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En la vida del padre de la Fe, Abraham se refleja la decisión entre dos posiciones:
el de quedarse como Abram (padre enaltecido), o decidir vivir como Abraham
(padre de multitudes), tal como el Señor lo había llamado (Génesis 12:1-3).
Probablemente Abram quería quedarse solo como un padre enaltecido y no
pensar que de él saldría una patria, que él se constituiría en padre de
muchedumbre de personas, ya que esta opción requería de un sacrificio y
esfuerzo que muy pocos estaría dispuestos asumir. Pero no fue así con Abraham
quien decidió ser padre de multitudes y dar honor al nuevo nombre que había
recibido de su padre: Dios.
Además que por ley, solo los padres pueden darle nombres a sus hijos por tal
razón, Dios como padre le dio nuevo nombre a Abram.
En la patria del pueblo de Israel la marca del pacto que Dios le dio fue la
circuncisión (cortar el prepucio de los varones a los 8 días de nacido), esto fue
ordenado por Dios Génesis 17:10-14.
Esta decisión casi le cuesta su vida. Cuantos jóvenes con una identidad
establecida cuyo parámetro es Cristo, un padre amoroso, tierno, incondicional,
eterno que es Dios y una familia espiritual gigante que es la familia en la Fe,
prefieren quedarse con costumbres extrañas, menospreciando y acarreando
muerte en sus vidas, es decir volviendo al viejo hombre. Efesios 4:22 “En cuanto a
la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado
conforme a los deseos engañosos”
Hay que circuncidar nuestro corazón, para así vivir la nueva vida, la vida
abundante, la que nos lleva a disfrutar la paternidad de Dios y anhelar ser padres
de un pueblo (tener discípulos).
Desde el principio Cristo siempre nos mostró una patria: el Cielo y un Padre por
excelencia: Dios. Lucas 11:2
Entonces entenderemos que nuestro paso por esta patria es transitorio, que somos
peregrinos, pero debemos esforzarnos por traer las costumbres del cielo a la tierra
(compartir de Cristo).
Aplicación teoterápica