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Recuperando la historia

Daniel H. Trujillo
Universidad Nacional de Colombia

Tal vez una de las victorias epistemológicas más grandes de nuestra especie ha sido el
desarrollo de una conciencia histórica. Hoy, con algo de certeza, podemos voltear la mirada
hacia el pasado y encontrar una compleja red de fragmentos que van dibujando las huellas
del ser humano en el mundo. Son estos rastros, cada vez más elusivos a medida que nos
acercamos al origen de la especie, los que nos permiten no solo registrar efectivamente la
aparición de distintas formas de organización sociocultural y de entender (pensar) el mundo,
sino acercarnos también a la comprensión de la existencia de una lógica de desarrollo en la
historia.
Sin embargo, la historia resultante de estos importantes esfuerzos intelectuales con
frecuencia ha sido una historia incompleta. Incluso las más ambiciosas pretensiones de
“historia total”, donde el ser humano comparte escenario con formaciones geológicas, la
presión atmosférica y los regímenes de lluvias, evidencian grandes debilidades a la hora de
responder por el origen y la transformación de estas formas de organización y de
pensamiento. En parte, esto ha sido el producto de teorías del conocimiento basadas en
lógicas absolutista-derivativas, en las cuales los sistemas derivan de sí mismos su propia
validez. Ejemplos de esto último podemos encontrar en Durkheim, quien presupone la
sociedad en la sustancia de su organización; en el origen de las ideas de valor en Max Weber;
y en la génesis de la ideología que utilizaría Marx para enlazar el proceso de adquisición de
conocimiento al desarrollo de estructuras de la sociedad. La lógica de la historia, en este
sentido, queda reducida a un empleo constante de tautologías argumentativas.
Y es aquí donde la teoría histórico-genética sale al encuentro de una historia diferente,
de una verdadera historia total que busca recuperar la unidad con el mundo. Al introducir una
lógica procesual-sistémica, en la que se parte de un conjunto de condiciones organizadas que
actuando mutuamente producen un resultado (desechando así el recurso tautológico), enfila
los interrogantes hacia el origen de las formas de organización y de pensamiento. Con ello
nos obliga a buscar respuestas más allá del umbral de la historia dominado por los procesos
cognitivos y tiende sus primeros puentes con la historia natural. La recuperación de la historia

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consiste así, en un primer momento, en la ampliación de la historia de la especie a partir de
sus vínculos con la historia natural.
La naturaleza de estos vínculos está relacionada con dos elementos: la constitución
antropológica y la constructividad. La teoría histórico-genética parte de la premisa de que el
individuo no nace con las estructuras cognitivas mediante las cuales entiende y organiza el
mundo, pero sí con las condiciones para desarrollarlas. Es decir, desde una condición cultural
nula en la que no existe ni el pensamiento ni el lenguaje, sino únicamente la codificación
genética, todo nuevo ejemplar de la especie inicia un proceso de “enculturación” en la
ontogénesis temprana. Es allí donde comienza a construir las estructuras de pensamiento a
partir de unas condiciones determinadas por la interacción entre sistema y entorno. Este es el
inicio de la construcción del mundo, de las estructuras socioculturales y de las estructuras
cognitivas.
Con esto último se complejiza un poco nuestra formulación inicial, pues la
recuperación de la historia deja de ser únicamente el vínculo entre la historia cultural y la
historia natural, para convertirse en “la continuación de una constructividad que tuvo su
inicio en el proceso de enculturación, bajo condiciones sociales que han cambiado”. (p. 342)
La teoría histórico-genética, como explicita Dux, demuestra que puede unir sistemáticamente
ambas etapas de la constructividad.
Ahora bien, ¿cómo se pone en marcha este proceso? Según Dux, “el proceso
ontogenético temprano es un proceso que se impulsa a sí mismo. El impulso ocurre a partir
de un entorno que debe ser incluido en los constructos hasta encontrar una forma de vida
viable practicable”. (p. 343) Analicemos la primera parte de este enunciado. Si nos
adentramos por un momento en los detalles específicos y volvemos sobre los primeros nueve
meses de la infancia, encontramos que este impulso se manifiesta en la capacidad natural del
individuo para registrar experiencias con sí mismo, con el entorno y con un adulto
competente (por lo general, la madre). Estas experiencias adquiridas luego comienzan a
relacionarse entre sí hasta forma una suerte de “esquema” inicial basado enteramente en ellas.
Esto, a grandes rasgos, es el origen de las estructuras cognitivas.
La segunda parte del enunciado nos lleva en otra dirección, acercándonos un poco a
comprender algo de la lógica de desarrollo de la historia planteada desde la perspectiva
genética. Aquí es válido formular las siguientes preguntas: ¿Qué diferencias hay entre

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estructuras socioculturales y estructuras cognitivas? ¿Qué determina el cambio de las
estructuras a lo largo de la historia? Este punto es fundamental, pues la teoría histórico-
genética no se detiene en la ontogénesis temprana, en la conexión que encuentra entre la
historia cultural y la historia natural, sino que se adentra también en el proceso de desarrollo
histórico de estas estructuras.
Hasta ahora hemos hablado del desarrollo de estructuras socioculturales y estructuras
cognitivas indistintamente. Sin embargo, es importante resaltar que en la teoría histórico-
genética estas siguen lógicas propias: por un lado, las estructuras del pensamiento no tienen
a la sociedad como condición de su desarrollo; y por otro, existen diferencias (y
convergencias) considerables en el desarrollo de ambas que debemos considerar.
Empecemos por las estructuras socioculturales. Este proceso de desarrollo inicia en
la ontogénesis temprana y está mediado en gran parte por la sociabilidad natural entre la
madre y el hijo. Esta intimidad constituye el trasfondo estabilizante de dos elementos
fundamentales: la competencia de acción y la autoconfianza. Con el tiempo, la progresiva
adquisición de competencias de acción conduce a la autonomía de la conducción de la vida
y finalmente a la separación del núcleo familiar. Para Dux, lo que pone en marcha el
desarrollo de estas estructuras son los procesos de poder, cuya base, de nuevo, está en un
rasgo particular de la constitución antropológica de la especie: la autoafirmación. Esta
preocupación del sujeto por sí mismo lo lleva a generar estrategias de aumento del potencial
de poder cada vez más elaboradas y organizadas, alcanzando así distintas estructuras de
organización de la sociedad. Esta evolución de las estructuras socioculturales es visible a lo
largo de la historia de nuestra especie: desde los cazadores recolectores donde el potencial
de poder era compartido por la mayoría, hasta las sociedades contemporáneas, con altos
grados de organización y acumulación del poder.
Volvamos ahora a las estructuras cognitivas. Una vez establecida esta “formaleta”
inicial basada en la experiencia, el sujeto comienza a construir materialmente el mundo en
una estructura de la acción. Esta lógica, en la que el individuo experimenta la realidad a través
de sus acciones, pasa a ser la lógica de comprensión del mundo, la estructura dominante de
toda explicación. Allí, todo suceso ocurre dentro un sistema manejable de relaciones con el
universo, convirtiendo al animismo, por ejemplo, en una forma de interpretar el mundo. Lo
que ocurre siempre encuentra sus explicaciones en esta estructura.

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Ahora bien, iniciado el proceso de constructividad, ¿qué genera el cambio en las
estructuras cognitivas formadas? Aquí encontramos algunas yuxtaposiciones entre las líneas
de desarrollo, pues si bien está el impulso inicial que empieza en la ontogénesis temprana,
también es posible encontrar influencias de las estructuras de la sociedad: “la progresiva
adquisición de competencias de organización y la obtención de conocimientos que la
acompaña, conduce a un aumento de la reflexividad, manifestada particularmente en la
reflexión sobre las estructuras del mundo”. (p. 295) Este proceso, el del individuo
reflexionando sobre las estructuras del mundo, se convierte para Dux en el mecanismo más
importante del desarrollo cognitivo de la historia.
Antes de continuar, quisiéramos anotar un hecho fundamental. A pesar de que Dux
separa las líneas de desarrollo bajo lógicas distintas, resulta imposible entenderlas como
elementos enteramente separados. Estas, como si fueran las hélices del ADN de la especie,
atraviesan la historia (y la entrada en la historia) de nuestras estructuras organizativas y
cognitivas. Y es precisamente la interconexión entre el desarrollo cognitivo y el socio-
estructural lo que le permite a la historia tomar un curso que sigue una lógica de desarrollo:
“solo cuando juntamos ambas resulta aquello que podemos llamar la lógica del desarrollo en
la historia”. (p.343)
Desde esta perspectiva, la recuperación de la historia constituye también la
introducción de una lógica de desarrollo que permite entender no solo la génesis, sino las
transformaciones de las estructuras socioculturales y cognitivas dentro de un amplio
continuum histórico. A la luz de la teoría histórico-genética es posible explicar las marcadas
diferencias entre formas de explicar el mundo, así como los cambios que ha experimentado
el ser humano en sus formas de organización, desde la revolución neolítica hasta la
revolución industrial. Todo esto sin recurrir a la vieja tautología de different, but equal.
La recuperación de la historia a partir de la teoría histórico-genética ofrece una
plataforma robusta para interrogar a las sociedades del pasado sin olvidar la distancia
cognitiva que media entre los hombres de otras épocas y nosotros. Y es solo así, con estas
precauciones, que podemos acceder efectivamente a la comprensión de lógicas distintas, de
otras visiones del mundo, con seguridad ajenas a las nuestras.
El caso de los U’wa y el abandono de las gemelas recién nacidas es particularmente
ilustrativo de los desfases estructurales que podemos encontrar en las sociedades. Lo que

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vemos allí no es un simple problema cultural de tradiciones incompatibles, sino el choque de
dos estructuras cognitivas completamente diferentes. Los U’wa, como muchas de las
comunidades analizadas por Lévy-Bruhl, con seguridad ven todos los objetos y los seres
como parte de una red de participaciones y exclusiones místicas. Entre ellos, los fenómenos
no encuentran su explicación en la causalidad “moderna”, sino en vínculos directos a
presencias ocultas e invisibles que se manifiestan en determinados momentos. Por estos
motivos, dentro de su visión del mundo, es normal entender el nacimiento de las gemelas
como el resultado de la acción de un mal espíritu, como un error de la naturaleza que debe
ser corregido.
La teoría histórico-genética permite así recuperar la historia en múltiples
dimensiones: como una historia total que permite entender no solo a los orígenes de las
estructuras cognitivas y socioculturales, sino también las lógicas encerradas en ellas y en sus
transformaciones. Esta es una historia en cuya base se encuentra una lógica de desarrollo a
partir de la cual es posible rastrear efectivamente las huellas de la evolución de nuestra
especie.

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