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UNIVERSIDAD DE ORIENTE

NÚCLEO DE SUCRE
DOCTORADO EN ESTUDIOS SOCIALES
CURSO DE SOCIALIZACIÓN DE DE LAS CIENCIAS

Aportes para un Ensayo

HACIA UNA NUEVA RACIONALIDAD

LUIS FEDEMARX GAMBOA MARCANO

Cumaná, julio de 2019


Proto-razón, razón originaria o la razón antes de la razón

Al reflexionar sobre la racionalidad es difícil no caer en la tentación de


intentar fijar un inicio, una especie de partida de nacimiento, al modo de pensar al que
comúnmente se denomina razón. La historia reporta la tentativa de la casi totalidad de
los pueblos sobre los que se tiene noticia por explicar su propia existencia en el
mundo, así como la ocurrencia de fenómenos naturales y sociales; pero en los albores
del pensamiento obviamente no se contaba con memoria histórica ni con
instrumentales de ciencia alguna en los que apoyarse para producir dichas
explicaciones.

A menos que se crea que tales nociones fueron introducidas por poderes
externos y sobrenaturales en la mentalidad colectiva de los referidos pueblos,
tenemos poderosas razones para suponer que fueron ellos mismos, es decir las
personas que integraban esos pueblos los que progresivamente dieron origen y forma
a las tentativas de explicaciones de su mundo, teniendo como únicos recursos el
lenguaje, en tanto manifestación fenomenológica del pensamiento, así como los usos
y costumbres informados por la práctica en boga.

De esa forma, lo que podríamos llamar la proto-razón o razón originaria


habría iniciado la producción de posibles explicaciones que, aceptadas como válidas
por la comunidad, se fueron convirtiendo en la tradición y herencia cultural que nos
fue legada como mitología primitiva. Así visto, no parece acertado negar el carácter
de razonamiento a los esfuerzos explicativos de los primeros pueblos, de manera que
podríamos dar cabida a la idea de una razón antes de la razón.

En retrospectiva científica, las primeras hipótesis aceptadas, producto del


razonamiento que se podía alcanzar en las condiciones de los albores del
pensamiento, se convirtieron en tradición que no debía ser cuestionada; sin embargo

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el surgimiento de nuevas condiciones de vida, de nuevas interacciones sociales, del
desarrollo de las memorias históricas de distintos pueblos que entraban en
comunicación, entre otras, facilitaron la evolución del propio pensamiento y de sus
posibilidades para idear nuevas hipótesis en abierta ruptura con el razonamiento
anterior, acontecimientos estos coronados en la antigua Grecia, según lo reseña la
llamada tradición occidental.

Con López (2003) podríamos afirmar que fue la cultura griega, con Tales,
Anaximandro y Anaxímenes a la cabeza, la descubridora de la razón e iniciadora de
una cultura racional, la cual no obstante contener una visión consciente y crítica
respecto de la tradición, así como una acendrada desconfianza hacia las narraciones
del mito, no comportaba necesariamente un desprendimiento de ellas.

En ese sentido bien podríamos avalar la opinión del citado autor en cuanto a
que la cultura griega jamás llegó a ser completamente racional, aunque mas exacto
sería decir que para los filósofos griegos razón y tradición mítica-religiosa no
constituían extremos de una contradicción; aclaratoria que se hace ya que no
compartimos la noción de que las ideas de unos cuantos filósofos, por muchos que
sean, resuma, exprese y caracterice toda la cultura de una sociedad.

La forma de racionalidad inaugurada por la cultura griega o, más propiamente,


promovida por buena parte de los pensadores de la antigua Grecia, tenía una
tendencia holística, que concebía la totalidad de lo real como una unidad informada
por principios ordenadores, por lo que la reflexión sobre cualquier parte de la realidad
podía contribuir al entendimiento del todo. De ahí que la poesía, la música, las
matemáticas, fenómenos naturales del ámbito animal, vegetal, climático, geológico,
entre otros, fueran del interés de cada pensador heleno del que tengamos referencia,
con miras a la construcción de sistemas de representación que pudieran integrar las
diversas fuentes de reflexión para dar explicaciones generales del universo que luego

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sirvieran para la confirmación de los principios así extraídos mediante la aplicación a
casos particulares.

La coexistencia de estas dos maneras de explicar el mundo -tradición y razón,


o dos tipos de razonamiento producidos en diferentes momentos y condiciones- no
tardó en generar tensiones entre sus respectivos promotores, emblemáticamente
expresadas desde eventos como la condena a muerte de Sócrates en la Atenas antigua
hasta la hoguera que dio castigo inquisitorio a Geordano Bruno y el juicio contra
Galileo, en las postrimerías de la llamada edad media europea.

Con la modernidad se inauguró la promoción de una nueva racionalidad en


franca oposición, no sin motivos, al modo tradicional de representar el mundo, el cual
a su vez también evolucionó en el tiempo puesto que no se trataba ya del politeísmo
del Olimpo greco-romano sino de la versión monoteísta judeo-cristiana. La nueva
razón apareció dotada de un método llamado científico, reputado como aval de
certeza de los resultados de su aplicación, de donde la racionalidad devino científica,
representándose “a sí misma como la expresión privilegiada de las capacidades
humanas” (López, 2003: 06).

Los rasgos más resaltantes de esta racionalidad científica de la modernidad


son sintetizados por Vilar (1997) como el resultado de tres fuentes fundamentales: la
lógica aristotélica (heredada de la antigüedad griega), el método analítico cartesiano y
el determinismo newtoniano (ambos situados en la Europa del siglo XVII), y
caracterizada por dicho autor como simplificadora, estática, concentrada en la lógica
formal que opone verdadero y falso como únicas posibilidades, determinista,
disciplinaria, fragmentaria, unilateral, lineal, sincrónica, utilitarista, “ultra-
jerárquica”, normalizadora, repetitiva y conservadora, entre otras, en oposición a las
realidades sobre las cuales las ciencias pretenden dar cuenta, que son complejas,
dinámicas, probabilísticas, indeterminadas en grado sumo, interconectadas,

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interdimensionadas, diacrónicas, novedosas, únicas y cambiantes, por lo que resulta
del todo pertinente la inspiración de una nueva racionalidad que guarde cada vez más
estrecha relación con las características de los objetos de sus reflexiones.

Hacia una nueva racionalidad

Entendemos por racionalidad un modo de explicar el mundo que somos (por


aquello de “cada cabeza es un mundo”), que parece que nos rodea y del que somos
parte, basado estrictamente en la conjugación de experiencia y pensamiento,
entendida la experiencia como lo vivido, percibido y sentido por una persona,
siempre que pueda ser confirmado y compartido por otras, dada la factibilidad de
también vivirlo, percibirlo y sentirlo, y comprendido el pensamiento como la
reflexión sobre dichas experiencias y sobre las relaciones que pueden establecerse
entre los fenómenos experimentados por el conjunto de las personas.

Partiendo pues de esta concepción nos proponemos discutir los rasgos


emergentes de una nueva racionalidad científica a partir de un conjunto de aportes
que la investigación científica del siglo XX fue hilvanando como superación de
algunos de los pilares conceptuales fundamentales de la racionalidad moderna, así
como la aplicabilidad de dichos rasgos emergentes a la actividad racional orientada a
la comprensión y explicación de las realidades que interesan a la humanidad. Para
ello nos basaremos especialmente en las ideas de un grupo de físicos devenidos en
filósofos de las ciencias (Heisemberg, Bohr, Pauli, y Prigogine), los cuales desde el
campo de la física de partículas han logrado resultados con altas posibilidades de
impacto en el resto de las áreas de conocimiento.

Para la física clásica de inspiración newtoniana espacio y tiempo eran “dos


esquemas de orden cualitativamente diferente, dos formas intuitivas en las que se nos
representa el mundo, pero que de inmediato no tienen nada en común” (Heisemberg,

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1974), pero desde las teorías especial y general de la relatividad de Einstein se las
representa unidas en un continuo (espacio-tiempo) con relaciones geométricas
dependientes de la materia (Pauli, 1996).

Ello por sí solo implicó caminos de desarrollo para las disciplinas de la


Historia y la Geografía haciendo notar que ambas tenían en esencia el mismo objeto
puesto que el devenir de las sociedades se desarrolla en espacios geográficos
concretos y las dinámicas espaciales no son sino el devenir del espacio influido por
las relaciones del hombre en sociedad, lo que dio paso al enfoque geo-histórico, pero
además trajo consigo la posibilidad de poner en duda el determinismo basado en el
principio de causalidad local según el cual todo evento ocurrido es efecto de otro
evento anterior espacialmente cercano (Heisemberg, 2013), puesto que dado que la
relaciones geométricas del continuo espacio-tiempo son afectadas por las propiedades
electromagnéticas de la materia, un evento macroscópicamente lejano, digamos a
años luz de distancia, debido al impulso de partículas atómicas en determinada
dirección, puede tener una influencia decisiva en un fenómeno que estemos
estudiando a pesar de la influencia que otros eventos locales pueda tener en él. La
incorporación de estas nociones a la racionalidad con que se estudia la realidad desde
otros campos del saber ha dado notables frutos en áreas como el psicoanálisis, la
economía, la sociología, la biología, las neurociencias, la cibernética entre otras.

Los propios conceptos de presente y simultaneidad adquieren una


significación completamente novedosa, trascendiendo las referencias del tiempo tal
como lo percibimos cotidianamente, incluso tal como lo entendía la física clásica,
para pasar a referenciarlos con base en constantes universales de la naturaleza como
la velocidad de la luz en el vacío, la constante de gravitación y el quanto de acción de
Planck.

Esto no solo implica la comprensión de la posibilidad de observar primero un

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evento posterior que uno anterior (incluso puede ser éste causa de aquel),
dependiendo de la ubicación del observador respecto de los dos eventos o de observar
simultáneamente dos eventos ocurridos con años luz de precedencia pero que sus
efectos son percibidos en un mismo momento por un observador, sino además
adentrarse en la posibilidad de tiempos diferentes y específicos para secciones
diferentes del espacio, tanto a escala macroscópica como a escala cuántica.

Estas nociones adecuadamente adaptadas a algunas esferas de las ciencias


sociales, por ejemplo, sirven de portentosa analogía para explicar las diferencias de
dinámicas en el espacio y tiempo de sociedades simultáneas de distinto signo o en
espacios específicos dentro de un mismo tipo de sociedad a partir de la presencia de
fuerzas sociales, económicas y culturales que actúan también de manera específica y
diferenciada en ellos.

Los descubrimientos de la teoría cuántica en la física de partículas nos han


adentrado de manera extraordinaria en el conocimiento del mundo material del que
formamos parte. La ideación del átomo por Demócrito de Abdera hace más de 2.400
años, como la parte más pequeña e indivisible de la materia guió las intuiciones de
muchos físicos desde el siglo XIX, conduciendo hasta cierto punto a la confirmación
de las suposiciones del pensador griego, y decimos hasta cierto punto porque cuando
se creía que estábamos frente a esa parte más pequeña e indivisible a la que se
identificó como átomo, se descubrió luego que éste estaba formado por partículas aun
más pequeñas; en ese momento también se creyó que no podrían encontrarse mas
subdivisiones debido a la estimación de inviabilidad de crear aceleradores de
partículas mas potentes, pero eventualmente se construyeron y se pudo descubrir
nuevas partículas subatómicas, de donde es válido especular que aún podrían
encontrarse partículas aun más pequeñas.

Hoy la física de partículas maneja no solo el átomo formado por un núcleo,

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compuesto a su vez de neutrones y protones, y por una corteza exterior formada por
las órbitas de los electrones, sino que ahora se conoce la existencia de partículas más
pequeñas de diferentes tipos denominadas bosones (fotón, bosón W, bosón Z y
gluón), leptones (electrón, muón, tauón, neutrino electrónico, neutrino muónico y
neutrino tauónico) y quark (up, charm, top, down, strange, bottom) de cuyas
combinaciones se forman partículas compuestas (hadrones) de distintos tipos como
los protones y neutrones (bariones) presentes en el núcleo del átomo por lo que
también se les llama nucleones, y los mesones (pión, kaón, entre otros).

Se conoce también la existencia de antipartículas idénticas a las partículas en


cuanto a las medidas de masa y espín pero con carga eléctrica contraria (excepto
algunos como el antifotón que al igual que el fotón tienen carga neutra), y que el
contacto de esta antimateria con la materia ocasiona la aniquilación mutua, dando
lugar a fotones de muy intensa energía y a nueva materia y antimateria.

Estos descubrimientos explican la constante producción de materia que ocupa


el espacio en expansión y correctamente aplicada a otros campos y áreas del saber
tiene potencial para explicar la dialéctica de los procesos como resultante de
elementos contrarios dentro de sus lógicas internas. También por analogía o
apoyados en la metáfora permiten suponer que las relaciones básicas que tenemos
como elementales, simples o indivisibles pueden contener relaciones aun más
simples, es decir pueden estar sujetas a nuevas perspectivas de análisis en la medida
que avanza el conocimiento que se tiene de las realidades estudiadas; de ahí la
necesidad de interpelación de las categorías estáticas y anquilosadas que la
racionalidad moderna consagró como leyes universales e invariables.

De hecho, saber que algunas partículas están sujetas a determinados principios


como el de exclusión de Pauli mientras que otras no, así como que distintos grupos de
partículas se comportan de cuerdo a patrones estadísticos de distribución diferentes,

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facilita el proceso de renuncia a la obcecación de buena parte de las ciencias sociales,
tomado de la racionalidad impuesta por las ciencias naturales, por encontrar leyes
universales y explicaciones unívocas para fenómenos diferentes por mucho que
presenten elementos comunes.

Por el contrario, el principio de correspondencia de Bohr originalmente


formulado como superación de la aparente oposición entre las explicaciones sobre las
partículas vistas como corpúsculos o como ondas (materia o energía), llegando a la
conclusión de que a cada explicación fenomenológica de un evento a partir de las
teoría ondulatorias correspondía una explicación equivalente de la teoría corpuscular,
o más correctamente que a cada estado de la materia en cuanto a energía (ondas)
corresponde un estado en cuanto a materia (partículas) y que ambos (estado y
explicación) son complementarios (principio de complementariedad).

Se pierde de vista el aporte a la formación de una nueva racionalidad


representado por la posibilidad de que explicaciones distintas de un mismo fenómeno,
aparentemente opuestas, en lugar de ser contradictorias resulten complementarias, en
aras de superar la unilateralidad que ha aquejado las distintas formas de racionalidad
desde la aparición de la razón antes de la razón.

Respecto al principio de incertidumbre (o relación de indeterminación),


formulado originalmente por Heisemberg a mediados de la década de los 30 del siglo
pasado establece que no se puede conocer al mismo tiempo con exactitud el lugar y
la velocidad de una partícula elemental (Heisemberg, 1974); se puede conocer con
bastante exactitud el lugar ocupado pero no la velocidad, del mismo modo que se
puede precisar la velocidad pero no la la posición, siendo imposible precisar al mismo
tiempo ambas magnitudes, de manera que las descripciones se avienen a ecuaciones
probabilísticas, lo cual implica un cambio drástico en la epistemología de las ciencias
ya que se distancia de la obsesión por la representación de “hechos objetivos”,

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admitiendo ahora como válidas perspectivas de posibilidades, es decir afirmaciones
que contienen la probabilidad de que un acontecimiento X se presente en determinado
momento y lugar.

Pero la lógica probabilística de Heisemberg era incompleta en términos de que


como herencia de la vieja racionalidad moderna habitada en la física clásica, las
observaciones, experimentos y comprobaciones a las que se dedicó consistían en el
aislamiento de partículas, sustrayendo así los conjuntos de interacciones que en
condiciones naturales afectan a cada partícula, resultando en imágenes descriptivas
que no dan cuenta realmente de como ocurren los fenómenos en la naturaleza.

Por ello, Prigogine (1997), entre otros, han venido trabajando la extensión de
la lógica probabilista desde el nivel individual (correspondiente a trayectorias únicas)
hasta el nivel estadístico, correspondientes a las trayectorias de conjuntos y grupos de
partículas, interactuantes entre sí, tal como ocurre en la realidad natural. Es
importante agregar que los trabajos de Prigogine van más allá de considerar sistemas
estables, los cuales son excepcionales en la naturaleza, y desarrollan las funciones
estadísticas para sistemas alejados del equilibrio, o sea sistemas inestables que
evolucionan mediante estructuras disipativas hacia nuevos estados de equilibrios
dinámicos que se van complejizando irreversiblemente en el tiempo.

Estas nociones son de particular interés para las ciencias sociales y en general
para la necesaria nueva racionalidad en tanto alejan la manera de explicar los
fenómenos de interés social de la vocación normalizadora y predictiva, aceptando que
nuevos acontecimientos producen bifurcaciones en los cursos de desarrollo
esperados, con resultados que no pueden ser anticipados, los cuales a su vez
engendran nuevas estructuras y sistemas con tendencias auto-organizativas y auto-
regulativas alejadas del equilibrio, al menos del equilibrio inicial. Esas estructuras
que se van bifurcando y buscando nuevos estados de equilibrios dinámicos es lo que

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Prigogine llama disipativas, y su imagen intuitiva resulta un interesante modelo de
análisis y síntesis para estudiar la evolución de sistemas ecológicos, económicos,
políticos, sociales, psicológicos, en fin sistemas complejos, exactamente como es el
sistema del universo en el que se inscribe la vida humana.

Lo anteriormente dicho es una necesaria invitación a reflexionar sobre la


actitud del pensador y la pensadora, respecto a la manera de aproximarnos a las
realidades, tanto cotidiana como en los distintos campos del saber. Hemos visto que
la racionalidad moderna preconizaba el modelo disciplinario y la oposición entre el
saber científico y los otros modos de saber, los cuales a pesar de todos los avances de
la tecnociencia siguen vigentes, en uso y mayoritariamente extendidos tanto en la
llamada cultura occidental como en el resto del planeta.

Una nueva racionalidad convoca a la aceptación de que toda forma del


pensamiento es un acto racional; que toda explicación, por personal que sea el
basamento, es la con-textualización de una idea dotada de razones; que las emociones
son funciones mentales, que si bien tienen una fuerte impronta neurofisiológica y
muchas veces se expresan de manera sub/in-conciente, no dejan por ello de ofrecer
una versión comunicable verbalmente; que la razón científica no es una expresión
privilegiada de las capacidades humanas sino una entra varias expresiones de las
facultades de la humanidad para darle sentido y significación a su existencia en el
mundo, como parte de él, de modo que sanamente se debe intentar la integración de
todas las formas de racionalidad: múltiples y distintas disciplinas de la ciencia,
tradición, artes, mitos, entre otros, como fuentes válidas y complementarias de
conocimiento; esto es poco mas o menos lo que podríamos llamar una actitud
transdisciplinaria

Ante la actitud transdisciplinaria a la que hacemos referencia se presenta una


frontera adicional a la que se debe mirar con mucha atención: el lenguaje. Al inicio

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decíamos que en los albores del pensamiento la humanidad solo contaba con los
recursos de la practica social en boga y el pensamiento incipiente al que se podía
llegar en dichas condiciones, posibilitado y expresado como fenómeno a través del
lenguaje rudimentario de ese entonces.

Ambos recursos desde el principio han presentado límites que se van


expandiendo como resultado de su aplicación a la resolución de nuevos retos, a la
búsqueda de significados de mas y nuevos acontecimientos hasta llegar a los
portentos que actualmente produce el ingenio humano en todas las esferas del saber; y
con todo, tanto el lenguaje como la técnica actual, siguen ofreciendo límites de los
que debemos ser conscientes a la hora de pensar en nuevas soluciones para viejas
aspiraciones de la humanidad, sabiendo que aún falta inventar muchas palabras que
denoten las nuevas relaciones que han de guiar a la sociedad hacia nuevos estructuras
y sistemas, así como muchos descubrimientos e innovaciones tecnológicas destinadas
a facilitar y preservar la vida de nuestra especie en este universo en el que nos toca
aprender a estar y ser.

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Referencias Bibliográficas

Heisemberg, W. (1974). Mas allá de la física. Atravesando fronteras. Madrid-España:


LA EDITORIAL CATÓLICA, S, A.

Heisemberg, W. (2013). Física y filosofía. Budapest: Editor digital Antwan

López, R. (2003). Apunte sobre la razón griega. Cinta de Moebio 16: 6-14. Revista
de Epistemología de Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Chile.

Pauli, W. (1996). Escritos sobre física y filosofía. Madrid-España: DEBATE


Pensamiento

Prigogine, I. (1997). El fin de las certidumbres. Santiago de Chile: La Época.

Vilar, S. (1997). La nueva racionalidad. Comprender la complejidad con método


transdisciplinario. Barcelona-España: Editorial Kairós.

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