Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
I. CONSIDERACIONES INTRODUCTORIAS
EN TORNO AL ESTUDIO DE LOS SÍMBOLOS POLÍTICOS
4
Cfr. Pedro DE VEGA GARCÍA, «En torno al concepto político de Constitución», pág. 702.
5
Peter HÄBERLE, El Estado constitucional, págs. 116-117.
6
Peter HÄBERLE (ibídem). Véase también Emilio MIKUNDA FRANCO, «Peter Häber-
le en calidad de iusfilósofo pionero del constitucionalismo europeo. Elementos artístico-musica-
les claros y subliminales detectados en la estructura interna de sus obras como reflejo del huma-
nismo vital del autor».
7
Cfr. Jorge DE ESTEBAN, «El huracán estatutario». A este respecto, resultan también de in-
dudable interés las aportaciones de Peter HÄBERLE, en trabajos como: El Estado constitucional,
págs. 79 y ss., 229 y ss.; Teoría de la Constitución como ciencia de la cultura; Nationalhymnen als
Kulturelle Identitätslemente des Verfassungsstaates.
8
Esta medida suscitó en su momento una importante polémica, al considerar muchos padres
y profesores inadecuado que los niños aprendan un himno que «habla de degollar, de sangre y de
tiranía». Los profesores manifestaron su preferencia por explicar primero la historia, para aclarar así
el contexto de ese himno militar, cuyas expresiones violentas dificultaban la enseñanza de la letra.
9
Véase Luis JIMENA QUESADA, «Los himnos autonómicos». Piénsese además en la po-
lémica suscitada en Cataluña en torno al encargo por el Presidente de la Generalitat de una
nueva versión de Els Segadors (reconocido como himno oficial catalán en virtud de la ley 1/1993
de 25 de febrero, a falta de mención expresa en el Estatuto de Autonomía), y que le ha valido acu-
saciones de «atentar contra la identidad de Cataluña» por parte de otros grupos políticos (Cfr. Dia-
rio El Mundo, 27 de julio de 2005). Como es sabido, la primera versión musical impresa de este
himno data de 1892 (dentro de volumen «Cansons Populars Catalanas recollidas i armonisadas per
Francisco Alió), incorporándose a la misma, en 1899, el texto de Emili Guanyavents (1860-1941),
(conservando el estribillo de Ernerst Moliné), ganador del concurso convocado al efecto por la re-
vista La Nació Catalana. Véase al respecto, Boletín de Documentación del Centro de Estudios Po-
líticos y Constitucionales, nº 12, 2001 (Dossier: Los símbolos de las Comunidades Autónomas), pág.
5. En la Ley Orgánica 6/2006, de 19 de julio, de reforma del Estatuto de Autonomía de Catalu-
ña (BOE nº 172, de 20 de julio de 2006), el artículo 8 (»Símbolos de Cataluña»), ubicado en el Tí-
tulo preliminar, establece en su párrafo cuarto que «El himno de Cataluña es <<Els segadors>>».
Recuérdese al respecto que en la «Propuesta de Proposición de ley orgánica por la que se establece el
Estatuto de Autonomía de Cataluña», aprobada por el Pleno del Parlamento de Cataluña el 30 de
los políticos para suscitar reacciones y generar vínculos emocionales entre el in-
dividuo y la comunidad política a la que pertenece, donde se manifiesta y con-
creta la presencia simultánea, en la dimensión cultural del ser humano, «tanto de
la ordenación racional como de las representaciones míticas»10. Así nos lo ha ex-
plicado el profesor García-Pelayo, como podremos comprobar a continuación.
septiembre de 2005, y remitida al Congreso el 5 de octubre de ese mismo año para dar inicio a su
tramitación por las Cortes Generales, el artículo 8 llevaba como encabezamiento «Símbols nacio-
nals». Ello se enmarca en la polémica sobre la definición de Cataluña como «nación», cuya asun-
ción mayoritaria por el Parlamento catalán encuentra su reflejo en el Preámbulo del texto defini-
tivo (la citada Ley Orgánica 6/2006), en relación con la cual se encuentran interpuestos y
admitidos a trámite varios recursos de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional.
10
Manuel GARCÍA-PELAYO, «Ensayo de una teoría de los símbolos políticos», pág. 1022.
A este trabajo estarán referidas, salvo indicación en contrario, las posteriores indicaciones de pá-
ginas en el texto.
11
Escribe HÄBERLE que los símbolos «son generalmente expresión de la estatalidad del país,
que con frecuencia anteceden a la existencia de la propia constitución. Hoy en día sin embargo de-
ben ser sometidos a una nueva lectura a la luz de la teoría de la constitución de cuño científico-
cultural, ya que las banderas, himnos nacionales, etc., no sólo simbolizan al Estado sino que mues-
tran las dimensiones culturales de las comunidades que lo configuran» (Verfassungslehre als
Kulturwissenschaft, pág. 652. Citado por Emilio MIKUNDA FRANCO, «Los himnos en par-
ticular: panorama europeo global en perspectiva cultural comparada», pág. 65).
12
Rudolf SMEND, Constitución y Derecho Constitucional, págs. 96-98, que pone como
ejemplo las banderas, los escudos, los Jefes de Estado —en especial, los Monarcas—, las ceremo-
nias políticas y las fiestas nacionales. En pág. 107 define la dinámica estatal como «un sistema de
integración», lo cual supone que la actividad estatal consiste, en suma, en sintetizar los diversos fac-
tores integradores. Y sobre la presencia de los símbolos en los Textos constitucionales señala que
«de la misma manera que en los reglamentos de cualquier asociación los primeros artículos esta-
blecen formalmente el objeto de la asociación, también las Constituciones expresan al principio el
contenido de la dinámica estatal que regulan, pero no formalmente, sino por medio de símbolos
tales como el territorio, los colores de la bandera y el escudo nacional, la forma de Estado y, den-
tro de ella, su caracterización específica, etcétera». Véanse además, del mismo autor, los trabajos
«Integrationslehre» e «Integration».
De las aportaciones de Smend al estudio de los símbolos políticos y su valor integrador, y en
general de la idea de símbolo político y su traslación al ámbito jurídico, se ha ocupado cumpli-
damente Joaquín BRAGE CAMAZANO, «El himno como símbolo del Estado: dimensión jurí-
dico-política», cuyas consideraciones también tenemos aquí en cuenta. Como señala este autor «el
principal teorizador político-constitucional del valor integrador de los símbolos fue Smend, para
quien el elemento central de la existencia de un Estado está en lo que él llama ‘integración’ o sen-
timiento de pertenencia emotiva a una colectividad».
13
Rudolf SMEND, Constitución y Derecho Constitucional, pág. 98.
Como apunta Joaquín BRAGE CAMAZANO («El himno como símbolo del Estado: di-
mensión jurídico-política», págs. 28 y 34), esta manera de entender los símbolos ha sido acogida
por el Tribunal Constitucional español en la STC 94/1985, de 29 de julio, FJ 7: «No puede des-
conocerse que la materia sensible del símbolo político —en este caso, las seculares cadenas del es-
cudo de armas navarro— trasciende a sí misma para adquirir una relevante función significativa.
Enriquecido con el transcurso del tiempo, el símbolo político acumula toda la carga histórica de
una Comunidad, todo un conjunto de significaciones que ejercen una función integradora y pro-
mueven una respuesta socioemocional, contribuyendo a la formación y mantenimiento de la con-
ciencia comunitaria, y, en cuanto expresión externa de la peculiaridad de esa Comunidad, adquiere
una cierta autonomía respecto de las significaciones simbolizadas, con las que es identificada; de
aquí la protección dispensada a los símbolos políticos por los ordenamientos jurídicos. Al símbolo
político corresponde, pues, al lado de una función significativa integradora, una esencial función
representativa e identificadora, que debe ejercer con la mayor pureza y virtualidad posibles. [...] Es
llamativo y se graba fácilmente en la memoria, lo que facilita su inmediata identificación con la
Comunidad política que representa».
14
Joaquín BRAGE CAMAZANO, «El himno como símbolo del Estado: dimensión jurídi-
co-política», pág. 30.
15
Rudolf SMEND, Constitución y Derecho Constitucional, pág. 97. Pone como ejemplo la
existencia de «banderas nacionales que no son el símbolo de una comunidad de valores declarada
y que, por tanto, no pueden desempeñar la función integradora que les corresponde» (ibidem),
pág. 169.
Como veremos al final, quizá desde esta óptica pueda explicarse el fracaso de la iniciativa em-
prendida en 2007 para dotar de letra al himno nacional español. Sobre esta cuestión, Antonio Mª
GARCÍA CUADRADO, «El himno nacional de España», págs. 103 y ss.; Juan Andrés MUÑOZ
ARNAU, «Reflexión final», págs. 165 y ss.; así como Miguel Ángel ALEGRE MARTÍNEZ
(Coord.), El himno como símbolo político, pág. 177.
mitos y el caudillaje, los cuales, sin embargo, aun derivando de fuentes irracio-
nales, pueden ser racionalmente utilizados y manipulados» (pág. 989).
A partir de aquí, su labor se orienta a la construcción de una teoría siste-
mática de los símbolos desde el punto de vista político, en la que no puede fal-
tar la consideración de los distintos factores o perspectivas desde las que con-
templar el objeto de estudio para obtener una cabal visión del mismo (págs. 989
y ss.): componentes del símbolo, etapas del proceso de desarrollo del símbolo,
distinción entre símbolos propios y ajenos, diferenciación del símbolo respecto
de figuras o conceptos próximos, clases de símbolos, técnica simbólica. A lo lar-
go de cada uno de estos elementos va constatando el valor integrador de los sím-
bolos, convirtiéndolo en auténtico hilo conductor de toda su construcción teó-
rica, y sentando así las bases para centrarse después de manera específica en este
aspecto (págs. 1005 y ss.).
Por ejemplo, al estudiar los componentes del símbolo distingue como tales:
la imagen o realidad material o sensible susceptible de ser representada visible-
mente (de tal manera «el símbolo da, pues, presencia material a una realidad in-
material»); la significación o conjunto de significaciones; la referencia simbólica
constituida por la relación entre el objeto y la significación; el sujeto con la ade-
cuada disposición simbólica para captar la referencia y responder a su llamada.
De ello deduce que «la materia del símbolo trasciende a sí misma para adquirir
una función significativa, es decir, que el símbolo no tiene existencia sino en
cuanto significa algo», por lo que su función «consiste, en primer término, en ex-
presar y comunicar algo que de otro modo no podría expresarse ni comunicar-
se» (pág. 990). Y la observación de todo ello le permite verificar que la expresión
simbólica «no es más que el supuesto para provocar una respuesta socio-emo-
cional capaz de llevar a cabo un proceso integrador»; «un símbolo realmente
operante, un símbolo en la plenitud de su función, posee una tensión y un vigor
integradores de primer orden»; de tal manera que
«En resumen: la función del símbolo político no se agota en comunicar algo,
como el mero símbolo discursivo o lógico, sino que tal comunicación no es más
que el supuesto para promover y sustentar el proceso integrador; su función no es
sólo dar a conocer unas significaciones, sino transformarlas en acción» (pág. 991).
De igual manera, cuando diferencia los símbolos propios de los ajenos y,
dentro de éstos, distingue entre los indiferentes y los antagónicos, nos dirá que
«Símbolo propio es el de la propia unidad política, sea ésta un país, un par-
tido, un movimiento, etc.; es el símbolo con el que nos sentimos solidarios y
que provoca el proceso de integración entre los que participamos de él» (págs.
993-994).
Ya hemos visto cómo, para García-Pelayo, los símbolos son vías irracionales
de integración, que derivan de fuentes irracionales, si bien pueden ser racional-
mente utilizados. Esta concepción presupone la aceptación de la presencia si-
multánea en la mente humana de la capacidad de razonar junto con la de res-
ponder a estímulos emocionales: la racionalidad junto con la conciencia mítica
(no entendida simplemente como lo imaginario y fabuloso, sino como «un
modo de estar en el mundo y una forma de la captación de sus objetos que no
puede o no quiere dar el rodeo del razonamiento discursivo», pág. 1005). En
efecto, así queda patente cuando nos describe el paso del mito al logos:
«La conciencia mítica dominó al hombre durante milenios y en lucha con
ella nació el logos racional, que permitió un nuevo modo de instalación y orien-
tación del hombre en el mundo, pero sin eliminar del todo la conciencia mítica,
que continúa estando presente cuando el hombre no opera sólo con su intelecto,
sino también con las restantes potencias del alma y, por tanto, cuando no se sien-
te solamente como sujeto de una relación lógica sino implicado en el objeto mis-
mo, en una relación ontológica directa y concreta que rehúsa la interposición del
pensamiento abstracto entre el objeto y el sujeto; cuando su pensamiento, en fin,
no es un mero pensamiento discursivo sino comprometido, ni resultado de una
actitud mental, sino de una situación existencial» (pág. 1005).
Queda claro, pues, que «el hombre, para su orientación e instalación en el
mundo necesita tanto de las creaciones intelectuales como de las creencias mí-
ticas» (pág. 1022). Y el equilibrio que en cada caso se alcance en cuanto al ma-
yor o menor grado de conciencia o presencia de ambas realidades (la racional o
la mítica), será el que determine la mayor o menor presencia (o vigencia) del
símbolo político, que participa de una y otra dimensión de la conciencia humana.
Por eso, la vigencia de un símbolo no es necesariamente ilimitada, lo cual con-
duce a su vez al autor a clasificarlos en permanentes, circunstanciales y recu-
rrentes (pág. 1002).
A su vez, el devenir histórico nos demuestra que ese paso del mito a la razón,
en lo político, se produjo de la mano del advenimiento del Estado constitucio-
nal, en su materialización en el Estado liberal de Derecho:
«La ofensiva contra la monarquía absolutista se orientó a acentuar la función
de la razón y el valor del esquema racional del Estado, a la sustitución del
mundo mítico por ‘el mundo de la razón’ [...]. La Revolución francesa fue pre-
cedida, como es sabido, de grandes teorías racionalistas y se considera a sí misma
como la revelación de la razón en la historia. Sin embargo, ello no impidió que
apareciera adherida a un conjunto de mitos bien como supuesto de las doctrinas
mismas, bien como concretización tanto de sus propias ideas como de las de sus
adversarios, ni tampoco que fueran esos mitos y sus correspondientes símbolos
—en parte nuevos, y en parte, restauración de símbolos clásicos— y no las
abstrusas doctrinas de Rousseau y otros pensadores las que movilizaran a las ma-
sas para la lucha por el nuevo régimen y por su futuro mantenimiento» (pág.
1021)16.
Queda, pues, patente que ese paso del mito a la razón de la mano del Esta-
do no implica la prescindibilidad o inutilidad de los símbolos: antes al contrario,
éstos, presentes tanto en la dimensión mítica como en la racional de la con-
ciencia humana, quedan reubicados cumpliendo su función al servicio del nue-
vo escenario estatal.
A esa versatilidad o adaptabilidad del símbolo, conforme a cuanto llevamos
expuesto, contribuyen seguramente los rasgos que comparte con el mito: en pri-
mer lugar, «el símbolo político, como el mito, es siempre actual, aunque
[...]quepa distinguir entre símbolos vigentes y no vigentes» (pág. 991); y otra
característica que tienen en común: que «la mayor presencia del mito o del sím-
bolo está condicionada por la época y por la circunstancia histórica» (pág.
1023). Ello no quiere decir que el manejo simultáneo de ambas categorías
que se hallan en esa especie de equilibrio de vasos comunicantes (exaltación de
viejos o nuevos mitos o adopción de símbolos basados en ellos) reporte siempre
los resultados esperados:
«Lo que estaba subyacente, pero oscuro, se hizo claro para el fascismo, espe-
cialmente en su forma nacional-socialista, que, con plena conciencia, se dispone
a crear los mitos de la época y que parte de una idea clara de las posibilidades del
símbolo como algo que, ‘con arreglo a las leyes eternas’, actúa de modo inmediato
para agrupar a los hombres en adherentes y adversarios [...]. Pero como los mitos
son lo radical, la equivocación respecto de ellos es también radical, como lo de-
mostró el tremendo fracaso histórico del nacional-socialismo» (pág. 1022).
16
Remedio SÁNCHEZ FERRIZ nos explica el proceso señalando que «La Revolución
francesa acabará consagrando la idea nacional como realidad política. Es el pueblo o nación
quien lleva a cabo la revolución frente a los estamentos del Antiguo Régimen; éstos quedarán di-
luidos en la idea nacional. La soberanía se transfiere del rey a la nación también a partir de este
acontecimiento apoyándose en las teorías de la época y, especialmente, en las formulaciones de Sie-
yès. Pero, además, la Revolución va a contribuir también a asentar el sentimiento nacional con
motivaciones espirituales: la bandera nacional sustituirá al estandarte real, el himno nacional hará
vibrar a las masas, las fiestas nacionales festejarán a la nación en sí misma considerada, la educación
nacional se vinculará a la fe patriótica y cívica sin referencia a las creencias religiosas y, por último,
la nación se armará en defensa de la revolución» (El Estado constitucional y su sistema de fuentes,
págs. 162-163).
17
«Mito y actitud mítica en el campo político», pág. 2734. Asimismo, en este trabajo se
muestra cómo, a lo largo de la historia del pensamiento político, la presencia de elementos sim-
bólicos asociados al poder político han propiciado explicaciones o justificaciones míticas del
mismo: «[...] También la idea contraria de que solamente un poder monárquico superpuesto a la
sociedad, y no emanado de ella, puede garantizar el orden y la convivencia sociales, se ha estruc-
turado racionalmente en distintas teorías, pero antes de ello la idea misma ha tenido sus versiones
míticas, según las cuales, el poder político, significado en símbolos o insignias, desciende de lo alto
en forma de monarquía» (pág. 2729).
18
En lengua inglesa, existe el término genérico Hymn, si bien para referirse específicamente
a un himno nacional, se utiliza la expresión National Anthem.
19
Esteban BUCH, La novena de Beethoven. Historia política del himno europeo, pág. 10.
20
Cfr. Esteban BUCH, La novena de Beethoven. Historia política del himno europeo, pág. 465.
21
Véase la clasificación de los himnos que propone Óscar MAGO BENDAHÁN, «Los him-
nos en Latinoamérica y en el mundo: historia anecdótica y significados ocultos», págs. 51-52.
22
Cfr. Richard F. FRENCH, «Himno», págs. 508-511. A ello cabría añadir, con Stanley SA-
DIE (Diccionario Akal/Grove de la Música, págs. 443-444) que los primeros himnarios latinos con
melodías datan de los siglos XI o XII, y desde el siglo XV fue habitual el musicar polifónicamen-
te los himnos de vísperas. Asimismo, en el contexto norteamericano, las aportaciones más desta-
cables han venido dadas por la recuperación del Gospel Hymn del siglo XIX, que culminaría con las
obras de Moody y Sankey, así como por el Espiritual.
23
Baste pensar en que el afán por incluir la referencia al himno es una constante en el ya
mencionado proceso de reformas estatutarias en España, tanto para conferir rango estatutario a los
himnos que ya existían (como vimos respecto del caso catalán), como para la creación de himnos
nuevos en aquellas comunidades que carecían de ellos, aunque sus respectivas provincias y/o
ciudades ya tuvieran el suyo. Normalmente, es el tiempo el que se encarga de mostrar si un him-
no cuaja entre los miembros de la colectividad simbolizada o por el contrario sirve más bien para
suscitar polémicas generalmente estériles que para generar cohesión y unidad.
24
Himno de alabanza a la Virgen María, atribuido Fortunato, obispo de Poitiers (siglo
VII), si bien su origen más fiable se sitúa en el siglo XI (www.encuetra.com). Adoptado por la Igle-
sia Católica para las Vísperas de la festividad de María, ha sido musicado, entre otros, por Edvar
Grieg (1843-1907).
25
Cfr. Eckhardt van den HOOGEN, El ABC de la Música Clásica, pág. 409. Ejemplos de
ello serían el Te Deum H. 146 de Marc-Antoine Charpentier (1643-1704) o el Te Deum HWV
278 (Utrecht) de Georg Friedrich Händel (1685-1759). A la única finalidad de la alabanza obedece
el bellísimo e inspirado Te Deum de Anton Bruckner (1824-1896).
26
Al respecto, Samuel RUBIO ÁLVAREZ, «Un canto espiritual».
27
«Giovinezza» fue el himno de los «arditi», cuerpo de élite del Ejército italiano durante la
primera Guerra Mundial, y posteriormente implantado por Mussolini (1883-1945) como uno de
los símbolos emblemáticos del fascismo. Resulta conocida la agresión que, el 14 de mayo de 1931,
sufrió el director de orquesta Arturo Toscanini (1867-1957), por negarse a interpretar dicho
himno durante un concierto. En cuanto al Cara al Sol, fue compuesto a finales de 1935 y canta-
do por primera vez como himno oficial de la Falange el 2 de febrero de 1936. La música se debe
a Juan Tellería (1895-1949), y la letra a las aportaciones de varios falangistas, incluido el propio
José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), quien escribía que «nuestro himno debe ser una can-
ción alegre, exenta de odio, pero a la vez de guerra y amor». Junto con él, participaron en su re-
dacción autores como Agustín de Foxá Torroba (1903-1959), Rafael Sánchez Mazas (1894-
1966), Dionisio Ridruejo (1912-1975) o Eugenio Montes (1900-1982).
Por lo que respecta a la Internacional, se trata de un himno cuya letra fue compuesta en 1871
por Eugène Pottier, poeta francés afiliado a la Asociación Internacional de Trabajadores o «Primera
Internacional» (1864-1876), y miembro también de la Comuna de París. La música la compuso
Pierre Degeyter (1848-1932) en 1888. La Internacional fue el himno de la extinta Unión Soviética
hasta la segunda guerra mundial. Posteriormente, el himno encargado por Stalin (1879-1953) po-
nía el acento en el papel preponderante que Rusia desempeñaba en la URSS, así como en Lenin y
en el Partido como puntos obligados de referencia. Tras la desintegración de la URSS en 1991 es
adoptada como himno, sin letra, la Canción Patriótica, a partir de una marcha compuesta por
Se ha escrito, por ello, que los himnos nacionales son «canciones patrióticas
adoptadas por las naciones por medio de la tradición o de un decreto y que se
valoran, como la bandera de una nación, por su capacidad para despertar los
sentimientos de orgullo y solidaridad nacionales», así como que «el valor in-
trínseco de la música y el texto pueden ser secundarios para el papel que juega el
himno en el simbolismo político. Muchos países adoptaron un himno nacional
en el siglo XIX con el incremento del nacionalismo. Las naciones en desarrollo
seleccionan himnos como una ayuda para la unificación de su pueblo y los
cambios de gobierno pueden traducirse en un himno nuevo o revisado»31.
En esta línea, y en sintonía con las características más genéricas a las que nos
hemos referido, el himno nacional ha sido recientemente definido por el Tri-
escudos, sellos, condecoraciones, himnos...». De hecho, como el propio autor recuerda, en la obra
Símbolos de España editada por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, se estudian úni-
camente el escudo, la bandera y el himno. Sin embargo, podemos constatar que a la hora de am-
pliar el concepto de «símbolo», las posibilidades pueden ser infinitas. Baste pensar en las frecuentes
polémicas generadas alrededor del conocido como «Toro de Osborne», tanto en lo que se refiere a
su retirada de las carreteras en determinadas Comunidades Autónomas, como en su utilización
como reclamo turístico, dando así lugar a pleitos judiciales en los que se dilucida si es una marca
comercial registrada o un símbolo del patrimonio artístico y cultural de España.
También en sentido amplio se ha apreciado una relevante dimensión simbólica en la ema-
nación popular de la justicia que los jueces y magistrados administran en nombre del Rey según el
artículo 117 de la Constitución española: el juramento de lealtad al Rey simbolizaría la lealtad a lo
que éste representa como símbolo de unidad y permanencia del Estado (artículo 56.1). Al res-
pecto, Rafael de MENDIZÁBAL ALLENDE (»La Constitución como símbolo y los símbolos en
la Constitución», págs. 1200-1202). Véanse asimismo Ángel SÁNCHEZ DE LA TORRE (»La
simbología de la Corona en los pueblos indoeuropeos») y María José CANDO SOMOANO (»La
función simbólica en la Monarquía española»).
31
Harod E. SAMUEL, «Himnos nacionales», págs. 511-512. Especifica este autor que los
himnos suelen tocarse y/o cantarse en ceremonias, actos deportivos o diplomáticos, y en ciertas
ocasiones en teatros y salas de concierto. Por su parte, Stanley SADIE (Diccionario Akal/Grove de
la Música, págs. 443-444) se refiere a los himnos nacionales como «himnos, marchas, anthems o
fanfarrias usados como símbolos patrióticos oficiales», aclarando que «el término se difundió a
principios del siglo XIX», y desde entonces se han venido interpretando «en ocasiones ceremoniales
y en determinados actos teatrales o deportivos». Señala este autor como más antiguo el himno real
británico God save the King/Queen, «que comenzó a usarse en la década de 1740», y que aún se
canta incluso, con variaciones en el texto, en los Estados Unidos. Otros países adoptarían sus him-
nos nacionales más avanzado el siglo XVIII, como Francia (La Marsellaise) y Austria (el ya men-
cionado Himno del Emperador, compuesto por Haydn). «Otros muchos fueron adoptados durante
el siglo XIX, pero los países de Oriente solamente siguieron esta práctica a partir de mediados del
siglo XX. Los textos de los himnos nacionales encarnan usualmente el fervor patriótico; la músi-
ca es a veces estrófica, a menudo marcial, en ocasiones operística, y algunas veces se basa en la mú-
sica popular tradicional del país».
portantísimo papel que los símbolos desempeñan en la vida social», hasta el pun-
to de que «el comportamiento político de los ciudadanos, resulta influido ex-
traordinariamente por los símbolos de la comunidad a la que pertenecen»35.
Pues bien: esta argumentación nos proporciona las coordenadas en las que si-
tuar la plena aplicabilidad a los himnos de la teoría de los símbolos políticos de-
sarrollada por el profesor García-Pelayo, resumida aquí a lo largo del apartado II.
Para empezar, existe una coincidencia entre las funciones que cumplen los
himnos y el resto de los símbolos políticos36. Así, en primer término, cabe hablar
de una función representativa, en cuanto que los símbolos del Estado «son una
forma de autorrepresentación de cada Estado o Comunidad (o del Estado o Co-
munidad que se pretende ‘inventar’ o llegar a ser, pues el himno es parte im-
portante de la mitología del Estado-nación o de la Comunidad); mediante el
símbolo (considerado aquí en su dimensión «básicamente externa»), cada Esta-
do o Comunidad se define a sí mismo frente a los demás, tanto en el tiempo
como en el espacio, conformando los símbolos la «comunidad imaginada».
Pero además estaría, precisamente, la función integradora del símbolo (contem-
plado ahora en su dimensión «esencialmente interna»), que incluiría la «trans-
misión condensada y emocional de los valores y la historia de una comunidad polí-
tica». En cumplimiento de ella, «los himnos son una forma de promoción del
Estado entre los ciudadanos, a fin de que estos se sientan identificados con el Es-
tado al que pertenecen y los valores en que se basa [...] y así se genere, manten-
ga, refuerce y consolide un cierto consenso básico de la comunidad organizada
en el Estado». Si los símbolos en general son «un mecanismo vigoroso de co-
municar al otro —con una plasticidad y densidad de contenido irracionales en
gran medida, pero también por ello de un modo inaccesible muchas veces a la
palabra— unas ideas, y permiten convencer a sus destinatarios» por su «capaci-
dad de condensación y concentración ideológica a través de una estructura
muy simple que sólo es posible por su fuerte componente irracional», eso mismo
ocurre en particular, de manera especialmente destacada, con los himnos; los
cuales serían, volviendo a Häberle, «un elemento cultural de identidad que,
como pieza del patriotismo constitucional musical, fundamenta el consenso
35
Manuel JIMÉNEZ DE PARGA (ibidem), cita al respecto al filósofo alemán Ernst CAS-
SIRER (1874-1945): «El lenguaje, la religión, el arte, la política, los grupos sociales, constituyen
parte de ese mundo simbólico, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica. El hombre no
se enfrenta con la realidad de un modo inmediato y directo; no suele verla cara a cara. Se ha en-
vuelto a sí mismo en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos, de tal manera que ve
las cosas a través de la interposición de esa urdimbre simbólica».
36
Asumimos aquí la síntesis de tales funciones llevada a cabo por Joaquín BRAGE CAMA-
ZANO, «El himno como símbolo del Estado: dimensión jurídico-política», págs. 24 y ss.
básico emocional de una comunidad política»37. Así las cosas, acierta Brage
Camazano cuando señala que el mérito esencial de García-Pelayo consistiría en
haber puesto de relieve que, como ya vimos, «la función del símbolo político no
se agota en comunicar algo, como el mero símbolo discursivo o lógico, sino que
tal comunicación no es más que el supuesto para promover y sustentar el pro-
ceso integrador; su función no es sólo dar a conocer unas significaciones, sino
transformarlas en acción». En este contexto, resulta plenamente aplicable a los
himnos la afirmación de esa capacidad integradora de los símbolos, llevada a
cabo a través de la condensación o representación material y —en este caso—
audible de los valores en los que se apoya y sustenta la comunidad política.
Por otra parte, y desde una perspectiva más general, García-Pelayo propone
(págs. 996 y ss.) una clasificación o tipología de los símbolos tomando como refe-
rencia diversos criterios. En síntesis, podemos recordar aquí su distinción entre
símbolos: a) Corpóreos y tangibles; b) Lingüísticos, como «Libertad, igualdad, fra-
ternidad»; c) Fantásticos, como dragón, águila bicéfala, etc.; d) Personales. Intere-
sa aquí especialmente la subdivisión, dentro de los corpóreos y tangibles, entre las
«cosas naturales a las que se carga de significación simbólica», y las «cosas artifi-
ciales», es decir las creadas «intencionalmente para servir de configuración simbó-
lico-política» (como banderas o estandartes), las creadas «sin intención política,
pero que permanente o circunstancialmente pueden adquirir significación de
símbolos políticos» (como edificios, estatuas u otras representaciones plásticas
que son politizadas en momentos en que no es posible la exhibición de símbolos
estrictamente políticos), o las creadas «ya desde su origen con doble y varia inten-
cionalidad y entre las que se incluye la de servir como símbolo político».
Llama la atención que el autor no se refiera expresamente a los himnos
como ejemplo en ninguno de los supuestos citados; sobre todo, habida cuenta
de que ellos presentan a su vez una rica y compleja variedad, de tal manera que
es posible encontrar himnos que encajen plenamente en cualquiera de los casos
mencionados. Así queda demostrado a través de la exhaustiva clasificación de los
himnos elaborada por Mago Bendahán, o en el minucioso estudio sobre la his-
toria, letra y música de los distintos himnos nacionales europeos llevado a cabo
por Mikunda Franco38.
37
Peter HÄBERLE, Nationalhymnen als Kulturelle Identitätslemente des Verfassungsstaates, pág.
115 (citado por Joaquín BRAGE CAMAZANO, «El himno como símbolo del Estado: dimensión
jurídico-política», pág. 26).
38
Óscar MAGO BENDAHÁN, «Los himnos en Latinoamérica y en el mundo: historia
anecdótica y significados ocultos», cit., págs. 51-52; Emilio MIKUNDA FRANCO, «Los himnos
en particular: panorama europeo global en perspectiva cultural comparada», cit.
39
Óscar MAGO BENDAHÁN, «Los himnos en Latinoamérica y en el mundo: historia
anecdótica y significados ocultos», cit., pág. 53.
mos que esta visión sea incompatible con la de considerar al himno un símbolo
en sí mismo, ya que, como el mismo autor citado nos indica, «si el himno fuera
únicamente algo que sirviera para honrar a la bandera o a las autoridades pre-
sentes en un lugar, su valor sería limitado desde el punto de vista político». En
suma, la importancia del himno, independientemente de su reconocimiento ex-
preso o no por el Texto constitucional, «deriva de su capacidad, real o presunta,
de poner en acto un sentimiento de solidaridad nacional, de producir una identi-
ficación de los miembros que participan con su respeto y en su caso con su canto,
con una comunidad política que es también una comunidad cultural»40. Estamos,
pues, ante una nueva afirmación de su valor integrador.
40
Juan Andrés MUÑOZ ARNAU, «Reflexión final», cit., pág. 164.
41
Este es el doble enfoque que hemos seguido en el citado volumen colectivo coordinado por
Miguel Ángel ALEGRE MARTÍNEZ, El himno como símbolo político.
42
Esteban BUCH, La novena de Beethoven. Historia política del himno europeo, pág. 464.
43
Pedro DE VEGA GARCÍA, «El poder moderador», pág. 23.
44
Lucio PEGORARO, «El método en el Derecho Constitucional: la perspectiva desde el De-
recho Comparado», pág. 26.
45
Como afirma Lucio PEGORARO («Las funciones subsidiarias de la comparación en el es-
tudio de los ordenamientos federales y del gobierno local», pág. 37), «si la finalidad básica del de-
recho público comparado consiste en organizar sistemáticamente el conocimiento en el sector que
le corresponde, su misión no se agota con la simple investigación teórica, con meros fines espe-
culativos. Como otros aspectos del conocimiento humano, el resultado de la investigación puede
ser utilizado también a nivel práctico».
pia singularidad con respecto a los demás, de modo que se opera mediante la re-
ducción de singularidades individuales a singularidades colectivas»; c) el estudio
de un país en particular tomándolo como término de la comparación, «intere-
sando la organización jurídico-constitucional de los demás países únicamente en
la medida que muestren similitud o contraste o sirvan de aclaración para aquel
que forma el objeto central del estudio»46. En su Derecho Constitucional Com-
parado, obra de referencia que el tiempo ha convertido en todo un clásico, no
sólo encontramos «un extraordinario estudio sobre lo que el constitucionalismo
en general significa y sobre lo que ha significado, en particular, en los países que
adoptaron sus distintos modelos»47. Por eso, y como fácilmente se comprenderá,
en esta obra quedan reflejados el substrato y la raíz del pensamiento político del
profesor García-Pelayo, y esa versatilidad metodológica presente en su teoría de
los símbolos políticos que en estas páginas hemos comentado, y que en el fondo
es, precisamente, un amplio y profundo ejercicio comparativo e interdisciplinar.
46
Manuel GARCÍA-PELAYO, Derecho Constitucional comparado, págs. 20 y 21, y prólogo a
la primera edición (pág. 11).
47
Manuel Aragón, «Introducción», pág. II.
48
Como se recordará, ante la legítima pretensión de que el himno nacional español tuviera
una letra (expresada sobre todo por deportistas que deseaban poder cantarlo al igual que sus com-
pañeros/rivales de otros países), el Comité Olímpico Español, con la colaboración de la Sociedad
General de Autores de España decidió en junio de 2007 poner en marcha una especie de concur-
so de ideas para elegir el texto. Se designó un jurado compuesto por seis destacados especialistas en
sus respectivos campos: el musicólogo Emilio Casares, el historiador Juan Pablo Fusi, la catedrá-
tica de Literatura Aurora Egido, el jurista Manuel Jiménez de Parga, el compositor Tomás Marco
y la campeona olímpica Theresa Zabell; dicho jurado, entre los miles de propuestas recibidas, eli-
gió una letra, de la que la prensa se hizo eco, y que habría de ser estrenada por el tenor español
mundialmente reconocido Plácido Domingo el 21 de enero de 2008. Posteriormente, estaba pre-
vista que fuera llevada al Parlamento (junto con el aval de, al menos, quinientas mil firmas), para
que fuera tramitada como iniciativa legislativa popular. Lógicamente, serían las Cortes surgidas de
las elecciones del 9 de marzo de 2008, las encargadas de dotarla (o no) de un carácter oficial. Fi-
nalmente, ante el rechazo generalizado a la nueva letra, el COE decidió retirarla el día 16 de ene-
ro de 2008, aunque asegurando que el proyecto «no está cerrado».
49
Como se ha escrito con acierto, «el reconocimiento oficial del himno mediante su inclusión
en el texto constitucional es de alguna manera accesorio, aunque siempre sea conveniente desde el
punto de vista de la certeza y estabilidad del símbolo. Su utilización al margen de tal reconoci-
miento hace patente su fuerza como costumbre constitucional. Y si está recogida su oficialidad en
una ley ordinaria o en otra norma de rango formal inferior, no deja de ser norma de carácter cons-
titucional desde el punto de vista material» (Juan Andrés MUÑOZ ARNAU, «Reflexión final», cit.,
pág. 165). En cuanto al aspecto concreto de la falta de letra, entiende este autor (ibídem) que «pue-
de ser una ventaja, pues cuando se escucha cada uno puede evocar una idea de la nación, del Esta-
do o del régimen, no limitada a un texto que podría provocar cierto rechazo», por más que «al no
poder ser cantado, se dificulta quizás un mayor nivel de identificación o interiorización». Sin
duda, estas consideraciones resultan plenamente aplicables al supuesto concreto del himno español.
Creemos, entonces, que del meritorio proceso aquí descrito deben extraerse
las oportunas consecuencias, tal vez intentando aprovechar lo aprovechable.
Ello habría podido conseguirse manteniendo, al menos, su carácter oficioso y ex-
perimental, por supuesto sin seguir adelante con su tramitación parlamentaria.
Si, con el tiempo, esta u otra letra llegara a calar en la gente, siendo cantada y
aceptada (en eventos deportivos o fuera de ellos), y lograra así convertirse en un
símbolo con el que los ciudadanos nos identifiquemos, sería el momento de ofi-
cializarlo, revistiéndolo del ropaje legal o, en su caso, constitucional. Mientras
tanto, parece difícil que un pueblo tan diverso que resulta irreconocible, tan ávi-
do de destacar lo que lo diferencia que ha llegado a ser incapaz de preservar lo
que lo une, tan plural que ha devenido ingobernable, pueda ponerse de acuerdo
en la letra de su himno, ni siquiera si ésta habla de justicia, grandeza, democra-
cia y paz50.
V. BIBLIOGRAFÍA.
50
La nueva y fallida letra oficiosa del himno, que se debe al ingeniero de Ciudad Real Pauli-
no Cubero, decía así: ¡Viva España! / Cantemos todos juntos / con distinta voz / y un solo corazón.
¡Viva España! / desde los verdes valles / al inmenso mar, / un himno de hermandad. Ama a la Patria /
pues sabe abrazar, / bajo su cielo azul, / pueblos en libertad. Gloria a los hijos / que a la Historia dan
/ justicia y grandeza / democracia y paz.
Title:
SYMBOLS IN THE POLITICAL THEORY OF PROFESSOR
GARCÍA-PELAYO: A WAY OF EXPRESSING THE MYTHICAL
CONSCIOUSNESS.
Summary:
I. INTRODUCTORY CONSIDERATIONS ABOUT THE
STUDY OF POLITICAL SYMBOLS.- II. PROFESSOR GARCÍA-
PELAYO’S CONTRIBUTIONS AND THEIR CONTEXT.- II.1.
Theory of Political Symbols and their integration value.- II.2. Symbols
and mythical consciousness.- III. SPECIAL REFERENCE TO NA-
TIONAL ANTHEM.- III.1. Its insertion in the theory of political
symbols.- III.2. The necessary comparative and interdisciplinary ap-
proach for its study.- IV. CONCLUSIONS AND APPLICATIONS.-
V. BIBLIOGRAPHY.
Resumen:
El estudio de los símbolos y los mitos políticos es una de las más sig-
nificativas aportaciones del profesor Manuel García-Pelayo al campo
de la Teoría Política. En sus escritos nos explica que el ser humano,
para su orientación y ubicación en el mundo, no sólo necesita de las
creaciones intelectuales, sino también de las creencias míticas. Los
símbolos -medio de expresión de esa conciencia mítica- contribuyen a
la integración del individuo en la política, ayudan a dar el paso del
mito a la razón de la mano del Estado. Ello es posible porque los
símbolos, aunque proceden de fuentes y apelan a sentimientos irra-
cionales, son susceptibles de ser racionalmente utilizados y manipula-
dos. García-Pelayo nos demuestra que la aproximación a los símbolos
políticos debe realizarse desde una perspectiva interdisciplinar, histórica
Abstract:
The study of political myths and symbols is one of the more signifi-
cant contributions of Professor García-Pelayo in the field of Political
Theory. In his works, explains us that human being, for its orientation
and placing in the world, not only needs intellectual creations, but also
mythical beliefs. Symbols –way of expression of that mythical cons-
ciousness- contribute to the integration of individual in Politics, help
us to take the step from Myth towards Reason by the hand of State.
It’s possible because symbols, in spite of to come from sources and to
call on irrational feelings, are capables of being rationally used and ma-
nipulated. García-Pelayo shows us that any approach to political
symbols must be made from an interdisciplinary perspective, historical
and comparative, because the larger or lesser presence of myth or
symbol is conditioned in each concrete case by the period and histo-
rical circumstances. By means of its capacity for transforming signifi-
cance in action, symbols in general, and national anthems in par-
ticular, perform a function consisting of the integration of political
community.
Palabras clave:
- Símbolos políticos
- Himnos nacionales
- Historia y Derecho Comparado
- Mito y razón
Keywords:
- Political Symbols
- National Anthems
- History and Comparative Law
- Myth and Reason