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Trata de un caudillo riojano Facundo Quiroga y las diferencias entre los federales y
los unitarios. Es una descripción de la vida social y política del país que tiene
alcances sociológicos e históricos, ya que ofrece una explicación sociológica del
país fundada en el conflicto entre la civilización y la barbarie, personificadas en los
medios urbano y rural.
Además del par de opuestos tan difundido a partir del Facundo (civilización –
barbarie), el escritor utiliza la estrategia de las antítesis o duplas de palabras
complementarias para fundamentar sus dichos, varias veces alimentados de irónicas
expresiones: “Sitiados y sitiadores, orientales y argentinos, amigos y enemigos,
nacionales y extranjeros, todos han puesto la mano en la ruina del Estado uruguayo”.
Domingo Faustino Sarmiento fue un gran escritor y se lo considera como uno de los
grandes prosistas argentinos. Ezequiel Martínez Estrada tuvo en Sarmiento una de
sus fuentes de inspiración más definidas, y lo elogió al llamarlo: el más grande
prosista del habla.
Ana María Barrenechea: Sarmiento fue formado con las ideas del Iluminismo
europeo del siglo XVIII; sin embargo, adhiere al mismo tiempo, a la estética
romántica y evoluciona “por su interés en el bien público” hacia un tipo de socialismo.
Miguel de Unamuno lo consideró, en referencia al siglo XIX, como el escritor en
lengua castellana más hondamente castizo que hemos tenido en el siglo pasado.
Mónica Bueno: el autor se convierte en un sujeto ideológico que intenta llamar la
atención y convencer a sus lectores (sobre Argiropolis).
Pedro Henríquez Ureña describió los dotes de Sarmiento como escritor:
[...] tenía el ímpetu romántico pleno, la energía de la imaginación y el apasionado
torrente de palabras, junto con viva percepción de los hechos y rápido fluir de
pensamiento. Pero con todos esos dones no se resignaba a quedarse en mero
escritor; sólo pensaba en servir a su patria argentina, a Chile, a toda la América
española.
Jorge Luis Borges, aun señalando la existencia de incorrecciones en la prosa
sarmientina, reconoció el carácter «eficacísimo» de su escritura:
No hay una de sus frases, examinada, que no sea corregible; cualquier hombre de
letras puede señalar sus errores; las observaciones son lógicas, el texto original
acaso no lo es; sin embargo ese incriminado texto es eficacísimo, aunque no
sepamos por qué. [….] La virtud de la literatura de Sarmiento queda demostrada por
su eficacia.
María Emma Carsuzán describió como «prejuiciosa suposición» las incorrecciones
en la prosa de Sarmiento que algunos críticos suelen invocar, con énfasis en la
abundancia de los galicismos y la ignorancia sobre los usos castizos:
Ahora bien, si los errores invocados atentan contra el casticismo, para disipar esta
prejuiciosa suposición, son valiosísimas las opiniones del hablista habanero Mantilla,
que casi no hizo correcciones gramaticales en la edición de Facundo sometida a su
revisión, y se sorprendió al encontrar locuciones anticuadas y bien castizas;
de Rojas, que atribuye algunos descuidos gramaticales al azar de la improvisación,
no a la ignorancia, pues en otras partes son evitados, y que lo compara con los
grandes prosistas españoles: «Venial es el galicismo en Sarmiento [...]»
En el decir de Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo:
Hay una teoría romántica del impromptu a la cual los métodos de la escritura de
Sarmiento no son ajenos: el movimiento, aun desordenado, de la escritura reproduce
en la superficie del texto el oleaje de la inspiración, la percepción violenta e
instantánea de la verdad literaria que es, a la vez, verdad histórica.
Ana María Barrenechea en “Función estética y significación histórica de las
campañas pastoras en El Facundo” (1963), no cabe duda que Sarmiento fue formado
con las ideas del Iluminismo europeo del siglo XVIII; sin embargo, adhiere al mismo
tiempo, a la estética romántica y evoluciona “por su interés en el bien público” hacia
un tipo de socialismo.
Mariano Nagy preciso que Sarmiento, junto a otros, han sido elevados a la categoría
de héroes inmaculados, de vidas cargadas de sacrificios y abnegaciones, a tal punto
que ningún mortal pueda siquiera soñar con alcanzar.
Adriana Puiggrós propuso que “Sarmiento debe ser recordado en las aulas contando
la historia de su integridad, es decir, humanizándolo.
Osvaldo Bayer manifestó “su admiración por Estados Unidos llevo a Sarmiento a
contratar maestras para enseñar en la Argentina, cuando debería haber encontrado
un término medio: valorar las culturas de los pueblos originarios y las culturas que
nos traía Europa, en lugar de imponer una sobre otra”.
CONCLUSION:
Los primeros maestros de Domingo fueron su padre y su tío José Manuel Quiroga
Sarmiento, quienes comenzaron a enseñarle lectura a los cuatro años.
En 1816 ingresó a una de las llamadas «Escuelas de la Patria», fundadas por los
gobiernos de la Revolución, donde tuvo como educadores a los hermanos Ignacio y
José Rodríguez, maestros profesionales. Finalizados estos estudios en 1821 su madre
sugirió que cursara el seminario en Córdoba, pero Sarmiento se negó, tramitando una
beca para ingresar al Colegio de Ciencias Morales en Buenos Aires que no le fue
concedida. Las becas se daban por sorteo o por contactos. Sarmiento no fue sorteado
y al no contar con dinero suficiente ni con familiares ni amigos influyentes no pudo
continuar con sus estudios y debió quedarse en San Juan.
A partir de entonces fue un autodidacta. Un amigo ingeniero lo ayudó con las
matemáticas, su tío José de Oro lo ayudó con el latín y Teología. El francés lo estudió
solo, en sus ratos libres.
En 1825 su tío Fray José de Oro fue desterrado a San Francisco del Monte, provincia
de San Luis, y Domingo lo acompañó; actualmente la localidad se llama San Francisco
del Monte de Oro, en homenaje al rebelde fraile y maestro. Allí fundaron una escuela,
primer contacto de Sarmiento con la educación.
En 1840 es encarcelado pero logra huir a Chile junto a su familia. Desde allí, publicó
en los diarios El Mercurio, El Nacional y El Progreso, este último fundado por él. Por
pedido del gobierno chileno, funda y dirige en 1842 la primera Escuela de Preceptores,
y en 1845 es enviado en misión oficial a Europa y Estados Unidos a estudiar los
métodos de educación. Desde entonces y hasta 1848, publicó diversas notas sobre su
viaje. Sus obras más famosas datan de esa época: Civilización y barbarie. Vida de
Juan Facundo Quiroga (1845), Educación popular (1849) y Recuerdos de Provincia
(1850).
A pesar de sus diferencias los dos políticos fueron los padres de la Constitución
Argentina de 1853/60 que dio forma al poder constituyente originario del estado
argentino y permitió el inicio de la época constitucional de la historia argentina.
Durante su estadía en Chile fue miembro de la logia masónica Unión Fraternal
de Valparaíso, fundada el 27 de julio de 1853.
Instaurado el orden republicano en Argentina, fue electo diputado de la Legislatura del
Estado de Buenos Aires en 1854.
En 1855 regresó a la Argentina y fue redactor del diario El Nacional y actuó como
miembro consultivo de la provincia de Buenos Aires. Al año siguiente fue elegido
concejal municipal de la ciudad de Buenos Aires.
En 1857 y 1860 fue elegido senador y mientras tanto se desempeñó como jefe del
Departamento de Escuelas. En 1860 fue miembro de la Convención Constituyente y al
asumir Bartolomé Mitre la gobernación de Buenos Aires lo nombró Ministro de
Gobierno.
Luego de la batalla de Pavón acompañó al general Wenceslao Paunero en la
campaña a Cuyo. Allí fue designado gobernador de San Juan(1862) y apoyó la
persecución de los federales locales, en dos campañas que terminaron con el
asesinato del caudillo riojano Chacho Peñaloza. En abril de ese año renunció a la
gobernación y el gobierno lo envió en misión diplomática a Chile, Perú y Estados
Unidos, donde escribió varios libros sobre política y educación, “Las escuelas: base de
la prosperidad y de la república en los Estados Unidos” (1866).
Desde el exterior rechazó los cargos de Senador Nacional por San Juan y de Ministro
del Interior del presidente Mitre.
En 1868 fue electo Presidente de la Nación, cargo que desempeñó hasta 1874. Desde
allí, impulsó numerosas iniciativas educativas, triplicando la cantidad de chicos en las
escuelas. En 1875 fue electo senador por San Juan y nombrado Director de Escuelas
de la provincia de Buenos Aires. En 1879 el presidente Avellaneda lo nombró Ministro
del Interior y en 1881 el presidente Roca, Superintendente General de Escuelas.
Continuó escribiendo hasta que su salud le impuso limitaciones. Se fue a Asunción en
busca de un clima más benigno, pero fallece allí el 11 de septiembre de 1888.