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Clase 3

RACISMO Y DISCRIMINACION

Como señalamos sobre el final de la primera clase, pensar la igualdad requiere siempre
pensarla en el marco de la comunidad y del conjunto de derechos y responsabilidades
que derivan del vivir-en-común, ya que es la comunidad la que nos permite dar sentido,
contenido y alcance a aquello que entendemos por igualdad. Es importante tener
presente que este tipo de definiciones –desde la libertad y la igualdad hasta las nociones
de discriminación y racismo– tienen siempre un carácter social; esto es que toda
atribución de sentidos se funda y asienta sobre creencias y valores socialmente
compartidos. Desde la perspectiva del paradigma de los derechos humanos, la
experiencia diaria del menosprecio y el desinterés por el principio de igualdad nos lleva
a centrar la atención en las prácticas y situaciones que se presentan como la contracara
de este principio: hablamos en este punto de aquello que llamamos discriminación.
Nuestra tarea es, entonces, adentrarnos en la especificidad que adoptan las
modalidades del desinterés por el principio de igualdad. Con este objetivo, podríamos
comenzar con una pequeña exploración que permite poner en relieve ciertos aspectos
de esta problemática. En 1925 la Real Academia Española incorpora en su Diccionario de
la Lengua la palabra “discriminación”. Esta incorporación resulta bastante reciente y
tiende a contradecir nuestro sentido común, según el cual esta palabra estaría presente
en nuestro léxico desde tiempos más remotos. Desde 1925, y hasta la edición de 2001, la
palabra discriminación significaba “separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra”.
Sin embargo, en 1970 se incorpora una segunda acepción de la palabra, en la que
encontramos puntos de contacto con el sentido actual que le atribuimos. En ese
momento se incorpora la idea de que discriminación alude también a “dar trato de
inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.”
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Como señalábamos, será sólo muy recientemente, en 2001, que ambas acepciones
se combinarán en la significación principal atribuida a la palabra: discriminación
significa “seleccionar excluyendo”.1
Aun así, pensar el menosprecio por el principio de igualdad requiere de mayores
precisiones para poder dar cuenta de las prácticas vigentes a nivel social. Esto hace que
resulte necesario reflexionar sobre las diversas formas que adoptan cierto tipo de
modos de interacción, aquellas que conocemos como prácticas sociales discriminatorias.
En este sentido creemos de importancia retomar la perspectiva desarrollada en el Plan
Nacional contra la Discriminación:

Entendemos como práctica social discriminatoria a cualesquiera de las siguientes


acciones:
a) crear y/o colaborar en la difusión de estereotipos de cualquier grupo
humano por características reales o imaginarias, sean éstas del tipo que fueren,
sean éstas positivas o negativas y se vinculen a características innatas o adquiridas;
b) hostigar, maltratar, aislar, agredir, segregar, excluir y/o marginar a
cualquier miembro de un grupo humano del tipo que fuere por su carácter de
miembro de dicho grupo;
c) establecer cualquier distinción legal, económica, laboral, de libertad de
movimiento o acceso a determinados ámbitos o en la prestación de servicios
sanitarios y/o educativos a un miembro de un grupo humano del tipo que fuere, con
el efecto o propósito de impedir o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los
derechos humanos o libertades fundamentales2.

Un primer aspecto a destacar es que en nuestro análisis hacemos referencia a


prácticas sociales discriminatorias –en lugar de hablar de 'actos discriminatorios'– en la
medida en que dar cuenta de las prácticas sociales nos permite adentrarnos en los
marcos comunitarios que organizan, dan sentido y hacen inteligibles los actos que ponen
en escena las matrices discriminatorias vigentes en cada sociedad y para cada momento
histórico. En la medida en que no se trata de hechos o eventos aislados, consideramos de

1 Respecto de las diferentes ediciones del Diccionario de la lengua española, véase la web de la Real
Academia Española, http://www.rae.es/
2 VVAA. 2005. Hacia un Plan Nacional contra la Discriminación, Buenos Aires, INADI-PNUD, pág. 41.

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importancia abordar esta cuestión en términos de prácticas sociales, ya que permiten


dar cuenta de las regularidades socio-históricamente determinadas de articulación entre
personas, grupos de personas y bienes sociales (simbólicos, materiales, etc.). Cuando
hablamos de prácticas sociales discriminatorias estamos tematizando aquellas formas
de obrar, pensar y sentir que, sobre la base de la asignación de atributos estereotipados,
tienen como resultado menoscabar, restringir o anular la capacidad de las personas para
poner en práctica y gozar plenamente de sus derechos.
Por su parte, cuando hablamos de racismo nos referimos a una construcción
ideológica que articula dos creencias: la primera, sostiene que existiría la posibilidad de
segmentar al género humano en grupos sobre la base de un conjunto de características
biológicas comunes (la “raza”, concepto que ha sido abandonado tanto por su
inconsistencia científica como por sus implicancias políticas) y, la segunda, que de dicha
pretendida segmentación se derivaría una jerarquización necesaria entre dichos grupos
humanos y las características que se les atribuyen. En suma, de manera general,
podemos decir que el racismo sostiene una pretendida superioridad de cierto/s grupo/s
poblacional/es, portador/es de determinadas características, por sobre otros. En este
sentido, es importante retomar la perspectiva presentada por Rita Segato en sentido que
“la raza no es una realidad biológica ni una categoría sociológica, sino una lectura
históricamente informada de una multiplicidad de signos, en parte biológicos, en parte
derivados del arraigo de los sujetos en paisajes atravesados por una historia.”3
A los fines de nuestro análisis resulta relevante destacar que existen distintas
dimensiones desde las que resulta posible abordar las prácticas sociales
discriminatorias: a nivel simbólico-discursivo, a nivel físico-corporal y a nivel
institucional-normativo. Estos grandes patrones nos permiten clasificar las diversas
situaciones y manifestaciones concretas que adoptan estas prácticas.
En primer lugar, destacamos aquellas acciones que apuntan a la creación y
reproducción de representaciones simbólicas y estereotipos respecto de determinados
grupos de personas. Como vimos, los estereotipos son imágenes, ideas o referencias de
contenido reduccionista que resultan comúnmente aceptadas en el seno de las
sociedades sobre la base de la naturalización de los contenidos transmitidos. Estas
referencias proponen pautas de identificación y caracterización para distintos grupos de

3Segato, R. (2010). Los cauces profundos de la raza latinoamericana: una relectura del mestizaje. Crítica y
Emancipación, año II N°3. p. 32. Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/

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personas (generalmente sobre la base de caracteres atribuidos y asociados a


valoraciones negativas), reduciendo la complejidad social a un aspecto saliente
vinculado a prejuicios y “lugares comunes”. Los estereotipos son el resultado de una
selección de predicados posibles que, por fuerza de la costumbre y de las
representaciones dominantes de la cultura, termina instalándose como la forma natural
de pensar.
En segundo lugar, podemos dar cuenta de prácticas sociales que se relacionan
con formas de violencia directa y de hostigamiento físico sobre personas o grupos de
personas. De manera general, podemos señalar que estas prácticas suelen sustentarse
en construcciones simbólicas que fundamentan y hacen posible (y pensable) el ejercicio
de la violencia física directa sobre determinadas personas y grupos de personas.
Incluimos en este grupo a las prácticas de maltrato, agresión, segregación, exclusión y
marginación, entre muchas otras formas de violencia directa que se ejercen sobre la
corporalidad de las personas. En tercer lugar, mencionamos aquellas prácticas de tipo
institucional- normativo que tienen como resultado el establecimiento de distinciones
formalmente inscriptas en el marco de instituciones sociales, lo que implica diversos
grados de codificación de los parámetros de inclusión/exclusión de las propias
instituciones.
El tipo de análisis que proponemos tiene la importancia de no centrar la reflexión
sobre quienes históricamente resultan (y han resultado) víctimas de diversas formas de
discriminación. Por el contrario, el objetivo es iluminar los mecanismos que hacen
posible el despliegue del racismo, la discriminación, la xenofobia y otras formas de
intolerancia. Es importante tener presente que estas prácticas son las que ponen en
marcha la valencia diferencial de las personas y que son las que sostienen y refuerzan
las construcciones simbólicas que inferiorizan a determinados grupos de personas. Es
sobre estos procedimientos (negativización, marcaje o estereotipificación e
inferiorización y trato diferenciado) que se funda la negación en el reconocimiento,
acceso, goce y ejercicio de derechos a determinados grupos de personas.

HISTORIA Y NEGACIÓN DE DERECHOS


Si bien resulta sumamente complicado –y por demás infructuoso– intentar rastrear el
origen concreto de estas prácticas, debemos destacar que en determinado momento

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histórico estas formas de simbolización y de categorización de las diversidades


presentes al interior de cada comunidad fueron especialmente difundidas. Hacemos
referencia aquí al momento que de manera más directa incidió en las prácticas
discriminatorias actualmente vigentes: el período de conformación y consolidación de
los Estados nacionales modernos. Con diversas temporalidades en cada caso, la
conformación de estructuras políticas caracterizadas por el monopolio de la violencia, el
control territorial y el establecimiento de burocracias estables comenzaron a delinearse
desde mediados del siglo XVIII4.
En Argentina este proceso se inicia con los movimientos independentistas y se
consolida entre 1880 y 1930. En consonancia con las ideas vigentes a nivel
internacional, el Estado Argentino orientó su accionar en sentido de redefinir las reglas
social y políticamente vigentes. A partir de la década de 1870 comienzan a desarrollarse
políticas tendientes a regular distintos espacios de intercambio social, desde las
reformas urbanas (inspiradas en las teorías vigentes respecto de la salubridad social)
hasta el desarrollo del encierro penitenciario y los saberes criminológicos. En este
marco podemos situar, hacia el cambio de siglo, el desarrollo de políticas
“modernizadoras” fuertemente permeadas por construcciones simbólicas respecto de
“lo nacional” y de sus atributos. De la mano de teorías científicas de gran aceptación
(positivismo, higienismo, normalismo, etc.), la sociedad argentina redefinió los términos
demarcatorios de su identidad y las pautas de delimitación de incluidos-excluidos. Las
decisiones políticas y las reglas sociales de interacción resultaron reformuladas: las
poblaciones originarias, las poblaciones migrantes, los niños y niñas, los portadores de
determinadas filiaciones políticas, entre muchos otros, pasaron a ser objetos de
permanente vigilancia y corrección por parte del Estado nacional.
Lo que subyace en este conjunto de políticas es la presencia de elementos
narrativos vinculados a la idea de “homogeneidad”. Nos referimos aquí a las distintas
presentaciones de esta idea: homogeneidad étnica, cultural, religiosa, lingüística, etc. Un
elemento a destacar es que, dada la vigencia de estructuras simbólicas jerarquizantes, la
valoración positiva de determinados rasgos trajo aparejada la descalificación de todo
aspecto que no coincidiera con dicha valoración. En este sentido, se asoció la noción de

4 Para mayor precisión respecto de este proceso véase, entre otros: WEBER, Max. 2002. Economía y
sociedad, Fondo de Cultura Económico, México; FOUCAULT, Michael. 2001. Defender la sociedad, Fondo
de Cultura Económico. Buenos Aires; y OSZLAK, Oscar. 1997. La formación del Estado Argentino. Planeta
Buenos Aires.

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“normal” a aquello estimado como positivo para la sociedad y, en consecuencia, toda


“desviación”, todo “problema” emergente en el seno de la sociedad se vinculó a personas
o grupos que no se adecuaron a la norma y la imagen de “sociedad bien ordenada”. Esta
construcción negativizante de las diversidades tildó como “anormal” a un amplio
espectro social.
En este marco podemos comprender en profundidad y resignificar las
implicancias de las políticas desarrolladas con el objetivo de “integración nacional”
desde los ámbitos educativos, sanitarios, legislativos, judiciales, comunicacionales,
policiales, militares, etc. Aún cuando un análisis detallado de este conjunto de políticas
resultaría demasiado extenso en este contexto, vale la pena destacar que esta matriz
general de valoración de las determinaciones comunitarias perdura en la actualidad y su
vigencia podemos constatarla sobre la base del análisis de las prácticas sociales
discriminatorias.
Si atendemos a las prácticas discriminatorias vigentes notamos la extensión de
los grupos de personas que resultan víctimas de estas diversas formas de negación del
principio de igualdad. En primer lugar, y sin que esta presentación responda a la
magnitud ni a la extensión de las prácticas analizadas, destacamos la situación de
quienes han sido históricamente posicionados/as en situación de dependencia: las
mujeres, los niños y niñas, y los/as adultos/as mayores. En lo que se refiere a la
situación de las mujeres, constatamos que su desigualdad social (es decir, la posición
inferiorizada en el esquema jerárquico que venimos analizando) tiene como sustento la
interpretación cultural que se hace de la diferencia biológica. Por otra parte, respecto de
niñas y niños, su inscripción social en términos de “minoridad” y dependencia de sus
padres y madres ha llevado a que sean considerados objetos de protección social y
judicial, desconociendo su carácter de sujetos de derechos. Finalmente, en el caso de las
personas adultas mayores, debemos notar que su descalificación y subordinación se
asocia principalmente a la valoración negativa asignada a las transformaciones psico-
sociales y corporales vinculadas al envejecimiento, que lleva a las personas adultas
mayores a ser consideradas “objetos de cuidados”. En este sentido, “en nuestra sociedad,
donde se valora a los seres humanos por su vinculación con la capacidad de producir o

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de acumular riqueza material, el paradigma a emular resulta ser el de la juventud, sana,


fuerte y productiva”5.
Por otra parte, vale la pena analizar el impacto de las prácticas discriminatorias sobre
las personas y grupos de personas cuyas determinaciones existenciales se hallan
fuertemente vinculadas a su origen étnico y/o nacional6. En este punto hacemos
referencia a las comunidades y colectividades de pueblos originarios, afrodescendientes,
judías, árabes e islámicas, gitanas y migrantes (incluyendo a los/as refugiados/as), entre
otras. De manera general, podemos establecer que el ideal de la “integración nacional”
implicó para estos grupos diversas formas de anulación de las particularidades
culturales e identitarias propias. El ideario nacionalista potenció el valor de la
homogeneidad cultural de la nación y, por tanto, tendió a considerar que los rasgos
salientes de otras identidades nacionales y/o étnicas atentaban contra la consolidación
de las estructuras políticas y sociales proyectadas. En este sentido, señala Grimson que
la “desetnicización se vinculó a la promesa de cierta igualdad siempre sobre la base de
aceptar parámetros culturales definidos como ‘argentinos’”7. Desde entonces toda
valoración de la diferencia cultural y/o étnica ha estado fuertemente permeada por su
exotización, extranjerización y marcaje de su “diferencia constitutiva” respecto de los
valores, creencias y costumbres vigentes en la sociedad.
En lo que hace a otros grupos de personas cuyas determinaciones existenciales
no coincidían (ni coinciden) con valoraciones positivas encontramos a quienes, por
diversos motivos, no se corresponden con el paradigma de “normalidad orgánico-
anatómico-funcional”. Este es el caso de las personas con discapacidad (sean físicas,
mentales, intelectuales y/o sensoriales) y de personas portadoras de determinadas
enfermedades (VIH y Sida, cáncer, etc.). La impronta higienista dentro del sistema social
y político, especialmente dentro del campo de la salud, estableció pautas sumamente
discriminatorias que cualifican a estas personas, sus vidas, expectativas, posibilidades y
derechos.

5 Hacia un plan nacional…, op. cit., p. 92.


6 Seguimos aquí la perspectiva adoptada por el Plan Nacional contra la Discriminación, según el cual puede
entenderse como grupo étnico-nacional a “toda colectividad de individuos con tradiciones y/o lengua y/o
religión y/u origen territorial común y que asuma su pertenencia a dicho colectivo, siendo esta ‘auto-
inclusión’ la característica central de su pertenencia”. Ibidem, p. 102.
7 GRIMSON, Alejandro. 2006. “Nuevas xenofobias, nuevas políticas étnicas en Argentina”. En Alejandro

GRIMSON y Elizabeth JELIN (Comp.): Migraciones regionales hacia la Argentina: Diferencia, desigualdad y
derechos. Prometeo. Buenos Aires. Pág. 3.

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De manera similar, personas con diversas identidades sexuales y de género


fueron relegadas en el ejercicio de su derecho al desarrollo de una vida plena y libre de
discriminaciones. Desde un discurso que concebía a la sexualidad desde una mirada
“única, normal, sana y legal” se articularon las diversas formas de negación de derechos,
estigmatizaciones y discriminaciones que han tenido como víctimas a quienes asumían
estas identidades codificadas como “anormales”, “desviadas” e, incluso, “enfermas”.
Finalmente, como hemos visto, debemos enfatizar que tanto el género como la
pobreza resultan ejes transversales que se acoplan a las manifestaciones usuales de
discriminación. La estructura simbólica de valoración de lo masculino y lo femenino ha
tendido siempre a inferiorizar a las mujeres, posicionándolas en roles subalternos y
minorizados. A su vez, la situación socio-económica de pobreza y/o exclusión social ha
redundado en la marginación y exclusión social de quienes se ubican en las escalas más
bajas o nulas de participación de la renta social.
De manera general hemos presentado las matrices discriminatorias vigentes en
nuestra sociedad. Vale la pena recalcar que todos estos grupos resultan víctimas de
formas de discriminación específicas dentro de cada una de las dimensiones generales
anteriormente descriptas: simbólico-discursivo, físico-corporal e institucional-
normativo. Asimismo, volvemos sobre la idea de que las prácticas sociales
discriminatorias tiene la característica de instituirse en marcos de sentido determinados
desde un enfoque sociocultural. Esto implica que a lo largo de la historia los roles
atribuidos, el tipo de interacciones posibles al interior de cada sociedad y las
expectativas para el desarrollo de una vida plena han variado de acuerdo a un conjunto
amplio de variables. En este sentido, uno de los aspectos fundamentales que inciden y
han incidido de manera determinante en la adopción de estas pautas de interacción han
sido las formas históricas en que cada sociedad se ha ido autorrepresentando; esto es, la
medida en que cada sociedad ha podido tematizar la pluralidad, diferencia y diversidad
que le es constitutiva.

DISCRIMINACIÓN Y VIGENCIA DE LOS DERECHOS HUMANOS


En este contexto, debemos destacar que la incorporación de la perspectiva y la agenda
de los derechos humanos en el escenario político y social han permitido, y permitirán en
el futuro, articular de forma novedosa los reclamos de igualdad y de reconocimiento,

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acceso y ejercicio de derechos de una parte muy importante de la sociedad. Si bien a lo


largo del siglo XX pudieron constatarse ciertos avances en este sentido (derechos civiles
de las mujeres, sufragio femenino, derechos de los/as trabajadores/as, etc.), el retorno a
la democracia en 1983 marcó un punto de inflexión, en tanto estas aspiraciones y
voluntades pudieron articularse y comenzar a ser tematizadas a nivel político.
En Argentina, hasta hace algunos años, hablar de discriminación resultaba un
poco complejo ya que no se comprendía plenamente qué quería decir que un hecho era
“discriminatorio”. Asimismo, tendía a pensarse que al hablar de discriminación se hacía
referencia a situaciones particulares de algunas personas: se asociaba esta noción al
antisemitismo, a personas con ciertas enfermedades, a personas con diversa identidad
de género. En todos estos ejemplos, presentados intencionalmente de forma
esquemática y exacerbada, la discriminación era entendida como un problema ajeno al
conjunto de la sociedad, limitado y relativo a algunas personas o, en el mejor de los
casos, a ciertos grupos.
Es por ello que creemos de importancia destacar distintas perspectivas posibles
para hacer frente a situaciones de discriminación. Desde la mirada estatal se han
desarrollado diversas estrategias, entre ellas las políticas de acción afirmativa y políticas
de prevención y/o sensibilización. Sobre la base del reconocimiento de la herencia de las
distintas formas de discriminación a lo largo del tiempo, las políticas de acción
afirmativa se orientan a revertir las consecuencias más notorias de estas desigualdades,
con el objetivo final de eliminar los motivos que les dieron origen. Este sería el caso de
las becas educativas destinadas a alumnos/as de determinados orígenes, los cupos
legislativos y sindicales, etc.
Por otra parte, en la medida en que cuando hablamos de discriminación hacemos
alusión a prácticas simbólicas, las estrategias de prevención y sensibilización se vinculan
de forma directa a la difusión y promoción de derechos. A fin de promover la
desnaturalización de prácticas discriminatorias, uno de los objetivos centrales se orienta
a alcanzar a los sectores de la población más vulnerados en sus derechos y que, por lo
general, quedan fuera de los circuitos de información, difusión y acceso a la justicia.
Una mención aparte merece la labor legislativa, en sentido de promover la
sanción de leyes centrales en esta materia. En los últimos años hemos avanzado de
manera significativa en el reemplazo y creación de normas tendientes al reconocimiento
de las diversidades y a la protección de derechos. Entre muchas otras debemos destacar
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la aprobación y/o ratificación de instrumentos internacionales de protección de los


derechos humanos (Protocolo Facultativo de la Convención sobre la Eliminación de
todas las formas de Discriminación contra la Mujer, Ley Nº 26.171; Convención
Internacional sobre la Protección de los derechos de todos los Trabajadores Migratorios
y de sus Familiares, Ley Nº 26.202; competencia del Comité para la Eliminación de la
Discriminación Racial para recibir y examinar comunicaciones de personas o grupos
víctimas de discriminación, Ley Nº 26.162; Convención Internacional de los Derechos de
las Personas con Discapacidad, Ley Nº 26.378).
Asimismo, se han puesto en marcha numerosas leyes de protección específica:
Ley de Migraciones (Ley Nº 25.871); Ley declarando la Emergencia de la Posesión y
Propiedad de Tierras de Comunidades Indígenas (Ley Nº 26.160); Ley de Protección
Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (Ley Nº 26.061); Ley de
Educación Nacional (Ley Nº 26.206); Ley de Presupuestos Mínimos de Protección
Ambiental de los Bosques Nativos (Ley Nº 26.331); Ley de Protección Integral para
Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Ley Nº 26.485); Ley de
Reconocimiento y Protección al Refugiado (Ley Nº 26.165); Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual (Ley Nº 26.522); Ley de Matrimonio Igualitario (Ley Nº
26.618); y Ley de Identidad de Género (Ley Nº 26.743), entre muchas otras.
En este marco, otro aspecto de importancia a considerar son las estrategias
nacionales desarrolladas para dar cumplimiento a las obligaciones contraídas a nivel
internacional. En Argentina, las políticas nacionales de protección y promoción de
derechos son llevadas adelante desde los distintos Ministerios y Secretarías, en
particular, la Secretaría de Derechos Humanos y otros organismos especializados:
Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), Instituto
Nacional de las Mujeres (INAM), Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), Agencia
Nacional de Discapacidad (AND), entre otros. Vale la pena destacar que muchos de estos
organismos son también los responsables del seguimiento y aplicación de las distintas
convenciones internacionales de derechos humanos.
Las instituciones de derechos humanos son relativamente nuevas en el marco del
diseño institucional público. Estos organismos han adoptado diferentes formas en
distintos paises y regiones. En América Latina suelen ocupan este lugar predominante
las Defensorías del Pueblo y las Comisiones Nacionales de Derechos Humanos. Estas
instituciones se inspiran en la necesidad de contar con un ámbito dentro del Estado
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capaz de monitorear la vigencia de los derechos humanos, recibir denuncias, realizar


investigaciones sobre posibles violaciones, determinar patrones de violaciones, realizar
diagnósticos de situación, entre otra cantidad de acciones. Estas instituciones deben
respetar un conjunto de lineamientos conocidos como “Principios de París”, adoptados
por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1993.
En este sentido, podemos decir que los avances en la incorporación de la
perspectiva de los derechos humanos han sido sostenidos. En la actualidad, se han
creado numerosas instituciones con responsabilidad específica en materia de protección
y garantía en el acceso a derechos, y se han ampliado las facultades de otras. Asimismo,
como vimos, la amplia mayoría de los instrumentos internacionales de protección de
derechos humanos han sido ratificados por nuestro país.
Desde nuestra perspectiva, resulta central comenzar a pensar el paradigma de
derechos sobre la base del abandono de la premisa liberal de ciudadanía, según la cual la
incorporación a la comunidad dependía del relegamiento de las identidades y las
determinaciones existenciales al ámbito construido como privado, lo que en términos
prácticos equivalía al reemplazo de una identidad propia por una nueva “identidad
común”. De esta forma, es importante avanzar hacia una nueva conformación de lo
estatal donde el Estado ya no sea pensando en términos de neutralidad. La idea de
neutralidad estatal respecto de las diferencias sociales ha probado sus límites en la
medida en que la abstracción respecto de las particularidades ha tenido como
consecuencia la profundización de las desigualdades y el despliegue de prácticas
sociales discriminatorias.
En la actualidad, las prácticas sociales discriminatorias atentan de manera directa
contra la posibilidad de ejercicio y, más aún, de reconocimiento de la centralidad del
principio de igualdad. A nivel social, la vigencia de este tipo de prácticas puede ser
establecida sobre la base del conjunto de actos, actitudes e ideas (incluyendo gestos,
gustos, lenguajes, etc.) que se despliegan respecto de las personas colocadas en
condición de inferioridad y/o discriminación.
En este sentido, retomamos aquí la perspectiva presentada anteriormente según
la cual el principio de igualdad y el “derecho a tener derechos” devienen tanto requisitos
de configuración de lo social como máximas para orientar la intersubjetividad. Esto es,
que toda instancia de interacción plena requiere del reconocimiento de nuestro/a
interlocutor/a como par.
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Es en este sentido que hablamos de la importancia de delinear una idea de


comunidad no homogénea. Es por ello que entre las tareas pendientes de una agenda
social y política activa en materia de derechos humanos debemos otorgar un lugar
preponderante al reconocimiento como pares de quienes compartimos el ser-en-común.

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