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LA RIQUEZA DE INGLATERRA POR EL COMERCIO EXTERIOR•

Thomas Mun

Capítulo I

Cualidades que se requieren en un perfecto mercader dedicado al


comercio exterior.

El amor y el servicio de nuestra patria consiste, no tanto en el


conocimiento de aquellas funciones que deben desempeñar otros, como en
la diestra ejecución de aquello que hacemos nosotros y, en consecuencia
(hijo mío), ahora es oportuno que te diga algo acerca del comerciante, que
espero que a su tiempo será tu profesión. Sin embargo, aquí expongo mis
pensamientos despojados de toda ambición, aunque te coloco en un lugar
de tan alta estimación, porque el comerciante es justamente llamado el
administrador del patrimonio del reino, por medio del comercio con otras
naciones; obra de no menor reputación que confianza, y que debe ser
desempeñada con gran destreza y conciencia, para que el provecho
privado pueda siempre acompañarse con el bien público, y a fin de que la
nobleza de esta profesión pueda mejor despertar tus deseos y esfuerzos
para obtener aquellas habilidades que puedan hacer más eficaz su prác-
tica, expondré brevemente las cualidades sobresalientes que se requieren
en un perfecto comerciante.
1. El comerciante debe ser un buen escribano, un buen aritmético y un
buen contador, para llevar bien la noble regla del Debe y del Haber, que se
usa solamente entre comerciantes, así como para ser un experto en la
disposición y forma de los contratos de fletamento, conocimiento de
embarque, facturas, contratos, letras de cambio y pólizas de seguros.
2. Debe conocer las medidas, pesos y monedas de todos los países
extranjeros, especialmente de aquellos con los cuales tenemos comercio,
y las monedas no sólo por sus diferentes denominaciones sino también por
sus valores intrínsecos, por su peso, y ley, comparado con el patrón de este
reino, sin lo cual no podrá dirigir bien sus asuntos.
3. Debe conocer las aduanas, peajes, impuestos, tributos, manejos y
otras cargas existentes sobre toda clase de mercancías exportadas o
importadas a y de los dichos países extranjeros.
4. Debe saber qué diferentes productos abundan en cada país y de qué
mercancías carezcan, y cómo y por quién son provistos de ellos.
5. Debe entender y ser un observador cuidadoso del tipo de cambio de
las letras, de un estado a otro, para que de esa manera pueda dirigir mejor
sus asuntos y enviar y recibir sus monedas con las mayores ventajas
posibles.
6. Debe saber qué mercancías están prohibidas a la exportación o
importación en dichos países extranjeros, no sea que, de otra manera,
incurra en gran peligro y pérdidas en el arreglo de sus asuntos.
7. Debe saber de acuerdo con qué tarifas y condiciones fletar sus naves
y asegurar sus riesgos de un país a otro, y estar bien enterado de las leyes,

reglas y costumbres de los asuntos de seguros, tanto de las de aquí como


las de allende los mares, por los muchos accidentes que pueden suceder,
por el daño o pérdida de las naves o de las mercancías, o de ambas.
8. Debe tener conocimiento de la bondad y de los precios de todos los
diferentes materiales que se requieren para construir y reparar naves y las
diversas operaciones de construcción de las mismas, como también de las
mástiles, guarniciones, cordajes, artillería, vituallas, municiones y
provisiones de todas clases, junto con los salarios acostumbrados de los
capitanes, oficiales y marineros, todo lo cual interesa al comerciante,
puesto que es el propietario de la nave.
9. Debe (por las diversas ocasiones que se presentan a veces en la
compra y venta de una y otra mercancía) tener conocimiento
desapasionado, si no perfecto, de todo género de mercancías o efectos,
pues debe ser, por decirlo así, un hombre de toda clase de ocupaciones y
oficios.
10. Debe llegar a ser, por sus viajes frecuentes por mar, competente en
el arte de la navegación.
11. Supuesto que es viajero y a veces reside en países extranjeros, debe
llegar a hablar diversas lenguas y debe ser un observador atento de las
rentas y gastos ordinarios de los príncipes extranjeros, así como de su
poder en mar y tierra, de sus leyes, aduanas, política, costumbres, religión,
oficios y otras cosas semejantes, para estar en condiciones de dar cuenta
de ello en cualquiera ocasión para el bien de su país.
12. Por último, aunque no es necesario que tal comerciante sea un
erudito, sin embargo se requiere (cuando menos) que en su juventud
aprenda la lengua latina, que lo habilitará grandemente en todo el resto de
sus empeños.
De esta manera te he demostrado brevemente un modelo para tu
diligencia, el comerciante y sus excelencias, que en verdad son tales y
tantas que no encuentro otra profesión que lleve a su conocimiento más
universal, y no puede negarse que su eficiencia se muestra igualmente en
el excelente gobierno de los estados de Venecia, Luca, Génova, Florencia,
los Países Bajos y varios otros lugares de la cristiandad. Aun en aquellos
estados donde los comerciantes son menos estimados, sin embargo, se
emplea frecuentemente su destreza y conocimiento por los que ocupan los
puestos más altos de la autoridad. En consecuencia, es un acto de
ilimitada temeridad el de algunos, que descalifican mis juicios y consejos,
aun en libros impresos, y no les permiten la ejecución de aquellas acciones
y medios por los cuales se enriquece o se empobrece una república,
cuando en realidad esto sólo se logra por el misterio de su oficio, como lo
demostraré abundantemente en lo que sigue. Es verdad, sin duda alguna,
que muchos mercaderes encuentran que se da menos estímulo a su
profesión aquí en Inglaterra que en otros países y no viéndose tan
estimados como lo requiere su noble profesión y de acuerdo con la gran
consecuencia de esto, no se afanan, por lo consiguiente, por alcanzar la
perfección de su profesión, ni es practicada por la nobleza de este reino,
como lo es en otros estados, de padres a hijos a través de generaciones,
para el gran incremento de su riqueza y el sostenimiento de sus nombres y
familias. Razón es esta por la cual el recuerdo de nuestros más ricos
comerciantes se extingue súbitamente, y al quedar el hijo rico, desdeña la
profesión de su padre conceptuando más honroso ser un caballero, aunque
sólo sea de nombre, que consume su hacienda en obscura ignorancia y en
excesos, que seguir los pasos de su padre como laborioso comerciante a
fin de conservar y aumentar su fortuna. Pero ahora, dejando el elogio del
comerciante, trataremos de su ejercicio o, cuando menos, en cuanto se
refiere a traer riqueza al reino.

Capítulo II

Medios para enriquecer este reino y para incrementar su tesoro.

Aunque un reino puede ser enriquecido por presentes recibidos o por


rentas tomadas de algunas otras naciones, sin embargo, esto es incierto y
de pequeña importancia cuando ocurre. Los medios ordinarios, por tanto,
para aumentar nuestra riqueza y tesoro son por el comercio exterior, por lo
que debemos siempre observar esta regla: vender más anualmente a los
extranjeros en valor de lo que consumimos de ellos. Supongamos que
cuando este reino está abundantemente abastecido con telas, plomo,
quincalla, hierro, pescado y otros productos nativos, exportemos
anualmente el excedente a países extranjeros hasta el valor de dos
millones doscientas mil libras esterlinas; por este medio estamos en
posibilidad de comprar de ultramar y traer mercancías extranjeras para
nuestro uso y consumo hasta el valor de dos millones de libras esterlinas.
Conservando este orden rígidamente en nuestro comercio, podemos estar
seguros de que el reino se enriquecerá anualmente con doscientas mil
libras esterlinas, que se nos deben traer en otro tanto de tesoro, porque la
parte de nuestro patrimonio que no nos sea devuelta en mercaderías debe
necesariamente regresar en dinero.
En este caso viene a suceder con los haberes del reino lo que a la
hacienda de un particular que supondremos que tenga mil libras esterlinas
anuales de renta y dos mil libras esterlinas de dinero efectivo en sus
cofres. Si este hombre, por causa de sus excesos, gasta más de mil
quinientas libras esterlinas per annum, su dinero efectivo desaparecerá en
cuatro años, y en el mismo tiempo su aludido dinero se duplicará si sigue
una vida frugal y gasta solamente quinientas libras esterlinas per annum,
regla que nunca falla, asimismo, en la república, salvo en algunos casos
(de no gran importancia) que explicaré más adelante cuando muestre por
quién y de qué manera esta balanza de las cuentas del reino debe hacerse
anualmente, o tan frecuentemente como convenga al estado revelar
cuánto ganamos o perdemos en el comercio con las naciones extranjeras.
Pero primero diré algo concerniente a aquellos medios y métodos que
incrementarán nuestras exportaciones y disminuirán nuestras
importaciones de mercancías, una vez hecho lo cual presentaré algunos
otros argumentos, tanto afirmativos como negativos, para fortalecer lo que
aquí se sostiene y así demostrar que cualquier otro medio de los que se
supone que enriquecen al reino con tesoro, son del todo insuficientes y
puramente falacias.

Capítulo III

Arbitrios y medios particulares para incrementar la exportación de


nuestras mercancías y para disminuir nuestro consumo de efectos
extranjeros.

La renta o patrimonio de un reino por la cual es provisto de efectos


extranjeros es bien natural o bien artificial.. La riqueza natural lo es
solamente en tanto que puede substraerse de nuestro propio uso y ne-
cesidades para exportarse al extranjero. La artificial consiste en el trueque
de nuestras manufacturas por mercancías extranjeras, acerca de lo cual
expondré algunos detalles que puedan servir para el asunto de que nos
ocupamos.
1. Primero, aunque este reino sea ya muy rico por naturaleza, sin
embargo, puede enriquecerse más, poniendo las tierras ociosas (que son
infinitas) en empleos tales que de ninguna manera estorben la renta actual
de otras tierras abonadas, sino que de esta manera nos abasteceremos y
evitaremos las importaciones de cáñamo, lino, cordelería, tabaco y varias
otras cosas que ahora obtenemos de los extranjeros, para nuestro gran
empobrecimiento.
2. Podemos igualmente disminuir nuestras importaciones si nos
refrenamos sobriamente del consumo excesivo de efectos extranjeros en
nuestra dieta y vestidos, que con tan frecuentes cambios de costumbres
en uso resulta un aumento de desperdicio y carga, vicios que en la
actualidad son más notables en nosotros que en épocas pasadas. Sin
embargo, pueden fácilmente corregirse obligando a la observancia de tan
buenas leyes como las que se observan estrictamente en otros países, en
contra de los excesos mencionados, en los que, ordenando igualmente que
sus propias manufacturas deben usarse, evitan la aparición de otras, sin
prohibición o agravio a los extranjeros en su comercio mutuo.
3. En nuestras exportaciones no solamente debemos atender a nuestros
sobrantes, sino también debemos tomar en consideración las necesidades
de nuestros vecinos, por lo que se refiere a los efectos que no quieran
recibir o de que no puedan ser provistos de ninguna otra parte; así
estaremos en posibilidad (además de dar salida a nuestras materias) de
ganar otro tanto por su manufactura, puesto que podemos y también
debemos venderlas caras, hasta tanto que el precio alto no ocasione una
menor salida en cantidad. Pero el sobrante de nuestras mercancías que los
extranjeros usan y que también puedan obtener de otras naciones, con
pocos inconvenientes, puede reducir su salida por el uso de mercancías de
igual clase de otros lugares; en este caso debemos esforzarnos por vender
tan barato como nos sea posible, mejor que perder el mercado de tales
efectos, ya que hemos encontrado, por la buena experiencia de los últimos
años, que estando en posibilidad de vender nuestras telas baratas en
Turquía, hemos aumentado grandemente su salida, y los venecianos han
perdido mucho en su mercado de las suyas en esos países, porque son más
caras. Por otra parte, hace pocos años, cuando por el precio excesivo de
nuestras lanas nuestras telas estuvieron demasiado caras, perdimos
cuando menos la mitad de nuestras telas manufacturadas para los países
extranjeros, que desde que no es de esta manera se han (casi) recobrado
por la gran baja del precio de las lanas y las telas. Encontramos que
veinticinco por ciento menos en el precio de estas y de otras mercancías,
con pérdida para la rentas de los particulares, puede elevar al cincuenta
por ciento la cantidad exportada, para beneficio del público. Porque,
cuando la tela es cara, otras naciones las manufacturan y sabemos que no
tienen in destreza ni materias primas para hacerlas; pero cuando por la
baja del precio los echamos fuera de esta actividad y así, con el tiempo,
obtenemos nuestro precio alto de nuevo, entonces también usan su
remedio anterior, de tal manera que por estas alternativas aprendemos que
es en vano esperar una renta mayor de nuestros efectos de lo que lo permi-
ten sus condiciones, sino que más bien nos importa aplicar nuestros
esfuerzos en estas ocasiones con cuidado y diligencia, para favorecernos
lo mejor que podamos, haciendo nuestras telas y otras manufacturas sin
dolo, lo que aumentará su estimación y uso.
4. El valor de nuestras exportaciones puede subir mucho, igualmente,
cuando las llevemos a cabo nosotros mismos en nuestros propios barcos,
porque entonces ganamos no solamente el precio de nuestros efectos en
lo que valen aquí, sino también la ganancia del comerciante, los gastos de
seguros y del flete de transporte marítimo. Así, por ejemplo, si los
comerciantes italianos vienen aquí en sus propias naves a sacar nuestra
grano, nuestros arenques ahumados y otros productos semejantes, en este
caso el reino tendrá ordinariamente sólo 25 chelines por arroba de trigo y
20 chelines por barril de arenques ahumados, mientras que si nosotros
transportamos estas mercancías a Italia por los precios mencionados, es
probable que obtengamos cincuenta chelines por el primero y cuarenta por
el último, lo que es una gran diferencia en las ventas o salidas de las
existencias del reino y, aunque es verdad que el comercio debe ser libre
para los extranjeros para que traigan y lleven lo que gusten, con todo, aun
así, en algunos lugares la exportación de vituallas y municiones es, ya sea
prohibida o cuando menos limitada, para que la practiquen únicamente el
pueblo y las naves de los lugares donde se producen.
5. El gasto frugal de nuestra riqueza natural puede, igualmente,
aumentar mucho anualmente lo que es susceptible de exportarse y si en
nuestro propio vestido somos despilfarradores, seámoslo, a lo menos, con
nuestras propias materias primas y manufacturas, como telas, encajes,
bordados, calados y otros semejantes, en los que el exceso del rico puede
ser el empleo del pobre, cuyos trabajos, serían, sin embargo, más
provechosos para la república si fueran hechos para el consumo de los
extranjeros.
6. La pesca en los mares de Su Majestad en Inglaterra, Escocia e
Irlanda, es nuestra riqueza natural y únicamente costará trabajo, que los
holandeses emplean de buen grado, obteniendo un gran provecho anual
para sí mismos y abasteciendo muchos países de la cristiandad con
nuestra pesca, por lo cual son recompensados y satisfacen sus
necesidades tanto de efectos extranjeros como de dinero, además de la
multitud de marineros y naves que de esta manera se sostienen, acerca de
lo cual podría hacerse una extensa disertación para aplicar el manejo
particular de este importante negocio. También nuestros criaderos de
peces en Nueva Inglaterra, Virginia, Groenlandia, las Islas Summer y
Terranova son de naturaleza semejante, y proporcionan mucha riqueza y
ocupación para sostener un gran número de pobres y para aumentar
nuestro declinante comercio.
7. Un mercado o almacén para maíz, añil, especias, seda cruda, algodón
en rama del extranjero o cualquier otro artículo de cualquier clase que se
importe, y exportándolos de nuevo a donde sean solicitados, aumentará la
navegación, el comercio, la riqueza y los derechos aduanales del rey;
movimiento de comercio que ha sido el principal medio del progreso de
Venecia, Génova, los Países Bajos y algunos otros, y para este propósito
Inglaterra está situada holgadamente, sin necesitar para llegar a buen fin
esta actuación más que su diligencia y su empeño.
8. También debemos estimar y fomentar aquellos tráficos que tenemos
en países remotos o distantes, puesto que además del aumento que trae
en la navegación y en marineros, también los efectos enviados allá y
recibidos de allí son mucho más productivos para el reino que nuestro
tráfico cercano y a la mano. Como ejemplo supongamos que la pimienta
valga aquí dos chelines la libra permanentemente; si entonces fuera
llevada por los holandeses a Amsterdam, el comerciante puede pagar allí
veinte peniques por la libra y tener buena ganancia en la transacción; pero
si trae esta pimienta de las Indias Orientales, no debe dar más de tres
peniques a lo sumo por libra, lo que es una gran ganancia, no sólo en la
parte que empleamos en nuestro propio consumo, sino que también de la
gran cantidad que transportamos (de aquí) anualmente a otras diversas
naciones para venderlas a un precio más alto. Por este medio aparece con
toda claridad que hacemos con ventaja un mayor acopio de estas
mercancías indias, que el que hacen las naciones en donde crece y a las
cuales propiamente pertenecen, puesto que es la riqueza natural de esos
países. Pero para un mejor entendimiento de este punto debemos siempre
distinguir entre la ganancia del reino y la ganancia del comerciante, pues
aunque el reino no pague por esta pimienta más de lo que se ha supuesto
antes, como por ninguna otra mercancía comprada en comarcas
extranjeras más de lo que el extranjero recibe de nosotros por la misma,
sin embargo, el comerciante paga, no solamente ese precio sino también
fletes, seguros, derechos de aduanas y otras cargas que son muy elevadas
en estos lejanos viajes; pero no obstante todo esto, en la cuenta del reino
se verifican ajustes entre nosotros mismos sin sacrificio del patrimonio del
reino, que bien considerado, con el apoyo también de nuestros artículos de
comercio en nuestros mejores embarques a Italia, Francia, Turquía, los
Países Orientales y otras comarcas, el transportar y dar salida a los
efectos que traemos anualmente de las Indias Orientales puede muy bien
estimular nuestros mayores esfuerzos para sostener y engrandecer este
grande y noble negocio, que tanto interesa a la riqueza, a la fuerza y a la
felicidad públicas. Tampoco hay menor honor y discernimiento en
enriquecerse (de esta manera) con las mercancías de otras naciones, que
por un aumento laborioso de nuestros propios recursos, especialmente
cuando estos últimos progresan por el beneficio de los antes mencionados,
como hemos descubierto en las Indias Orientales, por la venta de mucha
de nuestra quincalla, telas, plomo y otros efectos, la salida de los cuales
de día en día aumenta en aquellos países que antes no consumían nuestros
productos.
9. Será muy provechoso exportar dinero así como mercancías; pues
haciéndose esto en intercambio solamente, aumentará nuestra riqueza;
pero acerca de esto escribo más extensamente en el próximo capítulo, a
fin de demostrarlo plenamente.
10. Sería buena política y de resultados provechosos para el estado el
permitir que las manufacturas fabricadas con materiales extranjeros, como
terciopelos y varias otras como sedas en bruto, panas, sedas torcidas y
otros productos semejantes sean exportadas libres de impuestos
aduanales; así se emplearía un gran número de indigentes con un
incremento anual de valor de nuestras mercancías remitidas a otros países
y motivaría (con este propósito) que se introdujeran más materias primas
extranjeras, con el mejoramiento consiguiente de los impuestos aduanales
de Su Majestad: Recordaré aquí un aumento notable de nuestra
manufactura de tejidos y torcidos, únicamente de seda en bruto extranjera,
que de acuerdo con mis conocimientos en los últimos 35 años no empleaba
más de 300 personas en la ciudad y suburbios de Londres, en tanto que al
presente da ocupación a más de 1,400 almas, como después de cuidadosa
investigación han sido verídicamente informados los comisionados
comerciales de Su Majestad. Y es cierto que si dichos artículos extranjeros
pudieran exportarse de aquí libres de impuesto aduanal, esta manufactura
aumentaría mucho todavía, decreciendo con la misma rapidez en Italia y en
los Países Bajos; pero si cualquiera alegara el proverbio holandés “vive y
deja que los demás vivan”, contestaría que los holandeses, a pesar de su
propio proverbio, no solamente en estos reinos sino también en otros
países extranjeros en que practicamos el comercio (y donde tienen poder),
usurpan nuestros medios de vida y nos obstruccionan y destruyen nuestra
manera legal de vivir, quitándonos así el pan de todos los días, lo que
nunca evitaremos arrancándoles el bocado de la boca como hemos hecho
muchos de nosotros en los últimos años, con gran perjuicio y deshonra de
esta famosa nación, cuando debiéramos más bien imitar los tiempos
antiguos tomando medidas sobrias y dignas, que fueran más agradables a
Dios y más apropiadas a nuestra antigua reputación.
11. También es necesario no cargar los artículos nacionales con
impuestos aduanales demasiado altos a fin de que, encareciéndolos para
el consumo extranjero, no vayamos a estorbar su venta. Especialmente
deben favorecerse los artículos extranjeros que se traen para ser
transportados nuevamente pues de otra manera esa clase de tráfico (tan
importante para el bien de la república) no puede prosperar ni subsistir.
Pero el consumo de estos artículos extranjeros en el Dominio puede
gravarse más, resultando en provecho para el país y para la balanza de
comercio y permitiendo así también al rey guardar más de los ingresos
anuales; acerca de este particular me propongo escribir con más extensión
en lugar adecuado, donde demostraré cuánto dinero puede atesorar
convenientemente un príncipe, sin perjuicio de sus súbditos.
12. Por último, en todas las cosas debemos de tratar de sacar todas las
ventajas posibles, ya se trate de cosas naturales o artificiales y puesto que
la gente que vive de los oficios es mucho más numerosa que los que son
dueños de los frutos, debemos lo más cuidadosamente posible sostener
esos esfuerzos de la multitud, en los que consiste el mayor vigor y ri queza
tanto del rey como del reino, puesto que donde la población es numerosa y
las manufacturas buenas, el comercio debe ser grande y el país rico. Los
italianos emplean un mayor número de gente y obtienen más dinero por su
industria y manufacturas de sedas brutas del reino de Sicilia, de lo que el
rey de España y sus súbditos tienen de las rentas de estas ricas
mercancías; pero ¿para qué necesitamos traer ejemplos de lejos cuando
sabemos que nuestros propios productos naturales no nos producen tanto
beneficio como nuestras industrias? Es por esto por lo que el mineral de
hierro en las minas no es de gran valor cuando se le compara con el
empleo y ventaja que da el excavarlo, ensayarlo, transportarlos, comprarlo,
venderlo, fundirlo en cañones, mosquetes y muchos otros instrumentos de
guerra, ofensivos y defensivos; forjarlo en anclas, cerrojos, alcayatas, cla-
vos y otras cosas semejantes para el uso de embarcaciones, casas, carros,
coches, arados y otros instrumentos de labranza. Compárece nuestro
vellón con nuestras telas que requieren la trasquila, el lavado, el cardado,
el hilado, el tejido, el bataneo, el teñido, el aderezo y otros arreglos, y
encontraremos que estas manufacturas son más provechosas que la
riqueza natural, de lo cual podría mencionar otros ejemplos, pero no seré
más tedioso, pues si me extendiera acerca de estos y otros detalles ya
descritos podría encontrar tema suficiente para hacer un gran volumen;
pero mi deseo siempre es probar lo que sostengo con brevedad y claridad.

Capítulo IV

La exportación de nuestra moneda en cambio de mercancías es un medio


de aumentar nuestra riqueza.

Esta actitud es tan contraria a la opinión común, que requerirá muchos y


poderosos argumentos para probarla antes de que pueda ser aceptada por
la multitud que amargamente protesta cuando ve cualquiera cantidad de
dinero transportada fuera del reino, afirmando por esa razón que hemos
perdido absolutamente esa cantidad de riqueza y que este es un acto que
va directamente en contra de las leyes observadas por mucho tiempo,
hechas y confirmadas por la sabiduría de este reino en la alta corte del
Parlamento y que muchos países, y aun España misma, que es la fuente del
dinero, prohibe su exportación exceptuando solamente algunos casos, a
todo lo cual puedo contestar que Venecia, Florencia, Génova, los Países
Bajos y otros varios países lo permiten y su pueblo lo aplaude, encontrando
gran beneficio en ello; pero todo esto hace mucho ruido y no demuestra
nada, por lo que debemos mencionar las razones que se refieren al asunto
a discusión.
Primero convendré en lo que ningún hombre juicioso negará: que no
tenemos otros medios para conseguir riqueza sino el comercio exterior,
pues no tenemos minas que nos la proporcionen, y ya he explicado cómo
este dinero se obtiene en el manejo de nuestros dicho comercio, que se
hace procurando que nuestros artículos que se exportan anualmente
superen en valor al de los artículos extranjeros que consumimos, de suerte
que solamente falta demostrar cómo nuestra moneda puede agregarse a
nuestras mercancías para que sea exportada junto con ellas y pueda
aumentar nuestra riqueza en otro tanto.
Ya hemos supuesto que nuestro consumo anual de artículos extranjeros
sea por valor de dos millones de libras esterlinas y que nuestras
exportaciones lo exceden en doscientas mil libras esterlinas, suma que,
por lo tanto, hemos sostenido nos es traída en riqueza para equilibrar
nuestras cuentas. Pero si ahora agregamos trescientas mil libras
esterlinas más en efectivo a nuestra anteriores exportaciones de mer-
cancías (algunos se preguntarán), qué provecho obtendremos, aunque por
estos medios traigamos en dinero efectivo más de lo que traíamos antes,
viendo que hemos exportado el mismo valor.
A esto la contestación es que cuando hemos preparado nuestras
exportaciones de mercancías y hemos dado salida a otro tanto de cada
cosa como podamos disponer o vender en el extranjero, no se afirma, como
consecuencia, que entonces debamos agregar nuestro dinero para que
entre más inmediatamente, sino más bien que primero debemos aumentar
nuestro comercio permitiéndonos traer más artículos extranjeros, los
cuales siendo exportados nuevamente traerán, a su tiempo, un gran
aumento de nuestra riqueza.
Pues aunque de esta manera efectivamente multipliquemos cada año
nuestras importaciones para el sostenimiento de más navíos y marineros y
para el mejoramiento de los derechos aduanales de Su Majestad y otros
beneficios, sin embargo, nuestro consumo de esos artículos extranjeros no
es mayor de lo que ya era antes, de tal manera que dicho incremento de
mercancías importadas por medio de nuestro dinero efectivo remitido al
exterior, como se asienta antes, a fin de cuentas viene a ser una
exportación a nuestro favor, de mucho mayor valor del que tenía nuestro
dinero, lo que se demuestra por las tres diferentes ejemplos siguientes:
1. Supongamos que se envíen en nuestros navíos 100,000 libras
esterlinas a los Países Orientales para comparar en ellos cien mil arrobas
de trigo y transportarlo a bordo de nuestros navíos, el cual, traído después
a Inglaterra y almacenado para exportarlo en el momento más oportuno
para venderlo en España o en Italia, no puede producir menos en esos
lugares de doscientas mil libras, para provecho del comerciante, con lo que
vemos que por medio de esta maniobra el reino ha duplicado su riqueza.
2. Una vez más, este provecho será mucho más grande cuando
trafiquemos de esta manera con países remotos, como, por ejemplo, si
enviamos cien mil libras esterlinas a las Indias Orientales para comprar allí
pimienta y traerla acá y de aquí enviarla a Italia o Turquía, debe producir
setecientas mil libras esterlinas cuando menos en esos lugares, en razón a
las excesivas cargas que los comerciantes pagan en esos largos viajes por
flete, salarios, vituallas, seguros, intereses, derechos aduanales, impuestos
y otros semejantes, todos los cuales, sin embargo, van a dar al rey y al
reino.
3. Pero cuando los viajes son cortos y los artículos valiosos y, por lo
tanto, no se emplea mucho en transporte, las ganancias serán mucho
menores, como cuando otras cien mil libras esterlinas se empleen en
Turquía en sedas sin labrar y sean traídas aquí para después ser
transportadas a Francia, los Países Bajos o Alemania: el comerciante
tendrá buena ganancia aunque lo venda en esos lugares solamente en
ciento cincuenta mil libras esterlinas y así considerando los viajes en
conjunto, en su término medio, el dinero exportado nos será devuelto más
que triplicado. Pero si alguien objetara aún que estas ganancias las
obtendremos en artículos y no realmente en dinero, como se le dió salida,
la contestación (sosteniendo nuestra primera opinión) es que si nuestro
consumo de artículos extranjeros no fuere anualmente más de lo que ya se
supone y que nuestra exportación sea aumentada tanto por esta manera
de comerciar con dinero efectivo como se dice antes, no es posible
entonces sino que toda la diferencia o ventaja deba devolvérsenos ya sea
en dinero o en aquellos artículos que debamos exportar nuevamente, lo
que, como ya se ha demostrado convincentemente, será aun un medio más
grande de aumentar nuestra riqueza.
Porque sucede con el patrimonio del reino como con la hacienda de un
particular, que teniendo almacén de artículos no dice sin embargo que no
se arriesgará o traficará con su dinero (pues esto sería ridículo), sino que
también lo convierte en mercancías, con lo que multiplica su dinero y así,
por un continuo y ordenado cambio de uno a otra, se enriquece y cuando le
conviene convierte todas sus propiedades en tesoros, porque los que
tienen mercancías no padecerán falta de dinero.
Tampoco se dice que el dinero es la vida del comercio, como si no
pudiera subsistir sin él, supuesto que sabemos que existía un gran
intercambio por medio del trueque o cambio, cuando existía poco dinero en
movimiento en el mundo. Los italianos y algunas otras naciones tienen
tales remedios contra esta carencia, que no puede ni decaer ni embarazar
su comercio, pues hacen transferencias de cuentas de deudor y tienen
bancos, tanto públicos como privados, en los cuales registran diariamente
los créditos de unos contra los otros por grandes sumas, con facilidad y
satisfactoriamente, sólo con anotaciones, en tanto que al mismo tiempo el
grueso del dinero que dio nacimiento a estos créditos se emplea en el co-
mercio exterior como una mercancía, y por dichos medios tiene muy pocos
usos el dinero en estos países, aparte de para sus gastos ordinarios. En
consecuencia, no es el conservar nuestro dinero en el reino, sino la
necesidad y empleo de nuestras mercancías en los países extranjeros, y
nuestra necesidad de sus productos lo que origina su salida y consumo en
todas partes y lo que hace un rápido y extenso comercio. Si alguna vez
fuimos pobres y ahora hemos logrado alguna acumulación de dinero por el
comercio con la determinación de conservarlos quieto en el reino,
¿ocasionaría esto que otras naciones empleen más de nuestras
mercancías de lo que lo han hecho con anterioridad, por lo que podamos
decir que nuestro comercio es acelerado y aumentado? No, ciertamente no
producirá tan buen resultado, sino que más bien, con las alteraciones del
tiempo por sus verdaderas causas, podemos esperar lo contrario, pues
todo el mundo está conforme en que la abundancia de dinero en un reino
hace los artículos domésticos más caros, lo que, como es en provecho de
las rentas de algunos particulares, va directamente en contra del beneficio
del público en la cantidad del comercio, pues como la abundancia de
dinero hace los artículos más caros, así los artículos caros disminuyen en
uso y consumo, como ya se ha demostrado ampliamente en el último
capítulo, que trata circunstanciadamente de nuestras telas. Aunque esta
es una lección muy difícil para que la entiendan algunos grandes
terratenientes, sin embargo, estoy seguro de que es una lección verídica
que debe ser observada por todo el país, a menos que cuando hayamos
logrado alguna acumulación de dinero por el comercio, lo perdamos de
nuevo por no traficar con nuestro dinero. Conocí en Italia un príncipe (de
gran fama), Fernando I, Gran Duque de Toscana, que siendo hombre rico en
tesoros, trataba de aumentar con esto su comercio, girando a sus
dependientes grandes sumas de dinero con muy pequeña ganancia y yo
mismo obtuve de él cuarenta mil coronas gratis por todo un año, porque
sabía que las remitiría inmediatamente en efectivo a diversas regiones de
Turquía para ser empleadas en artículos para sus países, estando seguro
de que en este proceso de cambio volvería nuevamente (como dice el
proverbio antiguo) con un pato en la boca, es decir, que como el perro de
caza volvería con la presa, cumpliendo con mi compromiso. Este noble e
industrioso príncipe aumentó tanto la práctica de esto, por su interés y dili-
gencia en fomentar y favorecer a los comerciantes en sus transacciones,
que difícilmente existe un noble o caballero en todos sus dominios que no
comercie por sí mismo o en sociedad con otros, de donde ha resultado que
en estos últimos treinta años el comercio en su puerto de Liorna ha
aumentado tanto que de una pequeña y pobre aldea (como yo mismo la
conocí) ha llegado a ser ahora una hermosa e importante ciudad, y uno de
los más famosos lugares comerciales de toda la cristiandad, y es tan
valiosa nuestra observación que la multitud de barcos y artículos que
llegan, ya sea de Inglaterra, los Países Bajos u otras comarcas tienen
pocos o ningunos medios para hacer sus pagos allí como no sea en dinero
efectivo, el cual pueden llevar y de hecho lo llevan sin restricción en todo
tiempo, para ventaja increíble de dicho gran Duque de Toscana y sus
súbditos, quienes se enriquecen mucho por el gran concurso continuo de
comerciantes de todos los estados y de los príncipes vecinos, que les
traen mucho dinero diariamente para satisfacer sus necesidades de las
mercancías mencionadas. De esta manera vemos cómo la corriente de
mercancías que ocasiona su tesoro, se convierte en un río abundante que
los llena de dinero nuevamente en mayor proporción.
Hay aún una o dos objeciones tan débiles como todas las demás; estas
son que si comerciamos con nuestro dinero exportaremos menos
mercancías, como si alguien dijera que aquellos países que han tenido
oportunidad hasta ahora de consumir nuestras telas, nuestro plomo,
nuestra hojalata, nuestro pescado y otros productos semejantes, harán
ahora uso de nuestro dinero en vez de esas mercancías, lo que sería
extremadamente absurdo afirmar, o que los comerciantes deberían mejor
no exportar artículos de los cuales se espera siempre alguna ganancia, que
exportar dinero que siempre es permanente y el mismo, sin ningún
incremento.
Pero, por el contrario, hay muchos países que pueden darnos muy
provechosas ganancias por nuestro dinero, que de otra manera no nos
proporcionarían ningún comercio, porque no consumen nuestros artículos,
como por ejemplo las Indias Orientales, aunque lo importante es comenzar,
pues desde hace tiempo con laboriosidad en nuestro tráfico con esas
naciones las hemos acostumbrado al uso de mucho de nuestro plomo, tela,
quincalla y otros objetos, que es un buen agregado a la venta anterior de
nuestras mercancías.
Todavía algunos han alegado que esos países que permiten que se
saque dinero lo hacen porque tienen pocos, o carecen del todo, de
artículos con que comerciar, a más de aquél, pero que nosotros tenemos
grandes existencias de mercancías y, en consecuencia, sus prácticas no
deben de servirnos de ejemplo.
A esto la respuesta es, en pocas palabras, que si tenemos tal cantidad
de artículos que nos provee ampliamente de todas las cosas que
necesitamos de ultramar, ¿por qué hemos de dudar entonces que nuestro
dinero enviado en tráfico, no deba necesariamente regresar de nuevo en
riqueza, junto con las grandes ganancias que de esa manera nos puede
procurar, como se ha afirmado antes? Y, por otra parte, si las naciones que
exportan su dinero lo hacen porque tienen solamente pocos artículos
propios, ¿cómo llegan entonces a tener tanta riqueza como se ve siempre
en esos lugares que permiten libremente su exportación en todo tiempo y
por cualquiera? A lo que contesto: también por traficar con su dinero, pues
¿por qué otros medios pueden obtenerlo si no tienen minas de oro o de
plata?
Así vemos claramente que cuando este importante asunto es
debidamente meditado en los fines que persigue, como deben ser bien
pensadas todas las acciones humanas, se llega a resultados comple-
tamente opuestos a lo que la mayoría de la gente cree acerca de él, porque
no investigan más allá del comienzo de la obra, lo que informa
equivocadamente su criterio y los conduce a errores. Así, si contemplamos
los actos de un labrador en la siembra, cuando arroja el grano abundante y
bueno en la tierra, lo tomamos más bien por un loco que por un labrador,
pero cuando pensamos en su tarea en la época de la cosecha, que es el
final de sus esfuerzos, descubrimos el mérito y pingüe producto de sus
actos.

Capítulo V

El comercio exterior es el único medio de mejorar el precio de nuestras


tierras.

Es un aserto común que la abundancia o la escasez de dinero hace a todas


las cosas caras, o buenas, o baratas; y este dinero es ya sea ganado o
perdido en el comercio exterior por el exceso o defecto del saldo del
mismo, como ya lo he expuesto. Ahora falta que distinga la aparente
abundancia de dinero de la que es sustancial y capaz de desempeñar el
trabajo, pues hay varios métodos y maneras por los cuales procurar la
abundancia de dinero en un reino, los cuales no enriquecen sino que más
bien lo empobrecen, por los diversos inconvenientes que siempre
acompañan tales alteraciones.
Primeramente, si fundimos nuestras vajillas de plata u oro para
convertirlas en moneda (lo que no es apropiado a la majestad de tan gran
reino, excepto en casos de gran necesidad), producirá abundancia de
dinero por cierto tiempo; sin embargo, no seremos más ricos sino que más
bien alterándose así esta riqueza, se le hace más apta para ser sacada del
reino, si excedemos nuestras posibilidades por demasía de mercancías
extranjeras, o sostenemos una guerra por mar o tierra, en la cual no
alimentemos ni vistamos a nuestros soldados ni abastezcamos al ejército
con nuestras provisiones locales, trastornos con los cuales nuestro tesoro
se extinguirá pronto.
Por otra parte, si pensamos almacenar dinero tolerando que circulen
monedas extranjeras a tipos más altos que su valor intrínseco comparado
con nuestra moneda legal, adulterando o encareciendo nuestro propio
dinero, todo esto tiene varios inconvenientes y dificultades (que más
adelante explicaré); pero admitiendo que de esta manera puede traerse al
reino una gran cantidad de dinero, sin embargo, no seríamos más ricos ni
semejante capital así obtenido puede durarnos, supuesto que si un
extranjero o un comerciante inglés traen este dinero, deben hacerlo por
razones importantes, bien sea por artículos ya exportados o para ser
exportados después, lo cual no nos favorece en nada, excepto cuando las
circunstancias desventajosas de excesivo consumo o de guerra antes
mencionadas, que agotan nuestro capital hayan sido alejadas pues, en
otros términos, lo que un hombre trajo como ganancia, otro estará forzado
a sacarlo por necesidad, ya que siempre será preciso equilibrar nuestras
cuentas con el extranjero, aunque se haga con pérdida en el valor del
dinero y aun por confiscación, si es interceptado por la ley.
La conclusión de este tema es, brevemente, la siguiente: que como el
capital que es traído al reino por la balanza de nuestro comercio exterior
es el único que permanece con nosotros y por el cual nos enriquecemos,
así por este excedente de dinero obtenido de esta manera (y no de otra),
mejoran nuestras tierras, pues cuando el comerciante tiene una buena
remesa para ultramar para sus telas u otros artículos, luego vuelve y
acapara una cantidad mayor, lo que eleva el precio de nuestras lanas y
otras mercancías y consecuentemente mejora las rentas de los
propietarios, puesto que los arriendos expiran diariamente y también por
este medio se gana dinero y se trae más abundantemente al reino,
capacitando a muchos para comprar tierras, haciéndolas más caras. Pero
si nuestro comercio exterior llegara a detenerse o declinara por descuido
en nuestra patria o por daños causados en el exterior, resultaría que los
comerciantes se empobrecerían y como resultado de ellos los artículos del
reino tendrían menor salida, cesando entonces todos los beneficios
mencionados, y disminuirían de precio diariamente nuestras tierras.

Capítulo VI

El tesoro español no puede vedarse a otros reinos por ninguna prohibición


hecha en España.

Todas las minas de oro y plata que se han descubierto hasta la actualidad
en los diversos lugares del mundo no son de tan gran valor como las de las
Indias Occidentales, que están en posesión del rey de España, quien por
medio de ellas están en posesión del rey de España, quien por medio de
ellas está en condiciones no sólo de mantener sojuzgados muchos estados
y provincias hermosas en Italia y en otras partes (que, de otra manera,
pronto dejarían de obedecerle), sino que también, aprovechándose de una
guerra continua, engrandece aún más sus dominios, aspirando
ambiciosamente a un imperio por el poder de su dinero, que es el nervio
mismo de su fuerza y que se encuentra dispersado en varios países muy
alejados y sin embargo unidos de esta manera, y tiene abastecidas sus
necesidades de mercancía de guerra y paz de todos los lugares de la
cristiandad de manera abundante, que por lo tanto de esta suerte son
participantes de su tesoro por los requerimientos del comercio. Por esta
razón la política española ha tratado siempre de evitar a todas las otras
naciones, lo más que ha podido, descubrir que España es demasiado pobre
y estéril para abastecerse a sí misma y a las Indias Occidentales con esa
variedad de artículos extranjeros que tanto necesitan, y saben bien que
cuando sus mercancías domésticas escasean para este objeto, su dinero
debe servirle para equilibrar la cuenta, en lo cual encuentra una ventaja
increíble al agregar el tráfico de las Indias Orientales al tesoro de las
Occidentales, porque empleándose este último en aquel tráfico, acumula
grandemente ricas mercancías para comerciar con todas las partes de la
cristiandad a cambio de sus artículos y así satisfacer sus propias
necesidades evitando que otros se lleven su dinero, lo que es un asunto de
estado, pues consideran menos peligroso dar participación a las Indias re-
motas que a sus príncipes vecinos, poniéndolos en condiciones ventajosas
para resistir (y aun para atacar) a sus enemigos.
Esta política española en contra de los demás es tanto más notable
cuanto que resulta igualmente para su propia ventaja, pues cada real de a
ocho que envían a las Indias Orientales traía a la madre patria mercancías
suficientes para ahorrarle (cuando menos) el desembolso de cinco reales
de a ocho aquí en Europa, con sus vecinos, especialmente en tiempos en
que ese comercio estaba únicamente en sus manos; pero ahora carecen de
esta gran ganancia, y los ingleses, los holandeses y otros se quitaron esa
pérdida y participan en ese comercio con las Indias Orientales tan
abundantemente como los súbditos españoles.
Hay que considerar, además, que, aparte de la incapacidad de los
españoles para proveerse de mercancías extranjeras para sus necesidades
con sus mercancías nativas (se ven obligados a satisfacer esta carencia
con dinero), tienen igualmente la enfermedad de la guerra, que gasta
enormemente su tesoro y lo desparrama, en la cristiandad, aun entre sus
enemigos, parte como represalia, aunque especialmente por el
sostenimiento necesario de esos ejércitos que están compuestos por
extranjeros y que están a tan gran distancia que no los pueden alimentar ni
vestir ni de ninguna manera proveer con sus productos y provisiones
nacionales y deben recibir este alivio de otras naciones; clase de guerra
que es muy diferente de la que un príncipe hace en sus propios confines o
en sus naves en el mar, en las cuales el soldado que recibe dinero por sus
pagas, debe gastarlo diariamente de nuevo en necesidades, con lo que el
tesoro del reino permanece inmóvil aunque se gaste el del rey; pero vemos
que el español (confiado en el poder de su tesoro) emprende guerras en
Alemania y en otros lugares remotos, que bien pronto empobrecerán de
todo su capital al más rico reino de la cristiandad y la carencia resultante
traerá inmediatamente desorden y confusión en los ejércitos, como
acontece algunas veces a España misma, que tiene la fuente del dinero,
cuando ésta es detenida en su curso por la fuerza de sus enemigos o
cuando se gasta más de prisa de lo que mana, con lo que así mismo vemos
que frecuentemente el oro y la plata es tan escaso en España que se ven
forzados a usar monedas de apoyo de cobre, causando gran confusión en
su comercio y no sin la ruina también de mucho de su propio pueblo.
Ahora que hemos visto los casos en que el tesoro español se dispersa
en tantos lugares del mundo, descubramos también cómo y en qué
proporción cada país disfruta de estos dineros, pues hemos visto que
Turquía y varias otras naciones tienen una gran abundancia de él, aunque
no sostengan comercio con España, lo que parece contradecir el primer ar-
gumento, por el que sostenemos que esta riqueza se sostiene por una
necesidad del comercio; pero para aclarar este punto debemos saber que
todas las naciones (que no tienen minas propias) se enriquecen con oro y
plata por este único e idéntico recurso que es, como ya se ha demostrado,
el equilibrio de su comercio exterior, aunque no sea estrictamente forzoso
que se practique en aquellos países donde está la fuente de la riqueza,
sino más bien con el método y reflexión que ya se ha dicho. Supongamos
que Inglaterra, comerciando con España, gana y trae a la madre patria
quinientos mil reales de a 8 anualmente; si perdemos otro tanto por
nuestro comercio en Turquía y en consecuencia tenemos que llevar el
dinero allí, no son entonces los ingleses sino los turcos los que han ganado
esta riqueza, aunque no tengan comercio con España, de donde fué
primeramente traído. Aun más, si Inglaterra, habiendo de esta manera
perdido con Turquía, gana, sin embargo, el doble con Francia, Italia y otros
clientes de su comercio general, entonces quedarán quinientos mil reales
de a ocho de ganancia líquida por la balanza de su comercio, y esta
comparación es válida entre otras naciones, tanto por la manera de ganar
como por la proporción de la ganancia anual.
Pero si se hiciera aún la pregunta de si todas las otras naciones
obtienen riqueza y España solamente pierde, contestaría negativamente,
pues algunos países por las guerras o por excesos pierden lo que han
ganado, de la misma manera que España por las guerras y la carencia de
artículos pierde lo que fue su propia ganancia.
Capítulo VII

Diversidad de beneficios del comercio exterior.

En el desarrollo del comercio exterior hay tres clases de ganancias, la


primera es la de la república, la cual puede obtenerse cuando el
comerciante (que es el principal agente de ella) pierde. La segunda es la
ganancia del comerciante, quien a veces la obtiene justa y rectamente,
aunque la república resulte perdiendo. La tercera es la ganancia del rey, de
la cual siempre está seguro, aunque tanto la república como el co-
merciante pierdan.
Con relación al primero de estos casos, ya hemos mostrado
ampliamente los métodos y medios por los cuales una república puede
enriquecerse en el proceso del comercio, por lo que es innecesario hacer
más repeticiones aquí; solamente afirmo ahora que tal felicidad puede
existir en la república aun cuando el comerciante en lo particular no tenga
ocasión de regocijarse. Así, por ejemplo, supongamos que la Compañía de
las Indias Orientales remite cien mil libras esterlinas a las Indias
Orientales y recibe en la madre patria a cambio de ellas un valor total de
trescientas mil libras, de lo cual es evidente que esta parte de la república
es triplicada y sin embargo puedo audazmente decir y comprobar bien que
dicha compañía de comerciantes perderá cuando menos cincuenta mil
libras por esa contingencia, si el pago se hace en especias, índigo, percal,
salitre refinado y otras mercancías voluminosas en sus respectivas propor-
ciones, de acuerdo con su salida y empleo en esos países de Europa,
porque el flete de los navíos, el seguro del riesgo, los pagos de los agentes
en el extranjero y de los empleados en la patria, el sostenimiento de las
existencias, las aduanas de su Majestad y los impuestos, con otros
pequeños gastos incidentales, no pueden ser menos de doscientas cin-
cuenta mil libras esterlinas, lo que agregado al capital, produce la pérdida
indicada. Así vemos que no sólo el reino sino también el rey por sus
aduanas e impuestos pueden evidentemente ganar, aun cuando el co-
merciante, sin embargo, pierda grandemente, lo que nos da una buena
oportunidad aquí para meditar cuánto más se enriquece el reino por este
noble comercio cuando todo sucede tan felizmente que el comerciante
gane así como el rey y el reino.
En seguida afirmo que un comerciante, por sus esfuerzos laudables,
puede para ventaja suya, tanto llevar como traer mercancías vendiéndolas
y comprándolas con buen provecho, lo cual es el propósito de sus tareas,
cuando, sin embargo, la república puede declinar y empobrecerse por
desórdenes públicos, cuando por orgullo y otros excesos consuma más
artículos extranjeros en valor que lo que la riqueza del reino puede
satisfacer y pagar con la exportación de nuestras propias mercancías, lo
que es la característica del despilfarrador que gasta más de lo que le
permiten sus medios.
Por último, el rey está siempre seguro de ganar por el comercio, cuando
tanto el país como el comerciante pierden cada uno por su parte, como se
dice antes, o juntamente, como puede y de hecho a veces sucede cuando
en un momento dado nuestras mercancías son superadas por las
mercancías extranjeras consumidas, y que el éxito del comerciante resulta
no ser mejor de lo que ya se dijo.
Pero aquí no debemos tomar la ganancia del rey en su sentido lato,
porque de esa manera podríamos afirmar que Su Majestad debe ganar
aunque la mitad del comercio del reino se pierda; supondremos más bien
que aunque todo el comercio del país por las exportaciones y las
importaciones resultara ser aproximadamente de un valor anual de cuatro
millones y medio de libras esterlinas, sin embargo, puede incrementarse
doscientas mil libras esterlinas más per annum por la importación y
consumo de artículos extranjeros. De esta manera sabemos que el rey
ganará aproximadamente veinte mil libras, pero la república perderá el
total de las doscientas mil libras así gastadas de más. El comerciante
puede perder también cuando el intercambio crezca de esta manera para
provecho del rey, quien, sin embargo, seguramente tendrá en último
término una gran pérdida; si no evita este proceso improductivo que
empobrecerá a sus súbditos.

Capítulo VIII

El rebajamiento de nuestra moneda no puede enriquecer al reino con


tesoros, ni impedir de esa manera su exportación.

Hay tres medios por los cuales se altera comúnmente la moneda de un


reino. El primero consiste en que a las monedas en sus diversas
denominaciones, se les hace circular con más o menos libras, chelines o
peniques que antes. La segunda consiste en alterar dichas monedas en su
peso y que sin embargo continúen en circulación a los valores anteriores.
La tercera consiste en que la unidad de moneda es, ya sea rebajada o
aumentada en su ley de oro o de plata y sin embargo la moneda continúa
en su valor primitivo.
En todo caso de carencia o abundancia de dinero en el reino, siempre
encontramos gente que, usando su ingenio como remedio para suplir la
primera y conservar la última, acaban finalmente por alterar las monedas,
pues, según dicen, el alza de la moneda ocasionará que se traiga al reino
de diversos lugares por la esperanza de la ganancia, y la rebaja de las
monedas en su ley o peso las conservará en el país por temor a una
pérdida; pero estos hombres, complacidos solamente con el principio de
este importante negocio, no toman en cuenta su desarrollo y fin; y a ello
debemos especialmente dirigir nuestros pensamientos y esfuerzos.
Con relación a esto debemos saber que el dinero no es solamente la
verdadera medida de todos nuestros otros recursos del reino, sino también
de nuestro comercio exterior con los extranjeros, y por esta razón debe
conservarse exacto y constante para evitar esas confusiones que siempre
acompañan tales alteraciones; pues, primero en la madre patria, si cambia
la medida común, nuestras tierras, contratos, artículos, tanto extranjeros
como domésticos, deben cambiar proporcionalmente y aunque esto se
hace no sin muchas dificultades y peligros para alguna gente, sin embargo,
pasa necesariamente en poco tiempo, pues lo que se estima no es la
denominación de nuestras libras, chelines y peniques sino el valor in-
trínseco de nuestras monedas, a las cuales tenemos pocas razones para
aumentar más estimación o valor, aunque estuviera en nuestro poder
hacerlo, porque esto sería un servicio especial para España y un acto
contrario a nosotros mismos: en carecer la mercancía de otro príncipe.
Tampoco pueden estos sucesos, que tanto perjudican a los súbditos, en
manera alguna beneficiar al rey, como algunos se imaginan, pues aunque la
rebaja o aligeramiento de toda nuestra moneda traiga un beneficio actual a
la casa de moneda (por una sola vez), sin embargo, todo esto y más se
perderá de nuevo en las futuras rentas importantes de Su Majestad,
cuando por este medio tengan que pagarse anualmente con dinero de
menor valor intrínseco que antes. Tampoco puede decirse que toda la
pérdida del reino sea la ganancia del rey, sino que discrepan grandemente,
pues todas las propiedades de la gente (ya sea en contratos, tierras,
deudas, artículos o dinero) deben sufrir proporcionalmente, en tanto que
Su Majestad debe tener ganancia solamente sobre tanto dinero efectivo
como pueda ser acabado de acuñar, lo que comparativamente será de muy
poca importancia, porque, aunque los que tienen otros bienes se dice que
son en gran número y que importan cinco o diez mil libras por hombre, más
o menos, lo que significa muchos millones en total, con todo, no son
poseedores de esto completa o inmediatamente, pues sería vanidad, y en
contra de su provecho, conservar continuamente en sus manos más de
cuarenta o cincuenta libras esterlinas en una familia para sufragar los
gastos necesarios; el resto debe continuamente pasar de hombre a hombre
en intercambio, para su beneficio, por lo cual podemos concebir que un
poco de dinero (siendo la medida de todos nuestros otros recursos) rige y
distribuye grandes negocios diariamente para todos los hombres, en su
justa proporción. Debemos, asimismo, saber que mucha de nuestra moneda
antigua se ha gastado ligeramente y en consecuencia produciría poco o
ningún provecho a la casa de moneda y la ganancia sobre la moneda de
alto valor intrínseco ocasionaría que nuestros vigilantes vecinos se
llevaran una gran parte de ella para devolverla inmediatamente en piezas
de nuevo cuño. Tampoco dudamos de que algunos de nuestros
compatriotas se volverían monederos falsos y arriesgarían la horca por
este provecho, de tal manera que Su Majestad, en último término, ganaría
poco de tales alteraciones.
Ciertamente, dirán algunos, si Su Majestad aumenta el valor del dinero,
grandes cantidades de metal serán también traídas a la casa de moneda
de los países extranjeros, pues hemos visto por experiencia que la última
alza del diez por ciento de nuestro oro, de hecho trajo grandes cantidades
de él, más de lo que estábamos acostumbrados a tener en el reino; hecho
que como no puedo negar, tampoco lo afirmo, que este ora ocasionaba la
salida del total o de la mayor parte de nuestra plata (que no estaba muy
gastada o de ley muy baja) como podemos fácilmente percibir por el uso
actual de nuestra moneda en sus respectivas clases. La razón de este
cambio es que nuestra plata no subió de valor en proporción con nuestro
oro, lo que aun hizo ventajoso para los comerciantes el traer las ganancias
anuales del reino en el comercio en oro más bien que en plata.
En segundo lugar, si somos inconstantes en el valor de nuestras
monedas y de esa manera violamos las leyes del comercio exterior, otros
príncipes están atentos a estos casos para alterar su monedas inme-
diatamente en proporción con nosotros, y en este caso ¿dónde están
nuestras esperanzas? O, si no la alteran, ¿qué podemos esperar de ello? Si
el comerciante extranjero trae sus artículos y encuentra que nuestro
dinero ha subido, ¿no conservará igualmente sus mercancías hasta que las
pueda vender caras? Y ¿no subirá el precio de los cambios de los
comerciantes con países extranjeros en proporción con nuestro dinero?
Siendo todo lo cual indudablemente cierto, ¿por qué no puede ser
transportado nuestro dinero fuera del reino también y con tanto provecho
después del alza de valor como antes de la alteración?
Pero acaso alguien diga todavía que si nuestro dinero sube de valor y el
de otros países no, originaría el que se traigan más lingotes de metal y
monedas extranjeras que con anterioridad. Si esto se hiciera debería
ejecutarse ya sea por comerciantes que han exportado artículos o por
comerciantes que se proponen comprar mercancías y es evidente que
ninguno de ellos puede tener ahora más ventaja o beneficio por este
artificio del que hubieran podido tener antes de la alteración del dinero,
pues si sus expresados lingotes o monedas extranjeras vale más que antes
en libras esterlinas, chelines o peniques, sin embargo, ¿qué ganancia
obtendrán de esta manera cuando el dinero sea de menor ley o peso y que,
en consecuencia, suban proporcionalmente? Así pues, vemos claramente
que estas innovaciones no son medios recomendables para traer riqueza al
reino ni aun para conservarla en él, cuando la tenemos.

Capítulo IX

El tolerar que circulen monedas extranjeras aquí a tipos más altos que su
valor con relación a nuestra unidad no incrementará nuestra riqueza.

El discreto mercader, que para mejor manejar sus asuntos y sus cambios
con letras, de y a los diversos lugares del mundo donde acostumbra
traficar, aprende cuidadosamente la paridad o valor igual de las monedas,
de acuerdo con su peso y ley comparados con nuestro patrón, está en
aptitud de conocer perfectamente la exacta ganancia o pérdida de sus
negocios. No puedo dudar que comerciamos con diversos lugares donde
damos salida anualmente a nuestras mercancías nativas por un alto valor,
y, sin embargo, encontramos pocos o ningún artículo en ellos que se
acomoden a nuestro uso, por lo que nos vemos obligados a recibir nuestros
pago s en dinero efectivo, que o bien llevamos a otros países para con-
vertirlos en artículos que necesitamos, o bien es traído al reino en especie;
y parecería que permitiéndose que circule aquí en pago de valores más
altos que su valor en términos de moneda legal, será traída una gran
cantidad de él; pero cuando se tomen en cuenta debidamente todas las
circunstancias de estas operaciones se encontrarán igualmente tan
débiles como las otras para aumentar nuestro tesoro.
En primer lugar, esta tolerancia por sí misma rompe las leyes del
intercambio y pronto llevará a otros príncipes a hacer los mismos actos o
peores, en contra de nosotros, frustrando así nuestras esperanzas.
En segundo lugar, si el dinero es la verdadera medida de todos nuestros
otros recursos y se permite que circule moneda extranjera libremente
entre nosotros a tipo mayor que su valor (comparada con nuestra moneda
legal) resulta que la riqueza común no será distribuida equitativamente
cuando se le estime por una falsa medida.
En tercer lugar, si la ventaja entre nuestra moneda y las extranjeras es
pequeña, esta traerá poco a o ninguna riqueza, porque el comerciante
importará efectos en los cuales generalmente tiene una ganancia
adecuada. Y, por otra parte, si toleramos que la moneda extranjera tenga
mucha ventaja, entonces esa ganancia hará salir nuestra moneda legal y
así, dejo este tema en un dilema, y como en todas las otras lecciones,
demostraré que es infructuoso buscar ganancia o pérdida en nuestra
riqueza fuera de la balanza de nuestro comercio general exterior, como aún
trataré de demostrar más adelante.

Capítulo X

Las observaciones hechas por extranjeros a la ordenanza de empleos no


pueden incrementar ni aun preservar nuestro tesoro.

Conservar nuestro dinero en el reino es una tarea de no menos destreza y


dificultad que aumentar nuestra riqueza, porque las causas de su
conservación y producción son de la misma naturaleza. La ordenanza para
el empleo de las mercancías extranjeras en nuestro interés pareció, al
principio, ser un medio bueno y legal que conduce a esos fines; pero
examinándola atentamente encontraremos que no puede producir tales
benéficos resultados.
Como el uso del comercio exterior es igual en todas las naciones,
podemos percibir fácilmente lo que se hará en esta materia por los
extranjeros, cuando nosotros solamente observamos nuestros métodos en
este importante asunto, por el cual no solamente aspiramos a dar salidas a
nuestras propias mercancías para abastecer nuestras necesidades de
artículos extranjeros, sino también a enriquecernos con capital, todo lo
cual se hace por las diferentes maneras de comerciar de acuerdo con
nuestras propias oportunidades y con la naturaleza de los lugares con los
cuales hacemos el comercio; por ejemplo, en algunos países vendemos
nuestras mercancías y traemos sus artículos o algo de dinero; en otros
países vendemos nuestros efectos y recibimos su dinero, porque tienen
pocos o ningún artículo que sea propio para pago, y todavía más, en
algunos lugares tenemos necesidad de sus mercancías pero emplean poco
las nuestras, de tal manera que toman nuestro dinero, que nosotros
ganamos en otros países, y así, por un proceso de tráfico (que cambia de
acuerdo con el transcurso del tiempo), cada uno en lo individual complace
al otro y todos ejecutan el mecanismo total del comercio, que languidecerá
siempre que la armonía de su salud sea perturbada por enfermedades de
excesos en nuestro propio país, violencia en el extranjero, cargas o
restricciones domésticas o en el extranjero; pero en este lugar solamente
tengo oportunidad de hablar de las restricciones, lo que haré brevemente.
Hay tres maneras por medio de las cuales un comerciante puede
obtener la utilidad de sus mercancías de ultramar, es decir: en dinero, en
mercancías o por el cambio: pero la ordenanza de empleos no sólo
restringe el dinero (en lo que hay una aparente prudencia y justicia) sino
también el uso del cambio por letras, lo cual francamente viola las leyes
del comercio y es ciertamente un acto sin ejemplo en ningún lugar del
mundo en que practicamos el comercio y, en consecuencia, debe tomarse
en cuenta que cualquier acto (de esta naturaleza) que impongamos a los
extranjeros aquí, se convertirá en ley para nosotros inmediatamente en su
propio país, especialmente donde tenemos más grande comercio y
nuestros atentos vecinos no omiten cuidado ni ocasión para sostener su
tráfico con los mismos privilegios que otras naciones. Y así, en primer
lugar, estaremos desprovistos de la libertad de medios que tenemos ahora
para traer riqueza al reino y de esa manera igualmente perderemos la
salida de muchos artículos que llevamos a diversas comarcas, con lo que
nuestro comercio y nuestra riqueza decaerán juntamente.
En segundo lugar, si por la ordenanza mencionada imponemos la
exportación de nuestros artículos (más que de ordinario) al extranjero,
entonces debemos tomarlos de los ingleses, lo cual sería perjudicial a
nuestros comerciantes, marinos y navíos, además de dañoso a la
república, al vaciar las existencias del reino hacia el extranjero a precios
mucho menores aquí de lo que podríamos hacerlo si se las vendiéramos en
su propio país, como se muestra en el capítulo tercero.
En tercer lugar, como ya lo hemos demostrado suficientemente, sin
nuestras mercancías son superadas en valor por los artículos extranjeros,
nuestro dinero tiene que salir. ¿Cómo es posible evitar esto atando las
manos a los extranjeros y dejando libres las de los ingleses? ¿No motivarán
las mismas razones y ventajas que ellos hagan ahora lo que fue hecho an-
tes por otros? O, si hiciéramos una ordenanza (sin ejemplo) para prevenir
ambos casos por igual, ¿no se perdería todo inmediatamente, lo derechos
aduanales del rey y las ganancias del reino? Pues semejantes
restricciones destruirían necesariamente mucho tráfico, a causa de la
diversidad de ocasiones y lugares que hace que un comercio amplio
requiera que algunos exporten e importen mercancías, que otros exporten
solamente y que otros importen; que unos envíen su dinero en cambio y
otros lo reciban; que algunos lleven dinero, que otros lo traigan y esto en
mayor o menor cantidad de acuerdo con la buena producción agrícola o el
exceso en el reino, la cual solamente si tenemos una ley estricta regirá lo
demás y sin ella todos los otros estatutos no serán normas ni para
conservar ni para procurarnos riqueza.
Por último, para no dejar objeciones sin contestar, si se dijera que un
estatuto que comprendiera a los ingleses así como a los extranjeros
debería de toda necesidad conservar nuestro dinero en el reino, ¿qué
ganaríamos con esto si ello impide la entrada de dinero al decaer el
abundante comercio impide la entrada de dinero al decaer el abundante
comercio que tenemos disfrutando de libertad? ¿No es el remedio mucho
peor que la enfermedad? ¿No viviríamos más bien como irlandeses que
como ingleses, cuando las rentas del rey, las de nuestros comerciantes,
nuestros marineros, nuestros navieros, nuestros artesanos, nuestras
tierras, nuestras riquezas y todo decayera juntamente con nuestro
comercio?
Ciertamente, pero, dicen algunos, tenemos mejores esperanzas que eso,
porque los propósitos de la ley son que como todos los artículos
extranjeros que son traídos deberán ser empleados para nuestro provecho,
para así conservar nuestro dinero en el reino, de tal manera que no
debemos vacilar sino remitir suficiente cantidad de nuestros propios
artículos y sobre todo, traer su valor en dinero efectivo.
Aunque esto es contradicho absolutamente por la razón antes asentada,
sin embargo, ahora convendremos en ello, porque deseamos terminar la
disputa, pues si fuere cierto que otras naciones emplearan más de
nuestros productos de lo que nosotros consumimos de los suyos en valor,
entonces afirmo que el exceso debería necesariamente volver a nosotros
en riqueza, sin el uso del estatuto, el que, en consecuencia, no solamente
sería inútil sino perjudicial como resultan ser algunas otras restricciones
parecidas cuando son inventadas del todo.

Capítulo XI

No incrementará nuestra riqueza imponer a los comerciantes que exportan


pescado, maíz o municiones que restituyan todo o parte de su valor en
dinero.

Las vituallas y municiones para la guerra son tan apreciadas en una


república, que parece conveniente restringir del todo su exportación, o (si
su abundancia lo permite) obligar a que los pagos provenientes de ella se
hagan en otro tanto de moneda, lo que parece ser razonable y carente de
dificultades, pues España y otros países, de buen grado se deshacen de su
dinero por aquellos artículos, aunque en otras operaciones de comercio
prohiban terminantemente la exportación de él; todo lo cual concedo que
es cierto; pero, no obstante eso, debemos considerar que todos los medios
y recursos que (en el proceso comercial) compelen a la riqueza a entrar al
reino, no la hacen nuestra por esta razón, pues esto puede lograrse
solamente por una ganancia legítima y ésta de ninguna manera puede
alcanzarse sino por el excedente de nuestro comercio, y este excedente
disminuye con las restricciones; de consiguiente tales restricciones
positivamente impiden el incremento de nuestra riqueza. El argumento es
sencillo y no necesita demás razonamiento para darle fuerza, a menos que
alguien sea bastante presuntuoso para pensar que la restricción no
motivará el que se exporten menos efectos. También debe concederse,
igualmente, que imponer al comerciante que traiga dinero a cambio de
vituallas y municiones exportadas, no originará el que tengamos un
centavo en el reino al fin del año, porque cualquiera que sea obligado a
seguir un método se verá forzado a descubrir otro de nuevo, porque
permanecerá y quedará con nosotros lo que se ha ganado e incorporado a
la riqueza del reino por el excedente del comercio.
Esto puede hacerse evidente con un ejemplo tomado de un inglés que
tuvo oportunidad de comprar y consumir artículos de varios extranjeros por
valor de seiscientas libras esterlinas y que teniendo artículos de su
propiedad por valor de mil libras, las vendió a esos extranjeros e
inmediatamente obligó a todo el dinero de ellos a pasar a su propio poder,
pero al liquidar la cuenta entre todos, quedaban solamente cuatrocientas
libras al inglés del cuento, por el excedente de mercancías compradas y
vendidas, así es que el resto de lo que había recibido fué devuelto a donde
él lo tomó. Esto bastará para demostrar que cualquiera que sea el camino
que tomemos para forzar al dinero a entrar al reino, sin embargo, permane-
cerá con nosotros solamente tanto como hayamos ganado por la
naturaleza de nuestro comercio.

Capítulo XII

La depreciación de nuestro dinero que se entrega o se recibe por medio de


letras de cambio aquí o allende los mares no puede hacer disminuir
nuestra riqueza.

El intercambio entre comerciantes por letras es un recurso y práctica por


medio del cual aquellos que tienen dinero en un país pueden entregar el
mismo para recibirlo de nueva cuenta en otro país, a determinado tiempo e
interés convenidos de antemano, con lo cual el que da dinero prestado y el
que lo recibe quedan ajustados, sin transporte de tesoros de estado a
estado.
Estos cambios hechos en esta forma entre hombre y hombre no se
arreglan a valor igual de las monedas, de acuerdo con sus pesos y ley
respectivas: primero, porque el que entrega su dinero toma en cuenta el
riesgo de la deuda y el plazo de vencimiento; pero lo que causa una
desestimación o una sobrestimación del dinero por el cambio, es la abun-
dancia o escasez de él en aquellos lugares en que se hace el cambio. Por
ejemplo, cuando aquí hay abundancia de dinero que debe librarse a
Amsterdam, entonces nuestra moneda será devaluada en el cambio,
porque aquellos que reciben el dinero, viéndolo tan abundantemente
ofrecido, sacan provecho de esa circunstancia para sí mismos,
recibiéndolo con devaluación.
Por el contrario, cuando aquí hay escasez de dinero para ser entregado
en Amsterdam, el girador hará la misma ganancia, encareciendo nuestro
dinero que él entrega.
Así vemos que como la abundancia o la escasez de dinero en una
república hace a todas las cosas caras o muy baratas, así en el proceso
del cambio tiene siempre un efecto contrario, por lo que es conveniente
anotar a continuación las verdaderas causas de este efecto.

Como la escasez o abundancia de dinero evidentemente hacen al precio


del cambio alto o bajo, así el exceso o el defecto en nuestra balanza de
comercio origina eficazmente la abundancia o la escasez de dinero. Y aquí
debemos explicar que la balanza de nuestro comercio es, ya sea general o
particular. Es general cuando todo nuestro tráfico anual es estimado en
conjunto, como lo he expuesto con anterioridad; es particular cuando
nuestro comercio con Italia, Francia, Turquía, España y otros países es
considerado individualmente y de esta última manera descubrimos
perfectamente los lugares donde nuestro dinero está devaluado o
encarecido en el cambio, pues aunque nuestras exportaciones anuales de
mercancías en general pueden ser mayores en valor de las que son
importadas, por lo que la diferencia se nos compensa en cantidad igual de
dinero, sin embargo, en ramos particulares tiene efectos diversos, pues
acaso los Países Bajos puedan traernos más en valor de lo que nosotros
les vendamos, lo que en caso de no ser así, entonces inmediatamente los
comerciantes de los Países Bajos no sólo se llevan nuestra moneda para
equilibrar las cuentas entre nosotros, sino que también, por este medio,
siendo el dinero abundante aquí y debiendo entregarse por el cambio, es
devaluado consecuentemente por los que lo reciben, como he dicho antes.
Por el contrario, si llevamos más mercancías a España y otros lugares de
las que consumimos de ellos, entonces nos traemos su dinero e igualmente
en el cambio entre comerciantes sobrestimaremos nuestro propio dinero.
A pesar de esto hay todavía quienes pretenderán aclararlo demostrando
que la devaluación de nuestra moneda por el cambio la lleva fuera del
reino, pues, dicen, vemos diariamente grandes cantidades de nuestras
monedas inglesas sacadas y que circulan en los Países Bajos y resulta en
gran ventaja llevarlas allí, para evitar la pérdida que los habitantes de los
Países Bajos tienen en el cambio, pues si cien libras esterlinas entregadas
aquí son tan devaluadas que noventa libras de la misma moneda legal
entregadas in specie fueran suficientes para devolver y librar plenamente
las indicadas cien libras en Amsterdam, ¿no es entonces (dicen) la
devaluación de nuestra moneda lo que ocasiona que salga del reino?
A esta objeción daré una respuesta amplia y clara demostrando que no
es la devaluación de nuestro dinero en el cambio sino el que nuestro
comercio sea superado lo que origina la salida de nuestro dinero.
Supongamos que todo nuestro comercio con los Países Bajos de artículos
traídos a este reino sea hecho solamente por los holandeses, por valor de
quinientas mil libras esterlinas anuales, y que todas nuestras mercancías,
transportadas únicamente por los ingleses a los mencionados Países
Bajos, sean por valor de cuatrocientas mil libras anuales; ¿no es evidente
entonces que los holandeses pueden permutar solamente cuatrocientas
mil libras con los ingleses sobre el par pro pari o valor igual de las
monedas legales respectivas? En consecuencia las otras cien mil libras
esterlinas, que es la diferencia del tráfico, deben necesariamente ser
transportadas en dinero y exactamente la misma pérdida de capital deberá
ocasionarse si no se permitiera el cambio, porque habría aún cien mil
libras esterlinas de pérdida al llevar los holandeses nuestra moneda por
sus mercancías y al traer nosotros sus monedas extranjeras por nuestras
mercancías.
Agregamos todavía otro ejemplo fundado en la proporción antedicha de
tráfico entre nosotros y los Países Bajos. Los holandeses (como se asienta
antes) pueden permutar con los ingleses por valor de cuatrocientas mil
libras esterlinas y no más sobre el valor igual de su dinero, porque los
ingleses no tienen más medios de pago. Empero, supongamos ahora que
con relación a la abundancia de dinero que en este caso estará aquí en las
manos de los holandeses para ser entregado en cambio, y que nuestra
moneda (de acuerdo con lo que ya se ha dicho) sea devaluada diez por
ciento, luego es manifiesto que los holandeses deben entregar
cuatrocientas cuarenta mil libras esterlinas que los ingleses tengan cua-
trocientos mil libras en los Países Bajos, de tal manera que entonces
quedarán solamente sesenta mil libras esterlinas para que las lleven los
holandeses fuera del reino a fin de equilibrar la cuenta entre ellos y noso-
tros. Por esto podemos claramente percibir que la devaluación de nuestro
dinero en el cambio, no lo sacará del reino, como algunos suponen, sino
que más bien es un medio para que se exporte en menor cantidad de lo que
se haría al par pro pari.
Además, supongamos que el comerciante inglés exporte tantas
mercancías en valor como el comerciante holandés importe, por lo que son
iguales los medios de pago entre ellos por el cambio, sin ninguna salida de
dinero para perjuicio de uno u otro estado. Y que, sin embargo, el
comerciante holandés, por su ventaja o conveniencia rechaza este medio
de cambio y decide enviar parte de su producto en dinero efectivo.
A lo cual la contestación es que a esto debe seguir necesariamente que
los holandeses necesitarán exactamente tantos medios de cambio con los
ingleses como los holandeses lleven de este reino, y aquéllos estarán
obligados a traer sumas equivalentes de dinero de ultramar, de tal manera
que podemos percibir claramente que las monedas que son llevadas de
nosotros en la balanza de nuestro comercio, no son importantes, pues de
nueva cuenta regresan a nosotros y perdemos únicamente el dinero que
cubre el excedente del comercio general, es decir, aquello que gastamos
de más en valor de artículos extranjeros de lo que ponemos en circulación
de nuestras propias mercancías. Lo contrario de esto es el único medio por
el cual obtenemos nuestra riqueza. Es en vano, en consecuencia, que
Gerardo Malynes haya trabajado tanto y en tantos libros impresos para
hacer creer al mundo que la devaluación de nuestra moneda en el cambio
agota nuestro tesoro, lo cual es una pura falacia, que consiste en atribuir a
causas secundarias aquellos efectos que son producidos por otras más
eficientes, lo que acontecería igualmente aunque dichas causas
secundarias no existieran. También ha propuesto un remedio igualmente
inútil, conservar el precio de cambio por letras, al par pro pari, por orden
de la autoridad, que sería una oficina inventada sin semejante en ningún
lugar del mundo y que no solamente sería improductiva sino también
perjudicial, como se ha demostrado ampliamente en este capítulo, por lo
que, en consecuencia, continuaré con el próximo.

Capítulo XIII

El comerciante que es un simple cambista de dinero por medio de letras no


puede aumentar o disminuir nuestra riqueza.

Hay algunos comerciantes que trafican solamente con las ventajas del
cambio y que ni exportan ni importan efectos al reino, lo que ha motivado
que algunos afirmen que el dinero que esos simples cambistas traen o
llevan del reino no está comprendido en la balanza de nuestro comercio
exterior, porque (según afirman) a veces, cuando nuestra moneda legal ha
sido devaluada y entregada aquí para Amsterdam al 10 por ciento menos
que el valor equivalente de la moneda legal respectiva, dicho simple
cambista puede tomar aquí mil libras esterlinas y exportar solamente nove-
cientas de ellas in specie, lo que será suficiente para pagar su letra de
cambio, y de esta manera, en sumas mayores o menores, se hace una
ganancia semejante en un plazo de tres meses.
Pero a esto debemos tener presente que, aunque este simple cambista
no trafique en artículos, sin embargo, el dinero que saca de la manera
antes asentada necesariamente debe proceder de aquellos artículos que
son traídos al reino por los comerciantes. De suerte que aun así esto cae
en la balanza de nuestro comercio exterior y produce el mismo efecto
como si el comerciante mismo se hubiera llevado ese dinero, lo que debe
hacer si nuestras mercancías son superadas por las extranjeras, como
sucede cuando nuestro dinero es devaluado, lo que se explica más
ampliamente en el capítulo 12.
Y por el contrario, cuando el simple cambista (por dichas ventajas)
traiga dinero al reino, no hará más que lo que debe hacer necesariamente
el comerciante mismo cuando nuestra mercancías superen los artículos
extranjeros. En estos casos algunos comerciantes mejor pierden al
entregar su dinero devaluado en el cambio, que correr todo el riesgo por
ley, lo que, sin embargo, harán por ellos estos simples cambistas, en su
esperanza de lucro.

Capítulo XIV

Las hazañas admirables que se atribuyen a los banqueros y a los


cambistas.

Aunque ya he escrito algo concerniente al mercado de cambios y al mismo


tiempo a la devaluación de nuestro dinero, a sus verdaderas causas y
efectos y al simple cambista, sin embargo, no será inoportuno continuar
este tema un poco más extensamente aún y de esta manera no solamente
fortalecer nuestros argumentos, sino también evitar algunos errores suti-
les que pudieran embaucar al lector inexperto de libros tales como Lex
mercatoria, p. 409 y El sostenimiento del libre cambio, p. 16, en los cuales
el autor, Gerardo Malynes, relata las hazañas admirables (como él las
llama) que se realizan por los banqueros y los cambistas, por el uso y el
poder del cambio; pero pasa por alto del todo cómo pueden hacerse estas
maravillas, dejando al lector en una extraña impresión de estos misterios
obscuros. No puedo creer que haga esto por falta de conocimiento, pues lo
considero competente en muchas cosas que ha tanto escrito como
compilado con relación a los negocios de los comerciantes y en particular
diserta hábilmente acerca de los diversos usos, formas e incidentes del
cambio, por todo lo cual merece muchas alabanzas pues se ha esmerado
en ello por el bien de los demás; pero donde ha ocultado su propio cono-
cimiento sofísticamente para llevar adelante algunos fines particulares
con perjuicio del bien general debe ser descubierto y obstruccionado, y en
esta disertación acerca de la riqueza me considero obligado, y en
consecuenta trato de cumplir con ello, a mostrar las causas y medios ver-
daderos por los cuales se hacen estas maravillas que Malynes atribuye al
poder único del cambio.
Pero primero considero conveniente describir en orden las hazañas
particulares como aparecen en sus libros mencionados.
Las admirables hazañas que se hacen por los cambistas
1. Colocar su dinero con ganancia en cualquier lugar del mundo donde
se hace algún cambio.
2. Ganar y enriquecerse y nunca entrometerse con los productos de los
príncipes.
3. Comprar cualquier producto del príncipe y nunca traer ni un centavo
ni nada que lo valga al reino; pero hacer aquello con el dinero de los
súbditos.
4. Enriquecerse y vivir sin correr riesgos en el mar, o sin trabajar.
5. Hacer grandes proezas teniendo crédito, aunque no se sea digno de
él.
6. Saber si en apariencia su dinero empleado en el cambio será más
productivo que en la compra de efectos.
7. Conocer con exactitud lo que los comerciantes ganan en la compra y
venta de mercancías.
8. Vivir y prosperar a costa de todos los súbditos del príncipe que
continuamente reciben dinero por cambio, ya sea que ganen o no.
9. Sacar del reino todo el dinero del príncipe cuyos súbditos importen
más artículos de los que exportan del país.
10. Hacer ir la corriente del dinero hacia donde el príncipe rico tendrá
que hacerlo traer, y pagar por ello.
11. Desposeer al príncipe pobre de sus existencias de dinero, para
conservar sus artículos bajo dinero a rédito, si el enemigo lo solicita.
12. Proveer a sus necesidades de dinero demorando la venta de sus
mercancías en cualquier contrato hasta que las hagan llegar a su precio.
13. Conseguir dinero para acaparar cualquier mercancía ya sea acabada
de llegar o de la que haya alguna existencia, para monopolizar todo el
comercio de ese efecto en sus propias manos a fin de vender una y otra a
su conveniencia.
14. Disimular el que se lleven el dinero de cualquier príncipe.
15. Llevarse el dinero de ley de un príncipe con su propio dinero de baja
ley, o de otros príncipes.
16. Tomar el dinero de baja ley de un príncipe y convertirlo en su dinero
de ley, pagando al vendedor con el suyo propio, ganando también.
17. Tomar a crédito en sus propias manos por cierto tiempo todo el
dinero que los comerciantes tengan que pagar, pagándoles con el suyo
propio, y lucrar también.
18. Hacer que el país gane de todos los otros en que los súbditos viven
más de sus propios productos y venden a los demás el excedente anual,
ocupando todo ese aumento anual así como su existencia previa de capital
en el cambio.
19. Arruinar países y príncipes que no vean por su república, cuando la
riqueza de los comerciantes es tal que las grandes casas se juntan para
conspirar a fin de regular el cambio, para que cuando ellos sean los que
entreguen mercancía, reciban en otras comarcas moneda de buena ley del
príncipe adquirente y cuando sean los adquirentes, paguen el importe en
otro lugar que tenga una unidad de moneda inferior al del dinero que toman
del príncipe.
20. Obtener dinero efectivo para comprar cualquier producto que se
ofrezca barato.
21. Conseguir dinero efectivo para ganar cualquiera oferta ventajosa de
las manos de otro y así, al mejorar el precio de otros, hacer subir
frecuentemente el de las mercancías.
22. Tomar una parte, y a veces todas sus ganancias, del dinero empleado
en el cambio de artículos, haciendo así trabajar a otros para su provecho.
23. Impedir que los príncipes tengan derechos aduanales, subsidios o
impuestos sobre su dinero, cuando no lo emplean.
24. Valuar justamente cualquier artículo que lleven a cualquier país,
ofreciéndolo a ese valor, como estaba entonces por el cambio el dinero que
lo compró, en el país a donde lo llevan.
Si tuviera deseo de extenderme en la explicación de estas maravillas,
me proporcionarían asunto suficiente para escribir un gran volumen; pero
mi propósito es hacerlo tan brevemente como pueda, sin oscuridad. Antes
de que comience no puedo dejar de reírme al pensar cómo un abogado
respetable puede ser desalentado en sus plausibles estudios, cuando vea
más astucia en la Lex mercatoria, en una pequeña parte de la profesión del
comerciante, que en todos los casos legales de sus autores eruditos, pues
el cambio llega a más que a hechizo. En verdad pienso que ni el doctor
Fausto ni su caballo Banks podrían nunca haber hecho tan admirables
hazañas, aunque sea seguro que tengan un diablo en su ayuda; pero
nosotros los comerciantes no tratamos con semejantes espíritus ni nos
gusta que se crea que somos ejecutores de falsas maravillas y, por lo
tanto, me propongo demostrar aquí la claridad de nuestros manejos (en
estas supuestas hazañas) por ser conveniente al plausible proceso del
comercio.
Examinemos la primera: Cómo puede colocarse nuestro dinero con
ganancia en cualquier lugar del mundo donde se practique el cambio.
¿Cómo puede hacerse esto (se preguntarán algunos) en Amsterdam, donde
la pérdida por el cambio es a veces ocho o diez por ciento más o menos,
por el uso del dinero durante un mes? La respuesta es que aquí debo
considerar primero que la causa eficiente principal de esta pérdida es un
mayor valor en los efectos traídos de Amsterdam que los que llevamos allí,
que resulta en un mayor número aquí de los que entregan que los que
reciben, por cambio, con lo que el dinero es devaluado con ganancia para
el que lo recibe, por lo que el que entrega, antes que perder con su dinero,
toma en cuenta esos países a los que llevamos más mercancías en valor
de las que recibimos de ellos, por ejemplo; España, Italia y otros, lugares
en los cuales está seguro (por las razones mencionadas antes) que
entregará su dinero con ganancia. Pero, se dirá ahora que el dinero está
más lejos de Amsterdam que antes ¿cómo se podrá obtener en junto?
Bastante bien y mientras más lejos resultará el camino más cercano a la
patria, si viene al fin con buena ganancia; la primera parte de la cual será
hecha como hemos supuesto en España, y al considerar entonces donde
hacer una segunda ganancia, y encontrar que los florentinos envían un
mayor valor en tela de oro o de plata o seda cruda y satenes a España de la
que reciben en vellón, cueros de las Islas Occidentales, azúcar y cochinilla,
sé que no puedo fallar en mis propósitos al entregar mi dinero para
Florencia; por donde (haciendo aún la misma suposición) dirijo mis
actividades de allí a Venecia y así encuentro que mi próxima ganancia
debe ser en Franckfort o en Amberes, hasta que por fin llegue a Amsterdam
por el camino más corto o más largo, de acuerdo con las oportunidades de
ganancia que me proporcionen las ocasiones y lugares. Así vemos una vez
más que la ganancia y la pérdida en el cambio es guiada y regida por el
exceso o el defecto de la balanza de los diferentes ramos de comercio que
predominan y operan, haciendo el precio del cambio alto o bajo, el que, por
lo tanto, es pasivo, al contrario de lo que repite con tanta frecuencia el
mencionado Malynes.
A los puntos segundo, cuarto, decimocuarto y vigésimo tercero, digo que
todas estas son las acciones propias del simple cambista, y que sus actos
no pueden producir ni beneficio ni perjuicio a la república; ya lo he
demostrado ampliamente en el capítulo anterior y por lo tanto puedo
ahorrarme aquí ese trabajo.
Al tercero digo que es cierto que puedo entregar mil libras esterlinas
aquí por cambio para recibir su valor en España, en donde con este dinero
español puedo comprar y traer otro tanto de artículos españoles; pero todo
esto no prueba sino que, en último término, el dinero o las mercancías
inglesas deben pagar por dichos artículos, pues si entrego mis mil libras
esterlinas aquí a un inglés, me debe pagar en España, bien sea con
artículos ya remitidos o por remitir allí, o, si lo entrego aquí a un español, lo
toma de mí con el propósito de emplearlo en nuestras mercancías, de tal
manera que de cualquier modo debemos pagar al extranjero por lo que
recibimos de él. ¿Hay en todo esto alguna hazaña digna de nuestra
admiración?
Al quinto, decimotercero, vigésimo y vigesimoprimero debo contestar
que todas estas maravillas a raudales, donde quiera que sucedan, son una
misma en formas diversas y tan nimias también que cualquier idiota las
conoce y puede decir que todo el que tiene crédito puede contratar,
comprar, vender y tomar gran cantidad de dinero por el cambio, lo cual
puede hacer también fácilmente a interés; con todo, en estos asuntos no
hay siempre ganadores, pues a veces algunos pierden, así como los que
tienen poco crédito.
Al sexto y séptimo puntos, que es un tema sin importancia, pues cuando
conozco los precios corrientes de mis artículos, tanto aquí como en el
extranjero, puedo fácilmente conjeturar cuál será mayor ganancia, si la del
cambio o la que espero obtener de mis artículos. Y aún más, como todo
comerciante sabe bien lo que gana en los artículos que compra y vende,
cualquier otro puede hacer lo mismo con tal de que sepa cómo el referido
comerciante ha procedido; pero ¿qué hay en todo esto que nos haga
admirar el cambio?
Al octavo y al decimosegundo hay que decir que como los banqueros y
los cambistas de hecho proveen de dinero a la gente para estas
oportunidades, así proceden igualmente los que prestan su dinero a interés
con las mismas esperanzas e iguales ventajas, las cuales, sin embargo,
muchas veces fracasan, así como los prestatarios a menudo trabajan en
provecho únicamente de los prestamistas.
Al noveno y al decimoctavo, que mi autor tiene aquí un significado
secreto o que, consciente de sus propios errores, señala estas dos
maravillas con una mano en el margen, pues, ¿por qué ha de ser atribuida
al cambio esta gran obra de enriquecer o empobrecer a los reinos, lo que
sucede únicamente en los casos en que la balanza de nuestro comercio ex-
terior sube o baja, como ya he expuesto con tanta frecuencia y como las
palabras mismas del propio Malynes en estos dos lugares pueden insinuar
a un lector juicioso?
Al decimoquinto y al decimosexto confieso que el cambio puede ser
empleado en convertir moneda baja en oro o plata, como cuando un
extranjero puede acuñar y traer una gran cantidad de cuartos de penique,
que en poco tiempo puede hacer circular, o convertir en moneda buena y
entonces entregar la misma aquí por cambio, para recibir el valor en su
propio país, o puede hacer lo mismo llevando dicho dinero in specie, sin
usar del cambio para nada, si se atreve a arriesgar el castigo de la ley. Los
españoles saben bien quiénes son los monederos falsos conocidos de la
cristiandad, que se atreven a traer cantidades de moneda de cobre con el
sello español y llevar el valor en buenos reales de a ocho, en lo cual, no
obstante sus maquinaciones ingeniosas, a veces son sorprendidos.
Al decimoséptimo hay que decir que los banqueros están siempre
dispuestos a recibir las sumas de dinero que se pongan en sus manos por
hombres de todas condiciones, que no tienen habilidad ni medios apropia-
dos para manejar por sí mismos, con beneficios, esas sumas en el cambio.
Es asimismo cierto que los banqueros realmente vuelven a pagar a todo el
mundo con su propio dinero, y sin embargo, se reservan buenas ganancias
para sí mismos, las cuales justamente merecen por su provisión y
concesión, igual que aquellos factores que compran o venden a comisión
por cuenta de comerciantes; y ¿no es esto igualmente justo y muy
frecuente al mismo tiempo?
Al undécimo debo confesar que aquí indudablemente hay una proeza y
consiste en que un príncipe pobre mantenga ya sea sus guerras o sus
mercancías (tomo las dos juntas, pues el autor las considera de ambos
modos diferentes en sus dos libros mencionados) con dinero a interés,
porque ¿qué necesidad tiene el enemigo de dicho príncipe pobre de
entendérselas con los banqueros para decepcionarlo o quitarle su dinero,
en momento de necesidad, cuando el interés mismo hará esto con
suficiente prontitud? Así pues, dejo este punto sin importancia.
Al número decimonoveno digo que he vivido por mucho tiempo en Italia,
en donde negocian los bancos y banqueros más grandes de la cristiandad,
y sin embargo, nunca pude ver ni oír que pudieran o estuvieran en
posibilidad de determinar el precio del cambio haciendo una alianza; sino
que, una vez más, la abundancia o la escasez de moneda en las operacio-
nes de comercio siempre los domina y hace a los cambios estar a tipos
altos o bajos.
Al vigesimosegundo, que el cambio por letras entre comerciante y
comerciante en las operaciones mercantiles no puede perjudicar a los
príncipes en sus derechos aduanales e impuestos, pues el dinero que un
hombre entrega porque no espera tener o no tiene oportunidad de
emplearlo en mercancías, otro hombre lo toma, ya sea porque espere
emplearlo o ya lo haya empleado en mercancías. Pero es cierto que cuando
la riqueza de un reino consiste en gran parte en dinero efectivo y que
también existen en él buenas oportunidades y ventajas en comerciar con
el mismo y con países extranjeros, ya sea por mar o por tierra o por ambos
de estos medios, si se descuida este comercio, entonces el rey perderá
esas ganancias y si el cambio fuera la causa de ello deberíamos saber de
qué manera opera, ya que podemos practicar el cambio bien sea entre
nosotros mismos o con extranjeros; pero si es entre nosotros mismos, de
esa manera no se puede enriquecer la república, pues la ganancia de un
súbdito es la pérdida de otro. Ahora bien, si practicamos el cambio con
extranjeros, entonces nuestro provecho viene a ser la ganancia de la repú-
blica y, sin embargo, por ninguno de estos medios puede el rey recibir
ningún beneficio en sus aduanas. Busquemos, en consecuencia, los
lugares en donde se acostumbre ese cambio y determinemos las razones
por las cuales se permite esta práctica, investigando lo cual
encontraremos solamente un lugar de renombre en toda la cristiandad, que
es Génova, acerca de la que me propongo decir algo tan brevemente como
pueda.
El estado de Génova es pequeño y no muy fértil, tiene poca riqueza
natural o materias primas para darle empleo al pueblo, ni tampoco víveres
suficientes para alimentarlo; pero, sin embargo, por su industria de tiempo
antiguo y por su comercio con Egipto, Siria, Constantinopla y todos esos
lugares de Levante productores de especias, drogas, sedas crudas y mu-
chos otros ricos artículos de los cuales abastece a la mayor parte de
Europa, se enriquecieron increíblemente dando vida y fuerza a sus
ciudades, pompa y singular belleza a sus edificios. Pero después de la
fundación y engrandecimiento de la famosa ciudad de Venecia, dicho
comercio tomó ese camino y desde entonces igualmente la mayor parte de
él llegó a Inglaterra, España y los Países Bajos, navegando directamente
de las Indias Orientales, alteraciones en el tráfico que obligaron entonces
a Génova a cambiar sus operaciones de comercio de artículos en cambio
de dinero, que para su ventaja desparramó no solamente en diversos
países en donde el comercio se hacía con mercancías, sino más
especialmente para así satisfacer las necesidades de los españoles en
Flandes y en otros lugares, para sus guerras, por lo cual los comerciantes
privados se enriquecieron mucho; pero el tesoro público por este medio no
aumenta y las razones por las que la república de Génova sufre esos
inconvenientes son las siguientes.
Primero y principalmente está forzada a abandonar aquellas
transacciones que no puede impedir a otras naciones, que tienen mejores
recursos por su situación, productos, marina, municiones y otras cosas
semejantes para llevar adelante este negocio con más ventaja de lo que
ella es capaz de hacerlo.
En segundo lugar procede como un estado experimentado, que retiene
aún tanto comercio como puede, aunque no esté capacitado para
procurarse la vigésima parte de lo que tenía, pues teniendo pocas o
ninguna materia prima propia para dar empleo a su pueblo, sin embargo,
suplen esta carencia por el vellón de España y las sedas crudas de Sicilia,
convirtiéndolas en terciopelos o damascos, satenes, paños y otras
manufacturas.
En tercer lugar, en vista de que no encuentran medios en su propio país
para emplear y cambiar su gran riqueza con provecho, se contentan con
hacerlo en España y otros lugares, ya sea en mercancías o cambiando su
dinero con ganancia a los comerciantes que trafican luego en artículos y
así, aunque vivan en el extranjero por algún tiempo recorriendo el mundo
para obtener ganancias, sin embargo, en último término se concentra este
provecho en su propio país nativo.
Por último, siendo el gobierno de Génova una aristocracia, están
seguros de que, aunque el pueblo gane poco, sin embargo, si sus
comerciantes privados ganan mucho de los extranjeros, prosperarán
bastante, porque los tesoros más ricos y más seguros de un estado libre
son las riquezas de la nobleza (que en Génova son comerciantes), que
descendieron así, no de una monarquía en donde entre los ingresos de un
príncipe y los medios de los particulares hay la distinción de meum e tuum,
sino en las aventuras y peligros de una república o comunidad, donde la
libertad y el gobierno pueden cambiarse en servidumbre, y en la que la
esencia misma del particular es la riqueza pública, lista para ser empleada
junto con sus vidas en defensa de su propio soberano.
Al vigesimocuarto Si un comerciante comprara mercancías aquí con
intenciones de remitirlas a Venecia y después valuarlas según esté el
cambio con Londres, puede encontrarse completamente equivocado en sus
cálculos, pues antes de que sus artículos lleguen a Venecia, tanto el precio
de ellos como el tipo de cambio pueden variar mucho; pero si lo que el
autor quiere decir es que esta valuación puede hacerse después de la
llegada de los objetos y de su venta en Venecia y que el dinero se remite
hacia acá por cambio, o que en otro caso, el dinero que compró las dichas
mercancías aquí puede valuarse según haya estado el cambio en aquel
momento entre este lugar y Venecia. ¿No es todo esto un asunto común y
sencillo, y no merecedor de colocarse en el número de las hazañas
admirables?
Al décimo debo decir que aunque un príncipe rico tiene gran poder, sin
embargo, no hay poder en todos los príncipes ricos para hacer pasar la
corriente del dinero donde les plazca, pues el mercado de cualquier cosa
no se establece donde se puede obtener, sino donde la cosa, más que todo,
es abundante. Por todo esto podemos generalmente decir que los
españoles, con relación a sus grandes tesoros de las Indias Occidentales,
tienen la fuente o el mercado del dinero, que ellos hacen que se mueva o
corra a Italia, Alemania, los Países Bajos u otros lugares donde la
oportunidad lo requiere, ya sea en paz o en guerra. Tampoco es esto
efectuado por ningún poder especial del cambio, sino por medios y méto-
dos diversos que convienen a aquellos lugares en donde debe emplearse el
dinero; pues si el uso de él debe hacerse en los confines de Francia para
sostener allí una guerra, entonces puede con toda seguridad ser remitido
in specie, en carruajes, por tierra; si es para Italia, en galeones, por mar; si
es para los Países Bajos, en navíos, también por mar, pero aun con más
peligros en vista de sus poderosos enemigos en ese paso. Por esta razón,
en estas situaciones, aunque el cambio no es absolutamente necesario, es,
sin embargo, muy útil, y en vista de que la necesidad de los españoles de
mercancías de Alemania y de los Países Bajos es mayor en valor que los
artículos españoles que se introducen en esos países, en consecuencia el
rey de España no puede ser abastecido allí por sus propios súbditos de
dinero por cambio, sino que está y ha estado por mucho tiempo obligado a
transportar una gran parte de sus tesoros en galeones para Italia, en donde
los italianos, y entre ellos los comerciantes de Génova especialmente, lo
reciben y vuelven a pagar el valor de ello en Flandes, a lo que están
posibilitados por su gran tráfico en muchas mercancías que envían
continuamente de Italia a esos países y los lugares próximos, en donde los
italianos no ganan un gran valor en artículos, sino que entregan su dinero
por el servicio de España y reciben el valor por cambio, en Italia, de la
riqueza española, que es llevada allí en galeones, como se anotó antes.
De tal manera que por esto podemos ver claramente que no es el poder
del cambio el que aumentará la riqueza de la cual el príncipe rico la
tomará, sino del dinero que procede de los artículos del comercio exterior
que así vigorizan el cambio y reglamentan el precio de él, alto o bajo, de
acuerdo con la abundancia o la escasez de dicho dinero, lo cual (en esta
disertación y en varias ocasiones creo que lo he repetido casi tan
frecuentemente como Malynes en sus libros) hace del cambio una parte
esencial del comercio, parra hacerlo activo, predominante, determinando
el precio de los artículos y del dinero, y siendo vida, espíritu y ejecutor de
proezas admirables. Todo esto lo hemos expuesto brevemente y que nadie
admire que él mismo no se haya tomado este trabajo, porque entonces no
solamente debería borrar la gran opinión del cambio que se afanó en
sostener, sino también, por un verdadero descubrimiento de la debida ma-
nera de operar de él, debería desechar totalmente su par pro pari, proyecto
que (si se realiza) habría sido un magnífico negocio para los holandeses,
con gran perjuicio para esta república, como se ha demostrado
ampliamente en el capítulo doce.
Ahora, en consecuencia, dejamos al erudito abogado volver alegremente
a sus libros de nuevo, pues el comerciante no puede derrotarlo si no tiene
más ingenio del que hay en su cambio. ¿Son estas cosas proezas
admirables, cuando pueden ser tan fácilmente conocidas y hechas en las
operaciones del comercio? Pues bien, si entonces por este descubrimiento
hemos tranquilizado el espíritu de los abogados y llegado a provocar su
admiración, dejemos que tome su parte y que haga la defensa del par pro
pari, pues este proyecto ha llevado a error a muchos y nos ha puesto en
dificultades para explicar esos enigmas.
Pero, esperemos un momento, ¿puede todo esto pasar por natural para
aclarar de esta manera un asunto que (dice el autor) ha sido tan
seriamente condenado por ese famoso Consejo y esos dignos
comerciantes de la reina Isabel, de bendita memoria, y también condenado
por esos reyes franceses Luis IX, Felipe el Hermoso y Felipe de Valois, con
la confiscación de los bienes de los banqueros? Debo confesar que todo
esto requiere una contestación que en parte es hecha por el autor mismo,
pues dice que la sabiduría de nuestro estado encontró el mal pero perdió el
remedio y, sin embargo, cuál debe ser éste, nadie puede decirlo, pues
nadie se lo ha propuesto, sino que todos practican y usan del cambio y se
sostienen todavía hasta la fecha en la misma manera y forma en que lo
hicieron en la época en que esas hazañas fueron descubiertas, porque el
estado sabía bien que no necesitaba remedio donde no había enfermedad.
Ahora bien, ¿cómo podremos entonces estar en condiciones de explicar
el proceder de los reyes franceses que condenaron rotundamente a los
banqueros y confiscaron sus bienes? Pues demasiado bien, porque los
banqueros pudieron quizá haber sido condenados por algún hecho en sus
cambios en contra de la ley y, no obstante, su profesión puede continuar
siendo legal, como lo es en Italia y en Francia misma, hasta la fecha. De
ninguna manera concederemos, igualmente, que los bancos sean abolidos
cuando los banqueros sean castigados, y, sin embargo, todo esto no prueba
nada en contra de los cambistas porque los reyes y los estados decretan
muchas leyes y súbitamente las repelen; hacen y deshacen. Los príncipes
pueden equivocarse o bien Malynes está completamente en un error
cuando calcula que son treinta y cinco los estatutos diferentes y otras
ordenanzas dictadas por este estado en un plazo de trescientos cincuenta
años a fin de remediar la decadencia del comercio, y, sin embargo, todas
son defectuosas. Solamente su reforma del cambio o par pro pari es
eficiente, si le creemos; pero estamos mejor enterados y por esa razón lo
dejamos.
Puedo aquí aprovechar la ocasión para decir algo en contra de otro
proyecto de la misma ralea que últimamente concurría al éxito de este par
pro pari, como he sido verídicamente informado, el cual es el cambio
repetido aquí en el reino de toda la plata, lingotes y monedas, extranjeras o
esterlinas que deberían pasar únicamente por la oficina llamada El Cambio
Real del Rey, o de sus delegados, pagándoles un centavo por cada noble , lo
1

que puede levantar mucho para su beneficio privado y destruir más, con
perjuicio público, pues haría decaer la acuñación del rey, despojaría al
reino de mucha riqueza, reduciría a los súbditos su justa libertad y echaría
por tierra completamente el valioso comercio de los orfebres, todo lo cual,
siendo sencillo y fácil aun para los entendimientos escasos, omitiré
extenderme más sobre estos detalles.

Capítulo XV

Que trata de algunos excesos y males de la república, que, sin embargo, no


hacen decaer nuestro comercio ni nuestra riqueza.

No es mi intención excusar o en manera alguna atenuar el más pequeño


exceso o mal en la república, sino, más bien, aprobar en sumo grado y
alabar aquello que otros han dicho y escrito en contra de tales abusos. Sin
embargo, en esta disertación acerca de la riqueza, como ya lo he expuesto
afirmativamente, expondré cuáles son las verdaderas causas que pueden,
ya aumentar, ya disminuir la riqueza, de tal manera que no es impertinente
continuar mis declaraciones contrarias a aquellas enormidades y acciones
que no pueden producir estos efectos, como alguien ha supuesto. Así pues,
para enderezar estos importantes asuntos, si equivocamos la naturaleza de
la enfermedad, siempre aplicaremos tales curaciones que retardarán,
cuando menos, si no dificultan el remedio.
Comencemos, entonces, con la usura, que si se le pudiera convertir en
caridad y que los ricos prestaran a los pobres gratuitamente, sería una
obra agradable a Dios Todopoderoso y conveniente para la república; pero
considerándola en la situación en que ahora está, ¿cómo podemos
fundadamente decir que a medida que la usura aumenta así decrece el
comercio? Pues aunque es cierto que algunos dejan el comercio y compran
1
Antigua moneda inglesa de oro.
tierras, o ponen su dinero a interés para usarlo cuando sean ricos o viejos,
o por otros motivos semejantes, sin embargo, de todo esto no se desprende
que la cantidad del comercio deba disminuir, pues este proceder en el rico
da oportunidad inmediatamente a los comerciantes más jóvenes y pobres,
para el ejercicio de los cuales, si carecen de medios propios, pueden y de
hecho lo toman a interés, de tal manera que nuestro dinero no queda inac-
tivo, continúa el movimiento. ¿Cuántos comerciantes y tenderos han
comenzado con poco o ningún capital propio y, sin embargo, se han
enriquecido mucho traficando con el dinero de otros? ¿No sabemos que
cuando las transacciones son rápidas y buenas, muchos, aprovechándose
de su experiencia y teniendo crédito para pedir prestado dinero a interés,
comercian por cantidad mucho mayor de lo que valen por su propio
capital? Por la diligencia de estos hombres industriosos, los negocios de la
república aumentan, el dinero de las viudas, de los huérfanos, de los
abogados, de los caballeros y de otros que por sí mismos no tienen
experiencia para hacerlo, se emplea en el movimiento del comercio
exterior. Encontramos al presente que, no obstante la pobreza en que
hemos caído por los excesos y las pérdidas de los últimos tiempos, con
todo y que muchos hombres tienen mucho dinero en sus cofres y no saben
cómo emplearlo, si el comerciante no lo toma a interés (aunque sea a tipo
bajo) habría una paralización del comercio con España y con Francia, razón
por la cual no podría emplear sus propios medios y mucho menos el dinero
de otra gente, de tal manera que por esta razón y por otras que pudieran
ser mencionadas, podríamos concluir negando a los que afirman que el
comercio decrece cuando la usura aumenta, pues suben y bajan
juntamente.
A mayor abundamiento, escuchamos a nuestros abogados condenar
mucho las vejaciones y cargas del gran número de juicios, que excede los
de todos los otros reinos de la cristiandad, pero si esto proviene de la
avaricia de los abogados o de la perversidad de la gente, es una cuestión
muy controvertida. Sea esto como fuere no llevaré mis investigaciones más
adelante de lo que lo requiere nuestra presente disertación, concerniente
a la decadencia de nuestro comercio y al empobrecimiento del reino. Estoy
seguro que muchos juicios hacen a muchos hombres pobres y despojados;
pero no puedo concebir bien cómo podría esto hacernos comerciar por una
cantidad menor solamente en un centavo, pues aunque entre gran número
de los que son vejados y arruinados por las controversias habrá siempre
algunos comerciantes, de todas maneras sabemos que la pobreza de uno
viene a ser la oportunidad de otro. Nunca había sabido yo hasta el presente
que la disminución en nuestro comercio y en nuestra riqueza la ocasionara
la falta de comerciantes o de recursos para emplearlos, sino más bien por
el excesivo consumo en el país de artículos extranjeros o por baja en la
venta al exterior de nuestras mercancías, causada ya sea por los ruinosos
efectos de las guerras o por algunas alteraciones en los tiempos de paz, de
lo cual he hablado más ampliamente en el capítulo tercero. Pero, para
terminar con los abogados, digo que su noble profesión es necesaria para
todos y sus casos, escritos, plazos y cargas son perjudiciales para muchos
y estas cosas son, en verdad, llagas en los patrimonios de los particulares,
pero no de la república, como algunos creen, pues la pérdida de uno viene
a ser la ganancia de otro, queda en el reino y ojalá pudiera quedar
exactamente en el lugar justo.
Por último, no toda clase de liberalidad o pompa debe evitarse, pues si
llegáramos a ser tan frugales que usáramos pocos o ningún artículo
extranjero, ¿cómo daríamos entonces salida a nuestras propias
mercancías? ¿Qué sucedería con nuestros navíos, nuestros marinos,
nuestras municiones, nuestros pobres artesanos y muchos otros más?
¿Esperamos que otros países nos proporcionen dinero por todas nuestras
mercancías, sin que compremos o cambiemos alguno de sus productos?
Esto resultaría una esperanza inútil; es más acertado y seguro llevar un
paso mediano gastando moderadamente, lo que comprará tesoros en
abundancia.
Una vez más, el lujo en los edificios, en los vestidos y en otras cosas
parecidas en la nobleza, en la clase media y en otras personas de posibles
no puede empobrecer al reino, si se hace con obras curiosas y caras, con
nuestras materias primas y por nuestra propia gente, y mantendrá al pobre
con la bolsa del rico, que es la mejor distribución de la riqueza común. Pero
si alguien dijera que cuando el pueblo quiere trabajar entonces el comercio
de pescaderías será un empleo mejor y de mucho más rendimiento, lo
apruebo con gusto, pues en ese gran negocio hay medios suficientes para
emplear tanto al rico como al pobre, acerca de lo cual se ha dicho y escrito
mucho y falta solamente que algo se haga acertadamente para el honor y
la riqueza, tanto del rey como de sus reinos.

Capítulo XVI

De cómo pueden elevarse equitativamente las rentas e ingresos de los


príncipes.

Ya que hemos establecido los verdaderos medios por los cuales un reino
puede enriquecerse; en seguida trataremos de exponer los métodos por los
cuales un rey puede justamente participar en ello, sin perjudicar u oprimir
a sus súbditos. Así como las rentas de los príncipes difieren mucho en
cantidad, conforme a la grandeza, riqueza y comercio de sus respectivos
dominios, así, igualmente, hay una gran diversidad de métodos de
obtenerlas, de acuerdo con la constitución de los países, de los gobiernos
y de las leyes y costumbres de los pueblos, que ningún príncipe puede
alterar, si no es con gran dificultad y peligro. Algunos reyes tienen sus
tierras de la corona, fruto primero de los beneficios eclesiásticos, de los
derechos aduanales, de las contribuciones e impuestos sobre todo
comercio hacia y de los países extranjeros, y préstamos, donaciones y
subsidios en todas las ocasiones necesarias. Otros príncipes y estados, de-
jando permanecer los tres últimos, agregan a éstos un derecho aduanal
sobre artículos nuevos transportados de una ciudad para ser usados en
otra ciudad o lugar de su propio dominio; derecho aduanal sobre cada
enajenación o venta de ganado, tierras, casas y las dotes y aportaciones
matrimoniales de las mujeres, autorización de dinero o casas de
avituallamiento y hosteleros, capitación, derecho aduanal sobre todo los
granos, el vino, el aceite, la sal y otros artículos semejantes, que se
producen y consumen en sus propios dominios, etc., etc., todo lo cual
parece ser una multitud de gravámenes que sirven para enriquecer a los
príncipes que los recaudan y para hacer al pueblo que los soportan pobre y
miserable, especialmente en aquellos países en donde estas cargas son
impuestas a tasas altas, al 4, 5 6 y 7 por ciento; pero cuando se toman en
consideración debidamente todas las circunstancia y distinciones de luga-
res, se encontrarán no solamente necesarias, y en consecuencia legal que
se les imponga en algunos estados, sino que también, en varios respectos,
serán muy beneficiosas para la república.
En primer lugar hay algunos estados, como por ejemplo, Venecia,
Florencia, Génova, las provincias de los Países Bajos y otros, que se
distinguen por su belleza y excelencia tanto por su fuerza natural como
artificial, y que tienen igualmente súbditos ricos; sin embargo, no siendo
de una gran extensión y no gozando de tal riqueza por las rentas ordinarias
que los puedan sostener en contra de invasiones inesperadas y peligrosas
de los príncipes poderosos que los rodean, están obligados, por lo tanto, a
fortalecerse no sólo con confederaciones y ligas (que pueden a menudo
fallarles cuando más lo necesitan), sino también por acumular existencias
de riqueza y municiones por los medios extraordinarios antes descritos,
que no pueden defraudarlos, sino que estarán siempre listos para hacer
una buena defensa y atacar a apartar a sus enemigos.
No son estas pesadas contribuciones tan perjudiciales para la felicidad
del pueblo como se cree frecuentemente, pues así como la comida y el
vestido del pueblo se encarece por los impuestos sobre consumo, así el
precio de su trabajo sube en proporción, por lo que la carga (si hay alguna)
sigue recayendo sobre el rico, que es ocioso o que cuando menos no
trabaja de esta manera; pero, no obstante, tiene el uso y es el gran
consumidor del trabajo del pobre. Tampoco descuida el rico, en los
diversos lugares y profesiones, anticipar sus esfuerzos de acuerdo con las
oportunidades que agotan sus medios y rentas, por lo que, si por acaso
fracasan y son forzados a disminuir sus pecaminosos excesos y sus
criados ociosos, ¿qué es todo esto sino felicidad para la república, cuando
la virtud, la abundancia y las artes progresan juntamente de esta manera?
Tampoco puede decirse verazmente que un reino se empobrece cuando la
pérdida del pueblo es la ganancia del rey, de quien solamente los ingresos
anuales tienen salidas también anuales para el beneficio de sus súbditos,
con excepción solamente de esa parte del tesoro que se reserva para el
bien público, de lo cual igualmente aquellos que sufren tienen su seguridad
y por lo tanto tales contribuciones son a la vez justas y provechosas.
Sin embargo, debemos confesar que como las mejores cosas pueden ser
viciadas, así se puede abusar de estos impuestos y la república puede ser
perjudicada notablemente cuando son inútilmente gastados y consumidos
por un príncipe, ya sea en sus propios placeres excesivos, o en personas
indignas, tales que no merecen ni recompensas ni protección de la
majestad de un príncipe; pero estos peligros desórdenes se ven pocas
veces, especialmente en estado como los mencionados antes, porque la
disposición de la riqueza pública queda bajo la facultad y prudencia de
muchos. Tampoco es desconocido para otros principados y gobiernos que
la consecuencia de tales excesos es siempre ruinosa, pues ocasiona gran
escasez y pobreza, que con frecuencia los lleva del orden al exceso, y por
lo tanto es política frecuente entre los príncipes el evitar tales males con
grandes cuidados y providencias, no haciendo nada que pueda motivar que
la nobleza se desespere de su seguridad y no dejan nada sin hacer que
pueda ganar la buena voluntad de la comunidad para conservar todo en
debida obediencia.
Pero ahora, antes de que terminemos el asunto en estudio, debemos
recordar, igualmente, que no todos los cuerpos son de una y la misma
constitución, pues lo que es un medicamento para algunos es poco menos
que veneno para otros como ellos, no pueden subsistir sino por la ayuda de
esas contribuciones extraordinarias, de las cuales hemos hablado, porque
no son capaces de otra manera de levantar en poco tiempo suficientes
riquezas para defenderse de un enemigo poderoso, que tenga fuerza para
invadirlos repentinamente, como ya se ha expuesto. Pero un príncipe
poderoso, cuyos dominios son grandes y unidos y sus súbditos numerosos
y leales, sus países ricos tanto por naturaleza como por el comercio, sus
vituallas y provisiones bélicas abundantes y listas, su situación propicia
para atacar a otros y difícil de ser invadidos, sus bahías buenas, su marina
poderosa, sus aliados fuertes y sus rentas ordinarias suficientes para
sostener dignamente la majestad de su estado, además de una suma
razonable que puede anticiparse para reservar anualmente en
atesoramiento para ocasiones futuras; todos estos beneficios (estando
bien arreglados) ¿no habilitarán a un príncipe en contra de la invasión
repentina de un enemigo poderoso sin imponer contribuciones
extraordinarias y pesadas? ¿No deberán los súbditos ricos y leales de tan
grande y justo príncipe sostener su honor y sus propias libertades con sus
vidas y hacienda, abasteciendo siempre el tesoro de un soberano hasta
que por una guerra bien llevada pueda imponer una paz feliz? Sí, cier-
tamente, no puede esperarse otra cosa y así podrá un príncipe poderoso
ser más fuerte conservando la riqueza y el amor de sus súbditos, que
gravando sus riquezas con tributos innecesarios, que no pueden menos de
alterarlos y provocarlos.
Ciertamente, dicen algunos, podemos fácilmente contradecir todo esto
con ejemplos tomados de las grandes monarquías de la cristiandad, las
cuales, además de los ingresos que aquí se denominan ordinarios, agregan
también todas o la mayor parte de las otras gravosas contribuciones.
Concedemos todo esto y más, pues acostumbran también vender sus
cargos y puestos de justicia, lo que es un acto a la vez bajo y perverso,
porque los quita a hombres dignos por sus méritos y traiciona la causa del
inocente, con lo que se desagrada a Dios, se oprime al pueblo y la virtud se
destierra de esos infelices reinos. ¿Diremos entonces que estas cosas son
legítimas y necesarias porque se acostumbran? No lo permita “ Dios, pues
discernimos mejor y estamos bien seguros de que estas extorsiones no se
hacen para una defensa necesaria de sus propios derechos, sino por
orgullo y codicia para agregar reinos al reino y así usurpar el derecho de
otros; actos de impiedad que siempre están velados con alguna bella
presunción de santidad, como el hacerse por la causa católica, por la
propagación de la fe, por la supresión de los herejes y por engaños
semejantes que sirven solamente para realizar sus propias ambiciones
acerca de lo cual en este lugar será innecesario hacer disertaciones más
extensas.

Capítulo XVII

Acerca de si es necesario para los grandes príncipes hacer reserva de


riqueza.

Antes de que determinemos la cantidad de tesoro que un príncipe puede


reservar cada año convenientemente, sin perjudicar al país, será apropiado
examinar si el acto del atesoramiento es necesario, pues en la opinión
general siempre encontramos gente que desea y espera tanto de la
liberalidad de los príncipes, que la llaman ruindad y piensan que les es
innecesario hacer reservas de tesoros, considerando que el honor y la
seguridad de los grandes príncipes consiste más en su boato que en su
dinero, lo que se esfuerzan en confirmar con los ejemplos de Cesar, Ale-
jandro y otros quienes odiando la avaricia, realizaron muchos actos y
victorias por pródigas dádivas y gastos liberales. A esto también agregan el
pequeño fruto que resultó de la gran suma de dinero que el rey David
ahorró y dejó a su hijo Salomón, quien, a pesar de esto y de todos sus otros
valiosos presente e importante tráfico en un reino tranquilo, consumió todo
en pompa y vanos deleites, con excepción solamente de lo que se gastó en
la construcción del templo.
Entonces (dicen estos contradictores) si tanta riqueza reunida por tan
justo rey dio tan poco resultado, ¿qué debemos esperar de los esfuerzos de
esta clase en otros príncipes? Sardanápalo dejó diez millones de libras
esterlinas a los que lo asesinaron. Darío dejó veinte millones de libras
esterlinas a Alejandro, quien lo capturó; Nerón, quien quedó rico y
extorsionó mucho a sus mejores súbditos, dilapidó más de doce millones
de libras esterlinas en sus serviles aduladores y en gente indigna de esta
clase, lo que motivó que Galba, después de él, revocara estos obsequios.
Un príncipe que tiene existencia de dinero odia la paz, desprecia la
amistad de sus vecinos y aliados, y entra no sólo en guerras innecesarias
sino también peligrosas (a veces), para ruina y para derrota de su propio
estado; todo lo cual, con algunos otros débiles argumentos de esta clase
(que omito por razón de la brevedad), no significa nada en contra de la
formación y acumulación legal de tesoros por príncipes prudentes y
previsores, si son correctamente comprendidos.
Pero, primero, en lo que concierne a estos grandes señores que han
alcanzado las cumbres más altas del honor y de la dignidad por sus
valiosos obsequios y gastos, ¿quién no sabe que esto ha sido hecho con el
despojo de sus enemigos más bien que extraído de sus propios cofres, lo
que ciertamente es una liberalidad que no causa pérdida ni peligro? En
tanto que, por lo contrario, aquellos príncipes que no reservan dinero
previsoramiento o que lo consumen inmoderadamente cuando lo tienen,
caerán súbitamente en necesidad y miseria, pues no hay nada que cause
tan rápida decadencia como la liberalidad excesiva, para usar de la cual se
necesitan grandes recursos. Este fue el caso del rey Salomón, quien, a
pesar de sus infinitos tesoros, sobrecargó a sus súbditos de tal manera,
que por esta causa muchos de ellos se rebelaron en contra de su hijo
Rehoboam, quien de esa manera perdió una gran parte de sus dominios, ha-
biendo sido burdamente desviado por sus jóvenes consejeros.
En consecuencia, un príncipe que no oprime a su pueblo y que no
obstante es capaz de mantener su rango y defender sus derechos, no será
conducido a la pobreza ni al desprecio, al odio ni al peligro, y debe hacer
reservas de capital y ser ahorrativo y para más pruebas de esto podría
poner algunos otros ejemplos, los que omito aquí por innecesarios.
Solamente agregaré, como una regla necesaria que debe ser observada,
que cuando tenga que levantarse más tesoro del que puede obtenerse por
las contribuciones ordinarias, debe siempre hacerse con igualdad, para
evitar el odio del pueblo, que nunca está satisfecho a menos que sus
contribuciones sean impuestas por consentimiento general, motivo por el
cual la invención del parlamente es una excelente política de gobierno
para conservar una amable cordialidad entre el rey sus súbditos,
restringiendo la insolencia de la nobleza, reparando las injurias del vulgo,
sin comprometer a un príncipe a adherirse a ningún partido, sino a
favorecer a ambos indiferentemente. Nada podía haber sido discurrido con
más juicio para la tranquilidad general del reino o con más cuidado para la
seguridad del rey, que de esta manera tiene también buenos medios para
despachar, por otros, aquello que provoca envidia, y a ejecutar él mismo lo
que merezca gratitud.

Capítulo XVIII

Cuánto tesoro puede un príncipe ahorrar convenientemente cada año.

Hasta aquí hemos expuesto los ingresos ordinarios y extraordinarios de los


príncipes, la conveniencia de ellos y a quien justa y necesariamente
corresponde solamente recibir las contribuciones extraordinarias de sus
súbditos. Falta ahora examinar qué parte de este tesoro puede ahorrar
convenientemente al año un príncipe determinado. Este tema parece ser al
principio muy sencillo y fácil, pues si un príncipe tiene de renta anual dos
millones y gasta solamente uno, ¿por qué no deberá ahorrarse el otro?
Ciertamente, debo confesar que este proceder es común en los recursos y
ganancias de los particulares, pero en los asuntos de los príncipes es muy
diferente; hay otras circunstancias que deben ser tomadas en considera-
ción, pues aunque los ingresos de un rey sean muy grandes, sin embargo,
si la ganancia del reino es muy pequeña, esta última debe siempre dar la
pauta y proporción para dicho tesoro que puede ahorrarse con-
venientemente al año, pues si se acumulara más dinero del que se gana
por el excedente de la balanza de su comercio exterior, no despojará sino
que arruinará a sus súbditos y así, con su ruina, se derribará a sí mismo
por falta de futuros esquilmos. Para hacer esto más claro supongamos que
un reino es tan rico natural y artificialmente que puede abastecerse de ar-
tículos extranjeros por el comercio y, sin embargo, ganar anualmente
200,000 libras esterlinas en dinero efectivo; en seguida supongamos que
toda la renta del rey sea de 900,000 libras esterlinas y sus gastos
solamente 400,000, por lo que puede guardar 300,000 libras más en sus
cofres anualmente de lo que todo el reino gana de los extranjeros por el co-
mercio exterior; ¿quién no ve entonces que todo el dinero de ese estado irá
prontamente a parar al tesoro del príncipe, por lo que la vida en los
campos y en las manufacturas decaerá y llegará a la ruina tanto la riqueza
pública como la privada? De tal manera que un rey que desea guardar
mucho dinero debe proponerse por todos los medios lícitos mantener y
aumentar su comercio exterior, pues es el único medio no sólo que lo
puede conducir a sus fines propios, sino también a enriquecer a sus
súbditos para su mejor beneficio, pues un príncipe es considerado no me-
nos poderoso por tener muchos súbditos ricos y bien presentados que por
poseer mucho tesoro en sus cofres.
Pero aquí debemos enfrentarnos con una objeción que quizá pueda ser
hecha con relación a esos estados (de los cuales he hablado antes) que no
son de gran extensión y que, sin embargo, colindando con príncipes
poderosos, están obligados a imponer contribuciones extraordinarias sobre
sus súbditos, con lo que se procuran para sí mismos grandes ingresos
anuales y están ricamente provistos en contra de cualquier invasión
extranjera, sin embargo de no tener mucho comercio con el extranjero,
sino lo que es suficiente para superar la balanza o ganancia del mismo que
pueda bastar para guardar la mitad de lo que cada año pagan, además de
sus propios gastos.
A esto la contestación es que la ganancia en el comercio exterior debe
ser aún la regla para reservar riqueza, la cual, aunque no sea mucha cada
año, en tiempos de una paz duradera, y siendo bien manejada, llegará a ser
una gran suma de dinero, capaz de sostener una larga defensa, que puede
terminar o desviar la guerra. Tampoco es estrictamente obligatorio
atesorar todos los aumentos de riqueza de los príncipes, pues tienen otros
medios no menos necesarios y provechosos para hacerlos ricos y
poderosos, gastando continuamente una gran parte del dinero de los
ingresos anuales de sus súbditos de los cuales fue tomado primero,
empleándolo, por ejemplo, en hacer barcos de guerra con todas las
provisiones que corresponden a ello, en construir y reparar fuertes, en
comprar y almacenar granos en cada provincia para el consumo de un año
(cuando menos) de antemano, para que sirvan en caso de hambres, lo que
no puede ser descuidado por un estado sino con gran peligro; en fundar
bancos con su dinero para el aumento del comercio de sus súbditos; en
tener al corriente en sus pagos a los coroneles, capitanes, soldados, co-
mandantes, marineros y otros, tanto de mar como de tierra, con buena
disciplina; en llenar sus almacenes (en lugares diversos y fuertes) y
abastecerse con pólvora, azufre, salitre, municiones, artillería, mosquetes,
espadas, picas, armaduras, caballos y de muchas otras provisiones
semejantes propias para la guerra, todo lo cual hará que sean temidos en
el extranjero y amados en su país, especialmente si se cuida de que todo
(hasta donde sea posible) se haga de los materiales y manufacturas de sus
propios súbditos, quienes soportan el peso de las contribuciones anuales;
pues un príncipe (en este caso) es como el estómago en el cuerpo, el cual
si cesa de digerir y distribuir a los otros miembros, no sólo los corrompe,
sino que se destruye a sí mismo.
Así, hemos visto que un pequeño estado puede reservar una gran
riqueza en provisiones necesarias, que son las joyas de los príncipes, no
menos estimadas que sus tesoros, pues en tiempo de necesidad están
listas cuando no pueden obtenerse inmediatamente de otra manera (en
algunos lugares), ya que un estado puede perderse mientras intenta
proveerse de municiones; de tal manera que podemos considerar tan pobre
a un príncipe que no tiene artículos que comprar cuando los necesita,
como al que no tiene dinero para comprarlos, pues aunque el dinero se
dice que es el nervio de la guerra, sin embargo, esto es así porque provee,
une y mueve el poder de los hombres, las vituallas y municiones donde y
cuando la ocasión lo requiere; pero si estas cosas faltan en el momento
necesario, ¿qué haremos entonces con nuestro dinero? La meditación de
esto hace que diversos estados bien gobernados sean muy previsores y
estén bien abastecidos de tales provisiones, especialmente sus graneros y
almacenes, como los famosos arsenales de los venecianos, que son admi-
rados por la magnificencia de los edificios, la cantidad de municiones y
almacenes tanto para mar como para tierra, la multitud de los
trabajadores, la diversidad y excelencia de las manufacturas, por la
previsión del gobierno. Son estas cosas raras y dignas, propias de que los
príncipes tomen nota de ellas y las imite, pues majestad sin previsión, fuerza
competente y provista de los abastecimientos necesarios no está asegurada.

Capítulo XIX

De algunos de los varios efectos que produce la riqueza natural o la


artificial.
Al final del tercer capítulo de este libro, escribí algo concerniente a la
riqueza natural y a la artificial, y allí expuse cuánto el arte enriquece a la
naturaleza; pero es necesario tocar aún esos asuntos separadamente, para
así poder discernir mejor sus diferentes maneras de operar en una
república. Para la realización de esto haré algunas comparaciones entre
Turquía e Italia, o entre otros países remotos, pero no iré lejos, pues hay
materia suficiente aquí en la Gran Bretaña y en las provincias unidas de los
Países Bajos, para hacer este asunto claro; por lo cual, en primer lugar,
comenzaremos brevemente con Inglaterra y en términos generales
solamente, para describir las riquezas naturales de esta famosa nación,
con algunas de las consecuencias más importantes que produce en el
carácter del pueblo y en la fuerza del reino.
Si tomamos en cuenta debidamente la magnitud, la belleza, la fertilidad
y la fuerza de Inglaterra, tanto en el mar como en la tierra, por la multitud
de sus guerreros, caballos, naves, municiones, posiciones ventajosas para
la defensa y el comercio, número de puertos de mar y de bahías, que son
de difícil acceso para el enemigo y de fácil salida para las riquezas de los
habitantes, ya consista esta en vellón, hierro, plomo, hojalata, azafrán,
granos, vituallas, cueros, cera u otras riquezas naturales, encontraremos
que este reino es capaz de erigirse como jefe de una monarquía. Pues qué
gloria y ventaja mayor puede cualquiera nación poderosa tener, que ser de
esta manera poseedora rica y abundante de todo lo necesario para la
alimentación, el vestido, la guerra y la paz, no sólo para sus propios usos
abundantemente, sino también para abastecer las necesidades de otras
naciones, en tal medida que de esta manera se puede ganar mucho dinero
anualmente, para hacer completa su felicidad. Pues la experiencia nos dice
que, no obstante el consumo excesivo de este reino únicamente, para no
decir nada de Escocia, se exporta communibus annis de nuestros
productos nacionales, por valor de dos millones doscientas mil libras
esterlinas o algo más, de tal manera que sino nos movieran tanto el
orgullo, las modas monstruosas y el desenfreno, que exceden a los de
otras naciones, un millón y medio de libras esterlinas podría suplir
abundantemente nuestras innecesarias necesidades (si pudiera llamarlas
así) de sedas, azúcar, especias, fruta y otras, de tal manera que podría
atesorarse setecientas mil libras esterlinas en dinero, para hacer al reino
extraordinariamente rico y poderoso en poco tiempo. Pero esta gran
abundancia de que gozamos nos hace un pueblo no solamente vicioso e
inmoderado, desperdiciador de los bienes que tenemos, sino también
imprevisor y descuidado de gran cantidad de otras riquezas que des-
perdiciamos vergonzosamente, como es la pesca en los mares de Su
Majestad en Inglaterra, Escocia e Irlanda, lo que es de no menor
importancia que todas nuestras otras riquezas que exportamos y
vendemos a los extranjeros, en tanto que mientras (por pereza vergonzosa)
una gran multitud de nuestro pueblo engaña, grita, roba, es ahorcada, pide
limosna, hace gazmoñerías, desfallece y muere, la que por estos medios y
mantenimientos podría progresar, para la mayor riqueza y fuerza de estos
reinos, especialmente por mar, para nuestra propia seguridad y para el
terror de nuestros enemigos. Los esfuerzos de los laboriosos holandeses
proporcionan testimonio suficiente de esta verdad, para nuestra gran
vergüenza y no menor peligro, si no tiene un oportuno remedio, pues
mientras dejemos nuestros acostumbrados y honorables ejercicios y
estudios, para seguir nuestros placeres y, en los últimos años, para
aturdirnos fumando y comiendo de una manera bestial, chupando humo y
tomando bebidas hasta vernos cara a cara con la muerte, los mencionados
holandeses han abandonado hace tiempo estos groseros vicios y tomado
nuestro habitual valor, que con frecuencia hemos demostrado
gallardamente en mar y tierra, particularmente en su defensa, aunque no
sean ahora tan agradecidos para reconocerlo. La suma de todo esto es que
la lepra general de nuestras borracheras, nuestras comilonas, nuestras
fiestas, nuestras modas y todos los gastos indebidos de nuestra época en
ocio y placer (en contra de la ley de Dios y de las costumbres de otras
naciones) nos han hecho afeminados de cuerpo, débiles de conocimientos,
pobres en tesoros, decadentes de nuestra valentía, desafortunados en
nuestras empresas y despreciados por nuestros enemigos. Escribo lo más
que puedo acerca de estos excesos, porque malgastan tanto nuestras
riquezas, que es el tema principal de la disertación de todo este libro, y en
verdad nuestra riqueza podría ser un relato extraordinario para que lo
admirara y temiera toda la cristiandad, si sólo agregáramos arte a la natu-
raleza y trabajo a nuestros recursos naturales, el descuido de todo lo cual
ha dado una notable ventaja a otras naciones y especialmente a los
holandeses, de lo cual diré algo brevemente en seguida.
Pero primeramente expondré mi opinión concerniente a nuestra telas,
que, aunque es la riqueza más grande y el mejor empleo para los pobres de
este reino, sin embargo, quizás podamos ocuparnos aun con más
seguridad, abundancia y provecho, empleando más cultivo y pesca, que
confiando tan completamente en la manufactura de las telas, pues en
tiempo de guerra y por otros motivos, si algún príncipe extranjero
prohibiera el uso de ellas en sus dominios, podría de pronto causar mucha
pobreza y tumultos peligrosos, especialmente entre nuestros indigentes,
cuando tenga que privárseles de su sustento ordinario, lo que no puede tan
fácilmente faltarles cuando su trabajo se divida en la mencionada di-
versidad de empleos, por lo cual también varios miles estarán en mejores
condiciones de hacer al reino buenos servicios en ocasión de guerra,
especialmente por mar, así es que, dejando a Inglaterra, pasaremos a las
provincias unidas de los Países Bajos.
Como la abundancia y el poder hacen a una nación viciosa e
imprevisora, así la pobreza y la necesidad hacen a un pueblo prudente e
industrioso, y con relación a esto último podría mencionar varias repúbli-
cas de la cristiandad que temiendo poco o nada en su propio territorio, sin
embargo, adquieren gran riqueza y fuerza por su laborioso comercio con
los extranjeros, entre las cuales las provincias unidas de los Países Bajos
son ahora de gran notoriedad y fama, pues desde que sacudieron el yugo
de la esclavitud española, ¡cuán maravillosamente han mejorado en toda
actividad humana! ¡Qué grandes recursos han obtenido para defender su
libertad en contra del poder de tan gran enemigo! Y ¿no es hecho todo esto
por su continua laboriosidad en el tráfico de mercancías? ¿No son sus
provincias el almacén y bodega de mercancías para la mayoría de los
países de la cristiandad, por lo que su riqueza, su navegación, sus marinos,
sus manufacturas, su pueblo y por lo tanto las rentas públicas y los
impuestos han llegado hasta maravillosas alturas? Si comparamos la
época de su servidumbre a su estado presente no parecen el mismo pue-
blo, pues quién no sabe que las condiciones de esas provincias eran malas
y turbulentas bajo el gobierno español, que más bien trajo una gran carga
que una fuerza adicional a sus aspiraciones; tampoco resultaría una
prueba muy difícil para los príncipes vecinos reducir esos países
nuevamente a su estado anterior, si su propia seguridad lo requiriera, como
ciertamente sucedería si los españoles fueran los únicos señores de estos
Países Bajos; pero nuestra disertación no tiende a exhibir los medios de
estas mutaciones, de otra manera que no sea encontrar el principal funda-
mento de la riqueza y grandeza de los holandeses, pues parece una
maravilla para el mundo que semejante pequeño país, no tan grande como
dos de nuestros mejores condados, que tiene poca riqueza natural,
vituallas, madera, y otras municiones necesarias, ya sea para la guerra o
para la paz, posea, sin embargo, todas ellas en tan gran abundancia que,
además de abastecer sus propias necesidades (que son muy grandes),
pueda e igualmente de hecho abastezca y venda a otros príncipes naves,
cañones, cordajes, trigo, pólvora, municiones y varias otras mercancías
que por su diligente comercio reciben de todas partes del mundo; proceso
en el cual no son menos perjudiciales al sustituir a otros (especialmente a
los ingleses) como cuidadosos de fortalecerse a sí mismo. Y para realizar
esto y más de lo que se ha dicho (que es su guerra con España) tienen
poco fundamento, además de la pesca, que se les permite en los mares de
Su Majestad, lo que, sin duda, es un recurso de increíble riqueza y fuerza,
tanto por mar como por tierra, como Robert Hichcock, Tobías Gentleman y
otros han publicado extensamente en letras de molde para los que son
dados a la lectura. Aun los Estados Generales mismos, en su proclamación,
han asentado sutilmente el valor de ello, en las siguientes palabras: La
gran pesca y captura de los arenques es el comercio principal y la más
importante mina de oro de las provincias unidas, por el cual son puestas a
trabajar varios miles de casas, familias, oficios, industrias y ocupaciones,
bien sostenidas y prósperas, especialmente en la navegación, que tanto
dentro como fuera de estos países se le tiene en gran estimación, y por
otra parte, muchos ingresos de dinero aumentan y prosperan por ella,
juntamente con el aumento de recursos, convoyes, derechos aduanales y
otras rentas de estos países, con otras palabras a continuación, como se
expresa extensamente en la dicha proclamación, expedida por los Estados
Generales para la conservación de la mencionada industria de la pesca, sin
la cual es notorio que no pueden subsistir independientes, pues si estos
cimientos sucumben, todo el edificio de su riqueza y poder, tanto en mar
como en tierra, debe caer; porque la multitud de sus naves decaerán
prontamente, sus rentas y derechos aduanales se reducirán , el país se
despoblaría y todo su otro comercio de las Indias Orientales o a cualquier
parte declinaría forzosamente; de tal manera que la gloria y poder de estos
Países Bajos reposa en su pesca de arenques y bacalao en los mares de Su
Majestad. Falta saber, pues, qué derecho o título tienen a ello y como están
en posibilidades de poseerlo y conservarlo, contra todas las otras nacio-
nes.
Las contestaciones a estas dos preguntas no son difíciles, porque,
primero, no es el autor holandés de Mare Liberum quien puede autorizarlos
a pescar en los mares de Su Majestad, pues además de la justicia de la
causa y de los ejemplos de otros países que pueden alegarse, diré
solamente que tales derechos serán más bien decididos por las armas que
por las palabras. Ciertamente creo que hay libertad para los peces para ir
hacia allá a su placer; pero que los holandeses puedan capturarlos y
llevárselos de allí sin permiso de Su Majestad, no puedo albergar tal pen-
samiento. Puede ser una buena política tolerar aún y por tanto tiempo
permitirles la pesca pues están en perfecta liga con Inglaterra y en guerra
con España; pero si los españoles fueran los dueños de las provincias
unidas como antes, casi correspondería a estos reinos reclamar su propio
derecho y cuidadosamente hacer tan buen uso de él para incrementar su
riqueza y poder, a fin de oponerse a ese poderoso enemigo, como lo hacen
ahora los holandeses, y estar así bien capacitados ahora de hacer con la
conveniencia de esas provincias que ya tuvo en posesión, pues no es la
comarca sino su empleo, no la estéril Holanda, sino la rica pesca, lo que da
fundamento, tráfico y subsistencia a esa multitud de navíos, industrias y
pueblo, por la cual también los impuestos y otras rentas públicas son
continuos, y sin la dicha explotación todas las referidas grandes
actividades necesariamente deben deshacerse y desaparecer en poco
tiempo. Aunque confieso que esa acumulación de dinero puede traerles
materias primas (de las cuales carecen completamente) y artesanos para
construirles naves, sin embargo, ¿dónde están las mercancías que fletar
para sostenerlas? Si el dinero entonces fuera la única manera para
hacerlos salir a comerciar, ¿qué pequeño número de naves emplearía esto?
O, si las inciertas oportunidades de guerras los deben sostener, ¿no
requerirá la décima parte de tantos navíos y hombres como los holandeses
ponen ahora a trabajar en la pesca y otras industrias que dependen de
ella? Pero si aún se dijera que haciéndose el español señor de todos esos
Países Bajos cesarían sus gastos de la guerra presente allí y así este poder
se podría volver en contra de nosotros, la respuesta sería que cuando los
príncipes envían grandes ejércitos al extranjero para invadir otros países,
deben igualmente aumentar sus cargas y poder en la madre patria, para
defenderse a sí mismo, y también debemos pensar que si los españoles
atentaran en cualquier forma en contra de estos reinos, deberían consumir
gran parte de su tesoro en navíos, por lo que los recursos de su poder de
invasión en dinero y en hombres para desembarcar, sería mucho menor de
lo que lo es ahora en los Países Bajos. Tampoco debemos limitarnos a
contemplarlos sino estar siempre listos para resistirlos, cuando nuestra
riqueza y nuestra fuerza por mar y tierra pueda ser aumentada mucho por
la posesión y ejercicio de nuestra pesca, tema acerca del cual diré aún
algo más cuando se ofrezca la ocasión en lo que sigue. Ahora, en este lu-
gar, solamente agregaré que si el español fuera el único dueño de los
Países Bajos, entonces necesariamente sostendría un gran comercio
marítimo para abastecer las necesidades generales de esos países, por lo
que, en casos de guerra, deberíamos tener medios para quitarle mucha
riqueza diariamente, en tanto que ahora los españoles, practicando poco o
nada el comercio en estos mares, pero empleando sus naves de guerra al
máximo de su poder, solamente toman y nosotros perdemos
continuamente, grandes cantidades de él.
Ahora refirámonos a la segunda pregunta de si los holandeses son
capaces de poseer y conservar esta pesca en contra de cualquier otra
nación. Es muy probable que aunque ahora no reclaman ningún otro
derecho más que su propia libertad en esta pesca, aparentando reconocer
la misma a los demás, sin embargo, si en la práctica cualquier nación
buscara ya sea pescar con ellos o suplantarlos, estarían listos a la vez que
capacitados para sostener esta mina de oro, en contra de la más fuerte
oposición, con excepción de la de Inglaterra, cuyas bahías y tierra firme,
con otras ayudas diarias, son muy necesarias si no absolutamente
indispensables para este empleo, y cuyo poder, también por mar, es capaz
(en poco tiempo) de causar a este negocio perturbaciones y completa
ruina, si la ocasión fuere tan urgente como se supone antes. Tampoco es
bastante para contradecir todo esto afirmar que los holandeses son
poderosos en el mar, cuando tanto en mar como en tierra se encuentren
con un poder más grande; debemos observar desde cuándo ha crecido su
poder, y si la raíz puede echarse a perder, las ramas pronto se secarán y en
consecuencia sería un error estimarlos o valorarlos de acuerdo con su
poder y riqueza presentes, los cuales los han obtenido por el comercio o
por compra; pues aunque su riqueza fuere más grande de lo que en
realidad lo es, con todo, sería pronto consumida en una guerra costosa en
contra de un enemigo poderoso, cuando el curso de estos accidentes
puede detenerse y cambiarse prohibiendo la causa misma (que es la pesca
en los mares de Su Majestad) que da base y es el verdadero cimiento de su
poder y felicidad. Sabemos que las provincias unidas son como un hermoso
pájaro con brillantes plumas prestadas; pero si cada ave se llevara su
pluma, quedaría casi desnudo. Tampoco hemos visto nunca a estos
holandeses, ni aun en las grandes ocasiones, dar salida a tantas naves de
guerra al mismo tiempo como lo han hecho frecuentemente los ingleses
sin ningún impedimento a su tráfico ordinario. Es cierto, en verdad, que
tienen un infinito número de naves para pescar y transportar granos, sal,
etc., para su propio avituallamiento y comercio, lo mismo que para traer
madera, tablas, brea, cáñamo, alquitrán, lino, mástiles, cordaje y otros
pertrechos semejantes para hacer esa multitud de navíos, que para ellos
son como los arados para nosotros, los cuales, a menos que los pongan en
movimiento, el pueblo pasará hambre; su navegación, en consecuencia, no
puede ser suprimida de su actividad (como la nuestra, si la ocasión lo re-
quiere) ni aun por un período de tiempo muy corto, sin ruina total, porque
es la manutención diaria de sus grandes multitudes que ganan su vida al
día y de la cual también dependen los grandes impuestos y otras rentas pú-
blicas que sostienen al estado mismo. Tampoco son, en verdad, esas naves
ni fuertes ni adecuadas para la guerra y con su uso apropiado, para la
pesca y el comercio llegarán a ser los más ricos o la presa de un poderoso
enemigo en el mar, como en parte lo encuentran en esa pobre aldea de
Dunkirk, a pesar de su gran custodia de barcos de guerra, pesados con-
voyes y otros recomendables cuidados, que emplean continuamente para
prevenir estos perjuicios; pero si la ocasión de un enemigo más poderoso
por mar los forzara a duplicar o triplicar aquellas custodias, podemos con
razón dudar de las posibilidades de su supervivencia, especialmente
cuando (nosotros) les prohibiéramos la pesca, que les procura su manteni-
miento. Estas y otras circunstancias me hacen a menudo maravillarme
cuando oigo a los holandeses jactarse vanamente, y a muchos ingleses
creer, que las provincias unidas son nuestros fuertes, baluartes, murallas,
puestos avanzados, y qué se yo qué, sin los cuales no podemos subsistir
mucho tiempo en contra de las fuerzas españolas, cuando, en realidad,
nosotros somos la principal fuente de su felicidad, tanto en la guerra como
en la paz, para el comercio y el enriquecimiento, para municiones y hom-
bres que gastan nuestra sangre en su defensa, en tanto que su pueblo es
reservado para las conquistas en las Indias y para cosechar los frutos del
rico comercio que sacan de nuestro seno, lo que siendo concedido a
nosotros mismos (como tenemos derecho y poder de hacerlo) aumentaría
poderosamente la progenie de nuestro pueblo por este medio de soste-
nerlo y nos habilitaría bien en contra del enemigo más poderoso y obligaría
igualmente a grandes multitudes de esos holandeses mismos a buscar su
vida aquí con nosotros por falta de mejorar sostenimiento, y de este modo,
nuestras aldeas costeñas y castillos en decadencia serán bien pronto
reedificados y poblados de manera más amplia de lo que antes lo fueron en
su mejor situación.
De esta manera, estando unidas estas fuerzas, estarán siempre más
listas, seguras y fuertes que otras más poderosas que estén divididas, y
que están siempre sujetas a dilaciones, distracciones y celos, de todo lo
cual no debemos estar ignorantes sino saberlo perfectamente y usar
nuestra propia fuerza cuando tengamos oportunidad, y especialmente de-
bemos estar siempre vigilantes para conservar esta fuerza, no sea que
prevalezca la sutileza de los holandeses (por obra de algún hermoso
presente o de su dinero), como sin duda trataron de hacer últimamente en
Escocia, para tener privilegio para la posesión, ocupación y fortificación de
la excelente isla de Lewis, de las Orcadas, cuya situación, bahías, pesca,
fertilidad, extensión y otras ventajas los habrían hecho capaces (en poco
tiempo) de atacar estos reinos por invasión súbita y haber defendido la
pesca antes mencionada en contra del mayor poder de Su Majestad, y
también para que de esa manera salieran y regresaran felizmente sus
navíos a y de los Indias Orientales y de las Occidentales, España, los
estrechos y otras comarcas sin pasar a través de los estrechos mares de
Su Majestad, en donde ahora este reino tiene ventajas en todo momento
para apresar sus naves y evitar su mejor comercio, lo que les traería
pronto su ruina, por lo que tenemos sobre ellas un lazo y poder más grande
que cualquiera nación.
Como quiera que la mencionada isla de Lewis puede haberse
conseguido en nombre de un particular y bajo el justo pretexto de llevar el
comercio a esas remotas comarcas de Escocia, sin embargo, al final,
cuando la obra haya sido realizada con alguna perfección, la posesión y
poder hubieran, sin duda, recaído en los Lores, o en los Estados Generales,
como sabemos que últimamente han conseguido diversos lugares de gran
fuerza y riqueza en las Indias Orientales, en nombre y con el dinero de sus
comerciantes, por lo cual también sus acciones ahí se han oscurecido y se
han hecho menos manifiestas en el mundo, hasta que han alcanzado sus
fines, los que son de tal trascendencia que importa mucho a esta nación
en particular observar cuidadosamente su conducta, pues evidentemente
siguen los pasos de aquel valiente y político capitán Filipo de Macedonia,
cuya máxima era: Cuando no se pueda emplear la fuerza, usar del soborno
y del dinero para corromper aquellos que podían mejorar su fortuna,
política con la que dio principio a una monarquía. Y ¿qué sabemos nosotros
si los holandeses pueden aspirar a semejante soberanía, cuando
encuentren que sus intentos en las Indias y en otros complots sutiles
tengan tanto éxito? ¿No vemos que sus tierras se han vuelto ahora de-
masiado pequeñas para contener a este pueblo crecido, por lo cual sus
naves y mares se han convertido en las habitaciones de grandes
multitudes? Y, sin embargo, para darles más progenie, ¿no se les ahorra
sus propias guerras para enriquecer al estado y a ellos mismos por el
comercio y las industrias? En tanto que por esta política muchos miles de
extranjeros también son llevados allí a desempeñar su marcial ocupación,
por la que el considerable ingreso de sus impuestos es tanto más
aumentado y todas las cosas están tramadas tan sutilmente que, aunque el
soldado extranjero sea bien pagado, sin embargo, todo debe gastarlo de
nuevo allí, y así la riqueza permanece inmóvil en su propio país y no son
enriquecidos los extranjeros que les hacen este gran servicio.
He oído a algunos italianos prudente y atinadamente disertar acercar de
la fuerza natural y la riqueza de Inglaterra, que consideran ser inigualable,
si nos aplicáramos (aunque sea en parte) a semejante política y esfuerzos
como los que se usan frecuentemente en algunos otros países de Europa y
mucho han admirado que nuestros pensamientos y celo estén puestos
solamente en la grandeza española y francesa, sin sospechar ni una sola
vez, sino constantemente abrazar a los holandeses como a nuestros
amigos y aliados, cuando en verdad (como ellos observan con acierto) no
hay pueblo en la cristiandad que nos socave, perjudique y eclipse
diariamente en nuestra navegación y comercio, tanto en el extranjero
como en la madre patria y esto no sólo en la rica pesca en los mares de Su
Majestad (acerca de lo cual ya hemos escrito), sino también en nuestro
tráfico interior entre ciudad y ciudad, en la manufactura de sedas, lanas y
otras cosas semejantes que se hacen en este reino, en las cuales nunca
dan empleo ni educación a los ingleses, sino que siempre (de acuerdo con
la costumbre de los judíos, ya residan en Turquía o en cualquier comarca
de la cristiandad) viven completamente para sí mismos, en sus propias
tribus. De tal manera que podemos ciertamente decir de los holandeses
que aunque están entre nosotros, sin embargo, no son de los nuestros, ni
siquiera aquellos que nacen y son educados aquí en nuestro propio país,
porque continúan siendo holandeses, sin tener siquiera una gota de sangre
inglesa en sus venas.
Podría escribirse más acerca del orgullo y de los propósitos ambiciosos
de estos holandeses, por los cuales esperan con el tiempo hacerse
poderosos, si no se les impide, y mucho más puede decirse de su cruel e
injusta violencia (usada especialmente con sus mejores amigos, los
ingleses) en cuestiones de sangre, comercio y otros beneficios en los que
han tenido ventaja y poder para emplearla; pero estas cosas ya están
publicadas para la vista y admiración del mundo, de lo cual concluiré,
como resumen de todo esto, que las provincias unidas, que ahora son una
gran dificultad si no es que un terror para los españoles, fueron
antiguamente poco más que una carga para ellos cuando las poseyeron, lo
que sucedería de nuevo en la misma situación, y las razones las podría
ampliar aun más; pero no es pertinente hacerlo en esta disertación más de
lo que ya se ha dicho, para mostrar los diferentes efectos entre la riqueza
natural y la artificial, la primera de las cuales, como es más noble y
ventajosa y está siempre lista y manifiesta, hace al pueblo descuidado,
orgulloso y dado a todos los excesos; en tanto que la segunda fomenta el
cuidado, la literatura, las artes y la política. Mis deseos son, en
consecuencia, que como Inglaterra disfruta abundantemente de una y está
ampliamente capacitada para la otra, que nuestros esfuerzos puedan útil-
mente asociarse para la reforma de nuestra viciosa ociosidad y para la
gloria de estos famosos reinos.

Capítulo XX

Orden y medios por los cuales podemos alcanzar el equilibrio de nuestro


comercio exterior.

Ya que hemos comprobado ampliamente que la balanza de nuestro


comercio exterior es la verdadera norma de nuestra riqueza, falta que
mostremos por quién y de qué manera puede lograrse su equilibrio en todo
tiempo, cuando el estado desee descubrir cómo prosperamos o declinamos
en este grande e importante asunto, para lo cual los empleados de las
aduanas de Su Majestad son los únicos agentes que deben emplearse,
porque tienen las cuentas de todas las mercancías que se exportan o
importan al reino y aunque (es cierto que) no pueden asentar con exactitud
el costo y cargas de artículos comprados aquí o en el extranjero, sin
embargo, si se apoyan en el libro de tarifas, estarán en posibilidad de hacer
un cálculo que pueda satisfacer la investigación, pues no es de esperarse
que dicha cuenta pueda alcanzar un equilibrio exacto, y bastará solamente
con que la diferencia no sea demasiado grande.
Primero, en lo que concierne a nuestras exportaciones, cuando hemos
valuado su costo inicial, debemos agregar veinticinco por ciento por las
cargas de aquí: flete de naves, seguros por los riesgos y ganancias del
comerciante, y por lo que hace a nuestra industria de la pesca, que no
paga derechos aduanales a Su Majestad, el valor de tales exportaciones
puede calcularse fácilmente por una atenta observación que se ha hecho y
puede hacerse continuamente, de acuerdo con el incremento o la disminu-
ción de esos negocios, estando el estado actual de estas mercancías
valuado en ciento cuarenta mil libras esterlinas de exportación anual.
También debemos agregar a nuestras exportaciones todo el dinero que,
con licencia de Su Majestad, sale para el comercio.
En segundo lugar, para nuestra importación de artículos extranjeros, los
libros de la aduanas sirven solamente para guiarnos en lo que concierne a
la cantidad, pues no debemos valuarlos como son estimados aquí, sino por
lo que nos cuestan con todas las cargas agregadas a nuestros barcos en
los diferentes lugares donde son comprados, porque la ganancia del
comerciante, las cuotas del seguro, los fletes de las naves, las aduanas,
los impuestos y otros derechos locales que las encarecen grandemente
para nuestro uso y consumo, son, sin embargo, solamente compensaciones
entre nosotros mismos, en lo cual el extranjero no tiene participación, por
lo que nuestras referidas importaciones deben valuarse a veinticinco por
ciento menos de lo que se considere que valen aquí. Y aunque esto puede
parecer una gran concesión para muchas mercancías valiosas que vienen
solamente de los Países Bajos y otros lugares cercanos, sin embargo, se
encontrará razonable cuando tomemos en consideración mercancías en
bruto y artículos embarcados en países remotos, como nuestra pimienta,
que nos cuesta, con cargas, solamente cuatro peniques la libra en las
Indias Orientales y aquí se le valúa en veinte peniques la libra, de tal
manera que cuando todo se reduce a un término medio, la valuación debe
hacerse como se asienta arriba. En consecuencia, el método que se ha
empleado para multiplicar por veinte todas las tarifas de las mercancías
que se introducen, producirá un gran error en la balanza, pues de esta
manera los diez mil sacos de pimienta que este año hemos traído de las
Indias Orientales deberán ser valuados a muy cerca de doscientas cin-
cuenta mil libras esterlinas, siendo así que toda esta pimienta en la cuenta
del reino no cuesta arriba de cincuenta mil libras esterlinas, porque las
Indias no han obtenido más de nosotros, aunque paguemos precios
extraordinariamente altos por la misma. Todas las otras cargas (como he
dicho antes) son solamente un cambio de efectos entre nosotros mismos, y
del súbdito al rey, que no puede empobrecer a la república. Pero es cierto
que cuando nueve mil sacos de dicha pimienta están ya embarcados para
diversas comarcas extranjeras, éstas y todas las otras mercancías,
extranjeras o domésticas, que se transportan hacia el exterior, deben ser
calculadas a las tarifas de los impuestos aduanales de Su Majestad,
multiplicadas por veinte, o más bien por veinticinco (a que he supuesto que
llegará a aproximarse la cuenta) cuando consideremos todo nuestro
comercio reducido a un término medio.
En tercer lugar debemos recordar que toda mercancía exportada o
importada por extranjeros (en sus navíos) será estimada, por ellos mismos,
por lo que sacan, pues el reino tiene solamente el costo inicial y los
derechos de aduana. y lo que traen debemos estimarlo a lo que vale aquí,
deduciendo solamente los impuestos aduanales, las contribuciones y otras
cargas pequeñas.
Por último, debe tomarse buena nota de todas las grandes pérdidas que
experimentamos en el mar, en nuestros navíos, ya sea de ida o de regreso,
pues el valor de una debe deducirse de nuestra exportación y el de la otra
debe agregarse a nuestra importación, ya que perder o consumir produce
uno y el mismo resultado. Igualmente, si sucediere que Su Majestad ganara
grandes sumas de dinero por el cambio para mantener una guerra
extranjera, en la cual no alimentáramos ni vistiéramos a los soldados ni
abasteciéramos a los ejércitos, debemos deducir todas estas cargas de
nuestras exportaciones, o cargarlas a nuestras importaciones, ya que
estos gastos provocan la salida o impiden la entrada de otro tanto de
dinero. Aquí debemos recordar las grandes colectas de dinero que se dice
que se hacen en todo el reino anualmente entre nuestros disidentes por
sacerdotes y jesuitas quienes las llevan secretamente a sus colegios,
claustros y conventos de ultramar, de donde nunca vuelven a nosotros de
nuevo en ninguna forma; en consecuencia, si este perjuicio no puede ser
evitado, siquiera debe ser tomado en consideración y registrado como una
pérdida real para el reino, con exclusión (para compensar esto) de un valor
que supondremos equivalente y que puede quizás ingresar por pagos
hechos por príncipes extranjeros a sus pensionistas aquí, a cuenta de
servicios o información secreta, lo cual algunos estados consideran buena
política pagar con gran liberalidad, la entrada de todo lo cual es, sin
embargo, simple traición.
Hay aún algunas otras pequeñas cosas que parecen tener relación con
esta balanza, de las cuales los mencionados empleados de las aduanas de
Su Majestad pueden no tomar nota, para considerarlas en la cuenta. Por
ejemplo, los gastos de los viajeros, los presentes a los embajadores y
extranjeros, el fraude de algunos objetos valiosos no registrados en la
aduana, la ganancia que se hace aquí por extranjeros con el cambio
practicado frecuentemente, el interés del dinero, el seguro sobre artículos
y vidas de ingleses, todo lo cual puede ser pequeño cuando se deducen los
gastos de su vida aquí, además de que las mismas ventajas se suministran
ampliamente a los ingleses en países extranjeros, que compensan todas
estas cosas y por lo tanto no son importantes en el equilibrio de la
balanza.

Capítulo XXI

Conclusiones acerca de todo lo que se ha dicho concerniente a la


exportación o importación de riquezas.

El resumen de todo lo que se ha dicho con relación al enriquecimiento del


reino y al aumento del tesoro por el comercio con el extranjero es,
brevemente, el siguiente. Es una norma verdadera de nuestro comercio
exterior que en aquellos lugares en donde nuestras mercancías exportadas
son superadas en valor por mercancías extranjeras traídas a este reino, allí
nuestro dinero está devaluado en el cambio, y en donde lo contrario de
esto sucede, allí nuestro dinero es sobrestimado. Pero que sea el cambio
de los comerciantes a tipo alto o bajo, o par pro pari, o abatido
completamente; que los príncipes extranjeros encarezcan sus monedas o
bajen su ley y que Su Majestad haga lo mismo o que las conserve
invariables como ahora permanecen, que las monedas extranjeras circulen
aquí en todos los pagos a precios más altos de lo que valen en la casa de
moneda; que la ordenanza de empleos para extranjeros esté en vigor o sea
derogada; que el simple cambista abuse; que los príncipes opriman, que los
abogados extorsionen, que los usureros expriman, que los derrochadores
desperdicien y por último, que los comerciantes exporten todo el dinero
que tengan oportunidad de emplear en el trueque, todas estas acciones,
sin embargo, no pueden producir otros resultados en el curso del comercio
del que se ha referido en esta disertación, pues solamente será traída o
llevada fuera de la república tanta riqueza como el comercio extranjero
supere o sea inferior en valor en la balanza. Y esto debe suceder por una
necesidad más fuerte que todo lo que se oponga, de tal manera que
cualesquiera otras operaciones (que no tiendan a este fin), aunque pueda
aparecer que compelen al dinero a entrar al reino por algún tiempo, sin
embargo (en último término), no sólo son estériles sino también
perjudiciales; son como las corrientes violentas que destruyen las riberas
y de pronto se secan de nuevo por falta de agua.
Considerad, pues, la verdadera forma y valor del comercio exterior, el
cual es: la gran renta del rey, la honra del reino, la noble profesión del
comerciante, la escuela de nuestros oficios, la satisfacción de nuestras
necesidades, el empleo de nuestros pobres, el mejoramiento de nuestras
tierras, la manutención de nuestros marineros, las murallas de los reinos,
los recursos de nuestro tesoro, el nervio de nuestras guerras, el terror de
nuestros enemigos. Por todas estas grandes y poderosas razones muchos
estados bien gobernados fomentan grandemente esta profesión y
cuidadosamente estimulan esta actividad, no solamente con una política
que la aumente, sino también con poder para protegerla de daños
externos, pues saben que entre las razones de estado es la principal el
mantener y defender aquello que los sostiene a ellos y a sus haciendas.

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