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LOS SÍMBOLOS EN LA TEORÍA

POLÍTICA DE MANUEL GARCÍA-


PELAYO: UN MODO DE EXPRESIÓN
DE LA CONCIENCIA MÍTICA

MIGUEL ÁNGEL ALEGRE MARTÍNEZ


SUMARIO

I. CONSIDERACIONES INTRODUCTORIAS EN TORNO AL ESTU-


DIO DE LOS SÍMBOLOS POLÍTICOS.- II. LAS APORTACIONES DEL
PROFESOR GARCÍA-PELAYO Y SU CONTEXTO.- II.1. La teoría de los
símbolos políticos y su valor integrador.- II.2. Símbolos y conciencia mítica.- III.
ESPECIAL REFERENCIA AL HIMNO.- III.1. Su encaje en la teoría de los
símbolos políticos.- III.2. El necesario enfoque comparativo e interdisciplinar
para su estudio.- IV. CONCLUSIONES Y ENSEÑANZAS.- V. BIBLIO-
GRAFÍA.
Fecha recepción: 14.04.2009
Fecha aceptación: 4.05.2009

LOS SÍMBOLOS EN LA TEORÍA


POLÍTICA DE MANUEL GARCÍA-
PELAYO: UN MODO DE EXPRESIÓN
DE LA CONCIENCIA MÍTICA
POR

MIGUEL ÁNGEL ALEGRE MARTÍNEZ (maalem@unileon.es)

Profesor Titular de Derecho Constitucional.


Universidad de León

I. CONSIDERACIONES INTRODUCTORIAS
EN TORNO AL ESTUDIO DE LOS SÍMBOLOS POLÍTICOS

Agradezco a la Revista de Derecho Político la oportunidad de sumarme a


este reconocimiento al profesor Manuel García-Pelayo, la cual me brinda la
ocasión de retomar el tema de los símbolos políticos, en cuanto que la contribu-
ción de éstos al proceso de integración de la comunidad política (como ele-
mentos irracionales, pero susceptibles de ser racionalmente utilizados) fue lúci-
damente estudiada por el maestro zamorano.
En efecto, en fechas aún recientes ha visto la luz el libro colectivo titulado El
himno como símbolo político, en el que, a partir de un enfoque interdisciplinar, y
en cierto modo novedoso, varios profesores universitarios pretendimos ocupar-
nos no sólo de los aspectos estilístico-musicales, sino también del substrato an-
tropológico, sociológico, jurídico, político y psicológico del que los himnos
son manifestación y consecuencia (abarcando así el hecho cultural y, por tanto,
la dimensión humana que está en la esencia de los mismos).1
1
ALEGRE MARTÍNEZ Miguel Ángel (Coord.), El himno como símbolo político. El trabajo
fue elaborado en coautoría con los profesores Joaquín BRAGE CAMAZANO (Universidad

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Durante la realización de aquel trabajo pudimos constatar que las aproxi-


maciones al tema de los símbolos políticos desde la óptica político-constitucio-
nal no son muy numerosas, pero sí reveladoras y sugestivas, en la medida en que
nos proporcionan elementos suficientes para intuir su importancia como hilo
conductor y punto de confluencia de diversas cuestiones candentes, cuya noto-
ria trascendencia social va unida a su innegable dimensión constitucional. Podrá
haber quien considere que estamos ante un tema menor, perteneciente casi al te-
rreno de lo anecdótico, en la medida en que se aparta de la tónica que siguen
muchos de los trabajos elaborados en el seno de nuestra disciplina, más centra-
dos en la descripción eminentemente técnica de instituciones estatales, procesos
políticos o formas territoriales, que en «los problemas subyacentes que todos esos
temas inevitablemente encierran», es decir, los que tienen que ver con «la propia
fundamentación y legitimidad de toda la estructura constitucional»2. Basta, sin
embargo, con abrir el ángulo de nuestra perspectiva para comprobar que el es-
tudio de los símbolos políticos es un hilo que conduce al ovillo, una pista que
conduce directamente al núcleo de grandes aspectos problemáticos, muchos de
los cuales presentan evidentes puntos de contacto con la realidad más cercana y
actual, y despiertan el interés de la ciudadanía.
Pues bien: precisamente el profesor García-Pelayo ha sabido ver que la razón
fundamental de que exista esa relación de nexo o puente entre los símbolos po-
líticos y el modo de estar el ser humano en el mundo como miembro de una
unidad política, estriba en que «los símbolos son un medio de expresión de la
conciencia mítica como los conceptos lo son de la conciencia teórica»3. Y esta
idea conduce necesariamente a otra que bien puede considerarse uno de los ejes
de su visión de los mitos y los símbolos políticos: si éstos sirven para contribuir
a explicar la relación de la persona con su comunidad política, es por su carácter
ambivalente, que permite detectar en ellos tanto componentes míticos como ra-
cionales. Actúan a su vez como ese puente que permite el paso del mito a la ra-
zón de la mano del Estado.
Si aceptamos que la consideración de la persona como centro de la reflexión
jurídica es el único antídoto eficaz frente a un Derecho Constitucional que ame-

Complutense), Antonio Mª GARCÍA CUADRADO (Universidad de León), Luis JIMENA


QUESADA (Universidad de Valencia), Óscar MAGO BENDAHÁN (Universidad Central de Ve-
nezuela), Emilio MIKUNDA FRANCO (Universidad de Sevilla) y Juan Andrés MUÑOZ AR-
NAU (Universidad de La Rioja). A todos ellos quiero y debo expresar también aquí mi agradeci-
miento, no sólo por el verdadero placer que supuso trabajar con ellos, sino también porque sus
ideas y planteamientos reflejados en el libro enriquecen a su vez estas páginas.
2
Pedro DE VEGA GARCÍA, «En torno al concepto político de Constitución», pág. 702.
3
Manuel GARCÍA-PELAYO, «Ensayo de una teoría de los símbolos políticos», pág. 1005.

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naza con convertirse en «gran construcción técnica y avalorativa»4, coincidiremos


también en la necesidad (sentida en Alemania por Häberle) de poner el acento en
aquellas funciones que los textos constitucionales cumplen «al servicio del ser hu-
mano», tanto en el campo de la «ratio» como en el de la «emotio», teniendo en
cuenta además que éste «ha sido descuidado hasta ahora por la teoría constitu-
cional» y «en todo caso, no ha sido elaborado de manera precisa y comparativa a
lo ‘largo’ de los textos constitucionales clásicos y más recientes»5.
En efecto —razona Häberle— dentro de los textos constitucionales resulta
posible reconocer numerosos aspectos que tienen que ver con esa vertiente del
ser humano como «ser racional» en la que se apoya el Estado constitucional: sin
ir más lejos, el principio de separación de poderes, los derechos fundamentales
entendidos como derechos de los demás, o la propia creación y garantía del De-
recho Constitucional y del Estado de Derecho. Pero, al mismo tiempo, no falta
en las constituciones (si bien en ese menor grado de elaboración antes aludido)
la referencia a esos otros elementos que «tocan a la estructura emocional que
también tienen los seres humanos», y que «pueden clasificarse como cláusulas de
reconocimiento, simbólicas y de valores fundamentales», cuya función es «cap-
tar la ‘condictio humana’ desde el lado emocional y, por tanto, dar también
más constitución a la res publica desde este lado»: «Ya sea en los preámbulos, en
las garantías sobre días festivos o en los artículos relativos al idioma, la bandera
y otros símbolos, los constituyentes configuran sus textos, en lenguaje y conte-
nido, con vistas a esta función: dirigirse al ser humano desde el lado de lo irra-
cional, de lo que ‘sobrepasa’ a la razón, para hablar de lo importante de la
Constitución, ‘ponerlos a tono’, incluso ‘ganárselos’»6.
Desde esta perspectiva, entendemos que el análisis de, al menos, alguno de
los denominados símbolos políticos, lejos de ser un tema marginal o quedarse en
un ejercicio de especulación teórica (lo cual no sería en sí mismo algo desdeña-
ble e inútil, sino más bien al contrario), tiene la virtud de suscitarnos interro-
gantes (por ejemplo, si nos encontramos ante símbolos del Estado o de la so-
ciedad, símbolos políticos en todo caso) que nos hacen remontarnos a
distinciones como la clásica entre nación cultural y nación política7, en un con-

4
Cfr. Pedro DE VEGA GARCÍA, «En torno al concepto político de Constitución», pág. 702.
5
Peter HÄBERLE, El Estado constitucional, págs. 116-117.
6
Peter HÄBERLE (ibídem). Véase también Emilio MIKUNDA FRANCO, «Peter Häber-
le en calidad de iusfilósofo pionero del constitucionalismo europeo. Elementos artístico-musica-
les claros y subliminales detectados en la estructura interna de sus obras como reflejo del huma-
nismo vital del autor».
7
Cfr. Jorge DE ESTEBAN, «El huracán estatutario». A este respecto, resultan también de in-
dudable interés las aportaciones de Peter HÄBERLE, en trabajos como: El Estado constitucional,

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texto como el español de los últimos años, en el que especialmente la última


oleada de reformas de Estatutos de Autonomía ha conllevado el sometimiento
del concepto tradicional de Estado-nación al contraste impuesto por la utiliza-
ción de una variada terminología (nación, realidad nacional, etc.).
Pero no es esta la única manifestación de la importancia del estudio de los
símbolos, merced a su conexión con asuntos candentes y cercanos, para cuya
comprensión aportan elementos de interés. Alguna importancia debe tener la
consideración de dichos símbolos cuando la reforma conocida como ley Fillon
introdujo en Francia, en 2005, la obligación para los escolares de aprender de
memoria su himno, «La Marsellesa», con el fin de que desarrollen su senti-
miento de identidad nacional y conozcan los principios que inspiran la Repú-
blica Francesa: libertad, igualdad y fraternidad8.
En suma, buena parte del interés que pueda tener estudio de los símbolos po-
líticos desde el punto de vista político-constitucional, reside en su capacidad
para generar emociones y suscitar sentimientos, afectando por tanto a esa ver-
tiente emocional cargada de implicaciones para el ciudadano, que acaba afectando
al mismo diseño de la realidad política estatal (que no tiene sentido si no es al ser-
vicio de aquél), e incluso a la esfera de los entes políticos descentralizados, en el
caso de los Estados compuestos9. Y es justamente en esa capacidad de los símbo-

págs. 79 y ss., 229 y ss.; Teoría de la Constitución como ciencia de la cultura; Nationalhymnen als
Kulturelle Identitätslemente des Verfassungsstaates.
8
Esta medida suscitó en su momento una importante polémica, al considerar muchos padres
y profesores inadecuado que los niños aprendan un himno que «habla de degollar, de sangre y de
tiranía». Los profesores manifestaron su preferencia por explicar primero la historia, para aclarar así
el contexto de ese himno militar, cuyas expresiones violentas dificultaban la enseñanza de la letra.
9
Véase Luis JIMENA QUESADA, «Los himnos autonómicos». Piénsese además en la po-
lémica suscitada en Cataluña en torno al encargo por el Presidente de la Generalitat de una
nueva versión de Els Segadors (reconocido como himno oficial catalán en virtud de la ley 1/1993
de 25 de febrero, a falta de mención expresa en el Estatuto de Autonomía), y que le ha valido acu-
saciones de «atentar contra la identidad de Cataluña» por parte de otros grupos políticos (Cfr. Dia-
rio El Mundo, 27 de julio de 2005). Como es sabido, la primera versión musical impresa de este
himno data de 1892 (dentro de volumen «Cansons Populars Catalanas recollidas i armonisadas per
Francisco Alió), incorporándose a la misma, en 1899, el texto de Emili Guanyavents (1860-1941),
(conservando el estribillo de Ernerst Moliné), ganador del concurso convocado al efecto por la re-
vista La Nació Catalana. Véase al respecto, Boletín de Documentación del Centro de Estudios Po-
líticos y Constitucionales, nº 12, 2001 (Dossier: Los símbolos de las Comunidades Autónomas), pág.
5. En la Ley Orgánica 6/2006, de 19 de julio, de reforma del Estatuto de Autonomía de Catalu-
ña (BOE nº 172, de 20 de julio de 2006), el artículo 8 (»Símbolos de Cataluña»), ubicado en el Tí-
tulo preliminar, establece en su párrafo cuarto que «El himno de Cataluña es <<Els segadors>>».
Recuérdese al respecto que en la «Propuesta de Proposición de ley orgánica por la que se establece el
Estatuto de Autonomía de Cataluña», aprobada por el Pleno del Parlamento de Cataluña el 30 de

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los políticos para suscitar reacciones y generar vínculos emocionales entre el in-
dividuo y la comunidad política a la que pertenece, donde se manifiesta y con-
creta la presencia simultánea, en la dimensión cultural del ser humano, «tanto de
la ordenación racional como de las representaciones míticas»10. Así nos lo ha ex-
plicado el profesor García-Pelayo, como podremos comprobar a continuación.

II. LAS APORTACIONES DEL PROFESOR GARCÍA-PELAYO


Y SU CONTEXTO

II.1. La teoría de los símbolos políticos y su valor integrador


Esa mencionada capacidad de los símbolos para influir en los sentimientos y
emociones de los destinatarios es precisamente la causa de su fuerte potencial in-
tegrador del individuo. En la consideración de esta característica encontramos el
punto de partida de la teoría de los símbolos políticos del profesor García-Pela-
yo. En sus escritos (así como en los de Häberle) se alude a esa capacidad inte-
gradora referida a los símbolos de «toda unidad política», (pág. 989) y no sólo
del Estado11. Y otro autor al que también debemos una teoría de los símbolos,
como es Rudolf Smend, también se ha basado en esa función integradora que
cumplen, en cuanto que materializan la vigencia de determinados valores his-
tóricos o acontecimientos especialmente representativos que «expresan gráfica-
mente el significado más profundo de la política de un país»12.

septiembre de 2005, y remitida al Congreso el 5 de octubre de ese mismo año para dar inicio a su
tramitación por las Cortes Generales, el artículo 8 llevaba como encabezamiento «Símbols nacio-
nals». Ello se enmarca en la polémica sobre la definición de Cataluña como «nación», cuya asun-
ción mayoritaria por el Parlamento catalán encuentra su reflejo en el Preámbulo del texto defini-
tivo (la citada Ley Orgánica 6/2006), en relación con la cual se encuentran interpuestos y
admitidos a trámite varios recursos de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional.
10
Manuel GARCÍA-PELAYO, «Ensayo de una teoría de los símbolos políticos», pág. 1022.
A este trabajo estarán referidas, salvo indicación en contrario, las posteriores indicaciones de pá-
ginas en el texto.
11
Escribe HÄBERLE que los símbolos «son generalmente expresión de la estatalidad del país,
que con frecuencia anteceden a la existencia de la propia constitución. Hoy en día sin embargo de-
ben ser sometidos a una nueva lectura a la luz de la teoría de la constitución de cuño científico-
cultural, ya que las banderas, himnos nacionales, etc., no sólo simbolizan al Estado sino que mues-
tran las dimensiones culturales de las comunidades que lo configuran» (Verfassungslehre als
Kulturwissenschaft, pág. 652. Citado por Emilio MIKUNDA FRANCO, «Los himnos en par-
ticular: panorama europeo global en perspectiva cultural comparada», pág. 65).
12
Rudolf SMEND, Constitución y Derecho Constitucional, págs. 96-98, que pone como
ejemplo las banderas, los escudos, los Jefes de Estado —en especial, los Monarcas—, las ceremo-

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Según Smend, la enorme fuerza y eficacia integradora del contenido material


de la comunidad que poseen los elementos simbólicos, se debe «no sólo a que
por su propia naturaleza irracional y por su propia amplitud sean vividos con es-
pecial intensidad, sino también a que el símbolo siempre es más moldeable
que las formulaciones racionales y legales. La fórmula como expresión normada
del contenido sustantivo es heterónoma y rígida; y hace patente a la conciencia
la tensión entre el individuo y la comunidad, pero también la inclusión en el
todo social. Por el contrario, la simbolización cuya fundamentación histórica se
halla en la falta de expresividad propia de tiempos más primitivos, en los que el
mundo de los valores estaba menos diferenciado, ha hecho de la necesidad vir-
tud, y ha conseguido una forma de representación especialmente eficaz, y al mis-
mo tiempo especialmente moldeable. Los contenidos valorativos simbolizados
pueden ser vividos personalmente ‘tal y como yo los entiendo’, sin la tensión y el
rechazo que necesariamente producen fórmulas y reglamentaciones; y además
son vividos con plena intensidad, de un modo que no se consigue lograr de cual-
quier otra forma»13.

nias políticas y las fiestas nacionales. En pág. 107 define la dinámica estatal como «un sistema de
integración», lo cual supone que la actividad estatal consiste, en suma, en sintetizar los diversos fac-
tores integradores. Y sobre la presencia de los símbolos en los Textos constitucionales señala que
«de la misma manera que en los reglamentos de cualquier asociación los primeros artículos esta-
blecen formalmente el objeto de la asociación, también las Constituciones expresan al principio el
contenido de la dinámica estatal que regulan, pero no formalmente, sino por medio de símbolos
tales como el territorio, los colores de la bandera y el escudo nacional, la forma de Estado y, den-
tro de ella, su caracterización específica, etcétera». Véanse además, del mismo autor, los trabajos
«Integrationslehre» e «Integration».
De las aportaciones de Smend al estudio de los símbolos políticos y su valor integrador, y en
general de la idea de símbolo político y su traslación al ámbito jurídico, se ha ocupado cumpli-
damente Joaquín BRAGE CAMAZANO, «El himno como símbolo del Estado: dimensión jurí-
dico-política», cuyas consideraciones también tenemos aquí en cuenta. Como señala este autor «el
principal teorizador político-constitucional del valor integrador de los símbolos fue Smend, para
quien el elemento central de la existencia de un Estado está en lo que él llama ‘integración’ o sen-
timiento de pertenencia emotiva a una colectividad».
13
Rudolf SMEND, Constitución y Derecho Constitucional, pág. 98.
Como apunta Joaquín BRAGE CAMAZANO («El himno como símbolo del Estado: di-
mensión jurídico-política», págs. 28 y 34), esta manera de entender los símbolos ha sido acogida
por el Tribunal Constitucional español en la STC 94/1985, de 29 de julio, FJ 7: «No puede des-
conocerse que la materia sensible del símbolo político —en este caso, las seculares cadenas del es-
cudo de armas navarro— trasciende a sí misma para adquirir una relevante función significativa.
Enriquecido con el transcurso del tiempo, el símbolo político acumula toda la carga histórica de
una Comunidad, todo un conjunto de significaciones que ejercen una función integradora y pro-
mueven una respuesta socioemocional, contribuyendo a la formación y mantenimiento de la con-
ciencia comunitaria, y, en cuanto expresión externa de la peculiaridad de esa Comunidad, adquiere

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Claro que, como acertadamente se ha señalado, para que el símbolo pueda


funcionar y desplegar ese potencial integrador, es necesario que su contenido sea
comprensible y accesible para los ciudadanos, «y esto presupone, por un lado,
claridad simbólica en el sentido de una armonía interna de las declaraciones sim-
bólicas, pero también es necesaria la disposición del Estado a hacer un uso re-
suelto, aunque sin exageraciones, de sus símbolos»14. El propio Smend conside-
ra al respecto que «la integración a través del símbolo, por supuesto, sólo puede
ser una integración a través de su contenido simbólico. Por tanto, no se pueden
‘inventar’ símbolos para un contenido inexistente»15.
Por su parte, García-Pelayo, que obviamente percibe también ese potencial
integrador de los símbolos, trata además de encuadrarlos políticamente, lo que
le permitirá no sólo constatar esa capacidad sino, además, explicarla. A partir de
ahí irán encajando las diferentes piezas o elementos que conforman su teoría de
los símbolos. En efecto, para García-Pelayo,
«El proceso integrador se realiza a través de dos vías: a) la racional, consis-
tente en métodos racionalmente calculados o racionalmente utilizados para pro-
ducir integración, como son la representación jurídico-pública, la organización,
el Derecho legal, etc; y b) la irracional, constituida por formas, métodos e ins-
trumentos predominantemente derivados de fuentes irracionales, tales como las
emociones, sentimientos, resentimientos e impulsos capaces de provocar, de for-
talecer o de actualizar el proceso integrador, o, eventualmente, de tener los mis-
mos efectos en sentido desintegrador, si se trata de una unidad en curso de esci-
sión. A esta vía irracional de integración pertenecen, entre otros, los símbolos, los

una cierta autonomía respecto de las significaciones simbolizadas, con las que es identificada; de
aquí la protección dispensada a los símbolos políticos por los ordenamientos jurídicos. Al símbolo
político corresponde, pues, al lado de una función significativa integradora, una esencial función
representativa e identificadora, que debe ejercer con la mayor pureza y virtualidad posibles. [...] Es
llamativo y se graba fácilmente en la memoria, lo que facilita su inmediata identificación con la
Comunidad política que representa».
14
Joaquín BRAGE CAMAZANO, «El himno como símbolo del Estado: dimensión jurídi-
co-política», pág. 30.
15
Rudolf SMEND, Constitución y Derecho Constitucional, pág. 97. Pone como ejemplo la
existencia de «banderas nacionales que no son el símbolo de una comunidad de valores declarada
y que, por tanto, no pueden desempeñar la función integradora que les corresponde» (ibidem),
pág. 169.
Como veremos al final, quizá desde esta óptica pueda explicarse el fracaso de la iniciativa em-
prendida en 2007 para dotar de letra al himno nacional español. Sobre esta cuestión, Antonio Mª
GARCÍA CUADRADO, «El himno nacional de España», págs. 103 y ss.; Juan Andrés MUÑOZ
ARNAU, «Reflexión final», págs. 165 y ss.; así como Miguel Ángel ALEGRE MARTÍNEZ
(Coord.), El himno como símbolo político, pág. 177.

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mitos y el caudillaje, los cuales, sin embargo, aun derivando de fuentes irracio-
nales, pueden ser racionalmente utilizados y manipulados» (pág. 989).
A partir de aquí, su labor se orienta a la construcción de una teoría siste-
mática de los símbolos desde el punto de vista político, en la que no puede fal-
tar la consideración de los distintos factores o perspectivas desde las que con-
templar el objeto de estudio para obtener una cabal visión del mismo (págs. 989
y ss.): componentes del símbolo, etapas del proceso de desarrollo del símbolo,
distinción entre símbolos propios y ajenos, diferenciación del símbolo respecto
de figuras o conceptos próximos, clases de símbolos, técnica simbólica. A lo lar-
go de cada uno de estos elementos va constatando el valor integrador de los sím-
bolos, convirtiéndolo en auténtico hilo conductor de toda su construcción teó-
rica, y sentando así las bases para centrarse después de manera específica en este
aspecto (págs. 1005 y ss.).
Por ejemplo, al estudiar los componentes del símbolo distingue como tales:
la imagen o realidad material o sensible susceptible de ser representada visible-
mente (de tal manera «el símbolo da, pues, presencia material a una realidad in-
material»); la significación o conjunto de significaciones; la referencia simbólica
constituida por la relación entre el objeto y la significación; el sujeto con la ade-
cuada disposición simbólica para captar la referencia y responder a su llamada.
De ello deduce que «la materia del símbolo trasciende a sí misma para adquirir
una función significativa, es decir, que el símbolo no tiene existencia sino en
cuanto significa algo», por lo que su función «consiste, en primer término, en ex-
presar y comunicar algo que de otro modo no podría expresarse ni comunicar-
se» (pág. 990). Y la observación de todo ello le permite verificar que la expresión
simbólica «no es más que el supuesto para provocar una respuesta socio-emo-
cional capaz de llevar a cabo un proceso integrador»; «un símbolo realmente
operante, un símbolo en la plenitud de su función, posee una tensión y un vigor
integradores de primer orden»; de tal manera que
«En resumen: la función del símbolo político no se agota en comunicar algo,
como el mero símbolo discursivo o lógico, sino que tal comunicación no es más
que el supuesto para promover y sustentar el proceso integrador; su función no es
sólo dar a conocer unas significaciones, sino transformarlas en acción» (pág. 991).
De igual manera, cuando diferencia los símbolos propios de los ajenos y,
dentro de éstos, distingue entre los indiferentes y los antagónicos, nos dirá que
«Símbolo propio es el de la propia unidad política, sea ésta un país, un par-
tido, un movimiento, etc.; es el símbolo con el que nos sentimos solidarios y
que provoca el proceso de integración entre los que participamos de él» (págs.
993-994).

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A la misma conclusión habrá de llevarle, por último, la diferenciación del


símbolo respecto de conceptos próximos (págs. 994 y ss.). Se fija primeramente
en la alegoría la cual, al igual que el símbolo, consiste en «una configuración
cuya significación no es la que aparenta»; si bien se diferencian en que en el
símbolo, a diferencia de aquélla, acaba dándose una identificación entre lo sen-
sible y lo no sensible, y hace referencia a algo históricamente concreto, mientras
que la alegoría es la expresión sensible de algo abstracto. Por eso la alegoría no
posee la función integradora del símbolo: «la relación del sujeto con la alegoría
es puramente intelectual, en cambio, la relación con el símbolo tiene un ca-
rácter existencial». En cuanto al signo y la señal (pág. 995) se diferenciarían del
símbolo en que «son simplemente indicadores de una cosa, de un aconteci-
miento o de una conducta a seguir, pero no son portadores de significaciones
espirituales» (así, «la bandera de un regimiento es un símbolo, pero los bande-
rines de las compañías que indican dónde deben formar éstas o dónde se en-
cuentra el capitán son signos o señales). El símbolo, además, se diferencia del
distintivo (en realidad, una especie de señal), «en que éste es un mero signo de
pertenencia a un grupo, pero sin que tenga de por sí ninguna función integra-
dora, sino simplemente indicadora»; y difiere del atributo en que éste «es un sig-
no que identifica a una persona o a una dignidad; por ejemplo, las llaves a San
Pedro o una determinada banda al Jefe del Estado». Por su parte, el símbolo
«sólo se realiza en cuanto promueve el proceso integrador de alguien y, por tan-
to, se orienta no sólo al mundo mental, sino, como antes hemos dicho, tam-
bién al existencial» (pág. 996). Sin perjuicio de que un mismo objeto pueda
«actuar según los casos en función de señal o en función de símbolo» (así, un
banderín en una carretera es una señal de precaución dirigida al entendimien-
to, mientras que una bandera a la cabeza de una manifestación es un símbolo
dirigido a las emociones de los participantes en ella) queda clara una vez más la
función que cumplen los símbolos al servicio de la integración de los individuos
en un acto existencial.
Ahora bien: si, como ya se indicó, para García-Pelayo «los símbolos son un
medio de expresión de la conciencia mítica» y «la mayor o menor vigencia del
símbolo es función del grado de vigencia de la conciencia mítica» (pág. 1005),
bien puede deducirse que la mayor o menor presencia de esa conciencia mítica
estará a su vez en relación directa con la medida en que los himnos puedan cum-
plir su función integradora. Esa mayor o menor presencia de la conciencia mí-
tica, «supuesto de la expresión simbólica», «dependerá de las situaciones vitales
en que nos encontremos» (pág. 1006). Será conveniente, por tanto, profundizar
en ese elemento clave de la teoría de los símbolos políticos, que es su conexión
con la conciencia mítica.

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II.2. Símbolos y conciencia mítica

Ya hemos visto cómo, para García-Pelayo, los símbolos son vías irracionales
de integración, que derivan de fuentes irracionales, si bien pueden ser racional-
mente utilizados. Esta concepción presupone la aceptación de la presencia si-
multánea en la mente humana de la capacidad de razonar junto con la de res-
ponder a estímulos emocionales: la racionalidad junto con la conciencia mítica
(no entendida simplemente como lo imaginario y fabuloso, sino como «un
modo de estar en el mundo y una forma de la captación de sus objetos que no
puede o no quiere dar el rodeo del razonamiento discursivo», pág. 1005). En
efecto, así queda patente cuando nos describe el paso del mito al logos:
«La conciencia mítica dominó al hombre durante milenios y en lucha con
ella nació el logos racional, que permitió un nuevo modo de instalación y orien-
tación del hombre en el mundo, pero sin eliminar del todo la conciencia mítica,
que continúa estando presente cuando el hombre no opera sólo con su intelecto,
sino también con las restantes potencias del alma y, por tanto, cuando no se sien-
te solamente como sujeto de una relación lógica sino implicado en el objeto mis-
mo, en una relación ontológica directa y concreta que rehúsa la interposición del
pensamiento abstracto entre el objeto y el sujeto; cuando su pensamiento, en fin,
no es un mero pensamiento discursivo sino comprometido, ni resultado de una
actitud mental, sino de una situación existencial» (pág. 1005).
Queda claro, pues, que «el hombre, para su orientación e instalación en el
mundo necesita tanto de las creaciones intelectuales como de las creencias mí-
ticas» (pág. 1022). Y el equilibrio que en cada caso se alcance en cuanto al ma-
yor o menor grado de conciencia o presencia de ambas realidades (la racional o
la mítica), será el que determine la mayor o menor presencia (o vigencia) del
símbolo político, que participa de una y otra dimensión de la conciencia humana.
Por eso, la vigencia de un símbolo no es necesariamente ilimitada, lo cual con-
duce a su vez al autor a clasificarlos en permanentes, circunstanciales y recu-
rrentes (pág. 1002).
A su vez, el devenir histórico nos demuestra que ese paso del mito a la razón,
en lo político, se produjo de la mano del advenimiento del Estado constitucio-
nal, en su materialización en el Estado liberal de Derecho:
«La ofensiva contra la monarquía absolutista se orientó a acentuar la función
de la razón y el valor del esquema racional del Estado, a la sustitución del
mundo mítico por ‘el mundo de la razón’ [...]. La Revolución francesa fue pre-
cedida, como es sabido, de grandes teorías racionalistas y se considera a sí misma
como la revelación de la razón en la historia. Sin embargo, ello no impidió que
apareciera adherida a un conjunto de mitos bien como supuesto de las doctrinas

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mismas, bien como concretización tanto de sus propias ideas como de las de sus
adversarios, ni tampoco que fueran esos mitos y sus correspondientes símbolos
—en parte nuevos, y en parte, restauración de símbolos clásicos— y no las
abstrusas doctrinas de Rousseau y otros pensadores las que movilizaran a las ma-
sas para la lucha por el nuevo régimen y por su futuro mantenimiento» (pág.
1021)16.
Queda, pues, patente que ese paso del mito a la razón de la mano del Esta-
do no implica la prescindibilidad o inutilidad de los símbolos: antes al contrario,
éstos, presentes tanto en la dimensión mítica como en la racional de la con-
ciencia humana, quedan reubicados cumpliendo su función al servicio del nue-
vo escenario estatal.
A esa versatilidad o adaptabilidad del símbolo, conforme a cuanto llevamos
expuesto, contribuyen seguramente los rasgos que comparte con el mito: en pri-
mer lugar, «el símbolo político, como el mito, es siempre actual, aunque
[...]quepa distinguir entre símbolos vigentes y no vigentes» (pág. 991); y otra
característica que tienen en común: que «la mayor presencia del mito o del sím-
bolo está condicionada por la época y por la circunstancia histórica» (pág.
1023). Ello no quiere decir que el manejo simultáneo de ambas categorías
que se hallan en esa especie de equilibrio de vasos comunicantes (exaltación de
viejos o nuevos mitos o adopción de símbolos basados en ellos) reporte siempre
los resultados esperados:
«Lo que estaba subyacente, pero oscuro, se hizo claro para el fascismo, espe-
cialmente en su forma nacional-socialista, que, con plena conciencia, se dispone
a crear los mitos de la época y que parte de una idea clara de las posibilidades del
símbolo como algo que, ‘con arreglo a las leyes eternas’, actúa de modo inmediato
para agrupar a los hombres en adherentes y adversarios [...]. Pero como los mitos
son lo radical, la equivocación respecto de ellos es también radical, como lo de-
mostró el tremendo fracaso histórico del nacional-socialismo» (pág. 1022).

16
Remedio SÁNCHEZ FERRIZ nos explica el proceso señalando que «La Revolución
francesa acabará consagrando la idea nacional como realidad política. Es el pueblo o nación
quien lleva a cabo la revolución frente a los estamentos del Antiguo Régimen; éstos quedarán di-
luidos en la idea nacional. La soberanía se transfiere del rey a la nación también a partir de este
acontecimiento apoyándose en las teorías de la época y, especialmente, en las formulaciones de Sie-
yès. Pero, además, la Revolución va a contribuir también a asentar el sentimiento nacional con
motivaciones espirituales: la bandera nacional sustituirá al estandarte real, el himno nacional hará
vibrar a las masas, las fiestas nacionales festejarán a la nación en sí misma considerada, la educación
nacional se vinculará a la fe patriótica y cívica sin referencia a las creencias religiosas y, por último,
la nación se armará en defensa de la revolución» (El Estado constitucional y su sistema de fuentes,
págs. 162-163).

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En todo caso, la presencia simultánea y complementaria de mito y símbo-


lo, y la participación de éste en la configuración de aquél, volverá a estar pre-
sente en otro trabajo posterior del profesor García-Pelayo, dedicado específi-
camente a los mitos en el ámbito político (su orden, modalidades, objetivación,
efectividad, etc.):
«El mito se expresa en un mitologema, es decir, en un conjunto de repre-
sentaciones, no tanto manifestadas en conceptos cuanto en imágenes y símbolos,
ni ordenadas sistemáticamente, sino confundidas y amalgamadas en un todo, y
susceptibles de modificaciones (pudiendo añadir o marginar representaciones)
mientras se conserve el núcleo» 17.
Ya lo había dejado claro al final de su «Ensayo de una teoría de los sím-
bolos políticos», donde concluye que, para la comprensión de la dimensión
política de una sociedad, será necesario, junto con la aproximación a sus cir-
cunstancias históricas, el conocimiento de los elementos irracionales que la
sustentan, y concretamente, sus mitos materializados o mimetizados en ele-
mentos simbólicos:
«Estimamos así que la teoría política necesita acoger entre sus tareas el estu-
dio de los símbolos como medio de expresión de la conciencia mítica y como
componentes, en grado más o menos intenso y extenso, de la unidad y de la ten-
sión políticas. A ello se une que las manifestaciones simbólicas de una sociedad y
la posición de los individuos ante ellas son indicio de la situación crítica o estable
de la sociedad en cuestión, así como el hecho de que ciertas épocas son ininteli-
gibles para la comprensión política si no se tienen en cuenta sus componentes
irracionales. Y, finalmente, que la misión de la teoría política no consiste sólo en
conocer el presente, sino también en dar los supuestos sistemáticos para el co-
nocimiento del pasado y, como hemos visto, hubo civilizaciones fundadas en un
pensamiento simbólico-mítico y, por tanto, sólo accesibles a través de sus cate-
gorías» (pág. 1031).

17
«Mito y actitud mítica en el campo político», pág. 2734. Asimismo, en este trabajo se
muestra cómo, a lo largo de la historia del pensamiento político, la presencia de elementos sim-
bólicos asociados al poder político han propiciado explicaciones o justificaciones míticas del
mismo: «[...] También la idea contraria de que solamente un poder monárquico superpuesto a la
sociedad, y no emanado de ella, puede garantizar el orden y la convivencia sociales, se ha estruc-
turado racionalmente en distintas teorías, pero antes de ello la idea misma ha tenido sus versiones
míticas, según las cuales, el poder político, significado en símbolos o insignias, desciende de lo alto
en forma de monarquía» (pág. 2729).

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III. ESPECIAL REFERENCIA AL HIMNO

III.1. Su encaje en la teoría de los símbolos políticos


Se ha caracterizado al himno nacional18 como «ese canto que permite expre-
sar la relación subjetiva con la comunidad nacional». Desde que en el siglo
XVIII, el Dios salve al Rey supuso la aparición del género, los himnos han veni-
do actuando como vínculo sensible entre los ciudadanos y su comunidad polí-
tica. Así, en la Francia revolucionaria, y bajo la inspiración de los escritos de
Rousseau (1712-1788), se fundará «una nueva política de lo simbólico donde
adquiere forma, sobre todo gracias a La Marsellesa, el mito de la voz única de la
nación» que cristalizará en la concepción de la soberanía como soberanía nacio-
nal. En el contrarrevolucionario Estado austríaco, esa nueva concepción del
símbolo sería rescatada bajo la forma del himno imperial cuya composición sería
encargada a Franz Joseph Haydn (1732-1809). Y más tarde, en 1814, Beethoven
(1770-1827) sublimaría las voces del pueblo en la cantata El instante glorioso,
compuesta para el Concierto de Europa de Metternich. Así, la grandilocuencia
que impregna los himnos nacionales «sirve para expresar a veces cierta oposición
e incluso para propagar la revuelta o la revolución, pero también puede contri-
buir a garantizar la legitimidad del poder constituido y la adhesión al orden es-
tablecido bajo la forma de una música de Estado, es decir, una música recono-
cida como gesto o discurso político, cuya producción o interpretación tienen
lugar por acción del Estado»19.
Ahora bien: precisamente porque «la historia de los símbolos es la historia de
lo que simbolizan tanto como la de sus modos de simbolización»20, se hace ne-
cesario reparar en la diversidad de clases o géneros de himnos, tanto desde el pun-
to de vista de su texto y significado (políticos, ideológicos, religiosos, académicos,
etc.) como atendiendo a su estilo o estructura musical (himno-marcha, himno-
canción, himno-epopeya, entre otros)21.
Esa diversidad trae como consecuencia además la imposibilidad de separar el
himno de su mensaje, lo que conduce a su vez a la necesidad de contemplar las
distintas funciones que en cada caso cumplen los himnos, y en concreto los himnos
nacionales como manifestación específica de aquéllos.

18
En lengua inglesa, existe el término genérico Hymn, si bien para referirse específicamente
a un himno nacional, se utiliza la expresión National Anthem.
19
Esteban BUCH, La novena de Beethoven. Historia política del himno europeo, pág. 10.
20
Cfr. Esteban BUCH, La novena de Beethoven. Historia política del himno europeo, pág. 465.
21
Véase la clasificación de los himnos que propone Óscar MAGO BENDAHÁN, «Los him-
nos en Latinoamérica y en el mundo: historia anecdótica y significados ocultos», págs. 51-52.

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Parece, pues, científicamente adecuado proceder conforme al método de-


ductivo (delimitación que pretende llegar a lo particular partiendo de lo más ge-
neral), para ir al origen mismo de la palabra «himno», que procede del griego
«hymnos» —cuyo significado vendría a ser «una canción de alabanza de dioses o
héroes»— y remontarnos a su origen en las iglesias cristianas como canciones de
alabanza a Dios. Se nos recuerda en este sentido que San Agustín (353-430) es-
tipuló la presencia esencial de esos tres elementos (canción, alabanza y Dios), dis-
tinguiendo así los himnos de los salmos o cánticos espirituales (mencionados en la
Biblia en Efesios, 5: 19, y Colosenses, 3:16), si bien la distinción suele resultar
escasamente nítida. «El carácter y la historia del himno en Occidente son clara-
mente distinguibles de los del himno de la antigüedad clásica o del repertorio bi-
zantino», caracterizándose aquél desde sus comienzos por la influencia en mayor
o menor medida de la lengua vulgar, por su afán didáctico, así como por su ca-
rácter participativo22.
Estas referencias meramente aproximativas sirven, en todo caso, como in-
dicio que ha de permitirnos apreciar la pluralidad de mensajes que podemos en-
contrar en los himnos, desde su histórico origen religioso, hasta que su uso se fue
haciendo extensivo a las más variadas manifestaciones de celebración o alabanza,
abarcando así una amplia variedad de funciones o cometidos al servicio del pa-
triotismo, el idealismo, la exaltación, la reivindicación, la alabanza o la solem-
nidad, y de finalidades en los ámbitos político, jurídico o sociológico23.
Encontramos, así, ejemplos de himnos que se atienen a la finalidad origi-
naria antes citada, en el Ave Maris Stella24, o en el Te Deum; si bien éste, siendo

22
Cfr. Richard F. FRENCH, «Himno», págs. 508-511. A ello cabría añadir, con Stanley SA-
DIE (Diccionario Akal/Grove de la Música, págs. 443-444) que los primeros himnarios latinos con
melodías datan de los siglos XI o XII, y desde el siglo XV fue habitual el musicar polifónicamen-
te los himnos de vísperas. Asimismo, en el contexto norteamericano, las aportaciones más desta-
cables han venido dadas por la recuperación del Gospel Hymn del siglo XIX, que culminaría con las
obras de Moody y Sankey, así como por el Espiritual.
23
Baste pensar en que el afán por incluir la referencia al himno es una constante en el ya
mencionado proceso de reformas estatutarias en España, tanto para conferir rango estatutario a los
himnos que ya existían (como vimos respecto del caso catalán), como para la creación de himnos
nuevos en aquellas comunidades que carecían de ellos, aunque sus respectivas provincias y/o
ciudades ya tuvieran el suyo. Normalmente, es el tiempo el que se encarga de mostrar si un him-
no cuaja entre los miembros de la colectividad simbolizada o por el contrario sirve más bien para
suscitar polémicas generalmente estériles que para generar cohesión y unidad.
24
Himno de alabanza a la Virgen María, atribuido Fortunato, obispo de Poitiers (siglo
VII), si bien su origen más fiable se sitúa en el siglo XI (www.encuetra.com). Adoptado por la Igle-
sia Católica para las Vísperas de la festividad de María, ha sido musicado, entre otros, por Edvar
Grieg (1843-1907).

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un himno de alabanza y acción de gracias, también ha sido tradicionalmente uti-


lizado para la conmemoración de acontecimientos histórico-políticos, como
victorias militares o tratados de paz, casi siempre con brillantes arreglos or-
questales y corales25. Tampoco podemos olvidar otras composiciones que se
corresponderían con los himnos religiosos desde el punto de vista de su texto y
contenido, pero en cuyo origen se advierten connotaciones de alabanza o exal-
tación de personas a cuyo servicio trabajaba el compositor. Sería el caso de los
Chandos Anthems de Händel, compuestos para la Capilla del Duque inglés del
que su autor fue compositor privado entre 1717 y 1718, y cuyos textos están
inspirados en los Salmos26. Bien distintos en cuanto al texto y a la finalidad (sal-
vadas, además, las distancias en cuanto a su factura musical, e independiente-
mente de su mayor o menor valor artístico o estético) serían aquellos himnos
utilizados como instrumento de movilización, galvanización o exaltación de
las masas al servicio de una causa, movimiento o régimen político. Ejemplos de
ello encontraríamos en la Giovinezza de la Italia fascista, en el Cara al Sol —him-
no de la Falange española—, en la Internacional socialista, o en Le chant des par-
tisans27.

25
Cfr. Eckhardt van den HOOGEN, El ABC de la Música Clásica, pág. 409. Ejemplos de
ello serían el Te Deum H. 146 de Marc-Antoine Charpentier (1643-1704) o el Te Deum HWV
278 (Utrecht) de Georg Friedrich Händel (1685-1759). A la única finalidad de la alabanza obedece
el bellísimo e inspirado Te Deum de Anton Bruckner (1824-1896).
26
Al respecto, Samuel RUBIO ÁLVAREZ, «Un canto espiritual».
27
«Giovinezza» fue el himno de los «arditi», cuerpo de élite del Ejército italiano durante la
primera Guerra Mundial, y posteriormente implantado por Mussolini (1883-1945) como uno de
los símbolos emblemáticos del fascismo. Resulta conocida la agresión que, el 14 de mayo de 1931,
sufrió el director de orquesta Arturo Toscanini (1867-1957), por negarse a interpretar dicho
himno durante un concierto. En cuanto al Cara al Sol, fue compuesto a finales de 1935 y canta-
do por primera vez como himno oficial de la Falange el 2 de febrero de 1936. La música se debe
a Juan Tellería (1895-1949), y la letra a las aportaciones de varios falangistas, incluido el propio
José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), quien escribía que «nuestro himno debe ser una can-
ción alegre, exenta de odio, pero a la vez de guerra y amor». Junto con él, participaron en su re-
dacción autores como Agustín de Foxá Torroba (1903-1959), Rafael Sánchez Mazas (1894-
1966), Dionisio Ridruejo (1912-1975) o Eugenio Montes (1900-1982).
Por lo que respecta a la Internacional, se trata de un himno cuya letra fue compuesta en 1871
por Eugène Pottier, poeta francés afiliado a la Asociación Internacional de Trabajadores o «Primera
Internacional» (1864-1876), y miembro también de la Comuna de París. La música la compuso
Pierre Degeyter (1848-1932) en 1888. La Internacional fue el himno de la extinta Unión Soviética
hasta la segunda guerra mundial. Posteriormente, el himno encargado por Stalin (1879-1953) po-
nía el acento en el papel preponderante que Rusia desempeñaba en la URSS, así como en Lenin y
en el Partido como puntos obligados de referencia. Tras la desintegración de la URSS en 1991 es
adoptada como himno, sin letra, la Canción Patriótica, a partir de una marcha compuesta por

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Himnos en el más amplio sentido pueden considerarse también canciones


tan distintas entre sí como la popular «Por qué perder las esperanzas de volverse a
ver» (que posiblemente encontraría su raíz en una canción tradicional escocesa
con letra en inglés y, apelando a sentimientos de afecto y cohesión comunitaria,
suele entonarse como despedida en reuniones de grupos, campamentos, etc.), o
el Gaudeamus Igitur (»Alegrémonos, pues...»), antigua canción estudiantil anóni-
ma sobre la brevedad de la vida, cuya adopción como himno universitario ha lle-
gado a generalizarse28.
El intento de reconducir estas funciones que cumplen con carácter general
los himnos, al ámbito de los himnos que operan como símbolo de una determi-
nada comunidad política (independientemente ahora del carácter estatal o no de
la misma)29, nos lleva a observar un denominador común en aquéllos, que bien
puede trasladarse a éstos, y que quedó explicado con carácter general para los
símbolos en el apartado II.1: los himnos son cauce de expresión de sentimientos co-
lectivos, y poseen un valor integrador capaz de generar sentimientos de cohesión
y unidad30.

M. I. Glinka (1804-1857). El 30 de diciembre de 2000, el presidente Vladimir Putin (1952) sus-


tituye dicho himno por el actual, compuesto por Alexánder Alexandrov (1883-1946), con letra del
poeta ruso Serguéi Mijalkov (1913-).
Le chant des partisans, con música de la compositora de origen ruso Anna Marly (1917-2006)
y letra de Joseph Kessel (1898-1979) y Maurice Druon (1918-2009), se convirtió el el himno de
la resistencia francesa, y fue utilizado también en España y otros países como símbolo de la lucha
contra el fascismo.
28
Como puede leerse en http://es.wikipedia.org/wiki/Gaudeamus_Igitur , este himno, con tex-
to en latín, es más frecuentemente utilizado que el otro himno universitario, el Veni Creator Spi-
ritus, de contenido más religioso. «El Gaudeamus tiene una letra cuyo contenido parece ser una to-
nada estudiantil de tiempos medievales, en la que los estudiantes alaban el vivir día a día y se
regocijan de su juventud y libertad. Sin embargo, es más realista pensar [...] que la letra actual es
obra de C.W. Kindleben, quien en 1781 la recogió de los cuadernos de sus compañeros, realizando
varios cambios antes de publicarla como ahora la conocemos. Sin embargo, ya en 1717, J.C. Gün-
ther había recogido la traducción de la letra al alemán [...]. Es sabido que en 1267 aparecieron, en
el poema en latín ‘Scribere proposui’ las palabras de los versos 2 y 3 de la primera estrofa [iuvenes
dum sumus / post iucundam iuventutem], sin mención alguna al famoso primer verso».
29
Valga de nuevo el ejemplo de Els Segadors, considerado como «himno de Cataluña» en el
artículo 8 de la Ley Orgánica 6/2006 de 19 de julio, de reforma del Estatuto de Autonomía de
Cataluña.
30
Para Jaume VERNET i LLOVET (»Símbolos y fiestas nacionales en España», pág. 107),
los símbolos se caracterizan precisamente porque «engendran un sentimiento de comunidad po-
lítica y cohesionan a ésta con el estado»; lo cual le lleva a considerar como símbolos en sentido am-
plio las festividades oficiales (días festivos, aniversarios), aun considerando que, en sentido estricto,
sólo admitirían la consideración de símbolos «los signos materiales susceptibles de ser vistos u oí-
dos, que ostentan una referencia estatal de importancia histórica o actual: banderas y estandartes,

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Se ha escrito, por ello, que los himnos nacionales son «canciones patrióticas
adoptadas por las naciones por medio de la tradición o de un decreto y que se
valoran, como la bandera de una nación, por su capacidad para despertar los
sentimientos de orgullo y solidaridad nacionales», así como que «el valor in-
trínseco de la música y el texto pueden ser secundarios para el papel que juega el
himno en el simbolismo político. Muchos países adoptaron un himno nacional
en el siglo XIX con el incremento del nacionalismo. Las naciones en desarrollo
seleccionan himnos como una ayuda para la unificación de su pueblo y los
cambios de gobierno pueden traducirse en un himno nuevo o revisado»31.
En esta línea, y en sintonía con las características más genéricas a las que nos
hemos referido, el himno nacional ha sido recientemente definido por el Tri-

escudos, sellos, condecoraciones, himnos...». De hecho, como el propio autor recuerda, en la obra
Símbolos de España editada por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, se estudian úni-
camente el escudo, la bandera y el himno. Sin embargo, podemos constatar que a la hora de am-
pliar el concepto de «símbolo», las posibilidades pueden ser infinitas. Baste pensar en las frecuentes
polémicas generadas alrededor del conocido como «Toro de Osborne», tanto en lo que se refiere a
su retirada de las carreteras en determinadas Comunidades Autónomas, como en su utilización
como reclamo turístico, dando así lugar a pleitos judiciales en los que se dilucida si es una marca
comercial registrada o un símbolo del patrimonio artístico y cultural de España.
También en sentido amplio se ha apreciado una relevante dimensión simbólica en la ema-
nación popular de la justicia que los jueces y magistrados administran en nombre del Rey según el
artículo 117 de la Constitución española: el juramento de lealtad al Rey simbolizaría la lealtad a lo
que éste representa como símbolo de unidad y permanencia del Estado (artículo 56.1). Al res-
pecto, Rafael de MENDIZÁBAL ALLENDE (»La Constitución como símbolo y los símbolos en
la Constitución», págs. 1200-1202). Véanse asimismo Ángel SÁNCHEZ DE LA TORRE (»La
simbología de la Corona en los pueblos indoeuropeos») y María José CANDO SOMOANO (»La
función simbólica en la Monarquía española»).
31
Harod E. SAMUEL, «Himnos nacionales», págs. 511-512. Especifica este autor que los
himnos suelen tocarse y/o cantarse en ceremonias, actos deportivos o diplomáticos, y en ciertas
ocasiones en teatros y salas de concierto. Por su parte, Stanley SADIE (Diccionario Akal/Grove de
la Música, págs. 443-444) se refiere a los himnos nacionales como «himnos, marchas, anthems o
fanfarrias usados como símbolos patrióticos oficiales», aclarando que «el término se difundió a
principios del siglo XIX», y desde entonces se han venido interpretando «en ocasiones ceremoniales
y en determinados actos teatrales o deportivos». Señala este autor como más antiguo el himno real
británico God save the King/Queen, «que comenzó a usarse en la década de 1740», y que aún se
canta incluso, con variaciones en el texto, en los Estados Unidos. Otros países adoptarían sus him-
nos nacionales más avanzado el siglo XVIII, como Francia (La Marsellaise) y Austria (el ya men-
cionado Himno del Emperador, compuesto por Haydn). «Otros muchos fueron adoptados durante
el siglo XIX, pero los países de Oriente solamente siguieron esta práctica a partir de mediados del
siglo XX. Los textos de los himnos nacionales encarnan usualmente el fervor patriótico; la músi-
ca es a veces estrófica, a menudo marcial, en ocasiones operística, y algunas veces se basa en la mú-
sica popular tradicional del país».

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bunal Constitucional peruano como «una composición poético-musical cuyo


sentido es honrar personajes y sucesos históricos, que contribuyeron al surgi-
miento de la Nación»32.
A la vista de lo anterior, se comprenderá fácilmente que el himno nacional
ocupa un lugar preferente en ese aludido conjunto de elementos que entran de
lleno en el terreno de los sentimientos, generando vínculos emocionales entre el
individuo y la comunidad política a la que pertenece, en la medida en que
aquél pueda encontrar en el himno su imagen reflejada en el escenario deter-
minado por ella. Así, en parecidos términos, se ha podido decir que «un himno
nacional es el espejo del carácter de un pueblo»33.
El himno, en cuanto símbolo es, en definitiva, «un factor de cohesión in-
terna, que facilita la aproximación de gobernantes y gobernados». Por ello, «la
identidad nacional sale reforzada con la utilización de los símbolos de la mis-
ma»34. Si «la integración en un grupo requiere una expresión simbólica», y si «el
hombre, a diferencia del animal, no vive en el mundo de los hechos crudos y so-
lamente al compás de sus necesidades y deseos inmediatos, sino que vive además
y principalmente en un mundo de símbolos», resulta obligado recordar el im-
32
Resolución de 14 de junio de 2005 en la que dicho Tribunal declaró fundada en parte la
demanda de inconstitucionalidad planteada por congresistas de la República contra el artículo 4
de la Ley nº 1801 que declara oficiales e intangibles la letra y música del Himno Nacional, pu-
blicadas el 26 de febrero de 1913. Se aprecia así inconstitucionalidad por omisión en el mencio-
nado artículo, debiendo añadirse la quinta estrofa de la versión original del himno, cuya autoría
corresponde a don José de la Torre Ugarte (1786-1831), restituyendo la integridad de la obra del
autor protegida por el artículo 2, párrafo 8 de la Constitución, el artículo 27 de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, el artículo 15 del Pacto Internacional de Derechos Econó-
micos, Sociales y Culturales, y el artículo 6 del Convenio de Berna para la Protección de las Obras
Literarias y Artísticas, del que el Perú forma parte. En la sentencia citada se declara que corres-
ponde al Congreso de la República determinar la o las estrofas del himno que deben ser tocadas y
entonadas en los actos oficiales y públicos y que, en tanto ello no se produzca, mantiene su fuer-
za normativa la costumbre imperante; y se añade que el texto del himno «no crea, extingue o mo-
difica situaciones jurídicas objetivas y generales que eventualmente puedan vulnerar no sólo el
principio constitucional de la dignidad de la persona, sino también otros derechos y libertades que
la Constitución garantiza».
33
La frase, del compositor Richard WAGNER (1813-1883), aparece en Esteban BUCH, La
novena de Beethoven. Historia política del himno europeo, pág. 464, que a su vez recoge la cita de
Paul NETTL, National Anthems, 1967, pág. 133.
34
Manuel JIMÉNEZ DE PARGA, «Lo oficial y lo real», pág. 3. Esta reflexión lleva al cita-
do autor a considerar «especialmente preocupante que los gobiernos no insistan en la fuerza
movilizadora de los símbolos», refiriéndose por ejemplo a la supresión de la bandera en ciertos edi-
ficios oficiales o a la eliminación del himno en ceremonias solemnes: «si los símbolos de la unidad
(bandera, himno) son arrinconados, o eliminados incluso, los políticos pueden marchar por una
senda distinta de la que cotidianamente recorren los ciudadanos».

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portantísimo papel que los símbolos desempeñan en la vida social», hasta el pun-
to de que «el comportamiento político de los ciudadanos, resulta influido ex-
traordinariamente por los símbolos de la comunidad a la que pertenecen»35.
Pues bien: esta argumentación nos proporciona las coordenadas en las que si-
tuar la plena aplicabilidad a los himnos de la teoría de los símbolos políticos de-
sarrollada por el profesor García-Pelayo, resumida aquí a lo largo del apartado II.
Para empezar, existe una coincidencia entre las funciones que cumplen los
himnos y el resto de los símbolos políticos36. Así, en primer término, cabe hablar
de una función representativa, en cuanto que los símbolos del Estado «son una
forma de autorrepresentación de cada Estado o Comunidad (o del Estado o Co-
munidad que se pretende ‘inventar’ o llegar a ser, pues el himno es parte im-
portante de la mitología del Estado-nación o de la Comunidad); mediante el
símbolo (considerado aquí en su dimensión «básicamente externa»), cada Esta-
do o Comunidad se define a sí mismo frente a los demás, tanto en el tiempo
como en el espacio, conformando los símbolos la «comunidad imaginada».
Pero además estaría, precisamente, la función integradora del símbolo (contem-
plado ahora en su dimensión «esencialmente interna»), que incluiría la «trans-
misión condensada y emocional de los valores y la historia de una comunidad polí-
tica». En cumplimiento de ella, «los himnos son una forma de promoción del
Estado entre los ciudadanos, a fin de que estos se sientan identificados con el Es-
tado al que pertenecen y los valores en que se basa [...] y así se genere, manten-
ga, refuerce y consolide un cierto consenso básico de la comunidad organizada
en el Estado». Si los símbolos en general son «un mecanismo vigoroso de co-
municar al otro —con una plasticidad y densidad de contenido irracionales en
gran medida, pero también por ello de un modo inaccesible muchas veces a la
palabra— unas ideas, y permiten convencer a sus destinatarios» por su «capaci-
dad de condensación y concentración ideológica a través de una estructura
muy simple que sólo es posible por su fuerte componente irracional», eso mismo
ocurre en particular, de manera especialmente destacada, con los himnos; los
cuales serían, volviendo a Häberle, «un elemento cultural de identidad que,
como pieza del patriotismo constitucional musical, fundamenta el consenso

35
Manuel JIMÉNEZ DE PARGA (ibidem), cita al respecto al filósofo alemán Ernst CAS-
SIRER (1874-1945): «El lenguaje, la religión, el arte, la política, los grupos sociales, constituyen
parte de ese mundo simbólico, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica. El hombre no
se enfrenta con la realidad de un modo inmediato y directo; no suele verla cara a cara. Se ha en-
vuelto a sí mismo en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos, de tal manera que ve
las cosas a través de la interposición de esa urdimbre simbólica».
36
Asumimos aquí la síntesis de tales funciones llevada a cabo por Joaquín BRAGE CAMA-
ZANO, «El himno como símbolo del Estado: dimensión jurídico-política», págs. 24 y ss.

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MIGUEL ÁNGEL ALEGRE MARTÍNEZ

básico emocional de una comunidad política»37. Así las cosas, acierta Brage
Camazano cuando señala que el mérito esencial de García-Pelayo consistiría en
haber puesto de relieve que, como ya vimos, «la función del símbolo político no
se agota en comunicar algo, como el mero símbolo discursivo o lógico, sino que
tal comunicación no es más que el supuesto para promover y sustentar el pro-
ceso integrador; su función no es sólo dar a conocer unas significaciones, sino
transformarlas en acción». En este contexto, resulta plenamente aplicable a los
himnos la afirmación de esa capacidad integradora de los símbolos, llevada a
cabo a través de la condensación o representación material y —en este caso—
audible de los valores en los que se apoya y sustenta la comunidad política.
Por otra parte, y desde una perspectiva más general, García-Pelayo propone
(págs. 996 y ss.) una clasificación o tipología de los símbolos tomando como refe-
rencia diversos criterios. En síntesis, podemos recordar aquí su distinción entre
símbolos: a) Corpóreos y tangibles; b) Lingüísticos, como «Libertad, igualdad, fra-
ternidad»; c) Fantásticos, como dragón, águila bicéfala, etc.; d) Personales. Intere-
sa aquí especialmente la subdivisión, dentro de los corpóreos y tangibles, entre las
«cosas naturales a las que se carga de significación simbólica», y las «cosas artifi-
ciales», es decir las creadas «intencionalmente para servir de configuración simbó-
lico-política» (como banderas o estandartes), las creadas «sin intención política,
pero que permanente o circunstancialmente pueden adquirir significación de
símbolos políticos» (como edificios, estatuas u otras representaciones plásticas
que son politizadas en momentos en que no es posible la exhibición de símbolos
estrictamente políticos), o las creadas «ya desde su origen con doble y varia inten-
cionalidad y entre las que se incluye la de servir como símbolo político».
Llama la atención que el autor no se refiera expresamente a los himnos
como ejemplo en ninguno de los supuestos citados; sobre todo, habida cuenta
de que ellos presentan a su vez una rica y compleja variedad, de tal manera que
es posible encontrar himnos que encajen plenamente en cualquiera de los casos
mencionados. Así queda demostrado a través de la exhaustiva clasificación de los
himnos elaborada por Mago Bendahán, o en el minucioso estudio sobre la his-
toria, letra y música de los distintos himnos nacionales europeos llevado a cabo
por Mikunda Franco38.

37
Peter HÄBERLE, Nationalhymnen als Kulturelle Identitätslemente des Verfassungsstaates, pág.
115 (citado por Joaquín BRAGE CAMAZANO, «El himno como símbolo del Estado: dimensión
jurídico-política», pág. 26).
38
Óscar MAGO BENDAHÁN, «Los himnos en Latinoamérica y en el mundo: historia
anecdótica y significados ocultos», cit., págs. 51-52; Emilio MIKUNDA FRANCO, «Los himnos
en particular: panorama europeo global en perspectiva cultural comparada», cit.

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Tampoco menciona García-Pelayo los himnos al referirse a los símbolos


«lingüísticos» (págs. 997-998), entendiendo como tales los «audibles y legibles,
consistentes en vocablos, juegos de palabras o siglas cargadas de significación
simbólica», como pueden ser las siglas SPQR (Senatus Populusque Romanus) o la
expresión «Libertad, Igualdad y Fraternidad», símbolos en todo caso difíciles de
diferenciar del eslógan o la consigna. Más adelante (págs. 1006 y ss.), cuando se
detiene en el estudio de determinados símbolos en particular con el fin de
ejemplificar su relación con la conciencia mítica y su carácter integrador, tam-
poco se detiene concretamente en los himnos, aunque sí lo hace en las insignias,
lugares, palabras y nombres. No creemos que ello deba significar su intención de
excluir al himno de las características predicadas de los símbolos en general. Por
una parte, cuando antes ha propuesto la mencionada clasificación de los sím-
bolos, lo ha hecho de manera que en ella pueden tener cabida muchos más de
los posteriormente estudiados en apartados específicos (y los himnos, como
hemos visto, responden a varios de los tipos de símbolos allí identificados).
Por otra, en reiteradas ocasiones utiliza como ejemplo canciones o poemas
(págs. 1009, 1012) para mostrar cómo «a lo largo de nuestra vida damos a al-
gunas cosas u objetos materiales una carga espiritual tan intensa que llegamos a
sentir que el objeto tiene en sí algo de lo que representa», de tal manera que,
operando con nuestra conciencia mítica, tendemos a ver en ellos algo «que no
sólo significa, sino que es lo que significa» (págs. 1008-1009).
Sin duda, ningún otro símbolo como el himno, que «tiene como elemento
imprescindible la música, en cualquier forma, instrumental, vocal solista o vocal
coral» encierra ese «valor psicológico», ese «poder de penetración psicológica
tan efectivo que ha permitido utilizarlos para todo tipo de fines». En efecto, mo-
vimientos políticos de signo tan diverso como el independentista americano, el
nazismo, el fascismo italiano o el republicanismo español «utilizaron con gran efi-
cacia la música para sus fines políticos»39. Ello no impide que los himnos hayan
sido vistos también no como símbolos políticos primarios (aunque sea por cone-
xión), sino como instrumentos que «cumplen una función adjetiva en relación
con los símbolos verdaderos». En este sentido, apunta Muñoz Arnau que «su ca-
rácter de símbolo del Estado o Nación es solamente traslaticio o reflejo. Con los
himnos se honra a los símbolos, y a través de ellos a las realidades que representan
o simbolizan. Con el himno se honra a la bandera o a las autoridades que sim-
bolizan al Estado o a su organización política. La música del himno es la mani-
festación festiva del honor debido a personas o instituciones». Ahora bien, no cree-

39
Óscar MAGO BENDAHÁN, «Los himnos en Latinoamérica y en el mundo: historia
anecdótica y significados ocultos», cit., pág. 53.

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mos que esta visión sea incompatible con la de considerar al himno un símbolo
en sí mismo, ya que, como el mismo autor citado nos indica, «si el himno fuera
únicamente algo que sirviera para honrar a la bandera o a las autoridades pre-
sentes en un lugar, su valor sería limitado desde el punto de vista político». En
suma, la importancia del himno, independientemente de su reconocimiento ex-
preso o no por el Texto constitucional, «deriva de su capacidad, real o presunta,
de poner en acto un sentimiento de solidaridad nacional, de producir una identi-
ficación de los miembros que participan con su respeto y en su caso con su canto,
con una comunidad política que es también una comunidad cultural»40. Estamos,
pues, ante una nueva afirmación de su valor integrador.

III.2. El necesario enfoque comparativo e interdisciplinar para su estudio

Habida cuenta de la rica variedad de símbolos políticos y la amplia diversi-


dad de circunstancias, origen, finalidades, mensajes, etc. que los rodean, se
comprenderá fácilmente que la aproximación a su estudio pasa por la necesidad
de ordenar y procesar toda esa información para extraer conclusiones válidas. En
efecto, se impone la búsqueda de un denominador común (más allá de la mera
síntesis de los datos recopilados), en aras de una visión constructiva, creativa y
prospectiva. Desde el punto de vista metodológico, ello se traduce por una
parte en el necesario enfoque interdisciplinar para el estudio de los símbolos; y por
otra, en el hallazgo de un campo especialmente apropiado para el ejercicio de la
comparación jurídica41.
En cuanto al primer aspecto, para comprender la necesidad de contemplar el
tema de los símbolos desde distintas perspectivas científicas y la insuficiencia de
abordarlo desde una sola, baste con tener en cuenta que, si «resulta delicado con-
vertir la historia de un símbolo en el símbolo de la historia»42, es igualmente cier-
to que «los símbolos no son susceptibles de ser regulados por el derecho. Lo más
que puede hacer el derecho es reconocerlos»43. Por eso, como indicábamos al co-
mienzo, la consideración de los aspectos jurídico-políticos relacionados con los
símbolos, deberá ir acompañada de la de sus implicaciones antropológicas, so-
ciológicas, psicológicas, estéticas o estilísticas, obteniendo así una visión cabal de
su dimensión cultural y humana.

40
Juan Andrés MUÑOZ ARNAU, «Reflexión final», cit., pág. 164.
41
Este es el doble enfoque que hemos seguido en el citado volumen colectivo coordinado por
Miguel Ángel ALEGRE MARTÍNEZ, El himno como símbolo político.
42
Esteban BUCH, La novena de Beethoven. Historia política del himno europeo, pág. 464.
43
Pedro DE VEGA GARCÍA, «El poder moderador», pág. 23.

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Desde la específica parcela jurídico-constitucional, la reflexión sobre los


símbolos a la vista de las ya mencionadas funciones que están llamados a
desempeñar, encuentra en la óptica comparatista una estimable herramienta me-
todológica, cuya utilización llevará al estudioso a no limitarse al tratamiento su-
cesivo de los símbolos de diversos países. Sin perjuicio de que los modelos con-
cretos proporcionen un valioso material de partida. Como en tantos otros
ámbitos del conocimiento político y constitucional, el método comparativo ha
de resultarnos especialmente útil; no sólo por la «circulación, siempre intensa, de
los modelos», que «impide estudiar las instituciones propias del Derecho Cons-
titucional sin tener en cuenta las influencias que provienen del exterior»44, sino
también porque, como hemos podido comprobar, los símbolos políticos conecta
directamente con los vínculos más profundos que unen a la persona con la co-
munidad política a la que pertenece; con lo cual, los problemas que se puedan
plantear alrededor de aquéllos, no sólo adquieren una dimensión universal,
sino que además requieren una reflexión que no se quede en el plano de la mera
descripción teórica45.
No podíamos dejar de hacer referencia aquí a esta circunstancia, ya que,
como es sabido, el Derecho Constitucional comparado fue también objeto de la
atención científica del profesor García-Pelayo. Para él, la misión de esta disci-
plina es «el estudio teórico de las normas jurídico-constitucionales positivas
(pero no necesariamente vigentes) de varios Estados, preocupándose de destacar
las singularidades y los contrastes entre ellos o entre grupos de ellos», si bien, a la
hora de agrupar los diversos órdenes jurídicos constitucionales no existe una úni-
ca estrategia posible, sino que pueden seguirse diversas tendencias que «no son
incompatibles entre sí, sino que pueden armonizarse y reunirse en un sistema»,
como muestra el manual del profesor Adolfo Posada, a quien considera fundador
y cultivador ejemplar del Derecho constitucional comparado en España. La
tarea puede llevarse a cabo, en efecto, mediante: a) el estudio «simultáneo,
pero individualizado, de diversas constituciones» que represente genuinamente
una especie o género de ordenación; b) «la reducción de las constituciones de los
Estados particulares a grupos colectivos, pero cada uno de ellos dotado de pro-

44
Lucio PEGORARO, «El método en el Derecho Constitucional: la perspectiva desde el De-
recho Comparado», pág. 26.
45
Como afirma Lucio PEGORARO («Las funciones subsidiarias de la comparación en el es-
tudio de los ordenamientos federales y del gobierno local», pág. 37), «si la finalidad básica del de-
recho público comparado consiste en organizar sistemáticamente el conocimiento en el sector que
le corresponde, su misión no se agota con la simple investigación teórica, con meros fines espe-
culativos. Como otros aspectos del conocimiento humano, el resultado de la investigación puede
ser utilizado también a nivel práctico».

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pia singularidad con respecto a los demás, de modo que se opera mediante la re-
ducción de singularidades individuales a singularidades colectivas»; c) el estudio
de un país en particular tomándolo como término de la comparación, «intere-
sando la organización jurídico-constitucional de los demás países únicamente en
la medida que muestren similitud o contraste o sirvan de aclaración para aquel
que forma el objeto central del estudio»46. En su Derecho Constitucional Com-
parado, obra de referencia que el tiempo ha convertido en todo un clásico, no
sólo encontramos «un extraordinario estudio sobre lo que el constitucionalismo
en general significa y sobre lo que ha significado, en particular, en los países que
adoptaron sus distintos modelos»47. Por eso, y como fácilmente se comprenderá,
en esta obra quedan reflejados el substrato y la raíz del pensamiento político del
profesor García-Pelayo, y esa versatilidad metodológica presente en su teoría de
los símbolos políticos que en estas páginas hemos comentado, y que en el fondo
es, precisamente, un amplio y profundo ejercicio comparativo e interdisciplinar.

IV. CONCLUSIONES Y ENSEÑANZAS

Según acabamos de ver, la comparación en el ámbito jurídico-político no tie-


ne por qué quedarse en el plano de la especulación intelectual, sino que está lla-
mada también a proporcionar resultados o consecuencias en el ámbito práctico.
En este sentido, y aparte de lo reveladora e ilustrativa que resulta en sí misma, la
consideración de la teoría de los símbolos políticos del profesor García-Pelayo
nos reporta enseñanzas especialmente fructíferas si intentamos trasladarla o
aplicarla al contexto español actual.
En buena medida, como hemos ido comprobando, dicha teoría gira en
torno al carácter integrador de los símbolos, esto es, su capacidad para generar un
sentimiento de identificación entre los ciudadanos y su comunidad política, me-
diante el fortalecimiento de un acuerdo básico en torno a los valores que la sus-
tentan. Los símbolos favorecen la adhesión de los ciudadanos a esos valores (y,
por tanto, a la comunidad misma), en cuanto modos de expresión de la con-
ciencia mítica, que el ser humano necesita (junto con la creación intelectual o ra-
cional) para su ubicación en el mundo y en la sociedad.
En el apartado II.1 tratábamos ya de establecer una conexión entre el even-
tual valor integrador de los símbolos y el fallido intento de poner letra al himno

46
Manuel GARCÍA-PELAYO, Derecho Constitucional comparado, págs. 20 y 21, y prólogo a
la primera edición (pág. 11).
47
Manuel Aragón, «Introducción», pág. II.

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nacional español en 200748. Por un lado, constatábamos allí la necesidad de una


serie de requisitos para que el símbolo pueda desplegar su potencial integrador:
claridad, facilidad de comprensión, así como una determinada actitud por par-
te del Estado. De otra parte, sabemos que la Constitución española (a diferencia
de lo que sucede por ejemplo con la bandera en su artículo 4) no hace referencia
alguna al himno. De todas formas, esto no debería ser considerado un factor de-
cisivo49.
La clave está quizá en dilucidar si el símbolo es presupuesto de la conciencia
de pertenencia a una comunidad y a un proyecto político común (que es en lo
que se materializaría, al fin y al cabo, el valor integrador), o viceversa: ¿Cumplen
realmente los símbolos su función integradora (es decir, contribuyen a generar
ese sentimiento de pertenencia a un proyecto común), o ese sentimiento es un
presupuesto previo y necesario para que un símbolo pueda cuajar y/o ser utili-
zado de manera natural y cotidiana? ¿El símbolo integra, o es la integración pre-
existente la que hace posible el éxito del símbolo? ¿El símbolo genera integra-
ción, o más bien la necesita?

48
Como se recordará, ante la legítima pretensión de que el himno nacional español tuviera
una letra (expresada sobre todo por deportistas que deseaban poder cantarlo al igual que sus com-
pañeros/rivales de otros países), el Comité Olímpico Español, con la colaboración de la Sociedad
General de Autores de España decidió en junio de 2007 poner en marcha una especie de concur-
so de ideas para elegir el texto. Se designó un jurado compuesto por seis destacados especialistas en
sus respectivos campos: el musicólogo Emilio Casares, el historiador Juan Pablo Fusi, la catedrá-
tica de Literatura Aurora Egido, el jurista Manuel Jiménez de Parga, el compositor Tomás Marco
y la campeona olímpica Theresa Zabell; dicho jurado, entre los miles de propuestas recibidas, eli-
gió una letra, de la que la prensa se hizo eco, y que habría de ser estrenada por el tenor español
mundialmente reconocido Plácido Domingo el 21 de enero de 2008. Posteriormente, estaba pre-
vista que fuera llevada al Parlamento (junto con el aval de, al menos, quinientas mil firmas), para
que fuera tramitada como iniciativa legislativa popular. Lógicamente, serían las Cortes surgidas de
las elecciones del 9 de marzo de 2008, las encargadas de dotarla (o no) de un carácter oficial. Fi-
nalmente, ante el rechazo generalizado a la nueva letra, el COE decidió retirarla el día 16 de ene-
ro de 2008, aunque asegurando que el proyecto «no está cerrado».
49
Como se ha escrito con acierto, «el reconocimiento oficial del himno mediante su inclusión
en el texto constitucional es de alguna manera accesorio, aunque siempre sea conveniente desde el
punto de vista de la certeza y estabilidad del símbolo. Su utilización al margen de tal reconoci-
miento hace patente su fuerza como costumbre constitucional. Y si está recogida su oficialidad en
una ley ordinaria o en otra norma de rango formal inferior, no deja de ser norma de carácter cons-
titucional desde el punto de vista material» (Juan Andrés MUÑOZ ARNAU, «Reflexión final», cit.,
pág. 165). En cuanto al aspecto concreto de la falta de letra, entiende este autor (ibídem) que «pue-
de ser una ventaja, pues cuando se escucha cada uno puede evocar una idea de la nación, del Esta-
do o del régimen, no limitada a un texto que podría provocar cierto rechazo», por más que «al no
poder ser cantado, se dificulta quizás un mayor nivel de identificación o interiorización». Sin
duda, estas consideraciones resultan plenamente aplicables al supuesto concreto del himno español.

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A partir de los escritos del profesor García-Pelayo podemos concluir que la


respuesta no será necesariamente la misma en cada caso, pues : ésta depende de
la época y de las circunstancias históricas, estando en función de la mayor o me-
nor presencia de la conciencia mítica y de situaciones por las que atraviese la co-
munidad política, que condicionarán a su vez la mayor o menor presencia del
símbolo (vid supra, final del apartado II.1 y apartado II.2).
La nueva letra de un himno nacional que oficialmente no la tiene, respon-
dería a lo que García-Pelayo denomina «símbolos de nueva creación», aunque el
himno con su nueva letra encajaría más bien, al menos parcialmente, dentro de
los «símbolos restaurados, es decir, configuraciones que fueron símbolos vigen-
tes en otros tiempos, pero que habían dejado de serlo [no es el caso del himno
español], y a las que se actualiza en su función simbólica, con lo que se preten-
de atraer para el propio campo toda la carga histórico-significativa poseída por el
símbolo en cuestión» (pág. 1001).
En España, a través del episodio anteriormente descrito, quedaron confir-
madas las dificultades que ha encontrado y encontrará cualquier intento de
poner letra al himno nacional. El símbolo (la música) ya existe, y cumple al me-
nos teóricamente su función integradora. Pero la respuesta negativa suscitada por
el intento de dotarlo de un texto nos muestra que, si la conciencia de pertenen-
cia a un proyecto común no es suficientemente clara, cualquier intento de mo-
dificación (aunque sea de enriquecimiento) del símbolo político, independien-
temente de su calidad y acierto, será percibida como un artificio, y suscitará más
división que consenso.
Así las cosas, si la letra del himno no genera suficiente acuerdo entre los ciu-
dadanos, es preferible que no la tenga. No puede ser que cada nueva mayoría
parlamentaria surgida de unas elecciones ponga al himno una letra a su gusto.
Una hipotética solución para evitar esto sería incorporar el texto a la propia
Constitución. Pero para ello, por una parte, el Gobierno o las Cámaras estata-
les o autonómicas deberían hacer suya la propuesta (pues el artículo 166 ex-
cluye la iniciativa legislativa popular para la reforma constitucional); y por
otra, si, como resultaría lógico, la letra se incorpora al Título preliminar junto
con las referencias a otros elementos simbólicos, la reforma tendría que ser so-
metida necesariamente a referéndum (artículo 168). Con ello, la letra del him-
no gozaría de la rigidez y la estabilidad del propio Texto constitucional, pero el
remedio podría ser peor que la enfermedad si no existe sobre el texto un altísi-
mo grado de aceptación. ¿En qué delicado lugar quedaría la Constitución
(por lo demás, tantas veces incumplida y vapuleada en cuestiones mucho más
graves) si el himno a ella incorporado fuese recibido con abucheos cada vez que
se interpretara?

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Creemos, entonces, que del meritorio proceso aquí descrito deben extraerse
las oportunas consecuencias, tal vez intentando aprovechar lo aprovechable.
Ello habría podido conseguirse manteniendo, al menos, su carácter oficioso y ex-
perimental, por supuesto sin seguir adelante con su tramitación parlamentaria.
Si, con el tiempo, esta u otra letra llegara a calar en la gente, siendo cantada y
aceptada (en eventos deportivos o fuera de ellos), y lograra así convertirse en un
símbolo con el que los ciudadanos nos identifiquemos, sería el momento de ofi-
cializarlo, revistiéndolo del ropaje legal o, en su caso, constitucional. Mientras
tanto, parece difícil que un pueblo tan diverso que resulta irreconocible, tan ávi-
do de destacar lo que lo diferencia que ha llegado a ser incapaz de preservar lo
que lo une, tan plural que ha devenido ingobernable, pueda ponerse de acuerdo
en la letra de su himno, ni siquiera si ésta habla de justicia, grandeza, democra-
cia y paz50.

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cumentación, nº 6, septiembre-diciembre 1999. Dossier sobre Los símbolos nacionales
en la Unión Europea.

50
La nueva y fallida letra oficiosa del himno, que se debe al ingeniero de Ciudad Real Pauli-
no Cubero, decía así: ¡Viva España! / Cantemos todos juntos / con distinta voz / y un solo corazón.
¡Viva España! / desde los verdes valles / al inmenso mar, / un himno de hermandad. Ama a la Patria /
pues sabe abrazar, / bajo su cielo azul, / pueblos en libertad. Gloria a los hijos / que a la Historia dan
/ justicia y grandeza / democracia y paz.

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Title:
SYMBOLS IN THE POLITICAL THEORY OF PROFESSOR
GARCÍA-PELAYO: A WAY OF EXPRESSING THE MYTHICAL
CONSCIOUSNESS.

Summary:
I. INTRODUCTORY CONSIDERATIONS ABOUT THE
STUDY OF POLITICAL SYMBOLS.- II. PROFESSOR GARCÍA-
PELAYO’S CONTRIBUTIONS AND THEIR CONTEXT.- II.1.
Theory of Political Symbols and their integration value.- II.2. Symbols
and mythical consciousness.- III. SPECIAL REFERENCE TO NA-
TIONAL ANTHEM.- III.1. Its insertion in the theory of political
symbols.- III.2. The necessary comparative and interdisciplinary ap-
proach for its study.- IV. CONCLUSIONS AND APPLICATIONS.-
V. BIBLIOGRAPHY.

Resumen:
El estudio de los símbolos y los mitos políticos es una de las más sig-
nificativas aportaciones del profesor Manuel García-Pelayo al campo
de la Teoría Política. En sus escritos nos explica que el ser humano,
para su orientación y ubicación en el mundo, no sólo necesita de las
creaciones intelectuales, sino también de las creencias míticas. Los
símbolos -medio de expresión de esa conciencia mítica- contribuyen a
la integración del individuo en la política, ayudan a dar el paso del
mito a la razón de la mano del Estado. Ello es posible porque los
símbolos, aunque proceden de fuentes y apelan a sentimientos irra-
cionales, son susceptibles de ser racionalmente utilizados y manipula-
dos. García-Pelayo nos demuestra que la aproximación a los símbolos
políticos debe realizarse desde una perspectiva interdisciplinar, histórica

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LOS SÍMBOLOS EN LA TEORÍA POLÍTICA DE MANUEL GARCÍA-PELAYO…

y comparativa, ya que la mayor o menor presencia del mito o del


símbolo está condicionada en cada caso concreto por la época y las cir-
cunstancias históricas. Mediante su capacidad para transformar la sig-
nificación en acción, los símbolos en general, y los himnos en par-
ticular, cumplen una función integradora de la comunidad política.

Abstract:
The study of political myths and symbols is one of the more signifi-
cant contributions of Professor García-Pelayo in the field of Political
Theory. In his works, explains us that human being, for its orientation
and placing in the world, not only needs intellectual creations, but also
mythical beliefs. Symbols –way of expression of that mythical cons-
ciousness- contribute to the integration of individual in Politics, help
us to take the step from Myth towards Reason by the hand of State.
It’s possible because symbols, in spite of to come from sources and to
call on irrational feelings, are capables of being rationally used and ma-
nipulated. García-Pelayo shows us that any approach to political
symbols must be made from an interdisciplinary perspective, historical
and comparative, because the larger or lesser presence of myth or
symbol is conditioned in each concrete case by the period and histo-
rical circumstances. By means of its capacity for transforming signifi-
cance in action, symbols in general, and national anthems in par-
ticular, perform a function consisting of the integration of political
community.

Palabras clave:
- Símbolos políticos
- Himnos nacionales
- Historia y Derecho Comparado
- Mito y razón

Keywords:
- Political Symbols
- National Anthems
- History and Comparative Law
- Myth and Reason

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