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La presencia negroafricana

en la Argentina
Pasado y permanencia
Miriam Victoria Gomes

Integrante de la
Sociedad
Caboverdiana; de la
Cátedra Abierta de
Estudios Americanistas
(UBA) y de la Unión de
Mujeres
Afrodescendientes de
la República Argentina.

Especial para BIBLIOPRESS

La presencia negroafricana en la República Argentina es y


ha sido, históricamente, un dato insoslayable de la realidad
nacional, desde sus orígenes como nación e incluso varios
siglos antes.
El mecanismo a través del cual
la población africana ingresó en masa en Latinoamérica fue
el infamante tráfico de esclavos en las rutas del océano
Atlántico. No obstante vale aclarar que hay pruebas
suficientes de la presencia africana en el hemisferio
occidental varias centurias antes de la llegada de Cristóbal
Colón: así lo prueban los hallazgos arqueológicos y otros
artefactos culturales en las regiones de Tuscla y Veracruz, en
México, que datan del período Olmeca; en la región de la
actual ciudad de La Plata, en la Argentina; el Darien, al norte
de Brasil; en Venezuela y en Florida.

Sin embargo, la dispersión a escala masiva de poblaciones


africanas enteras en las tres Américas se produjo, de
manera inusitada hast a ese momento, durante el comercio
de esclavos entre los siglos XV y XIX. La razón de esta
vergonzante y forzada migración fue servir a las
necesidades de mano de obra de los colonos europeos:
hasta el siglo XIX la plantación agrícola y la minería
constitu yeron las bases de la economía iberoamericana y, a
través de éstas, el sustento para las coronas española y
portuguesa. Trabajar con sus propias manos era la última
posibilidad prevista por los colonizadores para sí mismos.
Éstos se volcaron a los africano s por su experiencia
milenaria tanto en la minería y el trabajo artesanal con
metales como en la plantación agrícola. Por otro lado, a
diferencia de los amerindios, los africanos ya habían estado
expuestos a las “zonas” epidemiológicas del “Viejo Mundo”,
adquiriendo inmunidad a enfermedades tropicales tales
como la fiebre amarilla y la malaria, y a enfermedades
comunes en Europa, como la viruela. Además, al no estar
protegidos por las tradiciones legales comunes a los
europeos –que se consideraban a sí mism os seres humanos
pero no al resto – los africanos podían ser reducidos sin
apelación moral a una disciplina brutal y sanguinaria.

La América hispánica y portuguesa arrebató y esclavizó


seres humanos principalmente de África Occidental,
constituyendo las I slas de Cabo Verde el entrepuesto de
tráfico más importante de aquellos siglos. Los individuos
provenientes de Guinea Septentrional y Meridional eran
mayoría en el Caribe y América Central; los Yoruba y los
Ewe (Nigeria y Togo) en Brasil. Los angoleños y c ongoleños
(pertenecientes a la familia étnica y lingüística Bantú) eran
los grupos mayoritarios en Chile, Perú, Uruguay y Argentina.
En síntesis, alrededor de 12.000.000 de africanos
desembarcaron en Latinoamérica. Buenos Aires y
Montevideo se constituyero n en los puertos más importantes
del Atlántico Sur y surtieron todo el interior de Sudamérica
mediante puertos de transferencia en Valparaíso y Río de
Janeiro. Si efectuamos el cálculo de que por cada africano
que llegaba vivo a estas costas cinco perecían por inanición,
diarreas, deshidratación, suicidios o castigos diversos,
hallamos que el tráfico de esclavos le provocó a África, una
sangría de más de 60.000.000 de personas y a Europa su
extraordinaria expansión industrial y económica.

En el caso de la
República Argentina los esclavos negros fueron utilizados en
las tareas rurales, la ganadería, las labores artesanales, el
trabajo doméstico. Las familias propietarias de esclavos los
hacían trabajar como talabarteros, plateros, pasteleros,
lavanderas, peones o maestros de música, fuera de la casa
y con lo que éstos percibían se mantenía el tren de vida de
la oligarquía.
Durante la gobernación de Juan Manuel de Rosas pareció
verificarse un cierto auge de la comunidad negra de Buenos
Aires, alcanzando alrededor de un 30% de la población total.
El Gobernador asistía regularmente con su familia a los
candombes negros. Ésta era una de las escasas formas
culturales que les era permitido manifestar a los
afroargentinos lo que revestía al mismo tiempo una manera
de control, mediante la folklorización. Por otro lado, servía
para soslayar la condición de esclavos, mientras que los
actos de resistencia eran cruelmente castigados.

Datos del período colonial revelan lo siguiente: en el censo


de 1778 se consigna que en el noroeste argentino, en la
zona de Tucumán, el 42% de la población era negra; en
Santiago del Estero la proporción era del 54%; en
Catamarca, para esa misma época el porcentaje de la
población negra era del 52%; en Salta, el 46%; en Córdoba,
el 44%; en Mendoza, el 24%; en La Rioja, el 20%; en San
Juan, el 16%; en Jujuy, el 13%; en San Luis, el 9%.
A lo largo del siglo XIX se verifica un decrecimiento
sostenido de los africanos, hasta que hacia fines de ese
mismo siglo, el ingreso masivo de la inmigraci ón blanca
europea hará bajar drásticamente, en términos relativos, la
proporción de población negra e india en todo el país. Así,
en los documentos oficiales la gama de la población
anteriormente denominada negra, parda, morena, “de color”,
pasó a determin arse como “trigueña”, vocablo ambiguo que
puede aplicarse a diferentes grupos étnicos o a ninguno. El
período que va de 1838 a 1887 es crucial en este proceso
que nosotros definimos como de “desaparición artificial”, ya
que para fines de 1887 el porcentaje oficial de negros es de
1,8%. A partir de ese período ya no se informa sobre este
dato en los censos.

Es sumamente
importante señalar que, si bien la disminución de la
población negra es un hecho real y obedece a múltiples
causas, no es legítimo hablar de “desaparición de los
negros” como lo vienen haciendo las clases dirigentes y la
sociedad argentina en general desde f ines del siglo pasado
y durante el presente. Ya en 1845, en su libro “Conflictos y
armonías de las razas en América”, Domingo F. Sarmie nto
se apresuraba a festejar el “bajísimo” número de miembros
de este grupo en la Argentina. Esta tendencia se patentiza y
se asume como misión de Estado con la Generación del 80
(integrada por Bartolomé Mitre y Julio A. Roca, entre otros):
la idea era la de “blanquear” a la población como requisito
para el desarrollo y el progreso del territorio, recurriendo al
fomento, desde la Constitución, de la población blanca y
europea, a la restricción de la inmigración africana o asiática
y además a la negación de la propia realidad negra dentro
del país.

Contribuciones de l os descendientes de africanos


El hombre negro participó en todas las acciones bélicas de
la Argentina: llegó a ellas ya sea compulsivamente por la
“Ley de rescate”, ya sea por la promesa de la libertad si
prestaba cinco años de servicio militar. Su incorporación fue
paulatina, en tropas regulares o irregulares, pero siempre
ocupando los puestos más peligrosos en el campo de
batalla, desempeñando las tareas más desagradables en el
mantenimiento y sufriendo a menudo la humillación y el
escarnio por su condición de esclavizado. En 1801 se
reglamentan las formaciones milicianas con negros, a las
que se denomina Compañías de Granaderos de Pardos y
Morenos. Cuando en 1806 se produce la primera In vasión
Inglesa a Buenos Aires encontramos la participación del
negro en la defensa de la ciudad.
Cuando San Martín regresó de España para servir a su
patria, en 1812, su primera misión fue la organización del
Regimiento de Granaderos a Caballo. A fines de ese año, se
hizo cargo del Ejército del Norte: sus tropas se componían
de 1.200 hombres, de los cuales 800 eran negros libertos,
es decir, esclavos rescatados por el Estado para el servicio
de las armas.
La frase de San Martín, luego de recorrer el campo d e
batalla de Chacabuco –“¡Pobres negros!”– da
cuenta de los innumerables cadáveres de quienes habían
pertenecido al Batallón N° 8 compuesto por los libertos
“rescatados” de Cuyo.
La muerte masiva de africanos y afroamericanos reclutados
para el Ejército de Los Andes fue un hecho reiterado durante
la campaña de Chile, Perú y Ecuador, entre 1816 y 1823: de
los 2500 soldados negros que iniciaron el cruce de Los
Andes fueron repatriados con vida 143.
Pasada la gesta de la campaña libertadora, se c ontinuó con
la costumbre de complementar regimientos de blancos con
regimientos de negros, aunque siempre separados de los
blancos e incorporados a cuerpos de negros ya existentes.
Los sobrevivientes
de la Guerra de la Independencia –y otras tantas– no fueron
dejados libres a pesar de la promesa de libertad si cumplían
cuatro años de servicio militar.
Casi inmediatamente integraron filas en la guerra contra
Brasil (1825 a 1828). Los sobrevivientes fueron absorbidos
por las guerras civiles entre unitarios y federales. El
Brigadier General y Gobernador de Buenos Aires, Don Juan
Manuel de Rosas los convocó para formar el Batallón
Provincial y el Batallón Restaurador. Años después, las
batallas de Caseros, Cepeda y Pavón los tuvieron
enfrentados en uno y otro bando. Con el fin de la Guerra de
la Triple Alianza, contra Paraguay (1865 -1870), pareció
concluir el calvario del hombre negro en las Fuerzas
Armadas. Años después, con la nación ya pacificada, era
una situación común encontrar en las calles de Buenos Ai res
o de otras ciudades del país a los negros viejos, antiguos
combatientes, pidiendo limosna para sobrevivir. Muchos de
ellos presentaban miembros mutilados, cicatrices o graves
impedimentos locomotrices. Sus mujeres, nuestras mujeres
negras, vendían maza morra, pan casero o pasteles; eran
también lavanderas. Las nuevas corrientes migratorias, de
origen europeo, propiciadas por la Constitución y
estimuladas por el Estado, desplazaron lentamente a
nuestros negros, quienes fueron replegándose hacia áreas
alejadas de los grandes centros urbanos, olvidados por la
sociedad a la que habían contribuido a formar. Si el hecho
de haber participado en las confrontaciones bélicas provocó
un gran decrecimiento de la población afroargentina y si a
principios de este siglo se veían muy pocos integrantes de
ésta en los centros urbanos, no es lícito hablar de
“desaparición de los negros en la Argentina”, como lo hacen
muchos propagadores de ideas, de manera superficial y sin
rigor científico.
A pesar de tanta adversidad, los africanos dejaron una
indeleble impronta en todos los aspectos y estamentos de la
sociedad argentina. Estuvieron en el origen de formas
artísticas populares como la payada (recordar al
talentosísimo Gabino Ezeiza), el tango, la milonga y la
chacarera. Aportaron infinidad de palabras al castellano del
Río de la Plata, enriqueciéndolo: bombo, batuque, bujía,
conga, cafúa (lunfardo), candombe, dengue, malambo,
mandinga, mucama, tarimba o tarima, etc.

En la época de la Colonia, actúan frecuentemente en el tea tro


y en el circo. Fueron además destacados pianistas como el
maestro Navarro y grandes compositores como Rosendo
Mendizábal, autor del tango “El entrerriano”. Horacio
Mendizábal, poeta del período romántico y reivindicador de
los derechos de su comunidad. Los nombres son muchísimos.
En otros aspectos de la cultura popular como la culinaria,
encontramos la incorporación de las achuras y el mondongo
a la alimentación, la mazamorra, el locro, etc.
En la religiosidad, la veneración de San Baltasar y San Benito .

La Nación Argentina se debe a sí misma una revisión profunda


y honesta de su historia y un análisis rigurosamente crítico de
los fundamentos ideológicos que dieron forma a su idea del
“país deseado”.
La Nación Argentina debe también una reparación histórica,
moral, social y económica a todos aquellos negros y a los
millares de descendientes de aquéllos.

* El texto se publica con autorización de la autora. Apareció originalmente en Historia Integral


Argentina, Tomo V, “De la Independencia a la Anarquía”, Centro Editor de América Latina,
Buenos Aires, 1970.

Referencias

1 La cantidad se desprende de un estudio que realizamos sobre aproximadamente cien


viajes entre África y puertos de América durante las últimas tres décadas del siglo XVIII.

2 Negro bozal: denominación con que se conocía al esclavo recién llegado a Indias y que
no conoce las costumbres ni el idioma.

3 Izan la bandera española.

4 Recopilación de leyes de los Reynos de Indias (libro IV, título V, leyes IV, VII, XV, XXVIII).

5 Geme por gema, piedra preciosa, joya. Alude con ello al tamaño de la marca.

6 Cf. Ricardo Rodríguez Molas. Historia social del gaucho. Buenos Aires, 1958, p. 344.
7 El 17 de abril de 1833, la policía de Buenos Aires anuncia en el periódico El Lucero “que
establece la condena de veinticinco azotes a todo negro que encuentre jugando” y
agrega “que si se tratase de un hijo de familia, a veinticuatro horas de prisión”.

8 Nombre para designar a los esclavos negros sin influencias árabes y que no son
mestizos.

9 Negro entre siete y diez años.

10 Disponemos de escasos informes posteriores a 1810 y suponemos que el porcentaje


sería similar a los que se desprenden de las series estadísticas posteriores. Entre 1813 y
1815, de 2003 nacimientos de niños cuyas madres son esclavas, sobrevivirán al parto
sólo 1253 (37% de muertes). Y dentro del límite de las posibilidades, teniendo en cuenta
la mencionada cifra, podemos sostener que las muertes al año de vida alcanzarían a un
50%.

11 Miguel Acosta Saignes. Vida de los esclavos negros en Venezuela. Caracas, 1967.

12 En el Archivo General de la Nación pueden consultarse los miles de expedientes de la


Comisión liquidadora de las deudas de las guerras de la Independencia y la emprendida
posteriormente contra el Imperio del Brasil. Hasta el último centímetro cuadrado de las
telas para los uniformes fue meticulosamente abonado a los comerciantes porteños y a
los importadores. Los esclavos, en la mayor parte de los casos, pagados en el momento.
Por otra parte todos, o casi todos, los descendientes de los oficiales, y aun aquellos que
en su vida tomaron un fusil, recibieron pensiones graciables del Congreso... Mientras
tanto los soldados negros sobrevivientes arrastraban sus muñones y sus miserias por las
calles de Buenos Aires, Mendoza y otras ciudades.

13 Estanislao S. Zeballos. Las conferencias de Williamstonn. Buenos Aires, 1927, página 81

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