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Trinidad. El Uno y Eterno Dios, el Señor, ha revelado a su pueblo que él es el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo. No obstante él no es tres deidades, sino una divinidad, ya que las personas
forman parte de una deidad-divinidad. La enseñanza bíblica de la Trinidad es, en un sentido,
un misterio; y mientras más entramos en unión con Dios y profundizamos nuestra
comprensión de él, más reconocemos cuánto hay aún por conocer. Basada en la enseñanza
bíblica, la confesión cristiana tradicional es que Dios es uno en tres y tres en uno. El AT
condena el politeísmo y declara que Dios es uno y ha de ser adorado y amado como tal
(Deuteronomio 6:4, 5; Isaías 45:21). Y esta convicción de la unidad de Dios continúa en el
NT (Marcos 10:18; 12:29; Gálatas 3:20; 1 Corintios 8:4; 1 Timoteo 2:5).
Dios es el Padre de Israel (Isaías 64:8; Jeremías 31:9) y el ungido rey de su pueblo (2 Samuel
7:14; Salmo 2:7; 89:27). Jesús vivió en comunión con su Padre celestial, siempre haciendo
su voluntad y reconociéndole como verdadera y eternamente Dios (Mateo 11:25-27; Lucas
10:21, 22; Juan 10:25-28; Romanos 15:6; 2 Corintios 1:3; 11:31). Los discípulos llegaron a
discernir que Jesús era el largamente esperado Mesías de Israel (Mateo 16:13-20; Marcos
8:27-30). Más tarde comprendieron que para ser el Mesías, Jesús debía también ser Dios
hecho hombre (Juan 1:1, 2, 18; 20:28; Romanos 9:5; Tito 2:13; Hebreos 1:8; 2 Pedro 1:1).
Así, se le ofrecían doxologías como Dios (Hebreos 13:20, 21; 2 Pedro 3:18; Apocalipsis 1:5,
6; 5:13; 7:10). Los apóstoles, como lo hiciera Jesús, se referían al Espíritu Santo como a una
persona. En Hechos, el Espíritu Santo inspira la Escritura, se le miente, es tentado, da
testimonio, es resistido, dirige, arrebata a alguien, informa, ordena, llama, envía, piensa que
cierta decisión es buena, prohíbe, previene, advierte, nombra y revela verdad profética
(Hechos 1:16; 5:3, 9, 32; 7:51; 8:29, 39; 10:19; 11:12; 13:2, 4; 15:28; 16:6, 7; 20:23, 28;
28:25). Pablo describe al Espíritu dando testimonio, hablando, enseñando y actuando como
guía (Romanos 8:14, 16, 26; Gálatas 4:6; Efesios 4:30). El Espíritu Santo es otro parakletos
(Juan 14:16; 15:26, 27; 16:13-15). Dios, el Señor, es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta
confesión y entendimiento puede decirse son básicas en la fe de los escritores del NT, aun
cuando raras veces lo expresan en términos precisos. Pero la doctrina es enunciada en ciertos
pasajes (Mateo 28:19; 1 Corintios 12:4-6; 2 Corintios 13:14; 2 Tesalonicenses 2:13, 14; 1
Pedro 1:2).
La Trinidad.
La unidad de Dios no excluye en absoluto la distinción entre las Personas de la divinidad. Ya
el AT deja entrever esta distinción, aunque ciertamente de una manera velada, ya que era
sobre todo la unidad de Dios lo que debía ser destacado frente al politeísmo ambiental.
Incluso si no se quiere tener en cuenta la forma plural «Elohim» unida a un verbo en singular,
debido a que este hecho recibe varias interpretaciones, hay textos en los que el nombre de
Dios es aplicable por adelantado al Mesías (Sal. 45:7-8; Is. 9:5); también, siendo que el
nombre de «Señor» equivale al nombre inefable de Jehová, se ha de considerar el Sal. 11:1.
Con Jehová se asocia un Hijo (2 S. 7:14; Pr. 30:4; cp. Sal. 2:12). El pasaje acerca de la
Sabiduría en Proverbios (Pr. 8) nos la presenta como un ser personal, y no como una
abstracción, hasta tal punto que, desde el mismo marco de referencia del judaísmo, sus
filósofos llegaron a la conclusión de la existencia de un mediador, el Logos, entre Dios y el
mundo. El Espíritu de Dios es igualmente mencionado con frecuencia en el AT, y ello en
términos que implican a la vez Su existencia propia y su unidad sustancial con Dios (Gn. 1:2;
Sal. 51:13; 2 S. 23:1). Al llegar al NT hallamos allí la doctrina de la Trinidad netamente
formulada, aun cuando no se emplee este término. De entrada, el NT es tan formal como el
AT al afirmar la unidad de Dios (Mr. 12:29; Stg. 2:19). La divinidad del Hijo y del Espíritu
Santo no contradice en nada este hecho. Pablo opone el solo Dios y Padre y el solo Señor
Jesucristo a la multiplicidad de las divinidades y de los señoríos del paganismo (1 Co. 8:5,
6). Así, en el seno de la esencia divina única se pueden distinguir tres Personas que reciben
igualmente el nombre de Dios, que en el seno de la Deidad mantienen unas relaciones a nivel
interpersonal. Sería prolijo enumerar todos los pasajes donde este nombre se aplica al Padre.
(He aquí unos como ejemplo: Jn. 20:17; 1 Ts. 1:1; 1 P. 1:2; Stg. 1:27; Jud. 1). El Hijo es
llamado Dios por el apóstol Juan (Jn. 1:1; 1 Jn. 5:20), por el apóstol Pedro (2 P. 1:1), por el
apóstol Pablo (Tit. 2:13; Ro. 9:5), por el autor de la epístola a los Hebreos (He. 1:8). El texto
más contundente es aquel en el que el mismo Jesús acepta que se le llame así (Jn. 20:28). En
cuanto al Espíritu Santo, es evidente en base a Hch. 5:3,4 que mentirle a Él es lo mismo que
mentir a Dios. Ello es debido a que se trata de Dios. Su Personalidad queda también
evidenciada por cuanto tiene voluntad (He.2:4); se comunica (He.9:8); conduce a los Suyos
(Gá.5:18); justifica (1Co.6:11); enseña (1Co.2:13); y da testimonio (Ro.8:16), aparte de
muchas otras actividades, de las que se mencionan varias principales en Jn.14,15 y 16. Las
tres Personas de la Trinidad son mencionadas juntas en la fórmula bautismal (Mt. 28:19) y
en la bendición apostólica (2 Co. 13:13); también en 1 Co. 12:4, 6 y en Ef. 4:4-6, de manera
que queda implicada su distinción. Esta distinción queda además posiblemente destacada aún
más claramente en los pasajes en los que las tres Personas aparecen con funciones distintas:
Por ejemplo, en el bautismo de Jesús, el Padre da testimonio del Hijo, sobre quien desciende
el Espíritu Santo (Mt. 3:16, 17); a su muerte, el Hijo se ofrece al Padre por el Espíritu (He.
9:14); en Pentecostés, el Padre envía el Espíritu Santo en nombre del Hijo, y el Hijo lo envía
de parte del Padre (Jn. 14:26; 15:26). En nuestra experiencia de la salvación, la distinción
entre las Personas se nos hace clara. Somos salvados según la presciencia de Dios Padre. Es
el Hijo quien se ofreció en sacrificio para la redención. Es el Espíritu Santo quien aplica las
bendiciones (1 P. 1:2). Pero esta distinción no está limitada a la administración de la
salvación, sino que existe desde toda la eternidad en el seno de la esencia divina (Jn. 17:5).
Para acabar de precisar esta doctrina, debemos mencionar los textos que destacan la unidad
entre las tres Personas; el primer libro en antigüedad del NT, la 1. Epístola a los
Tesalonicenses, presenta al Padre y al Hijo de tal manera unidos, que el verbo que denota la
acción de ellos está en singular, lo que es tan contrario a todas las leyes de la gramática griega
como pueda serlo a las de la gramática de la lengua castellana. «Mas el Dios y Padre nuestro,
y nuestro Señor Jesucristo, dirija (sic) nuestro camino» (1 Ts. 3 11). Jesús dijo de una manera
explícita: «Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn. 10:30). Por su parte el Espíritu Santo está
tan estrechamente unido al Padre y al Hijo que por Su venida al corazón del creyente también
el Padre y el Hijo vienen a morar allí (Jn. 14:17, 23). La subordinación del Hijo al Padre y la
del Espíritu Santo al Padre y al Hijo no implican diferencia alguna de esencia entre las tres
Personas. Para hacer comprender el misterio de la Trinidad, en ocasiones quizá para hacerlo
aceptable al pensamiento humano, los teólogos han recurrido a diversos argumentos y a
diversas comparaciones derivadas del mundo inanimado, y especialmente de la naturaleza
humana. Como no hallamos ninguna argumentación de este género en la Biblia, no
corresponde una discusión de este tema a un diccionario bíblico. Sin embargo, los que deseen
estudiar a fondo esta cuestión hallarán un valioso tratamiento de la misma en la obra de L. S.
Chafer, «Teología Sistemática», tomo I, PP. 294- 313, y en la obra de F. Lacueva, «Un Dios
en tres Personas» (PP. 125-166).
En una visión apocalíptica, Juan vio la terrible erupción de los demonios en forma de
langostas del abismo en el día final (Apocalipsis 9:1-12), así como los tres horribles espíritus
que emanan de la trinidad satánica como ranas (el dragón, la bestia y el falso profeta) en la
tribulación para juntar los ejércitos del mundo para su suerte predestinada en Armagedón
(Apocalipsis 16:13-16).