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Canon y corpus

Sobre la noción de corpus. Martina López Casanova

Corpus es un término de origen latino (‘cuerpo’); el plural suele expresarse con la misma forma. En las ciencias del lenguaje,
corpus designa un cuerpo o conjunto organizado de textos que se utiliza tanto para la investigación lingüística y literaria
como para la enseñanza específica de la lengua (primera o segunda) y de la literatura. Pero además de nombrar el material,
corpus indica la metodología de trabajo. Efectivamente, en un sentido general, un corpus es un conjunto de como mínimo
dos textos reunidos por el especialista, con criterios metodológicos a partir de algunas características que esos textos
presenten compartidas y en función de los objetivos de la investigación o de los objetivos didácticos que hayan sido
establecidos previamente.
Debido a esta amplitud en el uso del término, se hace necesario tener en cuenta la tarea y el marco disciplinar en los que se
emplea, para poder precisar el concepto en relación con los distintos objetos de trabajo.
En el campo de los estudios lingüísticos, hay una larga tradición en investigación sobre la base de la confección y el análisis del
corpus, pero desde la entrada del ordenador como herramienta clave en su tratamiento se ha pasado a una nueva etapa;
actualmente se discute si la llamada lingüística de corpus (LC) consiste en una metodología o se ha vuelto ya una línea
teórica específica.
En el campo de los estudios literarios, el corpus se vincula con dos aspectos simultáneamente: el específicamente crítico, que
atañe a aquello que se pretende estudiar, y el profesional, que corresponde a cuáles son los tipos de corpus que la Academia
legitima o no en distintos momentos y circuitos; en este último sentido, corpus se solapa en alguna medida con canon.

Lingüística de corpus
Actualmente se debate sobre si la denominada LC es una teoría o una metodología. Ya sea en favor de una u otra postura,
los especialistas coinciden en que la LC supone un aporte fundamental para el estudio de las lenguas en lo que respecta al
enfoque empírico, puesto que plantea el trabajo sobre colecciones extensas de textos naturales y permite focalizar datos
observables a modo de evidencia científica. En efecto, provee posibilidades tanto para el análisis como para la enseñanza
de distintos tipos de discursos, ya que ofrece una base para la elaboración de gramáticas, diccionarios y materiales
didácticos (Parodi, 2007). En la LC se trabaja, generalmente, con programas computacionales; los criterios y
procedimientos para la confección de un corpus son muy rigurosos y es esto lo que lo hace confiable respecto de la validez
de sus resultados. En este campo se investiga sobre patrones de uso lingüístico en los textos; por ejemplo, los que atañen a
comportamientos diferentes de estructuras similares en distintos contextos. Uno de los principios básicos de la LC es que
los textos constituyen el medio primario de creación y transmisión de significado; no obstante, se destaca la diferencia
entre considerar los textos de manera independiente o en su interrelación y confrontación a través de la metodología del
corpus. Giovanni Parodi aclara: «un corpus busca entregar datos acerca de la lengua en una proyección mayor que la que
busca un texto como instancia de habla» (Parodi, 2008).En consonancia con su concepción de la LC como una suma de
principios metodológicos, Parodi define corpus como «conjunto amplio de textos digitales de naturaleza específica y que
cuenta con una organización predeterminada en torno a categorías identificables para la descripción y análisis de una
variedad de lengua», y agrega que un corpus «debe mostrar, de preferencia, accesibilidad desde entornos computacionales y
visibilidad de modo que se posibilite su uso en diversas investigaciones con el fin de asegurar acumulación de
conocimientos e integración de la investigación de una lengua particular o en comparación con otra» (Parodi, 2008). Por
otra parte, en varios trabajos sobre descripción y comparación de géneros propios del discurso académico atentos a diseñar
tipologías con fundamento lingüístico, se apela a esta metodología y se digitalizan los textos para su tratamiento
automatizado. Así, por ejemplo, Inés Kuguel indica la digitalización del corpus que ha conformado con objeto de
analizarlo mediante el TACT (Sistema de Tratamiento Automatizado de Corpus Textuales), programa de análisis de textos
asistido por computadora. Este programa fue desarrollado por la Universidad de Toronto y permite relevar frecuencias y
concordancias de textos digitalizados y codificados previamente (Kuguel, 2009).

Literatura
Teniendo en cuenta los posibles críticos, Miguel Dalmaroni distingue algunos tipos de corpus literarios.
• El posible filosófico compone en un corpus construido algo que no está dado antes de la misma intervención crítica; aquí, la
historicidad del corpus se reduce al sentido que le otorga desde su presente la operación del crítico. Dalmaroni lo
ejemplifica con El cuerpo del delito. Un manual (1999), de Josefina Ludmer.
• El posible histórico, en cambio, indaga qué habría sucedido en un determinado momento en la historia de la literatura y se
interroga sobre los sentidos que tendría para el presente aquello que sucedió. Con respecto a este posible, Dalmaroni
reconoce distintos niveles de historicidad en distintos corpus: la historicidad que corresponde a la categoría autor
aglutinante de los textos reconocidos bajo una firma como corpus de autor; la historicidad del corpus de época, propia de
una periodización preestablecida (literatura criollista argentina, por ejemplo) y la historicidad del corpus histórico
emergente. Este último es, explica Dalmaroni, aquel que descubre en las temporalidades superpuestas de un texto literario
o de un conjunto de ellos la presencia de lo que Raymond Williams denomina, en Marxism and Literature (1977), una
«estructura del sentir». Esta configuración anuncia o indica un pasaje, un cambio, un punto de inflexión que explica un
estado de cosas en relación con lo que vendrá, por la presencia textual de lo que Williams denomina elementos
emergentes. Dalmaroni ejemplifica con un corpus que él mismo descubre: el caso «Buenos Aires 1969». Efectivamente, en
ese año se publicaron varios textos (Cicatrices de Juan José Saer, Boquitas pintadas de Manuel Puig, El fiord de Osvaldo
Lamborghini, Los poemas de Sydney West de Juan Gelman, Quién mató a Rosendo de Rodolfo Walsh, Fuego en Casabindo de
Héctor Tizón), que pondrían de manifiesto que estaba surgiendo en Buenos Aires la tradición posborgiana dominante de
la literatura argentina a partir de los años ochenta. Dalmaroni explica que su perspectiva analítica «apunta a los aspectos
literarios (narrativos, textuales, ficcionales, artísticos) del tema […] o mejor, a lo que elestudio de esos aspectos nos diría acerca de
la historia literaria y de la particularidad histórica de sus conexiones con la historia social» (Dalmaroni, 2005; subrayado nuestro).
Por otra parte, Jorge Panesi (2005) advierte sobre el carácter profesional de las confecciones de corpus, ya que los criterios
que les corresponden inciden en el modo de concebir la tarea de la crítica literaria y de validar o no las bases de trabajos de
investigación, como son las tesis doctorales. En este sentido, Panesi observa que la obsolescencia del llamado corpus de
autor está determinada en el ámbito académico norteamericano e incide en los modos de pensar y hacer crítica en ámbitos
académicos periféricos. Asimismo, Panesi señala que el problema de la confección del corpus atañe a la consideración
misma de qué es una literatura nacional, es decir, que el corpus es tanto una cuestión de política académica como de
política crítica.

La enseñanza de la literatura puede apelar a la confección de corpus con la intención general de promover un tipo
de lectura basada en la confrontación de textos, en la medida en que esta operación permitiría que los estudiantes fueran
construyendo y ampliando de manera más sistemática una competencia literaria. Desde este lugar, López Casanova
propone el diseño de corpus articulados en torno a cuestiones formales, orientados a dos objetivos didácticos no
excluyentes: favorecer la adquisición y el desarrollo de estrategias lectoras atentas a las dimensiones lingüístico-retóricas del
texto literario y construir un sistema de referencias culturales y literarias que los alumnos puedan activar en la lectura de
otros textos, dentro y fuera del ámbito educativo.

Referencias bibliográficas
Dalmaroni, M. (2005), «Historia literaria y corpus crítico», Boletín 12 del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, pp.
109-128, Rosario: Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario.
Kuguel, I. (2009), «Géneros académicos y grados de especialización», en Ciapuscio, G. (ed.), De la palabra al texto. Estudios
lingüísticos del español, Buenos Aires: Eudeba.
López Casanova, M. (coord.) (2011), Los textos y el mundo. Una propuesta integral para talleres de escritura y lectura, Buenos
Aires: Universidad Nacional General Sarmiento.
López Casanova, M. (2012), «Posibilidades didácticas de distintos corpus para la enseñanza de la literatura», Glotodidacta, n.° 1,
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Panesi, J. (2005), «Discusión con varias voces: el cuerpo de la crítica», Boletín 12 del Centro de Estudios de Teoría y Crítica
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Parodi, G. (ed.) (2007), Lingüística de corpus y discursos especializados: puntos de mira, Valparaíso: Ediciones Universitarias de
Valparaíso.
Parodi, G. (2008), «Lingüística de corpus: una introducción al ámbito», RLA, Revista de Lingüística Teórica y Aplicada, 46 (1),
pp. 93 119. http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-48832008000100006&script=sci_arttext

Sobre el concepto de canon. María Carreño López

El término canon proviene del griego kanón (‘regla’, ‘modelo’) y, según las acepciones más generales que recoge el Diccionario
de la Real Academia, la palabra canon es empleada como sinónimo de regla o precepto, catálogo o lista y modelo de
características perfectas. Estas tres definiciones colocan al canon en el centro del concepto mismo de literatura y hacen que
mantenga fuertes implicaciones con la mayor parte de los conceptos asociados a cultura: autoridad, gusto, estética,
tradición, arquetipo, cultura popular, historiografía o género literario, por poner algunos de los ejemplos fundamentales
que dan idea del enorme alcance que el canon tiene en el sistema literario. Dada su vasta influencia, es de esperar que
existan fuertes y contradictorias controversias en torno al concepto que nos ocupa.
Más específicamente, el canon literario consiste en un conjunto de obras literarias que sirven como modelo estético en una
cultura determinada, pero también se denomina canon al conjunto de normas que rigen la elaboración y recepción de un
producto cultural. Es decir, el canon literario es tanto «el repertorio de modelos obligatorios de producción, como un
almacén de valores inmortales» (Even-Zohar, 1999: 32).
La historia literaria se ha fundamentado tradicionalmente en una correlación entre espacio geográfico y literatura nacional.
Esta identificación entre literatura y realidad geopolítica ha promovido un canon literario asociado a la nación, que ha
resultado muy problemático para analizar correctamente determinadas realidades literarias. No nos parece acertado afirmar
que es «evidente la ausencia de reflexiones sistemáticas en torno a la noción de canon» (Castañeda, 2009). Las teorías
sistémicas (Even-Zohar, Bourdieu, Lotman, Schmidt, entre otros), recogiendo nociones y planteamientos perfilados ya en
algunos de los formalistas rusos, han desarrollado con mucha coherencia y profundidad las relaciones que median entre
canon e historia literaria. Pozuelo Yvancos, en esta misma línea, hace notar cómo la teoría del canon debería dejar paso a la
teoría de los cánones, puesto que el canon está condicionado por el momento sociohistórico que lo produce.
El canon literario no es un conjunto estático o cerrado de obras, sino un sistema flexible, compuesto por un núcleo de
obras que podríamos denominar inalterable y una periferia que, como afirma Even-Zohar, está presionando desde los
márgenes para desplazar a las obras canonizadas. Pero la inclusión de una obra en este canon, su canonización, está
sometida a múltiples avatares. Dejando a un lado, por ahora, la controvertida categoría de calidad estética, una obra es
canonizada una vez superados escollos extraliterarios que podrían truncar la cadena de transmisión necesaria para que el
texto sea conocido, conservado y difundido. La transmisión oral, la censura, la destrucción de manuscritos, el éxito en las
traducciones, etc., determinarán la suerte de un texto determinado. Una de las piedras angulares del canon occidental, la
obra de Aristóteles, sería impensable sin la tradición que la hizo llegar a Averroes, sin los comentarios «erróneos» que
Averroes hizo sobre las traducciones del griego al árabe que él manejaba y que sirvieron como modelo para todas las
lecturas que siguieron a su obra. Es decir, una de las obras clave para la conformación del imaginario europeo, la obra
canónica por excelencia, alcanzó este estatus de manera indirecta. Los procesos de conformación del canon son una
continuidad de transducciones que moldean perpetuamente el texto literario.
Para ilustrar la relación existente entre repertorio y canon resulta muy adecuado el caso de los géneros literarios. A la división
tripartita que realizó de los géneros literarios M. L. Pratt: productivos (de amplio rendimiento en una cultura, como la
novela), no productivos (aún leídos e identificados, pero de escasa o nula producción, como podría ser la égloga) y
muertos (aquellos cuyo conocimiento y lectura están reservados a especialistas (quizá sirva como ejemplo la lectura
epigramática), Iris Cochón y Antonio Gil le suman la categoría elaborada por Williams en 1977 de «géneros emergentes».
Esta emergencia implica su no pertenencia, al menos por el momento o de forma decidida, al canon dominante. Sin
embargo, la productividad de estos géneros, como en el caso de los libros de autoayuda, puede ser «extraordinariamente
dinámica» (Cochón y Gil, 2004: 284).
Del mismo modo, géneros que fueron emergentes pueden entrar progresivamente en el canon, a través, entre otros
mecanismos, de las antologías y la crítica literaria. Un caso paradigmático de este proceso lo constituye el microrrelato, que
desde la famosa inauguración crítica a través del texto celebérrimo de Augusto Monterroso cuenta con múltiples
antologías, publicaciones en revistas y periódicos, y premios radiofónicos al mejor microrrelato, con significativas
cantidades para el ganador.
El canon se hace visible a través de las antologías, las guías docentes universitarias, pero también a través de los premios
literarios, las inauguraciones de centros culturales u otras actividades y galardones con que la institución sanciona qué
valores culturales y estéticos la representan mejor. El análisis de las obras y los autores canonizados a partir de estos
mecanismos evidencia oscurecimientos y exaltaciones de modelos literarios determinados.
La complejidad de los mecanismos que rigen el sistema literario, junto con la heterogeneidad de los procesos que
determinan la canonización, propició la famosa controversia cerrada o perpetuada, según se mire, por la polémica obra de
Harold Bloom titulada muy significativamente The Western Canon: The Books and School of the Ages. En este estudio, Harold
Bloom realiza una propuesta del canon basándose en criterios exclusivamente literarios. Es, de alguna manera, obviar la
complejidad del fenómeno cultural y cerrar las puertas al diálogo teórico que viene desarrollándose a partir del formalismo
ruso en Europa y Estados Unidos desde principios del siglo xx.
Los criterios estéticos para determinar la calidad artística de una obra están histórica e ideológicamente determinados.
Menéndez Pelayo rechazaba cualquier tipo de calidad estética en La lozana andaluza y, por lo tanto, su posibilidad de
inclusión en el canon, con criterios válidos en su momento (el libro no tenía, según él, la mediación necesaria que convierte
la realidad en literatura y estaba vertido directamente de la vida misma); pero los apelativos con que lo describe («libro
inmundo y feo») evidencian la confluencia de prejuicios ideológicos que no pueden estar separados de las consideraciones
estéticas más que parcialmente. Parte de la labor del crítico es saber reconocer también esos prejuicios, no siempre
negativos, tan estudiados por la imagología.
En la postura contraria a la de Harold Bloom, tenemos los cuestionamientos sobre la idoneidad del canon literario. Esta
postura está presente en distintos momentos históricos y desde diferentes perspectivas, pero toma una fuerza decisiva en
los años sesenta del siglo xx en Estados Unidos con la entrada de alumnos afroamericanos en las universidades
estadounidenses. La irrupción del «multiculturalismo», quizá solo aparente, en las instituciones de enseñanza superior
desveló un canon literario occidental que excluía sistemáticamente a una parte de la población americana.
A partir de los años noventa del siglo xx, las reacciones contra el canon vigente, básicamente propuesto por T. S. Elliot,
propiciaron la proliferación de cánones alternativos en forma de seminarios, antologías, etc. Según Sultana Wahnón, estas
escuelas, vinculadas a los cultural studies, se caracterizan por una «tendencia a considerar toda teoría y toda interpretación
como una expresión de intereses concretos (de clase, género, etnia, etc.), sin margen, pues, para una mínima objetividad
teórico-crítica» (Wahnón, 2009: 13). En este caso, los planteamientos de crítica y propuesta de cánones alternativos se
basaban en cuestiones principalmente extraliterarias.
No parece, pues, que el debate teórico en torno al canon se dirima ahora entre ninguno de estos dos extremos. Las teorías
sistémicas, con un complejo desarrollo teórico del concepto de canon, de repertorio o de sistema cultural, ofrecen las
herramientas necesarias para la aproximación crítica a los múltiples procesos implicados en la canonización (y
descanonización) de las obras literarias.
El tema del canon es crucial para cualquier reflexión en torno a un sistema cultural. El cuestionamiento y la reelaboración
del corpus literario es una labor capital en la actividad docente a cualquier nivel, pero especialmente en aquellos niveles en
los que los alumnos aún no poseen las herramientas críticas necesarias para ofrecer alternativas a las dudas que les susciten
los modelos. Cuando se ofrece un corpus, nunca puede perderse de vista que, acompañando al conocimiento más
estrictamente teórico, o al puro placer de la lectura, se está vertiendo un modelo de sociedad. Cultura, mercado, literatura y
poder confluyen ejemplarmente en el canon literario.

Referencias bibliográficas
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Diccionario Digital de Nuevas Formas de Lectura y Escritura.


http://dinle.eusal.es/searchword.php?valor=Corpus

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