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Cuentos

Blanca nieves
Un día de invierno la Reina miraba cómo caían los copos de nieve mientras cosía. Le cautivaron de
tal forma que se despistó y se pinchó en un dedo dejando caer tres gotas de la sangre más roja
sobre la nieve. En ese momento pensó:
- Cómo desearía tener una hija así, blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabellos
negros como el ébano.
Al cabo de un tiempo su deseo se cumplió y dio a luz a una niña bellísima, blanca como la nieve,
sonrosada como la sangre y con los cabellos como el ébano. De nombre le pusieron Blancanieves,
aunque su nacimiento supuso la muerte de su madre.
Pasados los años el rey viudo decidió casarse con otra mujer. Una mujer tan bella como envidiosa
y orgullosa. Tenía ésta un espejo mágico al que cada día preguntaba:
- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?
Y el espejo siempre contestaba:
- Sí, mi Reina. Vos sois la más hermosa.
Pero el día en que Blancanieves cumplió siete años el espejo cambió su respuesta:
- No, mi Reina. La más hermosa es ahora Blancanieves.
Al oír esto la Reina montó en cólera. La envidia la comía por dentro y tal era el odio que sentía por
ella que acabó por ordenar a un cazador que la llevara al bosque, la matara y volviese con su
corazón para saber que había cumplido con sus órdenes.
Pero una vez en el bosque el cazador miró a la joven y dulce Blancanieves y no fue capaz de
hacerlo. En su lugar, mató a un pequeño jabalí que pasaba por allí para poder entregar su corazón
a la Reina.
Blancanieves se quedó entonces sola en el bosque, asustada y sin saber dónde ir. Comenzó a
correr hasta que cayó la noche. Entonces vio luz en una casita y entró en ella.

La bruja desordenada
Había una vez una bruja llamada Lola que hacía unas pócimas y unos hechizos increíbles. Tenía
recetas para conseguir cualquier cosa, y sabía hechizos que nadie más en el mundo conocía. Era
tan famosa que todas las brujas del mundo querían robarle los libros que contenían todos sus
secretos. Lo cierto es que la bruja Lola era una bruja perfecta. Bueno, casi perfecta. Porque lo
cierto es que tenía una gran defecto: era muy desordenada. Pero a ella le daba lo mismo, porque
cuando necesitaba algo que no encontraba lanzaba un hechizo y aparecía.
Pero un día el hechizo de la bruja Lola para localizar cosas falló. Ella no entendía qué podía pasar,
porque era el mismo hechizo de siempre. Un ratoncito que vivía en su casa y que en tiempos había
sido un niño, se subió a una mesa y le dijo:
- Bruja Lola, no es el hechizo lo que falla sino que no buscas el libro correcto.
- ¿El libro correcto? ¿Y cual es el libro correcto? Madre mía… ¡estoy perdiendo la memoria!
La bruja Lola intentó hacer un hechizo para recuperar la memoria, pero como no sabía en qué libro
estaba y tampoco se acordaba, no pudo hacerlo.
-Si me conviertes otra vez en niño y me dejas marchar te ayudaré a buscar la pócima que necesitas
para recuperar la memoria -dijo el ratoncito.
-Está bien, pero, ¿cómo sé que no me vas a engañar? -dijo la brujo Lola.
-Puedes hacer un hechizo para cerrar la puerta para que no me escape. En ese libro de ahí tienes
las instrucciones para hacerlo. Si me conviertes en niño de nuevo te ayudaré a colocar todo esto y
encontraremos todo lo que no encuentras. Pero después me tienes que dejar marchar.
La bruja Lola accedió, hizo el hechizo para cerrar la puerta y convirtió al ratón de nuevo en niño.
Juntos ordenaron todo aquel desastre. Pero como el niño no se fiaba mucho de la bruja Lola cogió
uno de sus libro de hechizos y pócimas y lo escondió por si acaso. Cuando acabaron de ordenarlo
todo, el niño le pidió a la bruja Lola que le abriera la puerta, pero ésta le traicionó y le volvió a
convertir en ratón.

Cenicienta
Érase una vez un hombre bueno que tuvo la desgracia de quedar viudo al poco tiempo de haberse
casado. Años después conoció a una mujer muy mala y arrogante, pero que pese a eso, logró
enamorarle.

Ambos se casaron y se fueron a vivir con sus hijas. La mujer tenía dos hijas tan arrogantes como
ella, mientras que el hombre tenía una única hija dulce, buena y hermosa como ninguna otra.
Desde el principio las dos hermanas y la madrastra hicieron la vida imposible a la muchacha. Le
obligaban a llevar viejas y sucias ropas y a hacer todas las tareas de la casa. La pobre se pasaba el
día barriendo el suelo, fregando los cacharros y haciendo las camas, y por si esto no fuese poco,
hasta cuando descansaba sobre las cenizas de la chimenea se burlaban de ella.
- ¡Cenicienta! ¡Cenicienta! ¡Mírala, otra vez va llena de cenizas!
Pero a pesar de todo ella nunca se quejaba.
Un día oyó a sus hermanas decir que iban a acudir al baile que daba el hijo del Rey. A Cenicienta le
apeteció mucho ir, pero sabía que no estaba hecho para una muchacha como ella.
Planchó los vestidos de sus hermanas, las ayudó a vestirse y peinarse y las despidió con tristeza.
Cuando estuvo sola rompió a llorar de pena por no poder ir al baile. Entonces, apareció su hada
madrina:
- ¿Qué ocurre Cenicienta? ¿Por qué lloras de esa manera?
- Porque me gustaría ir al baile como mis hermanas, pero no tengo forma.
- Mmmm… creo que puedo solucionarlo, dijo esbozando una amplia sonrisa.
Cenicienta recorrió la casa en busca de lo que le pidió su madrina: una calabaza, seis ratones, una
rata y seis lagartos. Con un golpe de su varita los convirtió en un magnífico carruaje dorado tirado
por seis corceles blancos, un gentil cochero y seis serviciales lacayos.
- ¡Ah sí, se me olvidaba! - dijo el hada madrina.
Y en un último golpe de varita convirtió sus harapos en un magnífico vestido de tisú de oro y plata
y cubrió sus pies con unos delicados zapatitos de cristal.

La tortuga y la cometa voladora


Había una vez un molinero pobre que cuando murió sólo pudo dejar a sus hijos por herencia el
molino, un asno y un gato. En el reparto el molino fue para el mayor, el asno para el segundo y el
gato para el más pequeño. Éste último se lamentó de su suerte en cuanto supo cuál era su parte.
- ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo tengo un pobre
gato.
El gato, que no andaba muy lejos, le contestó:
- No os preocupéis mi señor, estoy seguro de que os seré más valioso de lo que pensáis.
- ¿Ah sí? ¿Cómo?, dijo el amo incrédulo
- Dadme un par de botas y un saco y os lo demostraré.
El amo no acababa de creer del todo en sus palabras, pero como sabía que era un gato astuto le
dio lo que pedía.
El gato fue al monte, llenó el saco de salvado y de trampas y se hizo el muerto junto a él.
Inmediatamente cayó un conejo en el saco y el gato puso rumbo hacia el palacio del Rey.
- Buenos días majestad, os traigo en nombre de mi amo el marqués de Carabás - pues éste fue el
nombre que primero se le ocurrió - este conejo.
- Muchas gracias gato, dadle las gracias también al señor Marqués de mi parte.
Al día siguiente el gato cazó dos perdices y de nuevo fue a ofrecérselas al Rey, quien le dio una
propina en agradecimiento.
Los días fueron pasando y el gato continuó durante meses llevando lo que cazaba al Rey de parte
del Marqués de Carabás.
Un día se enteró de que el monarca iba a salir al río junto con su hija la princesa y le dijo a su amo:
- Haced lo que os digo amo. Acudid al río y bañaos en el lugar que os diga. Yo me encargaré del
resto.

La Ada fea
Las hadas, por lo general, son criaturas bellas, dulces, amables y llenas de amor. Pero hubo una
vez un hada que no eran tan hermosa. La verdad, es que era horrible, tanto, que parecía una
bruja.
El Hada Fea vivía en un bosque encantado en el que todo era perfecto, tan perfecto que ella no
encajaba en el paisaje, por eso se fue a vivir apartada en una cueva del rincón más alejado del
bosque. Allí cuidaba de los animalitos que vivían con ella, y disfrutaba de la compañía de los niños
que la visitaban para escuchar sus cuentos y canciones. Todos la admiraban por su paciencia, la
belleza de su voz y la dedicación que prestaba a todo lo que hacía. Para los niños no era
importante en absoluto su aspecto. - Hada, ¿por qué vives apartada? -le preguntaban los niños. -
Porque así vivo más tranquila -contestaba ella.
Un día llegó una visita muy especial al bosque encantado. Era la reina suprema de todas las hadas
del universo: el Hada Reina. La cual estaba visitando todos los reinos, países, bosques y parajes
donde vivían sus súbditos para comprobar que realmente cumplían su misión: llevar la belleza y la
paz allá donde estuvieran.
-Ilustrísima Majestad-dijo el Hada Gobernadora de aquel bosque encantado-. Podéis ver que
nuestro bosque encantado es un lugar perfecto donde reina la belleza y la armonía.
-Veo que así parece -dijo el Hada Reina-. Veamos a ver si es verdad. Yo conjuro este lugar para que
en él reinen los colores más hermosos si lo que decís es verdad, o para que desaparezca el color si
realmente hay algo feo aquí. Pero en ese momento, el bosque encantado empezó a quedarse sin
colores, y todo se volvió gris.
-Parece que no es verdad lo que me decís -dijo el Hada Reina-. Tendréis que buscar el motivo de
que vuestro hogar haya perdido el color. Cuando lo hagáis, este bosque encantado recuperará
todo su brillo y esplendor. Sólo cuando la auténtica belleza viva entre vosotras este lugar volverá a
ser perfecto.

El ciervo y la oveja

Pidió una vez el ciervo a la oveja que le prestase un celemín de trigo. Esta no
puso muy buena cara, y viendo el ciervo como recelaba, le dijo:
“No tienes motivo para desconfiar de mí, ya que soy un ciervo honrado y
cumplidor. A pesar de todo, y para que estés más tranquila, me obligo a
presentarte un fiador que me avale.

"¿Un lobo? – replicó la oveja- "¿Tu fiador es un lobo? Pues explícame ciervo a
quien recurriré para recuperar mi trigo una vez se cumpla el plazo si decides no
devolvérmelo. Si él no tiene más posesiones que sus dientes, y tú, los pies para
escapar, ¿Qué seguridad es la que me ofreces?

Moraleja

Examinar al que pide y sus fiadores, ahuyenta la peste de los malos pagadores.

El viajero y su perro

Un excursionista listo para partir de viaje, vio a su perro en el pórtico desperezándose y


bostezando. Al verlo le cuestiono con firmeza:
¿ Por qué estás ahí holgazaneando?, todo está preparado menos tú, así que ven a mi de
inmediato.
El perro, agitando su cola contesto:
Oh amo, yo ya estoy preparado, más bien es a usted a quien espero.
Moraleja
El perezoso siempre culpa de los retardos a sus seres más cercanos.

La zorra con el rabo cortado

Una vez, se encontraba bastante avergonzada una zorra luego de que una trampa
le cortara su cola, ya que determinaba que su vida era humillante e infeliz, por
tanto decidió que la solución sería recomendar a sus hermanas que les favorecía
cortarse su cola, con el propósito de poder disimular con su semejanza, su defecto
personal.
ues con tal objetivo logró reunir a todas sus hermanas, aconsejándoles que la cola
no aporta algún tipo de belleza, sino además que no era de gran utilidad.
De repente, una de ellas expreso lo siguiente:
Me gustaría saber, si no estuvieras tratando de conseguir algún beneficio, ¿en
realidad estarías brindándonos estos consejos?

MORALEJA

Cuídate de los que dan consejo en busca de su propio beneficio, y no por hacer
realmente un bien.

Zeus los animales y los hombres

Cuentan que Zeus esculpió a los animales primero y que luego les asigno fuerzas
a unos, a otros velocidad y a los escatológico las alas; sin embargo dejó
desvestido al hombre y quien expreso:

Precisamente a mi, has dejado sin recibir algún beneficio!

No percibes el obsequio que te he entregado; Respondio Zeus, y es el más


valioso, ya que has obtenido el raciocinio, valeroso en medio de los dioses y los
hombres, más poderosa que los animales más valioso, más ágil que las aves más
veloces.
Por lo tanto el hombre, acepto el obsequio de Zeus y se aparto venerando y
entregándolo sus agradecimientos al dios.

MORALEJA

Que las grandezas que observamos en las criaturas de la naturaleza, no nos


hagan olvidar que fuimos obsequiados con la mayor de todas ellas.
La gacela que nunca había visto 1 león

Había una gacela que jamás en su vida había visto un león.


La puso el destino un día delante de la real fiera. Y como era la primera vez que le
veía, sintió un miedo espantoso y se alejó tan rápido como pudo.

Al encontrar al león por segunda vez, aún sintió miedo, pero menos que antes, y lo
observó con calma por un rato.
Luego por casualidad, se encontró nuevamente al león, aunque esta vez sentía un
poco menos de miedo, tranquilizada le observo por un buen rato.
En fin, al verlo por tercera vez, se envalentonó lo suficiente hasta llegar a
acercarse a él para entablar conversación

MORALEJA

En la medida que vayas conociendo algo, así le irás perdiendo el temor. Pero
mantén siempre la distancia y prudencia adecuada.

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