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y en este caso tenía que haber sido devuelta; 3) si, una vez aco-
gida la idea de su aparición independiente, no tenía que ir acom-
pañada, como el mismo abad Gregoire reclamaba, de una decla-
ración de deberes. Prevaleció la opinión intermedia. Y fue la
elección justa. La Declaración aprobada como texto aislado, se-
parado de la futura Constitución, tendrá una vida autónoma y,
es necesario reconocerlo, gloriosa. Pasará a la historia con la de-
nominación resonante (para bien y para mal) de los «principios
del 89».
Que los constituyentes fueron conscientes de cumplir un acto
históricamente relevante resulta del preámbulo que precedió a
la enunciación de los artículos. En éste, la necesidad de la de-
claración se funda en el argumento de que «el olvido y el des-
precio de los derechos del hombre son la causa de las desgracias
públicas y de la corrupción de los gobiernos». El artículo funda-
mental es el segundo, en el que vienen expresa y taxativamente
enunciados estos derechos: la libertad, la propiedad, la seguri-
dad y la resistencia a la opresión.
La Declaración ha estado sometida repetidamente a críticas
formales y sustanciales. En cuanto a las primeras, no es muy di-
fícil descubrir contradicciones y lagunas. Comenzando por los
cuatro derechos enunciados, sólo el primero, la libertad, es de-
finido, pero es definido en el artículo 4 como «el poder de hacer
todo aquello que no daña a los demás», de donde deriva la regla
del artículo siguiente según la cual «la ley no puede prohibir más
que las acciones dañosas para la sociedad». En el artículo 5, en
cambio, es definida implícitamente como el derecho de hacer
todo aquello que no está prohibido ni obligado, definición clá-
sica por la que la libertad es entendida negativamente como si-
lentium legis, o bien como el espacio libre debido a la falta de
leyes imperativas, negativas o positivas. Esta segunda definición,
a diferencia de la primera, es implícita, porque el texto se limita
a decir tortuosamente que «todo lo que no es prohibido por la
ley no puede ser impedido, y nadie puede ser obligado a hacer
lo que ésta no ordena». Las dos definiciones se diferencian por-
que, mientras la primera define la libertad de un individuo res-
pecto a los demás individuos, la segunda define la libertad de los
individuos respecto al poder del Estado. La primera está limita-
da por el derecho de los demás a no ser dañados, y refleja el clá-
sico principium iuris del neminem laedere; la segunda se fija ex-
166 El tiempo de los derechos