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GENÉTICA Y EVOLUCIÓN
Ambas sustancias químicas están compuestas por cuatro unidades distintas llamadas
“nucleótidos”. Cada nucleótido está formado por una base nitrogenada que son de dos
tipos: purinas y pirimidinas. Las dos pirimidinas más frecuentes en el DNA son la
citosina (C) y la timina (T); y las dos purinas más frecuentes son la adenina (A) y la
guanina (G). El RNA generalmente contiene uracilo (U) en lugar de timina.
Estas bases pueden ser consideradas, metafóricamente, como las letras de un alfabeto
genético. Cada tres bases consecutivas constituyen un triplete, que cabe entender como
una palabra, y los genes como frases genéticas. De este modo, la dotación genética de
un organismo puede ser vista como un “libro” formado por frases genéticas.
Las cuatro bases: A, T, C, G, son las únicas que se encuentran generalmente en el DNA,
aunque a veces aparecen otras bases con ligeras diferencias químicas en algunas
bacterias y bacteriófagos. Esta casi universalidad de las cuatro bases sugiere que la
estructura actual del DNA puede haber evolucionado una sola vez. Lo cual significa que
la evolución de los organismos se ha producido por la formación de secuencias nuevas
de las bases, y no por sustitución de bases por otras de distinta composición química.
En los seres humanos, como en otros animales y plantas, una fracción del DNA
(aproximadamente el 10% en los humanos) codifica la síntesis de proteínas: son los
llamados genes estructurales. El resto del DNA está implicado en otras diversas
funciones como regular la expresión del DNA, separar unos genes de otros, etc. Sin
embargo, parte del DNA parece no tener función ninguna, incluyendo los residuos de
genes que pudieron haber sido anteriormente funcionales y han dejado de serlo, o los
fragmentos de DNA insertados por los virus y otros mecanismos que no cumplen tarea
alguna en el organismo receptor.
En los genes estructurales, las unidades básicas de información son los “tripletes” o
“codones” (grupos de tres bases consecutivas) porque codifican aminoácidos. Aunque
existen 64 combinaciones posibles de cuatro bases tomadas de tres en tres, sólo se dan
21 diferentes unidades de información genética.
Ahora, gracias a la genética molecular, sabemos que la relación entre genotipo (es decir,
la composición genética del organismo) y fenotipo (la configuración y apariencia del
organismo) es unidireccional. El fenotipo está determinado por las interacciones entre
los productos génicos y el ambiente, pero no existe ningún mecanismo por el que el
proceso pueda ser el inverso. Las modificaciones fenotípicas que resultan del uso y
desuso, o de otras interacciones entre un organismo y su ambiente, no cambian la
información hereditaria contenida en el DNA. La evolución de los organismos depende
de los cambios en el DNA, cambios que se originan a través de los procesos de
mutación genética y cambio cromosómico.
Una mutación dada aparece primero en una sola célula de un organismo, pero se
transmite a todas las células descendientes. Sin embargo, las únicas mutaciones que
tienen consecuencias en la evolución son las que tienen lugar en las células
reproductivas (gametos) y se transmiten a la descendencia.
a) Mutaciones génicas
Tienen lugar cuando la secuencia de nucleótidos del DNA queda alterada de manera que
la transmitida a la descendencia difiere de la parental. El cambio puede deberse a:
La sustitución de un nucleótido o unos pocos por otro en la secuencia del
DNA que puede dar lugar a cambios en las secuencias de aminoácidos de la
proteína, pero no siempre es así y además puede no tener consecuencias.
Inserción o sustracción (delección) de uno o varios nucleótidos supone a
menudo que aparece una secuencia notablemente alterada de aminoácidos en la
proteína codificada. Esto se debe a que la adición o sustracción de uno o dos
nucleótidos cambia la “pauta de lectura” de la secuencia a partir del punto en que se
insertan o remueven los nucleótidos. Por ejemplo, si un segmento de ADN se lee
como CAT-CAT-CAT-CAT-CAT…Si un nucleótido, digamos un T, es insertado
después de la C del primer triplete, el segmento se leerá entonces como CTA- TCA-
TCA-TCA-TCA… Desde el punto de inserción en adelante, la secuencia de
aminoácidos codificados se ve por completo alterada.
A menudo, los efectos deletéreos o no de una mutación dependen de condiciones
ambientales particulares. Un ejemplo es el de la hemofilia. Si se les provee con los
coagulantes que son incapaces de sintetizar ellos mismos, los hemofílicos pueden
llevar una vida esencialmente normal.
Las mutaciones nuevas tienen mayor probabilidad de ser perjudiciales que beneficiosas
para los organismos. Esto se debe a que las mutaciones son acontecimientos aleatorios
con respecto a la adaptación.
Pero sucede que las variantes genéticas presentes en una población han sido ya objeto
de la selección natural. Están presentes en la población porque mejoran la adaptación de
sus portadores, mientras que los mutantes que son perjudiciales han sido eliminados por
la selección natural.
De forma muy ocasional, una nueva mutación puede incrementar la adaptación del
organismo: la probabilidad de que tal cosa ocurra es mayor cuando el organismo
coloniza un nuevo territorio o cuando algunos cambios ambientales importantes
enfrentan a la población a nuevos retos.
Aunque las tasas de mutación son bajas si se considera cada gen individualmente, el
hecho de que haya muchos genes en cada individuo y muchos individuos en cada
especie hace que el número total de mutantes sea elevado. Si consideramos
simultáneamente todos los genes del organismo, es claro que la incidencia de
mutaciones en las especies es grande. Existen, al menos, 30.000 genes en un humano o
en cualquier otro mamífero. Si una mutación concreta aparece en 1000 individuos de
una especie dada, y hay 30.000 genes en cada individuo, se sigue que en cada
generación surgen 30 millones de mutaciones nuevas por especie.
No es sorprendente, pues, observar que cuando aparecen nuevos retos ambientales las
especies sean capaces de adaptarse a ellos y evolucionar en consecuencia. Así, más de
200 especies de insectos y roedores adquirieron resistencia al pesticida DDT como
consecuencia de su uso intensivo en varias partes del mundo. De manera similar,
muchas especies de polillas y mariposas de regiones industrializadas han evolucionado,
pasando de tener alas claras a tenerlas oscuras, como respuesta a la contaminación
ambiental (melanismo industrial).
c) Mutaciones cromosómicas.
El DNA, que es el material hereditario, está contenido en los cromosomas, unas
estructuras microscópicas alargadas que existen en el núcleo de las células. Los
cromosomas se presentan por pares, con un miembro de cada par heredado del padre y
otro de la madre.
Cada célula de un organismo y todos los individuos de la misma especie tienen, por
regla general, el mismo número de cromosomas. Aunque los gametos o células
reproductivas son una excepción: tienen sólo la mitad de cromosomas que el resto de las
células del cuerpo, uno de cada par.
- Las delecciones son frecuentemente letales debido que faltan genes esenciales para el
organismo. Pero pueden no serlo si los genes deleccionados se han duplicado
previamente y su función todavía puede ser llevada a cabo por los genes restantes, o
cuando los genes deleccionados ya no son esenciales para el organismo.
- Las duplicaciones del material genético juegan un papel más importante. Estas
duplicaciones van seguidas de una divergencia del DNA duplicado hacia el desempeño
de diferentes funciones.
En años recientes se ha descubierto que muchas secuencias del DNA se han originado
por duplicación, seguida en algunos casos, pero no en otros, por la divergencia
5 Rafel Rosselló Comas
Hominización Cáp.3
evolutiva de las secuencias duplicadas. Por supuesto, si las secuencias de DNA han
divergido sustancialmente ya no es posible identificarlas como originalmente idénticas.
Aunque las duplicaciones génicas puedan no ser acontecimientos raros en la escala del
tiempo evolutivo, tampoco es normal que ocurran muy frecuentemente.
El acervo genético es la suma de todos los genes y combinaciones de genes que tienen
lugar en un grupo de organismos de la misma especie (esto es, una población), o en la
especie total. El acervo genético puede ser descrito determinando las frecuencias de
cada una de las variantes genéticas diferentes que existen en una población o especie.
Consideremos, por ejemplo, un gen como el que determina los grupos sanguíneos M en
humanos. Una forma del gen determina el grupo M, mientras que la otra determina el
grupo N. Las diferentes formas en que un gen dado puede existir se llaman alelos; por lo
tanto N y M son dos alelos, es decir, dos formas posibles de un mismo gen.
La razón por la que no puede haber selección natural sin variación hereditaria pude ser
fácilmente entendida en términos de acervo genético. Supongamos, por ejemplo, que no
6 Rafel Rosselló Comas
Hominización Cáp.3
hay variación alguna en el gen que determina los grupos sanguíneos MN, sino que sólo
existe el alelo M en todos los individuos. No podría haber selección con respecto a este
gen, puesto que no hay posibilidad de que un alelo se transmita más eficazmente a la
descendencia que el otro. En cambio, en las poblaciones en que están presentes ambos
alelos, M y N, sí que puede haber selección natural: la frecuencia de un alelo puede así
aumentar y la del otro disminuir de una generación a otra.
a) La mutación.
Cambia las frecuencias génicas muy lentamente, debido a que las tasas de mutación son
bajas. Si consideramos un alelo A que se convierte en B por mutación a una tasa de 1
por 100 mil: entonces en cada generación, una cienmilésima de todos los alelos A se
convierten en alelos B por mutación.
Los animales emigran de una localidad a otra, y el polen y las semillas de las plantas los
transportan el viento y los animales. La migración en el sentido genético implica que los
organismos (o sus gametos o semillas) que van de un lugar a otro se entrecruzan con los
individuos de la población a la que llegan. La migración así entendida se llama flujo
genético, porque implica la mezcla de los genes de poblaciones diferentes.
El flujo genético no cambia de por sí las frecuencias génicas de la especie como una
totalidad. Lo que cambian son las frecuencias génicas en una localidad dada, si sucede
que las frecuencias de los emigrantes y de los residentes no son iguales. En general,
cuanto mayor sea la diferencia en frecuencias alélicas entre los individuos residentes y
los inmigrantes, y cuanto mayor sea el número de inmigrantes, mayor será el efecto de
la migración al cambiar la consideración genética de la población residente.
c) Deriva genética.
Las frecuencias génicas pueden cambiar también por razones puramente aleatorias, lo
que se llama deriva genética. Debido a que cualquier población consta de un número
finito de individuos, la frecuencia de un gen puede variar de una generación a otra a
consecuencia del proceso llamado de “error de muestreo”.
Los efectos de la deriva genética son normalmente pequeños de una generación a otra,
pero al transcurrir muchas generaciones pueden ser importantes. Si no hubiera otros
procesos de cambio evolutivo (selección natural, mutación) las poblaciones llegarían
finalmente a tener un solo alelo de cada gen. La razón de ese hecho estriba en que
pronto o tarde uno de los dos alelos será eliminado por la deriva sin que haya la
posibilidad de que reaparezca por mutación o migración. Pero debido a la mutación los
alelos desaparecidos de una población pueden reaparecer de nuevo, y por causa de la
selección natural la deriva genética no tiene consecuencias importantes en la evolución
de las especies excepto en aquellas que constan de poquísimos individuos.
Una situación extrema en que la deriva genética puede tener importantes consecuencias
evolutivas se da cuando se establece una población en, por ejemplo, una isla o un lago a
partir de muy pocos individuos, fenómeno denominado “efecto fundador”.
Unas variaciones fortuitas en las frecuencias alélicas similares a las debidas al efecto
fundador tienen lugar cuando las poblaciones pasan a través de lo que se llama un cuello
de botella: disminución drástica de los individuos durante un determinado tiempo.
d) Selección natural.
Los genes que favorecen la eficacia reproductora son aquellos que facilitan la
percepción del ambiente (como los sentidos corporales), conseguir y procesar
8 Rafel Rosselló Comas
Hominización Cáp.3
El parámetro usado para medir los efectos de la selección natural es la eficacia biológica
o simplemente “eficacia” (fitness), que puede ser expresada como un valor absoluto o
como un valor relativo consideremos una población en la que existen 3 genotipos:
AA, AB y BB. Asumamos que en promedio cada individuo AA y cada AB produce un
descendiente, pero que cada individuo BB produce dos. El número promedio de
progenie dejado por cada genotipo sirve de medida acerca de la eficacia absoluta de ese
genotipo, y mediante él podemos calcular los cambios en frecuencia génica que
ocurrirán a través de las generaciones. Pero es matemáticamente más conveniente hacer
los cálculos usando valores relativos, en vez de absolutos, de eficacia. La eficacia
relativa se representa con la letra W. Usualmente se asigna el valor de 1 al genotipo con
la eficiencia reproductiva más alta y se calculan las otras eficacias relativas en forma de
proporción. Así, la eficacia relativa del genotipo BB será W = 1 y la de cada uno de los
otros dos genotipos será W = 0,5.
Supongamos que los homocigóticos BB tienen menor eficacia que los otros dos
genotipos, AA y AB. Si los individuos BB dejan menos descendientes que los otros, la
frecuencia del alelo B se reducirá gradualmente hasta ser eliminado. El ritmo de
eliminación es más rápido cuando el coeficiente de selección es total, es decir, cuando
los individuos BB no dejan ningún descendiente.
Cuanto más estrecha sea la relación de parentesco entre los beneficiarios y el altruista, y
más grande el número de beneficiarios, más altos son el riesgo y esfuerzo que el
altruista puede invertir y, al final, salir beneficiado.
Aunque las especies se identifican de manera general por su apariencia, hay algo
fundamental y de gran significado biológico bajo esa similitud de apariencia los
individuos de una especie son capaces de cruzarse entre sí, pero no pueden
entrecruzarse con individuos de otras especies. Esta definición es conocida como “el
concepto biológico de especie”.
proceso es gradual, y por ello no hay un momento particular en el que sea posible
decir que las dos poblaciones se han convertido en dos especies diferentes.
Los evolucionistas utilizan un criterio práctico para definir las especies en el caso de
organismos descendientes unos de otros. Se consideran miembros de especies diferentes
aquellos organismos de distintas épocas que difieren morfológicamente entre si tanto
como difieren los organismos contemporáneos clasificados en especies distintas. Los
evolucionistas llaman “cronoespecies” a las especies que tienen nombres distintos pero
que son una descendiente de la otra.
Estas dos teorías no son necesariamente incompatibles, sino que pueden integrarse en
una teoría más general. Los procesos identificados por las dos teorías pueden ser vistos
como dos etapas diferentes en el proceso de especiación. La primera etapa se inicia
cuando el flujo genético entre dos poblaciones se ve interrumpido por alguna
circunstancia: aislamiento geográfico (separación espacial en diferentes valles,
montañas, lagos, ríos, etc.) cambio genético que afecta a parte de los individuos que
viven en el mismo territorio.
La ausencia de flujo genético hace posible que las dos poblaciones se diferencien
genéticamente como consecuencia de la adaptación a distintas condiciones locales y de
la deriva genética. Si estas circunstancias persisten durante mucho tiempo, las dos
poblaciones llegaran a convertirse en dos especies distintas.
13 Rafel Rosselló Comas
Hominización Cáp.3
Tanto en animales como en plantas es muy común, sin embargo, que se presenten más
tarde oportunidades para que vuelva a producirse la hibridación entre poblaciones que
anteriormente habían estado geográficamente aisladas. Cuando esa nueva hibridación
tiene lugar, se dan dos resultados posibles:
√ Que los híbridos manifiesten poca reducción de su eficacia biológica o
ninguna, de manera que haya libre intercambio genético y las dos poblaciones se
integren otra vez en un acervo genético único.
√ Que la reducción en la adecuación de los híbridos sea suficiente para que
la selección natural favorezca la evolución de mecanismos de aislamiento que
impidan por completo el intercambio genético entre las poblaciones, con lo cual se
producirán especies diferentes.
La evolución de los organismos consta de dos procesos distintos y relacionados entre sí:
La a n a gén esis (o “evolu ción lin ea l, filét ica o filogen ét ica ”) hace
referencia a los cambios que tienen lugar dentro de un linaje a través del tiempo.
Ejemplos son los cambios morfológicos, bioquímicos y conductuales habidos en la
evolución humana durante los últimos 3 millones de años, tales como, la duplicación
del tamaño del cerebro, el aumento de estatura, la transformación de la pelvis.
La cla dogén esis (o “evolu ción diver gen t e o diver sifica da ”) hace referencia
a la diversificación o multiplicación de linajes. Por ejemplo, la diversificación de los
linajes que llevan al hombre, el chimpancé y el gorila, a partir de un linaje único que
existió entre 8 y 10 millones de años atrás. Su representación se realiza mediante
cladogramas.
La evolución de los seres vivos puede ser representada como un árbol con ramas que
se van dividiendo a medida que se alejan de la base del tronco. La base del tronco
representa la especie ancestral común a todas las del árbol, y la ascensión hacia la
copa representa el paso del tiempo. Tales árboles se denominan “dendogramas”,
“árboles filogenéticos” o “filogenias”.
En los últimos años, los avances de la biología molecular han permitido el estudio
comparativo del DNA o las proteínas. Estudiando un gen particular se puede observar,
por ejemplo, que el número de nucleótidos que difieren entre el hombre y el orangután
son el doble que el número de los que diferencian al hombre del chimpancé.
La determinación del tiempo histórico en que ocurrió un acontecimiento evolutivo en
particular depende de que la evolución molecular ocurra con regularidad, lo que se
conoce como la teoría del reloj molecular. Se trata de un reloj estocástico, en el que la
probabilidad de cambio es constante, pero los cambios no lo son con exactitud. Estos
relojes tienen propiedades matemáticas precisas, de manera que es posible determinar el
error probable de cualquier estimación del momento en que ocurrió un acontecimiento.
El DNA y las proteínas nos dan, en cualquier caso, los datos más fiables sobre el tiempo
preciso en que ocurrieron ciertos fenómenos del pasado, particularmente cuando los
restos fósiles no existen o son insuficientes.
Hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX, el biólogo francés Juan Bautista de
Lamarck intentó buscar una explicación a la jerarquía basada en semejanzas. Según
Lamarck se trata de una consecuencia de la evolución, que implica la transición gradual
de unos organismos a otros. Sin embargo, su teoría era errónea.
Sarich y Wilson sostuvieron que la tasa de cambio es rápida, y propusieron una fecha de
4/5 millones de años para la separación de las ramas evolutivas de los dos últimos
linajes de hominoideos que divergen: chimpancés y humanos. Goodman, por el
contrario, mantuvo durante un cierto tiempo que la tasa de evolución molecular es lenta
tanto para los hominoideos como para los monos del Viejo Mundo. (Tanto los trabajos
de Goodman, como los de Sarich y Wilson se basaban en una comparación de proteínas
y aminoácidos).
- Pero la organización del material genético depende de las secuencias del DNA, y
pueden existir diferencias en las bases nitrogenadas que no se reflejen en la estructura
de las proteínas. De ahí que un segundo tipo de trabajos, los que abordan directamente
la comparación entre el DNA, supongan, un nivel de discriminación superior.
Sin embargo, tanto las técnicas que comparan proteínas, como las técnicas que toman en
cuenta secuencias de nucleótidos, se enfrentan con la necesidad de calibración referida
anteriormente. En ausencia de una tasa de cambio, las distancias genéticas no pueden
ser traducidas en fechas absolutas de separación de los linajes.
Entonces, ¿de dónde puede salir ese dato externo útil para calibrar? Sale del registro
fósil. Si se conoce con exactitud la edad de un episodio evolutivo y se sabe también que
cambios en los DNA de dos especies se han producido desde entonces, se tiene bien
establecida la calibración que se buscaba. Pero como han sugerido muchos autores,
como Phillip Tobias, eso supone un argumento circular deducimos las fechas
correspondientes al registro fósil basándonos en parámetros temporales obtenidos del
propio registro fósil, por lo cual no resulta raro que las fechas obtenidas varíen hasta
más allá de los límites razonables. Tobias realiza una comparación entre las diferentes
fechas obtenidas para la divergencia entre chimpancés y seres humanos mediante
distintos tipos de calibración y los resultados son concluyentes: las fechas propuestas
varían desde los 2,3 a los 9,2 millones de años.
- Los dos tipos de análisis bioquímicos vistos (el que realiza las comparaciones entre
proteínas del suero sanguíneo y el que lo hace al nivel molecular) pueden completarse
con los que comparan a un rango más elevado: el de los cromosomas. Desde el primer
trabajo en este sentido de Chiarelli, han sido muchos los autores que han relacionado la
evolución de los primates con las modificaciones cromosómicas.
Por lo que hace al proceso de separación mutua entre gorilas, chimpancés y humanos,
Chaline lo ha estudiado mediante la identificación de siete mutaciones cromosómicas y
de once cromosomas comunes, no mutados, presentes en los simios superiores africanos
y los humanos que existen hoy. La conclusión que de ello saca es la de una separación
casi simultánea de los linajes de los gorilas, chimpancés y humanos (tricotomía).
La revisión hecha por Ruvolo de los datos acerca de las secuencias de DNA disponibles
se muestra a favor de una idea alternativa a la de la tricotomía. Ruvolo apoya una
secuencia evolutiva con separación primera del clado gorila frente al compuesto por
chimpancé + humano. Eso quiere decir que, desde el punto de vista de las pruebas
moleculares, los chimpancés constituyen el grupo hermano del linaje que conduce a los
seres humanos actuales (son nuestros parientes más cercanos).
La alternativa de Schwartz.
Los paleontólogos contemplan a menudo con reticencia los resultados de los análisis
moleculares cuando éstos van más allá de establecer distancias genéticas entre seres
actuales y plantean líneas de proximidad filogenética. Con frecuencia se suele
argumentar que la evolución por selección natural tiene que ver no tanto con una suma
total de rasgos como con episodios adaptativos en los que un carácter determinado y
único puede cobrar un valor muy importante desde el punto de vista de la evolución.
Las coincidencias abundantes pueden deberse al mantenimiento de rasgos primitivos,
mientras que la presencia de unos pocos rasgos autapomórficos, es decir, derivados y
propios en exclusiva de uno de los linajes, marcarían la clave de una encrucijada
evolutiva.
Pues bien, Schwartz se planteó cuáles son los rasgos primitivos y cuáles los derivados
en los hominoideos, fósiles o no, con el fin de detectar entre ellos algunos caracteres
sinapomórficos que nos puedan dar la clave de las proximidades evolutivas.
La comparación de los rasgos de los hominoideos actuales con los del Mioceno Medio
fue posible a un nivel mucho más detallado a partir de las expediciones de Pilbeam de
los años setenta al Pakistán. Los especímenes allí obtenidos permitieron plantear en
términos generales cuáles son los caracteres que, al ser compartidos por hominoideos de
linajes y tiempos muy separados, se podían considerar como primitivos para toda la
superfamilia. Andrews y Cronin realizaron una descripción de dichos caracteres
primitivos obteniendo una lista de 16 rasgos, de los cuales 14 se daban como propios de
todos los hominoideos.
Esta lista de catorce rasgos primitivos contenía la peculiaridad del esmalte delgado en
los molares, aunque tal rasgo hubiese debido ser puesto en lugar aparte porque no todos
los hominoideos actuales disponen de esmalte delgado: los seres humanos y los
orangutanes tienen grueso el esmalte de premolares y molares. En consecuencia, y
teniendo en cuenta que el rasgo primitivo es, en la lista de Andrews y Cronin, el del
esmalte delgado, la adquisición del esmalte grueso sería un carácter derivado,
apomórfico, tanto en los orangutanes como en los seres humanos. De ser así, la
conclusión inevitable sacada por Schwartz es que los ramapitecinos son los antecesores
de orangutanes y seres humanos, y que estos son los hominoideos que están más
estrechamente emparentados.
R. Martin considera que el esmalte grueso no identifica por sí solo a un homínido por la
sencilla razón de que ese es un rasgo primitivo que se conserva en los seres humanos
actuales y que, por el contrario, ha desaparecido en los grandes simios. Por tanto, si el
esmalte grueso es un rasgo primitivo perdido en gorilas y chimpancés, su presencia no
apunta a que los orangutanes sean los parientes más próximos de nuestra especie.
Aun cabe otra posibilidad más para explicar las coincidencias en el grosor del esmalte:
tal como han puesto de manifiesto White y Fischman a la hora de clasificar los
especímenes es necesario tomar en cuenta aspectos globales y coordinados como son la
forma de los dientes y la alimentación, ya que una alimentación de rango muy amplio
puede conducir al aumento del esmalte de los molares como adaptación convergente en
diferentes líneas evolutivas.
Así que incluso aceptando, con Andrews y Cronin, que el rasgo primitivo es el del
esmalte delgado, un espécimen que contase con esmalte grueso en sus molares no
podría ser dado por homínido, o por antepasado directo suyo, basándose en ese único
rasgo. Pudiera darse el caso de que el esmalte grueso hubiese aparecido por adaptación
convergente, como un rasgo análogo u homoplasia.
La conclusión más importante que cabe sacar de esta controversia es que la posibilidad
de llevar a cabo interpretaciones globales y coordinadas exige contar con abundantes
evidencias fósiles, lo que no sucede a menudo en el caso de los homínidos del Mioceno.
Ante la ausencia de esos materiales fósiles, los datos moleculares apuntan en bloque,
según la mayoría de los autores, a la división cladística entre orangutanes, por un lado, y
grandes simios africanos + humanos, por otro.
El Ramapithecus cumplía todas las condiciones necesarias para ser considerado como
un homínido de acuerdo con el modelo de evolución dado por válido anteriormente (los
caninos del Ramapithecus fueron considerados como pequeños, es decir, como los
propios de un homínido). Las evidencias moleculares tardaron en imponerse porque la
idea de que los homínidos debían ser exactamente como se suponía que era el
Ramapithecus estaba muy arraigada.
Una evolución alopátrida (por separado en cada lugar geográfico) fijaría así caracteres
derivados propios (autapomórficos) en cada una de las ramas.
Y aun cuando Chaline advierte que la separación entre las tres subespecies es una
historia aun desconocida, la relaciona con el episodio de cambio climático que tuvo
lugar a finales del Mioceno, entre 6 y 5,3 millones de años atrás. Esta idea de relacionar
las divergencias evolutivas de los hominoideos y los cambios climáticos de finales del
Mioceno es tan razonable como interesante. Otra cosa es que resulte, además, lo
suficientemente fundada en las evidencias disponibles como para ir más allá de un
modelo hipotético.
La hipótesis de la divergencia tardía de los hominoideos está muy lejos de constituir una
idea única y cohesionada. Podemos dividirla en dos diferentes planteamientos:
√ La separación de las ramas evolutivas que conducen a los grandes simios
africanos y a los seres humanos tuvo lugar hace unos 4/5 millones de años.
√ Gorilas, chimpancés y seres humanos deben clasificarse como miembros todos
ellos de la misma familia, o incluso del mismo género.
Esas dos propuestas se basan en las evidencias disponibles respecto de las proximidades
genéticas existentes entre los distintos hominoideos, ya sean obtenidas por métodos
inmunológicos o moleculares. Pero no hay por qué vincular lo correcto o equivocado de
cada uno de los apartados a lo que sostiene el otro. Nada impediría aceptar, desde un
punto de vista formal, que la separación tardía tiene lugar en las fechas indicadas por
Sarich y Wilson, pero con una taxonomía distinta a la que agrupa a los simios africanos
y a los humanos como congéneres, o que la clasificación es correcta pero las fechas no
lo son. Convendrá, pues, examinar por separado la viabilidad de las dos partes en que se
divide la hipótesis de la divergencia tardía:
Respecto a ella, ya nos hemos referido a los problemas de calibración que plantea la
divergencia propuesta mediante técnicas moleculares.
Yves Coppens ofrece la crónica de la conferencia organizada por la Academia de
Ciencias del Vaticano que tuvo lugar en Roma en 1982 con el propósito de lograr un
consenso entre los paleontólogos y bioquímicos sobre las divergencias de los
hominoideos. El encuentro terminó dando la fecha de 7,5 millones de años como la más
razonable para la separación entre los grandes simios africanos y la rama que conduce a
nuestra especie. Coppens bautizó este acuerdo como el “compromiso prehistórico”.
Pero ir mucho más allá, precisando con un margen de un millón de años, o menos, el
momento de la divergencia es, sobreaventurado e inútil, toda vez que los únicos restos
fósiles de una antigüedad superior a los 4 millones de años con los que se cuenta (al
margen de fragmentos de mandíbulas) son los de Ardipithecus ramidus y los de Orrorin
tugenensis. Respecto de los primeros ni siquiera existe la certeza de a qué rama
evolutiva cabría asignarlos.
Fue Morris Goodman (1963) quien planteó por primera vez el problema, y la solución
que propuso consistía en ampliar el concepto de lo que es un homínido incluyendo en
ese taxón de la categoría de familia no sólo al género Homo (humanos), sino también a
Gorilla (gorilas) y Pan (chimpancés). Esta idea tuvo un eco enorme, pero la decisión de
aumentar el contenido de la familia Hominidae resultó ser una pendiente resbaladiza.
Como consecuencia de esta tendencia, el taxón de los seres humanos y sus antecesores
directos no compartidos por ningún simio superior actual, es decir, el de “homínido”
pasó a ser trasladado desde la categoría de familia a la de tribu Hominini, y más tarde al
género Homo. Este género, que dentro de la paleontología humana se utiliza para
agrupar a los antecesores de los seres humanos que vivieron a finales del Plioceno y en
el Pleistoceno (como, entre otros, Homo habilis, Homo erectus, Homo nearderthalensis
y Homo sapiens), incluiría para Goodman a los chimpancés, con lo que todos los seres
humanos y sus numerosos ancestros directos se verían reducidos a un subgénero. Aun
más extrema fue otra propuesta de Watson que colocó también a los gorilas dentro del
género Homo.
Incluir dentro del corsé muy limitado de un subgénero todos los distintos linajes que
aparecen en el clado humano en el Plioceno y el Pleistoceno es algo en verdad difícil.
Pero más controvertido aun es el clasificar como subgéneros seres tan distintos desde el
punto de vista funcional como los chimpancés, gorilas y los humanos.
Goodman sostiene que chimpancés y humanos deben ser clasificados dentro del mismo
género basándose en el criterio del tiempo transcurrido desde la existencia de su
antecesor común, el LCA (last common ancestor) de unos 6 millones de años.
Puestas así las cosas, y con el fin de facilitar la clasificación del muy diversificado
linaje humano como de respetar sus profundas diferencias adaptativas, mantendremos
aquí la categoría clásica de familia Hominidae para el taxón de los seres humanos. A
partir de esta elección existen dos posibilidades:
Rechazar la monofilia y mantener el criterio de Simpson que agrupa a los
simios superiores en la familia Pongidae.
Aceptar la monofilia y conceder a los humanos la categoría de familia, asignable
también a cada uno de los simios superiores.
A) La solución parafilética.
Sea como fuere, la cuestión del parecido morfológico no puede ser separada de la
historia filogenética de los distintos linajes. R. Martin sostiene que el hecho de que
todos los grandes simios se parezcan mucho entre sí, derivado de su divergencia lenta
respecto del ancestro común, otorga un cierto valor a la pretensión de referirse
taxonómicamente a ellos de forma colectiva, es decir, a la posibilidad de usar un
sistema parafilético de clasificación.
Ciochon, también se decanta por el clado humano frente al de los grandes simios
africanos. Proporciona una lista muy completa de los rasgos morfológicos que definen
once morfotipos dentro de los hominoideos y que indican la separación entre los rasgos
derivados de los humanos y los rasgos derivados de los simios africanos. Pero los
argumentos a favor de esa filogenia no son exclusivamente morfológicos. A la hora de
hablar de rasgos morfológicos y rasgos funcionales no hay que olvidar que ambos
correlacionan entre si. La bipedia es imposible sin cambios morfológicos en el pie, la
cadera, las extremidades y la base del cráneo. Resulta imposible pensar, por otro lado,
en la evolución aislada de un único rasgo: son muchos los que cambiarán
coordinadamente para lograr una nueva alternativa adaptativa.
Quizá una respuesta interesante pueda ser la necesidad de luchar contra los
antropocentrismos. Han sido demasiadas las veces en las que un modelo antopocéntrico
ha impuesto conceptos erróneos (como el de jerarquía, con el ser humano en el papel de
“rey de la naturaleza”). Pero el verdadero problema es otro. Se trata de una posible
confusión existente en el paso que se da desde la aceptación de las evidencias
moleculares (que indican las distancias genéticas existentes entre los hominoideos)
hasta el establecimiento de los árboles filogenéticos.
B) La solución monofilética.
Se puede sostener, entonces, que la tendencia iniciada por Goodman de agrupar juntos a
todos los grandes simios africanos y a todos los seres humanos es conceptualmente
separable de la tendencia de asignar al clado simios + humanos el rango de familia. Esta
segunda parte de la propuesta de Goodman puede aceptarse o rechazarse sin que eso
suponga en modo alguno el discutir la primera de sus tesis (la de que los chimpancés y
los seres humanos están muy próximos en términos moleculares).
Los hominoideos surgen a finales del Oligoceno en los ambientes selváticos tropicales
africanos. Esos primeros hominoideos podrían ser descritos como muy similares a los
monos del Viejo Mundo de nuestros días, los cercopitecos (mangabeys, geladas,
babuinos) y los colobos.
El enfriamiento del planeta hace 14 millones de años produjo una cierta degradación de
los bosques tropicales en África del Este. Como consecuencia, se produjo una extensión
de las “protosabanas”, bosques con manchas de vegetación abierta que albergaron la
aparición de los Kenyapithecus. Se trataba de seres con esmalte molar grueso,
probablemente folívoros y con una locomoción que permitiría tanto la trepa como el
cuadrupedismo terrestre.
Esos cambios climáticos se tradujeron en Europa por una etapa seca y fría, pero las
cosas cambiaron a finales del Mioceno Medio con una subida de las temperaturas y la
recuperación del medio boscoso europeo y asiático. Los hominoideos (Sivapithecus en
Pakistán, Dryopithecus en Europa) radian y se extienden aprovechando el nicho
ecológico nuevo de la colonización del suelo de esas zonas boscosas.
El tránsito del Mioceno Medio al Superior coincide con un nuevo descenso de las
temperaturas hace unos 11 millones de años que, al acumularse los hielos en los
continentes y descender el nivel del mar, establece nuevos puentes para el intercambio
de faunas. Los hominoideos se diversifican mucho, pero sin producirse
reemplazamientos.
Millón y medio de años más tarde, en el entorno que va de los 9,6 a los 8 millones, una
profunda crisis (crisis Vallesiense) lleva a un empobrecimiento faunístico generalizado
que afecta también a los hominoideos. El factor esencial que la desencadena es la
sustitución del bosque subtropical por otro templado en Europa, con árboles de hoja
caduca, que llevan a la extinción de los hominoideos en el continente. Por el contrario,
éstos permanecen en África y Asia dando lugar, a la larga, a los linajes de simios que
conocemos ahora.
La forma como los hominoideos del Mioceno Superior pueden relacionarse con los
simios superiores actuales es una incógnita difícil de resolver. Existen problemas serios
para relacionar los dos aspectos (dentición y locomoción) que evolucionan en el
Mioceno si tenemos en cuenta los hominoideos actuales. Tanto los chimpancés como
los gorilas cuentan con esmalte delgado en los molares, distinto, pues, de los de los
hominoideos africanos del Mioceno Medio (Kenyapithecus y Afropithecus). Por otra
parte, la braquiación en el Dryopithecus lo califica como antecesor de los orangutanes,
pero éstos tienen esmalte dental grueso y el Dryopithecus lo tiene, por el contrario, fino.
En cualquier caso, parece difícil ligar el esmalte molar con la dieta de un habitante del
suelo de los bosques y los linderos de la sabana. Los estudios de Kay y Gantt separan el
rasgo del esmalte dental de cualquier correlación con la locomoción terrestre, y
Andrews recuerda que la dieta de un cuadrúpedo terrestre es en realidad muy variada
(semillas, raíces, rizonas, bulbos, frutos y hojas blandas). De hecho ni siquiera es
necesario un esmalte grueso en los molares para una alimentación basada en materiales
más duros que las frutas, como es el caso de los folívoros.
Si aceptamos los argumentos de Andrews, los grandes simios africanos habrían podido
desarrollar el cuadrupedismo terrestre, y, a la vez, retener el rasgo de esmalte dental
delgado que se considera primitivo. Sin embargo, otros autores sostienen que el rasgo
primitivo es en los hominoideos el del esmalte grueso y la presencia de esmalte delgado
en gorilas y chimpancés supone el desarrollo de una apomorfia, un rasgo derivado. ¿Se
puede resolver esta controversia?
Que ofrecen un panorama mucho más completo acerca del porqué de la aparición de
una nueva estirpe adaptativa.
1.- INTRODUCCIÓN.
La familia Hominidae está formada por 6 géneros, que por orden de edad, son:
Orrorin
Ardipithecus
Australopithecus
Kenyanthropus
Paranthropus
Homo.
Dentro de los homínidos que divergen hace unos 3,5 millones de años se suele
distinguir entre formas “gráciles” (Kenyanthropus y primeros Homo) y “robustas”
(Paranthropus y algún Australopithecus). El motivo de esta distinción es la diferente
robustez en el cráneo, mandíbulas y dientes. Aunque esta clasificación no está libre de
críticas. Los Orrorin podrían ser Australopithecus muy antiguos y los Ardipithecus
cuentan con características que convierten en difícil decidir si se deben incluir entre los
homínidos. En cuanto a la denominación habitual de los Australopithecus, incluye en el
género a los ejemplares de África del Este y al A. Africanus de Sudáfrica. Pero algunos
autores prefieren la denominación que los coloca en el taxón Prateanthropus africanus.
El carácter distintivo de los homínidos tiene que estar relacionado con la aparición de la
familia a partir de unos antecesores compartidos con nuestros parientes cercanos,
fenómeno que se produce a partir del momento en el que divergen las distintas líneas
evolutivas que conducen a los seres humanos y a los simios superiores actuales. Ese
momento puede situarse a finales del Mioceno y teniendo en cuenta la escasez de datos
sobre los hominoideos del Mioceno tardío, puede resumirse del siguiente modo:
Hace 9/10 millones de años existe un género, el Ouranopithecus, documentado en
los yacimientos de Macedonia, el cual podría ser un antecesor común del conjunto de
los grandes simios africanos y de los humanos.
Hace unos 7/8 millones de años (o quizá algo menos) se separan las ramas
evolutivas respectivas que conducirán a gorilas, chimpancés y humanos actuales.
Las técnicas moleculares no permiten indicar sin duda en qué forma se hace esta
separación. Hay dos teorías al respecto:
i. El grupo hermano de los humanos es el de los chimpancés y los gorilas se
separaron con anterioridad (teoría más aceptada).
ii. Tricotomía: Gorilla, Pan y Homo se separaron a la vez.
Sólo nos queda un posible candidato al papel de ancestro de los grandes simios
africanos: el maxilar de Samburu Hills (Kenia). Se trata de un espécimen de 9 millones
de años de antigüedad, algunos de cuyos rasgos se acercan al gorila, otros al chimpancé,
otros a los humanos y el resto son rasgos primitivos. En este espécimen de Samburu
Hills no hay rasgos derivados de los póngidos (familia que incluye al orangután y sus
antecesores directos) y sí algunas evidencias de los caracteres derivados del conjunto
gorila + chimpancé + humano. Pero, por otra parte, carece de los rasgos derivados de
cada una de estas tres ramas, así que la conclusión que se saca es la de que estamos ante
un ser anterior a la posible tricotomía. En ese caso, el papel filogenético de este
ejemplar sería el de ser un antecesor común de los grandes simios africanos y de los
homínidos, con lo que no puede estar ni en la línea del gorila ni en la del chimpancé.
Entre los restos de Samburu Hills y los grandes simios africanos actuales hay un vacío
absoluto. No se conoce ni uno sólo de sus antecesores, ni remotos ni cercanos. Por el
contrario, se poseen muchísimos especímenes de homínidos fósiles que se van
incrementando con el paso de los años.
Habrá que seguir otro camino, y el más inmediato a nuestro alcance es el de examinar
las diferencias existentes hoy entre humanos, gorilas y chimpancés para hacer patentes
los rasgos derivados de nuestra especie. Podremos luego ir hacia atrás para comprobar
en qué medida los distintos homínidos del registro fósil disponían ya o no de ellos.
Quizá de este modo seamos capaces de entender en qué consistieron los rasgos
derivados de los homínidos, rasgos que les permitirían separarse, evolutivamente
hablando, de pánidos y gorílidos.
Desde el punto de vista genético las diferencias son bien pequeñas. Cerca del 99% de
las proteínas y los ácidos nucleicos son los mismos en chimpancés y humanos. Esa
mínima diferencia se utiliza, por ejemplo, para defender la clasificación de humanos y
chimpancés como seres que pertenecen al mismo género.
Pero, hablar de la diferencia del 1% en términos que implican una práctica identidad
entre chimpancés y humanos supone dejar por completo en el olvido la inmensa
importancia de los procesos de desarrollo. Tanto la anatomía como la conducta de los
chimpancés y de los seres humanos son muy distintas, y algunos de los rasgos
diferenciales resultan bien notorios los seres humanos hablamos con un lenguaje de
doble articulación, tenemos un cerebro de tamaño muy superior y más complejo,
andamos de forma habitual sobre los pies, el nivel de nuestras soluciones culturales es
más complejo, carecemos de pelo en el cuerpo, nuestra cara no está tan proyectada, la
gestación dura menos tiempo y no existen para nosotros épocas específicas en las que
las hembras entran en celo.
Además de todo lo dicho, hay un dato importantísimo que nos diferencia: la biomasa
orangutanes, gorilas y chimpancés se encuentran reducidos a muy pocos individuos que
viven en los bosques tropicales de África y del sudeste de Asia. Los seres humanos
alcanzamos más de 4.000 millones de individuos distribuidos por todo el planeta. Lo
que implica que el éxito adaptativo de unos y otros es muy distinto.
Pero algunas de estas diferencias son muy recientes y si volvemos la mirada hacia atrás,
van desapareciendo. Hace 4.000 años no existía la escritura, hace 10.000 no existía la
agricultura. Son fechas ridículas comparadas con los 7 millones de años que
asociábamos a la separación de las ramas evolutivas de los grandes simios africanos y
los humanos, o los 6 del Orrorin.
La situación actual de lo que es un ser humano apenas nos sirve, pues, para sacar
conclusiones, debemos buscar algo profundo y lejano, unos rasgos derivados que se
pudieran considerar sinapomórficos, compartidos por todos los homínidos que hayan
existido alguna vez, y que definirían en su momento a los primeros miembros de
nuestro linaje como alternativa adaptativa. ¿Existe un rasgo así, un carácter que, si lo
encontráramos en un fósil, nos permitiese decir que ese ejemplar es de un homínido?
¿Cómo serían esas formas intermedias? Darwin dice que no debe caerse en el error de
creer que esos progenitores del linaje de todos los simios y humanos eran idénticos o se
parecían siquiera a ningún mono existente hoy. Del mismo modo, los primeros
progenitores de nuestra familia (homínidos) tenían sus propios rasgos. No se parecían
ni a nosotros ni a los grandes simios, ni a los catarrinos de hoy.
Este modelo implica que la función crea el órgano y viceversa. Supone un círculo de
retroalimentación cerrado: la cultura exige la bipedia, pero a su vez lo apoya. Se trata de
un modelo en feed-back, cada factor se apoya en los demás y, a la vez, los promueve. El
proceso es el de una integración funcional y anatómica en la que intervienen numerosos
factores coordinados. Pero alguno de ellos debió aparecer antes, sirviendo como de
empuje inicial para que comenzase a rodar la cadena. ¿Cuál pudo ser este?
Pero, dentro de esta secuencia (aun mantenida por algunos de sus seguidores) existen
elementos más fácilmente rastreables en el registro fósil que otros. Fenómenos como el
desarrollo de la moral o el lenguaje carecen de referencias fósiles directas. Pero los
cráneos y los huesos de la cadera y las extremidades inferiores si que dejan huellas
fósiles y pueden proporcionan pruebas sólidas acerca del cuál es el carácter que se
desarrolla primero, si el de la postura bípeda o el de un gran cerebro.
El episodio del fraude de Piltdown merece la pena destacarse por dos motivos:
Fue el primer intento (aunque fallido) de fundamentar en el registro fósil la
búsqueda de los rasgos derivados capaces de distinguir a un homínido.
La idea de una alta encefalización se impuso, y fue una rémora para entender el
sentido evolutivo de otro espécimen, esta vez auténtico, y de enorme valor para
establecer la historia filogenética de nuestra especie: el Australopithecus
africanus hallado en 1925 por Raymond Dart en Taung (Sudáfrica) al que se
conoce popularmente como “niño de Taung”.
Raymond Dart se dio cuenta que las piezas del resto fósil encontrado en Taung no
correspondían a ningún mono del Viejo Mundo (cercopiteco). Sus rasgos humanoides
eran notorios: la mandíbula, la dentición (se trataba de un fósil juvenil, con un
32 Rafel Rosselló Comas
Hominización Cap. 5 (Temas 1.6; 2.1).
Esa condición de ultrasimio y prehumano llevó a Dart a proponer una nueva familia
Homo-simidiae para albergar la especie Australopithecus africanus. Un bípedo entre los
simios superiores y los humanos, con un cráneo de parecido volumen al de un
chimpancé, que inauguró la serie de los homínidos “gráciles”.
Esta propuesta de Dart contó con numerosas críticas, que hay que buscar en diferentes
motivos:
la idea establecida por aquel entonces de que el eslabón perdido debía
encontrarse en Asia y en una época (Oligoceno, o todo lo más, el Mioceno) mucho
más antigua que los restos pleistocénicos de Taung.
La presencia del fraude de Piltdown, con características del todo opuestas a las
de Taung.
El hecho de que el ejemplar de Taung fuese muy joven, lo que se esgrimió como
dificultad de decidir acerca de la clasificación dada la semejanza morfológica de los
simios y los humanos cuando se trata de niños.
Taung no fue sólo un fósil capaz de ofrecer evidencias anatómicas acerca de cómo eran
nuestros antepasados de principios del Pleistoceno, sino que con Dart aparece el primer
modelo firme de interpretación de lo que es un homínido. Modelo planteado a través de
una explicación adaptativa que quiere ser completa.
Dart sostuvo una idea general de la hominización basada también en las propuestas
originales de Darwin, poniendo el énfasis en la combinación de bipedismo, cambios de
la dentición y la mandíbula y la presencia de la cultura, aunque añadió una
interpretación ecológica. La bipedia y el uso de herramientas fueron, para Dart, los
caracteres distintivos que permitieron al Australopithecus africanus colonizar los nuevos
ambientes de las sabanas abiertas de Sudáfrica.
Lo importante de este modelo de Dart es la unión entre estos diferentes aspectos para
formar una idea coherente acerca de cómo tuvo lugar la hominización primera. Unos
elementos que se apoyan funcionando como elementos de presión adaptativa mutua, y
que han llevado a muchas especulaciones acerca de lo que habría podido ser el motor
primero para la adquisición de útiles culturales y cerebros más desarrollados.
Así, Loring Brace (1965) sugirió un modelo de evolución humana basado en una línea
directa y firme que, a través de ciertas claves adaptativas, dirigía la evolución desde
nuestros antepasados compartidos con los simios superiores hasta el ser humano actual.
La línea directa tenía ciertos estadios que Loring Brace identificó con el estadio
Australopitecino, el Pitecantropino y el Neardental, hasta llegar al estadio moderno.
Esta idea de la evolución humana como una línea recta, sin ramificaciones implicaba
que los prehomínidos se convierten en australopitecinos. Éstos se vuelven
pitecantropinos. Y los últimos, a través del estadio neardentalense, terminan por
producir los seres humanos modernos.
Hay que advertir que incluso un fiel partidario de la evolución lineal como era Loring
Brace situó en el árbol evolutivo el grupo robusto de los australopitecos como una
posible rama lateral, e incluso los neardentales como quizá separados de los sapiens
modernos. Hay que tener en cuenta, además, que en la época en que propuso su modelo
lineal solo se conocían, por lo que hace a homínidos del Plioceno, los ejemplares
sudafricanos y los de Olduvai, por lo cual estaba más justificado el pensar en un tipo de
evolución simple.
La conexión entre los diferentes estadios se consigue gracias al rasgo compartido por
los diversos tipos de homínidos del que partía también Dart: el bipedismo. Una
bipedestación que supone la oportunidad para el uso de herramientas de gran utilidad a
la hora de competir con los otros seres que pretenden colonizar los espacios abiertos de
la sabana.
Loring Brace enfatiza el hecho de que incluso los primeros australopitecos usaban
herramientas, si bien fabricadas quizá a partir de materiales perecederos. La existencia
de una cultura que fabrica y utiliza herramientas para desollar restos de animales e
incluso para cazarlos puede explicar bien cómo se habrían adaptado los primeros
homínidos a la vida en las sabanas abiertas. Pero la idea de que la cultura es el rasgo
derivado y presente en todos los homínidos comenzó a mostrarse como algo más que
dudoso a medida que los hallazgos de África del Este proporcionaban nuevas evidencias
fósiles. Algunos de los especímenes del Rift que se encontraron a finales de los años 70
del siglo XX resultaban ser mucho más antiguos que cualquiera de las herramientas de
piedra encontradas (los útiles de piedra más antiguos conocidos son los Gona (Etiopía)
con una edad de 2,5 millones de años y los primeros fósiles de homínidos tienen 3,5
millones de años más).
Los especímenes más antiguos de los que se dispone son los de Orrorin tugenensis con
6 millones de años, y aunque se conocen algunos restos más antiguos, son muy
fragmentarios. En todo caso, entre la fecha de menos de 5 millones de años para esos
restos y los 9 millones de años tanto del Ouranopithecus como del espécimen de
Samburu Hills se encuentra el momento de la aparición de los primeros homínidos.
Hay pocas dudas acerca de cuál fue la parte del mundo donde aparecen los primeros
homínidos, según todos los indicios África y, dentro de ese continente, el Rift (en .
África del este). El valle del Rift es una larga y estrecha depresión de fractura, rodeada
de fallas y con numerosa presencia de volcanes, que se extiende desde el sur de Turquía
hasta África del este y Mozambique. Se formó a causa del movimiento de las placas
africana y arábiga. El Rift de África del este está compuesto por una sucesión
discontinua de valles.
Miles de kilómetros al sur, Sudáfrica es otra de las zonas claves para la evolución
primera de los homínidos. Los yacimientos sudafricanos (Taung, Sterkfontein,
Swartkrans, Kromdraai, Makapansgat) no son tan antiguos como los de África del Este,
pero al haber sido excavados con anterioridad proceden de allí algunos de los
especímenes que formaron la idea de lo que es la evolución de nuestra familia.
Los dos principales caracteres distintivos que nos separan hoy de los grandes simios: el
cerebro (de gran complejidad y tamaño) y el diseño, construcción y uso de herramientas
por medio de tradiciones culturales, fueron desechados a mediados del siglo XX como
¿Qué nos queda, pues, como rasgos derivados capaces de justificar la aparición de la
familia Hominidae? Un conjunto de factores que incluyen caracteres morfológicos,
conductas y presiones adaptativas, pero que podríamos separar en dos grandes
apartados: bipedismo y adaptación a los cambios del medio ambiente.
Desde los tiempos de Dart, esos factores se consideran indisolublemente ligados entre
sí. Pero el énfasis puesto en uno u otro aspecto nos permite abordar por separado
algunas hipótesis que han tenido una gran influencia en la explicación del sendero
evolutivo de los homínidos, aun cuando todas ellas mantengan una cierta interrelación.
El paso siguiente de Vrba consistió en comprobar la presencia del conjunto de esas dos
tribus de bóvidos en diferentes yacimientos de homínidos, cosa que llevó a cabo en:
Makapansgat, Sterkfontein, Taung, Kromdraai, y Swartkransaii.
Los trabajos de Vrba indican que es razonable suponer que hace 2,5 millones de años
tuvo lugar en África un cambio de vegetación pasando de ser bosques tropicales a
extensas sabanas abiertas. Además señala que hay una correlación en los yacimientos
africanos entre la vegetación existente y el tipo de homínido que aparece. Los
Australopithecus africanus, el tipo grácil, aparecen en los yacimientos en los que son
escasos las dos tribus de bóvidos del estudio, mientras que tanto los Paranthropus
robustus como los primeros Homo aparecen en los yacimientos en que los bóvidos
abundan.
La hipótesis del cambio vegetacional contiene una posible fuente de confusiones que
conviene aclarar es cierto que los homínidos aparecen en la frontera entre el Mioceno
y el Plioceno y que hay sabanas en África en esa época y que la aparición sudafricana
de los australopitecos más claramente robustos y los primeros Homo se sitúa alrededor
de los 2,5 / 2 millones de años. Pero lo que no es cierto es que todo esto suceda al
mismo tiempo, ni tampoco cabe estar seguros de que la separación entre las ramas
“gracil” y “robusta” de los homínidos se produzca entonces.
Por tanto, la idea del cambio vegetacional de Vrba no es una explicación del cómo y el
porqué de la aparición de los homínidos. Tampoco permite sostener que produce una
cladogénesis de separación entre homínidos gráciles y robustos porque el
Kenyanthropus, de dentición ligera, tiene 1 millón de años más. Lo que indica es que
hace 2,5 millones de años las dos ramas de adaptación previamente aparecidas se
radicalizaron, dando lugar a Paranthropus y Homo.
De todas ellas nos interesan las de los simios que en el Mioceno descendieron al suelo.
Su proceso de especialización locomotora indica un camino que va desde los
antecesores cuadrúpedos arbóreos al nudilleo, pasando probablemente por la
braquiación. De acuerdo con el análisis de la muñeca hecho por Richmond y Strait, el
nudilleo es el rasgo primitivo para el linaje común de simios africanos y humanos.
Napier considera que la locomoción cuadrúpeda terrestre de los simios del Mioceno es
una etapa obligada hacia el bipedismo humano.
Existen dos formas diferentes de entender la bipedia de que disponían los miembros
más antiguos de nuestra familia:
- Considerar que cuentan ya con una locomoción bípeda funcionalmente
completa y que fue ésta la responsable de la separación evolutiva respecto de los
antecesores de los grandes simios africanos existentes por aquel entonces.
- Entender que la bipedia era parcial, incompleta, y que la postura erguida
permanente se alcanza poco a poco dentro de una línea de adaptación.
Podría pensarse que bastaría con realizar un examen morfológico detallado para poder
sacar la conclusión adecuada acerca de cual era la forma de locomoción de los primeros
homínidos. Actualmente se dispone de restos postcraneales de Orrorin tugenensis y de
Australopithecus afarensis:
Dos fémures parciales indican que Orrorin era un ser habitual e incluso
obligadamente bípedo al encontrarse en el suelo, mientras que la cresta lateral del
húmero y la curvatura de la falange, similares a la de los chimpancés y A.
afarensis, indican una buena aptitud para la trepa. La confluencia de ambos tipos
de rasgos apuntan hacia un bipedismo en desarrollo compatible con la vida
arbórea.
En cuanto al Australopithecus afarensis, existen postcraneales muy completos,
pero aun así no ha habido unanimidad entre los paleontólogos acerca de cómo fue
su locomoción. Algunos autores sostienen que, a juzgar por su morfología, su
bipedia es muy completa. Otros sostienen lo contrario: que el bipedismo de Lucy
es parcial, coexistente con una cierta retención de la conducta arbórea anterior.
Para intentar solucionar estas discrepancias, existen dos tipos de evidencias que pueden
añadirse a la del estudio de la morfología:
Las huellas fósiles de Laetoli en Tanzania, donde existe un conjunto de
huellas fósiles de pisadas de homínidos y que proporcionan la única prueba directa
de la bipedia en una época muy antigua, de más de 3,5 millones de años. Las huellas
fueron sometidas a muchas interpretaciones, pero las evidencias directas, no
especulativas indican que el arco longitudinal del pie está bien desarrollado y
recuerda al del ser humano moderno, y que el dedo gordo es paralelo a los otros dos,
y por tanto, a menudo son esgrimidas como la prueba irrefutable de que un
bipedismo del todo similar al de los humanos actuales se había desarrollado ya hace
3,5 millones de años. De ser así, la bipedia funcionalmente completa puede ser
tomada con razón como el carácter derivado propio de todos los miembros de la
familia Hominidae.
Pero todo esto no es tan obvio. Algunos autores advierten que pueden plantearse
dudas razonables sobre el sentido de las huellas de Laetoli y se decantan, más bien,
por la idea de la bipedia parcial. Así, Deloison sostiene que esas huellas muestran
una forma intermedia entre la huella del ser humano y la del chimpancé. Además
existen ciertos rasgos de las huellas de Laetoli que permiten sostener la
funcionalidad prensil del pie.
Esas distintas formas de interpretar las huellas hacen difícil una solución de síntesis.
Estudio paleoecológico de los yacimientos de homínidos antiguos desde la
época de Darwin, y con mayor énfasis a partir del modelo evolutivo de Dart, se
sostiene que la presencia del bipedismo tiene una relación estrecha con el medio
ambiente al que está adaptado un ser. Si los primeros homínidos fueron o no bípedos
es una pregunta que puede sustituirse por la de si estuvieron o no adaptados a la
sabana abierta.
¿Cuál era a finales de Mioceno y durante el Plioceno temprano el medio ambiente
en Sudáfrica y el Rift? Por lo que hace al oeste del Rift las lluvias fueron lo bastante
abundantes como para mantener el bosque tropical; por el contrario, al oriente del
valle y en el mismo Rift un clima más árido provocó la apertura de extensiones
abiertas, de sabanas de vegetación baja que sustituyeron a la selva y al bosque. Esa
circunstancia ha sido tomada numerosas veces como un argumento ecológico a
favor de la presencia muy temprana de un bipedismo desarrollado. Pero la
descripción del Rift convertido en su mayoría en sabana es una idea que responde
La técnica de los isótopos del oxígeno puede dar una idea bastante precisa de las
alternativas del paleoclima. Según este método a finales del Mioceno y principios
del Plioceno, entre 6 y 4,3 millones de años atrás, las intermitencias mantuvieron un
volumen medio de los hielos en la Tierra, pero entre 4,3 y 2,8 millones de años la
masa helada es la mínima que se encuentra dentro de ese volumen medio. Eso
quiere decir que justamente en la época a la que corresponden los homínidos
conocidos más antiguos (y las huellas de Laetoli), el clima sería más cálido que el
de antes y el de después de ese momento.
Una fecha remarcable gracias a la técnica de los isótopos es la de 2,5/2,4 millones
de años atrás, cuando se produce el avance de la gran glaciación que causa un
enfriamiento generalizado en el planeta. Esa fecha coincide con la de la extensión de
las sabanas calculada por Vrba y descalifica la idea de que los terrenos abiertos
pudiesen ser muy extensos en el Plioceno temprano tanto en Sudáfrica como en el
Rift. Apenas puede sostenerse, pues, un modelo general de correlación entre los 3
fenómenos de bipedismo / sabana / hominización.
El paleoclima del Rift ha sido estudiado con mucho mayor detalle en ciertos
yacimientos que cuentan en algunos casos, con la presencia de homínidos muy
antiguos. El hábitat en todos esos lugares fue, en el Plioceno temprano, de bosque
tropical y no de sabana.
Dejando de lado la posición del foramen magnum, que indica una postura erecta pero no
da claves acerca de su mayor o menor funcionalidad, dos son los rasgos morfológicos
que pueden servir para dar una respuesta:
A.- La cadera.
Poirier (1987) afirma que ninguna anatomía postcraneal muestra un contraste más
marcado entre los actuales simios y los seres humanos que la pelvis y deduce, que hay
buenas razones para suponer que fue una modificación del aparato locomotor la
responsable de la separación de las respectivas familias.
¿Qué evidencias disponibles hay acerca de la pelvis de los homínidos antiguos? Del
examen de los restos de caderas de australopitecos hallados tanto en Sudáfrica como en
África del este, Poirier concluye que la pelvis de los australopitecos contrasta
fuertemente con la de los simios y se aproxima mucho a la humana.
Las diferencias de la forma de la cadera entre los simios actuales y los humanos pueden
explicarse por la función que debe cumplir el esqueleto púbico y la musculatura
necesaria en los distintos tipos de locomoción. Dentro de las diferencias generales, la
parte superior de la cadera (el ilio) resulta ser la más alejada en unos y otros, mientras
que la parte inferior se parece bastante en los grandes simios africanos y los humanos.
El ilio de los grandes simios africanos es mucho más largo y más estrecho que el de los
humanos. Ese ensanchamiento y acortamiento en nuestra especie es el resultado de la
adaptación al bipedismo, de la necesidad de una inserción muscular diferente para
lograr el equilibrio necesario en la postura erecta. Pero la pelvis no tiene funciones sólo
relacionadas con la locomoción: se trata de una estructura que, en las hembras, debe
permitir el desarrollo completo del feto y su nacimiento.
Sin embargo, la tesis de que la pelvis muy ancha de los australopitecos les concede
ventajas superiores a la hora de una locomoción bípeda ha sido negada por Christine
Berge (1991) a través del estudio del espécimen Lucy, puesto que plantearía problemas
de equilibrio. En la fase de la locomoción de apoyo sobre una pierna la vertical del
centro de gravedad quedaría en el A. afarensis alejada de la articulación de la rodilla y
provocaría una mayor inestabilidad del miembro inferior. En consecuencia, el tipo de
locomoción bípeda habría necesitado movimientos más libres de rotación de la cadera
para poder aproximar la rodilla de apoyo al eje axial del cuerpo.
Sólo nuestra familia humana entre todos los primates dispone de “verdaderas manos”.
La morfología de las manos nos puede indicar el grado de bipedismo existente: la
presencia de una mano con aptitudes biomecánicas propias de una función locomotriz
es de esperar en aquellos homínidos que desarrollasen un primer bipedismo incompleto.
Los numerosos autores que han comparado la morfología de diversos huesos de las
manos entre seres humanos, australopitecos y grandes simios actuales han sacado
conclusiones muy distintas.
Por lo que hace a África del Este, el yacimiento de Hadar (Etiopía) proporciona
especímenes que indican cual es la morfología del pie de Australopithecus afarensis y
que lo sitúan también en un estadio intermedio entre los chimpancés y los seres
humanos actuales.
Con una antigüedad que se cifra entre 1 y 2 millones de años posterior tanto a Little
Foot como a los ejemplares de Hadar, existe otro fósil que muestra como son los rasgos
del pie: el espécimen OH8 de Olduvai, que fue incluido como paratipo de Homo habilis
y descrito como poseedor de la mayoría de las especializaciones asociadas con el pie
propulsivo plantígrado del hombre moderno. Sin embargo, más tarde, la morfología de
OH8 ha sido considerada de forma diversa (para unos tendría una función propia de la
trepa arborícola, aunque podría andar de manera bípeda; para otros se trata de un ser
intermedio entre bipedismo completo y vida arbórea y otros como ser
incuestionablemente bípedo pero aun sin alcanzar la postura del Homo sapiens.)
De hecho nadie discute que la bipedia fue a la postre el sistema de locomoción adoptado
por la familia Hominidae. Lo que está en juego es si ese proceso fue instantáneo en la
práctica (como pauta morfológica defendida por Lovejoy) o más bien gradual
(defendida por Tobias a través de su estudio de Little Foot.
Susman y Stern no sólo aceptan que el camino hacia la bipedia fue gradual sino que
aventuran incluso cómo habría ido progresando en las diferentes especies.
Australopithecus afarensis y Australopithecus africanus son, según estos autores, unos
seres con una conducta parcial arbórea muy clara. Paranthropus robustus es, por el
contrario, un bípedo completo que ha perdido la capacidad de trepar con agilidad. Homo
Habilis sería un ser con características bípedas por lo que hace a los pies, pero con unos
dedos de las manos funcionalmente aptos para la trepa.
Por su parte, Spoor, Wood y Zonneveld han propuesto una nueva forma de estudio de la
evolución de la bipedia: la del examen comparativo del aparato vestibular (la estructura
interna del oído que forma parte del sistema de percepción que controla el movimiento).
Sostiene que Homo Erectus es la primera especie que muestra sin dudas la morfología
humana moderna. Tanto Australopithecus como Paranthropus tienen unas dimensiones
del canal semicircular parecidas a las de los simios superiores actuales. La conclusión
de Spoor y colaboradores establece que Homo Erectus sería de forma necesaria un
bípedo completo, mientras que A. africanus muestra un repertorio locomotor que
incluye el bipedismo optativo y la trepa arbórea.
3.- Hipótesis “trench coat” exhibición fálica en los machos para atraer a las
hembras.
4.- Hipótesis “tagalong” seguimiento de las manadas de herbívoros en sus
migraciones por la sabana.
5.- Hipótesis “hot a trot” sistema para perder calor al quedar expuestos a la
radiación solar en la sabana abierta.
6.- Hipótesis “two feet are better than four” la bipedia tiene un balance
energético favorable a la hora de marchas largas.
Tuttle considera que es posible que esos factores se combinasen para conseguir el
resultado de la conducta bípeda.
Por tanto, cuál podría ser la funcionalidad de ese bipedismo incipiente es una cuestión
que debe responderse de otra forma. Antes que nada, se debe precisar un aspecto
metodológico: no podemos sacar ninguna conclusión del examen comparativo entre los
especímenes fósiles y los grandes simios existentes hoy. Para proporcionar un modelo
adecuado de la funcionalidad del primer bipedismo hay que hacerlo a partir de los
rasgos morfológicos de los primeros homínidos y de sus entornos ambientales, del
conjunto de su ecosistema particular.
Yves Coppens (1983) plantea el fenómeno de la pérdida paulatina de espesor del bosque
tropical como una posible explicación para el desarrollo también gradual del bipedismo.
Al encontrase cada vez más separados los árboles del bosque sería necesario
desplazarse por el suelo para poder ir de uno a otro, a la vez que resultaría
imprescindible el seguir contando con los medios locomotores necesarios para la trepa.
Las discusiones acerca de cuál fue el sistema de locomoción del que deriva el
bipedismo humano dependen de un aspecto en concreto: el del carácter del nudilleo
propio de los gorilas y chimpancés. Si se trata de una plesiomorfia, un rasgo primitivo,
entonces queda claro que el linaje común de chimpancés + humanos dispuso también de
ese medio de locomoción del que tuvo que derivar, de forma necesaria, la bipedia. Pero
si el nudilleo se considera una homoplasia, una adaptación convergente que apareció
por separado dos veces en el linaje de los gorilas y en el de los chimpancés, el rasgo
primitivo fue otro y la bipedia de los homínidos deriva, así, de una locomoción distinta
a la de la cuadrupedia de los grandes simios africanos.
Si la cuestión del rasgo primitivo del que derivó la bipedia está aun por resolver, el
modelo ecológico del entorno en que apareció queda más claro. La tendencia creciente a
la sustitución del bosque por espacios más abiertos de sabana supondría una presión
selectiva hacia un bipedismo cada vez más completo funcionalmente hablando.
¿Por qué no decimos que los chimpancés son también antepasados nuestros, dado que
no lo son de los gorilas y de los orangutanes? La respuesta más evidente que puede
darse es la de que cuentan con muy notorios rasgos derivados en el cráneo, la dentición
y el aparato locomotor, rasgos que obligan a negar la hipótesis de que son nuestros
antecesores. Pero si tomamos en cuenta de manera tan rotunda la presencia de esos
rasgos derivados es, principalmente, por que los chimpancés son seres ahora vivos.
El empujón que condujo hasta nuestra especie actual tuvo más que ver con la fórmula
adaptativa inaugurada por Homo habilis cuando, hace unos 2,5 millones de años, se
produjo un enfriamiento del clima africano que con la bipedia más o menos incipiente
de los primeros australopitecos. La tesis de Phillip Tobias acerca del lenguaje
El rango de homínidos, de aceptarse este enfoque, debería reducirse a los seres que, en
la alternativa adaptativa que radicalizó hace 2,5 millones de años atrás la separación ya
anterior de las ramas grácil y robusta, desarrollaron los rasgos derivados relativos de
una alimentación no especializada, del crecimiento del cráneo, de la producción de la
cultura y de la obtención gradual de un alto nivel de comunicación semántica y
sintáctica.
Aquí no se pretende mantener una tesis tan radical. La cuestión se plantea del siguiente
modo existen a finales del Mioceno unos seres, cuyas características desconocemos,
que eran antecesores comunes de los humanos actuales y, a la vez, de los gorilas y los
chimpancés, o quizá sólo de los humanos y de éstos últimos. En un momento
determinado, hace 7 millones de años, apareció el primer homínido, el primer ser que
luego iba a dar, con el tiempo, lugar al resto de los miembros de nuestra familia.
Pero, la evolución de los homínidos no es ninguna carrera de relevos en los que los
sucesivos géneros y especies habrían ido mejorando un proyecto existente. Muy al
contrario, cada una de las formas de homínidos que han existido tienen su propio
sentido de ser y cada una de ellas es, a todos los efectos, una unidad en sí misma que no
cabe proyectar hacia el futuro. Nuestra especie es el resultado, por supuesto, de nuestra
historia filogenética, pero los acontecimientos azarosos que han llevado a que existamos
ahora nosotros hubiesen podido transcurrir muy bien de otra forma, con lo que el
resultado último hubiese sido del todo distinto. No es raro pues, que nos resulte tan
difícil rastrear caracteres comunes a todos los homínidos, habida cuenta de que la
unidad de los homínidos no refleja ninguna comunidad selectiva, ni un único “vector
direccional” sino, más bien, varios de ellos que tendremos que intentar descubrir.
Homínidos
La historia de nuestra familia se reduce, por lo que hace al final del Mioceno y el inicio
de la época del Plioceno (entre 5 y 1,6 m.a.) al continente africano: fuera de él no se ha
encontrado resto alguno de homínido procedente de la mayor parte de esta etapa inicial.
Eso quiere decir no solo que fue en África donde aparecieron los primeros homínidos
sino que, durante un tiempo considerable, nuestros antecesores permanecieron allí sin
salir del continente.
El estudio de los homínidos del Mioceno (Orrorin) y Plioceno deja claro que un examen
filogenético preciso y capaz de establecer las relaciones evolutivas entre ellos es algo
que está fuera de nuestro alcance. Ninguna de las soluciones aportadas por los diversos
autores queda libre de críticas. Por tanto, son necesarios más fósiles que sirvan para
resolver las dudas.
Sin embargo, sería de un pesimismo injustificado sostener que no se puede decir nada
de la filogénesis de nuestra familia en el Mioceno y Plioceno. Algunos puntos
esenciales se dan por bien establecidos, al menos en sus rasgos más amplios. La mayor
parte de la historia más antigua de los homínidos supone una etapa evolutiva en la que
el rasgo sinapomórfico por excelencia es la bipedia desarrollada de forma gradual. Los
signos de puntuación que la enmarcarían son los siguientes:
Senut y colaboradores proponen un nuevo género para los ejemplares del Orrorin
tugenensis al enfatizar sus diferencias, pero otros autores lo consideran como un
miembro fundador del género Australopithecus que no ha desarrollado todavía de
manera notoria sus apomorfias propias.
La primera decisión taxonómica fue la de clasificar esos restos dentro del mismo género
que los Australopithecus afarensis, pero en distinta especie, y se propuso la de
Australopithecus ramidus. Sin embargo, un año más tarde se decidió llevar las
diferencias al rango de género, añadiendo el taxón Ardipithecus ramidus.
El rasgo que ha provocado más controversia ha sido el del grosor fino de su esmalte
dental, ya que todos los demás homínidos muestran esmalte dental grueso mientras que
los chimpancés y los gorilas lo tienen fino y los orangutanes de un espesor intermedio.
Eso supuso una reedición de las discusiones acerca del valor del grosor del esmalte
dental para el establecimiento de linajes. (Pero Andrews considera que el esmalte dental
fino de los chimpancés es un rasgo derivado).
La extensa franja temporal de 1 m.a. existentes entre los Ar. ramidus y los A. afarensis
se encontraba sin ningún ejemplar capaz de mostrar la morfología de los homínidos que
existieron entonces. Pero Allia Bay y Kanapoi dieron una respuesta que se inscribe
dentro de la idea de multiplicación de los linajes de los homínidos tempranos. Los
hallazgos son descritos como una mezcla de caracteres primitivos y derivados,
confirmando la tesis de que la evolución dentro de la familia de los homínidos se
produjo durante el Plioceno en forma de mosaico, con algunos rasgos más avanzados y
otros, por el contrario, persistentes. Así, el estudio de la tibia indica una postura bípeda
que remonta hasta el umbral de los 4 m.a. esa importante característica adaptativa,
incrementando en medio millón de años la fecha de la bipedia indicada por las huellas
de Laetoli.
No obstante, la persistencia de algunas plesiomorfias en la tibia, compartidas con los
simios africanos y los A. afarensis, pone de manifiesto que la locomoción bipeda se
encuentra en ese momento en un estado todavía incipiente.
Pero junto a los rasgos que aproximan los ejemplares de Kanapoi y Allia Bay a los
afarensis existen otros que los separan de ellos. Esas diferencias llevaron a Meave
Leakey y colaboradores a rechazar la idea de una larga estasis en los A. afarensis. En su
lugar propusieron une nueva especie para esos hallazgos: Australopithecus anamensis.
El yacimiento de Hadar en Etiopía (zona desértica alrededor del río Awash) es uno de
los lugares que más han contribuido a esclarecer la historia antigua de los homínidos, ya
que tanto Hadar como Laetoli han quedado unidos a uno de los homínidos más
antiguos, y a la vez, mejor conocidos desde el punto de vista morfológico: el
Australopithecus afarensis.
En 1975 los hallazgos de Hadar se completaron con una serie de trece individuos, la
“primera familia”, de distintas edades y sexos. Se trata de especímenes fragmentarios e
incompletos si los comparamos con Lucy, pero lo bastante bien preservados como para
permitir realizar ciertas comparaciones relativas a los dimorfismos t a las formas adultas
y juveniles. La serie tendría unos 3,2 m.a.
Las condiciones de conservación del ejemplar permiten hacerse una idea muy clara de
cómo era, morfológicamente hablando, nuestro antecesor de 3 m.a. atrás:
se trataba de un ser muy pequeño, entre 1,10 y 1,30 de alto.
La estructura de la cadera sugiere una postura bípeda.
Los descubrimientos realizados indicaban sin la menor duda que la tendencia evolutiva
de los homínidos había emprendido ya el camino hacia la bipedia mientras el tamaño de
su cráneo continuaba siendo similar al de un chimpancé.
El homínido de Laetoli.
Esto planteó el interrogante de hasta que punto forman parte de la misma especie
especímenes tan apartados entre sí, ya que entre los ejemplares de Hadar y Laetoli
existe una distancia en el espacio de 1.600 Km. y otra en el tiempo de 800.000 años, al
margen de las diferencias morfológicas que puedan indicarse, teniendo en cuenta cuanta
variabilidad morfológica debe permitirse dentro de una misma especie y cuánta puede
explicarse a causa de los dimorfismos sexuales que son muy comunes entre los
australopitecinos.
sabanas boscosas con zonas abiertas de hierba, es decir, semejante al de Hadar en esa
época. Lo que hace suponer que vivieran en nidos construidos en los árboles con ramas.
Pero quizá ningún homínido se identifica mejor con Sudáfrica que el cráneo hallado en
Taung (1924), el famoso “niño de Taung” que es, además, el ejemplar tipo propuesto
por Raymond Dart para la especie de Australopithecus africanus.
En cuanto al modo de vida, la ausencia de herramientas líticas, una flora con lianas y
una fauna con monos y sin herbívoros hace pensar que viviera en un ambiente boscoso
en el límite temporal con la formación de la sabana africana.
Su antigüedad es de 2,5 m.a. y su capacidad craneal de 450 cc. Esa capacidad craneal
pequeña, junto con la presencia de premolares y molares anchos, llevaron a Asfaw y
colaboradores a asignar los restos de Bouri a un Australopithecus.
Esa posible relación ancestral ha sido negada por Strait y Grine, quienes sostienen que
A. garhi no cuenta con ninguna sinapomorfia (carácter derivado y compartido) con
Homo, y que se encuentra más alejado de ese género que el A. africanus, de mayor
antigüedad. En ese caso, A. garhi no pasaría de ser una rama lateral más del proceso de
divergencia de las formas tempranas de homínidos.
A) Paranthropus aethiopicus.
En 1985, Alan Walker halló en la cuenca de Lomekwi, West Turkana, un cráneo y algo
más al sur una mandíbula pertenecientes a un macho con una datación de 2,5 m.a.. Se le
llamó “cráneo negro” por estar teñido a causa del manganeso del terreno y se trata de un
cráneo muy masivo, con un esqueleto facial muy ancho con una capacidad craneal muy
baja, de unos 410 cc y por el contrario la cresta sagital es enorme, la más grande de
todos los homínidos.
B) Paranthropus robustus.
Dos años después de los descubrimientos de los fósiles de A. africanus en Sterkfontein,
se produjo en otro yacimiento sudafricano el de Kromdraai, el hallazgo de un fragmento
craneofacial con cinco dientes y algunos otros fragmentos de esqueletos asociados.
Algunos rasgos (cráneo, incisivos y agujeros de los caninos de tamaño pequeño) lo
acercaban a los australopitecos hallados antes, pero otros (la cara grande y proyectada y
los molares anchos) indicaban que se trataba de un tipo distinto de ser. A partir de eses
hallazgo Broom (1938) propuso la existencia de un nuevo género y especie:
Paranthropus robustus.
Por tanto, merced a las evidencias de Taung, Sterkfontein y Kromdraai, resultaba claro
que no sólo existía un homínido muy antiguo en Sudáfrica, sino al menos dos: uno
grácil y otro robusto (Australopithecus y Paranthropus respectivamente). Aunque hay
algunos autores, como Tobias, que prefieren matizar la separación de géneros
concediendo a los robustos el rango de subgénero, Australopithecus (Paranthropus), y
hay, por supuesto, quien admite un único género sin más.
¿Qué diferencia con tanta claridad a los homínidos gráciles de los robustos al margen de
el aspecto más ligero de los A. africanus? Fueron los dientes y la estructura de la cara
los caracteres que llevaron a Broom a denominar “robusto” en 1938 al homínido que
había descubierto en Kromdraai, sobre todo al compararlo con los ejemplares hallados
poco antes en Sterkfontein. Además, el mayor tamaño de los dientes y el esmalte dental
más grueso eran también un indicio para señalar que los parántropos eran vegetarianos.
Durante la discusión que tuvo lugar en los años 50y 60 acerca de la taxonomía de los
australopitecos no faltaron, sin embargo, quienes vieron una homogeneidad mucho
mayor entre todos ellos de la que indican los defensores de la distinción entre
Australopithecus y Paranthropus. Como menciona Aguirre existen rasgos comunes a
todos los homínidos antiguos de Sudáfrica: prognatismo acusado, premolares y molares
anchos, incisivos y caninos pequeños, lo que indica que la diferencia entre ambas
especies no era tan fácil de hacer.
C) Paranthropus boisei.
El yacimiento de Olduvai (en África del Este) proporcionó ya en 1935 restos de
homínidos (en concreto de Homo erectus), siendo su descubridora Mary Leakey. Pero
fue el descubrimiento del espécimen realizado en 1955 por el matrimonio Leakey el que
situaría a Olduvai y, con él, toda África del Este en el centro de la atención de la
paleoantropología.
Tras la reconstrucción del cráneo llevada a cabo por Phillip Tobias se hizo patente que
Dear Boy era un ejemplar muy robusto y que en ciertos aspectos recordaba al
Paranthropus hallado en Sudáfrica:
Cresta sagital.
Reducción del tamaño de los caninos e incisivos que están colocados en una línea
recta delante del paladar.
Aplanamiento de la parte interior de la cabeza.
Volumen cerebral de 500 cc.
Arco supraorbital masivo.
La cuestión que para Walker resuelve ese ejemplar es la del sentido que puede tener la
presencia de rasgos comunes en los ejemplares robustos de Sudáfrica y África del este.
Al hablar de los yacimientos sudafricanos se mencionó como ciertos rasgos compartidos
sugerían que todos los homínidos robustos podrían formar un clado, es decir, proceder
de un antepasado robusto común. Sugerencia apoyada también por Tobias y otros
autores.
Pero, si esto es así, ¿por qué se continúa aceptando la proximidad entre P. Robustus y P.
Boisei y es habitual mantenerlos dentro del mismo género? Wood considera que la
solución más parsimoniosa es la de un grupo monofilético que reúna a todos los
ejemplares robustos, los de África del este y los sudafricanos. Aunque según el propio
Wood las evidencias son muy marginales, así que no existen suficientes razones ni para
rechazar la hipótesis de dos clados robustos separados ni para sustentar la monofilia.
De ser un grupo polifilético resultaría plausible, según Wood, sostener que A. africanus
es el antecesor de los robustos sudafricanos y A. afarensis el antecesor de los de África
del este.
Para Grine la alternativa más fuerte continua siendo todavía la de un solo clado
(Paranthropus) deducido de una de las características más notorias de los robustos: el
espesor muy grueso de sus molares. Ese espesor se consigue a través de unas pautas de
desarrollo semejantes en los robustos sudafricanos y de África del este, cosa que puede
considerarse como un rasgo sinapomórfico, un carácter homólogo que liga a las
especies de robustos y los separa tanto de A. africanus como de los Homo.
morfología del ejemplar es sin duda propia de un homínido robusto aunque con algunos
rasgos (la dentición, sobre todo) compartidos sólo con P. Boisei. Sin embargo, el equipo
de Suwa y White hacen una apostilla bien interesante a esa clasificación, ya que el
ejemplar incorpora algunos rasgos (como el comienzo de la cresta sagital) impropios de
P. boisei y P. robustus y que sólo estaban presentes en el P. aethiopicus.
Para Suwa y colaboradores, eso demuestra que ciertos rasgos considerados antes
funcional y adaptativamente significativos, hasta el extremo de ser considerados como
fundamentales para atribuir la pertenencia a una u otra especie, podrían ser en realidad
polimorfismos que proporcionan una variación grande entre las diversas poblaciones. El
ejemplar-tipo de P. boisei (OH 5 de Olduvai) sería así un espécimen “extremo” de la
especie, mientras que tanto los P. boisei de Turkana como los más recientes de Konso
supondrían seres de morfología intermedia entre los de Olduvai y los P. robustus
sudafricanos.
Suwa hubiesen podido perfectamente atribuir los ejemplares de Konso a una nueva
especie, pero han optado por el camino contrario: el de plantear la posibilidad de que
todos los homínidos robustos pertenezcan a una misma especie.
B) Kenyanthropus rudolfensis.
Ningún yacimiento del África del este ha proporcionado tantos hallazgos de homínidos
como los del lago Turkana (conocido como lago Rudolph durante la colonización
británica). La península de Koobi Fora, en la orilla de levante del lago proporcionó a
principios de los años setenta una colección extraordinaria de restos de homínidos
gráciles de una gran capacidad craneal que aclararían el estatus del hasta entonces
controvertido Homo habilis de Olduvai.
De todos los hallazgos, es el cráneo 1470 el que goza de mayor popularidad. Un cráneo
que destaca por su alta capacidad craneal: entre 770 y 775 cc, los arcos supraciliares
poco salientes y la cara larga y plana, sin apenas prognatismo subnasal. Rasgos todos
ellos que pueden considerarse avanzados. Por el contrario, los alvéolos de los dientes
indican unos incisivos y caninos anchos. El aspecto general del cráneo no tiene ninguna
de las estructuras robustas derivadas de los parántropos.
Entre 1960 y 1964, el equipo del matrimonio Leakey encontró en los lechos I y II de
Olduvai una serie de especímenes cuya interpretación fue de inmediato muy
controvertida. Uno de ellos, OH 7 (Jonny’s child) proporcionó evidencias craneales y
postcraneales que por su edad y morfología, apuntaban hacia un tipo de australopitecino
grácil muy antiguo. Sin embargo, Louis Leakey, Tobias y Napier propusieron en 1964
incluir todos esos hallazgos en el género Homo, definiendo así una nueva especie:
Homo habilis (de la que el OH 7 constituía el ejemplar tipo).
¿Cómo puede ser que autores de mucho renombre y autoridad situasen los hallazgos de
Olduvai atribuidos a Homo habilis tanto dentro de los australopitecinos como de Homo
erectus? Pues porque esos ejemplares mostraban una morfología intermedia cuya
adscripción en uno u otro lado dependía de cómo se enfatizasen las semejanzas y las
diferencias.
Fueron las descripciones morfológicas del espécimen tipo y de los paratipos las que
utilizaron Leakey y colaboradores para proponer el Homo habilis:
Capacidad craneal de 650 cc.
Ausencia de cresta sagital.
Toro supraorbital.
1 metro de altura.
Escaso prognatismo.
Aparato masticador semejante al del hombre actual.
Bipedestación completa.
De este modo, los proponentes del nuevo taxón incluyeron en 1964 la sugerencia de que
fuese Homo Habilis el auténtico responsable de la cultura lítica de Olduvai, la
olduvaiense. Así, fue Homo el género que introduce la estrategia adaptativa de la
manipulación de instrumentos de piedra, y H habilis su primer representante. Por este
motivo (y siguiendo la sugerencia de Raymond Dart) fue bautizado como “habilis”
(capaz, mentalmente desarrollado en latín).
Tanto los ejemplares de Homo habilis de Olduvai como Swartkrans y Koobi Fora tienen
una edad máxima inferior a 2 m.a. Aún así, el modelo más comúnmente aceptado de
radiación de los homínidos habla de la cladogenésis que tuvo lugar hace unos 2,5 m.a.,
coincidente con el episodio de enfriamiento del clima que conduce a la extensión de las
sabanas africanas.
De tal lapso de tiempo se conocían desde bastante décadas atrás algunos restos, pero de
clasificación o edad dudosa. Pero actualmente, la presencia del género Homo anterior a
los 2 m.a. se ha podido documentar de manera firme gracias al yacimiento de Hadar. En
1996 Kimbel y sus colaboradores descubrieron un maxilar superior casi completo en un
área inexplorada de Hadar junto a instrumentos líticos (choppers y esquirlas) de la
tradición olduvaiense.
Lo más importante de este ejemplar es que demuestra la presencia del género Homo con
una antigüedad superior a los 2,3 m.a. De esta forma se llena el hueco que existía entre
los primeros Homo y el momento de la supuesta aparición del género hace 2,5 m.a. Este
hallazgo supone un argumento muy sólido a favor de la idea de la separación de linajes
en esa fecha. Y los estudios paleoambientales, mediante el estudio comparado de la
fauna, indican que la región de Hadar albergó extensiones abiertas de sabana en el
Plioceno tardío. Ambos datos concuerdan con el modelo del género Homo como el
resultado de la adaptación a los espacios abiertos a través del uso de herramientas.
contrario, entendían que eran varios los linajes paralelos (los diversificacionistas). Los
hallazgos de Koobi Fora proporcionaron argumentos muy sólidos a los autores
partidarios de admitir varios linajes simultáneos, e incluso coincidentes en un mismo
emplazamiento geográfico, y a principios de los años 80 eran raros los autores que no
admitían al menos dos linajes: el grácil y el robusto, entendiendo que este último supone
una rama lateral, una especialización tardía de nuestra familia.
Una vez que se relacionaron las mandíbulas robustas, la cresta sagital y los grandes
molares con la ingestión de una dieta vegetal más dura, el panorama parecía cuadrar
bien. Podía indicarse una rama grácil formada por el género Homo, con Homo habilis
como primer representante, y una rama robusta creciente en la que el Australopithecus
africanus daría origen, a través de una especialización de su aparato masticador, al
Paranthropus robustus. Los ejemplares más robustos, los Paranthropus boisei de
Olduvai, Turkana y Omo supondrían una versión muy especializada y tardía del clado
robusto basada, sobre todo, en un gran desarrollo de las estructuras de masticación.
Algunos autores plantearon que el P. boisei podría ser incluso un sucesor directo de P.
robustus, llegándose pues a una línea evolutiva A. africanus – P. robustus – P. boisei.
Mayor robustez equivaldría así, a presencia más tardía en el registro fósil.
Pero no todos los autores aceptaron esta teoría del A. africanus como primer miembro
de un clado robusto. Así Phillip Tobias considera al A. africanus como el antecesor de
los dos clados, el especializado robusto y el grácil que conduce a Homo, cosa que le
llevó a desechar en su momento al A. afarensis como una especie distinguible y,
además, ancestral a todas las demás. Tobias sostiene que los ejemplares atribuidos a A.
afarensis deben ser clasificados como una subespecie de A. africanus, aunque
posteriormente la incluyó como especie separada, pero colocando el A. africanus como
antecesor común de todos los homínidos.
1.- INTRODUCCIÓN.
Los descubridores propusieron diversas especies e incluso diversos géneros para los
ejemplares que iban apareciendo. Frente a la dispersión de formas fósiles que existe en
la etapa pliocénica de nuestra familia, hoy se suele considerar que tan solo uno o dos
tipos de homínidos son los característicos del Pleistoceno Medio.
A) Ideas generales.
El Pleistoceno es una época geológica que se suele dividirse en tres etapas:
Pleistoceno Inferior 1,62 m.a. – 730.000 años.
Pleistoceno Medio 730.000 – 130.000 años.
Pleistoceno Superior 130.000 – 10.000 años.
Aunque sea posible identificar a los seres de esa época como cortados bajo un patrón
semejante, había ciertas particularidades, una cierta variación morfológica. Si se
enfatizan las semejanzas, cabe hablar de una única especie de Homo erectus, e incluso
de una estasis, de su mantenimiento sin apenas cambio durante todo el largo tiempo en
que existió el taxón. Si se toman en cuenta las diferencias, y se relacionan con las
diversidades geográficas y temporales presentes, puede que entendamos que la especie
sufrió a lo largo de su vida ciertos cambios graduales, o incluso que nos decantemos por
la aparición de distintas especies geográficamente separadas.
En un principio, y hasta la década de los cincuenta del siglo XX, Homo erectus se
definía como los seres que vivieron en la época intermedia que partía de los
Si el H. erectus es una mera rama lateral, tenemos que admitir o bien que el Homo
habilis habría debido dar lugar directamente a nuestra especie (cosa bastante difícil de
suponer) o que existe otra especie en el Pleistoceno que ocupa ese lugar de transición.
Esta última alternativa implica la aceptación de un modelo del Pleistoceno inferior y
medio en el que una parte de los antes considerados Homo erectus queda como tal, con
caracteres derivados muy notorios, mientras que otros de los ejemplares atribuidos en
principio a esa especie se agruparían ahora en una distinta, cuyos rasgos permiten
suponer que se trata del auténtico antecesor de los Homo sapiens actuales.
Y, ¿cuál podría ser esa “otra especie”? Hay una especie: Homo ergaster que cumple a la
perfección con las condiciones deseadas propia del África del este, posterior a H.
habilis pero de una edad que se solapa en la práctica con la de éste, una capacidad
craneal notable y autora de herramientas de alta sofisticación.
Si se acepta esa división es lógico aceptar también que el Homo erectus sensu stricto es
una especie, propia de Asia, lateral respecto de la nuestra, mientras que el H. ergaster
africano, daría lugar, en el Pleistoceno superior, a los seres humanos modernos. No
obstante, existe la posibilidad de que el Homo erectus, aun confinado por lo general al
continente asiático, pudiese estar presente también en África.
Homo ergaster ha ganado crédito como taxón en los últimos años, pero existen autores
(Tobias, Wolpoff) contrarios a aceptar su existencia al margen del Homo erectus.
Además, con los descubrimientos más recientes de Atapuerca, el panorama del
Pleistoceno medio ha ganado en complejidad. Los hallazgos del yacimiento TD6
incluyen especímenes muy antiguos de cuyo análisis morfológico se ha deducido que la
transición desde los homínidos del Pleistoceno medio a los humanos modernos se
produce por medio de una especie más, sucesora de H. ergaster y antecesora tanto del
H. neanderthalensis como del H. sapiens el Homo antecessor.
¿Cuál es más razonable entre las dos alternativas indicadas, las de un único H. erectus o
la de un H. erectus sensu stricto y un H. ergaster? No existen argumentos concluyentes
que permitan desechar la hipótesis de una única especie de Homo o la de una diversidad
de especies. La distancia considerable que hay entre el Lejano Oriente asiático y África
es un argumento que se añade a los morfológicos y culturales a favor del taxón H.
ergaster. Pero es difícil explicar, de ser así, porqué aparece un ejemplar de H. erectus
sensu stricto (el OH9) en Olduvai. O bien se acepta que la variabilidad de taxón es muy
grande, lo que supone un argumento en contra de separar a los erectus en dos especies,
o hay que imaginar que el episodio evolutivo de Java y China tuvo una réplica en África
del este cuyo único indicio es el ejemplar de Olduvai.
Los homínidos de Pleistoceno medio manifiestan sin lugar a dudas una cierta unidad.
Son, por así decirlo, un mismo “tipo” de homínido que puede relacionarse con unos
caracteres anatómicos y unos rasgos de conducta muy precisos. Si los separamos en dos
o más especies ¿cómo cabe expresar esa unidad? Julian Huxley (1958) propuso el
concepto de “grado” para expresar algo parecido a lo que estábamos buscando. Y este
concepto ha sido rescatado a causa de las dificultades que existen a la hora de agrupar
en un taxón único a H. erectus sensu stricto y H. ergaster.
Bajo el término de “grado erectus” agruparemos a todos los seres que caracterizan el
proceso de evolución de los distintos senderos del linaje humano en el Pleistoceno
medio. La característica morfológica más acusada del grado erectus es la de un aumento
notable de la capacidad craneal, que dobla los volúmenes de alrededor de 500 cc
propios de los H. habilis y está muy por encima también de Kenyathropus rudolfensis.
El descubrimiento de restos postcraneales tan completos como el niño de Nariokotome
ha llevado a matizar el sentido evolutivo de ese aumento cerebral, entendiendo que en
parte no sería sino una consecuencia lógica del aumento del tamaño de todo el cuerpo.
Hubo presiones selectivas a las que los homínidos respondieron aumentando de tamaño.
Por otra parte existen evidencias muy ilustrativas de que las técnicas de construcción de
útiles de piedra fueron ganando en complejidad, cosa que lleva a entender que no fueron
sólo los cráneos, sino también las propias capacidades cognitivas, quienes sufrieron un
incremento notable.
Los erectus asiáticos (considerados por algunos autores como los únicos Homo erectus
strictu sensu) proceden de los yacimientos de la isla de Java y de China. El ejemplar que
primero se encontró y, quizá el más célebre de ellos, es la calota hallada por Dubois en
1892 en Trinil (Java), y a la que se dio el nombre primero de Anthropopithecus erectus
y posteriormente Pithecanthropus. Otros hallazgos como el del cráneo Sangiran de 1937
(el ejemplar más completo) han permitido hacerse una idea precisa de la morfología de
los H. erectus de Java.
El sistema de recolección utilizado en aquellos años impide precisar el lugar exacto del
que proceden los fósiles descritos por Dubois; sólo cabe indicar que se trata de terrenos
cercanos al río Solo. Esas dudas suponen un obstáculo para poder datar los
especímenes. Aun así el análisis de muestras de piedra pómez y otros materiales
volcánicos del yacimiento de Modjokerto dan a los terrenos una edad de 1,80 0,07 m.
a (como promedio). De ser así, la presencia de Homo erectus en el sudeste asiático
resulta muy antigua, de más de 1,8 m.a. y eso significa que la salida de África es
anterior a la aparición de la cultura achelense, cuyas primeras muestras tienen 400.000
años más. De hecho, algunos autores (Swisher) sostienen que Homo erectus evolucionó
fuera de África ya. Pero esta hipótesis de una salida muy temprana de África ha sido
puesta en duda por la dificultad de establecer el origen exacto de los fósiles, dada la
forma de recolección de los ejemplares hallados hace un siglo poco más o menos.
rasgos típicos de los erectus son un torus supraporbital y una cresta occipital muy
marcados.
La llegada de los homínidos a una isla como Java plantea el problema de cómo pudieron
cruzar las aguas. Siempre que se plantea la colonización de lo que hoy es una tierra
aislada se suele aludir a los procesos de desecación de los mares interiores que habrían
permitido cruzar por estrechos hoy desaparecidos. Pero esa explicación no sirve para
justificar el hallazgo de 1968 de instrumentos líticos asociados a restos de Elephas en la
isla de Flores (Indonesia), que se encuentra separada por aguas muy profundas. Si los
Homo erectus fueron capaces de construir balsas y cruzar un mar de aguas agitadas e
intensas corrientes, eso supone el tener que concederles unas capacidades cognitivas
muy elevadas. La datación de los restos de Flores es crucial: los expertos barajan que
está entre 880.000 y 750.000 años.
Los primeros ejemplares hallados (1963) fueron atribuidos a una nueva especie:
Sinathropus lantianensis, morfológicamente más primitiva que los ejemplares de
Zhoukoudian e incluso que el erectus de Trinil (Java). A pesar de su baja capacidad
craneal (780 cc) estos especímenes se consideraron más tarde como Homo erectus.
La datación de los yacimientos de Lantian parece también indicar que estamos ante
erectus muy antiguos. Las fechas recogidas van desde los 750.000 – 800.000 al millón
de años.
¿Hasta cuándo permanecieron en Asia central los primeros homínidos? Tanto los restos
de Java como sobre todo los de Zhoukoudian suelen ser utilizados como referencias
acerca de lo que es en sentido estricto un erectus. Sin embargo, China ha proporcionado
también otros ejemplares que difieren del erectus típico y se aproximan más a la
morfología del Homo sapiens. Al tratarse de especímenes muy modernos, plantean la
posibilidad de entender que la transición de los erectus a los sapiens tuviese lugar
también en el continente asiático.
estructura facial más moderna. Pese a ello, los homínidos de Yunxian conservan
también muchos de los rasgos típicos del Homo erectus.
Los homínidos de Yunxian indican que los homínidos del Pleistoceno medio tenían un
polimorfismo y una diversidad regional grandes, por un lado, y que todos ellos
contribuyeron de manera significativa al linaje evolutivo que lleva a los humanos
modernos. Esa hipótesis, llamada de la evolución multirregional, contrasta con la
suposición de que el Homo sapiens aparece en un único lugar (África del este) para
radiar luego y sustituir todas las otras poblaciones de homínidos en el resto de África,
Asia y Europa.
Pero cabe señalar que los rasgos modernos de los especímenes de Yunxian han sido
identificados también en otros ejemplares africanos, así que podrían considerarse
primitivos y no tener, pues, significación alguna en cuanto a las eventuales relaciones
filogenéticas que se pudieran querer establecer entre los H. erectus asiáticos y los H.
sapiens.
Los primeros descubrimientos de erectus en África son también muy antiguos, aunque
no tanto como el Pitecanthropus. Corresponden a fragmentos de mandíbulas, maxilares
y otros huesos hallados por Robert Broom en Sudáfrica, en las primeras excavaciones
del yacimiento de Swartkrans (1949). Dada la antigüedad de los ejemplares son lógicas
las dudas surgidas acerca de si atribuir los restos a H. habilis o erectus, lo que indica
claramente las dificultades a la hora de establecer fronteras precisas en la transición
entre los habilinos y los erectus.
Fueron los hallazgos de Olduvai los que pudieron suministrar nuevos y más completos
datos acerca de la morfología de los erectus africanos y, a la vez, los que acentuaron la
controversia. A los especímenes de H. habilis hallados en Olduvai se les pueden oponer
otros ejemplares más modernos como el OH 9 de una edad estimada en 1,25 m.a. El OH
9 consiste en un ejemplar parcial que incluye las estructuras supraorbitales y la base del
cráneo, y al que le falta la cara a partir de los huesos nasales, con una capacidad craneal
de 1067 cc. Por otra parte, el ejemplar OH12 es una parte posterior de un cráneo
pequeño, de unos 700-800 cc.
Como siempre sucede, las diferencias entre esos restos de Olduvai, que abarcan un
rango de edades de 750.000 años, fueron interpretadas o bien como propias de
dimorfismos sexuales o bien como indicativas quizá de diferentes especies. La relación
con los ejemplares asiáticos es también un motivo de controversia.
Los yacimientos de ambas orillas del lago Turkana han proporcionado ejemplares muy
valiosos del grado erectus, que incluyen los cráneos mejor conservados, el esqueleto
más completo y los restos más antiguos. A pesar de la abundancia de fósiles, la
identificación de las especies existentes en Turkana es una cuestión espinosa ya que
algunos autores recogen la presencia de tres taxas de “no australopitecos”.
Teniendo en cuenta que el criterio temporal no nos sirve para situar la frontera entre los
tipo-habilis y tipo-erectus en Turkana, el motivo que lleva a los autores agrupacionistas
a situar esos fragmentos pélvicos y femorales entre los Homo erectus es su morfología,
ya que los fémures se parecen mucho a los ejemplares de Zhoukoudian y a los últimos
Homo erectus de Olduvai. Por lo tanto, Poirier saca la conclusión lógica de que si nos
sujetamos al criterio taxonómico los H. erectus más antiguos de todos son los
ejemplares de Turkana.
Sin embargo, el estudio llevado a cabo por Colin Groves (1989) difiere de las
conclusiones de Leakey y Walker. Groves niega que las comparaciones morfométricas
entre el 3733 y los ejemplares de Pekín apoyen la idea de que son semejantes y, por
tanto, deban clasificarse en la misma especie. Concluye que el 3733 no posee los rasgos
autapomórficos propios del Homo erectus y que no puede ser clasificado como tal.
Otro cráneo, el 3833, algo más antiguo que el anterior y algo más robusto, con unas
diferencias que Wolpoff atribuye a dimorfismos sexuales (el 3733 sería una hembra y el
3833 sería un macho) también posee una capacidad craneal que queda por debajo del
rango de variación de los cráneos de erectus de China.
Pero si los 3733 y 3833 no son erectus, ¿qué son entonces? Groves y Mazák (1975)
proponen otro taxón Homo ergaster. Aunque la propuesta no ha ganado
reconocimiento general, esa fórmula es un buen medio para reconocer que los erectus
africanos y asiáticos no pertenecen a la misma especie.
La otra orilla del lago Turkana, la oeste, también ha proporcionado pruebas de gran
interés de homínidos del grado erectus. En 1984 aparecieron muchos fragmentos de la
cara, el cráneo, la mandíbula y numerosos huesos postcraneales que habían sido
dispersados antes de su fosilización. Una vez reconstruido el ejemplar resultó ser uno de
los más completos de homínido antiguo de que se dispone. Recibió la identificación de
1500 y su edad fue fijada en cerca de 1,6 m.a. Por el grado de desarrollo dental se
calculó que la edad del individuo al morir sería de unos 12 años. Pese a su juventud, la
longitud de los huesos largos del esqueleto es semejante a la de los adultos de etnia
blanca existentes en Norteamérica. Eso quiere decir que la altura del ejemplar, de haber
terminado su desarrollo, superaría en mucho el promedio de la especie actual.
África del este ha suministrado otros ejemplares del grado erectus además de los de
Olduvai y Turkana, como los hallados en yacimientos de Baringo (Kenia), Ndutu
(Tanzania), Awash (Etiopía) etc.
También se hallan restos de erectus al norte del Sahara, en los yacimientos de Tenirfine
(Argelia) y Sidi Abderraman, Rabat y Salé (Marruecos). En los ejemplares de Tenirfine
las mandíbulas son bastante robustas, sin mentón, y con gran semejanza con las de los
erectus de Pekín. El ejemplar de Salé posee también semejanzas muy claras con Homo
erectus, aun cuando la zona occipital es mucho más abultada y redondeada de lo que
cabría esperar, dándole una apariencia más moderna, por lo cual algunos autores
sostienen que es más lógico considerarlo un Homo sapiens primitivo con muchos rasgos
aun propios de los erectus.
En definitiva, según Hublin, los restos del Pleistoceno medio norteafricanos muestran
un mosaico de rasgos de erectus y sapiens, cosa que lleva a la necesidad de interpretar
cuáles pudieron ser las relaciones evolutivas entre esas dos especies.
Esas dudas acerca de la condición de erectus de las formas europeas tienen tanto que ver
con la morfología avanzada de esos ejemplares con respecto a los asiáticos como con
sus edades más bien modernas. Si bien existían yacimientos del Pleistoceno medio
como los de Torralba y Ambrona (España) con una antigüedad de 500.000 años y
numerosos instrumentos líticos, no se ha encontrado presencia de homínidos.
Sin embargo las quejas sobre las suposiciones acerca de la ocupación europea anterior
al medio millón de años ya no tienen razón de ser tras los hallazgos de posteriores de
Boxgrove (Inglaterra, 1994), Dmanisi (Georgia, 1995) y a los españoles de Atapuerca
(1997) y Orce (1983), a los que se les asigna la condición de “primer europeo”.
El ejemplar de Boxgrove es una tibia parcial hallada al sur de Inglaterra que por
comparación con la fauna existente en el yacimiento se le atribuye una antigüedad de
524.000 – 478.000 años. Pero la notoriedad de este fósil como indicador de una
presencia temprana de Homo en Europa duró poco, ya que los ejemplares del sur y este
del continente, mucho más antiguos reclamaron pronto la atención.
d.1.- ¿Cómo y por dónde pudieron llegar los primeros homínidos a Europa?
La evidencia más clara para admitir esa vía migratoria es la identidad de especies
terrestres a uno y otro lado en la misma época (hipopótamos, équidos, felinos e incluso
primates). Pero nada obliga a pensar que Gibraltar fuese el único puente hacia Europa
Del mismo yacimiento y horizonte estratigráfico son un cráneo casi completo y una
calota con capacidades craneales respectivas de 775 y 650 cc, cuyos rasgos muestran
semejanzas esenciales con los de Koobi Fora.
Aguirre sostiene que es muy probable que la “salida de África” se produjese en varias
oleadas, con una primera que conduce a la larga a los erectus de Java y otra, algo más
moderna, identificable gracias a los ejemplares de Dmanisi.
En 1976, Trinidad Torres encontró en la Sierra de Atapuerca (14 Km. al este de Burgos)
y en un pozo profundo denominado Sima de los Huesos, dentro de la Cueva Mayor, una
colección de huesos fósiles del Pleistoceno medio. Convirtiéndose a partir de allí en el
yacimiento con más abundancia de restos fósiles de homínidos de ese periodo.
Veinte años después de los hallazgos realizados en la Sima de los Huesos, tendría lugar
el descubrimiento en otra de las localidades de Atapuerca, la Gran Dolina, de homínidos
más antiguos asociados a instrumentos líticos de manufactura también muy primitiva.
En el nivel TD6 aparecieron en 1994 más de 30 ejemplares fósiles craneales,
mandibulares y dentales de homínidos pertenecientes al menos a cuatro individuos. La
edad de los niveles de la Gran Dolina es anterior a los 780.000 años.
Los motivos del cambio tienen que ver con la aparición en 1995 de una cara juvenil
parcial, con parte del cráneo y algunos dientes, cuya topografía mediofacial es
completamente moderna. Otro ejemplar adulto confirmaba, además, una retención de
rasgos juveniles que no estaba presente en Homo ergaster ni tampoco en los
neandertales posteriores, así como ciertos rasgos derivados que los apartaban tanto de
H. erectus, H, ergaster y neandertales.
El paratipo de Homo antecessor está formado por 38 ejemplares procedentes todos del
nivel TD6. Bermúdez de Castro, Rosas, y Arsuaga sostienen que el H. antecessor es el
predecesor común tanto de H. heildelbergensis que daría lugar, más tarde, a los
neandertales, como de los seres humanos de aspecto moderno, Homo sapiens,
descendientes de una población de H. antecessor existente en África.
Pero no es ésa la única forma de ver el taxón H. antecessor. Así, Aguirre, defensor de la
teoría multirregional de evolución hacia el Homo sapiens, entiende que cabría apuntar
que los rasgos faciales del H. antecessor compartidos con erectus y humanos modernos
indican un aporte genético muy variado como origen de los seres humanos actuales. Un
esquema así niega al H, antecessor como último antepasado común de dos linajes: el de
neandertales y sapiens, que diverjan a partir de él sin mezclarse en adelante.
Uno de los lugares con indicios de la presencia humana más antigua de Europa, aunque
muy discutidos, es el conjunto de los yacimientos de Orce, cerca de Granada. En 1982,
el equipo de Josep Gibert encontró en uno de esos yacimientos un fragmento de parietal
cuya especie resultaba imposible de precisar pero atribuido a un homínido. Esa
identificación, sin embargo, fue negada más tarde, sosteniendo que la morfología del
ejemplar sugiere que se trata de un équido.
Quince años después de los primeros hallazgos (1995) se celebró en Orce una
Conferencia Internacional de Paleontología Humana, cuyo propósito no declarado pero
obvio era el de llevar a cabo una discusión general acerca de los hallazgos de Orce, con
el fin de obtener un consenso al respecto por parte de la comunidad paleontológica
internacional Lowenstein y Tobías sostuvieron que los restos podrían ser de
homínidos, mientras que otros autores como Aguirre sostenían lo contrario.
En cualquier caso, y al margen de las dudas acerca de la morfología de los restos fósiles
de Orce, la industria lítica encontrada resulta ser muy primitiva, de tradición
olduvaiense, y confirma la presencia en el sur de España de homínidos en una época
bien antigua. Se refuerza así la impresión de que existió una vía occidental de salida de
África y colonización del continente Europeo.
Son varios los rasgos anatómicos y funcionales enfatizados por los autores que se han
ocupado de estos homínidos a la hora de caracterizar sus especies. Rightmire recuerda
que para de delimitar el hipodigma propio del taxón erectus, el diagnóstico formal de
una especie debe basarse en sus rasgos apomórficos o derivados y no en los
plesiomórficos o primitivos de los que dispone por simple parentesco con especies
anteriores.
Así que el menos indicado de todos los rasgos de los erectus a la hora de caracterizar ya
sea a una sola especie de esa fase o a varias es, precisamente, el que se enfatiza en el
nombre del primer ejemplar descubierto, esa condición de “erecto” que otorgó Dubois y
que hoy sabemos que se basa en un rasgo, el del bipedismo, primitivo, alcanzado ya por
seres anteriores de nuestra familia. Frente a las dudas acerca del grado de bipedismo de
los australopitecinos e incluso de H, habilis, los erectus cuentan con una locomoción
bípeda funcionalmente completa, pero sería absurdo otorgarles la condición de la
bipedia como un rasgo derivado.
Los verdaderos rasgos distintivos del grado erectus se relacionan sobretodo con el
cráneo:
Cuentan con capacidades craneales superiores a H. habilis, es decir, entre 700 y
1250 cc.
Una forma del cráneo característica: con bóvedas craneales aplastadas (platicefalia),
un torus angular en la parte posterior e inferior del occipital y las paredes craneales
gruesas.
La cara cuenta con un arco supraciliar grueso y continuo, un verdadero torus
aplanado por su parte superior.
Pero también conserva rasgos primitivos (plesiomorfias):
Proyección de la cara hacia fuera (prognatismo facial).
Los molares relativamente grandes (aunque menos que los
australopitecinos).
Los caninos algo proyectados.
La ausencia de barbilla.
Las características postcraneales del erectus fueron más difíciles de establecer a causa
de la escasez de restos de este tipo:
El promedio de altura de la especie estaría en 1,70 metros y el promedio de peso en
58 kilos. Eso no obliga a considerar, sin embargo, que todos los erectus
compartiesen un mismo rango de alturas. Algunos autores sostienen que Homo
Los seres del grado erectus aparecieron con alta probabilidad en África del este,
mediante una anagénesis del Homo habilis, y fueron los primeros que abandonaron el
continente africano para radiar por Asia y Europa.
Pero la unidad sugerida tanto por la morfología como por las técnicas líticas de los
homínidos protagonistas de la radiación que encontramos en el Pleistoceno medio es
discutible. Bajo el grado erectus se agrupan seres morfológicamente diversos, presentes
en lugares muy alejados entre sí y autores de herramientas de piedra que tampoco son
siempre las mismas. La ampliación del tiempo en que vivieron esos seres, que sobrepasa
el millón de años, es un dato más a tener en cuenta.
Todas esas preguntas están relacionadas entre sí. En los años 80, cuando no se habían
producido aun los descubrimientos de homínidos antiguos en Europa, los ejemplares
típicos de H. erectus eran los asiáticos y los restos africanos del Pleistoceno antiguo se
podían comparar con los de Zhoukoudian y Java, enfatizando o bien las similitudes o
bien las diferencias.
¿Cómo saber cuando se produce la transición de una u otra especie? Si los cambios
acumulados son graduales, y el proceso de evolución continuo, esa frontera no existiría
más que de una forma arbitraria, como una abstracción que indica que, con el paso del
tiempo necesario, los especímenes de un determinado momento y sus antecesores
remotos son muy distintos entre sí. La presencia de ejemplares intermedios entre erectus
y sapiens, como los del norte de África o los de Atapuerca, introducen la posibilidad de
ese cambio gradual y continuo. No es raro que en esas condiciones haya habido autores
que han defendido el que todos los H. erectus deben colocarse en realidad dentro de la
especie Homo sapiens (Wolpoff).
Pero, si por el contrario, los erectus pudiesen caracterizarse por unos rasgos derivados
que han permanecido más o menos estables durante todo el tiempo en que existió el
taxón para dar luego paso, mediante un cambio rápido y notorio, a otra forma, entonces
sería posible detectar con cierta facilidad el comienzo y el final del grado erectus. Esa
idea se ha propuesto bajo el nombre de hipótesis de la estasis del Homo erectus.
A mitad del siglo XX se había alcanzado un consenso sobre la existencia del taxón
erectus con un morfotipo muy concreto e intermedio entre los australopitecinos
conocidos en aquel momento (los sudafricanos) y los seres humanos modernos. Esa
coincidencia entre los autores fue posible porque los diversos ejemplares hallados en
terrenos del Pleistoceno medio compartían ciertas características morfológicas que se
consideraron en su día lo bastante importantes como para justificar la unificación. Pero
la nítida distinción australopitecinos-erectus-sapiens fue poniéndose en duda a medida
que el registro fósil se iba ampliando
Al añadirse nuevos ejemplares, los correspondientes a África del este, se plantearon dos
cuestiones relacionadas entre si respecto de la muestra atribuida al erectus:
1.- Si la especie Homo erectus permaneció más o menos estable, con una morfología
que varió muy poco durante todo el tiempo de su presencia aquí hay tres posturas
enfrentadas:
Postura de la estasis Howells y Rightmire consideran que los
especímenes que se atribuyen al erectus permanecieron sensiblemente iguales a
lo largo del tiempo, sin cambios morfológicos notables, y dieron lugar luego a
los H. sapiens a través de una transición brusca.
Postura de los cambios continuos Wolpoff, al contrario, es un notorio
representante de la idea de que el H. erectus sufrió cambios pequeños y
continuos.
Postura intermedia Tobias, siguiendo la idea darwiniana antigua de unos
cambios puntuados, pero a la vez reversibles, considera la idea de que las
poblaciones de H. erectus dieron muy posiblemente lugar a cambios regionales
en forma de subespecies que luego, mediante reconvergencia, serían absorbidos
por la línea general de evolución del taxón. Esta propuesta exige que tenga lugar
un cambio morfológico con el tiempo, pero no es necesario que sea continuo.
Los procesos de evolución y de flujo genético pueden concentrarse en unas
épocas determinadas. No obstante, también cabe sostener sin traicionar su idea
que esos microtaxa aparecidos de forma alopátrida en distintos lugares, en lugar
de ser reabsorbidos pudieran dar paso a verdaderas especies reproductivamente
aisladas y, por tanto, a la necesidad de distinguir especies diversas dentro del
grado erectus.
2.- Si bajo la forma erectus existe una sola especie o más de una la consideración
de uno o más especies depende de lo estricta o relajada que sea la postura de quien lleva
a cabo las clasificaciones. Pueden establecerse como hipótesis más probables:
El grado erectus comienza en África del este en una época muy antigua,
alrededor de los 1,8 –1,9 m.a., (o incluso antes).
En sus comienzos, los homínidos del grado erectus mantenían las tradiciones
culturales olduvaienses de los Homo habilis. Más tarde, se producen adelantos
significativos en la fabricación de herramientas que dan lugar a una nueva
tradición cultural la achelense. Sin embargo, esta forma de manufactura
(donde destacan los bifaces) está ausente en Asia (con alguna excepción) y no
aparece en Europa hasta una época tardía.
La salida de África se produce pronto, quizá con los primeros homínidos del
grado erectus, y la radiación se dirige hacia Asia y Europa. Los motivos de las
migraciones pudieron ser el aprovechamiento mediante carroñeo de las víctimas
de los grandes predadores que, a su vez, abandonaron el continente africano.
Las diferentes poblaciones del grado erectus evolucionan in situ. Los H. erectus
sensu stricto son un producto de esa evolución local y, por consiguiente, existen
solo en Asia. De acuerdo con las evidencias de Atapuerca se afirma que por la
misma época existe en Europa otra especie diferente: Homo antecessor.
La transformación a las formas del Paleolítico superior es distinta en cada
continente. En Asia permanece en estasis, el Homo erectus sensu stricto. En
Europa el H. antecessor da lugar al H. neanderthalensis. En África, el H.
antecessor o la especie correspondiente de esa época da lugar al Homo sapiens.
Existe una alternativa para esa interpretación. Los ejemplares de Atapuerca
podrían ser considerados próximos a los H. erectus en sentido estricto y ser
antecesores de H. sapiens. Un modelo así obliga a optar por la visión
multirregional de la evolución de los seres humanos de aspecto moderno,
mientras que la anterior es compatible con la hipótesis “desde África”.
H.ergaster H. sapiens
H. habilis H. erectus
H. rudolfensis
Una de las primeras dudas que cabría resolver es si el taxón Homo, compuesto por las
especies que le son atribuidas forman o no un grupo monofilético. Es decir:
- Homo habilis (e incluso Kenyanthropus rudolfensis, llamado también Homo) en el
Plioceno.
- Homo ergaster, Homo erectus y Homo antecessor (el “grado erectus”) en el
Pleistoceno inferior y medio.
- Homo heidelbergensis y Homo sapiens en el Pleistoceno superior y la transición
hasta los seres humanos.
Wood y Collard se plantean ese problema partiendo del sentido adaptativo del género.
Se trata de una cuestión primordial, puesto que el sentido profundo de cualquier
propuesta taxonómica tiene que ver con la manera como un determinado grupo se
adapta a su medio ambiente. Si varias especies se mantienen lo bastante próximas entre
sí como para merecer ser consideradas todas ellas dentro de un mismo género, cabe
pensar que sus soluciones adaptativas no habrán de diferir demasiado.
Pero Wood y Collard apuntan que el tamaño y el peso de las diferentes especies
agrupadas dentro de Homo son muy variados, y no puede decirse de todas ellas que se
parezcan más a los humanos actuales que a los australopitecinos en ese rasgo de
peso/tamaño.
Podría tomarse otro rasgo como la apomorfia fundamental del género la bipedia.
Mientras que los australopitecinos muestran un bipedismo un tanto parcial, en
desarrollo, los seres del grado erectus tienen ya un bipedismo funcionalmente completo
y adaptado en exclusiva a la marcha. Entonces, ¿qué decir de las especies del Plioceno
atribuidas a Homo? Wood y Collard mencionan la estructura de la mano y el tamaño de
los brazos de los ejemplares de Olduvai como argumentos a favor de un bipedismo
incompleto en Homo habilis.
La capacidad craneal, que es otro de los rasgos que identifican al taxón Homo con su
gran incremento, indica similares dudas. Cualquier consideración evolutiva sobre el
tamaño craneal debe tener en cuenta si se trata de un incremento propio del cerebro o si,
por el contrario, es todo el cuerpo el que crece y la cabeza con él, lo que obliga a
establecer cálculos relativos al tamaño del cuerpo.
Pero no es fácil realizar el cálculo cuando existen pocos restos postcraneales, por lo que
Wood y Collard utilizan como indicio para el tamaño del cuerpo la medida del área
orbital. Los resultados indican que tanto K. rudolfensis como H. habilis y H.
heidelbergensis están más cerca de los australopitecinos que a los seres humanos
actuales, mientras que H. ergaster es equidistante. El estudio del aparato masticatorio
indica unas parecidas diferencias dentro del género Homo.
Como conclusión, Wood y Collard sostienen que si se pretende incluir esos distintos
taxa mencionados, el grupo resulta ser parafilético, por lo que sugieren limitar las
especies incluidas en el género Homo a aquellas que están más próximas a los humanos
actuales que a los australopitecinos, es decir, sacar del género tanto Homo habilis como
K. rudolfensis.
Tras el replanteamiento de Wood y Collard (1999) el cladograma de los taxa
pertenecientes a Homo queda del siguiente modo:
H. neanderthalensis
H. sapiens
H. erectus
H. ergaster H. heidelbergensis
H. antecessor H. neanderthalensis
H. ergaster
H. erectus
H. sapiens
1.- INTRODUCCIÓN.
Al comparar las diferencias entre los seres humanos y los demás primates podemos
destacar algunos rasgos bien notorio de la especie humana:
- Rasgos anatómicos tamaño cerebral, forma de las extremidades anteriores y
posteriores y la estructura de la cara.
- Rasgos de tipo funcional el lenguaje hablado, la locomoción bípeda o la
construcción y uso de herramientas.
Raymond Dart (1949) sostenía que el logro del bipedismo implicaba ciertos cambios
anatómicos en la constitución de nuestros antepasados: la desaparición de los grandes
caninos y los premolares cortantes. Además identificó al Australopithecus africanus
como el homínido que mediante el uso de herramientas fabricadas por ellos mismos se
dedicó a la caza de animales pequeños y completaron el camino evolutivo de la relación
existente entre las sabanas abiertas, la bipedia y la eclosión cultural.
Las pruebas acerca de sus hábitos alimenticios las sacó Dart del examen de la caverna
de Taung que suponía la existencia de un basurero en que los australopitecinos
predadores acumularon sus desperdicios (tortugas, pájaros, roedores, cabras). Suponía
que los huesos habrían sido utilizados por los autralopitecos como instrumentos para
herir, machacar y cortar, dando lugar así a una tradición de uso de herramientas de
origen “natural”, la cultura osteodontoquerática (anterior a la de los útiles de piedra).
Otros autores de la primera mitad del siglo XX, también apuntaban a la conducta
predadora de los autralopitecinos como la clave de su éxito adaptativo. Conducta que
llevaron a cabo mediante instrumentos de piedra que constituyen los primeros indicios
de una manufactura.
Pero para Robinson los autores de los instrumentos líticos de los yacimientos del Plio-
Pleistoceno sudafricano no fueron los australopitecinos, ya que estos no fueron más que
meros utilizadores de piedras, palos, huesos.
En ese caso la hipótesis que relaciona la adaptación a las extensiones de sabana abierta
con la fabricación de herramientas podría todavía sostenerse, pero desechando que
fuesen los australopitecos los seres que llevaron a cabo esa colonización de los espacios
abiertos. Sería otro género, el Homo, y más en concreto la especie Homo habilis, quien
dio lugar a la cultura de útiles de piedra manipulados.
Para averiguar si es el H. Habilis el autor de los útiles más antiguos se deben asociar los
restos fósiles y los instrumentos líticos hallados en los yacimientos. Donde existen
motivos más sólidos para efectuar este tipo de relación es en el yacimiento de Olduvai,
que además dio nombre a la primera de las culturas líticas.
Eso supone un problema de cara a la interpretación adaptativa del papel de los útiles.
Siendo aceptado de forma generalizada que Paranthropus era un ser de dieta vegetariana
dura, cuesta trabajo entender para qué usaba las herramientas, unos instrumentos que se
relacionan con la alimentación carnívora. Susman aventura que adaptaron las
herramientas de piedra para obtener y transformar alimentos vegetales.
Tobias disiente de este punto de vista. Después de llevar a cabo una revisión de los
restos fósiles y líticos de los yacimientos de Olduvai, Taung, Makapansgat, Sterkfontein
En 1994, Susman publicó un nuevo estudio comparativo de los pulgares con el fin de
plantear las distintas necesidades anatómicas de: a) los agarres de fuerza, que se realizan
con la palma de la mano (como los que utilizan los simios superiores cuando utilizan un
palo como herramienta) y b) los agarres de precisión, llevados a cabo con las puntas de
los dedos propios de los seres humanos. El agarre de precisión necesita pulgares largos,
dedos fuertes y músculos capaces de moverlos, y tres de los músculos que mueven el
pulgar en este caso no se encuentran en los simios superiores.
Las especies que tomó en cuenta Susman para su estudio fueron las de A. afarensis, P.
robustus, H. erectus y H. neanderthalensis, y por otro lado, chimpancés comunes,
bonobos y seres humanos actuales. Susman sostiene que hay una diferencia notable
entre los pulgares de A. afarensis, semejantes a las de las dos especies de chimpancé y
los del resto de homínidos fósiles, que muestran unos pulgares morfológicamente
similares a los de los humanos modernos. En ese caso, los parántropos seguirían siendo
candidatos a la autoría de las herramientas.
La conclusión a la que se llega es que la morfología del pulgar, por sí sola, no puede
servir como argumento a favor de la construcción de herramientas, y menos aun de
capacidades cognitivas avanzadas, como las lingüísticas. En ausencia de otras pruebas
más sólidas, hipótesis como la de Susman no pasan de ser castillos en el aire.
Además, la necesidad de coordinar los movimientos de las dos manos para poder tallar
piedras implica cambios cerebrales importantes. Es preciso un nivel cognitivo alto
para llevar a cabo los movimientos coordinados y complejos necesarios a la hora de
obtener una lasca, una raedera o un bifaz.
Por desgracia, se sabe muy poco acerca de la arquitectura cortical de los homínidos. De
conocer la extensión de las áreas motoras primaria y suplementaria, se tendría una idea
mucho más precisa de las capacidades manuales de los diferentes homínidos del
Plioceno y de lo plausibles que puedan ser las hipótesis acerca de quienes construyeron
los primeros útiles de piedra.
¿Qué tipo de dieta podrían haber tenido los homínidos antiguos? Harris indica distintas
fuentes de evidencias acerca de la dieta de los homínidos:
el registro fósil (sobre todo en lo que hace referencia a los dientes).
Las herramientas y útiles conservados.
La comparación con la dieta con otros primates.
Las analogías que puedan establecerse con las sociedades modernas de
cazadores-recolectores.
La posibilidad de comparación con los primates que se encuentran más cerca de nuestra
especie, los chimpancés, es la que pueda darnos la clave más importante a la hora de
hablar de la dieta de nuestros antepasados. Los chimpancés son omnívoros oportunistas:
se alimentan en una 94% de hojas y frutos, pero no desprecian la carroña ni pierden la
oportunidad que tienen de cazar animales pequeños, incluidos monos. Esa condición de
omnívoro oportunista parece ser también la de todos los homínidos.
Así aparece una identificación entre dieta carnívora, ocupación de las sabanas abiertas y
construcción y uso de instrumentos líticos. Por lo que hace a Homo, el modelo parece
cuadrar bien. La obtención de carne en la sabana se facilita mucho con el uso de
herramientas.
El estudio de Grine (1987) acerca de las marcas de desgaste de los dientes debidas a la
dieta proporciona una evidencia directa acerca de los hábitos alimenticios de
australopitecinos robustos y gráciles, demostrando que poseían una dieta diferente, ya
que los robustos masticaban alimentos más duros, mientras que los gráciles tendrían una
dieta sobre todo folívora, aunque los frutos formaron parte también de A. africanus.
Washburn y Lancaster (1968) desarrollaron una de las hipótesis de mayor éxito acerca
de la conducta de los primeros talladores de piedra, la del “hombre cazador”. Este
modelo se propuso en unos años en que la influencia de los estudios etológicos de
Konrad Lorenz era notoria. Lorenz mostró la importancia de las conductas agresivas
para la cohesión de los grupos sociales. Gracias a unos enfrentamientos la mayoría de
veces rituales, se consigue un orden y una armonía en el grupo de modo que la conducta
agresiva es responsable de que las sociedades animales funcionen de manera correcta.
Pero los intentos de ligar caza con la agresividad tropiezan con un inconveniente serio
la conducta agresiva es intraespecífica. Cazar no es una forma de agresión sino un
medio de vida.
El modelo del “hombre cazador” como motor evolutivo de los homínidos ha recibido
numerosas críticas como el hecho de que nunca ha sido corroborado por el registro fósil.
¿Cómo se pueden obtener pruebas directas acerca de algo así en los especimenes y en
los útiles que se han hallado? Una posible solución puede estar en el análisis de las
marcas microscópicas existentes en los dientes de los australopitecinos que permitieron
confirmar la dieta preferentemente vegetariana de los robustos. Pero si se ha de hablar
de un aporte importante de carne en la alimentación de los fabricantes de instrumentos
de piedra, ¿qué pruebas podríamos buscar acerca de si eran o no ellos mismos los que
mataban sus presas? Se han utilizado tres tipos diferentes de evidencias para decidir la
cuestión de cómo obtuvieron las proteínas animales los homínidos antiguos:
- el análisis detallado de los útiles y de su posible funcionalidad. El examen al
microscopio del filo de un instrumento lítico puede deducir para qué se utilizó
(raedera para curtir pieles, cuchillo para cortar carne, o hacha para serrar madera).
- La etología, mediante el estudio comparado de las conductas de los simios
africanos.
- Los estudios tafonómicos, encaminados a reconstruir el proceso de acumulación
de evidencias fósiles disponibles en un yacimiento. Estos son los que han permitido
avanzar más en la comprensión de la conducta de los homínidos antiguos.
Como resultado de todo ello, a la idea de Dart de los homínidos como cazadores en la
sabana abierta le siguió, una vez que los yacimientos de África del este proporcionaron
muestras de lugares de habitación de los homínidos con asociación directa de restos
fósiles de homínidos y piedras manipuladas (Olduvai, Koobi Fora), la convicción de
que los primeros fabricantes de utensilios líticos eran carnívoros que cooperaban en
mayor o menor medida para la obtención de alimentos.
Fueron sus estudios arqueológicos de Koobi Fora los que le sugirieron ese modelo y que
le llevaron a pensar en una forma de vida de los homínidos constructores de
herramientas que difería mucho del mundo competitivo del “hombre cazador”.
Una vez que estamos ante seres que utilizan herramientas, ver en los indicios
disponibles una tendencia hacia la caza o el carroñeo el que suministraba la dieta
carnívora supone una diferencia importante en términos sociales. Si se cree, con Isaac,
que los primeros usuarios de herramientas líticas transportaban hasta sus refugios las
carcasas de los animales a los que habían dado muerte, cabe pensar que dispondrían de
bastante comida para ser repartida entre varios sujetos de forma cooperativa. Pero si los
transportados son sólo los huesos descarnados por los predadores a los que se va a
extraer el tuétano, entonces la escasez de los alimentos disponibles introduciría un
elemento de tensión social.
El modelo de cooperación social que propone Isaac es el de una división de los roles, ya
que es el más plausible para explicar la aparición de unos seres capaces de obtener carne
de animales grandes, lo que implica cooperación; capaces de fabricar útiles lo
suficientemente cortantes como para despiezar una carcasa y enseñar a los demás a
hacerlo, lo que implica coordinaciones motoras y estrategias cognitivas avanzadas, y
enfrentados al problema, para las hembras, de amamantar a sus crías y cuidar de ellas.
La división del trabajo es, según Isaac, la explicación más parsimoniosa posible de una
organización social eficaz a la hora de hacer todo eso. Las hembras no son meramente
pasivas. Tienen un papel importante en la recolección de alimentos vegetales, huevos,
insectos y pequeños anfibios y reptiles.
Una crítica radical a las ideas de la caza, e incluso el carroñeo, como motor evolutivo de
los homínidos se debe a Clifford Jolly (1970). Jolly indica algunos agujeros notorios del
modelo en feed-back como el del bipedismo-herramientas-disminución de los caninos e
incisivos-aumento cerebral.
La alternativa que propone Jolly surge del estudio de los hábitos y condiciones de los
cercopitecoideos (monos del Viejo Mundo) que compiten por los recursos alimenticios
y los homínidos. Uno de los puntos esenciales de la comparación es el relativo a la
similitud de las mandíbulas y los dientes que expresan según Jolly una alimentación
común en base a objetos pequeños y duros. Por ello llega a la conclusión de que una
parte considerable de la dieta de los homínidos debió estar constituida por las semillas
de las hierbas y plantas de la sabana.
Los estudios sobre los útiles de Koobi Fora y otros yacimientos indican que el examen
microscópico de los filos pone de manifiesto su uso diferencial: algunos se usaron para
raer pieles y otros para cortar carne, pero también los hubo que se utilizaron sobre
materiales vegetales.
Pero el análisis de Stahl (1984) acerca de la dieta en condiciones previas al uso del
fuego supone un argumento contrario a una gran dependencia de la alimentación
vegetal. Stahl muestra la presencia común en muchas plantas de los componentes
secundarios que son potencialmente negativos para los homínidos incapaces de
transformas las toxinas (venenosas) o la celulosa (imposible de digerir) manipulando los
alimentos mediante la cocción.
Algunos autores han pretendido establecer una hipótesis acerca de la adaptación de los
homínidos a través de la descripción de las técnicas de los Hadza. La división del
trabajo en esta tribu sigue pautas comunes de carroñeo/caza por parte de los hombres y
recolección (basada en tareas de excavación para obtener tubérculos) por parte de las
mujeres y los niños. Los autores destacan la importancia de esa labor para la
prolongación de la vida de las hembras de la especie humana más allá de la menopausia,
la “hipótesis abuela”, toda vez que la tasa de recolección más alta corresponde a las
mujeres que no tienen ya a su cuidado a los niños. Esta “hipótesis abuela” ha sido
utilizada para ilustrar una posible interpretación de las estrategias adaptativas de los
homínidos del grado erectus.
Los dimorfismos sexuales son muy comunes entre los primates y afectan a numerosos
rasgos, tanto anatómicos como funcionales (tamaño del cuerpo, presiones
ontogenéticas, hábitat, estructura socioeconómica, estrategia reproductiva, etc.).
Si la asignación del sexo es una cuestión bastante incierta por lo que hace a los
parámetros cuantificables, al entrar en cuestiones mucho más especulativas de la
diferencia de las conductas según los sexos, la imaginación se dispara. Así el modelo
del “hombre cazador” de Washburn y Lancaster incluye una extensión de los posibles
dimorfismos que va más allá de la morfología y entra del todo en los roles sociales.
permanentes en las hembras) como sistema para acentuar las respectivas distancias en el
papel de cada sexo dentro de una pareja estable.
Las hipótesis que relacionan la construcción de útiles de piedra con el desarrollo mental
se suelen incluir bajo el epígrafe común de modelo tecnológico de evolución.
Pero, en los mismos años en que aparecieron las interpretaciones de Washburn existía
no obstante una alternativa, postulada por psicólogos, que ha tenido a la larga una
notoria influencia en los estudios etológicos acerca de la conducta grupal en primates.
Se trata del modelo maquiavélico de la evolución de la mente, propuesto por Nicholas
Humphrey (1976). Humphrey indica que si bien los homínidos construyen
herramientas, los chimpancés también lo hacen. Ese uso de herramientas no incrementa
las respuestas críticas sino que de hecho disminuye la creatividad individual. Se siguen
estrategias predeterminadas y muy eficaces, por lo que esas conductas tecnológicas
proceden de conductas imitativas, o de un uso muy simple de los métodos de ensayo y
error. No son una prueba de “inteligencia” en el sentido de resolución creativa de
problemas planteados por el medio ambiente.
conducta y roles que permiten establecer jerarquías según unas reglas de juego muy
precisas.
A) La cultura olduvaiense.
La garganta de Olduvai ha dado nombre a la industria lítica más antigua que se conoce
la cultura olduvaiense. Se podría describir esta cultura como un conjunto de
diferentes piedras manipuladas por los homínidos para conseguir de ellos filos
cortantes, que se obtienen al golpear un canto de distintos materiales duros, entre los
que se encuentran el sílex, el pedernal, el cuarzo, granito y el basalto, de formas
redondeadas. El tamaño de los núcleos es variable, pero puede darse por típico el que
cabe cómodamente en la mano.
Procedentes de épocas tan antiguas o más que las de Olduvai, y en otros yacimientos
distintos, se han encontrado útiles de técnicas algo diferentes, aunque siempre dentro de
la tradición general olduvaiense, que han recibido varios nombres. Por ejemplo, las
industrias algo más refinadas de Gadeb (Etiopía) o Karari (Kenia) suelen denominarse
“olduvaiense desarrollado”. No obstante, el conjunto descrito de núcleos y lascas,
retocadas o no, se denomina en general “complejo industrial olduvaiense”.
El lecho más antiguo de Olduvai tiene alrededor de 1,8 m.a., pero ese mismo tipo de
útiles ha sido encontrado en otros lugares del valle del Rift prolongando hacia atrás cosa
de 1 millón de años la presencia de las primeras herramientas manipuladas.
Las herramientas olduvaienses suelen clasificarse por sus formas, entendiendo que las
diferencias en el aspecto implican usos también distintos. Los útiles grandes incluyen:
- Martillos cantos rodados sin filo cortante, pero con señales evidentes de haberse
utilizado para golpear otras piedras.
- Choppers, protobifaces o utensilios-guija cantos en los que se ha obtenido un borde
cortante. Sirven para romper superficies duras como son los huesos grandes.
- Lascas o esquirlas resultan del golpe dado a un núcleo. Su filo es muy aguzado y su
función es la de cortar la piel, la carne y los tendones de los animales que se
quieren despiezar. Pueden estar retocadas o no.
- Raederas lascas retocadas con un filo que recuerda al de los cuchillos dentados, y
cuya función podría haber sido la de raspar las pieles para curtirlas.
Resulta difícil sacar conclusiones definitivas acerca del uso de los útiles olduvaienses, y
la idea de la función depende de la propia forma como se interprete la adaptación de los
homínidos que las usaron. Si se ve en los fabricantes de herramientas un último eslabón
de los carroñeros para el que sólo los huesos grandes quedan disponibles, entonces
serán las hachas de mano capaces de dar golpes fuertes y partir un cráneo o fémur los
principales instrumentos. Si por el contrario, entendemos que debían descuartizar
animales prácticamente enteros, las lascas muy afiladas serán el instrumento principal.
Pero ese esquema simple no parece sostenerse a la vista del registro fósil existente. Los
H. habilis desaparecen en los yacimientos mucho antes de que haya restos del grado
erectus. Y las primeras herramientas achelenses se encuentran en la parte superior del
lecho II, en estratos anteriores a aquellos en los que aparecen H. ergaster. Además hay
que tener en cuenta que las dos tradiciones (olduvaiense y achelense) coexisten durante
un largo periodo de tiempo en el que sólo hay o bien restos de Paranthropus boisei o
restos de H. ergaster.
El control de las manos y el desarrollo cerebral eran realmente altos para manipular
esas herramientas, lo cual se suele atribuir a H. habilis su manufactura a pesar de
haberse encontrado también restos de Paranthropus boisei.
de homínidos procedentes de unos terrenos que fueron datados en 1,34 – 1,38 m.a. El
examen de los especímenes de homínido de Konso se relacionan con los ejemplares de
H. ergaster de Koobi Fora, proporcionando una vez más una identificación entre los
homínidos del grado erectus y la cultura achelense.
La secuencia cultural identificada por Mary Leakey supondría un proceso en tres etapas:
- En primer lugar, la evolución de distintas técnicas cada vez más sofisticadas dentro
de la cultura olduvaiense.
- En segundo lugar, la coexistencia de útiles olduvaienses y achelenses.
- En tercer lugar, la desaparición de los primeros, a la vez que se produce un
desarrollo de las técnicas achelenses.
D) La técnica achólense.
Si bien la tradición achelense deriva de la cultura olduvaiense, se distingue de ella en
algunos detalles de importancia:
La nómina de instrumentos achelenses es muy variada: cuchillos, martillos, hachas y
raspadores cuya funcionalidad parece bastante clara.
Los materiales utilizados para construir los utensilios líticos son muy variados.
La diferencia más notoria aparece con el instrumento básico achelense el bifaz,
que implica una tecnología completamente nueva, ya que no se puede obtener
mediante la técnica olduvaiense que busca la producción de un filo sin detenerse en su
forma. El bifaz tiene un dibujo muy preciso que muestra la presencia de un diseño.
La etapa achelense más avanzada, con bifaces simétricos y de filo labrado de manera
cuidadosa obligaría a utilizar la técnica del soft-hammer (martillo blando), golpeando el
núcleo de piedra con un martillo de menor dureza (de madera o hueso).
Asia.
La cultura achelense.
La primera salida de los homínidos fuera del continente africano que los enfrenta
con climas fríos a los que se adapta gracias a as novedades culturales ligadas a la
tradición achelense y el control del fuego.
Pero este esquema tropieza con numerosos baches. El primero de ellos tiene que ver con
la imposibilidad de relacionar de forma unívoca tradiciones culturales y especies de
homínidos. La coincidencia muy común de útiles olduvaienses y achelenses durante un
largo periodo de tiempo obliga a pensar que las industrias no son pautas fijas que una
población en concreto deba seguir de manera obligada. Las herramientas de piedra
carecen de valor cronológico. Existen bastantes ejemplos de una especie de “marcha
atrás” mediante la aparición de tallas simples en épocas y lugares que corresponden a
una industria mucho más avanzada, dando lugar a un anacronismo (en épocas mucho
más tardía a la de los ocupantes de Olduvai se han hallado en varias islas del
Mediterráneo: Mallorca, Córcega, Sicilia, tallas de piedra cuya morfología corresponde
a la antiquísima tradición olduvaiense).
Por lo que hace al oriente asiático, la forma tradicional de ver las cosas apuntaba a la
existencia allí de una industria semejante a la clactoniense, sin bifaces achelenses,
durante todo el desarrollo de los homínidos del grado erectus en Java y China.
Esa idea condujo a Movius a establecer una frontera ideal, la “línea de Movius”, que
separaría a modo de barrera tecnológica a los erectus asiáticos. No se trata, desde luego,
de una barrera absoluta: se han encontrado bifaces en distintos lugares de Asia, pero
siempre con unas fechas imprecisas que impedían atribuirlos a los erectus asiáticos más
antiguos. Sin embargo, el hallazgo en el yacimiento de Bose (China) de artefactos
líticos (hachas de mano) semejantes a la piezas primitivas de la cultura achelense y muy
antiguos obliga a revisar la idea simple de la evolución tecnológica. Los erectus
asiáticos contaron, al fin y al cabo, con la tecnología achelense. No obstante, se ha
apuntado que los bifaces muy elaborados típicos del achelense no aparecen, por el
momento, en Asia, poniendo en duda que se produjese una verdadera conexión cultural
con los yacimientos africanos.
Lo cierto es que la morfología de los homínidos del grado erectus procedentes de los
continentes africano y asiático es distinta. Su industria, salvando excepciones como la
de Bose, también lo es. De hecho los yacimientos de Java han dado lugar a poquísimos
instrumentos líticos. Puede que un motivo capaz de explicar esa ausencia sea el del uso
de herramientas talladas en otros materiales, como madera, bambú o hueso.
Algunos autores han aventurado que durante el largo camino que supuso la colonización
de Europa, al atravesar zonas extensas sin materiales aptos para hacer bifaces, los
homínidos habrían podido perder la posibilidad de construirlos. Pero dado que los
B) Europa.
La huella que han dejado las tradiciones líticas en Europa sigue de cerca los pasos de
una cuestión muy debatida como es la de la propia presencia de homínidos en el
continente. Los problemas que existen a menudo para datar los yacimientos de los que
proceden las herramientas y las dudas acerca de si existió o no una colonización
temprana de Europa por parte de homínidos del grado erectus, añadidas a la
controversia acerca de si la península Ibérica fue abordada a través del estrecho de
Gibraltar o como etapa final después de haber recorrido los homínidos toda la orilla
norte del Mediterráneo, hacen que los argumentos se repitan cuando se trata de la
cuestión cultural.
La salida de África de los homínidos enfrenta por primera vez a los miembros de
nuestra familia con temperaturas extremas como las del interior de China y Europa
central, zonas a las que los vaivenes climáticos convirtieron en ocasiones en
subglaciares. Y la explicación acerca de cómo lograron la supervivencia en medios tan
apartados de los tropicales del origen suele darse en términos del aumento de su
capacidad cultural.
Aun cuando África quedase fuera del avance de los glaciares (excepto por lo que hace a
sus cumbres más altas), el enfriamiento supuso un fenómeno global a escala planetaria.
Una gran glaciación contribuyó a hacer extensas las sabanas del Rift, y tuvo mucho que
ver con la aparición del género Homo. Pero con la salida de África, los homínidos se
ven enfrentados de manera directa a los climas glaciares, no en Java, pero sí en Europa
y en la China continental.
1.- INTRODUCCIÓN.
Los homínidos del grado erectus dieron lugar, por evolución, a los seres humanos de
aspecto moderno. Pero la cuestión de cómo fue ese proceso filogenético tropieza con
visiones encontradas por parte de los especialistas.
Aunque si hay coincidencia en que durante el segundo glaciar (que se extiende entre las
glaciaciones Mindel y Riss) existen en distintos lugares del mundo: Europa
(Swanscombe en Inglaterra, Heidelberg en Alemania, Petralona en Grecia), Asia (Solo,
Indonesia) y África (Omo en Etiopía, Kabwe en Zambia, Saldanha en África del sur),
unos seres que no pueden ser clasificados ni como Homo erectus ni como Homo
sapiens, por lo cual se entienden como formas fósiles de transición.
Tampoco hay consenso acerca de hacia dónde conduce esa transición. Hay dos
posibilidades contrapuestas:
- Hipótesis de la evolución multirregional se produjeron evoluciones múltiples
en muchos lugares diferentes del mundo antiguo con intercambio genético de las
poblaciones existentes, de tal forma que el pase desde el grado erectus a los
humanos de aspecto moderno puede detectarse casi en cualquier lugar del mundo
antiguo. Según este punto de vista, los neandertales se consideran como una
subespecie, propia de Europa, que aporta su acervo genético al general de Homo
sapiens.
- Modelo “desde África” el paso de H. Erectus o H. Ergaster a H. Sapiens tuvo
lugar mediante una evolución muy localizada, en el este africano. De ser así, ni los
homínidos asiáticos del grado erectus ni los neandertales habrían contribuido con
sus genes a la aparición de Homo sapiens.
2.-LOS PRENEANDERTALES.
Todos estos especímenes, a pesar de que poseen ciertas diferencias entre ellos, gozan de
unas características morfológicas un tanto similares como: una capacidad en general
superior a la del Homo erectus, una caja craneal más alta que éste, una expansión de la
región parietal y una reducción en el prognatismo. Este conjunto de características
compartidas hizo surgir la solución de colocarlos a todos ellos, primeramente como
formas de Homo erectus desarrolladas, para posteriormente considerarlos como
predecesores de los Homo sapiens que, a falta de mayores precisiones, se designaban
como “Homo sapiens arcaicos”.
El Homo heidelbergensis parece una buena solución para incluir estas formas
intermedias entre erectus y sapiens, aunque no sin una dificultad taxonómica si se
acepta algo así convertimos lo que antes era un grado (los sapiens arcaicos) en una
especie. Como resulta imposible que una especie sea parafilética, habrá serias
dificultades para incluir en H. Heidelbergensis los especímenes europeos (dentro del
linaje neandertal) como africanos (en el linaje humano).
El cráneo de Petralona (Grecia) se halló en una cueva junto a una serie de útiles
de piedra y hueso de una tradición musteriense primitiva. El cráneo muestra rasgos
considerados afines tanto a los neandertales como a los Homo sapiens más primitivos e
incluso a los erectus avanzados. Su edad ha sido objeto de diversas discusiones se
han ofrecido diferentes fechas, llegándose a un consenso en torno a los 350.000 –
400.000 años.
Los restos fósiles de Swanscombe, en Inglaterra. Aparecieron entre los años 1935
y 1955 asociados a un número grande de herramientas achelenses. Los terrenos, de
acuerdo con la fauna y los útiles hallados, corresponden al segundo interglaciar y han
recibido una datación de 225.000 años. El aspecto de los huesos es moderno, con lo cual
se atribuyó que el ejemplar era una hembra.
Atapuerca también proporciona indicios acerca de cómo tuvo lugar la transición de los
homínidos del grado erectus a las especies posteriores. El estudio morfológico llevó a
considerar que en el Pleistoceno medio existieron tres grupos genéticamente separados:
El del Lejano este, representado por los ejemplares de Zhoukoudian.
El del Magreb.
Y el llamado “grupo anteneandertaliense”, con los fósiles de Mauer, Arago,
Atapuerca, Bañolas…
Chris Stringer ha usado estas evidencias para intentar aclarar el panorama de los
homínidos del segundo interglaciar. En primer lugar, defiende la tesis de que nunca
hubo H. erectus en Europa, y en segundo lugar, la gran variación de las muestras de la
Sima de los Huesos convierte en difícil el seguir sosteniendo el taxón Homo
heidelbergensis porque esa especie y los neandertales se solaparían a través de la
muestra de Atapuerca.
En cualquier caso, la relación que establecen los especímenes de Atapuerca entre los
homínidos europeos y africanos del segundo interglaciar parece dejar como única
solución para las dudas el volver a los Homo sapiens “arcaicos”, entendiéndolo como
un grado.
Las interpretaciones filogenéticas alternativas que pueden hacerse tras los hallazgos de
Atapuerca en el nivel TD6 de la Gran Dolina y en la Sima de los Huesos pueden
resumirse como sigue:
Gran Dolina
La propuesta del Homo antecessor permite negar que los preneandertales (H.
heidelbergensis) sean el grupo hermano del conjunto de neandertales y seres
humanos modernos. Como mucho, H, heidelbergensis sería un ancestro
exclusivo de los neandertales. Por su parte, H. erectus queda como una especie
propia únicamente de Asia que no contribuye a la aparición ni de los
neandertales ni de los humanos modernos.
No obstante, Homo antecessor es, en función de algunos rasgos faciales, cercano
tanto a los erectus del Pleistoceno medio tardío de Zhoukoudian y Dali como a
los ejemplares de Qafzeh, lo que supone un argumento a favor de la hipótesis
multirregional.
Sima de los Huesos
Algunos ejemplares indican ya la existencia de una pauta neandertal, cosa que
apoya la hipótesis de que los homínidos europeos del Pleistoceno medio forman
una cronoespecie y son antecesores sólo de los neandertales, que derivan por
anagénesis de ellos. De ser así, se puede sostener la necesidad de eliminar la
especie H. heidelbergensis y contemplar los ejemplares de la Sima de los Huesos
como los primeros Homo neanderthalensis.
Los cráneos y las mandíbulas de Sima de los Huesos muestran afinidades con
ejemplares tanto europeos como africanos, que apuntan de nuevo a la evolución
multirregional erectus-sapiens.
Si se opta por descartar la especie de los sapiens arcaicos esto obligaría a extender el
taxón H. neanderthalensis a través de un período de tiempo muy largo en el que hubo
cambios morfológicos sin duda notables.
- Los fósiles de Kabwe (en el extremo sur de África) incluyen restos de tres o
cuatro individuos que fueron atribuidos a la nueva especie de Homo rhodesiensis, en la
época en que el país se llamaba Rodhesia. Se encontraron también, además de
abundante fauna, algunos instrumentos líticos y de hueso que pertenecen a la tradición
de láminas africanas denominada de Still Bay. Se trata de una cultura propia del
Paleolítico medio, es decir, una evolución de las técnicas achelenses. La antigüedad
atribuida mediante el estudio de la fauna y la cultura fue de unos 40.000 años, es decir,
el Pleistoceno superior, pero posteriormente se ha tendido a llevar la edad de los
especímenes mucho más atrás (final del Pleistoceno medio). Su morfología, tanto por lo
que hace a la dentición como a los restos postcraneales es moderna, con un fémur que
obliga a clasificarlo como Homo sapiens rodhesiensis.
La historia de los neandertales comienza con los trabajos llevados a cabo por unos
canteros en las cuevas calizas del valle de Neander, cerca de Düsseldorf (Alemania). En
1856 aparecieron unos huesos fósiles entre los que se encontraban una calota, huesos de
la cadera, costillas y parte del brazo de un ser más robusto que los humanos actuales.
La alternativa vigente hoy en día es incluir a los neandertales en una subespecie: Homo
sapiens neanderthalensis, con la idea de que eran más cercanos a nosotros mismos y con
capacidad de intercambio genético con los seres humanos de aspecto moderno.
Pero, en términos cronológicos, los ejemplares más antiguos que se conocen proceden
del yacimiento de Ehringsdorf en Alemania, donde entre 1908 y 1927 aparecieron restos
que incluyen un cráneo, una mandíbula y algunos fragmentos postcraneales de
diferentes individuos que muestran muchas características comunes con los ejemplares
de neandertales de la glaciación Würm. Su edad está en unos 230.000 años, fecha que es
considerada como la de la separación del linaje neandertal.
Francia, y las penínsulas italiana y española. Eso no quiere decir que no abandonasen
esos lugares protegidos; lo hicieron según Clark Howell, sobre todo durante los meses
de verano, en expediciones de caza hacia lugares más septentrionales, pero siempre en
periodos de duración limitada. Una migración apuntada por C. Howell es la que lleva
desde Italia, y por el norte del Adriático, hacia el corredor de Europa central
aprovechando épocas de descenso del nivel del mar.
De todos ellos los más completos y expresivos son los del sudoeste francés en La
Chapelle-aux-Saints, se encontró en 1908 un esqueleto casi completo de un macho
adulto de considerable edad, el “viejo de la Chapelle-aux-Saints”, que suele utilizarse
como ilustración de lo que es un neandertal clásico.
Otros restos franceses destacables son los de St. Césaire, donde aparecieron la parte
derecha de un cráneo y de una mandíbula junto con algunos restos postcraneales. La
importancia de este espécimen descansa en su edad, cuya datación lo sitúa entre 34.000
y 31.000 años, lo que significa que estaríamos ante uno de los últimos neandertales.
Con referencia al tema de las relaciones filogenéticas entre los neandertales y los seres
humanos de aspecto moderno se pueden distinguir tres posturas encontradas:
La que sostiene que los neandertales son una especie anterior a la de Homo sapiens
y ancestral a ésta, de modo que los seres humanos de aspecto moderno proceden por
evolución de los neandertales. Wolpoff defiende esta tesis.
Una evidencia a favor de esta hipótesis fue obtenida por un equipo de investigación
mediante la secuenciación de DNA mitocondrial extraído de la calota de Neander. La
comparación de la secuencia clonada con la región correspondiente en los humanos
actuales muestra muchas diferencias y apoya la presencia de dos especies diferentes.
Resultados similares se obtuvieron al recuperar DNA mitocondrial de restos
procedentes de las cuevas musterienses de Mezmaiskaya en el Cáucaso.
Si los análisis de mtDNA parecen indicar una separación entre humanos de aspecto
moderno y neandertales en dos especies, el estudio anatómico de algunos ejemplares
tardíos ha sido interpretado en sentido contrario. Así, las evidencias morfológicas del
esqueleto casi completo de un niño neandertal descubierto en Portugal indican una
evolución en mosaico. Algunos rasgos, como son la mandíbula incipiente, la anchura de
las coronas mandibulares, el tamaño relativo de las falanges proximal y distal del
pulgar, muestran una cercanía respecto de los rasgos tenidos por derivados de los seres
humanos de aspecto moderno, mientras que otros, como el tamaño de los incisivos o las
proporciones del fémur, están dentro de las propias de los neandertales.
Ante esa situación intermedia, con rasgos en diferente grado de evolución, Trinkaus
sacó la conclusión de que al menos en la península Ibérica se produjo un cruce de las
poblaciones de neandertales y humanos de aspecto moderno que niega el simple
reemplazo de una población por otra. Además, sostiene que los rasgos de conducta entre
ambos estaban lo bastante próximos entre sí como para permitir el intercambio genético.
Entonces surgen las preguntas acerca de si se trata de miembros muy variables de una
única población o de dos poblaciones y, en este segundo caso, cuál fue su relación
evolutiva. Para establecer cualquier hipótesis acerca de la evolución de neandertales y
seres humanos de aspecto moderno en el Próximo Oriente es necesario hacer dos cosas:
1.- Distribución.
- Entre 1929 y 1934 se llevaron a cabo una serie de excavaciones en las cuevas de
Skuhl y Tabun (Monte Carmelo) que proporcionaron restos de homínidos y
herramientas achelenses y musterienses. La cueva de Skuhl contenía una colección muy
amplia de restos humanos con la apariencia de haber sido enterrados deliberadamente.
- La cueva de Kebara, excavada a partir de 1982 con el fin de intentar reproducir las
pautas de conducta de los homínidos de Israel, proporcionó uno de los ejemplares más
completos de neandertal de que se dispone, un macho adulto al que le falta el cráneo
pero no la mandíbula. Su excelente conservación ha permitido revisar teorías como la
de la capacidad de los neandertales para hablar, en función del hueso hioides del
espécimen (único de neandertal que ha aparecido).
- El valle de Shanidar, en las montañas Zagros del norte de Irak, contiene indicios de
la presencia más oriental alcanzada por los neandertales, además de proporcionar la
mayor cantidad de restos de neandertales de Oriente. Algunas circunstancias de los
especímenes, como los posibles enterramientos deliberados e incluso la presencia de
ofrendas de flores asociadas, llevaron a proponer la existencia de prácticas funerarias.
2.- La morfología.
El estudio morfológico puso de manifiesto que la hembra de Tabun era semejante a los
neandertales europeos, con arcos supraorbitales separados y voluminosos, rostro y nariz
de gran tamaño y mentón huidizo, aunque el espécimen tuviese un tamaño muy
pequeño y una capacidad craneal de las más bajas entre los neandertales (1270 cc).
Por su parte, los restos de Skuhl contrastaban bastante con los anteriores. El cráneo
tiene una bóveda alta y corta con las paredes laterales verticales. Algunos ejemplares
carecen de arcos supraorbitales mientras que en otros aparece de forma distinta a la
típica neandertal. Y en general, su aspecto es más moderno que el de los ejemplares de
Tabun, si bien en el informe morfológico (1939) se consideró que los especímenes de
ambos yacimientos eran miembros muy variables de la misma población aunque si
indicaba cierta tendencia evolutiva gradual. Pero al imponerse el criterio de una
antigüedad mayor para Tabun las diferencias entre los ejemplares de una y otra cueva
pasaron a ser de general reconocimiento.
Frente a los ejemplares más modernos de Skuhl y Qafzeh, los especímenes de Amud,
Kebara y Shanidar se relacionan con los rasgos más primitivos de los neandertales de
Tabun. Así, los restos de Shanidar se caracterizan por un cráneo con bóveda baja y
alargada, toro supraorbital muy marcado, prognatismo facial, torus occipital, mandíbula
robusta y sin mentón, etc.
Pero esa forma de ver las cosas resultó más difícil de sostener tras el replanteamiento de
Bar-Yosef y Vandermeersch de la cronología de los restos humanos de aspecto
moderno del Próximo Oriente. Sus estudios (1989) llevaron a la conclusión de que
Qafzeh tenía una edad similar a la de Tabun, por lo que resultaba claro que la secuencia
cronológica con los yacimientos de “clásicos” más antiguos y los de los “progresivos”
más modernos no se sostenía en pie, por lo cual, la evolución de “clásicos” hacia
“progresivos” quedaba en entredicho.
Eso supone que los seres semejantes a los “clásicos” y los que se entendieron en un
principio como “avanzados” fueron ocupando sucesivamente los lugares de esos
yacimientos, alternándose y sin coincidir en ellos a la vez. La forma más convincente de
explicar esa presencia alternativa en la que los seres de aspecto similar a los
neandertales clásicos anteceden y siguen a los que se parecen a los seres humanos de
aspecto moderno es que los ejemplares “progresivos” del Próximo Oriente pertenecen a
nuestra especie. Clark Howell los denominó “Proto-Cro-Magnon” y esa idea implica
que en la primera parte de la glaciación Würm existen dos poblaciones diferentes en la
zona: Homo neanderthalensis y Homo sapiens.
Algunos de los autores de la teoría del reemplazo por parte de humanos procedentes de
África sostienen además que la transición entre el Homo sapiens arcaico y el moderno
estuvo asociada a la presencia de un cuello de botella poblacional muy estrecho en el
origen africano, es decir, a una disminución drástica en el número de aquellos ancestros
hasta el punto de que pudieron llegar a consistir en muy pocos individuos, incluso sólo
dos, quienes serían los antepasados de todos los humanos actuales. La evidencia
aducida a favor de esta hipótesis suele denominarse “Arca de Noé”, según la cual todos
los humanos modernos descendemos de una mujer única: la llamada “Eva
mitocondrial”.
El árbol genealógico que resulta de las distancias genéticas promedio entre todas las
poblaciones estudiadas separa a los africanos ancestrales de las demás poblaciones (las
no africanas), que se manifiestan como derivadas de las primeras. La divergencia más
profunda en el árbol genealógico se sitúa hace 156.000 años, cifra que indicaría el
tiempo en que los humanos modernos se dispersaron desde África hacia el resto del
mundo.
Aun así, no parecen existir razones definitivas para excluir por completo la hipótesis de
que diferentes genes pudiesen tener distintos orígenes poblacionales. Las distancias
promedio reflejan la contribución genética media de varias poblaciones ancestrales, así
que los resultados obtenidos serían compatibles también con un modelo en el que el
reemplazamiento africano fuese concomitante con alguna continuidad regional. Pero
dado que la evidencia de continuidad genética regional es inexistente o muy escasa,
bastantes autores aceptan el modelo “desde África”.
antepasado de todos los humanos actuales, pero no que sea la única mujer ancestral a
todos los humanos actuales. Esta inferencia errónea surge de una confusión entre lo que
son las genealogías de genes y lo que son las genealogías de individuos.
El número ancestral de individuos por generación puede ser determinado por medio de
la teoría genética de la coalescencia estudiando genes actuales muy polimórficos y otras
teorías matemáticas formuladas en años recientes. La conclusión a la que se llega es que
si la coalescencia del mtDNA tuvo lugar hace 200.000 años, el número promedio de
antepasados humanos de que descendemos sería de unos 10.000. Pero otros cálculos
concluyen que la coalescencia tiene lugar entre unas fechas que van desde 143.000 a
298.000 años.
Esta conclusión necesita ser evaluada teniendo en cuenta dos propiedades de la teoría de
la coalescencia que se aplican en este caso:
- El “promedio” a que se refiere no es la llamada media aritmética, sino la media
armónica, que es consistente con valores mucho mayores de 100.000 en una o
varias generaciones, pero no lo es con valores mucho menores de 100.000.
- Se trata de un promedio del número efectivo de individuos, que se refiere a aquellos
individuos que son capaces de reproducirse en un momento dado. El número de
censo, es decir, el número del total de la población es aproximadamente cuatro o
cinco veces mayor que el número efectivo. El número de censo de las poblaciones
ancestrales humanas sería, pues, de entre 400.000 o 500.000 individuos, como
promedio.
Ante tan amplia muestra, ¿por qué siguen indicándose los del Próximo Oriente como los
primeros humanos modernos indiscutibles? Los especímenes de Sudáfrica (Die Kelders)
arrojan una pista. Aparecen allí hasta 27 ejemplares procedentes de hasta10 individuos
cuya edad se cifra entre 60.000 y 80.000 años. La morfología dentaria parece moderna,
pero sus variantes morfológicas compartidas con los humanos actuales son en su
mayoría plesiomorfias (rasgos primitivos) que no permiten establecer afinidades
filogenéticas ni confirmar su posible pertenencia a Homo sapiens.
Pero los indicios fósiles de ejemplares de nuestra propia especie podrían ir incluso más
atrás en el tiempo: un cráneo y un fémur de Koobi Fora (Kenia) son considerados los
ejemplares más antiguos disponibles de seres cercanos a los humanos de aspecto
moderno, con una edad respectiva de 270.000 y 300.000 años.
La edad de 640.000 años atribuida a los especímenes de Bodo llevaría más lejos aun el
origen de nuestra especie, si es que puede considerarse ese ejemplar como Homo
sapiens, aunque los autores partidarios de la hipótesis multirregional disienten por
completo de esas consideraciones.
El soporte del papel hegemónico del lenguaje simbólico en la expansión de los humanos
modernos proviene de la congruencia filogenética existente entre árboles genéticos y
árboles lingüísticos, Pero se trata de una evidencia más bien tenue, porque los lenguajes
evolucionan con rapidez y obligan a que la reconstrucción de sus filogenias esté sujeta a
muchos errores.
Se acepta cada vez más el origen monofilético del lenguaje humano. En este sentido se
han podido identificar las principales familias de lenguas y se ha llegado a la conclusión
de que existe una congruencia entre familias lingüísticas y grupos de poblaciones en los
árboles genéticos. Esta coincidencia entre lenguas y poblaciones es un indicio de que
durante el Neolítico o incluso más tarde podría haber prevalecido la dispersión conjunta
genética y lingüística con impactos favorables mutuos.
El punto de partida puede situarse en los fósiles del Próximo Oriente, que tienen casi
100.000 años e indican que la expansión de nuestra especie por África del este
subtropical y tropical y por la fronteriza región del Próximo Oriente tuvo que ocurrir
poco después de su emergencia.
La expansión hacia el Extremo Oriente probablemente se produjo a través de dos rutas: una
que cruza Asia Central y otra que hace lo propio con Asia Meridional hasta dirigirse al
sudeste asiático y Australasia. El Extremo Oriente ya estaba colonizado hace 60.000
años. Nueva Guinea y Australia fueron habitadas poco tiempo después, hace 40.000
años. La colonización de la Polinesia tuvo lugar en los últimos 3.000-3.500 años
gracias, probablemente al desarrollo de las capacidades náuticas de las poblaciones del
sudeste asiático y Australasia.
En los Estados Unidos los yacimientos más antiguos son los de Idaho, con 13.000-
15.000 años, la cueva de Fort Rock en Oregón, de 13.250 años y otros yacimientos de
Pennsylvania y Florida con unas edades de 12.000 años. En Alaska y Canadá existen
lugares con restos fechados hasta en 27.000 años, pero los datos fiables no van más allá
de 13.900-15.500 años.
Las evidencias arqueológicas y lingüísticas sugieren que tuvieron lugar al menos tres
migraciones independientes en la colonización de América desde Asia:
- Primero llegaron los paleoindios, por medio de varias olas migratorias.
- Le siguieron los emigrantes Na Dene que se asentaron en Alaska y en la costa
noroeste de Norteamérica hasta el comienzo del segundo milenio de nuestra era,
momento en que sus descendientes emigraron más al sur y al este hasta los
territorios de Canadá y Estados Unidos.
- La tercera migración, que tuvo lugar hace aproximadamente 10.000 años, llevó al
continente americano a los esquimales-aleutianos, que se instalaron en Alaska y en
la costa norte de Norteamérica.
Los árboles genéticos de las poblaciones europeas muestran a los lapones y los sardos
como los grupos más remotos entre los europeos, con los griegos y los yugoslavos
mucho más cerca pero todavía fuera del grupo principal que incluye la mayoría de las
poblaciones europeas.
Por su parte, el grupo más distintivo entre los europeos son los vascos, que constituyen
la primera rama que se separa del resto de las poblaciones europeas y el vasco es la
lengua más distintiva de las lenguas europeas. Cuatro idiomas (finés, húngaro, lapón y
estonio) pertenecen a la familia urálica; todos los demás, excepto el vasco, son
indoeuropeos, es decir, lenguas que pueden haberse originado ya sea en lo que hoy es
actualmente Turquía o en Ucrania. El vasco no está relacionado con ninguna familia de
los idiomas existentes en el mundo. Puede que haya sido el lenguaje hablado en Europa
hasta la llegada, hace 10.000 años, de los inmigrantes neolíticos, que importaron la
primera lengua indoeuropea al mismo tiempo que la agricultura y otros avances
culturales.
El área que hoy ocupan los vascos es, además, el centro geográfico del arte del
Paleolítico de las cuevas. Figuritas de hueso, marfil o piedra representando mujeres,
animales y ciertas criaturas enigmáticas aparecen en distintos lugares de Europa hace
alrededor de 30.000 años, durante el Paleolítico Superior. Pero los magníficos
ejemplares de expresión artística que son las pinturas del interior de cuevas como
Altamira o Lascaux sólo existen en una región centrada alrededor del territorio ocupado
hoy por los vascos.
1.- INTRODUCCIÓN.
La intuición de que no son las diferencias y semejanzas físicas sino los procesos
mentales exclusivos de los humanos los que caracterizan nuestra especie frente a los
demás primates existentes es muy común. Sólo nosotros hablamos con un lenguaje de
doble articulación, utilizamos códigos éticos y expresamos juicios estéticos. ¿Qué haría
en todos esos casos un neandertal?
¿Cabe encontrar otros rasgos indicativos de una diferencia mental notable entre
neandertales y humanos de aspecto moderno? Más allá de las posibilidades de
hibridación, asuntos como los de la capacidad de los neandertales para el simbolismo, la
religión, el arte y el lenguaje son los que pueden dar una medida acerca de la verdadera
distancia que nos separa o nos une a ellos. Pero estos aspectos no son fáciles de
documentar y muchos de los argumentos a favor y en contra de las capacidades
mentales de los neandertales no suponen más que especulaciones un tanto arriesgadas.
Se trata de una técnica que fue cambiando con el paso del tiempo, por lo cual no se
puede hablar de ella como si se tratase de una tradición cerrada y de significación
temporal precisa. Aun así se habla de un estilo musteriense que incluye no sólo
instrumentos líticos sino además abarca instrumentos y técnicas de objetos decorativos
y cultos funerarios.
La base para atribuir un pensamiento trascendente a los neandertales precede del posible
enterramiento de sus muertos. El enterramiento voluntario es indicativo de un respeto y
un aprecio, toda vez que es una forma de hurtar el cadáver al acceso de los carroñeros.
Quizá eso implique también el planteamiento de inquietudes acerca del más allá, del
hecho de la muerte y del sentido de la existencia.
Una posible clave acerca del pensamiento simbólico de Homo neanderthalensis puede
buscarse en los objetos de piedra y hueso que forman parte de la tradición musteriense.
¿Qué distingue un objeto simbólico de otro que no tiene tal condición? Una manera
corriente de identificarlos en la paleontología y en la arqueología consiste en dividir los
objetos en aquellos que tienen una utilidad práctica (cuchillos, hachas, raspadores, etc.)
y los que carecen de ella y que en principio pueden ser considerados como simbólicos.
Fabricar herramientas talladas con el fin de utilizarlas ya sea de una u otra manera
implica una capacidad de establecer planes y anticipar conductas que resulta del todo
nueva en el reino animal. Se tiende a asociar unas capacidades cognitivas más
complejas a un mayor coeficiente de encefalización (que mide la relación existente entre
el peso del cerebro y el peso del cuerpo). Esto es lo que lleva a atribuir a H. habilis la
manufactura de las primeras herramientas y no al Paranthropus boisei.
Aun así, el argumento de identificar la forma simétrica de los bifaces con la posesión de
un acusado sentido de la estética por parte de quienes los construyeron no es todo lo
sólido que puede parecer en un primer momento ya que cabe preguntarse si ¿se trata de
útiles construidos con la intención de ser hermosos? Algunos autores sostienen que la
preferencia por la simetría se debe a una cuestión de utilidad:
- aparece como un subproducto de la necesidad de reconocer objetos al margen de
su posición u orientación respecto del campo visual. Argumento que se basa en
la hipótesis de que existe una tendencia, fijada durante el proceso evolutivo,
hacia la elección de formas simétricas frente a formas no simétricas.
- Quizá el filo muy agudo de los bifaces y su capacidad para cortar sea una razón
suficiente para lo cuidadoso de la manufactura achelense.
Este modelo sostiene que la capacidad de apreciar las “formas bellas” achelenses se va
desarrollando de forma gradual y continua, de tal forma que acaba desembocando en el
Paleolítico Superior con la gran abundancia de objetos artísticos pero sin que quepa
entender que es entonces cuando se produce la aparición del arte. En realidad el modelo
gradual no permite hablar de un origen del arte, ya que ese origen es difuso, extendido
en el espacio y continuo en el tiempo.
Las marcas más intensas y ordenadas de algunos huesos podrían deberse a un grabado
intencional. Eso parece ser el caso de los grabados con dibujos geométricamente
dispuestos del yacimiento de Bilzingsleben (Alemania), donde hay presencia de Homo
erectus y datados en unos 350.000 años.
Motivos geométricos aparecen de nuevo en algunos objetos aislados 300.000 años más
tarde. Es el caso del artefacto de Quineitra (zona entre Siria e Israel). Es una lámina de
pedernal triangular hallada en un yacimiento musteriense cuya edad es de unos 54.000
años. Las marcas de la lámina de Quneitra fueron descritas como la muestra más
antigua de un simbolismo representativo en forma de grabado. Se trata de cuatro
El proceso de grabado indica una sorprendente complejidad cognitiva del autor, ya que
las líneas no están hechas al azar, sino que muestran una tendencia intencional de
centrado de los semicírculos que tuvo que ser mantenida en mente a medida que la
piedra se giraba para recibir las marcas. La técnica para ello debía ser muy compleja y
obligaría a una coordinación precisa de los movimientos de las manos, bajo la
evaluación del sistema visual, de acuerdo con un plan mental concebido.
La mayor crítica que puede hacerse al modelo gradual es hasta que punto una evidencia
muy parcial como la de Bilzingsleben puede tomarse por la norma característica de la
conducta de los homínidos del Pleistoceno Medio. La escasez de esos restos contrasta
de forma notable con la gran explosión del arte en el Paleolítico Superior, cuyas
tradiciones auriñaciense, solutrense y magdaleniense incluyen no sólo herramientas
mucho más precisas y sofisticadas que las de la cultura musteriense anterior sino
representaciones de objetos del medio ambiente en forma de grabados, pinturas y
esculturas que alcanzan un nivel distinto de los dibujos geométricos anteriores.
En apariencia, algo tuvo que suceder en el entorno de los 40.000 años para que las
expresiones estéticas, tan contenidas y aisladas hasta entonces, se manifestasen de
Lo cierto es que los ornamentos, las tallas y las pinturas naturalistas se convierten en
muy abundantes a partir de los 38.000 años del primer yacimiento en el que se
encuentran inequívocas muestras de objetos artísticos. Destaca el carácter insólito del
altísimo nivel técnico pictórico que aparece en cuevas muy antiguas de seres humanos
de aspecto moderno a los que llamamos cromagnones. Así:
La técnica auriñaciense, que tiene unos 30.000 años, suponía un nivel de maestría
capaz de dar lugar a objetos como el del caballo de Vogelherd. A esta le siguió:
La técnica gravetiense (28.000-18.000 años), con representaciones de mujeres de
exagerados rasgos sexuales pero sin rostro.
La técnica solutrense (22.000-18.000 años), limitada a una zona muy concreta de
territorio entre el sur de Francia y el norte de España, cuyas herramientas de
pedernal están exquisitamente trabajadas.
Pero es la tradición magdaleniense (18.000-10.000) la que supone el techo de la
explosión simbólica y artística. Pertenecen a ella las cavernas con escenas de
animales pintadas en color en los muros y el techo como son las de Lascaux, Niaux,
y Chauvet (Francia) y Altamira (España). Se han atribuido numerosas funciones a
estas pinturas policromadas, desde la simplemente artística a la religiosa y mágica.
Los seres que dieron lugar a esas auténticas obras de arte no lo hicieron con un
propósito excepcional, sino que habían incorporado el sentido estético a la vida común.
Los objetos de uso cotidiano se encuentran también profusamente decorados con
motivos geométricos y con representaciones figurativas cuyo nivel de interpretación
naturalista del mundo exterior alcanza unas cotas similares a las que pueden expresar
hoy los mejores dotados de nuestros artesanos.
Por otro lado, no cabe establecer una estrecha correlación entre tradición artística y
edad. El descubrimiento de la cueva magdaleniense de Chauvet, con una edad de 32.000
años, echa por tierra la secuencia temporal de los diferentes tipos de manifestación
técnica y artística.
Pero si ese yacimiento indica quizá la capacidad de los neandertales para la producción
de objetos decorativos, otros proporcionan evidencias acerca del préstamo cultural sin
más. Se ha documentado la presencia de dos yacimientos muy cercanos el uno del otro
en Croacia, uno con neandertales y el otro con seres humanos de aspecto moderno, que
coincidieron en el tiempo. Los útiles de esos yacimientos muestran unas coincidencias
que los autores atribuyen bien a la imitación o incluso al intercambio comercial.
Intercambios culturales, que por otra parte, las cuevas palestinas muestran con certeza
que existió. Aunque quizá esa cultura musteriense compartida del Próximo Oriente
fuese el horizonte máximo al que llegasen los neandertales.
¿En qué consiste el elemento motor de la explosión simbólica del Paleolítico Superior?
Resulta muy común hacer una correspondencia directa entre manifestaciones culturales
y especies en la forma musteriense-neandertal y auriñaciense-humana. No es raro que
aquellos que sostienen que los neandertales son miembros de otra especie diferente a la
del Homo sapiens rechacen también por lo general la presencia de simbolismo alguna
en su manufactura, y viceversa. En ambos casos nos encontramos con dificultades para
sacar una conclusión definitiva acerca de la experiencia estética de los neandertales: Si
sus capacidades cognitivas no estaban demasiado desarrolladas, ¿cómo pudieron llevar
a cabo la manufactura de objetos decorativos como los de Arcy-sur-Cure? Pero si
disponían de una mente con una arquitectura similar a la de los seres humanos de
aspecto moderno, ¿por qué hubo que esperar a la desaparición de los neandertales para
que humanos de aspecto moderno como los de Cromagnon fuesen los protagonistas de
la explosión artística del Paleolítico Superior?, ¿por qué se dio ese salto adelante?
En este sentido estos autores consideran que el episodio que implica la aparición del
primer arte y, ligado a él, del primer lenguaje es el paso definitivo hacia la humanidad.
Describen como los homínidos llegaron a usar cosas (dibujos) para representar otras
cosas (conceptos y luego palabras). Pero falta aclarar el detalle de ese proceso. ¿Eran ya
humanos en el sentido actual los primeros Homo sapiens o se produjo una “revolución
cognitiva” posterior, coincidente con el auriñaciense europeo?
Para las autoras McBrearty y Brooks, las evidencias para establecer el proceso entre el
Paleolítico Inferior, Medio y Superior procedían siempre del registro arqueológico de
Europa Occidental donde la ocupación humana es irregular durante el último glaciar
con unas poblaciones reducidas. Por tanto, la naturaleza revolucionaria del Paleolítico
Superior europeo se debe más a la discontinuidad del registro arqueológico que a las
transformaciones culturales, cognitivas y biológicas aducidas por los proponentes de la
“revolución humana”. En su lugar las autoras proponen la existencia de un proceso
largo que condujo de manera gradual hasta la riqueza del auriñaciense europeo.
Esta postura gradualista constituye el esquema más razonable para entender las diversas
evidencias arqueológicas, paleontológicas y moleculares disponibles acerca de la
aparición de los seres humanos de aspecto moderno y además señala la inconsistencia
más notoria de los modelos del cambio cognitivo brusco: la del lapso de tiempo
existente entre la aparición de los humanos de aspecto moderno y la explosión artística
de la Europa Occidental. Si esta se debe a una “revolución cognitiva” propia de la
especie Homo sapiens , las primeras evidencias acerca de un cambio brusco en las
manifestaciones culturales deberían proceder de África (que es donde se originan los
Sería una equivocación ver en el esquema de McBrearty y Brooks una defensa del
gradualismo clásico frente al modelo explosivo de la aparición de la simbología. Las
tesis gradualistas hablan de la presencia de manifestaciones artísticas o simbólicas ya en
el Pleistoceno Medio con los Homo ergaster. McBrearty y Brooks reducen al Homo
sapiens la conducta simbólica y se limitan a poner las cosas en su sitio respecto del
rango de fechas, el alcance y el lugar en que aparecería la explosión. Lo único que niega