran descubrir cómo
era Miss España 2000 por la cabeza de una persona poco
agraciada de la misma época. En aquel tiempo habría, como
ahora, altos y bajos, guapos y feos, de todo...
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En la mayoría de estos casos si uno se deja llevar de la
primera impresión, de los titulares y aún de los primeros
comentarios, se comprende que puedan suscitar un
sentimiento de indignación.
EL CRISTO DE LA TOLERANCIA
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Probablemente no hay ningún Cristo que lleve este
nombre, pero si hay un “Cristo de los faroles” o “de los
gitanos”... con mayor razón se puede hablar del “Cristo de la
tolerancia”.
Por eso nos viene muy bien el mirar a Jesús, que nunca
trataba de imponer sus ideas. Invitaba a que le siguieran,
pero nunca coaccionaba a nadie. Cuando terminaba de hablar
solía decir: “el que tenga oídos para oír, que oiga”. Más bien
Él fue víctima de la intolerancia de los sacerdotes, escribas y
fariseos, a quienes criticaba por estar demasiado aferrados a
la letra de la ley. Mientras éstos todo lo arreglaban con el
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cumplimiento estricto de las normas, Jesús dice que no ha
sido creado el hombre para la ley, sino la ley para el hombre.
Y así Jesús “violaba el sábado”, curando enfermos en días en
que la ley lo prohibía; era criticado porque a veces no
cumplían ni él ni sus discípulos las normas del ayuno; aunque
respetaba el templo, lo relativizó (Para orar enciérrate en tu
cuarto, adora a Dios en espíritu y en verdad); consideró
injusta la ley que castigaba a la adúltera, daba más
importancia al amor al prójimo que a ciertas leyes rituales (
Véase la parábola del Buen Samaritano). Cuando algunos de
sus discípulos se celaban de que otros expulsaran demonios
en su nombre, Él les reprendió. Otro tanto ocurrió cuando le
pidieron que mandase fuego del cielo y consumiera a aquellos
que no les quisieron recibir en una aldea de Samaría.
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