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Michel Foucault: Las palabras y las cosas.

Una arqueología de las ciencias humanas (1966)


Georges Perec
Pensar / Clasificar (1985)

Una representación semántica por esencia presupone como fondo un árbol de tipo genealógico, un
encajonamiento de clases y subclases que preceden a los individuos o las categorías que han de ser
registrados sobre esa estructura. Y la construcción de la estructura de sustentación precede al
reconocimiento de los individuos, de los géneros y de las especies y permite su identificación. De
hecho, los individuos solo pueden obtener una identidad gracias a la estructura. Volviendo al
ornitorrinco, durante ochenta años este animal se ha conocido a base de ir descubriendo
propiedades aparentemente contradictorias (como poner huevos y dar de mamar a las crías) hasta
que las taxonomías científicas han distinguido (casi ad hoc) la subclase de los mamíferos
monotremos. En semiótica estas definiciones se llaman de diccionario: la definición de diccionario
de un perro es la que dice que es un animal de la familia de los cánidos, que son mamíferos
placentarios carnívoros fisípedos.
En realidad ningún diccionario «de carne y hueso» (de los que manejamos a diario) se hace
así: aunque ese diccionario proporcionase la definición anterior (y raramente lo hace con esa
precisión), añadiría otras propiedades que caracterizan a los perros, como el hecho de ser
cuadrúpedos, amigos del hombre, omnívoros, etc., y probablemente mencionaría las razas más
conocidas. Una representación por acumulación o serie de propiedades presupone no un
diccionario sino una especie de enciclopedia in fieri, nunca completada, y nunca fijada
definitivamente en un árbol.
La inmensidad de la enciclopedia asustó a los redactores de los primeros diccionarios: en el
siglo XVII, el célebre Dizionario della Crusca, como no podía recurrir aún a las taxonomías científicas
que son de elaboración posterior, definía al perro como «animal conocido». Solo la mentalidad
barroca, con su gusto por lo desmesurado y lo extraordinario, podía concebir estructuras
enciclopédicas que enumerasen propiedades infinitas. […] La ausencia de espíritu sistemático en
estas listas es una prueba del esfuerzo que realiza el enciclopedista por evitar una árida
clasificación por géneros y especies. La acumulación todavía desordenada (o vagamente ordenada,
como lo hace Tesauro, bajo los títulos de las diez categorías y sus miembros) es la que permitirá
luego el descubrimiento de relaciones inesperadas entre los objetos del saber. El «fárrago» es el
precio que se paga no para alcanzar la plenitud, sino para evitar la pobreza de cualquier
clasificación arborescente.
Umberto Eco
«El catalejo aristotélico» (El vértigo de las listas, 2009)

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