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Algunos elementos para una crítica a la democracia liberal.

Karina Gallegos Pérez


Mayo, 2014

Introducción.

Este trabajo pretende desarrollar desde varias perspectivas, algunas críticas a la


democracia liberal que hoy mantenemos la mayor parte de países en el mundo, como el
régimen político más adecuado. Para el efecto, el trabajo se ha dividido en 3 subtemas
para la discusión: la democracia de la sociedad organizada frente a la que instrumentaliza
el rol de la ciudadanía; la democracia en tanto actividad política y sus vínculos con la
economía, la igualdad y la justicia en democracia; y, el gobierno de los políticos que ha
dejado de lado la noción democrática del gobierno del pueblo.

Del tema surgen varias interrogantes que se irán incorporando en el desarrollo del
documento, por ejemplo, ¿deberíamos seguir llamando democracia al modelo que
tenemos?; si un modelo autoritario provee de mayores beneficios económicos ¿es más
deseable que una democracia?; o, ¿es compatible la democracia liberal con la calidad de
vida de las mayorías?

La definición de democracia liberal que se usa en este trabajo es aquella que se


refiere a la democracia como un tipo de régimen político, cuyos componentes son las
libertades, entendidas como derechos, en el cual los ciudadanos tienen participación con
sus elecciones para el gobierno de un país, bajo la presencia de instituciones que regulan
y controlan tanto a mandantes como mandatarios. Lo que se pretende es cuestionar es
cuál es el rol de la ciudadanía en la democracia liberal, a partir de las relaciones con el
modelo económico y los gobernantes, y si a partir de estos cambios es posible repensar
la democracia y su futuro.
Algunos elementos para una crítica a la democracia liberal.

La democracia es el tipo de régimen político que ha trascendido como el idóneo para


nuestras sociedades. El modelo actual ha sido el resultado de múltiples influencias y
cambios a lo largo de la historia, sus modificaciones han pretendido adaptarse a las
condiciones locales y a las transformaciones políticas.
Con el nacimiento del republicanismo inicia una separación entre gobernantes y
gobernados, en la que un grupo de personas actúa y conduce en nombre del resto de la
sociedad, especializados ya para estas funciones. El gobierno cuenta con instancias
como el senado, desde la cual se puede ejercer algún tipo de control, y que busca
también tanto la protección de los gobernados como del gobierno, frente a amenazas
internas y externas.
Las instituciones favorecen la creación de normas, que se distancian del gobierno
directo mediante el establecimiento de derechos y obligaciones de los ciudadanos. Con
el advenimiento del liberalismo constitucional, crece la brecha entre democracia y una
participación ciudadana más directa, ya que además los países aumentan en población y
territorio, con lo que es imprescindible generar mecanismos de gobierno en el que las
leyes tengan un papel protagónico. Los asuntos públicos pasan a ser asuntos del poder,
para lo cual se estimula la consolidación de estados, centros mismos del poder y el
control hacia la ciudadanía.
La participación se va restringiendo al sufragio y otros derechos políticos ligados con
el acceso de información pública y el control de los ciudadanos hacia las autoridades.
Sin embargo, los derechos políticos van resultando insuficientes para sociedades más
complejas, en las que existen conflictos vinculados al sistema económico, la desigualdad
y el ejercicio pleno de derechos. A continuación se intentará plantear algunos ejes para
la reflexión sobre la suficiencia del régimen democrático liberal para la realidad actual.

1. Respublica y estado
Estas categorías conceptuales se presentan como una dicotomía en este trabajo, en
cuanto la preponderancia del estado y sus instituciones ha generado la relegación de la
ciudadanía, entendida en cuanto comunidad política, y la ha convertido en un actor
instrumental para la elección de representantes, con lo cual su rol como actor politico
protagónico se ha limitado.
A manera de un breve resumen de la evolución en las visiones de democracia, su
propia práctica efectiva se originó en Atenas, en donde la política constituía una
extensión de la vida de los habitantes de la ciudad-comunidad. La sociedad ateniense se
encontraba organizada de forma que la comunidad participaba activamente en las

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decisiones políticas, pero también en los cargos de elección. El tamaño pequeño de la
ciudad facilitaba estas prácticas.
Este modelo de democracia es definido desde varios autores como un modelo ideal,
pese a que en su propia práctica reflejaba desigualdades entre los participantes de la
política. A través del tiempo y la historia socio política y económica, la democracia fue
adquiriendo distintos elementos que le permitieron actualizarse a las circunstancias,
incorporando criterios para el gobierno, que debatieron desde la filosofía política y la
naciente sociología categorías a considerarse, como la igualdad y la libertad.
Las estructuras de mando, hoy indispensables para comprender la democracia
liberal, surgen cuando emerge el concepto de estado, y se deja de lado el concepto de
“sociedad organizada”, en cuanto res publica (Sartori, 1988: 345); la autoridad, el poder y
la coacción son características del estado que fueron construidas con él con la evolución
de los regímenes políticos. En paralelo, con esta incorporación del estado como
concepto y construcción política, también el papel de la ciudadanía se transforma,
dándole un “protagonismo pasivo” y menos participativo, menos continuo.
Con los aportes jurídicos del liberalismo post-republicano, los derechos y libertades
dan un marco normativo que pretende que los individuos se encuentren protegidos, en
tanto individuos iguales ante las leyes. Al hallarse despegados de los asuntos más
públicos, estos impulsos individualistas generaron que los ciudadanos se vayan
desentendiendo de lo público, y se centren en sus asuntos privados. Así, una de las
características originales de la democracia, la participación, se restringe a derechos
políticos, llevados a cabo con el sufragio.
Con estas modificaciones, y pese a que el concepto “democracia” fue dejado de lado
durante varios procesos históricos de búsqueda de definición de los regímenes, se
retoman los debates sobre cómo la democracia puede adquirir estas modificaciones y
plantearse como la mejor opción para definir el tipo de régimen idóneo. La noción de
“gobierno del pueblo” y la participación comunitaria en la política al estilo ateniense fueron
reguladas, tal como ha trascendido hasta nuestros días.
Una definición adecuada para retomar la política como una discusión sobre el poder
se refiere a la respublica como la “comunidad política (que) no se mantiene unida por una
idea sustancial del bien común, sino por un vínculo común, una preocupación pública”
(Mouffe, 1999: 98), tal como fue entendida en la democracia ateniense, en sus orígenes.
La ciudadanía, en esta misma lógica, dejaría de ser únicamente apreciada en tanto
estatus legal, y el ciudadano sólo como un actor pasivo, ya que se trataría de un
ciudadano con identidad política (Mouffe, 1999 : 101). Sin embargo, también la autora
considera que “la tarea no consiste en reemplazar una tradición por otra (la idea de la
libertad individual y la de la participación comunitaria de la ciudadanía) sino más bien en

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inspirarse en ambas y en tratar de combinar sus instituciones en una nueva concepción
de ciudadanía, adecuada a un proyecto de democracia radial y plural” (Mouffe, 1999: 91)
Queda claro entonces que no existe actualmente una democracia directa, por las
mutaciones y las razones antes expuestas. Sin embargo, ese alejamiento de lo público
que significa la delegación, determina de algún modo que el régimen democrático ha
otorgado mayor importancia al marco normativo que a la participación organizada de la
ciudadanía, cuyo accionar consiste en decidir mediante voto secreto a quiénes
delegarán para que los represente y vele por sus derechos más inmediatos y cotidianos.
Muchas de las discusiones actuales de política se han centrado en los temas
vinculados a la participación instrumental de la ciudadanía, normados por las estructuras
electorales: “esta visión de la democracia como un proceso para seleccionar gobiernos,
visión desarrollada por académicos que van desde Alexis de Tocqueville hasta Joseph
Schumpeter y Robert Dahl, es ahora ampliamente utilizada par los cientistas sociales”
(Zakaria,1998: 4), pero resulta insuficiente por reducir e instrumentalizar el rol de la
ciudadanía. La discusión sobre el poder, característica de la política, se ha convertido en
un debate sobre las instituciones y las leyes. Las definiciones mínimas de democracia
son una muestra de la reducción del debate; de acuerdo con O’Donnell, “las actuales
teorías de la democracia necesitan ser revisadas desde un punto de vista analítico,
histórico-conceptual y jurídico”, ya que considera que las teorías actuales no brindan una
“firme ancla conceptual” (O’Donnell, 2007: 24).

2. Democracia, desarrollo económico, igualdad y justicia social


¿Cómo alcanzar, teniendo a la democracia como régimen político, condiciones de
vida dignas para la población? Uno de los principales cuestionamientos al
constitucionalismo liberal ejercido en la democracia es sobre si el marco legal facilita las
condiciones igualitarias de vida, en tanto desarrollo económico equitativo, a la
ciudadanía.
Varios de los teóricos de la democracia han señalado condiciones mediante las
cuales ésta funcionaría de forma deseada, señalando que un marco óptimo sería aquel
en el cual existan altos niveles de igualdad. Entonces, el estado, que tiene un papel
determinante en cuanto gestor de políticas económicas y sociales, debería proporcionar
condiciones y alternativas para la constitución de una sociedad en la cual las brechas
socioeconómicas sean reducidas, con una distribución que permita el mayor grado de
igualdad posible entre los ciudadanos.
Sin embargo, el estado otorga un marco legal de igualdad, que no se transmite a la
esfera económica, y generando ambientes hostiles al crecimiento de la democracia, tal
como ha sucedido en los países latinoamericanos, con grandes brechas

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socioeconómicas y democracias conflictivas e inestables, ya que “la contradicción entre
desigualdad económica e igualdad política «abre el campo a las tensiones, las
distorsiones institucionales, la inestabilidad y la violencia recurrente... [y puede impedir] la
consolidación de la democracia» “ (Lipset, 1996: 52, citando a Weffort, 1992 ).
Precisamente, la corrupción dentro y fuera de las instituciones el estado ha generado
procesos sociales de rechazo a los distintos gobiernos, y en el caso ecuatoriano han sido
frecuentes las transiciones por efecto de acciones colectivas de ciudadanos inconformes
con sus gobernantes, elegidos democráticamente. Medidas neoliberales, asociadas al
capitalismo (modelo económico asociado directamente a la democracia) producen
constante descontento social; los derechos a la participación, pese a estar reconocidos
legalmente, también se limitan, por ejemplo, ¿cuántos ciudadanos tienen real acceso a
ser candidatos en un proceso político? ¿garantiza la democracia que todos podamos ser
elegidos? La tendencia ha sido, al menos en gran parte de los años desde el retorno a la
democracia en América Latina, que candidatos provenientes las élites económicas sean
quienes llegan al poder.
Los gobiernos democráticos en América Latina han tendido a encontrar una fórmula
que mezcla las nuevas tendencias de “retorno al estado” con inversión privada y
negociación con grupos económicos poderosos. Sin embargo, las condiciones de vida de
la población siguen siendo desiguales, y también injustas, por lo que la legitimidad
democrática a nivel de resultados se ha quebrado; la desconfianza en los gobernantes ha
sido el detonante para los cambios sucesivos de gobiernos en nuestro país.
El problema de la legitimidad debería ser una preocupación de las democracias, y
con conflictos vinculados a la desigualdad, la legitimidad está en juego. Entre la relación
democracia-economía, de acuerdo con Lipset, “Lo que necesitan las nuevas democracias
para lograr legitimidad es, sobre todo, eficacia —en el plano económico pero también en
el político—. Si pueden seguir el camino hacia el desarrollo económico, es probable que
puedan mantener su política en orden” (Lipset, 1996: 78).
Surgen varias interrogantes: ¿un estado centralizado es un mejor administrador de
los recursos, y puede garantizar mayor equidad en la distribución de ellos? ¿Y un
régimen autoritario? ¿Si un régimen autoritario garantiza mejores condiciones de vida
para la población, se lo debe preferir frente a una democracia? O, más bien, ¿es
necesario otorgar mayores prestaciones a las empresas privadas para fortalecer el
sistema económico, restándole poder al estado? Estas preocupaciones deberán
enfrentarse para justificar a la democracia como el régimen más idóneo para nuestras
realidades.

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Con respecto a la igualdad, O’Donnell menciona que si no es posible, bajo estas
condiciones democráticas, una igualdad real, al menos se debe procurar una “igualación
básica”, señalando:
Con ello me refiero a que todos puedan disfrutar de al menos dos bienes: uno, ser
tratado con el respeto y consideración debidos a un agente; y, segundo, alcanzar la
provisión social de un piso de libertades, derechos y capacidades que habilite la
posibilidad de ejercer esa agencia o, por lo menos, no sufrir privaciones que la
impiden seriamente. (O’Donnell, 2007: 243)

La categoría de ciudadanía social puede dar luces sobre esta problemática. Nun
explica el desarrollo del concepto de exclusión y sus actuales vinculaciones con la
situación socioeconómica: “la exclusión no designa sino a procesos que ponen en crisis a
los lazos sociales establecido y que constituyen una amenaza palpable para fracciones
muy amplias de la población” (Nun, 2002:120). Considerando el caso de América Latina,
este autor reconoce tres problemas o indicadores para el análisis sociopolítico de las
democracias en este territorio: “una gran desigualdad unida a una gran pobreza y a una
gran polarización” (Nun, 2002:125). Entonces, pese a estar reconocidos por las leyes
como ciudadanos iguales en el juego del constitucionalismo liberal, en la realidad efectiva
las desigualdades están presentes. Y no es posible desvincular a la democracia del
contexto en el cual está estableciendo un gobierno y sus reglas.

3. Gobierno del pueblo y gobierno de los políticos


Con las complicaciones implícitas para el ejercicio de la democracia en sociedades
extensas tanto en número de ciudadanos como en extensión territorial, la democracia
representativa es el modelo que se ha afianzado en nuestro tiempo. Existen varios
cuestionamientos por el desplazamiento del gobierno desde el pueblo hacia el gobierno
de los representantes. Con este desentendimiento de la sociedad hacia la política, con
la reducción de la participación y la apatía por tomar decisiones directas, además de las
complicaciones en los propios mecanismos ofertados desde el estado, efectivamente el
gobierno lo hace la especializada clase política.
El “gobierno de los políticos” derivó de las aplicaciones iniciales de la democracia en
territorio estadounidense, que fueron plasmadas en su constitución. Esta es la herencia
que recibió América Latina para el ejercicio de sus democracias: la participación de la
ciudadanía se restringe al sufragio, y resulta improbable alcanzar cargos públicos de alta
especialización. Se puede señalar, nuevamente, que el concepto de democracia ha
debido ser adaptado, causando una deformación del concepto inicial, dándole
protagonismo a un modelo basado en la libertad individual que ha generado
consecuencias perjudiciales para la práctica política, ya que

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Se ha ido relegando cada vez más toda preocupación normativa al terreno de la
moral privada, al dominio de los «valores», y se ha extirpado de la política todos
sus componentes éticos. Se ha vuelto dominante una concepción instrumentalista
exclusivamente interesada en el acuerdo de conveniencia entre intereses
previamente definidos. Por un lado, la preocupación única del liberalismo por los
individuos y sus derechos no ha dado contenido ni ha suministrado una
orientación para el ejercicio de esos derechos. Esto llevó a la devaluación de la
acción cívica, de la preocupación común, lo cual ha provocado a su vez en las
sociedades democráticas una creciente pérdida de cohesión social (Mouffe, 1999:
95).

¿Son adecuados los procedimientos para incluir a la ciudadanía en la toma de


decisiones? ¿Cómo estimular una participación más directa, pero impulsada desde la
propia institucionalidad pública? En nuestro país las crisis democráticas han mostrado la
falta de educación ciudadana al momento de escoger entre la mejor opción de entre los
distintos partidos y candidatos, lo cual ha quedado en evidencia con el derrocamiento
ciudadano de varios gobiernos . Con el “retorno del estado” se ha planteado desde
diversos analistas que existe una mayor participación y un mayor interés en la política
desde la población. Sin embargo, en este mismo proceso se observa una especialización
y tecnocratización en la burocracia estatal, y su crecimiento que constituye una
contradicción con los principios democráticos, como se señala en la cita que sigue:
EI segundo obstáculo imprevisto y que sobrevino es el crecimiento continuo del
aparato burocrático, de un aparato de poder ordenado jerárquicamente, del
vértice a la base, y en consecuencia diametralmente opuesto al sistema de
poder democrático. Si consideramos el sistema político como una pirámide bajo
el supuesto de que en una sociedad existan diversos grados de poder, en la
sociedad democrática el poder fluye de la base al vértice: en una sociedad
burocrática, por el contrario, se mueve del vértice a la base. (Bobbio, 1985: 27)

El mismo autor señala que


La tecnocracia y la democracia son antiéticas: si el protagonista de la sociedad
industrial es el experto, entonces quien lleva el pape! principal en dicha sociedad
no puede ser el ciudadano común y corriente. La democracia se basa en la
hipótesis de que todos pueden tomar decisiones sobre todo; por el contrario, la
tecnocracia pretende que los que tomen las decisiones sean los pocos que
entienden de tales asuntos. (Bobbio, 1985:26)

Si se sostiene una concepción de la democracia como procedimiento, al estilo


schumpeteriano, son, efectivamente, estas clases tecnócratas, vinculadas a los partidos,
quienes gobiernan y proponen de forma vertical hacia la ciudadanía, o, desde su visión,
“el electorado”. Para Nun, esta visión es bastante similar a cómo funciona la economía
de mercado, que hoy prevalece en nuestros regímenes democráticos liberales: “los
partidos actúan como empresas, que les ofrecen sus productos a ciudadanos que se
comportan como si fueran consumidores que, en este caso, no disponen de dinero sino
de votos” (Nun, 2002: 25). ¿Dónde queda el rol preponderante de la ciudadanía en una

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democracia, de acuerdo a estos criterios, con un pueblo limitado a aceptar o negar los
criterios de quienes le gobiernan?
Si el objetivo de un gobierno es profesionalizar la política a una clase destinada para
el poder, éste se acerca hacia la consolidación de un régimen elitista, que no podría
seguirse llamando democracia. ¿O las múltiples adjetivaciones lo permiten? Este es un
debate que resulta fundamental en la teoría política, respecto a la importancia de los
conceptos y sus aplicaciones.

Bibliografía

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