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INSTITUTO DE

EDUCACION A DIGITAL
DEL ESTADO DE PUEBLA
EXTENCIÓN REGIONAL JONOTLA

LICENCIATURA EN DERECHO
2 CUATRIMESTRE
GRUPO F
MODALIDAD SEMANAL

ALUMNO:
YORDANI RODRIGUEZ HERRERA

E-mail: yordanirodriguez0408@gmail.com
CEL: 233 115 35 81
Enero de 2019/ ABRIL 2019
Capítulo I.- DE LAS DISTINTAS CLASES DE PRINCIPIADOS Y DE LA FORMA EN QUE SE ADQUIEREN

Maquiavelo hace una separación entre estados: repúblicas o principados. Dentro de los principados tendríamos
dos formas, un principado heredado o nuevo. Los nuevos se adquieren porque nace el estado de la separación
de otro y ahí se da el principado, y en los hereditarios como su nombre indica por herencia familiar.

CAPÍTULO II.- DE LOS PRINCIPIADOS HEREDITARIOS

Se centraliza en los principados, la manera de preservación y de gobierno que pueden tener. Se hace
referencia a los estados hereditarios, él considera que son mucho más fáciles de conservar que en el caso de
los nuevos, porque tan sólo tienen que seguir los pasos de su estirpe y no alterar la disposición determinada por
sus antecesores, así evitará el nuevo príncipe problemas con sus predecesores.

CAPÍTULO III.- DE LOS PRINCIPADOS MIXTOS

Los principados mixtos, son un principado que no es completamente nuevo, sino una especie de adición a un
principado antiguo que se posee de antemano; cuyas indecisiones nacen de una dificultad, que es conforme
con la naturaleza de todos los principados nuevos, y aquí empieza la envidia y la disputa por el poder, a aquellos
que lo ayudaron a llegar al poder tiene que corresponderles con algún cargo público como en la actualidad,
y de no hacerlos solo se generaran más conflictos y tendrá más enemigos, al igual que los de oposición que se
negaban a que llegara al poder.

Cuando son de la primera especie, hay suma facilidad en conservarlos, principalmente si no están habituados
a vivir libres en república. Para poseerlos con seguridad basta haber extinguido la descendencia del príncipe
que reinaba en ellos, porque, en lo demás, respetando sus antiguos estatutos, y siendo allí las costumbres iguales
a las del pueblo a que se juntan, permanecen ampliamente relacionados. No obstante, a que existan algunas
diferencias de lenguaje, las costumbres se asemejan, y esas diversas provincias viven en buena armonía.

El que hace tales adquisiciones, si ha de conservarlas, necesita dos cosas: la primera, que se extinga el linaje del
príncipe que poseía dichos Estados; y la segunda, que el príncipe nuevo no altere sus leyes, ni aumente los
impuestos. Con ello, en tiempo brevísimo, los nuevos Estados pasarán a formar un solo cuerpo con el antiguo
suyo.

Debido a su interés los príncipes llegan a conquistar, se crea en ellos una idea de expansionismo y por lo cual
empiezan a conquistar territorios para establecer consecutivamente un orden público distinto al que ahí se
contiene en las reglamentaciones originales del pueblo.

CAPÍTULO IV.- POR QUÉ EL REINO DE DARÍO, OCUPADO POR ALEJANDRO, NO SE SUBLEVO CONTRA LOS SUCESORES
DE ÉSTE, DESPUÉS DE SU MUERTE

Los herederos de Alejandro conservaron los estados que este había conquistado debido a la inteligencia y
ambición que manifestaron. Los principados conocidos son gobernados de dos maneras:
1.- Consiste en serlo por su príncipe asistido de otros individuos que, permaneciendo siempre como súbditos
humildes al lado suyo, son admitidos, por gracia o por concesión, en clase de servidores, solamente para
ayudarle a gobernar.

2.- El gobierno se compone de un príncipe, asistido de barones, que encuentran su puesto en el Estado, no por
la gracia o por la concesión del soberano, sino por la antigüedad de su familia. Estos barones poseen Estados y
súbditos que los reconocen por señores suyos, y les consagran naturalmente su afecto. En los Estados en que
gobierna el mismo príncipe con algunos ministros esclavos, tiene más autoridad, porque en su provincia no hay
nadie que reconozca a otro más que a él por superior y si se obedece a otro, no es por un particular afecto a
su persona, sino solamente por ser ministro y empleado del monarca.

CAPÍTULO V.- DE QUÉ MODO HAY QUE GOBERNAR LAS CIUDADES O PRINCIPADOS QUE, ANTES DE SER OCUPADOS,
SE REGÍAN POR SUS PROPIAS LEYES.

Existen 3 maneras de conservar un Estado que estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en
libertad:

 Destruirlo
 Radicarse en él
 Dejarlo regir por sus leyes, obligándolo a pagar tributo y establecer un gobierno compuesto por un
pequeño número de personas para que se encarguen de velar por la conquista.

Nada hay mejor para conservar una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por los mismos
ciudadanos. El único sistema seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla.

Cuando las ciudades están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, por la extinción de este y su linaje queda
vacante el gobierno, por un lado, los habitantes están acostumbrados a obedecer y por otro no tienen a quién,
no logran acuerdos para elegir a uno entre ellos, ni saben vivir en libertad, por último, tampoco se deciden a
tomar armas contra el invasor.

CAPÍTULO VI. - DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON LAS ARMAS PROPIAS Y EL TALENTO
PERSONAL

Se describe como los principados que nacen por obra de la iniciativa personal, cuando el príncipe o monarca
decide invadir un estado por uso de la fuerza armada, por el ejército que constituye su nación, invaden a otros
estados para establecer ahí otra reglamentación y cambiar completamente el estilo de vida de la sociedad
invadida.

Los principados de nueva creación, son más o menos difíciles de conservar según que sea más o menos hábil e
inteligente el príncipe que los adquiere. El que menos ha confiado en el azar es el que siempre se ha conservado
en su conquista. También facilita enormemente las cosas el que un príncipe, al no poseer otros Estados, se vea
obligado a establecerse en el que ha adquirido.

Las dificultades nacen de las nuevas leyes y costumbres que se ven obligados a implantar para fundar el Estado
y proveer su seguridad. No hay nada más fácil de emprender, ni más dudoso de triunfar, ni más peligroso de
manejar que el introducir nuevas leyes. El innovador se transforma en enemigo de todos los que se benefician
con las leyes antiguas, se consigue la amistad tibia de los que se benefician con las leyes nuevas.

Es preciso ver si esos innovadores lo son por si mismos, o si dependen de otros; si necesita recurrir a la súplica
para su obra, o si pueden imponerla por la fuerza, entonces, rara vez dejan de conseguir sus propósitos. Los
rublos volubles, si es fácil convencerlos de algo, es difícil mantenerlos fieles a la convicción, por lo que conviene
estar preparados.

CAPÍTULO VII.- DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON ARMAS Y FORTUNA DE OTROS

Los que de particulares que eran llegaron al principado por la sola fortuna, llegan a él sin mucho trabajo, pero
lo encuentran difícil para conservarlo en su poder. Elevados a él como en alas y sin dificultad alguna, no bien lo
han adquirido los obstáculos les cercan por todas partes. Esos príncipes no consiguieron su Estado más que de
uno u otro de estos dos modos: o comprándolo o haciéndoselo dar por favor.

No están al nivel, porque a menos de poseer un talento superior, no es verosímil que acierte a reinar bien quien
ha vivido mucho tiempo en una condición privada, y no pueden, a causa de carecer de suficiente número de
soldados, con cuyo apego y con cuya fidelidad cuenten de una manera segura.

Los Estados que se forman de repente, como todas aquellas producciones de la naturaleza que nacen con
prontitud, no tienen las raíces y las adherencias que les son necesarias para consolidarse. El primer golpe de la
adversidad los arruina, si, como ya insinué, los príncipes creados por improvisación carecen de la energía
suficiente para conservar lo que puso en sus manos la fortuna, y si no se han proporcionado las mismas bases
que los demás príncipes se habían formado, antes de serlo.

CAPÍTULO VII.- DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON ARMAS Y FORTUNA DE OTROS

Los que sólo por suerte se convierten en príncipes y poco esfuerzo necesitan para llegar a serlo, se mantienen,
pero con muchísimo trabajo.

Las dificultades se presentan una vez instaladas. Estos príncipes no se sostienen más que por la voluntad y la
fortuna (mudables e inseguras) de quienes los elevaron y no saben ni pueden conservar aquella dignidad. No
es factible que conozca el arte del mando ya que han vivido siempre como simples ciudadanos.

CAPÍTULO VIII.- DE LOS QUE LLEGARON AL PRINCIPADO MEDIANTE CRÍMENES

Son lo que ascienden al principado por un camino de perversidades y delitos y en el que se llega a ser príncipe
por favor de otros ciudadanos. Los ciudadanos no tienen entonces más remedio que someterse y constituir un
gobierno del cual alguien se hace nombrar jefe. Muerte a todos los que pudiesen significar un peligro para él se
preocupa por reforzar su poder con nuevas leyes civiles y militares, de manera que mientras gobierne, no sólo
está seguro, sino que se hace temer por todos los vecinos.

Al apoderarse de un Estado todo usurpador debe considerar todos los crímenes que le es preciso cometer, y
ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día. Quien procede de otra manera, por
timidez o por haber sido mal aconsejado, se ve siempre obligado a conserva el cuchillo en la mano, y mal
puede contar con súbditos a quienes sus ofensas continúas y todavía recientes llenan de desconfianza. Por qué
las defensas deben inferirse de una sola vez, para que durando menos; mientras que los beneficios deben
procurarse poco a poco, con fin de que se deben saborear mejor.

CAPÍTULO XIX.- EL PRINCIPADO CIVIL

El principado civil es cuando un particular llega a hacerse príncipe, sin valerse de nefandos crímenes, ni de
intolerables violencias; con el auxilio de sus conciudadanos, llega a reinar en su patria.

Para obtenerlo, no hay necesidad alguna de cuanto el valor o la fortuna pueden hacer sino más bien de cuanto
una acertada astucia puede combinar. Pero nadie se eleva a esta soberanía sin el favor del pueblo o de los
grandes. En toda ciudad existen dos inclinaciones diversas, una de las cuales proviene de que el pueblo desea
no ser dominado y oprimido por los grandes, y la otra de que los grandes desean dominar y oprimir al pueblo.
Del choque de ambas inclinaciones dimana una de estas tres cosas: o el establecimiento del principado, o el
de la república, y el de la licencia y la anarquía. En cuanto al principado, su establecimiento se promueve por
el pueblo o por los grandes, según que uno u otro de estos dos partidos tengan ocasión para ello. Si los grandes
ven que no les es posible resistir al pueblo, comienzan por formar una gran reputación a uno de ellos y, dirigiendo
todas las miradas hacia él, acaban por hacerle príncipe, a fin de poder dar a la sombra de su soberanía, rienda
suelta a sus deseos. El pueblo procede de igual manera con respecto a uno solo, si ve que no les es posible
resistir a los grandes, a fin de que le proteja con su autoridad.

CAPÍTULO X.- COMO DEBEN MEDIARSE LA FUERZA DE TODOS LOS PRINCIPADOS

Los príncipes deben sostenerse por sí mismos cuando tienen suficientes hombres y dinero para formar el
correspondiente ejército, con que presentar batalla a cualquiera que vaya a atacarlos, y necesitan de otros los
que, no pudiendo salir a campaña contra los enemigos, se encuentran obligados a encerrarse dentro de sus
muros, y limitarse a defenderlos.

En la aplicación de justicia se debe aplicar la fuerza para una mayor equidad y crear así un mayor orden público
para que los habitantes de principado puedan vivir en armonía con seguridad y tranquilidad.

CAPÍTULO XI.- DE LOS PRINCIPADOS ECLESIÁSTICOS

Para la adquisición de este no se necesita gozar de buena posición ni de mucha fortuna, únicamente necesita
de reconocimiento por su labor espiritual, se adquieren o por valor o por suerte, mantiene a sus príncipes en el
poder sea cual fuere el modo que estos procedan o vivan.

Estos son los únicos que tienen Estados y no los defienden; súbditos no os gobiernan. Pero a pesar de eso no les
son arrebatados y los súbditos no se preocupan, ni piensan, ni podían situarse a su soberanía. Son los únicos
principados seguros y felices.

CAPÍTULO XII.- DE LAS DISTINTAS CLASES DE MILICIAS Y DE LOS SOLDADOS MERCENARIOS

Las tropas se componen por gente que está dispuesta a dar un servicio a su nación, pero debían de protegerse
de la ambición sobre todo de los soldados mercenarios, puesto que son los que más tienen más deseos de
poder y podrán en un futuro traicionar fácilmente. Pero a la ves en la guerra son sanguinarios y no tienen
compasión alguna por la vida humana, es entonces cuando pueden en batalla alcanzar un gran número de
victorias debido a esta razón.

CAPÍTULO XIII.- DE LOS SOLDADOS AUXILIARES, MIXTOS Y PROPIOS

Las tropas auxiliares son aquellas que se pide a un príncipe poderoso para que los auxilie y los defienda. Pueden
ser útiles y buenas para sus señores, pero para quien las llama son casi siempre funestas pues si pierden queda
derrotado, pero si gana, se convierte en prisionero.

Todo el que no quiera vencer no tiene más que servirse de estas tropas, son más peligrosas que las mercenarias,
porque están perfectamente unidas y obedecen ciegamente a sus jefes, con lo cual la ruina es inmediata;
mientras que las mercenarias, someten al príncipe una vez que han triunfado. En ellas un tercero al que el
príncipe haya hecho jefe no puede cobrar enseguida tanta autoridad como para perjudicarlo. Por ello, todo
el príncipe prudente ha desechado estas tropas y se ha refugiado en las propias, y ha preferido vencer con las
suyas a hacerlo con otras.

CAPÍTULO XIV.- DE LOS DEBERES DE UN PRÍNCIPE PARA CON LA MILICIA

El príncipe no ha de tener otro objeto, ni abrigar otro propósito, ni cultivar otro arte, que el que enseña, el orden
y la disciplina de los ejércitos, porque es el único que se espera ver ejercido por el que manda. La guerra se
justifica en el propósito con el que se realizó, el príncipe tiene que pensar la situación de tal manera que solo
declare la guerra en casos necesarios o de interés.

CAPÍTULO XV.- DE AQUELLAS COSAS POR LAS CUALES LOS HOMBRES Y ESPECIALMENTE LOS PRÍNCIPES, SON
ALABADOS O CENSURADOS.

Los príncipes, por encontrarse colocados a mayor altura que los demás, se distinguen por determinadas prendas
personales, que provocan la alabanza o la censura. Según el interés con el que desempeñen la función pública.

Todos los hombres, y en particular los príncipes, por ocupar posiciones más elevadas, son juzgados por algunas
de estas cualidades, tacaño, avaro

Avaro: es también el que tiende a enriquecerse por medio de la rapiña. Es considerado dadivoso, clemente,
leal, afeminado, decidido y animoso, humano, casto, sincero, duro, grave, religioso.

Tacaño: el que se abstiene demasiado de gastar lo suyo. Es considerado rapaz, cruel traidor, pusilánime,
soberbio, lasisivo, débil, frívolo, incrédulo.

Un príncipe posee las cualidades que son consideradas buenas, pero como no es posible consérvalas todas, es
preciso ser tan cuerdo que pueda evitar la vergüenza de aquellas que le significarán la pérdida del Estado, si
no puede, no debe preocuparse y mucho menos incurrir en la infamia de vicios sin os cuales difícilmente podrá
salvar el Estado, porque a veces lo que parece virtud escasa de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba por
traer el bienestar y la seguridad.
CAPÍTULO XVI.- DE LA PRODIGALIDAD Y DE LA AVARICIA

La liberalidad es con la que un hombre se conduce en la sociedad de una manera que empieza a formar
ideales de justicia y libertad, equidad, por lo que la mayoría de los habitantes de los principados son miserables
y un menor porcentaje son los dueños de poder, a lo que llamamos oligarquía que es el poder de pocos en
perjuicio de la gran mayoría. Cuando alguien ejercía esta conducta debía ser sumamente cuidadoso puesto
que ese liberalismo atentaba contra el poder de los príncipes quienes ejercían un poder absoluto.

CAPÍTULO XVII.- DE LA CRUELDAD Y LA CLEMENCIA; Y SI ES MEJOR SER AMADO QUE TEMIDO, O SER TEMIDO QUE
AMADO

Todos los príncipes desean ser tenidos por clementes y no por crueles, deben cuidarse de emplear mal esta
clemencia. Un príncipe no debe preocuparse por que lo acusen de cruel, y siempre cuando su crueldad tenga
por objeto el mantener unidos y fieles a los súbditos; con pocos castigos ejemplares será más clemente que
aquellos que, por excesiva clemencia dejan manipular sus órdenes.

Debe ser cauto en el creer y el obrar, no tener miedo de sí mismo y proceder con moderación y humanidad.
Surge una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada sería mejor que ser las dos
a la vez, ya que es difícil unirlas y siempre ha de faltar una.

Los hombres tienen más cuidado al ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; el amor es
un vínculo de gratitud que los hombres, perversos rompen cada vez que pueden beneficiarse, el temor es el
miedo al castigo que no se pierde nunca. El príncipe debe hacerse temer de modo que evite el odio.

CAPÍTULO XVII.- DE QUÉ MODO LOS PRÍNCIPES DEBEN CUMPLIR SUS PROMESAS

Desde que un príncipe se ve en la precisión de obrar competentemente conforme a la índole de los brutos, los
que ha de imitar son el león y la zorra, según los casos en que se encuentre. El ejemplo del león no basta, porque
este animal no se preserva de los lazos, y la zorra sola no es suficiente, porque no puede librarse de los lobos. Es
necesario, por consiguiente, ser zorra, para conocer los lazos, y león, para espantar a los lobos; pero los que
toman por modelo al último animal no entienden sus intereses.

Cuando un príncipe dotado de prudencia advierte que su fidelidad a las promesas redunda en su perjuicio, y
que los motivos que le determinaron a hacerlas no existen ya, ni puede, ni siquiera debe guardarlas, a no ser
que consienta en perderse. Y obsérvese que, si todos los hombres fuesen buenos, este precepto sería detestable.
Pero, como son malos, y no observarían su fe respecto del príncipe, si de incumplirla se presentara la ocasión,
tampoco el príncipe está obligado a cumplir la suya, si a ello se viese forzado. Nunca faltan razones legítimas a
un príncipe para cohonestar la inobservancia de sus promesas, inobservancia autorizada en algún modo por
infinidad de ejemplos demostrativos de que se han concluido muchos felices tratados de paz, y se han anulado
muchos empeños funestos, por la sola infidelidad de los príncipes a su palabra. El que mejor supo obrar como
zorra, tuvo mejor acierto.
CAPÍTULO XIX.- DE QUÉ MODO DEBE EVITARSE SER DESPRECIADO Y ODIADO

Trate el príncipe de huir de las cosas que no lo hagan odioso y despreciable y una vez logrado no tendrá nada
que temer de los otros vicios.

Lo vuelve detestable el ser ladrón y apoderarse de los bienes y de las mujeres de los súbditos, de todo lo cual
convendrá abstenerse. La mayoría de los hombres mientras no se vean privados de sus bienes y de su honor,
viven contentos.

Es despreciable el ser considerado frívolo, voluble, afeminado, pusilánime e irresoluto de defectos de los cuales
debe alejarse e ingeniarse para que en sus actos se reconozca grandeza, valentía, seriedad y fuerza. Con
respecto a los asuntos privados de sus súbditos, procurar que sus fallos sean irrevocables y empeñarse en adquirir
tal autoridad.

Para ser respetado, el príncipe, tiene necesariamente que ser bueno y querido por los suyos. Un príncipe debe
temer dos cosas: que se le subleven los súbditos y que lo ataquen potencias extranjeras. En el interior estarán
aseguradas las cosas cuando lo estén en el exterior.

En lo que se refiere a los súbditos, ha de cuidar que no conspiren secretamente.

El no ser odiado por el pueblo es uno de los remedios más eficaces de que dispone un príncipe, ya que el
conspirador siempre cree que el pueblo quedará contento con la muerte del príncipe.

Los Estados bien organizados y los sabios siempre han procurado no exasperar a los nobles y, a la vez, tener
satisfecho y contento al pueblo.

CAPÍTULO XX.- SI LAS FORTALEZAS, Y MUCHAS OTRAS COSAS QUE LOS PRÍNCIPES HACEN CON FRECUENCIA SON
ÚTILES O NO

Cuando el príncipe desarma a sus súbditos, empieza ofendiéndoles, puesto que manifiesta que desconfía de
ellos, y que les sospecha capaces de cobardía o de poca fidelidad. Una u otra de ambas opiniones que le
supongan contra sí mismos engendrará el odio hacia él en sus almas. Como no puede permanecer desarmado,
está obligado a valerse de la tropa mercenaria, cuyos inconvenientes he dado a conocer. Pero, aunque esa
tropa fuera buena, no puede serlo bastante para defender al príncipe a la vez de los enemigos poderosos que
tenga por de fuera, y de aquellos gobernados que le causen sobresalto en lo interior. Por esto, como ya dije,
todo príncipe nuevo en su soberanía nueva se formó siempre una tropa suya. Nuestras historias presentan
innumerables ejemplos de ello.

CAPÍTULO XXI.- COMO DEBE COMPORTARSE UN PRÍNCIPE PARA SER ESTIMADO

Nada hace más respetable a un príncipe como las grandes empresas. Se estima al príncipe al ser capaz de ser
amigo o enemigo franco, al que, sin temores de ninguna índole, se declarase abiertamente a favor de uno y
en contra de otro. El abrazar un partido es siempre más conveniente que el permanecer neutral. Porque si dos
vecinos poderosos se declaran la guerra, se tendrá que temer a cualquiera de los dos que gane la guerra.
Aquel que no es tu amigo te exigirá neutralidad, y aquel que es amigo tuyo te exigirá que demuestres tus
sentimientos con armas. Los príncipes irresolutos, para evitar peligros, siguen la neutralidad y la mayoría de las
veces fracasan. Un príncipe nunca debe aliarse con otro más poderoso para atacar a terceros.

El príncipe también debe mostrarse amante de la virtud y honrará a los que se distingan en las artes. Dará
seguridades a los ciudadanos para que puedan dedicarse a sus profesiones; y que unos no se abstengan de
embellecer sus posesiones por temor a ser robados, y otros de abrir una tienda por miedo a los impuestos.

CAPÍTULO XXII. - DE LOS SECRETARIOS DEL PRÍNCIPE

Para los príncipes la buena elección de sus ministros, los cuales buenos o malos, según la prudencia usada en
dicha elección. El primer juicio que formamos sobre un príncipe y sobre sus dotes espirituales, no es más que una
conjetura, pero lleva siempre por base la reputación de los hombres de que se rodea. Si manifiestan suficiente
capacidad y se muestran fieles al príncipe tendremos a éste por prudente puesto que supo conocerlos bien, y
mantenerlos adictos a su persona. Si, por el contrario, reúnen condiciones opuestas, formaremos sobre él un
juicio poco favorable, por haber comenzado su reinado con una grave falta, escogiéndolos así.

CAPÍTULO XXIII.- COMO HUIR DE LOS ADULADORES

Los aduladores abundan en todas las cortes. Los hombres se complacen tanto en sus propias acciones de tal
modo que se engañan y cuando quieren defenderse, se exponen al peligro de hacerse despreciables. No hay
otra manera de evitar la adulación que el hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad;
y resulta que, cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto.

Un príncipe debe preferir un tercer modo: rodearse de los hombres de buen juicio de su Estado, únicos a los que
dará libertad para decirle la verdad. Debe interrogarlos sobre yodos los tópicos, y fuera de ellos no escuchar a
ningún otro.

Un príncipe debe pedir un consejo siempre que él lo considere conveniente y no cuando lo consideren los
demás. Y si pide consejo a más de uno, los consejos serán siempre distintos y a un príncipe que no sea sabio no
le será posible conciliarlos.

CAPÍTULO XXIV.- POR QUÉ LOS PRÍNCIPES DE ITALIA PERDIERON SUS ESTADOS

El príncipe nuevo que siga con prudencia las reglas que acabo de exponer adquirirá la consistencia de uno
antiguo y alcanzará en muy poco tiempo más seguridad en su Estado que si llevara un siglo en posesión suya.
Siendo un príncipe nuevo mucho más cauto en sus acciones que otro hereditario, si las juzgan grandes y
magnánimas sus súbditos, se atrae mejor el afecto de éstos que un soberano de sangre inmemorial esclarecida,
porque se ganan los hombres mucho menos con las cosas pasadas que con las presentes. Cuando hallan su
provecho en éstas, a ellas se reducen, sin buscar nada en otra parte. Con mayor motivo abrazan la causa de
un nuevo príncipe o si éste no cae en falta en lo restante de su conducta. Así obtendrá una doble gloria: la de
haber originado una soberanía y la de haberla corroborado y consolidado con buenas armas, buenas leyes,
buenos ejemplos y buenos amigos. Obtendrá, por lo contrario, una doble afrenta el que, habiendo nacido
príncipe, haya perdido su Estado por su poca prudencia.
CAPÍTULO XXV.- DEL PODER DE LA FORTUNA DE LAS COSAS HUMANAS Y DE LOS MEDIOS PARA OPONÉRSELE

Respecto a casos más concretos, digo que cierto príncipe que prosperaba ayer se encuentra caído hoy, sin
que por ello haya cambiado de carácter ni de cualidades. Esto dimana, a mi entender, de las causas que antes
explané con extensión al insinuar que el príncipe que no se apoya más que en la fortuna cae según que ella
varia. Creo también que es dichoso aquel cuyo modo de proceder se halla en armonía con la índole de las
circunstancias, y que no puede menos de ser desgraciado aquel cuya conducta está en discordancia con los
tiempos. Se ve, en efecto, que los hombres, en las acciones que los conducen al fin que cada uno se propone,
proceden diversamente; uno con circunspección, otro con impetuosidad; uno con maña, otro con violencia;
uno con paciente astucia, otro con contraria disposición; y cada uno, sin embargo, puede conseguir el mismo
fin por medios tan diferentes. Se ve también que, de dos hombres moderados, uno logra su fin, otro no; y que
dos hombres, uno ecuánime, otro aturdido, logran igual acierto con dos expedientes distintos, pero análogos a
la diversidad de sus respectivos genios. Lo cual no proviene de otra cosa más que de la calidad de las
circunstancias y de los tiempos, que concuerdan o no con su modo de obrar.

CAPÍTULO XVI.- EXHORTACIÓN A LIBERAR ITALIA DE LOS BÁRBAROS

Después de todo lo expuesto, las circunstancias son propicias para que un nuevo príncipe pueda adquirir gloria,
y si se encuentra en ella cuanto es necesario a un hombre prudente y virtuoso para instaurar una nueva forma
de gobierno, por lo cual se honraría a sí mismo, haciendo la felicidad a los italianos.

ANÁLISIS

El pensamiento político antiguo se basa en una práctica política fundada en la idealización de gobiernos. En
cambio, en los escritos de Maquiavelo se concibe como un ejercicio real de la política fundamentada en
situaciones reales con hombres y pueblos verdaderos, por ende, sus decisiones, conductas y acciones no
corresponden ordinariamente a la moral sino a las leyes del poder.

Se exponen diversas estrategias políticas, pues en diversas situaciones el ejercicio del poder tiende a obedecer
o negar algunos preceptos morales.

Se describen formas de como el gobernante debe responder a situaciones que se le presenten, concluyendo
que la principal práctica política es la de conservar exitosamente el poder.

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