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Daniel Duhart*
RESUMEN
Este artículo aborda el concepto de ciudadanía y su relación con el proceso de desarrollo,
la participación y las políticas sociales. Para este propósito, se analizan algunas nociones
tradicionales de este concepto y su vinculación con algunas políticas actuales. Finalmente
se exploran algunas definiciones alternativas, ligadas al concepto de aprendizaje, las cuales
podrían contribuir a superar la dicotomía paralizante entre participación y control, existen-
te en diversas políticas de desarrollo contemporáneas.
Palabras clave
• Ciudadanía • aprendizaje • poder • capacidades • participación
Introducción
* Licenciado en Historia Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en Estudios Sociales y Políticos
Latinoamericanos con mención en Desarrollo Social Ilades, Universidad Alberto Hurtado; docente Escuela de
Psicología PUC, Escuela de Derecho Universidad Alberto Hurtado, y de los programas de Magíster en Antro-
pología y Desarrollo, y Psicología Comunitaria Universidad de Chile; coordinador para Chile del programa
Ciencia, Religión y Desarrollo, Instituto de Estudios en Prosperidad Global. E-mail: dduhart@gmail.com
114 Ciudadanía, aprendizaje y desarrollo de capacidades
Daniel Duhart
¿Qué es ciudadanía?
Al igual que diversos conceptos en las ciencias sociales, existen múltiples y a veces con-
tradictorias definiciones del concepto de ciudadanía de acuerdo con el paradigma so-
ciológico desde el cual se lo concibe. Tradicionalmente, el concepto de ciudadanía ha
tenido una noción política, referido a individuos sujetos de derechos, que se expresan
en el sufragio universal en una nación estado. De acuerdo con Martín Hopenhayn y
Ernesto Ottone: “La ciudadanía ha sido entendida desde los orígenes del Estado de
Derecho como posesión y ejercicio de derechos inalienables por parte de los sujetos que
componen la sociedad, y como obligación de deberes y respeto de los derechos de los
demás…” (Hopehayn y Ottone 1999:3).
Desde el punto de vista de la definición de ciudadanía como la sujeción de derechos,
esta habría tenido una evolución histórica hasta nuestros días, acorde con las etapas de
la llamada modernidad. En la base estarían los derechos de primera generación, que se
refieren a los derechos civiles. En un segundo momento histórico, los derechos se habrían
ampliado desde las libertades fundamentales al derecho de incidir políticamente, surgien-
do los llamados derechos de segunda generación, expresándose en el sufragio universal
1
Opinión a base de la experiencia en terreno para la evaluación del Programa Orígenes, realizado por la Cor-
poración Tiempo 2000, entre junio y diciembre de 2005.
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(en el siglo XIX y comienzos del XX). En un tercer momento, reflejado especialmente en
la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en los pactos posteriores
(sobre todo en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales
aprobado en 1966), surgen los llamados derechos de tercera generación, los cuales serían
los derechos económicos, sociales y culturales (de ahora en adelante DESC). Esta evolu-
ción de los derechos humanos desembocó en el estado benefactor durante la posguerra
europea, coincidiendo con las cruzadas para el desarrollo y la modernización iniciadas en
América Latina desde la década del 50.
Sin embargo, hay ciertos matices que podemos distinguir frente a esta noción de
ciudadanía como sujeción de derechos. Los derechos y obligaciones a los cuales se refiere
¿son sujetos de individuos, grupos o de ambos? ¿Cómo se desarrollan y expresan en la
práctica?
El enfoque liberal
El enfoque liberal se centra sobre una noción negativa de libertad, considerada como la
ausencia de restricciones y obstáculos a la iniciativa individual, guiada por una capacidad
inherente de decisión racional. De acuerdo con Emma Jones y John Gaventa:
En esta visión están presentes una serie de implicancias y supuestos. Por un lado,
se entiende que al garantizar a cada individuo los mismos derechos se promueve la
igualdad entre ellos; de este modo, el ejercicio de los derechos sería una elección cons-
ciente de los ciudadanos, y estos supuestamente tendrían las oportunidades y recursos
necesarios para ello; el ejercicio de ciudadanía sería una acción netamente racional, y
no entrarían en juego otras motivaciones para la acción individual y social, como la re-
ciprocidad o el altruismo. Por ese motivo, la visión liberal se centra más en los derechos
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civiles y políticos, que garantizan la protección del estado a los derechos individuales.
Un pensador moderno representativo de este enfoque es John Rawls (1999), quien ha
relacionado la teoría de la acción racional o rational choice con los principios de justicia.
La noción de bienestar social de Rawls es el logro de los intereses sociales para el mayor
número de ciudadanos y el rol de la esfera política es proteger a los individuos, deján-
dolos totalmente libres en la persecución de sus intereses, sin imponer noción general
alguna de bienestar social en la vida privada de cada uno (Jones y Gaventa 2002). En
esta visión, el principal repositorio de derechos es el individuo y la ciudadanía se concibe
en gran medida como un estatus.
El enfoque comunitario
Podemos ver que en esta visión se presenta un realce de las obligaciones del individuo
hacia la comunidad y sociedad a la cual pertenece, viviendo acorde con las múltiples
obligaciones y lealtades que se superponen en la vida cívica. En contraste con la visión
liberal, el enfoque comunitario realza al grupo como el principal repositorio de dere-
chos, considerándolo como el principal sujeto de identidad en la sociedad, ya que todo
individuo se definiría a sí mismo en relación a una comunidad ampliada. En esta visión,
la ciudadanía se concibe más bien como una práctica activa.
El enfoque republicano
Podemos decir que, al igual que muchos conceptos de las ciencias sociales, el concepto
de ciudadanía ha sido conceptualizado en forma dicotómica: ya sea como estatus, que
conlleva una serie de derechos y obligaciones esencialmente individuales, o como una
práctica activa, expresada en un actuar cívico hacia la comunidad (Jones y Gaventa
2002:5). El enfoque republicano ha sido un intento serio de resolver esta dicotomía,
con resultados variables: por un lado, ha favorecido la protección individual en armonía
con la satisfacción de derechos económicos, sociales y culturales colectivos, enmarcado
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en los estados de bienestar (en especial a partir de la obra de Marshall). Sin embargo, un
énfasis exagerado en la relación entre ciudadanía y distribución de recursos económicos,
un excesivo gasto y la emergencia de un nuevo orden global que traspasa las fronteras del
estado nación, han puesto en jaque este modelo, haciendo resurgir con fuerza la men-
cionada dicotomía, ya sea en el neoliberalismo y las políticas de focalización individual,
o en los comunitarismos que amenazan con desmembrar el estado nación, exigiendo
derechos colectivos.
Una de las razones por las cuales creemos que no se ha resuelto satisfactoriamente la
mencionada dicotomía, es el énfasis únicamente en la dimensión socio-estructural de
los derechos y obligaciones ciudadanos (distribución de la producción y los recursos,
sistema legal y de gobierno nacional, etc.), descuidando la dimensión personal e inter-
personal (psico-estructural) y las capacidades requeridas para su transformación. A pesar
de que la dimensión estructural es un requisito esencial para la protección y garantía de
los derechos y obligaciones humanas, para su pleno desarrollo y, yendo más allá, para su
misma transformación, se requiere el compromiso personal de aplicación y ejercicio de
ciertas capacidades en las vidas de cada individuo, así como en la comunidad.
En general esta asociación entre ciudadanía y distribución de recursos se repite hoy
en día sin mucha reflexión, como podemos apreciar en las siguientes definiciones. Para
Néstor García Canclini: “Siempre el ejercicio de la ciudadanía estuvo asociado a la ca-
pacidad de apropiarse de los bienes y a los modos de usarlos, pero se suponía que esas
diferencias estaban niveladas por la igualdad en derechos abstractos que se concretaban
al votar, al sentirse representado por un partido político o un sindicato” (1995:13).
Para Martín Hopenhayn y Ernesto Ottone, por su parte: “Los DESC, por otro lado,
dependen para su realización del nivel de bienestar social que pueda lograrse conforme la
productividad media de una sociedad, y de la capacidad del Estado para incidir, directa
o indirectamente, sobre el reparto de recursos” (1999:4).
Estas nociones de ciudadanía ligadas a la productividad y el consumo de bienes, y
a la capacidad del estado y otros organismos de distribuirlos equitativamente, son muy
reducidas a nuestro juicio y colocan al desarrollo económico como un fin en sí mismo
más que sólo como un medio. Según plantearemos a lo largo de este artículo, el proceso
de desarrollo puede concebirse como un proceso simultáneo de transformación social,
institucional, cultural y mental, requiriendo transformaciones tanto en la dimensión
personal como social, sin lo cual sólo puede lograrse un cambio limitado e incompleto.
Tal afirmación requiere incorporar también una nueva definición de poder, pues una
serie de relaciones sociales entre diversos actores (tanto del estado como de la sociedad
civil y el mercado) acordes con un paradigma cultural hegemónico, han dificultado este
múltiple proceso de transformación e instalado relaciones sociales interpersonales de
exclusión mutua y competencia.
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2
Una interfaz es el área de intercambio entre dos o más subsistemas socioculturales, donde intersectan campos
sociales o mundos de vida diferentes, a través de la interacción de sus diversos actores por medio de encuen-
tros, negociaciones y conflictos producto de diferentes posturas sociales, cognitivas y evaluativas. El enfoque
de interfaz, más que analizar el proceso de intervención social planificado, centra su mirada en los múltiples
significados que esta adquiere por parte de los diversos actores involucrados, y los efectos que tienen en sus
vidas y proyectos.
3
Ver los siguientes textos para los mundos rural y urbano en Chile: Durston, Duhart, Miranda y Monzón
(2005); Espinoza (2003). Para el análisis del caso argentino, ver Auyero (1997).
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Si tomamos la noción de Amartya Sen (2000) de exclusión social, que resalta la di-
mensión relacional de la privación, en el contexto más amplio de pobreza como privación
de capacidades (la oportunidad de realizar ciertos funcionamientos considerados como
valiosos y satisfactores de una calidad de vida, y no sólo la distribución de bienes o recur-
sos) (Sen 1999), podemos apreciar que las relaciones sociales, y su orientación, tienen un
rol esencial en la generación de lo que Durston (1996) llama una ciudadanía construida,
tal como podemos desprender también del análisis de interfaz de Roberts (2001). El esta-
blecimiento de relaciones sociales desiguales desde posiciones específicas de poder, como
en este caso agentes de políticas públicas, sería uno de los rasgos centrales de confusión
en este nuevo escenario dicotómico de enfoques de ciudadanía. Pero primero debemos
definir qué es realmente poder y qué relación tiene con el concepto de ciudadanía.
Poder y capacidades4
4
Para un desarrollo más profundo de los argumentos presentados en esta sección, ver Durston y Duhart
(2006).
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de poder como capacidad, que puede ser aplicado tanto por medio de relaciones adver-
sarias (poder contra otros) como mutualistas o de cooperación (poder con otros). Las
consecuencias de cada una de estas opciones en una sociedad con distribución igualitaria
y desigual de poder puede llevar a una serie de ‘cuellos de botella’ en cuanto al desarrollo
de ciudadanía. El siguiente esquema refleja esta concepción muy original:
Cuadro Nº 1
Poder como capacidad
La diferenciación entre poder mismo, como una capacidad o fuerza, el tipo de rela-
ción social y su distribución social, es esencial en nuestro análisis de ciudadanía. Al mirar
el cuadro, podemos apreciar que, por ejemplo, aunque exista una igualdad o balance de
poder en la sociedad, si esta es aplicada por medio de relaciones adversarias o de compe-
tencia, no lleva a una situación de satisfacción para todos. Como ocurre en la mayoría
de las democracias representativas y partidarias, la competencia entre grupos con similar
nivel de poder lleva más bien a la apatía y la frustración, y al no logro de transformacio-
nes valiosas para una mayoría. Además, podemos observar que la definición tradicional
de poder como coerción o dominación (poder sobre otros) representa sólo una dimen-
sión de las cuatro formas de poder en este Cuadro, lo que demuestra cuán estrecha y
limitada es aquella noción. Por otro lado, el desarrollo del poder o capacidades a través
de relaciones de cooperación o mutuales, favorece una situación de ganar/ganar, en la
cual es posible avanzar desde una relación de empoderamiento asistido hacia una de
empoderamiento mutuo, similar a la escala desarrollada por Roberts (2001), en la cual
el tipo ideal es la sinergia y la colaboración.
Si relacionamos esta definición de poder como capacidad con la definición de Amar-
tya Sen de pobreza como privación de capacidades, podemos llegar a una noción de
ciudadanía como el desarrollo de capacidades en la sociedad y su distribución equitativa,
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Daniel Duhart
unos grupos y un status quo producto del eterno enfrentamiento entre fuerzas iguales.
Este mismo escenario ha generado la dicotomía paralizadora entre opciones liberales y
comunitarias, y un modelo republicano en crisis. Para generar reales transformaciones
en la sociedad, tanto desde el accionar del estado como de la sociedad civil, proponemos
que debe desarrollarse un modelo alternativo de ciudadanía, centrado en el aprendizaje
de capacidades para la transformación personal y social.
Una imagen que es útil para ilustrar este proceso es visualizar las actitudes y con-
ductas de las nociones tradicionales de ciudadanía como un modelo mental estático,
inconsciente e inconsistente, en el cual se presentan discursos ligados a la transforma-
ción social, pero prácticas contradictorias que más bien llevan a un estancamiento. Por
medio de un proceso de capacitación, reflexión y acción permanente, gradualmente se
transforman estos modelos mentales en marcos conceptuales conscientes, consistentes y
evolutivos, al ir aprendiendo y aplicando cada vez mejor las capacidades de un modelo
alternativo de ciudadanía. El siguiente esquema ilustra este proceso:
Figura Nº1
Transformación de modelos mentales en marcos conceptuales
Consciente
Inconsciente
Forma Consistente
Contiene de pensar
contradicciones Se puede explicar
Influye en
Repetitivo acciones Lógico
Evolutivo
Experiencias y propuestas
Podemos ver que existe una íntima relación entre los tres ámbitos de transformación.
Por un lado, las capacidades para la transformación personal desarrollan la voluntad
individual para la autoevaluación y el aprendizaje, así como la iniciativa y compromiso
para establecer cambios importantes en la conducta y mentalidad; las capacidades para
la transformación de las relaciones interpersonales operan a nivel de grupo, tanto comu-
nitario como familiar, desarrollando destrezas y actitudes para un proceso de toma de
decisiones participativo basado en la investigación de la realidad. Las capacidades para la
transformación social generan las destrezas y capacidades para intervenir en la sociedad,
en especial por medio de la educación, siguiendo una visión de futuro deseado, centrado
en superar relaciones adversarias y en transformarlas en relaciones de cooperación.
Las implicancias y supuestos de este modelo son que el individuo, o el ciudadano,
tiene una doble responsabilidad, íntimamente relacionada: el transformarse a sí mismo
y transformar a la sociedad. De este modo, el individuo y la sociedad están imbricados
o interrelacionados, y no se los considera separados, como en las nociones tradicionales
de ciudadanía, en las cuales el individuo es definido como un ser racional, que persigue
únicamente sus intereses personales, los que pueden coincidir o no con aquellos de la so-
ciedad. Esta noción desarrolla la visión de que la transformación social requiere también
de cambios en las actitudes y conductas personales, en especial las relaciones de poder, al
estar las dos dimensiones interconectadas.
Visiones similares han sido elaboradas por otras instituciones, como el Institute of
Development Studies (IDS) de la Universidad de Sussex, Inglaterra:
Cuadro Nº 2
Hacia un nuevo activismo social
Por último, otro modelo centrado en la esfera pública o mixta, que une las dimen-
siones mentales e institucionales de la transformación estructural, es el desarrollado por
Robert Chambers (1997), destacado pensador del IDS en Sussex. Chambers analiza
cómo una serie de conductas y actitudes de los profesionales del desarrollo han sido la
principal causa del fracaso de cinco décadas de programas de desarrollo en el mundo,
en los que principalmente relaciones de poder sobre y relaciones paternalistas de im-
partición de proyectos han impedido una mayor participación de las bases. El enfoque
de la ciudadanía como desarrollo de capacidades no sólo implica el aprendizaje para la
participación en la sociedad civil, sino que también conlleva un aprendizaje para facilitar
la participación desde la esfera pública y mixta (ONG, consultoras, etc.). Similar a la
propuesta de Resseau Cultures de un nuevo activismo social, Chambers propone una
serie de transformaciones necesarias en el agente o profesional de desarrollo, así como
una serie de mecanismos y metodologías institucionales que faciliten la participación:
Cuadro Nº 3
Transformaciones para la diversidad y el realismo
Palabras finales
De este modo, hemos analizado la noción de ciudadanía en el marco de las políticas so-
ciales de participación y superación de la pobreza, y crisis del estado benefactor. Hemos
visto algunas de las limitaciones de las nociones tradicionales de ciudadanía y explorado
visiones alternativas basadas en una definición de poder como capacidad. Hemos ana-
lizado una serie de propuestas teóricas y prácticas centradas en el aprendizaje de nuevas
conductas, actitudes, destrezas y cualidades para una noción de ciudadanía que impulsa
tanto la transformación personal como la transformación social, superando la dicotomía
paralizadora entre los enfoques liberal y comunitario, y el énfasis economicista del mo-
delo republicano.
En este marco, el desarrollo de ciudadanía tiene directa relación con un proceso de
cambio cultural de discursos, formas de pensar, hablar y actuar, dominantes, fundado
en relaciones adversarias. El aprendizaje se torna entonces en el centro del proceso de
construcción de ciudadanía, expresado en la transformación de modelos mentales en
marcos conceptuales conscientes, coherentes y evolutivos. Bajo esta noción, el proceso
de transformación social es visto más allá de la conquista de cúpulas de poder, exigiendo
más bien un cambio cultural de grandes proporciones que reemplace relaciones sociales
adversarias por relaciones sociales mutualistas o de cooperación. Una noción de poder
diferenciada del entorno sociocultural de relaciones sociales facilitadoras u obstaculiza-
doras de sus capacidades de acción, o poder para, constituye la base de una noción de
ciudadanía que se dirige hacia el empoderamiento asistido y mutuo, tanto de individuos
como de grupos en la sociedad. Es esencial, sin embargo, un proceso de transformación
130 Ciudadanía, aprendizaje y desarrollo de capacidades
Daniel Duhart
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