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Curso
Descubre Don Quijote
de la Mancha
La presente es una guía de la estructura del MOOC Descubre Don Quijote de la Mancha de la Universidad Francisco Marroquín que
contiene una descripción detallada del contenido y actividades a desarrollar durante la Parte II del curso dividida en 3 módulos.
A través de ésta guía se pretende facilitar el proceso de mediación pedagógica de las instituciones educativas interesadas en la
enseñanza de la literatura y las humanidades por medio de la mejor novela de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha.
Parte I Parte II
1 - 52 1 - 74
Descripción
del curso
Descubre Don Quijote de la Mancha es un curso MOOC (curso gratuito, masivo, abierto y en línea) de la Universidad Francisco
Marroquín que tiene como objetivo impulsar la enseñanza de las humanidades por medio de la mejor novela de Miguel de
Cervantes, Don Quijote de la Mancha.
El curso consiste en una serie de glosas detalladas de la primera y segunda parte de la novela de Miguel de Cervantes y
Saavedra. El profesor Eric Clifford Graf presenta una serie de eventos y problemas importantes de la novela, ya que es un
texto magistral del renacimiento con alusiones a Platón, Aristóteles, la Biblia y la Escuela de Salamanca.
El curso se imparte de forma asincrónica a través de la plataforma Open Edx y diversos recursos educativos como: vídeos
disponibles en el canal de YouTube, transcripción de los vídeos en formato descargable, audios de las lecturas, evaluaciones,
foros de discusión y sesiones en vivo.
Acerca de
Universidad Francisco Marroquín
La tiene como misión enseñar y difundir los principios éticos, jurídicos y económicos de
una sociedad de personas libres y responsables.
En los últimos años la universidad se ha preocupado por utilizar tecnologías innovadoras
para enriquecer la experiencia de aprendizaje dentro y fuera del campus de estudios.
“ El programa que ustedes ofrecen es verdaderamente increíble. En la matrícula del programa para el Adulto
Mayor en el Municipio de Rionegro Antioquia, Colombia nos hemos animado a inscribir a un grupo de
“
literatura donde empezaremos con Don Quijote de la Mancha. Es un grupo con algunas limitaciones visuales,
con poco conocimiento de Internet o baja lecto-escritura, pero la metodología que ustedes ofrecen, a través
de vídeos, nos permite adaptarlo a nuestro grupo de 2,800 personas. Quisiera que todos conozcan esta
magna obra de Miguel de Cervantes
Página web
http://ufm.academia.edu/EricGraf
División División
Palmerín de Inglaterra (Capítulos 1-14 del libro) Santiago Matamoros (Capítulos 1-23 del libro)
Tirante el Blanco (Capítulos 15-28 del libro) San Jorge (Capítulos 24-47 del libro)
Amadís de Gaula (Capítulos 29-52 del libro) San Martín de Tours (Capítulos 48-74 del libro)
Idioma Idioma
Todo el material del curso está disponible Todo el material del curso está disponible
en Español / Inglés en Español / Inglés
Certificación Certificación
Optativa Optativa
Específicas
• Habilidad de identificar los elementos simbólicos y su significado dentro de los capítulos del libro
de Don Quijote de la Mancha.
• Capacidad de análisis y síntesis del contenido dentro de cada capítulo de la novela.
Competencias
Interpersonales
• Habilidad para trabajar en forma autónoma.
• Valoración y respeto por la diversidad y multiculturalidad.
• Compromiso ético.
• Capacidad crítica y autocrítica.
Sistémicas
• Capacidad de aprender y actualizarse permanentemente.
• Capacidad para motivar y conducir hacia metas comunes.
• La inscripción, acceso a los contenidos y recursos educativos del curso son gratuitos y de uso libre
bajo licencias Creative Commons.
Costo
• El estudiante puede optar a una certificación de USD $20 por cada módulo del curso Descubre Don
Quijote de la Mancha.
• Se obtiene un certificado digital que puede compartirse con amigos y colegas a través del sistema
Certificación de Open Badges.
Capítulo 01 - 02 Capítulo 05 - 08
Lección 1: Razón de estado 14 Lección 13: Sancho se transforma 45
Lección 2: Don Quijote tiene la solución perfecta 16 Lección 14: La familia de Sancho Panza 47
Lección 3: El barbero cuenta la historia del loco de Sevilla 18 Lección 15: Las fantasías de Teresa y Sancho 49
Lección 4: La orden de la andante caballería 20 Lección 16: Don Quijote y el humanismo 51
Lección 5: Sancho Panza espera gobernar su isla 25 Lección 17: La teoría de los cuatro linajes según don Quijote 53
Lección 18: La relación feudal entre señor y siervo 58
Capítulo 03 - 04 Lección 19: Don Quijote afirma que es mejor ser ladrón que avaro 60
Lección 20: La aventura de don Quijote y Sancho inicia en El Toboso 62
Lección 6: Don Quijote quiere saber lo que se dice de él 28
Lección 7: Sansón Carrasco afirma haber leído la primera parte de la novela 30
Capítulos 09 - 12
Lección 8: Se reflexiona sobre la primera parte de Don Quijote de la Mancha 32
Lección 9: Cervantes intenta definir un buen escritor 34 Lección 21: El mantra de Sancho Panza 65
Lección 10: La novela perfecta según Cervantes 36 Lección 22: El discurso de Sancho acerca de la infamia 67
Lección 11: «¿Al dinero y al interés mira el autor?» 38 Lección 23: «Con la iglesia hemos dado, Sancho» 72
Lección 12: Sancho Panza cita un grito de guerra: «¡Santiago, y cierra, España!» 40 Lección 24: El primer encuentro con Dulcinea 74
Lección 25: Don Quijote, el clásico amante romántico 76
Lección 26: Don Quijote se enfrenta a «Las Cortes de la Muerte» 78
Lección 27: «Señor, el Diablo se ha llevado al rucio» 80
Lección 28: El Caballero de los Espejos 85
Capítulo 13 - 15 Capítulo 20 - 23
Lección 29: El Caballero del Bosque y su escudero 88 Lección 43: La boda de Camacho y Quiteria 123
Lección 30: «Divididos estaban caballeros y escuderos» 90 Lección 44: Interés y Amor pelean por la doncella 125
Lección 31: Sancho Panza el catador de vino 92 Lección 45: La segunda mitad de la boda de Camacho 130
Lección 32: Las hazañas del Caballero del Bosque 94 Lección 46: Don Quijote aconseja a Basilio 132
Lección 33: Sancho Panza, pacífico escudero 96 Lección 47: El descenso de don Quijote a la Cueva de Montesinos 134
Lección 34: La identidad del Caballero de los Espejos 98 Lección 48: La gran aventura en la cueva de Montesinos 136
Lección 35: La conspiración del cura, el barbero y Sansón Carrasco 100 Lección 49: Don Quijote, Fúcar 138
Capítulo 16 - 19
Actividades del Curso 142
Lección 36: Los pensamientos íntimos de don Quijote 104
Lección 37: Don Quijote defiende los intereses del hijo de Miranda 106
Lección 38: «La aventura de los leones» 108
Lección 39: La vida familiar de Diego de Miranda 114
Lección 40: Los poemas de Lorenzo de Miranda 116
Lección 41: El Caballero de los Leones 118
Lección 42: El licenciado y Corchuelo se retan a la esgrima 120
—Salvador Dalí
INTRODUCCIÓN
Parte II
Capítulo 01
Capítulos 1-23:
Introducción
A
l comenzar la lectura de la segunda parte de DQ nos damos cuenta de que es claramente la continuación de la primera,
a pesar de que se publicó en 1615, diez años después de su aparición. Ambas partes comparten la mayoría de sus temas,
símbolos y personajes. La locura, el deseo, la violencia y la religión son temas clave nuevamente y la segunda parte de la
novela todavía se estructura según un conflicto básico entre la fantasía caballeresca y el realismo cotidiano. Los simbolismos de los
asnos y las posadas también se transfieren de la primera parte. Del mismo modo, el cura, el barbero, el ama de llaves y la sobrina están
presentes desde el principio e incluso Ginés de Pasamonte hace otra aparición.
Sin embargo, hay grandes diferencias estilísticas y discursivas. La segunda parte suena más natural que la primera, más íntima,
más inmediata, como si el método de escritura de Cervantes se hubiera vuelto más espontáneo. Su tono es más oscuro: DQ, en lugar
de un bufón y una amenaza general, es ahora una figura más trágica y humana. La segunda parte contiene aún más innovaciones,
momentos textuales que nos parecen casi posmodernos gracias a su tendencia a romper o confundir los marcos narrativos. Por ejemplo,
cuando SP cuestiona la veracidad de la visión que su amo tiene en la Cueva de Montesinos o cuando el caballero se lanza contra un
espectáculo de títeres que otros personajes disfrutan creyendo que los títeres son seres humanos o cuando DQ y SP se dan cuenta
de que son personajes de una novela que otros personajes han leído. Como parte de las innovaciones vemos que DQ y SP, a menudo,
intercambian los papeles en la segunda parte. Mientras que nuestro hidalgo empieza aceptar la realidad, nuestro campesino insiste en
interpretaciones fantásticas de los mismos fenómenos. Otra diferencia con la primera parte es el cambio de rumbo de los personajes,
quienes en lugar de dirigirse hacia el sur, a la Sierra Morena, se encaminan hacia el este, a Zaragoza y Barcelona. Aparecen nuevos e
importantes personajes como el duque y la duquesa y Sansón Carrasco, quienes interactúan con el caballero y escudero de manera
que no se ve en la primera parte porque participan directamente en las fantasías caballerescas que ellos mismos construyen en torno
al héroe. Otro ejemplo de las variaciones entre las dos partes lo encontraremos con las tres diferentes Dulcineas de la segunda sección,
todas ellas comportándose de manera más provocativa y solicitándole acciones específicas a nuestro héroe. Por último, la segunda
parte de DQ es una novela más abiertamente política que la primera. De hecho, el primer capítulo anticipa este aspecto que luego se
va a desarrollar con mayor profundidad.
En las primeras líneas de la segunda parte, Cervantes reconoce la existencia del autor morisco original: «Cuenta Cide Hamete
Benengeli en la segunda parte de esta historia». Esto no sólo vincula la segunda parte con el final de la primera, donde el narrador
anticipaba una tercera aventura, sino que también convierte las ansiedades de la primera parte acerca de la futura expulsión de los
moriscos en una amarga reflexión sobre la expulsión que sí se puso en marcha en España durante los cinco años anteriores a la
publicación de la segunda parte. Cervantes, en esas primeras frases de la segunda parte, emplea el discurso médico aceptado en la
época para informarnos de que DQ ha estado convaleciente, pero que «el corazón y el celebro» siguen siendo el problema. En otras
palabras, sus temperamentos emocionales e intelectuales aún están desequilibrados. Es difícil no interpretar el estado alterado en el
que se encuentra DQ como una metáfora de la expulsión morisca.
Después de esta breve exposición, el tema político irrumpe cuando el narrador indica que, durante su conversación, el barbero,
el cura y el hidalgo «vinieron a tratar en esto que llaman “razón de estado”». Debemos recordar que la teoría política desde los
tiempos de Platón había empleado el discurso médico. Estados y líderes eran analizados como pacientes y evaluados en términos
de su relativa salud. Una vez más, la locura de DQ representa el estado político de la España de los Habsburgo. Del mismo modo, la
referencia explícita a la «razón de estado» conecta la novela con uno de los géneros más populares del Renacimiento: los manuales
de consejos principescos que habían escrito pensadores desde Maquiavelo, Erasmo y Bodin hasta Rivadeneyra, Mariana y Hobbes.
Cervantes es aún más específico: nuestro héroe y sus amigos son profundamente utópicos ya que hablan de diferentes «modos de
gobierno». Observemos cómo el uso del verbo «desterrando» recuerda el tema del exilio de los moriscos, que se justifica precisamente
Como era de esperarse, DQ muerde el anzuelo y dice que tiene la solución perfecta, pero no la comparte todavía. Esta es la primera
oportunidad que tenemos de acceder al interior de los pensamientos de un personaje en la segunda parte. El cura reflexiona para sí
mismo que DQ ahora ha caído de «la alta cumbre» de su locura hacia «el profundo abismo» de su ingenuidad. El primer conflicto de
la segunda parte se presenta cuando el barbero sugiere que la solución de DQ podría unirse a «la lista de los muchos advertimientos
impertinentes que se suelen dar a los príncipes». DQ se muestra claramente molesto y se burla del barbero llamándolo «señor
rapador». Toda la simulación ahora cesa cuando el cura llama a nuestro héroe por su apodo, DQ. Cuando DQ dice que no quería
compartir su solución con otros que podrían robar su idea, el barbero alude al ajedrez, jurando que no divulgará la idea de DQ «a rey ni
a roque». Así también se refiere a un romance cuya letra menciona a un ladrón que le roba a un sacerdote 100 «doblas» y «la su mula la
andariega», recordándonos, de esta manera, dos grandes temas de la primera parte: el dinero de SP y el asno desaparecido. Se presenta
el primer caso de jerga burguesa en la segunda parte cuando el cura responde por el barbero utilizando un lenguaje contractual: «yo le
abono y salgo por él». Cuando DQ pregunta quién responde por el cura, se da el primer caso de blasfemia de la segunda parte. El cura
responde que no necesita que nadie responda por él y alude al sacramento de la confesión, alegando que su profesión es suficiente: «es
de guardar secretos». La reacción de DQ es una burla de la frase que acompaña el cuerpo de Cristo distribuido durante la Eucaristía:
«¡Cuerpo de tal!».
Esto sí que es divertido, pero también muy hostil: «Digo esto porque sepa el señor bacía que le entiendo». Contar y escuchar
relatos es como un combate. ¿Está revelando Cervantes algo acerca de su arte? El barbero hace su retirada, pero el cura presiona a DQ
sobre su obsesión de forma que nos recuerda la primera parte: «imagino que todo es ficción, fábula y mentira y sueños contados
por hombres despiertos, o, por mejor decir, medio dormidos». DQ rechaza la crítica como si fuera un «error» e insiste en que
los caballeros de las novelas de caballerías eran reales porque él los ha visto en persona. Haciendo alusión a la temática de la raza,
describe a Amadís con la piel blanca, pero una barba negra, en oposición al ideal rubio, e insiste en que tenía «buena fisonomía».
Sin embargo, DQ se muestra con dudas cuando el barbero le pregunta sobre la existencia de los gigantes. Hace referencia al filisteo
Goliat como gigante bíblico e incluso trae a colación el descubrimiento arqueológico de unos huesos en Sicilia, cuya geometría sugiere
Capítulo 02
Panza espera
gobernar su isla
L
a llegada de SP produce una interrupción del final del capítulo uno. Las voces que se escuchan pertenecen a la sobrina y al
ama de llaves, quienes salen vehementemente a defender la casa de DQ. El ama de llaves insulta a SP, llamándolo «mostrenco»
(vagabundo) y acusándolo de llevar a DQ por mal camino. SP responde con igual virulencia, llamándola «Ama de Satanás» y
alegando que era DQ quien lo engañó y que todavía no ha recibido la «ínsula» prometida.
No sólo la segunda parte es más política que la primera, sino que también se centra más explícitamente en la economía. SP dice
al ama de llaves que ella está equivocada por «la mitad del precio justo», frase que alude al muy debatido tema de la época de si
los precios se determinaban por mercado libre o, más bien, de acuerdo con los cálculos de algún regulador. La famosa Escuela de
Salamanca, por lo general, apoyaba el libre mercado, mientras que los monopolistas, el gobierno y ciertos teólogos insistían en que los
precios debían ser fijados por ellos. Irónicamente, a pesar de que SP acusa al ama de llaves de manipulación del valor de su relación
con DQ, todavía tiene intenciones corruptas. Tiene la esperanza de recibir más beneficios por gobernar su isla que «cuatro alcaldes de
corte». El ama de llaves vuelve a arremeter contra SP y le contesta que debería estar contento con lo que tiene: «Id a gobernar vuestra
casa y a labrar vuestros pegujares», o sea, que trabaje sus pequeñas parcelas. Aquí tenemos la esencia de la novela de Cervantes en
pocas palabras: el contraste entre el aventurerismo caballeresco y el simple, aunque aparentemente difícil, arte de la administración de
la propia hacienda.
«Id a gobernar
vuestra casa y a labrar
vuestros pegujares»
Capítulo 02
quiere saber lo
que se dice de él
T
al vez motivado por la historia del barbero en el capítulo anterior, DQ quiere saber lo que se dice de él, en concreto, lo que
dicen los plebeyos, «el vulgo», la baja nobleza, «los hidalgos» y la alta nobleza, «los caballeros». También, cuando critica
la corrupción y la adulación practicada por la clase política, recuerda la burla general del capítulo anterior a los consejos
principescos: «quiero que sepas, Sancho, que si a los oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la
lisonja, otros siglos correrían, otras edades serían tenidas por más de hierro que la nuestra, que entiendo que de las que ahora
se usan es la dorada». Observemos lo complejo de esto. DQ reconoce que, en comparación con la vida en otros países, los españoles
están viviendo una edad de oro, pero aún así insiste en que es más corrupto de lo que debe ser.
La honestidad de SP es brutal cuando le responde. Los plebeyos creen que DQ está simplemente loco, «grandísimo loco»; los
hidalgos piensan que ha ido demasiado lejos al llamarse «don» cuando lo único que posee son algunas vides y un par de campos,
«cuatro cepas y dos yugadas de tierra»; y la alta nobleza está ofendida al ver que la baja nobleza se atreve a competir con ellos,
sobre todo porque DQ es uno de los que usan ceniza para colorear sus zapatos, «dan un humo los zapatos», y que reparan sus medias
negras con hilo verde, «toman los puntos de las medias negras con seda verde». Observemos que como al comienzo de la primera
parte, la segunda abre con información detallada: tanto el hidalgo como el escudero son extremadamente pobres. Por último, SP
informa que muchos cuestionan el carácter de DQ, llamándolo «loco, pero gracioso», «valiente, pero desgraciado» y «cortés, pero
impertinente».
Capítulo 03
haber leído la primera
parte de la novela
A
l comenzar el capítulo tres vemos a DQ meditando sobre el libro mencionado por SP. El narrador subraya el problema
temporal y al mismo tiempo nos da acceso indirecto a los delirios de grandeza de DQ: «no se podía persuadir a que tal
historia hubiese, pues aún no estaba enjuta en la cuchilla de su espada la sangre de los enemigos que había muerto,
y ya querían que anduviesen en estampa sus altas caballerías». DQ también se ve perturbado por ser el autor árabe: «de los moros
no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas». Le preocupa que el autor pudiera
haber tergiversado su fiel decoro o tal vez escrito algo contra «la honestidad de su señora Dulcinea del Toboso». DQ siempre ha
mantenido «a raya los ímpetus de los naturales movimientos». ¿Recordáis a Maritornes? Ella puede dar fe de la capacidad de DQ para
controlar sus pasiones, ¿no creéis?
En medio de estas preocupaciones, Sancho y Carrasco se hacen presentes repentinamente. A pesar de su nombre, Sansón es descrito
como pequeño en estatura, de unos veinte y cuatro años, y con una cara redonda, nariz chata y una gran sonrisa, «señales todas de
ser de condición maliciosa y amigo de donaires y de burlas». Carrasco juega inmediatamente con nuestro caballero, arrojándose a
sus pies y jurando por su bata de bachiller –«por el hábito de San Pedro que visto»– que DQ es «uno de los más famosos caballeros
andantes... en toda la redondez de la tierra». También elogia a Cide Hamete Benengeli por haber escrito las «grandezas» de DQ, así
como al narrador cristiano por haber tenido la precaución de «hacerlas traducir de arábigo en nuestro vulgar castellano». Tengamos
en cuenta que si DQ no se fía de autores árabes, su problema más inmediato es un falso vecino.
A continuación, DQ le pregunta a Carrasco cuál de sus aventuras recibe la mayor atención en el libro. El bachiller recuerda numerosos
episodios: los molinos de viento, los batanes, la batalla con las ovejas, la aventura del cuerpo muerto en el camino a Segovia, la
liberación de los galeotes, la batalla con el vasco, la aventura de Rocinante con las yeguas de Galicia, incluso el manteamiento de SP.
DQ observa que todas las historias tienen sus «altibajos», pero Carrasco informa que, aun así, algunos lectores habrían preferido que
Ahora SP se entromete en la conversación aparatosamente, alardeando de su propia importancia y peleando tanto con DQ como
con Carrasco acerca de los detalles textuales. Dice que si la historia fiel es el objetivo del autor morisco, entonces «a buen seguro que
entre los palos de mi señor se hallen los míos». DQ está molesto por la negativa de SP de olvidar ciertos eventos. El escudero está
convencido de que él es uno de los principales «presonajes» de la novela y Carrasco corrige su pronunciación: «Personajes, que no
presonajes, Sancho amigo». Carrasco informa que algunos lectores encuentran a SP demasiado crédulo en cuanto al «gobierno de
aquella ínsula ofrecida por el señor don Quijote». El tema se vuelve político de nuevo cuando SP se define como calificado para ser
gobernador y que ha habido muchos peores que él: «que a mi parecer no llegan a la suela de mi zapato». Por último, SP advierte que
habrá problemas si el autor del libro ha calumniado su condición étnica superior: «si hubiera dicho de mí cosas que no fueran muy de
cristiano viejo, como soy, que nos habían de oír los sordos». Carrasco responde con un golpe irónico: «Eso fuera hacer milagros».
Hacer oír a los sordos sería un milagro, pero Carrasco insinúa que representar a SP como a un perfecto cristiano viejo sería representar
a otro.
Carrasco va al grano de la primera de las tres principales objeciones a la primera parte de la novela. De acuerdo con muchos lectores,
El curioso impertinente, el relato intercalado de DQ 1.33-35, no tiene nada que ver con la historia de DQ. ¡Eso es significativo! Lo que
Cervantes hace en realidad aquí es poner a sus personajes a decidir si es o no un mal escritor. Irónica y paradójicamente, la primera
reacción de DQ es respaldar la crítica: «no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablador, que a tiento y sin
algún discurso se puso a escribirla». Pensemos en esto: DQ acaba de calificar a Cervantes de idiota. Luego hace una dura analogía
entre la endeble técnica de Cervantes y la de un cierto pintor de Úbeda, que era tan improvisado que tuvo que describir con palabras
sus obras. Después de pintar «Lo que saliere», este pintor escribía «Éste es gallo» debajo de lo que nadie podría reconocer como
un gallo. Sin embargo, el comentario final de DQ sugiere que los lectores de Cervantes son demasiado estúpidos para entender el
verdadero significado de su arte: «así debe de ser de mi historia, que tendrá necesidad de comento para entenderla».
Carrasco luego nos da información específica sobre quién estaba leyendo la novela de Cervantes: «no hay antecámara de señor
donde no se halle un Don Quijote». Hmmm, al parecer, la novela fue leída por una clase ociosa educada, clase que podríamos ubicar
en algún lugar entre los intelectuales y las masas. Para aquellos de nosotros que leemos Don Quijote como una sátira subversiva contra
la ortodoxia de los imperialistas etnocéntricos, la posterior alabanza de Carrasco de la novela suena hipócrita: «en toda ella no se
descubre ni por semejas una palabra deshonesta ni un pensamiento menos que católico». Además, cuando DQ concuerda, él se
refiere al problema de la degradación monetaria que vimos a lo largo de DQ 1: «A escribir de otra suerte... no fuera escribir verdades,
sino mentiras, y los historiadores que de mentiras se valen habían de ser quemados como los que hacen moneda falsa». La ironía
aquí es que DQ dice que los malos autores que construyen mentiras para sus lectores son tan despreciables como los falsificadores
que extraen la riqueza de sus conciudadanos. Y si los lectores se dan cuenta de que los reyes Habsburgo hicieron esto tanto como
cualquiera, la novela de Cervantes no es ni simple ni inofensiva.
Capítulo 04
al interés mira
el autor?»
E
n el capítulo cuatro SP regresa a la casa de DQ totalmente preparado para contarle a Carrasco todo sobre el robo de su asno y lo
que hizo con los 100 escudos. Su explicación sobre cómo alguien le robó su asno mientras lo montaba es divertido y absurdo:
«tuvo lugar de llegar y suspenderme sobre cuatro estacas que puso a los cuatro lados de la albarda, de manera que me
dejó a caballo sobre ella y me sacó debajo de mí al rucio sin que yo lo sintiese». Nos recuerda a esas figuras en las pinturas de Dalí
apoyadas en tantas muletas. SP también nos recuerda su apego emocional extremo a su asno: «acudiéronme lágrimas a los ojos, y hice
una lamentación». Entonces cuenta cómo se recuperó al animal, mientras estaba en compañía de la princesa de Micomicón: «viniendo
con la señora princesa Micomicona, conocí mi asno, y que venía sobre él en hábito de gitano aquel Ginés de Pasamonte». La
respuesta de Carrasco, que se centra en una incoherencia narrativa específica, es divertida por la forma en que le estalla la burbuja a SP:
«No está en eso el yerro... sino en que antes de haber parecido el jumento dice el autor que iba a caballo Sancho en el mesmo
rucio». SP no tiene una explicación: «A eso... no sé responder, sino que el historiador se engañó, o ya sería descuido del impresor».
Carrasco presiona aún más a SP en la cuestión de los 100 escudos: «¿qué se hicieron los cien escudos? ¿Deshiciéronse?». Ahora
Sancho se pone a la defensiva. Admite que gastó el dinero en su familia y en última instancia culpa a su esposa: «si al cabo de tanto
tiempo volviera sin blanca y sin el jumento a mi casa, negra ventura me esperaba». Sin embargo, insiste en que no tiene nada de
qué disculparse: «responderé al mismo rey en presona, y nadie tiene para qué meterse en si truje o no truje, si gasté o no gasté».
Incluso se afirma que los escudos son de alguna manera el pago por haber sufrido tantos golpes en compañía de su amo, señalando
que el dinero no era ni la mitad de lo que se le debía: «en otros cien escudos no había para pagarme la mitad». Y protesta una vez
más que nadie tiene derecho a juzgarlo: «cada uno meta la mano en su pecho y no se ponga a juzgar lo blanco por negro y lo negro
por blanco, que cada uno es como Dios le hizo, y aun peor muchas veces».
Carrasco aclara que los errores que ha mencionado son los principales y luego indica que el
autor planea emitir una secuela: «en hallando que halle la historia, que él va buscando con
extraordinarias diligencias, la dará luego a la estampa, llevado más del interés». La reacción
de Sancho recuerda la «aprobación» del tercer censor al comienzo de la segunda parte, que
también destacaba los motivos financieros de Cervantes para escribir: «¿Al dinero y al interés
mira el autor?». Ese es un gran problema. Cervantes estaba obviamente consciente de estar justo
en la cúspide de poder ganarse la vida como escritor. Para SP, la idea de un autor que grabara sus
hazañas es la excusa perfecta para otra aventura: «si mi señor tomase mi consejo ya habíamos
de estar en esas campañas deshaciendo agravios y enderezando tuertos, como es uso y
costumbre de los buenos andantes caballeros». En estas palabras de SP, el narrador nos dice
que «llegaron a sus oídos relinchos de Rocinante, los cuales relinchos tomó don Quijote por
felicísimo agüero». En eso planean una tercera salida.
Como de costumbre, SP no quiere tener nada que ver con la violencia: «pensar que tengo de poner mano a la espada, aunque sea
contra villanos malandrines de hacha y capellina, es pensar en lo escusado». La razón es que quiere preservarse a sí mismo por su
gobierno. Pero incluso en este tema, revela cierto escepticismo intelectual e incluso anticipa su propia trágica caída: «tan bien y quizá
mejor me sabrá el pan desgobernado que siendo gobernador; ¿y sé yo por ventura si en esos gobiernos me tiene aparejada
el diablo alguna zancadilla donde tropiece y caiga y me haga muelas?». Carrasco está impresionado –«habéis hablado como un
catedrático»–, y en ese momento SP recupera su valor: «yo he tomado el pulso a mí mismo y me hallo con salud para regir reinos y
gobernar ínsulas». Pero el comentario final de Carrasco es ominoso, insinuando que la fuerza del poder político va a corromper a SP:
«los oficios mudan las costumbres, y podría ser que viéndoos gobernador no conociésedes a la madre que os parió» (cf. honores
mutant mores).
SP está ofendido e insiste una vez más en su buena crianza. Tiene sangre cristiana pura y, como tal, nunca le faltará el respeto a
nadie: «Eso allá se ha de entender... con los que nacieron en las malvas, y no con los que tienen sobre el alma cuatro dedos de
enjundia de cristianos viejos, como yo los tengo. ¡No, sino llegaos a mi condición, que sabrá usar de desagradecimiento con
alguno!». Debemos mantener la afirmación de SP en mente mientras leemos la segunda parte.
El capítulo termina cuando DQ le pide a Carrasco que componga un poema de despedida en su nombre a Dulcinea. Insiste en que
el poema sea escrito como un acróstico, es decir, usando las primeras letras del nombre de «Dulcinea del Toboso». De esta manera,
Dulcinea sabrá que el poema es sincero y ha sido compuesto para ella sola. ¡Atención! Notemos cuán abiertamente engañoso DQ es
aquí. ¿Es este el mismo DQ que se dejaría poner en una jaula por su amada? Carrasco no puede pensar en una forma poética viable dado
que el nombre de Dulcinea tiene diecisiete letras, pero él encontrará una manera.
—Juan de Mariana,
La dignidad real y la educación del rey
LECCIÓN 13
Capítulo 05
Sancho se
transforma
L
os capítulos cinco y seis de la parte dos ofrecen miradas separadas a las respectivas casas de SP y DQ. El discurso de DQ a
su sobrina sobre el significado del linaje, o lo que hoy llamaríamos “la herencia”, es uno de los pasajes más humanistas en
todos los escritos de Cervantes. Podría equivocarme, pero diría que probablemente representa los valores propios del autor.
Igualmente interesante es el diálogo entre SP y su esposa Teresa, que en realidad se ocupa del mismo tema.
Lo que primero notamos sobre el capítulo cinco es que el narrador ficcional interrumpe repetidamente el discurso de SP con
comentarios críticos de parte del traductor ficcional: «Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice
que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio y dice
cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese». De esta manera, Cervantes logra tres efectos: 1) la transformación
de SP será un tema importante en la segunda parte; 2) la burla a la noción aristotélica de la mimesis, demasiado simplista y limitadora
de su creatividad; 3) la obligación de los lectores a tomar nota de la presencia del autor y de pensar críticamente acerca de todos los
aspectos de sus personajes de ficción.
SP le anuncia a su esposa que tiene planes de salir en otra aventura con DQ: «porque lo quiere así mi necesidad, junto con la
esperanza que me alegra de pensar si podré hallar otros cien escudos como los ya gastados». No sólo mantiene SP viva la cuestión
de los 100 escudos perdidos, de nuevo destaca el afán de lucro con que lo hemos estado asociando a él y a nuestro autor. Cuando SP
expresa sus sentimientos encontrados acerca de su partida, suena como un poeta culto jugando con una paradoja: «bien me holgara
yo de no estar tan contento como muestro». Teresa no entiende: «no sé yo quién recibe gusto de no tenerle». SP explica: «me
entristece el haberme de apartar de ti y de mis hijos; y si Dios quisiera darme de comer a pie enjuto y en mi casa, sin traerme
Aquí el narrador interrumpe nuevamente para señalar el carácter inverosímil del discurso de SP: «Por este modo de hablar, y por
lo que más abajo dice Sancho, dijo el tradutor desta historia que tenía por apócrifo este capítulo». El lenguaje de SP indica su
opinión corrupta del gobierno como medio de obtención de la riqueza: «será bien dar con mi cuerpo en algún gobierno provechoso
que nos saque el pie del lodo». También hay que prestar atención a la elección de SP de usar palabras árabes para ciertos textiles que
representan el futuro lucrativo de su esposa. SP adopta la perspectiva medieval de un cruzado que se hará rico al reconquistar a los
moros del sur: «verás como te llaman a ti “doña Teresa Panza” y te sientas en la iglesia sobre alcatifa, almohadas y arambeles,
a pesar y despecho de las hidalgas del pueblo». Tengamos en cuenta, también, la tensión social expresada por un campesino que
quiere competir con la casta hidalgo.
Aún tratando de convencer a su esposa para que Sanchica tenga un casamiento de conveniencia, SP ahora despliega un argumento
filosófico sofisticado que una vez más hace que el narrador cite el escepticismo del traductor. SP se convierte en un neoplatónico,
argumentando que lo que una persona llega a ser en la vida triunfa sobre lo que podría haber sido en el pasado: «todas las cosas
presentes que los ojos están mirando se presentan, están y asisten en nuestra memoria mucho mejor y con más vehemencia
que las cosas pasadas... De donde nace que cuando vemos alguna persona bien aderezada y con ricos vestidos compuesta y
con pompa de criados, parece que por fuerza nos mueve y convida a que la tengamos respeto, puesto que la memoria en aquel
instante nos represente alguna bajeza en que vimos a la tal persona: la cual inominia, ahora sea de pobreza o de linaje, como
ya pasó, no es, y sólo es lo que vemos presente». Este complejo discurso sobre lo que define la identidad de una persona proviene
de un hombre que pronuncia mal “persona” como “presona”. Tengamos en cuenta que el punto moral de SP es que la herencia racial
no debería importar en lo más mínimo. Incluso dice que sólo la gente envidiosa se preocupa por el linaje, y ¿quién puede evitar ser
envidiado?
El capítulo termina cómica e irónicamente. Como si fuese un sabio, ahora SP corrige la pronunciación de su esposa. Sonando
corrupto de nuevo, y probablemente en alusión a los problemas fiscales de España bajo los Habsburgo, se compromete a enviar
dinero tan pronto como él sea gobernador: «te enviaré dineros, que no me faltarán, pues nunca falta quien se los preste a los
gobernadores cuando no los tienen». Cuando Teresa estalla en lágrimas, diciendo que el día que ella vea a su hija convertida en una
condesa será el día en que su hija muera, el narrador transcribe la obstinadamente absurda respuesta de SP: «la consoló diciéndole
que ya que la hubiese de hacer condesa, la haría todo lo más tarde que ser pudiese». Teresa se rinde, pero su último comentario
contiene un toque feminista: «con esta carga nacemos las mujeres, de estar obedientes a sus maridos, aunque sean unos porros».
Por supuesto, todo esto es ridículo: los dos padres están cantando victoria antes de que empiece la guerra. U otra manera de decirlo:
están contando sus aceitunas antes de plantar los olivos. De hecho, todo este diálogo entre SP y Teresa parece derivar del famoso
entremés de Lope de Rueda, Las aceitunas, en la cual una campesina fantasea sobre su futura riqueza sin habérsela ni siquiera puesto
en marcha.
Capítulo 06
Quijote y el
humanismo
E
l título que resume el capítulo seis, «De lo que pasó a don Quijote con su sobrina y con su ama, y es uno de los importantes
capítulos de toda la historia», suena como las otras ridículas exageraciones que encontramos en DQ. Sin embargo, en el
contexto de la atmósfera altamente racista de la Inquisición española, hay una pizca de sinceridad aquí. Esto se debe a que
el capítulo contiene el discurso más radicalmente humanista de DQ sobre el linaje. Los intelectuales humanistas, muchos de ellos
autodidactas, desde Maquiavelo a Erasmo, argumentaron que la virtud personal no es una característica heredada, una idea subversiva
para una sociedad de castas que ponía gran énfasis en la propia ascendencia.
Dos puntos sobre el principio de este capítulo. Cervantes utiliza el adjetivo “impertinente” dos veces, recordándonos su supuesta
indiscreción compositiva de La novela del curioso impertinente de la primera parte. Además, su tono es una vez más político. El comentario
de DQ, «si yo fuera rey», recuerda las reflexiones de los tres arbitristas en el capítulo uno. Cuando el ama de llaves argumenta que DQ
debería ser un caballero cortesano en lugar de un caballero andante, él se lanza a explicar una distinción que hemos visto antes (cf.
DQ 1.7): «no todos los caballeros pueden ser cortesanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser caballeros andantes». Una
vez más, DQ desprecia claramente a los caballeros decadentes, es decir, asesores cortesanos que gobiernan el mundo a una distancia
segura, «mirando un mapa» y quejándose sobre «niñerías» y «otras ceremonias», tales como «si lleva o no lleva más corta la lanza
o la espada». DQ parece loco porque sus ejemplos de «caballeros» superiores provienen de la literatura fantástica, pero si escuchamos
con atención, está criticando la corrupción de la clase política moderna.
Ahora, la sobrina añade otra capa de significado a la discusión. Recordando la quema de los libros de la primera parte, dice que
las novelas de caballerías de DQ son heréticas y que si no se les da muerte, entonces deberían al menos hacer que vistan como las
víctimas de la Inquisición: «todo eso que dice de los caballeros andantes es fábula y mentira, y sus historias, ya que no las
quemasen, merecían que a cada una se le echase un sambenito o alguna señal en que fuese conocida por infame». No olvidemos
la imagen del hereje arrepentido que llevaba su «sambenito». Volverá a aparecer en unos futuros episodios importantes. Siguiendo con
el tema, DQ etiqueta el comentario de su sobrina como «blasfemia». Con su manera peculiar, y en referencia a las distintas categorías
de caballeros, nuestro hidalgo expresa su preocupación humanista con la virtud personal. Observemos también cómo sus palabras
arremeten contra asesores cortesanos quienes abogan la devaluación monetaria: «algunos hay follones y descomedidos; ni todos
los que se llaman caballeros lo son de todo en todo, que unos son de oro, otros de alquimia, y todos parecen caballeros, pero
no todos pueden estar al toque de la piedra de la verdad». En su crítica de la política inflacionaria de Felipe III, Juan de Mariana la
describió sarcásticamente como un modo de alquimia nefasta.
DQ dice que hay cuatro tipos de linajes: «unos, que tuvieron principios humildes y se fueron estendiendo y dilatando hasta
llegar a una suma grande», «otros, que tuvieron principios grandes... y los conservan y mantienen», «otros, que, aunque
tuvieron principios grandes, acabaron en punta, como pirámide, habiendo diminuido y aniquilado su principio hasta parar
en nonada» y por último «los más, que ni tuvieron principio bueno ni razonable medio, y así tendrán el fin, sin nombre». Esta
gama dinámica de posibilidades es lo suficientemente radical, pero aún más sorprendente son los ejemplos que DQ da para cada caso.
Nada menos que los temidos turcos otomanos encarnan el ejemplo de los que se han transformado de humildes a grandes. La nobleza
estática está representada por los príncipes que logran permanecer en paz con sus vecinos, «conteniéndose en límites de sus estados
pacíficamente». El ejemplo que DQ ofrece de los linajes sin salida es sorprendente. Menciona a los faraones y Tolomeos de Egipto, los
Césares de Roma y l uego agrega una frase que se burla de las autoridades en todas partes: «toda la caterva (si es que se le puede dar
este nombre) de infinitos príncipes, monarcas, señores». El resto son simplemente las masas. Al final, los faraones y los Césares del
mundo parecen ser poco más que las masas. Tal vez sean aún peores.
Por último, recordando otro tema que vimos en la primera parte, nuestro hidalgo señala que hay dos rutas a la gloria: «las letras»
y «las armas». Recordemos que el propio Cervantes ganó su fama tanto a través de la espada como de la pluma. DQ subraya esta
combinación cuando cita directamente del «gran poeta castellano nuestro», es decir, Garcilaso de la Vega, el gran poeta petrarquista
e anti-imperialista de la época de Carlos V. Tengamos en cuenta, sin embargo, que DQ reconoce que lograr la grandeza trae consigo la
responsabilidad de elegir y actuar sabia y moralmente: «sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho
y espacioso». Muy parecido a SP, DQ ha respaldado la posibilidad de alcanzar la estatura social, independientemente de la herencia.
Así, cuando SP llega al final del capítulo seis, el gesto de DQ tiene sentido: «salió a recebirle con los brazos abiertos su señor don
Quijote». Y notemos la gran ironía que conecta la primera con la parte de la novela que se encuentra en la respuesta sarcástica de
la sobrina que por sobre todo su tío es un poeta: «Ay, desdichada de mi... que también mi señor es poeta. Todo lo sabe, todo lo
alcanza: yo apostaré que si quisiera ser albañil, que supiera fabricar una casa como una jaula». Esta jaula debería recordarnos la
que se utilizó para transportar a DQ al final de la primera parte.
Capítulo 07
la relación feudal
entre señor y siervo
A
l comienzo del capítulo siete, el ama de llaves le ruega al bachiller Carrasco que evite que su amo salga en otra aventura.
Después de un breve diálogo cómico, Sansón le pide que se despreocupe, que él va a pensar en algo: «sabe que soy bachiller
por Salamanca, que no hay más que bachillear». Los malentendidos de la conversación, así como el constante énfasis en
el nivel académico de Sansón, son el contexto para que se inicie otra serie de confusiones entre SP y DQ. Asimismo, tengamos en cuenta
cómo Cervantes narra diferentes eventos que están ocurriendo simultáneamente, de la misma forma que acaba de describir el aspecto
interior de las casas de SP y DQ. El autor vincula estos eventos a través de una de sus figuras retóricas favoritas, el “zeugma”. Es decir,
se usa un término en una frase que luego queda implícito en otra. En este caso, «tiempo» es el término que logra la vinculación: «el
bachiller fue luego a buscar al cura, a comunicar con él lo que se dirá a su tiempo. En el que estuvieron encerrados, don Quijote
y Sancho pasaron las razones que con mucha puntualidad y verdadera relación cuenta la historia». Este hermoso dispositivo tiene
muchos propósitos. Por un lado, pone de relieve la compleja naturaleza del universo narrativo de Cervantes y de la realidad en general.
¿Puedes pensar en otros?
Echemos un vistazo a la conversación entre SP y DQ. SP anuncia que ha convencido a su esposa de que lo dejara partir de otra aventura.
Pero su elección de palabras es incorrecta: «he relucida a mi mujer a que me deje ir con vuestra merced». DQ lo corrige: «Reducida
has de decir». La ironía aquí está en que «reducida» significa “convencida”, pero la palabra «relucida» en la frase de SP también podría
significar «re-azotada», o en otras palabras “severamente azotada”, que sin duda sería un tipo más grave de convencimiento. El acto
de azotar un animal o a una persona va a ser un tema importante de la segunda parte. SP responde que su amo no le debería corregir
tan bruscamente y que si DQ esperara un poco, SP estaría más abierto a la crítica. Una vez más la selección de palabras del personaje
es confusa: «que yo soy tan fócil...». Esto podría ser una mala pronunciación de “focil”, que significa “sensible” o “defensivo”, o tal vez
SP quería decir “fácil” o “fácil de convencer”. Nótese que esto se refiere directamente
a la naturaleza de la relación feudal entre señor y siervo: SP admite que es demasiado
sensible o fácil de dominar. DQ prefiere una opción aún más obediente: «tú quieres
decir que eres tan dócil, blando y mañero».
Esta confusión resulta el contexto perfecto para el verdadero tema sobre el que SP
quiere conversar: la compensación por sus servicios. Irónicamente, dado que él afirma
haber controlado a su esposa, SP dice ahora que Teresa lo ha obligado a ponerse
serio con DQ. Luego agrega que cualquier hombre que no escucha los consejos de
una mujer «es loco». Igualmente, irónico, dado que DQ ha llamado recientemente
a las mujeres de su casa «bobas», nuestro caballero está totalmente de acuerdo. SP
finalmente tiene el descaro de pedir un salario fijo: «que vuesa merced me señale
salario conocido de lo que me ha de dar cada mes el tiempo que le sirviere, y
que el tal salario se me pague de su hacienda, que no quiero estar a mercedes,
que llegan tarde o mal o nunca». ¡Esto es muy significativo! La novela de Cervantes
se ve muy moderna aquí. SP rechaza el orden feudal, que hace depender la suerte
del siervo de la generosidad del amo; lo que él quiere es un contrato. Su lógica es
también interesante. Su razonamiento se funda en la Muerte. Debido a que somos
seres mortales, nuestro tiempo tiene valor: «nadie puede prometerse en este
mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle».
A
hora nos encontramos con otro malentendido simbólico. SP dice que está dispuesto a descontar el valor de la isla prometida
de su salario de manera prorrateada: «no soy tan ingrato... que no querré que se aprecie lo que montare la renta de la
tal ínsula y se descuente de mi salario gata por cantidad». La frase correcta es “rata por cantidad” y DQ lo corrige con una
broma: «a las veces tan buena suele ser una gata como una rata». Hay otro nivel de ironía aquí. La palabra «gata» implica “latrocinio”
o robo. DQ ha dicho que a veces es mejor ser ladrón que avaro. Los lectores atentos encontrarán una referencia al robo de SP de los 100
escudos de Cardenio de la primera parte.
DQ rechaza el pedido de SP. A un nivel cómico, lo hace porque él no recuerda a ningún escudero que recibiera salario en los libros
de caballerías: «no me acuerdo haber leído que ningún caballero andante haya señalado conocido salario a su escudero». La
novela da un giro moderno cuando añade que el mercado laboral es competitivo: «si no queréis venir a merced conmigo y correr
la suerte que yo corriere, que Dios quede con vos y os haga un santo, que a mí no me faltarán escuderos más obedientes, más
solícitos, y no tan empacados ni tan habladores como vos». En esto, SP se derrumba: «se le anubló el cielo y se le cayeron las alas
del corazón». Para empeorar las cosas, llega Carrasco. Después de elogiar a DQ –«¡Oh honor y espejo de la nación española!»– y
proclamar su deseo de que los enemigos de DQ nunca lo trampeen «en el laberinto de sus deseos», le ofrece repentinamente sus
servicios: «y si alguna cosa faltare para ponerle en ejecución, aquí estoy yo para suplirla con mi persona y hacienda; y si fuere
necesidad servir a tu magnificencia de escudero, lo tendré a felicísima ventura».
SP sabe que ha perdido toda capacidad de negociación y por eso da marcha atrás y se compromete a servir a
DQ de manera feudal. Cuando lo hace, destroza la terminología legalista, a lo que el narrador revela que Carrasco
está convencido de que SP es «uno de los más solenes mentecatos de nuestros siglos». Carrasco le entrega
entonces a DQ una «celada de encaje» y DQ y SP finalmente parten. Nuestros héroes viajan como siempre, con
«don Quijote sobre su buen Rocinante, y Sancho sobre su antiguo rucio», pero con algunos ajustes pragmáticos.
Llevan comida y DQ también tiene una reserva de dinero para los gastos futuros: «proveídas las alforjas de
cosas tocantes a la bucólica y la bolsa, de dineros que le dio don Quijote para lo que se ofreciese». También
tengamos en cuenta que otro zeugma describe su salida: «dio Sansón la vuelta a su lugar, y los dos tomaron la
de la gran ciudad del Toboso».
Capítulo 08
Quijote y Sancho Panza
inicia en El Toboso
E
l capítulo ocho abre con lo que probablemente es la formulación más abiertamente islámica de todos los textos de Cervantes:
«“¡Bendito sea el poderoso Alá!”, dice Hamete Benengeli al comienzo deste octavo capítulo. “¡Bendito sea Alá!”, repite
tres veces». Es fácil tomar esto como otra simple expresión de los juegos en cuanto a la problemática autoría de la novela.
Sin embargo, estas también son las primeras palabras del Corán y, como señala Francisco Rico, los moriscos españoles tradicionalmente
cantaban la frase tres veces al atardecer. Observemos que mientras la primera salida de DQ comenzó al amanecer, la aventura de la
segunda parte comienza al atardecer. ¿Y a dónde se dirigen nuestros héroes? El Toboso, una ciudad que algunos estudiosos consideran
fue el hogar de muchos moriscos que se trasladaron allí después de la Guerra de las Alpujarras de 1568-1571.
A continuación, tenemos un recordatorio comiquísimo de los buenos augurios asociados con los sonidos de Rocinante y del asno de
SP: «apenas se hubo apartado Sansón, cuando comenzó a relinchar Rocinante y a sospirar el rucio, que de entrambos, caballero y
escudero, fue tenido a buena señal y por felicísimo agüero». Los “suspiros” de la montura de SP son un eufemismo de sus flatulencias,
consideradas como buenos augurios desde la antigüedad. Sin embargo, Cervantes lleva el significado de las flatulencias todavía más
allá: «aunque, si se ha de contar la verdad, más fueron los sospiros y rebuznos del rucio que los relinchos del rocín, de donde
coligió Sancho que su ventura había de sobrepujar y ponerse encima de la de su señor».
En este punto, DQ esgrime una alusión a la escritura como un proceso de tejido de hilos del gran poeta Garcilaso de la Vega:
«aquellos versos de nuestro poeta donde nos pinta las labores que hacían allá en sus moradas de cristal aquellas cuatro ninfas
que del Tajo amado sacaron las cabezas y se sentaron a labrar en el prado verde aquellas ricas telas que allí el ingenioso
poeta nos describe, que todas eran de oro, sirgo y perlas contestas y tejidas». Bah, ¡esos textiles de nuevo! Sin embargo, dadas
las descripciones contrarias de SP, DQ teme que algún enemigo haya distorsionado su realidad, tal vez incluso invertido la misma
naturaleza de su historia: «la envidia que algún mal encantador debe de tener a mis cosas, todas las que han de dar gusto trueca
y vuelve en diferentes figuras que ellas tienen; y, así, temo que en aquella historia que dicen que anda impresa de mis hazañas,
si por ventura ha sido su autor algún sabio mi enemigo, habrá puesto unas cosas por otras». ¿Quién podría ser este mal mago?
Independientemente de eso, observemos que la envidia, el motivo emocional de la violencia indicada por todos, desde Virgilio a
Nietzsche, es la causa principal del problema de DQ: «¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!».
SP termina este discurso ya contradictorio con otra especie de paradoja. El escudero aceptará la infamia si le concede la fama:
«aunque por verme puesto en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da un higo que digan de mí todo lo que
quisieren». Ante esto, DQ esgrime su propio discurso laberíntico, centrándose en ejemplos famosos de la lógica de SP. Aquí el hidalgo
está rozando los límites de un ejercicio retórico común practicado por los eruditos humanistas del Renacimiento. Menciona que ciertas
mujeres en la corte se sintieron ofendidas por haber sido dejadas de lado de una feroz sátira escrita sobre ellas. DQ recuerda a Eróstrato,
quien incendió el templo de Diana sólo para poder ser famoso. Menciona a otras figuras que fueron igualmente destructivas, como
César al cruzar el Rubicón y Hernán Cortés, «el cortesísimo Cortés», cuando quemó sus naves en Veracruz. Esto es confuso y bastante
gracioso. DQ empieza deslizando los nombres de quienes son claros ejemplos de idiotas, pero termina con ejemplos de hombres que
muchos consideraban héroes.
Sin embargo, el ejemplo más fascinante implica a nadie menos que Carlos V, a menudo considerado
un César moderno. El Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico hizo una visita triunfal a Roma en
1536 después de haber conquistado Túnez el año anterior. Quería visitar el Panteón Romano, conocido en
el siglo XVI como Santa Maria della Rotonda. Esta increíblemente famosa maravilla arquitectónica contiene
una «claraboya redonda, que está en su cima», es decir, un tragaluz en el cenit de su cúpula, que es
perfectamente esférica, o como dice DQ, «de media naranja». De acuerdo con DQ, el emperador recorrió
este edificio y estaba de pie en la cúpula encima de este tragaluz mirando hacia abajo, cuando su guía,
«un caballero romano», hizo una confesión impactante: «Mil veces, Sacra Majestad, me vino deseo de
abrazarme con vuestra majestad y arrojarme de aquella claraboya abajo, por dejar de mí fama eterna
en el mundo». El emperador le dio las gracias y le ordenó mantener su distancia. Sin embargo, en última
instancia DQ rechaza el deseo de fama y sus palabras hacen hincapié en la importancia de no transgredir
los límites de la moral cristiana: «Así, ¡oh Sancho!, que nuestras obras no han de salir del límite que nos
tiene puesto la religión cristiana que profesamos». ¿Se trata esto de una lección para los cristianos viejos
antisemitas?
No pasemos por alto el humor. SP presiona a su amo, preguntándole específicamente qué pasó con las partes reales de los cuerpos
de los Césares y si no se convirtieron en objetos sagrados como los que ahora atraen a los peregrinos cristianos. DQ parece demasiado
hipnotizado por los ejemplos de la historia para comprender la esencia de la pregunta de SP. Con los Césares todavía en su mente, el
caballero bromea que las cenizas de Julio César se colocaron «sobre una pirámide de piedra de desmesurada grandeza», que es
hoy en día el obelisco “La Aguja de San Pedro”. También menciona que Adriano fue enterrado en lo que hoy es el Castel Sant’Angelo
en Roma. Por cierto, este edificio sirvió como refugio para el Papa Clemente VII durante el saqueo de Roma de las tropas de Carlos V
en 1527, evento que la gira triunfal del Emperador en 1536 se suponía había mejorado. SP va al grano: «¿cuál es más, resucitar a un
muerto o matar a un gigante?». DQ afirma: «más es resucitar a un muerto».
Los héroes avanzan sin incidentes durante un par de días y después llegan, una vez
más, «al anochecer», a «la gran ciudad del Toboso». Para decir la verdad, El Toboso no
es una gran ciudad, sino más bien un pueblo insignificante. ¿O es que me equivoco? El
capítulo termina con DQ eufórico por la visión de El Toboso; pero SP está deprimido porque
ahora tiene un serio problema: «se le alegraron los espíritus de don Quijote y se le
entristecieron a Sancho, porque no sabía la casa de Dulcinea, ni en su vida la había
visto». Uh-oh.
—Miguel de Cervantes,
Don Quijote de la Mancha
LECCIÓN 23
«Con la iglesia
Capítulo 09
hemos dado,
Sancho»
E
l capítulo nueve comienza con uno de los encabezados más absurdamente divertidos de Cervantes: «Donde se cuenta lo
que en él se verá». Esto es obvio, ¿verdad? ¿O no lo es? ¿Cómo puede uno ver lo que se narra? ¿Y qué pasa si lo que se narra
sucede en la oscuridad? La primera línea del capítulo también es ridícula. Es exactamente medianoche, más o menos: «Media
noche era por filo, poco más a menos, cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso». Y según parece,
sí hay luz de luna: «Era la noche entreclara». La luna es el símbolo de la diosa Diana, a quien vimos en el capítulo anterior, y a quien
ahora comenzamos a asociar con Dulcinea. La luna también aparece prominentemente en las banderas islámicas de principios del siglo
XIV. Debemos también tener en cuenta el sonido de los perros ladrando, interrumpidos por los sonidos de otros animales simbólicos de
DQ: «De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, mayaban gatos».
DQ toma esto como «mal agüero», pero sigue insistiendo a SP que le guíe «al palacio de Dulcinea». La respuesta de SP es blasfema
y establece un conflicto entre nuestros héroes con respecto a la morada de Dulcinea: «¿A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del
sol... que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña?». DQ insiste en que SP habría tenido que verla en «algún
apartamento de su alcázar». Este término arábigo aparece en siete ocasiones en este capítulo, enfatizando así la diferencia de
perspectivas que tienen escudero y caballero sobre Dulcinea.
Ahora DQ ve una enorme forma en la noche, que dice que debe ser el palacio de Dulcinea. SP dice que le guiará hasta allá, pero
expresa su duda como si fuera Santo Tomás ante la resurrección de Cristo: «quizás será así; aunque yo lo veré con los ojos y lo
tocaré con las manos». Cuando el alcázar de Dulcinea resulta ser una iglesia, leemos una de las líneas más famosas de la novela: «Con
la iglesia hemos dado, Sancho». Hoy en día es un refrán que indica el peligro y la futilidad de contradecir a la autoridad intratable.
En este punto, aparece un campesino: «venía a pasar por donde estaban uno con dos mulas». Está cantando un famosa romance,
con el que parece aludir al problema norte-sur de la identidad española: «Mala la hubiste, franceses, / en esa de Roncesvalles».
Cuando DQ pregunta por la dirección del palacio de Dulcinea, el hombre explica por qué la desconoce –«yo soy forastero y ha pocos
días que estoy en este pueblo sirviendo a un labrador rico»–, y sugiere a DQ que contacte con las autoridades religiosas del pueblo,
quienes censan a todos los habitantes: «tienen la lista de todos los vecinos del Toboso». Todo esto nos lleva a una pregunta: ¿quién
exactamente vivía en El Toboso a principios del siglo XVII? Algunos dirán que unos pocos moriscos que fueron realojados tras la Guerra
de las Alpujarras de 1568-71. Esto haría que los curas locales estuvieran un poco nerviosos, ¿no?
SP sugiere ahora que caballero y escudero se retiren a un bosque cercano, y le ofrece buscar a Dulcinea a la mañana siguiente.
DQ está complacido: «el consejo que ahora me has dado le apetezco y recibo de bonísima gana». SP se siente aliviado: «Rabiaba
Sancho por sacar a su amo del pueblo, porque no averiguase la mentira de la respuesta que de parte de Dulcinea le había
llevado a Sierra Morena». El narrador concluye el capítulo con una frase extraña. Nos adelanta que el siguiente capítulo contiene
ciertos eventos que requieren nuestra atención y confianza: «nueva atención y nuevo crédito».
Según SP se dirige hacia El Toboso, recita un «soliloquio» en privado. Esto es algo más que el tipo de monólogo que podemos
escuchar de Hamlet. SP mantiene, en realidad, una conversación consigo mismo: «“Sepamos agora, Sancho hermano, adónde va
vuesa merced. ¿Va a buscar algún jumento que se le haya perdido?” “No, por cierto.” “Pues ¿qué va a buscar?” “Voy a buscar,
como quien no dice nada, a una princesa, y en ella al sol de la hermosura y a todo el cielo junto.” “¿Y adónde pensáis hallar eso
que decís, Sancho?” “¿Adónde? En la gran ciudad del Toboso”». Cervantes no es solo un maestro del diálogo, es un maestro del
diálogo interior, que revela las ansiedades ocultas de los personajes. ¿A qué viene esta técnica ahora? ¿Qué nos dice sobre SP?
El problema más acuciante de SP es cómo encontrar una mujer que no existe. Decide improvisar, confiando en la credulidad de su
amo: «Siendo, pues, loco, como lo es, y de locura que las más veces toma unas cosas por otras y juzga lo blanco por negro y lo
negro por blanco... no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea».
Entonces, llega a ver justo lo que necesita: «cuando se levantó para subir en el rucio vio que del Toboso hacia donde él estaba
venían tres labradoras sobre tres pollinos, o pollinas, que el autor no lo declara». Hay dos aspectos de la descripción que sigue que
nos resultan interesantes. Primero, hay mucha confusión sobre el sexo de las labradoras, lo que, según señala Francisco Rico, es un eco
del debate sobre el sexo de los ángeles. Segundo, el narrador ofrece unas excusas excesivas sobre por qué esto no debería interesarnos.
Abatido, DQ le explica a Dulcinea qué ha ocurrido: «el maligno encantador me persigue y ha puesto nubes y cataratas en
mis ojos, y para solo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora
pobre». Pero insiste en que todavía la ama y le suplica que entienda: «no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de
ver en esta sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago la humildad con que mi alma te adora». Dulcinea
intenta escapar, pero el daño que inflige a su burra se convierte en un problema: «como la borrica sentía la punta del aguijón, que
le fatigaba más de lo ordinario, comenzó a dar corcovos, de manera que dio con la señora Dulcinea en tierra». DQ quiere ayudar
a Dulcinea a regresar a su montura, pero ella lo rechaza, ya que puede montar tan bien como cualquier hombre: «haciéndose algún
Capítulo 11
enfrenta a «Las
Cortes de la Muerte»
E
l capítulo once funciona como un repaso alegórico del capítulo diez, excepto que es incluso más oscuro y diabólico. DQ está
tan en estado de shock –«tan fuera de sí»– que deja libre a Rocinante: «sintiendo la libertad que se le daba, a cada paso se
detenía a pacer la verde yerba de que aquellos campos abundaban». El color verde domina la segunda parte. ¿Qué puede
significar esto? SP intenta animar a su amo: «¿Qué diablos es esto? ¿Qué descaecimiento es este? ¿Estamos aquí o en Francia? Mas
que lleve Satanás a cuantas Dulcineas hay en el mundo». DQ reprende a SP por su blasfemia y se responsabiliza de la transformación
de Dulcinea: «no digas blasfemias contra aquella encantada señora, que de su desgracia y desventura yo solo tengo la culpa; de
la invidia que me tienen los malos ha nacido su mala andanza». Incluso continúa desmantelando el retrato que SP hizo de Dulcinea:
«dijiste que tenía los ojos de perlas, y los ojos que parecen de perlas antes son de besugo [un tipo de pez] que de dama; y, a lo
que yo creo, los de Dulcinea deben ser de verdes esmeraldas, rasgados, con dos celestiales arcos que les sirven de cejas». En lo
que nos resulta ya una táctica familiar, la respuesta de SP es una especie de jujitsu absurdo: «también me turbó a mí su hermosura
como a vuesa merced su fealdad».
SP dice que deberían seguir adelante, y DQ está a punto de responder, cuando «estorbóselo una carreta que salió al través
del camino cargada de los más diversos y estraños personajes y figuras que pudieron imaginarse». Hay aquí seis figuras: 1) «el
Diablo», que dirige la comitiva, junto con 2) «la Muerte», 3) «un ángel con unas grandes y pintadas alas», 4) «un emperador con
una corona, al parecer de oro, en la cabeza», 5) «a los pies de la Muerte estaba el dios que llaman Cupido», y, para acabar, 6)
«un caballero armado de punta en blanco». Esto nos hace pensar en una complicada versión del grabado en madera de Durero, El
caballero, la Muerte y el Diablo.
DQ acepta la explicación, repitiendo el tema de santo Tomás: «así como vi este carro imaginé que alguna grande aventura se me
ofrecía, y ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño». Véase que DQ es ahora un
personaje radicalmente diferente al que era en la primera parte. Ahora se desilusiona fácilmente, hasta tal punto, que tiende a que la
realidad triunfe sobre sus fantasías caballerescas. En cualquier caso, la desilusión, o el «desengaño», es el tema que define al periodo
barroco. Y por cierto, el término “barroco” deriva del término portugués para una perla de forma defectuosa.
«aquella mujer,
que es la del autor,
va de Reina»
SP está traumatizado: «cada vez que veía levantar las vejigas en el aire y caer sobre las ancas de su rucio eran para él tártagos
y sustos de muerte, y antes quisiera que aquellos golpes se los dieran a él en las niñas de los ojos que en el más mínimo pelo de
la cola de su asno». Ahora SP informa de algo diferente a lo que el narrador ha estado describiendo: «Señor, el Diablo se ha llevado
al rucio». La respuesta de DQ refleja nuestra propia confusión –«¿Qué diablo?»– y la aclaración de SP especifica exactamente de quién
estamos hablando: «El de las vejigas». Entonces, ¿el loco se ha convertido en el Diablo? Como vimos en la primera parte, el robo del
rucio de SP no es un asunto cualquiera.
El capítulo doce se abre con un diálogo repleto de errores entre DQ y SP sobre la troupe de teatro de Angulo el Malo. DQ afirma
que se hubiera enfrentado a la compañía y hubiera ganado «la corona de oro de la Emperatriz y las pintadas alas de Cupido». En
realidad, no se había descrito la figura de la emperatriz como la que llevaba la corona, ni era Cupido quien llevaba alas. SP responde
aludiendo al tema de la impureza metalúrgica: «Nunca los cetros y coronas de los emperadores farsantes... fueron de oro puro,
sino de oropel o hoja de lata». DQ está de acuerdo y se lanza a una defensa de la utilidad social del teatro, arguyendo que los actores,
al igual que los autores, «son instrumentos de hacer un gran bien a la república, poniéndonos un espejo a cada paso delante». En
efecto, esto también suena como una defensa de Cervantes al arte de la novela. Utilizando una analogía popular, DQ compara el teatro
a la vida (cf. Shakespeare: “Todo el mundo es un escenario”). Al final de la obra, «quedan todos los recitantes iguales»; y al final de
la vida, «a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura». SP realiza entonces una
comparación familiar entre la vida y el ajedrez. Pero estos son diferentes puntos de vista. ¿Es la vida entretenimiento o un torneo?
¿Es la vida
entretenimiento
o un torneo?
Capítulo 12
del Bosque y
su escudero
A
continuación, el narrador describe la amistad entre Rocinante y el asno de SP. Según el narrador, el autor original dedicó
muchos capítulos a este tema, pero, debido a que esto es una epopeya, –«heroica historia»–, el decoro exige dejarlo de
lado. Sin embargo, el narrador sí le dedica varias líneas a esta amistad salvaje. Compara a Rocinante y al rucio con amigos
clásicos –«Niso y Euríalo, y Pílades y Orestes»–, y afirma que su amistad es superior a la de los humanos: «se podía echar de ver, para
universal admiración, cuán firme debió ser la amistad destos dos pacíficos animales, y para confusión de los hombres, que tan
mal saben guardarse amistad los unos a los otros». Nuestro narrador cristiano incluso defiende los excesos de Cide Hamete, para
quien los hombres pueden aprender de los animales: «no le parezca a alguno que anduvo el autor algo fuera de camino... que de
las bestias han recebido muchos advertimientos los hombres». Véase la relación amor-odio entre el narrador y Cide Hamete. A veces
se burla de él, otras veces lo alaba.
Caballero y escudero duermen, pero otro caballero y su escudero, que dan de comer a sus caballos y descansan cerca, los
despiertan. DQ y SP los espían. Aquí tenemos dos de las técnicas favoritas de Cervantes. Describe cómo los personajes actúan y hablan
simultáneamente: «El decir esto y el tenderse en el suelo todo fue a un mesmo tiempo». E indica que uno de los personajes desea
hablar a otro cuando es interrumpido por las acciones de un tercero: «Replicar quería Sancho a su amo, pero la voz del Caballero del
Bosque... lo estorbó». Luego el Caballero del Bosque canta un soneto de amor no correspondido, al final del cual le dice a su dama que
lo golpee: «Blando cual es o fuerte, ofrezco el pecho / entallad o imprimid lo que os dé gusto». Como gran parte de este episodio,
el soneto se inspira en la poesía de Garcilaso de la Vega. Finalmente, el Caballero del Bosque se describe a sí mismo como un esclavo
de su amada –«este tu cautivo caballero»– y dice que ha realizado grandes hazañas para ella –«ásperos y duros trabajos»– y que ha
vencido a innumerables caballeros: «ha hecho que te confiesen por la más hermosa del mundo todos los caballeros», entre los que
se encuentran «todos los caballeros de la Mancha».
«Nunca he visto yo
escudero... que se atreva a
hablar donde habla su señor»
Capítulo 13
estaban caballeros
y escuderos»
L
a primera frase del capítulo trece enfatiza, y resuelve, el problema narrativo de eventos separados y al mismo tiempo simultáneos:
«Divididos estaban caballeros y escuderos, estos contándose sus vidas y aquellos sus amores, pero la historia cuenta
primero el razonamiento de los mozos y luego prosigue el de los amos». Los escuderos se compadecen el uno del otro.
El otro escudero cita el Génesis 3.19: «comemos el pan en el sudor de nuestros rostros». Curiosamente, deja sin recitar la ominosa
conclusión de ese verso: “polvo eres, y al polvo volverás”. Después, discuten sobre sus ganancias. SP espera una isla, mientras que el
otro escudero quiere un puesto religioso confortable. SP evoca cuando el cura le había asegurado que su amo sería un emperador o
al menos un arzobispo: «Debe de ser... su amo de vuesa merced caballero a lo eclesiástico... pero el mío es meramente lego...
aunque me acuerdo cuando le querían aconsejar personas discretas, aunque a mi parecer malintencionadas, que procurase ser
arzobispo, pero él no quiso sino ser emperador» (cf. DQ 1.26). SP concluye declarando que él es, esencialmente, incompatible con la
Iglesia: «aunque parezco hombre, soy una bestia para ser de la Iglesia».
Cuando el otro escudero sugiere que regresen a las granjas en donde tendrían los medios para vivir suficientemente bien (cf. la
sobrina de DQ, Voltaire y Ortega y Gasset), SP presume sobre el valor de su asno: «tengo un asno que vale dos veces más que el
caballo de mi amo». Y otra vez: «A burla tendrá vuesa merced el valor de mi rucio». El otro menciona a sus tres hijos, y SP dice que
él tiene dos. Poniendo especial énfasis en su hija –«a quien crío para condesa»–, SP dice que ella es «tan fresca como una mañana de
abril». La respuesta del otro cruza la línea: «Oh hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca».
El otro escudero recula ante una situación potencialmente explosiva, insistiendo en que su intención era el halago: «¿Cómo no
sabe que... aquello que parece vituperio... es alabanza notable?». Pero la supuesta impureza de la familia de SP sigue siendo un
problema. Igualmente, SP habla sobre su propia inmoralidad. Espera ver de nuevo a su familia: «para volverlos a ver ruego yo a Dios
me saque de pecado mortal». Pero con esta mención a Dios y al pecado mortal, SP confiesa abruptamente su crimen de la primera
parte: «una bolsa con cien ducados que me hallé un día en el corazón de Sierra Morena». Por una parte, SP se siente culpable; por
otra, presume. Véase cómo su propio recuerdo ha inflado el dinero de Cardenio hasta convertirse en ducados, una moneda ligeramente
más valiosa que los escudos robados. SP incluso fantasea con hacerse rico mediante ciertos instrumentos financieros que generan
ingresos: «echo censos y fundo rentas y vivo como un príncipe».
LECCIÓN 31
telas de mi corazón»
Sancho Panza el
catador de vino
E
n este punto, el otro escudero da a entender la identidad de su amo, quien se está entrometiendo en la vida de otro caballero:
«“Cuidados ajenos matan al asno”; pues porque cobre otro caballero el juicio que ha perdido se hace él loco». Los
lectores cuidadosos sabrán ahora que el otro caballero es Carrasco, y nuestra impresión negativa del mismo crece cuando el
escudero le llama «más bellaco que tonto y que valiente». Los sentimientos de SP por su propio amo dan lugar a un tierno contraste:
«Eso no es el mío... digo, que no tiene nada de bellaco, antes tiene una alma como un cántaro: no sabe hacer mal a nadie, sino
bien a todos... le quiero como a las telas de mi corazón». El asunto de la moralidad personal es ahora un tema central. El escudero
de Carrasco es escéptico, y su advertencia a SP recuerda a una parábola evangélica, así como a un episodio del Lazarillo de Tormes: «si
el ciego guía al ciego, ambos van a peligro de caer en el hoyo».
Luego, el escudero compara sus respectivas riquezas, SP es pobre: «solo traigo en mis alforjas un poco de queso». El otro escudero
es rico, pero véase cómo sus palabras insinúan la amenaza de guerra: «Mejor repuesto traigo yo en las ancas de mi caballo que
lleva consigo cuando va de camino un general». Más importante, sin embargo, es que el otro escudero es radicalmente generoso.
Comparte con SP «una gran bota de vino y una empanada de media vara». Cuando SP alaba el vino –«¡Oh hideputa, bellaco, y cómo
es católico!»–, su lenguaje alude al tema de la impureza racial y sexual, y lo remata con el tema de la identidad religiosa. Esto también
obliga a SP a realizar una confesión moral a su vecino: «confieso que conozco que no es deshonra llamar “hijo de puta” a nadie
cuando cae debajo del entendimiento de alabarle».
El capítulo trece finaliza con una expresión de lealtad de SP: «Hasta que mi amo llegue a Zaragoza, le serviré, que después todos
nos entenderemos». Esto enfatiza de nuevo que el punto final de la novela es Zaragoza, pero también indica la creencia absoluta de SP
de que él y su amo llegarán a un entendimiento con respecto a su salario. Finalmente, nótese una voz narrativa cada vez más informal
y moderna: «se quedaron dormidos, donde los dejaremos por ahora, por contar lo que el Caballero del Bosque pasó con el de la
Triste Figura».
«¿este vino es de
Ciudad Real?»
Capítulo 14
Caballero del
Bosque
E
l capítulo catorce se abre con el conflicto norte-sur, ya familiar, de la historia de España. «Casildea de Vandalia», es decir,
“Casilda de Andalucía”, le ha dado al Caballero del Bosque una serie de pruebas de Hércules. Tiene que parar la Giralda, una
famosa veleta de Sevilla. Rememorando las palabras de César “Veni, vidi, vici”, él dice «Llegué, vila y vencíla». Tuvo que pesar
los Toros de Guisando, un conjunto de monolitos con forma de toro situados cerca de Ávila. Tuvo que explorar las profundidades de «la
sima de Cabra», al lado de Córdoba, que muchos consideran la entrada al infierno. Véase que todo tipo de simas pasan a ser un tema
importante en la segunda parte. El Caballero del Bosque rememora a Platón y la alegoría de la caverna: «desempeñéme en la sima y
saqué a luz lo escondido de su abismo». Finalmente, declara que ha vencido a todos los caballeros de España. Está especialmente
orgulloso de haber vencido a DQ, y lo demuestra citando unos versos de La Araucana de Ercilla: «y tanto el vencedor es más honrado
/ cuanto más el vencido es reputado».
Por petición de DQ, el Caballero del Bosque describe a DQ perfectamente. Más aún: «Si todas estas señas no bastan para acreditar
mi verdad, aquí está mi espada, que la hará dar crédito a la mesma incredulidad». Esta jerga se hace eco de los desafíos de las
novelas de caballerías, pero también es el segundo mayor énfasis sobre el término económico «crédito» en la segunda parte (cf. DQ
2.9). Es de notar que DQ se muestra controlado. Nuestro hidalgo dice conocer a DQ –«le tengo en lugar de mi misma persona»– y hace
otra referencia a santo Tomás: «veo con los ojos y toco con las manos no ser posible ser el mesmo». Ofrece entonces la explicación
de que algún mago ha debido hechizar al Caballero del Bosque, de modo que este crea que ha luchado contra él: «si ya no fuese que,
como él tiene muchos enemigos encantadores, especialmente, uno que de ordinario le persigue, no haya alguno dellos tomado
su figura para dejarse vencer, por defraudarle de la fama».
Según se va acercando el duelo de los caballeros, Cervantes nos ofrece otra parodia extrema del amanecer clásico, teñido de
misticismo oriental según los pájaros multicolores van cantando diversas canciones: «ya comenzaban a gorjear en los árboles mil
suertes de pintados pajarillos, en sus diversos y alegres cantos parecía que daban la norabuena y saludaban a la fresca aurora,
que ya por las puertas y balcones del Oriente iba descubriendo la hermosura de su rostro». El cielo gotea «número infinito de
líquidas perlas», y las plantas «brotaban y llovían blanco y menudo aljófar». Ya vimos este homónimo para las gotas de rocío o
diminutas perlas en La historia del cautivo de la primera parte.
Ahora viene una gran escena de anagnórisis, en la que los dos grupos de personajes se reconocen el uno al otro. Levantando el yelmo
de su enemigo, DQ se queda estupefacto al ver «el rostro mesmo, la misma figura, el mesmo aspecto, la misma fisonomía, la mesma
efigie, la perspectiva mesma del bachiller Sansón Carrasco». Sospecha de brujería y SP tiene una idea brutal: «meta la espada por
la boca a este que parece el bachiller Sansón Carrasco: quizá matará en él a alguno de sus enemigos los encantadores». DQ está
de acuerdo: «No dices mal... porque de los enemigos, los menos».
El capítulo termina con otra de las transiciones de Cervantes, cada vez más naturales e informales: «Don Quijote y Sancho volvieron
a proseguir su camino de Zaragoza, donde los deja la historia, por dar cuenta de quién era el Caballero de los Espejos y su
narigante escudero». Nótese el hilarante neologismo «narigante escudero», que desarma al “andante caballero”, así como el énfasis
en Zaragoza como objetivo último.
La parte más interesante del capítulo quince es la discusión sobre la locura que mantienen Carrasco y Cecial. Cecial señala la
ironía de la derrota de Carrasco: «Sepamos, pues, ahora cuál es el más loco, el que lo es por no poder menos o el que lo es por su
voluntad». La respuesta de Carrasco es más profunda que lo que pretende: «La diferencia que hay entre esos dos locos es que el que
lo es por fuerza lo será siempre, y el que lo es de grado lo dejará de ser cuando quisiere». ¿Pero qué sucede si uno no desea estar
cuerdo? Como Spock dijo en una ocasión, “En una sociedad demente, el cuerdo debe parecer que está demente”. Esta paradoja social es
precisamente el motivo por el que los románticos del siglo XIX adoraban la novela de Cervantes. Pero la frase no es sólo filosóficamente
traumática y reflexiva, similar a la historia de “El loco de Sevilla”, narrado por el barbero, también anticipa el resto de la novela, en la que
DQ recupera gradualmente su cordura. Sin embargo, el capítulo finaliza ominosamente, ya que Carrasco se siente motivado ahora no
por la amistad sino por la venganza: «y él quedó imaginando su venganza».
Capítulo 16
íntimos de don
Quijote
E
l capítulo dieciséis comienza con los pensamientos íntimos de DQ. Se siente tan satisfecho y orgulloso de su victoria sobre el
Caballero de los Espejos que se olvida de sus palizas anteriores. Además, ahora tiene una misión única. Debe liberar a Dulcinea
de su encantamiento: «decía entre sí que si él hallara arte, modo o manera como desencantar a su señora Dulcinea,
no invidiara a la mayor ventura que alcanzó o pudo alcanzar el más venturoso caballero andante de los siglos pasados». SP
interrumpe a DQ de sus cavilaciones, recordando las narices de su vecino: «¿No es bueno, señor, que aún todavía traigo entre los
ojos las desaforadas narices, y mayores de marca, de mi compadre Tomé Cecial?». Mientras nuestros héroes debaten sobre la
identidad del Caballero de los Espejos y de su escudero, SP revela la profundidad de su relación con Cecial. Sus casas comparten una
pared por encima de la cual aparece a menudo la cara de Cecial: «la cara, quitadas las narices, era la misma de Tomé Cecial, como yo
se la he visto muchas veces en mi pueblo y pared en medio de mi misma casa». La identidad étnica de Cecial es sospechosa. Su gran
nariz significa que tiene linaje judío. Es un detalle usado por los cristianos viejos para ridiculizar a sus enemigos sociales, los conversos,
tal y como puede verse en el famoso soneto antisemítico de Francisco de Quevedo “Érase un hombre a un nariz pegado”. Y gracias a SP,
las dos caras de Cecial, con nariz y desnarigada, se han entrometido en los pensamientos de DQ sobre Dulcinea.
DQ no puede aceptar que el Caballero de los Espejos es Carrasco, su amigo: «¿He sido yo su enemigo por ventura? ¿Hele dado
yo jamás ocasión para tenerme ojeriza? ¿Soy yo su rival?». Ofrece entonces una explicación familiar. La culpa es del encantamiento:
«Todo es artificio y traza». Más aún, sus enemigos usaron este truco porque sabían que no es posible matar a su vecino: «porque la
amistad que le tengo se pusiese entre los filos de mi espada y el rigor de mi brazo, y templace la justa ira de mi corazón». DQ
demuestra aquí una ética cristiana. Por el contrario, también clama victoria sobre su enemigo: «he quedado vencedor de mi enemigo».
El compañero de viaje mira fijamente y con asombro a DQ por un instante, con lo que DQ se
presenta a sí mismo como un caballero medieval, motivado por la aventura y el amor. Cita una
traducción española de Petrarca del Triunfo de amor: «que soy caballero: “destos que dicen
las gentes / que a sus aventuras van”». Proporciona más detalles, admitiendo que empeñó
sus propiedades –«empeñé mi hacienda»– y fanfarroneando sobre que, gracias a cierto libro,
es ahora famoso en el mundo entero: «he merecido andar yo en estampa en casi todas o
las más naciones del mundo: treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva
camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia». DQ exagera
el número de libros que circulan sobre él por entonces, asegurando que hay veinte ediciones,
aunque es bastante acertado con respecto al número de volúmenes futuros.
Por supuesto, DQ objeta. Pero «el verde» responde con incredulidad: «Pues ¿hay quien dude... que no son falsas las tales
historias?». Nótese, sin embargo, que DQ se mantiene civilizado: «espero en Dios de dar a entender a vuesa merced que ha hecho
mal en irse con la corriente de los que tienen por cierto que no son verdaderas». El otro caballero sabe ahora que DQ está loco.
En cualquier caso, invita a sus visitantes a su casa a cenar con él y se presenta a sí mismo con gran detalle. Él también es un hidalgo,
aunque mucho más adinerado que DQ. Su nombre es don Diego de Miranda. Lleva una vida modesta. Tiene familia, caza y pesca, y se
jacta de tener una biblioteca de «hasta seis docenas de libros». Estos están en español y latín, algunos son historias y otros son libros
devocionales. Nótese la crucial diferencia entre los libros de su biblioteca y los de DQ: «los de caballerías aún no han entrado por los
umbrales de mis puertas». Repetidamente, Miranda parece ser una especie de católico reformado, de naturaleza erasmista. No está
interesado en juzgar la moralidad privada de los demás y evita mostrar públicamente su religión: «no escudriño las vidas ajenas ni
soy lince de los hechos de los otros; oigo misa cada día, reparto mis bienes con los pobres, sin hacer alarde de las buenas obras,
por no dar entrada en mi corazón a la hipocresía y vanagloria». Su piedad es simple, elegante: «soy devoto de Nuestra Señora y
confío siempre en la misericordia infinita de Dios Nuestro Señor». La respuesta de SP a todo esto es fascinante. Baja de un salto de
su rucio y besa los pies de Miranda: «me parece vuesa merced el primer santo a la jineta que he visto en todos los días de mi vida».
Miranda niega ser un santo, pero el gesto de SP rescata a DQ de su estado de melancolía.
Finalmente, en el discurso de DQ, escuchamos a Cervantes realizando una vigorosa defensa de los escritores
modernos de «poesía de romance», o español moderno. Los escritores modernos deberían ser exactamente
como Homero y Virgilio, quienes escribieron en sus lenguas maternas: «todos los poetas antiguos escribieron
en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las estranjeras para declarar la alteza de sus
conceptos». Entonces, insiste a Miranda con que debe ser abierto de mente con respecto a los intereses de su
hijo: «que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama». Tal vez revelando la visión
de Cervantes sobre su propio arte, DQ cita directamente a Ovidio, el gran autor latino de Las metamorfosis: «Est
Deus in nobis», lo que significa “Dios vive en nosotros”, aludiendo a la función divina y profética de la escritura
creativa. También cita a Horacio, quien incluso utilizó la poesía lírica en la forma de sofisticada sátira social: «si
hiciere sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los vicios en general, como tan elegantemente
él lo hizo, alábale, porque lícito es al poeta escribir contra la invidia». Finalmente, DQ señala que la escritura
creativa puede ser política y, por lo tanto, peligrosa para el escritor, aludiendo al exilio de Ovidio: «hay poetas
que, a trueco de decir una malicia, se pondrán a peligro que los destierren a las islas de Ponto». Ahora, en
este preciso punto, hay de pronto una presencia real: «alzando don Quijote la cabeza vio que por el camino
por donde ellos iban venía un carro lleno de banderas reales». En otras palabras, el discurso de DQ sobre la
escritura creativa se entreteje perfectamente con la aventura siguiente, y nosotros tenemos el perfecto derecho
de asumir que será política y satírica.
Hay una ironía múltiple aquí, que tiene que ver con nuestras diferentes percepciones de la realidad. DQ responde a la advertencia de
Miranda opinando que uno siempre debe prepararse para lo peor: «Hombre apercebido, medio combatido». Señala que las amenazas
son a menudo invisibles: «sé por experiencia que tengo enemigos visibles e invisibles, y no sé cuándo, ni adónde, ni en qué
tiempo, ni en qué figuras me han de acometer». Al mismo tiempo, se pone el yelmo sobre la cabeza y de pronto piensa que su cerebro
se está derritiendo. Cuando DQ acusa a SP de traición, el escudero asegura que ha sido víctima de enemigos ocultos: «debo yo de tener
encantadores que me persiguen como a hechura y miembro de vuesa merced». Esto es hilarante, pero Cervantes también está
estableciendo los fundamentos para otro episodio simbólico que tiene que ver con el cerebro en relación al combate, es decir, con la
contemplación mental como preparación para amenazas desconocidas. Veamos más de cerca estas amenazas.
¿Cuál es la naturaleza de este conflicto político? Ya hemos visto una alusión al dinero. Nótese que la pobreza del conductor es
también un tema: «quedaré rematado para toda mi vida; que no tengo otra hacienda sino este carro y estas mulas». Considero que
este tema –y el hecho de que DQ sabe lo que él sabe– se refiere aquí a que la política monetaria inflacionaria de Felipe III fue devastadora
para la gente pobre, ahorradores y gente con rentas fijas. La respuesta de DQ contiene un nivel más profundo de significado, relacionado
con la pobreza y el ahorro: «presto verás que trabajaste en vano y que pudieras ahorrar esta diligencia». El lenguaje monetario del
episodio continúa cuando el guardián de los leones insiste a DQ sobre el costo potencial. Dice que si DQ persiste en su desafío, le tendrá
que compensar a él por su salario y sus honorarios: «protesto a este señor que todo el mal y daño que estas bestias hicieren corra y
vaya por su cuenta, con más mis salarios y derechos». De nuevo, DQ no recula: «respondió don Quijote que él sabía lo que hacía».
En este punto, Cide Hamete ofrece la mayor alabanza a DQ que hay en toda la novela. Es un párrafo largo. Francisco Rico incluso
señala cierta hipérbole hebraica: «¡Oh fuerte y sobre todo encarecimiento animoso don Quijote de la Mancha!... ¿Con qué palabras
contaré esta tan espantosa hazaña, o con qué razones la haré creíble a los siglos venideros, o qué alabanzas habrá que no
te convengan y cuadren, aunque sean hipérboles sobre todos los hipérboles?... Tus mismos hechos sean los que te alaben,
valeroso manchego, que yo los dejo aquí en su punto, por faltarme palabras con que encarecerlos». ¿Por qué ahora? ¿Por qué este
episodio en particular lleva a Cide Hamete a producir una alabanza tan excesiva?
Capítulo 18
Diego de Miranda
E
l capítulo dieciocho se centra detenidamente en la vida familiar de Diego de Miranda y contiene un par de poemas de su
hijo Lorenzo. De lo primero que nos damos cuenta es del encabezado del capítulo, que sirve para dos cosas: 1) nos recuerda
la original locura de DQ, refiriéndose a «el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán», lo que sugiere una especie
de punto medio entre la perspectiva del narrador y la de DQ; 2) de nuevo se burla de las críticas de la primera parte de Don Quijote
añadiendo «con otras cosas extravagantes», lo que significa eventos extraordinarios pero también cualquier cosa que pueda distraer
del argumento tradicional.
Tras una breve descripción de la casa de Miranda, que incluye una «cueva», donde se almacena la comida familiar, el capítulo
realiza una breve referencia al asunto de la etnicidad de Dulcinea. Cuando DQ ve grandes jarrones de barro –«tinajas»– de El Toboso,
el caballero recita unos de los versos más famosos de Garcilaso: «Oh dulces prendas, por mi mal halladas, / dulces y alegres cuando
Dios quería». Esto les parecerá a algunos lectores una absurda parodia, pero dado que los versos de Garcilaso defienden a la reina
africana Dido cuando fue abandonada por Eneas, y dado que DQ contempla los jarrones de barro que fueron fabricados por los moriscos
tobeseños, y dado que Felipe III ya había echado a los moriscos de España en los años anteriores a DQ 2, dado todo esto, digo, hay
algo conmovedor en estos versos. Cervantes revela la poesía amorosa de Garcilaso como si tuviera una agenda trans-étnica, y señala la
expulsión de los moriscos como una traición inhumana con graves consecuencias para la economía doméstica de España.
Cervantes continúa burlándose de los lectores superficiales, haciendo que el traductor morisco también evite «frías digresiones».
Y resulta complicado cómo ocurre esto. El narrador cristiano dice que el autor original pintó la casa de Miranda con gran detalle, «pero
al traductor desta historia le pareció pasar estas y otras semejantes menudencias en silencio, porque no venían bien con el
propósito principal de la historia». Por irónico contraste, leemos, también con gran detalle, que SP desviste a DQ y que nuestro loco
hidalgo, entonces, se lava: «se lavó la cabeza y rostro, y todavía se quedó el agua de color de suero». Este último detalle del color
del agua se debe a la compra de Sancho de «sus negros resquesones, que tan blanco pusieron a su amo». Este contraste de colores
sugiere el tema racial de nuevo.
Al mismo tiempo, el tema cambia hacia la poesía y la educación. DQ pregunta sobre la poesía de Lorenzo, y cuando el jovencito
se muestra humilde, nuestro caballero le da el visto bueno: «no hay poeta que sea arrogante y piense de sí que es el mayor poeta
del mundo». Lorenzo es magnánimo hacia otros poetas: «No hay regla sin excepción... y alguno habrá que lo sea y no lo piense».
La respuesta de DQ es cínica: «Pocos». El hidalgo, entonces, exhibe un amplio ingenio, explicando a Lorenzo, quien ha entrado en
una competición poética, que debería luchar por el segundo puesto, ya que el primer premio se dará injustamente, o a una persona
poderosa, o mediante un soborno. Lorenzo se siente intrigado y realiza otro aparte: «Hasta ahora... no os podré yo juzgar por loco».
DQ se lanza ahora en un largo discurso sobre la ciencia de la caballería andante. Hay nuevos temas aquí. Un caballero necesita ser
jurista –«jurisperito»–, con conocimientos de «la justicia distributiva y comutativa», refiriéndose al difícil equilibrio entre derechos
de la comunidad y los relativos al individuo. Resulta interesante que DQ evite la tercera categoría clásica de justicia, es decir, la que
implica las obligaciones del estado hacia sus ciudadanos. También dice que un caballero debe ser un «teólogo» así como un «médico»,
a quien define como «principalmente herbolario». Nótese esta visión relativamente científica de la medicina. Un caballero debe
ser también un «astrólogo» y «ha de saber las matemáticas». DQ cita entonces las virtudes de la fe, esperanza y caridad, así como
prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Se mueve rápidamente entre las virtudes prosaicas y trascendentales. Un caballero debe
saber nadar y herrar caballos. Esto resulta irónico, dado que sabemos que las pezuñas de Rocinante están en estado de putrefacción.
Pero también debe ser fiel a Dios y a su dama, y por encima de todo lo demás, debe defender la verdad incluso aunque le cueste la
vida. Este último comentario suena radical, pero véase la moderación física de DQ. ¿Ha cambiado a nuestro héroe la visita a la casa de
los Miranda?
Lorenzo duda de que haya habido caballeros andantes. De nuevo, DQ parece notablemente tranquilo ante este «error». Dice que va
a «rogar al cielo» por la iluminación de Lorenzo. DQ transforma las acciones de un caballero en algo parecido a una actitud filosófica.
Así, suena conservador en el fondo, ya que expresa una visión cínica del estado actual de las cosas: «triunfan ahora, por pecados de
las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo». Del mismo modo, Lorenzo concluye que DQ está loco, pero reconoce que
todavía puede aprender de él: «Escapado nos ha nuestro huésped... pero, con todo eso, él es loco bizarro, y yo sería mentecato
flojo si así no lo creyese». Nótese la tranquilidad de la escena: «de lo que más se contentó don Quijote fue el maravilloso silencio
que en toda la casa había».
LECCIÓN 40
Los poemas
de Lorenzo
de Miranda
C
ontemplemos ahora a los poemas de Lorenzo. Hay algo autobiográfico en la participación de Lorenzo en una «justa literaria».
Parte de la primera poesía de Cervantes procede de una competición similar, y nada menos que de Zaragoza, en el mismo
sitio de las «justas del arnés» en las que DQ espera participar. Lorenzo presenta su primer poema con humildad: «solo por
ejercitar el ingenio la he hecho». Esto es una forma poética particular: una glosa, en cuyas últimas líneas de las estanzas se hace eco
de las líneas de la estanza inicial, que es una cita de otro poema. El tema aquí es la celeridad del tiempo: tempus fugit en latín. Es más,
la marcha implacable del tiempo significa que la muerte es una gran motivadora: «me da la vida el temor / de lo que será después».
DQ está entusiasmado y sitúa a Lorenzo en una tradición académica de gran poesía, desde Atenas a París y de Bolonia hasta Salamanca.
Lorenzo recita entonces un soneto sobre Píramo y Tisbe, los trágicos amantes que Ovidio hizo famosos. Es una revisión de un soneto
imperialista de Diego Hernando de Acuña, y un bello ejemplo del estilo manierista. Pero también remite a la historia de amor de
Cardenio y Luscinda, y alude a la pared entre las familias de SP y Tomé Cecial. Es más, anticipa la historia de amor de Quiteria y Basilio
en el siguiente capítulo. De hecho, el «tan estrecho estrecho» que el amor se atreve a cruzar –«que amor suele de hecho facilitar la
más difícil cosa»– resume justamente todas las historias de amor en DQ, tal vez más especialmente la de Viedma y Zoraida, quienes
cruzaron el “Estrecho de Gibraltar.” DQ está de nuevo entusiasmado por «el artificio deste soneto».
DQ permanece durante cuatro días en casa de Miranda antes de partir para Zaragoza. Hay un doble significado en la descripción
de la ruta por parte del narrador: «el día de las justas de Zaragoza, que era el de su derecha derrota». La frase «derecha derrota»
significa “camino recto” pero también “derrota legítima”. Se trata de una ironía cristiana: El destino de DQ es, de algún modo, su derrota
triunfante. El narrador también anticipa el futuro episodio de la Cueva de Montesinos y la inminente investigación de los míticos orígenes
Capítulo 19
de los Leones
E
l capítulo diecinueve es un preámbulo filosófico a la boda de Camacho, que se encuentra en los capítulos veinte y veintiuno. La
confusión y los contrastes a lo largo de este capítulo nos llevan a poner atención en los detalles. En el camino, DQ se encuentra
«con dos como clérigos o como estudiantes y dos labradores que sobre cuatro bestias asnales venían caballeros». Esto
se clarificará: Los clérigos son estudiantes, y uno de los labradores, en realidad, resultará tener cierta experiencia legal. Nótese el
contraste entre cada uno de los estudiantes: uno trae «dos espadas negras de esgrima» y el otro una serie de textiles enrollados en
«bocací verde». Esta tela se solía usar para cubrir libros, y el color nos recuerda a Miranda. Nótese también que los labradores llevan
su propia mercancía: «Los labradores traían otras cosas, que daba indicio y señal que venían de alguna villa grande donde las
habían comprado y las llevaban a su aldea». El énfasis de Cervantes en el comercio parece particularmente agudo aquí. ¿Por qué? El
comercio contrarresta la violencia.
Como es habitual, los cuatro hombres están sorprendidos con DQ, quien explica su profesión y se muestra a sí mismo como «el
Caballero de los Leones». Los estudiantes le invitan a una gran boda: «una de las mejores bodas y más ricas que hasta el día de hoy
se habrán celebrado en la Mancha». DQ pregunta si «algún príncipe» se va a casar. No, más bien la boda es entre «un labrador y una
labradora: él, el más rico de toda esta tierra, y ella, la más hermosa que han visto los hombres». Estos son Camacho y Quiteria,
conocidos, por excelencia, como «el rico» y «la hermosa». Nótese los elementos esenciales del deseo femenino y masculino. Camacho
representa lo que las mujeres quieren; Quiteria representa lo que los hombres quieren. Pero aquí está pasando más de lo que aparenta
a simple vista. En el fondo, esta es una de las típicas historias de amor de Cervantes, basadas en el contraste entre dos formas básicas
de estatus social en el siglo XVI español: riqueza y linaje.
De este modo, hay indicios de que Camacho es converso o de origen morisco, y por eso busca el estatus de cristiano viejo en la familia
de Quiteria, quienes, por su parte, buscan riqueza: «algunos curiosos que tienen de memoria los linajes de todo el mundo quieren
decir que el de la hermosa Quiteria se aventaja al de Camacho; pero ya no se mira en esto, que las riquezas son poderosas de
soldar muchas quiebras». Esta idea de ocultar los orígenes raciales se refuerza por el hecho de que la boda se celebrará en un campo
Si Basilio no tiene la riqueza de Camacho, tiene la juventud de su lado. Hay algo fálico en la extensa descripción de la destreza física
de Basilio por parte del estudiante, la cual termina destacando su habilidad en el manejo de la espada: «juega una espada como el
más pintado». Entendiendo la insinuación sexual, DQ se pone del lado de Basilio, y afirma que el chico merece «no solo casarse con
la hermosa Quiteria, sino con la misma reina Ginebra, si fuera hoy viva, a pesar de Lanzarote y de todos aquellos que estorbarlo
quisieren». Nótese que DQ respalda el adulterio y recuérdese que DQ se identifica frecuentemente con Lanzarote. La respuesta de SP
también es sexual –«¡A mi mujer con eso!»–, aunque también se refiere a que desearía que DQ hiciese entender a Teresa su visión liberal
del matrimonio. Aquí y más adelante, hay una confusión relativa a las opiniones de DQ y SP. DQ cambia de opinión repentinamente y
responde a SP con una postura conservadora, argumentando que los padres deberían mantener un grado de «eleción y juridición»
cuando llega el matrimonio. Su ampliamente detallado argumento suena racional. Pero vemos que incluso los momentos de lucidez de
DQ muestran su inestabilidad. Esto no es lo que mantenía en relación a Marcela, por ejemplo. DQ parece ser arrastrado por su ingenio
discursivo, y no por la auténtica lógica de su opinión.
En otra de las maniobras reflexivas de Cervantes, aparece el «nudo gordiano» en el debate sobre el matrimonio que ahora aplica a la
narrativa misma. DQ pide al «licenciado» que continúe con la historia de Basilio. Pero el auténtico narrador parece no saber el estatus
del estudiante, refiriéndose a él como «el estudiante bachiller, o licenciado, como le llamó don Quijote». El estudiante continúa
hablando sobre la reacción de Basilio ante las noticias del plan de Quiteria de casarse con Camacho. Basilio pasa a ser el clásico héroe
romántico, una especie de Heathcliff doscientos años antes de la novela de Emily Brönte Cumbres borrascosas: «anda pensativo y
triste, hablando entre sí mismo... come poco y duerme poco... que no parece sino estatua vestida que el aire le mueve la ropa».
Ahora el estudiante interviene en la disputa entre DQ y SP. Primero, especifica que es licenciado. Luego defiende la aproximación
liberal del lenguaje de SP. Sus palabras recuerdan el mercado de DQ 1.9: «no pueden hablar tan bien los que se crían en las Tenerías
y en Zocodover como los que pasean casi todo el día por el claustro de la Iglesia Mayor, y todos son toledanos». Las palabras
marginales de las tenerías y el mercado son también un eco de La Celestina de Rojas, y tienen también indicios de la picaresca cuando
el estudiante, irónicamente, alardea de su propia educación: «pícome algún tanto de decir mi razón con palabras claras, llanas y
significantes». Ahora, el otro estudiante se enfrenta a su amigo, diciéndole que si hubiera prestado más atención a la retórica que
a la esgrima, se hubiera graduado el primero y no el último. El licenciado responde que el bachiller está equivocado con respecto a
la esgrima. Ahora sabemos los respectivos estatus de los dos estudiantes, y la duda anterior del narrador con respecto a esto ha sido
clarificada por el propio diálogo. Nótese también que el narrador llama repentinamente al bachiller por su nombre, Corchuelo. Esto
sucede sin venir a cuento. El otro estudiante no le llama Corchuelo, y el narrador no da explicaciones sobre esto. Cervantes, aquí, nos
dice algo sobre su propio arte, que envuelve precisión e ilusión de naturalidad, y, a veces, la ilusión de que aparezcan errores.
Cervantes describe el duelo de espadas con belleza cinematográfica. El modo en el que el licenciado se enfrenta al bachiller es
cómico. Corchuelo da varios mandobles «sin número» y ataca «como un león irritado», pero no llega a ningún lado. El licenciado
entonces le toma el pelo, marcando y haciendo trizas sus ropas: «le contó a estocadas todos los botones de una media sotanilla
que traía vestida, haciéndole tiras los faldamentos, como colas de pulpo». En cualquier caso, enhebrando juntas «colas de pulpo»
es una metáfora para el arte de la escritura en la novela picaresca de Cervantes El coloquio de los perros. Después de que el licenciado
quita de un golpe el sombrero de Corchuelo en dos ocasiones, el bachiller se da por vencido. El gesto final de su rendición es, al mismo
tiempo, impresionante y simbólico: «de despecho, cólera y rabia asió la espada por la empuñadura y arrojóla por el aire con tanta
fuerza, que uno de los labradores asistentes, que era escribano, que fue por ella, dio después por testimonio que la alongó
de sí casi tres cuartos de legua». Dada esta demostración de la fuerza de Corchuelo, la moral expresada por el narrador es explícita
y paradójicamente ambivalente, porque favorece la inteligencia sobre la fuerza, pero también la derrota frente a la victoria: «el cual
testimonio sirve y ha servido para que se conozca y vea con toda verdad cómo la fuerza es vencida del arte».
Resulta hilarante que SP sugiera que Corchuelo no debería retar a nadie a un duelo sino más bien a un concurso de lanzamiento.
La respuesta de Corchuelo es que él ha aprendido humildad, lo que clarifica la paradoja anterior del narrador: «Yo me contento... de
haber caído de mi burra y de que me haya mostrado la experiencia la verdad de quien tan lejos estaba». Ahora Corchuelo realiza
un gesto increíble, uno que casi nunca hemos visto en DQ: «Y, levantándose, abrazó al licenciado, y quedaron más amigos que
de antes». Finalmente, leemos otra referencia a las matemáticas cuando el licenciado ofrece otro discurso en defensa del arte de la
esgrima: «con tantas razones demostrativas y con tantas figuras y demostraciones matemáticas, que todos quedaron enterados
de la bondad de la ciencia, y Corchuelo, reducido de su pertinacia». Los últimos dos términos indican que Cervantes se está burlando
de nuevo de la Inquisición, quien “redujo” (suprimió) a sus víctimas de la “pertinacia” (obstinación) de su herejía. La ironía, por supuesto,
es que la Inquisición es una ciencia horrible. Hay mejores maneras de demostrar la verdad moral, como escribir o evitar la violencia.
Nuestros viajeros llegan al lugar de la boda. Llegan de noche, pero todavía hay luz por todos lados. La escena es de «un cielo lleno
de inumerables y resplandecientes estrellas», todo complementado con la música de «diversos instrumentos». Entonces vemos
que «los árboles... a la entrada del pueblo estaban todos llenos de luminarias». Nótese que reinan la alegría y la tranquilidad.
Capítulo 20
de Camacho
«sin tener invidia
ni ser invidiado»
y Quiteria
E
l capítulo veinte describe la primera mitad de la boda de Camacho.
Comienza con la segunda descripción mitológica de la aurora que hay en
DQ 2. La clave aquí es la elevada retórica de DQ, que contrasta con los
ronquidos de SP. Mientras SP duerme, DQ reafirma su fantasía feudal con respecto
a la relación natural entre amo y sirviente. DQ se considera a sí mismo plagado de
preocupaciones mundanas, mientras que su sirviente trabaja en gozo ignorante.
Pero el lector sabe que SP tiene preocupaciones serias y que DQ es, en realidad, un
representante horrible de su estado. El discurso de DQ no solamente es risible sino
también problemático y temático.
Contradiciendo su discurso anterior en defensa de los matrimonios concertados, DQ se muestra, una vez más, interesado en Basilio.
Y ante la posibilidad de una fiesta nupcial, SP cambia también de opinión y apoya a Camacho: «yo soy de parecer que el pobre debe
de contentarse con lo que hallare y no pedir cotufas en el golfo». Y ahora SP suena rotundamente capitalista: «Sobre un buen
cimiento se puede levantar un buen edificio, y el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero». DQ le dice a SP que cierre el
pico, y SP se refiere repentinamente a su contrato con DQ, un contrato del que no tenemos absolutamente ningún conocimiento:
«debiérase acordar de los capítulos de nuestro concierto antes que esta última vez saliésemos de casa: uno dellos fue que me
había de dejar hablar todo aquello que quisiese». Al igual que los lectores, DQ no recuerda este contrato. Volveremos a este tema de
las relaciones entre empleador y empleado en futuros episodios.
En este punto, el narrador nos ofrece una cornucopia de platos diversos preparados para la fiesta nupcial. Sus detalles son hiperbólicos,
una acumulación de imágenes que permite que la fiesta se desarrolle ante los ojos de SP como si fuera un ejercicio retórico excesivo.
Encontramos aquí un gran detalle, que es otra alusión más al tema morisco relacionado con los mismos jarrones de barro de El Toboso
que hicieron que DQ citara a Garcilaso en el capítulo dieciocho: «y seis ollas que alrededor de la hoguera estaban no se habían
hecho en la común turquesa de las demás ollas, porque eran seis medias tinajas que cada una cabía un rastro de carne». Nótese
el contraste entre los jarrones de estilo turco y estilo moro. Todo esto es «tan abundante, que podía sustentar a un ejército». A pesar
de la alusión a la guerra, la magnánima fiesta llevada a cabo por la riqueza local produce paz. Sancho suplica saborear algo, y uno de los
cocineros le ofrece todo lo que pueda comer en una extraña frase de tono legal: «Hermano, este día no es de aquellos sobre quien
tiene juridición la hambre, merced al rico Camacho».
LECCIÓN 44
Interés y Amor
pelean por la
doncella
M
ientras las festividades se realizan antes de la ceremonia, DQ escucha por casualidad una alabanza a Quiteria: «la más
hermosa del mundo». Él, por su puesto, se ofende, pero se guarda sabiamente su objeción para sí mismo: «dijo entre sí:
“Bien parece que estos no han visto a mi Duclinea del Toboso”». Lo que sigue es una representación de una alegoría
que toma forma dentro de una alegoría más extensa de la descripción de Cervantes. Al igual que el duelo de espadas en el capítulo
anterior, el tema contextual es el conflicto violento o la guerra. Entre tantos bailes, el narrador se enfoca en uno que interpreta la
representación de una batalla: «muchas y diversas danzas, entre las cuales venía una de espadas». Un espectador pregunta «si se
había herido alguno de los danzantes», y el director del grupo de danza responde: «Por ahora, bendito sea Dios, no se ha herido
nadie: todos vamos sanos». A continuación, viene una alegoría más formal. Dos grupos de bailarines se ponen uno enfrente del otro,
uno guiado por «Interés» (el dinero) y el otro por «Amor» (la pasión). Esto representa claramente la lucha entre Camacho y Basilio
por el afecto de Quiteria. Cada figura lleva su propio séquito de figuras simbólicas. Con «Interés» (Camacho) vienen «Liberalidad»,
«Dádiva», «Tesoro», y «Posesión pacífica»; con «Amor» (Basilio) vienen «Poesía», «Discresión», «Buen linaje», y «Valentía». Si estos
dos pudieran juntarse, el mundo sería un lugar mejor, ¿o no?
A continuación, aparecen cuatro «salvajes» arrastrando un castillo de madera con una «doncella» dentro, que representa a Quiteria.
Amor e Interés toman su turno recitando poemas que declaran sus respectivos poderes. Resulta interesante que el poema de Amor
alude en dos ocasiones al tema de la cueva que hemos visto en la segunda parte: dice que es un dios poderoso en la tierra, en el aire
y en el mar, pero también «en cuanto el abismo encierra / en su báratro espantoso». “Báratro” es un desfiladero profundo (sima) en
Ática, en el que los griegos tiraban a los condenados a muerte. Cervantes continúa anticipando el próximo episodio sobre la Cueva
de Montesinos. Interés responde ahora que él tiene más poder: «Soy quien puede más que el Amor». También hace una paradójica
referencia al comercio, que es moralmente sospechoso, pero sin el que la vida normal es imposible: «Soy el Interés, en quien / pocos
suelen obrar bien, / y obrar sin mí es milagro».
El capítulo finaliza con otro breve debate entre SP y DQ. SP está ahora completamente a favor de Camacho: «El rey es mi gallo»,
dice, y en dos ocasiones repite, que «a Camacho me atengo». DQ observa que SP suena maquiavélico: «eres villano y de aquellos
que dicen: “¡Viva quien vence!”». SP mantiene su defensa de la riqueza: «Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agüela
mía, que son el tener y el no tener». Hace entonces referencia a El asno de oro de Apuleyo, al igual que en DQ 1: «un asno cubierto de
oro parece mejor que un caballo enalbardado». Finalmente, recuerda la famosa idea de la muerte como gran igualadora, una frase
de Horacio que Cervante usa repetidamente: «con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los
pobres». Hay algo político aquí, y DQ observa que SP suena como un predicador. SP expresa dos ocurrencias finales sobre su sencilla
naturaleza religiosa, las cuales se hacen eco de la pacífica tolerancia del humanismo erasmista: primero, «Bien predica quien bien
vive... y yo no sé otras tologías», y luego «tan gentil temeroso soy yo de Dios como cada hijo de vecino». DQ está impresionado,
y el narrador nos deja con la irónicamente violenta imagen de SP regresando al fiestorro: «Y diciendo esto comenzó de nuevo a dar
asalto a su caldero».
Capítulo 21
la boda de Camacho
E
l capítulo veintiuno relata la segunda mitad de la boda de Camacho. Se abre con una descripción hiperbólica de la novia
Quiteria por parte de SP, que se centra en sus adornos, mediante los cuales trasciende su estatus de campesina: «A buena fe
que no viene vestida de labradora, sino de garrida palaciega». La visión definitiva de SP sobre su belleza incluye una triple
metáfora: «ella es una chapada moza que puede pasar por los bancos de Flandes». La alusión a «los bancos de Flandes» se refiere
a los peligrosos bancos de arena frente a Flandes, a los banqueros de Flandes y a una cama hecha con pino de Flandes. SP se refiere
a que Quiteria puede sobreponerse a las diferentes dificultades del matrimonio y conquistar el corazón de alguien tan rico como los
mercaderes de Flandes. Su comentario sugiere que la historia de amor puede ser una alegoría para las relaciones internacionales, tanto
las religiosas como las militares y las económicas.
En este punto llega Basilio y para la ceremonia. Lleva una provocativa sotana negra con destellos rojizos: «un sayo negro jironado
de carmesí a llamas». También lleva una corona de ciprés fúnebre y sostiene un gran bastón. Parece diabólico, o tal vez condenado.
Sus celos y su fatalidad nos recuerdan a los amantes de la primera parte, como el desafortunado Grisóstomo o el perturbado Cardenio.
Basilio ofrece un dramático discurso en el que alega que como Quiteria se casó con él en secreto, mientras él esté vivo su rival Camacho
no puede casarse con ella. En ese momento, clava su bastón en el suelo y le quita la parte de arriba, mostrando una pequeña espada.
Finalmente, grita «viva el rico Camacho con la ingrata Quiteria largos y felices siglos, y muera, muera el pobre Basilio». Entonces
se tira sobre la espada en un acto de suicidio romántico.
Con Basilio en los últimos estertores de la muerte, el cura se apresura a darle la extremaunción, pero él se niega salvo que Quiteria
le conceda un último deseo: «en ninguna manera se confesaría si primero Quiteria no le daba la mano de ser su esposa». Al
principio Quiteria está catatónica, impasible como en una obra de arte: «más dura que un mármol y más sesga que una estatua».
Pero, ante la insistencia de DQ, así como del cura y de la muchedumbre, ella acepta. Incluso Camacho le da la bendición. El motivo es
que si Basilio muere antes de confesarse, será condenado al infierno: «dando muestras de morir como gentil, y no como cristiano».
Pero tan pronto como son declarados marido y mujer, Basilio salta sobre sus pies y saca la espada de su cuerpo. Ante esto, la multitud
está atónita y proclama un milagro –«¡Milagro, milagro!»–, pero Basilio rechaza el impulso metafísico de la muchedumbre y afirma
Aprendemos ahora que Basilio fingió su muerte, dirigiendo la espada hacia un tubo vacío de metal llenado con sangre. En cualquier
caso, veremos otros cuantos bastones misteriosos en futuros episodios (cf. Sancho gobernador de Barataria y Altisidora). Cuando se
revela que el «casamiento» entre Basilio y Quiteria ha sido «engañoso», la boda corre el riesgo de convertirse en una guerra civil entre
bandas rivales. Esto nos recuerda las recientes batallas entre DQ y el Caballero de los Espejos y entre Corchuelo y el licenciado, así como
la alegoría de la lucha entre Amor e Interés. Los partidarios de Camacho y los de Basilio se enfrentan: «Camacho y sus valedores...
remitieron su venganza a las manos, y desenvainando muchas espadas arremetieron a Basilio, en cuyo favor en un instante se
desenvainaron casi otras tantas». DQ inmediatamente se monta sobre Rocinante y blande su lanza a favor del clan de Basilio. Mientras
tanto, SP se esconde detrás de las enormes vasijas de barro cuyo contenido ha estado comiendo: «se acogió a las tinajas donde había
sacado su agradable espuma, pareciéndole aquel lugar como sagrado, que había de ser tenido en respeto». Nótese el poder
sagrado de las jarras producidas por los moriscos de El Toboso.
DQ llama a la calma. Señala que todo vale en el amor y en la guerra, incluso dibuja una clásica equivalencia entre ambos: «advertid
que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar de ardides y estratagemas
para vencer al enemigo, así en las contiendas y competencias amorosas». Finalmente, desafía a cualquiera que quiera oponerse al
matrimonio entre Basilio y Quiteria: «primero ha de pasar por la punta desta lanza». El cura también razona con el clan de Camacho,
hasta tal punto que es ahora cuando sucede el auténtico milagro: «quedó Camacho y los de su parcialidad pacíficos y sosegados, en
señal de lo cual volvieron las espadas a sus lugares».
Cuando los seguidores de Basilio regresan a su pueblo, invitan a DQ, «estimándole por hombre de valor y de pelo en pecho».
Solo SP está consternado. La descripción del narrador de la tristeza del escudero es una sofisticada alusión al éxodo de Egipto de los
judíos, cuando escaparon de la esclavitud durante el reinado del Faraón: «y así se dejó atrás las ollas de Egipto, aunque las llevaba
en el alma». Esto crea un paralelo irónico entre la nación judía del Antiguo Testamento y SP, quien normalmente es un cristiano viejo
orgulloso de su pureza religiosa.
DQ ofrece entonces un sabio, si bien paradójico, consejo sobre cómo evitar los celos: «opinión fue de no sé qué sabio que no había
en todo el mundo sino una sola mujer buena, y daba por consejo que cada uno pensase y creyese que aquella sola buena era la
suya, y así viviría contento». Incluso dice que, a fin de sostener este espejismo, una mujer debe mantener su comportamiento adúltero
en privado: «mucho más dañan a las honras de las mujeres las desenvolturas y libertades públicas que las maldades secretas»
(cf. Zayas). SP balbucea para sí mismo que su amo es un listillo: «¡Válate el diablo por caballero andante, que tantas cosas sabes!».
Cuando DQ le pregunta qué acaba de decir, SP asegura que simplemente estaba hablando de su esposa: «solo estaba diciendo entre
mí que quisiera haber oído lo que vuesa merced aquí ha dicho antes que me casara». Por un lado, este es un moderno y divertido
intercambio en el que SP evita la responsabilidad de su insulto intentando distraer a DQ. Por otro lado, la insinuación es que Teresa le ha
sido infiel a SP. DQ confirma esta última idea: «¿Tan mala es tu Teresa?». SP entonces confiesa: «no es tan buena como yo quisiera».
WOW. ¿Son los hijos de SP en realidad suyos?
DQ está atado a una larga cuerda, un cordón umbilical, y es bajado hacia el abismo. Indicando la ansiedad sobre los orígenes de
España, DQ cita de una balada sobre el sitio de Granada durante la Reconquista: «tal empresa como aquesta, Sancho amigo, para
mí estaba guardada». También realiza un curioso comentario sobre haber olvidado traer «algún esquilón pequeño» para marcar su
posición. Recuerda la campana de la «cabra manchada» de Eugenio en DQ 1.50. Cervantes construye el suspenso magníficamente. DQ
evoca a Dios y a Dulcinea según se aproxima a «el abismo», «la sima», «la boca de la cueva», y de pronto llegan volando «cuervos y
grajos» y «aves noturnas, como fueron murciélagos». El descenso es tanto escalofriante como hilarante, como una escena sacada de
un cuento de Poe. El primo y SP bajan a DQ usando una cuerda entera, «cien brazas de soga» o unos 170 metros. Esperan media hora
y lo sacan. Extrañamente, no sienten que DQ esté al final de la cuerda: «volvieron a recoger la soga con mucha facilidad y sin peso
alguno, señal que les hizo imaginar que don Quijote se quedaba dentro». Pero entonces, «llegando, a su parecer, a poco más
de las ochenta brazas, sintieron peso». Si calculáis, veinte «brazas» eran simplemente la distensión de la cuerda, y DQ debía haber
tocado el fondo de la cueva con ochenta «brazas».
Finalmente, a las diez «brazas» o diecisiete metros, SP ve a DQ y le grita hacia abajo: «Sea vuestra merced muy bien vuelto, señor
mío, que ya pensábamos que se quedaba allá». Con mucha gracia, sin embargo, cuando lo sacan, DQ está durmiendo: «traía cerrados
los ojos, con muestras de estar dormido» y les lleva cierto tiempo despertarlo. Extienden entonces la tela multicolor de la montura
del primo «sobre la verde yerba» y se dan una comilona: «merendaron y cenaron todo junto». Las comidas son significativas en DQ,
especialmente la siguiente, tan cercana al banquete de la fallida boda de Camacho. Doblan de nuevo la tela de la montura y se sientan
en la hierba a discutir sobre lo sucedido. Nótese la insistencia de DQ en que la Cueva de Montesinos no es un «infierno». Esto sugiere
que el episodio alude al rechazo protestante de la existencia del Purgatorio (cf. Sullivan sobre DQ y Greenblatt sobre Hamlet).
LECCIÓN 48
La gran aventura en la
Capítulo 23
cueva de Montesinos
E
n el capítulo veintitrés, DQ relata qué vio en la Cueva de Montesinos. A «doce o catorce estados de la profundidad desta
mazmorra», encontró un saliente que hacía de entrada. Nótese que DQ, con su preferencia por «estados», ha aumentado
ligeramente la longitud de las «brazas» utilizadas por el narrador. Cervantes juega con nosotros, pero esto también indica
que hay un problema. Si DQ solo descendió como veinte metros, esto deja unos 140 metros de cuerda sin explicación. ¿Entró DQ por
la abertura y se quedó dormido? ¿O se cayó del saliente y acabó mucho más abajo dentro de la cueva? ¿Hay acaso otras explicaciones?
Como nuestros orígenes, tal vez nuestro cordón umbilical siempre es un misterio.
Aquí DQ crea una paradoja. Dice que se quedó dormido pero que todo lo que vió inmediatamente después era real. Después
de despertarse en un locus amoenus, comprueba repetidamente para asegurarse que no está soñando: «me tenté la cabeza y los
pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento,
los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora». ¿Es esta prueba
suficiente? En este punto, DQ ve una de esas estructuras bivalentes asociadas con Dulcinea: «un real y suntuoso palacio o alcázar».
Conoce entonces a Montesinos, un hombre viejo con larga barba blanca y vestido como un erudito. Montesinos le dice a DQ cómo han
llegado todos los habitantes de la cueva hasta allí. Todos han sido hechizados por el malvado mago Merlín: «aquel francés encantador
que dicen que fue hijo del diablo». Puedo creermelo.
Una vez más, la fantasía caballeresca de DQ se centra en la Batalla de Roncesvalles. Aquí Cervantes ensambla la historia de Montesinos
con los antiguos poemas épicos franceses y con los romances tardomedievales españoles. Mientras estaba tirado, muriéndose tras la
batalla, su primo, Durandarte, cuyo nombre era originalmente el de la espada de Roldán, le prometió a Montesinos sacar su corazón con
una daga y llevárselo a su amada Belerma. Pero ahora, bajo el hechizo de Merlín en la cueva, Montesinos y Belerma lloran la perpetua
animación suspendida de Durandarte, quien se encuentra en medio de un palacio de cristal y suplica constantemente a su primo que le
lleve su corazón a su amada. Montesinos lleva a DQ a ver a Durandarte, quien parece estar impasible ante cualquier tipo de presencia.
La experimentación de Cervantes en cuanto a los géneros literarios incorpora finalmente la caballería fantástica a la parodia moderna
de la clásica metamorfosis ovidiana. Nótese también el mise-en-abyme de todo esto: más allá de Cervantes, del narrador cristiano, del
traductor y Cide Hamete, aquí DQ narra una visión en la que Montesinos narra la historia de Durandarte. Montesinos explica que entre
los dolientes de Durandarte en la cueva estuvieron una vez su escudero Guadiana junto con doña Ruidera y las hijas y sobrinas de ésta.
Pero Merlín los transformó en el río Guadiana y los Lagos de Ruidera. Finalmente, cuando Montesinos le dice a Durandarte que el gran
héroe DQ ha llegado para romper el hechizo bajo el que se encuentran, su primo suspira y responde con un hilarante y prosáico término
usado por los jugadores de cartas: «cuando así no sea, ¡oh, primo!, digo, paciencia y barajar».
Otro aspecto cómico del episodio se ve en las connotaciones freudianas de los detalles del sueño de DQ. El rosario de Montesinos
recuerda al de DQ en Sierra Morena; la mano de Durandarte es similar a la de DQ en la primera parte, cuando se la ofreció a Maritornes;
el hecho de que Durandarte sea el primo de Montesinos señala al primo innombrado que escucha con SP. Igualmente, una ansiedad
general sobre los turcos es visible en las ropas que visten Belerma y su séquito: «todas vestidas de luto, con turbantes blancos
sobre las cabezas, al modo turquesco». DQ describe a Belerma como, en cierto modo, fea, recordando a la Dulcinea realista que
le dejó conmocionado en DQ 2.10: «era cejijunta, y la nariz algo chata», y sus dientes «mostraban ser ralos y no bien puestos».
Tenemos aquí otro contraste cómico que conlleva implicaciones freudianas para nuestra interpretación de la cueva como canal de
parto. Montesinos le dice a DQ que el estado decadente de Belerma no se debe a su ciclo menstrual, que no lo ha tenido por muchos
años, sino más bien por el constante lamento por Durandarte.
Pero nótese ahora cómo DQ insiste en la realidad. El tema de santo Tomás reaparece: «lo que he contado lo vi por mis propios
ojos y lo toqué con mis mismas manos». DQ dice que había «otras infinitas cosas y maravillas me mostró Montesinos», pero ahora
llega la parte más increíble de la aventura. De pronto, ve «tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y
brincando como cabras». La referencia es a las Tres Gracias, pero, por supuesto, resultan ser Dulcinea y las dos mujeres que SP y DQ
vieron en DQ 2.10. El inconsciente de DQ revela finalmente su verdadera preocupación. Montesinos insiste en que esas mujeres deben
ser otros espíritus encantados, añadiendo que él incluso ha llegado a ver a Lanzarote ahí abajo. Recuérdese que DQ se ha identificado
a menudo con Lanzarote.
DQ está asombrado por las necesidades mundanas de los hechizados: «¿Es posible, señor Montesinos, que los encantados
principales padecen necesidad?». Lo que sigue se hace eco de los debates morales del momento sobre los instrumentos financieros,
especialmente los relativos a la caridad versus el lucro y a los motivos por los que uno debería prestar dinero con intereses. Montesinos
insiste en que la petición de Dulcinea es real: «esta que llaman necesidad adondequiera se usa y por todo se estiende y a todos
alcanza, y aun hasta los encantados no perdona; y pues la señora Dulcinea del Toboso envía a pedir esos seis reales, y la prenda
es buena, según parece, no hay sino dárselos». DQ no aceptará su aval, pero todavía le da a la doncella de Dulcinea cuatro reales,
que es todo lo que tiene, «que fueron los que tú, Sancho, me diste el otro día para dar limosna a los pobres que topase por los
caminos». DQ insiste en que desearía ser banquero para poder darle más: «Decid, amiga mía, a vuesa señora que a mí me pesa en el
alma de sus trabajos, y que quisiera ser un Fúcar para remediarlos». Todo esto alude a las reiteradas bancarrotas de España en ese
momento, pero también es una meditación importante en la relación temática entre el comercio y el encantamiento.
DQ ahora dice que se dedicará a desencantar a Dulcinea. SP está en shock y se pone agresivo con su amo: «¡Oh señor, señor, por
quien Dios es, que vuestra merced mire por sí vuelva por su honra, y no dé crédito a esas vaciedades que le tienen menguado
y descabalado el sentido!». DQ confía en que, con el tiempo, SP aceptará la verdad sobre lo que ha visto en la Cueva de Montesinos.
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