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Quehacer
N° 3 Segunda Época / JUN-AGO 2019

LA REFORMA
UNIVERSITARIA
PERUANA
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Ilustración de portada: @jolos__

Quehacer

Revista del Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, desco

© desco, Fondo Editorial

Director: Alberto Adrianzén

Editora: Teresa Cabrera

Coordinación: Mónica Pradel

Consejo editorial: Alberto Adrianzén, Eduardo Ballón, Teresa Cabrera, Eduardo


Toche, Molvina Zeballos.

Diseño y desarrollo web: La Plebe

EDICIONES ANTERIORES

Quehacer Nº 1 La Resistencia del trabajo

Quehacer Nº 2 Velasco, un balance a 50 años del gobierno revolucionario


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Presentación
Se cumplen cinco años de la promulgación de la última ley universitaria, definida como
una reforma del sistema de educación superior en el Perú. Los términos del debate
público aparecen dominados por las nociones de calidad y supervisión, y se tiene como
personaje principal de la argumentación creada para legitimar la reforma a la
Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria (SUNEDU), enfrentada
tanto a una serie estereotipada de universidades “bamba” o “estafa”, que incumplen
estándares de calidad, como a un grupo de universidades “negocio” que tienen en el
corazón de su funcionamiento el lucro antes que el servicio educativo.

En esta narrativa no tiene lugar la reflexión sobre el proyecto de sociedad en el que se


enmarca la reforma, las necesidades de la estructura económica del país, las
expectativas y derechos de los estudiantes o la complejidad actual del mercado de
trabajo. No se discute la prioridad del sistema público sobre el privado, la naturaleza del
servicio educativo, menos aún los intereses del conjunto de actores sociales proyectados
sobre la formación superior, desde los empresarios nacionales hasta las familias que
invierten en la educación de las nuevas generaciones.

Las fotografías recientes de un inmueble en San Juan de Lurigancho de la universidad


privada Telesup, -la octava a la que se le niega el licenciamiento-, evidencian una
estructura “cascarón”. Vista desde afuera aparentaba un edificio de 7 pisos que en
realidad tenía varios menos. Antes que “estrategia publicitaria”, según arguye un vocero
de dicha empresa, esta es la imagen de la más simple lógica de rentabilidad y
maximización de ganancias. Muy similar a la estrategia política de su propietario, el ex
congresista Luna Gálvez, cuyo partido “Podemos Perú” era también una fachada, creada
fraguando firmas. Por si fuera poco, gracias a una reciente sentencia de la Corte
Superior, que elimina varios candados de acceso al crédito tributario de reinversión, las
universidades con fines de lucro dispondrán de más de 250 millones de soles
adicionales para “invertir” en sus negocios.

El especial de este tercer número de Quehacer sirve como espacio para bosquejar varios
de estos asuntos. Así, analizamos los alcances de la ley 30220 que crea la SUNEDU,
haciendo énfasis en la tensión entre supervisión y autonomía. También se busca dar
cuenta de quién y cómo es el/la universitaria promedio, qué dicen los ranking
internacionales o que pasa con la salud mental y con el acoso y el hostigamiento en las
universidades. Recordamos también el centenario de la reforma de Córdoba (1918) y
reflexionamos sobre universidad, memoria y democracia a propósito de los años de
violencia. Nuestro especial se completa con una revisión de Beca 18 -un programa
público que alienta abundante lucro privado- y una mirada al trabajo a destajo de los
docentes, entre otros temas.

En esta ocasión, nuestro entrevistado es Carlos Roca, importante figura aprista que
mantuvo una larga relación con Alan García, marcada paradójicamente por la distancia,
que es el centro del diálogo que publicamos. En la sección internacional nos detenemos
en distintos temas de actualidad, desde la integración regional en el marco de la crisis
actual hasta una mirada reciente a la China como potencia, pasando por aproximaciones
al significado del gobierno de Andrés Manuel López Obrador para México y América
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Latina, cuanto al renacimiento de la ultraderecha española y su futuro. La sección se


complementa con una reflexión sobre el mundo apolar que parece emerger.

La sección Cultura trae dos conversaciones. La primera, entre los escritores Rafael
Dumett y Jorge Frisancho sobre las novelas de espías y dos figuras fascinantes en la
historia peruana: el inca Atahualpa y Eudocio Ravines. La segunda, sobre publicaciones
universitarias e identidad sanmarquina, con la participación de José Luis López Ricci,
Víctor Patiño y Fernando Correa. Este número incluye también semblanzas de tres
peruanos apasionados y comprometidos con el país y su destino: Julio Cotler, Gonzalo
Portocarrero y César Lévano, quienes nos dejaron recientemente.

Agradecemos a quienes contribuyeron a que este número sea una realidad. En especial a
aquellos y aquellas que generosamente y de manera entusiasta aportaron textos e
imágenes de calidad.
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La contrarreforma universitaria
Nicolás Lynch Gamero
Sociólogo. Director de la Unidad de Postgrado de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Cuando se refiere a educación, la palabra “reforma” tiene cierto prestigio entre nosotros
y los neoliberales lo han usado para pasarnos gato por liebre. Reforma educativa nos
refiere a la llevada adelante en el gobierno de Juan Velasco Alvarado. Una reforma que
se llamaba tal porque tenía como objetivo democratizar la educación peruana. “Una
educación liberadora” como decía Augusto Salazar Bondy, su principal ideólogo, para
liberar a estudiantes y maestros del yugo feudal que pesaba sobre sus vidas y
especialmente sobre sus cabezas.

Pero más todavía. Reforma universitaria, refiere a la gran gesta de Córdoba de un siglo
atrás, cuando estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina, publican
en junio de 1918 el “Manifiesto Liminar a los hombres libres de América” que tenía
también como fin democratizar la universidad en su país y en el continente todo. La
asociación con reforma es entonces liberación y democracia.

Sin embargo, el 2014, con Jaime Saavedra ya bien posesionado del sillón ministerial de
educación, empezó un movimiento contrario, con un fuerte componente mediático, que
buscaba vender a la opinión pública la idea de que estaba ocurriendo una reforma; es
decir que en un sector tan sensible como la educación estaba pasando una cosa cuando
en realidad estaba ocurriendo otra. Se empezaron a potenciar medidas en la educación
básica, muchas de ellas que venían del segundo gobierno de Alan García, que decían
buscar la reorganización de la educación peruana sobre criterios meritocráticos, cuando
lo que buscaban en realidad, era implementar un gran plan de sobreexplotación del
magisterio, abaratando su costo y aumentando el control político sobre el mismo. El
resultado fue la gran huelga magisterial del julio y agosto de 2017 que tuvo gran
repercusión en el país.

Una operación paralela y en muchos aspectos similar, se llevó adelante en la educación


superior universitaria. Operación ciertamente más compleja por las características de un
sistema universitario masivamente privatizado a partir del DL 882, promulgado durante
la dictadura de Fujimori y Montesinos, y controlado por la mediocridad y el
clientelismo en las universidades públicas y el “negocio rápido”, en la mayor parte de
las privadas.

La complejidad los llevó a no actuar directamente sino a asaltar un proyecto de reforma


en curso, modificándolo para sus fines. Desde principios de siglo, un grupo de
profesores de diversas universidades públicas, como San Marcos y la UNI y privadas
como la Católica, la de Lima y Cayetano Heredia, habíamos iniciado un trabajo de
consulta y debate sobre una nueva ley universitaria, que nos llevó a desarrollar casi 40
reuniones en diferentes universidades públicas y privadas entre 2005 y 2008. Ello dio
lugar a un proyecto de ley que se presentó en el Congreso el año 2009 y que fue la base
para que el año 2012, el congresista Daniel Mora iniciara los trabajos que culminarían
en una nueva ley universitaria en julio de 2014. Hasta aquí todo suena bonito. ¿Qué
pasó entonces?
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La ley universitaria 30220 recoge un conjunto de reformas académicas, administrativas


y de gobierno universitario, que estaban incluidas en el debate reformista que he
señalado y que en teoría deberían permitir el inicio de la reforma universitaria anhelada
desde treinta años atrás. Son destacables las mayores exigencias académicas para el
ejercicio de la docencia universitaria, el apoyo a la investigación de docentes y
estudiantes, las garantías para el ejercicio de la democracia en las universidades
públicas y la mayor regulación a la que se somete a las privadas. Asimismo, y en
diferentes partes del articulado, la demanda de un mayor presupuesto para las
universidades nacionales. En especial, se establece el “Programa de Fortalecimiento
Institucional para la Calidad de la Universidad Pública” que debía financiar el
relanzamiento de las doce universidades más antiguas del Perú, que figuraban con
nombre y prioridad en la propia ley.

Este conjunto de reformas debía completarse con un ente que cumpliera la función de
regulación del conjunto de las universidades. Habían diversos diseños del mismo, pero
en el debate de la ley se señalaba que debía ser uno que surgiera de las universidades y
que no fuera ajeno a las mismas; una propuesta que en el proyecto inicial se llamaba
Consejo Nacional de Universidades. Desde un punto de vista participativo propuse en
diversos foros que esta instancia debía ser elegida por los profesores principales,
investigadores con el grado de doctor, de manera tal que fueran expertos los que
eligieran un consejo de expertos, para que regulara a las universidades peruanas. Desde
la orilla neoliberal se criticaba este punto de vista señalando que la autogestión ya había
fracasado como forma de regulación y que el ejemplo era la antigua Asamblea Nacional
de Rectores (ANR). Respondimos señalando que la ANR no tenía como función regular
sino tan sólo coordinar y que estaba formada por rectores y no por expertos.

El poder, sin embargo, se impuso al final. El entonces ministro Saavedra le dijo al


Presidente de la Comisión de Educación del Congreso, Daniel Mora, que si quería los
votos del entonces Partido Nacionalista en el pleno parlamentario, debía sacar el
capítulo dos de la ley que planteaba un Consejo Nacional de Universidades y
reemplazarlo por el articulado que traía él, redactado por sus asesores neoliberales, que
proponía la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria
(SUNEDU). Ésta, planteada como una instancia controlada por el Ministerio de
Educación, que, ¡oh sorpresa! figura también como titular de una “rectoría del estado”
en la ley. Se cambió Consejo, que viene de conciliar, es decir entenderse, por
Superintendencia que está emparentada con vigilancia y finalmente guachimán. La
primera víctima de este atropello, para todos los efectos: la autonomía universitaria.

Tenemos entonces una ley con reformas importantes a la cual se le ha inoculado un


tumor maligno: la SUNEDU.

¿Cuál es la lógica detrás de esta intromisión? Una autoritaria y tecnocrática. Autoritaria,


porque crea una instancia sancionadora, no solo por encima sino también por fuera de
las universidades, que no depende en ningún sentido de la voluntad democrática del
claustro. Tecnocrática, porque está guiada, al menos en teoría, por la idea de “hacer las
cosas bien”, donde las universidades no se conciben como instituciones productoras de
conocimiento, impulsoras del debate de ideas y espacio de ejercicio de derechos, sino
como proveedoras de servicios educativos en función del mercado. De esta manera, la
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SUNEDU nunca ha alcanzado legitimidad en las universidades, especialmente en las


públicas.

Pero la SUNEDU, como está planteada, no es el único despropósito que existe en el


ámbito universitario actual. Está también el sistema de becas que administra el
Programa Nacional de Becas y Crédito Educativo (PRONABEC), entre las que destaca
Beca 18. Se supone que en el Perú, el programa financiado para la educación superior
universitaria con dinero del Tesoro Público debe orientarse a las universidades
nacionales. Sin embargo, el apetitoso presupuesto de las mismas, aproximadamente
2,500 millones de soles en la actualidad, hace mucho tiempo que jala el ojo de las
universidades privadas, especialmente de algunas con fines de lucro. Estas últimas,
todavía no intentan un asalto directo a la partida misma de las universidades públicas,
pero ya encontraron una manera oblicua de hacerlo: el sistema de becas del
PRONABEC. El presupuesto de este último es de aproximadamente 1,000 millones de
soles, casi un 40% de todo el presupuesto para las 51 universidades públicas, la mayor
parte de los cuales va a universidades privadas. Tenemos entonces un programa paralelo
a las universidades nacionales, financiado con dinero público, que termina financiando a
las universidades privadas.

A la trampa de las becas se agregan las mentiras abiertas. El caso de la investigación y


especialmente del Registro Nacional de Ciencia y Tecnología (RENACYT) es un buen
ejemplo al respecto. Este es un registro, al que cuesta mucho entrar, que junta a los
investigadores que acreditan una trayectoria con sus publicaciones especializadas. El
caso es que para los investigadores de las universidades públicas, la ley 30220 señala un
bono adicional del 50% de su sueldo mensual. Por arte de birbiloque, el Ministerio de
Economía y Finanzas (MEF) ha resuelto que no se pague a los investigadores doce
meses sino apenas ocho…… ¡Hecha la ley, nuevamente, hecha la trampa¡

Olvidémonos entonces del “Programa de Fortalecimiento Institucional para la Calidad


de la Universidad Pública” que señala la ley 30220, olvidémonos de los reiterados
pedidos de aumento presupuestal de casi todas las universidades públicas. A ellas, el
MEF les dice que no hay plata y que se financien produciendo más recursos propios.
San Marcos, por ejemplo, hace más de 30 años que financia la mitad de su presupuesto
con recursos propios, a tal punto que cuando las autoridades debaten la posibilidad de
conseguir más recursos, siempre están pensando antes en cómo ordeñar mejor las
unidades generadoras de ingresos propios que en exigir más dinero al Estado.
Finalmente se impone la moral de las rodilleras. Así las cosas y luego de la monserga,
MEF y MINEDU, de la mano, voltean y les dan a las universidades privadas lo que
debería ser para aumentar el presupuesto de la universidades públicas. Sí hay plata
entonces, sólo que se la dan a las privadas.

¿Cómo funciona esto en la práctica? Como una alianza entre mediocres universitarios y
tecnócratas de la SUNEDU, el Ministerio de Educación y el MEF; tanto o más
mediocres que los primeros. ¿Qué si hay buenos y competentes? Claro que sí, en varias
universidades públicas y privadas hay buenos, competentes y cumplidores de a verdad,
pero no son la mayoría, ni hacen el verano. Además, el funcionamiento del SUNEDU
remarca su carácter de ente externo a las universidades, no porque tengan cuidado de la
autonomía, sino porque no entienden el mundo universitario. Eso se puede observar
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hasta en la extracción de su burocracia que parece venir, en la mayoría de los casos, de


universidades privadas de “alta gama”.

¿Qué tiene que ver esto con reforma y más todavía con democracia? No lo sé. Ni en la
SUNEDU, el MINEDU o el MEF dan el debate; como buenos neoliberales se esconden
y usan su poder para golpear tras bambalinas a los que consideran sus enemigos.
Mientras tanto, nos toca insistir en el camino reformista, liberador y democrático. Hay
instrumentos en la ley universitaria, como el gobierno democrático en las universidades
públicas o el apoyo a la investigación que prioriza la ley 30220, que pueden servir para
resistir a los tecnócratas y más todavía, para combatir su alianza con la mediocridad. El
horizonte, sin embargo, está más difícil que una década atrás, porque en esos momentos
el único adversario era la mediocridad; hoy, en cambio, tenemos la contrarreforma
neoliberal que no tiene escrúpulos para escoger aliados y que quiere el control total de
la universidad peruana.

Cien años de la reforma universitaria


Un itinerario inconcluso
Anahí Durand Guevara
Socióloga. Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos.

En medio de la crisis política que vive el Perú, vinculada a la corrupción del caso
Odebrecht y las millonarias coimas entregadas a ex presidentes, candidatos
presidenciales, ex alcaldes y altos funcionarios, muchas fechas han pasado
desapercibidas o sin lograr el debido reconocimiento. Una de ellas, se conmemora este
año, es el centenario de la reforma universitaria en el país, que recogió las banderas de
la reforma de Córdoba -otra fecha invisibilizada- y tuvo su epicentro en la Universidad
de San Marcos en Lima pero que alcanzó las universidades de Cusco y Trujillo entre
otras importantes de la época.

La reforma resuena a lo lejos como un dato más de la historia; otras reformas impactan
hoy en la universidad pública y otros espíritus invaden nuestra época. Términos como
licenciamiento y estándares internacionales son más frecuentes al abordar el debate
sobre la educación superior y la comunidad universitaria parece exclusivamente
abocada a cumplir lo planteado por nuevas instancias como la SUNEDU. No pareciera
existir tiempo ni ánimo de volver la mirada a las viejas banderas de la reforma, aunque,
paradójicamente, en esas demandas e itinerarios podríamos encontrar pistas para
afrontar viejos problemas vigentes como la conexión entre la universidad y la sociedad,
la calidad de la enseñanza o el horizonte de investigación del bicentenario. En esta línea,
tomando como referencia a San Marcos, mi alma mater y actual centro de trabajo, el
presente artículo reflexiona, sobre las resonancias del espíritu de la reforma universitaria
y su importancia para la sociedad, así como sobre la conexión con el actual momento de
reformas en las políticas de educación superior, explorando posibilidades de encontrar
nuevas pistas en un itinerario de reformas aún inconcluso.
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El “espíritu de una época”…y los vientos actuales

Entre las pocas publicaciones que llegaron a Lima a propósito del centenario de la
reforma, destaca el libro “Los viajes latinoamericanos de la reforma universitaria”,
coordinado por el historiador argentino Martín Bergel. En sus distintos artículos, el libro
da cuenta de personajes, articulaciones e itinerarios que nos sumergen en ese proceso
que tuvo un hito fundacional en el grito de Córdoba y rápidamente se extendió por el
continente. Podía percibirse entonces el “espíritu de una época”, definido como el
campo de ideas y sentidos compartidos que se desplazó por los diversos países
involucrando y movilizando universitarios de toda Latinoamérica.

Embargados por este espíritu, los jóvenes -hombres en su abrumadora mayoría- se


lanzaron tras la promesa de encontrar la esencia de la liberación continental, decididos a
transformar la universidad para cambiar sus anquilosadas sociedades y asumiéndose
integrantes de una generación que transformaría el destino de la historia.

En el Perú, tocados por este espíritu reformista y emancipador, en junio del 1919 los
estudiantes de San Marcos reunidos en asamblea eligieron un Comité encargado de
coordinar el movimiento de Reforma Universitaria. Meses después, bajo una huelga
general, el Comité de Reforma presentó las demandas estudiantiles al rector José Pardo
y Barreda. Resaltaron la necesidad de mejorar y modernizar la enseñanza, propugnando
la participación estudiantil en el gobierno de las universidades, la docencia libre, el
derecho de tacha, la libertad de enseñar y la creación de seminarios y becas para
estudiantes pobres. En medio de una sociedad oligárquica, el movimiento tenía una
clara vocación democratizadora, cuestionaba el carácter elitista de las universidades y la
exclusión de intelectuales independientes de la docencia. Exigía también con mucho
énfasis, dejar fuera de los destinos universitarios a los poderes políticos y eclesiásticos
de la época.

Haya de la Torre en la Casona de San Marcos, 1923


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Jóvenes de clases medias como Manuel Seoane, Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez
o Jorge Basadre, lideraron el movimiento estudiantil con ánimo irreverente, vinculados
a sus bases, pero también con ansias de mundo. Establecieron conexiones que
reforzaron un sentimiento de cofradía internacional, apelando al viaje geográfico y
social, como un recurso para ampliar la comunidad política que aspiraban representar.
Justamente, este movimiento universitario fue decisivo en la conformación de los
partidos políticos que disputaron la representación de los sectores populares y el
gobierno de San Marcos buena parte del s. XX; el APRA auroral y el Partido Socialista
fundado por José Carlos Mariátegui (o las variantes de izquierda a las que dio origen).
Lo que vino después de la reforma amerita otro análisis; baste con resaltar la extendida
sobre ideologización que se impuso hasta avanzada la década del ’80 afectando la
perspectiva crítica y desconectando la universidad de la bullente sociedad peruana. La
democratización de las universidades y su consecuente masificación trajo además
nuevos problemas relacionados a los presupuestos públicos, que el Estado estuvo lejos
de atender, condenándola a la precariedad y consecuente mediocridad.

Cien años después otros vientos soplan y el espíritu reformista de entonces pareciera
haberse difuminado. ¿Qué sentidos e ideas de transformación de la universidad y la
sociedad comparten los estudiantes de San Marcos? ¿Qué los conecta con los
universitarios de Latinoamérica? Mucha agua ha corrido bajo el puente y no es sencillo
resolver estas preguntas. Son tiempos de redes y conexiones que deberían hacer más
fácil los viajes y encuentros, pero paradójicamente aíslan, limitando las posibilidades de
articular al movimiento universitario latinoamericano. De otro lado, para los estudiantes
de San Marcos no ha sido sencillo reponerse del impacto de procesos nacionales como
la violencia política, la crisis económica o la intervención fujimorista con su intento
privatizador. Reconstruir la Federación de San Marcos, ha sido un logro digno de
resaltar, pero más allá de labores gremiales casi sindicales, es difícil percibir una
identidad generacional, una posición compartida frente a los principales problemas de
nuestro tiempo…Tiempos de peligrosa arremetida neoliberal donde fundamentalismos
religiosos se toman aulas y auditorios atentando contra el pensamiento crítico sin
encontrar respuestas contundentes. Tiempos también de precariedad y bajos
presupuestos donde la única salida a la crisis pareciera ser la tecnocratización neoliberal
y su razón privatizadora, ante la cual urge por lo menos convocarnos quienes
compartimos el quehacer universitario.

Entre la tecnificación y la decadencia

En medio de la larga crisis que afecta la universidad pública, sin horizonte


transformador que se vislumbre y con un movimiento estudiantil que no termina de
recuperar ímpetu, la universidad pública en general y San Marcos en particular, se
alejan de las banderas reformistas del grito de Córdoba asumiendo otras reformas
pautadas más bien desde otros centros de poder. Ocurre que como parte de los procesos
de reformas estructurales implementadas en América Latina hace más de dos décadas
bajo la inspiración del consenso de Washington, la educación superior universitaria ha
sido objeto de cambios y ajustes orientados a “modernizarla” y hacerla competitiva.

Bajo el auspicio e impulso de organismos multilaterales como el Banco Mundial y el


Banco Interamericano de Desarrollo, en el siglo XXI los países de la región se
embarcaron en sendos procesos de reforma en materia de educación superior. Como
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propósito fundamental, se buscaba dinamizar las universidades dentro de la lógica (neo)


liberal, redefiniendo el papel del Estado en base a la adopción de políticas que
enfatizaran en la calidad, la equidad y la formación de las capacidades técnicas
requeridas por el crecimiento económico. Existía además un reconocimiento explícito a
la centralidad de la investigación y la educación superior para integrar a América Latina
en una economía y sociedad cada vez más globalizada, recomendando a los Estados
reorientar y reasignar normas y recursos en tal sentido. En esa línea, países como
Ecuador, Costa Rica, Colombia, Chile y también Perú, emprendieron reformas
modernizadoras de segunda generación adecuando su legislación y creando nuevas
instancias orientadas a ello.

En Perú la Ley Universitaria 30220 del año 2014, se enmarcó en estos procesos de
reforma. Un hito fundamental en estos cambios fue la creación de la Superintendencia
Nacional de Educación Superior Universitaria en reemplazo de la Asamblea Nacional
de Rectores que había acumulado denuncias vinculadas a malos manejos por la creación
de universidades privadas y presuntos actos de corrupción. La SUNEDU es la entidad
para aprobar o rechazar las solicitudes de licenciamiento y funcionamiento de
universidades, filiales, facultades, escuelas y programas de educación, así como para
verificar la calidad mínima para brindar el servicio educativo. Asimismo, es la instancia
responsable de fiscalizar si los recursos públicos y los beneficios (tributarios) otorgados
a las universidades se destinan a fines educativos; y de ser el caso aplicar sanciones.

Otro eje de cambios en la ley fue el referido a los incentivos de investigación, como
condición para que las universidades logren acreditación. También supuso cambios en
la contratación docente, basados en la meritocracia, exigiendo como mínimo el grado de
“maestro” y estableciendo pautas de evaluación periódica como requisito de
permanencia. Finalmente, la Ley dispuso nuevas pautas para la elección de rector y
autoridades, de modo que ahora son elegidos vía votación universal, personal,
obligatoria, directa, secreta y ponderada de todos los docentes ordinarios (2/3) y
estudiantes matriculados (1/3).

Sin duda era urgente implementar algunos cambios al anquilosado y prebendista sistema
universitario, que había hecho de la creación de universidades públicas una clientela
vinculada al Congreso y de las privadas un abierto negocio. No obstante, no puede dejar
de resaltarse el escaso debate que el proceso de reformas generó en los actores
universitarios involucrados. Más aún, a casi cinco años de la promulgación de la Ley ni
las federaciones de estudiantes universitarios, ni los docentes, ni tampoco los rectores y
autoridades, han ensayado algún balance respecto a su aplicación.

No se trata de buscar lo negativo y realizar una oposición cerrada a los cambios; sería
absurdo negar la importancia de la calidad de la enseñanza o de la implementación de
mecanismos de supervisión estatal, pero resulta indispensable discutir el sentido de esos
cambios y cómo se conectan con las necesidades actuales de la sociedad peruana. Ad
portas del bicentenario, y en momentos en que la vieja república se termina de
desmoronar entre casos de corrupción, feminicidio y profundas desigualdades, la
universidad pública y particularmente San Marcos, no puede resignarse a perder el
rumbo en el itinerario crítico y emancipador trazado por la generación del 19.
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La investigación en la universidad peruana


Jorge Rodríguez Sosa
Sociólogo, docente investigador, Universidad San Ignacio de Loyola

Desde fines del siglo XX e inicios del siglo XXI los países que cuentan con las más
importantes universidades a nivel global, han venido construyendo un discurso sobre la
universidad que ubica a la investigación (aquella que la universidad hace, así como los
resultados que produce) como un activo institucional estratégico y la base de
información desde la que se toman las más importantes decisiones. Se parte del
supuesto que no hay gestión eficiente que decida invertir sus recursos en una política,
proyecto o iniciativa, sin apoyarse necesariamente en la evidencia producida por la
investigación o la evaluación sistemática, más aún si se opera en entornos percibidos
como mundos de cambio e incertidumbre. El conocimiento sustentado en la
investigación es un capital muy valorado por cualquier organización competitiva. En ese
marco, la universidad no sólo debe producir investigación, comunicar y capitalizar sus
resultados, sino formar a sus estudiantes desde esos procesos productivos y creativos
(Polster, 2007).

flickr de pronabec

La calidad de las universidades de esta época se explica cada vez más por la
investigación que allí se hace. Los más importantes rankings sobre la calidad de las
universidades a nivel mundial le dan gran importancia a la dimensión investigativa en
sus valoraciones y reportes, al grado que para algunos de ellos lo que se hace en
investigación es lo único que cuenta. Asimismo, los principales sistemas de acreditación
institucional consideran que una universidad es académicamente madura cuando se
tiene una evaluación favorable de aquello que se ha hecho por implementar procesos
que aseguren la práctica de la investigación en sus más importantes actores: docentes y
estudiantes. Esta tendencia en el mundo desarrollado, que incluso es explícita en
universidades que optaron por modelos de gestión que tienen a la rentabilidad como
meta esencial (Kwiek, 2016), no es tal en América Latina (menos en el Perú), ni
siquiera a nivel de discurso. La historia reciente de la universidad peruana así lo
demuestra.
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La flexibilización del marco normativo y los nuevos modelos de gestión


universitaria

Los fuertes aires de privatización que caracterizaron las reformas económicas, políticas
e institucionales en la década del fujimorismo, pusieron en agenda la necesidad de
reformas similares en el campo de la educación. El Decreto Ley 882 de 1996 y la Ley
de Promoción de Inversión en la Educación promulgada meses después, se hicieron con
la finalidad de atraer inversión privada en cantidad suficiente para reducir la brecha
abierta por la creciente demanda por servicios de educación superior, principalmente
universitarios. El nuevo marco legal no canceló el marco previo dado por la ley 23733
de 1983 sino que se sumó al mismo, brindando facilidades para la inversión privada
potencial y para aquella ya existente. Se crearon masivamente universidades privadas, a
la vez que se tendía un puente para que otras universidades privadas que venían del
marco previo, que quisiesen acogerse a las nuevas orientaciones, transitaran a un
modelo de gestión donde el lucro era una meta, en un proceso de mutación que resultó
fluido y relativamente rápido.

En menos de una década el sistema universitario fue trastocado no solo en su magnitud


(las universidades no llegaban a 40 a fines de los 80´ y hoy superan las 160), sino
también en la “idea” de universidad misma (Cuenca, 2015). La universidad privada
emergente en la práctica desconoció roles, compromisos y modelos de gestión, que por
décadas fueron considerados verdades inamovibles y elementos constitutivos del mundo
universitario. En simultáneo, el crecimiento cuantitativo no fue acompañado por
políticas ni por una institucionalidad que asegurase un estándar mínimo de calidad en
las ofertas formativas. El nuevo escenario les permitió limitarse a cumplir una labor
exclusivamente docente, entendiendo que su propósito era sólo la formación de
profesionales y que ésta podía hacerse sólo desde la docencia, sin la necesidad de sumar
otro tipo de experiencias, en un esquema reduccionista que facilitaba las condiciones
iniciales de operación, reducía costos y, al menos hipotéticamente, favorecía la
maximización del lucro.

La idea de la universidad que realizaba simultáneamente docencia, investigación y


extensión, se replegó a unas universidades públicas empobrecidas y a un reducido
número de universidades privadas que permanecieron vinculadas a la ley de 1983. La
investigación y la extensión pasaron a ser funciones opcionales que en los hechos
fueron dejadas de lado o se mantuvieron como metas formales para las que no se
invertía recursos intentando su cumplimiento. El modelo de la universidad tradicional
fue progresivamente reemplazado por una diversidad de “modelos” entre los que
conviven universidades de investigación, con procesos formativos validados y sujetos a
estándares de calidad (una minoría absoluta), con otras limitadas a labores de
profesionalización con calidades muy variables (la gran mayoría), y rarezas cuyas
misiones e identidades ideológicas expresan enfoques en lo técnico, lo religioso o lo
artístico.

La nueva ley universitaria y la producción investigativa

La nueva Ley Universitaria 30220, de 2014, buscó retomar la idea de la universidad


como una institución que realiza simultáneamente docencia, investigación y extensión,
con especial énfasis en la investigación. Como parte de ello, obliga a la implementación
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de los vicerrectorados de investigación, la asignación de un porcentaje de horas para la


investigación dentro de la labor docente y la creación de la figura del docente
investigador, un especialista dedicado a la tarea y vinculado a un ecosistema de
investigación e innovación en que la universidad participa conjuntamente con la
empresa privada y el Estado. Sin embargo, como sostiene Patrón (2016) no es esperable
una solución mecánica que se produzca en el corto plazo. Se parte de un sistema
universitario que lleva más de dos décadas de simplemente haber suprimido a la
investigación en los procesos de formación, hecho que en buena cuenta puede explicar
que hoy día no se cuente con una masa crítica para hacer investigación, sólo contamos
con 0.24 investigadores a tiempo completo por cada 1,000 participantes en la PEA, ratio
que contrasta con los números de Chile de 2 por cada 1,000, o que el sistema sea uno de
los de más baja producción investigativa en la región (Moya-Anegón, et. al., 2014).

Tomando como referencia lo publicado en la base de comunicación científica SCOPUS,


quizá la más importante a nivel mundial, la producción investigativa nacional el 2018
llegó a escasos 2,861 artículos, producción que representa la tercera o cuarta parte de lo
publicado por Chile o Colombia, mientras ligeramente se supera lo publicado por
Ecuador, aunque con tasas de crecimiento marcadamente menores para los últimos seis
años.

A diferencia de lo que ocurre en otros países de la región, en que las universidades son
los principales centros de producción investigativa, en el Perú hasta el año 2004 las
universidades producían menos investigación que las instituciones no universitarias que
hacen investigación. Instituciones como INIA, INEN, INS, CIP, SENAMHI, IPEN,
IMARPE, INICTEL, entre otras, la mayoría públicas (aunque no en todos los casos) y
que dependían de los ministerios u operaban muy ligadas a ellos, explicaban entre el
56% y 70% de las publicaciones anuales, pero eran significativamente menos en
número y en personal que las universidades. Es recién desde el 2005 que la situación
empieza a cambiar. Ente 2005 y 2018 la producción de las universidades creció en
870%, mientras en los institutos sólo el 160%. Para el 2018 la producción de las
instituciones sólo explica el 11.2% de lo publicado.

Adicionalmente, entre 1990 y el 2014 solamente tres universidades (UPCH, UNMSM,


PUCP) eran responsables de entre el 70% y 60% de lo publicado anualmente. Ese
panorama no ha cambiado significativamente en los últimos cinco años, donde solo
otras tres universidades se han sumado a la publicación intensiva (UNALM, UPC y
UPSMP). En conjunto estas seis universidades explican más del 50% de lo publicado,
siendo las únicas que producen más de 100 publicaciones al año.

A pesar de ello, la situación de la investigación en las universidades ha venido


mejorando en los últimos ocho años, coincidiendo con la promulgación de la ley. Entre
el 2011 y 2014 la producción creció en 44%, mientras entre el 2015 y 2018 creció en
80%. La literatura en investigación reporta recurrentemente que uno de los factores que
ha tenido un impacto significativo en el desarrollo de la investigación Latinoamericana
en la última década, es el flujo y acceso electrónico y digital a nuevas fuentes
bibliográficas con tiempos de acceso muy rápidos. Sin embargo, la investigación se
hace, se comunica y se emplea, si existen condiciones favorables para que ello ocurra,
desde las políticas y las disposiciones institucionales.
15

Las universidades públicas peruanas según el


Ránking QS
Situación y metas posibles
Álvaro Montaño
Docente universitario. Jefe del Fondo Editorial UNI-EDUNI

La empresa evaluadora británica Quacquarelli Symonds (QS) publica anualmente un


ranking de las universidades latinoamericanas; el informe correspondiente al 2019
confirma la débil posición del Perú y el reto muy exigente que deben afrontar nuestras
universidades públicas.

Considerando las 200 primeras universidades públicas y privadas de América Latina,


apenas 8 son peruanas, mientras 66 son de Brasil, 28 de México, 26 de Argentina. Brasil
es insuperable, le siguen, con menos de la mitad de menciones, México y Argentina.

Las peruanas referidas son encabezadas por la PUCP en el puesto 21, sigue la UPCH en
el 70, la UNMSM en el 74, la UNI en el 128, la Pacífico en el rango 161 – 170 y luego
la UNALM en el espacio de 171 al 180. La de Lima y la UPC comparten el tramo 181 –
190.

Las públicas en la región Andina

Con el ánimo de establecer una comparación más acotada puede seleccionarse la que
llamaremos “Región Andina”, compuesta por Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia
y Venezuela. Todos estos países participaron alguna vez del Pacto Andino o Comunidad
Andina y se diferencian de Brasil y Argentina, países más grandes y con un PBI mayor.

Tampoco en este contexto el Perú se encuentra en ubicación preferente. Considerando


las primeras 100 universidades públicas y privadas de la Sudamérica Andina, resulta
que 35 son colombianas y 30 chilenas. Estos dos países constituyen un grupo aparte en
los Andes. Perú no es precisamente el tercero, empata con Ecuador en 11 universidades;
luego está Venezuela con 8 y cierra Bolivia con 5.

Mirando únicamente a las universidades públicas andinas, entre las 50 mejores


Colombia tiene 17, Chile 14, Perú 7, Ecuador y Venezuela 5 cada una y Bolivia 2. En
este mundo de las universidades públicas andinas, la UNMSM tiene el puesto 11, la
UNI el 19, la UNALM el 26, la UNSA el 47, la UNSAAC, el 49 y la UNFV el 50; más
adelante aparece la UNA – Puno.

Retraso peruano en ciencia y tecnología, número de investigadores y presión fiscal

Buscando datos que ayuden a explicar el retraso del Perú en el ámbito universitario,
incluso en el marco reducido del área andina, cabe señalar que el porcentaje del PBI
invertido en Investigación y Desarrollo, conforme al portal Index Mundi es en el Perú el
más bajo de la subregión (0,15%), mientras según este cuadro Bolivia dedicaría el
0,16%, Colombia el 0,17%, Ecuador el 0,23% y Chile el 0,43%. En otras fuentes Chile
aparece con menos del 0,40%, y el Perú con 0,12% y hasta 0,08% del PBI, caso del
16

censo realizado por el CONCYTEC el 2016. En realidad, la información no parece ser


precisa a nivel de los centésimos, pero el retraso peruano es indiscutible. Como estamos
tan cerca del cero absoluto, el incremento de los fondos concursables y el aumento del
presupuesto del CONCYTEC a partir del 2012, siendo porcentualmente muy
significativas y en la práctica un valioso avance, resultan insuficientes para cambiar
sustancialmente el posicionamiento del país.

No por casualidad, para la Red Iberoamericana de Indicadores de Ciencia y Tecnología


(RICYT) el Perú ocupaba entre el 2013 y 2016 el último puesto en número de
investigadores por cada mil integrantes de la PEA entre los países andinos con 0,20,
apenas la quinta parte de una persona. Chile tenía 1,62, Ecuador 1,58, Colombia 0,63,
Venezuela 0,72 y Bolivia 0,29. En este caso no le ganamos ni a Bolivia.

Es muy ilustrativo tomar en cuenta la presión tributaria, que determina la posibilidad


real del Estado de atender políticas y estrategias, pues mide la intensidad con la que los
contribuyentes aportan al presupuesto estatal. Resulta que para el año 2016 la presión
fiscal peruana fue de 16,1% del PBI, mientras Chile obtenía el 20,4%, Colombia el
19,8%, Ecuador el 20,5% y Venezuela, era la única con una presión inferior: 14,4%.
Bolivia, según esta fuente llegaba al 26,0%. Contundente resulta considerar la
extremadamente débil recaudación fiscal, pues con ese 16,1% no hay manera de atender
salud, educación o seguridad, ni las necesidades de competitividad y productividad que
requieren invertir en personal altamente calificado, así como adaptación y creación de
conocimientos para avanzar en diversificación productiva e incorporación de
tecnologías contemporáneas.

Como se ve en las cifras mencionadas, el rápido crecimiento económico peruano,


posible, entre el 2003 y el 2011, gracias a los precios extremadamente altos de los
minerales que exportamos, no se expresó en una política de calidad universitaria, como
tampoco se manifestó en términos de inversión en ciencia, tecnología e innovación, ni
en capacidad del Estado para aplicar sus políticas. Prueba clarísima de ello es que
siendo el PBI/pc del Perú muy semejante al de Colombia (según el Banco Mundial fue
de 6571 US$ para el Perú y de 6408 para Colombia el 2017), todo indica que el país
cafetero goza, pese a los años de conflicto armado, de una mejor conducción en el
ámbito académico, entre otros. También es llamativo que Ecuador, con menos de 300
mil km², frente al millón doscientos mil peruanos y una posición que, para la percepción
tradicional de los peruanos, es inferior a la nuestra, tiene sin embargo un PBI/pc muy
cercano de 6273 US$ y se encuentra en un nivel semejante en cuanto a sus
universidades.

Tomar en cuenta los ránkings

Los rankings de universidades mundialmente reconocidos como Times Higher


Education World University Rankings (THE), el Academic Ranking of World
Universities (ARWU), o el QS World University Rankings (QS) son criticados con
buenas razones, pues privilegian a las universidades de los Estados Unidos, al idioma
inglés y a las universidades dedicadas a la investigación, especialmente en ciencias
duras y tecnología (STEM, science, technology, engineering and mathematics).
17

Además, mientras el ranking de Shanghai Jiao Tong (ARWU) se construyó


estrictamente en base a los premios Nobel y las citaciones de revistas arbitradas de
ciencia y tecnología, el QS le da más importancia a la reputación institucional, tanto
entre académicos como entre empleadores; ambas clasificaciones no son estrictamente
comparables.

Pese a todo, las clasificaciones internacionales de universidades han llegado para


quedarse, por lo menos en el horizonte previsible de los próximos lustros. No tenemos
indicadores estandarizados que permitan construir otro tipo de clasificaciones, por
ejemplo, donde la contribución a resolver problemas sociales como salud, educación y
seguridad de la población no privilegiada o la vocación solidaria de sus políticas tenga
un peso; entre tanto es razonable que midamos las universidades latinoamericanas y
peruanas en estos términos.

Es pertinente recomendar que el Estado y las universidades públicas pongan especial


empeño en dos indicadores: publicaciones indexadas y calidad de docentes y egresados,
pues ambos criterios son tomados en cuenta por las tres clasificadoras más importantes.
En primer lugar, debe generarse políticas para incrementar de manera sostenible el
número de artículos publicados en revistas indexadas y también artículos presentados en
conferencias académicas que cuenten con evaluación de pares, tanto mejor si figuran en
los primeros dos cuartiles, es decir, con mayor número de citaciones.

En segundo lugar está la calidad de los docentes y egresados donde el máximo puntaje
corresponde a los ganadores de premios Nobel y medalla Fields (en matemáticas); como
son muy pocas las universidades que pueden ostentar semejantes galardones, el esfuerzo
debe concentrarse en que los docentes y egresados tengan doctorados otorgados por las
principales universidades del mundo, las denominadas “de clase mundial”; así mismo
tienen importancia otros reconocimientos, entre ellos éxitos en la obtención de patentes
que llegan al mercado.

Es preciso esforzarse en conservar y mejorar la reputación en el mundo académico y


empresarial, lo cual supone estabilidad institucional, reconocida seriedad en la selección
de docentes y estudiantes, y garantía de exigencia académica.

Igualmente es indispensable tomar en cuenta la empleabilidad de los egresados, lo que


se mide en sueldos de los egresados durante los primeros años de carrera profesional y
expectativas de posiciones relevantes. Así mismo es preciso fortalecer algo que en la
actualidad es muy pequeño en términos porcentuales y que si existían a mediados del
siglo pasado: Cantidad de alumnos y docentes de América Latina y de otras regiones del
mundo atraídos por universidades peruanas. Por último, cuenta que el número de
estudiantes por docente sea bajo.

Estrategia peruana

Deberíamos ser capaces de afrontar un gran esfuerzo compartido por la comunidad


académica, el Estado, la empresa y en general la sociedad civil, para fortalecer a sus
universidades y dentro de ellas principalmente a las públicas, que son patrimonio de
todos los peruanos y por lo tanto tienen un directo compromiso con el desarrollo
sostenible, lo que va mucho más allá de los rankings.
18

Se ha impuesto en América Latina la moda de impronta estadounidense de las


universidades privadas con fines de lucro; pero no es cierto que sea el único modelo
posible en el planeta. Alemania es una potencia en todos los sentidos que considera un
derecho de la población acceder a educación superior de calidad y por eso la mayor
parte de sus universidades son públicas y con costos de matrícula muy bajos.
Refiriéndonos a las universidades públicas, tendría sentido que el Perú se proponga
invertir en mejorarlas con un plan de fortalecimiento de la calidad de unos dos lustros
que se renueve luego con metas más altas durante sucesivas generaciones.

Solo asumiendo una línea de base, que por ahora tiene que ser la posición de las
universidades públicas en los rankings internacionales reconocidos, puede plantearse
metas cuantificables. Entre las universidades públicas de los andes en muy razonable
proponerse la meta de alcanzar en dos lustros a colocar tres peruanas entre las 10
mejores y cinco entre las 30 mejores, lo que a escala de América Latina supondría
posicionar esas cinco entre las 100 con mayor calidad, tal como ha propuesto la
Asociación Nacional de Universidades Públicas del Perú – ANUPP, en comunicados
públicos y documentos formales presentados al presidente de la república y otras
autoridades. Como también ha propuesto ANUPP, lo apropiado es que el Estado,
además de posicionar unas primeras cinco, se ocupe de fortalecer todas las
universidades públicas sin excepción.

El Estado peruano ha creado medio centenar de universidades asumiendo la obligación


de establecer políticas y otorgar financiamiento adecuado para que alcancen la mayor
calidad posible y contribuyan al desarrollo sostenible a escala de sus localidades,
regiones, macroregiones y el país en su conjunto; en cada uno de estos espacios las
comunidades académicas de las universidades públicas tienen el deber de asumir un rol
de vanguardia en la formación de personal graduado y postgraduado, adaptación y
creación de conocimientos, despliegue de la diversidad cultural y construcción de
ciudadanía.

El estudiante modelo (económico)


Hacia un perfil del universitario peruano en el neoliberalismo
Eloy Seclén Neyra
Educador y Comunicador Social de la UNMSM. Magíster en Sociología de la PUCP.

En noviembre de 1996, surgió en el Perú un nuevo modelo de universidad que


progresivamente se ha ido consolidando, expandiendo y legitimando. Este proceso, que
ha desbordado su origen en el sector privado hasta alcanzar a la universidad pública, ha
generado una serie de cambios de los que pareciera no haber retorno. Dentro de ellos, es
probable que el estudiante universitario haya perdido dicha condición para asumir una
identidad funcional para la lógica neoliberal: el rol de cliente.

Como si reflejaran a la nación, estas universidades privadas parecieran haberse fundado


bajo profundas paradojas. La principal de ellas es su aparente carácter democratizador.
A partir de la Ley de Promoción de la Inversión en Educación, el famoso D.L. 882 de
1996, nuestro país ha pasado de 57 a un total de 143 universidades; 92 de ellas,
privadas. Ostentamos el título del segundo país sudamericano por cantidad de
19

universidades. En teoría, esto debería haber ampliado el acceso a la históricamente


elitista educación superior a un grupo mucho más representativo de jóvenes peruanos,
con los correspondientes niveles de movilidad social ascendente. Veintidós años
después, ¿realmente ha sucedido esto?

La estratificación social en el Perú ha alcanzado tales grados de segmentación que hoy


pareciera existir una universidad privada para cada sector específico de ese heterogéneo
rombo del cual forma parte la clase media en nuestro país. Una oferta tan diversa resulta
positiva a primera vista, pero no tanto cuando se comprueba, como señalan Cuenca y
Reátegui (2016) que apenas 9 de cada 100 jóvenes pobres en el Perú están matriculados
en la universidad. Asimismo, Benavides, León, Haag y Cueva (2015) plantean que los
mayores indicadores de calidad educativa se registran en las universidades con mayores
niveles de segregación, es decir, aquellas que precisamente se dirigen a una elite
socioeconómica. Se ha cambiado entonces una desigualdad estructural (“determinado
sector social no puede ir a la universidad”) por otro tipo de desigualdad (“algunos
sectores más pueden ir a la universidad, pero no a cualquier universidad”).

El ingreso al mercado laboral se ha convertido en el nuevo sentido fundacional de la


universidad, lo cual a su vez ha consolidado un nuevo paradigma: el énfasis en lo
pragmático, lo utilitario, uno que entiende la educación superior como un medio
exclusivo para obtener un puesto de trabajo. Esto ha influido en la progresiva reducción
de la formación crítica, lo cual nos revela una característica central del nuevo estudiante
universitario: la demanda por un tipo de conocimiento que podemos calificar como
funcional. Estamos hablando del componente práctico, aquel que se puede aplicar en la
ansiada experiencia laboral y permite repotenciarla o incluso obtenerla. Bajo este
enfoque, el estudiante se ha convertido en el usuario de un servicio.

Esta tendencia se ha consolidado con el influjo de las nuevas tecnologías. A partir de


ellas, los cursos de primeros ciclos han adoptado el formato virtual, también conocido
como “cursos blended”. Esta modalidad semipresencial, que antes era una excepción,
hoy se ha convertido en la regla. A partir de su difusión, los primeros ciclos siguen una
lógica propedéutica en la que predominan cursos que buscan compensar diversas
deficiencias del periodo escolar. Con ellos se marca una división que probablemente
siempre haya existido, pero que hoy alcanza particulares grados de diferenciación.
Estamos hablando de la división entre docentes “de primeros ciclos” y de cursos “de
carrera”.

Sobre este punto, un reciente estudio de Ipsos Apoyo (2016) ha revelado que seis de
cada diez postulantes a la universidad considera que los contenidos educativos
impartidos en sus colegios resulta insuficiente para enfrentar los estudios superiores.
Bajo una lógica empresarial, las universidades responden a esta demanda planteando
una secuencia de cursos de “nivelación”, que junto a los cursos de “introducción a la
carrera” terminan ocupando hasta dos años de formación. La evidencia nos muestra que
en ellos está primando el uso de tecnología educativa propia del contexto escolar, con la
cual se busca desarrollar aquellas habilidades básicas que el colegio no pudo consolidar,
para luego afrontar los cursos de facultad desde un enfoque orientado frecuentemente al
emprendimiento empresarial.
20

Este modelo educativo es presentado por las universidades privadas como una ventaja
competitiva, en la medida que se distingue del llamado enfoque “tradicional”. Sin
embargo, su consolidación ha significado también el debilitamiento de los mecanismos
que fomentan la investigación científica. Como lo expresan muchos profesores, y como
lo perciben muchos estudiantes, los primeros ciclos de la universidad parecen haberse
convertido en una repetición mejorada del colegio. Destrezas como la comunicación
escrita, la expresión oral, las habilidades operativas, entre otras, se desarrollan bajo un
enfoque de “contacto con la carrera” que se realiza enfatizando lo vivencial y
suprimiendo los acercamientos teóricos. Esto nos revela la más preocupante de las
tendencias implantadas por el nuevo modelo de universidad: se investiga poco o no se
investiga. La formación epistemológica se ha suprimido, mientras que los contenidos de
metodología se han fusionado con los del proceso de la investigación científica en sí.
Como resultado encontramos cursos condensados que el estudiante cuestiona con una
pregunta que parece consecuente con la formación que está recibiendo: “y esto, ¿cómo
me va a servir en la carrera?”.

Reconocemos un sentido fundacional que puede atribuirse a la universidad: la


producción y difusión del conocimiento, el cual surge necesariamente de un espíritu
crítico que busca mejorar la existencia social. En mayor o menor medida, y sin ánimos
de idealizar el pasado, esto ha existido en nuestro país. Nuestros breves logros
académicos han podido sortear las interminables limitaciones de nuestra educación
superior. Sin embargo, hoy asistimos a un nuevo sentido común de lo que debe ser la
universidad. Uno que ha generado, a su vez, un nuevo modelo de estudiante.

El universitario peruano proviene de una experiencia donde se le ha impuesto la idea de


elegir una carrera profesional prácticamente desde su primera infancia. Cada vez se
normaliza que los colegios planteen simulacros de examen de admisión desde el nivel
primario. Más allá de los cuestionamientos a dicha práctica, debe señalarse que la
información que se difunde acerca de la oferta académica se construye sobre un vínculo
meramente emocional, un descubrimiento de uno mismo que se sustenta en la
abstracción de “amar lo que se hace”. Como ha planteado Gustavo Yamada, no se le
brinda al estudiante, ni a sus familias, información elemental sobre el mercado laboral y
los retornos salariales específicos para cada carrera.

Bajo la lógica neoliberal, el colegio prepara para el ingreso a la universidad; ya en ella,


los cursos de primeros ciclos preparan para los famosos cursos “de carrera”; y estos a su
vez preparan para el “mundo laboral”. Entonces, el estudiante peruano desarrolla toda
su trayectoria académica como un permanente entrenamiento para un mundo que
siempre desconoce. Un mundo cuyo paradero final, el ingreso al mercado laboral,
termina aceptando sin cuestionamientos. No acceder a él implicaría una fuerte carga de
fracaso, sobre todo económico, pues la inversión realizada es altísima. Esto podría
explicar parcialmente el creciente subempleo profesional, es decir, aquellos egresados
que terminan trabajando en labores totalmente distintas a su carrera de origen.

Habiendo asimilado acríticamente estas nuevas lógicas educativas, no resulta un caso


aislado el discurso “pórtese bien que yo le pago”, que reportan investigadoras como
Liuba Kogan. Es probable que el universitario peruano haya experimentado un proceso
de empoderamiento, no precisamente a partir de un sentido crítico de la realidad, sino de
una posición de consumidor. Una donde los cursos, y sobre todo sus calificaciones, se
21

juzgan convenientes bajo la lógica del producto que se adquiere para un fin: el ingreso
al mercado laboral.

Este nuevo ethos universitario se posiciona cuando las mismas universidades se adecúan
a estándares de calidad orientados hacia dicho consumidor. Se trata de empresas,
finalmente; y los estudiantes, sus clientes. Ellos son el sustento de una rentabilidad que,
durante los ejercicios 2014 y 2015 ha equivalido a poco más del 2% del PBI del país, tal
como señala Hugo Ñopo (2016). Estas ganancias, comparables incluso a las obtenidas
por el sector minero, parecen haber beneficiado solo a una reducida burocracia
administrativa, con ingresos diametralmente diferentes a los de los docentes, quienes se
perciben más como trabajadores que deben brindar un servicio, antes que como
académicos a cargo de un acercamiento crítico a la realidad, que es lo que, en teoría,
debería propiciar la universidad.

Las nuevas universidades privadas no ocultan el sentido esencial de su formación: el


ingreso al mercado laboral. Este forma parte de su discurso institucional hecho
publicidad y también del diseño de sus diferentes mallas curriculares. La evidencia
existente nos sugiere que el tan criticado sentido de lucro, que ha caracterizado a las
denominadas “universidades empresa”, pareciera también ser compartido por el nuevo
modelo de estudiante que ha surgido en ellas. Desde su posición, ellos identifican el
ingreso rápido y eficiente al mercado laboral como la principal función de la
universidad a la que acuden. Estamos hablando entonces de una lógica clientelar, una
donde quien tenga mayor capacidad de pago tendrá mayor posibilidad de lograr la
anhelada movilidad social.

En medio de todo el debate que se pueda generar alrededor de la vigencia de la


universidad generadora de conocimiento, esencialmente crítica y protagonista del
cambio social, la vulnerabilidad laboral crece silenciosamente. Nos referimos a un
número creciente de egresados que no logra incorporarse adecuadamente al mercado
laboral o simplemente no lo logra. Se requieren en esta línea acercamientos empíricos
que permitan cuantificar y comprender el fenómeno. Sin embargo, muchos
investigadores reportan no contar con acceso a las respectivas base de datos sobre
egresados de las universidades privadas, quienes reservan dicha información
amparándose en su condición de sociedades anónimas.

Mientras estos escenarios se consolidan, cada semestre egresan nuevas promociones.


Nueva fuerza laboral busca entrar a un mercado que pareciera no contar con las mismas
oportunidades para todos los egresados. Es decir, regresamos al mismo escenario de
inestabilidad que dio origen, a la liberalización del mercado universitario en 1996:
niveles crecientes de desempleo y la misma idea de elitización. Antes era un privilegio
ir a la universidad. Hoy, el privilegio es egresar de ella con posibilidades tangibles de
incorporarse al mercado laboral con una remuneración acorde a la inversión realizada.

Una estructura como la descrita presenta todas las condiciones como para el surgimiento
de un movimiento estudiantil que, desde adentro, promueva cambios estructurales que
reduzcan los niveles de desigualdad. Sin posibilidad de organizarse institucionalmente
dentro de las universidades, sin referentes políticos con legitimidad, y con una
disminución progresiva del pensamiento crítico, el estudiante modelo (económico) que
hemos formado pareciera no tener muchas posibilidades de lograrlo.
22

Y sin embargo, la historia dice que, aun con peores condiciones, fueron los estudiantes
los que nos dieron la lección.

Llorar o estudiar, he ahí un dilema


Una mirada a la salud mental en la universidad
Ana María Guerrero
Licenciada en Psicología Clínica por la PUCP y Magister en Psicoanálisis por la Universidad
Federal de Río de Janeiro

La proliferación de diagnósticos psiquiátricos en el mundo es una realidad. Muchos de


los que buscan ayuda psicológica, sobre todo jóvenes, piden explícitamente ser
diagnosticados y varios ya llegan con sospechas de lo que podrían tener. Han buscado
sus síntomas en google o se han comparado con alguien cercano que también tiene un
diagnóstico, “algo parecido” les pasa. Es un hecho que los jóvenes hoy en día hablan de
sí mismos con fuerte influencia psicopatológica: “tengo un TLP”, “mi novia es TCA”,
“estoy entre un TDAH y un TAG”, “siempre me han dicho que soy un F32 pero no me
queda claro si ‘punto 2’ o ‘punto 3’”. El empleo corriente de nomenclaturas técnicas de
la psiquiatría, hasta no mucho restringidas a ciertos espacios y personal calificado, nos
hablan de cambios sociales que debemos identificar e incluir en el análisis.

Pensemos qué nos dicen los ejemplos dados. ¿Qué nos dicen esas siglas? ¿Qué dice de
sí mismo alguien que se presenta como una sigla? Que hay una substitución del nombre,
que se identifica con el significado de la sigla… y no mucho más. No es que sean malos
ejemplos, es que el drama es precisamente ese, que no dicen mucho más ni siquiera para
los clínicos, pues sabemos que apenas son un puñado de criterios diagnósticos aplicados
de forma estandarizada a cualquiera que encaje con ellos.

Las siglas y lo que representan no hablan por sí solas, en nada presentan al sujeto. No
dicen quién es, qué desea, cómo ha vivido o cómo quiere vivir. O de repente sí dicen
algo interesante: que sufren, que se trata de gente que sufre. Mejora la comprensión si
observamos que la apropiación, la identificación con la sigla, habla de un sufrimiento
tan íntimo que no deja al sujeto (al punto que lo acompaña como nuestro propio nombre
nos acompaña), y tan ajeno y distante de uno como lo que en verdad es: siglas que
hablan de categorías que solo existen o dejan de existir por convenciones, que nos
auxilian a los clínicos para compartir criterios mínimos de diagnóstico pero que, en
contrapartida, multitudes deben entrar con calzador.

En pocas palabras, hablar en siglas, presentarse o identificarse como tal, es gritarle al


mundo sobre un sufrimiento profundamente hondo a través de su más flagrante
superficie: un sufrimiento del que poco o nada se sabe o quiere saber.

Este es un fenómeno “nuevo”. Hablamos en términos diferentes, con referencias que


hasta hace poco eran inusuales, lo que indica que algo cambió en la forma en cómo
procesamos internamente el ser sujetos de los tiempos actuales. El giro es plenamente
verificable en las universidades, la demanda por ayuda psicológica es distinta. ¿Cómo
están respondiendo las universidades? ¿Piensan en ese dato para entender algo sobre sí
23

mismas, o sobre sus estudiantes, o sobre la sociedad que nos envuelve? Las respuestas
nos llevan por diferentes escenarios.

Historizar y no naturalizar

La locura siempre fue una experiencia oscura, insondable, que inquietó al ser humano
en cualquier tiempo y cultura. Pero fue Occidente quien más variación tuvo en sus
respuestas. El loco pasó, de sujeto de la convivencia social, a ser el marginal de las
ciudades en expansión, luego el abyecto y finalmente el peligroso que había que
encerrar y castigar.

Con la revolución francesa una lógica empieza a cambiar. Se propone “un trato más
humano” pues la locura, como lo entiende la ciencia en este momento, si no es por
herencia o lesión orgánica, es un daño moral que debe ser tratado. El loco no tiene la
culpa de serlo, está “alienado” de sí mismo. El médico, el llamado alienista, es al mismo
tiempo autoridad científica y portavoz de la moral de una época. El tratamiento estará
basado en una vigilancia y control rigurosos, con criterios jurídicos, religiosos, pero
también paternalistas. La tradición humanista busca la restitución familiar, el alienado
debe reinsertarse en su comunidad.

Es importante notar la dimensión relacional del tratamiento moral porque, bajo otros
ropajes, es lo que sigue estando en disputa. En este momento la medicina propone una
idea de cura a través de diversas formas de relacionarse con el paciente: actividades
sociales, cuidado de animales, largas caminatas. Pero cuando la medicina,
especialmente la psiquiatría, gana fuerza en el siglo XIX, radicaliza su cientificidad
“limpiándose” de interferencias. La precisión diagnóstica se entiende de forma
positivista: la noción de enfermedad mental reemplaza la de alienación, la psiquiatría
busca una etiología biológica, explicar la enfermedad mental en términos fisiológicos.
Su único aliado es la tecnología, que transmite valores “de ahorro”, en tiempo y
recursos humanos y materiales.

El inicio del siglo XX confirma el alejamiento entre la medicina y su modelo vincular.


El relajamiento de los límites éticos en relación al otro facilita la vuelta de métodos de
mayor transgresión. Es decir, de mayor violencia. El cambio es claro: se priorizan los
tratamientos por lobotomía, la inducción de convulsiones, las camisas de fuerza, el
aislamiento prolongado, etc.

Entre los años 50 y 70 habrá un breve paréntesis motivado por el fin de guerra, el
Estado de bienestar, la antipsiquiatría y las revoluciones sociales. Se propone una ética
del cuidado en el área de salud, donde la psiquiatría entabla diálogos y disputas con la
psicología y el psicoanálisis, que ahora gozan de mayor solvencia y difusión académica.
Surgen los primeros servicios psicopedagógicos en las universidades, atendiendo la
organización intelectual, cognitiva, de los estudiantes en relación a su carrera. No hay
idea de salud mental como se entiende hoy, la noción de enfermedad mental está
drásticamente asociada al hospital psiquiátrico. Sin embargo, debido a que la medicina
no encuentra una etiología fisiológica para su idea de enfermedad mental debe ceder
terreno a un concepto menos categórico. Eso de “enfermedad” mental se había
convertido en un oxímoron. La noción de trastorno mental admitirá la comprensión
multidimensional desde un enfoque biopsicosocial.
24

Contextualizar la salud mental en las Universidades

Reconocer el proceso histórico de la psicopatología nos permite entrar a la densidad de


sus desdoblamientos actuales, especialmente cuando el paradigma médico-positivista
consolida su hegemonía como modelo de ciencia, algo que evidentemente atañe a las
universidades contemporáneas. El giro neoliberal que inició el mundo en los 80 produjo
repercusiones en los campos de universidad y la salud necesarios de considerar. Desde
los procesos de estandarización educativa 1 heredados del acuerdo de Bolonia hasta las
reformas curriculares por competencias de reciente entrada a nuestro país, estas, si bien
emparejaron el suelo en términos de calidad educativa también recortaron la vida
autónoma de las universidades (incluso internamente), así como contribuyeron a la
despolitización de las universidades, que en nuestro país se fue haciendo palpable sobre
todo en las privadas.

En el campo de la salud, la medicina sufre un proceso de mercantilización con dos


nuevos aliados: la farmacología, respondiendo a la perspectiva biologicista; y la ciencia
estadística, justificando con mayor precisión criterios de inclusión o exclusión de las
entidades psicopatológicas, pero también la participación y competitividad de la
industria psicofarmacológica y la industria medicina, el servicio de salud con fines de
lucro. En esa lógica, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales
(DSM), compendio oficial de la psiquiatría norteamericana y referencia internacional
por el peso de su academia, en cinco ediciones pasó de tener 130 páginas a 947 en la
versión actual, mientras que las 106 categorías psicopatológicas iniciales se elevaron a
más de 300 hoy en día (DSM-5, 2013). La consecuente medicalización 2 de la época
produjo que en los últimos treinta años las ventas de psicotrópicos se dispararan con
tendencia a duplicarse en la última década en los países desarrollados.

El incremento en el consumo de psicofármacos solo se explica, de manera inmediata,


por un exceso en el diagnóstico. La medicalización no necesariamente es una respuesta
“lógica” al sufrimiento de la gente. Cuando se mira el recorrido que le hemos dado al
sufrimiento humano, es decir, cómo entendemos y tratamos los trastornos mentales o la
salud mental, vemos que los componentes son más sociales, psicológicos, que
prioritariamente biológicos, incluyendo aquellos pocos cuadros donde hay evidencia de
participación genética en su etiología. 3 En cuarenta años lo que hicimos fue ampliar los
márgenes de aquello que consideramos psicopatológico, invadimos el campo de la vida
cotidiana y la restringimos.

En las universidades el escenario no ha sido diferente, o quizás sí pero en el mismo


sentido. La experiencia de colegas en la atención psicológica en universidades públicas
y privadas, así como estudios hechos en el extranjero y unos (todavía muy pocos) en el
Perú, coinciden en apuntar a problemáticas similares en los motivos de consulta de los
universitarios. La cantidad de estudiantes que llegan a los servicios psicológicos oscila
entre un tercio y casi la mitad de matriculados, siendo aproximadamente 30% los que
reciben un diagnóstico y atención especializada. 4 Los cuadros encontrados también son
coincidentes, de tipo ansioso o depresivo, al igual que la sintomatología, que es
somática, dependiente, compulsiva, toxicómana. Además, se registra que un tercio usa,
por prescripción, algún tipo de psicotrópico, sin contar los consumidores de ansiolíticos
o sedantes a través de la venta sin restricciones. Por último, sin que sea un dato menor,
diversos países registran que la población universitaria puede tener una prevalencia de
25

aproximadamente diez puntos más de lo que se registra en diagnósticos psiquiátricos en


la sociedad.5

Nos preguntamos qué nos quieren decir estos datos. La información revisada tiende a
explicar esa variación por la presión que implican los estudios superiores, no solo en
relación al colegio sino como meta idealizada de la sociedad. Los diagnósticos en el
posgrado (sobre todo en el doctorado) se concentran más en depresiones con síntomas
clínicos y narrativas asociadas a no rendir como lo esperado, con el consecuente golpe
que implica para la autoimagen en relación a la vida académica. En el pregrado el
panorama es más variado: dependencias, consumos compulsivos, autolesiones, intentos
de suicidio, ataques de pánico, agresiones, celos, pérdida de amistades, entre otros.

Por otro lado, se presenta también comprometida la motivación en el proceso formativo:


faltan a clases, no leen, si leen no se concentran, piensan que tienen problemas de
atención, de concentración, de memoria, dudan de la carrera elegida, intentan
cambiarse, desisten, se atrasan en sus cursos, y en general, no es para menos, se sienten
agotados. Aunque las quejas son difusas, inespecíficas, puede verse entre la maraña que
la preocupación principal se dirige al otro, a la relación con la alteridad aunque no
parece que esto sea identificado en primera instancia. Los síntomas tienen
manifestaciones aparatosas, ruidosas, que si no se inscriben en el registro del cuerpo, lo
hacen en el registro de la acción. Esto significa que estas expresiones del sufrimiento
psíquico tienen dificultas para ser pensadas, necesitan depositarse en otro lado porque el
pensamiento no las acoge. A veces es el cuerpo, a veces la actuación impulsiva.

El reto ineludible
Si las universidades han asumido la responsabilidad de convocar a jóvenes para que
postulen, ingresen y pasen años fundamentales de sus vidas, deben asumir también el
reto de acoger la diversidad de sus historias y necesidades. Es decir, asumir la creación
y promoción de un espacio generador de vínculos que producen nuevos sentidos para la
vida. Experiencia de vínculo que sea en primera o última instancia es lo que demandan
los jóvenes en sus motivos de consulta psicológica, con el que nació históricamente la
atención en salud mental y fue parte de la convivencia social hasta entradas las épocas
oscurantistas.

Sin embargo, como hemos visto, el vínculo que “cura”, o mejor dicho, que repara
vínculos anteriores y permite que emerja posiciones novedosas y éticas en el sujeto, es
el vínculo capaz de amarrar lo personal con lo social y político. No pasa por
necesariamente hacer crecer los servicios psicológicos (lo que no implica desaparecerlos
tampoco, siempre una atención individualizada es un punto de apoyo) sino pensar en
lógicas que nutran desde lo comunitario-institucional. Esto último es importante porque
a veces las intervenciones comunitarias no tocan lo institucional, cuando ese espacio
puede ser un gran productor de malestar.

El acto educativo debe ser pensado y cuidado por la institución, en sus lógicas
organizativas y por los docentes y administrativos que llevan a cabo sus políticas. Esto
pasa por revisar ese estilo empresarial que muchas universidades adoptaron sin
necesariamente coincidir con los objetivos de lucro de la universidad. Y aunque fuera el
lucro un móvil para la institución, es necesario que lo educativo no se determine por
lógicas de mercado. Una cosa es la presión académica y otra la competencia despiadada
26

por el promedio. No todos podrán ser quinto o tercio superior. Que unos lleguen implica
que otros salgan: muchos son sus amigos, compañeros, colegas, parejas. Y aunque no lo
fueran, no es la universidad el espacio de la zancadilla sino de la creación colectiva del
conocimiento. El lenguaje competitivo que ofrece becas, prácticas o puestos de trabajo
“a los mejores”, eso que ahora llaman “excelencia” y que, como un auto lujoso o la casa
de los sueños, atrae a muchos con la promesa de alcanzar la gloria del buen nombre o el
ingreso económico. Esto es productor de profundas ansiedades. Donde haya una
vulnerabilidad, golpeará al sujeto, que mirando las vallas y sintiéndose derrotado, hasta
un control de lectura se sentirá imposible.

La promoción de lo colectivo sin que la institución interfiera es más deseable que los
espacios donde hasta el uso del césped o la banquita fueron institucionalizados. La
circulación libre del pensamiento, libre incluso del control institucional, necesita
facilidades mínimas: un salón, una pizarra, encontrar una mesa cuatro sillas y un
enchufe no debería ser un trámite. Salones vacíos cerrados y vigilados, en una
universidad, tienen sabor de crimen. Los proyectos académicos, sociales, políticos se
crean en esos ambientes. Mediatizar el encuentro, los vínculos, con burocracias
vigilantes suele estar justificado muchas veces con lógicas paternalistas, conservadoras.
Cuidar el salón, la pizarra, la pantalla, el plumón. En vez de promover el cuidado
responsable, la vigilancia (y el castigo) están más la mano como vimos en la historia.
El espacio universitario es un espacio de referencia y productor de referencias. Muchos
jóvenes llegan desarraigados así no vengan desde lejos. En los tiempos actuales la
familia puede ser su espacio de lejanía, el espacio donde más soledad se experimenta.
Continuar en el anonimato de ser nadie es lo peor que puede pasarle a alguien. No solo
porque lo sumerge en cuadros o síntomas que producen sufrimiento, también porque es
una forma de desarticulación progresiva de los colectivos. En la universidad la gente se
encuentra y produce lazos de amor y de amistad. En ellos, se experimenta compromiso,
solidaridad, discusión, debate, lo que fuerza a leer, pensar, seguir discutiendo… y en ese
proceso, nacen proyectos comunes. Por algo las universidades son espacios de
resistencia cuando la ofensiva conservadora avanza en la sociedad. Mientras un
proyecto conservador se alimenta de miedos e inseguridades elitistas, las universidades
son, o deben ser, cuerpos sociales que se mueven articuladamente por el compromiso
que se fue construyendo, poquito a poquito, en la libertad de la convivencia.
Quedar ver qué universidades peruanas están caminando por esas sendas.

1. Ver: Amaral y Magalhaes, 2004, Franklin Leopoldo e Silva, 2001 y Rute, Portela,
Sá, Alexandre, 2008
2. Ver Health at a Glance: Europe 2018; Chaves y Henriques (2017); López y
Salomone (2016), Augsburger (2004).
3. Ver Vallejo (2011), McWilliams (2011), Riera, Zúñiga y Carrera (2017).
4. Ver Riveros, Hernández y Rivera (2007), Labrador, Estupiñá y García-Vera (2010),
Santos y Siqueira (2010), Muñoz-Martínez y Novoa-Gómez (2012), de la Fuente y
Heinze (2015), Chau y Vilela (2017).
5. Ver datos globales aquí y aquí; en Perú aquí, aquí; en Brasil aquí; en Chile; en Reino
Unido; en Estados Unidos; en Canadá, y siguen ejemplos.
27

Poder y universidad
Alberto Adrianzén y Brenda Cassana
Director de Revista Quehacer | Egresada de Ciencias Políticas de la UNMSM

Las universidades durante siglos han sido y siguen siendo los centros de excelencia y de
enseñanza. Ahí se forman y se forjan los que más tarde serán los profesionales y
técnicos de un país. Por otro lado, son los lugares donde se dan los primeros pasos de lo
que más tarde será llamada la “inteligencia” de un país. Las universidades son, pues,
lugares de formación, de creación del saber y también, para un sector de la sociedad, los
espacios donde inician el largo y complejo camino de la movilidad social. Son
igualmente, una parte importante del mundo de la política. Con ello no nos referimos
solamente a los discursos culturales y al tipo de saber que se imparte en las
universidades y que son como el cemento de una sociedad sino también al personal que
más tarde formará la llamada clase política.

Podemos decir, siguiendo a Althusser, que las universidades son parte importante de los
llamados aparatos ideológicos del Estado. De allí salen quienes administrarán un
Estado, un gobierno y también los partidos políticos. Por eso su relación con el poder es
muy estrecha. En México, por ejemplo, para tipificar a un gobierno se tenía en cuenta de
qué universidad provenían sus ministros (o secretarios). Así tenemos el “sexenio del
Colegio de México”, el “sexenio de la UNAM”, el sexenio del Instituto Tecnológico
Autónomo de México (ITAM); o el del Instituto Tecnológico de Monterrey. Nos
preguntamos, cómo llamar a cada quinquenio en nuestro país si tenemos en cuenta el
origen universitario de los ministros que forman parte de un gobierno.

En QUEHACER hemos construido una base de datos que contiene, por un lado, la lista
de los Consejos de Ministros desde el Gobierno de Transición de Valentín Paniagua
hasta el de Martín Vizcarra, y por otro, la universidad en la que han estudiado los
ministros y ministras que han pertenecido a dichos Gabinetes.

Para esta exploración, hemos considerado el primer y el último Gabinete cada gobierno.
La excepción fue el gobierno de Valentín Paniagua donde hubo un único Consejo de
Ministros. No hemos incluido a los ministros que han pertenecido a las Fuerzas
Armadas y Policiales, más allá que se les puede considerar como profesionales con
grado universitario. Veamos lo que nos dicen los datos.

Con Valentín Paniagua

Durante el único gabinete del presidente Paniagua, seis ministros estudiaron en la


Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), incluyendo al presidente del Consejo,
Javier Pérez de Cuéllar, quien era al mismo tiempo Canciller. Todos los ministros que
habían estudiado en esa universidad, provenían de la facultad de derecho, es decir, eran
abogados y ocupaban carteras tan distintas como Justicia, Educación, Pesquería y
Trabajo. Tres ministros estudiaron en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI). La
misma cantidad en la Universidad Mayor Nacional de San Marcos (UNMSM). Dos en
la Universidad Nacional Agraria La Molina. La única mujer, Susana Villarán, estudió
en el Instituto Superior de Educación Familiar.
28

Con Alejandro Toledo

La composición del primer gabinete del presidente Alejandro Toledo fue la siguiente:
cuatro ministros provenían de la Universidad del Pacífico (tres economistas, uno de
ellos fue el primer vicepresidente del gobierno, y un administrador de empresas); tres
ministros de la PUCP (dos abogados, uno de ellos fue el presidente del Consejo de
Ministros, y un sociólogo); tres ministros habían estudiado en San Marcos, una de ellas
era la única mujer que integraba el gabinete; dos ministros venían de la UNI y dos de la
U. La Molina y uno de la universidad de Oxford. Un ministro de ese primer Gabinete,
que era al mismo tiempo segundo vicepresidente del gobierno, no tenía estudios
universitarios. La única ministra de ese Gabinete tenía la cartera de la Mujer.

El último Gabinete del gobierno de Toledo, de agosto de 2005 a julio de 2006 estaba
integrado por tres ministros con estudios en la PUCP (dos abogados y una socióloga) y
otros tres ministros de San Marcos (dos abogados y una médica). Asimismo,
participaron del gabinete, dos ministros de la UNI. Otras universidades como la U. del
Pacífico, San Martín, la Nacional del Centro, la Federico Villareal y dos extranjeras
(Oxford y la U. de North Carolina) aportaron un ministro cada una de ellas a este
gabinete. Un ministro de este último gabinete no tenía estudios universitarios. Dos
mujeres participaron en distintos puestos ministeriales en este último Gabinete del
gobierno de Toledo.

Con Alan García

En el primer gabinete del gobierno de Alan García la Universidad Católica aportó siete
ministros. De ellos, cinco habían estudiado derecho. Una cantidad similar aportó San
Marcos. Uno de estos siete fue presidente del Consejo de Ministros y dos, incluyendo al
premier, eran abogados. La U. del Pacífico contribuyó con tres ministros. Los tres eran
economistas. La Villarreal con dos ministros. Con un ministro colaboraron la U. de
Lima. la U. Pedro Ruiz Gallo de Chiclayo, la universidad Nacional de Trujillo, la
Academia Diplomática del Perú y la universidad de Berkeley, California. De 25
ministros que en momentos distritos formaron parte de este primer Gabinete, solo siete
eran mujeres.

El último Gabinete del gobierno de García que va marzo de 2011 a julio del mismo año
estaba compuesto de la siguiente manera: cuatro ministros habían pasado por los
claustros de la U Católica, incluyendo a la a la presidenta del Consejo, que era al mismo
tiempo ministra de Justicia y militante del partido aprista. Los tres ministros habían
estudiado derecho. Tres ministros provenían de San Marcos. Un número igual de la U.
Villarreal. Las universidades de Lima, del Pacífico, La Molina, San Agustín de
Arequipa, Guzmán Valle (La Cantuta), la U. Católica de Arequipa, la U. San Martín de
Porres, la U. de Berkeley (EEUU) y de la U. Julius Maximilian (Alemania) aportaron un
ministro cada una, además, un ministro que llegó de las filas de la policía. Finalmente,
en dos sectores, agricultura y producción, hubo cambios ministeriales. De veinte
ministros que ocuparon las 18 carteras ministeriales, solo tres fueron mujeres.
29

Con Ollanta Humala

La composición del Primer Gabinete del presidente Ollanta Humala (julio 2011-
diciembre 2016) fue la siguiente: seis ministros habían estudiado en la Católica,
ocupando las carteras de Relaciones Exteriores, Justicia, Trabajo, Mujer, Ambiente,
Desarrollo e Inclusión Social; dos de ellos habían estudiado derecho. Tres ministros,
uno de ellos fue presidente del Consejo de Ministros, se habían graduado en la U. de
Ingeniería. Las universidades San Agustín de Arequipa, La Molina, Federico Villarreal,
la del Pacífico, Guzmán y Valle, la Católica de Arequipa y la McGill (Canadá)
aportaron un ministro cada una de ellas. Dos ministros venían de la Escuela Militar de
Chorrillos. En este primer gabinete que estaba compuesto de 19 ministerios, solo tres
fueron ministras.

El último Gabinete de Ollanta Humala (abril 2016-julio 2016) se conformó de la


siguiente manera: diez ministros, incluido el presidente del Consejo de Ministros, eran
de la Católica. Seis de ellos eran abogados; cuatro ministros provenían de la U. del
Pacífico y dos en la U. San Martín de Porres, Las universidades de Lima, Garcilaso de
la Vega y la Academia Diplomática del Perú, aportaron un solo ministro o ministra cada
una de ellas. En las carteras de Justicia y Vivienda Construcción hubo cambio de
ministros en ese periodo. De otro lado, de los 29 ministros que estuvieron en momentos
diferentes dirigiendo los 19 sectores, diez fueron ministras.

Con Pedro Pablo Kuczynski

La composición del primer gabinete del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski (julio
2016-setiembre 2016) fue la siguiente: diez graduados de la Católica son ministros de
doce carteras en momentos distintos. Cuatro ministros eran economistas, tres
sociólogos, dos abogados y administrador (de esos diez ministros dos ocuparon dos
carteras distintas). Cuatro ministros -uno de ellos fue Presidente del Consejo y Ministro
de Economía al mismo tiempo- eran de la Universidad del Pacífico. De esos ministros,
dos eran economistas y dos administradores. Otros dos ministros se habían graduado en
la UNI. Otras universidades como La Molina, la Universidad Femenina, la Cayetano
Heredia, la Santa María de Arequipa, la San Martín de Porres y la U. de Princeton
(EE.UU) aportaron un ministro cada una de ellas. Un ministro venía del estamento
militar. En este periodo se dieron cambios en las carteras de Economía, Energía y
Minas, Educación Transporte y Comunicaciones, Defensa, Cultura, Mujer y Desarrollo
e Inclusión Social. Dos ministros ocuparon carteras distintas en ese periodo. En este
gabinete participaron siete mujeres.

El primer gabinete del presidente Martín Vizcarra (abril 2018-marzo 20189), estuvo
integrado por siete ministros que había estudiado en la U. Católica. De esos siete, seis
eran abogados y uno economista. La universidad del Pacífico aportó tres ministros,
todos eran economistas. Dos ministros provenían de la U. Villarreal, uno de ellos fue
Presidente del Consejo de Ministros. La UNI aportó con dos ministros. Las
universidades San Marcos, San Martín de Porres, Garcilaso de la Vega, Nacional de la
Plata (Argentina), San Antonio Abad (Cusco), Ricardo Palma, Católica Santa María
(Arequipa) y la Faustino Sánchez Carrión (Huacho) y la de Lima, aportaron cada una
con un ministro.
30

Poder & Universidad


De todos estos datos se puede concluir lo siguiente:
a) la mayoría de ministros han estudiado en universidades limeñas;
b) el nivel de participación de las universidades regionales supera la docena, alcanzando
el número de quince. A ello habría que agregar siete extranjeras y un instituto;
c) de esa mayoría de universidades privadas limeñas destaca la Universidad Católica
que está presente en todos los gabinetes estudiados y casi siempre de manera
mayoritaria. De todos esos ministros la mayoría son abogados;
d) otra universidad privada que destaca en los gabinetes estudiados es la U. Pacífico. La
mayoría de ministros egresados de esta universidad son economistas y compiten con la
Católica respecto a quién ocupa la cartera de Economía y Finanzas;
e) de las universidades públicas la que destaca es San Marcos que está presente en todos
los gabinetes, sobre todo en el sector salud. Algo similar ocurre con las otras
universidades públicas como la Universidad de Ingeniería, La Molina y La Cantuta que
aportan ministros ligados a su profesión: agricultura, energía y minas, vivienda y
construcción, educación y transporte y comunicaciones; y
f) la cada vez más visible presencia de las mujeres en los gabinetes.
Finalmente, tres últimas constataciones:
(i) si bien los jefes de Gabinete tienen vinculaciones o militan en el partido de gobierno,
no se da esta misma situación con la mayoría de ministros; son reclutados una vez que
el partido gana las elecciones para transmitirle a la ciudadanía que estamos ante un
gabinete de “técnicos” y no “políticos”;
(ii) estos ministros, generalmente de universidades privadas, al no venir del sector
público refuerzan la influencia en el gobierno de los sectores privados empresariales -
destaca en los gabinetes la sobrepoblación de abogados- que viniendo de universidades
han trabajado para el sector privado empresarial, ocurriendo lo mismo cuando hablamos
de quién es el ministro de economía;
(iii), es que al no existir una sólida burocracia estatal que permita al futuro gobierno
reclutar sus futuros ministros o viceministros, la influencia de los intereses privados en
ese mismo gobierno se incremente de manera significativa. Un ejemplo, notable, por
cierto, es la llamada “puerta giratoria”, es decir, ministros que son “prestados” por el
sector privado por un determinado tiempo el gobierno y que acabado ese tiempo
vuelven al sector privado. También ministros y ministras, la mayoría de universidades
privadas, que terminada su función pasan a ser dirigentes de los gremios empresariales.
Si bien no se puede inferir que la universidad que “pone” más ministros en un gobierno
tienen más poder frente a otras universidades, si se puede decir que los ministros que
egresan de las universidades privadas son los que más relaciones tiene con el sector
privado si los comparamos con los egresados de las universidades públicas. Son ellos
los que terminan gobernando en nombre de todas y todos los peruanos.
31

Universidad peruana sin enfoque de género


Gabriela Adrianzén
Historiadora. Magíster en Género y Desarrollo por FLACSO.

Se viven tiempos intensos en el feminismo. Frente a la masividad que gana el


movimiento, algunas investigadoras se preguntan si estamos ante un nuevo momento.
Aún no podemos responder con certeza.

La ola de denuncias que tuvo su versión internacional en el #metoo y el #niunamenos en


Perú significó la apertura de un espacio para que miles de mujeres compartieran sus
experiencias de violencias y acoso por las redes sociales. Esta tendencia se ha
profundizado, y se ha logrado mayor atención a expresiones particulares de la violencia
machista, como es el caso del hostigamiento en el espacio universitario.
En las universidades han emergido plataformas de estudiantes mujeres que buscan
sanción a profesores y estudiantes por acoso sexual. El primer logro conocido se tuvo en
2017 en la Universidad Nacional de Ingeniería, una universidad históricamente
masculina; en menos de dos años hemos visto aparecer varias de estas organizaciones
bajo rótulos como “se acabó el silencio”, y hoy algunas se agrupan en el Bloque
Universitario Feminista en la ciudad de Lima. En algunas universidades ya se han
llevado a cabo procesos sancionadores y establecido protocolos contra el hostigamiento
sexual.
Sin embargo, recién en marzo de 2019 el Ministerio de Educación (MINEDU) modificó
el reglamento de infracciones y sanciones de la Superintendencia Nacional de
Educación Universitaria, que indica como falta muy grave la inexistencia de un
protocolo de atención, sanción y protección contra la violencia y el hostigamiento
sexual.
Previo a ello, el MINEDU ya había establecido el contenido mínimo de los documentos
normativos de prevención e intervención en estos casos, aunque no ha propuesto aún un
abordaje profundo sobre la situación de la violencia de género en el ámbito
universitario, como se ha hecho desde hace años en otros países como Chile. En el caso
de las medidas de prevención, sugiere de manera muy general medidas como la difusión
de documentos, la sensibilización en la comunidad universitaria, y la detección de casos
a través de encuestas anónimas o investigaciones voluntarias.
La pregunta que surge cuando hablamos de violencias de género es si la sanción es
suficiente; sabemos que la respuesta es no. Sin duda resulta indispensable y es lo
mínimo que las universidades establezcan los procesos para el tratamiento de denuncias
por hostigamiento sexual, porque sabemos que nos enfrentamos a un espacio no ajeno al
machismo de nuestra sociedad y marcado por relaciones jerárquicas de poder, donde ha
campeado la impunidad y el silencio.
Luego de la aprobación de la nueva ley universitaria en 2015, la SUNEDU estableció
las Condiciones Básicas de Calidad para que las universidades peruanas sean
licenciadas, condición indispensable para su funcionamiento. De acuerdo a la norma,
como mínimo, se debía cumplir lo siguiente: existencia de objetivos académicos,
previsión económica y financiera, infraestructura y equipamiento adecuados, líneas de
investigación, personal docente calificado con no menos del 25% a tiempo completo,
servicios educacionales complementarios básicos (servicio médico, social,
32

psicopedagógico, deportivo, entre otros), mecanismos de mediación e inserción laboral


y transparencia.
La ley reconoce entre los fines de la universidad: pluralismo, tolerancia, diálogo
intercultural e inclusión y el rechazo a toda forma de violencia, intolerancia y
discriminación. Me pregunto si en el proceso de licenciamiento no se perdió la
oportunidad de exigir a las universidades una condición de calidad referida a la
existencia de mecanismos y políticas con enfoque de género e interculturalidad.
Más allá del acoso
No basta con sancionar el acoso si no logramos que la universidad sea un espacio que
reconozca, reflexione y busque superar las desigualdades de género que sostienen las
violencias. Incluir políticas de igualdad de género en la universidad permitiría no solo
un reglamento contra el hostigamiento sexual que se ha logrado hacer obligatorio, sino
por ejemplo políticas de discriminación positiva para la promoción de docentes
autoridades e investigadoras mujeres.
Políticas de igualdad de género permitirían problematizar la corresponsabilidad y los
cuidados y su impacto en el desarrollo docente y estudiantil –dando prioridad en
horarios o cunas-. También abriría el camino a políticas internas de identidad para
población trans, entre otras. Se podría tener mayor información desagregada por sexo o
universidades con una oficina que promueva la investigación sobre las desigualdades de
género dentro y fuera del campus, o una entidad de promoción para un campus libre de
violencia de género, que incluya capacitación, sensibilización y vigilancia del uso de
lenguaje sexista.
Además, por supuesto, se podría motivar a las universidades para incluir en la malla
curricular cursos sobre desigualdad y estudios de género. Mucho de lo anterior se
encuentra en “las políticas de igualdad de género para la docencia” de la Pontificia
Universidad Católica del Perú que incluye además un Observatorio de Género y que
debería ser discutido entre quienes quieren generar cambios en la universidad peruana.
Hace poco la socióloga e historiadora feminista argentina Dora Barrancos " recordaba
que la universidad es una "reserva patriarcal". 1 Aunque es una verdad evidente para una
feminista, es conveniente recordar por qué. Lo es, no sólo porque sus máximas
autoridades y la mayoría de sus profesores principales son varones, no sólo porque haya
elegido no ver y no sancionar el acoso sexual entre pares y superiores –eso recién está
cambiando por la movilización de las estudiantes mujeres- sino que lo es porque es un
espacio donde la ciencia y los saberes se construyen desde configuraciones patriarcales.
Si vamos a hablar de violencias en la universidad no olvidemos la exclusión de las
voces y la producción de pensamiento de mujeres y feministas, porque ahí radica
también una de las principales violencias.

1. “El feminismo es hoy el movimiento más poblado, más denso y de mayor


manifestación”. En: Palabra Pública Universidad de Chile, N° 12, diciembre de
2018.
33

Mujeres y educación superior


Selene Cueva
Economista por la PUCP. Asociada de investigación senior en J-PAL LAC

En la última convocatoria para acceder a becas del Estado, de 51 mil postulantes, el


61% fueron mujeres. Por primera vez en la historia, la cantidad de mujeres postulantes
superó a la cantidad de hombres. Sin duda, con el tiempo, somos más las mujeres que
accedemos a educación superior. En educación universitaria, las mujeres representaron
48,9% en el pregrado, 55% entre los titulados y 51,4% en la maestría. Incluso la edad
promedio de las mujeres al entrar a la universidad suele ser menor que la de sus pares
hombres.

Sin embargo, aunque el acceso viene aumentando, no todo es color de rosa para las
mujeres hoy. El primer gran reto es la disminución de la participación femenina
conforme se avanza en la trayectoria educativa. En el doctorado, la participación de
mujeres es de 40%, y en la docencia universitaria, de 32%. En investigación, la
situación no mejora. Solo 35% de los registros de personas relacionadas a la
investigación en la base de datos del CTIVitae son mujeres. Estas representan 26% de
los investigadores en el Registro Nacional de Instituciones y Empresas Científicas y
Tecnológicas -RENACYT a 2017 y sólo el 17% de los miembros titulares de la
Academia Nacional de Ciencia (ANC, 2016). ¡Y ni hablar de cargos de poder! La
participación femenina en el rectorado es de menos del 10% (ASUP, 2019).

A este gran reto, hay que sumarle otros más. Primero, las brechas de participación se
agrandan en carreras ligadas a ciencias y tecnología – que a su vez son las mejores
pagadas en el mercado laboral. Segundo, si una desagrega aún más los datos, puede
llegar a toparse con situaciones de mayores desventajas. Por ejemplo, aunque la
participación de mujeres en docencia ya es baja, existe cierta concentración de contratos
hacia mujeres más jóvenes, en categorías no principales, modalidades no presenciales y
a tiempo parcial (CENAUN, 2010).

Tercero, las brechas empeoran cuando incorporamos otras variables en el análisis como
nivel socioeconómico, etnicidad y discapacidad. A pesar de no contar con muchos datos
que permitan entender mejor estas dinámicas, sabemos que las barreras al acceso de
mujeres indígenas o con algún tipo de discapacidad son mucho más altas. En contextos
de bajo nivel socioeconómico, las normas de género son más fuertes y se prefiere que
sean los hijos varones quienes acceden a la educación superior.

¿Por qué sucede esto? Muchas razones, pero la mayoría se asocia con los temas de
distribución del tiempo en las labores domésticas y el cuidado de la familia. Los
estereotipos de género y las socializaciones de siglos colaboran en “naturalizar” esta
asociación entre mujer y cuidado. Así, una termina disponiendo de menos tiempo para
estudiar, trabajar e investigar y sobreexigiéndose ¿Y qué puede hacerse? Primero,
reconocer que el género importa y definir y medir indicadores de equidad en cada
institución de educación superior. SUNEDU podría supervisarlos. Segundo, promover
políticas como mentoría, modelos de rol y cuotas en carreras con baja participación
femenina y brindar mayor flexibilidad en la carrera docente. Tercero, colaborar a
desnaturalizar la relación entre mujeres y cuidado entre familiares, amistades y
sociedad.
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Acoso sexual y universidades


Milagros Rodríguez
Estudiante de Ciencia Política en la Universidad Ruiz de Montoya

Según cifras de la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria –


SUNEDU, desde julio de 2018 hasta enero del presente año, se reportaron 125 casos de
hostigamiento sexual al interior de las universidades peruanas. No obstante, el
Ministerio de la Mujer y Población Vulnerables – MIMP reveló que solo el 8% de las
denuncias se formalizan, y en esa misma línea, el MIMP resalta que el 32.8% de la
población universitaria fue hostigada sexualmente, siendo la mayoría mujeres.

Para abordar la problemática, es necesario entender que su origen se sustenta en


desigualdades sociales, históricas y culturales entre varones y mujeres, las que permiten
esta y otras formas de violencia. Es decir, el hostigamiento sexual es una de las tantas
manifestaciones de violencia de género, pues está relacionada directamente con el abuso
de poder, en su mayoría ejercida por los varones al encontrarse en una posición de
jerarquía superior, tal como lo señala el estudio sobre hostigamiento sexual en
universitarios realizado por el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (2012).

En términos legales, la Ley N° 27942 de Prevención y Sanción del Hostigamiento


Sexual, define hostigamiento como una forma de violencia que se manifiesta a través de
una conducta de naturaleza o connotación sexual o sexista no deseada por la persona
contra la que se dirige, que afecta su dignidad, así como sus derechos fundamentales. Y,
según el Decreto Legislativo 1410, el hostigamiento sexual presenta diversas
manifestaciones: promesa a la víctima de un trato preferente a cambio de favores
sexuales, insinuaciones sexuales, gestos obscenos o exhibición a través de cualquier
medio con contenido sexual, acercamiento corporal no deseado, trato hostil por el
rechazo a las conductas sexuales insinuadas, entre otras.

De las cifras presentadas al inicio del artículo, se puede inferir que esta situación no es
ajena a la realidad universitaria. Por ejemplo, durante el 2018 solo tres universidades
contaban con un protocolo específico para atender los casos de hostigamiento sexual,
todas procedentes de Lima y pertenecientes al sector privado. Sin embargo, como
consecuencia de una mayor cobertura por parte de los medios respecto a este tipo de
casos y que diversos colectivos feministas aborden el tema en sus agendas y
plataformas, ha generado que el MIMP en coordinación con la SUNEDU, realicen
capacitaciones a fin de comprometer a más universidades con la elaboración de un
protocolo específico.

Otro aspecto a resaltar sobre el tema, recae en la aprobación de los lineamientos de


prevención e intervención en los casos de hostigamiento sexual en todas las
universidades, sean públicas o privadas, a través de la Resolución Ministerial N° 380-
2018 del Ministerio de Educación; y, que según los últimos registros de SUNEDU en el
2019, de 139 universidades a quienes se les solicitó información solo 39 de ellas no
cuenta con ningún reglamento o norma para la prevención e intervención ante este tipo
de denuncias. Además, informaron que son 14 las universidades públicas que asumieron
esta tarea. Si bien existe un gran avance en materia legal, es necesario otro tipo de
acciones complementarias para garantizar el respeto y cuidado de las víctimas.
35

De la revisión de estos lineamientos, se establece que la instancia competente para la


recepción de las denuncias sobre hostigamiento sexual en las universidades es la
Defensoría Universitaria. No obstante, es necesaria una atención especializada de
profesionales con conocimiento en materia de género y sensibilización sobre temas de
violencia. Es decir, la particularidad de esta problemática amerita un enfoque integral
para el abordaje del caso, así como la construcción de un enfoque preventivo y de los
mecanismos de reparación y recuperación de la víctima, además de la sanción a los
agresores. Un actor importante en la actuación frente a este tipo de casos, es la
población estudiantil, a fin de que puedan participar en los procesos de elaboración de
protocolos y tratamiento de las denuncias que se presente sobre el tema.

Cabe señalar, que hacerle frente a este tipo de violencia está enmarcado en el quinto
objetivo de desarrollo del milenio referido a la Igualdad de Género, propuesto por la
Organización de las Naciones Unidas a nivel mundial, y que ponerle fin a todas las
formas de discriminación contra las mujeres no solo es un derecho humano básico sino
que acelera el desarrollo sostenible. No es suficiente velar por la calidad educativa sino
también garantizar el bienestar de las y los estudiantes, donde se respete su dignidad y
se garantice el pleno desarrollo de sus capacidades, a fin de que las universidades sean
espacios seguros, sobretodo, para las mujeres. En ese sentido, es necesario un mayor
trabajo integrado por diversas instituciones para la erradicación de este tipo de
violencia.

Del agotamiento parcial al agotamiento completo


Ley Universitaria y trabajo docente
Eloy Seclén Neyra
Educador y Comunicador Social de la UNMSM. Magíster en Sociología de la PUCP

Lograr la cátedra universitaria, desde siempre, ha sido un anhelo profesional para quien
ha elegido la docencia como carrera, sea en el nivel escolar o en el aún vigente mercado
preuniversitario. Muchos docentes lo hicieron realidad cuando las nuevas universidades
privadas prácticamente coparon sus cursos de formación básica con profesionales
provenientes de dichas canteras, bajo el conocido régimen del docente a tiempo parcial.
Con él, se forjó la figura del profesor universitario que, cobrando por hora dictada,
recorría la ciudad de campus a campus para poder completar un ingreso conveniente.

A partir de la Ley Universitaria 30220, Sunedu planteó un conjunto de medidas con la


visión de implementar progresivamente mecanismos concretos para una reforma de la
universidad peruana. De las ocho condiciones básicas de calidad para otorgar el
licenciamiento, dos se vinculan directamente con el rol de los docentes dentro de la
estructura institucional: las líneas de investigación a ser desarrolladas y el
establecimiento de una cuota de no menos del 25% del personal docente bajo el régimen
de tiempo completo.

El objetivo específico era incrementar los índices de investigación científica y


producción editorial de cada universidad. Sin embargo, cinco años después de su
36

aprobación, se observa que los docentes han consagrado sus 30 horas de trabajo al
dictado en aula, con la consiguiente carga laboral fuera del horario de clase que ello
demanda. Esto ha terminado generando las mismas consecuencias negativas que se
registraban antes del cambio de régimen.

A pesar de los beneficios administrativos que genera la flamante condición laboral de


tiempo completo, los docentes han interpretado este paso a la formalidad como un
síntoma de informalidad. Dicha percepción se sustenta en la principal interpretación que
le han brindado al cambio de régimen: trabajar más para ganar menos. Se ha
identificado el trabajo docente exclusivamente con las horas lectivas de clase, mas no
con la preparación de sesiones y sus respectivos materiales, la asesoría y revisión de
trabajos académicos, sus necesarias correcciones y retroalimentación, entre otros
aspectos que sostienen al proceso educativo. Se ha asumido que estas labores no
constituyen trabajo remunerado por sí mismas, sino que forman parte inherente de las
tareas que debe ejecutar un docente por añadidura. Es decir, las universidades privadas
han asumido al docente como un trabajador que debe adecuarse a los estándares de
servicio y no como un académico a cargo de un proceso formativo.

Si antes el problema era trasladarse y cumplir con un número determinado de horas en


dos o tres universidades distintas, hoy el asunto pasa por estar a cargo de seis o siete
secciones colmadas por 40 o más estudiantes que mantienen un paradigma de la
educación como un producto que se adquiere, y por lo tanto debe ser brindado de forma
eficiente. A ello hay que sumarle el establecimiento del grado de magíster como
requisito indispensable para permanecer en la carrera docente. Es probable que ello esté
funcionando como una credencial que eleva el prestigio de las universidades, pero no
como una competencia profesional a desarrollar. Los docentes están culminando
maestrías con tesis orientadas a la producción de conocimientos, pero sus centros de
trabajo no están fomentando necesariamente la investigación científica.

Quizá este deba ser el principal indicador que se deba tener en cuenta para evaluar una
universidad que aspire al licenciamiento: cuánto ha sido capaz de investigar y no
cuántas horas han sido capaces de dictar sus agotados docentes.

¿Qué hace pública a la universidad pública?


José Luis López Ricci
Sociólogo

A un año del Bicentenario de la República, a 100 años de la Reforma Universitaria de


Córdoba, con 5 años de vigencia de la Ley Universitaria y en el mes de los 468 años de
la Decana de América, bien vale la pena presentar algunas inquietudes sobre el carácter
de la universidad pública (UP) en nuestro país. 1

¿Qué es una universidad pública? No he encontrado una definición oficial en la


Constitución vigente, en la Ley General de la Educación, ni en esta última Ley
Universitaria. Precisar e instituir la naturaleza y funciones de la UP tendría diversas e
importantes implicancias. Para empezar, superar la “homologación” existente entre
37

universidades públicas y privadas, que ni ayuda al perfilamiento de cada una, ni


favorece sinergias entre ellas.
Esta definición podría también mejorar la relación entre las UP y el Estado, que es una
larga historia de cuerdas separadas. En buena parte de las entidades estatales no se
reconoce a las UP como parte del entramado estatal, y a la vez, éstas no se hacen notar
lo suficiente ni hacen incidencia expresa. Como contraparte, las UP no se sienten parte
sustantiva de lo estatal. Y la “autonomía”, esgrimida por unos y utilizada por otros, ha
sido (y sigue siendo) la coartada para consolidar este antiguo desentendimiento.
La UP es un universo bastante heterogéneo. Una definición compartida podría
contribuir a formar un sistema articulado y colaborativo. Por ejemplo, no todas las UP
deben ser nacionales, algunas debieran ser regionales y otras macroregionales. Ese
dimensionamiento de ámbitos, funciones y especializaciones deberían ayudar a
establecer mejor los desafíos y las prioridades institucionales, así como las interacciones
con los distintos niveles de gobierno y poderes del Estado, con el sector privado y sus
universidades, con la cooperación internacional, con los territorios y sus distintos
grupos de interés.
¿La UP está contribuyendo al desarrollo regional y nacional? En términos declarativos
sí. Todos los estatutos de las UP, reformulados en el marco de la nueva Ley
Universitaria, incluyen la vinculación con el desarrollo nacional o regional. Pero ello no
se manifiesta en la formación académica, la investigación científica y la responsabilidad
social.
El Plan Bicentenario, el Plan Estratégico Sectorial Multianual de (PESEM) Educación y
el Plan Estratégico Institucional (PEI) del Ministerio de Educación (MINEDU), como
instrumentos de gestión estratégica no precisan cuál es la contribución específica y
medible del aporte de la UP al desarrollo nacional y regional. El Proyecto Educativo
Nacional al 2021 es el único que presenta un objetivo estratégico (el 5to.) y tres
resultados al respecto, pero al no ser vinculantes, queda apenas como una buena
referencia y en el fondo, como evidencia de la débil rectoría del MINEDU sobre la UP.
Desde las UP la situación es bastante similar. Lo estatal y el desarrollo nacional y
regional no son un horizonte, salvo excepcional y circunstancialmente. Aspectos clave
como la organización y funcionamiento del Estado, el planeamiento estratégico nacional
o las principales políticas sectoriales, no son materia de ningún curso en estudios
generales o en las especialidades de pregrado. Igualmente, salvo puntuales casos, no hay
una vocación por priorizar la investigación académica y la oferta formativa
especializada sobre los asuntos cruciales de la agenda nacional o regional.
Finalmente, la relación Estado y UP no debe seguir teniendo como principal y solitario
protagonista a la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria
(SUNEDU). Sin duda, su rol es importante para el licenciamiento y acreditación de
todas las universidades, pero ese es apenas un nivel de esta relación. Ya es tiempo que
entren en escena otros actores como la Presidencia del Consejo de Ministros, el Centro
de Planeamiento Estratégico, el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación,
la Asociación Nacional de Gobiernos Regionales, la Asociación de Universidades del
Perú y, claro, un Ministerio de Educación empoderado y proactivo en su rol rector. Y
que las futuras noticias sean sobre los aportes de las UP al desarrollo nacional y
regional, en colaboración entre ellas o en múltiples alianzas y alineamientos.
38

Una nueva universidad


Una mejor definición del carácter público de la universidad podría ser una oportunidad
para reivindicar el sentido revolucionario y radical del movimiento universitario
(docentes y estudiantes). Una nueva universidad es posible, sí, pero es necesario
remontar desde las raíces su actual orden establecido, asumir banderas de cambio
profundo y predicar con el ejemplo. En estas circunstancias, ser revolucionario bien
puede equivaler a ser un destacado alumno, un docente de primer nivel, un calificado
investigador, un activista de la responsabilidad social universitaria. Revolucionarios,
además, de distintas corrientes ideológicas. Así se justifican los aportes de todos los
peruanos, que hacen posible que se pueda estudiar y ejercer la docencia. Cualquier
integrante de la comunidad universitaria pública debe ser capaz de responder con
eficiencia y creatividad ante la oportunidad de asumir un rol como decisor o gestor
público. Y, por qué no, no descartar la posibilidad de ser un competente y probo
aspirante a representante o autoridad política.

1. Hay una discusión sobre universidad estatal y universidad pública. En nuestro


caso universidad pública es aquella que está financiada, total o parcialmente, por
el Estado. Y genera ingresos propios por la utilización de bienes públicos
tangibles e intangibles (como aquello de “en nombre de la nación”).

Sobre (las y los estudiantes de) universidades que no se


licencian
Manuel Calla
Historiador

La nueva Ley Universitaria de 2014-2015 dio vida a la Superintendencia Nacional de


Educación Superior Universitaria (SUNEDU), entidad a cargo de la aprobación o la
denegatoria del licenciamiento de universidades, facultades, escuelas y programas de
estudios de las 143 universidades (51 públicas y 92 privadas) existentes en el país.

Hasta el momento 74 universidades públicas y privadas obtuvieron la licencia que les


permite funcionar por períodos de seis, ocho o diez años. Se trata de aquellas que
demostraron el cumplimiento de 55 indicadores vinculados a gestión institucional,
docentes, infraestructura, investigación, entre otros temas prescritos en el modelo de
licenciamiento que aplica SUNEDU. Otras 61 universidades deben aún definir su
situación, en medio de preocupación y expectativa en los estudiantes y sus familias,
pues no saben si su universidad logrará o no el ansiado licenciamiento.
Hasta el momento suman nueve las universidades a las que se ha denegado el
licenciamiento al no demostrar el cumplimiento de condiciones básicas de calidad. Si
bien no se trata de desconocer los resultados positivos de la reforma universitaria, no
podemos dejar de preguntarnos por los afectados. Y por afectados no se entienda a los
“dueños” de dichos centros, sino a sus estudiantes, a quienes SUNEDU comunicó que
39

ante la eventualidad del cierre, debían terminar sus estudios en dos años, o trasladarse a
una universidad ya licenciada. La pregunta entonces es si éstas son opciones suficientes
y viables.
Son alrededor de 27 mil los estudiantes afectados, distribuidos de la siguiente manera:
la Universidad Peruana de Arte ORVAL (Orval) con 176 estudiantes, Universidad
Peruana de Integración Global (UPIG) con 1257 estudiantes, Universidad Peruana de
Investigación (UPEIN) con 420 estudiantes, Universidad de Lambayeque (UDL) con
646 estudiantes, Universidad Marítima del Perú (UMP) con 180 estudiantes, la
Universidad Peruana Simón Bolívar (UPSB) con 538, Universidad Sergio Bernales
(UPSB) con 704 estudiantes, Universidad Arzobispo Loayza (UAL) con 1722
estudiantes y finalmente, la Universidad Telesup con más de 20 mil estudiantes. 1
Mientras SUNEDU señala que la universidad no cumple ningún indicador que sustente
que su servicio sea de calidad, la universidad sostiene haber sufrido “discriminación”.
Ambas posiciones argumentan acerca de procedimientos regulatorios, pero no ofrecen
solución para las y los estudiantes, cuyo proceso de formación se verá por lo menos
interrumpido o postergado, si es que no frustrado del todo. Incluso para quienes logren
concluir sus estudios en el plazo de dos años, lo que muy probablemente les espera es
ser discriminados en el mercado laboral.
De acuerdo a las resoluciones de la SUNEDU, las universidades en proceso de cierre o
ya cerradas tienen en común el haber ofertado programas educativos de bajo costo, pero
de cero calidad. Los estudiantes que acceden a esta oferta son, en promedio, aquellos
que estudian y trabajan, y que además tienen una carga familiar que no les permite
acceder a oferta educativa que cuesta más y que es de mejor calidad. Sin duda, los
responsables de la “estafa educativa” son los promotores de estas universidades que
jugaron con las expectativas y los sueños de los estudiantes y sus familias. Sin embargo
el otro gran responsable es el Estado que las autorizó y les permitió funcionar, hacer
publicidad engañosa durante años y entregar también durante años, títulos a nombre de
la Nación.
Por ello es necesario que ambos actores pongan sobre la mesa soluciones más allá de
sus propios intereses. Está claro que los mecanismos de cierre no pueden ser los mismos
para una universidad de 180 estudiantes que para una de 20 mil. Una opción podría ser
discutir un crédito educativo estatal que permita a los estudiantes costear su traslado a
otra universidad.
Y es que no son solo los dueños de las universidades los que deben responder ante sus
“clientes”. Es también el Estado -que avaló la oferta educativa de baja calidad- el que
debe dar la cara a sus ciudadanos. No solo impidiendo que los mercaderes de la
educación continúen actuando, sino principalmente garantizando el derecho a la
educación de los estudiantes y familias afectadas.

1. Al cierre de nuestra edición, Sunedu anunció que denegó el licenciamiento


institucional a la Universidad de San Andrés, con sede única en Lima Norte y
505 estudiantes inscritos.
40

Sombras y luces de Beca 18


José I. Távara
Profesor Principal de la Pontificia Universidad Católica del Perú

Hace poco la prensa reportó que la universidad con el mayor número de becarios del
programa Beca 18 (PB18) había propuesto construir un campus exclusivo para ellos,
alegando que así – separados de los demás estudiantes – se sentirían más cómodos. Las
autoridades habían rechazado la propuesta, pero la noticia incluía testimonios
verosímiles de exclusión y discriminación de los becados de PB18, el más grande y
ambicioso que se haya implementado en el Perú.

El sistema educativo peruano tiende a reproducir y exacerbar las desigualdades


existentes, y la educación superior no es excepción. Programas como PB18 pueden
contrarrestar esta tendencia, mejorando el acceso de jóvenes con alto rendimiento
académico y bajos ingresos a una educación de calidad, en universidades inclusivas que
promueven la excelencia. Entre el 2012 y el 2018 se otorgaron 62,633 becas financiadas
con recursos públicos. El punto más alto, el 2016, dispuso de 713 millones de soles,
monto equivalente al presupuesto total ejecutado por las universidades públicas de
Cuzco, Trujillo, Arequipa, Ayacucho y Piura.

PB18 se puso en marcha antes de la reforma universitaria del 2014, en un contexto de


expansión de la universidad como negocio, desregulación del mercado educativo,
incentivos tributarios a la inversión privada y congelamiento presupuestal de las
universidades públicas. Con una oferta educativa heterogénea y en ausencia de
mecanismos de supervisión de la calidad, el diseño inicial de PB18 puso en evidencia
sus limitaciones.

La mayoría de becarios fueron atraídos por universidades con fin de lucro (40% el 2013,
54% el 2014), que operaban con muy poca selectividad y admitían a casi todos sus
postulantes. Las mejores universidades públicas no tenían incentivos para atraer
becarios, en parte porque no recibían recursos adicionales: los becarios no llegaban “con
su pan bajo el brazo”. En un estudio del 2014 encontramos que el programa se había
desviado de su objetivo, privilegiando cantidad (número de becarios) sobre calidad.

Otro más reciente, realizado por el MEF el 2018, examina el impacto de PB18 en los
becarios del 2013, comparando su desempeño con el de un grupo de control de
características similares. El impacto positivo se limita a la matrícula. Para este cohorte
2013 “los becarios han interrumpido sus estudios en algún momento entre el período
2013-2015 en mayor proporción que los no becarios (19% vs 10% respectivamente).”
Asimismo, su tasa de deserción es tres veces mayor, se matriculan en menos créditos y
aprueban menos cursos. Tampoco hay resultados positivos en inserción laboral, aun
cuando por el corto tiempo transcurrido no es posible derivar conclusiones definitivas.

Felizmente las autoridades de PRONABEC parecen haber identificado algunos


problemas de diseño que explicarían estos resultados. Hoy, advierten que no se
anticiparon “los comportamientos estratégicos no deseados de algunos actores clave…
Algunas IES decidieron competir por los recursos del programa otorgando admisiones
con estándares diferenciados. Ello impactó negativamente en la calidad de los
estudiantes seleccionados y de la educación ofertada…”. Puesto en términos más
41

crudos, los negocios educativos organizaron mejor sus “fuerzas de venta” para atraer a
los becarios y elevar sus ganancias.

La convocatoria PB18 para el 2019 propone mejoras en diversos ámbitos. Destacan


nuevos mecanismos de apoyo y orientación a los becarios al postular a las IES. Solo
podrán recibir becarios las universidades licenciadas por la SUNEDU. El nuevo diseño
contempla un examen nacional estandarizado de preselección, servicios de tutoría,
nivelación y acompañamiento de los becarios. Define una priorización de las IES en
base a criterios explícitos de calidad, y otorga puntaje adicional a los postulantes pre
seleccionados admitidos en las IES priorizadas.

PRONABEC acaba de anunciar que el 97% de los postulantes seleccionados el primer


semestre del 2019, han ingresado a IES priorizadas, incluyendo las mejores
universidades públicas del país. Esperemos que estos cambios se consoliden, y que
PB18 efectivamente contribuya a reducir las enormes desigualdades y la exclusión
existentes, brindando oportunidades de acceso a educación de calidad.

San Marcos en los años setenta


Enrique Jacoby
Doctor en Medicina por la UNMSM. Master en salud pública y nutrición por la Universidad
Johns Hopkins, de EE.UU. Consultor de la OPS/OMS

Ingresé a San Marcos en 1971 con entusiasmo por estudiar medicina, interés por el Perú
y curiosidad por un mundo que se sacudía del colonialismo como de viejos gustos y
convenciones, y en donde —¡cómo dudarlo!— los jóvenes éramos protagonistas.

Un par de años en la Universidad y ya era claro que la política universitaria y la mayoría


de gremios estudiantiles estaban comandados por el FER-Antifascista (los llamados
infantiles), un frente integrado por partidos maoístas radicales cuyo proselitismo
descansaba en unas pocas y simples ideas repetidas machaconamente e ilustradas sin
límite en pizarras y paredes. Que si el gobierno militar de Velasco era fascista, que si
éramos un pais semi-feudal donde la revolución, como en China, avanzaría del campo a
la ciudad. Y la consigna de acción más popular en el campus: no participar, que
significaba decir no a la Revolución de Velasco y oponerse al co-gobierno universitario.
A estos temas, y a la “interpretación autentica” de los escritos de Lenin y Mao se
dedicaban las interminables polémicas públicas entre los lideres de los diferentes
grupos, los cuales convocaban por igual a militantes entusiastas e indiferencia
estudiantil.
Los rivales del infantilismo eran lo que podría llamarse “la nueva izquierda”, aunque no
actuaban agrupados. Union Estudiantil, Vanguardia Revolucionaria, el PCR y Patria
Roja eran menos dogmáticos y por años una alternativa débil al FER-A. Parecían tener
mejor olfato para identificar demandas estudiantiles, organizar sus luchas y obtener
resultados.
A mitad de los setenta en medio de una fuerte crisis económica, un Morales Bermudez
abocado a desandar la “Revolución de las Fuerzas Armadas” prometía elecciones
generales sin conseguir aplacar el descontento ciudadano. Las luchas sindicales se
42

multiplican, muchas alcanzan escala nacional y emergen “Frentes de defensa”


representando a provincias y departamentos enteros. Un movimiento esencialmente
reivindicativo pero bastante fuerte como para asustar a “los de arriba”. Fueron los
partidos de la Nueva Izquierda, ademas del PSR, trotskistas y el PCP quienes lideraban
gran parte de esas luchas. La realidad demandaba más y mejor coordinación política
entre los lideres y ello no solo se da, sino que poco después se convierte en un frente
político con ocasión de las elecciones a la Asamblea Constituyente de 1978.
Casi en paralelo, en San Marcos resurge el debate sobre el cogobierno universitario con
la participación de estudiantes y profesores. Las universidades estaban en crisis y era
claro que restablecer el tercio estudiantil daría peso a las demandas estudiantiles,
aunque también nos ponía el reto de gobernar. Surge entonces la doble idea de agrupar a
la nueva izquierda en un frente democrático y de llevar al voto, en una asamblea de la
federación de estudiantes (FUSM), la realizacion de un plebiscito estudiantil para
decidir si íbamos o no a elecciones en el tercio.
Intuíamos que ganar esa asamblea iniciaría un domino de eventos a nuestro favor, del
nuevo frente de izquierda, crearía un nuevo liderazgo estudiantil, y ademas abriría la
oportunidad de ganar el tercio y eventualmente la FUSM. Se abrían nuevas
posibilidades de lucha y la oportunidad de demostrar la inutilidad del dogmatismo en la
política. Intuimos bien.
Con tercio y FUSM lideradas por el frente de la Unidad Democrática Popular (que
después se convertiría en IU) se logro aprobó triplicar el numero de vacantes de ingreso;
peleamos por el incremento de rentas en alianza con autoridades, algo impensado dos
años atrás. Poco después hablamos de estudiar e investigar para desarrollar nuevas ideas
que sacaran adelante al Peru desde los claustros. Como para reforzar esa idea, volvimos
a convocar a los Juegos Florales, interrumpidos desde 1973. Propusimos repintar la
Universidad y devolverle el ambiente de estudio que nunca debió perder. Y miles de
estudiantes se dieron a la tarea por varios días.
Mantener la unidad del UDP sanmarquino no fue fácil, los distintos grupos en el frente
tenían continuas demandas que les asegurara destaque político o recursos económicos.
Fue difícil navegar un año y medio en tales circunstancias, pero fue un buen comienzo,
luego del cual regresé a terminar mi carrera de medicina. Fueron entonces pocas las
veces que volví la la mirada para ver que pasaba en San Marcos.

El poder del pasado


Universidad, memoria y democracia
Pablo Sandoval López
Profesor y Director de la Escuela de Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos

Estuve rumiando por días el sentido de estas breves notas. ¿Qué decir de las memorias
de la violencia en las universidades públicas en Perú? Ya que no existe punto neutro
para abordar este asunto, quiero evidenciar mi propia ubicación. Fui estudiante
sanmarquino entre 1995 y 2000, y desde el 2010, soy parte de su plana docente. Mi
única incursión en el campo de estudios de memoria, fue una temprana tesis de
licenciatura en antropología (2001), sobre las “memorias” de los estudiantes de La
Cantuta, asesinados en 1992. Trabajé, entre el 2001 y 2003, en el equipo de
43

investigación que elaboró el Informe Final de la Comisión de la Verdad y la


Reconciliación. En términos personales, la controversia sobre las memorias nunca me
fue ajena, aunque jamás significó para mí un tema académico de investigación. Fue
sobre todo un problema ético, de obligada reflexión moral.

Dicho esto, comparto algunas viñetas, que parten del reconocimiento de mi propia
perplejidad:

¿Existe en la actualidad una demanda cultural para elaborar políticas de memoria en las
universidades, sobre lo ocurrido en los años 80 y 90? La respuesta es simple: no. Parto
de una evidencia: el absoluto silencio que existe entre los actores e instituciones de la
universidad sobre lo ocurrido aquellos años. Ni las federaciones de estudiantes (que no
tienen una legítima representación nacional), ni los sindicatos docentes (para variar,
ahora divididos), mucho menos las distintas asociaciones de rectores (los que apoyan o
se oponen a la ley universitaria), se han pronunciado al respecto.

En ninguna universidad encontramos alguna política cultural que desarrolle acciones


concretas para recordar los trágicos acontecimientos del pasado reciente. Luego de
revisar en detalle los estatutos, planes estratégicos y políticas culturales de las
universidades más emblemáticas del periodo de violencia (La Cantuta, del Centro, San
Marcos, San Cristóbal de Huamanga y Hermilio Valdizán), no hallamos nada que
demuestre, aunque sea tímidamente, alguna preocupación institucional con los hechos
de la violencia política. ¿Es esto casual? ¿se debe a una grotesca insensibilidad,
voluntad de amnesia, o sentido de impunidad de sus autoridades, de sus estudiantes o
docentes? Sospecho que no.

“Quien no conoce su historia está condenado a repetir sus errores”, repite la consigna
compartida por muchos. Si esto es así, estamos entonces condenados a un estrepitoso
fracaso democrático. “Las nuevas generaciones tenemos un deber de memoria”, dice
otra frase, cargada también de mandato ético.

Pero esta necesidad de memoria, asume un supuesto problemático: da por hecho que
existe un público activo que demanda y presiona para abrir espacios de reconocimiento
del pasado reciente de violencia. ¿Existe realmente esa demanda ciudadana? ¿cuál es
ese público imaginado que presiona? Luego de revisar, hasta donde era disponible, los
pronunciamientos y documentos de las seis federaciones de estudiantes de las
universidades anteriormente citadas, encontré, para los últimos cinco años, apenas tres
referencias poco relevantes y esporádicas sobre el tema.

¿No será acaso que el fracaso en la transmisión de memorias universitarias, se deba


precisamente a que se convirtió a estudiantes y docentes en mártires sacrificados por la
democracia, y no en víctimas de la represión? Vale la pena repensar los casos más
emblemáticos de esta historia. El primero, el asesinato de 9 estudiantes y un profesor de
44

la Universidad La Cantuta, en 1992. El segundo, la Universidad Nacional del Centro,


donde alrededor de 100 estudiantes y docentes, según el registro único de víctimas
(RUV), fueron asesinados entre los años 80 y 90. En sentido estricto, los estudiantes y
el docente de La Cantuta, no fueron mártires ni héroes por la democracia, como suele
repetir la retórica de la comunidad de derechos humanos, sino víctimas de un acto
político deliberado por aniquilar sus vidas. Lo que ocurrió, sin embargo, es que sus
muertes fueron representadas como un acto sacrificial por la democracia, ya que
demostraba, sin duda alguna, las fallas del estado de derecho y revelaba el punto ciego
del Estado en lo que atañe al respeto por los derechos humanos.

Tribuna del Estadio de la Universidad de San Marcos. Archivo Quehacer

La representación de estos hechos violentos, uno en la periferia de la capital, el otro en


el corazón mismo de la sierra central, fueron proyectados simbólicamente como actos
heroicos nacionales, cuando en realidad respondían a historias políticas locales
universitarias, todas complejas y conflictivas, que venían desde los años 60. Se
desdibujó, además, el significado central de estos hechos dolorosos: la profunda
tragedia familiar que significó el asesinato de estos estudiantes y docentes. En aquel
ambiente polarizado, de los 80s y 90s, el duelo por la vía del parentesco fue perdiendo
centralidad y cedió su lugar, poco a poco, a una representación familiar más amplia: el
duelo nacional. Los nuevos héroes (ya no víctimas), pasaron a ser parte de una nueva
comunidad sentimental nacional alrededor de la violencia política. Para que ello tuviera
sentido, se despojó a estos acontecimientos de todo rastro que los vincule al radicalismo
político de entonces. Se les quitó su pertenencia a un espacio y tiempo específico (por
ejemplo, los conflictos cruzados entre Sendero Luminoso, el MRTA, las izquierdas y el
Estado en cada universidad), y se transformaron en mitología de la memoria (en su
sentido positivo).

Pero para que esta mitología sea verosímil y eficaz, necesitaba promover una antinomia:
la comunidad universitaria debía ser vista siempre como la depositaria de virtudes
democráticas y pulsiones libertarias, mientras el Estado aparecía como el representante
45

estable y monolítico de prácticas de barbarie, represión y violencia. La sociedad civil


representaba todo lo bueno, ante la tiranía incontrolable de un Estado malo. Lo cierto es
que este esquema binario dejó de funcionar después de la transición democrática del
2000, y quizá sea el motivo, el que las memorias de la violencia se transmitan de forma
tan débil hasta el presente, sin la misma eficacia simbólica que tuvo, al menos, hasta la
caída del fujimorismo.

Por ejemplo, a los hechos trágicos de La Cantuta se les asignó un significado moral
colectivo, que permitió a estudiantes y defensores de los DDHH, sostener la lucha
contra la impunidad de los años noventa. Pero una vez caído el fujimorismo, y años
después, el 2009, con el mismo Fujimori en la cárcel, por los asesinatos de La Cantuta,
el círculo se cerraba. El significado político de La Cantuta se agotaba, pues había
cumplido su misión de memoria: el restablecimiento de la democracia, y la cárcel para
el artífice intelectual de la muerte de los estudiantes y el profesor. ¿Podríamos decir lo
mismo de otros casos emblemáticos? Valdría la pena seguir la pista. Lo cierto es que en
todas las universidades públicas se ha ido achicando el lugar simbólico de estas
memorias de la violencia. Queda abierta la pregunta: ¿qué se debe recordar? ¿qué se
debe transmitir como memoria? Y quizá lo más importante ¿quiénes, en las
universidades, desearían apropiarse de esas memorias del pasado reciente?

Exhumación de los restos de los estudiantes de La Cantuta en las fosas de Cieneguilla

Un último punto. La nueva ciencia de nuestra democracia precaria, la politología, no


incorporó en su explicación de la transición política del 2000, la discusión sobre el
legado de las memorias del pasado de violencia. En su versión de la historia, esta fue
una transición sin memoria. En su narrativa, el neoliberalismo autoritario de los años 90
representó el episodio torcido de nuestra democracia reciente. Pero con la transición
post Fujimori, el neoliberalismo regresó a su cauce político correcto, y se transformó,
digamos, en un neoliberalismo democrático, respetuoso del estado de derecho. En esta
épica politológica, el neoliberalismo bueno fue la partera de nuestra transición
46

democrática post Fujimori. Pero en esta historia, desapareció de un plumazo, por


ejemplo, toda esa tupida sociedad civil que se opuso al fujimorismo, y que demandaba
justicia y reparación ante la violación de los DDHH. La sospecha ante estos silencios
lleva a otras preguntas: ¿Cómo reinstalar simbólicamente nuestros muertos del pasado,
como nuestros muertos del presente? ¿Los estudiantes y el profesor de La Cantuta, o el
centenar de muertos de la Universidad del Centro, podrán ser restituidos como víctimas,
y ya no como héroes, en la nueva historia oficial que se escribe ahora en clave
neoliberal?

Coda

Cargamos un déficit simbólico para representar, recordar y transmitir nuestro pasado


reciente. Aunque resulte irónico, en las universidades se ha perdido el sentido político
de oposición, porque ya no se sabe qué tiempos vivimos. En los años de la violencia, se
tenía claro a qué enfrentarse: a Sendero Luminoso o al Estado; se sabía a dónde
queríamos llegar, sea la soñada democracia, conseguir la anhelada pacificación o poner
fin al autoritarismo. Curiosamente adolecemos ahora de aquella claridad. Tenemos, más
bien, una crisis de teleología. Puede sonar extraño, pero quizá las políticas de la
memoria en las universidades, necesitan una fuerte dosis de ese horizonte teleológico
perdido: la memoria debe apuntar siempre a un futuro deseado, ese algo posible, que
aún nadie sabe qué es. Cosas, pues, de nuestra débil democracia, así nos lo cuentan, al
menos, nuestros nuevos sabios de la política.

“Creo que hay que voltear la página de Alan García”


Una entrevista con Carlos Roca, por Alberto Adrianzén y Carlos Noriega
Director de Revista Quehacer | Periodista

¿Qué sentiste, como persona, como aprista, cuando te enteraste del suicidio de
Alan García?

Estuve profundamente conmovido. Intuía que él podía tomar una decisión de esa
naturaleza, por su personalidad no iba a aceptar jamás salir enmarrocado, expuesto al
escándalo público. Cuando a mí me llamaron muy temprano y me dijeron “estamos
viendo que han llegado a la casa de Alan, parece que lo llevan a la Prefectura”, yo
respondí “no, es imposible que lo hayan sacado y que lo estén llevando enmarrocado”, a
los pocos minutos me dijeron “no, lo están llevando a una clínica porque se ha
disparado”. Entonces se confirmó lo que yo intuía, conociéndolo. Me apenó mucho que
se nos haya ido así, de una forma tan trágica. Su suicidio me impactó muchísimo.
Estaba muy, muy dolido, inclusive estaba muy preocupado de ir al local del partido
porque no me iba a sentir bien.

En una declaración hace unos años señalaste que a Alan lo ganaba el orgullo y la
vanidad. ¿Crees que el narcisismo, el ego, motivaron su suicidio?

Sí, claro, por un tema de orgullo no iba a permitir jamás verse enmarrocado, él era así.
Alan tenía una personalidad muy difícil, nunca iba a aceptar su detención.
47

Los apristas asumían la prisión, no se suicidaban…

Iban a prisión, pero no por presuntos actos de corrupción. Por qué se iban a suicidar si
eran mártires por un ideal.

En el caso de Alan García para muchos su suicidio ha sido una admisión de culpa
de los cargos de corrupción en su contra

Esa puede ser una interpretación.

¿Y tú crees que el suicidio fue consecuencia de sentirse descubierto, acorralado por


las evidencias en su contra

Podría ser. No quiero echar más leña al fuego.

¿Cómo te has sentido luego de las declaraciones de Atala revelando que era el
testaferro de Alan García, del hijo de Nava confirmando que su padre recibió
pagos de Odebrecht?

Primero Atala tiene que corroborar lo que dice. Estoy a la espera…

¿Pero qué sensación te deja haber escuchado esas revelaciones?

Me deja muy incómodo.

¿Te han sorprendido esas revelaciones?

Estoy tremendamente sorprendido, no porque no fuera posible, sino por los


mecanismos, las formas.

¿Ahora, con las evidencias que se conocen, crees que la corrupción ligada a Alan
García está comprobada?

En este momento yo tengo una actitud de esperar. Estoy a la espera del resultado de las
investigaciones. Vamos a ver qué pasa. Serena y vigilante expectativa, esa es mi
posición.

¿Cómo ves la reacción de la dirigencia del Apra después del suicidio de Alan
García, saliendo en bloque a defenderlo?

Yo hubiera preferido mayor prudencia, que se espere el resultado de todas las


investigaciones, no responsabilizar por la muerte trágica de Alan al gobierno, al
presidente Vizcarra. Ha sido la reacción emocional del primer momento de quien no
puede creer que Alan haya muerto por temor a que se le juzgue y sancione. Ha sido la
reacción natural del aprista que no quiere creer.

¿Esa postura de la dirigencia aprista jugándose todo en la defensa de Alan a pesar


de las evidencias en su contra es un suicidio político?
48

El suicidio significaría que ya estemos muertos, y no estamos muertos.

¿Es un grave error que les puede costar muy caro?

Es una imprudencia.

¿No le conviene al Apra asumir culpas y hacer una autocrítica sincera?

Veremos qué pasa. Hay un Congreso del partido en octubre.

¿Qué requiere el Apra, que está en un momento crítico, para tener un mínimo de
estructura política?

Creo que hay que voltear la página de Alan García. Ahora sí nos jugamos nuestro futuro
y creo que el partido tiene que volver a sus fuentes doctrinarias e ideológicas, tenemos
que volver a ser el partido de los trabajadores, de la izquierda democrática, el partido
del pueblo, el partido que tiene su utopía, que es la utopía de la sociedad sin clases, a
eso tenemos que llegar. Nosotros somos un partido de principios y esos principios
deben ser ahora más que nunca reivindicados. Tenemos que ir a una democratización
real del partido, lo que significa respetar la voluntad de los militantes, que nunca más un
grupo pequeño de compañeros que integran la Dirección Política del partido tome
decisiones al margen de la voluntad del militante. Nuestras autoridades deben ser
elegidas directamente.

¿Crees que el Apra tenga capacidad de renovación?

Creo que sí, estábamos en ese camino cuando se nos ha venido lo de la muerte de
Alan…

Para una renovación se requieren una serie de cosas, cuadros de intelectuales…

Los hay en todo el país. En todos lados encuentro una juventud deseosa de aprender, de
formarse, por eso insisto mucho en el partido escuela. Yo sí creo que una renovación del
partido es posible.

¿En quiénes recaería la responsabilidad de esa renovación? No han aparecido


liderazgos nuevos en el Apra.

Vamos a ver. Estoy a la espera del Congreso del partido. Voy a postular a la secretaría
general. Creo que es necesario, viendo la proyección del Apra para afuera, que el
partido presente un rostro no comprometido con estos problemas lamentables que hay
que tratar de superar. Vamos a ver si tenemos el apoyo de los compañeros. Los
miembros del partido me conocen y me respetan mucho porque saben de mi cercanía
con Haya de la Torre, de mi lealtad permanente al partido y de mi honestidad a toda
prueba. Creo que esos son elementos que pueden favorecer la candidatura de un
veterano como yo, pero incorporando a jóvenes, digamos de los 40 años para abajo, que
sean intachables. Tengo un plan de acción para la reconstrucción del partido, que lo
quería presentar en el anterior Congreso partidario, pero lamentablemente no lo pude
hacer…
49

¿Qué propone ese plan?

El primer punto es reafirmación doctrinaria y actualización programática, el segundo


punto es democratización funcional y renovación promocional, el tercero es
descentralización y autonomía regional, el cuarto es reactivación del partido escuela y
formación de nuevos cuadros, y el quinto punto es moralización contra la corrupción y
acción social para reconciliarnos con el pueblo. En este quinto punto propongo
deslindar con todo tipo de corrupción, no permitiendo que los valores éticos que deben
orientar nuestro comportamiento se desnaturalicen bajo el falso argumento de una
presunta fraternidad que nos hace cómplices de los delitos cometido por quienes
traicionaron la línea moral señalada por Haya de la Torre, que vivió austeramente y
murió pobre. Esto lo escribí hace dos años.

¿Esto cobra especial actualidad por lo ocurrido con Alan García?

Obviamente esto sigue vigente. No voy a poner nombres, digo lo que pienso y esto es lo
que pienso. Claro que no me imaginé jamás que iba a darse este desenlace trágico de un
amigo, un compañero, un hermano. Voy a adecuar este plan al momento actual. Por
ejemplo, la presidencia del partido, que Alan ejercía como un homenaje a él por haber
sido presidente del Perú, algo que no ha logrado ningún aprista, ni siquiera Haya de la
Torre, ya no tiene razón de seguir existiendo luego de su muerte. Ya no debe haber dos
secretarías generales del partido, algo que no funciona, sino un solo secretario general,
con una Comisión Política consultiva y un Comité Ejecutivo Nacional de gente
mayoritariamente joven. Hay que demostrar un comportamiento ético y solidario. Por
eso en mi propuesta para el partido pongo que debemos reconciliarnos con la
ciudadanía, frente a la cual hemos perdido credibilidad. Si el Apra hace eso, tiene
futuro, si no lo hace, quedará como un recuerdo.

Como están las cosas, que el Apra recupere credibilidad entre la ciudadanía es una
tarea muy complicada, que para muchos puede parecer imposible.

Bueno, busquemos a los conductores, ojalá surjan. Cuando en 1980 después de la


muerte de Haya de la Torre y la derrota de Armando (Villanueva) parecía que todo
había desaparecido, entonces apareció Alan, este joven que ni 35 años tenía, como una
figura nueva y nos dio un largo respiro.

Alan García, que en ese tiempo los resucitó y los llevó a su mejor momento,
también los ha llevado a su peor crisis histórica…

Así es. Pero bueno, esos son los ciclos.

Prácticamente los ha sepultado.

Todavía estamos aquí, veremos qué pasa. Yo tengo mucha fe y creo que el Apra va a
superar sus problemas y vamos a resurgir.

¿Qué rol deberían tener en el partido sus actuales dirigentes, la generación de


Mauricio Mulder, Velásquez Quesquén, Jorge del Castillo?
50

Deben ir a la Comisión Política para desde ahí tener una función de asesorar. La
Comisión Política debe dejar de ser un organismo ejecutivo para convertirse, como era
en época de Haya de la Torre, en un organismo consultivo. Ese es el lugar que deben
ocupar.

En una entrevista en 2011 señalaste que el Apra se había desplazado de la centro-


izquierda a la derecha. ¿Alan García ha sido el responsable de eso?

En el primer gobierno del Apra intentamos cumplir algunas cosas del programa de la
izquierda democrática aprista. Alan propuso el pago de solamente el diez por ciento del
valor de las exportaciones para la deuda externa, el otro tema fue la estatización de la
banca, que yo la defendí en la Cámara de Diputados con un discurso basado en “El
Antiimperialismo y el Apra”, pero después se retrocedió en el Senado y eso no
prosperó. Ahí comenzó el fin del gobierno aprista. En su segundo gobierno, Alan buscó
el acercamiento con sectores de centro-derecha, pero como consecuencia de no tener
una mayoría propia en el Congreso, y entonces se desplazó hacia ese sector. Ese
gobierno estaba dentro del esquema del neoliberalismo. Se pudo volver a la
Constitución del 79, que tenía un contenido mucho más social que la actual, pero Alan y
el equipo que colaboró con él en el gobierno prefirieron continuar tal y como estaban
establecidas las cosas.

Es decir, Alan llevó al Apra a la derecha neoliberal…

Yo diría que lo que hizo fue llevar al Apra a un centro que dialogaba y gobernaba con
sectores conservadores, como el PPC, que es de centro-derecha pero no es un partido
reaccionario. Más criticable es el acuerdo con Odría el año 63.

¿Cómo viste la candidatura de Alan en 2016 en alianza con el PPC?

Esa alianza la decidió Alan solamente con la Comisión Política del partido, no hubo un
Plenario, no hubo una Convención o un Congreso. Siempre las alianzas de este tipo se
consultan, por lo menos, con un Plenario, pero eso no ocurrió. No sé qué cosa pensó
Alan, tal vez creía que podía ganar, pero el resultado electoral fue sumamente negativo.

¿Luego de su derrota electoral en 2016 se le cerró el futuro político a Alan García?


¿Después de esas elecciones estaba políticamente muerto?

No sé, este es un país en que eso no se puede decir. Pero si analizamos los resultados de
las últimas elecciones, los sondeos sobre la presencia y popularidad de los dirigentes
políticos, Alan estaba en una situación de total desventaja. La campaña de los hechos de
presunta corrupción había golpeado mucho su figura. Conversando con la gente,
amigos, familiares, uno comprobaba que ser aprista se había convertido en sinónimo de
corrupción.

¿Qué sensación te produce que la ciudadanía identifique al Apra con la


corrupción?

Eso es terrible, me duele muchísimo. Para mí es injusto, porque en el Apra existimos


gente honesta que no tenemos nada que ver con eso, pero entiendo las razones por las
51

cuales la gente pueda pensar así. Confío que esta situación se va a superar. Vamos a
trabajar para eso.

¿Cuál es tu autocrítica sobre lo que han hecho para llegar a esta crisis actual del
Apra?

Hemos cometido errores, unos por acción, otros por omisión, errores que tendremos que
superar. El Apra tiene que sobrevivir a esta crisis, no puede seguir en la situación en la
que se encuentra. Hay que tomar conciencia real de la situación que estamos
atravesando, pero hay gente que no quiere tomar conciencia de eso.

Haya de la Torre no solamente era un jefe político, también era un jefe ideológico
de ustedes, Alan García fue solo un jefe político…

Alan García nunca fue un jefe, fue un líder, jefe solamente Haya de la Torre. Alan fue
un líder más empeñado en ganar elecciones. Uno de los errores de Alan fue
despreocuparse de la formación de los cuadros del partido. Nosotros tuvimos una
formación directa con Haya de la Torre, que estaba todos los días con nosotros. Alan
descuidó eso, él prefería estar en el Instituto de Gobierno de la Universidad San Martín
y no en la Casa del Pueblo, donde debía estar.

¿Eso tenía que ver con que Alan García veía su proyecto político como algo
personal antes que como un proyecto partidario?

Probablemente. Yo no puedo saber lo que él pensaba, no estaba en su mente, por eso


digo probablemente, tal vez.

Alan vivía muy preocupado, obsesionado, con la historia y cómo ésta lo recordará.
¿Cómo crees que la historia lo recuerde?

No sé, veremos cómo terminan las cosas. Para Alan había dos temas: Dios y la historia.
El suicidio es un pecado mortal, Dios en su infinita misericordia habrá evaluado la
situación anímica de él y lo habrá perdonado. La historia no sé cómo lo juzgará.

Mi amistad con Alan

“Con Alan, que era tres años menor que yo, hemos tenido siempre una relación muy
cordial, desde que lo conocí. Yo siempre lo voy a recordar como un amigo, un
hermano”, dice Carlos Roca, recordando su relación con Alan García. Relación que
comenzó hace casi cincuenta años”

¿Cómo comenzó tu amistad con Alan?

Nos presentó Víctor Raúl. Era noviembre de 1969. Yo acababa de regresar de Italia, a
donde había viajada en 1964 para estudiar Ciencias Políticas. Había regresado por
pedido de Haya de la Torre, que se había reunido conmigo en Roma después del golpe
de Velasco. A mi regreso Víctor Raúl me pidió que dé una conferencia en el partido, me
promocionó mucho y había gran expectativa. Después de mi conferencia me presentó a
Alan. Al día siguiente nos volvimos a encontrar en Vitarte, en Villa Mercedes. Haya de
52

la Torre nos pidió que vayamos porque se iban a reunir varios jóvenes. Vitarte se
convirtió en un lugar en el que nos reuníamos para cantar, para conversar sobre política,
sobre temas culturales, Víctor Raúl nos hacía escuchar música clásica, ópera. Alan y yo
compusimos juntos la canción aprista “A la conquista de la justicia, vamos apristas…”.
Mi primer acercamiento con Alan no fue solamente ideológico o doctrinario, sino
también musical. Engarzamos en eso y a partir de entonces tuvimos una gran amistad…

Los dos formaban parte de los jóvenes escogidos por Haya de la Torre para que
sean sus sucesores en la dirección del partido…

Alan y yo formamos parte del Buró de Conjunciones, que era un equipo de 17


compañeros jóvenes que Haya de la Torre escogió para prepararnos para continuar la
obra. Los dos fuimos los que más destacamos en ese Buró. El año 72 Alan se va a
estudiar a España y Francia. Me encontré con él en el año 73 en Madrid, donde
estuvimos con Víctor Polay, que era nuestro amigo, nuestro compañero, también
miembro del Buró de Conjunciones. Pasamos momentos inolvidables.

En 1977 Alan regresa al Perú para la campaña de la Constituyente. Cuando regresó yo


era secretario general colegiado del partido, estaba en la jerarquía más alta, Alan no
tenía ningún cargo. Cuando Alan habló en el partido a su regreso de Europa estuvo
brillante. Entonces los compañeros dijeron que había que darle un cargo y Haya de la
Torre le dio la secretaría de organización, desde la que tuvo un rol importante en la
campaña de la Constituyente.

En esa campaña los dos íbamos juntos a todos lados. Éramos los dos oradores jóvenes
que Haya de la Torre promocionaba. En la lista para la Constituyente yo era el número
10 y Alan el 17, ceo que eso no le gustó mucho. Los dos fuimos electos. Luego vino la
muerte de Víctor Raúl, que era como nuestro padre. Recuerdo que los dos cargamos el
féretro de Haya de la Torre en Trujillo.

Y después de la muerte de Haya de la Torre vino el meteórico ascenso de Alan a la


dirección del partido.

El año 80 los dos fuimos elegidos diputados. Alan fue el número uno en la lista de
candidatos y yo el tres. No voy a comentar las razones por las que él fue el número uno.
En el año 82 había que elegir un secretario general, ahí fue que Alan presentó sus
deseos de ser el secretario general del partido, yo no estaba muy de acuerdo, porque
creía, como todos los apristas formados por Haya de la Torre, que se debía ir
ascendiendo progresivamente en la jerarquía del partido, y en ese momento nosotros
éramos coroneles, o comandantes, y había generales, había que respetar eso.

Alan me decía que había que dar el salto, yo le respondía “no es así”. Un día nos
reunimos en mi casa, Alan, Lucho Alva y yo, pero faltaba Negreiros y lo fuimos a
buscar a las 3 o 4 de la mañana. Alan, con esa capacidad increíble que tenía, nos
convenció que había que dar el salto, que juntos nadie nos paraba, y tenía razón. Carlos
Enrique Melgar fue el otro candidato a la secretaría general. Cuando en la Casa del
Pueblo hablaron los dos, Alan estuvo brillante, era la imagen de la renovación que el
Apra necesitaba, era un fenómeno nuevo, y ganó la secretaría general. El Apra
necesitaba una figura como la suya, juvenil. Las chicas lo veían guapo, había un
53

fenómeno de cercanía a él. Y ganamos las elecciones de 1985. A Alan le gustaba que en
los mítines yo hablara antes que él porque levantaba a las masas y después entraba él
con una masa entusiasmada.

¿Con los años te distanciaste de Alan?

En el Apra los distanciamientos nunca son una ruptura. Yo siempre he mantenido mi


amistad con Alan. Le tenía gratitud, me nombró embajador en Italia.

¿Cuándo fue la última vez que hablaste con él?

Fue el 2 de agosto del año pasado en Villa Mercedes, cuando él me pidió hablar. Nos
encerramos una hora y media en la Biblioteca de Haya de la Torre, los dos solos. Yo le
dije algunas cosas de lo que era mi percepción, él me escuchaba…

¿Qué cosas le dijiste?

Una de las cosas que le dije es que debía ir más al partido. Le dije: “no te pido que
vayas al partido todos los días como lo hacía Víctor Raúl, pero sí te pido que vayas al
menos una vez a la semana para que dictes alguna conferencia, con toda la cultura que
tienes, para la formación de los jóvenes”. Me escuchó, me dijo que sí, salimos muy
contentos, pero nunca fue.

El ascenso del Dragón Rojo


José F. Cornejo
Analista en temas internacionales. Magíster en Filosofía por la Universidad Católica de Lovaina.
Ha sido asesor en el Parlamento Andino.

China es hoy reconocida como la segunda superpotencia mundial en una acelerada


carrera por convertirse en la primera antes de mediados del siglo XXI, relegando a los
EEUU a un segundo lugar y provocando un terremoto geopolítico en el fragilizado
sistema de relaciones internacionales que heredamos de la 2da Guerra Mundial. Esta
competencia colosal entre ambas superpotencias es la que marca hoy día la escena
mundial. Las ondas del choque se sienten a nivel global y crecientemente también en la
región. ¿Cuáles son las oportunidades y desafíos para el Perú y América Latina en este
combate de gigantes? Esa es la pregunta que intentaremos abordar en este breve ensayo.

¿Capitalismo de Estado o Socialismo con características chinas?

Cuando en diciembre de 1978, en el 3er Pleno del XI Comité Central del PC chino,
Deng Xiaoping consiguió que se aprobara la política de reformas económicas y apertura
al exterior, nadie se imaginaba el futuro económico grandioso que le esperaba a China
40 años más tarde. No había ninguna idea clara del camino a seguir, por ello el consejo
de prudencia de Deng Xiaping de “cruzar el rio palpando las piedras”. En sintonía con
el pensamiento pragmático chino, había que experimentar, aprender, abandonar el
pensamiento dogmático, descartar lo que no funcionaba y generalizar lo que daba
54

buenos resultados económicos. En la mente de Xiaoping el único referente era la NEP,


que había conocido en 1927 durante su paso por una escuela de cuadros en Moscú.
Cuenta un anécdota que en 1979, en su único viaje a los EEUU, Xiaoping había
solicitado al gobierno americano gestionar una cita con Armand Hammer, el “industrial
rojo” que había vivido en la URSS entre 1921-1930 y había conocido personalmente a
Lenin, para conversar con este sobre la NEP.

Este gigantesco salto económico, que ha transformado en 40 años un país socialista


básicamente rural en la 2da superpotencia mundial, sacando de la pobreza a más de 700
millones de personas y creciendo durante 30 años a tasas de 10% anual, es algo inédito
en la historia de la humanidad y es motivo de análisis y estudios que hoy en día llenan
bibliotecas enteras y no están exentos de presupuestos ideológicos, sobre todo después
de la disolución de la URRS en 1990 y la expansión de la globalización económica bajo
una hegemonía neo-liberal. Mayoritariamente, se busca presentar los éxitos de China
como producto del capitalismo, minimizando o negando sus rasgos y su adscripción a la
tradición socialista.

Así, China es descrita como un “capitalismo rojo” o un “capitalismo de estado” en


donde la única referencia al socialismo es para criticar su sistema político como
“totalitario”. Esta es la posición confortable en la que se posicionan los medios
hegemónicos occidentales e incluso sectores de la izquierda. No se trata de tener una
posición acrítica o seguidista a todo lo que sucede en China, pero para cualquiera que
quiera entender imparcialmente la sociedad y los éxitos económicos de China, es más
que evidente que no son el Consenso de Washington, ni las recetas del FMI, las que han
catapultado este milagro económico.

Sin pretender convertirse en un modelo para otros países en desarrollo, el gobierno


chino prefiere hablar de un “socialismo con características chinas”. Reinterpretando la
tradición de la NEP en la URSS a los nuevos tiempos, el gobierno chino ha utilizado las
inversiones externas, los métodos de gestión capitalista y la dinámica del mercado para
desarrollar su economía, siempre con un norte socialista. Las industrias estratégicas y el
sector financiero están principalmente en manos del Estado y los actores económicos
compiten en el mercado pero bajo las directivas establecidas por el gobierno y el PC
chino en los planes quinquenales.

Este increíble desarrollo no ha sido producto de la “mano invisible” del mercado, o de la


captura del Estado chino por grandes grupos empresariales; es una obra gigantesca
resultado de la dirección y coordinación del gobierno y del PC chino, plasmada en sus
planes estratégicos de desarrollo.

Problemas y desafíos del desarrollo chino

Este impresionante enriquecimiento no se ha realizado sin perjuicios para el PCCh y la


sociedad china. Uno de los más importantes problemas ha sido la extensión de la
corrupción en la administración pública y en las altas esferas del gobierno. El caso más
emblemático fue el de Bo Xilai, ex miembro del Buró Político, acusado de corrupción y
de complicidad en el asesinato de un empresario británico, condenado a cadena
perpetua. Pero lo más preocupante para la seguridad y defensa de la soberanía nacional
55

han sido los casos de corrupción en los altos mandos del Ejército Popular de Liberación,
EPL.

En China, la dirección del EPL está en manos del PCCh, no del Gobierno. Diversos
casos de corrupción han comprometido a miembros del EPL; el más sonado ha sido el
del general Guo Boxiong, que hasta el 2012 fue uno de los presidentes de la poderosa
Comisión Militar del PCCh que dirige el EPL. La lucha frontal contra la corrupción ha
sido una de las razones del ascenso de Xi Jiping a la cúpula del PCCh y es un objetivo
que continuará como una tarea permanente a riesgo de fragilizar y desacreditar el
liderazgo y la legitimidad del PCCh en su gestión del gobierno.

El crecimiento de las desigualdades es otra dimensión importante que ha trastornado


completamente la sociedad china en los pasados 40 años y que es una amenaza a la
estabilidad social y al desarrollo equilibrado del país.

En 1978, al inicio de la reformas económicas, el coeficiente de Gini era de 0.16 lo que


hacía de China un de las sociedades más igualitarias del mundo. Dos años más tarde en
1980 el Gini ya había crecido a 0.30, alcanzando un máximo de 0.49 el 2012. Aunque el
2017 ha disminuido a 0.46, sigue siendo un porcentaje muy alto que marca bien la gran
diferencia entre la riqueza de la China urbana de las zonas costeras y la pobreza, que
todavía persiste en las zonas rurales del interior. Reducir esta profunda brecha
económica es una de las tareas pendientes del PCCh para poder seguir reclamándose de
la tradición igualitaria del socialismo.

El aumento de la contaminación ambiental ha sido otro de los más grandes perjuicios


naturales y sociales que ha provocado el acelerado proceso de industrialización de
China. Hasta hace unos años Beijing figuraba como la 3era ciudad más contaminada del
mundo. Es reconocido internacionalmente que el gobierno chino ha realizado esfuerzos
gigantescos para enfrentar este grave desastre ecológico. China está hoy a la vanguardia
del desarrollo de tecnologías verdes y tiene como objetivo alcanzar a ser en los
próximos años una economía más ecológica y sostenible. Signataria de los acuerdos
sobre el Cambio Climático de Paris, este esfuerzo de China, cuya población representa
una quinta parte de la humanidad, es algo a tomar seriamente en cuenta. Como señala
Rafael Poch de Feliu en su libro sobre China, ahora que los EEUU se han desentendido
completamente de sus responsabilidades sobre esta crisis ecológica, el futuro de la
humanidad dependerá de lo que haga o deje de hacer China en este terreno.

El irresistible ascenso del Dragón Rojo

Según un confidente anónimo, el Secretario para la Defensa Patrick Shanahan, en su


primera reunión con su equipo civil de trabajo al reemplazar al General Jim Mattis a
inicios del presente año, habría señalado que en su gestión había que focalizarse en
“China, China, China”. El vertiginoso ascenso de China tomó por sorpresa a la mayoría
de analistas internacionales confiados en que su poderío recién se manifestaría a
mediados de siglo. Pero la crisis financiera del 2008 alteraría estos pronósticos.

Algunas cifras pueden darnos una idea de la magnitud de lo sucedido. En los pasados 10
años, luego de la crisis económica del 2008, la economía china creció 139%, la de la
India 96%, los EEUU 34% y la de la Unión Europea -2%. Si a esto le sumamos el error
56

geopolítico mayor cometido por los EEUU luego de la disolución de la URSS, cuando
el lobby neo conservador, básicamente vinculado a la industria petrolera, privilegió una
ambiciosa y brutal reconfiguración del Medio Oriente, donde según Stiglitz los EEUU
gastaron una suma faraónica (entre U$ 500 mil millones y U$ 2 billones de dólares) sin
obtener ninguna ventaja significativa, facilitando así el retorno de Rusia y el acelerado
crecimiento de China.

El desconcierto ante esta situación se lee no sólo en las palabras de Shanahan sino sobre
todo en las profundas divisiones que desgarran a la élite americana: TPP si/Trump no,
acuerdo con Irán si/Trump no, acuerdo de Paris si/Trump no, etc, etc. Mientras China
piensa en décadas y ya tiene claros sus objetivos hacia el 2049, centenario de su
Revolución, los EEUU piensan en plazos electorales, sin ningún consenso estratégico,
enfocados solamente en confabular para contener de cualquier manera a China. ¿Lo
podrán lograr?

Monroe recargado

En un reciente encuentro sobre la Franja y la Ruta, gran proyecto de globalización


impulsado por China, Enrique Dussel Peters de la UNAM, uno de los mejores
especialistas en las relaciones China-América Latina, señalaba la sofisticación y
complejidad de esta interacción, no siempre favorable para nuestra región. Creciente
déficit comercial, agravado por una reprimarización de nuestras economías (sólo 3% del
total de nuestras exportaciones a China tienen valor agregado medio o alto), sumado a
una ausencia de política conjunta de la región para enfrentar estos desbalances.

Debemos tomar conciencia además, que China es más importante comercialmente para
A.L que viceversa. (La inversión China en AL representa sólo el 8.5% de su inversión
mundial.) En el Foro CELAC-China del 2014 se acordó una agenda de desarrollo de
largo plazo para intentar superar estos desequilibrios, crear cadenas globales de
producción con mayor valor agregado y potenciar nuevos sectores: turismo, textiles,
electrónica, etc.

El ascenso de China pudo haber sido la oportunidad para (a) reforzar el multilateralismo
en la gobernanza mundial con un mayor protagonismo internacional de nuestra región
en los asuntos globales, (b) abordar conjuntamente las graves amenazas del cambio
climático, © buscar una relación de beneficio mutuo en el gran proyecto de la Franja y
la Ruta. La agudización del conflicto geopolítico global entre los EEUU y China, ha
hecho volar por los aires estas posibilidades al convertirse AL en un nuevo terreno de su
titánico enfrentamiento.

Con un monroísmo recargado, belicoso y amenazador, los EEUU están buscando barrer
la presencia China en la región. En la pasada reunión del G20 en Buenos Aires, los
EEUU manifestaron su desacuerdo con que Argentina o Brasil aceptaran inversiones
chinas o rusas en obras de infraestructura. En Venezuela, China, detrás de Rusia, se ha
manifestado firmemente en contra de las amenazas de intervención y en defensa de la
soberanía venezolana. El irresponsable alineamiento incondicional de nuestros países
con la política anti China de los EEUU, hará cada vez más insostenible, como lo
presenciamos en Brasil, la posibilidad de mantener una política de cuerdas separadas
con Beijing lo que tendrá graves consecuencias económicas para la región.
57

Tras el informe Muller, que despeja los intentos de “impeachment” a Trump, crecen las
posibilidades para su reelección en noviembre del 2020, por lo que debemos prever que
este peligroso enfrentamiento geopolítico no bajará de intensidad en los próximos años,
y que puede incluso empeorar. El desmontaje de las instituciones soberanas de
integración y la subordinación de la mayoría de países a los dictados de los EEUU, nos
condenan, por ahora, a la marginalidad y la irrelevancia política en este crucial
momento de la historia.

Activistas de extrema derecha y veteranos del conflicto entre el gobierno ucraniano y los
separatistas respaldados por Rusia marchan en Kiev. Octubre de 2018. Fotografía de Genya
Savilov (AFP/Getty Images) tomada de foreignpolicy.com

Un mundo apolar, anárquico y violento


Oswaldo de Rivero
Embajador (r). Graduado de la Academia Diplomática del Perú. Con estudios de posgrado en el
Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra

El derrumbe de la Unión Soviética cambió el poder mundial de bipolar a unipolar,


convirtiendo a los EEUU en el hegemón mundial, hasta que las guerras asimétricas de
Afganistán, Irak y Siria, terminaron con el poder unipolar norteamericana, originado
una nueva era geopolítica, que yo he llamado “apolar,” donde los EEUU no son más el
sheriff del mundo, y Rusia y China, no pueden ni quiere reemplazarlo.

La nueva era apolar es así un mundo en plena transición a un nuevo y peligroso


desorden mundial. Estamos viviendo un mundo cada vez más anárquico y violento,
repleto de infernales conflictos no resueltos que producen masivas violaciones de
derechos humanos y olas de refugiados. Entre los conflictos más infernales están la
Yihad radical islámica terrorista contra Occidente y la guerra sectaria entre chiitas y
Sunnís en los países árabes, de la cual surgió el monstruoso Estado Islámico.

En este mundo apolar, los arsenales nucleares de los Estados Unidos, Rusia y China han
perdido su sentido estratégico, debido a que los conflictos en las diferentes regiones del
mundo, alimentadas por odios étnicos y mesianismos religiosos fundamentalistas, no se
resuelven con disuasión nuclear. Tampoco, ninguna gran potencia puede hoy sola poner
orden en el mundo con sus armas convencionales, so pena de involucrarse en letales
guerras asimétricas sin fin. Vivimos así una crisis del poder mundial.

La anarquía y violencia de este mundo apolar, solo podría superarse, en gran parte, si
los EEUU, Rusia y China se ponen de acuerdo para luchar contra el terrorismo islámico,
la proliferación de las armas nuclear y el cambio climático, que son las tres más grandes
amenazas que confronta hoy la humanidad. Sin embargo, hasta ahora esto es imposible
porque los EEUU están enfrascados con su política de “American First,” en una
peligrosa confrontación geopolítica con Rusia y China, a la vez.
58

La nueva doctrina de “unir para no reinar”

La actual confrontación entre EEUU y Rusia tiene su origen en el acuerdo geopolítico


más importante de la post guerra fría, como fue la reunificación de Alemania. Rusia dio
su beneplácito a la unidad alemana a condición de que los EEUU no extendieran la
OTAN hacia Europa del Este.

Los EEUU violaron este compromiso. La OTAN, no solo reclutó a casi todos los países
del Este de Europa, sino que intentó reclutar a Ucrania. Y con esta pretensión quiso
llegar hasta la misma frontera con Rusia, haciendo estallar un conflicto armado en
Ucrania, que hasta ahora no tiene solución.

Lo que no tiene explicación estratégica, es como los EEUU teniendo a Rusia de nuevo
como rival mundial militar, se ha lanzado a confrontar a China. No la reconoce como
potencia global y la confronta con una guerra comercial y un desdén geopolítico
peligroso, que consiste en no reconocer, que la China considera el llamado Mar del Sur
de la China como su zona de influencia.

Esta confrontación geopolítica simultánea con Rusia y China es un gran error


estratégico de los EEUU, Es el abandono de más de 40 años de la política exterior de
Kissinger, frente a Rusia y China, que funcionaba bajo el dictum de “dividir para
reinar.” Ahora, los EEUU, con su confrontación simultánea a Rusia y China, han
cambiado esta política bajo el dictum surrealista, de “unir para no reinar”. En efecto,
gracias a los EEUU, hoy Rusia y China son aliados estratégicos.

Más armas nucleares y más calentamiento global

Hoy son nueve los países que poseen el arma nuclear. A las cinco grandes potencias
nucleares, los EEUU, Rusia, China, Reino Unido y Francia, se han sumado, Israel,
India, Pakistán y Corea del Norte. Y lo más peligroso de esta proliferación es que la
anarquía apolar ha permitido que un régimen pobre y paranoico como Corea del Norte y
un Estado inviable, rodeado de fanáticos talibanes, como Pakistán, se doten de armas
nucleares.

Por si fuera poco, los EEUU y Rusia se han lanzado a modernizar sus arsenales
nucleares con una nueva generación de estas armas, abandonando peligrosamente el
control mutuo de los armamentos nucleare que existía en la guerra fría.

Por otro lado, ninguna de las grandes potencias industriales ha cumplido con la
recomendación de los científicos de reducir, de aquí al 2030, el 45% de sus emisiones
de C02. Sin duda, esto se debe a que el Acuerdo de Paris, por más que se le glorifique,
es un acuerdo muy débil, porque dispone que la reducción de las emisiones de CO2 se
hagan como contribución voluntarias de cada país. Y así nadie cumple con las metas
que piden los científicos.

Con la modernización sin el control de las armas nucleares y sin el cumplimiento de las
recomendaciones de los científicos, de reducir el 45% las emisiones de C02, la anarquía
apolar se profundiza hoy peligrosamente.
59

Sudamérica: bienvenidos a la disuasión y al cambio climático

También Sudamérica está afectada por la anarquía apolar. Hoy existe una carrera
armamentista comenzada por Chile, a la cual se unieron luego, Brasil, Venezuela y
Colombia. Y el Perú no pudo quedarse atrás, ante la masiva presencia de nuevas armas
ofensivas chilenas cerca de su frontera, y también ante el surrealista “triángulo
terrestre”, inventado por Chile, que no es otra cosa, que una revisión del Tratado de Paz
y Límites de 1929.

Ante la carrera armamentista en Sudamérica, que no inició el Perú, debemos superar esa
candorosa percepción idealista, muy peruana, que consiste en pensar que adquirir y
fabricar armamentos es un gasto inmoral inútil, ya que la paz es hija del desarme,
inclusive del suicida desarme unilateral, que alguna vez practicaron ineptos dirigentes
del Perú.

Esta percepción idealista de no tener capacidad de disuasión, es la mejor invitación a la


guerra, y además, no tiene ningún valor, porque el desarme nunca se ha logrado
pacíficamente en ninguna región del planeta, y menos se va a lograr ahora, en un mundo
apolar, anárquico y violento.

Entonces, si el Perú quiere vivir en paz, debe seguir modernizando sus fuerzas armadas
hasta lograr “un poder de disuasión creíble,” puesto que en el mundo apolar en que
vivimos, los conflictos armados internacionales que se creían imposibles se vuelven
probables, ante la carestía de agua, energía y alimentos que producirá el cambio
climático.

Realpolitik

En este mundo apolar, anárquico y violento, solo se adaptan y sobreviven los países que
saben luchar por sus intereses nacionales con realismo. El Perú por ello debe practicar
una política internacional descarnadamente realista, totalmente desprovista de
percepciones idealistas e ideológicas, solo guiada por nuestro interés nacional.

Esta realpolitik tiene que tener como objetivo lograr una “renta estratégica” que
incremente nuestro poder de negociación internacional. Para ello, debemos fortalecer
nuestras relaciones con los EEUU y también las alianzas estratégicas que tenemos con
Rusia y China, y sobre todo, la que tenemos con nuestro vecino, el Brasil, independiente
esto de la ideología del actual régimen. Las ideología de los gobernante pasan, los
interese nacionales son permanentes.

Para fortalecer nuestra alianza estratégica con el Brasil debemos poner en marcha el
proyecto del mega puerto de Corio (Arequipa) y la conexión del ferrocarril de Santos a
Ilo. Si se logra que Brasil y los países sudamericanos del atlánticos usen, para comerciar
con el Asia, el nuevo mega puerto de Corio en el Perú, en vez de los puertos lejanos y
caros de Los Ángeles y Long Beach, nos convertiremos en el “país puerto” para el Asia,
de toda Sudamérica. Sin duda, esto nos dará una gran renta estratégica sudamericana y
también global.
60

El segundo gran objetivo de nuestra realpolitik, debe ser mitigar al máximo la gran
crisis de agua y de energía hidráulica, que el cambio climático está produciendo, con el
acelerado derretimiento de los glaciares de los Andes.

Nuestra diplomacia debe ayudar a localizar las mejores tecnologías para desalinizar el
agua de mar con energía solar. Y además promover la cooperación del estado y
empresas peruanas con firmas y estados extranjeros para lograr una gran inversión en
energía solar, que abunda en nuestra costa. Ya es tiempo de comenzar a vivir con el sol
del Perú.

La anarquía y la violencia del mundo apolar unida a las catástrofes del cambio
climático, serán una amenaza creciente a la seguridad nacional, puesto que van a
producir graves conflictos internos e internacionales por la escasez de agua alimentos y
energía.

Relatos de una integración inconclusa


Ariela Ruiz Caro
Economista. Especialista en temas de comercio e integración

Durante el último lustro América Latina ha registrado un conjunto de cambios político-


ideológicos de sus gobiernos. Esta realidad ha impactado en los procesos de integración
regional, en especial, en aquellos en los que se apostó al mercado interno, a un rol
promotor del estado, a una inserción internacional coordinada con miras a tener
autonomía en el manejo económico, así como a la búsqueda de una identidad construida
en torno a la noción de una “patria grande”.

En Sudamérica, la pérdida de vigencia del discurso político prevaleciente durante la


primera década del milenio se inició después de la muerte de Chávez, en marzo de
2013, y la posterior pérdida de popularidad de su sucesor, Nicolás Maduro, expresada
en el triunfo de la oposición en las elecciones legislativas de 2015, que derivó en la
reciente crisis humanitaria e institucional en ese país. Asimismo, con el triunfo de Macri
en Argentina en diciembre del mismo año; la solicitud de juicio político en el Congreso
a Dilma Rousseff en 2015 –que dio lugar a la asunción de Temer a la presidencia de
Brasil–; y, el rechazo de la ciudadanía, mediante plebiscito realizado en febrero de
2016, a una nueva postulación de Evo Morales como candidato a la presidencia en
2019.

Este proceso se fue consolidando con el giro político del presidente ecuatoriano, Lenin
Moreno, diametralmente opuesto al Movimiento Alianza País, fundado por Rafael
Correa, que lo llevó al poder en abril de 2017; el triunfo del ultra derechista Iván Duque,
en Colombia, en junio de 2018, y las graves acusaciones de corrupción a los
expresidentes Lula y Kirchner. Este conjunto de acontecimientos ha incidido en la
orientación de los procesos de integración, reforzando las aristas liberales.

Sin embargo, el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, en octubre de 2018, trasciende este
cambio de orientación en los procesos de integración y privilegia la negociación
61

bilateral en línea con la política de Donald Trump. Su gobierno tendrá un impacto


devastador en la integración sudamericana.

La integración al inicio del milenio

El inicio del nuevo milenio encontró a la región sudamericana en negociaciones para


construir el Área de Libre Comercio Americana (ALCA) y la Asociación de Libre
Comercio de Sudamérica (ALCSA), por iniciativa de Brasil.

En la primera cumbre de presidentes de América del Sur, realizada en Brasilia en el año


2000, se acordó hacer de un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la
Comunidad Andina (CAN) "la espina dorsal de América del Sur como espacio
ampliado". La idea era fortalecer la capacidad negociadora sudamericana en otros
procesos de negociación, bajo el supuesto que una América del Sur integrada
económicamente, reduciría los costos de una liberalización con Estados Unidos, Europa
y Asia.

Estas ideas fueron pronto empañadas por la política “práctica” de los gobiernos
sudamericanos, pues meses después de la declaración de este propósito en la Cumbre de
Brasilia, Chile, bajo la presidencia del socialista Ricardo Lagos, reinició negociaciones
para un TLC con Estados Unidos. Al cabo de un año, en junio de 2001, se planteó en el
Mercosur iniciar negociaciones con Estados Unidos, fuera del ALCA, en el marco del
denominado acuerdo Rose Garden suscrito por éste, y los miembros del organismo, en
1991. Así, Argentina y Uruguay presionaron a sus socios para activar dicho acuerdo –
que un incómodo Brasil aceptó– para adelantar dichas negociaciones. Pero la propuesta
del Mercosur no prosperó por las complejas circunstancias políticas y económicas en el
Cono Sur, acentuadas por la explosión de la crisis argentina en diciembre de 2001.

Mercosur: eje de integración en Sudamérica

Los cambios de gobierno en Argentina, después de la caída del presidente De la Rúa,


determinaron un giro en la geopolítica de esta subregión. Las políticas neoliberales del
Consenso de Washington y los programas económicos monitoreados por el FMI
fracasaron en Argentina, hecho que generó la exigencia de los votantes a seguir un
camino distinto. Ya Duhalde como presidente –enero de 2002 a mayo de 2003– se plegó
a la tradicional posición brasileña. El triunfo de Néstor Kirchner en 2003 y del Frente
Amplio en Uruguay, en 2005, junto al paraguayo Nicanor Duarte del Partido Colorado –
que no obstruyó el accionar político de sus socios– imprimieron al proceso de
integración un carácter más productivo y social que comercial, así como una mirada de
inserción internacional basada en la coordinación desde la región.

En 2005 Venezuela fue aceptada como socio pleno del Mercosur y, en noviembre del
mismo año, ninguno de los cinco socios firmó la declaración final de la Cumbre
presidencial de las Américas en Mar del Plata, hecho que dio lugar al fin de las
negociaciones del ALCA y al fortalecimiento político del Mercosur, al que Ecuador y
Bolivia solicitaron formar parte como socios plenos.
62

La ruptura de la CAN

Paralelamente a estos sucesos, los gobiernos de la CAN, iniciaron las negociaciones


para firmar un TLC con Estados Unidos en mayo de 2004. Estas fueron abordadas
conjuntamente por el bloque subregional. Venezuela no participó de las mismas, pues
solo fueron elegidos los países beneficiarios de la Ley de Promoción Comercial y
Erradicación de la Droga en los Andes (ATPDEA).

Las negociaciones terminaron en una competencia por quién firmaba primero el


acuerdo, y derribaron los cimientos del ya frágil proceso de integración andino. Estas
significaron, en la práctica, la pérdida definitiva de la capacidad de propuesta del
organismo de integración andino. La Secretaría General de la CAN, por exigencia de
Estados Unidos, no participó de las negociaciones. Se estableció que, cuando
concluyera el Tratado, sería informada, pero no podría objetarlo.

En esa carrera, la coordinación andina a nivel de gobiernos, se rompió, y el Tratado, que


pretendía ser multilateral entre los socios andinos y Estados Unidos, adquirió un
carácter bilateral. Perú fue el primero en concluir las negociaciones, casi tres meses
antes que lo hiciera Colombia, a fines de febrero de 2006. El gobierno norteamericano
suspendió las negociaciones con Ecuador debido a la reforma a la ley de hidrocarburos
que buscaba generar más rentas para el Estado como resultado de los excedentes por el
incremento de los precios internacionales del petróleo. En enero de 2006, luego del
triunfo del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia, Evo Morales se retiró de las
negociaciones. Así, los TLC suscritos por Perú y Colombia sirvieron de catalizador a las
diferentes concepciones de inserción internacional que tenían los países andinos y
tuvieron como primera víctima a la CAN, convertida hoy en un organismo de
cooperación al haber abandonado la construcción de la unión aduanera.

Creación de la Unasur

La prevalencia de visiones políticas progresistas dio lugar a la creación de la Unión de


Naciones Sudamericanas (Unasur). Tal es el nombre con el que en abril de 2007, los
presidentes sudamericanos, reunidos por primera vez en la historia para tratar temas de
energía, decidieron denominar a la hasta entonces, Comunidad Sudamericana de
Naciones. En ese escenario, la isla Margarita, en Venezuela, decidieron no sólo llamarla
de otra manera, sino también cambiarle el enfoque. Ésta sería concebida como un nuevo
espacio de concertación política, en el que la seguridad regional, así como los aspectos
sociales, energéticos y de infraestructura serían los ejes centrales de atención, relegando
los aspectos comerciales. Este nuevo enfoque quedó plasmado en el texto de su Tratado
Constitutivo, cuando un año más tarde, en mayo de 2008, los presidentes de la
UNASUR lo aprobaron en Brasilia.

En su corta historia tuvo un rol protagónico durante la crisis por los enfrentamientos
entre el gobierno central y los gobiernos regionales autónomos en Bolivia, en 2008; en
las consultas sobre la instalación de bases militares de EEUU en Colombia, en 2009; y
en el intento de destituir al presidente Correa en 2010. Sin embargo, al surgir gobiernos
con diferente signo político al de sus impulsores, la Unasur no pudo albergar ya el
proceso de paz en Colombia ni las conversaciones para lograr un acuerdo entre Nicolás
Maduro y la oposición que evitara la erosión del Estado de derecho en Venezuela.
63

El entusiasmo con el que se inició este proceso de concertación política, en el que a


regañadientes participaron Colombia y Perú, fue agotándose y la organización quedó
acéfala desde enero de 2017 cuando el exsecretario general, Ernesto Samper, dejó el
cargo. Como las decisiones se toman por consenso, Venezuela y Bolivia no aprobaron
al candidato propuesto por Mauricio Macri, con lo cual no permitieron que la Unasur
expresara la nueva correlación de fuerzas en Sudamérica.

Así, en abril de 2018, Chile, Colombia, Paraguay, Perú, Argentina y Brasil se retiraron
temporalmente del organismo. En agosto de 2018, cuando Iván Duque asumió la
presidencia de Colombia, se retiró definitivamente de la Unasur, al denunciar su
Tratado, debido a su silencio frente a la situación de Venezuela. En marzo de 2019,
Lenin Moreno le siguió los pasos al día siguiente de suscribir un acuerdo con el FMI
por 4.200 millones de dólares. Después de creado el Foro para el Progreso y Desarrollo
de Sudamérica (Prosur) el pasado 22 de marzo en Santiago de Chile, Argentina, Brasil y
Chile anunciaron que denunciarán el Tratado.

Según el anfitrión de la primera cumbre presidencial de Prosur, Sebastián Piñera, se


trata de “crear un nuevo referente en Sudamérica para una mejor coordinación,
cooperación e integración regional, libre de ideologías, abierto a todos y 100%
comprometido con la democracia y los derechos humanos”. El problema es que no
existen foros libres de ideologías. Prosur es funcional al gobierno norteamericano y es
una respuesta ideológica al fracaso de la Unasur en su intento por resolver
autónomamente los problemas de la región.

La Alianza del Pacífico

Presentada como la niña bonita de la integración por su pragmatismo económico y


abundancia de TLC suscrito con Estados Unidos, Unión Europea y países asiáticos, el
2012 vio nacer a la Alianza del Pacífico (AP). Esta fue vista con desconfianza por los
presidentes Lula y Cristina Kirchner, como una herramienta para debilitar la integración
política.

Pero el triunfo de Macri en Argentina en 2015, y la asunción de Temer en Brasil en


agosto de 2016, permitieron un acercamiento del Mercosur a esta asociación a través de
los guiños de la entonces presidenta de Chile, Michele Bachelet, quien proponía tender
“un puente de convergencia” entre el Mercosur y la AP. Estas acciones tuvieron como
telón de fondo, desde 2014, a la orquesta de la CEPAL con el nombre de “convergencia
en la diversidad” que promovía el acercamiento entre los dos principales bloques de
integración de América Latina. Recientemente, la Asociación Latinoamericana de
Integración (ALADI) se ha sumado a la orquesta, al sostener que el Mercosur y la AP
serán la clave del futuro de la convergencia regional por la densidad que representan
ambos en términos de comercio, PBI y población.

Desde 2016, Argentina y Brasil propiciaron este acercamiento sin preocuparse por hacer
pesar la diversidad, pues al sobrevalorar la AP, anhelaban una convergencia sin
diferencias, en los que pudieran reinar también los TLC en el Mercosur. Ambos
consideran que la abundancia de TLC permitiría recuperar el terreno perdido por el
organismo durante los últimos años, el cual atribuyen a la sobre-valoración del mercado
interno y un innecesario proteccionismo.
64

Este entusiasmo permitió que en julio de 2018, tuviera lugar una cumbre presidencial
entre ambos organismos, en la que se emitió una declaración y un plan de acción
conjunto para profundizar los vínculos comerciales entre ambos países y buscar
acciones de cooperación. En esta misma reunión, Ecuador, aún en calidad de
observador, pidió su incorporación a la AP.

El triunfo de Bolsonaro y de la corriente nacionalista

Sin embargo, el triunfo de Bolsonaro alterará la sinfonía de esta convergencia ya que el


presidente brasileño no está dispuesto a seguir los pasos de la integración. Mientras que
Macri y Temer buscaban imprimir un cambio en las políticas y en la forma de inserción
desde el Mercosur, el exgeneral brasileño apunta a la bilateralidad y, por lo tanto, a la
desaparición de los organismos de integración en la región, incluido el Mercosur.
Durante la campaña electoral, Bolsonaro anunció que negociaría bilateralmente
acuerdos comerciales con países desarrollados, hecho que motivó que el ministro de
Producción de Argentina, Dante Sica, le recordara que Brasil formaba parte del
Mercosur y que esas decisiones debían discutirse con los socios.

El triunfo de Bolsonaro forma parte de la corriente mundial ultraderechista y


nacionalista vigente en Europa desde que en 2002 Jean Marie Le Pen, del Frente
Nacional, suplantó a Lionel Jospin, del Partido Socialista francés, para participar en una
segunda vuelta electoral frente a Jacques Chirac. Desde entonces, han triunfado Viktor
Orbán, en Hungría; Matteo Salvini, en Italia; el BREXIT y, en nuestro continente,
Donald Trump. Algunos de los comunes denominadores lo constituyen el rechazo a los
migrantes y la desconfianza en los órganos de gobernanza supranacionales.

El presidente brasileño contó durante su campaña con el asesoramiento de Steve


Bannon, arquitecto de la doctrina “Estados Unidos primero” y principal estratega de
Trump hasta agosto de 2017. Bannon considera ese triunfo como la salvación para un
continente donde Venezuela implosiona, en Argentina gobierna el FMI y Brasil,
atravesado por una imparable violencia, no consigue remontar el crecimiento, ni el casi
13 % de desempleo. Por eso, Bolsonaro fue invitado a la primera Cumbre presidencial
de “El Movimiento”, organización política, con sede en Bruselas que pretende unificar
todos los movimientos de extrema derecha y populistas en Europa.

El lema de Bannon, impulsor de la iniciativa, es que los ciudadanos vuelvan a tener el


control sobre sus países, estados fuertes y fronteras seguras. Al igual que Trump,
Bolsonaro desconfía de las instituciones internacionales, y subestima las políticas contra
el cambio climático. Su partido (PDL) considera que la OEA carece de credibilidad y
que la ONU tiene un tinte izquierdista y globalista.

En el plano regional, este enfoque nacionalista y de irrespeto a la institucionalidad


internacional trasciende el giro de políticas en los organismos de integración y, más
bien, apunta a su destrucción, tal como está sucediendo en el Mercosur, la Unasur y la
Celac.
65

La serpiente y el huevo de la serpiente


Laura Arroyo
Periodista

No es fácil escribir sobre la extrema derecha cuando toca las puertas y ha logrado entrar
en algunas instituciones del país en el que habitas. No es fácil tampoco trazar una
infalible estrategia política de respuesta a esta amenaza cuando te encuentras en plena
contienda electoral. Tampoco lo es definir al adversario cuando la amenaza es real,
pero, por lo mismo, hay quienes utilizan el “discurso del miedo” para defender un
“continuismo” político y económico que mantiene las condiciones de crecimiento de la
extrema derecha. No es fácil, finalmente, despercudirse del miedo a la hora de enfrentar
este problema que asola Europa hace mucho, pero que ha tocado recién las puertas de la
España del 15M y del 8M, que era una sana excepcionalidad europea. En este texto
intento poner sobre el papel algunos apuntes a partir de reflexiones sobre estas
variables.

Del ‘sí se puede’ esperanzado al ‘no se puede’ enfadado

En 2011 miles de ciudadanos y ciudadanas se dieron cita en Puerta del Sol -plaza
icónica en la capital española- al grito de “no nos representan”. El movimiento de estos
indignados que acamparon en señal de protesta durante semanas tanto en Madrid como
en otras ciudades de España, recorrió el mundo. Su eco no sólo constituyó una
referencia internacional, sino que cambió el rostro de España para siempre. Vimos lo
impensable: el Rey tuvo que abdicar, líderes políticos de los partidos tradicionales se
vieron obligados a dar un paso al costado para evidenciar -aunque fuera solo en la
forma- algún tipo de regeneración en sus formaciones, vimos a más de un alto cargo del
Partido Popular (PP) o del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) declarando como
imputados en la Audiencia Nacional y hasta al cuñado del actual monarca se le
investigó y condenó por corrupción.

La crisis económica acompañada de recortes en los servicios públicos -con el


consecuente quiebre del Estado de Bienestar-, y la sumatoria de escándalos de
corrupción que evidenciaban que mientras unos se ajustaban el cinturón para sobrevivir
otros seguían dándose la gran vida con los recursos de todos, fueron el gatillo del
hartazgo. Y ese hartazgo lo cambió todo.

Tres años después de ese 15 de mayo nació Podemos, la fuerza política de izquierdas
que logró articular esta indignación ciudadana y, con un discurso fresco -característica
clave de la “nueva política”- supo señalar al adversario (ellos, la casta, los privilegiados
vs. la gente, el pueblo, nosotros) y entró en las instituciones poniendo punto final al
bipartidismo español. Durante los últimos 4 años Podemos ha estado en las instituciones
(Congreso de Diputados, Ayuntamientos, Municipios, etc.) y ha defendido un marcado
discurso progresista que, con las limitaciones de una formación política con apenas 5
años de vida, ha evidenciado la posibilidad de cambio en España. Pero, ¿hasta qué
punto Podemos ha sido una consecuencia lógica de aquel 15M?

Si algo ha quedado claro en estos años en las instituciones es que las limitaciones de
una formación progresista, sobre todo dentro de un sistema parlamentario que pone el
acento en la correlación de fuerzas, son muchas. El régimen en crisis reaccionó en
66

cuanto lo hizo la gente porque cuando el pueblo se moviliza, los poderosos también.
Los poderes fácticos se resistieron a morir. Basta ver el caso de la banca que sigue
debiendo 60 mil millones de euros del rescate bancario a los españoles y que ningún
gobierno es capaz de cobrarles porque, entre otras cosas, todos los partidos, excepto
Podemos, le deben sus campañas electorales. Por otro lado están los medios de
comunicación que tienen también en la banca o en fondos de inversión a sus principales
inversores y, por tanto, tienen también definidas las agendas en contra de cualquier
intención de legislar en materia mediática.

De otro lado están las grandes empresas, pensemos en las eléctricas, que ponen a
funcionar las puertas giratorias de manera sistemática y logran así que exministros de
energía, industria o incluso expresidentes, ocupen sus Consejos de Administración y
hagan lobby desde la política por sus beneficios empresariales. En este escenario ser una
fuerza política con un discurso de cambio sobre las formas de hacer política y contra los
lobbies no ha sido fácil. Si algo ha quedado claro es que sin el apoyo ciudadano en las
urnas, pero también en el día a día, cambiar las formas de operar en las instituciones es
demasiado difícil.

Del mismo modo, y esta es la paradoja, las limitaciones al llegar a las instituciones, las
mismas que nos demuestran que hace falta tener todo el apoyo popular posible para
emprender cambios de fondo, son las que han permitido que germine un clima de
resignación. De aquel ‘sí se puede’ esperanzado en la plaza del Museo Reina Sofía el
día que Podemos entró en el Congreso de los Diputados como la tercera fuerza política
española, hemos transitado mucho. Los obstáculos han generado desilusión y un
legítimo, aunque peligroso, sentir del ‘no se puede’. Una resignación que es lamentable
en términos electorales para Podemos, pero, sobre todo, alarmante en términos políticos
para España.

Lo cierto es que Podemos fue la formación política que mejor leyó el 15M y que supo
articular tanto las demandas concretas -también muy heterogéneas- como la pulsión
emocional del momento ciudadano que politizó a toda una generación. Pero que fuera
Podemos es una afortunada contingencia. Lo cierto es que aquel 2011 que lo cambió
todo pudo decantar tanto a un lado como al otro. Dicho de otro modo, pudo tanto ser
una fuerza progresista como Podemos la que articulara las indignaciones legítimas,
como un movimiento de otro color y otra ideología. Pudo, en efecto, ser la extrema
derecha la que coleccionara aquel voto de indignación justificado. Es más, basta echar
un vistazo a lo que ocurría en países vecinos para entender la contingencia de Podemos
en dicho escenario.

La excepcionalidad española

Era enero del 2011 -cuatro meses antes del 15M español- cuando Marine Le Pen fue
elegida Presidenta del Frente Nacional francés. Su presidencia ha tenido una serie de
altibajos pero su discurso político ha sido siempre muy claro: cierre de fronteras en
plena crisis humanitaria, discurso antieuropeísta y medidas de corte conservador en
materia de derechos civiles (derechos de la mujer, derechos de los colectivos LGTBIQ,
etc.) En las elecciones al parlamento europeo de 2014 -las primeras elecciones de
Podemos que supusieron un terremoto en España pues lograron entrar con 5 diputados
pese a que las encuestas les daban tan sólo uno- Marine Le Pen logró que el Frente
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Nacional francés fuera la primera fuerza política francesa y obtuviera el 25% de los
votos.

Por otro lado, antes de dichas elecciones europeas (2013), nacía el partido de extrema
derecha alemán, ‘Alternativa para Alemania’ (AfD) y en 2014 lograron obtener el 7%
de votos y siete eurodiputados. En efecto, España se consolidaba como una
excepcionalidad europea donde la extrema derecha había sido neutralizada pues la
indignación ciudadana había sido articulada por una fuerza política progresista y no
ultraderechista.

Mientras que para las extremas derechas europeas el adversario era/es Bruselas, para
Podemos no lo era/es en términos de sujeto, sino de políticas. El dedo acusador de la
formación morada se dirigía a las políticas antisociales y austeritarias de una Europa
que había renunciado a priorizar las urgencias de la gente y había optado por defender a
los grandes poderes. Un discurso que en España logró muchos adeptos y que, aún a día
de hoy con el discurso de la resignación colándose por las esquinas, sigue siendo tan
vigente como aceptado.

Pero, el 2 de diciembre, en las elecciones andaluzas (la Comunidad Autónoma más


grande de España), esa excepcionalidad de la que sentirse orgullosos dio un vuelco.
VOX, la fuerza de extrema derecha española logró entrar en las instituciones gracias a
las derechas del Partido Popular y Ciudadanos, que se sentaron con ellos a la mesa
haciendo algo que en Europa no habíamos visto antes: blanquear a la extrema derecha
como actor político ¿Por qué cometerían tal irresponsabilidad? Porque, en realidad, no
son tan distintos. Y esta no es una afirmación retórica.

Ultraderecha: ¿amenaza o consecuencia?

He iniciado este artículo con una cita de Bertolt Brecht que apunta a la inutilidad de
denunciar al fascismo si se deja de lado el caldo de cultivo del que surge. Cuando
hablamos de la serpiente y el huevo de la serpiente nos referimos a esto: La extrema
derecha no es otra cosa que la cría (el resultado) de un sistema en crisis cuyo colapso le
permite tanto surgir como crecer y articular, finalmente, el enfado y la indignación de
sociedades que se han visto profundamente golpeadas por causas que la extrema
derecha no pretender resolver. Esta es la clave. Del mismo modo que Podemos logró
articular las indignaciones legítimas de aquel 15M con un discurso impugnador del
sistema, la extrema derecha española lo hace, pero desde la defensa de un retroceso en
derechos y libertades y, sobre todo, exaltando el discurso de odio sin apuntar al
verdadero causante de la crisis.

Las extremas derechas son consecuencia de las políticas de austeridad implantadas en la


Unión Europea y que han relegado a las mayorías sociales a la supervivencia y han
acabado con los estados de bienestar. La “receta” europeísta tuvo un marcado carácter
neoliberal que quebró los servicios públicos, rompió los pactos sociales y terminó por
dejar desamparada a una ciudadanía que, a fuerza de sobrevivir a este impacto, rechaza
legítimamente que le arrebataran sus derechos y su futuro. Las políticas de recortes y
austeridad son, por tanto, la serpiente que dio como nacimiento al “monstruo” de la
extrema derecha. Pero este huevo de la serpiente, se convertirá, necesariamente, en
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serpiente. Entonces ¿fuera del voto de enfado, qué proyecto alternativo propone la
extrema derecha? Ninguno.

Centrémonos en el caso español pues la evidencia habla por sí sola. En las recientes
elecciones andaluzas, VOX logró entrar al Parlamento andaluz con 12 escaños que le
permitieron definir el rumbo del próximo gobierno en esta Comunidad Autónoma.
Gracias al blanqueo del PP y Cs, dispuestos a lo que fuera por llegar al Gobierno -
incluido pactar con la ultraderecha- lograron imponer puntos de su agenda y utilizar este
escenario como anticipo de lo que en abril podríamos ver si llegan al Congreso de los
Diputados. Pero basta mirar con un mínimo detenimiento el pacto de las tres derechas
en Andalucía para notar que si bien el voto de enfado está representado en estos doce
escaños ultras, no existe una diferencia programática sustancial entre las tres
formaciones.

Las evidencias más elocuentes son el acuerdo para bajar impuestos a quienes más poder
adquisitivo y patrimonio tienen, defender la liberalización del suelo y la privatización
las pensiones, la sanidad y la educación. El modelo económico no difiere ni en una
coma. Las diferencias son, si acaso, matices en la intensidad conservadora de las
batallas sobre derechos civiles (matrimonio homosexual, aborto, libertad de expresión,
etc.), pero poco más. El huevo se hizo serpiente y la serpiente hizo lo mismo: apostar
por ajustar el cinturón a quienes menos tienen, beneficiar a los grandes poderes
económicos, apostar por los recortes de derechos (en lo laboral, en lo social, en lo
político) y, en suma, dejar tranquilos los bolsillos de los poderosos. Dicho de otro
modo, cambiar nada, garantizando así su subsistencia.

VOX saca réditos de la exaltación entre los más golpeados por las políticas que ellos
mismos defienden. Movilizan a los más perjudicados por el abandono del Estado, por el
quiebre del pacto social de los estados de bienestar y lo hacen sin apuntar a los
verdaderos responsables de la crisis. Si a ello añadimos una “identidad nacional”
repotenciada a partir del conflicto catalán, tenemos una pulsión nacionalista que
constituye el lazo final en este empaquetado de variables útiles para que un discurso
ultra se cuele por la puerta. Por ello es que la frase de Brecht resulta tan clarificadora.
Porque el discurso de enfrentamiento entre el penúltimo contra el último, la exaltación
de xenofobia, el nacionalismo exacerbado, el miedo al extranjero (al diferente), etc. es
antes una estrategia que una ideología. Pero, a la hora de la hora, no tardan en ponerse
de acuerdo sobre los grandes temas de fondo con sus pares del aquí llamado
“trifachito”.

Si algo queda claro de la experiencia española -y europea- es que a la extrema derecha


sólo puede combatírsela sabiendo apuntar al verdadero adversario y, por tanto,
defendiendo un cambio real de políticas económicas y públicas que vuelvan a poner los
intereses, demandas y urgencias de las mayorías en primera línea. Poniendo fin a las
políticas de austeridad, a la precariedad que ellas generan, a los recortes, a la
supervivencia como norma y volviendo a dar poder y protagonismo a las mayorías
sociales que ha construido los países europeos. No basta, me temo, con llamarlos
“fascistas” al margen de que lo sean.

Termino esta columna de reflexiones con una frase del analista político y compañero
Manolo Monereo: “La crisis es el momento en el que la diferencia entre la audacia y la
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mediocridad es saber apelar a un pueblo y decirle: ‘Estos son tus enemigos’”. Una frase
que sirve para la España que no quiere dejar de ser muro de contención contra la
extrema derecha y, claro, para un Perú que siendo vecino de Bolsonaro podría tener -
esperemos que no- que verse en la necesidad de saber apuntar también a los verdaderos
enemigos.

México y la cuarta transformación de López Obrador


Eduardo Bueno León
Sociólogo y politólogo peruano. Catedrático y consultor

4T: Modelo para armar

Andrés Manuel López Obrador definió a su naciente gobierno como la ambiciosa y


proteica, “Cuarta Transformación” en la historia de México. Las anteriores
transformaciones fueron la independencia (1810-1821), la reforma liberal (1855-1861) y
la revolución (1910). ¿Qué tienen en común estas etapas de la historia mexicana?

La refundación del estado y nuevos contratos sociales que se expresaron en sendas


constituciones republicanas, liberales y sociales. Se propone una continuidad del
proceso histórico camino a la modernidad, con un gobierno que recupere la legitimidad
del Estado por su función social.

Una transformación crítica del neoliberalismo, la corrupción y el elitismo que han


caracterizado a México en las últimas décadas. Y un actor principal integrado por el
pueblo excluido de los beneficios de la modernización, tal como ha sido diagnosticado y
denunciado por la izquierda mexicana desde los años ochenta del siglo pasado. No es
una revolución bolivariana o populismo burocrático-petrolero o alguna forma de
socialismo. Ni siquiera se puede decir que sea un proyecto socialdemócrata. Es un
gobierno de nacionalismo moderno, ético, democrático y anti elitista anticorrupción.

Tampoco es un regreso a la retórica izquierdista-nacionalista de los gobiernos pos


revolucionarios de los años 30, 50 y 70. Lo que existe es una firme voluntad política
decisoria, no la rendición ante el modelo globalizador neoliberal que caracterizó a los
gobiernos de la alternancia (2000-2018). Algunos con poca fortuna han hablado de
“desarrollismo tardío”, haciendo alusión a la etapa de los gobiernos de izquierda en la
región que comenzó con la elección de Hugo Chávez como Presidente de Venezuela en
1999.

Lo cierto es que la Cuarta Transformación va tomando cuerpo con las decisiones


polémicas del Presidente y el desconcierto de los grupos económicos y políticos que han
controlado al estado. Son propuestas ofrecidas en la campaña electoral por la cual
votaron el 53.4% de los mexicanos y precisadas en la etapa de transición entre julio y
diciembre del 2018, con información más directa de la administración pública saliente.

Es un modelo que se va armando, durante los primeros meses de la gestión de AMLO,


en base a cuatro prioridades: La recuperación de la autonomía estatal y el retiro de los
poderes fácticos que indebidamente influyeron en las decisiones de gobierno. La
70

recuperación de la participación ciudadana bajo discutibles esquemas de consulta, pero


que han devuelto protagonismo cívico a ciudadanos sometidos a la política delegativa
por los gobiernos de la alternancia.

También, una rigurosa e implacable política de austeridad, que AMLO define como
republicana y juarista. Algo que ha exhibido en su obscena opulencia con dinero
público a sus antecesores del PAN y el PRI, principalmente Fox y Peña Nieto. Y
extensivos programas públicos de diverso tipo, también llamados “de bienestar”,
orientado a los jóvenes, madres de familia y tercera edad.

Esas son sus prioridades más visibles, que van dando forma al modelo de gobierno de
AMLO.

Con un ritmo más lento marcha la implementación de la Guardia Nacional –muy


militarizada-, aprobada por el Congreso de la República para enfrentar la inseguridad y
la violencia citadina, así como la lucha anticorrupción con denuncias públicas pero sin
casos concretos judicializados. Un nuevo esquema concentrado de ejercicio del gasto
federal en los estados, que ha sido impugnado por varios gobernadores, busca quebrar la
relación entre obras públicas/empresarios y políticos. Y un plan de construcción masiva
de universidades estatales en los municipios más rezagados de la república orientados a
incorporar a los jóvenes que egresan de las secundarias y preparatorias, proclives a la
deserción y la marginalidad social.

Esos son los ejes principales de la política pública Lopezobradorista orientados a


rediseñar la administración federal, eliminando la intermediación y gestoría
corporativas, promoviendo la cohesión social universalizando los servicios públicos.

En política exterior López Obrador y su Canciller Marcelo Ebrard, han revitalizado la


doctrina Estrada de “no intervención” en los asuntos internos de otros países,
distanciándose de la agresiva política norteamericana bajo Donald Trump y el “Grupo
de Lima” contra Venezuela. Se ha promovido, un mecanismo de mediación con
Uruguay y la observación de algunos países europeos para una solución política a la
crisis. La “no intervención” implica el pleno respeto a la legalidad internacional y los
buenos oficios para mediar en crisis regionales, si es solicitado por otros países. Hay un
evidente giro pro América Latina por parte del gobierno mexicano.

No hay un proyecto constituyente inmediato, sino una clara propuesta de renovación y


reorientación de las administraciones públicas e instituciones republicanas existentes.

Neoliberalismo y migración ¿fin de un ciclo?

López Obrador en su discurso de asunción del mando presidencial, realizó una muy
fuerte crítica y deslinde histórico con el neoliberalismo mexicano. Sin embargo, en
otros momentos de su vida política, llegó a declarar que su objetivo era eliminar “las
alas más ríspidas del modelo”, pero no el modelo. Y según parece, pese a su crítica del 1
de diciembre, esa es su línea y quiere gestionar el modelo con otra lógica, otros actores
y otras prioridades ya señaladas. Es un gran reto, pues en México las prioridades
estratégicas las ha establecido el mercado y el sistema financiero global. La política
constitucional sucumbió a la economía globalizadora.
71

El modelo económico neoliberal mexicano se implementó con el ex Presidente Salinas


de Gortari (privatizaciones, libre comercio, desregulación). De hecho comenzó con el
gobierno de Miguel de la Madrid (1982-88) y ello generó la división del PRI, con la
formación del Frente Cardenista y posteriormente el PRD liderados por el Ing.
Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. El nacionalismo histórico y
constitucional creó un nuevo espacio fuera del PRI demandando democracia efectiva.
Los modernizadores neoliberales reformaron la economía, pero mantuvieron el régimen
autoritario ofreciendo una larga transición hacia la democracia.

El modelo neoliberal impugnado por la izquierda mexicana cambió la matriz productiva


del país, orientandolo a la exportación, pero generó un costo social dramático,
arrastrando sin solucionar, problemas económicos estructurales como la falta de
diversificación exportadora y el quiebre de las cadenas internas de valor por redes de
proveedores limitados por las exigencias del Tratado de Libre comercio con los EEUU.

Se generó un crecimiento mediocre e insuficiente por debajo de las necesidades de


México, un promedio de 2.5% anual cuando el país requiere crecer entre 4-6% anual. La
pobreza se estancó y se ubica en el 43.6%, mientras el 56% de los mexicanos no tiene
acceso a la seguridad social. La informalidad laboral alcanza al 60% de la PEA. La
pérdida del poder adquisitivo salarial en relación a los años noventa se ubica entre el
70%-80%. El neoliberalismo solo benefició a franjas sociales del sector moderno
urbano y de la agro exportación altamente mecanizados.

El modelo se ha basado en los bajos salarios transformando “las ventajas comparativas”


salariales en un requerimiento básico permanente asociado a la productividad laboral.
No se ha producido ningún gran salto tecnológico al estilo asiático ni se han cumplido
las expectativas de alto crecimiento ofrecidas por los economistas neoliberales de la
alternancia, la mayoría especialistas en finanzas y no en desarrollo industrial.

Pero salvo la industria automotriz, textiles y componentes domésticos, más algunas


ramas de la agro exportación no se ha podido avanzar en la consolidación de un modelo
industrial integrador de cadenas, competitivo en su innovación y diversificado. Los
principales ingresos de México han seguido dependiendo del petróleo, y el mercado
interno se ha dinamizado con las obras de infraestructura y un incremento sustantivo de
la conectividad. La crisis global del 2008 reintrodujo en México las políticas anticíclicas
de tipo keynesiano, no sacrificando el consumo como lo hizo Zedillo entre 1995-96.

El país tiene una gran dependencia y vulnerabilidad en su relación con la economía de


los EEUU y la ola trumpista bajo el lema “Estados Unidos, primero” ha estado a punto
de cancelar el NAFTA.1. El T-MEC (NAFTA.2) es una tabla de sobrevivencia que ha
golpeado las ventajas estratégicas de México en sus industrias mejor posicionadas,
estableciendo un candado contra China, pese al aumento del comercio entre México y el
país asiático.

No en balde el Presidente de los Estados Unidos ha amenazado a México con poner


aranceles violando el tratado y las normas de la OMC, o con un cierre de fronteras, si no
frena la inmigración. Desea convertir a México en el guardián de su frontera. Firmar un
tratado y luego pisotearlo es una muestra de doble juego. Trump necesita presentarse a
la reelección con una agenda de ofrecimientos cumplidos. El nuevo gobierno mexicano,
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evita el conflicto y trata de colocar el tema en el espacio de la negociación,


desvinculando el comercio de la migración, pero el gobierno estadounidense sigue
presionando, bloqueando algunos accesos en la frontera, perjudicando el envío de
mercancías a los EEUU. Es una abierta agresión.

México ha cuidado siempre su relación con Centroamérica y el Caribe, principalmente


Cuba. Y aunque los presidentes mexicanos han incumplido sus ofrecimientos de
desarrollo compartido con el istmo, no se ha cerrado la frontera sur. Informalmente, las
mafias y carteles han desatado el terror con los migrantes centroamericanos violando los
DDHH y eso ha funcionado como elemento disuasivo. Coadyuva a ello, el hecho que en
la última década el flujo migratorio cambió su identidad. El 85% de la migración hacia
los EEUU es centroamericana y de otros países, la cual atraviesa México. Solo el 15%
es migración mexicana.

El último año del gobierno de Peña Nieto y la etapa de transición para la instalación del
nuevo gobierno, fue aprovechada por Trump para descafeinar el tratado de libre
comercio, y para vincularlo a la migración. En paralelo, los sindicatos norteamericanos
y el ala liberal de los demócratas en el congreso, advirtieron que si no se aprobaban
reformas laborales en México (democracia, libertad sindical, flexibilidad en negociación
salarial) el tratado no sería confirmado en el congreso. Morena el partido de López
Obrador que cuenta con mayoría en las cámaras, apuró el paso. Los empresarios,
beneficiados históricamente con los bajos salarios de los trabajadores, han guardado
silencio y algunos gremios han criticado la llamada reforma laboral.

¿Podrá el México de López Obrador desvincular el tema migratorio del T-MEC ?


¿Podrá reformar progresivamente el modelo neoliberal que ya cumple casi tres
décadas?. AMLO ofreció y aparentemente hubo acuerdo con el equipo de Trump, para
impulsar un programa de inversiones (10,000 millones de dólares) que incluyera el
sureste mexicano y Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Pero Trump a base
de Twitter lo ignora. El Presidente republicano cree que México le debe a EEUU su
desarrollo y crecimiento. Y que México socava a los EEUU con los carteles, la
migración ilegal y el tratado comercial. No ha modificado su actitud anti mexicana poco
informada y muy tergiversada. Y ha dado plazo de un año para que México “haga la
tarea” de lo contrario, habrá cierre fronterizo y aranceles.

La migración empero tiene una dimensión que Trump no puede ignorar. El peso de los
gobernadores del sur estadounidense, principalmente Texas y California. Un cierre
fronterizo puede provocar una crisis económica en los condados del sur y en la agro
industria californiana que será de su responsabilidad en los prolegómenos de la etapa
electoral.

El equipo de AMLO no tiene control sobre estos escenarios, salvo la resistencia de no


hacer de guardián de los EEUU en la frontera sur. Las inversiones mexicanas en
Centroamérica son importantes. Son mercados reducidos, pero ganados. Sin embargo, la
violencia contra los migrantes en territorio mexicano está socavando la imagen de
México entre sus habitantes.

En el tema migratorio, es claro que todavía no termina de armarse un modelo de política


pública que integre todos los escenarios reales y factores visibles. O México cuida sus
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intereses fronterizos y comerciales más redituables y se descuelga de Centroamérica


(presión del empresariado mexicano exportador) o reafirma su liderazgo con
Centroamérica dándole racionalidad a la migración y negociando hasta el cansancio con
el equipo trumpista. Por lo pronto, el presidente mexicano anunció el año pasado que
estaba dispuesto a recibir migrantes centroamericanos para la construcción del Tren
Maya y la reforestación en el sureste mexicano (un millón de hectáreas). Dos programas
bandera del gobierno.

El Presidente López Obrador da conferencias de prensa matinales coloquiales, viaja en


vuelos comerciales, ha renunciado a vivir en Los Pinos, complejo habitacional de lujo
donde despachaban y vivían los presidentes mexicanos. Ha rematado y vendido todo lo
innecesario y suntuoso. Trata de emular a Benito Juárez en la práctica de los valores
republicanos más sólidos de México y su estilo austero y sencillo se asemeja bastante al
de Pepe Mujica el ex presidente uruguayo. Su falta de solemnidad y protocolo, sus
silencios cuando habla y su apelación al pueblo, sus señalamientos a la corrupción y la
situación que ha heredado, no gusta a la alta clase media ni a la clase política, sin
embargo, su popularidad rebasa el 83%.

La Cuarta transformación, está en sus inicios. Hay un evidente cambio de estilo. AMLO
podría dejar el gobierno en el 2024 sentando las bases estatales para un funcionamiento
público sin corporativismo, sin corrupción y con una dimensión social recuperada.
Puede avanzar en la reforma del modelo económico, cuyo objetivo final no solo es el
crecimiento sino la reducción de la desigualdad en México, uno de los más altos del
orbe occidental, al igual que Brasil.

A su izquierda tendrá al EZLN presionando y desafiando algunas de sus decisiones. A


la derecha, un sector empresarial lastimado con la cancelación del aeropuerto de
Texcoco y dispuesto a declararle la guerra si les coloca impuestos. Y en el sistema de
partidos, actores y organizaciones en proceso de reorganización tras la abultada derrota
del 2018, que realmente implicó un voto de castigo generalizado. La Cuarta
Transformación es un ciclo abierto, recién inaugurado, si hay consolidación, Morena
puede repetir con otro liderazgo. La no reelección presidencial se respeta.

Lévano, un amante de la verdad


Ángel Páez
Fundador y jefe de la Unidad de Investigación de La República, miembro del Consorcio
Internacional de Periodistas de Investigación. Profesor de periodismo en San Marcos y UPC.

"Si los trabajadores o pobres son violentos, son noticia; si los trabajados o pobres son
pacíficos, no son noticia", escribió Upton Sinclair en La ficha de bronce (1919), un libro
dedicado a destripar la hipocresía de la prensa estadounidense de la época. "Es el libro
más peligroso que he escrito en mi vida", diría Sinclair, lo que explica por qué nadie
quiso publicarlo, así que el autor tuvo que financiarlo con su bolsillo. Entonces Sinclair
era un reconocido y respetado reportero izquierdista, no trabajaba para ningún diario de
importancia nacional sino en revistas de oposición. No obstante, el presidente Theodore
Roosevelt le contestaba el teléfono y lo recibía en su despacho. Sinclair se hizo notorio
en 1905 cuando el semanario socialista Apelando a la razón publicó una serie de
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reportajes sobre las malas condiciones en las que se empaquetaba carne y los
trabajadores eran sometidos a jornadas inhumanas. Al periodista no se lo contaron, fue
testigo: se convirtió en obrero y se infiltró en las fábricas. Las revelaciones tuvieron
tanto impacto que Roosevelt ordenó verificar si lo que había publicado Sinclair era
cierto, de lo contrario lo enviaría a la cárcel. Resultó que todo era verdadero.

"Upton Sinclair era un amante de la verdad", nos decía el profesor César Lévano en sus
clases de periodismo en San Marcos: "Y cuando un periodista es amante de la verdad
siempre buscará justicia", apuntaba mientras nos leía La ficha de bronce. Lévano era un
amante de la verdad, y los que fuímos inculcados con ese principio rector, sabemos que
él en su vida profesional lo aplicaba. Cada quien es libre de profesar una ideología,
religión o cualquier creencia, pero si se dedica al periodismo debe ser un amante de la
verdad. Así se gana el respeto, como Sinclair, decía Lévano. Me consta, no solo porque
fui alumno de varias de sus asignaturas, sino también porque tuve la fortuna de trabajar
con él. Era una maestro inigualable tanto en el aula como en la sala de redacción, así
como en la cancha periodística.

Cuando Víctor Raúl Haya de la Torre aceptó que César Lévano lo entrevistara junto con
César Hildebrandt para la revista Caretas en 1971, el fundador del Apra sabía
perfectamente que el reportero que cojeaba debido a un accidente de tránsito, era un
comunista, un enemigo jurado del aprismo, y viceversa. Sinclair también era un
comunista, pero Roosevelt se quitaba el sombrero. Turbado por las incómodas
preguntas políticas de Hildebrandt, Haya estaba por dar por terminada la entrevista,
hasta que Lévano apeló a los recuerdos del fundador del aprismo. Por ejemplo, su
amistad con César Vallejo. "¿No querrá que esos maravillosos episodios queden en el
olvido?", Lévano le dijo a Haya tocándole el ego. La entrevista continuó, incluso Haya
recitó un poema de Lope de Vega.

Archivo La República

Lector voraz, en una época en que no había Internet y la correspondencia llegaba con la
velocidad de un caracol que da la vuelta al mundo, Lévano siempre se las ingeniaba
para leer las ediciones recientes de Der Spiegel, Le Monde, New Yorker, y diferentes
publicaciones en ruso. Y compartía sus hallazgos, como el gran reportaje del alemán
Günther Wallraff, quien se infiltró como reportero del diario sensacionalista Bild para
demostrar que los reporteros fabricaban las noticias. Algo muy parecido a lo que hacía
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la superestrella de la revista Der Spiegel, Claas Relotius, recientemente desenmascarado


por otro colega. Relotius se había ganado numerosos premios con reportajes que eran
una mezcla de verdad y ficción. Si algo detestaba Lévano más en el mundo, era la
mentira. No importaba si el autor era de izquierda o derecha.

En plena Guerra Fría nos enseñaba cómo desde ambos lados se manipulaba la
información con fines ideológicos. Nos dio a leer El conocimiento inútil, de Jean-
Françoise Revel, una furibunda crítica al periodismo de izquierda, y Los guardianes de
la libertad, de Noam Chomsky, una exposición de las mentiras de la gran prensa
estadounidense sobre el mundo socialista. "En una guerra, debemos escuchar a las dos
partes, porque en un conflicto la primera víctima es la verdad", nos decía, citándonos la
famosa frase del senador norteamericano Hiram Johnson.

Recordaba que dos reporteros de distinto punto de vista, el australiano Wilfred Burchett
y el estadounidense John Hersey, arriesgaron sus vidas para romper el bloqueo a la
prensa del ejército norteamericano alrededor de la devastada Hiroshima para informar
sobre el costo humano de la primera bomba atómica lanzada sobre civiles. "Reportar
con la verdad es uno de los oficios más difíciles del mundo y solo se aprende con la
práctica", decía Lévano.

Archivo La República

Dictó clases en tiempos de plomo. No pocas veces rechazó a los senderistas que
pretendían interrumpir las clases, y cuando cerraban la Ciudad Universitaria, dictaba en
su casa del Rímac, modestísima e inundada de libros, revistas, periódicos y discos long
plays de su música favorita, desde ópera hasta jazz, pasando por criollismo y folclórica.
Todo estaba dispuesto en un orden caótico que solo Lévano entendía. Los apagones,
bombazos y tiros eran cosa de todos los días durante el conflicto. "¡Pónganse a leer!",
les decía en su cara a los terroristas cuando pretendían silenciarlo. No pocas veces
recibió amenazas. "Ellos no quieren gobernar un país, ellos quieren gobernar un
cementerio", nos decía: "La revolución es luz, no oscuridad".

"¿Qué técnica periodística es la que más recomienda?", preguntó un asistente a una de


sus últimas conferencias.
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"La modestia", respondió.

El auditorio se inundó en murmullos.

"Estoy hablando en serio. Los periodistas no somos superiores a nadie", arguyó: "No es
cierto que el periodismo es el oficio más peligroso del mundo porque arriesgamos más
que nadie nuestras vidas. Es peligroso porque si publicamos mentiras, dañaríamos a
muchas personas".

El auditorio estalló en aplausos.

El Perú de Julio Cotler


(Julio Cotler, 1932-2019)
José Luis Rénique
Historiador por la PUCP y la Universidad de Columbia. Profesor del Centro de Graduados de la
Universidad de la Ciudad de Nueva York

“En primer lugar déjame decirte que yo no clientelizo a nadie” me dijo Julio Cotler a
fines de 1979 el día en que me iniciaba como su asistente. Con los años me daría cuenta
del significado que -más allá del contexto inmediato- podía tener esa declaración.

En 1966, de retorno a Lima tras casi una década en el exterior, Cotler había publicado
un ensayo --“La mecánica de la dominación interna y del cambio social”— en que
exploraba las posibles vías de transformación de la sociedad rural a raíz de las
transformaciones en curso. Era, en términos de su propia agenda, el esquema de una
investigación de largo aliento a la que pensaba dedicar los años por venir. Razones
político-académicas, sin embargo, alterarían sus planes.

Me refiero a su participación en el debate sobre las reformas velasquistas y la insólita


deportación que de ello provino, la cual le ocasionaría un verdadero “terremoto”
existencial. De ahí que dijese que, el objetivo de “Clases, Estado y Nación en el Perú”
(CENP) –el libro concebido en su exilio mexicano— no era otro que “encontrar un
camino para dejar de ser forastero en este país”. A los dilemas de su procedencia aludía
así. No solo a su condición de primer hijo nacido en el Perú de una familia judía
procedente de Besarabia (actual República de Moldova) sino a la drástica ruptura con su
comunidad siendo un adolescente aún. A la luz de este agitado trasfondo, el curso
señalado por “la mecánica de la dominación interna y del cambio social” le pareció
insuficiente –una mirada externa y básicamente teórica-- frente a los temas que debía
tocar si aspiraba a mirar al país como un verdadero insider.
77

Archivo Quehacer

Si en Arguedas –con cuyo afán de no ser “forastero en este país donde hemos nacido”
Cotler se identificaba plenamente—el desdén de la tradición andina, el suyo era la
persistencia del fundamento étnico sobre el cual se había erigido la sociedad colonial.
La persistencia, vale decir, de “criterios étnicos y racistas para calificar a las personas
(sustento del comportamiento soberbio y prepotente de los poderosos y “la mezcla de
ira y humildad de los subordinados”), la “propensión autoritaria” de los dominantes y
las relaciones clientelistas que estos establecen con quienes los rodean. En busca de los
caminos de la reproducción de la “herencia colonial” al siglo XVI se remontaría Cotler
en CENP. Redondeando así un planteamiento que, frente al nacionalismo republicano
tradicional, abría nuevas perspectivas para pensar el Perú: la idea de un país que se
modernizaba sin poder saldar cuentas con su pasado colonial, quedando confinado así a
un permanente estado coloidal.

A mediados de los años 70, en el punto medio de su larga vida, Cotler hizo un pacto
consigo mismo: sería peruano por voluntad, un ciudadano pleno en un país en que
prevalecía aquello que Manuel González Prada describió como “el pacto infame de
hablar a media voz”. En ese momento de su vida fue que comencé a trabajar con él.
Tenía unos 46 años. Creía aún –como expresó en una entrevista con César Hildebrandt
en 1979—que, ante el riesgo de una dictadura “como nunca antes hemos conocido”, la
izquierda era la llamada a “rescatar la democracia” y elaborar una “alternativa orgánica”
para el Perú; a condición, por cierto, de que entendiera que el Perú no era Francia o
Inglaterra”. En esa misma entrevista, preguntado si no admiraba la “eficacia” de un
Stalin, Cotler respondería que le parecía “profundamente cínico” pensar que la política
fuese “el arte de lo posible” que creía, más bien, que la política consistía “en hacer
posible lo necesario”.

En la incertidumbre de los 80, su opinión sería cada vez más demandada; haciéndose
imprescindible durante los aciagos años 90 en que –como diría Martín Tanaka— Cotler
se convertiría “en una suerte de conciencia moral” del país. Durante los 90, asimismo,
se propuso sumar a liberales e izquierdistas en la lucha por la democracia.
Reconociendo la futilidad de su intento emprendió entonces –como González Prada un
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siglo atrás—un “apostolado solitario”. No le gustaba dar entrevistas, pero mayor era su
afán por interpelar y esclarecer. A unos les asustaba su “pesimismo”; otros lo veían
como un verdadero “oráculo”. A veces –confesaba—es la rabia que me provoca la
irresponsabilidad, el cinismo, la incultura, lo que me motiva a hablar. El “forastero” de
los 70, para ese entonces, había culminado el ciclo iniciado con su deportación. Por el
significado de “Clases, Estado y Nación” en esa transición pregunté a Cotler en octubre
de 2018. “Me hizo ser consciente de cuáles eran los problemas del país y cuáles eran
mis problemas frente a esos problemas…” Seguiría hablando y criticando hasta que su
condición se lo impidió. Con el mismo tesón luchó contra la enfermedad. Hasta que
tuvo que irse, dejándonos el ejemplo de su honestidad intelectual y su enorme voluntad
crítica.

Gracias por la esfera de la vida


Sobre Gonzalo Portocarrero (1949-2019)
Rocío Silva Santisteban
Escritora, docente y periodista

Gonzalo Portocarrero siempre pronunciaba una frase, creo inspirada en Habermas que, a
mi parecer, alumbró con su simple contundencia su trayectoria: “la esfera de la vida”.
Se la escuché por primera vez en el año 1997 cuando tuve la suerte de ser su alumna en
un curso del diploma de género de la Pontificia Universidad Católica. Por supuesto que
mucho antes había leído sus libros y artículos, sobre todo los que publicaba en la
Revista Márgenes: precisamente mi trabajo final de su curso lo publicó en el N.8 de la
revista. Era un análisis sobre las tensiones entre la modernidad y lo criollo en la poesía
de Blanca Varela. Esa publicación fue la primera de una serie de generosidades que
tendría conmigo y con mi trabajo intelectual.

No me equivoco si priorizo esa generosidad con la producción de jóvenes y no tan


jóvenes discípulos y no discípulos de Gonzalo Portocarrero para caracterizar uno de sus
rasgos fundamentales. No es nada fácil encontrar a un académico generoso, que deje de
lado sus propios discursos para escuchar al otro, para interesarse por las investigaciones
y temas que nos interesaban a los demás, por abrirnos las puertas de su casa a la
conversación y a las discusiones académicas, para gestionar la publicación de los
artículos y libros de sus estudiantes, para conversar con paciencia sobre nuestros
temores, nuestros miedos, nuestras ansias por un Perú en crisis o por la falta de espacios
para ejercer la labor intelectual.

No olvidaré nunca la cantidad de veces que nos reunimos en el Café21 de la avenida


Pardo con Santiago López Maguiña y con Vïctor Vich cuando preparábamos el
seminario, y posteriormente, el libro “Estudios culturales: discursos, poderes, pulsiones”
(2000), ni tampoco aquella noche que los invité a él y a Patricia Ruiz Bravo, su esposa y
compañera, a mi departamentito de San Miguel a cenar unos frugales spaghettis. La
verdad que me sentí un poco incómoda de tener a “Gonzalo Portocarrero” en mi casita,
llena de libros y casi sin asientos, pero su calidez y la siempre simpatía y alegría de
Patricia, nos permitieron hacer buenas migas y una amistad que valoro muchísimo. En
esos años, con tantas dificultades económicas, los espacios que Gonzalo Portocarrero
79

abría para conversar sobre el racismo, sobre el género, sobre las masculinidades o sobre
José María Arguedas, hicieron la diferencia.

En ese curso de Literatura y sociedad que llevé, él nos ayudó y enseñó a explorar el
mundo criollo, lo que implicaban las tensiones múltiples que se dan dentro de sus
sensibilidades, y precisamente unos años después Gonzalo publicó uno de sus libros
mayores: "Rostros criollos del mal". Entender lo que había sucedido con la altísima
corrupción realizada por Vladimiro Montesinos y poder hacer un análisis a largo plazo
de la sensibilidad criolla, de lo que implican sus profundos quiebres, sus intersticios.
Creo que las reflexiones de Gonzalo, que eran omnívoras, y él las acometía desde
distintos fueros del saber —por ejemplo, le encantaba la literatura— de tal manera que
nos incentivaba a la “in-disciplina disciplinada” para poder lanzarnos un paso más allá
de nuestras propias disciplinas-zonas-de-confort. Tuve la suerte de que Gonzalo me
apoyara en la publicación de mi tesis de doctorado —un híbrido entre el análisis del
discurso y la sociología—, que estuviera como comentarista en la presentación, y que en
ese mismo espacio, polemizara con mis propuestas, permitiéndome aclarar muchas de
sus esquinas invisibles.

El Premio Nacional de Cultura al que lo propusieron sus alumnos Tilsa Ponce y Felix
Lossio fue un justo reconocimiento al trabajo y creatividad que Gonzalo Portocarrero
ponía a todos los temas de ciencias sociales. Pero también un reconocimiento al
esfuerzo por la interdisciplinariedad de sus propuestas y por la búsqueda de aunar
esfuerzos con otros intelectuales. Por eso mismo, sus diversos y heterogéneos diálogos
con Tito Flores Galindo, Nelson Manrique, Guillermo Rochabrún, Santiago López
Maguiña, Fanni Muñoz, Jorge Bracamonte y con otros más jóvenes como Victor Vich
—con quien abrió la Maestría de Estudios Culturales— o Juan Carlos Ubilluz. Gonzalo
Portocarrero mantenía demás un seminario permanente con lecturas profundas de textos
imprescindibles como la “Nueva Coronica y buen gobierno” de Guamán Poma o
"Dioses y hombre de Huarochirí". Ese seminario permanente asumió el nombre de Los
zorros precisamente después de los innumerables debates sobre las novelas y textos de
Arguedas.

En los últimos tiempos discutimos un poco sobre nuestras posiciones en torno a la


izquierda: siempre con respeto y cariño, pero con firmeza, yo le comenté que en uno de
sus artículos de El Comercio él estaba repitiendo todos los clichés de las izquierdas,
desde Stalin hasta Cuba, y que en las reuniones y acuerpamientos de las izquierdas
durante los últimos años encontraba más participación de jóvenes de distintos ámbitos,
de mujeres indígenas, de activistas derechohumanistas. Gonzalo me contestó lo
siguiente: “Yo me considero una persona de izquierda, pero me parece que la batalla es
por la hegemonía. Por producir una nueva cultura y subjetividad. Temas como la
ecología, el rechazo al consumismo, la crítica a una vida centrada en el trabajo, la
promoción de la solidaridad, la crítica a la cultura del espectáculo, son básicos en la
nueva agenda de la izquierda. Junto, desde luego, con los antiguos temas, que conservan
enteramente, su vigencia: la defensa del débil, el logro de conquistas sociales, etc. Pero
ya no con la idea de hostilizar la inversión como principio de política”.

Hasta quemar el último cartucho, Gonzalo Portocarrero debatió y defendió sus ideas con
pasión y serenidad: una combinación extraña que, precisamente, lo convierten en un
personaje importante de la cultura peruana del siglo XXI. Sin ninguna duda Gonzalo
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Portocarrero fue un pensador sensible a las tensiones diversas de nuestro país y siempre
apostó por aceptarnos y luchar por la equidad, la justicia y la libertad.

Alan García (1949-2019)


Una historia marcada por la corrupción
Carlos Noriega
Periodista

Dueño de una poderosa y convincente oratoria, en 1985, con apenas 36 años, Alan
García se convirtió en el presidente más joven en la historia del país luego de ganar
ampliamente las elecciones como candidato del viejo Partido Aprista. Más de sesenta
años después de fundada el Apra, se convirtió en el primer aprista en alcanzar la
presidencia. Su juvenil y fogosa irrupción en la escena nacional se convirtió en un
fenómeno político. Cautivó multitudes, despertó esperanzas, pero no pasó mucho
tiempo para que llegara la decepción.

Tres años antes de su arribo a Palacio de Gobierno se había hecho con la dirección del
Partido Aprista, ganando la secretaría general. El aprismo atravesaba una grave crisis
luego de la muerte en 1979 de su fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre, una figura
que lo copaba todo en el partido. El aprismo estaba golpeado y debilitado por las
divisiones internas que siguieron a la desaparición del “jefe” al que sus seguidores
veneraban, acusaciones de vínculos con el narcotráfico y la derrota electoral en las
elecciones presidenciales de 1980.

En ese contexto de grave crisis partidaria, apareció un joven Alan García que supo
posicionarse como una esperanza de renovación y relanzamiento del viejo partido. Alan
triunfó en un Congreso clave y alcanzó la cumbre del partido, saltándose a un par de
generaciones de dirigentes partidarios. Luego vendría la Presidencia de la República. Y
con ella, la gloria de la victoria, el poder, pero también el fracaso y el inicio de una
historia marcada por el signo de la corrupción.

Alan García llegó a su primer gobierno con un discurso que prometía cambios. Inició su
gestión anunciando que limitaba el monto del pago de la deuda externa al diez por
ciento de las exportaciones. Después vino el intento de estatización de la banca. Fue una
decisión que no consultó con su partido, ni con los congresistas oficialistas que debían
defenderla, y que pareció más un exabrupto que una decisión pensada y sustentada en
principios ideológicos y en un plan económico. La sorpresiva medida fue aprobada en
Diputados, pero se cayó en el Senado. Fue un fracaso. Se disparó la crisis, económica,
social, de violencia política y de la moral del gobierno. Esa primera administración de
García estuvo marcada por la hiperinflación, los escándalos de corrupción, el
crecimiento de la subversión armada y las violaciones a los derechos humanos.

Terminado ese primer convulsionado gobierno vinieron las acusaciones contra García y
poco después su fuga del país pidiendo asilo en la embajada de Colombia. El golpe de
Alberto Fujimori, que capturó por asalto todas las instituciones, incluido el Poder
Judicial, le dio la cobertura necesaria para eludir a la Justicia alegando falta de garantías
para un juicio imparcial y persecución política. Después de pasar más de ocho años
81

entre Bogotá y París, volvió al Perú en enero de 2001 cuando los cargos por corrupción
en su contra habían prescrito. Y protagonizó un increíble retorno a la presidencia.

En 2001 pasó sorpresivamente a la segunda vuelta, pero perdió con Alejandro Toledo.
Su buen desempeño electoral, inesperado después del desastre que fue su gobierno,
reforzó el mito del poder de Alan para convencer multitudes. En 2006 le llegó la hora
del retorno. Con habilidad supo aprovechar las debilidades de Ollanta Humala y
explotar los miedos de la población. Triunfó con un voto impulsado en buena parte por
el temor, por el mal menor.

En su segundo gobierno dio un radical giro a la derecha. Convertido en un neoliberal,


gobernó en alianza con los sectores conservadores. Ese segundo gobierno también
estuvo marcado por denuncias de corrupción. En eso no hubo cambios con su primera
gestión. La coyuntura internacional lo favoreció y hubo crecimiento económico, pero
fue un crecimiento con exclusión, con las ganancias de las grandes empresas
multiplicándose y los salarios prácticamente estancados, un crecimiento basado en el
alto valor de las exportaciones de los minerales, pero desperdiciando la buena coyuntura
para impulsar políticas para un desarrollo que sea menos dependiente de los precios de
esas materias primas. Hubo alrededor de un centenar de muertos por la represión a las
protestas sociales, el “baguazo” fue el hecho más dramático.

Mesiánico y de un ego que desbordaba su voluminosa figura, García alguna vez llamó
“anticristos” a los que cuestionaban su gestión presidencial. “Fracasados”, “derrotados”,
eran otros epítetos que, con ese gesto de soberbia que lo caracterizaba, disparaba contra
sus críticos.

Al final de su segunda gestión presidencial se repitieron las acusaciones de corrupción,


como había ocurrido después de su primer gobierno. Estalló el escándalo de los
narcoindultos. Pero con muy buenos contactos en el sistema judicial, García, un experto
escapista de la Justicia, volvió a librarse de las acusaciones en su contra. Creció su fama
de intocable.

Pero su estrella política se había apagado. Ya no convencía, no atraía multitudes, por el


contrario, su desgastada figura despertaba rechazo. Su suerte de intocable comenzó a
cambiar con las revelaciones de la trama de corrupción de Odebrecht. Los sobornos por
el tren eléctrico, las adendas para sobrevalorar la carretera Interoceánica, comprometían
a su gobierno. Fueron apareciendo las evidencias que lo iban acorralando. Se reveló que
recibió pagos por una conferencia desde la caja que la constructora brasileña usaba para
pagar sobornos. Cayeron Miguel Atala y Luis Nava, los últimos muros antes de llegar
hasta García, y el ex presidente decidió matarse para eludir a la Justicia. Esta vez en
forma trágica y definitiva. Pero el disparo que terminó con su vida retumbó como una
confesión de culpa.

La espectacularidad dramática del suicidio como fuga final, fue el epílogo para el dos
veces presidente que se había convertido en símbolo de la corrupción y la impunidad.
Murió sin responder a los tribunales por los cargos en su contra, no solamente por
corrupción, sino también por violaciones a los derechos humanos, y como un político
repudiado por la inmensa mayoría del país, con un rechazo ciudadano que superaba el
80 por ciento.
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Despedir el siglo XX: Una conversación con Rafael


Dumett
Jorge Frisancho
Escritor y periodista

Luc Boltanski ha escrito que el género de la novela de espías, como el de la novela de


detectives, cobra sentido específico contra el telón de fondo de la primera modernidad
europea, la del capitalismo industrial surgido en el siglo XIX. Se trata, dice, de géneros
derivados de la novela social predominante en esa época y lugar, y son, como aquella,
eminentemente sociológicos. Su existencia requiere de una categoría que solo se hizo
autoevidente y pasó a formar parte de los sentidos comunes alrededor de 1850: la
categoría de sociedad, en relación a la cual se estructuran los argumentos característicos
de este tipo de narrativas y de la cual deriva su forma (la construcción de misterios,
dobleces, secretos y ocultamientos, y su resolución mediante el raciocinio). Por eso,
añade Boltanski, trasladar la novela de detectives o la de espías a locaciones “exóticas”
o a diferentes períodos históricos es un ejercicio anatópico y anacrónico (sus términos),
en la medida en que proyecta hacia esos lugares y eras una manera de imaginar la
experiencia humana cuyas determinaciones históricas y geográficas son claramente
distintas.
A esta astuta observación se le puede añadir, sin embargo, una atingencia. Vistas las
cosas desde uno de esos lugares quizás “exóticos” para la mirada del sociólogo francés,
donde las periodizaciones de la historia no se corresponden necesariamente con la suya
(por ejemplo, desde el Perú), lo que le da una valencia especial a ese tipo de narrativas,
o podría dársela, es precisamente el carácter dislocado de su trasvase. En virtud de tal
dislocación se hace posible atisbar, si no el trasfondo sociológico mencionado antes, sí
un trasfondo histórico: la convivencia de distintas temporalidades, distintas
imaginaciones y distintos modos de la razón en un territorio imaginado, o novelizado,
como totalidad.
Su convivencia o, en un sentido incluso literal, sus puntos de choque y malhadado
encuentro: este último es el caso de El espía del Inca, la novela de Rafael Dumett puesta
en circulación originalmente como libro electrónico en 2012 por LaMula Publicaciones,
y como libro impreso por Lluvia Editores en 2018. En esta monumental entrega —entre
varias otras cosas, un thriller de espionaje de primer orden— Dumett construye un
relato de los eventos de julio de 1533 en Cajamarca que es a la vez una vasta
panorámica política y social de su momento y lugar, y un afinado retrato psicológico de
sus personajes centrales, especialmente el espía del título y su gobernante, el cautivo
Atahualpa.
Escrita a lo largo de una década, sostenida en un proyecto riguroso de investigación
documental, El espía del Inca es, en mi opinión, un ejercicio de imaginación y empatía
narrativa poco común en la literatura peruana contemporánea. Es una apuesta decidida
por la ficción como modo de conocimiento de las historias y las personas. Para
conversar sobre estos y otros temas relacionados con su trabajo literario y sus nuevos
proyectos me reuní con Rafael Dumett a principios de abril, vía videochat, él desde su
casa en San Francisco, California, Estados Unidos y yo desde Lima. La que sigue es una
transcripción editada de nuestra charla.
Empecemos la conversación aproximándonos al texto específicamente como texto
literario, más allá de sus implicancias historiográficas o sus conexiones con los
83

debates nacionales. Estoy seguro que llegaremos a eso, pero, para comenzar,
¿cómo lo ves tú? ¿Cómo asumiste el trabajo de hacer esta novela en tanto que
novela?
Mira, lo que te puedo contar es algo que recuerdo de un curso de teoría literaria que
llevé en la universidad con Susana Reisz, hace ya muchos años… Una de las cosas que
Susana mencionó, y no sé si la estoy reproduciendo correctamente, es la noción de
materia. Hay materias literarias que uno reconoce de manera inmediata. Por ejemplo, te
digo el nombre “Merlín” y tú inmediatamente generas en tu cabeza un universo de
castillos, un universo medieval, el Rey Ricardo, todo ese mundo. Te digo “Sherezada” y
tú inmediatamente generas un universo de personas de Las Mil y una Noches, Sinbad el
marino, el Pachá, etcétera. Es todo un universo visual, imaginario… Pero nosotros no
tenemos realmente una materia incaica en ese sentido, y pensé que hacía falta, que había
que generar una materia así, una que permaneciera, penetrara y creara un imaginario de
lo incaico, porque realmente no lo tenemos, no de esa forma.
Me llama la atención que hables de nosotros al decir eso, que haya una persona
plural ahí…
Sí, bueno, por una parte es una tarea de la literatura, pero también, como yo lo veo, es
una contribución a la identidad, y esto lo digo desde un lugar muy personal. Mira, yo
toda mi vida yo he visto a mi padre tratando de reconocerse… Mi padre es de
Ayacucho, llegó a Lima a los 17 años y ha mantenido siempre una relación muy cercana
con su tierra. Yo lo veía y lo veo constantemente tratando de reconocerse en lo que ve, y
siempre fracasando… Entonces, digamos que fue algo muy consciente esto de intentar
crear una materia incaica no solamente en términos de hacer literatura, sino que además
fuera una contribución al Perú, en esos términos. La verdad es que no sé cómo decirlo
de otra forma. Todos esos universos de los que te hablaba, todos esos imaginarios, Las
mil y una noches y demás, son imaginarios ajenos. Realmente no tenemos un
imaginario nuestro a ese nivel, y esto, en términos de literatura, es bien concreto. No es
tanto hacer una contribución a la literatura, sino descubrir que la literatura puede ser
tuya. Pero al mismo tiempo, para crear ese efecto, para llegar lectores de Apurímac o de
Andahuaylas y que vean a estos personajes y se reconozcan, no basta con echar mano de
un asunto identitario. Hay que escribirlo de cierta manera para que apele directamente a
la gente.
Déjame jalar un poco el hilo de la técnica, eso de “escribir de cierta manera”. El
espía del Inca es una novela histórica en el sentido general, y también es una
novela de espías, lo cual la pone dentro un género muy específico, con parámetros
y formas propias, que sin duda utilizas. ¿Por qué pensaste en ese género en
particular? ¿Qué te llevó a trabajar tu materia en esos términos?
La verdad es que no lo pensé tanto en términos de género. Lo pensé, sí, en términos de
hacer algo plot-oriented, como se dice en inglés. Algo impulsado por el argumento y la
trama. Estuve buscando alguien que hubiera hecho algo que me pareciera interesante, un
punto de referencia que yo quisiera imitar, y lo encontré en John Le Carré. Es un
escritor genial.
¿Por qué Le Carré, específicamente?
En líneas generales hay dos tipos de relatos de espionaje con los que yo me confronté
cuando tuve que tomar una decisión sobre lo que quería hacer. Está Ian Fleming, James
Bond, donde el protagonista es un glamoroso hombre blanco al que le ocurren toda
clase de cosas en escenarios exóticos, y donde básicamente el universo de los buenos y
84

los malos está claramente delimitado. No hay ningún conflicto moral. La tensión está
limitada básicamente a cómo se las va a reglar el héroe para salir bien librado, cosa que
siempre sucede. Además, no hay ningún cuestionamiento acerca de los intereses del
Estado que promueve las acciones del protagonista. Lo que a mí me enseñó John Le
Carré, por el contrario, es que la riqueza está en los personajes ambiguos, los que tienen
conflictos interiores. Encontré en sus libros esa ambigüedad moral que ocurre también
en la realidad. Y también un cuestionamiento del rol del Estado, de cómo el Estado
defiende sus propios intereses. Esas cosas son las que justamente John Le Carré trata de
abordar, de entender, de dramatizar. En ese sentido, en términos de cómo abordar el
asunto del relato de espionaje, esa fue mi referencia.
Es interesante que uses este plot de ambigüedad moral y crítica del Estado en el
contexto de un relato sobre el Inca y sus funcionarios… En realidad, eso es algo
que la historiografía sabe pero que no hace parte de nuestra imaginación común o
cotidiana de las civilizaciones andinas. Sus aspectos políticos, que por ejemplo
implican la dominación de personas y pueblos subordinados. Cosas que aparecen
con bastante claridad en tu novela.
Nos permitimos idealizar el imperio incaico porque no lo hemos imaginado en
funcionamiento. Una vez que lo imaginamos en funcionamiento, ya no solamente
estamos hablando de las disputas entre los diversos linajes o cosas así, sino de cómo
afecta la vida cotidiana de las personas. Las cosas toman cuerpo cuando las imaginas
afectando la vida de seres concretos. El protagonista de la novela es simplemente un
runa, un hijo de campesinos chancas que tenía que trabajar con sus padres y con su
grupo, hacer su tributo, trabajar en los depósitos del inca, ese era su rol. Llega a los
lugares a los cuales llega, se convierte en espía, recibe esa educación en Cusco porque
tiene una habilidad especial, pero tú puedes ver ahí las estructuras de desigualdad. No
he querido dorar esa píldora. He querido mostrar las cosas con toda su miseria y con
toda su gloria. Por supuesto, todo es una creación de la imaginación.

Pero también es el resultado de un largo trabajo de investigación y muchas


lecturas. Y la idea misma del personaje y la situación sale de un pasaje de
Betanzos…
La idea como te decía es construir un imaginario de esas características que capture la
imaginación del espectador, pero por supuesto con una base historiográfica que permita
apoyarlo. Yo creo mucho en el uso de fuentes y he tratado de investigar todas las
85

historias… Creo que contar con una base historiográfica sólida es lo que me ha
permitido volar mentalmente.
Esto trae a colación el otro aspecto del que hablábamos, el hecho de que El espía
del Inca es una novela histórica, y eso también tiene un significado específico,
impone unos parámetros. En un país como el nuestro, donde la historia es siempre
un campo de batalla, a mí me llama la atención que la novela histórica no sea una
forma canónica, central a nuestro sistema literario. Hay novelas históricas, claro,
pero no es lo que viene a la mente cuando uno piensa en un clásico literario
peruano. ¿Qué te motivó a hacer novela histórica?
Yo tenía una idea muy concreta de lo que quería hacer. Por ejemplo, me doy cuenta de
que soy muy deudor de la noción de catarsis del teatro griego. Yo pienso que la
literatura y el teatro tienen que tener un efecto catártico… La noción de Catarsis, y esto
también es algo que aprendí con Susana Reisz, proviene de la medicina. Quiere decir
literalmente una purga, un enema. En la Grecia clásica, las mujeres embarazadas y los
niños estaban prohibidos de ir al teatro, porque el poder de lo que tú recibías ahí podía
tener efectos devastadores. Pero al mismo tiempo, ese poder era curativo. Yo quería
hacer una literatura que funcionara como una especie de homeopatía, es decir, como una
dosis concentrada de algo que te purga, que te limpia. En el caso concreto de El espía
del Inca, no se me olvidó en ningún momento que estaba lidiando con el conflicto
originario de la historia del Perú, el evento fundacional…
¿Y qué es lo que querías limpiar de esa historia?
Yo quería hacer, literalmente, una liquidación histórica de la figura de Atahualpa. Pero
hacerla de manera completamente honesta. Vamos a sopesar, vamos a poner en la
balanza esta figura que es tan ambigua, y vamos a ver qué pasa con ella. Vamos a
presentar a Atahualpa, vamos a examinarlo en toda su trayectoria, y vamos a limpiarnos
para siempre de su efecto ambiguo, extraño, nocivo…
¿Por qué te parece nociva la figura de Atahualpa?
Creo que los peruanos y en general muchas personas del área andina sufrimos una
suerte de neurosis con respecto a Atahualpa, algo que no hemos resuelto. En nuestras
historias, es a la vez triunfador y perdedor, héroe y villano, victimario y víctima. Su
captura y su muerte son un trauma del que en muchos sentidos no hemos conseguido
recuperarnos.
En tu antiguo blog escribiste que la muerte de Atahualpa fue, al menos en parte,
resultado de sus propios errores de cálculo…
Sí. Creo que es hora de que veamos que en la captura y ejecución de Atahualpa no solo
se mancharon de sangre sus verdugos directos, los españoles, sino también los
miembros de la panaca de Huáscar y muchos grupos étnicos que se aliaron
espontáneamente con los invasores. Y Atahualpa mismo, que quiso utilizar y manipular
a los españoles para tomar represalias contra sus enemigos internos, y creyó que no lo
matarían si seguía dándoles oro. Cuando se dio cuenta de que no era así, ya fue
demasiado tarde. Por otra parte, hay cosas en ese episodio que resultan muy difíciles de
comprender, según las cuentan las crónicas. ¿Por qué se presentó Atahualpa a la plaza
de Cajamarca con tropas desarmadas? ¿Por qué ordenó a Challco Chima, su general más
temido, al mando de decenas de miles de guerreros, que se entregara a Hernando
Pizarro? ¿A qué se debió su actitud reticente ante los rumoreados intentos de liberarlo
86

por parte de varios generales que rodeaban la zona? Esos son algunos de los misterios
que explora mi novela.
Ahora bien, en esto que dices, esto de la limpia y la catarsis, está implícito un
lector, no se trata de un proceso estrictamente personal. Hay un lector colectivo del
otro lado, al que le estás hablando. Y por una parte, con respecto a eso, está lo que
decíamos sobre la técnica, sobre escribir de cierta manera…
Claro, yo muy rápido me di cuenta de que esta es una historia grande, muy compleja,
con muchos personajes, y entonces se me hizo obvio que debía utilizar todos los
recursos que tuviera a mi alcance. Estamos hablando, por ejemplo, de drama. Tú sabes
que yo estudié actuación y soy escritor de teatro. Una noción dramática es que lo que
mantiene el interés del espectador es un conflicto, y un conflicto, ¿qué cosa es? Son dos
intereses que chocan. Entonces, tú tienes que utilizar la intriga, el suspenso, los
ganchos, escenas que terminan pero te dejan el bichito para que continúes. Esto en mi
caso es completamente consciente, planificado.
Pero hay un segundo elemento ahí, que es que para llegar a esos lectores hay que
publicar, participar en un mercado, y eso también impone una serie de
condiciones. Y entiendo que ese proceso no fue fácil para El espía del Inca…
Yo no me tomo esto como algo personal, pero… La historia que cuento en mi novela es
realmente una historia increíble. Y yo creo que la conté bastante bien. Uno diría que
presentas esto a cualquier editor e inmediatamente la compran. Pero no fue así.
¿A qué crees que se debe eso?
Racismo. Yo me doy cuenta de que el hecho de que la novela no se haya podido
publicar como libro impreso en 10 años es por un elemento de racismo.
A ver, explícalo…
Mira, cuando presenté la novela a editoriales españolas, fueron muy directos. Me
dijeron, muy interesante, pero la realidad es que a los españoles no les interesan las
culturas prehispánicas… Roma, excelente. Grecia, excelente. Cartago, bacán. Aztecas,
Incas, no tanto. Y qué le vamos a hacer. Lo entiendo. Pero que las editoriales peruanas
no vean esta como una historia que puede llegar a la gente, eso sí no lo entiendo. Lo que
pasa es que no creen en un lector peruano, no creen que existan personas en todo el país
ávidas de historias y de historia. No ven a esos lectores. Y no los ven porque no los
consideran como agentes iguales. Hay un ninguneo constante… Por supuesto, todo es
mejorable, todo se puede trabajar más, no es que mi novela sea la última palabra de
nada, pero que no se vea a esos lectores para mí es puro complejo de inferioridad y
racismo. Ya te digo, no lo tomo de manera personal, mucha gente ha llevado adelante
proyectos muy ambiciosos y ha padecido mucho. Moby Dick fue un desastre
económico, por ejemplo. Pero creo que esa es la razón fundamental.
Otra cosa que está pasando en el mercado editorial es que hay una deriva en una
dirección distinta a la de estas novelas abarcadoras, de espectro amplio,
polifónicas. La tendencia más marcada es más bien hacia miradas intimistas,
espacios privados, autoficciones. Y eso lo vemos también en el Perú.
Yo me aburro. La vida de los escritores y sus pequeñas trayectorias, cómo llegaron a ser
quienes son, me interesan muy poco. Me cuesta pasar de la décima página. Yo
reconozco mis limitaciones, y para mí, hablando así a nivel personal, eso no tiene el
más mínimo interés.
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¿Qué te interesa?
Te puedo contar que hice un sondeo entre una serie de historiadores sobre cuáles eran
los libros de memorias políticas más importantes del siglo XX, y fue así como conocí
Memorias de un revolucionario de Víctor Serge, que me pareció fascinante. Y sus
novelas también han sido una revelación. El camarada Tulayev, por ejemplo, es el tipo
de cosa que yo quiero hacer. Y Los años sin perdón, su novela póstuma, que trata de
dos espías que están en México después del asesinato de Trotsky, tratando de salir, de
defeccionar, pero tienen este conflicto interno porque no quieren servir al capitalismo…
Yo tengo simplemente el deseo de seguir mis propios intereses y mis estímulos. Y me
está costando muchísimo trabajo, más inclusive que El espía del Inca, pero la novela
que estoy escribiendo ahora me tiene completamente atrapado. Transcurre en Chile,
Argentina, México, Francia, España, la Unión Soviética, Estados Unidos… A veces
creo que es más de lo que puedo dar, y justamente ahí está el reto.
Tu rumoreada novela sobre Eudocio Ravines…
Así es.
¿Por qué Ravines?
Porque a través de él puedes ver todo el panorama del siglo XX, y especialmente puedes
ver su historia subterránea. Ravines realmente tuvo acceso al underground histórico de
su siglo. Y me refiero no solamente a la historia peruana, no solamente a la historia
latinoamericana, también a la historia norteamericana y la europea. Es el subterráneo
histórico del mundo entero. Ravines vivió desde dentro las purgas soviéticas y también
estuvo profundamente involucrado en la Operación Cóndor; fue un agente soviético y
trabajó para dictaduras como la chilena y la boliviana; trabajó directamente con la Allen
Dulles, el jefe de la CIA, y su agente de control fue Howard Hunt, de quien se dice
estuvo metido en el asesinato de Kennedy; tuvo que ver con el golpe de estado de 1957
en Guatemala; tuvo que ver con el intento de invasión de la Bahía de Cochinos… Eso es
lo que yo veo en Eudocio Ravines, la posibilidad de acceder al subterráneo de la historia
del siglo XX. Y yo realmente quiero despedir al siglo XX. Quiero hacer un balance y
liquidación del siglo XX a partir del prisma que ofrece alguien que pudo verlo desde sus
dos polos más importantes, el enfrentamiento entre el capitalismo y el comunismo en el
mundo.
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Algo que me parece interesante es que el personaje central de El espía del Inca es
un individuo de identidad inestable, fluctuante, que pasa por varios roles a lo largo
del relato e incluso cambia de nombre varias veces, que se oculta y se disfraza. Y lo
mismo puede decirse de Eudocio Ravines, alguien que se inventa a sí mismo varias
veces y en cierta medida se falsifica continuamente en el proceso. Vistos así, son
personajes bastante similares.
Digamos que me interesan, por razones que en realidad me son ajenas, personajes que
tienen lealtades divididas o conflictuadas. Pero es curioso, yo pensaba que había elegido
como protagonistas a Yunpacha primero y a Eudocio Ravines después por razones
completamente diferentes. Creía que los había elegido en ambos casos porque pueden
sostener una buena historia que me mantuviera interesado por años, sino décadas. Que
me siga conmoviendo durante mucho tiempo, incluso si ni yo mismo entiendo por qué.
Ahora creo que la afinidad principal es que ponernos en su perspectiva nos permite ver
toda una época desde dentro. Brindan una extraordinaria amplitud de miras, incluyendo
de miras morales. Pero hay algo más. Es algo que dijo Hilary Mantel, y creo que
corresponde. Cito de memoria, pero es algo así como que uno tiene que elegir como
protagonista a alguien a quien no entiende. Y estoy de acuerdo. Después de 10 años de
trabajo, con la novela ya publicada, aún no termino de entender a Atahualpa. Y después
de cinco, no creo que vaya a entender nunca a Ravines. Pero lo intento, y de eso se trata.
**Tu primera novela publicada empieza en el momento en el que nacen el Perú y
América Latina en el sentido que esos nombres tienen hoy, un punto de origen histórico
más de 500 años atrás. Y ahora estás hablando de despedir, con tu segunda novela, el
siglo XX, que es el siglo en el que tú y yo nacimos, en el que nos formamos, y en el que
el momento presente tiene todavía hundidas sus raíces. Es todo un arco histórico, muy
ambicioso… **
Bueno, sí, pero como escritor lo mejor es pensar en la escena del día de mañana, en la
página que voy a escribir a continuación, enfocarme en hacer eso y no parar hasta que lo
consiga. Eso me va a permitir concentrarme y no dejarme abrumar. Eso me ayuda
mucho. Pensar en lo que tengo que hacer mañana. Si no, no llego.

Rafael Dumett se hizo conocido como dramaturgo en la escena limeña a mediados de


los años 80 y principios de los 90. Entre sus obras estrenadas se cuentan AM/FM
(1985), Santiago (1987), Números reales (1992) y El juicio final (1997). Su más
reciente trabajo teatral es Camasca, una trama de corrupción en los últimos días del
imperio Inca con Atahualpa como uno de sus personajes centrales. Camasca ganó el
premio del Teatro Británico en 2018 y se estrenó en ese escenario el 5 de junio de
2019.
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De La Casona a El Panfleto: Tres décadas en busca de


identidad sanmarquina
Una conversación con José López Ricci, Víctor Patiño y Fernando Ríos, por Teresa Cabrera
Espinoza
Escritora. Editora de Quehacer

José Luis López Ricci es sociólogo, Víctor Patiño, periodista y Fernando Ríos,
antropólogo. Tienen en común ser sanmarquinos y haber llevado adelante, aunque en
distintas épocas, proyectos de comunicación nacidos en la universidad y para la
universidad, que luego desbordarían esa comunidad y también sus propias expectativas.

Siendo estudiantes, José Luis como director y Víctor como cronista, fueron parte de “La
Casona”, una emblemática publicación impresa que combinaba opinión, periodismo,
encuestas y humor y que circuló en San Marcos en la convulsa década de 1980 1. Tras
una carrera de empresario gráfico que arrancó en los trajines de su revista universitaria,
Pepe volvió a la sociología para promover políticas participativas desde las ONG y
luego hizo carrera en el Estado, pasando por la Municipalidad de Lima, el Ministerio de
Educación y el Ministerio de Transportes.
Víctor, por su parte, con su experiencia croniquera en las páginas de La Casona, desde
mediados de los años ochenta firmó para diversas revistas y diarios como Amauta, La
República, Página Libre y Monos y Monadas, para luego recalar en el periodismo
deportivo y de ahí pasar a la rutina que lleva desde hace casi dos décadas: ser El Búho,
el popular columnista en el periódico El trome.
También siendo estudiante sanmarquino, Fernando echó a andar en 2010 una hoja
fotocopiada que en un medio como la facultad de Ciencias Sociales pre-boom de las
redes sociales, no podía ser otra cosa que un panfleto, pero uno que no se tomaba a sí
mismo tan en serio. En un par de años El panfleto pasó de impreso esporádico a medio
virtual, y luego a plataforma viral, cuando su humor chusco encontró la manera de
construir historias falsas pero absolutamente verosímiles combinando jerga de ciencias
sociales, clasismo y choledad.
La conversación con ellos repasa tres décadas de transformaciones materiales y
simbólicas de nuestra universidad y es un intento de reflexionar sobre la imagen pública
de las y los sanmarquinos y sobre los esfuerzos de proyectar una identidad por sobre el
ruido de nuestra propia época.
¿Cómo era el ambiente universitario de inicios de los años ochenta, época en la que
surge La Casona?
José López Ricci: En San Marcos, y me atrevería a decir que en general en las
universidades públicas, era un ambiente de hegemonía bastante pronunciada de los
grupos de izquierda, en particular las versiones más radicales y ortodoxas de la
izquierda, lo que traía aparejado problemas como la intolerancia, la falta de un espacio
de diálogo, para reflexiones un poco más abiertas. Esas versiones ortodoxas eran medio
religiosas, asfixiantes y aparecieron grupos políticos que buscaron ir contra de ellas.
La Casona no es la primera manifestación. Antes surgieron experiencias como Inkarri,
alrededor del año 79, que es un año clave, porque la Federación Universitaria la gana
Enrique Jacoby, que representa una corriente por fuera de los dueños del status quo,
además con un perfil nada “nacional-popular”: estudiante de medicina, de ascendencia
90

judía, gringo, el estereotipo contrario. Con ese cambio de correlación hubo una movida
muy simpática, de apertura política, cultural, se reactivaron los juegos florales que
llevaban ausentes unos quince años… Los estudiantes tenían mucha vocación por ir a
contracorriente de lo que se había visto y escuchado hasta entonces y en ese contexto es
que surgimos.

José López Ricci, sociólogo, dirigió la revista La Casona. Foto: Víctor Mendívil

Víctor Patiño: En esa época todavía dominaban la universidad los grupos radicales,
pero ya se veía con fuerza un grupo renovador. La universidad, San Marcos, le estaba
dando la espalda al país. No solamente a los estudiantes no les interesaba lo que podían
pensar de la Universidad los de afuera, sino que a los de afuera tampoco les interesaba
San Marcos. Había sido dejado de lado por la sociedad, y estaba dominada por estos
grupos, con un rector prácticamente tomado por ellos. No había tercio, pero estos
radicales tenían “su tercio” con el rectorado: iban, se presentaban donde el rector y le
decían “queremos esto” y se los daban.

Al Ministerio de Educación y a la Asamblea de Rectores no les importaba lo que pasara


en San Marcos. Ya el poder tenía universidades como la Pacífico o la Católica. San
Marcos era una universidad que aparentemente no interesaba para el poder y la dejaban
estar, le recortaron las rentas, etcétera. Inclusive en un año se hace un fraude electoral
donde se coludieron docentes y alumnos de los propios grupos que dominaban la
universidad, hasta ese punto se llegó a San Marcos.

En ese contexto surgen voces con la consigna de “basta de este cogobierno”. Ese
movimiento, resistiendo asambleas que empezaban a las siete de la noche y terminaban
a las cuatro de la mañana, logra un referéndum para decidir si se formaba un tercio. A
partir de allí, con estudiantes elegidos democráticamente en el tercio se empieza a dar
otra imagen a la universidad. Son los inicios de los años ochenta y empieza un cambio
en el movimiento estudiantil, en las actividades culturales. Llega a Letras Álvaro
Montaño, un alumno antiguo de la UNI que cuando llega a San a Marcos cambia
totalmente el chip y se dedica a ser promotor cultural a organizar grupos, eventos,
sábados culturales. Todos los sábados en letras se escuchaba jazz y los más radicales no
podían hacer nada. En ese contexto de grupos de debate, de jazz, de rock, en ese
contexto de más profundidad y frescura, entre actividades culturales, literarias y
91

políticas que llamaban a los más jóvenes, es ahí, en ese momento que se forma La
Casona.

En su relato hay tantas similitudes como matices respecto al contexto de la


aparición de El Panfleto, tres décadas de por medio. Fernando ¿cómo describirías
el momento de El Panfleto?

Fernando Ríos: Yo ingreso en el año 2010. No había organización estudiantil por


ningún lado, no había ni Centro Federado ni Centros de Estudiantes elegidos en
Sociales. Teníamos profesores que habían ingresado en los noventa y teníamos que
organizarnos para traer profesores de otro lado. En el camino nos fuimos dando cuenta
que no bastaba tener “delegados de base”. Uno llegaba a la universidad en blanco, sin
saber nada de política, incluso con prejuicios sobre la organización política… y lo que
hicimos en ese momento fue jugar a la política: reactivar el centro de estudiantes, a
ganar el tercio estudiantil en la facultad, reactivar el centro federado.

Cuando tuvimos algo más de fuerza, impulsamos reconstruir la Federación.Igual, en


asambleas hasta las tres de la mañana, porque ocurría lo de siempre, que solo se
quedaban los de la residencia para votar al final, entonces dijimos “esta gente está
acostumbrada y ahora nos amanecemos”. Ahí es cuando decido trabajar este proyecto
de publicar una hoja para burlarme de esta clase de situaciones de la universidad.

Cuando nace El Panfleto en Sociales no nace en un momento feliz, tampoco en un


momento de resistencia. Lo que había era una mediocridad absoluta. En el 2010 cuando
ingresé encuentro dos decanos y cinco grupos de sikuris (risas). Nació como un rechazo
a San Marcos, para maletear a San Marcos. Pero cuando entré a trabajar a La Casona, al
centro cultural, descubrí las condiciones de los trabajadores dentro de la universidad.
Entonces ya no resultaba tan fácil burlarte de cosas como la burocracia. Nos dimos
cuenta que no tenía sentido, así que pasamos de maletear a San Marcos a maletear a
otras universidades. Y fuimos descubriendo cómo.

Fernando Ríos Correa, antropólogo. Ya no forma parte de “El panfleto”. Foto: Víctor
Mendívil
Publicamos un post sobre “el estudiante eterno” y se etiquetaba gente de San Marcos,
pero también de la Agraria o la UNI porque era un problema común en universidades
92

públicas, estereotipos. Yo me metía a revisar perfiles de la Agraria, de la UNI, a ver qué


profesores eran terribles, qué puntos eran para chupar, qué fotocopiadoras habían y
empezaba a fabricar esas cosas.
Así empezó a crecer para afuera. A la par también estaba creciendo la organización
estudiantil en San Marcos. En ese paralelo crecía El Panfleto. Fue emocionante atar un
proyecto político con la evolución de la revista. Pasamos de no tener absolutamente
ninguna organización, a situaciones como la toma por estudios generales, donde
llegaban comunicados de respaldo de todas las universidades públicas del Perú. Con
muchas limitaciones la Federación había vuelto a la cabeza de los estudiantes de las
universidades públicas. Hasta entonces no había ninguna organización, no había ningún
dirigente y para los medios, como representantes del estudiantado limeño solo existía la
FEPUCP. Entonces que aparezca una revista chiquita que daba ciertas opiniones
funcionó porque no había alguien que siente posición ni hable como estudiante de la
universidad pública y nosotros lo hacíamos a nuestra manera.
El ambiente político, organizativo marca sin duda las características de la
publicación. ¿Cómo imaginaron ustedes La Casona en relación a lo que creyeron
que podía ser su público lector?
JLR: Teníamos algunas intuiciones. La primera, que podríamos aglutinar a gente
independendiente, sabíamos que habían muchos como nosotros; la segunda fue la
pluralidad, desde un comienzo fuimos claros con eso, mientras el mundo político era de
sectarismo, nosotros asumimos la revista como una representación de las distintas
versiones de los problemas. Una tercera intuición es que nuestra revista no deberìa ser
solo de Sociales. Tuvimos un enfoque más universitario que de facultad, hicimos un
esfuerzo para agruparnos con otras facultades y también con docentes. Para empezar,
los de Periodismo fueron nuestros grandes aliados, identificamos gente muy valiosa,
también gente de medicina, de derecho, y cuando formamos el comité consultivo,
buscamos profesores prestigiosos.
Una cuarta intuición fue que teníamos que reivindicar a la tradición sanmarquina,
visibilizar la sanmarquinidad en la vida pública, que era una veta que nadie explotaba.
Por ejemplo, para el primero número decidimos que debíamos hacer la primera
entrevista al sanmarquino más poderoso del país, así que entrevistamos a Alva
Orlandini [presidente del Senado 1981-1982, vicepresidente de la República de 1980 a
1985]. Para una revista universitaria fue toda una proeza. Sexta intuición: ir por la
objetividad, por la mayor cercanía posible a la realidad. Como ahora, San Marcos estaba
llena de supuestos, pero faltaban las evidencias, así que dijimos “hay que meter
encuestas” y ahí coincidimos los de Sociales con los de Periodismo. Hicimos encuestas
sobre preferencias culturales, emocionales, perfiles socioeconómicos, comportamientos
electorales.
Esas encuestas fueron algo muy importante para nosotros, porque con los resultados
íbamos a contracorriente de las creencias, y con cada encuesta encontrábamos los rasgos
sanmarquinos, que eran muy diferentes a los estereotipos. Una séptima intuición fue el
uso del humor, que resultó ser lo más subversivo… lo humorístico y las crónicas sobre
la vida cotidiana fueron un factor clave para el éxito de la revista. Una última intuición
fue que apostamos por un enfoque comercial, nos preocupamos por la parte
administrativa, el marketing, por colocar publicidad. Vendíamos el 90% del tiraje,
llegamos a tirar 3 mil ejemplares y estuvimos a punto de trabajar con agencias de
93

publicidad, tuvimos ingresos importantes. De pronto me di cuenta que habíamos dejado


de ir a la Muerte Lenta y de movilizarnos en el Burro…
La manera en que imaginamos una publicación y a su público, el ida y vuelta entre
la línea editorial y la recepción se ha transformado radicalmente en el paso del
registro impreso al digital
FR: El Panfleto aparece en un contexto de puente digital. Cuando ingresé usábamos
Hi5, recién estábamos descubriendo Facebook, lo máximo era crearte un blog en
blogspot. Publicar en internet era para medios grandes, que podían pagar una web.
Nosotros estábamos experimentando. Por eso decidí primero imprimir… en realidad
con los 100 soles que me mandaba mi mamá para sobrevivir saqué el primer número en
la fotocopiadora de Sociales y los entregaba por veinte céntimos para poder juntar para
los próximos.
En una clase un amigo me pregunta si podía escribir conmigo, ahí entra la segunda
persona, con la que sacamos millar y medio de copias que nos daba un poco de
vergüenza compartir. Algunos lo leían, otros lo guardaban, otros lo botaban. Un dia
decidimos crear un nota diagramada y la colocamos en una cuenta de facebook a las
ocho de la noche. A las ocho y veinte 20 teníamos 15 likes de gente que no conocíamos
y desde entonces nos dimos cuenta que la fuerza era ahí. La gente de San Marcos puede
ser muy dispersa, pero que en redes es una comunidad consolidada. Ahora ya hay una
referencia de medios digitales de San Marcos, cuando empezamos no. Empezamos a
meternos y experimentar en las redes sociales y así aparecen más personas que nos leían
y más personas que querían escribir.
VP: Cuando nosotros salimos ya había desaparecido Inkarri, que era la revista
universitaria. Pero en mi salón habíamos hecho un periódico mural, y me dijeron haz un
artículo. Yo estudiaba historia y no pensaba en el periodismo ni tampoco en escribir,
nunca había escrito… y había un baño, estábamos en el Pabellón 1A de Letras, y era
una verdadera tortura entrar a ese baño, nunca lo limpiaban, y habían pintas del año 77,
¡del año 70!.. una gran cantidad de mensajes… así que para el periódico mural escribí
algo entre irónico y reflexivo sobre lo que significaba entrar a ese baño y leer esos
lemas, y transcribí algunos de los lemas, los políticos, los sexistas…
El artículo tuvo mucho éxito, pero yo por timidez no lo firmé. Hasta que me dijeron que
querían conocer al autor porque estaban sacando una revista. Me presenté, todos ya eran
de especialidad y yo recién de integrado, un chibolo que leía Caretas y por eso lo que
escribía me salía como crónicas. Así que empecé a escribir ese tipo de artículos. Recorrí
todos los baños de universidad: “baños sanmarquinos entre la fantasía y la realidad”.
Para otro número recorrí bares sanmarquinos, como El Gran Chaparral, a donde iban a
parar las carpetas de San Marcos, las calculadoras que los estudiantes de ingeniería
empeñaban, esas cosas, una realidad que no era la política ni la solemnidad, y que el
grupo quería ver reflejada en la revista.
El público veía reflejadas sus experiencias más cotidianas, como cuando encontré una
cucaracha en mi hamburguesa, pusimos la conversación con la cucaracha, que resultó
ser miembro del “Frente de Defensa de los Intereses de los Bichos Sanmarquinos, el
FEDIBISM…” O, en esa época en San Marcos todos los departamentos querían
convertirse en Facultad a como diera lugar, era una fiebre, así que inventamos que un
virus llamado “facultivitis” había escapado de Medicina Tropical. La revista se llamaba
La Casona, teníamos un Suplemento El Tugurio y publicábamos esos artículos irónicos,
de conectarse con la realidad, que fueron muy populares entre los lectores no politizados
94

y así fuimos creciendo. Por esos artículos empezamos a tener un público de San Marcos
y por esos artículos me jalaron de frente a trabajar.
Lo que dices acerca de conectar con la gente no politizada me hace pensar en que
hay momentos en que no es la política, si no el humor y la experiencia de lo
cotidiano lo que puede hablarte de tu identidad y reflejar mejor tus intereses. En el
caso de El Panfleto me parece que es más intencional esta conexión entre el humor
y la identidad…
FR: Cuando ingresamos decían que San Marcos era terruco, por las cosas que habían
sucedido con el bypass, y claro, por toda la historia anterior, aunque la élite de Sendero
no había salido de San Marcos. En esos años había toda una onda interna, de estudiantes
que querían lavarle la cara a San Marcos, para demostrar a los de afuera que no eran
terroristas. En cambio nosotros decíamos si quieren creer eso que lo crean pues. Cuando
salió la canción del “harlem shake”, el viral de la canción “con los terroristas”, sacamos
un comunicado falso del rector, en el que prohibía que los estudiantes se hagan ese
video, a menos que sea con él.
JLR: Esta semana he estado en un encuentro en Barrios Altos y entre tragos me
terruqueaban. ¿Por qué? Porque soy un sanmarquino, tantos años después y me
terruquean con una facilidad… entre bromas, pero también como parte de una
valoración establecida… Antes de Sendero, el estereotipo no era de terruco sino de
politizado, si eras de Sociales con mayor razón. Me acuerdo que cuando ingresé y un tío
mío se enteró que había elegido sociología, mi tío que era policía se lamentó no hijito
sociología, me dijo, vas a ser un político de porquería. En fin. Otra imagen del
sanmarquino que siempre ha sido fuerte ha sido la del provinciano. Por eso también
siempre ha habido un halo de choleo.
Hay un antes y después de Sendero. Antes la asociación era ser político….
JLR: Era ser revoltoso, tirapiedra. Ya después con Sendero era ser terruco, subversivo,
ya un estereotipo mucho más peligroso. Y más en las clases populares, en el barrio. Es
un tema cultural.
VP: Sí se puede decir que hay un antes de Sendero y un después de Sendero. Porque
hasta antes de Sendero definitivamente la imagen del sanmarquino era de un
politiquero, un revoltoso, de marchas, movilizaciones… pero junto con todo eso del
estudiante siempre politizado había un respeto, porque es tranca estar en san Marcos,
por lo difícil del ingreso, hasta ahora es así, estudioso pero revoltoso y también te
decían que por eso ibas a terminar viejo, también porque el otro estigma es que había
muchas huelgas, ya parecían vacaciones pagadas. Para mala suerte mía yo vivía a una
cuadra de la Universidad, en Mirones, entonces todos mis amigos que pasaban por la
Venezuela me veían a mi en los piquetes de las huelgas. En esa época no te
terruqueaban porque no había terrorismo, te decían comunista. Yo les decía colaboren,
colaboren.
El problema es cuando viene lo de Sendero ya no es solo el politiquero o el revoltoso
sino el terrorista. De hecho lo que explica que salga nuestra propuesta tan libre, es que
en San Marcos no había Sendero. Fue en el comedor de San Marcos donde los de
Sendero irrumpieron en una actividad, iba a haber una polémica entre [los partidos de
izquierda] Patria Roja, Bandera Roja, sobre el cogobierno, y de pronto entra un grupo
numeroso de gente que no era de la Universidad, que eran de Sendero, gritando
“situación nacional, situación nacional”, para que se discuta eso, y se impusieron. Allí
anunciaron los acuerdos del noveno pleno, donde dijeron por primera vez que iniciaban
95

la lucha armada. Sendero en ese momento en Lima solo tenía la federación de hoteleros
y chifas, ese era su único bastión. Los de Patria [Roja] los fastidiaban, ¿cómo van a
enfrentar a la reacción? ¿les van a tirar wantán frito? Pero anunciaron la lucha armada, y
la iniciaron…
JLR: Pero anuncian y se desaparecen…
VP: Claro, se desaparecen, en el 79 tenían su pizarrita, estaban bien activos, tenían
bases en Química, pero de un momento a otro desaparecieron, justamente en la época
que nosotros sacamos La Casona. Luego del anuncio se desaparecen… el 83, el 84 y
recién reaparecen en el 87 cuando empiezan a hacer atentados en Lima, y en el 88
recién regresan a San Marcos.
JLR: Con Sendero hubiéramos sido inviables. Si los “fachos” y algunos otros… con
nosotros eran bien hostiles. Cuando sacábamos algo de publicidad nos la rompían, y
como en cada número entrevistamos a un personaje, corría el rumor de que nos pagaba
el gobierno, que éramos el brazo del APRA, dependiendo de a quién habíamos
entrevistado. Con Sendero hubiera sido imposible. Una vez hicimos un anuncio de un
tour para conocer Ayacucho, donde el atractivo de fondo era conocer a Abimael
Guzmán… no, nos mataban.
Sin embargo, se identifica mucho al San Marcos de los ochenta como un espacio en
el que dominó Sendero. Esa creencia se apuntaló muy fuerte con el discurso de la
pacificación, para legitimar la intervención a las universidades públicas.
JLR: Pero no generalicemos. Yo creo que hasta ahora facultades como Medicina,
Veterinaria, tienen un estatus diferente. En Sociales sí estamos jodidos.
Claro, pero estamos hablando de los estereotipos, que son generalizaciones: la
identidad sanmarquina pasó de ser definida por la izquierda, por ser provinciano,
o ser radical, a reducirse al factor Sendero. La pacificación deja su secuela en esta
necesidad permanente de decir que “no somos terroristas”. Ya en la última
década, ¿a qué sienten que se asocia la identidad sanmarquina?
FR: Hay una encuesta de 2018 sobre marcas reconocidas en el sector educación. La
lideraba San Marcos, lo primero que le viene a la mente a la gente cuando preguntas por
educación, es San Marcos.
En mi época ya no se habla de provincianos, si se hablaba, creo que eran residuos del
estereotipo de los ochenta, pero realmente en mi generación es San Juan de Lurigancho.
El estereotipo de sanmarquino es el de 18 años, no el de 16 que es el promedio de
ingreso a la universidad privada, el pata o la chica de 18 años de San Juan de
Lurigancho, de San Martín de Porras.
En 2015 Senaju hizo un perfil sociodemográfico de San Marcos, y el ochenta por ciento
eran limeños, diez por ciento nacidos en otras regiones pero ya con muchos años en
Lima y solo un ocho por ciento de gente que había venido de regiones.
VP: Es que ahora hay universidades por todo el país. Ya no tienen porqué “venir a
Lima”
Es la historia moderna de San Marcos, cambia el equilibrio, la proporción entre
limeños y no limeños.
De hecho una de las alas más fuertes en la Federación de San Marcos era la federación
de estudiantes huaracinos, que vienen a San Marcos, ingresan en mancha y, según
96

cuenta Lynch en Los jóvenes rojos es una de las alas más duras entre los radicales de
San Marcos. Pero en mi época ya no. Para cuando yo estudié ya la mayoría de
sanmarquinos eran de clase media.
Un amigo en San Marcos me dijo una vez que la única universidad de pueblo que hay
en el Perú es Alas Peruanas, una universidad a la que entra gente realmente pobre. Es
ahí donde encuentras gente que trabaja todo el día desde los 15 años. Para estar en San
Marcos o en la San Cristóbal de Huamanga necesitas una base económica familiar que
te permita pagar la academia, la pensión. Ser sanmarquino ahora en el 2019 y tener a la
vez que trabajar todo el día… eso es algo que ya no existe actualmente, al menos no
como perfil promedio. Ahora el que estudia es mantenido por sus padres, por sus
madres. Ya no es la situación de los setenta o de los ochenta…
JLR: Pero eso último también es uno de los mitos. Nosotros hicimos las encuestas y
salía que la mayoría eran hijos de la clase media…
VP: … hijos de agricultores medianos que les podían pagar una manutención en Lima y
no trabajaban.
JLR: Muchos ahorraban “jugando” a ser radicales porque tenían ventajas comparativas.
Tenían vivienda, comedor, además de la subvención de sus padres… FR: No es posible
hacer política sin excedente, hasta el día de hoy… ¡tienes que comerte como siete
asambleas al mes! VP: Pero ahora hay muchos chicos de San Marcos que trabajan en
part time, en los restaurantes, en los grifos. También a San Marcos van los de colegio
particular que no pueden pagar las altas mensualidades de las universidades particulares,
ni de Pacífico, ni de UTEC. Tienen que postular a San Marcos. Por eso que también hay
más limeños.
FR: Hasta la Universidad que está al lado también tuvo un proceso de elitización, la
valla subió un montón. Yo sé de personas que están en Católica y piensan pasarse a San
Marcos porque ya no pueden pagarlo.

1. Fueron también parte de La Casona: José Martínez, William Chico, Elena


Velando, Javier Ampuero, Luis Vásquez Gutiérrez, Alfredo García, Cecilia
Testino, Virginia León, Liana Ascama, Socorro Naveda, Emma Zevallos, Percy
Ruiz (+), Mario Munive, José Salazar, Javier Alva, Pedro Guerrero, Fernando
Obregón, Juan Zevallos, Sandro Chiri, Abelardo Dominguez; Ernesto Jimenez,
Oscar Hidalgo, Alida Díaz, Dante Alfaro, Víctor Peralta, Luis Ramírez, Jesús
Castro, Miguel Rojas, Fernando Palomino, Fabián Vallas, Ricardo Carrera,
María Eugenia Tamayo, Rocío Silva Santisteban, Lucy Collantes, Luis Francia,
José Praga…
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Riqueza y desigualdad en el Perú


Laura Lozada Acosta
Economista. Magíster en desarrollo urbano y regional por la Universidad de Seúl y Economista
por la Universidad del Pacífico.

El libro “Riqueza y Desigualdad en el Perú” de los autores Germán Alarco, César


Castillo y Favio Leiva, (Oxfam 2019) representa un importante avance en el estudio de
la distribución de los ingresos y desigualdad en nuestro país. Los familiarizados con las
ideas que expone Thomas Piketty en “El Capital en el Siglo XXI” (2013) encontrarán
similitudes en el enfoque que utilizan los autores. Mientras que Piketty presenta una
economía global que converge en el capitalismo patrimonial -donde la herencia tiene
más importancia que el esfuerzo y el talento- Alarco, Castilla y Leiva encuentran
evidencia de que esta tendencia se repite en el caso peruano. Esto convierte a “Riqueza
y Desigualdad en el Perú” en una lectura valiosa para el público en general.

En nuestro país, el análisis de la distribución del ingreso no parece haber encontrado


suficiente eco en el ámbito político. Los autores de Riqueza y Desigualdad en el Perú
opinan que esto se debe en parte al paradigma económico neoliberal vigente.

¿Por qué nos debe importar cómo han evolucionado la riqueza y los ingresos en nuestro
país? Porque nos permite medir la desigualdad. Una elevada desigualdad tiene efectos
negativos en los ámbitos social, económico y político. En lo social, vemos a la
desigualdad como el suelo fértil del que brotan los conflictos sociales y la segregación
residencial. La desigualdad también tiene repercusiones en el crecimiento económico,
ya que, según los autores, los mercados reaccionan positivamente frente a una
distribución de ingresos más igualitaria. Desde el ámbito político, la desigualdad actúa
como una amenaza para el funcionamiento de la democracia, dado que los grupos de
poder presionan y direccionan las políticas a su favor.

La riqueza, como lo explican los autores, no es “mala” en sí misma, el problema es su


excesiva concentración. En el Perú, la medición de la distribución de los ingresos se
genera a partir de la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO) y se envía al Fondo
Monetario Internacional, al Banco Mundial, entre otras entidades. El problema es que
estaría generando indicadores de desigualdad subestimados dado que no se cuenta con
la información de los ingresos de los hogares de estratos altos, un problema común en
todos los países. Ante esta limitación, el estudio recurre a información de consultoras
internacionales, bancos privados y la lista de billonarios de Forbes.

Algunos datos interesantes que revela estudio: Al 2014, la riqueza de ocho familias era
equivalente al ingreso que tienen 7 millones 62 mil peruanos que se ubican en la escala
salarial más baja. Tres años después, al 2017, ya eran seis las familias que poseían la
misma riqueza que 8,2 millones de peruanos, es decir, la inequidad aumentó. Se podría
decir que el alza en nuestra economía fue de la mano con el crecimiento de la
desigualdad.

También vale la pena mencionar la evolución del coeficiente de Gini, que se mantiene
en la misma dirección que los resultados de las investigaciones de Mendoza et al, Cruz
Saco y Seminario. El cálculo del coeficiente de Gini a partir de las cuentas de depósitos
bancarios es de 0,87 en cuanto a personas naturales y 0.9 en cuanto a personas jurídicas,
98

evidenciando niveles muy elevados de concentración de riqueza financiera. En nuestro


país, el instrumento de concentración de la riqueza se daría a través de las fusiones y
adquisiciones empresariales. Es decir, se puede hablar de una persistencia de la
desigualdad en el Perú acentuada en los últimos años debido al mismo crecimiento del
sector financiero.

Ante esta situación los autores proponen algunas recomendaciones de política


económica que ayudarían a reducir la desigualdad de ingresos. Una reforma tributaria
que reduzca las exoneraciones fiscales, mayor progresividad del impuesto a la renta
ingresos y prediales, un impuesto a la herencia, aumentar regalías a sectores extractivos,
fortalecer rol de la SUNAT, gravar las operaciones de fusiones y adquisiciones, entre
otros.

El libro “Riqueza y desigualdad en el Perú” llega entonces a cubrir un área poco


estudiada como es la riqueza productiva y la desigualdad de ingresos en los ámbitos de
la distribución de la riqueza, factorial y personal del ingreso. Ciertamente su
contribución llega a las demás ciencias sociales, la desigualdad tanto como la pobreza
son fenómenos complejos cuyo análisis no puede restringirse a indicadores económicos.
Razón por la cual esperamos que el libro sea agregado a los sílabos de los cursos
universitarios y así insertarnos al debate global sobre la desigualdad.

Sobre los autores

Germán Alarco, César Castillo y Favio Leiva son economistas investigadores de la


Universidad del Pacífico. Alarco cuenta con una larga trayectoria en docencia e
investigación económica y comparte la autoría con Castillo y Leiva, jóvenes
economistas con experiencia en temas relacionados a crecimiento económico,
distribución factorial del ingreso, seguridad social y sistema previsional.

Tapa de "Odebrecht, la empresa que capturaba gobiernos", publicado en octubre de 2018 por
Oxfam en Perú y el Fondo editorial PUCP. Foto: LaPlebe.pe
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Captura del Estado y debilitamiento del pacto social


Sobre "Odebrecht: La empresa que capturaba gobiernos", de Francisco
Durand
Sergio Tejada Galindo
Sociólogo, con estudios de maestría en ciencias políticas y estudios culturales. Director
ejecutivo de la Asociación “Construyendo la Nación”

Pocos casos de corrupción han tenido tanta repercusión internacional e impacto sobre la
clase política latinoamericana como “Lava Jato”. Las revelaciones sobre los vínculos de
la empresa brasilera Odebrecht e importantes políticos locales, han dado lugar a sendas
investigaciones fiscales, cientos de reportajes periodísticos y a la publicación de libros,
como la reedición de “El Caso García” (Cateriano, 2017[1994]) y “Estado Corrupto.
Los Megaproyectos del caso Lava Jato en Perú” (Pari, 2017). En Colombia se publicó
“Odebrecht. La historia completa” (González, 2018). En Brasil, el caso Lava Jato
inspiró hasta una serie llamada “El mecanismo”, producida y transmitida por la
plataforma Netflix.

En este contexto, Francisco Durand publica “Odebrecht. La empresa que capturaba


gobiernos” (2018), donde analiza la información disponible sobre los actos de
corrupción en los que participó la empresa, en el marco de un problema mayor: la
captura del Estado. Acostumbrada a tratar con las altas esferas del poder político,
Odebrecht se relacionó con gobiernos de diferentes orientaciones políticas e
ideológicas, apoyó proyectos desarrollistas y dictaduras, y utilizó esa experiencia para
abrirse paso en los países latinoamericanos. El Perú fue su primer destino de
inversiones, fuera de Brasil. La empresa, que pasó por distintas fases de la mano de tres
generaciones (Durand destaca su carácter familiar, un sello presente en el empresariado
latinoamericano), escogió al Perú para realizar sus primeras obras internacionales
(1979) y para instalar una sede que maneje obras de infraestructura en toda la región
(2011).

Las investigaciones periodísticas y fiscales vienen mostrando que el soborno, los


favores a políticos y el financiamiento de campañas electorales, eran prácticas
recurrentes de Odebrecht. A partir de 2007 se crea un mecanismo muy sofisticado para
realizarlas, con una oficina llamada “Departamento de Operaciones Estructuradas”. Se
trataba de toda una maquinaria de lavado de activos, de un sistema de contabilidad
paralela con dinero ilícito, la “Caja 2”, con sistemas informáticos encriptados y una gran
red de empresas en paraísos fiscales por donde este dinero circulaba para realizar sus
pagos no declarados (coimas). Cuando el caso “Lava Jato” estalla en Brasil, uno de los
principales países que recibe su irradiación fue Perú. El impacto no sólo ha alcanzado a
políticos sino también a empresas locales, como el llamado “Club de la Construcción”.

A través del estudio de tres grandes obras de infraestructura, -el Metro de Lima, la
carretera Interoceánica Sur y la irrigación de Olmos-, Durand muestra las prácticas
corruptas, pero además la forma en que se construyen las relaciones empresa-gobierno,
empresa-empresa, empresa-sociedad y Estado-Estado. La hipótesis del libro es que
Odebrecht y sus socios locales operaron en un “sistema de captura corporativa basado
en una red de influencias, recurriendo tanto a mecanismos legales como dudosos y
corruptos, para lograr influencias excesivas e indebidas que los privilegiaron o
100

favorecieron, obteniendo altas tasas de ganancia y adjudicándose más proyectos de


obras públicas y concesiones” (p. 18).

Globalización y corrupción

Por lo menos desde hace dos décadas, el sociólogo Manuel Castells alertaba sobre la
forma en que, de la mano del desarrollo de la sociedad de la información, se venía
articulando una economía criminal global. En este marco podemos entender la actual
corrupción transnacional, relacionada, además, al debilitamiento de los Estados, a
legislaciones sumamente favorables a la acumulación del capital de las grandes
empresas y a una fe ciega en la tecnocracia, situaciones promovidas por el discurso
neoliberal aún hegemónico. Como señala Durand, Odebrecht es un ejemplo de empresas
globales que operan simultáneamente en varios países, que se sirven de los avances de
las tecnologías de la comunicación y de las facilidades de movilidad del capital
(incluidos, por supuesto, los paraísos fiscales).

Como respuesta, las investigaciones también adquieren un carácter global, se producen


en varios países utilizando diversos instrumentos de acceso a información. Además,
cuentan con el apoyo de redes de periodistas, cuyas investigaciones contribuyen a la
indignación ciudadana, fundamental para contrarrestar al enorme poder de los
investigados. El internet posibilita que se comparta información en tiempo real y a
escala global, y también alberga secretos que son una tentación para los “hackers”. Su
papel ha sido central en la filtración de información sobre paraísos fiscales (Swiss
Leaks, Panama Papers, etc.), lo cual ha obligado a la comunidad internacional a
establecer mecanismos de cooperación contra el lavado de activos.

Capturando el Estado

La vinculación entre el modelo económico y las particularidades del caso “Lava Jato”
no queda allí. En el periodo neoliberal, las grandes corporaciones adquieren un poder
inusitado, en primer lugar económico, pero que —como advierte Durand— deviene
multidimensional: es político (o instrumental) y discursivo (o mediático). Las
corporaciones no solo operan en el mercado, intervienen en todo el entorno. La
utilización de su modelo de negocios (en el que suelen centrarse los estudios sobre el
“éxito empresarial”) y su modelo de influencias, posibilita la captura del Estado. Esto
supone una interacción permanente entre acciones legales e ilegales. En el caso de
Odebrecht, lo ilegal fue cuidadosamente organizado, “estructurado”, para hacer
referencia a su oficina de sobornos. Se sirvió de las nuevas tecnologías, de los sistemas
encriptados, de los paraísos fiscales, de grandes estudios de abogados, de las debilidades
institucionales, etc.

Quebrando el pacto social

Destaco otro gran tema recurrente en el libro de Durand: el impacto de la corrupción


sobre el pacto social. Los niveles de acumulación de riqueza, la asimetría del poder, la
reducción de las clases medias, la evasión de impuestos, el mal uso de recursos
públicos, todos son fenómenos relacionados a esta era de corporaciones globalizadas,
que debilitan el pacto social. El discurso anti-Estado que promovió su repliegue y lo
culpó de todos los males, sigue vigente (aunque no sin fisuras). El caso “Lava Jato”
101

implica, como lo muestra Durand, mucho más que una serie de actos de corrupción:
cuando los intereses privados en esta era de crimen globalizado capturan el Estado, todo
el pacto social está en riesgo.

“Acoso”, de Marta Lamas


Reseña y debate
Violeta Barrientos Silva
Profesora de las Maestrías de Género de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la
Pontificia Universidad Católica del Perú.

Marta Lamas y Maruja Barrig son feministas que en los años setenta ya trabajaban por
la liberación sexual de las mujeres. En ese entonces, un debate enfrentaba en los Estados
Unidos a las radicales anti-pornografía y anti-prostitución con las feministas pro
liberación sexual. Si la actividad sexual, la iniciativa sexual, el derecho a cortejo, el
consumo de pornografía y de la prostitución son prácticas asignadas socialmente a los
varones, para ambas, el balance a establecer respecto de las mujeres no pasaba por la
prohibición legal de la pornografía o la prostitución sino por el empoderamiento
paulatino de las mujeres en la sociedad. ¿No era posible que las mujeres crearan o
consumieran pornografía? ¿La prostitución se prohibía desde la moral? La mujer no
debía seguir siendo tutelada, ni siquiera por buenas intenciones en las que se pudiera
coincidir con los conservadores puritanos.

Lamas, fundadora de la revista “Debate Feminista” y principal impulsora de las


reformas del aborto en México, ha vuelto a traer su oposición a los tutelajes en el libro
“Acoso: ¿denuncia legítima o victimización?” conjunto de ensayos sobre el acoso
sexual a las mujeres, libro que Maruja Barrig comentó recientemente abriendo así un
debate local.1

Lamas se identifica con el grupo francés de escritoras y psicoanalistas que en enero de


2018, a través de una carta colectiva titulada “Defendemos una libertad de importunar,
indispensable a la libertad sexual”, reaccionaron contra las demandas del feminismo
radical encarnadas hoy en día en activistas de la campaña #MeToo en los EEUU.

El texto que enfrentaba a intelectuales de la élite francesa con reconocidas figuras de la


escena norteamericana parte del #MeToo, aludía a la preocupación por generar a partir
de las denuncias públicas de acoso, una castración tanto de hombres como de mujeres
en cuanto a la sexualidad. Al denunciar las mujeres a los hombres bajo el nuevo y
brumoso concepto de “acoso”, pidiendo el amparo del derecho o buscando la presión
social de las redes, ellas mismas confirmarían aquellas características asignadas por la
cultura patriarcal, las de “carecer de deseo sexual”, “ser medrosas y puritanas” o “ser
hipersensibles e histéricas” ante los avances de cualquier propuesta erótica. De otro
lado, producirían un repliegue de la demanda masculina, no solo de virtuales agresores
sino también de varones interactuando en la vigente cultura del cortejo. Todo avance,
por bien intencionado que fuera, podría ser leído como amenaza en un contexto de
supervaloración de la palabra de la posible víctima.
102

La exacerbación del modelo legal punitivo contra la iniciativa sexual masculina y la


crítica al feminismo radical por esta resultante, es el tema central del libro de Lamas.
Crítica que levanta un cuestionamiento a la denuncia en redes como medio más eficaz
de justicia popular a riesgo de un debido proceso, y que es compartida con Margaret
Atwood 2 -autora de la distopía feminista, “El Cuento de la Criada”- y por Maruja
Barrig.

Sobre lo punitivo, Lamas no especifica de qué modo contrarrestar el “mandato de


violación” masculino, latente a pesar del contrato social y que asume que las mujeres
están disponibles para los hombres y podrían ser violadas en cualquier momento. 3 El
principal riesgo del discurso de Lamas, es que hace que la “victimización” pase de las
mujeres a los hombres, víctimas ahora de su propio privilegio –el de la actividad sexual-
ejercido durante siglos. No son pocos los que la citan ahora para defender sus fueros.

Reconocemos que la penalización es una solución que si bien bajo el lente del
feminismo de la igualdad, amplía la protección del derecho penal existente sobre las
mujeres, no escapa a la lógica patriarcal de este derecho, focalizada en el castigo al
agresor. A esa solución no debe reducirse la cuestión, sin tomar en cuenta la prevención
educativa para ambos sexos desde la infancia, el empoderamiento de la mujer y el
estudio de la construcción de las masculinidades a costa de la “feminización” del más
débil.

El problema en el caso del acoso, dice Lamas, es su imprecisa definición: ¿Qué es


acoso? ¿Puede dejarse tal definición solo a criterio de la víctima si considera que alguna
acción fue acoso? ¿Basta una mirada, una palabra para que esta se considere una
agresión? ¿Y si se incurre en injusticias bajo la presión mediática? Estas dudas son
válidas y merecen una amplia reflexión desde una ética feminista. Sin embargo, no
deslegitiman las denuncias en redes de miles de mujeres indignadas que han visibilizado
la violencia contra ellas sensibilizando a la población, así como a las autoridades. En el
Perú, los casos de lesiones, feminicidios y desaparición son un drama social y llevaron a
una gran marcha ciudadana en agosto de 2016.

Sobre los posibles abusos en redes sociales, hay que tomar en cuenta el nuevo contexto
que estas han introducido. El segundo milenio no es hasta ahora, una era de utopías
sexuales o sociales. La defensa de la esfera individual se maximiza exponencialmente
bajo el lente de las redes sociales, y el fenómeno de una denuncia personalizada se sitúa
más en el terreno de mujeres constituidas como sujetos: profesionales, universitarias, de
cierta autonomía y reconocimiento, que en el de mujeres de vidas mucho más precarias.
#MeToo, fue creado por afroamericanas norteamericanas en 2006 para denunciar la
violencia sexual que sufrían las mujeres en los barrios pobres, hoy sorprendidas 4 de que
el movimiento se convirtiera en una plataforma de mujeres blancas con influencia en
redes para denunciar a sus agresores valiéndose de la presión mediática. En el Perú, la
crítica a los feminismos virtuales –a diferencia de los feminismos de bases sociales en el
pasado- se ha hecho también oír.

No existe un feminismo universal ya que existen tantos feminismos como clases


sociales hay, cada uno con demandas propias; pero un denominador común a todos ellos
es la lucha contra la violencia interpersonal ejercida contra la mujer, por su pareja o
terceros. Este es un mínimo común, hoy de consenso general en la población. Más allá
103

de él, los feminismos –y más aún en un país tan desigual como el Perú- difieren en
cuanto a demandas a llevar adelante y así tiene que ser. Los feminismos no deberían
reducirse a solo tratar el tema de la violencia interpersonal contra la mujer y perseguir a
los agresores. Los feminismos deben escapar a la tentación del populismo fácil por el
que las mayorías -aunque sean virtuales- se imponen sin romper con las prácticas
patriarcales; evitar construir cualquier poder apoyado en la victimización, ya que ser
víctimas no es una nueva forma de ser mujeres; rehusar en sus denuncias a despojar a la
víctima de su agencia; cuestionar la idealización del ser feminista y ser conscientes de
que las luchas territoriales impiden un diálogo entre los feminismos.

1. Barrig, Maruja. #YoTambién. En: Diario La República, 22 de abril de 2019.


2. Atwood, Margaret. Am I a bad feminist? En: The Globe And Mail. 13 de enero
de 2018.
3. En el Perú, tres mujeres son violadas cada hora, según cifras del Observatorio de
la Criminalidad del Ministerio Público de 2017.
4. La conferencia de Tarana Burke, fundadora de #MeToo, que TED publicitó
como “un poderoso llamado a desmantelar el poder y el privilegio que son los
componentes básicos de la violencia sexual” fue destacada BBC con el titular
"Tarana Burke, fundadora del MeToo: el movimiento se ha vuelto
“irreconocible” y a partir de allí la declaración fue reproducida en ese tono (“La
fundadora del #MeToo critica que el movimiento ha perdido toda su esencia”,
ver codigonuevo.com/feminismo/fundadora-metoo-critica-movimiento-perdido-
esencia)
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Zumba dos veces la historia


Sobre “DIBUJOS MENTALES DE RAFAEL HASTINGS”, poemario de Rodrigo Vera
Teresa Cabrera Espinoza
Escritora. Editora de Quehacer

¿Qué es el olvido? ¿Qué es una screenshot? En torno a estas dos cuestiones he


organizado mi lectura de “Dibujos mentales de Rafael Hastings”, de Rodrigo Vera,
poemario inserto en PESAPALABRA, boletín de poesía y crítica #02, aparecido en
diciembre 2018.

Qué es el olvido

El olvido puede definirse en muchos sentidos como carencia. Puede ser la ausencia de
registro, la falta de información, la imposibilidad de recuperar o elaborar un recuerdo.
En la experiencia peruana reciente, olvido es un término cargado de dolor ético: se
olvida la historia y sus errores, por eso, dicen los bienpensantes, los errores “se repiten”.

También decimos que algo “quedó en el olvido” como un señalamiento ante una
resolución sin efecto, uno de esos pasmos usuales en la vida nacional. Llamamos
“olvidados” a quienes no tienen la fuerza suficiente para hacerse visibles para quienes
tienen el poder de nombrar y conceder. El olvido como desinterés.

En peruano el olvido es una denuncia, una postergación. Algo inaceptable. Suele


perderse de vista su lugar en la higiene mental. Razonablemente, entre tanta injusticia y
negación, nunca se atiende a su potencial político para generar una convivencia pública
más amplia y temperada. El olvido está asociado irremediablemente a la impunidad. La
consigna, que adhiero, es ni olvido, ni perdón.

El olvido tiene como condición necesaria el transcurrir del tiempo. Si nos instalamos en
el tiempo nacional, en la narrativa nacional, que es en la que me he situado para esta
exploración, estamos en un transcurrir en el que conviven diversas líneas. La respuesta a
qué es el olvido depende de en cuál de estas líneas narrativas nos situemos.

Una gran narrativa en la que estamos situados es la del capitalismo y su retórica del
tiempo medido como duración de la extracción del valor, donde el tiempo es un ciclo de
acumulación. Esta gran narrativa, a su vez, está imbuida en la experiencia histórica que
se define como dominio de la mente para transformar el cuerpo sensitivo en cuerpo
productivo, a la vez que dominio del cuerpo productivo sobre la naturaleza, o a decir de
Marx, sobre el “material natural transformado en órganos de la voluntad humana sobre
la naturaleza o de su actuación en la naturaleza”, porque “la naturaleza no construye
máquinas”. El tiempo es el progreso y el olvido -lo que se deja atrás- es su condición.

Pero qué ocurre si nos instalamos en un tiempo no nacional, no acumulativo, ahistórico.


Un tiempo vacuo e insustancial, no en el sentido de vano o superficial, sino en la
vacuidad de buda, en la imposibilidad de referir un concepto a una sustancia situada. En
el poema titulado “OJOS CERRADOS”, leemos:

“No quiero decir que sea inconcebible/ Quiero decir que si sucede/ ¿Cómo podría uno
creerlo?”
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Allí es donde nos fuerza a estar este libro. En el tiempo definido únicamente como
continuo entre sentidos y percepción. En estas otras coordenadas, antes que una
carencia, el olvido es parte de un mecanismo que habilita la circularidad del tiempo. Ese
mecanismo se activa como tentación. Algo a lo que se puede ceder.

En “TENTACIÓN RECURRENTE DEL OLVIDO” leemos:

“El tiempo continúa lo que era/ el mismo insecto que estrangulé de niño/ No ha
nacido”

En “DE LA EXPERIENCIA”, leemos: “Alguna vez/ Acumulando/ Aparecí desierto,


niño”

En “REPETIR ALGO EN EL TIEMPO” leemos: “Volver a los espacios en los que


nunca estuvimos/ Estando”

En “El MUNDO”, leemos: “Desmembrándose en su propio durar/ El tiempo es lo que


ocurre/ Hasta que ocurra”

En “CUIDAR LAS SOMBRAS”, leemos: “Zumba no el obelisco/ sino su elevación/


Zumba dos veces la historia/ y hace el lugar”

Esta circularidad o en cualquier caso este devenir cíclico también se evidencia allí
donde los textos expresan el lugar como repetición, como rutina. Aquí digo una
obviedad: el tiempo como constitutivo de la experiencia. Una experiencia en la que la
densidad está en lo infinito. En CUERPOS PERDIDOS, leemos: “El hilo de lo
ininterrumpido/ ¿Qué desata?”

Aquí es donde los textos empatan de modo más nítido con algunos de los postulados del
artista Rafael Hastings, quien en una entrevista con Andrés Hare para La Mula
(18/10/2014) a propósito de su exhibición “El futuro es nuestro y/o por un pasado mejor
1983-1967” aludía a lo infinito como una suerte de para-realidad que posibilita la
creación: el proceso creativo como una realidad y tiempo en sí mismos distintos de la
realidad- real.

Ahora vamos a la segunda cuestión, cuya exploración es más breve.

Qué es una screenshot

Cualquiera sea la idea que tenemos sobre qué es vivir en una cultura visual o gráfica,
ésta queda corta frente a la capacidad de producción y circulación de imágenes que
revelan estos números imposibles, correspondientes al año 2018: En Facebook se
cargaron 243 mil fotos cada minuto, en Instagram, 65 mil fotos cada minuto. En
Whatsapp, de 29 millones de mensajes enviados cada minuto, 1 millón son imágenes.
Pese a la relevancia comunicacional y política del tipo particular de imagen que es una
screenshot no hay estadística de la que se pueda derivar cuántas screenshots forman
parte de ese fluir.
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En estricto, la screenshot es imagen -la captura de una story de instagram, o un still de


video para producir un meme-, pero su uso crítico es el de fijar más que los
componentes gráficos, los textuales y, lo que es más importante aún, fijar los
componentes de la interacción en la pantalla, por ejemplo, lo que alguien comentó o
fracciones de conversación.

Solo para nombrar algunos espacios de relevancia para la dinámica screenshotera,


podemos aludir a las rutinas opresivas del amor romántico, a la capacidad de prueba en
una situación de violencia y acoso, y como tenemos muy fresco en el Perú, a la
develación de arreglos de bancada parlamentaria, como ocurrió con los chats “La
botika” y “El mototaxi”. En todos estos paisajes relacionales, la captura de pantalla
cumple un rol crucial para generar nuevos actos de comunicación. De entre las millones
de imágenes que circulan, tiendo a creer que las screenshots son las que mejor expresan
la fragmentación, la sospecha y la dispersión como definitorias de esta etapa de nuestra
cultura visual. ¿Por qué estoy hablando de screenshots? Porque creo que podemos
identificar tanto el libro de Rodrigo Vera como su referente (los dibujos mentales de
Rafael Hastings), como parte del género “screenshots/pantallazos”. Portan ese carácter
contemporáneo.

Los “dibujos mentales” de Rafael Hastings son “registros mentales” (diríamos, una
forma de resistencia al olvido), intentos de fijar elementos gráficos y textuales
desgajados del tiempo real. Si en las piezas plásticas de Hastings el acto de captura va
de lo que no existe (o es operado desde la imaginación) a lo que existe (una superficie
intervenida, coloreada, escrita, tachada), en los textos de Rodrigo Vera ocurre a la
inversa. Si la poiesis es la fuerza de lo que transita del no ser al ser (creación), podemos
afirmar que estos apuntes están escritos bajo la pulsión contraria: van de los dibujos
mentales concretos, a la palabra que los abstrae y en el tránsito del ser al no ser, los
devuelve al espacio de la imaginación.

desco

Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, es una institución no gubernamental del


desarrollo que forma parte de la sociedad civil peruana, desde hace 52 años, dedicada al
servicio de la promoción del desarrollo social y el fortalecimiento de las capacidades de
los sectores menos favorecidos del país.

Jr. Huayna Cápac 1372 Jesús María, Lima - Perú. (51-1) 613-8300.

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