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Los pueblos de la antigüedad tuvieron una ciencia que mientras el ser humano no se rinda a los
monstruos que está creando, seguirá siendo necesaria: la sabiduría.
La sabiduría en todos los pueblos ha consistido en un saber vivir. Es un saber fruto de una reflexión
sobre la propia experiencia, un “saberse” por dentro y en el contexto en el cual se interactúa. Los
sabios fueron personas conectadas consigo mismas y con el cosmos, capaces de vivir místicamente una
unión con todos los seres, de admirar su belleza y de hacerse cargo de su cuidado. Judíos, chinos, incas
-la lista abarca a todas las expresiones culturales civilizadas- han desarrollado un acervo sapiencial
con el cual han podido transmitir, no sin hermosura, orientaciones a la felicidad a las nuevas
generaciones.
El horizonte está sumamente fragmentado. Las grandes tradiciones religiosas y filosóficas han entrado
en contacto, y se relativizan unas a otras; han experimentado el impacto de la cultura secularizadora
científico-técnica; son socavadas por la lógica mercantilista que incluso las vende con tal de hacer
crecer la economía. Los conocimientos que los sabios de Occidente y Oriente afinaron por milenios,
fácilmente son olvidados o ridiculizados.
Los muchos conocimientos, los controles biológicos, mecánicos y algorítimicos no nos han hecho más
sabios. Solo “la experiencia es la madre de la ciencia”. Cuando la ciencia nos desconectó del universo,
de la tierra, de los demás y de nuestra propia interioridad, dejó de ser ciencia propiamente tal. La
sabiduría sí lo ha sido, por esto la volvemos a necesitar.
Pero hay un aspecto sapiencial de la apocalíptica que convendría recuperar. El pueblo de Israel en
circunstancias especialmente catastróficas y humillantes, supo extraer de su propia historia una palabra
trascendente que le hizo esperar y luchar por un futuro distinto. Los israelitas se sobrepusieron.
Apostaron a que la historia tenía sentido, que habría un juicio final y que Dios rehabilitaría a los
mártires. Se podía ser distintos a sus opresores. Había, sí, que mantenerse firmes y resistir.
¿Cómo ser sabios hoy? No se trata de arremeter contra la tecno-ciencia. La batalla se juega a otro
nivel. La sabiduría busca la felicidad cualquiera sean las circunstancias. Estas pueden cambiar. Es
sabio comprometerse políticamente, siempre que se tome partido por el bien de todos, en vez que del
propio. Salomón, el rey, fue en su época el modelo de la sabiduría. Pero, en lo inmediato no se ve
cómo estas circunstancias puedan ser modificadas. Talvez no lo sean nunca. Pero nada impide en
plantarnos en la vida de un modo protagónico: observar, pensar, sentir el mundo que habitamos en el
propio corazón, admirarse, tomarle amor a los minerales, a los vivientes, situarse en la galaxia,
inspirar y expirar, oír las voces mejores y elegir un estilo de vida.
Porque a fin de cuentas de esto se trata, de una decisión. El sabio lo examina todo y “escoge”. El sabio
“se” escoge. Elige “ser elegido” por la humanidad a la que tanto le debe y a la cual se debe por entero.