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educación universitaria
Mercedes Oraisón
Sin embargo, nos encontramos con fuertes argumentos que refutan esas posibles
creencias y presupuestos y que nos advierten de la importancia de las acciones
ético-pedagógicas en la educación universitaria. A continuación presentamos las
que nos parecen más relevantes.
Ahora bien, considerando que las acciones de educación moral son necesarias y
se justifican a la luz de las premisas anteriores, ¿cuál es la mejor manera de
intervenir en este sentido sin caer en arbitrariedades ni cruzar límites que
deslegitimen nuestro propósito?
Esta condición nos lleva a plantear una segunda. Si bien partimos del hecho de
que los estudiantes son propios pares de sus profesores, en tanto personas
adultas, concebimos, a la vez, que estos estudiantes pueden seguir progresando
en su desarrollo moral. Pero que los propósitos de la educación moral en esta
etapa claramente se encaminan a propiciar y potenciar las estructuras de
pensamiento y acción posconvencionales. Las competencias a desarrollar en este
caso serán el juicio crítico, el discurso argumentativo, de razonamiento
intersubjetivo, etc.
Una tercera condición es, a nuestro entender, que tales competencias se vinculen
directamente con el ejercicio de la ciudadanía al mismo tiempo que con la práctica
profesional. Asumimos, pues, que la universidad pública es un ámbito específico y
superlativo de formación ciudadana. De ahí que la misión de formar profesionales
y técnicos especializados en diferentes áreas deba necesariamente
complementarse con la de una educación moral que los capacite para
desempeñar funciones cívicas, sociales y políticas con responsabilidad y calidad
moral. Tal como nos muestra Maliandi.4
La “formación de profesionales” se ha convertido en uno de los problemas
centrales de la educación, no porque tenga un mayor peso que la mera
alfabetización, por ejemplo, sino porque del grado de excelencia, y sobre todo
quizás del de sensibilidad social que se logre transmitir a los profesionales de
nuestro tiempo, depende la “razonabilidad” de las soluciones que se propongan a
muchos otros problemas, incluyendo el de la alfabetización. Es cierto que el poder
para la toma de decisiones está en manos de los políticos (o de los empresarios) y
no de los profesionales, pero ese poder se desdibuja y debilita si no cuenta con el
asesoramiento de profesionales. Si la formación de éstos se concentra exclusiva o
prioritariamente en los aspectos técnicos, los profesionales se reducirán a simples
instrumentos de un poder que puede valerse de ellos para fines injustos. Si por
formación de profesionales se entiende, en cambio, un desarrollo armonioso de
las capacidades cognoscitivas, técnicas y morales, se estará contribuyendo con
ella a un mejoramiento de la sociedad en general.
Las estrategias para el segundo grupo estarían conformadas por todas aquellas
acciones centradas en el logro de un clima moral justo, en la estimulación de una
comunidad que promueva el reconocimiento, la producción y la confrontación de
argumentos morales. Este tipo de estrategias permiten diversificar las
intervenciones ético-educativas hacia aspectos de la personalidad moral que
constituyen elementos reforzadores del razonamiento moral. Oser 5 considera que
por medio de estas intervenciones pueden alcanzarse importantes logros, más
claros e inmediatos a la hora de las evaluaciones, que aquellos cuyo objetivo
fundamental es la estimulación del desarrollo moral, donde los cambios en los
estadios del juicio son más lentos y difíciles de verificar. De hecho, los éxitos
obtenidos en torno a la atmósfera moral del grupo, a su sensibilidad para percibir
dilemas éticos y a su actitud para confrontarlos y resolverlos en forma cooperativa
deberían ser interpretados como un avance en el desarrollo moral.
Notas
5 Cf. OSER, F. y SCHAFLI, A. “But it does move: the difficulty of gradual change in
moral development”, en BERKOWITZ, M. y OSER, F. Moral Education Theory and
Application. Hillsdale, Lawrence Erlbaum Associates, 1985.
7 Cf. HARE, R. M. Sorting Out Ethics. Nueva York, Clarendon Press-Oxford, 1997.
Aquí Hare reconoce que las notas esenciales de los juicios morales están en ser:
(a) prescriptivos, esto es, imperativos, el acuerdo con estos juicios, si es genuino,
requiere actuar en conformidad con ellos; (b) racionales, la prescripción debe ser
sostenida por razones; (c) consistentes, no pueden ser arbitrarios en relación con
los hechos, si bien los hechos no nos fuerzan lógicamente a hacer un juicio moral
en lugar de otro; cuando se realiza un juicio sobre una determinada situación,
admitiendo que los hechos son los mismos en otra, no se puede hacer un juicio
sobre la ésta que entre en conflicto con el primero; (d) en consecuencia son
universales porque si los hechos son iguales, ello proporciona una razón para
hacer el mismo juicio normativo y porque este juicio involucra principios morales
sustanciales reconocidos independientemente de la situación contingente.
10 http://www.imsa.edu/team/cpbl/center.html.