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Danielle Dithurbide
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Nunca lo dije al aire, no tengo noción de cuántas horas estuve
transmitiendo de las 120 que en total estuve ahí, y nunca lo dije en la
televisión. Me parecía (parece) una palabra sumamente complicada para
pronunciar y sabía que trabarme al aire me haría desconcentrarme y
perder el hilo de mis ideas.
Para qué les miento, el 19 de septiembre cerca de las dos de la tarde fue
la primera vez que oí o más bien leí ese nombre, ahora ya sé quién fue,
sé que hay decenas de escuelas en todo el país que llevan su nombre,
calles, parques; pero mi primer encuentro con ese nombre de un
pedagogo suizo, al que le debemos la existencia de las escuelas
normales, fue escrito en una lista de edificios colapsados por el sismo,
que la mesa de información y redacción de Noticieros Televisa
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actualizaba segundo a segundo con información confirmada, mientras
yo todavía transmitía en el estudio de ForoTV, junto al nombre estaba
escrita una frase que me movió fibras que ni yo sabía que tenía, y que
después, tampoco lo sabía, pero cambiaría mi vida: “niños atrapados”.
Cuando habían pasado poco más de tres horas del sismo, Denise
Maerker llegó al estudio y se quedó- y quedaría por horas- al frente de
la transmisión en la que yo había estado desde la una de la tarde con
quince minutos. Todo el mundo pensaría que la instrucción de que yo
me levantara de la mesa del foro en la cobertura del evento más
importante de los últimos 30 años en nuestro país, me cayó como
patada, pero ¡no! al contrario, desde que se me pasó el susto por el
temblor, solo pasaba por mi mente la experiencia que representaría
como reportera cubrir en la calle una tragedia así, suena raro, lo sé, pero
pensar así está en el ADN de todo reportero, o por lo menos de todos
los que lo somos de corazón.
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tenis y los había olvidado en mi casa, tuve que recurrir a unos que me
prestaron dos números más chicos que mi talla y crucé Avenida
Chapultepec para llegar al edificio en donde despachan los
camarógrafos de los noticieros. Ahí, como, después sabría, en el resto de
la ciudad, había un caos. El teléfono no dejaba de sonar, mis compañeros
entraban y salían sin mucho sentido, caminaban, escuchaban las
frecuencias de los cuerpos de emergencia que eran más ruido, que otra
cosa, pero según ellos así se mantenían informados.
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Y así, el martes 19 de septiembre del 2017 como a las cinco y media de
la tarde, dejé el número 18 de Avenida Chapultepec: en moto, con casco
de hormiga atómica, chaleco que parece mero show pero que es más
útil que cualquier cosa, ropa para hacer ejercicio, tenis que me quedaban
chicos y celular con 30 por ciento de pila. Nada más, nada menos.
Dejé Avenida Chapultepec, pero también dejé a la Danielle que ese día
se había despertado muy temprano, como siempre, y a esa nunca más
la volvería a ver.
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El camino
Mientras mi compañero Erick Lazcano manejaba la moto sobre Avenida
Río de la Loza, todavía a metros de la empresa, por alguna razón pensaba
en mi papá, desde que murió, hace muchos años, siempre pienso en él,
pero en ese momento lo hacía con mucha mayor intensidad, no sé por
qué si me transporto en moto casi todos los días, pero me venía a la
mente cuánto sufriría de verme trepada en esa BMW blanca, de verme ir
hacia la tragedia en lugar de hacia mi casa, según yo él pensaría que en
sentido contrario a la sensatez, pero ese pensamiento no era novedad
en mi vida, siempre me he preguntado si él estaría feliz con la profesión
que elegí. Mi mamá y hermanos dicen que sí, por verme feliz y realizada.
Yo digo que no.
Por la información que había recibido durante las horas que había estado
al aire transmitiendo desde el estudio, sabía que las cosas estaban feas,
pero no caí en cuenta de qué tanto, hasta que la BMW con Erick Lazcano
al volante, dio la vuelta para entrar a Calzada de Tlalpan. Esa escena
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borró hasta el pensamiento de mi papá. Era mi primer contacto con mi
ciudad recién golpeada por un sismo de magnitud mayor a 7.
“No me tengas miedo, llévame que tengo que ir por mis hijos”, se leía
en una cartulina reciclada en las manos de un hombre desesperado, y
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también en ese tipo de cartulinas o cartones, lo que fuera posible, vi
también las primeras muestras de solidaridad, imborrables, como la tinta
del plumón con el que algunos escribían: “I speak english, do you need
help?”. Pero igual que con esas muestras desinteresadas de ayuda, tuve
mi primer contacto con lo opuesto, la irritabilidad, el enojo, la furia, que
no solo me parecen entendibles, sino normales en un caos así, y vaya
que mi contacto con ese sentimiento en la gente, sería y ha sido, cercano;
y fue cuando un poco aturdida y sin poder creer mucho lo que estaba
viendo, mientras mi moto circulaba o intentaba circular, le pedí a unas
personas, que caminaban por un carril en el que estaban en peligro que
se subieran a la banqueta -“... por la banqueta, eviten más accidentes”-,
dije. Algunos lo hicieron, otros me ignoraron, pero un hombre lleno de
furia me soltó un golpe y me escupió en el brazo. Anécdota que borré
por completo de mi memoria hasta el viernes 22 y que cuando recordé
y conté, me hizo caer en cuenta de algo; me habían escupido cuatro días
atrás y desde entonces no me había bañado.
En fin, seguimos el camino, que cada metro era más doloroso, más
revelador, hasta que me perdí en él, tanto atajo y tanto caos me hicieron
perder la noción de dónde estaba, pero llegué a la primera escena de
devastación; me lo anticipó una larguísima cadena humana que se
pasaba de mano en mano pedazos de un edificio, le di una palmada en
el hombro a Lazcano, - ¿nos paramos? - me preguntó, le dije que sí con
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el dedo índice. Por un pequeño letrero supe que estábamos en la
Avenida Santa Ana, corrí hacía la estructura derrumbada, parecía una
casa de dos o tres pisos color amarillo, solo quedaba el último piso a
nivel de la calle y en él, intactas, las palabras “Bardahl”, se oían gritos,
sirenas, llanto. Grabé con mi teléfono algunas imágenes y las mandé a
un nuevo chat que tenía en WhatsApp, al que le habían puesto “sismo
Televisa”. Los administradores eran los coordinadores de información de
la empresa, y los participantes eran tantos que no sabía de quiénes se
trataba. A él llegaban por minuto decenas de fotos, videos, direcciones.
Muchos días después me enteré que la solidaridad también estaba
presente en todas las áreas de Televisa y que los compañeros reporteros
de deportes y espectáculos le habían entrado al quite y estaban
trabajando en la cobertura.
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por medio de él, podemos transmitir en vivo, a través de internet, desde
cualquier lugar con conectividad sin necesidad de los gigantescos
camiones y antenas que antes eran nuestra única opción. Pero no me
quedaba de otra que aguantarme y seguirlo cargando, yo sabía que
hasta el momento nadie había podido transmitir en vivo desde el colegio
en Coapa al que me dirigía.
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removía los más profundos sentimientos de quién había estado ahí en
el 85, de quien había perdido a un compañero. Me acordaba de la
historia que mi mamá siempre contaba de ese día.
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Olvidé las fotos por completo, no las volví a ver hasta los últimos días de
septiembre en un pasillo de Televisa. ¡Vaya susto que me llevé ese día!
Encontré una que explotó mi cabeza, era la primera que había tomado
cuando se me cruzó el tendedero afuera del colegio Enrique Rébsamen,
era la de una de esas hojas de cuaderno rotas y escrito con tinta negra
decía “Frida.”. Qué maldita ironía. Frida.
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La primera noche
Para ese entonces ya había perdido el casco de hormiga atómica y
también a “Lazca” a quien nunca más volví a ver por ahí. También había
perdido un poco la esperanza de tener una cobertura exitosa porque no
había señal de ningún tipo, estaba sola y estaba incomunicada. ¿Cómo
me iba a enlazar? ¿Cómo iba a comunicarme con mis jefes a Televisa?
¿Cómo me iba a coordinar con el camarógrafo que iba en camino y a
quien necesitaba para conectar el maldito y pesadísimo Live u? Me
pareció evidente que mientras más me alejara de la escuela, tendría más
posibilidad de recuperar una rayita de cobertura telefónica, pero parecía
que mi obviedad no lo era tanto, hasta que el sonido de un mensaje me
dio ilusión.
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- “Señor, ¿tiene luz, sirve su teléfono, me lo presta?, mire, soy reportera
de Televisa, y me gustaría enlazarme para decir en la tele todo lo que
necesitan aquí”- no me vio con mucha confianza, pero amablemente y
sin decir una palabra, colgó la llamada en la que estaba y me lo dio.
Llamé a la cabina de producción, después de tres intentos me
contestaron. Mi alma descansó, por lo menos ya había cumplido.
Estaba lejos de la escuela, pero había visto y oído lo suficiente para decir
cosas coherentes y sobre todo útiles para ese momento: que
necesitaban cobijas, toallas, sábanas, oxígeno, y un montón de
medicamentos que tenía escritos en un papelito, también sabía que la
mayoría de los niños lesionados había sido trasladada a un hospital
cercano, también dije que la noche estaba por caer y que urgían plantas
de luz. Suficiente información para empezar.
Lo único que tenía en mente era lograr llegar a la puerta del colegio, no
me importaba qué tendría que hacer para pasar las vallas humanas que
civiles y policías habían montado, pero tenía que pasar. Caminé por otra
calle: cerrada, por otra, lo mismo. Volví al sitio por donde había llegado.
Me encontré a una colega de otro canal que siempre me ha parecido
fuerte, dura, hasta ruda, pero en ese momento la noté devastada, no
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podía ni trabajar según lo que me dijo, ella sabrá que estoy hablando de
ella, pero al oírla me extrañó mi sentimiento porque yo, en contraste,
aunque estaba consciente de la tragedia en la que estaba, me sentía
llena de fuerza, de energía, parecía que me habían puesto pilas.
“Señor, me salvaron la vida gracias. Les deseo que todo mejore pronto.”
Nunca más los volví a ver. En este año he vuelto tres veces a esa zona y
no he podido encontrar el local.
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me di cuenta de que lo había logrado, lo supe porque en ninguno de
mis intentos había logrado ir más allá de un café Starbucks, y esta vez lo
había dejado atrás. Seguí con mucha seguridad mi camino y caminé y
caminé, ¡malditos tenis, estúpido Live U!
“¡Danielle!”- gritó una voz que yo conocía. ¡Claro que la conocía! Era un
reporterazo de Televisa, viejo lobo de mar en estos desastres, que
siempre que me ve chulea mi perfume, ¡pobre!, dos días después,
cuando volvió al colegió y me saludó lo ha de haber extrañado. ¡Arthur!-
le respondí- y de un jalón, me pasó el siguiente retén. Misión cumplida,
ya estaba donde quería estar. O al menos eso creía.
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en la espalda. “Ufff, qué alivió”, me quitaron literalmente un peso de
encima.
Me paré sobre la cabina del camión, volteé y ahí estaba, ahí estaba a
poquísimos metros de mí la cara más dura de la tragedia, el asqueroso
rostro del sismo que nos había sacudido hacía ya casi siete horas, el
colegio. El colegio al sur de la ciudad, la escuela en Coapa, el Enrique
Rébsamen en ruinas y la noche empezaba a caer.
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La llamada venía, otra vez, de la cabina de producción, querían que
entrara al aire. Lo hice, describí la escena: la vanguardia de la misma
cadena humana que había visto varios metros atrás, las ambulancias, la
gente corriendo, gritando, pedazos de madera que iban y venían,
cubetas, escombros. Todavía no alcanzaba a entender bien quién hacia
qué, pero lo que veía era suficiente para decir algo ilustrativo. Lo que no
tenía que hacer, e hice, fue decir que en unos minutitos estaríamos en
condiciones de transmitir video en vivo, claro, como había visto que ya
tenía señal, como el binomio cámara-Live U ya estaba listo, y mi camión
de bomberos me daba una vista perfecta, no le vi problema. ¡Yo y mi
bocota! Lo de la señal, había sido solo un chispazo de suerte, que se
repetiría varias veces, pero nada estable, nada que ni de cerca sirviera
para cumplir mi promesa.
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subir por el primero, es decir el domo, fui la elegida por mi peso, la única
opción era que me cargaran y sí, alcancé a llegar, pero no tuve la fuerza
suficiente para empujarlo hacia arriba y con eso abrirlo; para la segunda,
es decir, la escalera, el elegido fue Arturito, heroicamente subió
cargando, ahora él, el Live U, pero no sirvió de nada, no había señal.
Fracasamos. Dimos las gracias y nos fuimos.
A Joaquín nunca lo vi, pero supe que había estado ahí, y que había
logrado transmitir gracias a uno de esos gigantescos camiones y
antenas, que, según yo, con los avances de la tecnología ya no servían
para nada, pero que para mi fortuna había llegado desde el Estadio
Azteca y lo había hecho para quedarse. Tal vez lo tradicional, siempre es
mejor.
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Supe que cuando estuvo ahí, trataban de rescatar a un chiquito que se
llamaba Víctor, pero ese nombre, por más que he buscado, no aparece
en las listas de niños rescatados o fallecidos, muestra de que el caos,
cada minuto se apoderaba más de ese sitio. Lo debí haber entendido. Lo
que sí entendí es que claramente ni la cara, ni el acceso del edificio que
yo veía eran los únicos que había en ese lugar, no tenía mucha ciencia
entenderlo, Joaquín había estado ahí, había transmitido desde ahí, se
había ido de ahí y desde mi camión de bomberos, yo no había visto nada.
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La señal del aparato no solo me serviría para transmitir, sino que me
daba la posibilidad de cargar mi celular, que en otro hecho milagroso
llevaba sobreviviendo varias horas con la última rayita roja de batería.
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a intentar describirlo todo. Entendí que las cadenas humanas no solo
servían para ir pasando escombros de adentro hacia fuera, y polines y
herramientas de fuera hacia adentro, sino que también eran una especie
de teléfono, muchas veces descompuesto, en el que se iba gritando el
nombre de personas encontradas para localizar a las familias, pero a
veces, lo oí yo misma, empezaban gritando Mariana González, y llegaba
al final siendo Ana Gómez. El caos.
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asomar a uno de ellos, el cansancio de los rescatistas civiles y oficiales
no les dejó darse cuenta que yo estaba por ahí. Vi a un policía federal
manejando un aparato muy profesional que detecta calor, entendí que
el colegio no solo tenía los edificios que habían colapsado, sino uno más
que seguía en pie, frágil, pero en pie, me dieron un tapabocas para el
polvo que sí se sentía, ayudé cargando cosas, grité, levanté el puño.
Regresé a mi camión de bomberos.
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sentí que el tiempo se había detenido y que el único ruido que había era
mi respiración, era intensa, agitada, sentía mucho dolor, sentía mucho
coraje, mucha impotencia, ahora ya lo tenía claro: era el patio. Ahí estaba
sucediendo todo. Lo de afuera, era eso, lo de afuera. En el patio estaba
quien mandaba, estaban los médicos y enfermeras que por horas habían
recibido a los niños y adultos que habían salido de los escombros, vivos,
pero sobre todo muertos y lo seguían haciendo. El patio era el lugar
desde donde uno tenía que reportar.
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media hora, la escena se repitió dos veces. Vi a tres niños salir muertos
de ahí.
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la vida me haría darme cuenta de que no es tan fácil dejar todo para
hablar.
Quien no tiene nada qué ver con el periodismo no tiene porqué saberlo,
pero el éxito de un reportero, en gran medida, se debe a sus fuentes,
estar en contacto con dependencias del gobierno, con asociaciones, con
los mismos políticos, es la mejor forma de obtener información, de
conseguir exclusivas- ¡todo periodista busca una exclusiva! - y yo por
algunos años había desarrollado un contacto cercano con la Secretaría
de Marina.
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entrar con mi cámara, otra vez, al patio del colegio a dar un recorrido
con luz del día, cosa que nadie, en ningún medio, ni Joaquín, ni Loret
habían hecho. Se trataba del almirante José Luis Vergara, oficial mayor
de la Marina y un tipo que siempre había sido amabilísimo conmigo. De
hecho, su cara, me parecía sumamente amigable. Su respuesta también
lo fue, tardó, pero me dijo que él estaba al mando y que saldrían dos de
sus hombres por mí para poder entrar.
A esa hora, poco antes de las nueve de la mañana, la actividad ya era tan
intensa como lo había sido la tarde anterior.
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no más de 50 metros cuadrados, contiguo al edificio de primaria que
seguía en pie. Saludé al almirante, amable como siempre me dijo:
¡Buenas noticias, Danielle, acabamos de tener contacto con una niña…!”
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Frida Sofía
Minutos antes, todavía afuera, un rescatista derrotado, me platicó que
no había más personas vivas en los escombros, - “aquí ya no hay nada
qué hacer, todos los que están enterrados, están muertos.”- así de crudas
recuerdo sus palabras. Oír la noticia del Almirante Vergara, no puedo
negarlo, me emocionó. La noche había sido durísima, la muerte había
reinado en ese lugar.
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hice por siempre mis guías, por supuesto que hay muchos detalles finos,
entre otros, acercarse lo más posible a donde sucedió, preguntar a
cuantas personas y cuantas veces sea necesario y, sobre todo, Juan
Humberto siempre lo decía, darle vuelta físicamente al lugar porque la
escena siempre tiene diferentes caras... y vaya que el Rébsamen las tenía.
Que quede muy claro, el trabajo del reportero también tiene diferentes
caras y diferentes facetas, no es lo mismo cubrir algo que está
sucediendo, que realizar un trabajo de investigación, que también he
hecho, en el que confirmar documentos, informaciones, datos, fechas,
nombres es lo mínimo indispensable para aspirar al éxito. No es posible
comparar una con otra. Más allá de eso, ni la más elevada de las
maestrías, ni el más complicado de los doctorados en periodismo le
enseña a uno cómo cubrir una situación de emergencia, es imposible, no
hay forma ¿por qué? porque todas son distintas, porque el caos reina
siempre, y porque en juego hay vidas. Nadie está preparado para vivirlo,
nadie está preparado para sentirlo, nadie está preparado para
sobrellevarlo, nadie está preparado para nada en una situación así.
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Marina o el Ejército, para que después ellos me lo confirmaran. Las
autoridades del más alto nivel estaban coordinando las labores de
búsqueda y rescate, tal vez como en ningún otro edificio dañado por el
sismo. También sobraba gente, había mucha gente que nunca debió de
estar.
Y así fue y así lo hice. Nunca, ni un solo dato fue dicho por mí sin que
me lo dijeran al menos dos personas. A mi favor también estaba la
imagen, que en toda la transmisión no solo apoyaba, sino demostraba
lo que yo narraba. Muchos han atribuido lo que sucedió, a los efectos de
la televisión en vivo, pero un evento así, sobre todo con la tecnología
con la contamos ahora, debe de ser transmitido en vivo, quien diga lo
contrario es, como sucedió con muchos medios de comunicación,
porque seguramente no consiguió hacerlo.
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Y así es como empezó entonces la fascinante historia de Frida Sofía, ¿Por
qué fascinante si a tanta gente le hizo enojar?, porque lo es. Porque
nunca nadie, por lo menos en mucho tiempo, ni siquiera alguien que la
vivió en carne propia podrá encontrar una respuesta y una explicación
con la que todos estén conformes. La historia de Frida Sofía seguirá
generando cualquier tipo de sentimientos, rabia, enojo, risa, dolor,
seguirá generando las más conspiracionistas de las historias. Seguirá
buscando culpables, seguirá siendo tema de sobremesa, seguirá
confrontando versiones… seguirá levantando pasiones y desgarrando
con juicios y sentencias. Yo fui sentenciada y condenada. Enaltecida y
sepultada en tres días.
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después el frío, la deshidratación y no parar de hablar, no ayudaban
mucho.
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después recibí respuesta: si la memoria no me falla 346 alumnos. Los
más altos mandos de secretaría de Educación Pública ya estaban ahí, y
también me estaban dando información.
Había pasado muy poco tiempo, pero para ese entonces, sin yo saberlo,
la historia había llamado la atención de todos. ¡Claro, ahora no me
extraña, una niña desesperada enterrada por casi 24 horas en su escuela
después de un sismo! Para mí, no existía nada más, ese era mi trabajo,
no tenía claro lo que estaba pasando en los otros sitios colapsados, mi
celular era, la mayoría del tiempo un instrumento inservible, lo poco que
sabía era por el audífono en el oído derecho al que en televisión le
llamamos chícharo, que tuve puesto 120 horas, y por el cual alcanzaba a
oír la transmisión. Alcanzaba a entender que en otros edificios había
también personas atrapadas, pero en ese momento mi trabajo no era
preocuparme por eso, alguien más lo estaba haciendo y lo estaba
haciendo igual que yo, consultando a los encargados del rescate, viendo
lo que sucedía, y un larguísimo etcétera. Lo mío era lo que estaba ahí, y
si hubiera estado en la tragedia de Álvaro Obregón 286, o en el
multifamiliar de Tlalpan o en cualquier otro, mi trabajo hubiera sido
exactamente el mismo.
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es un negocio. Pero hay pocos, sí, muy pocos momentos en los que el
objetivo es otro, uno mucho más profundo, la realidad es que, en toda
mi carrera, no puedo recordar otro, pero éste era uno de esos y la misión
era informar, solo informar para ayudar. Así como los restoranes dejaron
de cocinar para cobrar y esos días cocinaron para quien lo necesitaba,
así nosotros y seguramente todos los medios de comunicación. ¿Por qué
creer que somos diferentes, perversos, malos? Siempre me acuerdo, que
en el temblor del 85 mi papá, que no estaba ese día en la Ciudad de
México, supo por medio de la televisión que la zona en la que mi mamá,
mis hermanos y yo estábamos, no había sufrido daños. Aunque nunca lo
dijo, seguramente lo agradecía muchísimo.
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la que apenas empezábamos a saber de la niña que estaba atrapada en
los escombros.
Cada vez que sucedía algo que me parecía importante, me paraba frente
a la cámara, porque yo sabía que los productores veían la imagen en la
cabina de Televisa, y empezaba a hacer señas para que me metieran al
aire, hasta que en uno de esos momentos, en los que hacía cualquier
tipo de señas, para llamar la atención, alguien me habló por el chícharo:
“Danielle, no hagas eso, que todo el tiempo tenemos tu cámara al aire
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en un recuadro aunque estemos con otra información." Ahí entendí, que
mi historia estaba siendo muy importante. Pero nunca, nunca qué tanto.
Me quedó todavía más claro cuando un grupo de reporteros, algunos
viejos amigos - o eso creí yo- entró cerca de las once de la mañana
escoltado por varios marinos y llegó al techo de las oficinas de inglés en
el que yo ya llevaba casi tres horas, si ellos le hubieran mandado el
mensaje a las seis de la mañana al Almirante Vergara, tal vez hubieran
estado ahí en vez de mí o conmigo. Pero no lo hicieron, vieron la historia
que yo estaba narrando y quisieron contarla también.
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La niña significaba esperanza para los rescatistas, para los marinos y
soldados cuya fortaleza física y mental nunca dejará de sorprenderme,
parados con el sol a plomo, sin comida, sin descanso; significaba
esperanza para las autoridades del más alto nivel que estaban ahí;
significaba esperanza para mí, y también y sobre todo, esperanza que
poco a poco se agotó, para tres familias que estaban ahí, que desde que
entré supe que estaban ahí, al pie de los escombros esperando noticias
de sus pequeños que salieron una mañana antes al colegio, y nunca más
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regresaron. Estuve con ellos solo unos instantes, por eso lo dije en la
televisión, cuando el almirante Vergara me enseñó la zona a la que los
habían llevado, en espera de que la niña saliera, me acerqué a un hombre
de no más de 40 años, canoso, visiblemente agotado, era el único
hombre de grupo: ¿su hija está desaparecida? - “sí", me contestó
seguido de un lapidario - “por favor no me preguntes más”, me fui sin
decir palabra y lo volvería a hacer una y otra vez, aun sabiendo que el
tema de los papás ha generado tantas preguntas, lo volvería a hacer así,
tal cual, una y otra vez. ¿Si fuera mi hija, mi sobrina, mi hermanita, me
interesaría que una reportera llegue a cuestionarme?
Nunca dije que los papás de Frida Sofía estaban ahí, nunca dije que había
hablado con ellos. Es muy sencillo, cuando eso pasó y en ese momento
de la transmisión yo no había oído jamás el nombre Frida Sofía. Dije
textualmente que las familias estaban ahí a unos metros de mí y que me
habían pedido que no les cuestionara más. Descripción exacta de lo que
acababa de vivir.
¿Quiénes eran entonces esas familias? ¿De quién era papá el señor
canoso a quien me acerqué? Por lo menos tres niños estuvieron
desaparecidos hasta muy, muy entrado el miércoles, sus cuerpos fueron
localizados en diferentes agencias del Ministerio Público, por eso
estaban esas tres familias, con las que yo hablé. Un ejemplo es Valentina
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de cuyo tristísimo final, como ya les platiqué, me enteré yo antes que
ellos.
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micrófono. Todos quienes seguían la transmisión aprendieron eso al
mismo tiempo que yo. Que el rojo más intenso podría ser el tórax, que
el rojo menos intenso podrían ser los pies. que definitivamente era un
cuerpo con vida, con temperatura extremadamente baja, pero con vida.
Está grabado, lo pueden consultar aquí.
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Conforme pasaba el tiempo las caras de todos los que estaban ahí me
parecían más familiares, aunque a muchos los veía de lejos por la
distancia que había entre el techo que servía de centro de mando y el
edificio colapsado, había personajes que llamaban mucho mi atención.
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Houston y Valentín
Valentín llegó a mi vida casi por casualidad, amigo del esposo de una de
mis mejores amigas, hace varios años, buscaba desesperadamente
chamba en algo relacionado con periodismo, me reuní con él en un café,
de esas cosas que uno no quiere hacer pero que por una amiga hace.
Llegó tarde, apenadísimo, me dio su currículum y le hice algunas
sugerencias. Se fue.
Me quedé siempre con una gran impresión de él, un tipo con una sonrisa
difícil de olvidar, grandote, con una voz inconfundible y con tal cantidad
de loción que por días la tuve impregnada. Educadísimo y con unas
ganas de trabajar que jamás he visto en alguien más.
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inquebrantable lealtad. Misma que, estoy segura, lo llevó a
acompañarme cada minuto de la experiencia en el Rébsamen desde el
mediodía del miércoles, hasta el final, sin una queja, sin un enojo, sin una
mala cara. Estuvo ahí por mí y para mí, sin reconocimiento de nadie, sin
aplausos, y también sin los insultos que vendrían después. ¡Qué
afortunado! Aunque desde entonces lugar al que va, las personas que
saben que estuvo ahí lo cuestionan sin piedad.
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también vio los escáneres térmicos marcar positivo, él también vio a los
perros de los binomios ladrar.
A los dos nos llamaba la atención lo mismo y las mismas personas, una
en especial que de lejos parecía casi un niño, su complexión era tan
pequeña que hacía ver la complicadísima tarea de entrar y salir del
edificio derrumbado como algo fácil. Aunque no era marino, ni soldado,
ni policía, ni paramédico, ni topo, él trabajaba, probablemente más que
nadie, y no se mandaba solo, los rescatistas profesionales le decían lo
que tenía qué hacer. Era un hombre muy útil para ese rescate. Por la
tarde, y en medio de un enlace, se acercó como nunca lo había hecho a
donde yo estaba, quería hablar con el almirante a cargo y con el
secretario de Educación de lo que estaba pasando adentro, lo recibieron.
En vivo y mientras eso ocurría platiqué en la tele de él, de lo que había
hecho en todas esas horas, y para que todos los que estuvieran viendo
la transmisión lo reconocieran entre el montón de hombres que había
en la imagen, hice referencia a su sudadera, era azul, parecía gris por el
polvo y decía “Houston”.
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y que había ido desde Tlalnepantla hasta Coapa a ayudar. Pero no sé
mucho más de él, después de ese momento en el que lo presenté en
televisión nacional, tuvieron que pasar muchas horas, casi 15, para que
por primera vez tuviéramos una plática solos, misma que organizó
Valentín, quien lo buscó, lo encontró y me lo llevó. Qué ironía, el hombre
con quien todos hemos querido hablar después de lo que pasó, en esa
conversación 15 horas después, nos dijo que hace ocho años que no
tenía celular, en ese momento simplemente me pareció chistoso, creo
que no conocía a nadie más que no tuviera celular. Valentín lo volvió a
ver varias veces en las siguientes horas, me decía que cada vez estaba
más cansado y más desesperado.
Eran las seis de la tarde todavía del miércoles - “Se llama Frida Sofía”,
alcancé a oír, bastante de lejos, cuando un grupo de rescatistas, civiles y
oficiales, se acercó al almirante, que después de algunas horas de
descanso ya era otra vez José Luis Vergara, le dijeron algunas cosas más,
pero me fue imposible entender. Cuando se fueron, me acerqué yo
también a él y le pregunté si lo que había oído era correcto, me lo
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confirmó: “Frida Sofía, tiene 12 años y las maestras a petición de los
padres, han pedido que no digamos el apellido”. Inmediatamente volteé
al pequeño lugar del patio en el que horas antes habían estado las
familias, pero ya no estaban. Habían pasado muchas horas sin nada
relevante, por fin había información nueva, o que para mí era nueva, esa
fue la primera vez que yo hablé del nombre, eran las seis de la tarde con
cinco minutos. En otros medios de comunicación, ahora lo sé,
manejaban el nombre desde mucho antes.
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Carmen Aristegui con su reportero en el sitio de nombre Jovel Álvarea,
a las cuatro de la tarde con 25 minutos también del miércoles, festejó al
aire el rescate de Frida, en lo que ella misma menciono era “un momento
muy emocionante”, seguido de un tuit que se lee: En este momento…
¡Rescatan a Frida!
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Hay una cosa que no se puede dudar, el conocimiento o invento del
nombre Frida Sofía surgió de los escombros. A unos les llegó antes, a
otros nos llegó después. Nadie fue a las oficinas centrales de la SEP a
verificar el nombre en las listas. Valentín y yo sí preguntamos a las
maestras. A una en específico, que tenía una larga trenza, vestía blusa de
mezclilla y traía collarín y que cada vez me parecía más familiar, iba y
venía de un lado a otro, siempre que los rescatistas pedían la presencia
de alguien que trabajara en el colegio, era ella quien se acercaba, dibujó
en varias ocasiones croquis del edificio para que supieran dónde había
muebles, paredes, escaleras. Se acercaba y gritaba al edificio: “Tranquila,
chiquita, tranquila Sofi, ya vamos a llegar por ti”.
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Con el paso de la tarde-noche del miércoles, las cosas se complicaron
aún más, una mesa que primero era de mármol y después de granito era
el obstáculo para poder completar el rescate, pero a la vez era lo que
mantenía con vida a Frida.
Lo poco que quedaba en pie del edificio colapsado era cada vez más
frágil, lo que ponía en riesgo el rescate, a los posibles rescatados y a los
rescatistas.
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La segunda noche
Y otra vez, todos, los rescatistas en el derrumbe y los marinos que
mandaban, coincidían en algo: estaban a punto de rescatar a Frida Sofía,
una vez más a minutos, porque ahora sí ya estaban a centímetros y lo
iba a hacer la Marina, por la cara del edificio derrumbado que yo tenía
de frente, la que daba al patio, porque para esa hora, las labores de
rescate se habían dividido en dos.
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ser recatada por sus hombres muy pronto. Que los demás ya nada más
estaban provocando desorden, que no ayudaban en nada en una ya
desordenada situación.
Era claro que las dos partes estaban trabajando por separado y lejos de
tener comunicación, se contradecían, me atrevería a decir que se
obstaculizaban; parecía que aquello era una guerra de tiempo para ver
quién tenía la razón y quién lograba completar el rescate, que para ese
momento ya llevaba muchas, muchas horas, casi doce. Pasaban ya las
nueve de la noche.
Lloré. Era tal el caos, que, en una absoluta imprudencia mía, pero
también de las autoridades que me lo permitieron, caminé hasta los
escombros, estaba al aire, pero no podía hablar porque los puños de
todos estaban en alto, cuando llegué ahí a centímetros de éstos, el
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silencio se rompió con un grito estremecedor: "¡Están vivos, son tres y
están vivos!” y rompí con todo lo que yo misma creía que estaba
permitido en la televisión y se me quebró la voz. Lloré. Decenas de
personas aplaudían a mi alrededor por esa noticia y sí, lloré. Ni siquiera
lo pensé, la narración de la historia se había convertido en mi realidad,
mi concentración era absoluta, no me acordaba de nada ni de nadie. No
tenía ni frío, ni hambre, ni sed, ni dolor de pies, ni ardor en los labios, era
como si mi cuerpo se hubiera desprendido de mi mente, mi mente era
la que funcionaba, la que trabajaba, mi cuerpo no existía y mi mente
tenía muchas ganas de llorar y lloré.
Ni yo podía creer lo que acababa de hacer, así que orillé el discurso para
poder terminar con ese enlace, tenía que respirar y juntar mis piezas. Las
junté. Mi cuerpo regresó, los pies me volvieron a doler y me seguía
urgiendo algo para los labios. Me senté en un polín y alguien, mi
inseparable Valentín, cumpliendo a pie juntillas con su papel de
nutriólogo, apareció con un rol de canela y un vaso de café de Starbucks.
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he llegado a la conclusión de que después de tantas horas y después
días sin comer fue el café, pero sobre todo el piloncillo de las decenas
de café de olla que me tomé lo que me mantuvo en pie. Ese de Starbucks
me supo a gloria, mientras me lo tomaba me regañé por semejante
irresponsabilidad ¿llorar al aire, Danielle, estás loca o qué? -me repetía
una y otra vez.
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pero ahora que veo lo que estás haciendo espero que estés consciente
de lo impresionante que eres.”. El resto se sentían bonito, todos me
agradecían mi esfuerzo, me mandaban muestras de apoyo, mucha gente
estaba enojada porque Denise Maerker me había llamado la atención
por llorar al aire, no entendía muy bien, según yo me lo merecía. En
Twitter todas las tendencias tenían que ver con el sismo. Tres tenían que
ver conmigo #FridaSofia #Danielle #Denise.
A medio enlace nos invadió el pánico, el terror, una alerta sísmica, que
aún no sé si fue falsa, aumentó el caos, provocó que todos tuviéramos
que evacuar el sitio y generó mucho, mucho miedo. No fue fácil, junto a
todos los que estábamos ahí no solo estaba el edificio en ruinas, sino
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otro, de tres pisos que desde hace mucho sabíamos que estaba en riesgo
inminente de colapsar. Eso mismo dije, muy asustada al aire.
Ver ese edificio estrujaba el alma, lo había visto todo el día con miedo a
que sin aviso se cayera, pero no era eso lo que me movía las fibras, a
medio día entré al salón donde habían empezado curso, un mes antes,
los niños de primero de primaria, grupo B. Dora la exploradora, había
tenido más éxito que Frozen en la elección de las mochilas y loncheras
de las niñas, Cars en las de los niños, y cuando tembló estaban en clase
de español, tenían los cuadernos abiertos. Muchos estaban en el piso,
los lápices junto a ellos. Ese martes los niños llegaron a su salón,
acomodaron sus útiles como todas las mañanas y nunca más los
volvieron a ver.
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Estuvimos fuera del colegio pocos minutos, la alerta terminó y sin
palabra, todos regresamos a la realidad; a nuestra realidad. Rescatistas a
los escombros por los dos lados, marinos y soldados estoicos a la cadena
humana, médicos y enfermeras al toldo blanco que funcionaba como
hospital y nosotros, yo, a esperar a Frida Sofía.
No tengo noción de cuántas veces fui de un lado a otro. Hablaba con los
“empresarios” y con los marinos, con los de verde, los de rojo bomberos
o de la Cruz Roja, los de azul, con los que seguían con la ropa que se
habían puesto el martes al empezar su día, todos tenían el mismo
objetivo, la duda era por dónde la sacarían, en dónde estaba, con quién
estaba. El pleito entre un grupo de rescatistas y otro era cada vez más
evidente, y aunque, para ser sinceros no podía dejar de imaginarme que
me tocara narrar el momento del rescate, para esas alturas, lo único que
me importaba era que la sacaran viva y que la sacaran ya.
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a sus hijos. “¿Y los papás con los que hablé?” - pregunté-
“Probablemente encontraron a sus hijos en un hospital o en un MP”. Yo
esa mañana al hablar con ellos, me había sentido con la obligación de
respetarlos y no preguntarles más, pero yo soy una reportera que tomó
esa decisión, y tal vez no insistirles en que hablaran conmigo fue una
irresponsabilidad; ¿pero ellos? ¿las autoridades? ¿la Marina? ¿la SEP?
¿No estaban en contacto con ellos? ¿No les estaban brindado ayuda,
asesoría? ¿No llevaban un registro? ¿No les pidieron sus datos? Nadie
me lo ha podido responder.
Así que ahora, estaban buscando a una niña o a varios niños y también
a sus papás. El rescate siguió su curso.
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En el patio el caos seguía siendo el principal invitado, la lluvia no cesaba,
el cansancio y la impotencia cada vez se adueñaban más de todos los
que estábamos ahí, la información cambiaba por minuto, unos decían
una cosa y otros otra. Estando al aire la activación de un extintor justo
debajo de mí, me provocó un susto de aquellos, grité al aire sin saber
qué pasaba, había mucho “humo” alrededor que me hizo imposible
seguir hablando. “Una especie de explosión”- comenté- en realidad no
había sido una explosión, pero así se sintió, sobre todo cuando mi único
soporte era una sillita que habíamos sacado de un salón de kínder para
poder pararme en ella y que mi cara quedara a la altura de la cámara.
Siempre estuve muy incómoda ahí parada apenas cabían mis pies que
de tanto dolor ya habían perdido sensibilidad, los labios me seguían
ardiendo, ahora no solo estaba sucia, sino empapada.
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Esa misma madrugada nos dijeron que todas las Fridas y todas las Sofías
estaban ubicadas, información que no me tardé ni un minuto en
comunicar en la transmisión; lo hice, aunque mi cabeza estuviera llena
de preguntas -¿pero por qué le llamaban así las maestras? ¿pero por qué
tardaron veintitantas horas en hacer las llamadas? Respuestas que nadie
tampoco me pudo, ni me ha podido dar.
Esa fue una noche larga, triste, llena de angustia, me acosté en el piso
mojado, casi enlodado y dormí 25 minutos, los primeros desde el martes
19 cuando a las cuatro de la mañana me había despertado para irme a
trabajar. Lo hice porque necesitaba desesperadamente olvidar lo que
estaba pasando, porque esa noche me anticipaba, que, al amanecer,
llegaría uno de los peores días de mi vida. Veinticinco minutos y me
desperté.
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Matt no estaba preocupado como yo, Matt estaba enojado por el
cambio de informaciones que había habido en las últimas horas, la tarde
anterior me externó lo que pensaba: que nuestro país era una broma,
que todo en esa escena estaba mal. Mal organizado, mal dirigido, mal
hecho. Ahora con el giro que le daba a la historia no encontrar a los
papás, y que ya no se llamara Frida, ni Sofía, su teoría sobre México se
reforzaba, y eso que todavía no sabíamos lo que iba a pasar.
Era el segundo amanecer post sismo, jueves, aunque parecía que había
pasado una eternidad, así volví a recuperar mis piezas, aunque eso
significara sentir todas mis molestias, que para ese momento ya eran
tres: pies, labios y un insoportable dolor de cabeza, que pronto se me
olvidó al darme cuenta de que algo estaba sucediendo: el tan temido
derrumbe interno en el edificio colapsado había sucedido. Todos los
rescatistas sin importar quiénes fueran, ni para quién trabajaran habían
tenido que dejar de trabajar, muchos de ellos jamás volverían. A partir
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de ese momento solo pequeños grupos coordinados y autorizados por
los mandos de la Marina y el Ejército podrían seguir con el rescate.
Así que esa mañana mi cometido era informar que la posibilidad de vida
en los escombros del colegio seguía latente, no importaba si era niña,
niño o adulto, que un derrumbe en el edificio había suspendido
temporalmente y cambiado para siempre las labores de rescate y que la
maquinaria pesada no entraría mientras existiera la más mínima
posibilidad de rescatar un cuerpo. Y así lo hice.
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evidente, en donde antes se veían decenas de personas trabajando,
ahora era difícil detectar a una. Acabó el programa matutino del jueves.
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la típica estudiante que mientras sus compañeros llevaban dos semanas
estudiando para el examen, yo me encerraba una tarde antes y me iba
mejor. Esa pequeña dosis de estrés y de adrenalina que para muchos es
nociva, para mí es una inyección de gasolina.
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que él organizó varias horas después de que yo hablara de Houston en
la tele.
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Dejé mi improvisada cama después de mis reparadores 20 minutos y mi
productiva charla con Houston y volví al colegio. Valentín me perseguía
con un plato de atún, otra vez lo rechacé.
Lo que sentía solo me había pasado una vez mi vida; en mi boda, era
como si lo que estaba a mi alrededor fuera una película que yo
observaba desde afuera. Me senté en la misma sillita que me había
aguantado horas, junto a mí decenas de reporteros de otras cadenas
seguían reportando pero ahora decían cosas que yo ni siquiera
alcanzaba a entender, mi mirada estaba fija en el techo de las oficinas de
inglés, ya apuntaladas, que seguían siendo el centro de mando.
Era poquito más de la una, allá arriba estaban teniendo una especie de
junta todos los funcionarios que habían estado ahí por días: el entonces
Secretario de Educación Pública Aurelio Nuño, el Oficial Mayor de la
Secretaría de Marina José Luis Vergara, el Subsecretario de la misma
Ángel Enrique Sarmiento, quien era en esa época la delegada de Tlalpan
Claudia Sheinbaum, que a pesar de gobernar una de las zonas más
afectadas de la ciudad no se movió de ahí un instante, también estaba
el General Brigadier del Ejército Saúl Luna, y sus más cercanos
colaboradores en segunda línea del teamback, era claro que estaban
tomando alguna decisión.
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Se rompió el círculo, el Almirante Vergara se fue inmediatamente de la
escuela, una camioneta blanca lo esperaba afuera. El Secretario de
Educación, junto con su equipo, bajó al patio donde permaneció varios
minutos, desde mi sillita busqué su mirada, volteó, me levantó la mano
en un gesto que me pareció cordial, lo seguí viendo, él volteó hacia las
oficinas de inglés, volteé yo también, el otro Almirante; Sarmiento,
estaba bajando las escaleras, junto con la delegada, se dirigían a
nosotros; volví a voltear hacia Nuño, alcancé a ver su espalda; después
de casi 30 horas, sin aviso y como si no quisiera que nadie lo viera,
también se fue del Rébsamen. ¨Qué raro” - pensé- pero Sarmiento ya
estaba ahí, junto a mí y daría una declaración; así que puse el micrófono,
le sonreí, a lo largo de tantas horas había ocurrido lo mismo en muchas
ocasiones, pero ésta sería distinta: “La Marina nunca ha tenido
conocimiento de una niña, ni mucho menos de que su nombre fuera
Frida Sofía”-dijo- ni siquiera pude procesar bien las palabras, ahora sí se
les estaba haciendo realidad su deseo a esos mensajes horribles de redes
sociales. El Almirante Sarmiento me acababa de dar la estocada final, al
menos eso sentí.
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esto, por qué estaba pasando eso. El pobre de Valentín no encontraba
la forma de darme un poquito de paz, esa vez entendió que si me ofrecía
comida seguramente me serviría de proyectil. Me tomó la mano se la
apreté con la fuerza con la que le hubiera querido pegar a Sarmiento, y
a Vergara y a Aurelio, ¿dónde estaban todos?, ¿iban a huir como si nadie
supera que habían estado ahí?
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micrófono en la mano y esperando que Denise y Loret me dieran la
palabra para explicar desde mi posición lo que había ocurrido, me
tuvieron que conseguir como por arte de magia y no sé de dónde, unas
gotas para los ojos; cincuenta y tantas horas sin dormir se notaban en el
color de los míos que daban la impresión de que estaba llorando o a dos
minutos de hacerlo, la verdad es que ganas no me faltaban, pero de
sentimentalismos ya había tenido suficiente la noche anterior.
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que se sentía asustada, frustrada, enojada, traicionada, rompí en llanto;
me alertaron de que todos los reporteros que estaban ahí me estaban
grabando y tomando fotos. ¡Qué morbo, qué traición! A todos se les
olvidó que ellos habían visto, oído y transmitido lo mismo que yo.
Algunos más.
Hannia, Mariano, Carmen, Efrén y todos los que estaban ahí y a sus jefes
y editores: ¿en serio no se acuerdan?, ¿de verdad no creyeron que
hubiera una niña en los escombros que se llamaba Frida Sofía?, ¿es real
que “ustedes dudaron siempre", como ahora lo han dicho?, ¿pues qué
no te emocionaste con el rescate de Frida un día anterior, Carmen?
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Esos serían mis últimos minutos dentro del Rébsamen: la Secretaría de
Marina tomó la decisión de evacuar a todos los que no perteneciéramos
a la corporación.
Houston y varios más se fueron a ayudar a otro edificio, ahí, decían, los
estaban engañando, por alguna razón ya no los dejaban trabajar a pesar
de que ellos sabían todo y llevaban tantas horas ahí. Estaban frustrados,
dolidos. Se me acercaban todos, me veían como una aliada. La
comunicación con el mundo exterior era ya mucho mayor y para ese
entonces muchos sabían lo que decían de mí, el apoyo, ahí adentro era
unánime, todos habíamos vivido lo mismo. Me pedían que intercedería
por ellos ante la Marina, para que los dejaran seguir trabajando. Qué
ironía, no lo había podido hacer ni por mí.
Esa noche, la del jueves, desde las afueras del colegio los dos almirantes,
los que primero dieron la información y después se echaron para atrás,
ofrecieron una disculpa.
“Quiero dejar muy claro que la información que recibieron los mexicanos
sobre la existencia de una niña viva bajo los escombros fue difundida
por la Marina con base en los reportes técnicos y el testimonio de
rescatistas civiles y de esta institución…ofrezco una disculpa por la
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información vertida esta tarde donde afirmé que la Marina no contaba
con los detalles de una supuesta menor sobreviviente en esta tragedia…"
Pero el daño estaba hecho, ni esa disculpa ni nada será suficiente para
quienes quieren buscar culpables, y encontrar en esa escena de caos,
tragedia, angustia, dolor y muerte un lugar propicio para el engaño.
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con vida, y yo tenía claro que hasta no ver a esa persona salir de ese
edificio yo no me movería. No me moví.
Calzada de las Brujas, calle que hacía tres días no sabía ni que existía, se
convirtió en mi domicilio. Montamos un campamento con un plástico
azul como techo y sillitas, muchas sillitas del kínder que si las juntabas
eran cama, si las limpiabas eran mesa, si las volteabas eran armario, si las
necesitabas eran escritorio. Ahí estuve 60 horas más.
Una señora se me acercó, jamás la había visto ni ella a mí, pero fue hasta
ese horrible lugar a buscarme. Se presentó como psicóloga y me pidió
que me sentara a platicar con ella. Me dijo que la fortaleza que hasta el
momento había mostrado se iba a acabar y que tomar terapia tendría
que ser una prioridad en mi vida en cuanto saliera de ahí.
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Lo mismo pasó con un hombre, era fisioterapeuta, y me dijo que no se
iba a mover de ahí, a donde también había ido solo por mí, hasta que
me diera un masaje y me colocara algunas cintas, de esas de colores,
que usan los atletas. Lo hizo.
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de mentirle a todo un país, no es lugar, ni momento para dormir. Regresé
al campamento y seguí trabajando.
El domingo a las diez de la noche, 134 horas después del sismo, el cuerpo
sin vida de Maria Reyna Dávila Martínez, personal de limpieza del
Rébsamen, fue extraído de los escombros. La esperaban su esposo, sus
hijos y sus papás, también estábamos tres reporteros. Tres, de las
decenas y decenas que habíamos estado ahí, solo quedábamos tres.
Reinita estaba lejos, muy lejos de donde días antes se habían centrado
las labores de rescate. De donde las máquinas habían detectado calor,
de donde los perros habían marcado positivo, del lugar en el que
faltaban centímetros para llegar a Frida Sofía.
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Mi vida después de Frida
Frida Sofía no estaba ahí, al menos eso es lo que sabemos. Aunque ni un
solo día he dejado de pensar en ella.
A mi casa, desde donde por meses he redactado este texto regresó otra
Danielle, a la que se fue ese martes 19 de septiembre a las cuatro de la
mañana, nunca más la volví, ni volveré a ver.
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pintarme las ojeras. Eso sí que es mentir y la gente lo hace todos los días,
detrás de un teclado.
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Una tercera comunicación fue vía mensaje para darme datos precisos de
una niña con ese nombre, alumna de la escuela, y de su mamá que
acudía a terapia a un lugar cercano a Tlalpan y cuyo expediente, me
dijeron, desapareció en esos días.
Me dijeron también que Frida Sofía era una alumna que el ciclo anterior
había dejado la escuela y que ese día había ido de visita. No lo he podido
confirmar.
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He solicitado a las autoridades de manera formal y también informal las
listas del ciclo escolar 2017- 2018 del Colegio Enrique Rébsamen. No he
recibido respuesta.
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He tenido muchísimo miedo de que vuelva a temblar, me he despertado
llorando, he soñado con niños, con una niña, con el colegio, he intentado
volver en tres ocasiones y a metros de llegar me he dado la vuelta.
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Yo también quisiera regresar el tiempo y borrar de mi memoria ese
espantoso martes. Quisiera que todos los que se fueron ese día
estuvieran aquí, quisiera que todos los niños de ese colegio tuvieran
diario sus recreos en ese patio, quisiera seguir desconociendo quién fue
Enrique Rébsamen, pero regresar el tiempo es lo único que no puedo
hacer. Entonces estoy aquí, y aquí estaré. Aprendiendo a vivir después
del sismo, haciéndome preguntas y buscándoles respuestas.
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