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Y precisamente con un ardid invita el animal a Eva a comer del fruto del
árbol del conocimiento que Dios había prohibido bajo pena de muerte. La
serpiente, maliciosa y pérfida, sembró la duda: “No, no morirán. Dios sabe
muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y
serán como dioses, conocedores del bien y del mal”, dando comienzo así al
gran relato…
TITIAN; La caída de la humanidad
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La serpiente condenada
Después de este episodio, al juicio contra la serpiente no cabía apelación:
“Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y
entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y
comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la
mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el
talón”.
Aunque el animal gozó de una mejor imagen la mayor parte del tiempo en el
mundo antiguo, como animal sanador entre los griegos y los romanos,
símbolo también de la vida y de la Madre Tierra, su destino funesto había
quedado sellado con el relato del Génesis… o bueno, no del todo.
La serpiente de bronce protectora
Y es que, curiosamente, surgirá una imagen del todo favorecedora de la
serpiente en dos episodios del Antiguo Testamento asociados a la vida de
Moisés. El primero, cuando reclama en varias ocasiones al Faraón la
liberación de su pueblo de la esclavitud.
Entonces, se produce una batalla de magia, según relata el libro del Éxodo,
durante la cual el cayado de su hermano Aarón se transforma en serpiente y
se enfrenta a los otros bastones de los magos del Faraón, convertidos a su vez
también en serpientes por las artimañas de los hechiceros. Sin embargo, la
serpiente de Aarón devoró a todas las demás, como signo de protección y
omnipotencia de Dios hacia Israel.