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PERSONA Y SOCIEDAD / Universidad Alberto Hurtado 113

Vol. XX / Nº 3 / 2006 / 113-131

Ciudadanía, aprendizaje y desarrollo de capacidades

Daniel Duhart*

RESUMEN
Este artículo aborda el concepto de ciudadanía y su relación con el proceso de desarrollo,
la participación y las políticas sociales. Para este propósito, se analizan algunas nociones
tradicionales de este concepto y su vinculación con algunas políticas actuales. Finalmente
se exploran algunas definiciones alternativas, ligadas al concepto de aprendizaje, las cuales
podrían contribuir a superar la dicotomía paralizante entre participación y control, existen-
te en diversas políticas de desarrollo contemporáneas.

Palabras clave
• Ciudadanía • aprendizaje • poder • capacidades • participación

Introducción

El debate sociopolítico actual está repleto de referencias a la noción de ciudadanía. Ya


sean las jornadas ciudadanas llevadas a cabo por autoridades y candidatos, la construc-
ción de plazas y museos públicos, o políticas y programas sociales que consideran la
participación ciudadana, son múltiples las aplicaciones de este concepto. Pero, ¿existe
una definición compartida de ciudadanía entre estas diversas referencias al concepto?

* Licenciado en Historia Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en Estudios Sociales y Políticos
Latinoamericanos con mención en Desarrollo Social Ilades, Universidad Alberto Hurtado; docente Escuela de
Psicología PUC, Escuela de Derecho Universidad Alberto Hurtado, y de los programas de Magíster en Antro-
pología y Desarrollo, y Psicología Comunitaria Universidad de Chile; coordinador para Chile del programa
Ciencia, Religión y Desarrollo, Instituto de Estudios en Prosperidad Global. E-mail: dduhart@gmail.com
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La mayoría de estas nociones se refieren a la ciudadanía como una condición dada en la


sociedad, como una realidad preexistente, la cual sólo debe ser citada para ponerse en
acción. ¿Pero es realmente así? Y, finalmente, ¿qué hay detrás de esta especie de obsesión
pública con respecto a la ciudadanía?
Desde comienzos de los años 90 podemos encontrar un riquísimo debate en América
Latina sobre la relación entre ciudadanía y desarrollo (García Canclini 1995; Durston
1996; Hopenhayn 1999, 2001), llevado posteriormente a la aplicación, por ejemplo,
en el enfoque de derechos humanos para la superación de la pobreza (Bengoa 2004),
estableciendo a la participación como un derecho mínimo que el estado debe garantizar
y definiendo a la pobreza como una verdadera violación a los derechos humanos. Sin
embargo, cuando la participación ciudadana no surge en forma espontánea en los pro-
gramas, algunas agencias estatales culpan a la población de falta de iniciativa e interés. Es
más, algunos programas supuestamente participativos reducen a esta a la mera elección
entre unas cuantas opciones por parte de los beneficiarios, marginándolos de cualquier
acción creativa.1 Entonces, ¿qué ha ocurrido con la noción de ciudadanía? ¿Ya no se con-
sidera como un elemento crucial para los programas? ¿O se utiliza una noción que más
bien limita a la misma participación?

¿Qué es ciudadanía?

Al igual que diversos conceptos en las ciencias sociales, existen múltiples y a veces con-
tradictorias definiciones del concepto de ciudadanía de acuerdo con el paradigma so-
ciológico desde el cual se lo concibe. Tradicionalmente, el concepto de ciudadanía ha
tenido una noción política, referido a individuos sujetos de derechos, que se expresan
en el sufragio universal en una nación estado. De acuerdo con Martín Hopenhayn y
Ernesto Ottone: “La ciudadanía ha sido entendida desde los orígenes del Estado de
Derecho como posesión y ejercicio de derechos inalienables por parte de los sujetos que
componen la sociedad, y como obligación de deberes y respeto de los derechos de los
demás…” (Hopehayn y Ottone 1999:3).
Desde el punto de vista de la definición de ciudadanía como la sujeción de derechos,
esta habría tenido una evolución histórica hasta nuestros días, acorde con las etapas de
la llamada modernidad. En la base estarían los derechos de primera generación, que se
refieren a los derechos civiles. En un segundo momento histórico, los derechos se habrían
ampliado desde las libertades fundamentales al derecho de incidir políticamente, surgien-
do los llamados derechos de segunda generación, expresándose en el sufragio universal

1
Opinión a base de la experiencia en terreno para la evaluación del Programa Orígenes, realizado por la Cor-
poración Tiempo 2000, entre junio y diciembre de 2005.
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(en el siglo XIX y comienzos del XX). En un tercer momento, reflejado especialmente en
la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en los pactos posteriores
(sobre todo en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales
aprobado en 1966), surgen los llamados derechos de tercera generación, los cuales serían
los derechos económicos, sociales y culturales (de ahora en adelante DESC). Esta evolu-
ción de los derechos humanos desembocó en el estado benefactor durante la posguerra
europea, coincidiendo con las cruzadas para el desarrollo y la modernización iniciadas en
América Latina desde la década del 50.
Sin embargo, hay ciertos matices que podemos distinguir frente a esta noción de
ciudadanía como sujeción de derechos. Los derechos y obligaciones a los cuales se refiere
¿son sujetos de individuos, grupos o de ambos? ¿Cómo se desarrollan y expresan en la
práctica?

Tres enfoques clásicos

Se pueden identificar tres enfoques clásicos de la ciudadanía: el enfoque liberal, el enfo-


que comunitario y el enfoque republicano. Cada uno enfatiza o destaca algún aspecto o
dimensión de esta.

El enfoque liberal

El enfoque liberal se centra sobre una noción negativa de libertad, considerada como la
ausencia de restricciones y obstáculos a la iniciativa individual, guiada por una capacidad
inherente de decisión racional. De acuerdo con Emma Jones y John Gaventa:

Las teorías liberales promueven la idea de que la ciudadanía es un estatus, el


cual otorga al individuo una serie de derechos garantizados por el estado. Cen-
tral al pensamiento liberal es la noción de que el ciudadano individual actúa
‘racionalmente’ para el avance de sus propios intereses, y el rol del estado es
proteger a los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos. (2002:3)

En esta visión están presentes una serie de implicancias y supuestos. Por un lado,
se entiende que al garantizar a cada individuo los mismos derechos se promueve la
igualdad entre ellos; de este modo, el ejercicio de los derechos sería una elección cons-
ciente de los ciudadanos, y estos supuestamente tendrían las oportunidades y recursos
necesarios para ello; el ejercicio de ciudadanía sería una acción netamente racional, y
no entrarían en juego otras motivaciones para la acción individual y social, como la re-
ciprocidad o el altruismo. Por ese motivo, la visión liberal se centra más en los derechos
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civiles y políticos, que garantizan la protección del estado a los derechos individuales.
Un pensador moderno representativo de este enfoque es John Rawls (1999), quien ha
relacionado la teoría de la acción racional o rational choice con los principios de justicia.
La noción de bienestar social de Rawls es el logro de los intereses sociales para el mayor
número de ciudadanos y el rol de la esfera política es proteger a los individuos, deján-
dolos totalmente libres en la persecución de sus intereses, sin imponer noción general
alguna de bienestar social en la vida privada de cada uno (Jones y Gaventa 2002). En
esta visión, el principal repositorio de derechos es el individuo y la ciudadanía se concibe
en gran medida como un estatus.

El enfoque comunitario

La visión extremadamente individualista de la noción liberal de ciudadanía ha sido cri-


ticada por muchos pensadores, contraargumentando que la identidad del individuo es
más bien producida a través de las relaciones con otros en la comunidad de la cual es
parte. Este enfoque comunitario se centra en una noción colectiva de ciudadanía, o so-
cialmente enraizada. De acuerdo con Jones y Gaventa, en el enfoque comunitario:

el individuo, es argumentado, sólo puede realizar sus intereses e identidad


a través de la deliberación sobre el ‘bien común’, y la ‘libertad individual es
maximizada por medio del servicio público y la priorización del bien común
por sobre la persecución de los intereses individuales’ (…) Para los comuni-
tarios, la ciudadanía es definida, así como desarrollada, por ciertas ‘virtudes
cívicas’, como el respeto al ‘otro’ y el reconocimiento a la importancia del
servicio público. (2002:4)

Podemos ver que en esta visión se presenta un realce de las obligaciones del individuo
hacia la comunidad y sociedad a la cual pertenece, viviendo acorde con las múltiples
obligaciones y lealtades que se superponen en la vida cívica. En contraste con la visión
liberal, el enfoque comunitario realza al grupo como el principal repositorio de dere-
chos, considerándolo como el principal sujeto de identidad en la sociedad, ya que todo
individuo se definiría a sí mismo en relación a una comunidad ampliada. En esta visión,
la ciudadanía se concibe más bien como una práctica activa.

El enfoque republicano

El enfoque republicano es un intento de combinar los dos enfoques anteriores, toman-


do elementos de cada uno y esforzándose por construir un modelo más equilibrado de
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ciudadanía. Uno de sus exponentes es el gran filósofo y sociólogo Jürgen Habermas


(2005), quien critica con especial énfasis al enfoque liberal. Sin embargo, considera que
el enfoque comunitario, más cercano a su visión, es impracticable, por lo que opta por
una construcción más realista: la republicana.
De acuerdo con Jones y Gaventa:

El pensamiento cívico republicano intenta incorporar dentro del marco igua-


litario y de pertenencia del enfoque comunitario a la noción liberal del indi-
viduo que persigue su interés personal. Como el pensamiento comunitario,
enfatiza lo que enlaza a los ciudadanos en conjunto en una comunidad. Para
los escritores cívico-republicanos, esto está sujeto por una preocupación por
las obligaciones individuales de participar en los asuntos de la comunidad.
En contraste con el pensamiento liberal, republicanos cívicos, como Oldfield,
opinan que recursos básicos son necesarios para facilitar la participación en la
vida comunitaria, en vez de considerarlos derechos básicos per se. Como esto
sugiere, gran parte del pensamiento republicano propone formas deliberativas
de democracia, en contraste con el énfasis liberal en sistemas políticos repre-
sentativos. (2002:4)

Aunque este enfoque presenta un marco más amplio y coherente de ciudadanía,


intentando adoptar un equilibrio entre el individuo y la comunidad, y sus respectivas
obligaciones, mantiene aún ciertos supuestos liberales acerca del individuo y sus moti-
vaciones más bien racionales para la acción. Pero podemos destacar de este enfoque la
afirmación de que ciertos recursos básicos serían necesarios para facilitar la participación
en la vida comunitaria, que podría expresarse tanto en recursos materiales como en
ciertas capacidades ciudadanas. Una particularidad de este enfoque sería el énfasis en
democracias deliberativas y no sólo representativas, resaltando la importancia de las rela-
ciones sociales e interpersonales en la construcción de ciudadanía, elementos a los cuales
después nos referiremos.

Problemas comunes a los tres enfoques

Podemos decir que, al igual que muchos conceptos de las ciencias sociales, el concepto
de ciudadanía ha sido conceptualizado en forma dicotómica: ya sea como estatus, que
conlleva una serie de derechos y obligaciones esencialmente individuales, o como una
práctica activa, expresada en un actuar cívico hacia la comunidad (Jones y Gaventa
2002:5). El enfoque republicano ha sido un intento serio de resolver esta dicotomía,
con resultados variables: por un lado, ha favorecido la protección individual en armonía
con la satisfacción de derechos económicos, sociales y culturales colectivos, enmarcado
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en los estados de bienestar (en especial a partir de la obra de Marshall). Sin embargo, un
énfasis exagerado en la relación entre ciudadanía y distribución de recursos económicos,
un excesivo gasto y la emergencia de un nuevo orden global que traspasa las fronteras del
estado nación, han puesto en jaque este modelo, haciendo resurgir con fuerza la men-
cionada dicotomía, ya sea en el neoliberalismo y las políticas de focalización individual,
o en los comunitarismos que amenazan con desmembrar el estado nación, exigiendo
derechos colectivos.
Una de las razones por las cuales creemos que no se ha resuelto satisfactoriamente la
mencionada dicotomía, es el énfasis únicamente en la dimensión socio-estructural de
los derechos y obligaciones ciudadanos (distribución de la producción y los recursos,
sistema legal y de gobierno nacional, etc.), descuidando la dimensión personal e inter-
personal (psico-estructural) y las capacidades requeridas para su transformación. A pesar
de que la dimensión estructural es un requisito esencial para la protección y garantía de
los derechos y obligaciones humanas, para su pleno desarrollo y, yendo más allá, para su
misma transformación, se requiere el compromiso personal de aplicación y ejercicio de
ciertas capacidades en las vidas de cada individuo, así como en la comunidad.
En general esta asociación entre ciudadanía y distribución de recursos se repite hoy
en día sin mucha reflexión, como podemos apreciar en las siguientes definiciones. Para
Néstor García Canclini: “Siempre el ejercicio de la ciudadanía estuvo asociado a la ca-
pacidad de apropiarse de los bienes y a los modos de usarlos, pero se suponía que esas
diferencias estaban niveladas por la igualdad en derechos abstractos que se concretaban
al votar, al sentirse representado por un partido político o un sindicato” (1995:13).
Para Martín Hopenhayn y Ernesto Ottone, por su parte: “Los DESC, por otro lado,
dependen para su realización del nivel de bienestar social que pueda lograrse conforme la
productividad media de una sociedad, y de la capacidad del Estado para incidir, directa
o indirectamente, sobre el reparto de recursos” (1999:4).
Estas nociones de ciudadanía ligadas a la productividad y el consumo de bienes, y
a la capacidad del estado y otros organismos de distribuirlos equitativamente, son muy
reducidas a nuestro juicio y colocan al desarrollo económico como un fin en sí mismo
más que sólo como un medio. Según plantearemos a lo largo de este artículo, el proceso
de desarrollo puede concebirse como un proceso simultáneo de transformación social,
institucional, cultural y mental, requiriendo transformaciones tanto en la dimensión
personal como social, sin lo cual sólo puede lograrse un cambio limitado e incompleto.
Tal afirmación requiere incorporar también una nueva definición de poder, pues una
serie de relaciones sociales entre diversos actores (tanto del estado como de la sociedad
civil y el mercado) acordes con un paradigma cultural hegemónico, han dificultado este
múltiple proceso de transformación e instalado relaciones sociales interpersonales de
exclusión mutua y competencia.
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Relaciones sociales y ciudadanía

En el contexto de este resurgimiento de la dicotomía entre individuo y comunidad, o


entre ciudadanía liberal y ciudadanía comunitaria, expresado en la crisis del estado be-
nefactor (ciudadanía republicana) y en el impacto de la globalización, es útil para el caso
de América Latina recurrir al concepto de interfaz sociocultural2 creado por Norman
Long (1999) y Bryan Roberts (2001). Roberts analiza las nuevas políticas sociales en
América Latina, generadas en un contexto de austeridad fiscal, privatización, descen-
tralización, reforma del estado y fortalecimiento del gobierno local, y concluye que se
han multiplicado los actores involucrados en la implementación del proceso de desa-
rrollo (Municipio, ONG, organizaciones sociales, empresas consultoras), y que se han
diversificado las ideologías sobre la naturaleza del proceso, lo que ha generado un nuevo
escenario que a su vez ha prolongando su impacto hasta las mismas familias y hogares
de los beneficiarios.
Una serie de estudios de caso3 que han analizado este proceso de implementación
de la política social, han descrito el impacto local y microlocal de este nuevo escenario
descrito por Roberts (2001): por ejemplo, diversas políticas de focalización y competen-
cia entre actores, que conllevan generalmente una concepción liberal de ciudadanía, se
aplican en un contexto de relaciones clientelares, paternalistas y competitivas entre los
beneficiarios y los implementadores, léase entre la comunidad y el estado, así como entre
los mismos beneficiarios, desembocando más bien en situaciones de exclusión y erosión
de ciudadanía. Roberts identifica seis formas de relación social que se desarrollan entre
la interfaz estado-comunidad local, desde la exclusión misma y el clientelismo, hasta el
tipo ideal reflejado en la cooperación y sinergia:

1. Excluyente, que estigmatiza a los beneficiarios como dependientes o incom-


petentes (focalización individual destruye lazos comunitarios)
2. Clientelismo partidario que premia pasividad y el voto con entrega de pro-
ductos y servicios (manipulación de la focalización)
3. Competencia, que sigue principios de mercado por austeridad fiscal
4. Tecnocracia burocrática racional, que impone fórmulas

2
Una interfaz es el área de intercambio entre dos o más subsistemas socioculturales, donde intersectan campos
sociales o mundos de vida diferentes, a través de la interacción de sus diversos actores por medio de encuen-
tros, negociaciones y conflictos producto de diferentes posturas sociales, cognitivas y evaluativas. El enfoque
de interfaz, más que analizar el proceso de intervención social planificado, centra su mirada en los múltiples
significados que esta adquiere por parte de los diversos actores involucrados, y los efectos que tienen en sus
vidas y proyectos.
3
Ver los siguientes textos para los mundos rural y urbano en Chile: Durston, Duhart, Miranda y Monzón
(2005); Espinoza (2003). Para el análisis del caso argentino, ver Auyero (1997).
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5. Encajamiento (incrustación/embededness) de servicios públicos en vínculos


socio-emocionales entre agente y comunidad
6. Complementariedad o sinergia

Si tomamos la noción de Amartya Sen (2000) de exclusión social, que resalta la di-
mensión relacional de la privación, en el contexto más amplio de pobreza como privación
de capacidades (la oportunidad de realizar ciertos funcionamientos considerados como
valiosos y satisfactores de una calidad de vida, y no sólo la distribución de bienes o recur-
sos) (Sen 1999), podemos apreciar que las relaciones sociales, y su orientación, tienen un
rol esencial en la generación de lo que Durston (1996) llama una ciudadanía construida,
tal como podemos desprender también del análisis de interfaz de Roberts (2001). El esta-
blecimiento de relaciones sociales desiguales desde posiciones específicas de poder, como
en este caso agentes de políticas públicas, sería uno de los rasgos centrales de confusión
en este nuevo escenario dicotómico de enfoques de ciudadanía. Pero primero debemos
definir qué es realmente poder y qué relación tiene con el concepto de ciudadanía.

Poder y capacidades4

De acuerdo con Anthony Giddens, el poder es una “capacidad transformadora” o la


“capacidad de lograr resultados” (cit. en Karlberg 2004:28). Podemos decir que, fuera
de considerar el poder desde el enfoque tradicional de la coerción, o como la capacidad
para imponer la voluntad de un individuo o grupo a la de otros, el poder —estricta-
mente hablando— es una capacidad o una fuerza, independientemente de cómo sea
usado. Esta distinción es fundamental al momento de analizar la noción de ciudadanía,
porque una definición tradicional de poder como coerción puede justificar cierto tipo
de relaciones sociales de dominación y competencia en la interfaz estado-sociedad civil,
considerándolas como normales o inherentes a la sociedad, naturalizando una relación
social. Esta definición tradicional, que representa la aplicación de ciertos supuestos con
respecto al individuo, como un ser utilitario y racional, que únicamente persigue sus
deseos individuales y egoístas, es netamente una concepción cultural (Karlberg 2004)
(y, por ende, relativa y contingente), centrada en la competencia, pero que es aplicada
en forma indiscriminada y sin reflexión previa en diversas políticas sociales y en diversos
entornos, a través de una noción liberal y republicana de ciudadanía.
Michael Karlberg (2004), en un notable análisis del concepto de poder, desarrolla
un modelo que distingue la noción de poder del tipo de relación social con el cual es
aplicado, así como su distribución en la sociedad. De este modo, desarrolla el concepto

4
Para un desarrollo más profundo de los argumentos presentados en esta sección, ver Durston y Duhart
(2006).
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de poder como capacidad, que puede ser aplicado tanto por medio de relaciones adver-
sarias (poder contra otros) como mutualistas o de cooperación (poder con otros). Las
consecuencias de cada una de estas opciones en una sociedad con distribución igualitaria
y desigual de poder puede llevar a una serie de ‘cuellos de botella’ en cuanto al desarrollo
de ciudadanía. El siguiente esquema refleja esta concepción muy original:

Cuadro Nº 1
Poder como capacidad

Relaciones adversarias Relaciones mutuales


‘poder contra’ ‘poder con’
Competencia Cooperación

Inequidad Equidad Inequidad Equidad


‘poder sobre’ ‘balance de poder’ ‘empoderamiento asistido’ ‘empoderamiento mutuo’

Coerción ‘Tabla’ Educación Sinergia


Dominación Compromiso Nutrición Colaboración
Opresión Frustración Asistencia Coordinación

Ganar/perder Perder/perder (Ganar)/ganar Ganar/ganar


Fuente: Karlberg (2004:30).

La diferenciación entre poder mismo, como una capacidad o fuerza, el tipo de rela-
ción social y su distribución social, es esencial en nuestro análisis de ciudadanía. Al mirar
el cuadro, podemos apreciar que, por ejemplo, aunque exista una igualdad o balance de
poder en la sociedad, si esta es aplicada por medio de relaciones adversarias o de compe-
tencia, no lleva a una situación de satisfacción para todos. Como ocurre en la mayoría
de las democracias representativas y partidarias, la competencia entre grupos con similar
nivel de poder lleva más bien a la apatía y la frustración, y al no logro de transformacio-
nes valiosas para una mayoría. Además, podemos observar que la definición tradicional
de poder como coerción o dominación (poder sobre otros) representa sólo una dimen-
sión de las cuatro formas de poder en este Cuadro, lo que demuestra cuán estrecha y
limitada es aquella noción. Por otro lado, el desarrollo del poder o capacidades a través
de relaciones de cooperación o mutuales, favorece una situación de ganar/ganar, en la
cual es posible avanzar desde una relación de empoderamiento asistido hacia una de
empoderamiento mutuo, similar a la escala desarrollada por Roberts (2001), en la cual
el tipo ideal es la sinergia y la colaboración.
Si relacionamos esta definición de poder como capacidad con la definición de Amar-
tya Sen de pobreza como privación de capacidades, podemos llegar a una noción de
ciudadanía como el desarrollo de capacidades en la sociedad y su distribución equitativa,
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por medio de relaciones mutualistas o de cooperación para el bienestar, lo cual también


nos ayuda a superar la dicotomía entre individuo y sociedad. Sin embargo, ¿cómo llevar
a la práctica esta noción teórica de ciudadanía?, ¿cómo desarrollar capacidades y a la vez
aplicarlas por medio de relaciones sociales de colaboración?, ¿y qué tipo de capacidades
se debe desarrollar?

Ciudadanía, aprendizaje y transformación social

A base de la concepción de poder presentada, concebimos a la ciudadanía no sólo como


la capacidad para movilizar y conquistar derechos y recursos, o de controlar e influenciar
las decisiones de otros que influyen en sus vidas (accountability), sino también como la
capacidad de transformar e intervenir en la propia realidad. Ser actor de transformacio-
nes simultáneas en las dimensiones personal, interpersonal y social, no sólo para ejercer
y proteger derechos, sino para transformar la misma realidad que se considera injusta.
Tal como argumentamos más atrás, la transformación personal debe ir en forma paralela
a la transformación social. Este proceso simultáneo se expresa en el desarrollo de capa-
cidades, que no sólo requieren de un ambiente institucional en el cual ejercerse, sino de
transformaciones en las mismas relaciones sociales que las gobiernan.
Como hemos dicho, ha habido un excesivo énfasis únicamente en la dimensión so-
cial o institucional, que ha llevado a transformaciones incompletas o limitadas, justa-
mente por no dar la misma importancia a la dimensión psico-estructural o personal
de la ciudadanía. Este proceso de transformación simultánea requiere de motivaciones
profundas para su logro, de ahí su dimensión psico-estructural, que se centra en normas,
actitudes y valores. Algunas propuestas en este ámbito le han otorgado un rol crucial a
la variable espiritual, como catalizador para un fuerte compromiso de transformación
personal y acción social (Instituto de Estudios en Prosperidad Global 1999, Resseau
Cultures 1999).
Para la aplicación de un concepto de ciudadanía como el desarrollo de capacidades, y
en un marco de relaciones mutualistas o de cooperación, es útil centrarse en el concepto
de aprendizaje y recurrir a algunas nociones de la psicología social y comunitaria. El de-
sarrollo de capacidades es parte de un proceso de aprendizaje, en el cual no sólo entran
en juego ciertos conceptos, sino que también actitudes, destrezas y cualidades. En una
sociedad acostumbrada a nociones liberales, comunitarias y republicanas de ciudadanía,
con un concepto de poder como coerción, y ejercido por medio de relaciones adversarias
o de competencia, el desarrollo de un modelo alternativo de ciudadanía y poder requiere
de un proceso de cambio cultural profundo.
Como hemos visto, las nociones tradicionales de ciudadanía no necesariamente lle-
van a un proceso automático de transformación de la realidad, ya que por aplicarse en
un contexto de relaciones sociales adversarias, pueden derivar en la competencia entre
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unos grupos y un status quo producto del eterno enfrentamiento entre fuerzas iguales.
Este mismo escenario ha generado la dicotomía paralizadora entre opciones liberales y
comunitarias, y un modelo republicano en crisis. Para generar reales transformaciones
en la sociedad, tanto desde el accionar del estado como de la sociedad civil, proponemos
que debe desarrollarse un modelo alternativo de ciudadanía, centrado en el aprendizaje
de capacidades para la transformación personal y social.
Una imagen que es útil para ilustrar este proceso es visualizar las actitudes y con-
ductas de las nociones tradicionales de ciudadanía como un modelo mental estático,
inconsciente e inconsistente, en el cual se presentan discursos ligados a la transforma-
ción social, pero prácticas contradictorias que más bien llevan a un estancamiento. Por
medio de un proceso de capacitación, reflexión y acción permanente, gradualmente se
transforman estos modelos mentales en marcos conceptuales conscientes, consistentes y
evolutivos, al ir aprendiendo y aplicando cada vez mejor las capacidades de un modelo
alternativo de ciudadanía. El siguiente esquema ilustra este proceso:

Figura Nº1
Transformación de modelos mentales en marcos conceptuales

Consciente
Inconsciente
Forma Consistente
Contiene de pensar
contradicciones Se puede explicar

Influye en
Repetitivo acciones Lógico
Evolutivo

Modelo mental Marco conceptual

Fuente: Hernández y Anello (2000:70).

El concepto de transformación que acuñamos no es un concepto que únicamente se


reduce a la transformación de la estructura social. Como hemos dicho, la transformación
de estructuras se refiere tanto a las estructuras sociales como a las mentales, culturales
e institucionales, respondiendo tanto a las dimensiones psico-estructurales como socio-
estructurales de la cultura. En este sentido, el modelo de transformación de modelos
mentales estáticos en marcos conceptuales coherentes y conscientes, se traduce en la
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práctica en un proceso simultáneo de transformación personal y social, por medio del


desarrollo y aplicación de capacidades (reflejado en el aprendizaje de conceptos, actitu-
des, conductas y destrezas).

Experiencias y propuestas

Existen novedosas experiencias y propuestas de desarrollo de un modelo de ciudadanía


centrado en el aprendizaje de capacidades para la transformación, principalmente en
el ámbito de las universidades y las organizaciones no-gubernamentales (ONG). Las
diversas experiencias han ido desarrollando diferentes ámbitos o aspectos de esta noción
de ciudadanía, y en conjunto ofrecen un modelo emergente que puede gradualmente ex-
tenderse. En este apartado analizaremos algunas propuestas latinoamericanas y europeas,
de tres universidades y una ONG.
En los ámbitos de la transformación estructural social, mental y cultural, una prime-
ra experiencia a analizar es el modelo de Liderazgo moral, creado por el Instituto Superior
de Educación Rural de la Universidad Nur, Santa Cruz-Bolivia. Este modelo presenta
una noción de liderazgo comunitario o colectivo, dirigido a la transformación social,
orientado al servicio y centrado en el desarrollo de capacidades. Las capacidades se divi-
den en tres tipos: para la transformación personal, para la transformación de relaciones
interpersonales y para la transformación social. Algunas capacidades son las siguientes
(Hernández y Anello 1996):

Capacidades para la transformación personal:


• Capacidad de evaluar fortalezas y debilidades: la autoevaluación.
• Capacidad de aprender de la reflexión sistemática sobre la acción dentro de un marco
conceptual consistente y evolutivo.
• Capacidad de tomar iniciativa de manera creativa y disciplinada.
• Capacidad de pensar sistémicamente en la búsqueda de soluciones.

Capacidades para la transformación de las relaciones interpersonales:


• Capacidad de alentar a otros y de trabajar en equipo.
• Capacidad de participar en la consulta de toma de decisiones colectivas.
• Capacidad de ser un miembro responsable del grupo familiar y la comunidad.
• Capacidad de promover y construir unidad en diversidad.

Capacidades que contribuyen a la transformación social:


• Capacidad de crear una visión de un futuro deseado basada en principios.
• Capacidad de comprender las relaciones de dominación y de contribuir a su transformación
en relaciones basadas en la reciprocidad, la cooperación y el servicio mutuo.
• Capacidad de comprometerse con el proceso de potenciar actividades educativas.
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Podemos ver que existe una íntima relación entre los tres ámbitos de transformación.
Por un lado, las capacidades para la transformación personal desarrollan la voluntad
individual para la autoevaluación y el aprendizaje, así como la iniciativa y compromiso
para establecer cambios importantes en la conducta y mentalidad; las capacidades para
la transformación de las relaciones interpersonales operan a nivel de grupo, tanto comu-
nitario como familiar, desarrollando destrezas y actitudes para un proceso de toma de
decisiones participativo basado en la investigación de la realidad. Las capacidades para la
transformación social generan las destrezas y capacidades para intervenir en la sociedad,
en especial por medio de la educación, siguiendo una visión de futuro deseado, centrado
en superar relaciones adversarias y en transformarlas en relaciones de cooperación.
Las implicancias y supuestos de este modelo son que el individuo, o el ciudadano,
tiene una doble responsabilidad, íntimamente relacionada: el transformarse a sí mismo
y transformar a la sociedad. De este modo, el individuo y la sociedad están imbricados
o interrelacionados, y no se los considera separados, como en las nociones tradicionales
de ciudadanía, en las cuales el individuo es definido como un ser racional, que persigue
únicamente sus intereses personales, los que pueden coincidir o no con aquellos de la so-
ciedad. Esta noción desarrolla la visión de que la transformación social requiere también
de cambios en las actitudes y conductas personales, en especial las relaciones de poder, al
estar las dos dimensiones interconectadas.
Visiones similares han sido elaboradas por otras instituciones, como el Institute of
Development Studies (IDS) de la Universidad de Sussex, Inglaterra:

El cambio social requiere que individuos, solos y colectivamente, lleven a cabo


cambios de comprensión sobre lo que es posible en la formación de la condi-
ción humana. La educación, cuando es basada en ciclos continuos de reflexión
y acción, y fundada tanto en la teoría como en la práctica, puede apoyar pro-
fundos y transformativos procesos de aprendizaje y resultados, llevando po-
tencialmente a cambios en un nivel organizacional y societal más amplio. La
participación, por medio de un rango de innovaciones y prácticas exitosas, es
percibida con el potencial para influir en el cambio social favorable a los po-
bres y contribuir a la reducción de la pobreza y a una mayor justicia social al
fortalecer los derechos ciudadanos y su voz, lo cual a su vez puede influenciar
el diseño de políticas, facilitar la gobernabilidad local, y mejorar el control
social y responsabilidad de las instituciones. Pero la participación significativa
requiere aprendizaje, cambios en la conducta, actitudes y relaciones de poder.
¿Cuál es la relación entre educación, participación y cambio social? ¿Qué nece-
sita ser aprendido para lograr tanto la transformación de los individuos como
de la sociedad? ¿Y dónde y con qué medios debe tal aprendizaje ser convenido?
(Stackpool-Moore, Taylor, Pettit y Millican 2006:3)
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Daniel Duhart

Esta noción de ciudadanía centrada en el aprendizaje para la transformación personal


y social es muy potente, y puede aplicarse tanto desde el nivel de la sociedad civil y sus
actores —como las organizaciones sociales y liderazgos—, así como en la esfera pública
y educacional, dada su importancia en la generación de modelos profesionales de gran
impacto social. Desde nuestro punto de vista, estos dos planos constituyen los dos ejes
de la interfaz estado-comunidad, y transformaciones en estas dos esferas son necesarias
para la promoción de un modelo de ciudadanía basado en capacidades.
Una propuesta que centra su mirada en la sociedad civil y que resalta también las di-
mensiones mentales, sociales y culturales de la transformación estructural es la desarro-
llada por la ONG belga Resseau Cultures, que propone un activismo alternativo, dife-
rente al tradicional. Este activismo se caracteriza por una preocupación por las relaciones
interpersonales, por el empoderamiento de las bases en vez de la conquista de las cúpulas
de poder, por una visión más holista de la relación entre el individuo y la sociedad, y por
una sensibilidad cultural. El siguiente cuadro resume las transformaciones propuestas:

Cuadro Nº 2
Hacia un nuevo activismo social

Activismo tradicional Activismo alternativo


Enfoque secular y materialista: poco lugar Enfoque espiritual/ético: centrado en las
para la ética ni mayor preocupación por las dimensiones espirituales y psicológicas: interés
relaciones interpersonales. por las relaciones interpersonales (sin ignorar
tampoco lo material ni las relaciones de poder).
Centrado en resultados: en lo visible, lo medible, Centrado en procesos: medios consecuentes con
el tamaño, el crecimiento, la fuerza; el fin justifica los fines, no-violento (A.N.V.). Lo pequeño y la
los medios. Ej.: Leninismo (también capitalismo). mutualidad; la conectividad e interdependencia.
Especializado, orientación singular: enfoque Multifuncional, enfoque holístico: trata con la comple-
fragmentado hacia el conocimiento y la acción; jidad; inter-cultural e inter/transdisciplinario;
‘experticia’ basada en una única disciplina. se centra en la conectividad e interdependencia.
Racional y voluntarioso: análisis (a distancia) racional Holístico y sinergizante: enfoque tanto racional
(frío) y toma de decisiones orientada al control de la como místico para comprender la realidad y
realidad; planificación de la acción y mantención del planificar la acción: la acción social como una
control; convicciones preconcebidas (ideología). tarea espiritual social; desprenderse, delegar.
Dominante (vertical): mentalidad ‘vanguardista’, Participativo (desde las bases): investigación-acción
sabiendo lo que es ‘bueno para las personas’; participativa, modestia intelectual; habilidad
paternalismo dominante (también ‘paternalismo psicológica para escuchar y ser pacientes;
de izquierda’); la gente es considerada como objeto considerar a la gente como sujetos activos de
de análisis; planificación patriarcal. análisis y acción.
Preocupación con el poder del estado: ganando Preocupación por la sociedad civil: empoderando a
poder y ejerciendo poder. las personas y facilitando comunidades participativas.
Ceguera cultural: no da atención a la dinámica Enfoque cultural: culturas locales como punto de
cultural local; proyectos contraculturales; partida (y, como consecuencia, intensa participación
imperialismo cultural. de las personas); la cultura como otorgadora de sentido.
Fuente: Resseau Cultures (1999:48).
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Lo que es interesante de esta propuesta es que centra la motivación del individuo


en la esfera espiritual y psicológica, y no únicamente en la persecución racional de su
interés personal, conectando la transformación personal con la transformación social.
Los cambios de modelo de un activismo tradicional a uno alternativo son similares a
los del liderazgo moral, que critica los modelos alternativos de liderazgo: paternalista,
autoritario y manipulador. En su conjunto equivalen a una transformación de modelos
mentales tradicionales de ciudadanía en un nuevo marco conceptual, consistente y cons-
ciente, donde el discurso se conecta con la práctica. Además, es evolutivo, pues implica
un proceso continuo de aprendizaje y entendimiento gradual, un verdadero proceso de
cambio cultural de actitudes y conductas.
Una propuesta latinoamericana que se centra simultáneamente en la esfera pública y
comunitaria, incorporando la dimensión institucional en el proceso de transformación,
es el Sistema de Aprendizaje Tutorial, un modelo de educación formal elaborado por la
Fundación para la Aplicación y Enseñanza de la Ciencia, o Fundaec, de Colombia. A
través de un sistema de educación rural a distancia equivalente a la enseñanza media,
aplicado por tutores que se reúnen con grupos locales de jóvenes y adultos, el sistema
desarrolla una serie de capacidades de servicio comunitario, aprendiendo los estudiantes
no sólo destrezas para su desarrollo personal, sino que estas más bien se desarrollan en
su aplicación para el mejoramiento de la comunidad. Un postulado de este modelo es
que un pueblo no adquiere control de su proceso de desarrollo hasta que no aprende
sistemáticamente sobre los cambios que ocurren a su alrededor, donde la adquisición
y aplicación de conocimiento constituye el eje del proceso, dejando de ser el objeto de
planes e intervenciones de otros. Gustavo Correa, uno de los creadores de Universidad
Rural, que desarrolla el SAT, entrega una interesante descripción de cómo esta propuesta
fomenta capacidades ciudadanas de transformación personal y social desde una edad
temprana:

La Universidad Rural se ha definido en Fundaec como el espacio social en


el cual una población rural aprende sobre su propio camino de avance. Pero
este aprendizaje no es sólo un ejercicio académico, más bien sirve como mo-
tivación y guía para que una comunidad aprenda acciones concretas que le
permitan avanzar en el camino de progreso que ha elegido. Por eso un grupo
SAT es parte de la Universidad Rural. Allí se aprende, se genera conocimiento
y se emprenden acciones para el bienestar de la comunidad donde se ubica el
grupo. Hay muchos ejemplos de grupos que dentro del estudio de la unidad
de salud, por ejemplo, realizan pequeñas investigaciones para aprender sobre
el estado de salud de la comunidad y como resultado de ellas realizan acciones
de cooperación con los servicios de salud existentes, dando por resultado me-
joras en la prestación de este servicio. En otros casos, los estudiantes realizan
ensayos agrícolas que les permiten aprovechar el conocimiento global en el
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campo agronómico para aplicarlo a la realidad particular en que se mueve el


grupo. (Correa y Torné de Valcárcel 1995:171-172)

Por último, otro modelo centrado en la esfera pública o mixta, que une las dimen-
siones mentales e institucionales de la transformación estructural, es el desarrollado por
Robert Chambers (1997), destacado pensador del IDS en Sussex. Chambers analiza
cómo una serie de conductas y actitudes de los profesionales del desarrollo han sido la
principal causa del fracaso de cinco décadas de programas de desarrollo en el mundo,
en los que principalmente relaciones de poder sobre y relaciones paternalistas de im-
partición de proyectos han impedido una mayor participación de las bases. El enfoque
de la ciudadanía como desarrollo de capacidades no sólo implica el aprendizaje para la
participación en la sociedad civil, sino que también conlleva un aprendizaje para facilitar
la participación desde la esfera pública y mixta (ONG, consultoras, etc.). Similar a la
propuesta de Resseau Cultures de un nuevo activismo social, Chambers propone una
serie de transformaciones necesarias en el agente o profesional de desarrollo, así como
una serie de mecanismos y metodologías institucionales que faciliten la participación:

Cuadro Nº 3
Transformaciones para la diversidad y el realismo

Tendencias normales Transformaciones necesarias

Conducta Dominante Facilitadora


Paternalista Escuchar
Extractiva Empoderamiento

Profesionalismo Las cosas primero Las personas primero


Los hombres antes que las mujeres Las mujeres antes que los hombres
Los profesionales establecen las prioridades La gente pobre establece las prioridades
Transferencia de ‘paquetes tecnológicos’ Opción de ‘canastas tecnológicas’
Simplificar Complicar

Burocracia Centralizar Descentralizar


Estandarizar Diversidad
Controlar Facilitar

Profesiones Restringir o limitar (familia) También liberar


‘Hacia adentro’ (urbano) También ‘hacia fuera’
‘Hacia arriba’ (jerarquía) También ‘hacia abajo’

Modos de Desde ‘arriba’ Desde ‘abajo’


aprendizaje Turismo de desarrollo rural (Diagnóstico rápido, relajado y
Encuestas participativo: DRR & DRP, etc.)
Medición y estadísticas Métodos de DRR y DRP

Análisis y acción Profesionales, externos, ajenos Personas locales, internas

Fuente: Chambers (1997:204).


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Chambers (1997) se explaya afirmando que para fomentar la participación no basta


la aplicación de métodos participativos o la creación de programas innovadores. Se re-
quiere también un proceso de aprendizaje de nuevas capacidades, conductas, actitudes,
destrezas y cualidades, tanto en la esfera pública como en la sociedad civil, para una real
participación ciudadana. Aquel debe ser desarrollado a través de un proceso constante de
consulta, estudio, reflexión y acción, que derive en una aplicación gradual de las capaci-
dades necesarias. La comprensión de esta realidad es clave, y debe ser adquirida especial-
mente en la esfera pública, donde ante la frustración por el fracaso de diversos programas
participativos, se comienza a aplicar una serie programas de participación restringida. El
impulso por cumplir metas a corto plazo, dictados por exigentes compromisos políticos,
lleva a que finalmente los procesos de transformación social sean limitados y frustrantes,
tal como ocurre cuando relaciones equitativas de poder son desarrolladas por medio de
relaciones adversarias. Es necesaria una apertura a políticas de mediano y largo plazo, pero
que impliquen una transformación profunda, con el aprendizaje de nuevas formas de ciu-
dadanía, y la aplicación del poder por medio de relaciones mutuales y de colaboración.

Palabras finales

De este modo, hemos analizado la noción de ciudadanía en el marco de las políticas so-
ciales de participación y superación de la pobreza, y crisis del estado benefactor. Hemos
visto algunas de las limitaciones de las nociones tradicionales de ciudadanía y explorado
visiones alternativas basadas en una definición de poder como capacidad. Hemos ana-
lizado una serie de propuestas teóricas y prácticas centradas en el aprendizaje de nuevas
conductas, actitudes, destrezas y cualidades para una noción de ciudadanía que impulsa
tanto la transformación personal como la transformación social, superando la dicotomía
paralizadora entre los enfoques liberal y comunitario, y el énfasis economicista del mo-
delo republicano.
En este marco, el desarrollo de ciudadanía tiene directa relación con un proceso de
cambio cultural de discursos, formas de pensar, hablar y actuar, dominantes, fundado
en relaciones adversarias. El aprendizaje se torna entonces en el centro del proceso de
construcción de ciudadanía, expresado en la transformación de modelos mentales en
marcos conceptuales conscientes, coherentes y evolutivos. Bajo esta noción, el proceso
de transformación social es visto más allá de la conquista de cúpulas de poder, exigiendo
más bien un cambio cultural de grandes proporciones que reemplace relaciones sociales
adversarias por relaciones sociales mutualistas o de cooperación. Una noción de poder
diferenciada del entorno sociocultural de relaciones sociales facilitadoras u obstaculiza-
doras de sus capacidades de acción, o poder para, constituye la base de una noción de
ciudadanía que se dirige hacia el empoderamiento asistido y mutuo, tanto de individuos
como de grupos en la sociedad. Es esencial, sin embargo, un proceso de transformación
130 Ciudadanía, aprendizaje y desarrollo de capacidades
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y aprendizaje simultáneo (acción-reflexión) en las dimensiones personales, interperso-


nales y sociales para que este proceso pueda consolidarse y no paralizarse en cambios
limitados o parciales.

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